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No puede existir la idea del orden sin antes haber re-descubierto su antinomia, es
decir, el desorden. Y es precisamente en esta dicotomía que se puede plantear el
ser social e institucional del orden contemporáneo. Como la naturaleza y el
devenir no son lineales, sino más bien cíclicos y mucho más cuando de seres
humanos y su realidad social se trata, es normal que la idea del orden prevalezca
como una panacea asible y sobre todo cierta en medio de tantas incertidumbres
coyunturales en las que nos vemos adheridos.
Por otro lado, el orden político institucionalizado por la norma jurídica y el Estado
es más una imposición vertical del poder gubernamental sobre la sociedad civil y
es éste tipo de orden el que más confusiones puede crear en cuanto a su certeza
como tal, ya que el orden normativo es un maquillaje del desorden imperante que
rige la disputa por el poder. Partamos de lo siguiente: ¿qué es el Estado sino la
construcción política de una voluntad impuesta sobre otras? La victoria política de
uno es la derrota de otro que después del orden establecido normativamente
busca a como dé lugar derrumbar al enemigo de la posición conquistada. Además
que este tipo de orden representa una sacudida al orden social no
institucionalizado puesto que el Estado se alimenta de legitimidad, aunque no
siempre sea comprendida esta relación por parte de los administradores de la
cosa pública.
Hay que dilucidar un elemento más: la norma jurídica también es una ficción de
orden, y esto no es un anhelo subjetivo o una mera opinión. Piénsese en cómo se
construye la norma jurídica en cualquier parte del mundo, es una disputa plena de
intereses contrapuestos en uno u otro sentido, muy a pesar de la racionalidad que
podamos creer que existe detrás del lenguaje jurídico o de la técnica legislativa
aplicada en el desarrollo normativo. Es un hecho por todos conocido el nivel de
discusión o deliberación existente al interior de nuestros cuerpos legislativos. Y
aun así el producto que obtenemos del proceso político se reviste de un manto de
orden y rigidez que invisibiliza el caótico proceder de los actores constitutivos de
esa verdad jurídica. La norma es así un elemento de distorsión de la realidad que
hace de la cotidianeidad un escenario de regulación que se manifiesta solamente
si esta en nosotros como cultura, como parte de nuestra quehacer cotidiano, lo
que se conoce hoy en día como cultura de la legalidad o el alcanzar el nivel de
sociedad jurídica dentro de la evolución social misma.
Otros tipos de orden que co-existen con los descritos anteriormente tienen que ver
con el aspecto de la temporalidad, verbigracia, el orden cibernético impuesto por la
idea de una tecnologización más apabullante parece ser afanosa e imparable;
aunque en el fondo es más volátil que cualquiera porque se ciñe a la moda o a la
carencia de estructura mental de los sujetos sociales que se afanan por ella. Por
otro lado el orden de lo sagrado, lo religioso y ritual denotan una lentitud en la
transformación de contenido, siendo su asidero primordial el pasado como
continuo eterno, el cual no busca cambiarse sino mostrarse bajo otra luz, y una
vez que se encandilan las masas bajo esta visión, la subordinación de los
individuos es natural y casi sin interpelación o cuestionamiento hacía esa
modalidad de orden.
Existe una idea que acompaña a todo tipo de orden y es la de movimiento, por ello
mismo es inevitable afirmar que tanto las civilizaciones y las culturas nacen del
desorden y se desarrollan como orden, subsistiendo uno gracias al otro y
generando más orden o más desorden dependiendo de los sujetos que
promueven una situación o la otra.
Dentro de otras manifestaciones del orden como ficción, nada hay más explícito
que el desorden social en el que vivimos: toda certeza es cuestionada a cada
momento, pero románticamente creyendo que es mejor anteponer la idea del
orden a la búsqueda de respuestas por cada pregunta que vamos formulando.
Debemos comprender que la incomodidad intelectual es necesaria para poder
establecer avances notables en favor de la reflexión social y la necesidad de
pensar que todo ciclo conlleva como requisito una dinámica de orden-desorden,
todo lo demás sería una autofagia concertada en nuestra propia miseria de no
comprender nuestro pasado, nuestro presente y sobre todo nuestra proyección
como sujetos pensantes en este siglo XXI. Esa incomodidad como sinónimo de
lucha contra el conformismo, y como estigma de buscador de nuevos paradigmas.
Como corolario, la idea de orden no es en sí una idea sino una forma de vida, la
misma que cobra relevancia en situaciones de desorden; lo mismo que el
desorden es el escenario donde se hace necesario el orden en sus más variadas
versiones.