Sie sind auf Seite 1von 3

El 70 por ciento de las personas que se consideran católicas en Argentina

considera que el aborto debería ser legal. La cifra supera en algunos puntos el
porcentaje para el total de la población (64 por ciento). Estos datos fueron
recabados en 2008 y es probable que ambas cifras hayan aumentado en estos
diez años, junto a la creciente visibilidad del movimiento de mujeres y de la
Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito. El anuncio
del Presidente Mauricio Macri de que dará libertad a sus legisladores para tratar
el tema en el Congreso aceleró un debate en el que todos los actores que
intervienen, desde distintas posiciones, tienen una creencia común: la creencia
de que las religiones, sobre todo el catolicismo, a través de la Iglesia católica,
apostólica y romana, están relacionadas tanto a la pelea como a su resultado
legislativo y político.

Legisladoras y legisladores de todos los partidos, obispos, sacerdotes, religiosas,


militantes feministas, el Presidente de la Nación y quienes integran su gabinete,
periodistas, organizaciones de la sociedad civil, analistas de opinión pública,
todos coinciden en que la Iglesia católica es un obstáculo para que las mujeres
puedan decidir interrumpir legalmente y de manera segura para su salud un
embarazo que no desean continuar. Sin embargo, si se tienen en cuenta algunas
de las leyes sancionadas en los últimos años, vale la pena preguntarse en qué
medida esta afirmación puede rastrearse empíricamente y, en caso que se
confirme, a través de qué mecanismos opera.

Algunos antecedentes recientes

El caso de la Ley 26.618, conocida como “Ley de Matrimonio Igualitario”,


representa uno de los ejemplos más claves para contrastar esta creencia. Tal
como lo marcaron en un interesante artículo los investigadores Mariela
Mosqueira, Marcos Carbonelli y Karina Felitti, si bien la Iglesia católica se
movilizó ante la posible sanción de esta ley (en algunas provincias llevando en
micros a niños y niñas de colegios católicos a manifestarse), el grueso de las
demostraciones de fuerza en el espacio público corrió por cuenta de las iglesias
evangélicas, donde la participación de la comunidad en el culto es mucho mayor
y más activa y, por lo tanto, la cohesión de las comunidades y su “gimnasia” para
movilizarse en torno a algunas cuestiones es mucho mayor. Mientras el debate
público social de la ley crecía, reapareció la amenaza por parte algunos obispos
de excomulgar a los diputados y senadores que apoyaran la sanción de dicha ley.
Lo mismo había ocurrido en 1987 luego de la sanción de la ley que permitía el
divorcio vincular. A pesar de estas amenazas y de que el arzobispo de Buenos
Aires, Jorge Mario Bergoglio, afirmara que esta política se trataba de “una
movida del Padre de la Mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de
Dios”, la aprobación de la ley por amplia mayoría dejó en evidencia que la Iglesia
católica, si bien es un jugador en las dinámicas coalicionales, no necesariamente
define los resultados de estas dinámicas.

Lo mismo ocurrió entre 2011 y 2012 durante el debate de la Ley 26.742, titulada
"Derechos Del Paciente, Historia Clínica Y Consentimiento Informado" y conocida
popularmente como “ley de muerte digna”. De acuerdo a esta ley, los individuos
tienen “autonomía de la voluntad” para rechazar procedimientos quirúrgicos, de
reanimación, o de soporte vital desproporcionados. En el caso de los enfermos
terminales, también se los dota del derecho a rechazar procedimientos de
hidratación o alimentación cuando los mismos produzcan como único efecto la
prolongación en el tiempo de ese estadio terminal. Tanto en el debate de dicha
ley como en el de su antecedente (una ley similar sancionada en la Provincia de
Río Negro), múltiples agentes católicos se movilizaron en contra, acudiendo a las
audiencias públicas en carácter de expertos y responsables de Organizaciones
No Gubernamentales, publicando notas en la Agencia de Información Católica y
en otros medios de comunicación y también a partir de comunicados y mensajes
de los obispos. En el caso de este debate, la fuerza de la Iglesia católica para
impedir la sanción fue tan insuficiente que la Conferencia Episcopal Argentina
manifestó sus reparos una vez ya sancionada la Ley. En una declaración de la
Comisión Ejecutiva de la CEA, los obispos criticaron la medida, denominando
“eutanasia pasiva” a la posibilidad, por parte de los pacientes, de rechazar la
hidratación y la alimentación a partir de directivas anticipadas.

Lo mismo ocurrió entre el 2012 y 2013, en el debate de la Ley 26.862, conocida


como “ley de fecundación asistida”. Dado que el Código y esta ley ingresaron en
el mismo período de sesiones al Congreso, la jerarquía de Iglesia no se
pronunció puntualmente en relación a esta ley durante el debate en comisiones
pero sí a los puntos contenidos en el Código Civil. En el documento “Reflexiones
y aportes sobre algunos temas vinculados a la reforma del Código Civil”, la
Conferencia Episcopal planteó que la fecundación artificial debía “ser prohibida
por las objeciones éticas y jurídicas que merece” (CEA, 27 de abril de 2012) pero
que, en caso que se promovieran legalmente técnicas de fecundación in vitro, los
embriones debían tener los mismos derechos que los embriones implantados en
el útero. Es decir, no debían ser objeto de experimentación, investigación, ni
tampoco podían ser cultivados. A pesar de este cuestionamiento en el debate del
Código Civil, la Iglesia católica no intervino en el debate de la ley propiamente
dicha y esta se sancionó con un amplio consenso social.

la Ley 16.743, conocida como “ley de identidad de género” fue un caso similar a
estos. Esta ley, al igual que la de “muerte digna”, también se sancionó y se
promulgó en 2012 y reconoce el derecho con el que cuentan todas las personas
de hacer coincidir su cuerpo (incluida su genitalidad), su nombre, y su
documentación oficial, con su identidad de género autopercibida. El artículo 11
de esa ley establece el “derecho al libre desarrollo personal”. Este derecho
implica que todas las personas mayores de dieciocho años (la mayoría de edad
en Argentina) pueden acceder a intervenciones quirúrgicas totales y parciales, y
tratamientos hormonales para adecuar su cuerpo a su identidad de género
autopercibida, sin necesidad de requerir autorización judicial o administrativa. A
diferencia de otras leyes de este tipo, la Iglesia católica no emitió
pronunciamientos durante el tiempo que duró el debate en ambas cámaras. En
cambio, la Conferencia Episcopal Argentina emitió una brevísima declaración
luego de que la ley fuera sancionada. Teniendo en cuenta el tono de otros
documentos de este tipo, las críticas al proyecto presentes en esta declaración
fueron moderadas y, en comparación con otros documentos, muy contemplativas
de la situación y los reclamos de las personas trans. De este modo, en su
documento, los obispos marcaban que, si bien había que tener en cuenta “el
significado objetivo del dato biológico como elemento primario” en una
legislación sobre identidad sexual, esto no significaba “desconocer la realidad de
personas que sufren por estos motivos”. Nuevamente, la ley se sancionó por
mayoría y con un importante consenso social.

Cultura política y poder eclesiástico

Todos estos casos tienen en común una serie de características: en todos los
casos, las leyes sancionadas reconocen formatos plurales de sociedad y de
identidad; en todos los casos fueron aprobadas por mayoría; en todos los casos,
los debates implicaron algún grado de oposición a la doctrina de la Iglesia
católica; en todos los casos, la capacidad de la Iglesia católica para impedir que se
sancionaran fue limitada.

Ahora bien, esta capacidad limitada de la Iglesia para bloquear políticas, no


solamente tiene que ver con las características de la feligresía católica como tal
respecto a las prácticas religiosas (reducidos niveles de asistencia al culto y
movilización política), sino también con respecto a sus creencias. La primera
Encuesta Nacional Sobre Creencias y Actitudes Religiosas, realizada por el
Programa de Sociedad Cultura y Religión del Centro de Estudios e
Investigaciones Laborales (perteneciente al CONICET), realizada en 2008, arroja
interesantes resultados en este sentido. Tal como se señaló anteriormente, casi el
70 por ciento de los católicos está de acuerdo con que el aborto sea legal en
algunos casos. El 60,5 por ciento de los católicos estima que se les debería
permitir el sacerdocio a las mujeres. El 79,3 por ciento considera que a los
sacerdotes se les debería permitir formar una familia. El 80,8 por ciento piensa
que las relaciones sexuales antes del matrimonio son una experiencia positiva. El
93 por ciento está de acuerdo con que en las escuelas se enseñen todos los
métodos anticonceptivos. Pero entonces ¿por qué tantos actores sociales
identifican a la Iglesia católica como un posible actor de veto de esta iniciativa?

Probablemente, esto se deba más a las características de la cultura política


argentina que al llamado “poder de la Iglesia”. De acuerdo a una encuesta
realizada por el sociólogo Juan Cruz Esquivel, es muy frecuente que los
legisladores se reúnan con religiosos en su condición de parlamentarios. La
encuesta, realizada en 2012, arrojaba que más de la mitad de los diputados y
senadores se habían encontrado con un obispo y un 45 por ciento con un
sacerdote católico en ese año. En la misma encuesta, 7 de cada 10 legisladores
consideró que era legítimo que los sacerdotes incursionaran en el terreno
electoral y más de un tercio (34 por ciento) afirmó creer que el apoyo de las
iglesias puede contribuir para ganar una elección. Estos datos llevan a pensar
que quizás el principal obstáculo para la despenalización del aborto no sean las
creencias de la Iglesia católica sobre la moral sexual y reproductiva sino las
creencias de los legisladores sobre el poder de la Iglesia católica.

Das könnte Ihnen auch gefallen