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OLVIDO COMO MEMORIA

UNA RELACION DIALECTICA

Si partimos, por un lado, de que los hombres delinean la construcción de


ellos mismos y por consecuencia de la realidad que les rodea, desde complejos
niveles de contextualización, representación,significación, acción y
prospeccióncon los cuales se conforman como sujetos y responden a su
condición existencial;y si por otro lado, partimos también, de que las formas de
pensamiento que dan testimonio explicativo y comprensivo de esto (como lo son
la antropología, la historia, la filosofía y demás ciencias del hombre) son formas
específicas de ciencias, disciplinas, prácticas y métodos pero a la vez y
sobretodo son –o tendrían que ser- miradas coincidentes en un trasladarse, al
unísono, por ese viaje reflexivo con rumbo –siempre inédito- al desciframiento de
lo humano, si partimos entonces, de todo esto, una reflexión, como la que aquí
se propone, es decir, sobre la memoria encarnada en el olvido, sobre el olvido
como forma de memoria, antes que una memoria exiliándolo, excluyéndolo, nos
coloca frente a la necesidad de romper fronteras disciplinarias, epistemológicas
y metodológicas, muchas veces impuestas dentro de las ciencias humanas o
sociales, fronteras que no son tales sino delimitaciones necesarias y viables
cuando y desde su especificad, sirvenen un primer nivel en la construcción del
conocimiento bajo los parámetros propios de cada disciplina (sin que eso impida
que desde el principio de una investigación o trabajo puedan interactuar tales
ciencias), pero en un momento posterior, el de ese punto clave, no de conclusión
o de respuestas sobre lo investigado y pensado,sino de apertura constante y
crítica del saber, tales disciplinas o saberes, ya no se pertenecen solo a ellas
mismas, se desbordan, se rozan, se alcanzan, se encuentran unas con otras en
forma de una síntesis comprensiva y por consecuencia, sus propios crucigramas
argumentativos se resuelven en un plano compartido y potenciado de cuestiones
y problemáticas que responden y preguntan siempre una vez más,
necesariamente una vez más y no desde la soledad o la“autonomía” de la
antropología, la historia o la filosofía, y si desde un conocimiento dilucidado
desde la pretensión de una totalidad, no totalizante, que nos lleve o que nos
podría llevar, más que a una verdad en términos de una necedad científica, a un
humilde saber, nunca agotado, siempre susceptible de cuestionarse,
sabermantenido en una tensión que lo perpetúa en su inconmensurabilidad;pero
que no por eso se torna falaz o imposible en su intención y en su necesidad de
hablar acerca de lo que son los hombres.

De acuerdo con lo anterior, lo que sigue, no será una reflexióndesde la


especificidad de la antropología,la historia o la filosofía, nuestra pretensión es
expresar una serie de ideas, desde la interacción entre loantropológico e
histórico, en torno a lo que el olvido, de manera aparentemente paradójica,
contiene de memoria, o lo que la memoria, de manera aparentemente
paradójica, contiene de olvido y que solo puede ser captado (según nuestro
entender) desde un reflexionar y criticar profundos, a lo cual colabora la filosofía
pero nunca desde una posición privilegiada del saber ni subordinando a las otras
ciencias o disciplinas antropológicas e históricas.Ideas, las que se van a
expresar a continuación y que tal vez para algunos parecerán dispersas, sin ton
ni son, lo cual, no es nuestra intención; tal vez para otros, tales ideas, no
mostrarán una demarcación a partir de las especificidades de cada una de las
disciplinas referidas, lo cual, de acuerdo a lo que se dijo párrafos arriba, si es
nuestra intención. Por tal motivo, no se espere, a lo largo de esta exposición,
encontrar delimitaciones que señalen desde que disciplina se está hablando, no
se trata tampoco de exponer, a manera de simple resumen, que dice cada una
de ellas acerca de la memoria y del olvido ni de discutir tampoco cual de las tres
aporta más a dicha problemática; se trata de intentar mostrar como las tres, en
una necesaria interrelación reflexiva, posibilitan, desde un solo mirador, desde la
confluencia de sus aportaciones, la profundización de esa relación, que desde
nuestro punto de vista, como la de muchos, claro está, parece ser, dialéctica,
memoria y olvido siendo lo que son al ser su propia contradicción, es decir, al ser
lo que no son.
Reflexionar sobre esa aparente contradicción ¿Un olvido que es recuerdo? ¿Una
memoria que es solo tal porque olvida?¿No será, que más que un juego irónico
de palabras, tal contradicción sea otra evidencia de la condición tensa de
nuestro existir, de nuestra situación trágica, inevitable pero afortunadamente
trágica y que el hombre en su siempre devenir tiene, más que resolver,
confrontar?

Trágica condición la de los hombres pues apenas se asoma su curiosidad por


ser y comprenderse en ese ser, comienza, para ellos, la decisión de jugar en
esos intersticios donde las cosas son y no son, o mejor dicho, son siendo,
siempre en su siendo otra cosa; equilibrio caótico, sí, pero a la vez (si nos
fijamos) razonable, no en la lógica de lo causalista o de la lógica formal, ni
mucho menos en el sentido de un colapso abismal, sino en una dinámica de
polos indeterminados de la realidad que provoca lo propicio de nuestra
historicidad,del ser social y por consecuencia de los sujetos históricos; ser social
nunca igualasimismo, nunca agotado en lo que es y deja de ser en tanto que
esas realidades viajan de un lado a otro, hacía muchos otros, en los surcos de la
experiencia y del conocimiento de esa experiencia y por elloen un siempre y
desbordante acontecer, conteniendo dentro de ésteuna fuga más no la
desaparición de aquellas (las realidades) nunca idénticas a sí mismas, siempre
su otra cosa que las complementan en su diferencia en tanto que en ese
antagonismo se posibilitan o potencian, evitando así que solo quepa en ellas lo
que es el mundo en su concretudsin reconocerlo que viene al mundo, lo que
todavía no es en el siendo de ellas y desde ellas. Si esto es así ¿dónde está la
realidad? ¿En qué extremo de los polos? ¿En cuál de ellos se sitúa lo que es la
memoria, lo que es el olvido? ¿No será que la realidad y el conocimiento, más
que verdaderos son verosímilesy bajo las mismas condiciones, lo que es la
memoria y el olvido, se localizan, no en alguno de aquellos polos referidos sino
en la traslación constante, en ese ir venir, es decir en la relación, en la mediación
que provocan esas formas contradictorias -que no ajenas-, nuncareflejos o
contundencia de una sustancia metafísica de la que secompone la realidad?
Sintetizando un poco, podríamos decir que ese viaje, esa mediación, esa tensión
nunca superada, más que reducirse a la extensión de dos polos son el fino hilar
de una pluralidad de puntos cardinales que hacen del mapa de la existencia y
con ello, lo que se tiene que recordar y olvidar de ella, una ausencia de puertos
seguros, a los cuales, sin embargo tenemos que observar para no naufragar
varados.

No pensar en puertos seguros, no pensar, ni siquiera sospechar que el ser de


las cosas coincide con la luz, con la claridad, con la transparencia, con lo que es.
Cuanta certeza hay en Heidegger cuando argumenta que la historia es un juego
de desvelamiento y encubrimiento y bajo tales circunstancias, el olvido no es
mera consecuencia de una negligencia del pensamiento, es necesidad del ser.
El saber puede ser entendido como memoria del ser pero es el olvido el que
hace que acontezca dicha memoria y permite también que se dirija a lo olvidado.
Bajo tales circunstancias, parece que el acto de la memoria, al surgir del olvido,
es un suceder poético en tanto que el recordar es el volver a decir lo dicho
desde lo aún no dicho que se dirá de nuevo otra vez, de otra manera;El poeta,
nos dirá Paolo Rossi, poseído por la memoria, conoce todo lo que ha sido, es y
será; a él se abre ese instante que no está en ningún tiempo…que ya está en el
tiempo. La estructura anamnésica del conocimiento –nos dice Rossi- no se
refiere a un pasado cronológico, sino a la estructura de la verdad, la cual nunca
se agota en ella misma, ni espacialmente ni temporalmente. Entonces, tiempo
atemporal de lo que se fue y vuelve a llegar, formando una misma cosa, forma
del flujo del tiempo histórico en tanto que eso que se fue, desde un principio,
contenía futuros de presentes y al darle alcance a éstos, los mismos ya tenían el
rasgo de futuros pasados y de presente futuros.

Para que algo sea recordado, primero debe ser olvidado, es decir,
reinterpretado, perder su literalidad (si es que alguna vez la tuvo) para que surja
precisamente como memoria, como algo en su necesidad de que no se fugue de
un tiempo presente (diferente al del pasado) el cual es tal (presente) porque lo
que viene de atrás se lee desde la apreciación del hoy, desde la necesidad de
que se adapte al siempre diferente ahora.(Y se enfatiza, necesidad de que se
adapte, porque no se está planteando aquí una apología de la imposibilidad del
conocimiento y del saber sobre lo humano o de un relativismo tan patrocinado
en estos días). Solo puede ser recordado algo –un hecho, un símbolo, un otro-
en tanto que ya no pertenece a aquello de lo que ya pasó porque ese algo sigue
sucediendo y solo sigue sucediendo cuando se acopla a la forma siempre
diferente, siempre deviniendo del ahora.

Ahora histórico que hace de los presentes prospectiva hacía el pasado en


cuanto lo modifican recordándolo otro, desde la otredad del presente como
consecuencia del futuro contenido en aquel (del pasado); aquí se localiza,
consideramos, el momento exacto de la memoria: cuando observa hacía“ese
atrás” para no verlo y observar lo de adelante, lo que es y lo que avecina; astuto
y extraño juego de identidad –rasgo antropológico e histórico de los sujetos-
Identidad, a la que muchos quieren reducir (lamentable y peligrosamente) a lo
que hemos sido, solo a un “de dónde venimos” –Recordar, recordar y recordar,
espejo inquebrantable de la repetición, no de la historicidad-. No se quiere que la
identidad sea pensada desde lo que podemos llegar a ser (verdadero espejo de
la historicidad), si deseamos que no sea así, tendríamos que mantener en su
condición esquiva la dosis necesaria del punto ciego de nuestro mirar
retrospectivo. ¿Será entonces, como lo menciona David Löwenthal, que “la
historia es al mismo tiempo más y menos que el pasado”? ¿y no se podrá decir
lo mismo respecto a lo cultural del hombre: el hombre, más y menos que
culturay todo lo que ella implica? Entonces tenemos a la cultura y lo que se le
escapa, esto entendido como su rasgo posibilitador:la siempre rebasada cultura,
en su necesidad y en la necesidad de contener.

Cultura o mejor dicho culturas, ámbitos donde una especie de pacto de lo común
(siempre bajo palabra)permite lainterrelación -temporal y/o espacial- de
sujetos,necesidades, símbolos, significaciones, prácticas y sentidos, todos estos,
constituidos y constituyéndose hacia adentro y hacia afuera de dicha cultura);
culturas, decíamos, que a partir de esas memorias colectivas e individuales que
en ellas se gestan, permitirán –como dicePhilippeAriés-, una relación dialéctica
precisamente entre historia y memoria, dando oportunidad, dicha relación, a
adentrarse en la vida cotidiana, en las mentalidades, es decir en aquellas
experiencias que cierta forma de antropología y cierta forma de historia, se
encargan de mostrarnos con miradas diacrónicas, sincrónicas, en sus procesos
y en sus estructuras, donde unas son causa y consecuencia de las otras y
viceversa, complejidad que ni el antropólogo ni el historiador resuelven solos, ni
únicamente desde dentro de las “fronteras” de sus ciencias o disciplinas.

Apostar también por el olvido, lo afirmamos.

Pero pareciera que las ciencias sociales son solo, omuchos quisieranque fueran
solo ciencias de la memoria (nos enseñan a recordar el pasado, nos enseñan a
recordar al otro, nos hacen presentes algo, nos hacen presentes al otro),
pareciera que el recordar se presta a una técnica, a un método; ¿pero qué pasa
con el olvido?Tal vez no requiera de ello. ¿Podemos hacer (por medio de esas
técnicas y métodos) que el olvido se haga presente cuando uno de sus rasgos
es precisamente la ausencia? Lado ciego de todo recuerdo y compañero de
viaje necesario de éste en esa intención de recordar ¿Hay lugar para los
recuerdos si la memoria se satura de ellos?¿Mnemotropismo patológico lo que
la sociedad padece actualmente?

Es cierto… sin memoria los sujetos se extraviarían en lo instantáneo del mero


suceder, su identidad y su conciencia serían un espejo ausente, esdecir, serían
nulas. Pero recordemos a Funes el memorioso –el personaje de Borges- quien
al no poder olvidar nada estaba imposibilitado de pensamiento, imposibilitado
para asimilar, para experimentar el mundo.

Pensamiento que nos permite reflexionar el pasado, no en forma de datos,


cifras, fechas, sino desde lo vivencial, desde lo experiencial, donde los
acontecimientos son algo, no porque sucedan cronológicamente sino porque nos
suceden en nuestras afectaciones, al mismo tiempo que hacen que estas
sucedan,no responden a agendas o a calendarios o a cualquier otro parámetro
de medición, están ahí situadas en nosotros, sucediéndonos, no midiéndonos:
Desde que murió mi amigo…Desde que recapacité…No son las fechas, sino la
situación, nuestras situaciones lo que realmente nos rige. De ahí que la memoria
tenga que ser entendida –dirá JoélCandau- como razón cultural y no como razón
práctica que ordena el tiempo, quees mera transmisión de un conocimiento
(incluso de una mera información), mientras que aquella, la razón cultural, nos
remite al aspecto simbólico, siempre profundo, de las cosas, de los actos, de los
hombresy a una relación efectiva con el tiempo y el sentido histórico en tanto
estos se gestan en la memoria, siempre y cuando dicha memoria no sea
reducida a un simple producto de la ciencia o disciplina pues bajo esos cortos
alcances, la historia es en muchos casos, solo la búsqueda infértil de la exactitud
mientras que la memoria planea por los aires de la vivencia y de lo heredado de
la misma. Solo la historia y la antropología hablan realmente desde la memoria
si utilizan un lenguaje, cuya puerta abre (para la comprensión de lo social) hacia
la verosimilitudy no hacia la Verdad.

Bajo este punto de conciliación entre la memoria y la historia, ésta ya no solo


aclara el pasado, también –como la memoria- lo instaura (no es el dato distante
sobre algo que ya fue sino un rastro transfigurado en la develación de nuevos
cursos). También, en esta conciliación con la memoria, la historia no revela sus
formas, las deforma, como la memoria, taly como el olvido bajo las nuevas
formas de lo aconteciendo. Ya no impone un orden, ni tampoco legitima, lo
trastoca en cuanto el tiempo histórico siempre se niega como idéntico, como
lineal; no es primero pasado, después presente, después futuro, es el coincidir
estos tres momentos del tiempo en su transcurrir (nunca uno antes y el otro
después), siendo todos un todo, en un mismo tiempo, a partir de un olvido que
los vuelve a formar, que les intercambia su brújula. Ya no es la historia que
legitima sino un acto fundacional que desmantela y disecciona los aconteceres
para saber que puede decir de nosotros en tanto que nosotros somos quienes le
dictamos sus últimas palabras, sus actuales argumentos que nunca alcanzan un
callejón sin salida pues la memoria, como cruce con el pasado desde el presente
(momento histórico) y con una situación cultural concreta (momento
antropológico), es, como señala Pierre Nora, vida; memoria como algo múltiple-
multiplicada, abierta a la dialéctica –y por eso decimos, abierta al olvido-
inconsciente en sus deformaciones sucesivas, afectiva, acomodada a los
detalles que la reaseguran y algo muy importante, instala el recuerdo en lo
sagrado y no lo descoloca de él, no como la historia y podríamos agregar como
la antropología, cuando se reducen a mera ciencia, a mero conocimiento
científico. Cuando eso sucede, lo sagrado desaparece. Nos dice GeorgeBataille:
“En el examen del pensamiento, siempre nos alejamos del momento decisivo
(de la resolución) en que el pensamiento fracasa, no como un gesto inepto, sino
por el contrario, como un cumplimiento que no puede ser superado; porque el
pensamiento ha evaluado la ineptitud implícita en el hecho de aceptar el
ejercicio: ¡es un servilismo!... siendo la soberanía la búsqueda final del hombre y
del pensamiento, el pensamiento resuelto es el que revela el servilismo de todo
pensamiento: operación por la cual el pensamiento, agotado, es a su vez la
aniquilación del pensamiento…”; lo sagrado (de donde la historia y la
antropología reducida a simple ciencias expulsan a la memoria) es (otra vez,
siguiendo a Bataille) ese instante donde el hombre rebasa al mundo de las
cosas para dejarse seducir por el orden íntimo del mundo, oscuridad elevada a
la noche del sacrifico; “búsqueda de la intimidad perdida”, de nuestro olvidar
encarnado que nos abre –dirá Bataille- a lo imposible”. Un imposible (podríamos
decir) de lo que no llega por última vez, es decir, el tiempo, para que pueda ser
nuestro –nuestro presente-.

De ahí que un testimonio erróneo o alterado por el olvido, en lugar de censurar


al conocimiento y al saber, puede permitir darle alcance al sentido de un
acontecimiento que siendo humano, se coloca más allá de la mera verdad de los
hechos. A partir de tales circunstancias, podríamos darle la razón a MarcAugé
cuando asegura que los miembros de un grupo o de una sociedad, lo que
realmente comparten es lo que olvidaron de su pasado en común; si es así, la
memoria colectiva es más la suma de los olvidos que la de los recuerdos pues
los recuerdos parecen ser ante todo el resultado de una elaboración individual;
hay más certeza por lo que hace a los olvidos comunes de una sociedad pues
los recuerdos reciben la impronta de la memoria individual. La ausencia es
segura, las modalidades de la presencia siempre son inciertas, remata Augé.

Y esa incertidumbre de la presencia tiene que ver también con los propios
sujetos en su individualidad, la cual es tal si se mantiene en su cualidad de
otredad, desde donde parte, dirá Esteban Krotz, la pregunta antropológica
fundamental que es la pregunta por la igualdad en la diferencia y la diferencia en
la igualdad; pregunta que implica a su vez los cuestionamientospor las
condiciones de posibilidad, límites, motivos y significaciones, por la
transformación, sentido y futuro de esas otredades que tanto a nivel colectivo
como a nivel individual parecen ser hoy amenazadas por aquello que Byun-Chul
Han denomina la omnipresente exigencia de transparencia y del rendimiento
(condición pornográfica de la actualidad) donde las cosas, las acciones, los
sujetos, se alisan y se allanan al ser insertadas “en el torrente liso del capital, la
comunicación y la información”, es decir, cuando se hacen operacionales y por lo
mismo se someten a los procesos de cálculo, dirección y control. Se hacen
transparentes cuando, “liberadas de toda dramaturgia, coreografía, de todo
sentido, se vuelven pornográficas”, entendiendo Han como pornografía el
contacto inmediato entre la imagen y el ojo. La sociedad de la transparencia que
es por lo tanto una sociedad positiva, anula a la dialéctica y a la hermenéutica,
es decir disuelve la negatividad que es la que permite que la realidad aparezca o
seavista de otra manera, diferente a la que se nos presenta en la inmediatez. La
sociedad de la transparencia es el infierno de lo igual, dirá Han quien considera
que frente a esto, la negatividad de lo otro y de lo extraño o la resistencia de lo
otro perturbaría y retardaría la lisa comunicación de lo igual; el problema es que
en este tiempo de lo igual, éste, como totalización del presente, provoca la
desaparición de aquella ausencia que sitúa al otro fuera de lo disponible. Bajola
lógica del capitalismo, el presente disponible es la temporalidad de lo igual
mientras que el futuro –que es el tiempo del otro- se abre al acontecimiento que
es absoluta sorpresa, imposible en las circunstancias actuales. La alteridad
tendría que mantenerse como una diferencia no perturbada por el consumirse y
por consecuencia tendría que respetar un grado pertinente de lo ignorado, de lo
olvidado para no ser cosificada y convertida en mercancía en el escaparate de lo
exótico, tan aceptado en estos tiempos de consumos y modas; pero el
capitalismo a la alteridad la hace suya, la elimina, sometiéndola al consumo al
igual que lo convertido en mero objeto de museo (también actualmente de
moda), aniquilando el pasado que bajo estas circunstancias es solo algo inerte,
indiferenciación contrahistórica; “la negatividad, como presente repetible, se
despoja de la negatividad de lo irrecuperable”, nos dice Han. Para contrarrestar
esto, para que la otredad sobreviva, nos tenemos que olvidar –en cierto grado- a
nosotros mismos y nos tienen que olvidar para ser siempre otros, incluso a los
muertos, en cierto sentido, hay que olvidarlos. Como argumenta Bernard
Crettaz, hay que denunciar la memoria contraída y conservadora “para aprender
el indispensable olvido…que ritualiza el duelo necesario y que permite
pertenecer a su tiempo La memoria no es un órgano de mera oposición con el
que podamos hacer presente lo pasado. En la memoria lo pasado cambia de
continuo. Es un proceso progresivo, vivo, narrativo (por la inevitable y necesaria
amnesia podríamos agregar). En eso se distingue del mero archivador de datos”;
por eso, si no olvidamos, solo tendríamos precisamente meros datos
memorizados pero no comprenderíamos su sentido, finaliza Crettaz.

Antes había un rasgo muy particular –que marca la diferencia con esta época de
la transparencia y el rendimiento- era la manera en que se manejaba la cuestión
de la nostalgia, la misma tenía el objetivo de poner a trabajar el pasado, de
hacer una elección de lo que recordaba -nos dice Manuel Cruz- y por lo mismo
estaba en nuestras manos, pero actualmente, la “selección” nos viene dada,
junto con esto, con tanto regreso al pasado(esa moda que aquí ya se ha
señalado) los sujetos no tienen tiempo para que recuerden por su cuenta; ¿lo
grave de esto? Es que la memoria ha sido desactivada, nos ha dejado de
pertenecer, o por lo menos es la intención, requisito para la reproducción y
conservación de la lógica del sistema socio-histórico-cultural imperante.

De ahí en que se insista en que la memoria, como generadora también de


olvido, es una cuestión temporal y por lo mismo histórica, en ese sentido, tal
olvido es el que nos permite también pensar la realidad en su proceso y como
proceso. Ese olvido o mejor dicho, ese juego dialéctico entre memoria y olvido
es lo que propicia el devolvernos al presente en una dinámica en la cual el
olvido, como argumenta Augé, se conjuga en todos los tiempos: en futuro para
vivir el inicio, en presente para vivir el instante y en pasado para vivir el retorno,
pero no para repetirlo. Olvidar para estar presentes, olvidar para no morir, olvidar
para permanecer fieles, nos dirá el antropólogo francés.

Cabe aclarar, para aquellos que en el exceso de la memoria convierten al


pasado en una nostalgia de anticuarios activistas, que no se trata de olvidar las
injusticas, las atrocidades perpetradas y perpetuadas a lo largo de la historia. No
hay que olvidar el holocausto, pero tampoco hay que olvidar lo que está pasando
con los palestinos, hay que recordar, no solo el 2 de octubre sino todo lo que
pasó durante 1968 en México, no hay que olvidar Atenco, etc., pero para no
olvidarlos hay que pensarlos históricamente y no caer en las trampas de lo que
Todorov denomina el uso literal de la memoria que a decir del filósofo, “convierte
en insuperable el viejo acontecimiento provocando el sometimiento del presente
al pasado. “…sacralizar la memoria es otra forma de hacerla estéril”, dirá
Todorov. La moda del pasado (muchos argumentan) tiene que ver con un miedo
al olvido. ¿Pero no tendría que existir también un miedo a solo y simplemente
recordar todo en cuanto seriamos una literalidad atemporal hecha del pasado,
no delo histórico, que solo es tal en cuanto recuerda siempre de forma diferente
y por lo mismo siempre olvida para comprender en términos realmente
históricos?

Es cierto que sin la memoria –como lo señala Candau- el sujeto se pierde, solo
vive el momento, pierde sus capacidades conceptuales y cognitivas, el mundo
estalla en pedazos y su identidad se desvanece; pero el saber olvidar, como
aquí se ha insistido, no es olvidar sino recordar de manera diferente y escoger,
según sean las circunstancias, cuando conviene apostar por la memoria y
cuando por el olvido; escoger en sentido histórico y antropológico y no en
sentido cuantitativo. Nietzsche dirá que para poder determinar el grado y el límite
del pasado que debe ser olvidado y así no se transforme en el sepulturero de lo
presente, se debe de conocer la fuerza plástica de cada humano, de cada
pueblo y de cada cultura. Esa fuerza plástica, nos dice, es la fuerza de crecer de
sí mismo y de manera propia, “de transformar lo pasado y lo desconocido, de
incorporarlo, de sanar las heridas, recuperar lo perdido y recomponer desde sí
mismo las formas quebrantadas”.

Inevitable, pero también convenientemente, el recuerdo es un olvido porque es


reflexión del pasado desde nuestro presente, el cual es -en gran medida- futuro
de ese pasado, pero concretizado históricamente solamente porque lo hicimos,
lo hacemos, lo haremos de otra manera y esto debido a nuestro rasgo
contundente de historicidad; es por eso que en lugar de extraviarnos en el
olvido, es a partir de él quenos encontramos, extraviándonos; no siendo lo que
éramos para ser lo que proyectamos ser, en ese sentido, la memoria no está
detrás sinoadelante de nosotros.

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