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Traducido por âmenoire

Niklas

Estábamos confinados en un edificio con altos techos, pisos con baldosas de


cerámica y paredes desconchadas pintadas de blanco que se alzaban a todo a nuestro
alrededor como en una prisión. Una prisión sin puertas cerradas o ventanas con barrotes
porque nadie fue alguna vez lo suficientemente desvergonzado para intentar escapar.

Nadie más que yo, por supuesto.

Quería salir, y quería que mi hermano saliera conmigo.

Nadie en La Orden excepto nuestro padre, y mi madre, sabían que Victor y yo éramos
medios hermanos. Nuestro padre nos advirtió de nunca decirle a nadie, nunca hablar ni
siquiera en privado sobre nuestra relación. Y nunca lo hicimos.

Cuando sólo éramos unos niños fuimos alejados de nuestros hogares, de nuestra
infancia normal, de nuestras madres y nuestras comidas y nuestras imaginaciones fantásticas
y todo lo que habíamos conocido alguna vez, excepto el uno del otro. De nuestros juegos en el
campo con nuestros amigos, y aparentemente una media hermana que no creo que alguna vez
la conociera. ¿Era la niña con escaso cabello rubio y grandes ojos de muñeca que jugaba con
nosotros en el campo detrás de mi casa en Alemania? ¿La niña que se colgaba de Victor
cuando se raspó la rodilla y rasgó su vestido? No lo sé. Y nunca pregunté. Me importaba una
mierda una hermana que nunca conocí, y todo lo que me importaba era mi hermano y mi
padre y mi madre y el secreto que compartíamos y que era vital que guardáramos.

Cuatro años de brutal entrenamiento habían pasado en La Orden. Yo tenía once años.
Victor y yo no crecimos separados en nuestro tiempo aquí, simplemente crecimos muy
diferente.
Victor pudo haber sido el favorito de La Orden, la estrella creciente, el chico que un día
sería el Número Uno de Vonnegut, pero justo como yo lo hice, Victor guardó el secreto de
nuestro padre, nunca cuestionando la razón por la que nuestro padre, un asesino igualmente
de habilidoso como lo es mi hermano hoy, mentiría sobre tal cosa a La Orden a la que servía
con tal lealtad.

A pesar del secreto que guardaba, Victor era el más disciplinado, el más prometedor.
Éramos tan diferentes en ese entonces que incluso me empecé a preguntar si el secreto que
guardábamos era real.

A los once años de edad, quería… tener once años de edad. Mi hermano mayor, quien
dormía profundamente en la habitación junto a la mía, quería ser todo lo que nuestro padre
esperaba de él. Yo quería ir a casa, Victor era casa. Cada día pensaba sobre mi madre y hablaba
sobre ella como si nunca volvería a verla de nuevo, Victor nunca habló de su madre. Yo no
estaba hecho para esta vida, lo que sea que estuviera destinado a ser, aun cuando trataba
fuertemente de mostrar mi valor, Victor era un natural, una máquina, aprendía todo tan
innatamente como un niño aprendiendo a gatear.

En esta noche, estaba adolorido en mi cama por las costillas rotas del día anterior; el
pulgar roto; el labio inferior hinchado, mi castigo por no atinar mi objetivo en el primer
disparo a cien metros de distancia en casi total oscuridad y ser golpeado por otros veinte
chicos, la mayoría más grandes que yo.

Sabía que nunca sería tan bueno como Victor, sin importar cuán fuerte tratara. Y
finalmente, después de cuatro años de extenuante entrenamiento, había tenido suficiente y
decidí huir de ello.

El suelo estaba frío debajo de mis pies desnudos mientras caminaba silenciosamente
hacia la puerta abierta de mi habitación, la tela del pantalón de mi pijama rozando en mis
tobillos era el único ruido. Mis costillas dolían tanto que me esforzaba en una posición
agachada por el pasillo oscuro, apenas iluminado por la luz de la luna derramándose a través
de las ventanas que se alineaban en los techos altos. Un guardia sentado en una silla en el
extremo más alejado del pasillo, la parte posterior de su cabeza apoyada contra la pared y sus
ojos cerrados. No lo sabía en ese momento, pero los guardias que nos vigilaban nunca estaban
realmente dormidos en el trabajo, sólo era lo que nos hacía creer, en caso de que alguno de
nosotros intentara escapar alguna vez.

Me arrastré hacia la habitación de Victor y lo desperté.

—Victor me voy a ir de este jodido lugar —susurré mientras sus ojos se abrían—, y
quiero que vengas conmigo.

Victor se sentó derecho en el centro de su pequeña cama vistiendo el mismo escueto


pijama blanco que estaba vistiendo yo.
—¿De qué hablas, Niklas? —dijo en una voz tranquila enlazada con preocupación. Sus
ojos corrieron desde mí hacia la puerta abierta y luego cayeron sobre mí de nuevo—. No
puede dejar La Orden, éste se nuestro hogar, nuestra vida.

Tensándome por el dolor, cuidadosamente me senté en el borde de su cama.

—Apenas puedes caminar —añadió Victor, tomando nota de mi condición como si eso
terminaría la discusión—. Ahora regresa a tu habitación y ve a la cama. Nunca hablarás con
nadie sobre esto. Nunca lo contaría, pero los otros aquí, lo harán y lo sabes.

—No, hermano —dije como para recordarle nuestra sangre, esperando que eso lo
hiciera cambiar de parecer—. Quiero salir de aquí y sé que tú también lo quieres. —No
confiaba en esa creencia, sólo quería que fuera verdad.

Victor sacudió su cabeza. Luego extendió su mano hacia mí, colocándola sobre mi
hombro. Me miró de cerca a través de la oscuridad de la pequeña y austera habitación
equipada únicamente con una cama, un escritorio de metal y una mesa auxiliar con tres
cajones donde guardaba su ropa y artículos de aseo personal.

—Si corres —me advirtió—, te atraparán. —Sentí sus juveniles dedos huesudos cavar
gentilmente mi hombro—. Y no puedo soportar verte sufrir el castigo que te impondrán. —
Incluso a esa edad tan joven, Victor siempre habló con sofisticación y elegancia, a diferencia
de los niños normales. La mayoría de los chicos de la Orden lo hacían, incluso en ese aspecto a
menudo me quedaba corto. Mi palabra favorita era joder. Todavía jodidamente lo es.

Aparté su mano con un encogimiento de mi hombro, no dejé que se mostrara el dolor


que esa simple acción causó en mis costillas.

—No me importa lo que me hagan —espeté—. ¡No les tengo miedo!

Victor empujó aire a través de sus dientes para callarme, sus ojos ampliándose en la
oscuridad azul grisácea.

—Te escucharán —susurró severamente, agarrando mi hombro de nuevo.

—¿Por qué estás tan asustado, Victor? —pregunté, sintiendo mi corazón hundirse hasta
las plantas de mis pies—. ¿Por qué no vendrás conmigo?

Victor suspiró.

Me miró y pude ver en su rostro algo que ya sabía, pero nunca quise creer: no tenía
miedo y nunca lo tendría; estaba dispuesto, aceptando completamente y no queriendo otra
cosa más que triunfar y destacarse en La Orden, hacer orgulloso a nuestro padre, sin importar
el costo.
—Quiero estar aquí —dijo—. Niklas, en un tiempo te sentirás de la misma forma,
entenderás que todo por lo que estamos pasando nos hará más fuertes, nos hará hombres. Le
dará un propósito a nuestras vidas. —Ya no sonaba como mi hermano, el chico con el que
jugaban bruscamente en el campo en Alemania, las palabras saliendo de su boca de trece años
eran las palabras de nuestros entrenadores y de su mentor. Y de nuestro padre.

Victor se detuvo, mirando una vez más hacia la puerta.

—Eres mi hermano —dijo con devoción, pero luego con un suspiro añadió—, y eso te
hace mi única debilidad. Es por eso que está prohibido tener lazos como los nuestros y por
qué nunca podemos decir nuestro secreto, porque los lazos nos hacen débiles, y la debilidad
nos mata.

Me empujé para alejarme de él y me levanté, esforzándome bajo mi propio peso


magullado.

—Entonces ¿por qué no sólo les dices que soy tu hermano? ¡O me entregas como un
traidor, diles lo que quieras! —espeté, a pesar de que mantuve mi voz en un susurro—. Ellos
te favorecen… hermano. —No pude esconder el resentimiento y el dolor de mi voz—. Te
creerían a ti, y te amo lo suficiente que te seguiría la corriente con lo que fuera que les dijeras,
y me matarían y entonces ya no tendrías que preocuparte más por mí.

Victor se levantó disparado de la cama, la sábana que lo había cubierto revuelta por el
movimiento brusco, cayendo lentamente contra el colchón. Se puso delante de mí, mirando
fijamente mis ojos. Nunca lo había visto tan enojado, tan controlado por la emoción, pensé que
estaba viendo a los ojos de un extraño. Me asustó. Pero mayormente hizo que mi estómago
nadara en culpa.

—Nunca, Niklas, en mi corta vida, haría algo que te causara daño. —Se acercó más, sus
dedos de los pies tocando los míos, la calidez de su aliento sobre mi rostro llegando hasta mis
fosas nasales—. Si crees que podría, tal vez no eres de mi sangre, después de todo.

Y sabía que estaba hablando en serio, sabía que la lealtad de mi hermano hacia mí sería
inquebrantable en los años por venir, que haría todo lo que estuviera en su poder para
protegerme, incluso si significaba arriesgar su posición en La Orden. Y arriesgar su vida.

Pero a los once años yo era terco y elegí no escuchar.

Salí de su habitación con nada más que mi pijama blanco. Bajé por el pasillo, pasé al
guardia que pretendía estar dormido, caminé directo hacia la puerta lateral y salí del edificio
hacia el cálido aire nocturno.

Llegué hasta la cerca.

Nadie vino.
Me deslicé a través de una sección en la cerca donde se encontraba con la pared de
ladrillo de la puerta frontal de la propiedad, yo era lo suficientemente delgado para poder
empujar mi cuerpo a través de ella.

Nadie vino.

Caminé tan rápidamente como pude por la calle hecha de asfalto roto.

Todavía nadie venía.

Pensé que era libre. Cada paso que daba, llegaban más cerca las luces que se reflejaban
en la superficie del lago desde el pequeño pueblo cercano, sentía que finalmente viviría de la
forma que quería. Imágenes de cuando era niño, jugando en el campo detrás de mi casa con
Victor y nuestros amigos y nuestra tal vez hermana, Naeva, empecé a sentir como si reclamara
la vida que me fue tomada.

Pero la culpa de dejar atrás a mi hermano fue lo que detuvo mis pasos.

Era un chico, vestido en un escueto pijama blanco, de pie con los pies descalzos en el
centro de una calle cubierta con la luz de la luna en Portugal, una brisa tranquila soplaba el
delgado material contra mis piernas huesudas; estaba ligeramente encorvado con mis brazos
cruzados sobre mi abdomen. Era una mancha fuera de lugar sobre una pintura, la única cosa
en la pintura que no pertenecía, realmente yo no pertenecía a algún lado. Pero mientras me
paraba ahí, viendo la cara de Victor en mi mente, esa culpa que se había colocado ahí antes de
que estuviera tan herido por las cosas que le había dicho, creció tanto que de repente me
sentía sofocado por ella. No podía dejar a mi hermano en ese lugar.

No podía dejarlo en cualquier lado.

Me di la vuelta y me regresé por donde había llegado.

El guardia que antes fingió estar dormido estaba de pie en la entrada del edificio,
esperando por mí, vestido con una camiseta negra y unos pantalones militares negros metidos
dentro de unas botas militares; un bastón de policía colgaba de su puño.

—Pudiste haber continuado con esto —dijo el guardia—. ¿Por qué regresaste?

Un fuerte ruido, un chasquido y luego un constante zumbido mecánico sonaron desde


arriba de mí y luces brillantes se derramaron sobre el techo, iluminando alrededor de mí en
dos brillantes círculos que hicieron que la grama debajo de mis pies luciera blanca. Los focos,
como si me encadenaran al piso como cadenas, me mantuvieron quieto en ese lugar frente al
edificio. Dos guardias más vinieron hacia mí desde algún lugar que no me molesté en mirar, y
se detuvieron al alcance del brazo. Mantuve mis ojos fijos en el guardia de la puerta con el
bastón de policía. Me había hecho una pregunta y no sabía cómo contestarla, así que no lo hice
a la primera.
Un dolor candente punzó en mi espalda y mis rodillas se doblaron debajo de mí,
enviándome al suelo. Quería gritar de dolor, pero sabía que eso sólo los haría golpearme más
fuerte y durante más tiempo. Mordí el interior de mi mejilla tan fuerte que el sabor metálico
de la sangre inundó el interior de mi boca.

—Preguntaré de nuevo, Fleischer —dijo el guardia con el bastón de policía. Aunque de


acuerdo con mi espalda, los que estaban detrás de mí también tenía bastones—. ¿Qué te hizo
regresar?

Podía escuchar su voz, pero mis ojos estaban apretados tan fuertemente debido al dolor,
que ya no podía decir dónde estaba parado. Estaba más cerca, sin embargo, eso era lo más que
sabía.

Lentamente, mis ojos se abrieron, mi visión estuvo borrosa por varios segundos.

Él estaba parado directamente sobre mí.

Levanté mi cabeza, lo miré y finalmente contesté:

—Pertenezco aquí, señor. Prometí mi vida a La Orden y moriré a su servicio.

—Levántate. —Su voz era tranquila, pero severa.

Hice lo que me dijo, empujando a través del dolor y obligándome a ponerme de pie.
Levanté mi mentón para parecer fuerte y obediente; mis piernas estaban temblorosas sólo
debido al dolor, pero mantuve mi posición firme.

—Llévenlo para castigarlo —demandó el guardia a los otros—. Y luego empiecen su


trasferencia.

Pensaron que lloraría cuando fui despojado de mi ropa y azotado con un látigo.
Pensaron que les rogaría que se detuviera, ahogándome en mi propio vomito.

Pero no lloré. Que se jodan.

Lo tomé hasta que me desmayé. Un segundo más y habría llorado, estoy seguro, pero me
repuse de la humillación de un chico débil y sollozante por la agridulce aparición de la
inconciencia.

Esa fue la última vez que vi a mi hermano, Victor, durante muchos años. Pero nunca lo
olvidé, y nunca dejé de amarlo, y siempre guardé nuestro secreto. Pero juré un día ser más
como él, igualar su habilidad y su dedicación a La Orden, no sólo porque lo respetaba, sino
porque nunca quería ver de nuevo esa enojo dolido en sus ojos. Todo lo que hice a partir de
ese punto lo hice por mi hermano. En el momento en que lo vi de nuevo, Victor ya tenía nueve
asesinatos en su haber, el primero a la edad de trece, llevado a cabo una semana después de
que fui transferido. Y cuando cumplió diecisiete, un año después de que estuviéramos bajo el
mismo techo de nuevo, le dieron el cargo completo de Asesino, el asesino más joven designado
por La Orden.

Yo todavía era un fracasado, con un mentor desilusionado que sabía que nunca sería
enviado al campo.

Una ola de celos barrió sobre mí, pero esperaba haberlo escondido bien. Sin importar lo
que hiciera o que tan fuerte tratara, sólo parecía que caía más lejos de él, y sabía que nunca
estaría a su altura.

Pero era mi hermano, y ni siquiera un corazón celoso haría que alguna vez lo
traicionara. Creí en él cuando esa noche me dijo que nunca haría algo para lastimarme. Le creí
con toda mi vida y todo mi corazón y toda mi maldita alma.

Creí en él…
Traducido por Ateh

Niklas

La puta con grandes ojos marrones y tetas perfectas levanta la cabeza rubia
de mi pecho.

—¿Oíste algo de lo que acabo de decir? —pregunta ella, con los ojos rasgados.

Mierda no, no lo hice.

—Sí —respondí—. Me estabas contando sobre tu hermana, o alguna mierda.

Ella resopla y se incorpora en la cama, sus pechos rebotando, su culo


balanceándose, no he follado su culo todavía, pero estoy en ello. Sólo me había dado
un masaje minutos antes.

Llego a la mesita de noche y tomo un cigarrillo del paquete, colocándolo entre


mis labios.

La puta me gruñe.

¿Qué demonios está esperando? ¿Una disculpa porque no me interesa?

—¿Qué? —discuto mientras arrastro mi pulgar sobre el encendedor y aparece


una llama.

Niega con la cabeza e inclina su cuerpo desnudo sobre mí, tratando de alcanzar
otro cigarrillo de mi paquete y luego encenderlo con el extremo del mío.
—Nada —dice ofendida—. Simplemente dijiste que querías hablar primero, así
que eso es lo que estaba haciendo, contándolo todo sobre mi rica hermana perra. Y ni
siquiera estabas escuchando.

Doy una bocanada lenta en el filtro, teniendo una larga calada.

—¿Qué quieres que te diga?

—Nada —repite con amargura, dejándolo ir.

Pero nunca he conocido a una mujer que dijera "Nada" y realmente quisiera
dejarlo. Perras y sus juegos mentales, si no fuera por su coño me mantendría lo más
lejos posible de todas ellas.

—Tal vez debería empezar a cobrar por mi tiempo —dice con un torrente de
humo de sus labios carnosos. Se escabulle hacia la cabecera de la cama y se sienta
desplomada contra éste, una larga pierna desnuda, la otra apoyada contra el colchón.

Me río ligeramente.

—Nunca he pagado por sexo en mi vida —digo, chasqueando mis cenizas en el


cenicero de la mesita de noche—. Y nunca lo haré.

—Dije por mi tiempo —me corrige. —Esto de hablar mierda, por ejemplo. —Su
cabeza rubia cae hacia un lado y me mira con una sonrisa contagiosa—. Nunca te
cobraría por el sexo, Niklas.

Sonrío débilmente.

Después de terminar de fumar el cigarrillo, aplasto el filtro en el cenicero. La


habitación en la que me he alojado en desde que dejé nuestra Orden es una mierda,
pero siempre he preferido agujeros de mierda sobre lujo, botas viejas sobre brillantes
zapatos de vestir, jeans gastados sobre trajes elegantes, whisky barato sobre vino
caro. Lo único que puedo pensar que me gusta que sea limpio, puro y no manchado
por la perversión moral, son las mujeres. No necesariamente esta mujer en particular,
me gusta no porque sea una puta, sino porque está orgullosa de ser una puta, sino las
mujeres... como Claire. La única mujer que he amado más que a mi madre.

La mujer que mi hermano mató.

—¿Qué pasa contigo, de todos modos? —pregunta la puta—. Tal vez no es de mi


incumbencia, pero has estado todo melancólico y mierdas así el último par de
semanas.
Me siento con ambas piernas estiradas delante de mí, cruzadas en los tobillos, la
sábana cubriendo mi abdomen, los brazos cruzados sobre el pecho. En el otro lado de
la lúgubre habitación pequeña con papel tapiz verde, una mesa redonda se asienta
delante de la única ventana cubierta por cortinas gruesas azules que están unidas,
cerrando el paso a lo que queda de la luz del día. Otra hora y va a estar oscuro. El
televisor de pantalla plana —al igual que el teléfono, el secador de pelo roto y la mini
olla de café manchada— estaban engarzados en la sala para impedir que los robasen;
colgando de un soporte de brazo móvil colocado en lo alto de la pared. El reestreno del
viejo “Seinfeld” se reproduce en la pantalla con volumen bajo. El sonido sordo de
música del bar en la planta baja por debajo de mí se canaliza a través de las delgadas
paredes y el piso.

La cama se mueve mientras la puta —de acuerdo, su nombre es Jackie— se


menea alrededor a mi lado.

Miro alrededor cuando se pone de pie, de espaldas a mí, su culo desnudo


formado como una cereza. Me gusta.

—¿A dónde vas? —pregunto, ligeramente interesado.

Entra en sus diminutas bragas negras y camina a mi lado de la cama, aplastando


el cigarrillo junto al mío, una franja delgada de humo sobrante se levanta de las
cenizas.

—Tengo que estar en algún lugar en una hora —dice con indiferencia.

Extiendo la mano y la aprieto alrededor de su muñeca, deteniéndola. Jackie


realmente nunca tiene que “estar en algún lugar” —la he conocido por dos meses— y,
de repente, me siento como un imbécil. Bueno, admito que soy un puto maldito imbécil
veinticuatro-siete, pero no me gusta cuando realmente me siento como tal.

Me mira con irritación, esperando a que continúe con ello, parpadeando con sus
ojos castaños.

—Soy un cretino —digo y le suelto la muñeca—. Lo siento. Por favor,


simplemente siéntate de nuevo.

Poco convencida, Jackie manipula el interior de su boca con los dientes, me mira
indecisa, y luego, de todos modos, alcanza su sostén en la alfombra manchada. Como
no quiero que se vaya —porque en realidad disfruto de su compañía, incluso cuando
no estamos follando— me trago mi ego ciertamente ridículo y digo—: Cuéntame más
sobre lo que pasó con esa perra hermana rica tuya. ¿Alguna vez se disculpó de evitarte
de esa manera, por impedirte pasar tiempo con tu sobrina. Katie? Ese es el nombre de
tu sobrina, ¿verdad? —En realidad había escuchado todo por lo que Jackie estaba
pasando antes, cuando estuve perdido en mis pensamientos pensando en mis propios
problemas con mi propia carne y sangre. Nunca he sido el tipo de hablar de mi mierda,
o de escuchar la de los demás. Cuando le había dicho antes de que quería “hablar
primero”, me refería a algo más en la línea de cotidiana mierda mundana: sobre el
cabello que encontré en mi maldita tortilla esta mañana, el taxi en que monté por
cinco kilómetros atrapado en el asiento trasero con dos idiotas adictos a los esteroides
cuyos brazos eran tan grandes que no podían llegar a sus axilas para aplicar
desodorante, he estado tomando taxis últimamente así Víctor e Izabel no sabrán que
todavía estoy en la ciudad, aunque si conozco a mi hermano, él sabe dónde estoy
ahora. Pero de alguna manera, al hablar acerca de por qué estaba tomando un taxi,
Jackie empezó a hablar de su hermana. Ah, sí, supongo que era porque mencioné que
había estado evitando a mi hermano.

Todavía no me importa mucho acerca de su hermana, por lo que he oído,


podrían ser las protagonistas de su propio reality show, pero para hacer que se quede
un poco más, voy a escuchar si eso es lo que ella quiere.

La expresión molesta de Jackie finalmente se vuelve indulgente, y suelta el


sujetador de nuevo en la alfombra y se sienta en la cama junto a mí, con los pies en el
suelo.

Y por los próximos treinta minutos la escucho contarme todo.

—Entonces, ¿qué crees que debo hacer? —pregunta, y me doy cuenta de que
realmente quiere mi consejo.

¿Cómo qué carajos me veo, un psiquiatra?

—¿Quieres mi opinión sincera? —pregunto, al menos advirtiéndole de antemano


porque nunca endulzo nada.

—Sí —dice—. Quiero honestidad.

Me encojo de hombros y luego llevo mis brazos hacia arriba, cerrando mis
manos detrás de mi cabeza.

—Ella puede ser tu hermana —le digo—, pero eso no hace que esté fuera de los
límites. Haz lo que tengas que hacer, quítale la mierda a golpes, si eso es lo que te hará
sentir mejor. —Mis ojos se encuentran con los de ella con advertencia y propósito—,
pero esa mierda que estuviste diciendo de llamar a Servicios de Protección Infantil
sólo para vengarte de ella, eso es jodido. Haz lo que tengas que hacer, pero sólo las
perras traicionan a sus familias así.
Jackie asiente varias veces en profunda contemplación de mi “consejo”, y
entonces sonríe, dejando escapar un suspiro, sus delgados hombros subiendo y
bajando por debajo de su pelo rubio despeinado.

—Deberías sacar una columna de consejos en el periódico —dice con una


sonrisa.

Me río.

—Sí, puedo verlo ahora —paso una mano por delante de mí en demonstración—
, la llamaré: Estimado Niklas, ¿Debo Suicidarme? Claro, Si Sientes Que Deberías.

Jackie se ríe, moviendo la cabeza y rodando suavemente sus ojos. Entonces se


arrastra sobre mi cuerpo y toma su lugar junto a mí en el otro lado de la cama de
nuevo. Se recuesta contra la almohada a su lado, frente a mí. La punta de su dedo
índice, la uña pintada con alguna rara mierda brillante, y comienza a trazar el
contorno de mis músculos del pecho.

—¿Qué pasa con esta cosa de evitar a tu hermano? —pregunta—. ¿Quieres


hablar de ello?

Con aire ausente, y con amargura, mastico el interior de mi mejilla.

—No —contesto después de un momento, mirando a la puerta verde lima


adelante—. Prefería no.

—Oh, vamos —dice Jackie alegremente, dando palmaditas en mi pecho con la


palma de su mano—, no puede ser tan malo, lo mío fue bastante jodido, no puede ser
mucho peor que la mía. ¿Qué hizo?

Después de una pausa, digo sin mirarla—: Mi hermano asesinó a mi novia. —Y


en la mitad de un segundo, el cuerpo casi completamente desnudo de Jackie se
convierte en una roca junto al mío.

—Oh...

—¿Por qué no te quitas las bragas? —sugiero.

Le toma un momento escuchar mi pregunta, y luego, aún con un buen susto en la


cara, las cejas arqueadas hacia adentro, desliza sus bragas y las arroja en el suelo.

Rasgando abierto un envoltorio de preservativo, pongo el condón y luego hago


un gesto con una mano hacia mi regazo.

—Sube —le digo, y ella lo hace.


Y en menos de treinta segundos ninguno de los dos está pensando más sobre
nuestras familias arruinadas.
Traducido por âmenoire & Xhex

Izabel

He empezado a dominarlo, el arte de moverme sin hacer sonido, cómo


mezclarme con las sombras, controlar lo que oigo, veo, saboreo, siento y huelo.

Mientras mis botas de tacón plano se mueven silenciosamente contra la azotea


asfaltada en la mitad de la noche, veo todo. Mi visión es aguda, captando la forma en
que la luz de la luna se extiende a través del edificio en una capa de gris. Veo un
pequeño destello iluminado por esa luz sobre el pomo justo enfrente. Siento el suave
aire sobre mi rostro, el tranquilo tamborileo del latido de mi corazón. Frío y
controlado pero ansioso por terminar esto. Debo escuchar el movimiento del tráfico
ligero abajo en las calles de la ciudad, el romper de las olas contra la orilla, el viendo
moviéndose a través de la copa de los árboles, pero he bloqueado todo eso para
permanecer concentrada, así puedo oír lo que importa: las pisadas del enemigo, el
amartillar de un arma, un susurro planeado para que no lo escuche. Nora me enseñó
esas cosas. “Mantente concentrada” me había dicho cien veces antes de
atraparme fuera de guarda y golpearme en el rostro. “Ve y escucha y conoce los
movimientos de tu enemigo antes que los realice”. Y luego me había golpeado de
nuevo y de nuevo, hasta la última vez cuando la atrapé fuera de guardia y casi le
rompo la nariz. Jodida perra.

Me sonrió orgullosamente y limpió la sangre con el dorso de su mano. Nada


perturba a esa mujer. Nada.

Nora gira su cabeza rubia peinada con un moño apretado, para mirarme sobre la
azotea. Sus ojos marrones parecen negros en la oscuridad. Penetrantes. Hermosos.
Maliciosos, es extraño como la noche puede revelar los mecanismos internos de una
persona. Sonríe tan poco que apenas toca sus labios, pero lo veo ahí, en esas oscuras
piscinas mirándome con excitación y un tipo de dulce rabia asesina, no podría haberse
unido a un grupo de personas más adecuado.

Nos deslizamos nuestras máscaras hacia abajo y me señala con sus enguantados
dedos índice y medio.

Asiento y me preparo para seguirla.

Hemos estado escondiéndonos en esta azotea desde las siete de la noche cuando
los hombres de Randolf Pinceri cerraron el edificio por el día. Era la forma más fácil de
entrar: caminar entre los empleados e invitados durante el día y luego deslizarnos a
través de la puerta de la azotea durante la noche, mejor que intentar entrar desde
alguna de las entradas del piso inferior que están fuertemente vigiladas durante la
noche.

Como dos sigilosos gatos negros acosando su presa, Nora y yo nos movemos a lo
largo del edificio, permaneciendo escondidas en la cubierta de su sombra. Nuestros
trajes negros ocultan cada centímetro de nuestra piel. Nuestras cabezas están
cubiertas con máscaras, bajadas sobre nuestros rostros, dejando sólo nuestros ojos sin
tocar. Botas negras cubren nuestros pies. Guantes negros sobre nuestras manos y
muñecas.

Una cámara se mueve en un lento movimiento horizontal, absorbiendo la


tranquila escena en la azotea. Nos detenemos en el momento justo, presionando
nuestras espaldas contra la pared y permaneciendo perfectamente quietas hasta que
la cámara pasa. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Nos movemos rápidamente hacia la
puerta de la azotea, teniendo sólo quince segundos más para abrir la puerta y
deslizarnos dentro sin ser detectadas antes de que la cámara dé otra vuelta.

Con mi ganzúa ya metida entre mis dedos vestidos de cuero, trabajo sobre la
puerta mientras Nora está parada a un lado con su arma en mano.

—Diez segundos —la escucho susurrar.

No digo nada y continúo trabajando vigorosamente, agachada frente a la puerta.


Mi corazón empieza a latir más erráticamente, empujando la adrenalina
acaloradamente a través de mis venas.

—Cinco segundos.
Sudor empieza a gotear por la línea de mi cabello debajo de la tela ajustada.
Muerdo fuerte el interior de mi boca, tratando de no tirar la ganzúa.

—Tres.

Puedo sentir la cámara haciendo su camino de vuelta lenta y metódicamente,


como un par de ojos sobre mí en la oscuridad que no puedo ver pero sé que están ahí
y envía un estremecimiento hacia arriba por la parte trasera de mi cuello.

—Dos.

Hay un clic y la puerta se abre cuando agarro el pomo y lo giro.

Nos deslizamos dentro y cierro la puerta sin un segundo que perder.

Me detengo para recuperar mi respiración.

El tiempo tiene que ser perfecto. No necesariamente la evasión de la cámara,


sino todo de aquí en adelante. Precisamente a las diez y media de la noche, el sistema
de alarma en el edificio se activa automáticamente. Pero entre las siete y las diez de la
noche teníamos que esperar a que nuestros tres objetivos llegaran antes de que
pudiéramos actuar. Entrar era la parte fácil. Salir sería otra historia, teníamos que
completar esta misión sin atraer la atención, sin activar las alarmas, sin que uno de los
hombres de Pinceri alertara a docenas de otros sobre nuestra intrusión. Tenemos que
movernos a través de este edificio sin ser detectadas, llegar al octavo piso, obtener la
información de un objetivo, matarlo a él y a los otros dos silenciosamente, y luego salir
del edificio antes de que la alarma se active. Tengo dolor de cabeza sólo de pensarlo.

Retirando mi guante, bajo la mirada hacia mi reloj.

—Tenemos menos de quince minutos para lograr esto —susurro a Nora


mientras ella ajusta el pequeño audífono fijo dentro de su oreja.

También escucho la voz de Victor dentro del mío.

—Un hombre está posicionado justo afuera de la puerta del décimo piso —
dice—. Pero hay tres en el extremo lejano del pasillo.

Nora y yo asentimos la una a la otra, sabiendo lo que tenemos que hacer.

Después de meter mi ganzúa de vuelta debajo de la apretada tela en mi muñeca,


saco mi arma de la funda en mi muslo y sigo detrás de Nora mientras desciende los
escalones de concreto de la escalera. El aire es caliente y húmedo aquí donde no llega
el aire acondicionado, haciendo que mi traje se adhiera a mi piel incómodamente. El
sonido de nuestras botas bajando los escalones es débil, prácticamente imperceptible,
pero ligeramente aumentado por el eco del pequeño espacio. Opacas luces
fluorescentes dibujan una ruta para nosotras mientras hacemos nuestro camino hacia
el fondo y alcanzamos la alta puerta de metal que nos saca hacia el décimo piso.

—¿Izquierdo o derecho? —pregunta Nora a Victor.

—Lado derecho de la puerta —responde Victor, su profunda pero reconfortante


voz siempre es un consuelo para mí en estas misiones—. Está armado, pero su arma
está guardada en la funda.

Pasamos dos semanas analizando este edificio: enviando dentro a otros antes
que nosotros, mezclándose con los visitantes de día, quienes plantaron cámaras
ocultas para nosotros, enviando imágenes en tiempo real a Victor y James Woodard en
nuestro cuartel en Boston.

—Sólo hay una cámara de vigilancia en el pasillo —dice Victor—. Es fija. Esperen
mi señal.

Manteniendo los ojos en el hombre sentando en la habitación de vigilancia de


este edificio, sin Victor como nuestros ojos en el exterior, estaríamos completamente
ciegas a todo a nuestro alrededor.

Pasa todo un minuto, luego otro, y todo en lo que puedo pensar es cuántos
minutos tendremos Nora y yo para terminar con esto.

—Ahora —dice Victor insistentemente en nuestros oídos, estaba esperando a


que el hombre en la habitación de vigilancia dejara las múltiples pantallas frente a él
para hacer su meada nocturna y una carrera por café, prácticamente de acuerdo a lo
programado.

Nora abre la puerta cuidadosamente hacia el pasillo del décimo piso para no
dejarla que golpeé la pared y agarra al hombre haciendo guardia en el otro lado,
rompiendo su cuello antes de que pueda alcanzar su arma. Su pesado cuerpo se
desploma sobre sus brazos y juntas lo cargamos hacia la escalera y dejamos que la
puerta se cierre silenciosamente, ocultándolo de la vista de la cámara.

Sin perder tiempo, Nora y yo nos movemos rápidamente por el pasillo donde
justo al doblar la esquina, tres hombres vigilan el elevador.
Con nuestras armas silenciadas sacadas, damos la vuelta a la esquina para verlos
mirándonos de regreso con sus salvajes ojos redondos y manos rápidas.

—¡ALTO! —grita un hombre justo antes de que la bala de Nora pase volando a
través del aire y lo tiré como un pedazo de carne.

Apretando mi gatillo sin siquiera pensar en ello, pongo una bala en la cabeza de
otro hombre y se cae sobre el piso de losas blancas en un montón de peso muerto y
tela negra. El tercer hombre levanta su arma, pero Nora lo derriba antes de que pueda
disparar. Su arma golpea el piso y se desliza varios centímetros mientras él cae.

—¿Estamos despejados? —pregunto a Victor mientras Nora y yo arrastramos


dos cuerpos por los tobillos a través del piso hacia otra puerta, el sonido de sus trajes
moviéndose sobre las losas como una serpiente reptando a través de una cama de
hojas.

—Sí —dice Victor—. Está despejado, pero muévanse con rapidez; él no estará
lejos de su puesto por mucho tiempo.

Empujando la puerta con mi espalda para abrirla, arrastro el cuerpo dentro; las
largas y pesadas piernas golpean el piso alfombrado de lo que parece una oficina, con
un tun tun. Nora viene justo detrás de mí, dejando caer el segundo cuerpo.

—Limpia la escena —me dice mientras agarra al último cuerpo por los tobillos y
apuradamente lo arrastra hacia la misma dirección.

Agarro el arma del hombre que se había caído, metiéndola en mi bota, y luego
sacó un cuadrado de tela metido dentro de mi otra bota y limpio las pequeñas gotas de
sangre y una mancha notable, que han ensuciado el piso.

—Todavía está despejado —dice Victor.

Nora sale de la oficina justo cuando acomodo la revista que se había caído en el
piso cuidadosamente de vuelta en la silla.

Sin una palabra, Nora y yo nos movemos rápido pasando el elevador y por el
pasillo hacia otra escalera. El sonido de nuestras botas golpeando los escalones de
concreto mientras bajamos ahora es más audible. Nuestra respiración está menos
controlada, pero sólo una sorpresa o un disparo podrían romper nuestra
concentración.

A mitad del camino hacia el noveno piso, Victor dice:


—Está regresando. Hay dos hombres fuera de la puerta en el noveno piso…

—Pero no estamos yendo al noveno piso. —Corto.

No estaba en el plan. ¿Por qué nos desviábamos del plan: usar las escaleras
directas al octavo piso, eludiendo a más hombres en el vestíbulo? La única razón por
la que salimos y tomamos a esos hombres era porque estaban ubicados demasiado
cerca de las escaleras, nuestra ruta de escape más segura.

—Entendido —dice Nora y se precipita directo a la puerta del noveno piso, esta
vez haciendo ruido contra la pared, sin importarle o sin darse el tiempo para
controlarlo.

—¿Quién mierd…?

Tira al hombre al otro extremo de la sala de un sordo disparo.

—No te muevas. —Le dice al otro mientras este busca su arma en la parte de
atrás de sus pantalones.

Sus brazos se mueven a un lado, su bronceado y marcado rostro se retuerce con


temor.

—Mueve el cuerpo. —Me dice Nora, y hago lo que me ordena sin dudar o vacilar.
—De prisa.

El hombre en el traje le devuelve la mirada a Nora con brillantes ojos azules


enmarcados por un cabello oscuro y desordenado.

—¿Qué quieres? —pregunta con voz y manos temblorosas.

Escondo el cuerpo en otra oficina cercana.

—Él está a unos seis metros de la puerta del cuarto de vigilancia —nos dice
Victor acerca del guardia de la planta baja justo cuando regreso al vestíbulo.

Hay una sola cámara a nuestra derecha, pero contengo las ganas involuntarias
de mirarla. Puede que no identifique nuestros rostros cubiertos por las máscaras, pero
puede ver mis ojos, lo que me hace instintivamente cautelosa.

Pensando lo mismo, Nora y yo salimos del rango de la cámara rodeando la


pequeña esquina de la siguiente oficina, pero su arma sigue apuntando al hombre. Un
nudo se desliza por el medio de su garganta, haciéndolo mover su nuez de Adán. Los
fieros ojos café de ella nunca parpadean mientras mira fríamente a los ojos azules de
él, a unos pies de distancia.

—Baja las manos, y que parezca natural —exige Nora, sabiendo que si el tipo en
la sala de vigilancia lo ve así, sabrá que algo anda mal—. ¡Dije que las bajaras!

El hombre deja caer las manos de inmediato.

—No mires hacia nosotras —dice ella—. Dije que pareciera natural.

Hace lo que le ordena, aparatando los ojos. Da un paso más y presiona la espalda
contra la pared y luego cruza los brazos sobre el pecho para lucir natural.

—Está de regreso en el cuarto de vigilancia —nos advierte Victor.

—Ahora — le dice Nora al hombre—, cuando te comuniques con la vigilancia de


la planta de abajo, será mejor que sea creíble. Y lo mandes fuera de la habitación.

Los ojos del hombre se pliegan en confusión mientras sigue mirando hacia
delante, en lugar de nosotras. Su afilada mandíbula y su despeinado cabello oscuro se
mueven de un lado al otro de forma desconcertada.

—¿A… a qué se refiere? —pregunta, mirando vagamente hacia nuestra dirección,


pero de manera casual, nada sospechoso.

—Si eres inteligente —dice Nora fríamente—, lo sabrás. Sino, estarás muerto en
menos de treinta segundos.

De repente, sus ojos se mueven a los de Nora como si su concentración en ella se


acabara de romper. Instintivamente levanta los dedos a su auricular, pero se detiene
cuando ve por el rabillo del ojo el dedo de Nora moviéndose amenazante sobre el
gatillo: No hagas nada estúpido, revela. Te mataré en el acto.

Otro nudo bajó por la garganta del hombre.

Muy lentamente, presiona sus dedos sobre el auricular.

Entonces sonríe y mira a la cámara cercana al techo.

—Probamente se estén dando mamadas el uno al otro en el hueco de las


escaleras —le dice al hombre en el cuarto de vigilancia; un pequeño altavoz estaba
sujeto en la parte delantera de su corbata negra—. Vance y yo tenemos una apuesta
pendiente desde hace un tiempo: de cuántos hombres del décimo piso pueden
convencer a Carmen, parece que voy a ganar. —Él asiente, mirando a la cámara y
luego echa un vistazo en nuestra dirección para indicar la oficina detrás de nosotras—
. Sí, Vance está es la oficina hablando con esa chica otra vez. Ya sé, ya sé, le hablé de
esa mierda, pero parece que los adolescentes no son la única parte de la población que
no se pueden desconectar. Ja! ja! —tira su cabeza hacia atrás riendo (giro mis ojos)—.
Sí, que mierda. —El hombre nos mira brevemente; le devolvemos la mirada con
frialdad. Date prisa, le decían nuestras caras y el cañón de la pistola de Nora.

El hombre se aclara la garganta y vuelve la vista a la cámara.

—Oye, soy el único guardia en mi piso en este momento —dice—. ¿Te


importaría traer algo de la máquina expendedora? —hace una pausa, escuchando la
respuesta del otro hombre—. Oye, no te preocupes; este lugar ha estado tranquilo
como el infierno desde hace meses. Pinceri debería pagarnos de más solo para
mantenernos despiertos. —Se ríe de algo que le dice el hombre por el auricular. Luego
asiente—. Sí, cualquier cosa. Estoy hambriento. Gracias.

Unos silenciosos e intensos segundos pasaron dónde nadie dice nada. El hombre
continúa actuando casual incluso aunque desde este ángulo parecía a punto de
orinarse encima.

—Está dejando el cuarto de vigilancia —nos dice Victor por los auriculares.

Con eso, Nora camina inmediatamente desde la esquina con el arma apuntando
al tipo. Un segundo después, otra bala atraviesa el aire y el hombre cae al suelo,
muerto.

—Está entrando al elevador norte —nos dice Victor mientras arrastramos al


hombre, Nora por los brazos, yo por los pies, dentro de la oficina con el otro hombre
muerto.

Luego de ocultar el cuerpo, Nora y yo nos apresuramos por el pasillo hacia el


elevador norte y nos detenemos en frente de las plateadas puertas corredizas, viendo
los números de los pisos encenderse mientras el elevador se mueve lentamente. El
reloj se está moviendo. El tiempo filtrándose entre nuestros dedos como el agua.

Piso seis.

Nora pone los ojos en blanco y suspira miserablemente como si el aburrimiento


de la espera la estuviera matando.
—Así que, cuéntame que le gusta a Victor en la cama —dice con tanta
indiferencia que me toma desprevenida y pone un nudo territorial en mi estómago.

—¿Ah? —es todo lo que puedo decir, estoy tan sorprendida por su pregunta.

Piso siete.

Se ríe suavemente, mirando hacia mí, pero manteniendo la mayor parte de su


atención en las puertas del elevador.

—Oye —dice, moviendo la mano desarmada como si tratara de calmar una


tormenta antes de que se agite—, solo tengo curiosidad porque es hermano de Niklas.
No puedo solo preguntarte como folla Niklas, todavía me pregunto si has flotado en
esas aguas.

Sacudo mi cabeza con asombro.

—Eres una mujer extraña —le digo, tratando de no reírme.

—Nah —dice ella—. Solo tengo mejores habilidades comunicativas.

Me río esta vez.

—¿En serio? —le digo con incredulidad y sarcasmo—. Yo diría que tus
habilidades comunicativas necesitan algo de práctica, eres demasiado contundente en
mi opinión. De todas las mierdas en las que eres buena —la señalo brevemente—, la
comunicación no es una de ellas.

Piso ocho.

Nora se encoge de hombros.

—Creo que sí —dice en desacuerdo—. Digo las cosas como son. ¿Por qué, y
disculpa el cliché, darle vueltas al puto asunto? Lo que digo es que solo sigas adelante.

—¿Seguir adelante significa que quieres saber que tal es Niklas en la cama? —
podía escuchar el elevador acercándose ahora, el sonido del metal sobre el metal—.
Bien, si estuvieras tan a favor de seguir adelante, asumo que pasarías de preguntarme
y solo le pedirías a Niklas que te enseñara como folla.

Piso nueve.

Las puertas del elevador se abren muy lentamente, revelando al hombre del
cuarto de vigilancia parte por parte.
—Sí, bueno, es difícil hacerlo cuando no lo podemos encontrar —dice Nora—.
Piensa en ello como tú y yo estrechando lazos.

El hombre regordete en un traje mal ajustado nos mira desde el elevador con los
ojos abiertos. Alcanza su arma. Con mi mirada puesta en Nora, alzo mi pistola hacia él
y presiono el gatillo.

—¿Estrechando lazos? —le digo mientras el gran peso del cuerpo del hombre
cae al piso del ascensor con un ruido sordo. Una bolsa de papas fritas y otros
alimentos de la máquina expendedora caen de su mano. Enfundo mi arma en mi bota,
y cada una, Nora y yo, toma un tobillo y empezamos a arrastrar su cuerpo fuera.

—Bueno, sí —dice, luchando con el peso muerto mientras lo deslizamos a través


del piso de azulejos. El elevador suena y cierra las puertas—. Gastamos todo nuestro
tiempo entrenando y tomando todo tan en serio, que creí que sería bueno conocerte…
¿qué demonios se comió este tipo, un auto?

—¿Preguntándome que tal es Victor en la cama? —digo haciendo una


declaración.

—Sí —dice con otro encogimiento de hombros, deja caer la pierna en la oficina
vacía y comienza a levantarse—. ¿Por qué no?

—Porque es privado —digo, tirando la pierna y enderezándome también.

Salimos de la habitación y caminamos hasta las escaleras.

—¿Y por qué el repentino interés en Niklas?

La puerta de las escaleras se cierra detrás de nosotras con apenas ruido.

—Oh, el interés ha estado ahí durante un tiempo —admite—. Sentía curiosidad


por saber cuándo mi hermana se lo follaba. Ella gritaba un montón.

Levanto una ceja.

—Como dije, eres una mujer extraña.

Rápidamente tomamos las escaleras al octavo piso, viendo la alta puerta de


metal del frente.

—Hay dos hombres en el vestíbulo custodiando la entrada de la habitación —


oigo la voz de Victor en mi oído. Me desconcierta un poco esta vez, considerando la
naturaleza de mi conversación con Nora, y el hecho de que por un momento había
olvidado que estaba escuchando todo lo que decíamos. Mi rostro se sonroja.

—Y por cierto —añade Victor—. El cómo me follo a Izabel no es de tu maldita


incumbencia.

Nora me sonríe. Le devuelvo la sonrisa. Atravesamos la puerta de las escaleras


con las armas desenfundadas, y sacamos a los hombres que están de guardia antes de
entrar en la habitación que tiene a nuestros objetivos como si fuéramos las dueñas del
lugar.

Porque en este punto, lo somos.


Traducido por Apolineah17

Izabel

La habitación está llena de silencio mientras los objetivos miran hacia


nosotras desde una larga mesa colocada horizontalmente a través del fondo de la
habitación. Trajes. Relojes Rolex. Bien afeitados. Cabello peinado hacia atrás en una
especie de onda color chocolate está Pinceri, el hombre en el centro, como algún jefe
mafioso del crimen. Aunque él no es para nada un mafioso: es un ladrón profesional.

Me muevo a la derecha mientras Nora se mueve a la izquierda, ambas


dirigiéndonos directamente hacia la mesa con nuestras armas apuntando a los dos
hombres a cada lado de Pinceri.

Pinceri se pone de pie lentamente, moviendo las manos, con las palmas hacia
arriba, hacia afuera a sus costados a modo de rendición, aunque más tranquilo de lo
que esperaba.

—Ahora, vamos a hablar de esto —dice en una encantadora voz relajada, el tipo
de voz que ha dominado el arte de seducir a las mujeres—. No hay necesidad de
violencia. Qué les parece si bajan las armas y tenemos una conversación civilizada.

Suena un disparo amortiguado. Entonces un escalofriante ruido sordo y un


chasquido mientras la bala de la pistola de Nora se entierra en el cráneo del hombre a
la derecha de Pinceri. Él cae desplomado contra la mesa, con un brazo colgando sobre
el brazo de la silla, balanceándose de un lado a otro como un péndulo por un breve
momento antes de que se quede quieto.

—Este es todo tuyo 53642.70 —me incita Nora, manteniendo su arma apuntada
sobre Pinceri, quien no parece afectado por el hombre muerto a su lado.

Nora asiente hacia mí en dirección a Pinceri.


Muevo mi arma del hombre a su izquierda y la apunto sobre Pinceri en su lugar,
mientras Nora camina alrededor, pasa a mi lado y va hacia la mesa. Apuntando su
arma al rostro del otro objetivo demanda:

—Levántate —y él lo hace sin dudarlo, la mirada aprehensiva en su rostro


fuertemente arrugado cubierto por la edad y por el daño solar.

Pinceri permanece tranquilo e impávido.

No hay mucho tiempo, sigo diciéndome a mí misma.

Voy directo al punto.

—Como respondas mi pregunta —le digo a un sonriente Pinceri—, determinará


si vives o mueres.

Su sonrisa parece más como una mueca ahora, y gira su cabeza en un ángulo,
mirándome de reojo. Entonces abre los brazos ampliamente frente a él, con las palmas
hacia arriba, y dice:

—Bueno, por supuesto, hónrame con tu pregunta.

El hombre a la izquierda de Pinceri mira entre nosotros tres, moviendo


únicamente sus ojos —está aterrorizado, a diferencia de su confiado jefe cuya actitud
relajada está, lo admito, confundiéndome un poco. Estoy acostumbrada al miedo y a la
torpeza, a la súplica en manos y rodillas, diciéndome que ellos me darán todo lo que
quiera, que harán por mí todo lo que quiera.

—¿Bajo qué nombre está asegurada la cuenta de Levington Daws en Suecia? —


pregunto, observando a Pinceri atentamente sobre el cañón de mi arma apuntando a
su rostro—. ¿Y quién, además de ti, tiene acceso a ella?

La sonrisa de Pinceri se vuelve más interesante.

—¿Es por eso que están aquí? —pregunta, ladeando su bien arreglada cabeza
hacia el otro lado.

¡Un ruido sordo!

El hombre a la izquierda de Pinceri cae muerto al suelo. Pinceri ni se inmuta.

Nora toma un nuevo cargador de su cinturón y recarga su arma.


—Continúa —dice a medida que presiona su trasero contra la enorme mesa,
asegurando el cargador en su lugar.

Pinceri y yo entrelazamos miradas.

—Sí —prosigo—, eso por eso que estamos aquí.

—Y piensan que matando a dos de mis hombres de más confianza —dice Pinceri
con aplomo—, simplemente les daré esa información, siempre puedo contratar más
hombres. —Sonríe—. Y ustedes no me matarán porque soy el único que puede darles
aquello por lo que vinieron aquí. —Se estira hacia arriba con ambas manos y
casualmente tira de la solapa de la chaqueta de su traje como para enderezarla.

—Pero, ¿estás dispuesto a arriesgar lo mismo por tu esposa? —pregunto con


confianza, sosteniendo todas las cartas.

Él no se inmuta —tal vez sólo un poco, pero de nuevo, eso podría haber sido
simplemente yo pensando que él debería hacerlo.

—¿Qué tiene que ver mi esposa con esto?

Sonrío, a pesar de que él no puede ver nada de mi rostro además de mis ojos, y
doy otro paso hacia él.

—Oh, ya sabes cómo funcionan estas cosas —provoco, él puede no ver la sonrisa
en mi rostro, pero seguramente puede escucharla en mi voz—. Sabes que si pudimos
llegar a esta habitación sin activar ninguna alarma, no habríamos venido aquí si no
estuviéramos preparadas.

—Entonces, estás diciendo que tienen a mi esposa. —Suspira, no con rendición o


preocupación, sino como si estuviera aburrido. Entonces se estira y frota la suavidad
de su barbilla con la punta de sus dedos—. ¿Ese es el trato: la información por la vida
de mi esposa?

Sintiendo que tal vez él no nos cree, Nora se empuja de la mesa y camina a lo
largo de ella hacia él. Sacando una fotografía de su bota, la arroja sobre la mesa frente
a Pinceri.

Él baja la mirada hacia ella, entonces la levanta nuevamente hacia nosotras,


antes de tomarla en sus dedos. La analiza por un breve momento para confirmar que
la mujer, golpeada, ensangrentada y atada a las tuberías de agua en el sótano de un
edificio abandonado, es de hecho, su esposa.
Baja la fotografía, todavía inquebrantable, y cuanto más estoy aquí de pie con
este pedazo de mierda que parece como si no se preocupara por lo que le hemos
hecho a su esposa, más quiero dispararle por principio. Pero tengo que recordarme
que él probablemente está tratando de mantener la calma, evitando mostrar su
verdadera preocupación.

Pinceri sonríe suavemente y entrelaza sus manos en su trasero.

—Ahora, te lo preguntaré de nuevo —digo—. ¿Bajo qué nombre está asegurada


la cuenta de Levington Daws en Suecia y quién tiene acceso a ella?

Pinceri sonríe.

Aprieto los dientes.

Nora me mira desde la corta distancia a través de la habitación, pero no dice


nada —esta es mi misión, mi contrato, mi blanco y, por lo tanto, mis decisiones. Por no
mencionar parte de mi entrenamiento, y sé que todo lo que haga y todo lo que diga no
sólo tendrá consecuencias, sino que será juzgado. Por Nora. Por Victor. Por todos.

Pongo una bala en el muslo derecho de Pinceri.

Él cae contra la alta silla de cuero detrás de él, una mano involuntariamente
agarrando la mesa para mantener el equilibrio; la fotografía de su esposa deslizándose
lejos debajo de sus dedos mientras él se hunde más profundamente en el cuero.

—¡Mieerda! —gime con los dientes apretados.

Y entonces se ríe.

Mantengo mi arma apuntada sobre él, nunca rompiendo mi determinada


disposición.

—Adelante —desafía, haciendo una mueca bajo la tensión de su herida—. Puedo


comprar nuevas piernas también si tengo que hacerlo… no vas a conseguir la
información, sin importar con la vida de quién me amenaces. —De alguna manera
nunca pierde su sonrisa, a pesar de que está fuertemente manipulada por el dolor.

—¿Ni siquiera tu esposa? —Lo presiono, empujando el arma en el aire hacia él


con énfasis—. ¿El dinero es más importante para ti que tu esposa? —La rabia dentro
de mí está creciendo, saliendo a la superficie.
Él se ríe ligeramente, haciendo una mueca mientras trata de ajustarse dentro de
la silla, ambas manos agarrando su muslo por debajo de la mesa. En el segundo en que
me doy cuenta de que ya no puedo ver sus manos, salto sobre la mesa delante de él,
extendiendo mi pierna y plantando la suela de mi bota en su pecho, pateándolo lejos.
La silla patina hacia atrás sólo unos centímetros, y se tambalea precariamente sobre
sus dos patas traseras antes de quedar horizontalmente sobre el piso.

Con mi arma todavía apuntando a su cabeza, estiro mi mano libre y palpo


alrededor por el arma que instintivamente sabía que estaba fijada en la parte inferior
de la mesa. Todavía agachada sobre la superficie de la mesa, deslizo el arma de Pinceri
a lo largo de la mesa donde Nora la detiene con la mano.

Pinceri simplemente me mira desde la silla todavía sonriendo, negando con la


cabeza. La sangre empapa la pierna de su pantalón y gotea en un pequeño charco
debajo de él sobre el caro mármol.

—Responde mi maldita pregunta —exijo, bajando la mirada hacia él desde mi


posición en cuclillas sobre la mesa, con mi dedo en el gatillo.

—Dos mil millones de dólares son más importantes para mí que cualquiera —
dice sin dudar, sin arrepentimiento—. Incluso que mi esposa.

Aprieto los dientes.

—¿Victor?

Espero por su respuesta.

Victor

Apartando la vista de la pantalla de la computadora instalada en la casa de la Sra.


Pinceri, miro a la mujer de pie en la habitación con una molesta boca contraída. Su
cabello rubio grisáceo se encuentra fijado en rizos por encima de sus hombros. Lleva
un vestido largo color crema con un pañuelo color cobre alrededor de su cuello. Es sus
cansados y envejecidos ojos azules hay una mirada de venganza. Y dolor. He visto esa
mirada antes, en mujeres cuyos maridos las han reemplazado por una más joven y
más vibrante compañía.
—¿Qué será, Sra. Pinceri?

Ella traga, de pie con los brazos cruzados mientras mira sólo a la pantalla con la
imagen en directo de su marido siendo alimentada a través de la cámara oculta en el
rostro enmascarado de Izabel.

—Mata al bastardo —lo sentencia con ácido en su voz.

Asiento y giro nuevamente hacia la pantalla.

Izabel
—Elimínalo —escucho a Victor decir.

Sonrío y me empujo para ponerme de pie antes de bajar de un salto de la mesa.


Los ojos de Pinceri siguen todos mis movimientos.

El reloj está corriendo, me recuerdo.

—¿Seguro que no quieres reconsiderar tu respuesta? —pregunto, aunque sé que


no lo hará.

—Puedes irte a la mierda —escupe las palabras—. Y dile a quienquiera que sea
tu cliente, que pueden hacer lo mismo.

Mi sonrisa se vuelve más amplia y deseo que él pudiera verla.

Presionando el cañón de mi silenciador en su frente, digo con satisfacción:

—Tu esposa es nuestro cliente —y soy testigo de cómo su sonrisa cae antes de
apretar el gatillo y salpicar sus sesos contra la pared.

—Vámonos —dice Nora detrás de mí con urgencia.

Irrumpimos al pasillo y nos dirigimos por la escalera cercana al ascensor.

—Dos minutos —digo mientras ella balancea la puerta abierta—. No creo que
vayamos a lograrlo.

—Lo haremos.
Espero que tenga razón porque si no lo hacemos, si no logramos atravesar la
puerta de la azotea antes de que la alarma automática se active, saldremos y los
hombres de Pinceri estarán estacionados en la planta baja probablemente esperando
por nosotras afuera para el momento en que bajemos por un costado del edificio.

—Tal vez deberíamos haber tomado el ascensor —digo entre respiraciones


forzadas a medida que hacemos nuestro camino rápidamente hacia arriba por los
escalones de concreto.

—No, los ascensores son demasiado lentos —dice Nora; el sonido de nuestras
botas golpeando el concreto hace eco por la escalera detrás de nosotras, mucho más
fuerte esta vez—. Conté el tiempo que le tomó al ascensor llegar al noveno piso
cuando el guardia de la sala de vigilancia llegó arriba, así como el tiempo que nos tomó
en las escaleras bajar, somos más rápidas.

Ella nunca deja de sorprenderme. Y me hace sentir como una aficionada.

Sólo unos pasos más.

Sin saber cuántos segundos tenemos de sobra, cuando llegamos al techo, empujo
ambas manos sobre el pomo de la puerta y aprieto los dientes, empujándola para
abrirse con todas mis fuerzas, haciendo una mueca mientras me preparo para el
sonido de la alarma.

No se dispara. Lo hicimos.

Nora cierra la puerta rápidamente y al instante se bloquea desde adentro. Una


pequeña luz roja aparece en el panel de la puerta, una luz que no había estado allí
antes cuando estaba cerrada, lo que sólo puedo significar que la alarma acaba de
ponerse.

A pesar de que sin duda hemos ganado algo de tiempo al no activar la alarma, no
nos detenemos ni por un segundo para descansar, hay un rastro de cadáveres que
quedan en el edificio y es sólo cuestión de tiempo antes de que alguien tropiece con
uno y de aviso. Me gustaría descansar, más que nada, porque esta estúpida máscara
pegándose a mi cabeza como un grueso par de medias está haciendo que mi cabeza
pique como loca, al igual que lo hacía cuando tuve piojos en el compuesto en México,
pero tendré que soportar la picazón por un poco más de tiempo.

Nora y yo recuperamos nuestras mochilas negras escondidas en un rincón


oscuro en el techo.
—Nunca he hecho esto antes —digo a medida que balanceo la mía en mi espalda
y la fijo en su lugar mediante las correas cruzando mi pecho.

—Dijiste que no le tenías miedo a las alturas. —La mochila de Nora está
asegurada a su espalda antes que incluso la mía lo estuviera.

Agarra el artefacto de metal del cable desde donde voy a descender y lo sujeta a
mi arnés, fijándolo firmemente en su lugar.

—No le tengo miedo a las alturas —le digo y trago nerviosamente—. Es sólo que
es un maldito largo camino hacia abajo.

Ella me sonríe y tironea una última vez de mi arnés para asegurarse de que es
seguro.

—Entonces no te caigas maldita sea—dice con una sonrisa.

Sonrío y la sigo al borde de la azotea.

Y sin tiempo para tener ningún tipo de dudas, agarro mi apretado cable en mis
manos enguantadas, doy un paso por encima de la pared del tejado y empiezo a
impulsarme hacia abajo.

Por el quinto piso, bajando por un costado del edificio, esa pequeña pizca de
miedo que tenía se ha drenado completamente de mi cuerpo.

Seguimos hacia la fachada del edificio, manteniéndonos fuera de la vista de


cualquier ventana mientras escalamos cuidadosamente el resto del camino hacia
abajo, llegando a una parada segura en el suelo de la parte trasera del edificio donde
no hay tráfico ni gente; sólo una fila de contendedores malolientes de basura y un
callejón oscuro que nos llevará de regreso a nuestro carro estacionado a un costado de
la carretera.

Después de liberarme del cable, lo primero que hago es quitarme esa maldita
máscara y meterla en la parte delantera de mi body, entre mis pechos. Al instante
siento alivio a medida que el aire inunda mi picante y sudorosa piel.

Nora se deja la suya puesta.

Llegamos al carro en menos de tres minutos y estamos en nuestro camino de


regreso a Boston sin ninguna complicación.
Traducido por Adaly & martinafab

Izabel

Durante el viaje de regreso a Boston, Nora habla mucho como de


costumbre, pero se niega a hablar de la misión.

—Creo que fue bien —digo mientras vamos por la carretera oscura, casi vacía—.
Nadie vivo nos vio, el tiempo se nos estaba acabando, pero fue perfecto, y…

—Vamos Izabel —corta, mirándome brevemente desde el asiento del conductor;


cabello largo y despeinado cubriendo sus hombros—. No hablemos de eso ahora.
Quiero relajarme, disfrutar el viaje de regreso —Devuelve la mirada y sonríe
sugestivamente antes de poner sus ojos devuelta en la carretera.

—Entonces, respecto a Niklas.

Suspiro y sacudo la cabeza, encorvándome contra el asiento del pasajero para


ponerme más cómoda.

—Es un idiota, Nora —digo—. Eso es todo lo que sé, y es una mierda que ya
sabias, ¿en su lugar por qué no tratas de conocer a Fredrik? Él necesita a una mujer.
Nicklas… bueno, creo que todo lo que alguna vez vas a conseguir de él es un buen
polvo o dos.

Eso no salió bien, no era mi intención insinuar que creía que debe ser “bueno” en
la cama. Afortunadamente apagamos los micrófonos hace mucho tiempo y Victor no
está escuchando más… hablando sobre incomodidad.

Nora atrapa mi mirada, y cuando se la regreso hay una sonrisa bailando en sus
labios.
—Un buen polvo o dos es todo lo que quiero.

Eso no me sorprende mucho, la verdad, pero provoca un tema completamente


nuevo.

Descruzando los brazos, me siento más erguida y la miro con interés.

—Solo por curiosidad —digo—, ¿alguna vez tuviste sentimientos por un hombre
antes? —Levanto mi espalda del asiento, girando en un ángulo tal que ella tiene toda
mi atención—. Quiero decir, ¿algo más que sexo?

Nora hace ruido con sus labios sin pintar y niega con la cabeza.

—No —dice—. No tengo ningún interés en nada más que en sexo.

Me rio ligeramente y recuesto de nuevo en el asiento.

—Bueno, nunca se sabe —digo con confianza—. Esa pequeña y sucia palabra con
A tiene una tendencia a acercarse sigilosamente a uno, y no hay absolutamente nada
que puedas hacer al respecto cuando lo hace.

—Mataría a un hombre antes de enamorarme de él —dice y da un vistazo—.


Nunca me acerco demasiado.

Por un momento no sé qué decir a eso.

—Bueno, entonces retracto lo que dije de Fredrik, Niklas es una mejor opción
para ti. A demás, Fredrik podría tener algo con esa camarera.

Nora se ríe—. Si crees eso, te estás mintiendo.

—¿Por qué? Parece que le gusta. Han sido dos semanas, y él no la ha perdido o
no se ha deshecho de ella aún, creo que es dulce. Él necesita a alguien así.

—Oh, Izabel —dice Nora en un tono compasivo—, ese hombre no puede estar
con una chica dulce e inocente como ella. Confía en mí en esto: nadie puede
reemplazar a Serafina, excepto una mujer que es prácticamente su igual, recuerda mis
palabras.

No quiero creer eso. Quiero que Fredrik sea feliz, y hasta ahora Emily, una
camarera de buen corazón que no sabe nada sobre nosotros, parece que ella podría
ser alguien para darle a Fredrik esa felicidad. Elijo no creerle a Nora. Por supuesto, en
el fondo de mi mente, no puedo evitar preguntarme si ella tiene razón. Porque
normalmente la tiene.

—¿Qué hay sobre ti? —pregunta.

—¿Qué hay sobre mí?

—¿No crees que tu vida sería más fácil si no dejas que los lazos se pongan en el
camino?

Lo pienso.

—A veces —respondo, mirando por el parabrisas, mirando las líneas dobles


amarillas ser tragadas por el capó del auto, porque a veces Nora tiende a manejar por
el centro del camino por alguna razón—. Sé que apegarse a las personas es un
obstáculo en esta área de trabajo, pero también creo que es una desventaja no ser
capaz de amar y sentir el amor.

—¿Por qué?

Hago una pausa, pensando en Victor, en Dina.

—Porque creo que el amor hace a una persona más fuerte —respondo.

Veo a Nora sacudir la cabeza desde la esquina de mi ojo.

—¿Mas fuerte? —dice—. No, Izabel, es exactamente lo opuesto. Amar a alguien


es tomar la responsabilidad de mantenerlo a salvo, de preocuparte por ellos. Es solo
una carga.

—Bueno, creo que está equivocada —digo—. Amar a alguien significa que tienes
algo en la vida por lo cual luchar, algo por lo cual vivir. Supongo que no lo sabrías,
nunca has sentido amor, por lo cual no lo puedes entender.

Decido dejarlo en paz, concluyendo que no hay nada más que pueda decirle a
alguien como Nora, porque ella es, en cierto sentido, no tan humano como el resto de
nosotros.

Pero entonces dice—: Amé a mi hermana —y me trago mis pensamientos.

—De hecho —continua—, la amé por un largo tiempo antes de que tuviera que
matarla a causa de mis sentimientos por ella. Vive y aprende, nunca cometeré ese
error de nuevo.
Le sonrío con un dejo de sarcasmo.

—Dices eso, Nora, pero un día, veras que tengo razón. Recuerda mis palabras.

Se encoge de hombros y entonces enciende su luz intermitente.

—¿Así que te arrepientes de estar enamorada de Javier?

Eso me agarra por sorpresa, me toma un momento ordenar mis pensamientos.


Lo he dicho en más de una ocasión que estoy avergonzada de alguna vez haber amado
a un hombre tan frio y brutal como mi captor, Javier Ruiz. Y lo estoy. La parte de mí
que sabe es no aceptable en la sociedad, esta avergonzada. Pero el resto de mí esta
agradecida de haberlo querido.

—No —digo—, no me arrepiento de amar a Javier. Porque ese amor que sentí
por él fue lo único que me mantuvo viva los nueve años que pase en ese complejo. Me
dio fuerza, me mantuvo viva. No era el mismo tipo de amor que siento por Victor, pero
era amor, sin embargo me salvo.

Por primera vez en la historia, desde que nos conocimos Nora y yo, parecía no
tener una respuesta que valiera la pena.

Victor no está en la cama cuando me despierto el día siguiente. Siempre se


levanta temprano, a veces antes del amanecer. Pero normalmente, me despierta, dice
que funciona mejor durante todo el día si puede follarme a primera hora en la
mañana. Ciertamente no le discuto.

Estoy decepcionada que no sea el caso este día. Lo único que queda de él es su
deliciosa esencia en la almohada junto a mí, y en todas las sábanas, y el dolor de
bienvenida entre mis piernas por el sexo que tuvimos anoche.

Me arrastro fuera de la cama desnuda y me meto en la ducha para prepararme


para mi reunión con todos a las 8:00 am y presentar sobre la misión de anoche. Me
visto con un juego de pantalones negros y un par de zapatos de tacón negro.
Recogiendo mí cabello en una coleta alta en la parte posterior de mi cabeza, la tiro con
fuerza, mirándome en el espejo por un largo e interminable momento. No sé por qué
esta vez estoy tan nerviosa, tal vez porque ni Nora ni Victor hablaran de la misión
cuando estaba sola con ellos. Normalmente, suelen decir algo, aunque solo pequeños
comentarios aquí y allá, nunca antes han convocado a una reunión para discutir mis
misiones. Todo el mundo estará ahí, menos Niklas, incluso Dorian Flynn; esta será su
primera vez uniéndose de nuevo a nosotros en la mesa desde que Victor lo dejo fuera
de la célda, ya que descubrió que la lealtad de Dorian no solo se descansan con Victor
Faust, sino también con la inteligencia estadounidense.

Tal vez de eso es lo que se trata todo esto, el por qué una reunión ha sido
convocada: Dorian se está volviendo a integrar a nuestro círculo.

Si, tiene que ser eso, trato de decirme mientras tomo una respiración y me alejo
del espejo. Pero eso no sofoca los nervios que siento en mis entrañas.

Las puertas dobles grandes de la sala de reuniones esta cerradas cuando me


encuentro con ellos llevando una botella de agua en una mano y mi teléfono celular en
la otra.

—Gracias —le digo al guardia parado fuera de las puertas cuando las abre para
mí.

Tomo una respiración profunda cuando entro en la gran habitación y cinco pares
de ojos están sobre mí, siguiendo cada uno de mis movimientos mientras hago mi
camino a lo largo de la mesa hacia mi asiento a la derecha de Nora. Ahora se sienta a la
derecha de Victor, lo cual me molesta en varios niveles, pero sé que es mejor no decir
nada sobre eso en voz alta.

Para romper mi propia tensión, miro primero a Dorian y sonrío.

—Es bueno verte de nuevo —digo cuando me siento en mi silla.

—Es bueno estar de vuelta —dice con una sonrisa aún más grande que la mía.

Sus moretones, infligidos por el interrogatorio de Fredrik, han desaparecido.


Pero me doy cuenta de que hay dos cortes a juego que aún están sanando, corriendo a
ambos lados de su cuello, comenzando justo detrás de las orejas y bajando hacia el
centro de su garganta para crear casi un perfecto triangulo al revés. Me estremezco y
trago nerviosamente cuando la imagen de Fredrik arrastrando su espada a través de
la carne de Dorian pasa por mi mente. Pero Dorian, hasta el momento, parece ser el
mismo que alguna vez fue, luciendo ese cabello corto, rubio y puntiagudo enmarcando
su atractivo rostro, equipado con una sonrisa diabólica y los ojos azules multifacéticos
por los que es famoso.
Ahora me dirijo a Fredrik, colocando mi botella de agua y teléfono celular en la
mesa, y ofreciéndole una sonrisa pequeña, más en mis ojos que en mis labios. Él
asiente con la cabeza en respuesta, lo cual no parece mucho, pero teniendo en cuenta
que es una buena señal. Tomaré lo que puedo conseguir, porque amo y extraño a mi
hermano, Fredrik, incluso si es un enfermo, bastardo demente con una sed de sangre
incomparable con cualquier asesino que nunca haya visto.

—Comencemos —dice Victor, levantando su espalda de la silla, dobla las manos


en la mesa frente a él.

Cada uno nos volvemos a mirarlo de forma simultánea.

—Si ya no es obvio —comienza Victor— he llegado a un acuerdo con Flynn —


todos los ojos miran a Dorian brevemente—, lo dejé vivir... al menos el tiempo
suficiente para que vea lo que sus empleadores tienen que decir con respecto a este
acuerdo del que Flynn habló. Me reuniré con ellos en dos días para discutir un
acuerdo.

Esta no es la primera vez que escucho de esto; Victor ha hablado conmigo en


privado acerca de sus decisiones relativas a Dorian, pero como siempre, estoy segura
de que no me dijo todo, y es así que me aferro a cada una de sus palabras como todos
los demás en la mesa.

—En cualquier otro caso —continúa—, Flynn ya estaría muerto, pero esto es un
asunto delicado. No confío en él —Dorian me mira con pesar a través de la mesa—,
pero tampoco creo que sus razones para estar aquí sean engañosas.

—¿Así que vas a hacer un trato con sus empleadores? —habla Nora con
sospecha en su voz.

—Eso sigue estando en cuestión —responde Victor—. Como ya he dicho, me


reuniré con ellos primero. Qué decisiones se tomarán durante y después de la reunión
dependerán de muchos factores.

—Creo que es firmar un pacto con el diablo —le advierte Nora—. Si te


comprometes a trabajar para ellos, todos vamos a estar prácticamente bajo su control.

—No —le corta Victor, y luego mira directamente a Dorian con una especie de
amenaza silenciosa—. Mi Orden permanecerá siendo mi Orden, como Dorian y yo
hemos discutido. Nunca nada se llevará a cabo de lo que no esté totalmente de
acuerdo. Ningún cambio tomará lugar en mi organización a menos que yo sea el que
los haga. No les deberé nada y ellos cumplirán con mis términos, o no conseguirán
nada. —Los ojos de Victor caen sobre cada uno de nosotros en turnos mientras explica
con rígida certeza—. Si se hace un acuerdo, nada va a cambiar a parte de la adición de
un nuevo cliente. No me dejaré intimidar por el gobierno; no me veré amenazado; no
voy a ser controlado.

Se vuelve hacia Dorian de nuevo y sostiene su mirada inquebrantable.

—Flynn lo sabe debido a que a sus empleadores me están buscando a mí para


ayudarles ya que son incapaces de proteger a aquellos que él ama de mí, incluyendo a
Tessa.

Trago saliva, sabiendo que Victor nunca hace una amenaza que no llevará a cabo.
¿Pero Tessa? Es una mujer inocente, ¿realmente la mataría si Dorian o estos hombres
para los que trabaja lo traicionaran? Tengo que creer que no lo haría, que esto es sólo
para mostrar que puede mantener a raya a Dorian.

—En su mayor parte, creo que Dorian es digno de confianza —digo—. No sé


sobre sus empleadores, probablemente no mucho, pero yo creo en Dorian. —Él me
sonríe suavemente, dándome las gracias con la mirada.

—Aun así —dice Victor—, tú, ni nadie en mi Orden podrá darle jamás a Flynn
cualquier información que yo no haya autorizado. De aquí en adelante, Flynn sólo
tomará órdenes de mí; no habrá paso de órdenes o información de cualquier tipo a
Flynn a menos que yo lo ordene específicamente. Flynn no va a ir a misiones solo, ni
dirigirá ninguna misión. Deberá estar acompañado por uno de ustedes, Niklas, o un
agente de la Primera División, en todo momento.

Dorian no dice nada. Ni siquiera puedo decir si estas nuevas estipulaciones le


molestan o no. Pero supongo que son mejores que estar muerto.

—Espera... —Nora presiona la espalda contra la silla y se cruza los brazos


desnudos sobre el pecho. Frunce los labios pintados de rojo oscuro, mirando a Dorian
con recelo—. Entonces lo que dices es que todavía va a estar trabajando para ti,
¿mientras que al mismo tiempo trabaja para la inteligencia estadounidense? —Sacude
la cabeza con rechazo, masticándose el interior de la boca—. No se puede servir a dos
maestros, maestros que luchan por el poder, no lo comparten. —Se inclina hacia
adelante contra la mesa, sus ojos oscuros como brasas penetrantes atravesando a
Dorian—. ¿A qué maestro sirves, Dorian Flynn? ¿A los que te trajeron a este mundo
oscuro, o al que te sacará de él?
Ahora esa es la inteligente, fría y calculadora Nora Kessler que he llegado a
envidiar, la misma peligrosa mujer que era cuando entró en nuestras vidas y afectó
nuestras amargas esencias.

Me doy cuenta de que Fredrik está mirando silenciosamente a Nora con un poco
más de interés del que estoy acostumbrada a verle mostrar, y no estoy segura de sí me
gusta o no. Ni siquiera estoy segura de entenderlo.

Dorian ladea la cabeza hacia un lado, estudiando a la hermosa, astuta rubia que
no hace mucho tiempo le disparó en ambos hombros, lo hizo quedar como un tonto, lo
manipuló con una habilidad que nunca podría igualar, y le obligó a confesarnos quién
es realmente. Es debido a ella que está en esta situación con Victor. Me pregunto a
cuánto de él le encantaría nada más que envolver las manos alrededor de su garganta
y ahogarla hasta la muerte.

—Eres muy hermosa —dice con una voz juguetona suave; sus brillantes ojos
azules brillando bajo la luz fluorescente por encima de la mesa—. Pero eres una
maldita perra bocazas. —Él sonríe, inclinándose hacia adelante, presionando el pecho
contra el borde de la mesa justo como Nora—. No sirvo a ningún puto maestro —
dice—, pero si tengo que elegir, siempre hará la elección que se adapte a las
circunstancias.

Mi cabeza se vuelve repentinamente hacia Dorian, definitivamente esa no es el


tipo de respuesta que hubiera dado teniendo en cuenta la difícil situación en la que
está.

Víctor vuelve la cabeza lentamente para enfrentar a Dorian, pero su expresión


no es posible leerla.

Fredrik también ha vuelto toda su siniestra atención hacia Dorian.

James Woodard, que ha estado muy callado todo el tiempo, mira a Dorian con los
ojos muy abiertos, velados por una fina capa de pánico.

La sonrisa roja de Nora se alarga maliciosamente.

—Esas son palabras atrevidas —dice ella—. Tal vez deberías matarlo, Victor. —
Nunca quita sus ojos de Dorian.

—Izabel confía en mí —dice Dorian, desafiándola—. Fredrik aparentemente


confiaba en mí lo suficiente después de torturarme durante días, para liberarme. Y
Victor, tu líder —sus palabras se han convertido en hielo—, me liberó de esa maldita
celda, y aquí estoy, sentado con el resto de ustedes. —Se pone de pie en su silla,
inclinándose sobre la mesa, y la señala con el dedo; su mandíbula moviéndose cuando
rechina los dientes—. No tengo por qué demostrarte nada a ti, hija de puta.

Esas son lo que todas sus "palabras atrevidas" habían sido: sólo palabras para
meterse debajo de la piel de Nora. Tengo la sensación de que Victor debe haberlo
percibido, conociendo la personalidad confrontacional de Dorian.

Nora simplemente sonríe.

—Y hay que tener en cuenta que ya no estás en posición de estar haciendo


amenazas —añade Dorian—. Ya no tienes mierda que arrojar sobre mí.

La mano de Dorian, todavía apuntando con el dedo a ella, lentamente vuelve a


caer, pero su dura mirada nunca flaquea.

—No es que yo esté tomando algún lado —habla Fredrik por primera vez—,
pero debe tenerse en cuenta, Nora, que tampoco eres exactamente de confianza plena
aquí.

—Y yo nunca debería ser plenamente de confianza —dispara de vuelta—. Ni


nadie en esta habitación —nos mira a cada uno por turnos—. Cualquiera de nosotros,
sin importar a quien amemos, o donde se encuentren nuestras lealtades, tenemos más
potencial que la persona promedio para darse la vuelta y arrancar la puta mano que
nos alimenta.

—¿Entonces qué estás diciendo? —le pregunta Dorian con acusación—. ¿Estás
admitiendo algo, o simplemente nos estás advirtiendo de antemano cómo es probable
que resultes ser?

—Simplemente estoy afirmando un hecho —gruñe Nora—. Acabo de decir en


voz alta lo todos piensan.

Me levanto de la silla y levanto las manos.

—Vamos, no hagamos esto ahora —digo, tratando de calmar la situación.

Lentamente Dorian encuentra su asiento de nuevo, y él y Nora tienen una mirada


escéptica lleno de odio durante un buen rato.

Me dirijo a Victor.
—Entonces, ¿quién va contigo y Dorian para reunirse con esta gente?
—pregunto—. Me ofrezco voluntaria.

Victor niega con la cabeza.

—No, Fredrik será el único que se unirá a mí para la reunión. Y tengo otra cosa
en mente para ti.

—¿Oh?

—Sí —dice—, pero primero tenemos que discutir tu misión de anoche con Nora.

Esa sensación nerviosa de mi estómago ha regresado.

Asiento con la cabeza y escucho.

—A pesar de que su misión se desarrolló sin contratiempos —dice Victor—, no


fue sin errores.

—Está bien —digo, tanto como una afirmación y una pregunta. Pongo las dos
manos sobre la mesa y tomo asiento de nuevo; siento los ojos de Nora en mí desde el
lado, pero me centro sólo en Victor—. Tan bien como fue, no me puedo imaginar que
tendrías tantas cosas negativas que decir acerca de mi rendimiento.

—La misión fue orquestada sin problemas —dice Victor—, pero tu rendimiento
dejó poco digno de elogiar —trago saliva con fuerza—. Gustavsson, tú y Woodard
pueden irse; llévense a Flynn con ustedes.

James Woodard levanta su gran peso de la silla y recoge el maletín y taza de café
de la mesa.

—No me siento bien de todos modos —dice él, viéndose un poco pálido y
sudoroso ahora que lo pienso. Probablemente por eso es que ha estado tan callado
durante todo este tiempo.

—Infórmame de nuevo esta noche —le dice Victor a Fredrik mientras los tres se
dirigen hacia las puertas de doble altura—. Luego te haré saber más información
sobre cuando nos vamos.

—Espera —le llamo y me levanto de la silla.

Me saco del bolsillo la llave de la caja de seguridad de Dorian—él me la dio


durante su interrogatorio con Fredrik porque pensaba que iba a morir.
Caminando hacia él, la coloco en su mano.

—Esto te pertenece —le sonrío cálidamente—. Parece que vivirás el tiempo


suficiente para dárselo tú mismo a Tessa.

—Gracias —dice.

Compartimos una sonrisa y Dorian sigue a Fredrik por la puerta.

Una vez que las puertas se cierran, Victor se pone de pie y me mira
directamente; cruza las manos juntas delante de él.

Empieza a pasearse.
Traducido por âmenoire & AsheDarcy

Izabel

Un poco resentida sobre su anterior elección de palabras, finalmente


pregunto:

—Entonces, ¿exactamente qué hice, Victor, que dejó “poco para ser elogiado”?

Se detiene y dice sin mirarme:

—Nora, ¿por qué no empiezas tú?

—Está bien. —Nora se levanta de la silla en sus altos tacones negros. Su esbelto
cuerpo en forma de reloj de arena está abrazado por un vestido negro ajustado que se
extiende hasta sus rodillas. En el estilo típico de Nora, tiene un escote bajo hecho de
tela carmesí cayendo sobre sus levantados pechos en un patrón con volantes
ondulados. Su largo cabello rubio cayendo por el centro de su espalda,
manteniéndose alejado de su cara maquillada con su distintivo labial rojo oscuro, ojos
pintados oscuros y cremosa piel de porcelana.

Permanezco sentada, sintiéndome instantáneamente intimidada por ambos,


siento como si estuviera a punto de ser regañada por tener una mala calificación en mi
boleta.

Me giro para ver a Nora en mi otro costado.

Se detiene, sus dedos juntos sobre su espalda, obviamente faltando el dedo


meñique en una mano como siempre.
—Pinceri pudo haberte matado fácilmente —dice—. Lo observé sólo en caso de
que hiciera falta, y sabía que lo observaba, me vio, pero a ti te tomó demasiado tiempo
notarlo.

Confundida, me toma un minuto, recordando los detalles de la misión, antes de


darme cuenta.

—Pero sí lo noté —digo—. Pocos segundos después de que pusiera sus manos
bajo la mesa, lo detuve antes de que pudiera ir por el arma escondida.

—Pero te tomó demasiado tiempo —reitera Victor, remarcando el punto.

Mi mirada se mueve hacia la suya en la cabecera de la mesa. Está parado junto a


su silla, mirándome con ojos tranquilos y decepcionados.

Suspiro.

—Para empezar, él nunca debió haber puesto sus manos bajo la mesa —añade—
. Si Nora no hubiera estado ahí, vigilando, no estarías sentada ahí en este momento.

Con enojo creciendo dentro de mí, tomo una respiración profunda para
mantenerlo a raya. Porque sé que tienen razón y tan avergonzada como me siento
justo ahora, estoy más enojada conmigo que con ellos.

Asiento de mala gana, aceptando lo que hice mal.

—Pero eso no es todo —dice Nora mientras empieza a caminar a lo largo de la


mesa de nuevo; mis ojos siguiéndola todo el camino—. Eres demasiado emocional
—continúa—. No puedes dejar que tu objetivo conozca tus debilidades.

—¿Demasiado emocional? —Hago eco con incredulidad, mi mirada moviéndose


entre ellos—. ¿Cómo demonios llegaste a esa conclusión? —Realmente, estoy
confundida.

Decidiendo que ya no quería escuchar las opiniones de Nora, en cambio me giro


hacia Victor y espero a que conteste.

—Querías estrangular a Pinceri por escoger el dinero por encima de su esposa


—dice Victor—. Y Pinceri supo que tocó una fibra sensible. Nora tiene razón: nunca
debes dejar que tu objetivo conozca tus debilidades, porque los listos sabrán cómo
usarlas en tu contra.
—¿Qué posiblemente podría haber hecho para usar eso en mi contra, Victor?
—Seguramente que debe haber detectado la ofensa y el sarcasmo en mi voz porque no
trato de ocultarlos.

—Pudo haberte dicho que sí, que cambiaba de idea cuando le diste la última
oportunidad de hacerlo —contesta Victor instantáneamente—. Pudo haber jugado con
tus emociones el tiempo suficiente para comprarse más tiempo, para distraerte.

—Y mientras pensabas —aporta Nora—, sobre por qué piensas que no está bien
matarlo debido a que cambió de opinión, la alarma en el edificio se hubiera activado y
salir de ese edificio viva hubiera sido mucho más difícil de lograr.

—Pero eso es por lo que estábamos ahí —digo, mirando entre ambos, tratando
de justificar mis acciones—. Lograr que cediera la información. Si escogía hacerlo,
¿por qué no dejarlo?

—Porque eso no es por lo estaban ahí, Izabel —me corrige Victor—. Tu misión
era darle la oportunidad de ceder la información a cambio de la vida de la señora
Pinceri, pero en el momento en que eligió no hacer eso, y te di la orden de matarlo,
debió haber estado muerto un segundo después.

Bajé la mirada hacia la mesa, dejado salir una respiración larga y profunda.

—Y esa es la otra cosa que hiciste mal —dice Nora—. Cuando se te da una orden,
la ejecutas, sin preguntas, sin vacilaciones. No después de darle al objetivo “otra
oportunidad”, no después de burlarte de él un poco para satisfacer tú enojo, sino justo
en ese momento, matas al objetivo.

—Está bien —digo con rendición—. Sí. Veo lo que hice mal y están en lo
correcto. Lo haré mejor la próxima vez.

Creo que es el final de esto hasta que Victor dice:

—Pero eso no es todo.

—Oh genial —me mofo, sacudiendo mi cabeza.

—Nunca remueves tu máscara hasta que estás lejos de la escena, Amor —dice
Victor—. Preferentemente no hasta que estés dentro del vehículo de escape, hay
cámaras por todos lados, no sólo dentro y alrededor de la ubicación del objetivo, sino
en todos lados: farolas e intersecciones, negocios, teléfonos celulares, removiste tu
máscara en el momento que tus pies tocaron el suelo.
—Está bien —digo con otra serie de asentimientos—. Eso fue estúpido, lo
admito.

Victor se mueve hacia mí. Se sienta sobre la mesa junto a mí con sus manos
dobladas flojamente entre sus piernas abiertas.

—Pero a pesar de las cosas que hiciste mal —ofrece en una voz más suave e
indulgente—, lo hiciste bien.

Levanto la mirada hacia él, asintiendo una vez, agradeciéndole con mis ojos. No
puedo sonreír, estoy demasiado decepcionada conmigo para ir tan lejos.

—Mejoraré —le digo a Victor, dando un vistazo hacia sus ojos indulgentes—. Lo
que sea necesario, lo dominaré.

—Te creo —dice y me ofrece muy suavemente una sonrisa privada sobre sus
deliciosos labios, momentáneamente, me recuerda el dolor entre mis piernas.

Luego se levanta de la mesa y empieza a caminar de vuelta hacia su silla en la


cabecera, pero no se sienta. Nora se sienta sobre la mesa ahora, justo como él lo hizo,
frente a mí sobre el otro lado. Cruza sus largas piernas.

—Pero ahora dirigiéndonos hacia la siguiente misión —dice Victor y tiene mi


completa atención y la de Nora—. Mientras estoy fuera con Gustavsson y Flynn,
ustedes dos estarán dirigiéndose a Italia.

—¿Quién es el objetivo? —pregunta Nora.

—Eso —empieza Victor, poniendo énfasis sobre la palabra—, no va a ser tan


fácil como lo ha sido su misión anterior. De hecho, la naturaleza de la misión será un
poco diferente a lo que están acostumbradas. —Sólo me mira a mí cuando dice eso.

Escucho atentamente.

Finalmente Victor toma asiento de nuevo. Un sobre manila está sobre su mesa; lo
toma con sus largos dedos y separa el pequeño broche de metal, sacando una serie de
fotografías.

—El objetivo es una mujer —dice, empujando gentilmente las fotos a través de la
mesa así podemos estirarnos por ellas—. Su nombre es Francesca Moretti; no será tan
fácil de encontrar porque el cliente no está seguro sobre cuál mujer en la propiedad
Moretti es Francesca. Y aparentemente, la mayoría de las personas ajenas tampoco
saben quién es la verdadera Francesca.
Bajo la mirada hacia una fotografía mientras Nora pasa a través de algunas otras.
La fotografía fue tomada dentro de lo que parece una elaborada mansión. Cuento seis
mujeres en el frente de la foto, todas se parecen entre ellas en varias formas: cabello
castaño claro justo pasando sus hombros; piel clara color caramelo; ataviadas
espléndidamente en vestidos reveladores en diferentes tonos marfil y rojo y azul;
sandalias con joyas y tacones altos. Cada una de ellas sostiene una copa de champaña;
están sonriendo, relacionándose con los invitados.

—Son como hermanas —digo, sin levantar la mirada de la foto.

—Señuelos —dice Victor.

Entonces levanto la mirada.

—Y hay más de seis de ellas —continúa, asintiendo hacia las otras fotos frente a
Nora; ella las empuja a través de la mesa hacia mí—. De acuerdo a estas fotos, tomadas
sólo hace algunos días, hay al menos doce señuelos, necesitarán averiguar cuál de ellas
es la verdadera Francesca Moretti, y esa no es ni siquiera la parte más difícil de la
misión.

—Ohhh, un reto —dice Nora con una sonrisa de superioridad—. Ya me encanta


esto.

—Pensé que podrías hacerlo —dice Victor.

Él se vuelve hacia mí, de repente luce indeciso.

—He tenido reservas sobre mandarte en esta misión, quiero ser claro.

—¿Por qué? —Estoy acostumbrada a esto, a Victor preocupándose por mí, así
que no hago un gran escándalo por ello aunque me molesta un poco, aun así entiendo
y lo amo más por eso.

—La… naturaleza de la misión podría ser demasiado para ti considerando tu


pasado en el recinto de Ruiz. Sólo me preocupa, no únicamente si serás capaz de poner
tus sentimientos de lado, sobre lo que pudieras ver, el tiempo suficiente para pasar a
través de la misión, sino también no quiero que te sientas…

—No tengo miedo, Victor —corto en voz baja, de modo tranquilizador—. Te lo


dije antes, sobre estar involucrado con la futura misión de México con Nora, que
puedo manejarlo.
Asiente lentamente con la cabeza, pero tengo la sensación de que no está
plenamente creyendo mi voluntad.

—Así que una vez que nos encontremos con la verdadera Francesca Moretti,
¿qué se supone que vamos a obtener de ella?— pregunta Nora. Saca la silla en la que
normalmente se sienta Fredrik y se acomoda—. Estoy asumiendo que no debemos
matarla enseguida si encontrarla ni siquiera es la parte difícil.

—Matar a Moretti no es parte de la misión en absoluto — revela Victor—. Al


cliente le gustaría mucho los honores.

—Un secuestro —le digo.

—Sí — confirma Victor—. Pero no va a ser fácil. La seguridad que Moretti tiene
a su alrededor en todo momento es de primera categoría. Moretti es muy rica, y se
cree que tiene la lealtad de la policía, así como algunos funcionarios de gobierno, es la
forma en que ella y su madre, antes que ella, han sido capaces de manejar su negocio
sin ser tomadas por las autoridades, Moretti tiene muchos clientes prominentes,
influyentes de todo el mundo.

—¿Qué tipo de negocio maneja? —pregunto, sabiendo ya que es de naturaleza


sexual.

—Francesca Moretti es una madam —dice Victor—. La madam con más éxito en
Italia, tal vez incluso en el mundo. Los clientes vienen de todas partes para comprar
sexo de sus trabajadores, a quien ella llama cyprians, y sólo emplea a los mejores.

Mis cejas se arrugan en mi frente.

—Bien, entonces no entiendo por qué estabas preocupado de que no podría ser
capaz de manejar una misión como esta.

Nora, sorprendentemente, parece tan curiosa como yo.

—Las mujeres, y los hombres, empleados por Moretti no buscaron sus vidas
como trabajadoras sexuales —dice Victor—. Los que trabajan bajo su pie de hierro
fueron una vez como tú, Izabel —recupera otra fotografía del sobre y lo desliza hacia
mí—, al igual que la hija del cliente; fueron vendidos a Moretti tras ser secuestrados.

La ira está creciendo dentro de mí, pero la guardo para mí y miro hacia abajo a
la fotografía. Una brillante, sonriente, inocente sonrisa con los dientes muy blancos y
brillantes ojos marrones, está mirando hacia mí. Hay una marca de nacimiento debajo
de su ojo izquierdo del tamaño y la forma de una astilla de almendras. Lleva un
uniforme de porrista rojo y blanco. Su cabello marrón-miel está recogido en una cola
de caballo, envuelto por cintas rojas y blancas.

Poco a poco levanto la vista hacia Victor. Y trago.

—¿Qué edad tenía? —pregunto en voz baja y triste.

—Olivia Bram tenía quince años de edad cuando fue secuestrada mientras
estaba de vacaciones con sus padres. Su madre se suicidó poco después. Eso fue hace
siete años. Su padre ha estado buscándola desde entonces, le tomó todo ese tiempo
llegar a esta posibilidad.

—¿Así que el cliente aún no está seguro de que Francesca Moretti es la que
compró su hija? —pregunta Nora—. ¿Y por qué ir tras el comprador y no el
secuestrador?

Con aire ausente deslizo la foto de Olivia Bram sobre la mesa para Nora.

—El cliente cree que es Moretti —dice Victor—. Y he visto sus pruebas, todo lo
lleva a Moretti, y admito que parece prometedor. Pero si está en lo correcto o está
equivocado, Moretti sigue siendo un trabajo de tres millones de dólares y es nuestro
para llevar a cabo. En cuanto al responsable de su secuestro, ese camino quedo frío
después de tres años, por lo que el cliente comenzó a enfocarse en el comprador en su
lugar.

Miro la cara sonriente de Olivia Bram mientras se desliza a través de la mesa


hacia Victor. Una vez fui ella, me digo, perdiéndome en sus brillantes y alegres ojos
marrones. Esta foto podría ser fácilmente de mí. Destellos de las chicas con las que
compartí un pasado horrible en el recinto atraviesan mi mente: Cordelia, Carmen,
Marisol... Lydia. Recuerdo a Lydia; ella era mi mejor amiga, como una hermana; fue
asesinada delante de mis ojos, murió en mis brazos.

—¿Izabel?

Saliendo de mis pensamientos, miro a Victor.

—¿Algo está mal? —pregunta con recelo, a sabiendas.

Niego con la cabeza lentamente, tratando de sacudir el rostro de Lydia de mi


mente, sus ojos muertos mirándome detrás de mi memoria.
—Así que, Francesca Moretti —para seguir adelante—, es básicamente igual que
los hombres ricos que hicieron negocios con Javier, los que vi cuando Javier me
llevaba a reuniones.

—Básicamente —confirma Victor—, sí, es lo mismo.

Aprieto los dientes.

—No pueden matar a Moretti —oigo decir a Victor, pero su voz suena muy lejos
porque estoy en profundos pensamientos—. Bajo ninguna circunstancia se permite
que sus emociones, ira, o necesidad de venganza, se ponga en el camino de esta
misión. Si Moretti no es llevada al lugar de donde puede ser transportada al cliente, no
habrá día de pago y toda la misión será un esfuerzo inútil, ella no puede ser asesinada.

Siento los ojos de Nora en mí, pero no la miro.

—¿Es por eso que me dijiste la historia personal sobre el cliente y su hija? —
pregunto, sabiendo que estoy en lo correcto acerca de esto—. Recuerdo lo que me
dijiste en el avión a Los Ángeles cuando me llevaste a mi primera misión para matar a
la esposa de Arthur Hamburgo encerrada en esa habitación secreta: “Cuanto menos
sepas sobre su vida personal, menos riesgo hay para ti de implicarte emocionalmente”,
¿me dijiste sobre Olivia Bram, el suicidio de su madre y la venganza de su padre,
porque quieres ver si puedo conseguir pasar a través de esta misión sin ser nublada
por mis emociones?

Victor asiente.

—La mejor manera de aprender a superarlo es hacer frente a tu debilidad —


dice, y luego engancha su mirada fija en la mía. Se inclina un poco hacia delante en su
silla y con determinación en silencio y devoción, añade—: Izabel, convertirte en un
gran operario no es la única razón por la que quiero que superes tus debilidades,
también quiero que las superes para que ya no te persigan nunca más.

Sus palabras llenan mi corazón con calidez, pero aún soy incapaz de sonreír.
Acabo asintiendo, lento y sutil, y sé que él entiende lo mucho que aprecio su
preocupación por mí. En todo caso, sólo ha intensificado mi necesidad de probarme, a
mí misma.

Puedo hacer esto.

Entonces, de repente, algo se me ocurre.


—Supongo que es obvio lo mucho que detesto a gente como Francesca Moretti,
Javier e Izel y a cualquier persona que haya tenido algo que ver con ellos, no puedo
ocultarlo, ¿verdad?

Victor no responde a mi pregunta, pero no tiene por qué.

—Piensa en esta misión como una preparación para México —comenta Nora
finalmente—. No puedes estar en el interior conmigo cuando lleguemos allí, pero me
imagino que todavía va a ser bastante la trasgresión emocional simplemente estar allí
en México, donde se produjeron las peores cosas que te han pasado. —Sus ojos
sostienen los mío, y por un breve momento tengo la sensación de algo que pasa entre
nosotras, un secreto que sólo ella y yo compartimos sobre el niño que tuve con Javier.

Aparto la mirada de ella, hacia Victor.

Pero Nora tiene razón: estar en ese lugar es una trasgresión emocional no hay
otra manera de decirlo. Cuando regresé a México con Victor, Dorian, Niklas y Fredrik,
después de que Victor me prometió que me ayudaría a tener mi venganza y mató a
todos los hombres, yo era una persona diferente. Era una asesina llena de rabia,
controlada por la venganza. Cuando deslicé mi espada a través de las gargantas de los
hermanos de Javier, Diego y Luis, lo hice con una mente enferma. Lo disfruté; me
regocije en la sangre pegajosa, caliente, que fluía a través de mis dedos; sonreí, lo
disfruté. Eso es no tener el control de mi venganza, es estar siendo controlada por ella.

No puedo ser esa persona en esta misión de Italia, no lo haré.

—No puedes matar a Moretti —añade Victor, sabiendo que me encantaría—,


pero les puedo asegurar, que va a estar muerta antes de salir de allí.

—Voy a hacer lo que tenga que hacer, Victor —miro a ambos, pero luego sólo a
Victor—, incluso si es algo que no quiero hacer, lo haré. Lo que sea necesario.

Nora asiente cuando mis ojos pasen sobre ella.

—Bueno —dice—. Porque puede llegar el momento en que tienes que hacer
algo que nunca harías de otro modo, nada acerca de esta profesión es fácil.

La mesa queda tranquila. Reflexiono: la misión de Italia, México; me pregunto


cómo este encuentro resultó ser mayormente sobre mí y mi "debilidad", pero luego
dejo a un lado todo esto y vuelvo a lo que es importante.

—Bien, así que ¿que se supone que debemos hacer cuando lleguemos a Italia,
exactamente? —pregunto—. ¿Pretenderemos ser compradores, o qué?
Victor hace una pausa y dice:

—No, en realidad vas a estar encubierta como propiedad de otro hombre.

Todo el color se drena de mi cara.


Traducido por âmenoire

Izabel

—Victor, espera un segundo —digo alto después de que el aturdimiento


desaparece—. Si esta mujer es sólo una madrota e iremos a un tipo de… burdel de
clase alta, o como quieras llamarlo, entonces ¿por qué necesitamos ir como propiedad
de algún hombre? ¿Por qué no podemos simplemente ir como compradoras?

—Porque Francesca Moretti odia a las mujeres —contesta Victor—. Y se rumora


que ha matado a las mujeres que sentía que amenazaban su belleza.

Me río.

—Espejito, espejito. ¿En serio? —Me río de nuevo sacudiendo mi cabeza.

Pero Victor no encuentra el chiste en esto.

En lugar de eso dice:

—Y porque el burdel no es el único negocio que opera Moretti. También es una


vendedora en el comercio de esclavos sexuales.

Mi sangre enardece, pero lo guardo para mí.

—No hará negocio con ninguna de ustedes —continúa—. Si ven a algunas


mujeres ahí serán esclavas, cortesanas, miembros de su familia, o casi te puedo
garantizar que si son compradoras, serán mucho más viejas y mucho menos hermosas
que Moretti.
Victor se levanta y endereza la chaqueta de su traje. Empieza a pasearse con sus
manos juntas en su espalda. No luce para nada nervioso, no estoy segura si Victor es
capaz de estar nervioso, pero parece… indeciso, ¿tal vez?

Nora y yo lo observamos ir y venir detrás de su silla por algunos segundos hasta


que se detiene. Sus manos se separan y se deslizan casualmente hacia abajo dentro de
los bolsillos del pantalón de su traje.

—Necesitarán a Niklas para esta misión —anuncia—. Tendrán que convencerlo


de que se les una en Italia.

Mis ojos y los de Nora se juntan como dos imanes a través de la mesa.
Claramente está tan sorprendida como yo.

—Entonces, entiendo —dice Nora, girando su atención hacia Victor—, que el


hombre de quién vamos a ser propiedad para esta misión, ¿es Niklas?

—Sí —dice Victor.

Frunzo el ceño sólo de pensar en ser propiedad de Niklas. Pero es lo que es, y un
trabajo es un trabajo, y haré lo que tenga que hacer.

—Um, Victor —digo—, ni siquiera sabemos dónde está.

—He sabido donde está desde el pasado jueves —dice.

Sorprendida, y un poco resentida por no habérseme dicho esta noticia antes,


sólo miro hacia él.

—Ha estado durmiendo en un departamento de segundo piso —dice Victor—.


En la calle Gaither a sólo diez minutos de este edificio. Cada noche desde el último
jueves la ha pasado en el bar de la planta baja debajo de su habitación.

—Genial —dice Nora con entusiasmo, como si no le importara que no se le dijera


antes—. Entonces eso lo hace más fácil. Iremos ahí esta noche y lo traeremos de
vuelta.

—No va a ser así de simple —digo en voz alta, conociendo a Niklas mucho mejor
que ella—. Dudo que Niklas vaya a estar entusiasmado sobre hacer un trabajo, o algún
favor, para Victor.

—Izabel tiene razón —le dice Victor a Nora—. Mi hermano no me ha perdonado


por lo que hice y puede que nunca me perdone.
Nora recarga su espalda contra la silla y luego quita su cabello rubio de un
hombro. Cruza sus brazos e inclina su cabeza hacia un lado, preparándose para hacer
un punto, eso parece.

—Bueno, si ese es el caso —dice ella—. Entonces ¿por qué no sólo enviamos a
alguien en lugar de Niklas? ¿Por qué desperdiciar tiempo con Niklas cuando puedes
sólo enviar a alguien más?

—Niklas no estará de acuerdo, Victor —añado.

Victor nos mira a ambas en turnos y luego dice:

—Si le dicen a Niklas los detalles de esta misión, y que ustedes —me mira
directamente—, estarán en ella, acordará participar.

Siento al punto entre mis ojos tensarse.

Nora luce casi tan confundida como sé que luzco yo.

Victor empieza a pasearse de nuevo, muy lentamente, sus manos todavía


enterradas en sus bolsillos.

—Mi hermano es el único hombre en quien confió para ir en esta misión contigo
—dice—. Si no puedes convencerlo de ir, estaré enviando a una mujer de la Primera
División para ir en tu lugar.

Mi boca se abre ligeramente con sorpresa y discuto:

—¿Qué? ¿Por qué?

Sus ojos fijos en los míos, llenos de conocimiento y determinación y poder.

—Porque por mucho que mi hermano me desprecia en este momento —


dice—. Todavía es leal a mí y siempre lo será. Él, más que cualquiera, sabe mis
sentimientos por ti, Izabel, y morirá protegiéndote. —Finalmente quita su mirada de
mí, llevándose la gravedad de su argumento con él, lo que me deja con tantas
preguntas sin respuesta, tantas sensaciones de incertidumbre: ¿Qué espera Victor que
me suceda en esta misión que sólo confía en Niklas para que esté a mi lado? ¿Por qué
demonios Victor piensa que Niklas realmente moriría para protegerme, la única
persona que alguna vez se ha interpuesto entre ellos como hermanos (bueno, además
de Claire)? ¿Qué hace a Victor estar tan seguro que Niklas no me matará, como Victor
mató a Claire, igualando las cosas entre ellos? ¿Y por qué la mirada conocedora sobre
el rostro de Nora me da la sensación de que ella ya conoce las respuestas a cada una
de mis preguntas? ¡Ugh! ¡Algunas veces la odio!

—Y la otra razón por la que quiero a Niklas en esta misión —continúa Victor—,
es porque la naturaleza de la misión requiere a alguien como él. Conociendo a mi
hermano, es el mejor operador en mi Orden para este trabajo.

—Entonces, ¿qué estamos esperando? —dice Nora impacientemente—. ¿A qué


hora nos vamos a ese bar?

Todavía no me las he arreglado para superar las preguntas girando alrededor en


mi cabeza.

—Niklas debería estar en el bar para las nueve en punto esta noche —
contesta Victor.

Desliza ambas manos de sus bolsillos y se inclina, presionándolas contra la mesa;


puedo ver algo en su mano derecha, presionado entre sus dedos curveados: pequeño,
plástico, negro.

—Se van a Italia en la mañana —dice y luego desliza una pequeña memoria USB
a través de la mesa hacia Nora—. Todo lo que necesitan saber los tres sobre la misión
está aquí. La contraseña para acceder a los archivos se la daré a Izabel esta noche. —
Mira directamente hacia mí—. Sería sabio no ir a ese bar esta noche con alguna
esperanza de arreglar esta cosa entre mi hermano y yo; es una pérdida de tiempo en
este momento; concéntrense sólo en la misión.

Aun cuando capté el marcado, y nada bienvenido, sentimiento de que Victor


piensa que podría desperdiciar el poco tiempo que tenemos tratando de razonar con
Niklas en lo que a él y Victor se refiere, no digo nada sobre mi sospecha y sólo asiento
en reconocimiento. La verdad es que probablemente lo hubiera hecho si no lo hubiera
sacado a colación.

Nora se levanta en toda su alta y hermosa gloria y pavonea sus caderas a lo largo
de la mesa hacia las puertas de salida.

—Estoy emocionada —dice, su expresión brillante y oscura al mismo tiempo,


sus blancos dientes de tiburón entre la profundidad carmesí de sus labios—. Y no creo
haber interpretado a la sumisa antes, bueno una vez, pero fue breve.

Sacudo mi cabeza y miro a Victor momentáneamente.

—Parece que podrías dormir con él, después de todo —digo, rodando mis ojos.
Victor levanta una ceja, pero no dice nada, no le importan cosas como esa, pero
seguramente, en algún lugar dentro de esa metódica cabeza suya, lo encuentra
divertido.

Nora coloca su palma completa sobre la puerta.

—Oh Izabel —dice dramáticamente—. Eso no es lo que me emociona.

—¿Eh? —Ahora soy yo la que levanta una ceja.

Su sonrisa carmesí se extiende y dice:

—Sólo es que realmente ha pasado mucho tiempo desde que he estado en una
misión seria. Me estaba aburriendo con estos insignificantes golpes de venganza de
mujeres desdeñadas y vigilancias monótonas, esta misión en Italia, esta… Francesca
Moretti, es como un dulce para mí.

Mira hacia Victor como diciendo: “¿Terminamos aquí? Porque estoy ansiosa por
comenzar.”

Victor asiente y con el gesto de una mano la despacha.

—Eso sería todo —dice.

Nora empuja la puerta para abrirla, la habitación llenándose con más luz de las
lámparas fluorescentes en el cielo del pasillo de afuera, y desaparece de la vista.

Me giro hacia Victor, la luz adicional en la habitación apagándose mientras la


puerta se cierra lentamente.

—¿Qué te hace pensar que la lealtad que tu hermano te tiene siempre será
inquebrantable, Victor?

Me pongo de pie para encontrar su mirada, esperando por su respuesta.

—Porque es Niklas —dice—. Y no conozco a otro hombre con más lealtad y


corazón que mi hermano.

Era la última cosa que esperaba escuchar. Tanto que estoy atónita ante tales
palabras simples, pero aun así sumamente profundas.

—¿Estamos… —estoy confundida por mi propia pregunta— …Victor, estamos


hablando de la misma persona?
¿Corazón? ¿Niklas Fleischer? ¿El lunático lleno de rabia que me disparó y quería
matarme? ¿Un hombre quién es inigualable en odio y frialdad y desdén?

¿Corazón? ¿En serio?

El único corazón que he visto alguna vez en ese hombre es uno desfigurado por
putrefacción.

Victor se inclina y toca con sus labios calientes la esquina de mi boca. Después el
otro lado.

—Deberías estar alistándote —dice y luego se aleja, dejando sólo el sabor de él


sobre mis labios—. Te veré está noche.

Me deja de pie ahí; el sonido de sus zapatos de vestir haciendo eco por el pasillo
es interrumpido cuando la puerta finalmente se cierra detrás de él.

Esto será interesante.


Niklas
Traducido por Ateh

El camarero me sirve otro trago y yo lo bebo, dejando el vaso en la barra


después. Mi cigarrillo arde en el cenicero junto a mí, una docena más a mí alrededor
en las mesas, llenando el lugar con humo. Un partido de fútbol se reproduce en dos
televisores fijados en las paredes, uno detrás de la barra. Música rock suena bajo de
los altavoces en el techo, pero nadie en este lugar está bailando o gritando sobre la
música en una borrachera. Este no es ese tipo de bar. Las cosas aquí han sido bastante
relajadas durante las semanas que he estado viniendo aquí; asiduos en su mayoría:
hombres que tienen una copa y juegan una partida de billar para conseguir salir de
casa; las mujeres —como mi amiga temporal para follar, Jackie— que no tienen nada
mejor que hacer con su tiempo que pasar el rato con gente tan patética como ellas.
Incluso yo, admito que ahora mismo soy jodidamente patético, pero todos tenemos
derecho a serlo de vez en cuando. Pero no he estado viniendo aquí para ahogar mis
penas en whisky. Simplemente me gusta el ambiente, las caras normales de todos los
días, las conversaciones informales sobre la pequeña mierda que a veces es
interesante para mí teniendo en cuenta que la mayor parte de mi vida consiste en
hablar de cómo maté a alguien, a quién maté, a quién tengo que matar luego, con qué
voy a matarlos, la cantidad de dinero que voy a hacer cuando el trabajo esté hecho.

Paso mucho de mi tiempo con un pequeño grupo de personas en las que cada
uno tiene su propio conjunto de jodidos problemas que las personas normales en este
bar no podrían comprender, y mucho menos igualar. Pero si alguna vez vuelvo allí de
nuevo, a nuestra Orden, el interés todavía está en el aire. Tengo miedo de lo que
podría hacer si veo a mi hermano otra vez, sólo me fui porque quería matarlo.

—¿Otro trago? —pregunta Jay, el camarero; se pone delante de mí detrás de la


barra con la botella lista para verter el whisky.
—Claro —le digo, deslizando el vaso hacia él y derrama la bebida.

Detrás de mí, oigo la campana por encima del anillo de la puerta cuando alguien
entra, pero no miro hacia atrás. Jay normalmente tampoco lo hace, por lo general sólo
una mirada rápida, pero me doy cuenta que sus oscuros ojos viran en esa dirección,
lleno de interés e intriga, una señal segura de que quien acaba de entrar no es un
regular, y probablemente tiene un bonito par de tetas.

Un poco más interesado ahora debido a la posibilidad de un buen par de tetas,


calzo casualmente mi cigarrillo entre los dedos y tomo un rápido lastre antes de girar
en un ángulo para ver detrás de mí.

—Tienes que malditamente estar bromeando —digo en voz baja.

Me volteo, de frente a Jay y la televisión que brilla intensamente y los estantes de


vasos y botellas de whisky. Levantando mi vaso a los labios, tomo el trago, justo
cuando Izabel, vestida como si debiera estar en el tipo de bar con música y baile y
gritos de borrachos, se pone a mi lado. Nora —tengo demasiada mierda en mi mente
para siquiera empezar a entender que está haciendo aquí, qué hace todavía viva— se
sienta en el taburete de la barra vacío a mi otro lado. Parece que han pasado muchas
cosas en mi corta ausencia, un montón de mierda realmente inesperada— infiernos,
tal vez Victor está muerto y James Woodard está a cargo ahora; quizá Izabel está
durmiendo con Fredrik, en este punto parece que todo es posible.

—¿Qué quieres, Izzy?

No las miro, doy una calada de mi cigarrillo, mirando fijamente la televisión. Jay
les pregunta si les gustaría algo de beber, pero declinan y nos deja a nuestra
privacidad.

—Te necesitamos para un trabajo —dice Izzy, saltando sobre el taburete de la


barra a mi izquierda, sus altas botas negras apoyados en el eje de metal.

Me río a la ligera, sacudiendo la cabeza, y luego le hago un gesto a Jay. Se acerca y


vuelve a llenar mi vaso.

—Sí, bueno —digo con una sonrisa—, déjenme afuera de éste. —La miro—.
Puede que quieran dejarme afuera de, oh no sé, ¿todos ellos? —Pongo el cigarrillo
encendido en el cenicero, tomo mi trago, y vuelvo a mirar la televisión—. ¿Qué está
haciendo Psico Perra Barbie aquí?

Nora se ríe a la ligera, sin inmutarse por el insulto.


—Es una larga historia —dice ella—. Ven con nosotras a Italia y te diremos todo
sobre ello.

—No interesado —contesto rápidamente. Entonces me vuelvo y miro


directamente a Nora—. Sigues siendo una de mis personas menos favoritas en el
mundo después de lo que hiciste, así que puedes mantenerte malditamente alejada de
mí. —Me vuelvo a la televisión.

Izabel suspira y apoya los brazos en la barra, frunciendo ligeramente sus largos
y delgados dedos juntos. Yo como que quería mirarla, porque por mucho que me
molesta, es la única persona en nuestra Orden que... por la que siento lástima. Ella no
pertenece allí. Es una chica ingenua con ambiciones ridículas que van a ser su muerte
algún día. Hace un par de años que no me habría molestado en absoluto —incluso
intenté matarla por mí mismo— pero las cosas han cambiado desde entonces y ahora
se siente más como una responsabilidad que como una amenaza. Creo que en algún
momento empecé a verme a mí mismo en la mujer de mi hermano: forzados a una
vida que no quería a una edad temprana, abusados de maneras inimaginables, pero
una luchadora y una sobreviviente, y, por lo que tuvo que pasar, no tiene miedo de
matar. Todavía sólo puedo tolerarla, pero de todos nosotros, Izzy es lo más parecido a
un ser humano, y supongo que respeto eso. Es cierto, ella es aún más humana de lo
que yo soy.

—Niklas —dice Izabel dice con rendición—, se trata de una misión importante,
y…

Cierro los ojos.

—Importante para mi hermano —señalo fríamente—. Como que no estoy de


humor para hacer su vida más fácil. Puede hacer el trabajo él mismo. ¿Esta es su
manera de tratar de traerme de vuelta al ruedo? ¿Tu manera tal vez? —Mis ojos
encuentran la televisión otra vez, el cigarrillo encuentra mis labios—. Tampoco estoy
interesado en hacer las paces, así que ahórrame las putas evasivas y o tomas una copa
en este buen establecimiento —muevo mi mano hacia la habitación—, dirigido por
este caballero llamado Jay —y luego a la bartender— o encuentra a alguien más para
arruinarle el momento.

—Terco como una mula —oigo decir a Nora, y me doy la vuelta rápido y me
encuentro a su cara tan cerca que puedo oler su pasta de dientes y ese lápiz labial
carmesí que lleva y el perfume que esparció entre sus tetas.

—No creas que no te mataré delante de toda esta gente —gruño en voz baja,
desafiándola a decirme una puta palabra más.
Nora casualmente se desliza fuera del taburete en sus tacones negros y un
vestido negro ajustado que abraza sus curvas de reloj de arena.

—Voy a dejarte este a ti —dice a Izabel con indiferencia, y luego se va hacia los
baños.

A la mierda esa perra.

Miro de regreso al frente otra vez, curvando los dedos alrededor del pequeño
vaso de chupito, oprimiendo ausentemente mis dientes juntos.

La única cosa que me parece extraño en todo esto es que Izabel no ha


comenzado a decir cosas, normalmente estaría dándome de cabezazos por ahora,
diciéndome qué idiota soy, su rostro estaría rojo vivo con ira, querría rasgar mis ojos
fuera de mi cabeza, ¿así que cuál es su problema? Realmente debe estar desesperada.

—Mira —finalmente habla—, no estoy aquí para intentar conseguir que tú y


Victor hablen. Lo haría, he querido hacer eso desde el día que te fuiste, pero sé que no
va a suceder de la noche a la mañana, y la noche es todo el tiempo que tenemos para
organizar todo antes de salir para Italia en la mañana.

—Mi hermano puede conseguir a alguien más —digo, firme—. No tengo que ser
yo, son chorradas.

—No —dice, inclinándose hacia mí, así puedo mirarla, pero no lo hago—, no son
chorradas. —Suspira profundamente, preparando su intento de hacerme cambiar de
opinión, porque sabe que conmigo es mejor que sea bueno—. Sé que no me debe
favores, Niklas, y sé que tú prefieres que arda cuando orinas a ayudarme con cualquier
cosa, pero te pido... por favor, ven con nosotros en esta misión.

—¿Por qué? —Aplasto el cigarrillo en el cenicero.

—Porque... —sus palabras se arrastran, y sólo hace que finalmente la mire a la


cara. ¿Qué está buscando en esa cabeza impetuosa de ella? Sea lo que sea, parece
sombría frustrada por la respuesta.

—No voy —la corté, resolviendo terminar con esto para que pueda volver a ver
un partido de fútbol que no me importa, beber whisky que probablemente me va a
hacer sentir como la mierda más tarde, y con el tiempo subir a mi habitación
desmayarme en una cama que duele más que cualquier bala haya logrado.

Finalmente, Izabel dice:


Si no vas, Victor no me dejará ir.

Eso sin duda consigue mi atención, pero soy cuidadoso de no dejar que Izabel se
dé cuenta de la magnitud de la misma. Tengo mis sospechas acerca de lo que podría
ser el razonamiento detrás de la estipulación de Victor, pero necesito más
información.

De repente estoy encendiendo otro cigarrillo.

—¿Aún con la necesidad de un chaperón? —me burlo, el humo deslizándose de


mis labios—. ¿Mi hermano tiene miedo de que pudieras terminar en el armario con un
chico más de tu edad? ¿O salir del armario con esa zorrita?

—No seas un idiota —dice a la defensiva, y me siento mejor ahora que por fin me
he metido bajo su piel un poco, estaba empezando a pensar que había perdido mi
toque—. Sólo déjame explicarte todo antes de decir que no —añade.

Cediendo para que esto no se extienda más de lo que ya lo hizo, me volteo


completamente en el taburete del bar y le doy a Izabel toda mi atención, con cuidado
de no darle la impresión de que podría cambiar de opinión.

—Explícate —digo con toda seriedad, haciendo un gesto con mi mano—. Pero la
respuesta seguirá siendo no.

Izabel traga con nerviosismo, y mira alrededor de la habitación por un momento.


Luego hacia abajo a sus manos todavía descansando encima de la barra. Entonces,
finalmente, hace su camino de regreso a mí. Deseo que sólo se pusiera en ello, pero
por alguna razón, no puedo evitar desear que también sólo se siente allí de esa forma:
callada y tranquila y necesitada; supongo que encuentro un extraño consuelo en su
complicada inocencia.

Sus ojos verdes se encuentran con los míos azules.

—Nos está enviando a Italia para encontrar y secuestrar a una señora llamada
Francesca Moretti... —el resto de sus palabras se desvanecen en los pliegues más
oscuros de mi mente.

Francesca Moretti era todo lo que tenía que decir, sabía los detalles básicos de
esta misión antes de que los dijera. Y, a su vez, me di cuenta de por qué mi hermano
sólo me permitirá a mí acompañar a Izzy allí. No sé si sentirme aliviado por la
estipulación, o pensar en mi hermano aún menos de lo que ya lo hago porque va a
dejarla ir en una misión como esta al fin y al cabo, con o sin mí.
Izabel me dice todo lo que, en su mayoría con una voz tranquila y frases
entrecortadas que se detienen y comienzan de nuevo después de que Jay y clientes
cercanos se muevan dentro y fuera del alcance del oído. Luego mete la mano en su
bota y desliza en una USB a través de la barra para mí, la cual guardo en el bolsillo
inmediatamente.

—La contraseña es MX37A —dice en voz baja, inclinándose hacia mí—. A Nora y
a mí nos dieron la oportunidad de mirar por encima de todo, antes de venir aquí.

—Izzy —dije, sin mirarla—, ¿por qué diablos quieres hacer algo como esto?
Después de lo que pasó en México, no lo entiendo. Hay algo fundamentalmente
equivocado en ti, mujer.

Izabel gruñe y niega con la cabeza, inclinándose fuera de la barra y colocando


sus manos en su regazo.

—Realmente me molesta bastante que Victor siga pensando que soy una chica
arruinada y traumatizada por su pasado, estoy cansada de que eso continúe siendo
arrojado en mi cara, Niklas. —Su expresión se endurece, la mandíbula tensa—. No
tengo miedo de ella. No me estremezco y retrocedo cuando Victor me toca porque fui
violada. No tengo recuerdos debilitantes de mi antigua vida cuando alguien dice una
palabra detonante a mí alrededor, tal vez debería, pero no es así. Lo he superado, por
lo que ¿por qué no todo el mundo acaba de superarlo? —Fue más una declaración
climatizada que una pregunta.

El olor del perfume ligero de Nora se envuelve alrededor de mi cabeza mientras


se acerca.

—Voy a esperar en el auto —dice, e Izabel le pasa un juego de llaves. Antes de


irse, camina a mi lado y dice en contra de mi oído—: Espero con interés trabajar
contigo, Niklas. Vamos a aprender a llevarnos bien, no fui yo quien te traicionó. Trata
de recordar eso. —Se aleja por el pequeño bar lleno de gente y las nubes de humo de
cigarrillo como una diosa haciendo su camino a través de una multitud de campesinos.

—¿Así que ella está trabajando para mi hermano ahora? —Estoy en el limbo.

—Como dijo Nora, es una larga historia, pero sí. Niklas, al igual que con lo que
hay entre tú y Victor, eso no es por lo que vine aquí, te necesito en esto.

—Tenías razón —digo—. Prefiero que arda cuando orino.


Jay se acerca para volver a llenar mi vaso, pero Izabel lo detiene, colocando su
mano sobre la parte superior del mismo. Con una mirada inquieta, Jay se aleja.

Ella se inclina más cerca de mí, sus pintados ojos oscuros clavados en los míos
con indignación, sus fosas nasales dilatadas, está harta de mi mierda, ahora esa es la
Izzy a la que estoy acostumbrado.

Sonrío para mis adentros.

—Supéralo, imbécil —gruñe y desliza el vaso bajo su palma, lejos de mí—. Todos
hemos perdido gente que amamos. Todos hemos hecho cosas que lamentamos, cosas
que nos gustaría poder deshacer, cada uno de nosotros, Niklas. —Se inclina aún más
cerca, cerrando el espacio entre nosotros, así que sólo puedo oír, o probablemente
más, de modo de que entienda perfectamente la intensidad de sus palabras—. Pero
Victor sólo ha tenido siempre su amor por ti en mente, mató a su padre para
protegerte. Y si mal no recuerdo, antes de que supieras sobre lo que realmente pasó
con Claire, trataste de matarme para protegerlo.

Ella se aleja, pero sus ojos nunca dejan los míos.

Izabel dice la verdad, y no estoy por encima de admitirlo, pero hay una cosa que
ella no entiende.

Me inclino hacia ella en este momento, endureciendo mi mandíbula, mis ojos tan
duros y fríos como los de ella.

—Mi hermano no estaba enamorado de ti cuando traté de matarte —susurro en


el pequeño espacio entre nuestras caras y la veo fruncir el ceño, sólo un poco, lo
suficiente para mostrar que ya he ganado—. Pero él sabía... sabía que estaba
enamorado de Claire cuando la mató. Puede no admitírtelo, o incluso a sí mismo, pero
mi hermano sabía y por eso él la mató, no porque fuera un trabajo. Y nada de lo que
pueda decirme aluna vez me hará creer lo contrario.

La mirada de Izabel se desvía de la mía y se queda mirando hacia la televisión


detrás de la barra.

—Lo siento —dice ella.

—¿Por qué? ¿Por algo que él hizo? ¿Sientes que muriera? —Niego con la cabeza
y miro por delante de mí, sin tener nada más que decir, ya he dicho más de lo que
quería.

—Lamento que la mujer que amabas muriera, y que yo no lo hiciera.


Volteo mi cabeza bruscamente.

Al principio, creo que está buscando que le tenga lástima de alguna manera
retorcida, pero cuando la miro y veo a la gravedad de sus palabras en su cara, no
puedo dejar de creer que quería decir lo que dijo, que su culpa corre de manera
mucho más profunda de lo que podía saber.

—Niklas —continúa en voz baja, enojada y llena de dolor—, vivo con la culpa de
estar viva todos los días. Muchas personas han muerto en mi lugar. Y cuando pienso
en Claire, me siento culpable de que estoy aquí y ella no, porque la amabas y mereces
ser amado de la misma manera en que amo a tu hermano, no importa la cantidad de
idiota que seas. —Se detiene, sus pequeños hombros subiendo y bajando con un
suspiro—. No te culpo por odiarme. Pero es lo que es, Niklas, y lo único que puedo
hacer es al menos tratar de hacerme útil. Podrías hacer lo mismo, en vez de pasar el
tiempo por aquí con tu whisky y lo que queda de tu patética vida.

Se desliza fuera del taburete de la barra, la indignación en sus movimientos.

El impulso de decirle que se fuera, tal vez incluso exprimir su pequeña garganta
en la mano, está ahí, en algún lugar profundo dentro de mí, pero en su lugar, no hago y
ni digo nada. Mi silencio me molesta más que cualquier cosa que ella dijo, no creo que
ninguna mujer haya logrado nunca hacerme callar como ella acaba de hacer.

—Voy a Italia —dice ella con determinación, arrastrando el vaso de chupito de


vuelta a mi alcance—. Sabes, estás equivocado cuando me dices que no estoy hecha
para esta vida, que no debería estar aquí, que soy débil y delirante, estás equivocado.
—Da un paso más cerca, apoderándose de mi mirada—. Puedo hacer este trabajo tan
bien como tú. —Golpea el lado de su mano en la superficie de la barra—. El avión sale
faltando un cuarto para las ocho de la mañana; por favor, no llegues tarde.

Entonces se aleja y comienza a deslizarse entre dos mesas.

—¿Qué demonios te hace pensar que voy? —le grito sobre la música.

Sigue caminando, pero mira hacia atrás una vez el tiempo suficiente para
responder:

—¡Porque tomaste el USB! —Su forma alta, delgada, vestida de negro teje su
camino a través de la barra, recorre seis mesas llenas más y luego sale por la puerta
principal.

Me vuelvo a Jay mientras camina hacia adelante.


—¿Otro trago? —pregunta, una ceja tupida elevada más alta que la otra.

—Que sigan viniendo.

Maldita sea esa mujer.


Traducido por Adaly

Fredrik

Dante Furlong, mi antiguo ex adicto a la heroína se convirtió en mi asistente


personal, de pie en la sala con poca luz. Su rostro grueso emite emoción vertiginosa;
sus amplios y brillantes ojos debajo del cabello negro y rizado, sus nuevos dientes
(porque saqué los originales cuando lo torturé) a la vista cuando sus labios se
extienden ampliamente en su rostro sonriente.

—Te dije que te tendría uno esta noche —dice con entusiasmo—. Quiero decir,
me preocupé al principio, teniendo un solo día para llevarlo a cabo, pero lo hice.

—¿En dónde está él? —pregunto casualmente cuando paso por delante de él y
coloco el maletín en el piso al lado del sofá.

—En este momento en mi maletero —responde y señala la puerta principal solo


a unos cuantos pasos—. ¿Quieres que lo arrastre al sótano?

—Sí —le digo, pescando las llaves de mi bolsillo—. Me voy a duchar primero.

La risa de Dante se pega en su garganta. Sacude la cabeza sonriendo.

—Mierda, yo pensaría que te querrías duchar después del baño de sangre. —


Sube sus manos en señal de rendición cuando ve la mirada de desaprobación en mi
rostro, sabe que no me gusta que me cuestione los detalles de mi… obsesión—. Pero
bueno —se defiende—, estoy seguro de que tienes tus razones.

Aparto la mirada y dejo caer mis llaves en la mesa de café.


—Estaré fuera por unos cuantos días a partir de mañana —le digo mientras
desabotono mi camisa de vestir—. Quiero que limpies mi casa y que no estés aquí
cuando regrese.

—Oh, por supuesto, por supuesto, —Dante acepta, asintiendo rápidamente—. Lo


que digas, jefe. ¿Estás trayendo a una mujer? —una sonrisa maliciosa se profundiza en
su rostro, sus cejas gruesas bailan en su frente—. La ultima con la que te vi en el hotel,
la que tiene cabello negro —se detiene para humedecer sus labios—, maldición, era
hermosa. No sé cómo lo haces, salir con mujeres como esa. Tengo suerte de llevar una
zorra a mi apartamento. Eres un tipo con suerte, Gustavsson. ¡Afortunado, afortunado,
afortunado!

Sin interés de hablar sobre mis encuentros sexuales, que han sido solo con una
mujer últimamente, no respondo. Dante no es mi tipo para conversar, es desagradable
y poco profesional y nunca ha dicho algo que recuerde que se acerque a ser profundo
o inteligente. Solo lo mantengo cerca porque puede conseguirme los criminales que
necesito poner en mi silla. Sabe en dónde encontrarlos en cualquier momento, como
atraerlos a los callejones oscuros y edificios abandonados para noquearlos y
traérmelos. Por supuesto, soy perfectamente capaz de hacer esas cosas, pero no tengo
el tiempo. Y le pago bien para que lo haga por mí.

Dante alcanza la puerta principal, y se detiene en frente de ella, mirándome.

—Tal vez podrías… ya sabes, encontrarme una mujer así —sonríe


remilgadamente, inseguro si debería de estar sugiriendo tal cosa.

—Te pago lo suficiente para que puedas comprar tu propia mujer —agito una
mano, con la palma hacia arriba—. Cada ciudad tiene sus putas caras.

—Oh, pero no quiero pagar por una —dice—, quiero una que quiera dormir
conmigo, ¿sabes? Al igual que tú.

Sacudo mi cabeza y dejo caer mi camisa de vestir en el brazo del sofá.

—Lo siento, pero eso no es algo con lo que te pueda ayudar.

Suspira con decepción y luego alcanza la perilla de la puerta.

—Sí, supongo que tienes razón —dice—. Pero tal vez al menos podrías decirme
como lo haces, en algún momento darme algunas sugerencias.

—Pensaré en ello. —Es una conversación ridícula, pero no va hacer ningún bien
decirle eso.
Cuando abre la puerta de entrada, me doy cuenta demasiado tarde que nunca ha
estado completamente cerrada, me sorprende ver a Emily de pie del otro lado de esta,
vestida con vestido de gala para la cena en la que está trabajando.

Cierro los ojos por un momento e inhalo una respiración mezclada con pesar,
porque sé que debió de haber escuchado todo.

Dante mira de un lado a otro entre nosotros, tan sorprendido como lo estoy de
ver a esta joven mujer parada ahí. Nunca traigo a las mujeres a mi casa, siempre a
hoteles, pero he estado trayendo a Emily. Porque me estaba comenzando a gustar.
Nunca le había dicho a Dante sobre ella.

Emily, con cabello castaño dorado largo cubriendo sus hombros, dobla las manos
delante de ella; su rostro esta abatido, herido.

—Lo… lo siento… —dice, haciendo una pausa, buscando, pero en lugar de


continuar, se vuelve sobre sus talones y se va.

—Emily, espera un segundo. —Paso delante de Dante, encerrándolo dentro de la


casa y siguiendo a Emily por las escaleras de roca—. No sé qué tanto has escuchado —
sintiendo pánico, más que nada con la esperanza de que no escuchara las partes sobre
el hombre en el maletero, ese un problema más grande de solucionar.

Emily se detiene en la acera y se gira hacia mí.

—Mira, eres un chico maravilloso, por lo menos, pensaba que lo eras, pero solo…
lo siento Fredrik, pero no voy a ser una de tus putas.

Su cabello largo se sacude detrás de ella mientras rápidamente se da la vuelta y


se dirige a su auto estacionado en la calle.

No voy detrás de ella.

Para empezar, nunca la debí de haber perseguido. Es una chica dulce, inocente y
hermosa que quiere ser enfermera para ayudar a salvar vidas; soy un monstruo
oscuro y malvado que siente gran placer en llevar al borde de la vida a los hijos de
puta. Y esa oscuridad crece dentro de mí cada día. A veces, la tortura ya no es
suficiente. Y eso me asusta. Un poco.

El resplandor rojo de sus luces de freno ilumina la oscuridad cuando Emily se


aleja.
—¿Crees que ella escucho algo sobre el tipo en mi maletero? —escucho decir a
Dante nerviosamente cuando doy un paso dentro de la casa.

Niego con la cabeza—. No, no escucho nada sobre eso.

Dante hace un ruido entrecortado con sus labios.

—Eso es un alivio —dice—. Pero ¿estás seguro?

—Sí, lo estoy —le digo, confiando en mi capacidad de leer a una persona; que es,
después de todo, parte de mi trabajo—. No tenía miedo —continuo—. Solo decepción.

—Hey, lo siento jefe, parecía una buena chica.

—Lo era.

—Bueno, usted lo puede hacer mejor —dice Dante, y realmente me gustaría que
dejara de hablar y trajera el hombre del maletero—. No necesitas a una buena chica,
después de todo, mierda jefe, necesitas a alguien como tú.

Tal vez no le estaba dando al chico suficiente crédito, esa es la primera cosa
inteligente que le he escuchado decir.

Me dirijo a la ducha con derramamiento de sangre en mi mente.


Traducido por AsheDarcy & âmenoire

Izabel

—¿Crees que va a aparecer? —pregunta Nora, sentada a mi lado en el jet


privado.

Diez minutos antes de salir, y aún no hay señales de Niklas. Echo un vistazo a
una mujer llamada Blythe que está cerca de la entrada del avión con botas militares y
lápiz labial color malva oscuro y sombra de ojos; el pelo largo y oscuro cae sobre sus
hombros; un ceño está grabado en su boca. Blythe se ve tan sumisa, como Nora débil y
vulnerable. Pero Victor cree en su capacidad de lograr una acción tipo misión
imposible, así que supongo que debo tener más confianza en su juicio, sólo que no
quiero que ella tomar mi lugar en esta misión.

—Él va a venir —le respondo a Nora, sintiendo sólo el cuarenta por ciento de
confianza ya. Ansiosamente entonces echo un vistazo a mi teléfono en mi mano.

Otro operativo de la Primera División se encuentra fuera del avión, a la espera;


un tipo llamado Elric, que se supone que es el suplente de Niklas si no se presenta.

Miro a Nora sentada junto a la ventana. Ella no parece muy convencida.

—Él va a estar aquí —repito.

Echo un vistazo a la hora de nuevo y mi confianza comienza a caer en picado.

Nora se encoge de hombros con una expresión de si tú lo dices.


Minutos más tarde la forma escultural de Blythe finalmente se mueve cuando
algo fuera llama su atención. Ella se mueve por las escaleras y fuera del avión. Me
levanto inmediatamente y cruzo el pasillo para ver por la ventana del otro lado, mi
corazón latiendo a doscientas pulsaciones por minuto.

El alivio me recorre cuando veo a Niklas, vestido con un traje negro, corbata a
rayas y zapatos de vestir, caminando hacia el avión con dos maletines, uno aferrado a
cada mano y una bolsa de viaje arrojada sobre un hombro, definitivamente no
acostumbrada a verlo en un traje.

—Él está aquí —le digo a Nora rápidamente mientras dejo los asientos y hago
mi camino a la entrada del avión.

Me dirijo abajo por las escaleras y al asfalto.

—Llegas tarde —digo saliendo.

Niklas mira al costoso Rolex en su muñeca. No dice nada a cambio, se aleja de mí


y da a Blythe y a Elric toda su atención. Me molesta durante unos dos segundos, pero
estoy contenta de que esté aquí.

Después de que Niklas se despide de Blythe y Elric, se acerca a mí, sus ojos color
verde azulado barren sobre mí de arriba a abajo de manera escrutadora.

—¿Qué? —pregunto, perpleja e incómoda.

—Te tendrás que cambiar en el avión —dice—. Espero que hayas traído algo
más adecuado para llevar, no puedes vestirte con esa mierda.

Le doy un rápido vistazo a mi apretado traje negro y botas altas.

—No pienso eso —le digo ofendida—. Traje el armario entero prácticamente.
Pero aún no estamos allí, así que no importa lo que llevo.

Niklas camina por delante de mí y lo sigo.

—Desde el momento en que el avión llegue a Italia —dice—, necesitas lucir y


actuar como tú papel. —Se detiene en el último escalón de la escalerilla y se da vuelta
para mirarme. Sus ojos son oscuros, embelesados con obstinación—. En lo que a mí
respecta, este avión será uno de los pocos lugares donde la verdad acerca de nosotros
es segura. Tendrás que recordar eso Izabel, olvídalo una vez, aunque sea por un
segundo, y podría ser la muerte para todos nosotros. —Empieza a subir las escaleras,
pero se detiene y añade—: y si haces que me maten, Izzy, habrá un infierno que pagar
en tu vida futura.

Él sube las escaleras.

—Bueno, es algo bueno que no crea en una vida futura —digo amargamente por
detrás.

Nora le sonríe a Niklas astutamente mientras camina por el pasillo para


encontrar un asiento. Toma la sección espaciosa con una mesa y un montón de espacio
para estirar sus largas piernas. Él pone sus maletines abajo, uno en el asiento y el otro
en la mesa y luego se quita la chaqueta, colocándola sobre la silla vecina.

—Es extraño verte en un traje —dice Nora—. No quiere decir que no me


guste—.Un destello carnal es evidente en sus ojos marrones.

Niklas no contesta.

En cambio, alcanza y se afloja la corbata alrededor de su cuello, luego rompe los


dos primeros botones de su camisa de vestir.

Tomo asiento frente a Niklas.

—Gracias por hacer esto —le digo.

Los ojos de Niklas se encuentran con los míos brevemente, entonces mira hacia
otro lado y tira abiertos los pestillos del maletín sobre la mesa.

—Así que... —hago una pausa, tratando de encontrar las palabras, y con la
esperanza de mover el incómodo silencio—, …Victor dice que eres el mejor hombre
para este trabajo. ¿Nos podrías decir por qué?

Su atención se mantiene en el maletín delante de él; recupera una tablet y voltea


abierta su cubierta de cuero como un libro.

Echo un vistazo por encima de mi asiento a Nora. Ella se sienta en silencio


leyendo una revista, con las piernas cruzadas, su largo cabello rubio recogido en una
cola de caballo en la parte superior de su cabeza, cayendo a un lado de su cuello
desnudo. No puedo imaginar por qué no había dicho mucho. Tal vez se quedaba afuera
para que haga lo mío. Después de todo, ella está de acuerdo en que yo conozco más a
Niklas que ella, y que entre las dos, soy la única en quien confía, o le gusta, aunque sólo
sea en los niveles de tolerancia.
Niklas cierra el maletín.

El avión despega.

—Cuando estábamos en La Orden —comienza—, nunca fui enviado a misiones


como mi hermano. Él era el fantasma en las sombras que nunca ves antes de tu
muerte. Yo era el enviado a interpretar roles, obtener información desde el interior. —
Me doy cuenta de que sus ojos se desvían en dirección a Nora momentáneamente—.
Interpreté un montón de roles —continúa, mirando hacia atrás—, justo como el que
he interpretado en el principio con Claire. Tiempos de maldita diversión eran. —Esta
última parte fue acribillada con amargo sarcasmo.

Niklas se inclina hacia atrás en su silla, apoyando el tobillo derecho en la parte


superior de su rodilla izquierda. Pone la tablet en su regazo.

—Así que has interpretado este tipo de roles antes —asumo—. ¿Con mujeres
como Francesca Moretti? ¿Qué hay en el otro maletín?

—No —dice sin tener que pensar en ello—. No como Francesca Moretti. He
jugado a ser amo de mujeres antes; he sido el comprador de ellas —me estremezco
interiormente con su admisión—, incluso he jugado a ser vendedor. Pero con
Francesca Moretti, las apuestas son más altas, el riesgo es mayor, y el juego más
mortal. No sé por qué Victor permite que hagas esto. Y hay un millón en efectivo en el
otro maletín. —Mira hacia abajo a su tablet, pasando su dedo índice sobre la pantalla.

—Porque él sabe que puedo —le digo, tratando de ocultar el hielo en mi voz. Me
aguanto y no vuelvo a mencionar el asunto—. Bueno, entonces ¿cuál es el plan?

—¿Quieres decir que no tiene ya uno? —pregunta, a pesar de que salió como un
comentario ligeramente sorprendido. No levanta la vista de la pantalla. —Pensé que
Victor y su nuevo juguete tendrían todo resuelto ya. —Nora y yo nos miramos
brevemente la una a la otra.

Su comentario me punzó. ¿Nuevo juguete de Victor? Yo fui quien la trajo a


nuestra Orden. Yo era quien la quería aquí, no Victor. Pero entonces ¿por qué el
comentario de Niklas duele tanto?

Vuelve al asunto Izabel, me regaño a mí misma. Me niego a dejar que Niklas


llegue a mí, porque sé que es lo que está tratando de hacer.
Niklas desliza la pantalla un par de veces antes de colocar la tablet en el asiento
junto a él. Entonces vuelve a poner el pie en el suelo, se inclina hacia adelante y apoya
los codos en la parte superior de las piernas.

—Mírame, Izabel —dice, y lo hago, inmediatamente atenta a sus próximas


palabras, y esa mirada seria, en su cara endurecida—. Yo no tomo estas misiones a la
ligera —comienza—. Puedo bromear y perder mi mierda a veces cuando estamos en
algún trabajo de matar y asesinar, pero esto —señala al suelo; sus ojos se vuelven más
feroces—, este es mi área de especialización, y verás un lado de mí que nunca has
visto antes. Sólo espero que seas capaz de interpretar tu rol sin joderlo, porque yo no
voy a dejar de interpretar mi personaje. Necesitas recordar eso. Nunca dejo de
interpretar mi personaje. —Sus penetrantes ojos nunca dejan los míos hasta
largos segundos más tarde, cuando siente que ha conseguido dejar claro su punto. Él
presiona la espalda contra el asiento de nuevo.

Un nudo nervioso se sienta profundamente en la boca de mi estómago; otro


permanece alojado en mi garganta.

—Bueno, por mi parte —Nora dice finalmente—, estoy contenta de escuchar


eso. —Se acerca a nosotros y se sienta en el asiento directamente detrás de mí.

Niklas finalmente la mira por unos pocos segundos; aversión hierve bajo la
superficie de su expresión desinteresada.

—Personalmente prefiero que el papel sea tan real como se puede ser
—añade—. Y nunca dejo de interpretar mi personaje, tampoco.

Una sonrisa, casi demasiado débil para ser vista, tira de una esquina de la boca
de Niklas.

Él sonríe y dice con frialdad—: ¿Cómo has entrado, de todos modos? Estoy
seguro de que tu coño no está hecho de oro, así que ¿cómo convenciste a mi hermano
que te dejara entrar?

—¿Qué demonios se supone que significa eso? —espeto. Ni siquiera estoy


segura de lo que pregunto en realidad, sólo sé que no me gustó que Niklas insinuara
que Victor alguna vez considerara dejar entrar a Nora porque ella se lo tiró.

—Yo soy la razón por la que Nora entró —corto fríamente antes de que Nora
tenga la oportunidad de responder—. Si quieres saber la verdad, Victor la dejó porque
es lo que yo quería.
Niklas sonríe, ¿por qué sonríe?, y luego manipula el interior de la boca con sus
dientes. Espero, sofocada por el tenso silencio, que haga algún comentario sarcástico
acerca de lo que le dije, por ser el gilipollas bocazas que sólo Niklas puede ser. Pero en
cambio, sólo mueve la cabeza con algún tipo de expresión conocedora que me deja
perpleja. E incómoda. Y ni siquiera sé por qué. Ah, claro, porque la verdadera
experiencia de Niklas está en saber cómo meterse bajo mi piel con muy poco esfuerzo.
Esto va a ser una misión para recordar. O más bien, que estoy bastante segura de que
voy querer más que nada, olvidar.

Nora y yo pasamos los siguientes veinte minutos diciéndole a Niklas todo lo que
pasó después de que dejó nuestra sede en Boston esa noche. De cómo recluté a Nora,
la aceptación de Victor de mi decisión, la tortura de Fredrik a Dorian, y la decisión de
Victor de reunirse con los empleadores de Dorian y ver lo que tienen que ofrecer. Lo
llenamos con cada detalle, pequeños y grandes, pero me abstengo de decirle algo
sobre la conversación que Victor y yo tuvimos acerca de por qué mató a Claire. No sólo
Niklas deja claro de antemano que no quiere hablar de ello, sino que no es mi labor
hacerlo, tampoco. Sé que tengo que dejar que Victor y Niklas trabajen este asunto
entre ellos. Y sé que no tenemos tiempo de sobra para hablar, o discutir sobre ello. Es
una pérdida de tiempo en este momento; solo hay que centrarse en la misión. Victor
estaba en lo cierto. E incluso Niklas siente que esta misión es demasiado importante,
demasiado peligrosa, para perder el tiempo discutiendo sobre el reclutamiento de
Nora, o expresar ampliamente su aversión por ella.

Por el momento, la tolera. Después que esta misión haya terminado, y todos
estemos todavía vivos, entonces sólo puedo preguntarme qué tipo de represalias
podría utilizar.

—Nora —dice Niklas— ¿qué experiencia tienes con la trata de esclavos?

El avión realiza un poco de turbulencia, pero se sitúa rápidamente.

Nora, sentada junto a Niklas, ahora en su amplia sección del avión, cruza sus
largas piernas y se pone más cómoda. Sin mirarlo contesta resueltamente, sin sonrisas
o seducción.

—No mucha. Cuando tenía diecinueve años, fui enviada a una misión en Dubai,
donde me vendieron como esclava sexual de un jeque rico. Mi trabajo consistía en
matar a su hijo. Ni decir, que eso es exactamente lo que hice. —Mueve un brazo y lo
descansa sobre el respaldo del asiento, apoyando un lado de su cara en sus dedos—.
Fue mi única misión de esa naturaleza —continúa—, y mis dueños también eran
encubiertos y también sufrí poco abuso por parte del jeque antes de tener el trabajo
hecho, pero puedo asegurarte que puedo llevar esto a cabo, interpreto cualquier papel
que necesite interpretar. Aprendo rápido.

Niklas sonríe, aparentemente pensando para él mismo.

—¿Pero qué tan lejos irás? —pregunta, la pregunta enlazada con reto.

La sonrisa de Nora es maliciosa y confiada; nunca una onza de miedo.

—Lo lejos que iré por una misión, Niklas, es mucho más de lo que tú alguna vez
irás. —Inclina su cabeza gentilmente hacia un lado, sus largos dedos deslizándose de
su cara mientras lleva su brazo hacia atrás, colgándolo sobre la parte trasera de la
silla—. Aprenderás eso sobre mí lo suficientemente pronto. —Nada sobre Nora
sugería ahora que todavía trate de seducirlo, es toda Nora Kessler, la peligrosa
banshee que no debe ser tomada a la ligera.

—Estoy seguro que lo haré. —El rostro de Niklas permanece inexpresivo—. Es


bueno saber que no tienes límites.

Se gira hacia mí.

—Tú por el otro lado —dice—. Sólo tendrás que ser muy cuidadosa y mantener
tu boca cerrada. Yo me encargaré del resto. Pero mantener tu boca cerrada es más
importante en esta misión como nunca lo será. ¿Crees que puedes hacer eso?

Le sonrío con suficiencia y cruzo mis brazos.

—Sólo dime qué necesito hacer, Niklas —digo fríamente—. Deja el acto de
intimidación parental conmigo de una vez y hagamos nuestro trabajo con un poco más
de profesionalismo.

Me sonríe con suficiencia de vuelta, pero sin discusión.

Luego pasa la tableta hacia mí y la tomó en mi mano, dando un vistazo en la


pantalla.

—Puede que tengas experiencia personal en la trata de esclavos sexuales —


dice—. Pero esto será un poco diferente. Las chicas en establecimientos como el de
Moretti, son, debería decirlo, de mayor clase.

Levanto la mirada de la pantalla, el ceño fruncido sobre mi rostro.


—Las chicas de Francesca Moretti, sus cortesanas y aquellas vendidas en sus
exposiciones, son de la más alta calidad —continúa Niklas—. Son cuidadas como
preciados caballos de carreras, tratadas también de la misma manera. Cientos de
miles de dólares son desembolsados para hacer a estas chicas, y chicos, perfectos:
cirugía plástica, procedimientos médicos, dietas especiales; incluso tienen sus
dietistas personales y entrenadores de discurso y etiqueta. Sus amos no esperan nada
más que perfección; y como en una carrera de caballos, si pierden demasiadas
carreras o se rompen una pata, frecuentemente son sacrificadas.

—Sí, eso no es exactamente como se hacía las cosas en México —digo—. La cosa
de la cirugía plástica y los entrenadores de etiqueta de cualquier forma. La parte de
“sacrificadas frecuentemente”, desafortunadamente, era la forma en que se hacían las
cosas. Suena como si de mayor clase fuera un mucho mejor trato.

—No —dice Niklas—. No lo es. No confundas mayor clase con más seguro.
Necesitas recordar que nunca estás segura mientras estés en presencia de estas
personas, especialmente de Francesca. ¿Asumo que Victor te advirtió sobre su
reputación?

Asiento.

—Sí —digo, ondeando mi mano dramáticamente en el aire—. Cree que es la más


hermosa en toda la tierra.

—Bien. No le des razón alguna para querer matarte.

Niklas apunta hacia la tableta en mi mano.

—Nora debe familiarizarse con esos términos y reglas; malditamente


asegúrense de conocerlas como la palma de su mano para el momento en que
aterricemos.

Echo un vistazo a la pantalla de nuevo; Nora se mueve para sentarse junto a mí,
así puede leer el texto.

—Necesitarás ser consistente. Pero lo mantendremos en lo básico. Recuerda


todo lo que veas ahí y seremos creíbles. Jódela una vez y levantaremos sospechas y
tendremos más ojos encima de nosotros de lo que queremos o nos mataran en el acto.

Leo rápidamente a través de las pocas reglas, absorbiendo cada una de ellas
como si estuviera a punto de tomar un examen. Cuando llegó a la número seis, trago
fuerte
Mantener una expresión recta y sin emociones sobre tu rostro en todo momento, a
menos que estés siendo complacida o herida.

Levanto la mirada de la pantalla.

—¿Complacida o herida? —inquiero nerviosamente—. No vamos a realmente


tener que…

Niklas sacude su cabeza con decepción.

—¿Eso es lo que pensabas? —pregunta—. ¿Que serías enviada en una misión


como ésta y no tendrías que interpretar tu rol completamente sólo porque eres la
chica del jefe?

Muerdo el interior de mi boca.

—No, solo pensé que como Victor quería que fueras con nosotras que…

Niklas se ríe bajo su aliento.

—No Izzy —dice finalmente, y levanto mis ojos hacia los suyos de nuevo—.
Nadie a va a tocarte. Y sí, es por eso que Victor me quería en esta misión contigo,
porque sabe que no dejaré que nada te pase… —se detiene y una pista de una sonrisa
aparece sobre su boca—… bueno, al menos nada que pudiera considerarse…
imperdonable.

Asiento lentamente, y con alivio, a pesar del incomodo escalofrío que me dejó la
última parte

Niklas mira hacia Nora.

—Ahora tú, por el otro lado —dice—. No puedo hacerte promesas. —Sonríe.

Tengo la sensación que él no haría promesas donde Nora esté contemplada,


incluso si pudiera.

—Sólo es sexo —dice Nora con un encogimiento de hombros—. No es que tenga


el habitado de darlo libremente, pero hago lo que se tenga que hacer por el bien de un
trabajo.

Niklas asiente.

—Pero tú serás nuestro amo —remarco—. Nadie va a tocar a alguna de nosotras


si tú eres nuestro dueño. ¿Verdad? —Eso espero.
—No sin mi permiso, no —dice—. Pero dependiendo de las circunstancias,
puede ser en nuestro mejor interés que dé mi permiso.

Mira brevemente a Nora de nuevo, y una sonrisa ladina pasa sobre sus rasgos.

—Ahora sobre sus nombres —dice—. Adoptaré una vieja tradición italiana, una
tradición Moretti, de todas formas: mis chicas sólo pueden tener nombres con tres
letras. Más de tres implican que una chica se ha ganado un lugar más alto junto a su
amo que una esclava. —Apunta a Nora—. Tú seres Aya. —Luego mira hacia mí y
dice—: y tú serás Naomi.

Ese es mi verdadero segundo nombre.

Sólo un poco sorprendida, pienso un segundo sobre el nombre de cinco letras,


sabiendo de inmediato por qué me lo dio a mí; así no tendrá que tratarme de la misma
forma en la que seguramente Nora será tratada. Tanto como apreció al tratamiento
especial, no puedo evitar sentirme mal sobre ello también. Quiero ser tan buena como
Nora en todas las cosas; quiero igualar su habilidad y ser tomada tan seriamente en
esta línea de trabajo como todos la toman a ella.

—Está bien —digo—. ¿Cuál será exactamente la diferencia entre Aya y Naomi?

Niklas me mira directamente a la cara.

—Aya será mi esclava —dice—. Pero tú, Naomi, desafortunadamente tendrás


que sufrir el rol de ser mi novia.

Mis cejas se juntan.

—¿Pero pensaba que también iba a interpretar el rol de la esclava? —Cae en mí


ahora que antes dijo que Nora debía familiarizarse con los términos y las reglas.

Se inclina hacia adelante, sus codos sobre sus muslos.

—Interpretarás el rol que yo te diga —dice firmemente—. O no voy. Esa es la


condición. Tómala o déjala. Puedo tomar otro avión de vuelta a Boston cuando
aterricemos si así lo necesito.

Furiosa, dejo salir mi respiración fuerte y larga, cruzando mis brazos sobre mi
pecho y presionando mi espalda contra el asiento.

—Esas son tonterías.


—Dile como quieras —dice, recostándose hacia atrás—. Pero esa es lo forma en
que va a ser.

—¿Cómo voy alguna vez a aprender si todos sigue tratándome como una niña?
Puedo interpretar el rol de una esclava, Niklas…

—No, no puedes —dice tranquilamente, sin mirarme.

—¡Maldita sea, Niklas, fui una esclava por nueve años!

—¡Y eso es exactamente por lo que no lo serás! —espeta, sus ojos duros, llenos
de autoridad y determinación, su repentino cambio de humor me sorprende.

Clavo mis puños contra el asiento detrás de mí.

Niklas se inclina hacia adelante de nuevo, captando mi mirada.

—Es suficientemente malo que estés haciendo esto —dice—. Las cosas que
verás; el ambiente, la mierda que ni tú ni yo seremos capaces de detener, a la que
tendremos que fingir que estamos acostumbrados, que yo disfruto, a la que tú eres
indiferente, es un riesgo lo suficientemente grande teniendo a alguien como tú, quien
fue una esclava por nueve años —reitera mi propio argumento—. Pero ir tan lejos
como volverte una esclava de nuevo, no va a pasar, podría también arrojar el gas al
fuego.

Experimento la conversación con Victor sobre que yo regrese a México, toda de


nuevo. Y eso me enfurece. Sé que puedo hacer esto. Sé que puedo interpretar el rol de
una esclava sin romper el personaje, sin que los oscuros recuerdos de mi vida anterior
interfieran con mi desempeño. ¿Por qué no confían en mí? ¿Por qué no me da una
oportunidad para probarme? Me pregunto si Victor sabe sobre esto. Dado que él y
Niklas no se hablan, supongo que no lo hace. Y él no tuvo un problema con ello
durante nuestra reunión; no exigió que interpretara a la “novia” de Niklas, esto es todo
obra de Niklas, y me pregunto si no es algún juego que está jugando para desquitarse
de Victor.

—¿Qué va a ser? —dice Niklas.

Por un largo tiempo sólo lo miro, y luego miro hacia Nora. Ella se encoge de
hombros casualmente, pero no dice nada del asunto. No hay mucho que pueda decir,
realmente, porque sabe igual que yo que Niklas no es del tipo que cede, lo que dice es
lo que se hace, y eso es todo.
Me giro para mirar a Niklas de nuevo, quien se sienta en su pulcro traje,
esperando por mi respuesta.

Figurativamente mordiendo mi lengua, lamo la sequedad de mis labios y dijo con


un asentimiento:

—Está bien. Interpretaré el rol que me digas.

Niklas asiente de regreso.

—¿Así que asumo que seré una pretenciosa perra adinerada de nuevo como lo
fui en mi primera misión con Victor? —Recargo mi espalda contra el asiento y cruzo
mis piernas. Como que extraño interpretar ese rol, la primera vez que me convertí en
Izabel Seyfried, como un personaje de todas formas, ser ella era excitante.

—No —contesta Niklas—. Definitivamente no serás una perra pretenciosa.


Puede que no seas mi esclava, pero todavía eres sumisa ante mí, nunca elevarás la voz
o mostraras desafío. Además, una perra bocazas es más probable que ponga un
objetivo en tu espalda, que le dé a Francesca más razones para querer cortar esa
pequeña garganta. Quiero que seas amable y simpática, Izzy… espero que eso no sea
demasiado difícil para ti. —Sonríe con suficiencia.

Le sonrío con suficiencia de vuelta.

—Pero como dije antes —continúa—. Sólo mantén tu boca cerrada, tu boca
normal de todas formas. —Se detiene y me mira directo a los ojos—. Y me disculpo
por adelantado, que quede asentado.

No me gusta el sonido de eso.

—¿Por qué? —pregunto, cautelosa.

Niklas mantiene una cara recta.

Por lo que sea que puede tener que hacer —dice.

Sólo asiento de vuelta hacia él, aceptando todo, incluso su disculpa.

—Ahora sobre esa ropa —dice Niklas en alto.

Pasamos el resto del vuelo revisando la terminología y las reglas y cómo Nora y
yo debemos actual y vestir y comportarnos en todo momento.
Tal vez siento un falso sentido de seguridad conociendo por qué Victor envió a
Niklas con nosotras, porque no estoy tan nerviosa como probablemente debería
estarlo. Sino que me siento segura. Más que eso, estoy abrumada con determinación y
emoción. Porque sé que puedo hacer esto. Puedo probarles que puedo estar en este
“ambiente” y no ser afectada por ello. Aun cuando no voy a realmente interpretar el
rol de esclava en esta misión, tal vez todavía pueda mostrarle a Victor que puedo
manejarlo y que puede cambiar de opinión después y dejarme interpretar el rol de
esclava en la misión en México.

Haré lo que sea necesario para hacer que suceda eso.


Traducido por Apolineah17 & Simoriah

Niklas

Izabel no está ni de cerca tan nerviosa como debería estar, pero ya llegará
a estarlo. Una vez que esté dentro de ese lugar, sintiendo docenas de ojos peinando
cada centímetro de ella, comenzará a sentir las repercusiones de su decisión de seguir
adelante con esto. Hará exactamente lo que dijo que no hace: estremecerse y
retroceder cuando alguien la toque; tendrá debilitantes recuerdos de su antigua vida
cuando alguien diga una palabra detonante, piensa que ha superado lo que le sucedió
en México, pero nadie se sobrepone a algo así, tan fácilmente. Nadie.

Aunque yo estaré allí para atraparla cuando caiga, tendré que estarlo, así no va a
conseguir que nos maten. Y ella ya me desprecia, por lo tanto cualquier cosa a la que
tenga que recurrir para lidiar con ella durante esta misión, por lo menos no cambiará
tanto la relación ya tumultuosa entre nosotros.

Sin embargo, en cuanto a su relación con Victor mi hermano… mi querido y


asesino hermano, ¿qué has hecho? ¿Qué estabas pensando al enviar a Izabel, de todas
las personas, a un mundo clandestino como éste en Italia?

Lo sé. Oh, lo sé bien.

No es ninguna sorpresa, en realidad, lo que está haciendo Victor. Lo he conocido


toda mi vida, y en el fondo, a pesar de su amor por ella, él es el mismo hombre que
siempre ha sido. Y que siempre será.
Llegamos a Nápoles, y es como colocar un pie sobre un recuerdo cuando doy un
paso fuera del avión. Estuve aquí hace años, en una misión para La Orden. Pero fue mi
breve tiempo con Claire lo que trae nuevamente a colación el recuerdo, no la misión.
Claire me dijo una vez que siempre había querido ir a Italia. Incluso fui tan lejos como
para prometerle que la llevaría algún día, aunque sabía que eso probablemente nunca
sucedería.

Nunca perdonaré a mi hermano por lo que hizo.

Nunca.

Izabel, Nora y yo nos instalamos en el hotel más extravagante en el centro de la


ciudad. Me registro como el adinerado y cruel bastardo, Niklas Augustin. De aquí en
adelante, hasta que terminemos la misión, tendré que dejar mis pelotas sofocadas en
estos trajes que se sienten más como mi hermano de lo que quiero sentir. Me juré a mí
mismo que nunca usaría otro traje de nuevo, pero es algo así como esa promesa que le
hice a Claire, debería haberlo sabido mejor.

Un botones, vestido en un traje negro a rayas y una corbata de moño, guía el


camino hacia nuestra suite en la planta superior del hotel con vistas a la enorme
ciudad abajo. Nora mantiene su mirada gacha hasta que le doy propina al botones y él
nos deja solos en la habitación.

Voy hacia las puertas del balcón y las empujo para abrirlas con las palmas de mis
manos hacia el suave aire de otoño. Izabel y Nora hacen un recorrido en la habitación
para comprobar si hay dispositivos de audio o video. Es poco probable que hubiera
algo aquí ahora ya que nadie sabía que veníamos, pero nunca está de más estar
seguros. Esta es precisamente la razón por la que partimos tan rápidamente, en lugar
de darle tiempo a la gente de Moretti para contemplar y planear la llegada de un
nuevo cliente.

—Está limpio —anuncia Nora mientras guarda el detector de micrófonos ocultos


en un bolso—. La única señal inalámbrica que captó fue el internet.

—Lo mismo aquí —dice Izabel, dando un paso hacia adelante—. Entonces, ¿cuál
es nuestro primer movimiento?

Me giro desde las puertas dobles de cristal y las miro a las dos. Izabel lleva un
fino vestido color crema que cuelga justo por encima de sus rodillas, tensado
alrededor de su pequeña cintura por un delgado cinturón negro. Lleva un par de
zapatos de tacón color crema con una delicada correa sobre la parte superior de sus
pies. Nora, necesitando parecer más de mi propiedad que Izabel, usa un sencillo
vestido color gris pizarra, pero es más largo, terminando dos pulgadas por debajo de
las rodillas y que queda colgando libremente sobre su cuerpo; lleva zapatos blancos
de suela plana que llegan debajo de sus tobillos. Sus cabellos están peinados en
apretadas colas de caballo en la parte posterior de sus cabezas. Únicamente Izabel
lleva joyas y un pequeño bolso negro. Ambas son malditamente hermosas. Son
papeles como estos los que hacen que este trabajo valga la pena.

Pellizcando mi boca en uno de los lados a medida que las observo de arriba a
abajo, contemplo nuestro siguiente movimiento.

—Digo que nos zambullamos directamente —respondo—. Creo que les he dicho
lo suficiente en el avión.

—Entonces vamos a hacer esto —dice Nora.

Miro a Izabel.

—He estado lista desde ayer —dice con determinación, confianza.

Sólo espero que no esté demasiado confiada.

Pasamos una gran cantidad de tiempo en el vuelo repasando todos los detalles
de la misión, cada plan en caso de que un plan se vaya a la mierda. No estoy
preocupado por estas personas creyendo quien digo ser; mi identidad como Niklas
Augustin quedó firmemente establecida en su lugar hace un año, lista y esperando por
cualquier misión donde ese papel en particular sería necesario. Teniendo a James
Woodard, y a otros expertos como él a nuestra disposición, y teniendo muchas
conexiones fuera de la Orden de Victor, nos permite crear identidades creíbles con
vidas falsas que datan tan atrás como las necesitemos. Tengo alrededor de otras
treinta identidades firmemente arraigadas a mi disposición. Pero eso no significa que
Francesca Moretti, o quienquiera que envíe en su lugar, confiará en mí de cualquier
manera. Perfectamente espero tener la desconfianza de todas las personas que
podrían encontrarse involucradas en los negocios de Moretti.

Varias horas después, me estoy reuniendo con una mujer conocida sólo como
Miz Ghita, en un restaurante a las afueras del centro de la ciudad. Tomó un par de
llamadas telefónicas después de conseguir los números apropiados de uno de
nuestros pocos contactos dentro de Nápoles, pero esas llamadas me llevaron a Miz
Ghita, quien, con suerte, me llevará hacia Francesca Moretti. Sólo tenemos una
oportunidad en esto. Tengo confianza en mi capacidad para sacar esto adelante, pero
no tomo por sentado los rumores y las advertencias que me han dado sobre conseguir
pasar a Miz Ghita, al parecer es una mujer dura, dura como el acero.

Izabel y Nora me acompañan, y ésta es la parte de la reunión que amenaza más


mi confianza, aquí viene Miz Ghita, y simplemente espero que Izabel pueda mantener
su boca cerrada como prometió.

Me pongo de pie como cualquier caballero haría a medida que Miz Ghita se
aproxima: mis manos están dobladas cuidadosamente hacia abajo frente a mí, mi caro
Rolex está a la vista, un solo anillo grueso de oro y diamantes en mi dedo anular
opuesto; levanto mi barbilla de una manera culta.

Izabel y Nora se paran de sus sillas.

Miz Ghita, una mujer de sesenta y algo de estatura y construcción mediana, con
canoso cabello marrón cortado por debajo de sus orejas adornadas por ordinarios
pendientes, asiente hacia mí mientras el mesero saca la silla para ella. Me siento sólo
después de que ella lo hace; Izabel y Nora, en ese orden, toman sus asientos después.

—Aprecio que se reúna conmigo —digo.

—Mi tiempo es valioso, Sr. Augustin, tenga eso en cuenta antes de elegir
desperdiciar algo de él. —Desestima el intento del mesero de tomar su orden de
bebida, y él se inclina y se aleja—. ¿Tiene un número? —Mira a través de la pequeña
mesa hacia mí.

Asiento.

—Lo tengo —digo, metiendo la mano en el bolsillo interior de la chaqueta de mi


traje y saco un sobre.

Lo coloco sobre la mesa y lo deslizo a través de la corta distancia hacia ella. Ella
lo toma en sus largos dedos protuberantes cubiertos por anillos, y entonces abre la
solapa, mirando dentro brevemente hacia el dinero. Los pensamientos de Miz Ghita
permanecen ocultos, pero el hecho de que no rechace la oferta de inmediato es prueba
suficiente de su aprobación. Veinte mil dólares americanos sólo para encontrarme con
ella es más que suficiente para demostrar mi valor financiero. Pero demostrar que soy
rico, y que puedo permitirme el lujo de las prostitutas de Moretti, es la parte fácil.
Demostrar que no soy un oficial encubierto o un agente de gobierno, o alguien enviado
para secuestrar o asesinar a Francesca Moretti, no sé, por ejemplo, para apaciguar a
un padre enojado, será la parte difícil.
Ha pasado un tiempo desde que he estado en una misión como ésta —espero
malditamente no estar demasiado oxidado.

—Un inversionista —comienza Miz Ghita—. Al parecer un hombre que toma


riesgos, eso es todo lo que una inversión es, en realidad: altas apuestas de juego.

Sonrío.

—Oh, vamos, Miz Ghita —digo, inclinando mi cabeza—, usted y yo sabemos que
lo que hago para ganarme la vida no tiene absolutamente nada que ver con si
podemos o no llegar a un acuerdo, sólo mi capacidad para pagar por mi compra.

Ella sonríe, inclinando su cabeza hacia un lado también.

—Puedo pensar en algunas profesiones que ciertamente harían una diferencia


—dice, refiriéndose a cualquiera que pudiera amenazar potencialmente sus
operaciones. Pero ella y yo sabemos que todos, desde los oficiales de policía hasta los
agentes de gobierno e incluso hombres de naturaleza religiosa vienen a ellos por sexo
—ella sólo me está poniendo a prueba; quiere ver si siento la necesidad de
defenderme; si mis ojos se apartan mientras trato de explicar que soy perfectamente
digno de confianza, porque los ojos siempre se desvían cuando alguien está mintiendo.
A menos, por supuesto, que seas alguien que haya dominado el arte de mentir, como
yo lo he hecho. Nunca miento en la vida cotidiana —soy tan directo como viene— pero
cuando desempeño un papel, soy un bastardo mentiroso, y soy malditamente bueno
en ello.

La oscura sonrisa confiada nunca deja mi rostro.

Me inclino hacia adelante y bajo la voz.

—¿Pensé que su tiempo era valioso, Miz Ghita? Por mucho que respeto el suyo,
usted debería tomar en cuenta que encuentro el mío igual de valioso y preferiría no
desperdiciarlo. —Me muevo hacia atrás, presionando mi espalda contra la silla—.
Ahora si pudiéramos seguir adelante con los asuntos importantes, necesito hacer una
compra antes de que la semana haya terminado.

—Eso podría no ser posible, incluso si lo apruebo.

—Tendrá que serlo —digo de inmediato como si no fuera a haber ningún


argumento— Si no… —Y entonces cambió hacia el otro lado de Niklas Augustin, el
hombre que no tiene tiempo para mierdas, y sobre todo, que no está para nada
desesperado y que con mucho gusto iría a otra parte —elevo mi postura,
preparándome para irme y tomar mis millones de dólares conmigo.

Izabel y Nora se paran segundos después; Nora mantiene la cabeza baja y las
manos dobladas delicadamente frente a ella; Izabel, capaz de mostrar un poco más de
personalidad, mira a Miz Ghita a los ojos, pero aparece recatada, sumisa, igual. Miz
Ghita nota esto rápidamente, pero no le pregunta por ello. El dinero que estoy a punto
de llevarme es lo más importante.

—¿Por qué no se sienta, Sr. Augustin? —Ella levanta la mano decorada con
anillos, haciendo un gesto hacia mi silla—. Estoy segura de que podemos hacer
arreglos para acelerar su compra… si, por supuesto, puedo aprobarlo.

Me paro junto a la mesa por un momento más, fingiendo debatir la ofertan y


luego gradualmente vuelvo a sentarme. Izabel y Nora, como siempre, me siguen
rápidamente. Noto que cuando Izabel se sienta, la mirada de Miz Ghita se mantiene en
ella durante un momento.

Me vuelve a mirar.

—Comprendo que no está aquí por nuestros servicios —dice Miz Ghita—. Que
busca una compra completa. Normalmente no hacemos eso, Sr. Augustin.

Miente, pero está bien.

Asiento.

—Soy consciente; pero es igual, una compra total es lo que necesito. Estoy
seguro de que puede hacer una excepción.

Ella asiente, no como para estar de acuerdo de que puede hacerlo, sino de que lo
considerará. Es verdad, los ciprianos pertenecientes a Francesa Moretti usualmente no
son vendidos completamente a los compradores; sólo sus servicios están en el
mercado. Pero la familia Moretti también está en el negocio de los esclavos sexuales –
he oído las historias; cuando trabajaba como comprador en una misión de La Orden.
Amos. Vendedores. Compradores. Mercancía viva y que respira. Pero no busco una
chica en el mercado; busco una cipriana que ya no sería considerada vendible. Ésa es
nuestra misión: encontrar a Olivia Bram, comprarla y devolverla a Estados Unidos, y
luego capturar a Francesa Moretti para que el padre de Olivia Bram se encargara de
ella a su modo.
—Quizás —dice Miz Ghita—. Pero eso requeriría una reunión con la mismísima
Madam Francesa. —Ella sonríe de repente, como si la probabilidad de que eso no
sucediera de alguna manera la complaciera—. Y conseguir una reunión con Madam no
es algo fácil.

—Puedo asegurarle —digo con confianza—, que puedo proveer lo que sea que
Madam necesite para conseguir una audiencia.

Miz Ghita hace un gesto al camarero para que se acerque.

—Tendré agua —le dice, y luego se vuelve hacia mí.

—Beberé lo mismo.

El mesero se va a cumplir el pedido enseguida. Miz Ghita una vez más se vuelve
hacia mí, obviamente sintiendo que ha recuperado el control; Miz Ghita es una mujer a
quien no le gusta perder, y el momento en que la desafíe parándome de la mesa, con la
intención de irme, ella se vio obligada a bajar su poder sobre mí un poco sólo para
hacer que me quedara. La enojó. Ahora siente que se está vengando de mí por eso
sabiendo que no hay manera de que Francesa Moretti accederá a reunirse conmigo.

Sólo puedo apostar mi testículo izquierdo de que lo hará.

—Necesitaré saber —dice Miz Ghita—, qué pretende hacer con la mercancía
antes de que podamos avanzar más. Y usted debe saber que gastamos una gran
cantidad de dinero en prepararlas, así que su oferta de compra debe ser el doble de lo
que fue puesto en la mercancía, de otro modo no podremos tener una ganancia.

—El dinero de no es de manera alguna un obstáculo —digo llanamente—. ¿Y qué


importa qué pienso hacer con la mercancía?

El mesero se acerca con cuatro vasos y una alta botella de agua con gas. Pone un
vaso frente a Miz Ghita, luego frente a mí, pero cuando va a darle uno a Izabel y a Nora,
levanto la mano para detenerlo.

—Eso no será necesario —digo, sosteniendo su mirada que se encoge con la mía
sólida. Él asiente una vez y pone los dos vasos que quedan en la mesa, lejos de Izabel y
Nora, y luego llena el mío y el de Miz Ghita. Luego toma los vasos vacíos y se va con
ellos apretados entre los dedos, los vasos tintineando.

—No permitimos transacciones con los amos fuera de Dubai —dice Miz Ghita en
voz baja—. Por razones personales y de negocios que no tengo la libertad de discutir
con usted, no hacemos acuerdos con ellos bajo ninguna circunstancia, por ninguna
cantidad de dinero. —Sus duros ojos marrones se mueven de izquierda a derecha para
examinar nuestros alrededores, asegurándose que no haya nadie al alcance del oído—
. Si tiene algún trato con ellos, Sr. Augustin, entonces no podemos hacer negocios.

Levantando el vaso a mis labios, tomo un pequeño sorbo.

—Mi compra es para agregar a mi colección privada —digo, bajando el vaso


despreocupadamente. Inclino la cabeza ligeramente hacia Nora a mi izquierda—.
Como puede ver, tengo una rubia. —Luego hacia Izabel a mi derecha—. Y una
pelirroja. Me interesa un… un caballo de color diferente.

Izabel me mira con tristeza; apoyo la mano en su muslo.

Miz Ghita toma un trago de su vaso, sus ojos observándome sobre el borde,
evitando a Izabel.

—Veo —dice, poniendo el vaso frente a ella—. ¿Por qué, si está tan apresurado
que necesita una para el final de la semana, se tomaría la molestia que conlleva de
abrir otra… cuenta con un establecimiento con el que no ha hecho negocios antes?
¿Por qué simplemente no comprar en el que compró… —Hace un gesto con la mano
hacia Nora, luego hacia Izabel—, estás dos? Ambas son hermosas. Y parecen muy…
mansas. —Mira a Izabel, levantando las delgadas cejas—. Excepto por ésta; ella es
diferente.

—No estamos aquí para discutir sobre mis chicas —digo calmadamente, pero
con un aire de autoridad—. Sino para responder su otro interrogante… ¿por qué no
querría tomarme la molestia? ¿Estuve equivocado en creer que su mercancía está
entre la élite del mundo?

Ella se detiene y luego dice:

—Absolutamente no. Pero es lo mismo, cuatro días es un tiempo muy corto.


Incluso si todo sale bien… su identidad, sus afirmaciones de negocios, etcétera. —
(Ella ya ha revisado estas cosas o no se reuniría conmigo ahora) —. E incluso si por
algún milagro Madam Francesca accede a reunirse con usted, tiene muchos otros
compromisos antes que el suyo que podrían pasar semanas, meses, antes de su turno.
—Toma otro sorbo de su vaso y luego cambia el humor—. Creo que todo esto es
simplemente una pérdida de su tiempo, Sr. Augustin —dice, descartándolo todo como
si yo simplemente debiera irme como había sido mi intención antes; intenta jugar mi
juego—. Quizás podamos hacer negocios otro día, cuando tenga más tiempo
disponible. Después de todo, nunca he oído de usted, y francamente, Madam Moretti
no es alguien que pierda tiempo con un hombre del que nunca ha oído antes. —Finge
estar preparándose para irse, empujando el sobre que le di sobre la mesa hacia mí, y
luego toma el bolso de la mesa—. En otro momento —dice y se levanta.

—Siéntese, Miz Ghita Moretti —digo, y todo su rostro se congela en una muestra
sorprendida, la cual intenta ocultar rápidamente y recuperar la compostura.

Apoyando los codos en la mesa, levanto los brazos, juntando las manos frente a
mí, la derecha cubriendo la izquierda.

Asiento hacia la silla.

—Invertir, Miz Moretti, no es una apuesta cuando tiene algo que los hombres, y
mujeres, más ricos del mundo pagarán altas sumas por poseer.

La mirada de Izabel pasa sobre mí vagamente por el costado; Nora nunca levanta
la mirada del regazo.

Lentamente Miz Ghita vuelve a sentarse, y yo continúo, jugando mi mano


invencible y llevándome todos los despojos.

—Mis inversiones involucran un poco más que valores de bolsa y negocios


inmobiliarios.

—¿Quién eres? —Miz Ghita me mira con sospecha, fríamente—. Sabes quién soy
yo; hazme el mismo honor.

No podía estar completamente seguro antes, que ella es la madre de Francesa


Moretti, pero tenía un instinto y lo seguí. Hice mi tarea sobre la familia Moretti toda la
noche después de que Izabel me dejó en el bar, y encontré que es tradición que la hija
tome las riendas de la operación cuando la madre ya no se considera “deseable”. Pero
la madre permanece involucrada en los aspectos más importantes del negocio
(clientes, dinero y seguridad) hasta que muere.

Sonrío oscuramente, con confianza, hacia Miz Ghita.

—Los detalles de mi identidad —digo—, son para los ojos y oídos sólo de
Madam. Pero le daré un mensaje que le puede pasar, en el cual estoy seguro será el
factor decisivo en la decisión de darme una reunión. —Hago una pausa y tomo un
sorbo de agua, tomándome mi tiempo—, y aprobación de la compra, por supuesto. —
Bajo el vaso.
Miz Ghita traga nerviosamente, con irritación, pero mantiene su conducta firme
e inalterable. Endereza la espalda y los hombros bajo su oscura blusa, para
mantenerse al mismo nivel que yo.

—¿Y cuál sería ese mensaje? —Levanta el mentón con importancia.

Poniendo los dedos una vez más sobre el sobre, los deslizo de regreso sobre la
mesa hacia ella.

—Dígale a Madam que antes de que yo deje esta ciudad, o bien ella y yo somos…
—Hago un gesto con la mano con un giro de la muñeca—, nuevos socios de negocios, o
ayudaré a sacarla del negocio dándole mi dinero a Madam Carlotta en Milán en
cambio. Oigo que Madam Carlotta ha triplicado su ingreso el año pasado. —Sonrío.
Pero sólo un poco.

Miz Ghita, con su boca de amargada, contempla mi oferta, y mi amenaza por un


momento. Luego se pone de pie, me paro con ella como cualquier caballero lo haría
con una mujer, y ella toma el sobre de la mesa y lo mete dentro de su gran bolso negro.

—Me mantendré en contacto, Sr. Augustin.

Asiento.

—Ansío oír de usted.


Traducido por Otravaga

Niklas

En el camino de vuelta al hotel, Izabel y Nora quieren tan


desesperadamente ser capaces de hablar libremente. Y después de que le doy propina
al conductor, cuando nos dirigimos de vuelta a nuestra habitación, todo el camino
Izabel está prácticamente a punto de reventar. Pero hace bien en permanecer en el
personaje, al menos hasta que entramos en la habitación, cierro la puerta detrás de
nosotros y hago otro barrido.

—¿Cómo lo sabías? —pregunta Izabel, colocando su pequeño bolso negro sobre


una mesa y saliendo de sus tacones—. ¿Y quién era ella exactamente?

—Ella es la madre de Francesca —contesto, aflojando mi corbata.

Les explico a Izabel y a Nora cómo llegué a esa conclusión.

—Estoy impresionada —opina Nora—. Honestamente tenía mis dudas de que


pudieras interpretar semejante papel.

—¿Por qué es eso? —Lanzo mi corbata en el extremo de la cama matrimonial


extra grande y empiezo a abrir los botones de mi camisa de vestir.

—Supongo que sólo te tomé más como del tipo complicado, terco.

Aparto la mirada de ella y me despojo de mi camisa.

—Bueno, no hemos conseguido entrar todavía —señalo.

—¿Crees que ella se lo tragó? —pregunta Izabel.


—Sí, se lo tragó —digo simplemente.

—Aunque —opina Nora—, la ruta que tomaste podría ser contraproducente. Las
amenazas no siempre dan resultados.

—No, no lo hacen —coincido—, pero ésta lo hará. —Salgo de mis pantalones de


vestir y camino hacia el espacioso baño en mis bóxer; Izabel se asegura de mirar
cualquier cosa excepto a mí, lo cual encuentro divertido—. Una mujer como Francesca
no es tonta; ella no se hace ilusiones pensando que nada puede derribarla: tomará
cualquier amenaza para su negocio en serio, especialmente un rival.

—Bueno funcionó —dice Izabel—. Pensé que se iba a ir y que ese sería el final.

—Una vez que estemos dentro, las cosas cambiarán —le digo—. Después de
averiguar cuál de los señuelos es Francesca Moretti, me reuniré con ella, le soltaré
alguna chorrada sobre mi negocio si tengo que hacerlo, pero luego cambiaré hacia la
verdadera razón por la que vine aquí: para comprar una nueva chica. Le demostraré
que no estoy tratando de ser una amenaza para su operación… a menos que ella
quiera que lo sea, y eso no es probable, así que lo más probable es que simplemente lo
deje hasta ahí.

—Estás haciendo que esto suene demasiado fácil, Niklas —opina Nora desde el
sofá en el centro de la espaciosa habitación.

Echo un vistazo entre ellas y digo:

—Si estuviese haciendo esto yo solo, sería mucho más fácil: no soy yo quien me
preocupa. —Mis ojos caen sobre Izabel al fin, pero antes de que ella tenga la
oportunidad de discutir, me encierro dentro del baño y salto a la ducha.

Mi teléfono celular suena: las cabezas de Izabel y de Nora voltean de forma


simultánea para mirarme cuando lo escuchan, porque sólo podría ser alguien de la
mansión Moretti llamando a este número en particular.

Respondo al tercer repique.


—Sí, habla Niklas Augustin —digo en el teléfono para Ghita Moretti—. Es bueno
saber de usted tan pronto. Sí… —asiento aquí y allá, escuchando el discurso de Miz
Ghita, diciéndome las reglas y siendo su típico yo autoritario para sentirse como la que
está en control—. Sí… No el momento es perfecto. Estaré allí. Sí, mis chicas me
acompañarán —(¿esta perra alguna vez se calla?)— La veré entonces… por supuesto
que llevaré dinero en efectivo. Buen día, Miz Ghita. —Paso mi pulgar sobre la pantalla
del teléfono para finalizar la llamada.

Nora e Izabel lucen sorprendidas… lo admito, incluso yo estoy un poco


sorprendido.

—No esperaba tener noticias de ella tan pronto —digo, colocando el teléfono en
la mesa de café en frente de mí—. Quieren reunirse con nosotros esta noche a las
diez… el dinero es el que manda.

—Y también lo hacen las amenazas —interviene Nora.

—Pero eso es en tres horas —dice Isabel, luciendo un poco preocupada.

—¿Qué pasa? ¿Empezando a sentirte como deberías? —me burlo, sonriéndole.

Ella sacude la cabeza, suspirando, molesta conmigo.

—¿Alguna vez madurarás, Niklas? Eres imposible... eres un imbécil.

Me levanto del sofá para poder alistarme.

—Sácalo todo aquí —le digo mientras paso, dirigiéndome hacia el armario
donde cuelga el traje del “Sr. Augustin”—. Recuerda, interpreta tu papel, Izzy, e
interprétalo bien o no salimos vivos de esta.

—Deberías tener más confianza en ella —interviene Nora—. Estoy de acuerdo


con Izabel: deberías madurar; deja de tratarla como…

—¿Como una chica que necesita que a golpes la hagan entrar un poco en razón?
—interrumpo—. Nunca aceptaré a Izzy como un operativo… y sabes tan bien como yo
que ella no tiene nada que hacer en esta mierda. —Apunto mi dedo índice hacia Nora
y luego a mí, de ida y vuelta—. Tú y yo, ¿hemos estado haciendo esto durante cuánto
tiempo? Oh, es cierto… desde que éramos niños. Ella debería estar viviendo con esa
mujer en Arizona, yendo a los jodidos bares los viernes por la noche, siendo follada
hasta la mierda por perezosos imitadores de estrellas de rock de veinticuatro años;
saliendo con sus amigas, tocándose las tetas unas a otras en su fase de exploración…
no trabajando para una organización de asesinato de mil millones de dólares, con poca
o ninguna experiencia, yendo a misiones como ésta que sólo abrirán viejas heridas y
cortarán nuevas… ella no está lista, y nunca lo estará, así que cierra la puta boca antes
de que yo te la cierre.

—¡Estoy parada aquí mismo, maldito estúpido! —Izabel se acerca hasta mi


rostro; sus ojos están ardiendo de indignación; su mandíbula se mueve mientras
muele sus dientes.

Comienza a decir algo, seguramente para discutir las cosas que acabo de decir,
pero se tranquiliza, y me sorprende, me confunde inclusive: nunca he esperado menos
de ella que una pelea. En cambio, respira hondo y dice indiferente y serena:

—Vamos a alistarnos… este es un trabajo de varios millones de dólares —y luego


se aleja, desapareciendo por la esquina mientras se dirige a la sala adyacente de la
habitación principal donde está su vestuario.

Nora y yo sólo nos quedamos aquí por un momento.

Ella me mira. Yo la miro.

—¿Qué estás haciendo, Niklas? —pregunta con desconfianza, en voz baja así
Izabel no escucha.

—¿Qué quieres decir? —Mi dura mirada nunca flaquea.

En lugar de explicarse, Nora niega con la cabeza, como si sabe algo que yo no y
luego se mueve hacia el baño, caminando junto a mí.

Extiendo la mano y agarro su muñeca, deteniéndola.

—Te hice una jodida pregunta.

En un instante, las manos de Nora están alrededor de mi garganta y un zumbido


rebota en el interior de mi cráneo cuando ella empuja mi espalda y mi cabeza contra la
pared.

—Todavía no soy Aya —gruñe, presionando su cuerpo contra el mío (estoy


disfrutando esto jodidamente, así que la dejo)—, así que probablemente deberías
cuidar esa lengua tuya, o yo te la cortaré.

Sonrío, tratando de ignorar que mi respiración está siendo interrumpida por su


mano. Ella me suelta lentamente y da un paso atrás, pero sus oscuros ojos nunca se
apartan de los míos, desafiándome a enojarla un poco más, lo que sin duda tengo
intención de hacer más adelante. Ya comenzó el juego, hermosa perra loca… y yo que
pensaba que este juego que estaré jugando con Francesca Moretti iba a ser la cosa más
interesante de esta misión.

Dos horas más tarde, los tres estamos vestidos y listos para salir. Miz Ghita
insistió en que un auto nos recogiera en el hotel, lo que significa que Miz Ghita puede
matar tres pájaros de un sólo tiro: conocer la ubicación de donde nos estamos
quedando, controlar cómo y cuando llegamos y dejamos la finca Moretti, y dejarnos
sin nuestra privacidad hacia y desde la finca porque el auto en el que seremos llevados
estará absolutamente lleno de micrófonos ocultos, y todo lo que digamos y hagamos
en él será observado y grabado.

Nos deslizamos en nuestros roles en el momento en que la puerta de nuestra


suite se abre.

Un auto negro nos recoge en frente del hotel. Me siento al lado de la ventana con
Izabel a mi lado y Nora al otro lado de ella. Sólo hay otro hombre en el auto con
nosotros: el conductor, quien, probablemente, es más que un conductor.

Nora se sienta con la espalda recta, los ojos bajos, las manos cruzadas con
delicadeza en su regazo, sus largos y agraciados dedos —menos el desaparecido para
el que ya tengo la excusa perfecta— parcialmente ocultos en los pliegues de la suave
tela de su pequeño vestido. Todo su maquillaje se ha ido: sin labios rojos carmesí ni
ojos ahumados, pero todavía es bastante impresionante. Eso es lo que un comprador
podría desear: una mujer que es más bella sin maquillaje, que es disciplinada, frágil y
pequeña. En cierto modo me maravilla, la transformación de Nora de la asesina
banshee manipuladora a una pequeña cierva, delicada y sumisa. Ella es buena. Puede
no gustarme, pero tengo que admitir que es buena en lo que hace. Y ella tenía razón:
es una rápida aprendiz.

También tengo que admitir que Izabel parece más cómoda en su piel de Naomi
de lo que habría esperado de ella. Se sienta muy cerca de mí, su muslo derecho
presionado contra mi izquierdo, y cuando me mira, con esos brillantes ojos verdes
suyos, no veo un rastro de Izabel en ellos. Ella es Naomi, mi dulce y dispuesta
compañera que no dudaría en dejarme hacer lo que quisiera con ella incluso si decido
hacerlo delante de una docena de personas… por supuesto, yo nunca le haría algo así,
y ella lo sabe. Yo podría; oh, las cosas que podría hacer para vengarme de mi hermano.
Podría tomar ventaja de esta situación de tantas maneras...

—¿Conseguiré darle nombre? —pregunta Izabel como Naomi en una dulce voz
que por un momento me toma por sorpresa; ella apoya su cabeza en mi hombro.
—Pensaré en ello —le digo sin ninguna emoción, ninguna expresión en mi
rostro; ahora estoy en mi piel de Niklas Augustin.

Pongo mi mano en su muslo, subiendo sólo un poco su vestido, para ver cómo
reacciona. Espero sentirla tensa bajo mi palma. Ella me sorprende cuando en su lugar
me sonríe con un rubor en sus mejillas, y luego toca la comisura de mi boca con sus
labios una vez.
Niklas
Traducido por Ateh y Xhex

Nos detenemos en las guardadas puertas delanteras de la mansión de


Moretti y otro hombre sale de una cabina de cristal y piedra para registrarnos. Hay un
arma en su cadera, otros cuatro hombres armados de pie frente a ella. El hombre de la
cabina y el conductor intercambian palabras en italiano, y luego firmas en un
dispositivo digital. El hombre fuera del coche se asoma hacia nosotros en el asiento
trasero. Asiento. Él asiente a cambio. Y entonces él y los otros hombres salen del
camino del coche y las puertas se abren sin hacer ruido.

La finca de Moretti es más o menos como esperaba que fuera, verde césped
balanceándose y el paisaje inmaculado, fuentes de piedra y mármol en ambos lados de
la calzada lisa que se extiende en una perfecta línea recta hasta el frente de la mansión
de cinco pisos y muchos metros por delante. Agua, iluminada por luces doradas, se
rocía desde la parte superior de las fuentes. Más luces doradas se colocan a lo largo
del camino de entrada a cada lado, a juego con linternas eléctricas que sobresalen de
la hierba cada tres metros. La mansión en sí es enorme, con seis imponentes columnas
blancas saludándonos en la entrada, tan altas y anchas que en realidad me siento
bastante pequeño caminando por debajo de ellas. El brazo de Izabel se enlaza con el
mío a mi derecha; Nora a mi izquierda, los ojos bajos, como siempre.

Oigo el coche alejándose detrás de nosotros, y luego el sonido relajante de un piano


cuando las altas puertas dobles se abren por dos hombres más, armados enfrente de
nosotros. Somos requisados en busca de armas y me veo obligado a registrar la mía
antes de entrar, también comprueban el contenido de mi maletín, pero todo lo que
encuentran es efectivo.

Después de ser requisados, despojado de mi arma, y conectado a cables, Miz Ghita nos
recibe en la puerta, vestida con un largo vestido negro que cuelga hasta los tobillos, y
las joyas suficientes en las manos, muñecas, orejas y alrededor de su cuello de pavo
para alimentar dos países del tercer mundo. Alrededor de la cabeza lleva un sombrero
de punto negro de clase con dos plumas negras colocadas a un lado.

―Por aquí, señor Augustin. ―Miz Ghita es toda negocios, algo que agradezco.

La seguimos a través del gran vestíbulo, más allá de una imponente estatua de Venus
de Arles y luego otra de Neptuno con su tridente y delfín, y somos llevados a la gran
sala donde decenas de personas están mezcladas, bebiendo copas de vino y
mordisqueando hors d 'oeuvres, lo cual es exactamente el tipo de atmósfera por la que
nunca saldría de mi camino para sufrir, todas las narices en el aire, el olor del dinero y
las tetas de plástico y el narcisismo, voy a necesitar un cartón de cigarrillos, un quinto
de whisky y una Jackie cuando esta misión termine.

―Sr. Augustin ―dice Miz Ghita en su voz de mujer rígida y vieja―, este es Trevor
Chamberlain; Trevor, él es Niklas Augustin. ―Sacudo la mano del hombre bajo―. Es
director ejecutivo de The Chamberlain Corporation ―continúa―. Puede estar
familiarizado con ella.

Me está poniendo a prueba.

Asiento y digo en alemán:

―Estoy muy familiarizado con The Chamberlain Corporation. ―Y miro únicamente al


director de la compañía al hablar―. Fue la más taquillera en Múnich el pasado año, a
pesar del escándalo con los secretarios. ―Ofrezco a Trevor Chamberlain una leve
sonrisa―. Va a tener que compartir conmigo sus secretos en algún momento.

Trevor me sonríe y dice lo mismo, también en alemán:

―El secreto, como usted probablemente ya sabe, es simplemente tener el dinero


suficiente para sacarse a uno mismo de cualquier situación.

Nos reímos a la ligera. Trevor bebe su vino. Me doy cuenta de sus ojos en la falda
Izabel. Y luego en Nora.

Una mujer aparentemente joven, de veinte años intermedios, se acerca con una
bandeja de copas de vino. Ella, al igual que el resto del servicio haciendo sus rondas,
está vestida con un sencillo vestido negro que cae justo por encima de las rodillas. Un
pedazo de tela negro está atado alrededor de su pequeña cintura, dando forma a su
figura de reloj de arena y pechos pródigos. Va sin joyas, sin maquillaje, sus pequeños
zapatos negros son de suela plana, nunca me mira a los ojos, incluso cuando me sirve.
Tomo una copa de vino de la bandeja, inclina la cabeza y se voltea a Izabel,
ofreciéndole lo mismo.

Izabel me mira primero, sonríe, batiendo sus ojos. Asiento y luego ella misma toma un
vaso.

Pero la criada no le ofrece Nora el mismo lujo, y esto confirma dos cosas: que es lo
mismo que "Aya", y la empleada lo sabe, porque un esclavo conoce a otro esclavo
simplemente como una oveja conoce otra oveja.

Siento los ojos de Miz Ghita en nosotros tres, mirando, esperando que uno de nosotros
lo arruine.

Justo cuando la sirvienta empieza a alejarse, la detengo.

Le entrego mi maletín a Nora, lo sostiene con ambas manos hacia abajo delante de
ella.

―Muchacha ―le digo, y ella se detiene, gira lentamente pero se detiene de estar de
frente a Miz Ghita sin mirarla directamente.

―Haz lo que dice ―consiente Miz Ghita, y luego la chica se vuelve hacia mí, con los ojos
fijos en el suelo.

Miz Ghita escucha; Trevor Chamberlain bebe su vino, mira a Izabel de nuevo, y luego a
Nora.

―Date la vuelta ―le digo a la chica.

Se da la vuelta. Poco a poco, para que pueda examinarla, con cuidado para no dejar
caer la bandeja en equilibrio sobre una mano. Tiene el cabello largo y oscuro, casi
negro, que se sumerge más allá de su cintura, piel clara de color caramelo cremoso,
profundos ojos marrones, y gruesos labios llenos que por sí solos podrían enviar
incluso al hombre más insensible o calloso al borde de la mendicidad sexual.

―Levanta una de las copas ―digo.

La chica hace exactamente lo que digo, curvando los dedos delgados de la mano
izquierda alrededor del tallo de un vaso y levantándolo. Lo sostiene allí, inmóvil.

―Esta no está en el mercado, Sr. Augustin ―explica Ghita Miz.

Tomo un sorbo ocasional de mi vaso y digo, sin apartar los ojos de la chica:
―Cualquiera puede ser comprado, Miz Ghita; pregúntele al Sr. Chamberlain aquí.
―Tomo otro sorbo―. ¿No está de acuerdo?

Trevor sonríe una sonrisa torcida y luego se une a mí en revisar a la chica.

Es importante vincularse con los compradores, sobre todo delante de los vendedores
―a los vendedores no les gusta cuando los compradores se vinculan, ya que tienden a
tener palabras acerca de la mercancía a espalda de los vendedores, o enfrente de
ellos―, señalan las cosas que no les gusta, consultan y sopesan los pros y los contras,
arrojan luz sobre los defectos que el otro comprador podría no haber notado de otra
forma. Pero esto también es parte del juego; los compradores no son realmente
amigos, quieren señalar los defectos, sobre exagerarlos, incluso compensarlos, todo
para disuadir a otro comprador de hacer una oferta demasiado alta ―o en absoluto―
por su mercancía. Realmente no me importa el juego, o cualquiera de esta mierda;
sólo quiero poner nerviosa a Miz Ghita, ponerla en su lugar, intimidarla
adecuadamente mostrándole lo difícil que puedo hacer su negocio si no consigo lo que
quiero al final.

La sirvienta se pone de pie ante mí en toda su extensamente obediencia aprendida, sin


mostrar una pizca de malestar a pesar de que la

bandeja en la mano, y la otra con la copa en la misma posición durante mucho tiempo,
tiene que haber conseguido su peaje por ahora.

Llevando mi copa a mis labios, me tomo mi tiempo, viendo a la chica.

―No estoy en el mercado para una morena, de todos modos ―digo finalmente―. Estoy
buscando algo un poco más ligero, tal vez una miel. Y además, no me gustan las chicas
zurdas; hay algo… ―agito mi mano libre en un gesto―… no natural sobre ellos. ―Me
río a la ligera y agito la sirvienta a la distancia―. Llámame supersticioso.

Trevor Chamberlain eleva una ceja mientras su boca toca el borde de su copa; parece
estar teniendo en cuenta mi comentario, semilla plantada, anotación para mí. Este
comprador particular, ahora ni siquiera va a revisar alguna chica que le interesa por
“zurda”, y, o bien ofrecer menos de lo que habría hecho por una chica diestra, u
ofrecer nada en absoluto, lo que lo hace un idiota crédulo.

Miz Ghita, claramente perturbada por mí señalando la imperfección, arruga la boca


con disgusto, pero no dice nada, porque después de todo, sería un mal negocio discutir
con los clientes enfrente de otros clientes.
La sirvienta se aleja silenciosamente, desapareciendo en la pequeña multitud de
huéspedes solicitantes.

―Sus supersticiones ―interpone Miz Ghita―, son sólo eso, Sr. Augustin. ―Se vuelve a
Trevor Chamberlain; una serena sonrisa ajustada en su rostro―. Está todo en lo que
usted elija creer; las personas zurdas son únicas, por no mencionar el tipo más
creativo, sería lamentable dejar pasar la oportunidad de poseer una. ―Sus ojos fríos
pasan sobre mí, diciéndome que puede arreglar cualquier cosa, y entonces mira a
Trevor―. Madam Francesca estará aquí en breve; por favor, disfrute de su espera,
sirviéndose de lo que necesite. ―Traducción: Por favor, converse con cualquiera aquí
aparte de este hombre.

Trevor Chamberlain asiente con apreciación y, entonces se gira hacia mí.

―Sr. Augustin ―dice con otra inclinación de cabeza.

―Sr. Chamberlain ―saludo del mismo modo, y él se aleja.

―Dígame, Sr. Augustin ―dice Miz Ghita de manera sospechosa―. ¿Por qué un hombre
que tiene esa intolerancia con las imperfecciones tendría a una chica con tan solo
nueve dedos? ―Mira hacia las manos de Nora.

Saboreo mi vino casualmente, siempre tomándome mi tiempo, y luego respondo:

―Tengo la sensación de que estás asumiendo que cuando la compré, los diez dedos
estaban intactos ―le ofrezco una sonrisa sutil, levantando una esquina de mi boca; con
una chispa en mis ojos.

―Es poco probable que madame Francesca haga negocios con cualquiera que
desfigure su propiedad, empleamos mucho dinero, tiempo y recursos para moldear
nuestra mercancía hasta la perfección.

―¿Por qué les importaría a cualquiera de ustedes lo que hago con mi propiedad una
vez que sea mía? ―pregunto.

―Oh, me importa un carajo ―responde; aprieta sus labios hacia un lado―. Pero
madame Francesca es, diría yo, particular con sus piezas, ¿cree que un gran pintor
apreciaría a un hombre que destruya aquella creación en la que puso su corazón y
alma, luego de que se lo lleve a casa desde la subasta? ¿Querría un arquitecto que el
rascacielos que pasó años diseñando y construyendo fuera demolido para poner un
estacionamiento en su lugar? ―Sus pequeños y brillantes ojos castaños se vuelven
más fríos y ladea su cabeza a un lado―. Madame Francesca se enorgullece de su
trabajo, esta es otra razón por la que somos exigentes y cuidadosos sobre a quién le
vendemos definitivamente.

Era hora de probar la habilidad de Nora para improvisar.

―Aya ―digo sin observar a Nora―. Mira a madame Ghita y dile por qué te quitaron el
dedo, y cómo llegaste a convertirte en mi posesión.

Nora, aún sosteniendo el maletín, levanta la cabeza, mira a la derecha hacia Miz Ghita
pero nunca mantiene el contacto visual por más de un segundo, sabe que mantenerla
implicaría que son iguales.

―El dedo de Aya fue removido por su antiguo amo por ser desobediente, madame
―dice Nora en una voz suave y mansa―. El amo Niklas compró a Aya debido a su
imperfección. ―Baja la cabeza inmediatamente después.

Bien jugado, Nora Kessler, bien jugado.

Ojos fríos de Miz Ghita cambian al mirarme, y en realidad puedo ver una pequeña
chispa de credulidad ―y sorpresa― oculta en su interior.

―Ya veo ―dice con una mirada estrecha―. Así que supongo que está en el mercado en
busca de una chica zurda, entonces. ―Unos tenues destellos de burla pasan a través de
sus ojos.

Mi boca se levanta en una esquina y tomo un último sorbo de mi vino, dejando la copa
en una bandeja cuando otra sirvienta pasa con una en la mano.

―Usted juega sucio, Sr. Augustin ―dice, refiriéndose a mí manipulando a Trevor


Chamberlain―. Me gusta eso, pero no cometa el error de pensar que me agrada, usted
no va a dejar este lugar con cualquier trato o acuerdos especiales, si es que llega a irse
con algo en lo absoluto.

―No esperaría nada menos que una dura negociación, Miz Ghita.

―Bueno, lo mismo ―dice ella―. Esa chica zurda en particular no está en venta.

―Para ser honesto ―declaro―. No sólo estoy interesado en chicas zurdas, busco
defectos; los defectos hacen a una mujer única, le dan personalidad. Pero por
curiosidad, ¿por qué es esa chica en particular, no está a la venta?

Miz Ghita mira hacia atrás a la sirvienta de cabello oscuro a seis metros de distancia,
serpenteando a través de las multitudes con su bandeja en la mano.
―Es una de las favoritas de madame Francesca ―dice Miz Ghita, y al instante siento un
cambio en Izabel.

Quizá era sólo instinto que la mirara en ese momento, sabiendo su historia con Javier
Ruiz, cómo era su favorita, no lo sé, pero me doy cuenta cuando su mandíbula se tensa.
Fue sólo una fracción de segundo, pero lo vi; afortunadamente nadie más lo hizo. El
rostro suave, sonriente, obediente de Izabel nunca se tambalea, y levanta su copa de
vino y se la pone en los labios.

―Entiendo de favoritos muy bien, lo admito ―le digo a Miz Ghita, mirando a Izabel con
significado, que Miz Ghita atrapa de forma inmediata.

Ella ve brevemente a Izabel, también, y luego asiente hacia mí, comprendiendo.

―Me pregunto qué defecto tiene esta ―dice, esperando que le responda.

―El defecto de Naomi no es tan visible, pero le puedo asegurar que tiene uno ―le digo,
y dejo las cosas así.

Miz Ghita mira a Izabel por encima con el barrido calculado de los pequeños ojos
duros, sólo espero que no me pida demostrarlo, porque a diferencia de mi hermano,
no he visto ninguna otra parte del cuerpo de Izabel como para saber si hay algo mal en
él. Tal vez debería remediarlo luego, cuando regresemos al hotel, hacer que Izzy se
retuerza un poco, hacerla arrepentirse haber deseado ser parte de esta misión, le
enseñará a su terco trasero.

Pero Miz Ghita es implacable.

―Estoy muy curiosa por saber lo que es ―dice, mirando a Izabel más de una vez, antes
de que sus ojos de buitre, llenos de expectativas, caigan sobre mí, es una cosa tan
pequeña, pero por alguna razón quiere saber y quiere saberlo ahora. Y no puedo
negárselo. Se vería sospechoso ocultárselo porque es algo muy insignificante; y acabo
de pavonear el dedo faltante de Nora, y le admití a Miz Ghita que busco defectos en
mis chicas, daría la impresión de que estoy orgulloso de ellos, y no mostrar la falla de
mi chica "favorita", sería sospechoso. Joder, ¿qué digo?

―¿Puedo mostrarle? ―habla Izabel, sacándome de mi pánico mental repentino.

Miro a Izabel, y ella está mirando hacia mí, con carácter dulce, confiado, sin miedo,
más controlada en esta situación de lo que claramente estoy yo.

Finalmente asiento y respondo.


―Sí, Naomi, muestra a madame Ghita tu defecto. ―Sin tener idea de lo que es, y
esperando como el infierno no estarlo exhibiendo en mi cara.

Izabel da su copa de vino a Nora, poniéndose de espalda a mí y me dice:

―¿Si me bajas la cremallera? ―Renuente por sólo un momento, encajo mi pulgar y el


índice alrededor de la pestaña del cierre y lo deslizo hacia abajo por el centro de su
espalda; aparece una piel suave y bronceada, sustituyendo la tela de encaje blanco de
su vestido. Va sin sujetador, sin bragas. Tienes que estar jodidamente bromeando; Izzy
¿qué estás haciendo?

Izabel sale de su vestido y se da la vuelta hacia nosotros, de pie desnuda en el medio


de la habitación para que todas las cuarenta o cincuenta personas puedan verla, y
cada par de ojos, menos los de los sirvientes, giran atentos.

Maldita sea, ella es hermosa. Más impresionante que la estatua desnuda de Venus de
Arles en nuestro camino hacia acá, con una cintura y caderas como un reloj de arena,
los pechos de tamaño medio, pero llenos y perfectos, puedo ver lo que mi hermano ve
en ella ahora, supongo. Sin embargo, eso no hace a Izzy menos perra bocazas.

Izabel pasa sus dedos sobre la cicatriz de bala en su estómago y luego se encuentra
con mis ojos antes de volver su atención a Miz Ghita, mi corazón se hunde, y trago una
dosis gruesa de culpa y arrepentimiento porque fui yo el que le dio esa cicatriz.

―¿Puedo explicarle a madame Ghita cómo llegué a tener la cicatriz? ―me pregunta
Izabel con una voz suave, aunque internamente hay un conflicto silencioso entre
nosotros dos: Me disparaste y eres un hijo de puta, Niklas. Lo sé, y lo siento, Sarai;
Siempre estaré arrepentido y siempre seré un bastardo.

Miz Ghita mira hacia mí, esperando.

―Sí, Naomi ―digo rápidamente―. Dile como conseguiste esa cicatriz.

Izabel regresa a su vestido y tira hacia arriba, deslizando sus brazos en las delgadas
tiras de las mangas, todo el mundo mira.

―Me dispararon ―dice, dándome la espalda para que pueda subir la cremallera―. En
Los Ángeles, California, por un hombre muy enfermo. ―Sólo se escucha el disgusto en
su voz, y sólo yo puedo sentir la pulla.

Una vez que la cremallera está arriba, dejo caer en mis manos y ella se da vuelta.
―Ya veo ―dice Miz Ghita, mirando sólo a Izabel, con ganas de saber más―. ¿Y qué le
pasó a este hombre enfermo? ¿Está… tratado?

Sin mirarme a los ojos, Izabel responde:

―No, madam, todavía está libre por ahí en algún lugar hasta donde yo sé. Pero… ya no
le temo más. ―Siento sus ojos en mí, pero no le devuelvo la mirada―. Porque tengo a
Niklas para protegerme.

Miz Ghita ve entre nosotros con curiosidad.

―Supongo que fue algo bueno ―le dice a Izabel, pero me está mirando sólo a mí―, que
el Sr. Augustin te encontrara.

No digo nada, y tampoco lo hace Izabel.

Los tres ―menos Nora― giramos la cabeza con atención mientras un grupo de
hombres y mujeres emergen de una entrada arqueada a nuestra izquierda.
Niklas

Traducido por AsheDarcy y Apolineah17

Tres. Cinco. Seis. Ocho. Nueve mujeres que se parecen estrechamente entre
sí, que parecen hermanas de sangre, salen de entre un grupo pequeño de hombres de
traje; sus acompañantes para la noche, supongo.

El grupo se extiende, seis de ellas con un hombre a su brazo, y comienzan a


mezclarse con los invitados. Algunas llevan vestidos de cóctel diminutos; joyas
decoran sus muñecas y dedos; todas se parecen mucho, pero una mujer en particular
se destaca de las demás. Hay algo en ella que la distingue del resto: el mentón
levantado más alto, el brillo en sus ojos más dramático, incluso la forma en que su
escolta camina junto a ella, cabello oscuro, ojos marrones afilados que parecen
orgullosos, como si le hubiera sido dada la misión más importante de su carrera.
Mantiene su cabeza en alto mientras camina con ella de su brazo, sin mirar a nadie a
los ojos, no porque sea un esclavo, sino porque es demasiado pomposo como para
evitar el esfuerzo.

Miz Ghita camina hacia los dos, los extremos de su vestido negro silban sobre
sus piernas, sus llamativas joyas tintinean.

―Todavía no ―le digo a Izabel sin mirarla, empujando las palabras a través de
mis dientes como un ventrílocuo. Aprieto mi brazo alrededor de ella, deteniéndola.

Estás demasiado ansiosa, Izzy, sé paciente, quiero decir, pero no lo hago. No


puedo, Miz Ghita está mirando en nuestra dirección.

Asiento hacia ella desde el otro lado del espacio de ocho metros, y la mujer con
el ostentoso escolta traba sus ojos conmigo brevemente, lo suficiente para llamar mi
atención.
Los tres conversan; primero de nosotros, estoy seguro, y luego se les da la
misma cantidad de atención discreta a los otros pocos huéspedes de pie en la
habitación. No esperaba ser el único hombre en cuestión aquí esta noche, y estoy
contento por eso; no todas las sospechas recaerán en mí.

Finalmente Miz Ghita, y la mujer más orgullosa entre los nueve con su escolta
aún más orgulloso, caminan hacia nosotros.

―Madam Francesca Moretti ―introduce Miz Ghita―, conozca al Sr. Niklas


Augustin. Sr. Augustin, esta es madam Francesca.

“Francesca” me mira con gracia poderosa, prominente. Me presenta la mano al


mismo momento en que la alcanzo, y me inclino levemente, cubriendo la parte
superior con mis labios.

―Agradezco la invitación para estar aquí esta noche, Miz Moretti ―le digo,
dirigiéndome a ella correctamente―. Y en tan poco tiempo.

―Es un placer ―dice Francesca, la que sé que no es la real Francesca, y luego


agrega―: ¿Miz Ghita me dice que está buscando algo en particular, que tiene
necesidades especiales? ―Inclina la cabeza suavemente a un lado, inquisitivamente.

Asiento.

―Sí ―le digo―, pero prefiero hablar de ello en privado. ―Echo un vistazo
alrededor de la habitación brevemente y añado―: Cuando el tiempo lo permita, por
supuesto.

―Por supuesto ―responde.

Miz Ghita interviene:

―Después de las visitas de madam con los otros huéspedes, y de la proyección,


se tendrá en cuenta la reunión privada por la que pagó. ¿Por qué no le presentas a tu
compañera?

Una pequeña sonrisa manipula una esquina de mi boca, pueden engañar a cada
huésped en esta mansión, pero yo no soy como los demás invitados. Son hombres y
simplemente ajenos, unas pocas mujeres, que están aquí por el sexo, y ninguno de
ellos tiene ninguna pista acerca de que esta mujer es un señuelo de la verdadera
madam. Probablemente darían una mierda de todos modos, porque a diferencia de mí,
que técnicamente no están aquí por Francesca Moretti.
Miro a Izabel, y luego de vuelta al señuelo.

―Esta es mi chica, Naomi ―contesto, e Izabel inclina ligeramente la cabeza,


ofreciendo al señuelo una sonrisa―. Algo así como la criada a su izquierda, Naomi es
mi favorita; ya no es una esclava, sin embargo. ¿Qué es lo que influye para escoger a
sus favoritos? ―Es simple conversación, de verdad, pero una pregunta bastante
inesperada que sólo la verdadera Francesca sería capaz de responder sin vacilar.

Los ojos del señuelo cambian al mirar a Miz Ghita. Ella parece desconcertada,
como si no supiera qué decir, pero esta vez se trata del escolta masculino quien la
corta, lo cual me sorprende.

―Yo soy Emilio Moretti ―se presenta con orgullo en un grueso acento
italiano―. El hermano de Francesca. ¿En qué negocio dijo que estaba, señor… Augustin
era? ―Ladea la cabeza hacia un lado, escudriñándome bajo sus duras cejas oscuras.

Ah, eso explica su carácter intocable, es casi tan alto en la cadena alimentaria
aquí como Miz Ghita. Y aunque ni en un puto segundo creo que esta mujer en
particular es Francesca Moretti, tengo la sensación de que Emilio es quien dice ser.
Después de todo, el señuelo, que sólo puede pretender ser Francesca, necesita la
ayuda de los asesores más cercanos y de mayor confianza de Francesca. Y en el caso
de una prominente familia italiana como esta, no hay nadie más cercano y de más
confianza que otros miembros de la familia.

―Soy un inversionista ―le digo―. Mercado de valores, bienes raíces…

―Por lo que, remodela casas ―me interrumpe Emilio, meando en su propio


terreno; una sonrisa sarcástica le sigue, lo que sugiere que remodelo casas para
pobres y campesinos.

La sirvienta zurda de delante hace otra ronda con una bandeja de vino, y tomo
una copa; mi calmada atención nunca sale de Emilio.

Sonriendo ligeramente, traigo la copa a mis labios, tomo un pequeño sorbo y


luego digo:

―En realidad, Emilio ―tomo otro sorbo sólo para provocar el momento―, se
hace una gran cantidad de dinero, como usted dice, remodelando casas, si sabe lo que
está comprando. Pero para ser honesto, no es exactamente lo que hago.
―Entonces, ¿qué es, señor Augustin, lo que hace… exactamente? ―Toma una
copa de la bandeja y la lleva a los labios; sus ojos permanecen en mí, sin parpadear,
por encima del borde mientras bebe lentamente.

―Eso ―digo con confianza―, también es mejor discutirlo en privado ―le sonrió
al señuelo de pie junto él―, con madam. Sin ánimo de ofender, Sr. Moretti, pero no
discuto mis proyectos empresariales con alguien que no sea el que se sienta a la
cabecera de la mesa. Claramente, no eres esa persona.

Los ojos oscuros de Emilio destellan, y mira a Miz Ghita de pie junto a la
tranquila sirvienta sujetando la bandeja de vino.

―No creo que me guste su tono ―me dice.

Sonrío débilmente, y luego tomo otro sorbo de vino.

―Sí, pero su negocio familiar sospecho que da una mierda sobre su opinión de
mi tono; mi cuenta bancaria es lo que importa, ¿cierto, Miz Moretti? ―Miro al señuelo.

Ella toma una copa de la bandeja de vino justo cuando otra de las mujeres que
se parece a ella se acerca sin escolta.

Finalmente el señuelo que pretende ser Francesca intensifica su juego, ahora


que ha tenido tiempo para averiguar qué decir. Mira a Emilio, justo cuando está a
punto de decirme algo en represalia, y sostiene un dedo para que se calle.

―Eso será suficiente, querido hermano, ciertamente, no necesito que tú o


madre, hablen por mí. ―Sus ojos oscuros pasan sobre Miz Ghita y luego se encuentran
conmigo―. Para responder a su pregunta, señor Augustin: el cabello oscuro y la piel
color marrón claro, al igual que Bianca aquí ―se acerca a la criada y cepilla la parte
posterior de sus dedos a través de la carne desnuda de su hombro―, es lo que me hace
elegirlos; todas mis mascotas más queridas poseen estas cualidades esenciales. ―Mira
a Izabel―. ¿Qué cualidades deben poseer sus favoritos?

―Bueno, sólo tengo una chica favorita ―digo sin pausa―. Pero lo que busco en
ellos son defectos. Defectos particulares, sin embargo; definitivamente no soy el tipo
de hombre que podría poner su polla en una mujer que tiene la cara de un caballo.

El señuelo, la silenciosa chica ahora de pie a su lado, y Emilio, parecen


aturdidos por mi vulgaridad. Incluso los ojos de Izabel se encuentran con los míos por
un breve segundo y sé que está preguntando, "¿Qué demonios estás haciendo?"

Miz Ghita ni se inmuta.


Lo que estoy haciendo, Izabel, es ser yo mismo, ¿qué esperabas, que me pusiera un
traje y finja que soy Victor? Me deberías conocer mejor que eso a estas alturas.

La falsa Francesca sonríe con astucia.

―Eso es ciertamente comprensible, Sr. Agustín ―dice―. Y puedo asegurarle que


no encontrará mujeres u hombres aquí, que no sean de los más altos estándares.

―Pero también no encontrara ―interviene Emilio con frialdad―, cualquier


mercancía defectuosa, por lo que tal vez debería apartar a sus deformes e ir a otro
lugar, en lugar de perder tu tiempo, hermana.

Volviendo mi atención a Emilio, lo digo con una sonrisa:

―Sus intentos de meterse bajo mi piel, Sr. Moretti, son infantiles. ―Entonces
me inclino hacia él, bajo mi voz y digo―: Realmente debe mantener la boca cerrada;
está haciendo quedar mal a su familia delante de toda esta gente. ―Chasqueo mi
lengua y su cara morena enrojece; miro a la falsa Francesca y añado casualmente―:
Parece que podría utilizar una mejor ayuda por aquí, estaría dispuesto a ofrecerle
algunas sugerencias. Más tarde, cuando tengamos nuestra reunión privada.

―¡Es suficiente! ―le grita la falsa Francesca a Emilio, colocando su mano en él


de nuevo, justo cuando estaba a punto de ponerla en mí―. Odio decirlo, Emilio, pero el
señor Augustin tiene razón, necesitas controlarte.

La cabeza de Emilio gira a la mujer que no es Francesca, y sus ojos oscuros se


amplían ante ella con furia, y parece que va a pagar el precio más tarde por su acto de
ser demasiado convincente.

Emilio me mira por última vez, y a continuación, a su madre, luego se vuelve en


sus zapatos negros caros y se aleja, tratando de tomar toda la dignidad que pueda.

―Debo disculparme por mi hermano ―dice la falsa Francesca―. Sin embargo,


parece que ustedes dos tienen algo en común.

Uno de mis cejas se curva más arriba que la otra.

―¿Es eso así? ―le pido, en silencio ofendido.

―Sí ―regresa―. Los dos tienen muy baja tolerancia para otros hombres.

Bueno, supongo que no puedo discutir eso.


―Pero no debería descartar a Emilio ―advierte Miz Ghita―. Mi hijo no cederá
fácilmente. Para hacerlo mantener su camino sin inconvenientes, le sugeriría llamar a
ésta su victoria, y no provocarlo más.

―Permaneceré fuera de su camino ―digo con el casual encogimiento de


hombros―, mientras él se quede fuera del mío.

Noto algo parecido al silencio prevaleciendo junto a la falsa Francesca,


mirándome. Hay algo sobre ella que no puedo sacarme de encima; todo este tiempo ha
estado aquí de pie sin pronunciar una palabra, y claramente no es una esclava.

―No creo que hayamos sido presentados. ―Estiro una mano―. Mi nombre es
Niklas Augustin.

Ella pone su mano en la mía.

―Valentina Moretti ―dice, y beso la parte superior de ésta, dejando que mis
labios permanezcan más tiempo del que lo hicieron en la mano de la falsa Francesca.

―Un placer ―digo, y salgo de mi reverencia.

―Pido disculpas, señor Augustin ―dice Miz Ghita de repente―, pero madam
Moretti tiene otros invitados con los que hablar, y una demostración en treinta
minutos; realmente debemos seguir nuestro camino.

Asiento con respeto.

―No dejen que las entretenga ―digo, mirando primero a la falsa Francesca y
por último a Valentina.

Cuando ya no están al alcance del oído, Izabel se empuja de puntitas y finge


estar besando mi oreja, bien podría estar…

―¿Qué estás pensando? ―interroga y luego se aleja, una suave sonrisa


permanece en su rostro, sin ningún indicativo de las palabras serias que estamos
intercambiando.

Me inclino hacia ella y deslizo mi dedo por su cabello, metiéndolo detrás de su


oreja para liberar un espacio para mi boca.

―Bueno, creo que ambos sabemos que esa mujer no es Francesca ―susurro en
su oído―. Pero tengo la sensación de que ya sé cuál de ellas es.
―Igual yo ―dice Izabel, sonrojándose, fingiendo―. ¿En quién estás pensando?

―Te lo diré cuando esté un cien por ciento seguro de ella misma.

―Bastante justo, pero mientras tanto ―dice Izabel en voz baja, siempre
sonriendo como si simplemente estuviéramos disfrutando el uno del otro―, deberías
tratar de no molestar a nadie, Emilio parece una verdadera pieza de trabajo; él
probablemente podría estropear esto para nosotros. Presta atención a la advertencia
de Miz Ghita; no hagas esto más difícil de lo que ya va a ser.

―Sé lo que estoy haciendo, Izzy. ―Permanezco con las manos cruzadas delante
de mí, asintiendo a los invitados a medida que caminamos un poco.

―Sí, estás siendo Niklas Fleischer ―replica, como si eso fuera algo malo.

Separando mis manos, engancho la derecha en su delgada cintura y guiño hacia


otro comprador mientras él pasa con una chica en su brazo, él mira a Izabel,
probablemente todavía viéndola desnuda por su atrevida y pequeña exhibición de
antes.

―No hay mucha diferencia entre los dos ―digo sobre el verdadero yo y el
falso―. Además, lo peor que puedo hacer es mostrar debilidad, y dejar que otro
hombre me menosprecie en público es una debilidad sin importar qué rostro estoy
usando. La verdadera Francesca Moretti es fuerte, una mujer viciosa, o no estaría en el
negocio en la posición en que está. Mi suposición es que no me dará tiempo de su
maldito día si soy del tipo que me pondré de rodillas y lameré la mierda de sus botas.

―Tal vez sea así ―dice Izabel―, pero probarte a ti mismo a expensas de su
hermano probablemente no es la forma más segura de ir sobre ello.

Miro directamente hacia ella.

―Nada de esto es seguro, Izzy. Ni una maldita cosa. Y realmente no deberías


haberte quitado tu jodida ropa. ¿Qué diablos estabas pensando?

Izabel me sonríe ―Izzy, no Naomi― y luego se inclina hacia mí y dice en voz


baja, burlona:

―Se veía para mí como que quitarme la ropa en ese momento salvaría nuestros
culos. Supongo que algo bueno salió de ti pinchándome, después de todo. ―Entonces
añade mordazmente―: Pero lo que más me molesta fue que ni siquiera lo recordaras.

Moliendo mis dientes detrás de los labios fuertemente cerrados, la miro.


―No era que no recordaba ―espeto de regreso―, sino que siempre estoy
tratando de olvidar.

Hay un fuerte estruendo y la ruptura de una copa mientras otra sirvienta


llevando vino quien había caminado junto a Nora cae al suelo de mármol; ella y Nora
están enredadas en una descuidada masa de piernas desnudas y cabello largo; el
vestido de la sirvienta cubierto de vino tinto. Cada par de ojos en la habitación se
dispara hacia nuestra dirección, y las muchas conversaciones que habían estado
ocurriendo a nuestro alrededor cesan en un instante.

―Perdone a Aya, amo ―dice Nora cuando se pone de pie, caminando alrededor
del vino―. A-Aya no vio a la chica.

Saltando de regreso a mi papel ―y eso es exactamente lo que Nora estaba


tratando de lograr tropezando con la sirvienta con la bandeja de vino― me inclino y
desplomo mi mano alrededor de la nuca de Nora, tirando de ella para ponerla de pie.
Después tomo mi maletín del suelo.

Miz Ghita está al lado de nosotros, tirando de la sirvienta en el suelo, pero con
un poco de menos rudeza.

―Ve a tus habitaciones ―exige―, y sal de tu ropa sucia. Quédate allí hasta que
Emilio te dé permiso de salir.

―Sí, madam ―responde la chica, inclina la cabeza y se va rápidamente.

Dos mujeres, que lucen más como amas de llaves que como esclavas, vienen
detrás de ella con una fregona, una escoba y un recogedor y comienzan a limpiar el
desastre. El resto de nosotros da un paso fuera del camino. La mayoría de los clientes
ya se han aburrido con la exhibición y están regresando a sus conversaciones, parece
que la falsa Francesca ha desaparecido de la habitación por completo, aunque no
recuerdo ver qué pasó. Supongo que mi pequeña discusión con Izabel me
desconcentró más de lo que pensé. ¿Qué demonios está mal conmigo? Nunca me he
salido de un personaje antes, o he estado lo suficientemente distraído para que
pudiera arruinar mi cubierta.

―Discúlpate con madam Ghita ―le digo a Nora.

Ella se gira hacia Miz Ghita, quién la está mirando hacia abajo con esos ojos
fieros de buitre, y Nora dice:

―Aya se disculpa, madam, por ser tan torpe.


Miz Ghita me mira a mí ahora, sin decirle nada a Nora.

―Estoy empezando a pensar, señor Augustin, que no tenemos una chica que se
adapte a sus necesidades, después de todo. Dedos faltantes, cicatrices, la gracia de un
cervatillo aprendiendo a ponerse de pie ―mira a Nora con disgusto, luego me mira a
mí―, espero que ésta vaya a ser castigada como corresponde.

―Sólo he sido el amo de Aya durante un par de meses ―explico―. Esta es su


primera exhibición pública, así que estoy seguro de que puede entender su
incompetencia. Pero sí, será castigada como corresponde después, eso puedo
asegurárselo.

Creyéndome, y concediéndonos algo de tolerancia ahora que hay una razón


aceptable para la exhibición, Miz Ghita asiente hacia mí lentamente, mirando a Nora
de reojo.

―La exhibición tendrá lugar en el salón de baile en diez minutos ―dice Miz
Ghita―. Se espera que dure una hora; después de eso lo llevaré a reunirse en privado
con madam. ―Empieza a alejarse, pero se da la vuelta y añade en voz baja para que
sólo nosotros tres podamos escuchar―: Hasta ahora parece que ha pasado, Sr.
Augustin, pero debería saber que si es un fraude, aquí por cualquier razón distinta a la
que dice, lo vamos a averiguar.

Sonrío, arrugando las cejas en la frente.

―Bueno, gracias por la advertencia ―digo. Me río, restándole importancia a


todo el asunto tan ridículo―. ¿Este tipo de cosas suceden mucho por aquí? Parece
paranoica, Miz Guita, sin ánimo de ofender.

Su envejecida boca permanece tensa; sus duros ojos nunca parpadean.

―El tiempo de madam es más precioso que el mío ―dice, ignorando mi


pregunta―. Tendrá treinta minutos para hablar con ella, así que hágalos valer.

―Tengo la intención de hacer precisamente eso ―digo, y levanto mi cabeza


hacia ella.

Diez minutos después seguimos al enorme grupo de compradores por un


amplio tramo del brillante pasillo iluminado hacia el salón de baile; flanqueado por
imponentes pilares a cada lado hechos de mármol blanco adornado con plata. Blanco.
Hay tantas cosas de él; en cualquier otro momento lo encontraría demasiado estéril,
pero el color le queda a la mansión, y la clásica y sofisticada apariencia por la que iba
el diseñador: pisos de mármol gris-y-blanco, techo blanco, pintura blanca en las
paredes; incluso los arreglos florares en las ventanas de arco que recubren el pasillo
tienen pétalos blancos. Y cuando entramos al enorme salón de baile, el blanco
continúa para siempre, por el brillante suelo de mármol, por los escalones a un
escenario al final de la habitación; las largas cortinas fluyendo en las ventanas son de
color blanco y gris. Está bien, tal vez es demasiado estéril; estoy empezando a sentir
como si pudiera haber nieve cegadora en este lugar.

Más adelante, colocado en un semicírculo, hay una docena de sillas blancas y


plateadas de frente al escenario; tres filas de ellas. Todos somos acompañados hacia
las sillas por hombres en trajes negros y corbatines, instándonos a ponernos cómodos.
A mí y a Trevor Chamberlain se nos pide sentarnos en la primera silla; tomo asiento,
poniendo mi maletín en el suelo; Izabel se sienta en su propia silla junto a mí; Nora se
sienta en el suelo a mis pies, con sus rodillas flexionadas y sus piernas metidas debajo
de su trasero, sus manos en su regazo, su cabeza gacha y su postura recta. Nadie se
sienta con el Sr. Chamberlain, pero es por eso que él está aquí: para comprarse una
chica. Al igual que yo y que todos los demás compradores aquí, hombres y mujeres por
igual, y algunos otros con su propiedad también sentada a sus pies igual que Nora.

Izabel se sienta tranquilamente a mi lado, también con la espalda recta y sus


manos cruzadas sobre su regazo, pero está mirando directamente hacia el escenario.
Esta será su primera prueba, cuando la mercancía sea sacada. Espero como el infierno
que pueda mantener la compostura. Seremos observados por ojos invisibles
―estamos siendo observados justo ahora― porque somos nuevos y nadie confía en
nosotros todavía. No retrocedas, Izzy; mantén ese rostro compuesto durante la siguiente
hora y no les des ninguna razón para cuestionarte.
Izabel

Traducido por âmenoire y Otravaga

Sé que puedo manejarlo. Sólo necesito enfocarme en dos cosas: la


identidad de Francesca Moretti y encontrar a Olivia Bram

Pero algo no encajaba en toda esta situación donde Olivia Bram estaba
contemplada. Sé cómo funcionan estas cosas, he estado ahí, sentada a los pies del amo,
sentada junto a Javier en mi silla justo como estoy sentada ahora junto a Niklas. Sé lo
que va a salir a ese escenario en algunos minutos, porque lo he visto. Atestigüé cientos
de compras justo como la que presenciaré esta noche, en elaboradas mansiones justo
como ésta, rodeada de pervertidos ricos quienes están, en su propia forma, sobre la
ley. Están aquí por esclavos que no han sido estropeados, jóvenes y hermosos,
mujeres y hombres tan serviles, tan bien entrenados para que nada pueda
romperlos… porque ya han sido rotos.

Pero lo que no encajaba era que si Olivia Bram tenía quince años cuando fue
secuestrada, ahora tendría veintidós, siete años en cautiverio es un largo tiempo para
no ser desvirgada, violada repetidamente, sé esto por experiencia. No hay manera de
que Olivia Bram todavía fuera considerada apta para comercializar en una
demostración como ésta, especialmente ésta. No tienes que realmente ver a los
esclavos para saber que son de la más alta calidad, lo cuales incluye algunos que no
serán compañeros sexuales, los vírgenes costarían tres veces más que cualquier otra
chica, belleza exquisita, completa obediencia, y la mayoría jóvenes. Olivia Bram, con
veintidós años, ya en el mercado durante siete años no cumpliría con el criterio para
estar disponible en un lugar como éste. Incluso Nora y yo no seríamos lo
suficientemente buenas para ser vendidas en ese escenario.

Entonces, ¿dónde demonios estará Olivia Bram en este lugar?


Me mata pensarlo, pero mi instinto me dice que no está aquí, y que dado el
largo tiempo en que ha estado desaparecida, hay una buena oportunidad de que ya
esté muerte. Probablemente fue vendida hace años, en ese mismo escenario, no hay
manera de decir en qué parte del mundo está ahora, si está en algún lugar.

Positivo. Piensa positivo Izabel. Fuiste mantenida cautiva por dos años más de lo
que Olivia Bram ha estado desaparecida; si fuiste lo suficientemente fuerte para
mantenerte viva, entonces Olivia también podría estarlo.

Sí, todavía podría estar viva… pero nada puede convencerme de que esté aquí
en esta mansión. Y tengo la sensación que Niklas ya sabe esto, probablemente lo ha
sabido todo este tiempo. La única razón por la que estamos aquí es por Francesca
Moretti. Sólo después de que la encontremos podremos encontrar a Olivia Bram. Viva,
o al menos una pista de lo que era cuando estaba viva.

Niklas

Valentina Moretti sale hacia el escenario y camina para pararse frente a un alto
podio de cristal con un micrófono adherido a la parte superior. Sabía que ese parecido
particular jugaba un rol más grande que el que jugó en el gran salón. Y sabía que había
algo más importante sobre ella, algo diferente que la diferencia de sus otros señuelos.
Esta mujer en particular definitivamente tenía algún tipo de poder alrededor, lo viste
en la manera que camina. La manera en que sus ojos oscuros pasan sobre los invitados
como si fueran su presa, viste poder y confianza como un abrigo, y esa es razón
suficiente para que sea mi primer sospechoso.

Cuando las voces de los invitados se desvanecen y Valentina tiene la total


atención de todos, habla en el micrófono.

―Buenas noches. Como siempre, estamos encantados de tenerlos aquí con


nosotros para la demostración semanal; y como siempre, tenemos una gran colección
por la que hagan una oferta, creemos que estarán completamente complacidos.

Afortunadamente habla en inglés, puede que aquí haya un grupo diverso de


compradores de diferentes países, pero el inglés es uno de los idiomas más vitales en
el punto para aprender, especialmente para aquellos que quieren desarrollarse en los
negocios y la academia, aquí es donde realmente envidio a mi traicionero hermano: es
fluido en varios idiomas, y se tardaba en aprenderlos lo que un tiburón se tardaba en
nadar; nunca fui tan buena para es mierda.

―Para aquellos que han estado aquí antes, por favor mantengan en mente las
reglas. Para aquellos que son nuevos. ―Valentina me mira directamente, primero y
antes que nadie, y luego a algunos otros invitados―. Las reglas son como sigue.

Coloca ambas manos a los costados del podio de cristal; no hay nada arriba de
él que estuviera siendo leído porque conoce las reglas de memoria.

―No tienen permiso de acercarse a la mercancía para una inspección más


detallada a menos que estén dispuestos a pagar por ella. Todos ustedes serán capaces
de ver la mercancía desnuda desde donde están, pero para tener un vistazo más
cercano, deben levantar la paleta roja, que es su manera de acordar el precio de
examinación, hace una oferta sólo con la paleta negra. En segunda instancia
―continuó―, no hablarán directamente con la mercancía; si quisieran que se parara,
inclinara o hablara para que así pudieran escuchar su voz, lo requerirán al vendedor y
él o ella darán la orden. Lo mismo pasa con tocar: no tocarán, piel con piel, lo que no
poseen. Si requieren una inspección más a fondo de la mercancía, guantes de látex
serán provistos, pero también eso debe pagarse.

»Finalmente, su opinión de la mercancía es sólo eso: su opinión. No está


permitido que hablen con otros compradores sobre cualquier conclusión, positiva o
negativa que hayan recogido después de una inspección más a detalle. ―Valentina me
mira una vez más; debe haber sido informada sobre mi pequeña exhibición con
Trevor Chamberlain y la sirvienta zurda―. Si otros compradores quieren saber más
sobre la mercancía, también deben pagar el precio de la inspección, no se les dará
información complementaria, así sacarán sus propias conclusiones. ―Me mira
nuevamente. Sonrío ligeramente―. Como siempre. ―Valentina mira de nuevo a la
multitud―. Si tienen algunas preguntas sobre la mercancía, por favor levanten su
mano, no sus paletas; levantan una paleta y pagan; los accidentes siempre se
encontrarán con castigo, damas y caballeros. ―Una baja oleada de risas se mueve a
través de la multitud―. Dicho eso ―añade―. Empecemos.

Una ráfaga de voces susurrantes y el movimiento de cuerpos contra los


asientos se derraman sobre el amplio espacio mientras cada comprador se estira bajo
su silla para recuperar dos paletas, una roja, una negra, adheridas en la parte de abajo.
Hago lo mismo una vez me doy cuenta que es lo que hacen.

Valentina permanece de pie en el podio en toda su misteriosa gracia,


examinando a la multitud, esperando porque todos se acomoden. Está vestida en un
vestido dorado rosáceo, como una concha de mar, que cuelga hasta la parte superior
de sus rodillas, decorado con tiras de encaje color crema, delgados tirantes cuelgan
sobre sus hombros; kilométricas piernas bronceadas; ojos maquillados oscuros; labios
de color rosa pastel. No me mira de nuevo, lo que me intriga. No puedo decir si la
perra tiene un interés en mí y si está jugando a obtener, o si todas sus miradas a
escondidas son sólo para mantener sus ojos desconfiados en un rival potencial,
empiezo a pensar que es más bien lo último.

¿Pero dónde demonios está la famosa Francesca Moretti?

Justo mientras el pensamiento entra en mi cabeza, sale hacia el escenario


acompañado por mi chupapollas favorito, Emilio. Y detrás de ellos, Miz Ghita sale con
dos sirvientas: la zurda llamada Bianca, y otra chica de cabellos oscuro con rasgos
similares, claramente dos de las mascotas favoritas de Francesca. Tres hombres en
traje y corbata salen después, cada uno llevando una silla, y colocándolas una junto a
otra detrás y a la derecha de Valentina en el podio. Los hombres se van mientras
“Francesca”, Emilio y Miz Ghita se sientan; las sirvientas permanecen de pie junto a
Miz Ghita, sus manos dobladas frente a ellas, sus mirada baja.

Valentina se prepara para hablar de nuevo, lamiendo la sequedad de sus labios,


tragando, mira hacia la multitud de espectadores. Luego desde atrás, un hombre sale
al escenario, vestido con un traje y corbata; su cabello es rubio, corto, ordenado, y es
joven, en mitad de sus veinte años tal vez: me recuerda a Dorian Flynn, menos las
endiabladas sonrisas, la boca ocurrente, y la personalidad sexualmente dominada de
un hombre enamorado. Nah, este hombre probablemente nunca ha sonreído en su
puta vida; tiene cosas más importantes que hacer que hacer el tonto como Dorian; y
en lo que a estar enamorado respecta, o estar "sexualmente dominado”, él sabe cómo
se siente eso tanto como un hombre rico sabe lo que es vivir en las calles, comiendo de
los basureros.

Este hombre en particular es un maestro, como lo serán todos los escoltas que
traigan la “mercancía” al escenario. Y la chica joven de cabello rubio caminando
delante de él probablemente ha pasado los últimos meses de su vida siendo entrenada
para este preciso momento. Ella podría haber acabado de salir de la escuela
secundaria; una joven estudiante recién comenzando, trabajando como camarera en
algún lugar; o tal vez incluso todavía en la escuela secundaria cuando fue secuestrada.
Todavía es joven; no puede ser mayor de diecinueve años. Me pregunto cuánto tiempo
le tomó a él romperla.

―Nuestra primera pieza para la oferta de esta noche ―anuncia Valentina,


hablando por el micrófono―, es una chica de clase B de Francia ―Clase B, denota que
no es virgen; diecinueve años de edad o menos―. Estuvo completamente entrenada y
obediente en menos de tres meses; habla con fluidez francés e inglés; puede tocar el
violín, y tiene una agradable voz para el canto. Sí, ¿cuál es su pregunta? ―Valentina
señala a Trevor Chamberlain sentado dos asientos después de mí.

―¿La chica tiene alguna peca en la zona del pecho? ―opina Trevor, su voz suave
rodando sobre el público como si también estuviera hablando en un micrófono.

Valentina mira al maestro de la chica.

El maestro, con las manos cruzadas a la espalda, responde clara y


confiadamente:

―Hay seis pecas en el área de su pecho, de color claro. ―Agarra suavemente el


dobladillo de su pequeño vestido blanco y lo saca por su cabeza, luego lo deja caer en
el suelo.

La chica permanece de pie desnuda enfrente de la multitud, sus delgados


brazos hacia abajo a los costados; no tiembla; nada acerca de su postura sugiere que
esté tensa, asustada o enojada: es lo que sea que su amo quiere que sea, por dentro y
por fuera.

El maestro señala cada peca; puedo ver unas cuantas pecas más oscuras en sus
brazos, pero el maestro es inteligente en no llamar la atención sobre algo que no está
en cuestión.

Le echo un vistazo a Trevor Chamberlain: le gusta la chica; las pecas en el


pecho deben ser algo por lo que tiene debilidad.

Trevor levanta su mano otra vez, casi con impaciencia.

Valentina asiente, dándole el visto bueno.

―Tener fluidez en dos idiomas ―comienza él―, así como tocar un instrumento
sugiere que la chica podría haber venido de una familia acaudalada: ¿todavía está
siendo buscada? ―Su pregunta se traduce: No estoy interesado en comprar a una
chica cuya familia tiene los medios y la riqueza suficientes como para encontrarla
finalmente.

―Usted está en lo cierto ―dice el maestro―, la chica era de una acaudalada


familia francesa, pero puedo asegurarle que nadie está buscándola; ella será una
compra totalmente segura.
―Pero, ¿cómo puede estar tan seguro? ―pregunta Trevor, esta vez sin levantar
la mano; Valentina no parece excesivamente molesta por esto, pero sí toma nota de
ello.

―Porque fue su familia la que me la vendió ―dice el maestro.

Interesante… una familia que no necesita dinero porque ya son ricos, no


obstante, ¿venden a uno de los suyos a un amo de esclavos? Interesante, pero no
increíble. Y por extraño que parezca, no es poco común. Este es un mundo de mierda,
después de todo.

Trevor no tiene otras preguntas.

Le echo un vistazo a Izabel sentada a mi lado, y está tan poco afectada como lo
estaba cuando entró aquí: mira y escucha en silencio; su expresión es tranquila y
serena, ni siquiera un ceño fruncido legible en su rostro… pero sólo es cuestión de
tiempo.

Algunas preguntas más vienen de otros compradores en la multitud, y luego un


comprador levanta la paleta de color rojo para que pueda ir al escenario y examinar
más a la chica.

La chica nunca se inmuta.

Tampoco Izabel.

Y cuando el precio es pagado por el comprador para tocar a la chica, y él estira


un par de guantes de látex en sus manos, todavía, ni la chica ni Izabel muestran ningún
signo de malestar. Ni siquiera cuando la chica se dobla y es obligada a poner su cabeza
entre sus piernas y agarrar sus tobillos. Y por último, cuando el potencial comprador
pone sus dedos cubiertos dentro de la chica para sentir cuán apretada es, ella e Izabel
permanecen impasibles.

Sigo diciendo que sólo es cuestión de tiempo, Izzy.

Dos compradores ―Trevor Chamberlain no es uno de ellos― ofertan de ida y


vuelta hasta que uno la compra por medio millón de dólares. Mierda, no puedo
imaginar por cuánto se vendería una virgen en este lugar.

Finalmente después de cuarenta y cinco minutos y seis chicas Clase B ―y un


chico―, una Clase A es traída al escenario. La Clase A denota a una virgen y puede ser
de cualquier edad, pero generalmente son menores de veinte años. Estoy jodidamente
aliviado, y un poco sorprendido, de que no ha habido chicas menores de edad o niños
aquí.

Esta chica en particular, con cabello rubio rojizo hasta la cintura, piel rosa
pálido con cientos de pecas, no puede tener más de veinte años. Como cualquier otra
alma rota sacada antes que ella, permanece de pie desnuda, obediente y
hermosamente delante de los buitres que esperan a desmenuzarla.

―¿Qué trabajo ha tenido hecho la virgen? ―pregunta un comprador de la


multitud.

―Fue proporcionado el dental ―responde el maestro―. Todos sus dientes han


sido reemplazados con implantes. También le ha sido removida la marca de
nacimiento. ―El maestro apunta el área en su cadera donde una vez había estado la
marca de nacimiento.

Le echo un vistazo a Izabel sentada a mi lado inalterada… tal vez no le di el


suficiente crédito. No, aún hay mucho que todavía tiene que ver.

Izabel
¿Qué significa esto? ¿Por qué no estoy echando humo bajo la superficie?
¿Cómo puede ser que pueda sentarme aquí en esta silla y ver a estas indefensas chicas
―oh, y a ese pobre chico― ser pinchadas y miradas boquiabiertas, tratadas como
ganado en una subasta, y no querer volar fuera de esta silla y matar todas estas
malditas personas? No es porque no me importe, o que sea como estas malvadas
piezas de mierda. Jesús, ¿una persona puede estar tan insensibilizada a algo que ya no
le afecte en absoluto?

Creía en mí lo suficiente como para saber que por lo menos podría conseguir
atravesar la misión sin desenmascararnos, sé que puedo sacarla adelante sin importar
lo que piense Niklas, pero no esperaba ni por un segundo que en el fondo estaría así
de tranquila.

Pero aún no he visto todo, estoy segura.

No… aún no he visto todo.


Nora
Voy a volverme jodidamente loca; no puedo levantar la cabeza, no puedo
hablar. Esto es extraordinariamente tedioso; olvidé cuán aburrido puede ser un papel
como este a veces. No puedo creer que alguna vez lo ansié.

Pero soy una profesional; incluso más que Niklas e Izabel con su ridícula riña
―deberían simplemente follar y acabar de una vez con eso― y no voy a estropear el
personaje, a pesar de lo desesperadamente que quiero señalarle la verdadera
Francesca Moretti a Niklas y poner este espectáculo en camino. Porque sé quién es. Lo
he sabido desde el momento en que entramos a este lugar. Y es tan buena
interpretando su papel como lo soy yo… oh, ella definitivamente es buena.
Niklas

Traducido por Vanehz y Mae

Trevor Chamberlain compra a la virgen por un millón y medio de dólares.


Eso es un montón de dinero, y daría a entender que el Sr. Chamberlain es un hombre
del momento, consiguiendo toda la atención de la familia Moretti en el escenario, pero
ellos están más interesados en mí. Ha sido cerca de una hora y el espectáculo está
llegando a su fin; no hay nada más por qué pujar, y no he levantado una paleta o la
mano ni una vez. Quieren saber por qué, estoy seguro. Porque estaba claro que
hicieron muchos esfuerzos por señalar ―sutilmente, claro, de forma que nadie excepto
yo supiera lo que estaban haciendo― las cualidades de cada chica que caminaba al
escenario: La chica alemana de cabello castaño con la cicatriz en su rodilla; otra chica
de cabello castaño de Francia con una extraña marca de nacimiento dejada intacta en
el centro de su espalda; había una chica americana de cabello castaño que había
tenido labios delgados; todas esas cosas me eran señaladas para que pujara por ellas,
o pagara para tener una mirada más de cerca, pero no hice ninguna de esas cosas.

―Madam lo verá ahora ―dice Miz Guita después de descender de los escalones
del escenario frente a mí.

La falsa Francesca y Emilio Moretti pasan la salida en el escenario, llevando a


las dos chicas sirvientes con ellos. Valentina Moretti se queda atrás para despedir a los
invitados, flanqueada por sus propias chicas sirvientas.

―¿Nada de lo que vio se ajusta a sus necesidades? ―inquiere Miz Ghita; su voz
está mezclada con censura contenida.

Con mi maletín en mano, camino a su lado hacia otro brillante pasillo


iluminado; Izabel y Nora siguiéndonos.
―Las chicas eran impresionantes ―digo―. Pero ninguna de ellas tenía lo que
busco, desafortunadamente.

―¿Y exactamente es qué lo que busca, Sr. Augustin?

Miro en su dirección.

―Hablaré de eso con madam.

El rostro envejecido de Miz Guita se agria, pero no responde.

En cuestión de un minuto, entramos a una enorme habitación que parece como


tres oficinas en una. Libros forran las altas paredes del piso al techo, rodeando un
enorme escritorio con una ventana en forma de arco situada detrás de él. Un sofá de
cuero y uno de dos plazas a juego y una silla de gran tamaño está colocada
estratégicamente adelante del escritorio; costosas alfombras italianas cubren el piso
de mármol bajo el mobiliario, dándole un toque de rojo, marrón y azul a los pisos que
de otra forma serían de un blanco cegador.

―Tome asiento. ―Miz Ghita señala hacia el mobiliario.

Me siento en la silla de gran tamaño; Izabel se sienta junto a mí; Nora en el piso
a mis pies con mi maletín.

Miz Ghita deja la habitación.

Sabiendo que hay cámaras y equipo observando y grabando cada movimiento y


sonido nuestro, uso el tiempo a solas para hacer nuestro acto incluso más creíble. Me
agacho y tomo un puñado del cabello de Nora en mi mano, tirando su cabeza hacia
atrás con fuerza de su cuello; es la primera vez desde su pequeño “accidente” en el
salón principal que Niklas Augustin realmente ha tenido la oportunidad de
reprenderla en privado por lo que hizo.

―Me has avergonzado, Aya ―le digo, literalmente respirando en su cuello―. Y


no me gusta ser avergonzado. ―Tiro de su cabello con más fuerza; sus ojos marrones
me miran con arrepentimiento y disculpa: falsa, pero creíble. Aprieto la mandíbula y
me inclino más cerca, mi boca a meros centímetros de la suya―. Si no tuviera negocios
importantes con estas personas, pediría usar una de sus habitaciones y me tomaría el
jodido tiempo de castigarte aquí. Pero cuando regresemos al hotel… no apartes la
mirada de mis ojos, niña ―tiro tan fuerte de su cabello, que las esquinas de sus ojos se
estrechan―, cuando regresemos al hotel, vas a quitarte la ropa inmediatamente,
pararte en la habitación y esperar a que salga de la ducha, ¿está claro?
―Sí, amo ―responde en voz baja.

Escucho personas entrando a la habitación detrás de mí, pero sostengo el


cabello de Nora un poco más, mirando fijamente en sus ojos con severidad, sin pensar
en nada de esta mierda con Moretti u Olivia Bram, sino en la noche en que Nora se
sentó en la mesa frente a mí, cuando reviví el peor momento de mi vida: La muerte de
Claire. He odiado a esta perra desde esa noche. No la odié antes, cuando me había
golpeado en la cara en el auditorio; ni siquiera la odié la primera vez que me senté en
la mesa con ella cuando era mi turno de confesar, honestamente, la perra me había
dado un infierno de erección. Tenía todo el jodido espectáculo y francamente estaba
impresionado con ella. Pero entonces tuvo que tener éxito en meterse bajo mi piel;
tuvo que romper el sello de mis emociones, me hizo quebrarme; me hizo desear
quebrarme y eso me enojó casi más que todo. La única cosa peor es que ella alteró mi
relación con mi hermano; quitó el velo de mis malditos ojos y cambió todo, y por eso
nunca la perdonaría. Habría preferido seguir viviendo la mentira, creyendo que Victor
nunca me había traicionado y nunca me traicionaría. Porque era la única familia que
tenía, la única familia que alguna vez he tenido desde que mi madre fue asesinada.

Y ahora no tenía a nadie; nadie en quien confiar.

Y Nora pagaría por lo que había hecho. De una forma u otra, pagaría.

Soltando su cabello rudamente, la cabeza de Nora se balanceó sobre su cuello


por un breve segundo antes que ganara control sobre ella, y entonces miró al piso.

Me levanté para reconocer apropiadamente la entrada de “Francesca” a la


habitación, como siempre con sus escoltas, Emilio, y dos de sus chicas sirvientes
favoritas. Echo un vistazo a la entrada esperando que Valentina venga caminando tras
ellos, pero me sorprende ver otra de sus señuelos en su lugar. Miz Ghita entra al final,
cerrando las puertas dobles detrás de ella. La señuelo sin nombre se sienta en su sofá
de dos plazas, sin decir nada, y nadie siente la necesidad de presentarla. Me mira, una
ligera pero notable sonrisa en sus labios. Cruza sus largas piernas, endereza su
espalda y posa sus delicadas manos en la parte superior de su rodilla.

Le ofrezco un lento asentimiento, el cual regresa, y entonces alejo la mirada.

Emilio toma asiento en el sofá directamente frente a mí; su fría y oscura mirada
nunca titubeando; recuesta su espalda confortablemente sobre el sofá, levantando la
pierna derecha sobre su rodilla izquierda a la altura de su tobillo, revelando sus
calcetines negros de vestir entre el dobladillo de sus pantalones y el brillante negro de
sus zapatos de vestir. Sus dedos se entrelazan casualmente sobre su estómago.
Me giro hacia la falsa Francesca mientras camina alrededor del escritorio.

―Prefiero hacer negocios sólo con usted ―le digo.

―Estamos seguros de ello ―dice Emilio heladamente, y con una expresión a


juego―, pero madam no va a ser dejada sola en una habitación con usted, Sr. Augustin.
―Señala con una mano, palma hacia arriba, a la falsa Francesca―. Ahí está ella…
tómelo o déjelo.

Lamo la sequedad de mis labios lentamente. Podría tener que cambiar las cosas
un poco, revelar partes del Sr. Augustin enfrente de esta gente que he estado
reservando solo para Francesca, solo para conseguir mi tiempo a solas con ella.

La falsa Francesca toma asiento en la silla giratoria de cuero tras el escritorio.

―Puedo asegurarle ―dice―, que mi hermano no interferirá en nuestras


transacciones de negocio. ―Mira hacia Emilio y agrega sin quitar sus ojos de él―: Si lo
hace, lidiaré con él personalmente. ―Sonríe hacia mí y dice―: Tiene tendencia a ser un
bastardo, no ha aprendido aún cuándo es mejor no ser él mismo.

Vaya, realmente estás probando aguas peligrosas interpretando tu rol, Quien


Quiera Que Seas… Emilio hierve bajo la superficie; sus ojos amplios, su boca
duramente presionada, frunciéndose, sus dedos entrelazados prácticamente
volviéndose púrpuras sobre su regazo. Y no puedo decir si la Falsa Francesca está
disfrutando la oportunidad de agitar las plumas de Emilio, o si está preocupada por lo
que podría hacer más tarde para cuidar su espalda, porque parece estar interpretando
su rol tan fácilmente ahora como cualquiera de nosotros.

Sonrío ligeramente hacia Emilio, solo para medirlo, y por supuesto, él quiere
matarme por ello.

―Bianca ―dice la falsa Francesca a la sirvienta zurda―. Sé una buena chica y


ofréceles a nuestros huéspedes una bebida.

Bianca baja su cabeza, y entonces se aleja de la otra sirvienta, yendo hacia el


bar en el lado más alejado de la habitación a hacer lo que le dijeron.

Miz Ghita finalmente se sienta en el sofá de dos plazas para unirse al resto de
nosotros.

―Entonces, Sr. Augustin ―empieza la falsa Francesca―, ¿por qué no


empezamos con los particulares de la clase de chica que está buscando comprar? Debo
decir, estuvimos todos un poco sorprendidos de que no viera nada que le gustara en la
exhibición. ―Mira brevemente a Izabel y a Nora―. Se nos está haciendo un poco difícil
tratar de entender sus preferencias.

Alguien como Francesca Moretti nunca diría “nuestros” al referirse a su


negocio o a sus huéspedes; nunca habría tenido que reprender a su hermano enfrente
de huéspedes porque su hermano nunca le daría una razón para hacerlo; la Francesca
Moretti real no solo insistiría en tratar conmigo en privado, sino que lo exigiría,
porque no me temería. Y Emilio nunca miraría a la Francesca real en la forma en que
ha mirado a la falsa dos veces esta noche, como si estuviera imaginando sus manos
alrededor de su garganta… es un poco decepcionante que esta temida familia sea tan
jodida y absolutamente estúpida cuando se trata de tratar de esconder la identidad de
su líder. Podría no estar cien por ciento seguro antes, pero ahora sé exactamente cuál
es la Francesca real.

―En realidad ―interrumpe Emilio, apuntando hacia arriba―, antes de que


vayamos más lejos, creo que el señor Augustin debe demostrar que es quien dice ser.
―Mira hacia mí, desafiándome.

―Pensé que ya lo había demostrar ―digo, poniendo toda mi atención a la falsa


Francesca sólo para molestar más a Emilio―. Hiciste tu verificación de antecedentes
en mi nombre, mi negocio; hiciste tus llamadas telefónicas; rebuscaste en mis ingresos
e información fiscal que conozco desde hace diez años por lo menos, ¿qué más puedes
demostrar?

―Cualquier persona con los medios ―dice Emilio―, puede falsificar una
identidad tan segura como la tuya parece ser, pero eso no significa nada.

Es curioso cómo el más irritante del grupo Moretti también parece ser el más
inteligente. A excepción de la real Francesca, quien yo creía, sería, de todos ellos quien
inevitablemente haría mi papel mucho más difícil de representar.

―Podrías ser un oficial de policía ―acusa Emilio. Hace una pausa y agrega―: O
un agente encubierto de cualquier número de organizaciones buscando una persona
desaparecida que tu cliente cree que tenemos, porque estás buscando una chica en
particular, ¿no?

Realmente sabes algo, Emilio y te doy el crédito por estar demasiado cerca de la
verdad para tu propio bien, pero lo siento, no va a funcionar esta noche.

Sonrío y tomo un vaso de whisky de la bandeja que ofrece la criada. Le ofrece a


Izabel lo mismo.
―No, gracias ―declina Izabel.

La sirvienta se mueve por el corto espacio hacia Miz Ghita y el señuelo sin
nombre en el sofá de dos plazas, ofreciéndoles una copa; sólo el señuelo sin nombre
toma una copa; lo acerca a sus labios pintados y me mira sobre el borde mientras
toma un pequeño sorbo.

―Esa es una observación interesante, señor Moretti ―digo casualmente, tomo


un sorbo y luego añado―, pero si realmente hizo su investigación sobre mí, y estoy
seguro de que lo hizo, usted sabría de mi roce con la legislación estadounidense hace
diez años, cuando estuve entre cinco compradores atrapados en una redada de
esclavas sexuales en Los Ángeles. ―Dejé el vaso sobre la mesa junto a mí.

―Atrapado ―señala Emilio―, pero más tarde liberado por agentes


penitenciarios encubiertos siempre siendo atrapado con los verdaderos criminales y
luego liberado después. ―Piensa que me tiene.

La criada se acerca a Emilio a continuación; él la mira, asiente, y toma copa de


la bandeja, y luego se mueve hacia la falsa Francesca sentada detrás del escritorio.

―Sí ―le digo con otra sonrisa de confianza―, pero fui atrapado con mi polla
dentro de una de las chicas en venta esa noche, vamos, Emilio, tú y yo sabemos que si
hubiera estado encubierto, y no fuese uno de los criminales, nunca hubiera llegado tan
lejos como para follar en realidad a la mercancía. Los policías, agentes, van tan lejos al
hacerse daño encubiertos; inhalando mierda por sus narices, llenando sus venas de
drogas, incluso soportar una paliza, pero no van a lastimar o violar a nadie inocente.

Emilio muerde en el interior de su boca.

Sonrío un poco más, me gusta molestar a este tipo; tengo que admitir que ha
traído un poco de alegría a mi mal humor últimamente.

―Bueno vamos a verte demostrarlo ―afirma Emilio, bebe todo el whisky de su


vaso y luego lo suelta de golpe sobre la mesa junto a él.

Levantando la espalda del sofá, se inclina hacia adelante y apoya los codos en la
parte superior de sus piernas, sus dedos entrelazados. Mira a Nora, pero luego sus
ojos oscuros caen sobre Izabel, y no me gusta lo que está pensando, no necesito ser
capaz de leer la mente para tener una idea general de lo que está pasando dentro de
su cabeza.
Vuelve su atención a la segunda criada que ha estado de pie en la sala en
silencio, esperando tener algún pedido.

―Ven aquí, chica ―le dice Emilio con un gesto de los dedos, curvándolos hacia
él.

La chica se acerca a Emilio sin dudarlo.

―Emilio, no creo que… ―dice Miz Ghita pero se corta; la mano de Emilio se
dispara, callándola.

―Ahora no, madre ―espeta, pero nunca me quita sus ojos oscuros de encima―.
Si el resto de ustedes hiciera su trabajo, no tendría que hacerlo por ustedes. ―Mira a la
chica―. Quítate el vestido.

La chica se quita su vestido y se encuentra desnuda delante de él; cremosa piel


morena; suave, flexible, con una cintura delgada y caderas curvilíneas; cabello oscuro
cae por el centro de la espalda.

―Tu turno ―me dice y sus ojos caen sobre Izabel.

No me gusta dónde va esto.

―Naomi está fuera de los límites ―le digo a Emilio―. No me importa lo que
estás tratando de probar, pero no será con ella. ―Sin mirar a Nora digo―: Aya, de pie y
quítate el vestido.

Nora se levanta sin dudarlo y quita su vestido.

Miz Ghita y la falsa Francesca hacen un extraño ruido entrecortado que suena
como un grito reprimido cuando la fuertemente marcada espalda de Nora es revelada,
el señuelo sin nombre permanece inalterado. Rayas de piel en carne viva, rosa, gris y
viscosa, entrecruzan la espalda en un patrón de caos y brutalidad, desde la parte
superior de los hombros a la parte superior de su culo. Algunas cicatrices, puestas allí
por Fredrik Gustavsson, todavía están frescas, irregulares, pero rígidas, con costras e
inflamadas zonas rojas. Y al igual que el dedo meñique faltante de Nora, esto también
va a funcionar a mi favor, de lo contrario nunca hubiera acordado traer a Nora en esta
misión. Está demasiado dañada físicamente para ser considerada propiedad
adecuada; especialmente el tipo de propiedad que un amo llevaría con él a reuniones
sociales.

Parece incluso que Emilio está sorprendido por la aparición de Nora; la mira
embobado, incluso se ve un poco horrorizado. Y Bianca, la criada zurda, no puede
dejar de mirar a Nora, aunque por suerte para ella soy el único en la habitación que
parece darse cuenta de su desobediencia.

La familia Moretti puede tener ambos pies firmemente plantados en el


comercio de esclavos de sexo, pero, al igual que muchos vendedores de clase alta,
incluso los amos, nunca golpearían a una chica tan severamente como claramente
Nora ha sido golpeada. Sus cicatrices son una prueba vibrante de tortura, y tortura no
es lo mismo que castigo. Un amo no puede vender a una chica que se ve como Nora,
excepto a un hijo de puta enfermo como Niklas Augustin. Y aquí es donde, sin duda,
ganaré el interés de la Francesca real y finalmente la encontraré sola. Debido a que la
notoria madam Francesca Moretti, creo, es como Niklas Augustin. Por lo menos lo
espero, porque lo que voy a hacer a continuación, o bien asegurará mi reunión
privada, o me sacará de este lugar.

Después de un largo rato sin que nadie diga nada, miro a Emilio y digo
casualmente:

―¿Decía, señor Moretti? ―Inclino mi cabeza suavemente hacia un lado.

Hace una pausa, mira la espalda de Nora, y luego me mira de nuevo.

―Algunas de esas heridas son nuevas ―señala lo obvio.

Asiento.

Los ojos de Emilio se mueven de una persona a otra.

―Oh, no me digas ―digo―, nunca has tenido que golpear una de tus chicas, casi
hasta el borde de la muerte, señor Moretti. ―Mi mirada es tranquila y serena, sádica.

Emilio apoya la espalda contra el sofá de nuevo, se endereza la chaqueta del


traje, apoya su tobillo derecho encima de la rodilla izquierda.

―No personalmente, no ―responde―. Me gustan mis chicas… sin manchas,


señor Augustin.

Tal vez lo hagas, Emilio, pero tu malvada hermana asesina, creo que se complace
en golpear chicas hasta que casi no les queda vida.

Miz Ghita se levanta desde el sofá de dos plazas de cuero.

―Señor Augustin ―dice, redondeando su barbilla―, y he tenido una discusión


con usted acerca de como…
―Sí, lo recuerdo ―la corté sin mirarla―, me dijo que madam Francesca no hará
negocios con alguien que desfigura una pieza en la que ha gastado demasiado dinero,
tiempo y recursos moldeándola a la perfección: su advertencia sigue perfectamente
clara en mi memoria ―Finalmente miro a Miz Ghita, y añado con ojos inflexibles―,
pero no estoy pensando en comprar una pieza, como ya le he dicho; estoy en el
mercado para comprar una cortesana.

―Bueno, sólo lo mismo…

―No ―interrumpí de nuevo, exponiendo para la verdadera Francesca uno de


nosotros, yo o su madre, quien está en control aquí―. Estoy seguro que madam
Francesca hará negocios conmigo, no importa lo que intente hacer con mi propiedad
después de que he pagado por ello. ―Mi mirada recorre la habitación, analizando casi
todos los pares de ojos. Meto la mano en el bolsillo de mi chaqueta y saco un paquete
de cigarrillos, coloco uno entre mis labios y lo enciendo. Y mientras Miz Ghita me mira
fijamente, horrorizada por mi grosero, gesto repugnante, sigo con la sartén por el
mango, inhalando felizmente mi cigarrillo―. Pero ahórreme la perorata de justicia
propia acerca de cómo madam se preocupa por la seguridad y la salud de sus
cortesanas, o las piezas que vende en sus presentaciones, no estoy aquí para
informarle de una Junta de Salud clandestina, o criticar sobre violaciones de código en
su establecimiento. Me importa una mierda la manera en que madam Francesca elige
tratar a sus esclavos, no me importa si los mata, poco a poco, o si alimenta con las
sobras a sus perros. Estoy aquí, como dije antes, para hacer negocio con madam, y sólo
madam.

El silencio cae sobre la habitación como una manta sofocante.

Tomo una larga calada de mi cigarrillo y luego lo dejo caer en mi vaso de


whisky.
Niklas

Traducido por Adaly

―Ahora ―le digo gruñendo a Emilio―. Me gustaría tener esta reunión de


negocios en marcha, a menos… ¿tienes algo más que te gustaría añadir para seguir
perdiendo el tiempo de madam Francesca y el mío? ―Muevo mi mano hacia Nora y a
hacia la otra sirvienta desnuda―. ¿Podemos acelerar esto?

Sin mover su cabeza, Emilio mira a la falsa Francesca. Ella asiente hacia él, y
luego él se vuelve hacia mí. Segundos después, está desabrochando el botón en su
pantalón de vestir.

Ah, bien, así que quiere jugar sucio, literalmente. Una lástima para Nora.

―Lo tomo ―dice Emilio, provocándome, deslizando su cremallera―, no eres del


tipo modesto.

Su polla está en su mano, puedo decirlo sin tener que mirarla directamente.

Empiezo a desabrochar el botón de mi pantalón de vestir, voy tan lejos como


encajan mis dedos alrededor, pero luego me detengo. Miro alrededor de la habitación
lentamente a cada persona, y entonces encuentro los ojos de Emilio de nuevo.

―No ―respondo―, no soy del tipo modesto, pero tengo que advertirte ―miro a
su polla inquisitivamente, frunzo mi boca de un lado y levanto una ceja, entonces miro
de nuevo a sus expresión oscureciéndose―, te puedes arrepentir después.

Su rostro se tensa y su manzana de adán rebota en su garganta.

Dejo mi polla en mi pantalón y digo:


―Pero no eres al que tengo que probarme en esta habitación. Cuando tengo
toda la atención de Francesca Moretti, cuando ella y yo estemos parados frente a
frente, solo entonces, y solo por ella jugaré este maldito juego para probar que soy
quien digo que soy.

Emilio y Miz Ghita simultáneamente ven a la falsa Francesca sentada detrás del
escritorio, el señuelo sin nombre aún no despega los ojos de mí. Los hombros
delicados de la falsa Francesca suben y bajan con una respiración pesada. Se levanta
de la silla y camina alrededor de la mesa hacia mí. Permanezco sentado mientras se
aproxima, una falta de respecto que no pasa desapercibida.

―¿No se va a poner de pie, Sr. Augustin ―dice Miz Ghita desde el sofá de dos
plazas―, para que pueda estar cara a cara con madam?

Sonrío oscuramente.

―Lo haré cuando la verdadera madam sea la que se pare enfrente de mí.

Tres pares de ojos (Emilio, Miz Ghita y la falsa Francesca) se balancean de un


lado al otro en un movimiento aturdido y nervioso.

La falsa Francesca trata de recuperar el control del comento, lanza su cabeza


hacia atrás elegantemente y dice con risa ligera:

―Que absurda acusación. Vienes aquí a mi casa, bebes mi whisky, ocupas lugar
en una de mis demostraciones por no ofertar en algo, y acepto reunirme contigo
después de todo, ¿y ahora me llamas impostora? ―gruñe y gira su mano enfrente de
ella por la muñeca―. Creo que tu tiempo aquí ha terminado, Sr. Augustin. Madre,
muéstrale a él y a sus… acompañantes la puerta.

Comienza a alejarse, pero se detiene cuando digo:

―Solo me iré si la verdadera Francesca me dice que lo haga.

Emilio se pone de pie, lo mete en su pantalón, y se mueve hacia mí.

―Es hora de que te vayas ―insiste, mirándome a los ojos, sin pestañar,
desafiándome a hacerlo enojar, lo cual espero malditamente hacer.

―Madam Francesca ―digo―, si quieres que me vaya, todo lo que tienes que
hacer es decirlo y me iré tranquilamente.
Ahora Miz Ghita viene hacia mí, su largo vestido negro silbante sobre sus
piernas apresuradas.

―Ha agotado su bienvenida, Sr. Augustin ―dice con ácido en su voz. Entonces
señala a la falsa Francesca de pie al lado de Emilio―. Le ha faltado el respeto a madam,
y eso nos era tolerado.

―Oh, pero no le he faltado el respeto a madam ―la corrijo con aire de


suficiencia―. De hecho, apenas le he dicho una sola palabra desde que entre en esta
mansión. ―Camino lentamente y comienzo a pasearme por el piso, moviéndome
alrededor del cuerpo desnudo de Nora, mis manos entrelazadas detrás de mí,
descansando en mi trasero―. Solo hay una persona en este cuarto que puede ser la
verdadera Francesca Moretti, y aunque tengo que decir que hiciste un trabajo decente
ocultando su identidad con todas dobles moviéndose alrededor ―dejo de pasearme y
me muevo hacia la falsa Francesca, después al señuelo sin nombre―, pero la verdad es
que Francesca Moretti es demasiado hermosa para parecerse a ninguna de ellas.
―Ambos señuelos tensan su boca, sus rostros plagados con insultos, mirándome
fijamente, pero sin decir nada.

―Entonces, dinos ―desafía Miz Ghita―, ya que piensas que eres tan inteligente,
¿a quién en esta habitación se lo implicas?

Ambos lados de mi boca se elevan ligeramente, traigo a mis manos alrededor


de mi espalda y las doblo hacia abajo enfrente de mí.

Mis ojos barren lentamente la habitación, y al final caen en la sirvienta zurda a


la que llaman Bianca.

―Ella es la verdadera Francesca Moretti ―anuncio, trabando la mirada con la


supuesta esclava favorita, ella hace lo mismo, más que demostrando que tengo la
razón―. Ella ha estado ya sea con usted, Miz Ghita, o con la falsa Francesca desde que
llegué; fue la primera y la única sirvienta en acercarme a mí en el gran salón para
servirme vino; ha estado al alcance del oído de casi todas las conversaciones que he
tenido, permitiéndole estudiarme, y cuando le sirvió un vaso de Whisky a Emilio hace
unos momentos él la miro a los ojos y asintió como si quisiera darle las gracias, no
habría escatimado esfuerzo si fuera una simple esclava. ―Dándose cuenta de su error,
Emilio, inhala profundamente y mira hacia la puerta―. Y cuando las cicatrices de Aya
fueron mostradas ―continúe―, Bianca levantó sus ojos, sin temor a que nadie en esta
habitación la reprimiera por eso, solo asimilando lo que el resto de nosotros
estábamos viendo. ―Hago una pausa y sonrío, y luego miró solo a la verdadera
Francesca, sin duda (casi) la mujer más hermosa en esta habitación: vestida como una
esclava, sin maquillaje, perfecta en todos los sentidos con su cabello chocolate oscuro
suelto que cae más allá de su cintura, cremosa piel del color del caramelo claro, ojos
marrones hechizantes que son negros con la luz adecuada, y labios cremosos que son
regordetes y con forma del arco de cupido.

Sonrió, mirándola.

―Usted y yo, Miz Moretti, ―continuo, mirando a los ojos a Francesca, y


sintiéndolos beberme―, tenemos mucho en común, y confió que encontrara nuestra…
relación de negocios ―me detengo, sonrío ligeramente―, será, me permito decir, algo
más que… lucrativa.

―Sácalo de aquí ―escucho a Miz Ghita gruñir desde atrás, y entonces cuatro
hombrees en trajes se precipitan rápidamente en la habitación, pistolas levantadas
hacia mí.

Francesca Moretti, antes conocida como Bianca, levanta la mano izquierda


enfrente de ella y sin decir una palabra los hombres se paran en seco, encogiéndose y
retrocediendo unos cuantos pasos con el rabo entre las piernas. Emilio no se mueve o
habla; continua mirando hacia la puerta, ¿es el miedo paralizando al hermano de
Francesca? Sí, eso definitivamente es miedo, inapropiado de alguien como Emilio. De
hecho, no es la única persona en la habitación que apesta a eso: Miz Guita se pone de
pie con su barbilla en alto, pero sus manos envejecidas están temblando
discretamente a los lados; el señuelo sin nombre se sienta en silencio en el sofá de dos
plazas, su cuerpo encorvado, manos metidas entre las rodillas (no la misma mujer
fuerte que entró aquí antes, la sirvienta, parada desnuda en el centro de la habitación
todo el tiempo aparentemente sin respirar; sus hombros suben y bajan más
rápidamente mientras está tratando de sofocar un ataque de ansiedad); y la falsa
Francesca, bueno, luce como si está apunto de orinarse encima.

Antes, no estaba del todo seguro, ahora, juzgando la mayoría de los rostros en
la habitación, es sin lugar a dudas que cada uno de ellos están aterrorizados de
Francesca Moretti: la madre amargada, el devoto hermano y aunque por alguna razón
en menor grado por alguna razón, los señuelos que creo que son hermanas o primas
de Francesca y Emilio. Por cualquier medio ninguno de ellos son inocentes, son tan
culpables de compra y venta, y una variedad de castigos crueles que repartieron a los
esclavos, pero ninguno de ellos son tan crueles y asesinos como creo que lo es
Francesca.
Izabel
¿Es solo yo, o esta gente tiene miedo de respirar? Vaya… está bien, no
esperaba esto. En lo absoluto. Estaba segura que la doble sentada en el sofá de dos
plazas era la verdadera Francesca. Más temprano en la muestra, estaba convencida de
que era Valentina. Pero nunca me hubiera imaginado que era ella. Quiero mirar hacia
Nora solo para ver si hay algo en su rostro, pero… aún estoy un poco asustada para
moverme, o atraer la atención sobre mí. Sabía al entrar en esto que Francesca Moretti
era una zorra malvada, pero hay más de esto de lo que imaginé, hay mucho más para
ella, me hace rechinar los dientes y ni siquiera ha hablado aun.

Me pregunto qué es lo que está pensando Nora.

Nora
¡Ahora estamos llegando a alguna parte! Oh, Dios, estaba comenzando a
enloquecer jugando a este patético y obediente felpudo. Pero ahora las cosas están
mejorando. Y viene siendo la maldita hora de que Niklas la hiciera salir. Me alegro que
eligiera a la mujer correcta. Me estaba comenzando a preguntar.

Ahora solo me pregunto si Niklas e Izabel saben en lo que se han metido. Esa
mujer puede parecer frágil en ese pequeño y bonito vestido de esclava, sus rasgos sin
maquillar pueden parecer suaves, impecables y aun amables, pero es cualquier cosa
menos amable (un demonio vive bajo esa carne). He visto gente como ella, enfrentado
y matado a personas como ella, y me excitan; hacen mi trabajo mucho más
interesante, más peligroso, y vivo por estos tipos de trabajos. Buen… en un papel
diferente, por su puesto.

Niklas
Francesca lentamente baja el brazo a su lado. En silencio da unos cuantos
pasos hacia adelante, Emilio, la falsa Francesca y Miz Ghita se mueven hacia atrás para
despejar el camino, y, sin duda para mantenerse fuera del alcance de su mano. Los
cuatro hombres con armas se inclinan y mantienen la posición. Permanezco en donde
estoy, audaz e imperturbable en su presencia autoritaria. Ni Augustin o Fleischer se
rebajarían a esa mierda; no me importa si es una loca asesina, pero tengo que seguir
desempeñando el papel de Augustin, pretender que ella y yo somos lo mismo: dos
gotas de agua sádicas.

Francesca me mira fijamente, nunca parpadea; está tan malditamente calmada


y calculando que me encuentro dando tumbos a través de mis pensamientos, pero
fácilmente retengo la confianza y el poder en mi rostro.

―Me intrigas, Sr. Augustin. ―Su voz es vino tinto mezclado con arsénico, sus
ojos oscuros son estanques interminables de malevolencia y belleza, quieres alejar la
mirada, pero no puedes.

―Llámame Niklas ―digo suavemente; alcanzo y tomo su mano, inclinándome a


besar la parte superior de la misma.

―Me complacería, Niklas, tener una reunión privada contigo. ―Gira solo su
cabeza para ver a la falsa Francesca y dice―: Dame tu vestido, Bianca.

―Sí, hermana ―dice aquella cuyo nombre en realidad es Bianca.

Bianca se desliza hacia Francesca rápidamente, se despoja de su vestido de


encaje blanco nacarado y lo coloca sobre su antebrazo hasta que Francesca está lista
para tomarlo. Espera, desnuda, con solo un collar de perlas alrededor de su cuello,
sumergiéndose entre sus tetas.

Francesca no ha quitado ni por un segundo los ojos de mí.

Cierra los dedos alrededor del dobladillo de su vestido de sirvienta y levanta la


tela sobre su cabeza, después dejándola caer en el suelo. Francesca es sin lugar a
dudas, diferente a cualquier mujer que he visto. Tal vez es el poder que posee, no lo sé,
pero es malditamente hermosa. Es una lástima que sea probablemente un desperdicio
homicida que necesita ser sacrificado.
Niklas

Traducido por AsheDarcy y Flochi

Después de deslizar el vestido sobre su cuerpo desnudo, Francesca dice:


―Quiero que todo el mundo se vaya, excepto Niklas y sus chicas.
―Pero Francesca… ―intenta decir Miz Ghita, dando un paso hacia arriba.
―Dije que se vayan.
―Muy bien. ―Miz Ghita giro sobre sus talones.
Mientras ella y el señuelo sin nombre caminan detrás de los cuatro hombres
armados, la verdadera Bianca los empieza a seguir con la criada detrás de ella. Emilio
camina frente a Bianca y le habla con enojo en italiano. Puede que no sea capaz de
entender el idioma, pero no necesito saber de qué están discutiendo para entender
que Bianca humilló a Emilio en su papel. Entonces Bianca golpea él suelo, la mano de
Emilio se disparó tan rápido que apenas lo vio antes de que se pusiera en contacto con
su cara. Sentada en el suelo con las piernas dobladas debajo de ella, Bianca tiene una
mano sobre su mejilla; hay asesinato en sus ojos.
Bianca se apresura a ponerse de pie, sus tetas rebotando en el lugar, y acomete
contra Emilio desde atrás. Él se vuelve en el último momento y la detiene en frío,
envolviendo su mano alrededor de su garganta.
―Querido hermano ―dice Francesca en voz alta, y Emilio se da la vuelta para
mirarla―. Prepara mi habitación.
Emilio empuja a Bianca hacia atrás, liberándola.
Bianca se va poco después, desnuda y vestida sólo con un collar de perlas y un
par de zapatos de tacón alto. El sonido de las puertas cerrándose detrás hace eco por
toda la espaciosa habitación.
―Antes de ir más lejos ―dice Francesca; sus ojos fríos barren sobre Izabel―,
hay un problema que debe ser corregido, o no habrá reunión.
―¿Qué problema? ―pregunto.
Francesca se desliza hacia el escritorio y abre uno de los cajones. No hay sonido
cuando mueve su mano por el contenido y luego saca un cuchillo de plata larga. Se
mueve hacia Izabel.
Oh, mierda…
Miro entre Francesca e Izabel, sin tener idea de las intenciones de Francesca,
pero sé que son oscuras y sé que tienen mucho que ver con Izabel y eso me pone
jodidamente nervioso. Instintivamente me muevo, con calma, sin prisa, hacia ellas y
tomo a Izabel por el brazo, tirándola de la silla.
Izzy está de pie de inmediato, incluso sin mi ayuda; mantiene sus manos unidas
delante de ella. Espero ser capaz de sentir su corazón golpeando a través de la vena en
su brazo, pero no lo hago.
Francesca se pone delante de Izabel.
―Mírame, chica ―manda.
Izabel lo hace.
―Pero madam, yo no soy un esclavo ―dice con una voz suave y tímida.
Francesca agarra la barbilla de Izabel con su mano libre y gira su cabeza hacia
la izquierda y la derecha, en un ángulo, lado a lado, de arriba abajo, inspeccionándola,
y, sin duda, probándola, probándome.
―Puedo ver por qué es tu favorita ―dice Francesca, mirándome brevemente―.
Es muy hermosa, a pesar de la cicatriz en el estómago. ―Mira en la dirección de Nora,
pero en realidad nunca la mira―. La rubia también es impresionante, pero las
cicatrices y el dedo que falta son demasiado.
Supongo que eso significa que no siente inconveniente con Nora porque Nora
tiene muchas "imperfecciones”, pero ¿qué significa eso para Izzy? Francesca ya sabe
que tengo una debilidad por “Naomi”, pero creo que quiere saber cuán flexible soy;
hasta qué punto estoy dispuesto a dejarla ir. Si es demasiado lejos, Izzy podría estar en
problemas, pero si no es lo suficiente voy a parecer débil, un coño azotado como
Dorian Flynn, y eso es lo mismo que lamer la mierda de las botas de Francesca, y ella
perdería cualquier respeto que me podría tener.
―Niklas ―dice Isabel, su cara todavía en la mano de Francesca―, tengo miedo.
También eres una buena mentirosa.
Un destello de plata envía pánico a través de mí cuando Francesca levanta el
cuchillo.
―¿Qué estás haciendo? ―exijo; mi brazo esta de repente entre Francesca e
Izabel―. No me importa quién seas; no voy a permitir que deformes mi propiedad, ese
es mi privilegio.
Francesca sonríe, y aunque se siente resbaladiza y peligrosa, mantengo mi
expresión fija, y mi brazo delante de ella, desafiándola a herir a Izabel. Empiezo a
llegar a mi pistola hasta que recuerdo que tuve que dejarla en la puerta.
―Niklas… por favor ―llora Izabel suavemente.
―No le voy a romper la piel ―promete Francesca, aún con esa sonrisa
resbaladiza―. Es sólo temporal, te lo aseguro.
De mala gana bajo el brazo y lo descanso de nuevo a mi lado. Miro a Izabel,
suavizando mis ojos, mi manera de decirle a Naomi que todo va a estar bien, y luego
miro hacia atrás a Francesca. Asiento, dándole el visto bueno, y esperando como el
infierno no arrepentirme de ello. Los sonrientes ojos de Francesca caen lejos de mí y
agarra el cabello de Izzy y comienza el corte; el sonido agudo de esquila de metal
cortando el cabello, recortando lejos pedazos del cabello castaño de Izabel. En
segundos, el suelo está cubierto de cabello rojo oscuro, dispersos en montones
alrededor de los pies de Izzy encima de la alfombra italiana. Levanto la vista hacia ella,
teniendo la vista de su corte de cabello fallido y desigual como un niño de cinco años
de edad, con un par de tijeras. Por lo menos no cortó demasiado corto cerca del cuero
cabelludo o en cualquier lugar que Izzy tendría que afeitarse el resto más tarde.
Extrañamente, Izabel ve el cabello aliviada, mejor que su carne.
―Ahora siéntate ―le dice Francesca, y se mueve de nuevo hacia el escritorio.
Con la cabeza baja por la vergüenza, Izabel mantiene su acto de miedo y se
mueve hacia a la silla de gran tamaño.
―Nunca he oído hablar de ti… Niklas ―dice Francesca, exhibiendo sus caderas
mientras camina hacia Nora lentamente, cuchillo en mano―. Y debo decirte, que a
pesar de que tu historia lo compruebe y no he encontrado nada para indicar que no
eres quien dices ser, todavía no estoy convencida. ―Se detiene a los pies de Nora y
vuelve a mirarme―. Seguramente entiendes mis vacilaciones…
―Entiendo más de lo que crees. ―Camino hacia ella―. Y si no fueras tan…
minuciosa, Miz Moretti…
―Francesca.
―Francesca ―digo con una lenta inclinación―. No me sentiría cómodo haciendo
negocios contigo en absoluto.
―¿Es por eso que elegiste venir a mí en lugar de… ―hace gestos con los dedos
hacia el exterior en forma desentendida; su nariz arrugándose en un lado con
desprecio―, esa mujer incompetente que no sabe nada sobre este negocio?
―¿Madam Carlotta? ―Sonrío, para golpear más de un nervio.
―Dime, Niklas ―comienza, perturbada―, ¿por qué elegiste venir aquí? La
verdad, por supuesto. ―Mira brevemente a una desnuda y fuertemente marcada Nora
y luego se vuelve hacia mí―. La mejor pregunta sería ¿cómo sabías que yo era más que
una madam? Te pagaré por el nombre o nombres de los que… ―arrastra el borde
romo de la cuchilla en la parte superior con su mano―… hablan sin pensar.
Camino más cerca, manteniendo mi actuación tranquila por lo que no se siente
como que estoy preocupado por Nora en la forma en que lo estaba con Izabel.
Realmente no lo estoy, sé que Nora puede cuidarse a sí misma, aunque espero que no
llegue a eso.
―Nadie me dijo nada. ―Me detengo a un metro a su izquierda y deslizo mis
manos en los bolsillos de los pantalones casualmente―. Por lo menos nada acerca de
tu negocio en el comercio sexual. Me lo imaginé por mi cuenta.
―¿Y cómo hiciste eso, exactamente?
Sonrío, con labios apretados.
―¿Estamos realmente aquí para hablar de cuán ingeniosos puedo ser, o
debemos seguir por lo que he venido?
Después de unos segundos de silencio Francesca se mueve el resto del camino
hacia Nora, rodeándola lentamente, pequeños pasos, con el cuchillo todavía en su
mano izquierda.
―No, señor Augustin…
―Niklas.
―Niklas ―sonríe oscuramente―, creo que voy a tener que hacer que me digas
cómo supiste; como he dicho, todavía no confío en ti, y responderá mis preguntas.
―Sus ojos se estrechan―. Ingenioso sin duda es, pero también muy observador. Sabías
quién era mi madre; quién era yo, y nadie jamás lo había hecho, o importado siquiera.
Francamente, Niklas, no sé si admirar tu habilidad, o sospechar aún más de ella. Los
hombres que vienen aquí sólo alguna vez tienen una cosa en sus mentes y rara vez
tiene algo que ver conmigo. Has hecho bien en poner una bandera roja sobre tu
espalda. Así que dime, ¿cómo lo supiste? ―Pone la hoja en la garganta de Nora
casualmente como si estuviera a punto de extender la mantequilla en la tostada, y me
mira en el corto espacio hacia mí, esperando con una paciencia misteriosa.
Reteniendo mi sonrisa impávida, doy con un suspiro impasible.
―Si eso es lo que quieres, entonces te lo voy a decir. ―Le doy la espalda, mi
manera de demostrar que no estoy preocupado en absoluto por lo que podría hacerle
a Nora, y luego, despreocupado camino de regreso a Izabel. Me siento en la silla de
gran tamaño y me recuesto cómodamente; Izabel permanece sentada en el borde―.
Primero, deberías saber por qué soy tan observador ―comienzo―. Al igual que tú, no
confío en nadie… por todo lo que sé, tú podrías ser un agente encubierto. Llámame
paranoico si quieres, pero he sido arrestado antes, he estado en prisión, y no planeo
regresar a ese jodido lugar, así que voy directo al grano en cuanto a saber con quién
estoy tratando. De hecho, he sido así por mucho tiempo, siempre mirando por encima
de mi hombro, mi propio hermano me traicionó, por lo que seguramente puedes
entender que soy más… perceptivo que el resto de los compradores que vienen aquí. Y
no me agrada que me mientan. Supe que Bianca no eras realmente tú en el instante en
que dudó en decirme lo que más le gustaba de sus chicas favoritas. ―Sonrío―. Tú no
habrías dudado, o mirado a tu madre por una respuesta; tu hermano no habría saltado
e intentado distraerme.
―Sí, Emilio es un hermano devoto ―dice Francesca con un suspiro
exasperado―. Sobreprotector de mí hasta la exageración, debo admitir. Pero es un
buen hermano. Confío en él más que en nadie de mi familia, sólo confío en él. Pero
continúa y dime cómo supiste.
Me ha sacado de mi juego un poco, pero es ajena a ello. ¿Emilio un hermano
devoto? ¿Emilio sobreprotector de su hermana mayor hasta la exageración? Quizá él y
yo tengamos más en común de lo que pensé. Eso es lamentable.
―De hecho, es simple ―digo, regresando al momento―. No sabía nada sobre las
presentaciones hasta que vine aquí esta noche. Siempre he sabido que empleabas a las
putas más cotizadas que el dinero puede comprar. Y quería una para mí. No sólo por
una noche o unos pocos días. Quería una y estaba seguro de que me la venderías.
―Ya veo. ―Francesca aleja el cuchillo de la garganta de Nora y luego la deja
parada allí mientras se pasea por el suelo, deslizando los bordes planos de la punta de
la cuchilla entre sus dedos distraídamente―. Sólo que nunca vendo a mis cortesanos.
Ellos son, en cierto sentido, hombres y mujeres libres. Trabajan para mí y son pagados
generosamente. Vendo sus servicios, no su libertad.
―No los vendes ―indico―, porque son putas, y los compradores no están
buscando putas contaminadas, a menos que el comprador sea como yo. Dime que
todavía serían libres de vivir sus vidas si todavía valiera la pena venderlos.
Sonríe sombríamente directamente hacia mí, y es la única respuesta que ambos
sabemos que ella necesita dar.
―Cada hombre ―continúo―, tiene una preferencia, la mía sucede que son las
putas, y físicamente imperfectas. ―Miro a Nora, señalándola―. Aya trabajó en un
servicio de acompañantes antes de volverse mía. ―Miro a Izabel―. Naomi aquí ―digo,
estirando mi mano para tocar su cabello masacrado, peinando mis dedos a través de la
parte trasera―, comenzó vendiéndose a edad temprana; yo fui su último cliente; la
saqué de las calles y entonces no fue de nadie más, salvo mía. ―Me detengo y luego
agrego como una ocurrencia tardía―. Por supuesto, le he tomado más cariño del que
esperaba o quería.
―Amas a esa.
Sorprendido, mis manos dejan de moverse en el cabello de Izabel; por un
segundo no estoy seguro de qué decir en respuesta.
―No ―respondo finalmente, confundido por mi vacilación, y dejo caer la mano
de su cabello. Miro a Francesca―. No amo a nadie. Pero le tengo afecto. Nunca antes
has sentido afecto por alguien, además de tu hermano, me refiero. ―Sonrío. Y espero
que mi intento de desviar la atención funcione porque esta mierda con Izabel me está
poniendo incómodo.
―No ―responde Francesca―. Siempre he tenido afecto solamente por mi
hermano. Sólo a él lo he amado. ―Deja el tema así―. Entonces, eres lo que se llama un
héroe ―dice Francesca con una sonrisa burlona―. ¿Rescatando putas de las calles,
volviéndolas putas respetables? ―Se ríe ligeramente en voz baja.
―Apenas. ―Le doy una palmada a la cabeza de Izabel y luego apoyo mi mano en
mi regazo―. Mis chicas no quieren ser tomadas, no quieren ser controladas, o…
castigadas cuando desobedecieron… ―Me lamo la sequedad de los labios―… no lo hice
para rescatarlas, lo hice porque me gustó.
Francesca fulmina con la mirada a Nora.
―¿Y qué hay de esa?
―Aya ―llamo―, dile a madam por qué te gusta ser mi puta.
Nora no levanta los ojos cuando responde:
―El amo de Aya la ha hecho su puta, madam; su amo la protege y provee para
ella; es feliz de ser su puta.
Después de un momento, Francesca dice:
―Pero, ¿por qué putas? ―Se mueve hacia nosotros, poniendo el cuchillo en el
brazo del sofá en su camino―. ¿Y pensé que buscabas por defectos?
―Porque ellas luchan más tiempo, y con más fuerza ―le digo―. Su estilo de vida
las endureció tiempo antes de que las consiga; no tiene miedo de luchar, son
desafiantes, vulgares… son fuertes y respeto eso. Pero por sobre todo, entrenarlas es
un desafío. Sucede que me gusta un desafío. Y no hay desafío en entrenar a una chica
con demasiado miedo para luchar por su vida y su libertad; tampoco hay satisfacción
en poseer a una chica que ya ha sido entrenada. ¿Y qué es una puta si no un defecto en
sí mismo?
Francesca arruga los labios pensativamente.
―Bueno, ¿no tienes miedo de que una de ellas podría rasgarte la garganta en la
noche? ―Francesca se sienta en el brazo de la silla a mi lado; puedo oler por el tenue
olor de su champú que está muy cerca―. Por las mujeres que describiste eso sería lo
más probable.
―No tengo miedo en absoluto ―le digo, alzando la mirada hacia ella―. No
porque crea que no son capaces, sino porque no tengo miedo a la muerte.
―Nunca te haría daño, Niklas; te amo ―dice Izabel, mirándome brevemente.
Izzy, ¿qué sucedió con mantener la boca cerrada?
Francesca sonríe, apreciando la inocencia “de Naomi”, pero no hay nada amable
en esa sonrisa. Siempre como si ella quisiera matar a Izabel, y ella hablando
precisamente en ese momento tiene poco que ver con el porqué, ella quiere matarla
porque es especial, hermosa incluso con el cabello destruido; quiere matarla porque le
tengo afecto. Pero no lo hará porque Izabel no es suya para matarla. Un escalofrío
recorre hacia arriba mi columna, y eso nunca sucede. Toma un infierno ponerme en el
borde como de repente lo estoy. Esta mujer está loca, no hay duda de ello. Es tan
retorcida como Seraphina Bragado lo fue, tal vez incluso más. ¿Qué va a hacer? Es lo
que sigo preguntándome. ¿Qué mierda es lo que va a hacer? Porque sé que va a hacer
algo. Antes de abandonar esta mansión, Francesca Moretti va a revelar el monstruo
que luce en la piel.
Se pone de pie lentamente, grácil incluso.
―Entonces, dime ―dice con su espalda hacia mí―, ¿qué tipo particular de puta
imperfecta estás buscando comprar?
Va hacia un enorme escritorio, sus movimientos cómo líquido sobre el suelo.
―Preferiblemente color de cabello miel, tal vez cabello negro, no lo he decidido.
Veintiuno, veintidós años… ―Vuelvo a tocar el cabello de Izabel―, misma edad que mis
otras chicas. Oh, y no espero que tus cortesanas tengan muchos defectos físicos, pero
si tienes una con cicatrices o marcas de nacimiento, más interesado estaré en hacer
negocios contigo.
―Esa es una lista bastante específica ―señala con suspicacia―. Tengo que
preguntarme si no estás buscando por un determinado tipo de chica, tanto como una
chica en particular que ya tenga un nombre, que puede que haya sido amada una vez
por alguien que sigue buscándola.
Sí, eso es exactamente lo que Olivia Bram es… eres una mujer inteligente, pero no
más que yo.
―Cuando ordenas comida en un restaurante ―digo sin expresión―, ¿no esperas
que se vez exactamente a como lo hace en el menú cuando te lo sirven? ―Ondeo mi
mano en dirección a Izabel y Nora―. Como con todas mis chicas, es sólo una
preferencia.
Cavila mis palabras por un momento.
―Eres un hombre muy interesante, Niklas ―dice.
La puerta se abre a la derecha de nosotros y entra Emilio con el rostro
resentido y desconfiado hacia mí como siempre.
―Tu cuarto está listo, hermana. ―Sólo me mira cuando habla; frío,
amenazante… ¿celoso? Hmm.
―Bien. ―Francesca me hace un gesto con su mano―. Ven conmigo ―dice.
Me pongo de pie e Izabel sigue el ejemplo.
Francesca se detiene, vuelva la vista atrás y dice:
―Oh, y si no te importa, ten a tu chica desvestida. Puedes castigarla en mi
cuarto por su exhibición en mi salón antes. ―Se da la vuelta y avanza hacia Emilio
esperándola en la puerta.
Miro a Nora, todavía de pie en el mismo lugar, en la misma posición obediente
de todo este tiempo, y sonrío a pesar de que no está mirándome.
―Ven, Aya ―le digo, y hace tal y como le digo.
Voy a amar la mierda de esto.
Niklas

Traducido por Otravaga

Tomamos un ascensor a la planta superior, a cinco pisos de altura, y


salimos en una habitación diferente a lo que haya visto alguna vez… porque nunca
antes he estado en la casa de una loca narcisista. Todo el piso que podría contener una
docena de habitaciones grandes es un enorme espacio con vistas a los cuatro pisos por
debajo desde un balcón circular en el centro. Doce grandes ventanas arqueadas están
colocadas en la pared, desprovistas de cortinas, el vidrio lleno del cielo nocturno; la
pared se levanta muchos metros continuadamente para crear el techo con forma de
cúpula por encima de nosotros. Más estatuas griegas y romanas de tamaño natural
yacen orgullosamente en sus bases de mármol y piedra blanca. Blanco. A esta mujer le
encanta el color blanco; todo está saturado en ello: las paredes y el suelo e incluso los
muebles; los únicos colores que compensan esa mierda cegadora son los grises
revueltos en el mármol blanco, el negro en los flecos en los cojines del sofá, y el negro
y los grises en las alfombras italianas.

Al menos veinte esclavas permanecen de pie esperando en varios puntos


dentro de la habitación, todas vestidas con finos vestidos de algodón blanco sin nada
debajo; sin zapatos en sus pies.

Como si la habitación no fuese prueba suficiente de lo poderosa y mimada que


es esta mujer, hay un trono, un verdadero trono yaciendo impresionantemente al otro
extremo de la habitación en lo alto de una enorme tarima de mármol de cinco
escalones de altura. El trono es blanco uniforme, hecho de madera, con intrincadas
tallas a lo largo de patas y brazos, y afelpados cojines blancos en el asiento y el
respaldo, que es por lo menos sesenta centímetros más alto que su cabeza si ella
estuviera sentada en él. Largas piezas blancas transparentes de costosa tela de seda y
encaje cubren el trono: sobre ambos brazos, a través del asiento, sobre el alto
respaldo, y fluyendo hacia el piso.
Francesca nos deja y camina a través de la habitación como si fuera una reina,
moviéndose sin esfuerzo sobre el frío suelo de mármol. Las esclavas se le acercan de
inmediato, sabiendo qué hacer; una toma el vestido de su mano en el momento exacto
en que Francesca lo coloca allí, mientras que otras dos chicas deslizan una larga túnica
de seda blanca en los brazos extendidos de Francesca. Todo es preciso y fluido, como
un ballet bien ensayado: desde la forma en que las chicas se mueven en torno a la
parte delantera de Francesca al mismo tiempo y encierran su cuerpo desnudo en el
interior de la tela, a la forma en que se alejan de ella en el mismo momento, inclinan
sus cabezas hacia abajo y luego giran para enfrentarse una a la otra cuando Francesca
camina entre ellas.

Dos chicas la esperan en el trono, una a cada lado; la de la izquierda está parada
junto a una bandeja plateada que parece tener todo tipo de maquillaje y herramientas
para aplicar el maquillaje; la de la derecha está parada con un peine en una mano y
algo en la otra que estoy suponiendo podrían ser adornos para el cabello de algún
tipo… estoy sorprendido que nadie haya entrado y puesto una corona sobre la cabeza
de la perra.

Emilio pasa junto a nosotros tres y va hacia su hermana. Noto que a pesar de
que él hace lo que ella le dice que haga, no tiene miedo ―en su mayor parte― de
acercarse a ella cuando quiere, hablarle libremente cuando quiere, o tocarla cuando
quiere. Nadie más sería capaz de hacer eso. Francesca probablemente lo mataría
rápidamente. O, al menos en el caso de sus hermanas y su madre, puede que sólo
terminen consiguiendo que les saquen la mierda a golpes: son sangre de Francesca
después de todo.

Emilio se inclina y roza el borde de la boca de Francesca con sus labios, y


cuando se aleja lentamente, sus ojos se mueven hacia mí con una mirada de reojo; una
sonrisa baila en sus labios.

―Por favor ―dice Francesca, desplegando su mano hacia mí―, ponte cómodo.
―Hace un gesto hacia el mobiliario colocado cerca del escalón inferior de la tarima.

Emilio desciende los escalones justo cuando nosotros caminamos hacia el sofá,
y en el momento en que Emilio se mueve fuera del camino de su hermana, las dos
esclavas que habían estado esperando a su izquierda y derecha, se ponen a trabajar en
su cabello y maquillaje; otra va arriba y atomiza perfume en su dirección.

Tomo asiento en el sofá; Izabel se sienta a mi lado; como siempre Nora se


sienta a mis pies en el suelo al lado de mi maletín.

―Emilio ―dice Francesca―, tráele a Niklas mi látigo.


―Por supuesto ―dice con una sonrisa maliciosa.

Quiero mirar a Nora, ver si luce nerviosa, pero no lo hago. Además, sé que ella
no me tiene miedo: le permitió a Fredrik torturarla.

Emilio se mueve en alguna parte al otro lado de la vasta habitación; mantengo


mis ojos en Francesca.

―Tengo en mente algunas cortesanas para ti ―comenta Francesca―. Haré que


alguien las traiga aquí pronto para que las mires. Pero ya que no residen aquí en mi
mansión, puede que pase una hora o así antes de que lleguen. ¿Confío que una hora no
es demasiado tiempo para esperar? ―La chica poniéndole el maquillaje siempre se
detiene cuando Francesca habla, y luego vuelve a comenzar otra vez, cuando ella ha
terminado.

―Puedo esperar dos horas si tengo que hacerlo.

Emilio aparece frente a mí, con un látigo de cuero colgando de su mano. Con
una sonrisa torcida lo tiende hacia mí.

―A menos que desearas que yo hiciera los honores ―sugiere, mirando a Nora.

Pienso en ello.

―¿Sabes qué? ―digo―, eso me gustaría mucho. Yo invito.

Ellos no esperaban eso; Francesca y Emilio traban miradas un momento.


Entonces Emilio vuelve su atención hacia mí y dice:

―Bueno, si insistes. ―Y se agacha y agarra el codo de Nora, poniéndola de pie


de un tirón.

―¿Dejarías que otro hombre castigue a tus chicas? ―pregunta Francesca


sospechosamente.

―Claro, ¿por qué no? ―respondo con indiferencia, con el encogimiento de mis
hombros―. No dejaría que otro hombre toque a Naomi, pero Aya podría beneficiarse
de ser azotada por alguien que no sea yo. La hará envidiar a Naomi más de lo que ya lo
hace, y tal vez trabajará más duro para ganarse el mismo respeto. Además, vine aquí
para hacer negocios y realmente no quiero perder tiempo lidiando con otras
cuestiones.
―Naomi, es muy… obediente para alguien que no es una esclava ―dice
Francesca.

―Sí, lo es. ―Miro a Izabel a mi lado―. Naomi es de la manera que quiere ser; da
la casualidad que resulta que elige ser lo que yo más adoro acerca de ella.

Izabel como Naomi sonríe tímidamente, sus ojos verdes esquivando los míos.

―¿Y qué es lo que más adoras acerca de ella? ―Cuanto más habla Francesca de
Izabel más siento como si estuviera yendo hacia algo.

Estirando el brazo y ahuecando la barbilla de Izabel dentro de mis dedos, giro


su cabeza para mirarme.

―Su amabilidad ―le respondo a Francesca, mirando a Izabel a los ojos―. Hay
un fuego peligroso dentro de esta chica, pero lo cubre con compasión y amor, cosas
que soy incapaz de poseer, está considerablemente llena de defectos; a veces actúa
demasiado rápido, es demasiado impaciente para su propio bien; habla antes de
pensar; y admito que a veces me enloquece. Pero más que nada, Naomi es muy…
humana. Y admiro eso de ella. ―Me detengo el tiempo suficiente para darle a Izabel
una débil sonrisa que sólo ella puede ver, y algo destella en sus ojos. Entonces me lo
sacudo, la mierda que sea que fue, y miro lejos de Izabel, dejando caer mi mano de su
rostro―. Ella sigue siendo obediente a mí, seguro ―le digo a Francesca―, pero a pesar
de su obediencia, a veces todavía puede meterse en problemas conmigo.

―Quiero que la beses ―dice Francesca, y se siente como un desafío sin ser
obvio.

Mi corazón deja de latir de repente.

Me volteo para mirar a Francesca sentada allá arriba en su trono; las esclavas
trabajando furiosamente en su cabello y maquillaje. Francesca mira hacia mí con ojos
relucientes, haciéndose más oscuros a medida que son pintados con sombras de ojos
negras y grises.

Algo tan simple como un beso no debería ser una razón para detenerse, mucho
menos cuestionarlo: ya he hecho una pausa, así que sé que no puedo cuestionarlo o
Francesca sabrá que estoy lleno de mierda y que “Naomi” no es más mi chica de lo que
lo es Claire. Pero besar a Izabel es cualquier cosa menos sencillo, y aunque nunca
esperé terminar esta misión sin tener que abusar de Izabel de alguna manera, un beso
es la última cosa que querría. De todas las cosas indecibles que podría haber sido
obligado a hacer, besarla es la peor. Es un acto demasiado íntimo… follarla hasta
dejarla sin sentido habría sido más fácil.

Hundo mi cabeza hacia ella y poco a poco toco sus labios con los míos; mi mano
cuidadosamente envuelta a un lado de su cuello. Quiero apretarlo, como lo haría con
cualquier puta común como Jackie en quien puedo sacar mis jodidas agresiones, pero
no puedo. No puedo y no sé por qué. En su lugar, deslizo mi lengua en su boca y
encuentro la suya. Y no puedo aguantarlo; siento mis labios aplastándose lentamente
contra su boca mientras nos tragamos el aliento del otro. Quiero ―necesito―
apartarme, pero tampoco puedo hacer eso. La beso largo, profundo y con fuerza hasta
que siento como que estoy andando al margen de mis emociones; que están
desgarrándome como manos en el Infierno estirándose hacia mí mientras salto por
encima de las llamas, tratando de halarme hacia abajo con ellas al pecado, y tan fuerte
como trato de escapar, una parte de mí quiere que me tomen. Quiero pecar. Quiero
besarla.

Y así lo hago.

Y no me detengo.

Izabel

Yo… no puedo pensar con claridad.

Niklas
El agudo ¡crack! del cuero golpeando la espalda de Nora rompe el beso, y
cuando lo hace, Izabel está mirándome, sin pestañear, sus labios húmedos ligeramente
separados tal como lo están los míos, lo suficientemente cerca que todavía puedo
sentir su aliento en mi boca.

―Eres un mentiroso, Niklas Augustin.


Mi mirada se aparta de Izabel ―afortunadamente― para encontrar a Francesca
en su trono; la miro con curiosidad.

Francesca sonríe, sabiendo. Sabiendo algo.

Mi corazón está en mi garganta: ¿de alguna manera hemos sido puestos al


descubierto? Necesito mi arma. ¡Mierda! Necesito el arma de alguien. El pánico me
ahoga desde adentro y siento mis ojos buscando un arma en las proximidades aunque
sin llegar a mover realmente mis ojos; en la superficie estoy tan indiferente y confiado
como siempre lo estuve.

―Me dijiste que no querías a nadie ―dice Francesca y el alivio me invade en


oleadas. Ella sonríe, mirando a Izabel sólo brevemente―. Tus sentimientos por esa son
intensos… el beso te traicionó.

Le sonrío.

―Cree lo que quieras ―digo casualmente, enderezando la solapa de mi


chaqueta.

―Creo que eres un buen mentiroso ―señala―, pero tu capacidad para ocultar
tus sentimientos es atroz. ―Su sonrisa se extiende; sus ojos oscuros se arrastran sobre
mí taimadamente, como si me estuviera desmenuzando, tratando de descifrarme y
sabiendo que está haciendo un maldito buen trabajo en eso. Bueno, está loca: no tengo
sentimientos por Izabel; preferiría… (trago con fuerza y alzo la barbilla)… en palabras
de Izzy: preferiría que me arda cuando mee.

Otro ¡crack! zumba a través del aire.

Me levanto del sofá.

―Emilio ―llamo, acercándome a él por detrás―, por qué no me dejas mostrarte


cómo se hace. ―Era una exigencia, no una pregunta; extiendo mi mano hacia él por el
látigo y me mira con una combinación mortal de humillación y rabia. Era mi plan
desde el principio, decirle que podría castigar a Nora por mí; quería otra oportunidad
para poner en ridículo a Emilio frente a su hermana. Y no podía haber llegado en un
mejor momento: necesito revertir la debilidad que Francesca cree que encontró en mí
―sentimientos por Izabel― y necesito apartarme como el infierno de Izabel. Más
importante aún, cuanto más fuerte le pise los talones a su hermano, menos proclive
será ella a escuchar sus opiniones; y puesto que Emilio es el más cercano a ella y el
que más desconfía de mí, es vital que continuamente pruebe que soy el alfa en la
habitación.
Nora está de pie mirando la pared, con los brazos levantados por encima de su
cabeza, sus palmas presionadas planas contra la pintura blanca. Dos rayas inflamadas,
rojas e hinchadas, yacen a largo de su espalda, las más recientes en medio de un
sinnúmero de viejas heridas y unas aún sanando. Su largo cabello rubio platino cubre
la mayor parte de ellas. Tomo el látigo de la mano de Emilio, ignorando las miradas de
odio con las que me está atravesando, y me paro detrás de Nora, el látigo en mi mano
presionándose entre sus muslos desnudos. Estiro mi mano libre y muevo el cabello de
su espalda, colocándolo suavemente sobre su hombro derecho.

―¿Recuerdas ese día ―le susurro al oído desde atrás, mi pecho presionando
contra su espalda―, en esa habitación rodeada por muros, sólo tú y yo y una vieja
cicatriz bajo la que enterraste tu uña, girando y removiendo, hasta que la cicatriz se
desprendió de la piel y la sangre corrió por mi pecho? ―Empujo el látigo hacia arriba
entre sus piernas para que ella pueda sentir el cuero rígido entre sus labios inferiores.
Luego, en una voz que Emilio realmente pueda escuchar, le digo a Nora―: Contéstame.
―Y luego me aparto de su oreja.

―Sí, amo, Aya recuerda su error con la chica. Aya no debería haberlo humillado.

Doy un paso lejos de ella. Más lejos. Más lejos. Y entonces chasqueo el látigo en
la espalda de Nora. De nuevo. Y otra. Y otra vez. Nora nunca se mueve, no hace un
sonido, y tengo que preguntarme si golpearla le ha afectado en absoluto. Me detengo a
los cinco latigazos, porque, como he dicho antes, estoy aquí por negocios y no quiero
perder tiempo con otras cuestiones.

Colocando el látigo en la mano de Emilio como si él fuera como cualquier otra


esclava en la habitación, me acerco a Nora de nuevo, al igual que antes, con mi boca
contra su oreja.

―Debería venderle tu culo a estos locos… encajarías de lo lindo ―susurro para


que nadie pueda oír, salvo ella―. No sé lo que quiere mi hermano contigo, o por qué te
trajo a nuestra Orden: no me vengas con esa mierda de que fue decisión de Izzy,
porque sé que son patrañas; aunque ella te quisiera aquí sé que no estarías aquí si mi
hermano no lo quisiera así. Lo conozco mejor que nadie. ―Ajustando la mano
alrededor de la nuca de Nora, aprieto con agresión, empujando un lado de su rostro
contra la pared: ella ni se inmuta―. Puede que lo odie por lo que le hizo a Claire, tu
hermana, pero sigue siendo mi hermano y yo sigo cuidándole las espaldas. ―Trazo mi
lengua por la concha de su oreja, muevo la mano desde la parte posterior de su cuello
hacia la garganta, apretando―. Y nadie jode a mi hermano salvo yo. Nadie tendrá su
venganza contra mi hermano por cualquier mal que haya hecho, salvo yo. ―La suelto
con rudeza.
Tengo que preguntarme si es por eso que Nora está realmente aquí: para
vengarse de Victor por matar a su hermana. Para este momento ya podría haberlo
asesinado e incluso a Izabel, pero, ¿quién puede decir que esa es su manera? La
venganza puede ser repartida en muchas formas; y la forma más fácil y menos
satisfactoria de exigirla es simplemente acabar con ello rápidamente. Nora Kessler no
me parece que sea del tipo de “acabar con ello rápidamente”.

―Naomi ―digo―, tráele a Aya su vestido.

Izabel se levanta del sofá con el vestido en la mano, y cuando nos pasamos el
uno al otro moviéndonos en direcciones opuestas trabamos miradas un instante,
accidentalmente, y luego miramos a otro lado con la misma rapidez.

Miz Ghita entra en la habitación; yo había estado observando el ascensor subir


hasta el último piso en mi camino de regreso al sofá. Ella me mira con frialdad, no dice
nada, y se dirige directamente a Francesca. Se detiene en la parte inferior de los
escalones de la tarima, con los dedos decorados entrelazados frente a ella.

―Las chicas estarán aquí pronto ―anuncia Miz Ghita a Francesca―. Tengo que
advertirte, hija, que la de la Casa Cinco, la que creemos que será la más adecuada para
el Sr. Augustin, no fue muy cooperativa. Hoy tenía a tres de sus clientes bien
remunerados los cuales se vio obligada a cancelar para venir aquí.

―Oh, sí, Casa Cinco. ―Francesca sonríe pensativamente―. Ella es una


luchadora. ―Sus ojos oscuramente pintados caen sobre mí―. Pero el Sr. Augustin se
deleita en ese tipo de cosas, así que cuanto más luche ella, mejor.

―Madre ―comenta Emilio, caminando junto a mí, invadiendo mi espacio a


propósito―, por qué no traes a Ela a unirse a nosotros; creo que ha esperado lo
suficiente en su habitación; será castigada aquí ―echa un vistazo hacia atrás a mí―,
delante de nuestros huéspedes, tal como lo fue su torpe contraparte.

Miz Ghita mira a Francesca para su aprobación. Francesca asiente.

―Muy bien ―dice Miz Ghita, pero nada acerca de su comportamiento, todo
tenso, sugiere que esté de acuerdo con la idea. Luego, sin decir una palabra camina de
regreso hacia el ascensor.

―Vamos a hablar de dinero, Niklas ―dice Francesca. La chica haciendo el


maquillaje añade algunos toques finales y luego se aleja de ella para pararse junto a la
otra chica que terminó su cabello hace unos segundos.
Francesca mira mi maletín en el suelo.

Izabel y Nora finalmente toman de nuevo sus asientos; Izzy en el sofá; Nora a
mis pies, ya no desnuda.

Levantando el maletín, lo coloco horizontalmente en la parte superior de mis


muslos. Muevo mi pulgar sobre los pequeños mecanismos dorados, arriba y abajo,
para colocar el código numérico en su lugar y luego abro las cerraduras a cada lado.
Emilio se acerca y se cierne delante de mí, mirando dentro del estuche casi un millón
de dólares embalados cuidadosamente.

―Adelante ―ofrezco, agitando mi mano sobre el dinero en efectivo y


levantando el maletín hacia él―, échale un vistazo si quieres; te aseguro que es real.

Me recuesto casualmente contra el sofá, estirando los brazos en el respaldo.


Emilio toma el maletín, apoyándolo en la palma de una mano.

―Podría haber cabido un poco más aquí ―dice, su mirada poco impresionada
moviéndose sobre los billetes.

―Sí, y lo hizo ―digo―. Eso es un millón menos los veinte mil que pagué para
reunirme con tu madre, y los cincuenta mil que pagué para reunirme con tu hermana.
―Le sonrío y añado inteligentemente―: Apuesto que odias que conseguir tu audiencia
sea gratuito.

―Niklas ―interrumpe Francesca: vio la misma mirada asesina harta de su


hermano que yo acabo de ver y está tratando de frustrar una represalia―, te das
cuenta de que mis chicas no son baratas, ni siquiera mis cortesanas. Espero que no
pienses que porque son consideradas bienes dañados, vas a hacerte con algún tipo de
―gira su mano por la muñeca―, precio de descuento. Y ya que cometiste el error de
dejarme saber cuánto deseas a una chica dañada, tengo que cobrarte más por ella de
lo que podría haber cobrado en otras circunstancias.

―No fue un error ―le digo―. Quería que supieras exactamente lo que necesito,
y que mi preferencia es importante para mí de modo que consiga lo que quiero. Tal
como le dije a Miz Ghita en el restaurante: el dinero no es problema.

―Entonces quizá te cobraremos más de lo que tienes ―dice Emilio, colocando


de nuevo el maletín con fuerza en mis piernas.

Miro sólo a Francesca.


―Podrías ―le digo a ella―. Pero entonces si me jodes así, lo más seguro es que
estaré llevándole mi dinero a “esa mujer incompetente que no sabe ni una cosa sobre
este negocio” la próxima vez que esté buscando comprar.

Emilio se sienta en el sofá frente a mí, sonriendo, todavía con la esperanza de


que algo de lo que haga o diga eventualmente significará más que una mierda para mí.
Y entonces, justo cuando ese pensamiento me cruza por la mente, él se las arregla para
encontrar algo después de todo. Mira a Izabel con intención en sus ojos, y sostiene la
mirada, asegurándose de que lo note. Muy bien, Emilio, tienes mi atención ahora; se
jodidamente cuidadoso porque si la tocas te moleré a palos hasta la muerte.
Niklas

Traducido por Vanehz

―Te daré un precio justo ―me asegura Francesca.

Momentos más tarde, el elevador escala el metal otra vez, casi sin sonido; la
parte superior aparece a la vista y entonces los rostros de Miz Ghita y la chica
sirviente de más temprano, a quien Nora derribó. Las puertas de vidrio se deslizan
abriéndose y Miz Ghita, sujetando el codo de la chica, camina llevándola hacia
adelante y hacia Emilio.

Emilio se levanta del sofá, endereza su chaqueta, una malvada sonrisa


curvando su boca. Se aproxima a “Ela”, pero su mano se detiene en medio del aire
cuando oye la voz de Francesca tras él.

―Yo la castigaré ―dice, y por el más breve de los momentos, incluso Emilio
parece incómodo.

Deja caer una vez más su brazo a su lado y entonces camina a la izquierda,
haciendo un gesto con la mano, palma hacia arriba, de modo que Ela se acerque a
Francesca en el estrado. Creo que Emilio tenía algo más en mente como castigo, quizás
otra golpiza como la que Nora tuvo, y que sería él quien la llevaría a cabo, pero el giro
de los eventos lo tenía tenso incluso a él; había algo poco familiar oculto en sus ojos,
algo que no esperaba que Emilio poseyera: incomodidad. Pero lo ocultaba bien. A
diferencia de su madre, quien estaba paradas al lado del sofá junto a mí, mirando no a
una sino a cada cosa inanimada. Tenía el indiscutible sentimiento de que no quería
estar aquí.

Entonces levanta la mirada a su hija sentada en su trono y dice con tanto coraje
como puede reunir.
―Iré a esperar escaleras abajo por las chicas. ―Y empieza a caminar hacia
afuera.

―No, madre, me gustaría que te quedaras aquí un momento.

Miz Ghita inhala su aliento, su boca ligeramente abierta, junta sus manos tras
su espalda y vuelve a mirar a cualquier parte sin realmente ver.

Izabel está sentada derecha ahora, puedo sentir su cuerpo tenso junto al mío,
sabe tanto como cualquiera que algo jodido está a punto de pasar.

Nora está… quieta, sin emoción, inmóvil, más imperturbable que cualquier
persona que hubiera visto. Creo que quizás es mejor en mi trabajo que yo mismo.

―Ven aquí, Ela ―dice Francesca, moviendo su dedo hacia ella.

La chica no vacila, pero camina con rápidas respiraciones y hombros tensos,


ascendiendo los escalones de mármol con piernas tan temblorosas que me sorprende
que pueda sostenerse siquiera sobre ellas.

La pierna de Izabel está presionada contra la mía, pero no creo que lo note. No
Izzy… no arruines el personaje. Por favor, joder, no arruines el personaje.

La chica llamada Ela; suave, inocente, asustada, se apoya en sus rodillas frente
al trono de Francesca e inclina su cabeza hacia abajo, todo el camino hasta el piso, sus
palmas planas contra el mármol. Mi estómago da vueltas cuando la chica parada junto
al mostrador de maquillaje coloca unas pequeñas tijeras de jardín en la palma de
Francesca. No Niklas… no jodas el personaje.

Emilio mira desde la parte inferior del estrado, sus manos también juntas en su
espalda, sus hombros tensos, elevándose ligeramente; veo su mandíbula flexionarse
como si estuviera moliendo sus dientes nerviosamente. Cada una de las otras chicas
sirvientes en la habitación se para perfectamente quieta; nadie respira, nada
parpadea, pero todos, incluyéndome, desearían estar en otro lugar.

―Siéntate y dame tu mano, Ela. ―Francesca extiende su mano y espera.

Ela se levanta y se mueve más cerca, ofrece su mano al demonio en el trono


blanco.

―Ya que ambas son tan parecidas ―dice Francesca sobre Ela y Nora, tomando
la mano de Ela―, compartirán deformidades también.
El grito espeluznante de Ela pone mis dientes al borde y cada músculo en mi
cuerpo se tensa cuando la hoja de las tijeras de jardín se desliza a través de carne,
tendón y hueso. Puedo oír el metal sobre el hueso en mi cabeza, crujiendo, raspando,
cortando a través de mi subconsciente donde Augustin está tratando malditamente de
calmar a Fleischer, mantenerlo bajo control en su momento crucial. Oscuro líquido
rojo rocía la elegante túnica blanca de Francesca, manando del dedo separado
mientras trabaja las tijeras en su mano, cortando y cortando hasta que el dedo
meñique está completamente separado. Los dedos de Izabel están hundiéndose en mi
pierna, y si no fuera por mis pantalones, sus uñas estarían en mi piel. Solo mira el piso.
¿Cómo llegó mi mano a su cintura? La aprieta gentilmente, esperando calmarla, a
pesar que sé que no lo hará, lo hago de cualquier forma.

Nora, eres una perra sin alma.

Izabel

Destellos de México me ciegan; toda la sangre… toda la sangre, todas esas


chicas, ahogándose en ella; Lydia sangrando sobre el suelo del desierto. Izel y las
tijeras. Izel y los cuchillos, las pistolas y la cadena que usa para golpear a una chica
hasta la muerte frente a mis ojos. Esto es esta mujer, Izel cuatro punto, oh. Quiero
matarla. No se merece vivir y quiero que muera. Si el cliente no mata a esta perra
maniática, regresaré por ella yo misma. Y el resto de su familia también, sean o no
como ella. Se lo merecen; están allí parados y dejan que pase y eso los hace
simplemente igual de culpables.

Pero… entonces todos somos culpables, cada persona en esta habitación,


incluyéndonos, ¡maldición! ¿Por qué no podemos hacer algo?

Cierro mis ojos y trato de calmar mi respiración, de ralentizar mi corazón, un


latido a la vez, como todos los demás parecen estar haciendo.

Excepto Nora.

¿Cómo puede soportarlo? ¿Cómo puede sentarse allí en el piso sin más que un
músculo tenso o una mandíbula apretada, o una vena palpitando en su cuello, o
nudillos blancos? El dedo de la chica está siendo cortado, justo como lo fue el tuyo, Nora;
¡La chica está siendo torturada por lo que tú hiciste!

Pero ella no siente nada.


Miro hacia abajo ―no creo siquiera ser capaz de mirar hacia atrás― y veo los
largos dedos de Niklas apretando mi cintura, al menos él siente algo. Pero aun así es
culpable. Todos somos culpables. Miedo (y alguna clase de enfermo y sádico amor) de
esta mujer es lo que mantiene a la mayoría de ellos, quietos. Pero no por mí, o Niklas,
o Nora. El bien de un trabajo o la vida de otra chica es lo que nos ata. Nos mantiene
callados y quietos. ¡No arruines el personaje!, o algo más que un dedo se perderá aquí
este día, me sigo diciendo. Una y otra vez.

La chica cae sobre sus rodillas en el piso del escenario, sangre manchando sus
ropas, el brillo escarlata contra el blanco puro de su vestido. Sangre reluciendo sobre
el mármol blanco bajo ella, sobre la lujosa túnica blanca de Francesca Moretti. Ni
siquiera recuerdo levantar mi cabeza y ver esas cosas, ahora no puedo mirar a otro
lado. Los gritos de la chica son llevados por la habitación, y por un largo tiempo, es lo
único que puedo oír; sollozos ominosamente amplificados por el violento palpitar de
mi sangre en mi cabeza.

―Ahora, madre, puedes irte. Llévate a Ela contigo y haz que el doctor atienda su
herida.

¿Atienda su herida? Lo hace sonar como si la pobre chica se hubiera caído y


raspado su maldita rodilla.

―¿Hay algún problema con tu chica? ―Oigo que dice Francesca, pero su voz
suena tan lejana; no estoy pensando correctamente. Todo lo que veo es rojo, rojo, rojo,
rojo. Sangre y rabia, sangre y rabia.

Espera, ¿le está hablando a Niklas?

―¿Naomi? ―La voz de Niklas viene lejana.

Parpadeo una vez, como encendiendo el interruptor de la luz, y la realidad del


momento se precipita otra vez en mis ojos como el flujo de una cegadora luz. Me doy
cuenta que estoy casi sentada en el borde del sofá ahora; mis dientes están
presionados juntos, abrasivamente, visibles como si hubiera estado descubriéndolos
todo el tiempo como un perro rabioso. Miro hacia abajo a mis manos, una
hundiéndose en la pierna de Niklas, la otra en el cojín de cuero del sofá. Lentamente
mis dedos se relajan y alejo mis manos, colocándolas sobre mi regazo. Mi rostro y mi
postura se relajan y se derriten de vuelta a la calma. Trago y lamo mis secos,
agrietados labios, desesperados por humedad.

―Yo… yo me disculpo, madam ―digo con la temblorosa, tímida voz de Naomi―.


Estoy bien. El ver sangre siempre me pone incómoda.
Niklas pasa la palma de su mano sobre la parte trasera de mi cabeza y hacia
abajo, por lo que queda de largo de mi cabello falso, pretendiendo calmar a su
pequeña mascota. O, ¿está tratando de calmar a Izzy? Después de ese… beso, uno que
se sintió como algo más que una actuación, después de eso no estoy segura de poder
decir ya la diferencia. Estoy insegura de muchas cosas…

―Se pone un poco remilgada algunas veces ―le dice Niklas a Francesca, aún
acariciando mi cabello, y extrañamente, es suficiente para confortarme de alguna
forma.

Emilio está mirándome otra vez con esa enervante sonrisa suya, está
planeando algo. Atrévete, imbécil. Lo que sea que es, estoy lista para ti.

Alejo la mirada de Emilio justo mientras Miz Ghita camina pasando con la chica
del brazo. Lágrimas bajando por su rostro; camina encorvada con su mano mutilada
presionada sobre su pecho por la otra; el frente de su vestido está empapado de
sangre. El elevador las encierra dentro de sus paredes de vidrio y las lleva hacia abajo
fuera de la vista.

¿Cómo infiernos vamos a encontrar a Olivia Bram en todo esto? Apuesto a que
Niklas nunca anticipó que Francesca pudiera traer “algunas” de sus cortesanas aquí
para que las viera. Esto podría tomar por siempre, literalmente. No vamos a encontrar
a esa chica de la forma en que están yendo las cosas. Algo me dice ―o me recuerda―
que llevar a Olivia Bran a casa, a su padre, nunca iba a pasar. Odio más que nadie aquí,
pensar que renunciar a ella es la única opción, y concentrarnos en raptar a Francesca.
Pero es eso lo que empiezo a sentir. Ella ya no está aquí. O quizás nunca estuvo aquí.
Olivia Bram está muerta.

No, me niego a renunciar a ella. No lo haré. Nadie se preocupó por mí lo


suficiente para buscarme cuando desaparecí. Dina ni siquiera sabía que estaba
perdida, pensó que simplemente me había mudado con mi madre. Pero estuve sola
por años. No tenía nadie que viera por mí. Olivia Bram se merece algo mejor.

¿Cuál sería el siguiente movimiento de Victor?

Se sentía extraño estar en una misión y no oír su voz en un audífono, no tenerlo


aquí para decirme qué hacer, qué piezas mover a través del tablero de ajedrez. Lo
extraño. Me pregunto qué está haciendo ahora.
Victor

Traducido por Martinafab y Adaly

―Ha estado en nuestro radar desde hace ocho años, Sr. Faust ―dice Dan
Barrett, uno de los superiores de Flynn, a través de la mesa alargada frente a mí,
vestido con su mejor traje barato―. Si quisiéramos derribarle…

―No haga que suene más fácil de lo que es, Sr. Barrett ―le digo yo―. ¿Cree que
estaría aquí sentado frente a usted de este modo si fuera así de simple?

Un lado de la boca de Dan Barret se aprieta; sus fosas nasales se ensanchan casi
como lo hacen las de Izabel cuando no se sale con la suya, sólo es sexy cuando ella lo
hace; en este hombre me hace querer darle un puñetazo en la cara. No ha sido nada
más que un bocazas desde que llegamos aquí: intentando intimidarme sin descanso;
señalando las cosas que sabe, algunas de las personas que he matado (aunque ni
siquiera una fracción del número real), su manera de mantener algo sobre la cabeza
para hacerme cooperar. Eso no le llevará a ninguna parte, Sr. Barrett, a excepción de su
propio terreno personal en el cementerio que pasamos de camino hacia aquí.

Miro al hombre a su izquierda, Barry Connors, el único de los seis hombres en


esta mesa con Fredrik Gustavsson, Dorian Flynn, y yo, con una cabeza fría razonable.
Los otros cuatro hombres no han dicho mucho todavía; sobre todo creo que han
estado tomando notas mentales, evaluándonos, desarmando nuestros cerebros para
poder reconstruir de mejor manera sus versiones profesionales de los perfiles de
Gustavsson y mío más tarde; añadir a nuestras O.M que han creado en una hoja de
cálculo de Excel en algún lugar, o publicado en una pizarra con palabras garabateadas
en rotulador tales como "obsesión dental" y "tirador experto"; parece ser más una
cosa del FBI, supongo, pero parecen del tipo.

―Permítanme repetirme ―digo, mirando a Barry Connors―. Si decido ofrecerle


mis servicios, trabajaría para ustedes y con ustedes, pero no debajo de ustedes; hay
una diferencia. Cualquier vigilancia todavía puesta en mí o en cualquiera de mi Orden
sería terminada inmediatamente, incluyendo otros agentes encubiertos que todavía
podrían estar implantados en mis filas. ―Echo un vistazo a Flynn a mi izquierda, sólo
por un momento. A menos que los quieras muertos.

Ellos jamás terminarían por completo la vigilancia, lo sé, pero harían que algo
de ello pareciera a que están manteniendo su parte del trato, y algo es mejor que nada.

―Entendemos sus términos ―está de acuerdo Barry Connors.

Empieza a decir algo más, pero le interrumpo.

―Quiero ver los archivos, todo, que Flynn les dio de nosotros.

Siento los ojos de Flynn eludiéndome nerviosamente; inhala una respiración


profunda; nunca aparto los ojos de Barry Connors.

―¿Eso qué importa? ―pregunta Dan Barret rápidamente―. Si está preocupado


por lo mucho que sabemos, Sr. Faust; sabemos lo que usted hace; es suficiente para
ponerle en el corredor de la muerte.

Barry Connors levanta la mano.

―No es que le estamos amenazando, por supuesto ―me asegura.

―Pero de todos modos ―digo―, tengo curiosidad por saber qué tipo de
información les dio Flynn.

―Pero está aparte de cualquier punto ―dice Barrett con un gruñido.

―Sólo denle los archivos ―dice Connors con el gesto desdeñoso de su mano―.
Tenemos copias.

Barrett piensa en ello un momento y entonces está de acuerdo.

―Está bien, Sr. Faust ―dice, asintiendo―, le daremos los archivos en…

―Ahora ―le interrumpo tan amablemente como me es posible―, sería


preferible.
El labio superior de Barrett se arruga en un gruñido. Mete la mano en el bolsillo
de su chaqueta y saca su teléfono, toca la pantalla y luego se lo pone a la oreja.

―Imprime los archivos I.D. 44160742-A y tráemelos. ―Termina la llamada y


desliza el teléfono de vuelta en el bolsillo.

―¿Le importa si, mientras esperamos ―comienza Connors, cruzando las manos
sobre la mesa frente a él―, le decimos lo que nosotros sabemos de Vonnegut, al
menos, para que podamos colaborar cuando llegue el momento? ¿Conseguir una
ventaja?

―Si así lo quieren ―digo, abriendo mis manos hacia él―. Pero no les ofreceré
nada en forma de información, o incluso mi opinión sobre la información que tienen
de mi antiguo empleador, hasta que me ponga de acuerdo en que voy a trabajar con
ustedes.

―Muy bien ―dice Connors.

―Me gustaría saber ―habla Mark Masters, sentado en el otro lado de


Connors―, ¿cómo se siente trabajar para un hombre que vende armas a terroristas,
niñas inocentes a hombres que las violan y asesinan, y drogas a niños? ―Me escupiría
en la cara si no fuera porque terminaría de inmediato con nuestra reunión y
posiblemente su vida.

No digo nada. Porque todavía no he llegado a un acuerdo y este hombre


aparentemente es lento para entenderlo. O simplemente terco. Probablemente más de
esto último.

―Pido disculpas, Sr. Faust ―dice Connors, tomando el control de los daños―. El
Sr. Masters tiende a hablar sin pensar; tiene que entender que por lo general
trabajamos al otro lado de la valla, no con los… criminales, por así decirlo. Lo admito,
incluso para mí es un poco difícil estar sentado en esta mesa, tener una conversación
aparentemente civil con un asesino a sueldo y… ―hace una pausa y mira torvamente a
Gustavsson; un bulto baja por el centro de su garganta―… y un hombre como él.

Sonrío débilmente y también doblo las manos juntas en la parte superior de la


mesa.

―Oh, estoy seguro de que eso no es del todo cierto, Sr. Connors; no soy el
primer “sicario” con el que ha hecho negocios, ni Gustavsson es el primer…
especialista con el que ha estado en la misma habitación sin cadenas en las muñecas y
tobillos.
―No, no son los primeros ―dice Connors―, y no serán los últimos, pero todavía
no es un hecho común, así que por favor tengan paciencia con nosotros.

―Sr. Gustavsson ―interrumpe un hombre llamado Kenneth Ware―, sólo tengo


curiosidad por saber por qué hace las cosas que hace. ―Sus gruesas, oscuras cejas se
endurecen inquisitivamente en su frente―. ¿Cómo se mete uno en el negocio de los
interrogatorios?

Gustavsson se atraganta con una pequeña risa, incluso yo casi me reí de esa.

―¿De verdad me acaba de preguntar usted ―comienza Fredrik―, usted, un


hombre involucrado en las operaciones del gobierno secreto, cómo uno se mete en el
negocio de los interrogatorios? ―Sacude la cabeza con sorpresa e incredulidad―. Eso
es gracioso para mí, Sr. Ware. De verdad que lo es.

Kenneth Ware sonríe para combatir lo rojo de su rostro.

―Bueno, lo que quiero decir, Sr. Gustavsson, es por qué es… como es. Hay una
diferencia bastante grande entre lo que usted hace y lo que yo hago. ―Al menos no
está tratando de ser argumentativo como Dan Barrett que debe haber nacido con ese
omnipresente ceño.

Fredrik suspira y cruza las piernas, luego entrelaza los dedos y descansan las
manos sobre su cintura.

―¿Por qué no me lo dice usted? ―dice con una sonrisa burlona―. ¿No hay ya
suficiente información sobre mí en esos archivos suyos?

―En realidad no ―contesta Kenneth Ware―. Simplemente he tomado especial


interés en usted, eso es todo, y me gustaría saber más. Sobre sus antecedentes de
todos modos; ya sé lo que hace, sólo estoy fascinado por saber por qué lo hace.

―El Sr. Ware es un admirador ―dice Connors, reprimiendo una sonrisa.

―Parece que tengo un buen número de ellos. ―Fredrik frunce los labios―. Es
un poco inquietante, en realidad.

―Estoy de acuerdo ―le digo con un encogimiento de hombros.

―Yo también ―habla Dorian Flynn; sus ojos cambian de dirección cuando se da
cuenta de que lo estoy mirando.
―¿Podemos seguir con esto? ―espeta Barrett; se mastica el interior de la
boca―. Sus archivos estarán aquí en cualquier momento…

La pequeña puerta de la sala de reuniones se abre y entra un hombre con una


carpeta de archivos, mucho más delgada de lo que esperaba, la carpeta, no el hombre.

―Ah, ahí están ahora ―dice Barrett.

El hombre le da la carpeta a Barrett y Barrett la desliza a través de la mesa


hacia mí.

―¿Dónde está el resto? ―pregunto, mirando hacia una pila de unas sesenta
hojas recién impresas de papel. Comienzo a desplazarme a través de ellas,
escudriñando el texto en busca de palabras clave; luego voy leer todo más a fondo.

―Eso es todo ―insiste Dan Barrett.

Levanto la mirada sólo con mis ojos; mi mano en pausa sosteniendo una hoja
de papel sobre la pila.

―Él está diciendo la verdad ―dice Barry Connors con una inclinación de
cabeza―. El Sr. Flynn afirmó que era difícil para él tener acceso a cualquier archivo.
―Señala la carpeta―. Todo lo que tenemos de tu Orden está ahí. ―Está mintiendo,
pero lo dejaré pasar por ahora.

―Pero dijeron que me han estado siguiendo desde hace ocho años.

―Sí ―dice Connors―, tenemos un pequeño archivo de usted de cuando trabajó


para Vonnegut, pero nada tan extenso como lo que hay ahí ―señala la carpeta de
nuevo―, sólo algunos de sus éxitos; información sobre con quién ha trabajado en
estrecha colaboración: su hermano Niklas Fleischer, sus contactos Safe House, y por
supuesto ― mira a Fredrik―, el Sr. Gustavsson.

Dejo caer la hoja en la parte superior de las demás.

―Pensé que la CIA había hecho algo más de… trabajo externo, ¿por así decirlo?
―digo―. ¿Por qué seguirme hasta aquí? ¿Pensé que perseguir a asesinos alrededor de
los EE.UU. era más del interés del FBI?

―Sí, pero usted trabajó para Vonnegut, y Vonnegut es para cada cuenta una
amenaza externa para los Estados Unidos. Usted era su asesino de mayor rango; no
podemos encontrarlo, así que nosotros vamos a donde usted va.
―Y además ―dice Kenneth Ware―, no somos técnicamente la CIA; estamos en
una división completamente diferente.

―¿Y qué división sería esa exactamente? ―le pregunto.

―La División de Actividades Especialmente Especiales ―dice Ware,


misteriosamente.

Interesante. Algo tan subterráneo como lo que somos nosotros, de lo que nunca
he oído hablar. Sé lo que es SAD, pero de acuerdo con el Sr. Ware y su énfasis
clandestina en el "especial" adicional, supongo que SSAD no representa a los
Defensores de la Seguridad Social para las Personas con Discapacidad.

―Nos vimos sorprendidos ―habla Barrett―, cuando el Sr. Flynn acabó


terminando bajo su mando después de que usted se hiciera cargo de la operación del
Mercado Negro en la que fue colocado; sentimos que habíamos dado con el premio
gordo cuando Flynn descubrió quién era usted, Sr. Faust.

Estoy seguro de que lo hizo.

Sigo escudriñando los documentos mientras ellos hablan. Flynn está sentado
incómodamente a mi lado.

―Usted fue un fantasma ―dice Connors―. Incluso con algunos archivos de


usted cuando estaba en La Orden, nunca pudimos encontrarlo.

―¿Cómo consiguieron en absoluto cualquier información sobre mí en ese


entonces? ―les pregunto, subiendo la mirada para poder ver sus ojos cuando
contesten.

Connors y Barrett se miran el uno al otro. Luego miran a Kenneth Ware.

―Permítanme expresar la pregunta con otras palabras ―digo―. ¿Quién fue su


espía en La Orden de Vonnegut? Él o ella no podría haber sido muy bueno, ya que
todavía están buscando a Vonnegut.

―Aún no tenemos un acuerdo, Sr. Faust ―dice Barrett, sonriendo―. No estamos


en libertad de darle esa información. Ni siquiera con un acuerdo.

Miro a Connors, el más servicial de los seis.


―Lo siento, Sr. Faust ―dice Connors con pesar―, pero no podemos revelar la
identidad del agente. Estoy seguro de que lo entiende. Y él o ella todavía están en La
Orden, así que no tiene nada de qué preocuparse nunca más.

Miro a Mark Masters.

―¿Y tienes algo que decir sobre esto? ―le pregunto―. Has estado terriblemente
callado, aunque no tan callado como esos dos. ―Asiento hacia los dos hombres que no
han dicho una palabra más que sus nombres desde que se sentaron: Ryan Miller es el
calvo, David Darros es el que tiene acento alemán.

―Estoy de acuerdo con ellos ―dice Mark Masters, mirándome intensamente―.


No me importa quién eres, o qué quieres como parte del trato… no estamos
renunciando a la identidad de nuestro topo.

Sin decir una palabra, miro hacia los archivos y comienzo a leer para mí. Todo.
Y mientras estoy tomando nota en mi memoria, también archivo mis propios archivos
de los hombres que desean asociarse conmigo:

Dan Barrett: está interpretando al “policía malo”, su herramienta es la


intimidación; quiere hacerme sentir como que debería estar de acuerdo en trabajar
con ellos, que si no lo hago me hundirán, todo sin tener que recurrir a las amenazas
directas. Pero Dan Barrett, al igual que casi todos los demás hombres de su lado de la
mesa, desesperadamente quiere mi cooperación y no es probable que me entregue si
me niego a su oferta; me necesita y acaba de enviar a otro topo para reemplazar a
Flynn para vigilarme. Cree que soy la clave para derrocar a uno de los hombres más
buscados del mundo; yo detrás de las rejas, o en el corredor de la muerte no haría
nada para ayudarlo.

Barry Connors: está interpretando al “policía bueno”, pretendiendo vincularse


conmigo, así que siento como si puedo confiar en él. Pero confío en él no más ni menos
de lo que confío en los demás sentados a su lado. Quiere lo que Dan Barrett quiere, y
está dispuesto a hacer lo que tiene que con el fin de conseguirlo.

Kenneth Ware: es uno de los hombres más transparentes en la habitación; su


fascinación con Gustavsson fácilmente lo delata. Garantizo que tiene un doctorado en
psicología y probablemente tiene un asesino serial favorito. Ware es la menor de mis
preocupaciones, tiene sangre en sus ojos, aunque no podía ser él mismo un asesino, la
sangre es un color adictivo y seductor para personas como Ware y Gustavsson, y no es
probable que se aleje de ella.
Mark Masters: es el otro transparente, solo que me da razones para
preocuparme. Masters es solo un hombre dedicado a su trabajo, no quiere nada más
que poner todo tipo de criminales fuera de por vida y sacarlos de las calles. Pero es un
jugar de apuestas altas, tratando con delincuentes en todo el mundo; podría haber
sido un policía o incluso un agente del FBI en algún momento de su vida, pero no era
suficiente; podría haber empujado lápices para la CIA durante años ascendiendo hasta
esta posición. Quiere justicia (tal vez un familiar fue asesinado y todo el mundo tiene
que pagar) y creo que está dispuesto a tolerarme lo suficiente para derribar a
Vonnegut, pero después de eso, no tengo dudas que vendrá tras de mí y de todos en
mi Orden. Pero hombres como Masters están a menudo cegados por venganza,
demasiado impaciente por su propio bien, y tienden a conseguir que los maten en el
cumplimiento de su deber. Espero que sea lo que pase, así no tengo que ser el que lo
mate más tarde, probablemente es un buen hombre y mientras, particularmente, no
me importa matar gente buena, lo haré si tengo que hacerlo.

Rya Miller y David Darros, no haberme dicho nada me dio mucha información
sobre ellos, todavía encaja en un perfil. Miller es nuevo en todo esto; su falta de
confianza, no se ve en control como los demás hombres; traga un montón, no se puede
quedar quieto y toca constantemente su traje como si le distrajera de su propia
incomodidad provocada por su falta de experiencia; no me puede mirar a los ojos, y la
única vez que lo hizo, en realidad sonrió como su fuera el nuevo en la clase y esperaba
hacer un amigo. Por el otro lado, David Darros, me está viendo a los ojos en este
momento y no quiere amigos; está tranquilo y sereno, está muy confiado en su traje,
sabe moverse y tiene demasiada experiencia para estar incómodo. De una manera,
Darros se parece mucho a mí. Solo me pregunto cuánto.

Con todo, me comprometeré a trabajar con ellos, pero lo que no saben es que
en lo que se refiere a Vonnegut, solo trabajaré con ellos para ayudarme a mí mismo.
Yo seré el que acabaré con Vonnegut, y la información que tienen sobre él me ayudara
a hacer eso. Tomaré el control de La Orden después de que eliminé a Vonnegut; y por
estar en el interior, trabajando detrás de escenas con organizaciones que han
dedicado muchos de sus años de servicio para encontrar a Vonnegut, ya sabré a
quiénes tengo que matar después, liquidándolos uno por uno y sacando sus garras de
La Orden que algún día controlaré.

Coloco ambas manos en la mesa y anuncio:

―Aceptaré su oferta: Les ayudaré a acabar con Vonnegut, y a cambio, su


organización va hacer la vista gorda a mis operaciones y su vigilancia
indefinidamente. Ningún miembro de mi Orden será abordado por cualquier miembro
de la suya sin antes pasar por mí. Y si en algún momento me entero que no han
mantenido su parte de nuestro acuerdo, no tendré opción más que terminar nuestra
relación inmediatamente y lidiar con ustedes… a mi manera.

―¿Eso es una amenaza, Sr. Faust? ―dice en voz alta Barrett, entrecerrando los
ojos.

―Sí, lo es, Sr. Barrett. Y no tengo la costumbre de hacer amenazas que no soy
capaz de llevar acabo. ―Enderezo mi saco y luego doblo mis manos sin apretar sobre
la mesa.

Barrett sonríe.

―Lo tenemos, Sr. Faust ―advierte―. A ambos, dos hombres que tal vez no
estén en la lista de buscados aún, pero ten en cuenta que es solo porque lo hemos
alejado de ellos. ―Se inclina sobre la mesa, mirándome―. Lo podemos atrapar ahora
mismo, podríamos matarle ahora mismo.

―Por favor, Sr. Barrett ―abro la mano con la palma hacia arriba, y casualmente
hago un gesto hacia su bolsillo de la chaqueta―, por qué no le hace a su hijo, el que
está en Maine, una llamada, antes de decir nada más.

Su piel palidece, y la sonrisa desaparece de su boca. Mira a Connors


nerviosamente, luego de vuelta en mi dirección. Masters respira pesadamente; su
mandíbula rechina detrás de sus mejillas sin afeitar. Miller, el novato, se ve un poco
asustado; Darros, el experto, sigue mirándome de la misma manera en que lo he
estado viendo a él. Los ojos de Connors se cerraron suavemente y sacude la cabeza
como un hombre deseando que su contraparte bocaza dejara caer ya las amenazas.
Kenneth Ware luce impresionado.

El hijo de Barret contesta el teléfono.

―¿Estás bien, Danny?

―¿Por qué no lo pones en el altavoz? ―sugiero.

Vacilante, Barrett pone su teléfono en la mesa y pasa su dedo sobre la pantalla.

―Estoy bien, papá ―viene de la voz de su hijo―, él no me ha lastimado.

Los dos siguen hablando del hombre sentado en la sala de Daniel Barrett, mi
hombre de la Primera División: que estaba sentado ahí, en la oscuridad, cuando Daniel
llegó a casa del trabajo hace horas; que mi hombre le dijo a Daniel que no lo lastimaría
y que lo único que quería que Daniel hiciera era esperar por esta llamada telefónica.
Y entonces Connors llama a su esposa en Nueva York y pasan por la misma
conversación sobre la mujer sentada con ella en su cocina.

―Ella incluso me dejo preparar la cena. ―Viene de la voz de la mujer a través


del altavoz―. No es que tenga hambre después de llegar a casa para encontrar una
mujer en nuestra casa con un arma en su cadera, pero estaba tan asustada que
quería… hacer lo que normalmente hago, supongo; hacerme sentir como si estuvieras
regresando a casa. ¿Estás volviendo a casa, Barry? ―Su voz es temblorosa. Connors me
ve por una respuesta.

―Sí, voy a casa, Abbs ―le dice, la esperanza de que esté viva cuando llegue ahí
está escrita por todo su rostro―. Estaré tarde para cenar, pero estaré ahí.

Barrett mira directamente a Dorian Flynn.

―Oye ―dice Flynn, poniendo su mano en defensa―, solo le di la información


que me autorizo para dar: sus nombres, títulos y en dónde nos estaríamos reuniendo.

Eso es más de lo que puede decir que les diste a ellos sobre nosotros.

―¿Estás amenazando a mi familia? ―Las manos de Barrett se convierten en


puños, y comienza a levantarse, pero Connors lo detiene.

―El Sr. Faust nos está amenazando ―dice Connors―, del mismo modo en que lo
estás amenazando, así que cálmate, y siéntate; nadie va hacer daño. ―Me mira a través
de él con más de esa esperanza en sus rasgos―. ¿Qué esperabas, Dan, que entrara en
esta reunión sin estar totalmente preparado? Recuerdas por qué hemos establecido
esta reunión para empezar, ¿verdad? Victor Faust sabe lo que está haciendo, y ―me
mira directo a mí―, no me avergüenzo de admitir que es mejor en esto que nosotros.
―Se vuelve de nuevo hacia un enojado Barrett―. Pero es por eso que está aquí, Dan,
así que vamos a poner esta asociación en marcha, echa la desconfianza y las amenazas
a un lado y vamos a empezar de nuevo. Sin problemas. ¿Está bien?

Connors me mira.

―Tiene razón, Sr. Barrett ―digo―. Nadie va a hacerle daño a su familia.

La carta que jugué es mi manera de dejarles saber a todos ellos que si alguna
vez me traicionan, arreglan matarme, que habrá la más grave de las consecuencias. Tal
vez no tenga información de Kenneth Ware, Mark Masters, Ryan Miller o David Darros
aún, pero la tendré después de que esta reunión termine, ahora sé quiénes son y he
visto sus caras.
Barrett se desliza muy lentamente de nuevo en su silla. Una vez que se ha
calmado me mira y asiente.

―Está bien ―dice―. Un nuevo comienzo, me gustaría mucho eso.


Victor

Traducido por Jenn Cassie Grey

Los nueve hablamos cerca de una hora sobre lo que cada uno de
nosotros sabíamos de Vonnegut, Gustavsson y yo solo les di la información que
acordamos antes de venir aquí, como estoy seguro que ellos hicieron. Discutimos
largamente sobre los que cada uno de nosotros propone hacer primero para atrapar a
Vonnegut, pero al final todos llegamos al acuerdo que eso tomará tiempo, un montón
de recursos, posiblemente varias misiones en cubierto para obtener más información,
y que nada pasará esa noche. Antes de que podamos derribar a un hombre, tenemos
que saber quién es exactamente, cómo se ve, el equipo de Connors y Barret ni siquiera
saben dónde comenzar. Pretendo tener una idea, que tengo un poco más sobre la
verdadera identidad de Vonnegut de la que tienen ellos, solo para mantener el
señuelo. Pero lo que realmente tengo es a alguien quien creo que ha visto a mi antiguo
empleador en carne y hueso, Izabel es la llave, y nadie tiene esa clave más que yo.
Afortunadamente Dorian Flynn no sabe nada de lo que Nora me dijo en la habitación
ese día sobre Izabel. Otras cinco personas en mi Orden lo saben, pero confío en ellos
para mantenerlo así. En su mayor parte.

―Mientras tanto ―habla Connors―, tenemos otro trabajo que esperamos estés
interesado en asistirnos.

Kenneth Ware, el fan de Gustavsson, sonríe de pronto como si estuviera


encantado de que finalmente llegáramos a este punto.

―¿Lo tienen? ―digo a Connors, francamente curioso.

Connors asiente y mira a Ware, dándole la señal. Los labios cerrados de Ware
sonríen apretadamente mientras abre ansiosamente su laptop en la mesa, se inclina
sobre su silla y saca algo de su portafolio de cuero que está en el suelo, se endereza, y
saca un folder de archivo mucho más grueso del que les di, al menos un centímetro de
grosor, lleno con lo que parece ser un montón de fotografías de 8.5x11 de tamaño;
unas cuantas se deslizan por la parte alta fuera del folder cuando lo coloca en la mesa.
Las baraja de nuevo en una pila ordenada, pero no antes de que vea la sangre y los
cadáveres; cuerpos en posiciones al azar, amarrados a muebles, fotografías de escenas
de crimen, sin duda.

―Tengo un especial interés en asesinos seriales, Sr. Faust ―dice Ware y ahí
está: su obsesión no tan bien escondida con la sangre y aquellos que la anhelan lo
suficiente como para matar por ella de forma regular. Abre el archivo. Aún está
sonriendo, y encuentro algo divertido el cómo mira hacia Gustavsson más que a mí
mientras se explica―. He estado rastreando a uno por diez años y estoy bastante
interesado en su intuición. ―Mira solo hacia mí mientras añade cuidadosamente―:
Aunque, si es posible por supuesto ―mira hacia Fredrik―, me gustaría que el Sr.
Gustavsson pudiera trabajar conmigo en este caso personalmente.

―Nosotros no hacemos casos, Sr. Ware ―señalo―. Hacemos trabajos, misiones.


Y trabajamos solos. Vonnegut es diferente porque todos queremos la misma cosa y
necesitamos de los recursos del otro para obtenerla, pero tal como cualquier otro, nos
das la información que tienes de un objetivo, nos pagas para encargarnos del golpe y
lo hacemos. Es sobre dinero, Sr. Ware, no justicia, o la necesidad fundamental de
eliminar a los chicos malos.

Mark Masters mira hacia mí a través de la mesa, pero no dice nada.

―Sí, entiendo eso ―divaga el Sr. Ware, pasando a través de la pila de fotos de
escena de crimen―, pero este caso en particular es bastante parecido a encontrar a
Vonnegut; no tenemos una identidad de este asesino serial, solo su M.O. , y creo que
tenemos una mucho mejor oportunidad de desentrañar la identidad con su intuición.
Y hay algo sobre el M.O., que el Sr. Gustavsson ―miró a Fredrik de nuevo, está vez con
un brillo de emoción en sus ojos―, puede encontrar… familiar, por falta de una
palabra menos invasiva.

―¿Familiar? ―Fredrik alza la voz, claramente el Sr. Ware se ha ganado la


atención de Gustavsson.

Ware asiente tres veces, su sonrisa creciendo, pero antes de que Ware pueda
responder, Fredrik añade:

―Cualquier cosa que sea, estoy seguro que es interesante, pero tengo el
presentimiento que me está poniendo en el mismo nivel que aquel que está cazando,
no soy un asesino serial, Sr. Ware; aunque un torturador serial, no me gusta la forma
en la que suena, pero tengo que admitir que es más seguro decir que al menos eso es
más verdadero, pero hay una gran diferencia entre yo y un asesino serial.

―Sí ―concuerda Ware, emocionado―, hay una diferencia entre usted y los
asesinos seriales, pero esté asesino serial en particular, Sr. Gustavsson, perdóneme
por decirlo como es, pero tiene suficiente en común con usted que… bueno… ―Ware
traga y mira hacia Connors y Barret, claramente aprensivo sobre dejar salir el resto de
sus palabras.

Fredrik une sus manos sobre la mesa y se inclina hacia adelante, inclinando su
oscura cabeza a un lado inquisitivamente, intimidantemente, solo como Gustavsson
puede hacer, él es bastante bueno haciendo a un hombre hablar con tan solo una
mirada, a veces incluso sin sus herramientas de trabajo que coloca en una bandeja a
un lado de él. Kenneth Ware traga de nuevo, sus ojos pasan sobre las fotos de escenas
del crimen.

―En común conmigo que, ¿qué?, Sr Ware.

Ware mira hacia arriba, sonriendo ligeramente y dice:

―Bueno… que por un segundo estaba seguro que usted era el asesino serial que
estaba cazando. Cuando el Sr. Flynn vino con su información de la nueva Orden
organizada del Sr. Faust, y leí su archivo, fue como si una maldita luz del cielo se
abriera sobre mi cabeza, estaba seguro que usted era mi asesino, convencido de ello
porque su M.O y el M.O. del asesino eran tan similares que pensé que no podía haber
dudas.

Miro hacia Fredrik; su ceja izquierda se curva.

Entonces sonríe oscuramente y se inclina hacia atrás en su silla de nuevo, sus


manos desdoblándose y deslizándose lejos de la mesa.

―Yo fui quien lo sacó de tu espalda ―revela Dorian Flynn, orgulloso―. Puedes
hacer alguna mierda enferma, pero sabía que no eras un maldito asesino serial.

¿Todavía estás tratando de salvarte, Flynn?

―Entonces, ¿cuál es está similitud? ―pregunta Fredrik; cruza sus brazos sobre
su pecho―. Y cómo puedes estar tan seguro que no soy quien estás cazando, solo
porque Dorian dice que no soy el indicado, no lo hace cierto.
Alejando el malestar, Ware sonríe animadamente de nuevo, y saca unas
cuantas fotografías de la pila, deslizándolas a través de la mesa hacia mi vista y la de
Fredrik.

―Las víctimas ―dice Ware―, a todas les faltan sus dientes, aunque no fueron
extraídos de las bocas de la víctima, fueron arrancados; las encías siempre están
abiertas y destrozadas, ningún indicativo de una extracción limpia. ―Alza su dedo
índice para indicar que tiene más―. Y como si los dientes faltantes no fueran lo
suficientemente familiares, todas las víctimas son encontradas atadas a sillas, toda
clase diferente de sillas, a diferencia de su… bueno esa silla que regularmente usa para
hacer interrogaciones, pero sin embargo sillas.

―Y pensaste ―dice Fredrik, preparándose para hacer un punto―, ¿qué yo y este


asesino serial éramos la misma persona? ―Sacude su cabeza con incredulidad―. Para
alguien quien ha estudiado asesinos seriales la mayor parte de su vida, estoy
asumiendo, y cazando este en particular por una buena parte de ella, me decepciona
que hayas parecido olvidar, ¿o pasado por alto?, la similitud número uno que todos los
asesinos seriales tienen: tienden a apegarse a su M.O. yo nunca arranco los dientes
―mira hacia mí y frunce sus labios―, aunque esta no es una mala idea, Faust; tal vez
usaré eso durante mi siguiente interrogación. ―Me encojo de hombros, y el regresa a
Ware―. Y yo siempre uso la misma silla, cuando uso una silla, lo que no siempre es el
caso. Sí, veo las similitudes, pero claramente no somos la misma persona.

Ware tiene la cara roja, pero se las arregla para defenderse lo suficientemente
rápido.

―Sí, me doy cuenta de eso ―dice―, pero creí que habías evolucionado, como la
mayoría de los asesinos seriales hacen. La última víctima, antes de la más reciente, fue
encontrada hace tres años; estaba seguro que habías evolucionado desde ese
entonces, optando por extracciones más limpias, y formando posiblemente un lazo
con una silla en particular y decidido a apegarte a ella.

Fredrik ríe, hasta que se da cuenta que no se puede burlar de Ware por el
apego al comentario sobre hacer un lazo con una silla cuando Fredrik lo tiene, de
hecho, tiene un lazo muy especial con su silla de dentista. Por supuesto, no puedo leer
su mente, pero estoy seguro que es lo que estaba pensando, es lo que yo estaba
pensando también.

―¿Y que hay sobre la víctima más reciente? ―pregunta Fredrik.


Ware examina cuidadosamente a través de la parte de arriba de las fotografías
hasta que encuentra la que está buscando. La empuja sobre la mesa hacia nosotros; el
otro hombre en la habitación continua mirando y escuchando, absorbiendo todo.

―Él fue encontrado hace tres meses ―comienza Ware―, aquí en los Estados
Unidos en Atlanta, Georgia. Aún el mismo M.O.; nada sobre la técnica del asesino había
evolucionado. ―Asiente en dirección a Flynn―. Y de acuerdo al Sr. Flynn, tenías una
coartada para el momento del asesinato, ni siquiera estabas en el país.

―Entonces este asesino serial cruzó las fronteras ―digo.

―Sí. ―David Darros, el calmado, experimentado habla por primera vez; su voz
es suave, con todo confiado, y con un acento fuerte―. Y eso es por lo que estoy aquí.
―Es definitivamente alemán; aunque su acento es mucho más pesado que el de mi
hermano―. Estoy aliado con la Interpol. Este asesino serial es buscado en cinco países:
Francia, Suiza, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos.

―Y eso son solo los países donde los cuerpos encontrados han sido vinculados
a este asesino serial, hasta el momento ―dice Barrett, jugando finalmente al “policía
bueno” por un cambio―. Creemos que hay más.

―¿Y cuántos hay en este momento? ―pregunto.

―Trece ―responde Connor―. Todos ellos hombres.

Fredrik se sienta más derecho, ganando más interés.

―Y cuánto ―pregunto―, ¿vale para ustedes atrapar a este asesino serial? ¿Y


estoy asumiendo que no lo quieren muerto?

―Veinte millones de dólares ―dice Connor.

―Y definitivamente no lo queremos muerto ―interviene Ware, probablemente


rompería su pequeño negro corazón ver a este asesino serial ir derecho a la tumba; él
preferiría pasar el resto de sus años entrevistando y estudiando y mojando su polla en
la fría, oscura mente del asesino que ha anhelado capturar―. Solo encuéntrenlo y
llévennos hacia él y nos ocuparemos del resto.

―Seremos, por supuesto ―Connors se aclara la garganta―, los que se tomen el


crédito por su captura, desde que no podemos decirle a nadie sobre ustedes.

Sonrío ligeramente.
―Por supuesto ―digo con una sonrisa burlona―. No estamos en este negocio
por la publicidad, o la fama, Sr. Connors, sin duda, revelen todo como quieran.

―¿Entonces tenemos un trato? ―pregunta Connors.

Pienso en esto un momento, entonces me giro a Gustavsson.

―¿Trabajar en este caso con el Sr. Ware te interesa? ―le pregunto, sabiendo
que lo hace. Un asesino con su modus operandi es demasiado tentador como para
dejarlo pasar, sé un poco sobre eso.

Fredrik lo considera, tallando sus mejillas lisas con sus dedos. Entonces asiente.

―Sí, seguro, cuenta conmigo, creo.


Izabel

Traducido por Flochi

La hermana de Francesca, Valentina, sale del elevador poco después que


Miz Ghita se va con la chica, y hay un pánico contenido en su rostro.

―Hermana ―dice Valentina acercándose, su vestido corto girando alrededor de


sus rodillas―. No quería molestarte pero… se trata de… ―mira a los tres
brevemente―, es Sian.

Noto por el rabillo del ojo que Emilio se pone rígido.

Francesca se levanta de su trono; las chicas sirvientes se mueven hacia ella de


inmediato; una pequeña ráfaga de manos alargándose para acomodarle el cabello, su
bata ensangrentada; dos arrodilladas frente a ella con un zapato en cada mano y a la
espera de que Francesca se lo ponga, pero ella pasa al lado de ellas, permaneciendo
descalza; otra chica se pone sobre sus manos y rodillas y limpia furiosamente el rastro
de sangre dejado por Ela, limpiándolo a lo largo del camino de Francesca.

―¿Hay un problema con Sian? ―La voz de Francesca es fría, implacable, y la


oscuridad ensombreciendo sus rasgos envía escalofríos por mi columna.

Valentina asiente.

―Sí ―dice, y luego nos mira una vez más, claramente no estando cómoda
hablando frente a nosotros de este “Sian”.

Por lo que comienza a hablar en italiano.

Fantástico… más razones para que Victor estuviera aquí, o al menos


hablándome en el oído.
Francesca y Valentina van y vienen en su lengua nativa por medio minuto, y
todo lo que obtengo de la conversación es que quien sea esta Sian, Francesca debe
odiarla realmente, y lo que sea que haya hecho, o dicho, es peor que ser chocada por
una esclava invitada y derramar vino en el suelo, o incluso olvidar dirigirse a un amo
apropiadamente, tal vez incluso peor que una esclava mirando a Francesca
directamente a los ojos y diciéndole que se vaya a la mierda; temo por esta Siam, de
verdad lo hago. Y por la mirada de temor en la cara de Emilio, tal vez él también.

En cuanto el nombre de Sian fue mencionado a Francesca, Emilio se volvió


alguien diferente; su personalidad cambió tan drásticamente que me dejó aturdida.
Sus ojos marrones se arremolinaron con aprensión; sus hombros están rígidos; sus
manos se cierran y abren en puños a sus costados; parece atrapado, su única salida
bloqueada por una aterradora hermana que ama y sin embargo… ¿odia al mismo
tiempo? Nunca me habría imaginado eso de Emilio, pero allí está, claro como el agua.
Qué familia confusa y jodida que son los Moretti, y pensé que nuestra pequeña familia
de asesinos tenía problemas.

―Trataré con Sian yo misma ―le dice Francesca a Valentina en inglés por lo que
entendemos con claridad. Eso sólo quiere decir que quiere que sepamos qué está
pasando, y eso me preocupa inmensamente.

Francesca nos sonríe.

―Vengan ―dice, gesticulando―. Dado que estás aquí, Niklas, y eres un huésped
que paga generosamente, me gustaría mostrarte mi manera de tratar con una puta…
una verdadera puta.

Niklas se levanta del sofá, llevándome con él. Nora nos imita.

―Dado que estamos esperando a las cortesanas ―dice Niklas casualmente,


enderezando su corbata―, un poco de entretenimiento me parece bien.

―¿Hermano? ―grita Francesca, mirando por encima de su hombro hacia


Emilio―. ¿Te nos unirás? ―No era una petición.

Emilio mira el suelo, incapaz de mirar a su hermana a los ojos. Normalmente,


pensaría que él es un cobarde; probablemente me reiría de él por dentro, contenta de
ver al imbécil golpeado de su pedestal, pero por alguna estúpida razón que no puedo
entender, me siento… mal por él.

―No tienes que hacer esto, hermana ―dice Emilio.


―Oh, pero así es. ―Sonríe con malicia.

Entonces camina por delante de Valentina, y todos salvo la chica esclava siguen
detrás de ella. Entramos al elevador de vidrio y Valentina persona el botón del tercer
piso, y allí vamos, a lo desconocido y eso me asusta. No es un camino largo, unos pocos
pisos, y el elevador no es particularmente lento, pero se siente como si tomara una
eternidad, y deseo que así fuera. Me encuentro mirando a Emilio desde atrás,
observando su lucha en su piel cobriza; el contorno de su rígida mandíbula; la
manzana de Adán subiendo y bajando en su garganta. Y miro a Francesca parada a su
lado, y ella es su opuesto; calmada y poderosa, alta y peligrosa, emocionada y
vengativa, una mujer que prospera con los castigos injustos, que parece tener los
huevos de su pobre hermano aplastados figurativamente en su mano por lo que si él
alguna vez se opone a ella, ella se asegurará de que nunca lo olvide. Pero su relación
sigue siendo un misterio para mí, ahora más que nunca, no creo que haya estado
alguna vez tan confundida.

Caminando un largo tramo por un corredor blanco, veo un pequeño grupo de


mujeres adelantes, sirvientas y limpiadoras, paradas afuera de la habitación, todas
apiñadas alrededor, esperando, por algo que no conozco. Una docena de rostros alzan
la mirada al unísono cuando nos ven, a Francesca particularmente, acercándonos. Se
dispersan, alejándose rápidamente de la puerta y saliendo en una sola fila a lo largo de
la pared al otro extremo del corredor; veo a una mujer vestida de blanco y un
uniforme de mucama blanco y azul bebé, acercándose, murmurando una oración.

Mis ojos se disparan de la mujer a la puerta abierta todavía varios metros por
delante cuando un grito rasga el aire. Un grito. Un grito enfadado. Dos, tres voces
diferentes; una más fuerte y más beligerante que las otras. Y en medio de todos los
gritos y chillido, escucho el diminuto llanto de un bebé y mi corazón muere un poco
con cada centímetro que me acerco más a lo desconocido.

―¡Por favor! ¡No se la lleven! ―ruge la voz de una mujer joven, viajando por el
corredor y dirigiéndose a mis oídos sin ser invitada, siento como si estuviera siendo
castigada.

Francesca entra en el cuarto y la seguimos. Como el resto de la mansión, la


estancia es vasta. Y blanca. Muy blanca. Pero este cuarto, con una cama de cuatro
postes gigantes situada entre dos grandes ventanas filtrando la noche a través de
vidrios sin cortinas, ha sido manchado con sangre; el color carmesí ha manchado las
sábanas de la cama; un pequeño montón de lino ensangrentado yace en el suelo a un
lado de la cama.
El doctor, supongo, sale de un cuarto lateral; el sonido del látex chasqueando
cuando se quita los guantes ensangrentados de sus manos. Ninguna palabra es dicha
por el doctor o dirigida a él, al parecer, ha acabado aquí, y por lo tanto, toma su bolso
de herramientas y su largo abrigo de cuero marrón colgando sobre el respaldo de una
silla, y sale del cuarto, moviéndose más allá de las mujeres con ojos asustados ahora
haciéndose la señal de la cruz y murmurando plegarias.

―Madam, se lo ruego ―ruega la joven mujer en la cama, que estoy segura se


trata de Sian―. No me la quite. Haré lo que sea… ―Lágrimas se derraman por su cara;
su largo cabello negro está empapado en sudor; alguien la golpeó en el ojo izquierdo;
se está volviendo amarillo, marrón y negro, hinchándose por encima de su pómulo.

Miro a Emilio… está temblando; conteniendo la verdadera medida de ello, pero


sin duda alguna está temblando.

―¡DAME A MI BEBÉ! ―Sian intenta salir volando fuera de la cama cuando una
enfermera le entrega un bebé llorando a Francesca, pero es contenida por la fuerza
bruta de las otras tres enfermeras―. ¡NO LA TOQUES! ―Pelea contra sus captoras; sus
gritos sin duda llenan todo el tercer piso de la mansión; y Emilio no es el único en el
cuarto temblando, tengo que apretar mis puños con fuerza para tranquilizar mis
manos.

Sian intenta una vez más salir de la cama luchando por su bebé, pero Valentina
se mueve hacia ella como una serpiente golpeando y la abofetea tan fuerte en el rostro
que momentáneamente es sorprendida a la sumisión; cae contra el cabecero, la parte
trasera de su cabeza golpeando contra la madera gruesa y con detalles.

Por un momento fugaz, tan rápido que estoy sorprendida de haberlo visto en
absoluto, noto que los ojos de Emilio y Sian se fijan en el otro a través del corto
espacio, pero apartan las miradas rápidamente, supongo que para que Francesca no lo
note.

Francesca toma al bebé llorando, todavía húmedo y cubierto de sangre y baba


habiendo nacido hace sólo un momento, y espeluznantemente comienza a acunarlo.
Sus manitas y pies patean y forcejean y mueven mecánicamente; las pequeñas piernas
rosas todas acurrucadas. Sostiene al bebé contra su pecho. “Shh, shh”, susurra y con
cuidado lo mece en sus brazos hasta que los sollozos cesan. No hay nada maternal en
ella consolando al bebé; todo lo que está haciendo es una demostración de poder, una
preparación para la crueldad.

Intento no mirar más, a ninguno de ellos, pero descubro que es difícil no mirar
a Sian, yaciendo en la cama de esa manera, manchada con su propia sangre, lágrimas
brillando en su rostro mientras observa indefensa mientras otra mujer sostiene a su
bebé, a quien amenaza a su bebé. Y recuerdo todo nuevamente sobre un niño que fue
tomado de mí en una situación tan familiar que por un segundo siento que todavía
estoy en México. Casi pierdo la compostura. Me siento a tan solo un respiro de mandar
por los aires el personaje; la sangre agolpándose en la cima de mi cabeza; siento mis
manos doliendo por Pearl, o un arma, o lo que sea que pudiera usar para pegarle en la
cabeza de la malnacida y matarla, muerta, muerta, muerta. Pero no lo hago.
Permanezco en calma, sin emociones, pareciendo inafectada por lo que estoy viendo y
lo que aún queda por ver.

―Querido hermano ―dice Francesca, acariciando el suave cabello oscuro del


bebé―, ven y mírala; es completamente bella.

―No tengo razones para mirarla, Francesca ―dice Emilio, y se niega a moverse.

Francesca lo mira por sobre su hombro.

―Dije que vinieras y la vieras.

La mandíbula de Emilio se aprieta, pero se da por vencido y se acerca a ellas.


Cuando está parado encima de la niña en toda su altura, mirando su carita enrojecida,
otro nudo se mueve en el centro de su garganta como si estuviera suprimiendo las
lágrimas. Y enojo. Mira al bebé por sólo unos segundos antes de apartar los ojos.

―Se ve igual a ti ―le dice Francesca; acusación rasgando su voz, pero suave y
maliciosa.

―No es mi hijo, hermana. Te lo he dicho antes y te lo diré cada día hasta que me
creas… no es mi maldito bebé. Nunca toqué a esa ramera.

Sian mira a la pared, limpiándose las lágrimas de sus mejillas; no hay ira en su
rostro aguijoneado por las duras palabras de Emilio; como si las aceptara, las
entiende.

―Se lo juro, madam ―dice Sian―, él nunca ha puesto siquiera un dedo sobre mí.

―Oh, pero sí lo hizo ―responde Francesca, su voz mezclada con dulce muerte―.
Mi hermano te ha puesto un dedo encima y dentro de ti; te ha follado aquí mismo en
esa cama, y te ha follado en los cuartos de los sirvientes, y tan pronto como tu coño
sane por haber dado a luz a su niñita, te follará de nuevo y de nuevo… hasta que yo lo
detenga.

―No es mi bebé, Francesca. Estás siendo paranoica.


La mano de Francesca rápidamente se estira y golpea a Emilio en el rostro; el
rápido movimiento asustando al bebé, causando que vuelva a llorar.

―¡Mientes, Emilio! ―suelta Francesca.

―¡Te estoy diciendo la verdad!

Entonces empiezan a discutir en italiano, gritándose entre sí; las venas visibles
en la cabeza de Emilio; los ojos de Francesca amplios y feroces; el bebé gime en sus
brazos flojos. Y entonces Emilio alarga el brazo y toma al bebé de ella, sosteniéndolo
con cuidado como para no aplastarlo o dejar caer a la niña, mientras al mismo tiempo
él y Francesca siguen gritando a la cara del otro en un idioma que no entiendo. Pero al
igual que antes, cuando Francesca y Valentina estaban hablando, no toma mucho
darse una idea general de lo que están diciendo: Francesca se niega a ceder en su
acusación de que Emilio y Sian han dormido juntos, y que la bebé es de él. Emilio sigue
diciéndole que está paranoica, incluso quizás le está diciendo que está loca, nunca
podría saberlo, pero me sorprende la demostración, ver a un hermano una vez muy
devoto que no se atrevería a hacer nada por enojar a su hermana, ahora cara a cara
como su igual. Y Francesca no lo mata por eso. Sigue enfurecida con él.

―Déjame tomar al niño ―dice Valentina desde atrás.

Se acerca a Emilio.

Él deja de gritar, mirando al bebé con ojos indecisos.

Entonces pone al bebé en los brazos de Valentina.

―Vende el maldito niño ―espeta él―. No es mío; me importa una mierda lo que
hagas con él.

―Tengo la intención de venderlo ―dice Francesca, su voz tronando.

―¡No! ¡No! ¡No te la lleves! ¡Déjame ir con ella! ―grita Sian.

Francesca pasa junto a su hermano empujándolo y se acerca hecha una furia a


la cama, torciendo el cabello de Sian en ambas manos y arrastrándola fuera de la cama
y sobre el suelo duro; ¡ella aterriza con un thud! Entonces Sian es arrastrada por el
suelo por el cabello, pateando violentamente, gritando maldiciones y palabras de
ruego al mismo tiempo.

―¡Maldita perra jodida! No-no, por favor… ¡se lo ruego, madam! ―No puede
decidir cuál cara usar: la obediente o la vengativa, sabiendo que ninguno la ayudará.
A mi lado, Niklas no se ha movido. Ha estado parado allí, tan calmo como creo
que nunca antes lo he visto, y observaba esta escena desarrollarse con poco más que
interés. Por un momento, lo vi sonreír sombríamente, una esquina de su boca se había
levantado en el preciso momento cuando Francesca lo miró, y es desconcertante lo
increíble que fue para mí. Esa es la razón por la que Francesca nos trajo, el por qué
quería que Niklas viera esto: su acto anterior la había convencido de que eran
parecidos, y ahora quiere mostrarse, o quizás presumir.

Francesca, con el cabello de Sian apretado en una mano, hace un gesto con la
otra a Valentina ahora parada a los pies de la cama sosteniendo la bebé.

―Dámelo ―le dice ella, y creo que está hablando del bebé hasta que veo un
destello de plata cuando Valentina saca un cuchillo de debajo de su vestido, sujeto a
una vaina en su muslo.

Contengo la respiración, también lo hace Emilio.

Pero ninguno de nosotros puede moverse para hacer algo. ¡Piensa, Izabel,
piensa! ¿Qué demonios hago? Tal vez Francesca sólo va a lastimarla; no puedo romper
el personaje ahora, no puedo romper el personaje para nada, pero no la dejaré matar a
la chica. ¡Tengo que hacer algo! Miro a Emilio, sus ojos apenas ocultando su inquietud,
y siento como si sus pensamientos no fueran muy diferentes de los míos.

Francesca toma el cuchillo de su hermana.

―Entonces si esta chica es nada para ti, hermano ―dice a la vez que arrastra a
Sian, pateando y llorando a través del suelo hacia Emilio―, puedes observarme rajar
su garganta.

No. No, no, no, no… ¡Emilio, has algo!

Y entonces él lo hace.

―Puedo hacer algo mejor, hermana ―dice, tendiendo la mano―. Yo mismo le


cortaré la garganta.

Eso parece haber complacido a Francesca, una sonrisa oscura divide su rostro.
Emilio se acerca un paso; su mano derecha se mueve a lo largo del brazo de ella,
encima de la bata para encontrar la piel desnuda de su muñeca. Sus largos dedos
varoniles tocan los delicados con suavidad, tiernamente y con afecto prohibido. Y
entonces la boca de él encuentra la de ella; su lengua se desliza entre sus labio y la
besa tan apasionadamente como cualquier hombre ama a una mujer con su último
aliento. Jadeo en silencio, ante el cuchillo en la mano de él, el intercambio de poder, el
beso prohibido que me conmueve y me hace sentir incómoda al mismo tiempo.

Emilio matara a Sian; lo siento en mi corazón.

Pero entonces qué… jadeo nuevamente, esta vez tan bruscamente que sé que si
alguien estaba prestando atención entonces seguramente lo escucharon, pero soy el
menor de los intereses de cualquiera en este momento. Observo el cuchillo en la mano
de Emilio como un inevitable accidente de auto en cámara lenta… va a matar a
Francesca, va a matar el pago de Victor…

―Sabes ―habla Niklas fríamente, y cada par de ojos en la habitación se vuelve


hacia él―, realmente odio perderme la demostración de lealtad entre ustedes dos…
tan perturbadora como es… ―se aclara la garganta chistosamente―, pero odiaría
todavía más desaprovechar poseer una chica como esa.

Sian, todavía de rodillas con el cabello en la mano de Francesca mira de Niklas


a los zapatos de vestir negros de Emilio, sin atreverse a mirarlo, sus ojos yendo y
viniendo, su respiración rápida y pesada. El bebé en los brazos de Valentina hace
sonido de succión mientras se alimenta del pecho de Valentina. Emilio, lento para
mover cualquier parte de su cuerpo, sorprendido por el giro de los eventos, se queda
mirando a Niklas con un rostro en blanco, ilegible.

Francesca observa a Niklas con pesada suspicacia.

Se aparta de Emilio, dejándolo con el cuchillo, y tira del cabello de Sian,


apretándolo en la mano. Entonces la arrastra por el suelo de nuevo, esta vez hacia
nosotros. Los brazos de Sian se disparan hacia arriba, enganchándose alrededor de la
muñeca de Francesca, pero está demasiado débil como para liberarse… Francesca es
tan fuerte como parece.

―¡Preferiría que me mataras! ―grita Sian―. ¡No me alejes de mi bebé!

Francesca libera el cabello de Sian y se eleva en toda su altura sobre ella,


retándola a moverse. Sian, sabiendo que no hay nada que pueda hacer, que sin
importar cuánto luche no hay manera de que vaya a salir de este cuarto.

―¿Quieres comprarla? ―dice Francesca, como si no lo creyera. Sonríe―. Ni


siquiera es una de mis cortesanas; ha sido una de las favoritas de Emilio, no ha salido
de mi finca en diez años para ser follada por alguien que no sea mi hermano. ―Se
acerca al espacio de Niklas, evaluándolo; doy un paso hacia atrás para pararme junto a
Nora―. Ella no encaja en tu estándar, Sr. Augustin. ―¿De nuevo formalidades? No es
una buena señal―. Estoy empezando a pensar que quieres salvarla. ―Instintivamente
busco a Pearl, sólo para detenerme, dándome cuenta que estoy sin armas.
Izabel

Traducido por Xhex y Vanehz

Niklas sonríe escasamente, inafectado por sus burlas, sus acusaciones.

―La paranoia, madam Moretti ―dice Niklas, ofreciéndole las mismas


formalidades―, es realmente un defecto del que podría prescindir. Pero tiene razón en
un sentido: quiero salvarla, pero no necesariamente de su cuchilla; me gustaría
salvarla para mí. ―La mirada de Niklas cae en Sian. Entonces rodea a Francesca y
comienza a caminar lentamente alrededor de Sian en el piso, con sus manos cruzadas
en su espalda―. Tú misma dijiste que era una puta ―señala Niklas―. Una verdadera
puta, ¿no fueron esas sus palabras? ―Detiene su paseo por un momento, lo
suficientemente largo para ver de vuelta a Francesca con una sonrisa perspicaz en su
rostro―. Creo que cualquiera que haya estado separando las piernas con alguien como
su hermano durante diez años, probablemente ha hecho lo mismo con cualquier
hombre que trabaje en este lugar.

»Ella es una sobreviviente, Miz Moretti. ―Sian baja la frente hasta el suelo―.
Conocí a una chica como ella una vez, obligada a una vida de esclavitud, violada por
hombres que ella sabía que la matarían si alguna vez le decía a su amo; obligada a
sentir ciertos… sentimientos por un hombre que le mostró su afecto porque era la
única manera de que ella supiera cómo mantenerse viva. ―Trago. Duro. Y lo odio por
esas palabras que sé que son sobre mí. Y todavía, me preocupo por él de maneras que
no comprendo. Detiene su caminata enfrente de la cabeza de la chica; su largo cabello
negro desgreñado yace en el brillante piso blanco; la punta de los relucientes zapatos
de vestir de él casi tocan los dedos de ella. La mira hacia mientras habla―. Y ahora,
después de dar a luz a un bebé que nunca sostendrá, alimentará, tocará, nombrará o al
que le cantará canciones de cuna porque no tengo ningún interés en comprar a un
maldito niño, luchará más que nunca cuando me la lleve. Y ella me odiará
inmensamente por ello. ―Su cabeza se gira hacia Francesca. Hay una oscura sonrisa
jugando discretamente en sus facciones―. Esta, Miz Moretti, es precisamente el tipo de
puta defectuosa que estoy buscando.

Sian se pasa las manos por la cara y solloza sobre sus palmas; su espalda,
cubierta por una túnica blanca, se estremece mientras tiembla; se enrosca en posición
fetal y gime, regresando la atención a su hija recién nacida que amamanta el pecho de
otra mujer a solo metros de distancia. De nuevo, noto a la mujer en el pasillo
persignando su pecho y murmurando oraciones. Y otra vez, atestiguo más del Emilio
real cuando se queda a un metro de distancia con un cuchillo en su mano y un enorme
agujero en su corazón, sin poder hacer uso de uno u otro. Sabe que si se opone, si se
niega a que Niklas se lleve a Sian, su malvada hermana la matará. Y quizá sabe que si
mata a Francesca, Sian morirá de todas formas porque ninguno de ellos saldrá vivos
de la mansión.

Permitir que Niklas la compre, probablemente no se encuentra en la lista de


opciones de Emilio, es la única opción que tiene.

Pero a él no le gusta, la rabia está bajo la superficie de su rostro, hirviendo,


creciendo, más y más difícil de contener, pero al igual que yo, continúa interpretando
su papel.

Francesca parece contemplar la oferta de Niklas. Mira hacia su hermana.


Valentina se encoge ligeramente, acariciando cuidadosamente la espalda desnuda del
bebé. Entonces Francesca se gira de nuevo hacia Niklas, mirando brevemente hacia el
maletín en su mano.

―Te venderé a la chica ―dice―. Por todo lo que llevas en ese maletín tuyo.

¿Todo? ¿Pero entonces que vamos a usar para comprar o negociar por Olivia
Bram? ¿El dinero de Victor? Él se va enojar.

Niklas sostiene el maletín hacia Francesca y ella lo toma. Sian lucha hasta estar
de rodillas, levantándose con ambas manos y agarra los pantalones de vestir de Niklas
tirando y acariciando la tela entre sus puños.

―Por favor, ¡si me compra, compre a mi bebé! ¡Se lo ruego, amo, por favor! ―Su
voz está ronca de tanto llorar y gritar―. ¡POR FAVOR! ―ruge hacia Niklas y su voz se
quiebra.

Niklas se agacha frente a ella, lentamente, con tal facilidad y poder. Ladea su
cabeza hacia un lado, estudiándola; luego hacia el otro lado. Estira el brazo y le limpia
la mejilla con el dorso de los dedos. Después la otra mejilla. Luego le aparta unos
mechones de cabello que yacen sobre su frente, metiéndolos detrás de su oreja,
tomándose su tiempo. Los ojos azul oscuro de ella están enrojecidos; el lado blanco
está rayado y trazado por pequeñas venas inflamadas; lágrimas bajan por sus mejillas,
goteando de su barbilla. Niklas toca la piel amoratada bajo su ojo izquierdo con la
yema del pulgar, gentilmente y con el mismo consuelo falso que Francesca había
intentado darle al bebé cuando intentaba calmarlo.

―De ahora en adelante ―dice Niklas con una voz tranquila y aterradora―. Serás
conocida como Lia. ―Su pulgar se mueve hacia su boca, trazando su labio inferior,
deteniéndose en el medio, separando el labio suavemente de sus dientes. Sian traga
desesperadamente; le mira directamente a los ojos, sabiendo que su nuevo amo la
obligará a ello. ―Hablarás solo cuando te hablen; harás toda y cada cosa que te diga
que hagas, y lo harás para satisfacerme o serás ―él se lame la sequedad de los labios―,
castigada de maneras que harán que desees que hubiera permitido que la madam te
matara. ―Se inclina y presiona sus labios sobre los de ella muy suavemente, como si
estuviera probando su sabor en la boca, un nuevo juguete del cual no podía esperar
para llevar a casa y abrir. Cada parte de ella. Física y emocionalmente. Por un
momento olvido quién es él; estoy tan tranquilamente sorprendida por su actuación
que comienzo a preguntarme si todavía sigue siendo un acto; mi corazón late
violentamente en mi pecho.

―¿Q-qué hay de mi bebé? ¡Por favor, compra a mi bebé!

La gran mano de Niklas le aplasta la garganta a la chica. Él se alza de modo


imponente, levantándola del suelo y de sus pies. Mi mano está sobre mi boca antes de
poder detenerla. Sian patea de atrás hacia adelante con sus pies; un chorro de sangre
baja por el interior de sus piernas; sus manos agarran las muñecas de Niklas, tratando
desesperadamente de separar el agarre de sus dedos de su garganta. Su pálido rostro
comienza a cambiar de color; sus ojos azules se hinchan en su cara. Inhala en busca de
aire para llenar sus pulmones, pero no importa que tanto abra la boca, el aire no
puede pasar por la mano de Niklas.

Emilio comienza a moverse hacia adelante, sólo un pequeño paso que


Francesca no ve porque está de espalda a él, pero entonces se detiene cuando Niklas
libera a Sian y ella cae contra el suelo, ahogándose, jadeando; el blanco natural de su
cara regresa a la superficie para reemplazar el rojo y el púrpura. Se acuesta de lado,
impotente, desesperada, llorando en sus manos.

―Hermana ―le dice Francesca a Valentina―. Llévate la niña lejos.


―¡NO! NO TE LA LLEVES…

Niklas golpea a Sian dejándola fuera de combate, interrumpiéndola. Emilio se


gira y deja la habitación rápidamente, cuando ―y porque― sé que todo lo que desea es
matar a Niklas. Pero no puede sin delatarse a sí mismo y darle a Francesca una razón
para matar a Sian.

―No tengo idea de lo que ves en este tipo de comportamiento incivilizado ―le
dice Francesca a Niklas. Su albornoz se separa; es imposible no notarlo, aunque a ella
no le importa y sigue hablando exhibiendo su cuerpo desnudo―. Te guste el desafío o
no.

Niklas sonríe.

―Solo me gusta cuando ellas pelean ―dice.

Francesca le sonríe de regreso, comprendiendo, y luego regresa a los negocios.

―Una de las condiciones de tu compra ―dice―. Es que te la lleves del país a


más tardar mañana por la tarde. ―Traducción: la quiero lejos de mi hermano, con
quien tengo una poco saludable obsesión a muchos niveles de locura.

¿Mañana? Nunca encontraremos a Olivia Bram, demonios, estoy empezando a


dudar de que logremos el secuestro de esta loca mujer.

―Era cuando planeábamos irnos de todas formas ―dice Niklas.

Francesca cambia el maletín a la mano contraria.

―¿Estás seguro de que no deseas comprar a la niña? ―pregunta,


sospechosamente. Pienso que aún lo está probando.

―Oh, estoy seguro ―responde Niklas de inmediato. Saca un cigarro de su


chaqueta y lo enciende en su boca―. Pero todavía estoy interesado en ver a tus
cortesanas.

La ceja izquierda de Francesca se arquea.

―¿Desea comprar a más de una chica? Ciertamente eso se puede arreglar. ―Sin
apartar la mirada de Niklas, llama a las mujeres en el pasillo―. Les sugiero que entren
aquí y logren que esta habitación se limpie.
Las mujeres corren a la habitación y comienzan a limpiar a la vez: quitando las
sábanas ensangrentadas de la cama, sacudiendo, barriendo; lucen aterrorizadas. Me
pregunto si las sirvientas viven aquí también. Me pregunto cuántas veces se han
acurrucado juntas en algún lugar como lo estaban en el pasillo mientras este
espectáculo con Sian seguía, y planeaban escapar; o matar a Francesca, demasiado
temerosas de hacer cualquiera.

―Quizá ―dice Niklas―. Y si no es esta vez, me gustaría ver la mercancía, para


una compra futura.

Sí, no es esta vez, es porque ya te gastaste todo el dinero del cliente en la chica
equivocada.

***

Las cortesanas son llevadas a la mansión minutos más tarde; Miz Ghita viene a
alertarle a Francesca de su llegada a la planta baja.

―¿Por qué no me sigue? ―le dice Francesca a Niklas―. No, por favor deje a sus
chicas aquí. Me gustaría la oportunidad de hablar con usted en privado.

Niklas asiente y entonces me mira.

―Quédate aquí con Aya y Lia mientras hablo con madam.

Asiento de mala gana, tímidamente, asegurándome que mi máscara de Naomi


siga estando firmemente en su lugar. Cuando él empieza a alejarse, camino detrás de
él y le agarro la mano para un efecto añadido. Se detiene y se vuelve hacia mí.

―Por favor, no me dejes sola… durante mucho ―susurro, pero no tan bajo
como para que Francesca no pueda oírme.

Niklas se inclina y presiona sus labios sobre los míos. Se aleja y abro mis ojos,
mirando hacia él, fingiendo estar atemorizada.

―Nadie la lastimará aquí. ―Le escucho decir a Francesca, pero nunca aparto los
ojos de Niklas―. Sheila ―llama en voz alta, una de las sirvientas deja de sacudir y se
para atenta―. Ve por dos guardias y mantenlos fuera de esta habitación. Nadie entra o
sale si no es de tu personal.

―Sí, madam ―dice la sirvienta, y luego se apresura por la puerta.


Momentos después, Niklas se va con Francesca. Miro a Sian que todavía yace
inconsciente en el piso. Y entonces miro a Nora, siendo la más obediente esclava que
jamás he visto en mi vida. No sé cómo lo hace; solo permanece allí con sus manos
cruzadas delante de ella; con la cabeza baja, siempre mirando al suelo; nunca
mostrando miedo, inquietud, incluso incomodidad. Después de todo lo que ha pasado,
Nora Kessler ha interpretado su rol aparentemente sin llegar a romper su papel ni por
un segundo. Me fascina y me incomoda a la vez. ¿Podría realmente ser como ella
alguna vez? ¿Lo querría? Ella habría dejado morir a esa chica por el bien de su rol ―lo
creo―, pero eso es lo que la hace tan buena. Nora Kessler es una máquina. ¿Quiero ser
así de buena? ¿Una máquina? ¿Sin remordimientos, sin conciencia? ¿Incapaz de sentir
dolor porque me niego dejar entrar a las emociones? ¿Realmente me gustaría ser
como ella? Me gustaría decir que no, porque es el deber humano.

Quiero decir no… ¿pero por qué no puedo?

Niklas

Rechazo a las cuatro cortesanas traídas a mi demostración privada ―ninguna


de ellas era Olivia Bram―, no esperaba otra cosa.

Miz Ghita las acompaña fuera de la habitación, dejándonos a Francesca y a mí


solos por primera vez. Solo ella y yo, sentados juntos en una habitación que está
sorprendentemente desprovista del típico todo blanco. Dos paredes; las que están
atrás y delante de mí, están llenas del piso hasta el techo de libros. Los pisos son de
madera; los muebles negros. Tomo asiento en el sofá ofrecido a mí y me pongo
cómodo.

Estoy preocupado por haber dejado a Izzy sola en este lugar. Sé que puede
encargarse de sí misma hasta cierto grado, y ―no puedo creer que vaya a decir esto―
sé que conservará su papel, pero es Emilio el que me preocupa. Acabo de comprar ―y
golpear― a la mujer de la que creo que él podría estar enamorado, y que acaba de dar
a luz a su hijo, aparte de su hermana, soy su persona menos favorita en esta mansión.
"Naomi", como ya sabe todo el mundo aquí, es mi punto débil. Y Emilio es del tipo que
va directamente al punto débil.

Esta reunión no puede demorar, ya ha pasado mucho tiempo.


―Ahora que estamos solos ―dice Francesca, sentándose en el sofá junto a mí;
me entrega un vaso de whisky―. Me muero por tener más detalles sobre algunas
cosas.

―¿Qué cosas? ―Tomo un sorbo y dejo el vaso en la mesita auxiliar.

Francesca se acerca.

―Dijiste algo más temprano esta noche ―comienza―. Acerca de una traición
familiar. ―Hace girar su mano por la muñeca―. ¿Qué su hermano lo traicionó? No
puedo sino sentir empatía. ―No sabes el significado de esa palabra―. Tenemos mucho
en común ―añade.

―Sí, eso parece ―digo. No, no tenemos nada en común, eres una loca.

―No puedo dejar de querer profundizar más dentro de esa cabeza tuya
―continúa―. Ambos somos almas dominantes que prosperan en el poder; ambos nos
deleitamos en el castigo; ambos hemos sido traicionados por nuestros hermanos, y
parece que ambos tenemos una debilidad que no podemos ocultar.

―Emilio y Naomi ―digo, a sabiendas.

Ella asiente; su mano descansa en la parte interna de mi pierna. Lleva un


montón de perfume, odio esa maldita mierda apestosa; dame la esencia natural de una
mujer cualquier día.

―Cuando de amor se refiere ―dice―. No podemos cambiar lo que quieren


nuestros corazones.

―No, no podemos ―digo, y entonces siento mi mente irse a la deriva,


escapando hacia un recuerdo reciente. Un recuerdo prohibido.

―¿Niklas?

Parpadeo para regresar al momento. Entonces tomo el vaso de Whisky y bebo


todo el contenido de un trago.

―Hablemos sobre algo más, ¿podemos? ―sugiere―. Deduzco que ese amor es
un tema sensible para ti; lo es para mí también; me gusta hablar de ello tanto como a
ti. Dime sobre tu hermano, entonces.

Me río, sacudiendo mi cabeza y deseando que no acabara de beber lo último de


mi whisky.
―Desafortunadamente ―digo con una sonrisa burlona―. El tema de la traición
de mi hermano y el tema del amor son la misma jodida cosa. ―Levanto mi mano
rápidamente, terminando una acusación antes de que empiece―. Por supuesto, no
tengo el mismo… problema que tienes tú con tu hermano.

Francesca sonríe pegajosamente.

―Bien ¿qué hizo tu hermano? ―pregunta.

―Mató a la mujer que amaba. ―¿Por qué estoy contándole esta mierda tan
libremente? ¿Tan fácilmente? Le tomó a Jackie más tiempo que esto el conseguir
cualquier cosa de mí, y la había estado follando por semanas. Quizás es porque
Francesca es una completa extraña, y nunca la veré otra vez después de que todo haya
acabado. Porque estará muerta. Quizás solo necesito sacar todo. Oh, qué lindo. Escogí
una lunática como psicóloga.

―Ah, ya veo. ―Francesca cruza sus piernas; su mano permanece en la parte


interior de mi pierna―. Pero, ¿por qué hizo una cosa así? ¿No eran hermanos
cercanos?

―Siempre fuimos cercanos ―le digo, pensando en Victor, lamentando nuestra


relación rota, sabiendo que nunca podría realmente perdonarlo y que nada entre
nosotros sería nunca lo mismo―. Y la mató porque pensó que estaba protegiéndome.

―¿Hermano mayor?

Asiento.

―¿Y aún tienes relación con este hermano mayor y protector?

Vacilo antes de responder.

―Una laboral, al parecer.

―¿Trabajas para él?

―Trabajo con él ―establezco rápidamente―. O al menos esa es la forma en que


se supone que sea. ―Sacudo mi cabeza―. Pero siempre me he sentido más… por
debajo de él que a su lado. ―Miro distraídamente hacia la pared, necesito irme. Pronto.

―Ah, sí ―dice―. El líder de la manada de lobos, tu hermano. El macho alfa.


Llevándose todo el respeto y la gloria. ―Sonríe―. Debería de tener cuidado; los lobos
son protectores, territoriales; pero también caníbales. Si tu hermano mostrara
debilidad, caminaría directo a la trampa de lazo, será desgarrado por los otros lobos. Y
entonces te convertirías en el alfa.

La mano de Francesca se desliza lejos de mi pierna y se levanta del sofá. Ata su


sangrienta bata para cerrarla frente a mí, pero no tomo el gesto por más que una
acción involuntaria.

―Lazos de familia ―dice, paseando lentamente―. Pueden ser una cosa


engañosa. Tengo ocho hermanas y solo un hermano; mi hermano odia a cada una de
nosotras; excepto a Valentina; Valentina es su favorita. Es la mayor; se suponía que
ella estaría en mi lugar como madam, pero fui elegida por encima de ella por nuestro
padre. ―Sonríe, con la mirada perdida hacia la pared, pareciendo brevemente perdida
en un recuerdo, o quizás un rostro. Sonríe―. Pero soy la favorita de mi padre, y lo que
mi padre quiere triunfa sobre los miserables deseos de mi madre. ―Se detiene como si
saboreara la verdad y entonces dice―: Pero he aprendido en mi tiempo viviendo con
mis hermanas, que todas quieren lo que tengo, que para ser mi propia persona y así no
verme forzada a vivir a su sombra, tengo que jugar sucio y no dejar que nada ni nadie
se meta en mi camino o podría terminar besando el trasero de mi madre como
Valentina hace. Podría terminar besando el trasero de mi hermana mayor.

Sonrío oscuramente.

―¿Entonces eres esta hermosa y terrible criatura que desfigura su propiedad


porque esto mantiene a tu familia bajo control? ―Sé que no es así. No completamente.

Sonríe.

―No ―dice―. Lo hago porque lo disfruto. ―La sonrisa se ensancha, también la


mía. Pasea un poco más, sus brazos cruzados ligeramente bajo sus pechos―. Somos
únicos, tú y yo. Los lobos negros de nuestras familias, mutaciones; somos especiales.
La única diferencia que veo es que yo lidero mi manada, y tú, siendo el leal y devoto
hermano que eres, elegiste vivir a la sombra de un hermano mayor.

Me burlo, alejo la mirada.

―No sabes nada sobre mí o mi hermano ―digo―. ¿Cómo sabrías si fuera leal y
devoto a él?

Francesca, imperturbable por mi descaro, responde con una sonrisa astuta.

―Porque tu hermano aún está vivo. Si una de mis hermanas hubiera matado al
hombre que amo, mi venganza no tendría misericordia y sería rápida. La lealtad no es
diferente al amor; haces cosas por ella que de otra manera no harías; sientes una
terrible y consumidora necesidad de responsabilidad por mantenerla; vas más allá
por demostrarla; y más que todo, aceptas el dolor que crea porque negarlo sería negar
la lealtad en sí misma. La única diferencia entre la lealtad y amor es que por amor,
haces todas esas cosas porque deseas hacerlo, y lo haces una y otra, y otra vez. La
lealtad es aprendida, el amor es orgánico.

Miro mi regazo. Está en lo cierto y quiero matarla por ello.

―Puede que estés en lo cierto ―digo, volviendo a mirarla―. Pero aún no sabes
suficiente sobre mí como para estar teniendo esta conversación. ―Me levanto del
sofá―. Mis disculpas, pero realmente necesito irme. Gracias por la tarde. Estaré en
contacto.

―Niklas ―dice, deteniéndome en mi paseo casual hacia la puerta cerrada―. No


era mi intención tocar un punto sensible. ―Se mueve detrás de mí, colocando una
mano sobre mi hombro y camina alrededor de mi cuerpo para mirarme de frente; sus
dedos dejando un trazo a través de mi pecho. La perra quiere besarme, la forma en
que sigue mirando mis labios; su cercanía; el seductor barrido de sus pestañas, el
entreabrir de su boca―. Pocos hombres me han intrigado de la forma en que tú lo
haces. Desde el momento en que te vi, supe que había algo acerca de ti, un misterio
que necesitaba desenredar. No fue tu dinero lo que te compró un encuentro privado;
fue mi curiosidad. Te hubiera dado el encuentro gratis.

Camina alrededor de mí lentamente, sus dedos alejándose de mi espalda.

―Puedo decir que eres muy fuerte, estás destinado a grandes cosas
―continúa―, justo como yo antes de hacer algo con ello, antes de medir el momento y
tomar lo que era mío. Pero por todo el poder que mantiene tu máscara en su lugar,
detrás de ella, siento como si hubiera un alma herida, muriendo por liberarse. Y
amaría estar más familiarizada con ella.

Se para frente a mí, presionando su cuerpo contra el mío.

―¿Y qué piensas ―empiezo―, que esta alma herida muriendo por liberarse,
está destinada a hacer?

Toca mi labio inferior con la punta de su dedo; sus ojos oscuros barriendo mi
boca.

―Mata a tu hermano ―susurra sobre mis labios, rozando los suyos contra los
míos―. Cobra tu venganza, y entonces toma lo que es tuyo por derecho.
Desliza su lengua en mi boca; mi cuerpo, no mi mente racional, reacciona a la
carne cálida. Mis manos rápidamente encuentran sus caderas, sujetando la carne en
mis dedos rígidos; presiono su cuerpo contra la puerta, arrancando la túnica que se
abre enfrente de mí, sus pechos desbordando mis manos. La beso fuertemente,
hambrientamente.

―Quiero sentirte ―susurra cuando el beso se rompe―. Déjame sentir cuánto de


lobo negro realmente eres.

Su boca colapsa alrededor de la mía otra vez y su mano encuentra su camino


dentro de mis pantalones.

Gruño, bajo y gutural, contra el lado de su cuello cuando siento su mano


agarrar mi miembro con doloroso abandono, mientras más rudo mejor, tú, perra loca.
Si no me detengo ahora, voy a follarla. No doy una mierda por quien es, lo que es, o lo
que hace, voy a follarla jodidamente.

El rostro de Izzy enmarcado por su sacrificado cabello castaño rojizo salta a mi


mente, y me tambaleo hacia atrás algunos pasos, no puedo dejarla sola por más
tiempo.

Francesca, luciendo decepcionada, pero no desairada, inclina su cabeza hacia


un lado.

Enderezo mi traje.

―Me gustaría quedarme más tiempo ―digo―. Pero seré honesto contigo; no me
siento bien dejando a mis chicas solas con tu hermano enojado vagando sin su correa.

Francesca sonríe, y entonces cierra su túnica sobre ella, suelta, de modo que
sus pechos están aún fácilmente a la vista.

―Entiendo perfectamente ―dice. Camina hacia mí, estira su mano y pasa sus
dedos hacia abajo por la longitud de mi corbata. Parece estar pensando algo y
entonces dice―: ¿Por qué no te unes a mí otra vez mañana antes de irte? Solo tú y yo;
deja a tus chicas en tu hotel. Eso me dará también tiempo adicional para pensar a cuál
de mis cortesanas te mostraré la próxima vez. Mañana puedo tener cinco o siete de
ellas para que mires.

Y eso me dará tiempo suficiente para averiguar cómo voy a sacarte de esta
mansión, atarte y amordazarte para poder recoger el día de pago.

Me inclino y la beso ligeramente en la boca.


―Estaré aquí.

***

La chica, Sian, está despierta cuando regreso a la habitación para encontrar a


Izabel y a Nora de la misma forma en que las dejé.

―¡No iré contigo!

―Lo siento, Niklas ―dice Izabel, como Naomi, mientras entro en la habitación
sin Francesca―. Traté de hablar con ella, decirle que no le harías daño si cooperaba,
pero no me escucha.

Miz Ghita ―bajo las órdenes de Francesca de darme lo que sea que necesitara
antes de escoltarnos fuera de la mansión― está parada en la puerta abierta,
esperando.

―Le daré algunas ropas ―dice, y entra en la habitación con nosotros y abre el
clóset.

Camino pasando a Izzy y me detengo enfrente de Sian, mirándola hacia abajo,


aún sentada en el piso en su túnica ensangrentada.

―Quítate la túnica ―demando, cerniéndome sobre ella. Cuando no actúa lo


suficientemente rápido, repito―: Dije, quítate la túnica.

Finalmente obedece, temblando mientras levanta sus brazos por encima de su


cabeza, peleando para hacer pasar la tela sobre sus hombros. Me agacho frente a ella y
la ayudo, dejándola luego caer sobre el piso en alguna parte. Se sienta con sus piernas
presionadas juntas hacia un lado; sus brazos cubriendo sus pechos desnudos.

―¿El doctor ya te suturó? ―pregunto.

Asiente, lágrimas cayendo hacia abajo por sus mejillas.

―Muéstrame.

No se mueve; sus ojos se amplían.

―Abre tus piernas y muéstrame ―repito, esta vez con un aire de advertencia.

Su cuerpo se sacude, sus brazos se descruzan y sus rodillas se separan


aprensivamente. La ayudo con eso también, acelerando el proceso para que podamos
salir como el infierno de aquí. Abre sus piernas frente a mí y la examino
cuidadosamente para no hacerle daño, no voy a dejar este lugar antes de estar seguro
de que tiene los cuidados apropiados después de dar a luz. No puedo llevarla a un
hospital y estoy seguro como el infierno de que no voy a coserla yo mismo. Que se
joda.

―Bien ―digo, juntando sus piernas y entonces buscando en mi bolsillo―.


Quiero que te tragues esto.

Mira hacia abajo a la píldora en mi mano, entonces de vuelta a mí, sacudiendo


su cabeza en negación.

Agarrando la parte trasera de su cabeza con una mano, tiro la píldora por su
garganta con la otra, empujando mi dedo profundamente de modo que sé que la ha
tragado. Se atraganta, empuja mi agarre, sus ojos humedeciéndose por la picazón.
Entonces cierro su boca con una mano y la sostengo allí firmemente.

―Traga.

Su garganta se mueve, y entonces abro otra vez su boca y verifico para


asegurarme que la píldora se ha ido.

Izzy ayuda a Miz Ghita a vestir a Sian en un ostentoso vestido de coctel,


después de deslizar un brillante par de tacones con correas alrededor de los tobillos,
una vestimenta que elegí de modo que cuando la lleve en brazos, desmayada, en el
hotel, solo lucirá como que ha pasado toda la noche de fiesta por la ciudad y nadie va a
pensar que algo de ello sea sospechoso.

Sian está inconsciente en el auto antes incluso de que lleguemos al hotel. La


envuelvo en mi chaqueta y la llevo en brazos a través del elaborado vestíbulo y dentro
del elevador, sus piernas sobre un brazo y su cabeza descansando contra mi pecho.

―Demasiado vino ―le digo a la mujer mayor junto a mí mientras subimos;


sonrío, y entonces guiño un ojo para su beneficio. El rostro de la mujer se sonroja con
calor y mira hacia otro lado. Cuando sale a su piso, vuelve a mirarme, manteniendo su
mirada hasta que las puertas cerrándose cortan su vista.

―Mejor sé cuidadoso ―susurra Izzy en mi oído―, o comerás carne de jaguar


esta noche.

―¿Ya te he dicho que tu cabello luce como la mierda?

La nariz de Izzy se arruga hacia un lado. Hace una mueca.


―No, pero debes estar confundiéndome con una mujer que siente que es
definida por su apariencia en vez de su fuerza. ¿Que, Niklas, esperas que llore en una
jodida esquina por ello?

En cierta forma, sí. Por otro lado, esta reacción en particular hacia su cabello
siendo robado, no me sorprende tampoco.

Las puertas del elevador se abren y nos encaminamos a nuestra suite. Bajo a
Sian sobre la cama en el dormitorio privado opuesto al área de la sala principal, y hago
un barrido a la habitación buscando cualquier aparato electrónico en caso de que
hayamos tenido algún visitante indeseado mientras estuvimos en la mansión. Izabel y
Nora esperan en la sala principal sin romper el personaje.

―Está limpio ―anuncio, saliendo del área de la cocina.

Como un cegador destello de luz, el puño de Nora viene volando hacia mi


rostro, noqueándome contra la pared. Está sobre mí como un gato sobre su presa;
antes de saber qué mierda acaba de pasar, sus ojos marrones arremolinados,
llameando con “¿Qué demonios es eso?”. ¡Ha! La perra está humeando de enojo, pero
juro por Dios que luce como si quisiera follarme.
Niklas

Traducido por Jenn Cassie Greyy Flochi

Con mi espalda contra la pared, las manos de Nora se aprietan alrededor


de mi garganta. No peleo contra ella; pongo mis manos arriba a mis lados contra la
pared también, y sonrío.

―Maldita sea, mujer ―digo, riendo, soltando las palabras entre dientes.

Ella estrella mi cabeza en la pared y presiona su cuerpo contra el mío para


mantenerme en mi lugar, siento sus dedos enterrándose en mi garganta justo debajo
del hueso de la mandíbula.

―¿Qué carajos hice? ―Aún no podía evitar reír.

Sus dedos se aprietan; las aletas de su nariz se ensanchan, sus ojos se


arremolinaron.

―Sabes lo que hiciste ―gruñe.

―¿Fueron los azotes? ―Risas. ¡No puedo evitarlo!

¡Bang! Pequeños puntos negros aparecen ante mis ojos cuando mi cabeza
golpea la pared.

La risa muere alrededor de mí, también lo hace mi sonrisa.

―Al diablo con esto. ―Escucho decir a Izabel―. Me voy a la cama. ―Y escucho la
puerta del cuarto privado ser cerrada.
Tomo a Nora por su garganta y cambiamos lugares; la azoto tan fuerte como
puedo contra la pared, mirando su cara, nuestras narices casi tocándose; mis dedos
van alrededor de su garganta y su mandíbula. He querido hacer esto como revancha
por mucho tiempo, perra.

―¿Pensaba que podrías manejarlo? ―le gruño de regreso―. Hice lo que tenía
que hacer, pudo haber sido mucho peor.

―No es lo que hiciste ―dice a través de palabras forzadas; mi mano


obstaculizando el flujo de aire―. Es que lo hayas disfrutado demasiado.

La sonrisa se desliza de nuevo en mi rostro.

Trata de darme un rodillazo en las bolas, pero me muevo lo suficiente para


evitarlo y me golpea en el vientre en su lugar. Me saca la respiración; me recupero
rápidamente, pero un segundo de distracción es todo lo que Nora necesita para
revertir nuestros lugares de nuevo y se abalanza sobre mí. Ni siquiera sé cómo o qué
parte de su cuerpo está sobre mí, todo lo que sé es que estoy cayendo hacia atrás con
ella sobre mí, y siento piel contra piel, y la sedosidad de su cabello contra mi cara y en
mi cuello y mis brazos. Cuando termina de golpearme en la cara, porque finalmente
logré un agarre en sus muñecas para detenerla, abro mis ojos para encontrarla
montada a ahorcajadas sobre mi pecho; mi cabeza presionada entre sus poderosos
muslos, apretándola como una maldita uva. Dejo ir sus muñecas y la tomo por los
codos, fácilmente lanzándola lejos hacia el suelo sobre su espalda. Me golpea una vez,
otra cuando estoy sobre ella, pero me gusta esta mierda así que no sujeto sus brazos.

―¿Qué carajos está mal contigo? ―sisea, mirando hacia mí―. ¿Creía que nunca
te salías del personaje? Tengo que decir, estoy decepcionada.

―Conseguí el trabajo hecho ―le digo, cerniéndome sobre ella, colocándome a


horcajadas en su cintura―. Hasta ahora.

―Podría haber sido hecho sin problemas.

―¿Cómo es eso?

―So no hubieras estado peleando con tu novia frente a todo el mundo, no


habría tenido que hacer una escena, y tú no habrías tenido que disfrutar haberme
golpeado con un látigo ―gruñe y me abofetea de nuevo; siento el rastro caliente a un
lado de mi cara y eso solo hacer que mi polla se ponga dura.
―Creo que te gustó ―digo, sonriendo―. Y creo que te gusta abofetearme. Te
estás excitando por ello.

―Tonterías. ―Su puño vuela hacia mi cabeza y lo detengo con mi mano; la


sonrisa se profundiza en mi cara.

Me inclino hacia ella, empujándome contra ella incluso aunque pelea para
quitarme de encima; es todo un acto, me tiene justo donde me quiere. Estoy tan duro
como una jodida roca. Y ella lo sabe; puede sentirlo entre sus piernas, esa mirada en
su cara no tiene precio. Restringiendo su mano izquierda contra el suelo, tomo su
labio inferior con mis dientes y lo muerdo, lo suficientemente fuerte para que duela,
pero no lo suficiente para que no le guste; su otra mano está enredada en la parte
trasera de mi cabello, jalándolo.

―Te diré qué, Nora Kessler ―digo, soltando su labio de mis dientes―. Pondré
mi polla dentro de ti y podemos dejarlo así.

Ella ríe.

―Tienes que estás jodidamente bromeando conmigo ―suelta, tratando de


liberar su otra muñeca de mi mano―. Realmente eres bastante engreído, ¿verdad?

―No realmente, no. ―Me presiono contra ella, dejándola sentirlo, y tomo su
labio inferior con mis dientes de nuevo. Ella trata de darme una bofetada para
alejarme, pero solo sonrío y me froto contra ella más furo―. Pero de verdad solo
quiero poner mi polla dentro de ti, he tenido un día realmente estresante, y es como
quiero relajarme. Te gustará, lo prometo. ―Entonces estiro mi mano libre y abro mis
pantalones de vestir, deslizándolos sobre mi trasero solo lo suficiente para así poder…
trabajar.

Nora trata de patearme lejos de ella, (vamos bebé, sé que eres más fuerte que
eso) pero la sostengo abajo sin dificultad.

―Aléjate de mí, o jodidamente te mataré, Niklas.

―Puedes matarme después ―le digo casualmente, frotándome―. Si aún quieres


hacerlo para ese momento.

Empujo mi polla profundo dentro de ella, y la luchadora matona Nora Kessler


se vuelve masilla en mis manos; jadea echando su cabeza atrás contra el suelo, el
blanco de sus ojos rueda a la vista antes de que sus pestañas se cierren sobre ellos, y
deja salir un pequeño chillido; sus tetas palpitando; su espalda arqueada.
―Está bien ―susurro sobre su boca, y comienzo a salirme de ella―, tal vez voy
por el camino equivocado.

Sus muslos me aplastan, forzándome a detenerme. Mira a mis ojos apretando


sus dientes.

―Te mataré ―dice―, si no me follas.

Sonrío. Y me pongo a trabajar.

Izabel

Me recuesto en la cama a un lado de Sian, y por un largo tiempo la miro,


pensando en lo que ha pasado, en lo que seguirá atravesando mañana. Somos la
misma persona recostadas en esta cama juntas, dos mujeres cuyas vidas fueron
arrancadas de ellas, cuyos bebés fueron tomados de nuestros brazos en el momento
del nacimiento.

―Siento que esto te haya pasado ―le susurro, aunque creo que no puede oírme.

Estoy tratando duro de bloquear los quejidos y gemidos y el sonido de la cama


golpeando contra la pared en la habitación principal, pero no es demasiado fácil
hacerlo. Al menos Nora obtuvo lo que quería. No estoy segura por qué me molesta; tal
vez es porque sé que Nora no es buena para Niklas. O Fredrik. O alguno que me
importe en realidad. Me agrada, pero es peligrosa, y solo espero que Niklas sea
cuidadoso. Tal vez no nos llevemos bien pero… bueno, mataré a Nora antes de que ella
lo mate.

***

No recuerdo haberme quedado dormida, y no tengo idea de cuánto he estado


acostada pero cuando abro mis ojos siento como si fuera de mañana aun cuando estoy
en una habitación sin ventanas y la puerta está cerrada. Estoy molesta. Se supone que
íbamos a realizar el plan de secuestrar a Francesca hoy, pero parecía que Niklas y
Nora pasaron la noche follándose el uno al otro en su lugar.

Arrastrándome fuera de la cama cuidadosamente así no despertaría a Sian,


¿Qué demonios le había dado Niklas? , dejé la habitación y me dirigí a la habitación
principal para encontrar a Nora sentada en la cama con su espalda presionada contra
el cabecero; el control de la televisión estaba en su mano y estaba pasado los canales.
No estaba usando nada más que un top deportivo y un par de bragas.

―Finalmente te levantaste ―dijo cuándo me vio―. Estabas muerta para el


mundo la última noche.

―Esa no es una razón para no despertarme cuando ustedes dos lo estaban…


haciendo bastante alto.

Nora sonríe y continúa cambiando canales.

―¿Dónde está Niklas?

―Está haciendo pis. ―Mira a la puerta del baño, y después a mí, como si se
estuviera asegurando que Niklas no puede escuchar lo que está a punto de decir. Una
sonrisa se desliza en su boca―. Él…

―Realmente no quiero saber ―interrumpo, alzando mi mano.

Nora sonríe y vuelva a cambiar los canales.

Voy fuera hacia el balcón.

Niklas

Izabel está sentada en el balcón cuando salgo del baño en mis bóxers. Paso a un
lado de Nora, caminando a través de la habitación principal con la cama gigante, ella
fue una buena follada, no estoy seguro si lo haré de nuevo, pero nunca digas nunca.
Me reúno con Izzy afuera.
―Niklas ―dice una vez que me siento en la silla de hierro forjado frente a ella;
una mesa a juego nos separa―. Sé que no eres uno de los habladores, pero quiero
preguntarte algo personal.
Deslizo mis codos atrás en los brazos de la silla, entrelazo mis dedos sobre mi
regazo y estiro mis piernas cómodamente. Siendo una punzada de culpa, pero la
ignoro.
―No, no soy de los que hablan ―digo―, ¿pero qué quieres saber? A menos que
sea sobre… ―señalo con mi pulgar hacia la habitación, indicando a Nora―, cualquier
cosa que haya pasado con ella la noche pasada.
Ella sacude su cabeza.
―No, no es sobre eso ―dice y la punzada de culpa anterior se convierte en
decepción, por qué, no tengo idea, pero no me gusta.
Siento que sus ojos quieren mirarme, pero continúa mirando hacia el frente,
mirando hacia los cientos de tejados salpicando la ciudad a sus pies. Tengo el
presentimiento de que esto es serio.
―Alguna vez… bueno, solo me estaba preguntando si tú, o alguien más en
nuestra Orden, incluso cualquiera que ustedes conocieran cuando tú y Victor
trabajaban para Vonnegut, se haya tenido alguna vez que preocupar sobre…
embarazos… ¿o haya tenido que tratar con niños?
Me encuentro sorprendido, ¿se dónde carajas ha salido esto?
―No me digas que estás embarazada, Izzy, eso sería la misma cosa que estar
orinando en mi Cheerios.
Izabel me miró duramente.
―¡No! ―dijo rápidamente, como si mientras más lo creyera hubiera más
oportunidad de que fuera verdad―. No, definitivamente no estoy embarazada. ―Se ve
ofendida; me río internamente―. Estaba pensando en eso por… Sian. Cuando yo
estaba en el complejo, las chicas se embarazaban todo el tiempo.
―¿Qué tiene que ver eso conmigo o cualquier otro en nuestra Orden?
Realmente estás preguntando sobre Victor, ¿no es así?
La mirada en sus ojos responde la pregunta antes de que sus palabras lo
hicieran. Traga nerviosamente y mira de nuevo a la ciudad.
―No hagas esto algo que no es ―me regaña―. Es una preocupación legítima,
considerando nuestra línea de trabajo, ¿qué pasa si alguien se embaraza? ¿Cómo es
que Victor, o incluso tú, tratarían con los embarazos?
No me puedo sacudir el sentimiento que la razón por la que Izabel está
preguntando esta clase de cosas, tiene más significado de lo que está mostrando. Pero
como sea, no me importa indagar más a fondo en su cabeza. Está bien, tal vez quiero
indagar un poco, bueno, quiero indagar mucho. Pero no voy a hacerlo. No es de mi
jodida incumbencia.
―Tú y James Woodard ―comienzo―, son dos de los pocos que no han sido…
castrados. ―No puedo evitar reírme cuando Izzy me mira con disgusto, sus cejas
arriba sobre su frente, se ve ofendida, era lo que estaba buscando.
―No somos animales ―dice―. No somos castrados, ¿me estás diciendo perro?
No, Izzy, realmente no eres un perro…
Río de nuevo, dejando mi cabeza caer hacia atrás. Entonces la miro y digo:
―Todos somos unos jodidos animales, especialmente ese adoptado hermano
tuyo con el que eres tan suave.
―Fredrik no es un animal, Niklas ―lo defiende, decepción en su voz―. Pero no
deberías juzgar, tú no eres tan humano.
―Lo admito, soy un animal ―digo―. Y si alguna vez le preguntas a Gustavsson
tú misma, admitiría la misma cosa; de cualquier manera, para responder tu extraña
pregunta: vender bebés no es nuestro estilo; Victor tal vez sea un bastardo asesino a
sangre fría ―no pude resistirme―, pero nunca recurriría a algo como eso.
―¿Entonces qué haría? ―Me mira directamente. ¿Qué eso en sus ojos? ¿Miedo?
¿Esperanza? ¿Un poco de ambos? Maldición, me está matando no saberlo. Está
escondiendo algo, ¿pero qué?
―Para empezar ―digo alzando mi dedo índice―, Victor, como sabes, es todo
precauciones, primero y principalmente. La mayoría de nuestra Orden que no han sido
esterilizados, es un mandato que lo esté. Las excepciones son personas como Woodard
quienes ya tienen familias, o miembros quienes puedan beneficiar a la Orden de
alguna forma quedando embarazadas.
Por la mirada sorprendida en la cara de Izabel, es obvio que mi querido
hermano no había tenido tiempo de decirle esta parte todavía. Sonrío imaginándome,
frotando mis manos metafóricamente en mi mente, emoción por ser el que le diga las
noticias, cualquier pequeña cosa que pueda hacer la vida de mi hermano más difícil,
voy a tomarla.
―¿Beneficiar a nuestra Orden por quedar embarazada? ―Parece confundida,
tal vez queriendo haberme escuchado mal.
Asiento sonriendo, y entonces enciendo un cigarrillo.
―Algunos operativos quienes trabajan en el interior ―comienzo―, como ya
sabes, tienen que fingir sus papeles, al cien por ciento, lo que incluye comenzar
familias y mezclarse con la sociedad que vive en casas con vallas blancas. Un operativo
en el que trabajé con Vonnegut había estado casado con una mujer encubierto por
quince años, tuvo seis niños con ella antes de que dejara La Orden.
Izabel sacude su cabeza con incredulidad.
―¿Cómo es eso una misión de encubierto? ―pregunta―. Después de quince
años y una familia, ¿cómo sigue siendo una misión? Creo que para entonces era algo
muy diferente.
―Para algunos, seguro ―digo, asintiendo inhalando mi cigarrillo―. Y estoy
seguro que ese operativo amaba a los niños que había hecho con su esposa, tal vez
incluso amaba a su esposa, pero un buen operativo, como Victor por ejemplo, aún
puede dibujar la línea incluso después de quince años de matrimonio; él seguiría
siendo capaz de hacer lo que tiene que ser hecho cuando y si el momento llega.
―¿Qué estás intentado decir, Niklas? ―Me fulmina con la mirada.
Estoy intentando decirte, Izzy, decirte sin rodeos, que mi hermano puede que
te ame, pero siempre será Victor Faust, que tarde o temprano, va a darse cuenta que
eres sólo otra Claire.
―Estoy intentando decirte ―digo en voz alta―, que no hay lugar para niños en
nuestro mundo. Nunca lo ha habido y nunca lo habrá. Y si un operativo se embaraza, o
deja embarazada a una mujer, tendrá que encargarse de ese operativo de la manera en
que Victor considere apropiada; en algunos casos, podría despedir al operativo, darle
un pase libre para vivir su vida, pero puedes apostar tu culo a que él o ella serían
vigilados hasta el día que mueran.
―¿En otros casos? ―pregunta.
Me encojo de hombros, y entonces respondo:
―Sólo digamos que casi todo el mundo ha arreglado eso, Izzy.
Me mira directamente.
―Excepto por mí ―dice, buscando en mi rostro por respuestas, algún tipo de
entendimiento que tal vez sólo yo puedo darle―. ¿Por qué crees que Victor no me ha
presionado para la esterilización?
―Bueno, por un lado ―digo―, no está preocupado que quedes embarazada
porque no puede embarazarte.
―¿Y por otra parte?
Espera.
Pero me encuentro sin palabras que decir, nunca esperé ser abofeteado en la
cara por esto, de todas las cosas. ¿Por qué mi hermano no solamente la presionó sino
que le ordenó esterilizarse? Es muy impropio de él, tan distinto a Victor que no creo
nunca antes haber estado tan confundido como lo estoy ahora.
―¿Niklas?
Me recuperé y miré a Izzy.
―Como dije, no puede dejarte embarazada así que no hay razones para que te
preocupes. ―Poniendo mi cigarrillo en el cenicero de la mesa entre nosotros, me
inclino hacia ella―. ¿Por qué me estás preguntando estas cosas, de todas maneras? Y
no digas que sólo tienes curiosidad. Hay más en esto que eso; se ve en tu cara.

Izabel

No le pregunté a Niklas sobre los embarazos y los niños porque estuviera


preocupada por quedarme embarazada en una misión, ni siquiera en la misión de
México. Nunca seré violada otra vez, esa es una puñetera certeza; mataré a cualquier
hombre que alguna vez intente hacer de las suyas conmigo. Pero mi pregunta no se
trataba de eso, sólo estaba pensando en mi hijo con Javier; pensando en ello ahora
más que nunca, dado que no soy la única persona de La Orden que sabe sobre él o ella.

Y nunca le habría preguntado a Niklas, de todas las personas, sobre nada de


esto de no ser por el hecho de que es el hermano de Victor y lo conoce mejor que
nadie. Pero no viene sin culpa, debería haber sido Victor a quien le estuviera haciendo
estas preguntas, no a su hermano. Pero nunca puedo decirle la verdad a Victor. No sé
la razón, y eso me molesta enormemente… sólo sé que no puedo.

Niklas
Izabel aparta la mirada de mis ojos, se encoge de hombros; igual que yo, está
encubriendo el verdadero peso de su respuesta.

―Pero esa es la única razón ―(mentirosa)―. Supongo que ir a misiones como


esta, y a la que iré a México con Nora en unos meses, hacen que me cuestione cosas
como estas.

Ah, entonces en eso radica la verdad… Izzy está preocupada, probablemente


piensa en eso todo el tiempo, qué le sucedería si conseguía ser violada en una de estas
misiones, especialmente en estas misiones.

Nunca dejaría que eso pasara…

―Nadie va a ponerte un maldito dedo encima, Izzy ―digo, mirándola a los ojos;
ella mantiene su mirada hacia delante en los tejados―. Esa es la razón por la que
Victor me envió aquí contigo, porque sabe que nada de eso te sucederá conmigo a tu
lado. ―Hago una pausa, buscando su cara por algo todavía oculto, y agrego―: Pero no
es esta misión la que te preocupa, ¿o no?

Ella no responde.

―Sabes ―digo, mirando los tejados con ella―, si tuviera algo que decir al
respecto, no tendrías permitido ir a México.

Echa un vistazo rápidamente, defensivamente, sus labios tensos.

―Entonces es algo bueno que no tuvieras que decir algo al respecto ―espeta.

―Oye, entiendo por qué quieres ser parte de esto, pero es el último lugar en el
mundo en el que deberías estar.

―Ya hemos tenido esta discusión ―señala―. ¿Por qué te importa, de todas
maneras, lo que hago o a dónde voy?

―No me importa ―le digo al instante, aplasto mi cigarrillo en el cenicero―.


Simplemente opino.
―Para mí suena como que ―dice Nora desde atrás―, sólo tenemos que arreglar
a Izabel y terminar con ello.

Realmente odio a esa mujer, que me la haya follado no cambia eso.

Miro por encima de mi hombro para ver a Nora parada debajo de la entrada del
balcón, sus brazos cruzados.

Me sonríe.

―Oye, eso depende de Izzy ―digo, indiferente.

Hay un ¡crash!, dentro de la suite, y los tres salimos corriendo a través de las
puertas del balcón. Sian se está levantando del suelo junto a una lámpara derribada
cuando la encontramos.

―¡Aléjense de mí! ―grita, alzando una mano hacia nosotros mientras intenta
equilibrar su peso en el suelo con la otra―. ¡Aléjense! ¡AYUDA! ¡QUE ALGUIEN ME
AYUDE!

Izzy corre hacia el costado de Sian y la abraza, cubriendo su boca con la mano.
Sian intenta quitársela, pero sigue demasiado débil para hacer otra cosa que luchar; la
droga que le di anoche todavía está saliendo de su sistema.

―Nadie va a lastimarte ―dice Izzy, meciéndola, intentando calmarla―. Lo


prometo… estamos aquí para ayudarte. Si quito mi mano de tu boca, por favor, no
grites.

Después de un momento, Sian asiente, pero la mirada en sus ojos bordeados de


rojo no transmite confianza.

Izabel quita lentamente la mano, pero mantiene el otro brazo alrededor de la


cintura de Sian desde la espalda.

―¿Dónde está mi bebé? ―chilla suavemente―. Por favor, tienen que dejarme ir.

―Niklas ―dice Izzy, mirándome, necesitando que yo intervenga.

Con un suspiro, me muevo hacia ellas, y a medida que más me acerco, más
retrocede Sian de mí y entra en los brazos de Izzy. Me agacho frente a ella, pero
mantengo un metro de distancia para que no se sienta amenazada por mí más de lo
que ya está.
―Lo lamento ―le digo―, pero no hay nada que pueda hacer para recuperar a tu
bebé; habría sido demasiado sospechoso y ninguno de nosotros habría salido de esa
lugar con vida.

―¡Esa zorra está loca! ¡Tienes que regresar por mi bebé! ¡Y Emilio!

Sacudiendo mi cabeza con incredulidad digo:

―¿Emilio? ¿Todavía lo quieres aunque estás libre? ¿Estás enferma?

―Lo amo ―dice, el resentimiento alzando su voz―. Me ama. ¿Y quién eres? ¿Por
qué me estás diciendo estas cosas? ¿Por qué me tienes aquí? ―Entonces empieza a
llorar y lucha nuevamente contra Izabel―. Te envió para probarme, ¿cierto? ―Está
histérica―. ¡Matará a Emilio! ¡No, lo que dije es mentira! ¡No me ama! ¡Lo juro!

―Cálmate, Sian ―le dice Izabel, apretándola, sujetándola en sus brazos―. No


estamos aquí para engañarte; vamos a liberarte, pero no puedes regresar a esa
mansión por tu bebé. O por Emilio. Si regresas… si te quedas en Italia, te encontrarán y
Francesca definitivamente te matará.

―¿Quién son ustedes? ―chilla.

Empujándome para ponerme de pie, agarro el respaldo de una silla que se


encontraba cerca y le doy vuelta frente a ellas, sentándome.

―No puedo decirte quiénes somos ―digo―, pero vas a decirme algo.

―¿Qu-é quieres saber?

Me inclino hacia delante, apoyando las manos en mis piernas.

―Estoy buscando una chica ―comienzo―, una chica en particular que sé que no
está en esa mansión… probablemente es una de las cortesanas de madam Moretti.
¿Dónde están sus cortesanas?

Los ojos de Sian se disparan entre Nora parada detrás de mí y yo. Está insegura
de decirme algo, pero está comenzando a confiar en nosotros.

―Las cortesanas viven por todas partes en la ciudad ―dice―. Tienes sus
propios hogares; los Moretti ni siquiera tienen que vigilarlas mucho, no como a las
chicas de la mansión. Son leales a esa mujer demente; están instaladas con todo lo que
necesitan: ropa, atención médica, comida, ¿quién querría escapar o reportar a los
Moretti a la policía? Viven mejor que la mayoría de las personas. Y están protegidas.
―Sacude la cabeza, mira al suelo―. Quise ser una cortesana… ―vuelve a sacudir la
cabeza―, no debido al sexo o al dinero, sino porque era una manera de salir. Ese era
mi plan y el de Emilio: convencería a su hermana para conseguir que me liberara del
servicio, para ser una cortesana, más pronto de lo normal, y luego de que estuviera en
mi propia casa, lograríamos escaparnos.

―¿Y creíste que haría eso? ―dice Izabel detrás de ella―. Estuvo jugando
contigo, usándote. Un hombre como Emilio no conoce nada sobre el amor. Es un
bastardo de corazón frío, mira lo que le ha hecho a esas chicas a tu alrededor.

―No ―lo defiende Sian, volviendo la cabeza en ángulo para poder mirar a
Izabel a los ojos―. Emilio nunca heriría a esas chicas, no como madam lo hace. Las
azota, lo sé, y las maltrata muchas veces, pero sólo porque tiene que hacerlo. ―Los
ojos de Sian caen sobre mí―. Estoy asumiendo, ¿igual que tú anoche cuando me
golpeaste? ―No hay falta de condena en su voz.

Asiento.

―Lamento eso. Estaba interpretando un papel y tenías que callarte.

Al parecer soy perdonado porque no discute conmigo al respecto.

―Pero Emilio no pudo conseguir que madam me liberara ―continúa―. Se


volvió perspicaz; tal vez habló con ella sobre liberarme demasiadas veces, no lo sé,
pero el plan fracasó y madam decidió mantenerme en la mansión indefinidamente.
Debería haber sido liberada hace dos años, nadie más me iba a comprar; tengo
veinticuatro, pero ella sabía, sabía que Emilio me amaba, y no iba a liberarme. Ella no
podía probarlo, pero quería hacerlo. Pudo haberme matado por la sola sospecha, pero
no lo hizo. No sé por qué.

―Debido a Emilio ―dice Izzy―. Ella lo ama y quiere que él la ame, pero matar a
Sian ―Izabel me mira―, sabía que eso lo empujaría al límite; nunca la perdonaría. Pero
el bebé, eso lo cambió todo; la traición final, y entonces eso fue algo que Francesca no
podía perdonarle. Haría lo que fuera por vengarse de su hermano: matar a Sian, o
venderla a alguien, un hombre, que no solamente la lastimaría, sino la violaría
diariamente, era su venganza final contra su hermano.

Estoy de acuerdo con la hipótesis de Izzy.

―Basta de todo esto ―dice Nora, caminando alrededor de mi silla en sus bragas
y camiseta sin mangas, sus brazos cruzados―. Cuéntanos sobre las cortesanas; ¿cómo
las encontramos?
―No… no lo sé. Todo lo que sé es lo que dije. Lo siento. ¿Qué van a hacer
conmigo?

Esa es la pregunta apremiante: ¿qué demonios voy a hacer con esta chica? Todo
el plan se ha ido a la mierda ahora que he gastado todo el presupuesto del cliente en
Sian; ahora que la tengo aquí y no a Olivia Bram.

―¿De dónde eres? ―pregunto.

Los ojos de Sian se alejan; no hay tristeza en sus ojos.

―Mi familia vivía en Miami cuando fui secuestrada ―dice―. Pero eso fue hace
mucho. No sé si tengo familia ya. Pero no entiendes… no puedo irme de aquí sin Emilio
y nuestra hija. No lo haré.

Me levanto de la silla.

―Izzy ―digo, acercándome al armario con sólo los bóxer puestos―. Voy a
encontrarme con Francesca en media hora. Tú y Nora van a quedarse con la chica;
Nora te pondrá al corriente, y no discutas conmigo al respecto; Francesca solicitó
específicamente encontrarse conmigo a solas.

―No iba a discutir.

―Bien. ―Me saco los bóxers y me pongo un par fresco, luego tomo un traje
limpio del armario. Necesito una jodida ducha, pero tendrá que esperar.

―¿Has escuchado alguna vez sobre hacer eso en privado, Niklas?

―No, Izzy ―le digo, abotonando mis pantalones―. Deberías quitarte la ropa
más a menudo frente a las personas, es agradable allí abajo.

Me gruñe.

―¿Estoy suponiendo ―dice Nora―, que necesitas que una de nosotras contacte
al cliente y le deje saber que tendremos a Francesca para él? ¿A qué hora deberíamos
decirle de la reunión para la entrega?

―No te preocupes por llamarlo ―digo, metiendo mis brazos en la camisa de


vestir―. Lo contactaré yo mismo cuando tenga una mejor idea.

―¿Qué vas a hacer? ―pregunta Izabel.

―Lo que vine a hacer.


―Y tu plan ―dice Izabel―, ¿involucra a Olivia Bram de alguna manera? ―Me
mira con acusación.

―Nunca iba a suceder, Izzy. Sabías que iba a ser así. Sé que tenías esperanza,
sobreviviste, después de todo, pero tu situación fue una en un millón. Lo siento, pero
no hay nada que podamos hacer por Olivia Bram.

Me doy la vuelta y me marcho, sintiéndome aguijoneado por la mirada herida


en el rostro de Izzy cuando cierro la puerta.
Niklas

Traducido por Mae

Conduzco un auto de alquiler a la mansión, así tengo una manera de


volver, no podía hacer esto muy bien con uno de los hombres de Francesca como mi
conductor de escapada. Ya las cosas serán difíciles porque es plena luz del día, y
porque todavía me cachean en busca de armas en la puerta principal y no podré
contar con mi arma.

Pero tengo un plan. Algo de lo que analicé con Nora anoche. Me siento mal por
no despertar a Izzy para dejarla entrar en la discusión, pero es lo que es.

El trabajo de Nora e Izabel es velar por Sian, sobre todo para que no trate de
correr y terminar causándonos algún problema y empacar todo; dejar el hotel y
esperarme en el avión privado.

Voy a drogar a Francesca y utilizar a Emilio para ayudarme a salir de la


mansión, Sian es el intercambio. Tiene que funcionar. Es el único plan que tengo.

Izabel

―Por favor, estoy agradecida de que me estén ayudando ―dice Sian―, pero no
puedo salir de Italia sin Emilio y nuestra hija. ¡Simplemente no puedo!

―Escúchame ―le digo, agarrando su cara cuidadosamente, obligándola a


mirarme―. Si no vas con nosotros ahora, vas a terminar muerta. Emilio va a terminar
muerto. Esta es la forma en que se tiene que hacer. Uno va con nosotros a los Estados
Unidos y ―no debería decir esto, pero lo hago de todos modos―, y después de que
estés a salvo donde nadie pueda encontrarte, haré lo que pueda para encontrar a tu
bebé. Y Emilio.

―Izabel ―dice Nora con precaución.

Me giro para verla de pie a mi lado; no puedes ayudar a esa chica, sus ojos me
dicen.

Estoy diciendo lo que hay que decir para conseguir que confíen en nosotros, mis
ojos le dicen.

Nora asiente.

Miro a la cara esperanzada de Sian.

―Ven con nosotros ―le digo―, y cuando salgas por esa puerta, simplemente
mantén la calma y actúa con normalidad, saborea tu primera experiencia real de
libertad; piensa en tu hija y Emilio y en reunirte con ellos pronto, y te prometo que lo
harás si sólo confías en mí.

Le toma un momento, pero Sian asiente finalmente; levanta la mano y se limpia


las lágrimas de sus mejillas con el dorso de la mano.

―Está bien ―dice.

―Tenemos que irnos ―insiste Nora.

―¿Estás lista? ―pregunto a Sian.

―Sí.

Con bolsas y maletas a cuestas, dejamos el hotel y nos dirigimos al avión.

Niklas

―Desafortunadamente ―digo a Francesca―, ninguna de estas chicas lo hará,


tampoco.

Francesca se pasea por una línea de nueve cortesanas todas de pie en una fila
confusa: dos de ellas siguen preguntando qué está pasando; dos más me están dando
miradas de “vete al infierno”; una está llorando porque piensa que hizo algo mal y fue
traída aquí para ser asesinada; las otras cuatro piensan que busco comprar sus
servicios y estaban felices de satisfacerme hasta que las rechacé. Ahora están también
diciéndome con sus ojos que me vaya al infierno.

―Es una vergüenza ―dice Francesca.

Las aparta y siguen a Miz Ghita fuera de la habitación.

―Madre ―dice Francesca en voz alta, y Miz Ghita se detiene en la puerta―. No


quiero ser molestada por nadie durante la siguiente hora por lo menos. ―Esperemos
que Emilio sea todavía lo suficientemente descarado para desafiar sus órdenes, lo
necesito.

―Muy bien. ―Miz Ghita me mira con odio y se va, cerrando la puerta.

Francesca da un paso más en esa provocativa manera y rodea con los dedos la
pequeña cerradura en el pomo de la puerta, dándole vuelta. Está vestida con otra bata
hoy, blanca, por supuesto, pero carente de sangre de chicas inocentes. Y apuesto a que
no hay nada de debajo de esta.

―Ayer por la noche ―dice, acercándose a mí―, después de que te habías ido,
pensé mucho acerca de nuestra reunión.

―¿Y? ―Doy una calada a mi cigarrillo; estoy en el sofá, los dos pies en el suelo,
con las piernas separadas.

Sonríe débilmente.

―Y me gustas, Niklas ―dice―. Nunca he conocido a nadie como tú, y creo que
podríamos aprender mucho del otro.

Se detiene frente a mí; su cabello largo y oscuro cubre sus hombros. Coloco el
cigarrillo en el cenicero en la mesa final.

―¿Aprender del otro? ―pregunto, sospechosamente, sonriéndole―. Eso no es


lo que realmente te interesa, ¿verdad?

Ella sonríe. Entonces suelta la correa que sujeta la bata y queda desnuda ante
mí. La túnica cae al suelo.

―Bueno, Niklas, hay muchas cosas que podemos aprender.


―¿Y qué es exactamente lo que quieres aprender? ―pregunto, teniendo una
buena idea.

Da un paso entre mis piernas abiertas, al alcance de la mano, y coloco mis


manos sobre sus muslos desnudos, rozando con mis dedos su suave piel.

―Quiero saber ―dice―, lo que te apetece.

Deslizando mis manos de sus muslos exteriores al interior, las muevo hacia
arriba y abajo de la carne sensible, sintiendo el calor bajo mis palmas.

―¿Eso es todo? ―digo, y muevo mis dedos entre sus labios húmedos, sin entrar
en ella, cierra los ojos, saboreándolo―. ¿Hay algo más?

―Sí ―dice―, pero podemos hablar de eso más tarde.

―Me gustaría hablar de eso ahora, si no te importa.

Hace una pausa.

―Está bien ―dice, y se sienta a mi lado―. Seré directa entonces, tengo una
propuesta para ti.

―¿Qué tipo de propuesta? ―Tomo otra calada.

Ella gira mi cabello entre sus dedos, su brazo alrededor de la parte de atrás de
mi cuello.

―Necesito un maestro aquí en mi mansión de entrenar a mis nuevas llegadas,


prepararlas para las presentaciones. Emilio siempre lo ha hecho, pero mi hermano se
ha descarriado, me traicionó y se enamoró de una de las mismas chicas que se suponía
que preparara. Me ha hecho quedar mal, ante los otros maestros que venden su
mercancía en mis presentaciones, y ante mi familia. Es inaceptable. Siempre tuvo una
debilidad por las chicas, nunca las disciplinaba a mi gusto. ―Con la otra mano gira mi
cabeza hacia ella plenamente―. Pero tú, Niklas, sé que puedes hacer las cosas de la
manera que deberían ser. No sólo pareces dispuesto a castigar sin piedad, sino a
disfrutarlo. Fuiste quien cortó el dedo de tu chica, ¿no? ―Sonríe.

Asiento y beso sus dedos, y luego aparto su mano de mi cara.

―Me conoces demasiado bien ya ―le digo, y toco con mis labios una esquina de
su boca.
―Y aquí conmigo ―me sucede con esa voz sedosa―, tendrás el respeto que te
mereces; nunca vas a vivir a la sombra de otra persona; nunca tendrás que
preocuparte por el dinero porque se te pagará más de lo que jamás hayas visto en tu
vida ―mira profundamente mi ojos―, y harás lo que quieras, follar a quien quieras
follar, desfigurar a quien quieras desfigurar, y nunca se me ocurriría quitarte algo que
es legítimamente suyo.

―Suena prometedor ―le digo, y luego apago el cigarrillo en el cenicero.

Aparo la mirada de Francesca, a la pared, y pienso en mi hermano. Pienso en


todo lo que hice por él desde que éramos niños: las palizas que acepté por él, la vida
que podría haber tenido si no lo amara tanto que decidí quedarme con él en una vida
que me robó lo que estaba destinado a ser; pienso en las mentiras que le dije a La
Orden para cubrirlo las muchas veces que desobedeció a Vonnegut y elegí hacer las
cosas a su manera, Victor siempre tuvo sangre rebelde, sangre de líder; no me
sorprende que con el tiempo dejara La Orden y comenzara la suya. Y creo que lo peor
que he hecho, la única cosa en mi vida por la que nunca podré perdonarme. Disparar a
Sarai. Dispararle por mi hermano. Fue mi culpa; nadie puede ser culpado por mis
acciones, sino a mí, pero todavía odio a Victor tanto como me odio a mí mismo. ¿E hice
todo esto por qué? Por un hermano que, por mucho que sé ama en su propia manera,
todavía iba a matarme porque pensaba que lo traicioné.

Iba a matarme… después de todo lo que había hecho por él, mi hermano iba a
matarme. Y la chica de la que estaba enamorándose, la chica a la que traté de matar,
tuvo más misericordia por mí que él.

Sólo estoy vivo hoy a causa de ella. Y soy una persona diferente hoy a causa de
ella.

No voy a vivir más a la sombra de mi hermano.

―Sabes ―digo, deslizando una mano entre los muslos de Francesca y apretando
la carne―, tengo que admitir, tu oferta es tentadora.

Se mueve delante de mí y se extiende en mi regazo, y sin siquiera pensar en ello


me llevo un pezón a la boca, apretando firmemente su teta en una mano; la otra mano
todavía entre sus piernas. Empujo dos dedos dentro de ella.

―¿Qué pasa con Emilio? ―pregunto, y luego tiro de su pezón con los dientes.

Sus manos están en la parte de atrás de mi cabello; está lentamente


comenzando a montar mis dedos.
―Emilio aceptará mi decisión ―dice, con los ojos todavía cerrados, su labio
inferior entre los dientes.

―No hablaba de eso ―le digo, y luego le beso la garganta―. Estoy hablando,
¿pensé que lo amabas?

Arrastra la punta de su lengua por un lado de mi cuello y luego me muerde; el


movimiento de sus caderas es como una pequeña ola en mi regazo.

―Lo amo ―dice, jadeando―, pero eso no quiere decir que tenga que
contenerme por él; él no se contuvo por mí, ¿verdad? ―Es tan cortante, esta, es otra
forma en que piensa que está vengándose de Emilio.

Abre los ojos y mira a los míos.

Entonces me besa, a fondo; sus manos agarran mi cabello, tirando de mí hacia


ella. Giro mis dedos dentro de ella y gime, empujando sus caderas contra ellos.

―Y, ¿qué pasa con esa chica tuya? ―dice con voz entrecortada en mi boca―.
¿Supongo que entiendes la línea entre el amor y la lealtad?

Mi boca cubre la suya, nuestras lenguas se enredan.

―No la quiero ―le digo, rompiendo el beso brevemente―. Le tengo afecto.


Follo a quien quiero. ―La beso de nuevo, vorazmente, obligándome a sacar la cara de
Izabel de mi mente, y en silencio condenando a esta perra por ponerla allí.

Con las piernas de Francesca envueltas alrededor de mí, su culo en mis manos,
me levanto con ella a horcajadas sobre mi cintura, y la llevo a la gran mesa de madera
entre dos grandes ventanales que dejan entrar una abundancia de luz natural. Y la
dejo sobre él, empujando el contenido de este fuera del camino, esparciendo artículos.
Abro sus piernas delante de mí con las manos. Pero cuando veo su cara, mirándome
con esos ojos oscuros sin fondo, le doy la vuelta sobre su estómago en su lugar,
tirando de su cuerpo hacia abajo así sus pies tocan el suelo. Quiero hacerle daño;
quiero descargar mis frustraciones en ella, y lo haré.

Ella grita cuando la penetro rudamente; sus manos agarran el borde de la mesa,
pero está demasiado lejos de su alcance así que presiona sus dedos contra la madera
plana para un mejor agarre. Envolviendo la parte trasera de su largo cabello alrededor
de mi mano dos veces, tiro de su cuello hacia atrás, y la follo desde atrás con abandono
violento.
―Eso es todo, Niklas. ―Oigo su voz entrecortada en algún lugar en medio de la
rabia en que mi mente se ha convertido―. Eso es… descárgate en mí. Toda tu ira, tu
odio, así es como me gusta, violento y cruel.

Empujo más duro, no sabía que era posible y ella grita mi nombre, una y otra
vez; su voz ahogada por el placer y el dolor y se queda sin aliento lentamente cuando
tiro de su cabeza hacia mí.

―Fóllame como si quisieras matarme, Niklas.

Agarro la parte posterior de su cabeza y presiono el lado de su rostro contra el


escritorio; presionando todo mi peso sobre ella, mi espalda contra la suya. No puedo
ver bien; todo lo que veo es de color rojo.

Y el rostro de Victor.

Y el rostro de Claire.

Una lágrima cae por mi mejilla. Aprieto mis malditos dientes y empujo más
fuerte. Francesca grita, y no me detengo hasta que me vengo. Y cuando he terminado,
salgo y me echo encima de ella; su espalda subiendo y bajando con respiraciones
pesadas; empuja su culo hacia mí, con ganas de más.

Pero tengo mejores planes.

―Tenías razón ―susurro en su oído, tumbado encima de ella, mi pecho


sudando contra su espalda―. Vengarme de mi hermano es la única manera en que voy
a poder conseguir superar lo que hizo.

―Síííí, Niklas ―susurra con voz sedosa, empujando su culo hacia mí con más
fuerza, como si mi charla de venganza, castigo y muerte la excitara―. Debes matarlo.

Beso la parte posterior de su cuello, arrastro mi lengua por su carne sudada,


muerdo la piel.

―Voy a acabar con él ―le digo, y muerdo el otro lado de su cuello―. En donde
le va a doler más. Pero nunca lo voy a matar porque es mi hermano y lo amo.

―Tan leal ―dice Francesca como si se burlara de mí―. ¿Qué vas a hacer
entonces? ―pregunta―. ¿Dónde le harás más daño?

Pienso en Izabel y digo con honestidad:


―Su Orden. ―Antes de empujar un abrecartas en la parte posterior del cuello
de Francesca. Su cuerpo se pone rígido debajo del mío; se ahoga y empujo el metal en
lo más profundo hasta que oigo un pop. La sangre brota de la comisura de su boca en
una pequeña piscina en el escritorio; una corriente de carmesí corre por la parte
posterior y los lados de su cuello, empapando su cabello oscuro. Un poco más de
respiraciones forzadas y la vida deja a sus ojos.

Me visto y la dejo así, desnuda encima de la mesa sobre su estómago con un


abrecartas sobresaliendo de la parte posterior de su cuello. Y al salir, doy la vuelta a la
cerradura antes de cerrar la puerta, esperando como el infierno ganar al menos unos
minutos para salir de este lugar antes de que alguien se dé cuenta de lo que he hecho.

Pero me detengo en seco cuando veo a una de las hermanas de Francesca, la sin
nombre que tenía sus ojos en mí durante la primera reunión antes de descubrir a la
verdadera Francesca.

Tiene una pistola en la mano.

Mierda…

―Te voy a mostrar la forma más segura de salir de aquí ―dice, y luego coloca el
arma en mi mano, es mi arma, me doy cuenta.

¿Qué coño…?

―Vamos. ―Agarra mi codo y me arrastra―. No hay mucho tiempo. ―Me libera


cuando empiezo a seguirla, y tomamos un ascensor, probablemente utilizado sólo por
los empleados de la mansión, hasta la planta baja. Caminamos rápidamente a través
de la cocina, pasando por una docena de trabajadores que, por las miradas de
preocupación en sus rostros, saben que lo que estamos haciendo no es algo de lo que
quieran ser parte.

La hermana me lleva por un conjunto de pasillos a un oscuro sótano,


empujándonos por los equipos de cocina industrial y cajas apiladas hasta el techo,
hasta que llegamos a una puerta.

―Ve por el lado izquierdo de la mansión ―dice con urgencia en su voz―. Verás
tu auto estacionado. Voy a subir a comprar más tiempo. Si madre entra en la
habitación, no saldrás de la propiedad.

Quiero preguntarle por qué está ayudándome, preguntar su nombre, incluso,


pero no hay tiempo para esa mierda. Sólo la gente estúpida lo hace en las películas.
―Gracias. Creo.

―Soy yo quien debe agradecerte ―dice.

Ella sonríe, empuja la puerta y me voy sin decir nada más. Sólo cuando estoy
dentro de mi auto, salgo de la propiedad sin recibir un disparo en la puerta, y llego a
tres kilómetros de la mansión, dejo escapar el aliento. Mis dedos están blancos en el
volante; una vena palpita en el lado izquierdo de mi cabeza thumpthumpthumpthump
rápidamente.
Niklas

Traducido por Shilo

―¿Hiciste qué? -―Los ojos de Izabel están ardiendo.


Nora se está riendo, sacudiendo su cabeza.
―Oh, vaya, Niklas, qué manera de enojar a tu hermano.
―Nadie te preguntó ―espeto.
Se ríe de nuevo y baja la mirada hacia una revista.
Sian se sienta silenciosamente en un asiento en la ventana con sus piernas
subidas, rodillas presionadas en su pecho.
―No puedo creer que hicieras eso ―dijo Izabel, exasperada―. Toda esta misión
fue para nada, nada excepto tu venganza. Victor hará…
Se detiene.
―¿Hará qué? ―reto, sintiendo como si supiera exactamente lo que va a decir―.
¿Qué va a hacer, Izzy, matarme? Adelante y dilo; sé que quieres.
Traga sus palabras, cruza sus brazos y voltea su barbilla.
―Iba a decir que estará furioso.
Tiro mi cabeza hacia atrás y me río a carcajadas.
―Detén la mierda, Izzy, sé lo que ibas a decir, y sé por qué. Pero no te
preocupes ―continúo―, no me matará; al menos no esta vez. Estará furioso de que me
haya cagado en su día de pago, pero lo dejará ir. ―La señalo rápidamente―. Tengo que
agradecerte por eso.
―¿A mí?
―Sí, a ti. No me mató antes porque lo detuviste. Y no me matará ahora, porque
sabe que no lo perdonarás por eso.
―Eso es mentira, él es tu hermano, Niklas, por eso es que no te va a matar. No
tengo nada que ver con eso.
―Continúa diciéndote eso.
Izabel se pone de pie rápidamente, sus manos apretadas en puños en sus
costados.
―¿Ese es por qué viniste en esta misión? ¿Eso es, verdad? ―Dio un paso
adelante para encararme―. Tu plan todo el tiempo fue ir para cagarte en todo para
vengarte de Victor, ¡por algo que no debería ser culpado!
Tratando de que sus gritos no me afectaran, sacudí mi cabeza y desvié la
mirada, respirando profundamente.
―Cree lo que quieras, Iz; lo vas a hacer sin importar lo que diga.
―Oh, es malditamente bastante obvio para mí, Niklas. ―Señala mi rostro con su
dedo―. Todo lo que has hecho fue por ti mismo, ¡maldito idiota egoísta e infantil!
Hiciste que Nora jugara el rol de esclava para que pudieras pegarle. ―Me golpea el
pecho con la punta de su dedo índice furiosamente, rodando los ojos―. Y luego la
follaste para avergonzarla…
―Oye, nadie me avergüenza ―corta Nora―. Es todo lo que ambos queríamos,
Izabel.
La ignoramos; Izabel me fulmina con la mirada, la fulmino de vuelta. Quiero
agarrar ese dedo suyo pinchándome en el pecho y empujarla al asiento detrás de ella,
pero no puedo convencerme de hacerlo.
―Y la única razón por la que hiciste que jugara a ser tu novia fue para usarme
para vengarte de Victor. ―Su palma se extiende fuertemente por el costado de mi
rostro y una bofetada resuena; sorprendido por el golpe, solo me quedo aquí,
mirándola de vuelta, con los ojos como platos―. Ese beso… ―No puede continuar.
En lugar de desquitarme por golpearme, quiero saber lo que iba a decir,
inclusive más.
―¿Qué pasa con el beso? ―pregunto; mi mejilla está ardiendo.
Las manos de Izabel caen a sus costados. Se ve herida… herida.
Sacude su cabeza y reajusta su expresión llena de rabia, cubriendo
rápidamente la que la hizo vulnerable, la que me dolió por dentro.
―Luego el dinero ―continúa, desviando la mirada, la decepción retorciendo sus
rasgos―, pensé que habías ayudado a Sian porque… ―Sus ojos se fijan en los míos de
nuevo, y en ellos está el mismo disgusto y odio por mí que siempre vi cuando la
miraba después de que empezáramos a trabajar juntos. Y esa mierda duele más que
cualquier cosa, sé ahora que soy el que se debe de ver herido―. La única razón por la
que salvaste su vida fue para… eres un oportunista; gastaste cada pizca de ese dinero
porque sabías que molestaría a Victor. ¡Y no tenías intención de buscar a Olivia Bram!
―Eso es suficiente, Izzy. ―Una profunda inhalación agita mi pecho; mis manos
colapsan en puños; aprieto mis dientes.
Da un paso para encararme de nuevo, coloca su dedo en mi rostro de nuevo,
osadamente, acusadoramente, despiadadamente.
―Eres la persona que sabía que eras, Niklas… una escoria, pedazo de mierda,
que piensa en nadie más que en sí mismo…
―Dije que es suficiente… ―Respira, Niklas, solo respira, maldita sea.
―No eres nada, solo eres un…
Mis manos se levantan por cuenta propia y caen pesadamente en los hombros
de Izabel y la empujo a la silla, el respaldo ajustable rebotando por el peso y
deteniéndose abruptamente. Los ojos de Izabel están redondos, sus manos agarran los
reposabrazos plásticos del asiento; su cabeza está presionada contra el respaldo como
si no pudiera alejarse lo suficiente de mí. Con mis manos todavía en sus hombros me
acerco inclinándome, a centímetros de su rostro estupefacto.
―¡Estás equivocada! ―gruño, poniendo presión en sus hombros,
sacudiéndola―. Vine a esta misión porque me querías aquí, ¡vine aquí por ti! ¡No por
Victor, ni siquiera para vengarme de él! ¡Vine para protegerte a ti! ―Señalo su rostro,
justo en medio de sus ojos―. Todo lo que pasó, con la excepción de matar a
Francesca… ―Ni siquiera puedo decirlo; no puedo porque… no sé. ¿Por qué me
importa defenderme ante ella? ¡Que se vaya a la mierda! ¡Ni siquiera me conoce!
Liberando bruscamente su hombro, doy un paso atrás y me alejo de ella. No
puedo verla.
Que se vaya a la mierda…

Izabel

¿Qué he hecho? ¿Por qué me siento tan… como la peor persona del mundo?

Niklas me da la espalda y agarra su maletín del asiento cruzando el pasillo; lo


lleva tres asientos más allá y se sienta para que no pueda ver nada de él salvo la parte
trasera de su cabeza.
Siento una lágrima de culpa quemando en mi ojo, bajando por mi mejilla; la
limpio rápidamente con el borde de mi pulgar.

―Niklas… ―trato de decir, pero me doy cuenta que el sonido de mi voz muere
antes de que su nombre salga.

―¡Emilio!

Nuestras tres cabezas se levantan, volteándose en la dirección de Sian justo


cuando ella está prácticamente volando de su asiento por la ventana. Niklas se levanta
rápidamente, agarrándola por la cintura antes de que pase más allá de él y fuera del
avión. Agarra su pistola de sus pantalones. Nora agarra su pistola del asiento vacío
junto a ella y se apura a la puerta del avión más allá de mí con Niklas.

―¡Suéltame! ¡EMILIO! ¡EMILIO!

Corro detrás de ellos, tomando a Sian en mis brazos, tratando de contenerla,


pero está probando ser más fuerte ahora que las drogas han dejado su sistema.

―Siéntate ―le digo, empujándola en un asiento casi tan bruscamente como


Niklas me había empujado.

―¡SIAN! ―La enojada voz de Emilio resuena.

Dos cañones de pistolas están apuntados a la cabeza de Emilio cuando sube


rápidamente los escalones para subir al avión. Apenas puedo mantener a Sian
contenida en el asiento; sollozando, entierra sus uñas en mi brazo.

―¡Por favor! ¡Déjame ir!

Cuando Emilio la ve, alivio y angustia invaden sus rasgos; no puede moverse
hacia ella al menos que quiera recibir un disparo, pero él… oh Dios mío, sí la ama.
Puedo verlo en sus ojos.

―¿Cómo sabías dónde encontrarnos? ―demanda Niklas.

―Los seguí cuando dejaron la mansión ―dice Emilio, pero no puede apartar sus
ojos de Sian―. Ahora déjenla ir; déjenla ir o los mataré.

―Ella es mía. ―Niklas empuja la pistola hacia Emilio, retándolo a acercarse.


De repente Emilio cae en la cuenta… no somos quienes afirmábamos ser.
Aparta la mirada lo suficiente de Sian para ver a Nora apuntando un arma hacia él, de
pie junto a Niklas como su igual y no su esclava; Emilio está confundido.

―¿Quiénes son ustedes? ¡Lo sabía! Son un fraude. Sian, ¿te hicieron daño? ¿Él te
tocó? ―Su voz empieza a subir, empieza a moverse hacia delante de todas formas,
queriendo llegar a Sian, hasta que Niklas y Nora le recuerdan quién está a cargo, y se
detiene.

―Ellos me ayudaron ―dice Sian por sobre las pocas filas de asientos―. Nadie
me lastimó, Emilio.

Los ojos de Emilio se mueven rápidamente entre Sian y Niklas; tiene una clara
necesidad de respuestas.

―Sal del avión ―le advierte Niklas a Emilio, caminando hacia adelante para
forzar a Emilio a retroceder.

―Siéntate ―le digo a Sian, y me levanto del asiento. Bajo la mirada hacia su
torturado rostro, buscando su mirada, esperando hacerla confiar en mí―. Por favor
solo espera aquí; déjame hablar con ellos.

Asiente, lágrimas bajando por sus mejillas.

―Niklas ―digo, moviéndome hacia ellos―. Déjalo entrar.

―Retrocede, Izabel.

―Niklas, por favor… se aman, hasta eso es obvio para mí; déjalo entrar al avión.

―Mentira. ―Niklas mantiene sus ojos y arma fijas en Emilio―. Este hijo de puta
está enfermo; la familia entera está demente; ¡se folla a su hermana por el amor de
Dios!

―¡Nunca la he follado! ―ruge Emilio. Sube de nuevo las escaleras a pesar de las
armas apuntadas a su rostro. (Por favor no le dispares, Niklas, por favor no le
dispares)―. Francesca y yo fuimos cercanos toda nuestra vida, más cercanos que
cualquiera de nuestras hermanas; éramos todo lo que el otro tenía… y tienes razón,
¡nuestra familia está demente! Pero Francesca, mientras crecía, su amor por mí
evolucionó a algo… diferente. Nunca me rendí a él completamente, pero hice lo que
tenía que hacer… ¡Y nunca la follé! Necesita ayuda, siempre la ha necesitado. Pero no
voy a ser el que le ayude, he querido irme por años.
―¿Entonces por qué estás todavía aquí? ―pregunta Niklas, y puedo darme
cuenta que no cree una sola cosa de lo que Emilio está diciendo… o no quiere
hacerlo―. ¿Por qué rendirse ante Francesca siquiera?

Emilio suspira y mira brevemente el piso.

―Porque es mi hermana ―responde, levantando sus ojos, llenos de vergüenza y


conflicto―. Por un largo tiempo solo fingí; esperé que cambiaría, pero no lo hizo… se
puso peor. ―Mira a Sian―. Luego Sian apareció y yo cambié, también. Le juré que le
ayudaría a escaparse, que nos iríamos juntos.

―¿Entonces por qué no lo han hecho? ―pregunta Nora.

―Estaba esperando por el momento preciso ―dice Emilio―. No es tan fácil


como pareciera; las cosas debían hacerse… cuidadosamente.

―Parece que fue bastante fácil para nosotros ―agrega Nora.

―No. ―Emilio sacude gravemente su cabeza; un nudo se mueve bajando el


centro de su garganta―. Ustedes no entienden, no podíamos solo irnos.

―Francesca era una perra malvada. ―Niklas dice lo que piensa―. Le concedo
eso, pero además de la mierda que hizo a puerta cerrada, no parecía mucho más… su
seguridad inclusive era una broma para mí. Si temías que te siguiera, dudo que
hubiera llegado lejos.

Niklas tiene razón: la seguridad en la mansión no era tan de primera como


Victor nos advirtió que sería. Me sentí más en peligro en la mansión de Arthur
Hamburg en Los Ángeles de lo que me sentí aquí en Italia. No tiene sentido.

―No es Francesca quien nos encontraría y mataría ―dice Emilio―. No es de mi


hermana de quien todos tienen miedo, lo crean o no, es nuestro padre, Vincent
Moretti. Francesa era su favorita, su Chiquita. ―Mira a Sian de nuevo y dice―:
Estaremos huyendo para siempre, amor; mi padre, cuando se dé cuenta de Francesca,
que la abandoné, abandoné a la familia, me perseguirá y nos matará a ambos.

―Entonces moriremos juntos ―promete Sian, ahora de pie detrás de mí;


extiende su mano hacia Emilio.

Me muevo a un lado para dejarla pasar.

―Niklas, déjala ir ―digo, justo cuando empieza a moverse hacia ella.


A regañadientes Niklas se hace a un lado mientras Sian pasa a su lado
rápidamente y cae en los brazos abiertos de Emilio. Los sollozos sacuden su cuerpo, él
la envuelve en su abrazo.

―Nuestra hija ―dice Sian, llorando, palpando el rostro de Emilio con sus
manos―. ¿Dónde está?

―Miren. ―Niklas alza la voz, finalmente bajando su arma―. No tenemos tiempo


para esta mierda. Llévatela si eso es lo que quieres hacer, pero nosotros nos vamos.
―Pensé por un segundo que Niklas podría decirle a Emilio la noticia de la muerte de
su hermana, pero se la guarda, lo que probablemente es mejor.

―Tengo un plan, amor. ―Emilio besa sus labios, su nariz, sus ojos, el moretón
debajo de un ojo―. Solo estoy feliz de que estés bien. ―Mira a Niklas―. Gracias, no
estoy seguro de quién demonios eres, y todavía no me agradas, pero gracias por
ayudar a Sian.

―No la ayudé ―dice Niklas, mordazmente―. Me importa una mierda lo que le


pase a esa chica. ―Mete su pistola en la parte trasera de sus pantalones, luego camina
más allá de Nora y va de vuelta a su asiento.

Eres un mentiroso, Niklas… te importa, te importa.

No me mira cuando se sienta.

―¿Puedes ayudarlos? ―dice Sian a Emilio―. Vinieron buscando a una de las


cortesanas, ¿puedes decirles cómo encontrarla?

Emilio nos mira a los tres en turnos, inseguro, reacio, pero agradecido y
ultimadamente dispuesto.

―Porque ayudaron a Sian ―dice Emilio y busca en su bolsillo―, haré lo que


pueda. ―Saca un pequeño llavero con tres llaves plateadas, colgando de él está una
típica memoria externa. La desengancha de las llaves y la sostiene hacia mí en la
palma de su mano―. Me mantuve al día con los libros ―dice―, en la memoria
encontrarán las fotos y la dirección de todas las chicas que trabajan para mi familia.

¡Esto no puede ser real! ¡Un golpe de suerte sólido e inesperado para encontrar
a Olivia Bram! Pensé que de seguro la esperanza estaba perdida, que nunca
estaríamos cerca de llevarla a casa. Bajo la mirada a la mano de Emilio, casi temerosa
de tomar el dispositivo por miedo a que solo se desvaneciera y todo fuera solo un
sueño.
―Es suyo ―dice Emilio, urgiéndome a tomarlo.

―Gracias.

―Necesitamos irnos ―le dice Emilio a Sian―. No tenemos mucho tiempo.

Justo antes de que Emilio lleve a Sian a bajar los escalones, se suelta de su
mano y lanza sus brazos alrededor de mí.

―Gracias, Izabel ―dice, y luego mira de vuelta a Niklas, quien no se molesta en


mirarla incluso cuando dice―: Eres un buen hombre; nunca olvidaré lo que hiciste por
mí.

Ni siquiera le responde.

Emilio y Sian le asienten a Nora por último, justo antes de descender los
escalones y desaparecer de la vista.

―¿Niklas? ―digo.

―¿Qué?

Camino hacia él.

―Sé que piensas que es una pérdida de tiempo…

―Dame la memoria ―dice, alcanzándola y tomándola de mi mano.

Los tres revisamos los perfiles de las chicas en la memoria por veinte minutos,
más de cien de ellos, hasta que finalmente ocurre un milagro y vemos el rostro de
Olivia mirándonos fijamente, la misma marca de nacimiento debajo de su ojo
izquierdo, del tamaño y forma de la astilla de una almendra, cabello castaño y ojos
castaños y cansados. La vida le ha pasado la factura, pero está viva.

No puedo creer que esté viva…

―Tal vez podemos terminar esta misión con algo para mostrar ―dice Nora―.
Llevarle a su hija de vuelta podría ser suficiente para satisfacerlo; Victor puede decirle
al cliente que Francesca Moretti fue asesinada en defensa propia, que no pudo haber
sido evitado.

―Resolveremos todo eso después ―digo―. Solo encontremos a Olivia Bram y


partamos desde ahí. ―Me doy la vuelta hacia Niklas, quien todavía no me mira, y me
aplasta, pero lo merezco―. ¿Niklas? ―digo cuidadosamente, esperando obtener una
mirada de reojo al menos―. Nora y yo nos podemos ir, si quieres.

Cierra su portátil y se levanta.

―Estoy listo cuando ustedes lo estén ―dice―. Nora, quédate aquí; si alguien
viene a buscarnos, avísame. No quiero caminar hacia ninguna emboscada cuando
volvamos.

―¿Y qué pasa conmigo? ―pregunta Nora, sonriendo.

―Puedes arreglártelas sola ―dice―. Espero que no esperes que te sostenga tu


puta mano ahora porque dormimos juntos.

Nora se ríe. ¿Cómo no puede estar ofendida? Lo golpearía en la cara por un


comentario como ese.

―Cariño ―dice, sonriendo, batiendo sus párpados―. No estuviste tan bueno.

―¿No lo estuve? ―Niklas está siendo jocoso, sabe que está llena de mierda, yo
sé que está llena de mierda―. Entonces cuando esté de vuelta, no te importará tratar
otra vez.

Nora se encoge de hombros.

―Claro. Te dejaré tratar de nuevo.

―Esperen un maldito minuto ―digo, levantando mi mano―. Nadie está follando


en este avión conmigo en él. ―Agarro a Pearl y luego mi arma y me empujo a través de
ellos hacia la salida―. Estoy rodeada de locos.

Niklas se encuentra conmigo en el auto rentado ni siquiera un minuto completo


después; se mete en el asiento del conductor, enciende el motor. Antes de poner el
auto en primera, me mira. Creo que va a decir algo acerca de nuestra discusión, acerca
de que soy la perra más grande del planeta ―quiero que lo diga― pero la esperanza se
extingue cuando dice en lugar:

―Voy a dejar esto claro, si Olivia Bram no está ahí, no podemos esperarla, y no
podemos quedarnos aquí por otra noche; sé que quieres salvarla, pero…

―Pero tienes razón ―lo corto―. Cuando encuentren a Francesca, no pasará


mucho tiempo antes de que nos encuentren. Sé que tenemos que irnos de aquí y
pronto, probablemente ni siquiera deberíamos ir por ella ahora. ¿Crees que sea un jefe
de la mafia o algo; Vincent Moretti?

Niklas pone el auto en marcha y nos alejamos rápidamente.

―Lo que sea o quien sea ―dice, manteniendo sus ojos en el camino―, va a estar
enojado, y va a estar buscándonos a los tres. Había cámaras en cada cuarto de esa
mansión, estoy seguro de que estoy en cámara… matando a Francesca, entre otras
cosas.

Y nuestro ADN, en las copas de vino; las huellas dactilares de Nora en la pared
donde Niklas la azotó; mi cabello por todo el piso. En realidad todo fue inevitable; si
las cosas hubieran salido como lo planeado y hubiéramos conseguido secuestrar a
Francesca, todavía estaríamos siendo perseguidos hasta cierto punto, pero si hay un
Papá Oso ahí afuera más terrorífico que Francesca, eso cambia mucho las cosas. La
única cosa que me consuela es que sin importar qué rastros de nuestras identidades
tuvimos que dejar atrás, todos somos todavía muy difíciles de encontrar, no teniendo
verdaderas vidas fuera de La Orden de Victor, sin evidencias en papel, sin nada de
nada. Pero todo lo que se requiere es un desliz, una pequeña cosa, y podíamos
terminar tan muertos y olvidados como las personas que estábamos contratados para
matar.

Espera… ¿a qué se refería Niklas con “entre otras cosas”?

Ni siquiera voy a preguntar.

Mi visión se desenfoca en los colores de la pantalla del GPS.


Fredrik

Traducido por Jenn Cassie Grey

Creo que Dorian Flynn sabía que algo no estaba bien al segundo que recibí la
llamada, cuando Victor le dijo que no encontrara en un viejo barco de pesca llamado
Valerie Lou. Pero el chico vino de todas formas, y tengo que respetarlo por eso. Los
tres hemos estado navegando sobre el agua, adentrándonos en el mar por una hora
ahora, pero siento el bote desacelerando, escucho los engranajes cambiando mientras
nuestro conductor, Mack quien trabaja para Victor también, finalmente nos detiene en
el desolado Atlántico. El bote apesta a pescado, pero estoy acostumbrado a vivir en la
costa; y está lleno con viejos anzuelos y secas redes rotas y… bueno es una mierda de
bote y voy a necesitar una ducha después de esto.

Por unos cuantos minutos todo lo que puedo escuchar es el agua golpeando
gentilmente un lado de Valerie Lou mientras se balancea en la superficie. Nadie habla.
Nadie se aclara la garganta. Nadie se mueve así que ni siquiera el sonido de la tela
interrumpe al sonido del agua. Pero a pesar del casi perfecto silencio, los
pensamientos pasando por todas nuestras mentes, mayormente la de Dorian, estoy
seguro, son suficientemente altos como para ser escuchados.

Entonces Dorian se inclina y se saca una bota, solo una bota, lo que encuentro
divertido.

―No puedo decir que no esperaba esto ―dice.

Se pone de pie.
―No voy a tratar de convencerlos de otra cosa ―continúa, mirando solamente a
Victor. Sonríe, y una clase de paz pasa por sus ojos debajo de la luz de la luna―. Una
parte de mí quiere hacerlo, pero la verdad es que siempre tenía miedo de hacerlo por
mí mismo, así que me están haciendo un favor.

Victor asiente respetuosamente. ´

―¿Al menos podrían…?

―Me aseguraré que Tessa obtenga la llave de la caja fuerte ―dice Victor.

―Gracias.

Más silencio.

Lo admito, me siento algo mal por el chico. No necesariamente por lo que


estaba punto de pasar, sino porque era un alma torturada y naturalmente tenía
empatía por las personas con las que me podía identificar. Sabía sobre los demonios
de Dorian porque me lo dijo varias veces cuando éramos emparejados; él insistía una
y otra vez en cuán “infeliz” era, siempre le restó importancia a la severidad de la
misma, usando palabras como “infeliz” cuando “muriendo por dentro” habría
encajado mejor, cómo se puso una pistola en su boca docenas de veces pero estaba
demasiado asustado de jalar el gatillo, en cómo la única mujer que alguna vez amó no
quería tener nada que ver con él.

Pero siempre hablaba sobre esas cosas como si fueran una broma; hacía
comentarios sabiondos y reía y entonces más tarde estaba en una cama con alguna
chica al azar porque el sexo era lo que lo hacía sentir mejor, típico de Dorian Flynn; no
puedo decir que soy demasiado diferente en ese aspecto, en realidad. Regularmente
me pregunto si él no fuera de la manera que era, descarado y temerario y bocazas
porque quisiera morir en el campo. Pero no me importaba demasiado, empatía o no,
Dorian era su propio hombre, y nunca fui su cuidador. Tenía, y aún tengo, suficiente
con mis propios demonios con los que lidiar, y lo mío era suficientemente pesado
como para llevarnos a nosotros cuatro al fondo del Atlántico con Valerie Lou. La única
diferencia entre yo y Dorian en este momento es que él quería morir y yo no estaba
listo. Aún.

―Y dile a Izabel que lo siento ―dice Dorian.

La pistola de Victor aparece, pero por el momento la mantiene bajo a su lado.


―Debería decirte ―habla Victor―, que contemplé darte un pase. Por el bien de
Izabel, por supuesto, porque sé que matarte la herirá profundamente y no tengo la
costumbre de lastimas a la mujer que amo.

―¿Qué te hizo cambiar de opinión? ―pregunta Dorian.

Victor suspira, casi imperceptiblemente; parece como si algo lo estuviera


molestando, lo que encuentro todavía más divertido que a Dorian quitándose solo una
bota.

―Como leí en los archivos que Dan Barret me dio ―comienza Victor―, los
muchos archivos que tú, Flynn, les diste traicionándome, me encontré con algo
bastante interesante.

¿Oh? Esto era nuevo para mí, también. Alzo una ceja, escuchando atentamente.

―¿Qué era? ―pregunta Dorian.

Victor hace una pausa y entonces responde:

―Había alguna información en particular incluida en esos archivos que tú no


podrías haber sabido antes de la fecha en que Nora Kessler no tuvo en esa habitación
con ella, forzándonos a cada uno de nosotros a confesar nuestros secretos. Lo que solo
puede significar que incluso después de que tú fueras expuesto como un traidor hacia
mi Orden, después de que juraras en tu celda que eras leal a mí, seguiste
traicionándome pasándole esa información más tarde a la primera oportunidad que
tuviste.

La cabeza de Dorian baja.

―Lo sé ―dice, y entonces alza sus ojos―. Lo sé… creo que la única cosa que
lamento, Victor, es que tú lo hayas leído.

Victor asiente una vez más.

Entonces Dorian se gira, colocando su espalda hacia Victor, y sus ojos hacia la
vastedad del océano ante él. Tengo que preguntarme qué está pensando, porque
siempre me pregunto sobre lo que un hombre está pensando cuando sabe que está a
punto de morir. Encuentro más y más que estoy bastante intrigado con el
pensamiento: ¿Qué está pensando? Que tan solo eso me está envolviendo como un
asesino.

Pero eso es otra historia.


Victor alza su arma a la parte trasera de la cabeza de Dorian, y entonces el
disparo suena sobre el océano, agitando el sonido del agua. Dorian cae, su cuerpo
cayendo en un montón sobre los escombros del suelo. Mack sale de la cabina después
y prepara el cuerpo para lanzarlo por la borda.

Sigo a Victor hacia la popa, me siento a su lado en el banco de fibra de vidrio.


Nos sentamos callados por un largo tiempo, tomando la sombría verdad del momento.

―Entonces ¿le dijo a sus superiores todo lo que pasó con Nora? ―pregunto―
¿Todo lo que fue dicho?

―Sí.

Es la única respuesta que da, y tengo el presentimiento de que hay más de lo


que parece. Pero conozco a Victor lo suficientemente bien para saber que si hay algo
que quiera decirme, habría sido dicho ya.

―No podía permitir que la traición de Flynn se deslizara a través de las grietas.
―Mira hacia el agua―. Me molesta inmensamente que incluso lo haya reconsiderado,
incluso por el bien de Izabel. Pero hice lo que tenía que ser hecho. Y seguiré haciendo
lo que debe ser hecho. Izabel tendrá que entender.

―¿Y si no lo hace?

―Lo hará.

Asiento y digo:

―Bueno si significa algo, creo que ella entenderá. Es fuerte, Victor; tal vez es
demasiado emotiva a veces, pero creo que está en esto para largo plazo. ―Hago una
pausa, miro hacia arriba y continúo―: Y nunca podría estar seguro antes, pero
realmente creo que no está comprometida a esta vida solo por ti. La quiere por sí
misma también.

―Sí, lo hace.

Un chapoteo rompe el repentino silencio mientras Mack empuja el cuerpo de


Dorian por un lado del bote.

―¿Qué le dirás a Dan Barrett y a sus hombres? ―pregunto.

―La verdad ―dice sin pausa―. La muerte de Flynn los advertirá.


El silencio crece nuevamente, entonces Victor se gira para mirarme, haciendo
contacto visual por primera vez.

―Este trabajo con Kenneth Ware de encontrar a este asesino serial ―dice―, te
lo estoy dejando completamente a ti. Haz con él lo que quiera hacer, trabaja con Ware
tan cercanamente como quieras, toma la misión por ti mismo y obtén el pago
completo. ―Mira por delante de él―. Tengo demasiado en mi plato donde Vonnegut y
La Orden son importantes, para estar ocupándome con otros, menos importantes
asuntos, no importa cuánto dinero esté en juego.

―Entiendo.

―Vonnegut es mi prioridad número uno ―continúa―. Y sé que siquiera antes


de que pueda eliminarlo o hacerlo caer, cosas en mi propia Orden necesitan ser
resueltas: Necesito saber qué tan confiable es Nora Kessler; también necesito saber
que mi hermano está conmigo, o dejarlo atrás y seguir adelante, hay demasiados hilos
sueltos, Fredrik. No necesito más.

Ese último comentario, se sintió como una advertencia, dirigida hacia mí.

Me estiro hacia atrás y paso mi mano contra la parte trasera de mi cuello


sonriendo.

―Bueno no te preocupes por mí; sé que me fui hasta el fondo un rato después
de Seraphina, pero creo que voy a estar bien, estoy bien ahora. ―No estoy bien. Solo
diferente.

Él no dice nada. Y lo deja estar.

Victor siempre me ha conocido mejor de lo que me gustaría; es demasiado


como yo en esa forma: puede decir lo que un hombre está pensando, puede ver dentro
de una persona, saber qué esperar mucho antes de que pase. Fue entrenado para
saber esas cosas, lo mío fue un aprendizaje por experiencia en la vida. Y sería un tonto
si pensara que él no puede ver lo que se esconde detrás de mi máscara ahora, o al
menos un vistazo de ello: que estoy cambiando, que lo que solía mantenerme a raya ya
no me está funcionando más. Es como la heroína: La he estado usando durante varios
años; he agotado todas mis venas, e incluso aunque la droga se ha desvanecido, y cada
vez que la inyecto siento los efectos que una vez me drogaban cada vez más bajos, mi
cuerpo necesita la droga; no solo la anhela, la necesita incluso aunque el efecto no lo
acompañé ya. Necesito algo más fuerte.
Valerie Lou nos lleva de regreso a Boston, y admito que todo el camino hasta
allá pienso en Dorian descansando en el fondo del mar.
Niklas

Traducido por Flochi

Ir detrás de esta chica en este momento es probablemente un error; no


hará ningún bien a Olivia Bram si somos asesinados en el proceso de intentar salvarla.
Una parte de mí siente que deberíamos regresar, meternos en ese avión e irnos antes
de que los Moretti nos encuentren; tomar la información que Emilio nos dio de las
cortesanas y planear algo nuevo para llevarla a casa. La otra parte, la parte que por lo
general gana, está diciendo que se vaya todo a la mierda, que acabemos con esto.

Izabel y yo encontramos la residencia, el cual es un viejo edificio de


apartamentos ubicado en el centro de la ciudad. Las personas de la comunidad suben
y bajan las calles montados en bicicletas y scooters. Nos estacionamos en una calle
lateral y caminamos el resto del camino hacia el edificio por un callejón.

―Creo que ese es ―dice Izabel cuando llegamos a una puerta a un lado de la
calle―. Segundo piso.

Ambos respiramos hondo y entramos. Cuando llegamos a la puerta, Izabel es


quien llama a la puerta. Y entonces esperamos. Ansiosamente sigo mirando por
encima de mi hombro, esperando ver hombres con armas en mano viniendo hacia
nosotros.

Izabel vuelve a llamar, todavía sin respuesta. Me echa un vistazo con


nerviosismo. Llamo una tercera vez, golpeando mis nudillos con fuerza contra la
madera pintada de verde. Se puede escuchar en el interior movimiento; una luz debajo
de la rendija de la puerta parpadea cuando alguien camina a través de ella. Contengo
la respiración cuando escucho el sonido de metal sobre metal, una cerradura
deslizándose al ser abierta, y luego un clic antes de que la puerta se aparte del marco.

―¿Quiénes son? ―Llega una voz suave pero exasperada a través de la grieta.
―Soy Izabel. ―Señala en mi dirección―. Y este es Niklas.

Todo lo que podemos ver de la chica es una franja de tres centímetros de su


rostro, parte de un ojo, pero no el que mostraría la marca de nacimiento distintiva; y el
resto de ella está rodeado por la oscuridad; una lámpara arde de un brillo naranja en
alguna parte en el fondo.

―¿Qué quieren? ―pregunta la chica.

Izabel me mira, sin estar segura de qué decir, pero entonces regresa y
responde:

―Tenemos algo para ti; si nos dejas entrar puedo explicarte. Sólo tomará un
minuto.

―Lo siento ―dice la chica y va a cerrar la puerta―, pero lo que sea no estoy
interesada.

Izabel pone la mano en la puerta, impidiéndole cerrarla completamente.

―¿Eres Olivia Bram?

La chica queda inmóvil con un agudo pero silencioso jadeo; sus ojos se lazan de
un lado a otro entre Izabel y yo. Le toma un momento, pero intenta volver a cerrar la
puerta.

―No. no lo soy. Mi nombre es Alana. Y estoy ocupada, por lo que tendrán que
disculparme…

Izabel empuja la puerta abriéndola completamente; la chica, asustada, se


tambalea unos pasos hacia atrás en el salón tenuemente iluminado.

―No sé quién demonios son ustedes ―dice, casi tartamudeando―, pero será
mejor que salgan de mi apartamento o llamaré a seguridad.

―Tu nombre es Olivia Bram ―dice Izabel, moviéndose con cuidado hacia ella―.
Fuiste secuestrada cuando tenías quince años mientras estabas de vacaciones con tus
padres y has estado perdida por siete años. Vinimos para llevarte a casa. ―Izabel
tiende la mano, supongo que para calmar a Olivia porque ella se ve asustada, pero
Olivia da otro paso hacia atrás―. Tu padre se encuentra aquí en Italia esperándote
―agrega Izzy.
―Mi nombre es Alana ―dice la chica, que sin lugar a dudas es Olivia Bram, y
entonces alcanza un pequeño cajón en la mesita detrás de ella que sostiene la lámpara.

―No busques el arma ―la advierto, golpeando con mi dedo índice el costado de
mi arma presionada contra mi muslo―. No estamos aquí para hacerte daño, sólo para
llevarte a casa.

―Esta es mi casa ―dice Olivia, y hay un tono mordaz en sus palabras cuando
cambia el miedo por desafío―. No me voy a ir a ninguna parte. ―Se cruza de brazos
encima de la blusa negra; la parte superior de tres botones ha quedado desabotonada,
revelando su escote. Usa una larga falda negra suelta que cae hasta sus rodillas. Está
descalza.

Enciende un cigarrillo de la mesa de la lámpara y entra a la cocina.

―Tu padre te ha estado buscando por años, Olivia ―dice Izabel, siguiéndola.

Hago lo mismo, apartando mi arma en mis pantalones; mantengo mis ojos y


oídos abiertos, especialmente consciente de los sonidos del exterior del
departamento.

―Bueno, no buscó mucho ―espeta Olivia. Le da una larga calada a su cigarrillo


y entonces agrega con humo saliendo de sus labios―: Recuerdo el día que sucedió;
estuve en el asiento trasero de ese maldito auto por unos diez minutos antes de que se
fueran conmigo, y observé a mis padres pasar esos diez minutos mirando una jodida-
joyería-de-turista debajo de la tienda de un vendedor, ni siquiera lo supieron. Los
hombres que me tomaron sabían, como si sucediera todo el tiempo, que nadie los
vería sentados a plena vista; sabían que nadie notaría cuando me secuestraron y me
lanzaron en el asiento trasero de ese auto. Porque los turistas son jodidamente
estúpidos; están tan enfocados en todo lo que les rodea que no se dan cuenta que
desde el segundo en que dan un paso fuera del avión en un país extranjero están
siendo observados, siendo el blanco de hombres como los que me tomaron. ―Olivia da
otra calada y entonces se ríe, sus hombros huesudos moviéndose hacia arriba y abajo.
Sacude la cabeza―. Sus hombres eran tan buenos que tuvieron el tiempo suficiente
para tomar a otra chica de la multitud y empujarla en el auto conmigo. Diez minutos.
Dos chicas. Plena luz del día. Y nadie lo vio. Me pregunté por mucho tiempo cuánto le
tomó a mis padres darse cuenta que yo faltaba. ―Pone el cigarrillo en un cenicero,
luego se cruza de brazos, sonriéndonos―. ¿Dijiste que mi padre me ha estado
buscando todo este tiempo? ¿Qué hay de mamá? ―Resopla―. ¿Supongo que se dio por
vencida? No me sorprende; ella era un lío emocionalmente inestable de mujer de
todas maneras.
―Tu madre se suicidó no mucho después de tu secuestro ―dice Izabel.

La sonrisa desaparece del rostro de Olivia, y por un segundo no se mueve, salvo


los ojos. Y entonces se ríe en voz baja, intentando ocultar el dolor de tales noticias
cubriéndolo con humor y una actitud de qué mierda me importa.

―Probablemente sea mejor ―dice, negando.

Vuelve a tomar el cigarrillo y lo fuma antes de aplastar lo que queda en el


cenicero.

―Como dije ―comienza―, esta es mi casa, y no me voy a ninguna parte. Tengo


todo lo que necesito aquí; personas que me protegen y se preocupan por mí…

―A esas personas no les importas una mierda ―la interrumpe Izabel―. Y sólo
te protegen porque eres su fuente de ingresos. ¿Qué crees que sucederá cuando seas
mayor, y los clientes bien pagos quieran a alguien más joven para satisfacer sus
fetiches enfermizos? ¿Crees que los Moretti van a pagarte tu vivienda y poner comida
en tu mesa cuando dejes de darles beneficios?

―No espero vivir tanto tiempo ―responde Olivia; una pequeña sonrisa se
desliza en sus labios―. Que se vaya a la mierda el hacerse vieja, mis tetas no se
mecerán hasta mis rodillas cuando muera. Voy a morir hermosa, fuerte y sexual, voy a
morir de la misma manera que viví. Y todavía tengo mucho tiempo. ―Menea sus
caderas cuando se aproxima a Izabel, deteniéndose frente a ella y alargando la mano
para tocar el rostro de Izabel.

Izzy se lo permite.

―No sé qué demonios le sucedió a tu cabello ―dice Olivia, alisando con sus
dedos la mejilla de Izabel―. Pero eres hermosa. Podría arreglarlo para ti; podría hacer
muchas cosas para ti… ―me mira y sonríe―, por ambos, si me dejaran.

―Estamos aquí para ayudarte ―dice Izabel, la desesperación en su voz


ahogando la esperanza desvaneciéndose.

Los dedos de Olivia se deslizan por el cuello de Izzy, hacia su hombro.

―Él puede follarme mientras te sientas en mi cara ―dice, se inclina e intenta


besar a Izzy, pero ella la empuja con cuidado.

Olivia echa la cabeza hacia atrás y ríe, entonces se aparta, pasa a mi lado y
regresa a la sala en dirección a la puerta principal.
―Creo que deberían irse ―dice, poniendo la mano en el picaporte―. Tengo un
cliente en veinte minutos.

Me muevo al lado de Izzy y me detengo frente a Olivia, apretando los dientes.

―Vas a venir con nosotros ―exijo―. Aunque tenga que ponerte sobre mi
hombro…

―Niklas ―escucho la voz de Izzy detrás de mí; su mano cae en mi hombro―,


tenemos que irnos.

―Sí, lo haremos ―digo―, tan pronto como esta chica se ponga unos malditos
zapatos…

―No ―dice Izzy suavemente, y mis hombros rígidos se suavizan con una caída
desalentadora―. Ella está rota y no hay nada que podamos hacer para ayudarla.

―Ella tiene razón ―dice Olivia, sonriendo; da la vuelta al picaporte y abre la


puerta―. Deberían estar en camino; vayan a jugar al héroe con alguien que quiera ser
salvado. Yo no. Disfruto mi vida. Y me cortaré las muñecas de la manera correcta antes
de permitir que alguien me lleve de mi vida otra vez.

Miro a su muñeca, la que está sosteniendo la puerta abierta, y veo que no es


ajena al intento de suicidio: una cicatriz se extiende horizontalmente de lado a lado, y
en todo lo que puedo pensar es cómo estas personas se metieron en problemas para
salvar su vida para poder sacar dinero de ella. Debió haberlo hecho mucho antes de
que fuera puesta en este servicio, tal vez la cicatriz fue lo que la metió en este servicio.
¿Cuánto tiempo le tomó aceptar en lo que su vida se había convertido, y dejar de
querer acabar con ella? ¿Cuánto tiempo antes de que su fortaleza la abandonara y se
rindiera completamente a estas personas, olvidando quién era? Y entonces imaginé a
Izabel… no, imaginé a Sarai, encarcelada en México la mayor parte de su juventud.
Pero ella todavía está aquí. Ella luchó y ganó… de verdad es la persona más fuerte que
he conocido.

Izabel y yo salimos al pasillo.

―No le digan a mi padre que me encontraron ―dice Olivia―. Si viene aquí, sólo
terminará haciendo que se suicide. Y además, no quiero verlo. Nunca quise volver a
verlo. Esa vida acabó. ―Y entonces cierra la puerta en nuestras caras; la cerradura de
metal al otro lado se desliza en su lugar.
No hablo de camino al avión, pero mi silencio no se debe solamente a que no
hayamos podido ayudar a Olivia. Todo tipo de mierda pasa a través de mi cabeza,
desde las pocas personas que me importan, a las muchas que no. E incluso en el avión,
sobrevolando el océano, me mantengo retraído. Nora me pregunta una vez sobre esa
sugerencia de “volverlo a intentar”, pero no le doy importancia y a ella no parece
importarle. Izabel quiere hablarme, pero tiene miedo de decir algo. Y es mejor de esa
manera. No puedo hablar con ella en este momento; Izzy menos que todas las
personas.

Cuando partí en esta misión, pensé que tal vez podría encontrar en mí alguna
manera de perdonar a mi hermano. Quería. Porque él es lo único que tengo en el
mundo. Pero simplemente no pude hacerlo. Y ahora sé que nunca lo haré, algunas
cosas no pueden ser perdonadas. ¿Me matará por lo que he hecho? Nah. No es como si
lo hubiera delatado a desconocidos, solamente pateé su jodido castillo de arena.
Construirá uno nuevo. Y yo podría patearle ese también.
Izabel

Traducido por Mae

Estar en casa nunca se ha sentido tan bien; pasados unos pocos días, se
sintieron más como semana y si no vuelvo a ver ese lugar de nuevo, no me quejaré.
James Woodard es la primera persona que veo cuando los tres, incluyendo
Niklas, entramos, nerviosos, al edificio en nuestra sede de Boston. Se ve mejor que
cuando lo vi por última vez, no tan enfermizo.
―¿Está todo bien? ―pregunto.
Él se acerca a mí con un portátil escondido debajo de su brazo.
―Mucho mejor ―responde―. Pensé que tenía un ataque al corazón poco
después de que se fueron; corrí al hospital y descubrí que sólo estoy estresado. ―Se
ríe―. El doctor me preguntó qué hacía para ganarme la vida y yo dije: Trabajo para
una organización de asesinato subterránea; soy su chico informante, y el médico rió y
dijo: Bueno, mi sugerencia es que le diga a su jefe que le dé unos días de descanso o va
a matarlo a usted también.
Me río.
―Victor está arriba en su oficina ―me dice―. Está esperando.
Trago saliva, calmando mi respiración, trato de calmar mis nervios. James y yo
miramos a Niklas al mismo tiempo, probablemente pensando en lo mismo: ¿uno de
ellos va a matar al otro? Trato de respirar y calmar mis nervios.
―¿Qué le pasó a tu cabello? ―dice James.
Toco mi cabello y poso como si fanfarroneara.
―Me corté el cabello; ¿no te parece? ―Sólo sonrío.
Niklas se aparta de nosotros y se dirige directamente hacia el ascensor; Nora y
yo lo seguimos.
―Niklas, por favor no hagas nada de lo que te arrepentirás ―declaro cuando
ocupamos el ascensor.
―Es probablemente mejor si me dejan solo con mi hermano.
―No, no lo es ―le digo―. Voy a entrar ahí contigo.
―¿Asustada de que me mate? ―Niklas sonríe.
Sí… una pequeña parte de mí tiene miedo, pero no sé por qué.
―No ―digo, porque la mayor parte cree que no lo hará―. Sólo quiero estar allí.
Cuando bajamos del ascensor, el pasillo se siente más corto de lo habitual; en
cualquier momento llegaremos a las puertas dobles de la sala de reuniones y mi
corazón late con fuerza violentamente contra mis costillas. Niklas no pierde el tiempo,
empuja una puerta y la atraviesa, o no tiene miedo a las represalias de Victor, o está
totalmente preparado para enfrentarlo, creo que es ambas cosas.
Niklas es la única persona a la que Victor reconoce cuando entramos en la
habitación. Se pone de pie desde la mesa alargada de reuniones, deja las manos en la
parte superior de la misma, con la espalda arqueada.
―Niklas. ―Victor asiente.
―Victor. ―Niklas asiente.
La tensión en la sala ya me sofoca.
―Izabel, Nora, necesito que salgan. ―La voz de Victor es calmada, pero se siente
ominosa. Todavía no nos mira.
Excelente. Sabía que esto iba a suceder.
―Victor…
―Ahora.
Finalmente sus ojos se encuentran con los míos desde el otro lado de la larga
mesa, y en ellos hay algo que no creo haber visto nunca. Un escalofrío se desliza hasta
la parte de atrás de mi cuello. No necesito más palabras; Nora y yo giramos sobre
nuestros talones y salimos inmediatamente.

Niklas

Las manos de Victor se deslizan fuera de la mesa mientras endereza la espalda


y se encuentra en posición vertical. Durante mucho tiempo, no dice nada; y durante
mucho tiempo yo tampoco. Oh, no tengo mucho que decir a mi hermano, quiero darle
un puñetazo en la cara, pero será él quien empiece, el que marque el ritmo. Porque sé
que si lo deja en mis manos, sólo uno de nosotros va a salir de esta habitación con
vida. Y ya que amo a mi hermano demasiado como para matarlo, probablemente será
Victor.

Él vuelve a sentarse a la cabecera de la mesa.

Me siento a la mesa y enciendo un cigarrillo. Él odia cuando fumo dentro. ¿Me


importa un carajo?

―Sospechaba cuando accediste a ir en esta misión ―comienza―, que tenías


toda la intención de destruirla; es la única razón por la que fuiste.

Sonrío. Doy una calada. Asiento. Escucho. Vamos a decirlo todo. Sonrió un poco
más.

―Pero quería darte una oportunidad ―dice―. Tenía la esperanza de que


recobraras el sentido. En cambio, te las arreglaste no sólo para matar al objetivo y nos
costaste tres millones de dólares, sino que utilizaste el dinero del cliente en una chica
que ni siquiera era su hija, y ya que claramente hay Olivia Bram para mostrar, el
dinero tiene que ser sustituido por mí. ―Apoya la espalda contra el asiento y suspira
ligero―. Tengo que decir, hermano, esperaba más de ti, y todo lo que obtengo es una
rabieta.

Sonrío. Doy una calada. Asiento. Escucho.

―¿Así serán las cosas entre nosotros? ―pregunta.

―Las cosas cambiaron entre nosotros… hermano, cuando me enteré que no


eres quien pensé que eras.

―Cree lo que quieras sobre lo que pasó esa noche ―dice―. Pero no sabía que
estabas enamorado de Claire…

―¡No digas su nombre! ―rujo, apuntando dos dedos hacia él, el cigarrillo entre
ellos. Me aparto de la mesa y continuo―. Nunca me digas su nombre otra vez.

―Siéntate, Niklas. ―Su voz es tranquila.

La mía es todo lo contrario.

―La mataste; la mataste y sabías que la amaba. ―Muevo mis manos―. No me


importa cuál es tu excusa, Victor; no me importa lo que quieras que crea, o que Izabel
crea, pero deberías conocerme mejor; insultas mi inteligencia esperando que crea que
no sabías, ¡estás entrenado para saber!

―Dije que te sentaras.

Lanzo mi cigarrillo en el suelo y lo aplasto bajo mi bota. Pero no me ablando; no


me siento. No puedo. No lo haré.

―Pero eres bueno en eso ―digo, con frialdad―. Eres muy bueno en hacer que
la gente crea que es alguien que no eres, Izabel será la próxima en morir a causa de
tu…

Puntos negros surgen ante mis ojos, acompañados de un ardor y el aguijón


brutal de los nudillos de Victor debajo de mi ojo. Siento mi cuerpo caer hacia atrás; la
parte posterior de las piernas golpea la silla cuando empiezo a caer. Pero enderezo la
espalda rápidamente y agarro la silla en su lugar, manteniéndome de pie, y me lanzo
hacia él, atrapándolo debajo de la mandíbula con el puño. Luchamos, intercambiamos
golpe tras golpe, sacando nuestras rabias enterradas. Entierra su puño en mi
estómago, sacándome el aire; lo pateo en el pecho, tirándolo a través de la mesa;
golpeo su cara con el codo; lo agarro por detrás, atrapando su garganta debajo de mi
brazo; de alguna manera se las arregla para tirar mi cuerpo sobre su cabeza y golpear
mi espalda en la mesa; me las arreglo de alguna manera para salir de debajo de él
después de dos golpes en la cara y lo golpeó tan fuerte que tropieza de nuevo contra la
pared.

Un minuto. Dos. Se siente como una eternidad mientras la lucha continua. Y


entonces me está agarrando del cuello, más fuerte de lo que yo lo tenía hace unos
momentos.

―¡Adelante! Mátame ―digo, ahogándome; su brazo aprieta mi tráquea―. No


voy a… vivir en tu sombra… ya, hermano. ―Pone más presión en mi garganta―. No voy
a… ser quien esperas que sea… sé lo que soy ahora… y… mientras viva, voy a ser esa
persona. Así que mátame ahora porque… esa persona no es, nunca ha sido, y nunca
será… ¡Victor Faust!

Me libera violentamente y el aire entra en mis pulmones; tropiezo hacia atrás,


parado junto a la mesa; jadeando, sosteniendo mi garganta. Retirando mi puño más
rápido de lo que puede reaccionar, golpeo el lado de su cara, golpeando su cabeza en
su cuello. Cuando gira, la sangre gotea desde una esquina de su boca; se la limpia con
la mano.
Pero no toma represalias. Sólo me mira, nos miramos el uno al otro, ambos
sabiendo que esta lucha ha terminado, que ninguno de nosotros hemos ganado, pero
la batalla entre nosotros seguirá.

―Aparte de Claire ―hablo, con calma―, ¿quieres saber lo que más me duele?

Él no contesta, pero sé que quiere saber, y de seguro se lo diré.

―Que realmente pensaras que fui a esta misión para destruirte. ―Niego; mi
corazón se siente pesado―. Quiero decir que el pensamiento cruzó mi mente, pero
nunca pensé en realmente hacerlo; nunca fue mi verdadera intención. Fui, Victor ―mis
palabras se convierten en hielo―, porque no me gustaba que Izabel estuviera allí. ¿Y
sabes qué? ―Doy un paso hacia él, se mantiene firme, y lo miro a los ojos. Empiezo a
decir una cosa, sobre Izabel, pero decido no hacerlo y digo otra―. En cuanto a matar
Francesca Moretti, sí, al final, lo admito, y no me arrepiento, la maté porque quería; lo
hice con el único propósito de hacerte la vida más difícil.

Escupo sangre en el suelo y me alejo de él.

―Pero no fue hasta ese momento ―le digo, mirando hacia atrás―, ni algún
momento antes de eso, que hice alguna cosa por despecho.

Meto la mano en el bolsillo de mi pantalón para recuperar la unidad flash que


se nos dio Emilio. La lanzo a Victor y la atrapa.

―El cliente ―le digo―, puede encontrar a su hija con facilidad. Volvimos por la
chica por el último minuto y tratamos de llevarla a casa, pero ella… en palabras de
Izabel, estaba demasiado rota. No es mi problema. ―Rodeo mi barbilla y luego
agrego―. Voy a pagar al cliente el dinero adeudado. Tengo un montón de dinero, y
realmente no me importa una mierda nada de eso. Tengo cosas más importantes por
las que preocuparme.

Empiezo a salir de la habitación cuando la voz de Victor me detiene.

―Lamento lo de Claire.

Cada músculo de mi cuerpo se tensa oírle decir su nombre; no porque quiera


matarlo por ello, sino porque siento que su disculpa es sincera.

Cierro los ojos con suavidad; dándole la espalda a mi hermano.

No digo nada, abro la puerta y salgo.


Izabel y Nora están de pie en el pasillo; sé que escucharon todo; la expresión de
sus rostros: Izabel tiene el corazón roto; Nora no tiene mucho corazón para romper,
pero incluso ella parece sentir algún tipo de remordimiento.

―¿A dónde vas? ―dice Izabel en voz baja detrás de mí.

―A la barra ―contesto.

Corre detrás de mí, colocando su mano hasta la mitad alrededor de mi muñeca,


deteniéndome. Me detengo, pero no la miro.

―Yo… quería decirte en el avión que… no quise decir lo que dije, que fuiste
egoísta y oportunista, Niklas, sé que salvaste a Sian porque no querías verla morir. Y lo
siento.

Empiezo a alejarme.

―¿Vas a desaparecer de nuevo? ―pregunta.

―Si tú o mi hermano me necesitan ya saben dónde encontrarme.

Ella asiente, dándome las gracias con los ojos, y entonces me deja ir.
Izabel

Traducido por Shilo

Devastada ni siquiera empieza a cubrir cómo me siento acerca de las


noticias de Dorian.
―Izabel, lo siento ―dice, de pie detrás de su silla en la cabecera de la mesa―. Su
traición corría muy profundo; no pude dejarlo ir.
―¿Porque tenías miedo de lo que los demás podrían pensar? ―acuso―.
¿Hacerlo un ejemplo para que nadie siquiera piense en oponerse a ti? Eso es muy
tirano, Victor. ―Lamento mis palabras inmediatamente después de decirlas.
Me doy vuelta para mirarlo, dejando caer mis brazos cruzados a mis costados,
dejando que la ira se desinfle.
―Estoy furiosa, no te diré que no lo estoy, o pretenderé que no duele, pero…
―suspiro fuertemente―, sé que tuviste que hacerlo, es solo que es difícil para mí
aceptarlo tan fácilmente como tú puedes. O Nora. O Fredrik. Supongo que tengo un
gran camino por recorrer antes de ser como tú.
Victor camina hacia mí, toca mi mal corte de cabello con ambas manos, estaba
un poco sorprendido cuando lo vio por primera vez, pero nunca dijo una palabra al
respecto.
―Izabel ―dice suavemente―. He llegado a darme cuenta que ser exactamente
como yo, o Nora, o Fredrik, es la última cosa que quiero para ti.
Empiezo a discutir, a cuestionar a qué se refiere exactamente, pero me detiene.
―Como mi hermano ―dice―, eres propia de ti; como Fredrik y Nora e inclusive
James Woodard. No quiero que pases el resto de tu vida tratando de ser alguien más,
solo quiero que seas tú, que uses tus propias fortalezas y habilidades para abrirte
camino en esta vida; te ha funcionado bien hasta ahora. ―Sus manos encuentran mi
rostro y ahueca mis mejillas: siento que lo que está a punto de decir es doloroso para
él―: Y la última cosa que quiero… es que seas como yo.
¿Qué es lo que está diciendo? ¿De dónde está viviendo esto?
―¿Victor, qué significa eso?
Presiona sus labios contra mi frente. Luego me mira a los ojos.
―Simplemente significa que eres mejor siendo humana que cualquiera de
nosotros, que no le has dado por completo tu vida a esta vida, y no creo que deberías
hacerlo… solo escúchame. Por favor.
Mi boca se cierra
―Tengo pocos arrepentimientos en la vida ―dice―, y uno de ellos, el que
siempre me perseguirá, es permitir que mi hermano me siguiera a una vida que jamás
quiso. Sabía cuando éramos chicos que Niklas quería libertad; siempre ha querido ser
él mismo; jugar por sus propias reglas, vivir bajo sus propios estándares, y no en los
zapatos de una sombra o bajo el martillo o el látigo de alguien más. Pero renunció a
todo eso para mantenerse a mi lado, porque el amor de mi hermano por mí no conocía
límites. Lo amé de la misma manera, pero estaba cegado por mis propios deseos y
necesidades, y para el momento en el que me di cuenta de mis errores, era demasiado
tarde.
»Era lo que era, se convirtió en lo que se convirtió, y luego me encontré
luchando para mantenerlo vivo: matando a nuestro padre, mintiéndole a La Orden
acerca de sus habilidades, y sus… faltas emocionales. Hice lo que tenía que hacer para
protegerlo, de otros y de sí mismo. ―Hace una pausa, mira al piso, y luego de vuelta a
mis ojos―. Y cuando te miro, veo a Niklas como ese chico una vez más, y no dejaré que
me sigas a la miseria de la manera en que dejé a mi hermano. Cuando te miro, veo a
alguien que me importa y amo tan profundamente que haría cualquier cosa, cualquier
cosa, Izabel, para proteger, no solo tu vida física, sino tu humanidad y tu libertad de
escoger tu vida.
―Pero te escojo a ti ―lo corto, dejándolo completamente claro―. Y escojo esta
vida, Victor. Y no estoy haciendo nada de esto por ti. Es lo que quiero.
―Lo sé ―dice, sus manos se deslizan de mis mejillas a mis hombros, bajando la
longitud de mis brazos―, ya no cuestiono o dudo de tus razones, sé que es tu decisión,
y sí me hace sentir mejor acerca de aceptarlo. Pero hay una parte de ti, Izabel, que
estás tratando tan fuertemente de cambiar, y no te dejaré cambiarla.
―¿Qué estoy tratando de cambiar?
―Tu humanidad ―dice―. Sientes que debes ser tan calculadora e insensible
como Kessler, quieres ser capaz de soportar la tortura, de ser capaz de enfrentar los
demonios de Gustavsson como si fueran los tuyos, y quieres ser tan disciplinada como
yo lo soy, aun si significa dejar a un lado tu compasión y tu ética de la manera en que
lo hago sin culpa. Quieres ser todas estas cosas porque crees que te harán una mejor
operativa ―coloca su mano en mi corazón―, pero en el fondo sé que está mal; estás
empezando a luchar una guerra interna, tu mente queriendo una cosa, pero tu corazón
queriendo otra… y ser humano significa ir siempre con tu corazón. En el momento en
que traiciones tu corazón es el momento en el que pierdes todo.
Mi mirada encuentra la pared. No sé qué decir… ¿que tiene razón? Siento que
estoy gritando dentro de mi cabeza y mi rostro está haciendo un buen trabajo
ocultándolo. Quiero que Victor esté equivocado.
―Te fue bien en la misión ―dice, sacándome de mis pensamientos―. Has
probado que puedes manejar cualquier cosa que se te lance. Estaba preocupado. No te
voy a mentir, no pensé que serías capaz de conseguirlo. Dime ―dice―, ¿qué habrías
hecho si Niklas no se hubiera interpuesto y salvado a esa chica de ser asesinada frente
a ti?
―Yo… no lo sé ―digo―, pero no los hubiera dejado matarla. Me siento como
que… habría pensado en algo, una distracción, tal vez, para tratar de detenerlo. No
hubiera destapado nuestra cubierta, pero sé que habría pensado en algo si Niklas no lo
hubiera hecho.
―Te habrías puesto en riesgo para salvar su vida.
―Sí. A mí misma… no a Niklas o a Nora o a nuestra cubierta.
Alza su mano y acaricia los golpes de mi rostro, prestándome atención, y solo
me puedo preguntar ansiosamente lo que está pensando en este momento. Pero no
dice nada.
―¿Qué pasa? ―pregunto―. ¿Por qué me estás viendo de esa manera?
Sonríe débilmente y luego besa mis labios.
―Tengo algo para ti ―dice, pero puedo decir que no tiene nada que ver con la
manera en que me estaba viendo.
Alcanza el bolsillo de sus pantalones y luego coloca su mano sobre la mía,
dejando caer algo pequeño y frío en mi palma. Es la llave de la caja fuerte de Dorian.
Una lágrima casi se desliza por mi rostro, pero la contengo, trago y alzo la mirada para
encontrarme de nuevo con los ojos de Victor.
―Pensé que querrías ser la que se la lleve a Tessa. ―Se mueve hacia la mesa. Un
maletín adicional descansa al lado del de Victor―. Esto también le pertenece a ella
―dice―. Es lo que se le debía a Flynn por su último trabajo justo antes de que se
encontrara en una de mis celdas.
―Gracias, Victor. Se lo llevaré.
Me pasa el maletín, besa de nuevo mis labios y luego dice:
―Mañana… si estás dispuesta, me gustaría llevarte a unas pequeñas vacaciones.
Nuestro avión sale a las nueve.
Parpadeo, sorprendida.
―¿Unas vacaciones? ―La palabra en sí misma suena extraña para mí―. ¿Como
vacaciones de verdad? No lo entiendo… ¿para qué?
Victor sonríe, levanta una ceja.
―Bueno, ¿qué hace la gente en las vacaciones de verdad?
―Bueno, yo, uh… bueno, no lo sé, nunca he estado en unas.
―Supongo entonces que somos vírgenes de vacaciones ―dice.
Me río.
―De acuerdo, me encantaría ir… de vacaciones contigo, pero ―miro alrededor
de la habitación de reuniones, imaginando a todo el mundo sentado alrededor de la
mesa― ¿nos podemos ir así como así? Me refiero, ¿quién va a estar a cargo de las cosas
mientras no estemos?
Coloca sus manos en mis hombros.
―Sí ―dice―, puedo irme cuando quiera. ―(Me sonrojo, supongo que eso fue
una pregunta estúpida) y todavía estaría a cargo, solo que desde muy lejos.
―Bueno, de lo que entiendo ―digo, juguetonamente―, no son unas vacaciones
si no dejas tu trabajo en casa.
―Cierto ―dice―, pero esa regla aplica generalmente para la gente normal de
todos los días. Creo que es seguro decir que no caemos en esa categoría.
―Ay, ya veo. ―Sonrío―. Sí, definitivamente es seguro decir eso. ¿Entonces
adónde vamos?
―A algún lugar tropical, entonces asegúrate de empacar apropiadamente.
Me subo sobre él, de pie en las puntas de sus zapatos de vestir, empujándome
hacia su boca. Beso su barbilla.
―Otra cosa que he escuchado acerca de las vacaciones es que tienes que
soltarte. ―Luego sus labios―. Deja de ser tan malditamente serio todo el tiempo, sin
palabras como “apropiadamente” o “eliminar”.
Se inclina a mi oído y dice:
―Asegúrate de traer ese bikini negro tuyo, el que tiene las tiras en los costados,
hace que sea más fácil para mí quitarlo. ―La punta de su lengua se mueve a lo largo de
la concha de mi oreja, cada pequeño vello de mi cuerpo se para en punta. Luego me
besa profundamente, sus manos ajustadas alrededor de mis brazos, manteniéndome
en el lugar, robándome el aliento.
―De acuerdo… el bikini negro ya está prácticamente en la maleta ―digo, casi
tartamudeando.
Le da una palmada a mi trasero cuando me doy la vuelta. Me vuelvo para
mirarlo sonreírme; me sonrojo fuertemente y salgo de la habitación con rapidez para
apurarme y alistarme para partir.

Victor
En el momento en que la puerta se cierra detrás de ella, la sonrisa desaparece
de mi rostro. Miro fijamente a la puerta por un largo rato, pensando. Hay tanto en lo
que pensar, tanto que considerar. Me doy vuelta hacia la mesa y abro las correas de mi
maletín. Dentro hay un archivo devolviéndome la mirada, el que adquirí
recientemente de Dan Barrett. Lo saco del maletín y lo coloco en la mesa, deslizando
mis dedos por las hojas de papel fotocopiadas atrapadas dentro. Lo abro en la primera
página. Y luego leo la escritura de Dorian Flynn de nuevo por quinta o sexta vez:

Escondí la grabadora debajo de la mesa. En realidad nunca esperé que


Victor Faust me ordenara que me deshiciera del audio en ningún momento
durante nuestras confesiones con esa perra, pero estoy malditamente satisfecho
que tenía mi grabadora de repuesto en su lugar cuando lo hizo. De acuerdo con
Izabel Seyfried, dio a luz a un bebé en México, y el padre, Javier Ruiz, lo vendió.
Malditamente duro; la pobre Izabel ni siquiera sabe si era un niño o una niña. Sé
que es improbable encontrar a un niño vendido al azar hace siete años, pero si
puede ser encontrado, es solo otra arma en contra de ellos si alguna vez la
necesitamos. La madre adoptiva de Seyfried, Dina Gregory, es todo lo que tenemos
de ella, y no espero que viva por mucho tiempo más, entonces este bebé es una
alternativa. Le tengo mucho cariño a Izabel y no querría hacerle daño, pero es la
única debilidad de Faust. Pensé que su hermano era una debilidad también, y tal
vez todavía lo sea hasta cierto grado, pero Izabel, es la que casi definitivamente
causará la caída de Faust. Pero creo que Faust cooperará con nosotros, siempre y
cuando le paguemos y respetemos nuestra parte del trato, lo que creo es sabio
porque tener a Faust de nuestro lado es mejor que tenerlo como un enemigo. Y
resulta que me agradan todos ―a excepción de Fredrik― por lo que espero que las
cosas vayan según lo planeado.
Hay un golpe en la puerta.
―Adelante ―llamo, y cierro el archivo.
―Querías que reportara mis hallazgos ―dice Nora, entrando al cuarto.
Tomo asiento.
―Sí ―digo, y hago un gesto hacia una silla vacía donde Nora se sienta―. ¿Qué
tienes para mí?
―Niklas hizo lo que pensaste que haría ―dice, cruzando sus piernas―. De
ninguna manera iba a hacer que Izabel jugara el papel de una esclava; probablemente
sabía que la iba a cagar en algún punto y sería forzado a golpearla como lo hizo
conmigo. Haciéndola su novia, o lo que sea, le daba el suficiente margen para cometer
los errores que él sabía que iba a cometer, y sin tener que castigarla por ellos.
Asiento, extiendo la mano y toco ausentemente el borde de la carpeta en mis
dedos, un gesto nervioso, supongo.
―Niklas pudo haberla usado en contra tuya ―dice―. Tuvo cada oportunidad
para llevarlo más allá de un beso.
―No habría hecho eso ―digo.
―¿Por su lealtad a ti?
―No ―digo―, no por su lealtad a mí.
Pasa el silencio.
―Sabes. ―Nora alza la voz―. Te preguntaría lo que estás haciendo, pero tengo
la sensación de que ya lo sé.
―Pensé que lo sabrías.
―Y no estoy segura si quieres escuchar esto o no ―continúa―, pero tengo que
decir que parece como si ya estuviera funcionando.
―Pensé que lo haría.
―Pero la amas ―dice―. ¿Verdad? ―Parece insegura.
―Sí. Sí la amo.
―¿Entonces por qué estás haciendo esto?
Coloco toda mi palma en la carpeta y la deslizo alejándola de mí.
―Lo hago ―digo―, porque la amo.
―Pero vas a hacer que te odie, Victor.
―Esa es la última cosa que quiero ―digo, mirando fijamente a la nada,
pensando en Izabel, mi única debilidad―, pero justo como le dije, haría cualquier cosa
para protegerla.
―¿Es eso, protegerla, la única cosa de la que se trata esto? Te lo digo, Victor, mi
manera es mucho más fácil.
Miro fríamente a Nora.
―Tu manera, Kessler, no es una opción. Podemos estar viéndonos en el mismo
espejo, tú y yo, pero no somos la misma persona.
―Tal vez no ―dice―, pero si de verdad la amas de la manera en la que dices,
entonces tu manera de lidiar con las cosas solo va a causarte un montón de dolor
innecesario. Y nunca se irá, porque siempre va a estar ahí, mirándote fijamente a la
cara. ¿Eres lo suficientemente fuerte para manejar eso?
No respondo, no solo porque esta no es una conversación con la que me sienta
cómodo teniéndola con Kessler, sino porque simplemente no sé la respuesta.
Se levanta de la silla.
―Al menos de que haya algo más que necesites ―dice―, me gustaría ir a mi
apartamento a dormir un poco.
―No, eso será todo por ahora.
Empieza a alejarse, se detiene y dice:
―Dorian está muerto, ¿verdad?
―Sí.
Hace una pausa, masticando el interior de su boca, un gesto nervioso bastante
como el mío con la carpeta hace unos momentos. Pero luego se lo sacude, sonríe y
dice:
―Mejor él que yo. ―Y se va rápidamente.
Encierro la carpeta en mi maletín, junto con sus secretos.
Niklas

Traducido por Otravaga

Jackie deja caer su trasero medio desnudo a mi lado en la cama. Había


comenzado a desvestirse al instante en que entró en la habitación… la mujer es casi
tan cachonda como normalmente lo soy yo.

―No estoy segura para qué me trajiste aquí, si no es para echar un polvo, pero
me alegra que llamaras.

Me levanto de la cama, con un cigarrillo encendido encajado entre mis labios, y


abro mi bolsa de lona en la mesa junto a la ventana.

―¡Santa mierda! ¿Eso es…?

Le lanzo una paca de billetes de cien dólares, y luego una segunda. Y luego una
tercera.

―Cincuenta mil dólares ―digo―. Más o menos.

Jackie mira fijamente el dinero en sus manos, con los ojos ensanchados, el color
verde resaltado; alguien como ella probablemente nunca ha visto mil dólares de una
sola vez, y mucho menos sostener cincuenta.

―¿Qué demonios? ―Levanta la vista hacia mí―. ¿De dónde sacaste esto?

―Trabajé por ello. ―Me dejo caer de nuevo a su lado en la cama, cruzando los
tobillos―. Es tuyo.

Ella parpadea, aturdida.


―¿Qué quieres decir? No puedes estar hablando en serio. ―Y entonces me
sorprende cuando empieza a empujar el dinero en mi regazo, sacudiendo la cabeza―.
No, yo… yo, Niklas no puedo aceptar esto.

―Claro que puedes ―insisto, apartando sus manos, el dinero aún en ellas―. Y lo
harás. Porque lo mereces.

―Oye, eso no es… Niklas, pensé que nunca pagabas por sexo. ―Sonríe. Y se
ruboriza como una jodida muñeca kewpie: realmente no tengo idea de qué es una
muñeca kewpie, si se sonroja, o de dónde vino esa referencia.

Me río y luego estiro la mano para dejar el cigarrillo en el cenicero.

―Maldición mujer, ¿te tienes en tan alta estima así que te pagaría cincuenta mil
dólares por, qué, diez noches contigo o algo así?

Me da una palmada en el brazo.

―¡Estúpido! ―Se ríe―. Bueno, sólo me refería…

―No te estoy dando el dinero por el sexo ―le digo―. Sólo quiero que consigas
salir de ese apartamento de mala muerte que tienes; comprarte algo bonito; tal vez
llevar a esa sobrina tuya a Disneyland, o lo que les guste hacer a los niños pequeños…
ese puto país de las maravillas de Harry Potter, no sé… simplemente que salgas y
pases un buen rato.

Ya no está sonriendo, sólo mirándome como si no supiera qué hacer ni qué


decir.

―No entiendo. ―Limpia una lágrima de su rostro.

―Oye, nada de esa mierda emocional ―le digo―. Me pone incómodo. ―Ella
sonríe y estiro la mano y limpio otra lágrima de su rostro, y luego sonrío también―.
Simplemente pienso que eres una buena amiga, Jackie, y esos son un poco difíciles de
encontrar.

Pone su cabeza en mi muslo.

―¿Quién sabría? ―dice, con un brillo juguetón en sus ojos.

―¿Quién sabría qué?

Sonríe abiertamente.
―Que un hombre puto y estúpido como tú pudiera ser tan… dulce.

Envuelvo mi mano en su cabello, halando su cabeza de mi pierna.

―Si alguna jodida vez me vuelves a llamar dulce…

―¿Qué vas a hacer? ―se burla―. Dulce, dulce, dulce Niklas.

Me arrastro encima de ella, le quito las bragas.

―Hago lo que quiero ―digo y la beso con fuerza y luego bajo entre sus piernas.

Hago lo que quiera… porque soy dueño de mí mismo. Y lucharé por lo que sea
que necesite para estar completo. Quien sea que necesite para estar completo.

FIN
Incluso los asesinos profesionales necesitan
vacaciones, pero para Victor Faust, sus vacaciones en
Venezuela son algo más que relajación y tiempo a solas
con Izabel Seyfried. Es una oportunidad para
sincerarse con Izabel: decirle la verdad sobre por qué la envió a Italia con su hermano,
la verdad detrás de su interés por Nora Kessler y sobre su conocimiento del hijo de
Izabel con su antiguo captor. Pero antes de que Victor pueda volcar su alma, la
realidad demuestra que, para algunos asesinos, las vacaciones son sólo quimeras.

Atacada y secuestrada, Izabel se encuentra dentro de una maleta, mientras que


Victor se despierta más tarde encarcelado en una jaula. En cualquier otra situación,
Victor encontraría una salida y se salvaría a sí mismo y a la mujer que ama… pero no
esta vez. Cuando las identidades de sus secuestradores son reveladas, Victor pierde
toda esperanza y comienza el proceso mental de aceptar los últimos momentos de
Izabel y él juntos. Y los momentos finales de la vida de Izabel.

Como si sus circunstancias no fueran lo suficientemente complicadas, los


miembros de La Orden de Vonnegut finalmente se están acercando a Victor. Y cuando
lo hacen, él se encuentra cara a cara con otra persona que una vez conoció y amó, que
bien podría ayudarlo o convertir una situación grave en algo mucho peor. El pasado de
Victor finalmente lo ha alcanzado: las mujeres por las que se ha preocupado, a las que
ha querido y matado; las familias que ha destruido; los crímenes imperdonables que
ha cometido. Y ahora debe afrontar las consecuencias, y pagar el precio más alto por la
absolución.

Pero cuando todo haya terminado, puede que Victor no tenga la fuerza para
recoger lo que queda y seguir adelante. Porque el evento lo cambia. Porque el amor lo
cambió. Y porque, a diferencia de antes cuando pensaba que eso era lo mejor, no
puede imaginar una vida sin Izabel en ella.

In the Company of Killers #6


J.A. Redmerski nació el 25 de
noviembre de 1975. Vive en North Little Rock,
Arkansas, con sus tres hijos y un maltés.
Apasionada de la televisión y de los libros,
sus obras aparecen regularmente en las listas
de los más vendidos del New York Times, USA
Today y Wall Street Journal. Es una gran fan
de The Walking Dead.

In the Company of Killers:


1. Killing Sarai
2. Reviving Izabel
3. The Swan and the Jackal
4. Seeds of Iniquity
5. The Black Wolf
6. Behind the Hands that Kill
Moderadoras
ƸӜƷKhaleesiƸӜƷ
Otravaga

Traductores
Adaly
âmenoire
Apolineah17
AsheDarcy
Ateh
Flochi
Jenn Cassie Grey
Mae
Martinafab
Otravaga
Shilo
Simoriah
Vanehz
Xhex

Corrección, Recopilación Y Revisión.


Nanis

Diseño
ƸӜƷKhaleesiƸӜƷ

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