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Segundo viaje. El ave roc Ei dinero que habfa conseguido en mi primer viaje me habria bastado para vivir con holgura hasta el fin de mis dias sin te- ner que emprender nuevos negocios, pero el deseo de viajar hacia tierras lejanas prendié de nuevo en mi rebelde corazén. Recuerdo que cierto dia estaba charlando con unos amigos so- bre las cosas que mas nos gustaban en este mundo cuando senti con mas fuerza que nunca el ansia de embarcarme, —aY a ti, Simbad? —me preguntaron—, ;qué es lo que mas te gusta en esta vida? ‘Yo no tuve que pensarlo dos veces. Me quedé mirando el rio a través de la ventana, y dije con voz firme: —Lo que més me cautiva en este mundo es el mar. A los pocos dias ya me habia embareado con rumbo a Orien- te. En una de las primeras jornadas de nuestra travesfa,! le expliqué al capitan la historia de mi primer viaje, y al buen hombre le extrafié tanto que me hubiera embarcado por sim- ple amor al mar que no dudé en hacerme una advertencia: —Simbad, Simbad —me dijo—, no olvides nunca que quien busca el peligro en él perece. En los dias que siguieron, sin embargo, me resulté muy di- ficil pensar en ningiin peligro, pues las cosas me fueron a las 1 travesfa: viaje por mar, 30 Elave roc mil maravillas. Durante el dia, los comerciantes del barco ven- iamos nuestras mereancfas en los puertos, y de noche nos contabamos cuentos a la luz de la luna para pasar el rato has- ta la hora de dormir. Como a mis compaferos les encantaba la historia de mi primer viaje, yo la repetfa casi todas las no- ches, y, siempre que el capitdn me ofa relatarla, me regafaba con una sonrisa: —Simbad, Simbad —me deefa—, no olvides nunca que quien busca el peligro en él perece. Asi fueron pasando los dias, y con los dias las semanas, hasta que una mafiana avistamos? una isla lena de arboles y péjaros de brillantes colores que serfa la causa de mi perdi- cién, Como Hevabamos varios dias en alta mar, le rogamos al capitan que nos dejase descansar un rato en la isla, donde nos dimos un buen banquete. Luego, senti que se me cerraban los parpados, por lo que decidé buscar tierra adentro un lugar sombreado en el que echar la siesta. Cuando me desperté, el sol habfa empezado a esconderse detras del horizonte. «(Dios mio!», me dije. «Me he quedado dormido!». Dominado por la angustia, eché a correr hacia la playa mientras Ilamaba a gritos a mis compafieros. Sin em- bargo, nadie respondis, y, al llegar a la orilla, comprobé con desesperacién que el bareo habia zarpado sin mi. Mis compa- fieros no debian de haberse percatado de mi ausencia, y el ca- pitén habia partido a la hora prevista. «{Maldito Simbad!», me dije con rabia. «{Quién te mandaba salir de tu casa? {Por qué no te conformaste con lo que ya tenfas? ;Acaso no levabas una vida cémoda en Bagdad? Entonces, {por qué demonios tentaste a la suerte?». 2 avistar: ver una cosa que se encuentra lejos. 31 ‘Me pasé la noche Horando, pero al amanecer comprendi que las légrimas no iban a salvarme, y desde aquel momento me esforeé por encontrar un modo de escapar de la isla. Para obtener una visién completa del lugar, trepé a lo més alto de una palmera, pero por todos lados vi lo mismo: el azul del cie- lo, la linea del horizonte marino y el manto verde de las hojas de los arboles. Sélo en la otra punta de la isla divisé una altu- ra de un color diferente: era una cipula tan alta como el mi- narete de una mezquita® y més blanca que la leche espumosa de las camellas del desierto. «, dije al acabar. Atin no habfa logrado salir de mi asombro cuando de re- pente oscurecié. «(Qué raro!», pensé. Era demasiado pronto para que anocheciera, y hacia un instante no habia una sola nube en el cielo. Parecfa como si el sol se hubiese apagado de pronto, y solo al mirar hacia arriba comprendi lo que estaba pasando en realidad: el sol segufa en el centro del cielo, pero habfa quedado oculto tras una enorme figura que sobrevolaba la tierra, ‘5 etipula: tejado de un edlficio que tiene forma redondeada; minarete: torre desde la que se llama a la oracién en un templo musulman (mezquita), 32 Simbad el marino Era el pdjaro més grande que habia visto en mi vida: teria el cuerpo del tamafo de un navio, unas alas enormes como velas de barco y un pico del grosor del tronco de una palmera. Presa del miedo, corri a esconderme entre los arboles, y dese alli vi c6mo el pajaro tomaba tierra, se acomodaba sobre la caipula y se echaba a dormir. Entonees lo entendi todo: lo que me habfa parecido una construccién era en verdad un huevo de grandes dimensiones que el pajaro incubaba, «Es un ave rocl», me dije, recordando que en cierta ocasién habia ofdo ha- blar a unos viajeros acerca de un pajaro gigantesco que ali- mentaba a sus polluelos con elefantes y que recibia el nombre de ave roc. También me habian explicado que la carne de aquella bestia alada rejuvenece a quien la prueba y devuelve su color natural al cabello blanco de los ancianos. Aquella noche no logré dormir, pues temia que el pajaro me descubriera y me diese caza. Pero mi vigilia no fue intitil. De- diqué las horas a idear un modo de escapar de la isla, y al ca- 34 Elave roc bo comprendi que el ave roe podia ayudarme a con- seguir mis propésitos. Mi plan era sencillo: me até con el turbante a una de sus patas mientras el pdja- ro dormia y luego esperé a que el ave roc despertase. pues pensaba que me Ile- varia consigo cuando salie- ra volando de Ja isla. Las cosas salieron se- gtin lo previsto, y, cuando amanecié, me alejé de la isla atravesando los aires. Alprincipio, temi que el ave roc advirtiese que viajaba amarrado a una de sus ga- rras, pero se trataba de un temor absurdo, ya que un hombre era tan poca cosa para aquel pajaro desco- munal como una hormiga al lado de un camello. No obstante, ni a mi mas fiero enemigo le desearia el mie- do que pasé aquel dia, pues el ave roc volé tan alto que més de una vez crei que cho- carfamos contra el techo del mundo. 35 ee" _—t—Os Cuando el ave roc tomé tierra, me apresuré a desatarme de au pata y eché a correr buscando un refugio. “Ya ba pasado lo peor», me dije, sin advertir que en. realidad habia escapado del fuego para cacr en las brasas, Era terrible: jel ave roc me habia dejado en el fondo de un valle rodeado de altisimas montaiias! «{Se pucée saber como demonios vas a salir de aagui?s, me dij, irritado conmigo mismo. «AI menos en Ta isla habia frutos y agua con los que sobrevivir. En cambio, idénde vas a encontrar alimentos en este yermo dejado de la mano de Dios?». Pronto observé que el valle era tan pobre en vegetacién co- mo abundante en riquezas. Por todas partes habia diamantes descomunales que pareefan crecer de la tierra, pero no era prudente detenerse a mirarlos, pues las serpientes eran alli tan comunes y gigantescas como los diamantes. Cuando vi a Ja primera, sentf en la espalda un escalofrio de terror, pero, gracias a Ald, la serpiente pas6 de largo, pues la mayoria de Jos reptiles solo cazan de noche. Por eso mismo, tenfa que encontrar un escondrijo donde ocultarme cuando seliera la luna. A tiltima hora del dia di con una cueva que me parecié segura, asi que entré en ella, blo- queé la entrada con unas rocas y me acurruqué en un rincén para dormir. Sin embargo, la calma me duré muy poco; Pushy pando mis ojos se acostumbraron a Ia oseuridad, comprends aterrado que me habia metido en la madriguera de una gran serpiente, Por suerte, se encontraba dormida, pero no estaba seguro de que siguiera asi por mucho tiempo. «Ojalé esa flera no abra los ojos», me decia una y otra vez. Y, rogdndole a Dios que se apiadara de mi, pasé despierto toda la noche. Al salir el sol, abandoné la cueva con sigilo y eché a cami- nar sin rumbo cierto. Me alegraba de haber escapado de la 36 Simbad el marino serpiente, pero estaba tan agotado tras dos noches sin dormir que caminaba tambaledndome como un borracho. Al cabo, to- é con algo y eché a rodar por los suelos. Al levantarme, des- cubri que habia tropezado con el cadaver de un ternero recién despellejado. «{De dénde habra salido?», me dije. Dado que el valle parecia deshabitado, no me entraba en la cabeza que al- guien hubiese levado una res® hasta alli y le hubiese arran- cado la piel sin mas propésito que abandonarla en medio del camino. ‘Tras darle muchas vueltas al asunto, acabé por recordar cierta historia que habfa ofdo algunos afios atras. Se decia que en un lugar remoto del mundo existia un valle leno de diamantes, pero que era tan profundo que nadie podia bajar a buscarlos. Sin embargo, unos cuantos mereaderes habian idea- do un ingenioso ardid® para hacerse con ellos: llevaban vacas hasta las cimas que rodeaban el valle y, tras matarlas y des- pellejarlas, las echaban a rodar ladera abajo, de modo que, cuando las vaeas Hegaban al fondo, los diamantes quedaban adheridos a su carne recién sacrificada. Luego, los mereaderes esperaban a que un gran péjaro que vivia en el valle se leva- aa las vacas entre sus garras para alimentar con ellas a sus polluelos, y en:onces aquellos osados comerciantes se metian con mucho sigilo en el nido del pajaro y rescataban los dia- mantes a toda prisa. No tardé en comprender que aquel ternero era mi tinica es- peranza. Tras echarme un buen puftado de diamantes al bol- sillo, me até con mi turbante bajo su vientre y me puse a es- perar, y al poco rato ocurrié lo que habia previsto: un ave roc 5 res: animal de cuatro patas que se eria o se caza para comer. 6 ardid: estratagema, artimafa, 38 Elave roc se abalanz6 sobre el ternero y ech6 a volar Hevandome sin querer entre sus garras. Atenazado por el miedo, cerré los ojos mientras sobrevolébamos el valle, y tan solo volvi a abrirlos cuando ya me encontraba en el nido del ave roc. «Gracias a Alé», me dije, ereyendo que por fin me hallaba a salvo de todos los peligros. Pero, justo entonces, of a mis espaldas unos grandes gritos que me erizaron la piel. For lo visto, tampoco el ave roc se los esperaba, a juzgar por la rapidez con que eché a volar hasta perderse a lo lejos. —iCorred, corred! —of entonces—. {Hay que coger los dia- mantes a toda prisal Al instante, se presentaron en el nido tres hombres que eran sin duda los mercaderes que habfan arrojado al ternero por la ladera. Cuando los vi, corri a abrazarlos, pero los po- bres se asustaron tanto que huyeron muertos de miedo. ¥ no era para menos, pues Ilevaba el cuerpo empapado de sangre de vaca, lo que me daba la apariencia de un fantasma recién Hegado del otro mundo. —iNo temais —les grité—, soy un hombre de paz! Al ofr aquellas palabras, los tres mereaderes asomaron la cabeza por detras de una roca. —¢Pero de dénde has salido, por Ala? —me dijeron, Cuando aquella noche les conté lo que me habia ocurrido, les cost6 mucho creerme. Consideraron una locura que me hu- biera atrevido a atarme a las garras de un ave roc, y se les erizé la piel al pensar que habfa pasado toda una noche en la madriguera de una serpiente. Conmovidos por mis sufrimien- tos, me invitaron a acompafarles en su viaje de regreso, pues dos de ellos eran de Bagdad. Yo quise agradecerles la ayuda entregdndoles los diamantes que habia recogido del valle, pe- 39 Simbad el marino ro ellos se negaron a aceptarlos. En el camino de vuelta, visi- tamos una isla poblada de arboles tan frondosos que a la som- bra de cada uno de ellos caben mas de cien hombres, y alli vi por vez primera al karkadén. No sé si habréis ofdo hablar de él: es una especie de camello que tiene un gran cuerno en la nariz, con el que ataca a los elefantes y los atraviesa de costa- do acostado. Pero no quiero aburriros con mas detalles. Solo os diré que, al cabo de muchos meses de viaje, regresé a Bagdad cargado con una rica mercanefa de piedras preciosas. El hombre que me las compré en el zoco” no habfa visto jamés unos diaman- tes tan grandes, y qued6 tan maravillado con ellos que no du- 6 en pagarmelos a un precio desorbitado. Gracias a eso, pude construirme esta hermosa mansién, donde levé durante al- gtin tiempo una vida de rey. 7 noc0: mercado. 42

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