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Los 10 mitos de la sociedad actual

febrero 11, 2014 Decresita 16 comments

Definimos el mito como una narración fuera del


tiempo histórico que interpreta una ‘verdad absoluta’
que sirve de fundamento de la vida de una
determinada sociedad.

En esta sociedad actual el mito sirve de modelo y de


justificación del comportamiento humano y genera
una manera de pensar y entender la realidad; por
ello podemos considerar los mitos como ideas-fuerza
que orientan el pensamiento y el comportamiento
social al mismo tiempo que explican la realidad.

Los mitos cumplen una función psicológica (reducen


la incertidumbre, dan sentido) y política (articulan a
las sociedades, justifican y sacralizan el poder). Se
trata de una forma de pensamiento colectivo que
expresa un modo de ser en el mundo.

Se hayan presentes en las diferentes maneras en


las cuales las sociedades se expresan, se
introducen en las conversaciones con la familia, con
los amigos; en las instituciones (en la escuela, en el
trabajo…); están insertos en los mensajes de los
medios de comunicación, nos llegan desde la
televisión, fluyen por internet; se hayan presentes en
nuestro entorno, en la red de transportes, en la
arquitectura, en el mobiliario, en la comida, en
nuestros modos de pensamiento y también en el
‘inconsciente colectivo’.

Las naciones dominantes no sólo exportan su


tecnología, capital e instituciones, sino sus modos de
vida y mitos. Los modelos económicos se apoyan en
creencias compartidas por la sociedad para
legitimarse. Los mitos nos piensan sin que nos
demos cuenta.

Estos son 10 mitos de la sociedad actual:


 Crecimiento
 Progreso
 Desarrollo
 Desarrollo Sostenible
 Globalización
 Máquinismo
 Desmaterialización
 Abundancia
 Igualdad
 Libertad

El mito del crecimiento

El mito del crecimiento económico es la narración


colectiva según la cual el proceso de transformar
energía, materiales, y espacios en bienes de
consumo en cantidades cada vez mayores
proporciona a su vez, mayores niveles de bienestar.

El crecimiento es el mantra (el solucionador mágico


de problemas) que se invoca desde todo tipo de
instituciones y organizaciones en nuestra sociedad.
Se nos dice que allí donde hay crecimiento
económico hay cohesión social, los servicios
públicos se hallan razonablemente asentados, el
desempleo no se extiende, y tampoco lo hace la
desigualdad. Y este es el mito del crecimiento
económico. Y decimos mito, porque hemos
evolucionado en un entorno, en una sociedad, que
no cuestiona nunca el crecimiento económico
ilimitado, elevándolo así a la categoría casi de
dogma o religión.

El crecimiento económico de la economía se


sustentaba en tres pilares:

 La depredación de recursos de la Naturaleza,


mediante las industrias extractivas principalmente
en los países empobrecidos; esta riqueza se
trasvasa a los países enriquecidos mediante los
sistemas financieros.

La explotación de los seres humanos, mediante los


mecanismos de dominación como el trabajo
asalariado. Empobrecimiento de los países del sur
mediante mecanismos financieros (FMI, OMC, BM
– Tratados de libre comercio), políticas de ajuste
estructural, la deuda...

La enajenación del trabajo de cuidados a las


mujeres; las personas somos frágiles y vulnerables
y necesitamos de los demás para vivir; todas las
personas debemos ser cuidadas especialmente
cuando somos niños, cuando estamos enfermos o
cuando nos hacemos mayores; en esta crisis
muchos hombres están perdiendo el trabajo pero
no asumen las tareas de cuidado que siguen
llevando a cabo las mujeres que se incorporan a
puestos de trabajo de baja remuneración y a la vez
siguen haciendo las tareas que conlleva cuidar de
la familia.

Se asocia el crecimiento a la felicidad y el bienestar


y se oculta que los beneficios acaban en manos
unos pocos. El PIB se convierte en la mentira
estadística utilizada para encubrir sus efectos
negativos. Arrasar un bosque para transformarlo en
papel y madera incrementa el PIB, dejarlo intacto no,
sin embargo el bosque evita la erosión del suelo y
retiene el agua que nos es necesaria, por lo que su
supervivencia contribuye al bienestar social.

El mito del progreso


“la creencia de que existe un patrón de cambio en la
historia de la humanidad […] constituida por cambios
irreversibles orientados siempre en un mismo
sentido, y que dicho sentido se encamina a mejor”.

Sidney Pollard

La fe en el progreso perpetuo que tiene la cultura


occidental (fruto de la herencia cristiana), sustituye a
la idea del eterno retorno (teoría cíclica del tiempo),
de la antigüedad greco-romana y la cultura oriental.

Se tiende a justificar la creencia de que el progreso


exige ciertos sacrificios, asumiendo los efectos
secundarios que conlleva la tecnología moderna
(agresiones al entorno, la contaminación, industria
armamentista, la uniformidad en aras a la eficacia...).

Los beneficios que genera la industria moderna para


una parte reducida de la población, no dependen
tanto de la tecnología como de las fuentes de
energía fósil; el crecimiento tecnológico de los dos
últimos siglos ha sido posible gracias a la
desconsiderada actitud que el hombre ha adoptado
al explotar los recursos naturales irrenovables y
crear condiciones que deterioran el medio ambiente.

El mito del progreso nos ha prestado buenos


servicios (a quienes nos hallamos sentados a las
mesas mejor surtidas, en todo caso), y es posible
que continúe siendo así. Pero, también se ha
convertido en peligroso. El progreso tiene una lógica
interna que puede arrastrarnos más allá de la razón,
hacia la catástrofe. Un camino seductor lleno de
éxitos puede acabar en una trampa.

En la década de 1950, cuando yo era niño, la


sombra del progreso excesivo en materia de
armamento había caído ya sobre el mundo: sobre
Hiroshima, Nagasaki, y varias islas del Pacífico
desintegradas. Hace ya como sesenta años que
ensombrece nuestras vidas. Bastará dejar sentado
que la tecnología armamentista ha sido el primer
aspecto del progreso humano que llega a un callejón
sin salida, al amenazar con la destrucción del propio
planeta en que se ha desarrollado.

El progreso material crea problemas que sólo


pueden resolverse, o lo parece, con más progreso.
Una vez más, el demonio se esconde en la escala
de la magnitud. Es verdad que un progreso tan
fuerte que pueda destruir el mundo es una creación
moderna, pero el demonio de la escala que convierte
las ventajas en trampas viene asediándonos desde
la Edad de Piedra. Ese demonio vive dentro de
nosotros, y se escapa cada vez que le sacamos
delantera a la naturaleza, cada vez que
desequilibramos la balanza entre habilidad y
temeridad, entre necesidad y codicia.

Muchas de las grandes ruinas que hoy adornan los


desiertos y las selvas de la Tierra, son monumentos
a la trampa del progreso, recuerdos de civilizaciones
que desaparecieron víctimas de sus propios éxitos.

El mito del desarrollo

El mito del desarrollo es la idea- promesa que


orientó después de la II Guerra Mundial a los
pueblos colonizados para erradicar la pobreza y
liberarse del yugo de los Estados colonizadores;
para ello deberían seguir los pasos de las
sociedades occidentales e incluirse en la sociedad
termo-industrial mediante la construcción de Estados
Democráticos e insertarse en los modos de
producción del capitalismo liberal.

Tal y como señala Naredo (2006), el término


desarrollo se aplicó inicialmente en el campo de la
biología. Darwin lo utilizó en 1759 para denominar el
proceso de evolución que experimentan animales y
plantas desde su nacimiento hasta que alcanzan su
madurez.

A finales del siglo XVIII el uso del término se


comenzó a transferir al campo sociocultural,
equiparándolo a la idea de progreso. La palabra
progreso daba carta de legitimidad moral a ciertas
tendencias de la evolución sociocultural. Se
consideró que todas las sociedades evolucionaban
de una forma lineal de unos estadios de mayor
atraso –caza y recolección o ausencia de propiedad
privada– hacia nuevas etapas más avanzadas y
racionales –civilización industrial o economía de
mercado– y que en esta evolución, tan inexorable y
universal como las leyes de la mecánica, las
sociedades europeas se encontraban en el punto
más evolucionado.

Al concebir la historia de los pueblos como un


camino que transitaba del salvajismo y la barbarie
hasta la civilización, los europeos, guiados por la
convicción etnocéntrica de constituir la civilización
por excelencia, expoliaron los recursos de los
territorios colonizados para alimentar su sistema
económico. Sometieron mediante el dominio cultural
y la violencia (posible gracias a la tecnología militar)
a los pueblos colonizados, a los que se consideraba
salvajes por su estado cercano a la naturaleza.

Fue un presidente de Estados Unidos, Truman,


quien empleó por primera vez la palabra desarrollo
para referirse a la situación que ocupaban los países
en relación al crecimiento económico. Después de la
2ª Guerra Mundial, en 1949, Truman anunciaba un
programa internacional de desarrollo que iba a
contribuir a la mejora y crecimiento económico de las
áreas subdesarrolladas.

Por primera vez se calificaba como desarrollados a


los países que habían abrazado la fe en el
crecimiento económico y, por el contrario,
subdesarrollados al resto de los Estados. De pronto
miles de millones de personas se convertían en
subdesarrolladas (con la carga peyorativa que el
término supone) y dejaban de ser pueblos diversos,
con otras lógicas económicas, para convertirse en el
contrario de los otros que se autodenominaban
desarrollados.

La ignorancia de los límites físicos del planeta


permite que una buena parte de las teorías del
desarrollo propongan políticas que lo promueven. Se
aconsejan o imponen a los países empobrecidos
medidas para que sigan la senda de los países ya
desarrollados, llegando a denominarles en ciertos
casos, cuando algunos de sus indicadores
económicos crecen, países en vías de desarrollo.
Siguiendo al colapso de las potencias coloniales
europeas, los Estados Unidos encontraron una
oportunidad para dar dimensión mundial a la misión
que sus padres fundadores les habían legado: 'ser el
fanal sobre la colina'. Lanzaron la idea del desarrollo
con un llamado a todas las naciones a seguir sus
pasos. Desde entonces, las relaciones entre Norte y
Sur han sido acunadas con este molde: el
'desarrollo' provee el marco fundamental de
referencia para esa mezcla de generosidad, soborno
y opresión que ha caracterizado las políticas hacia el
Sur. Por casi medio siglo, la buena vecindad en el
planeta ha sido concebida a la luz del 'desarrollo'.

El mito del desarrollo sostenible

El desarrollo sostenible es el nuevo traje del mito del


desarrollo que hace algún tiempo que empezó a
resquebrajarse. Por eso una corte de economistas,
filósofos y sociólogos, decidió añadirle otros
calificativos (sostenible, responsable, social), con el
propósito de hacerlo tragable a la opinión pública.
Resulta esperpéntico ver a los zorros manifestar su
preocupación por el gallinero. Los mayores
contaminadores del planeta, como British Petroleum,
Total-Elf-Fina, Suez, Viviendi, Monsanto (el principal
productor mundial de transgénicos), Novartis, Nestlé
apoyan con su firma manifiestos a favor del
desarrollo sostenible.

La palabra “desarrollo” encubre determinadas


realidades: acumulación de capital, explotación de la
fuerza de trabajo, imperialismo, saqueo de los
recursos naturales. El calificativo “sostenible” sólo
sirve para tranquilizar la conciencia de una masa de
población cada vez más crítica con las
consecuencias (cambio climático, pérdida de
biodiversidad…). Si el desarrollo puede “sostenerse”
es porque existe la forma de paliar sus
consecuencias negativas. La ciencia y la técnica,
transformadas en una especie de pensamiento
mágico acaban sirviendo de coartada a los
desmanes del capitalismo.

Se inventan automóviles que contaminan menos y


electrodomésticos que gastan menos. Los científicos
se reúnen y los gobiernos deciden a combatir las
causas del cambio climático, se vuelve a hablar de
centrales nucleares más baratas y seguras. Todo
esto provoca un efecto adormecedor entre la
población. Si los gobiernos y los científicos hablan
de “desarrollo sostenible” será porque saben de lo
que hablan.

El afán de la elite del poder, actualmente, por


inyectar sentido y valor a instituciones y empresas
que para enormes sectores de la sociedad ya no lo
tienen, encuentra en la consigna del desarrollo
sostenible un apoyo insustituible
"El mundo industrial habrá de saber responder a las
esperanzas actuales si quiere, de forma
responsable, continuar creando riqueza en el futuro"
Jean Marie Van Engelshoven. Director de Shell.

"En tanto que dirigentes de empresas, suscribimos el


concepto de desarrollo sostenible, que permitirá dar
respuesta a las necesidades de la humanidad sin
comprometer las oportunidades de las generaciones
futuras".

Business Council for Sustainable Development.


Conferencia de Río de Janeiro 1992.

“El término ‘desarrollo sostenible’ está sirviendo para


mantener en los países industrializados la fe en el
crecimiento y haciendo las veces de burladero para
escapar de la problemática ambiental y las
connotaciones éticas que tal crecimiento conlleva”

José Manuel Naredo.

Los defensores del “desarrollo sostenible”


enmascaran la realidad detrás de un amplio surtido
de ilusiones, que los medios de comunicación se
encargan de vender como ciencia.

El mito de la globalización

Según el mito de la globalización, los espacios


nacionales han quedado disueltos en el orden
global, la mano invisible del mercado se encargará
de compatibilizar intereses y difundir el bienestar
global. Este mito se encuentra expresado en ‘La
Riqueza de las Naciones’ de Adam Smith.
La apropiación de los recursos energéticos y
materiales para el ‘desarrollo’ de las naciones del
Norte necesito de un proceso de colonización
encubierto que permitiera su legitimación ante las
doctrinas ilustradas (derechos del hombre) que se
legitimaban en los países occidentales y obligaban a
los países de la periferia.

Apareció entonces el término Globalización. Para


ello se emplea el libre comercio y el manejo
financiero de los mercados mediante instituciones
internacionales como el FMI (Fondo Monetario
Internacional), el BM (Banco Mundial), o la OMC
(Organización Mundial de Comercio), y los tratados
internacionales entre Países Ricos y Países
Empobrecidos, en una hipócrita apertura de
mercados de los últimos mientras los primeros
defienden sus industrias a través de subvenciones y
aranceles.

El saqueo es ahora participado por las élites


minoritarias de los países del sur que maman de las
grandes transacionales, los emporios mediático-
finanancieros, y los lobbys de los países ricos, todo
cubierto con un manto de legitimidad jurídico-
política.

“Echo un vistazo en mi despensa y me encuentro


con garbanzos de México, habas pintas de Canadá,
habas blancas de Argentina, lentejas de USA,
espárragos de Perú, langostinos de Ecuador, piña
de Filipinas, filetes de caballa de Marruecos, arroz
de Tailandia... .
¿Qué es lo que permite que todos estos productos
estén en mi despensa?”
Antonio García

La globalización ha sido posible gracias al desarrollo


de las infraestructuras del transporte, los apoyos
fiscales y las desregulaciones del comercio
promovidas por los gobiernos; La alta eficiencia del
petróleo, su bajo precio y el desarrollo de potentes
tecnologías de transporte permitieron este proceso.

Un automóvil puede reunir piezas fabricadas en


Polonia, Túnez y Taiwán, y exhibir una marca
alemana. De este modo se ha ido consolidando una
nueva división internacional del trabajo en la que la
producción se dispersa. Al tiempo, las grandes
empresas han forzado a eliminar progresivamente
las restricciones estatales a la expansión del libre
mercado mundial en todos los ámbitos, proceso
amparado por organismos internacionales como el
GATT (más tarde OMC).

De esta forma, naranjas que antes llegaban a los


mercados europeos desde Valencia, procederán
cada vez más de Marruecos o Israel. Los plátanos
de Canarias serán progresivamente sustituidos por
los de Colombia y Centroamérica. Muchos productos
manufacturados o agrícolas provendrán de los
espacios del Este o del Sur del Mediterráneo –o de
mucho más allá–, donde su producción será más
barata. Simultáneamente los excedentes no
consumidos en el Norte (por ejemplo las ropas de
segunda mano o las piezas de pollo con más
huesos) son exportados al Sur a precios que
compiten con la producción local, debilitando así su
ya frágil sistema productivo.

El mito de la máquina

Una gran parte de la población mantiene,


conscientemente o no, la certeza de que la mayor
parte de los problemas sociales o medioambientales
a los que se enfrenta la humanidad encontrará, tarde
o temprano, una respuesta técnica. ¿Millones de
seres humanos mueren de hambre?. Mejoremos el
rendimiento de los cereales gracias a los
transgénicos. ¿El estrés causa estragos en los
trabajadores occidentales? Desarrollemos mejores
antidepresivos. ¿El miedo a la inseguridad ronda
nuestras ciudades? Instalemos sistemas de
videovigilancia, equipemos a la población con carnés
de identidad biométricos y aumentemos los medios
policiales. ¿La violencia en la televisión afecta a los
niños? Equipemos nuestros televisores de chips
electrónicos para encriptar las escenas
traumatizantes.
" - No entiendo, Doctor: tengo un coche, una mujer,
dos niños, un chalet con su hipoteca, incluso una
tele... y todavía no me siento feliz!
- Entonces cómprese un lector DVD."

Todo se desarrolla como si frente a un problema la


respuesta espontánea consistiera en encontrar una
solución técnica apropiada, no a interrogarse sobre
sus causas. ¿La hambruna es realmente un
problema de rendimiento de cereales? ¿De dónde
viene el estrés? ¿Quién ha desarrollado el tema de
la inseguridad y cuáles son sus causas? ¿Qué
significa el aumento de la violencia y del sexo en los
mass media? “¡En el fondo poco importa, se acabará
encontrando solución!”.
Concentrándonos en el cómo, desatendiendo el
porqué, la perspectiva de progreso actúa creando
esperanza; presenta como una certeza el hecho de
que la mayoría de problemas sociales,
medioambientales e íntimos a los que nos
enfrentamos encontrarán, tarde o temprano, una
respuesta técnica.

Así, el funcionamiento de nuestro mundo se


manifiesta por el ascenso de la sociedad técnica, el
carácter maquínico propicia el ascenso de un
sistema tecnológico en el cual los humanos nos
hemos convertido en un engranaje de este gigante
termoindustrial. Nuestra sociedad se ha
transformado en una megamáquina cibernética, que
se eleva sobre lo social, lo político y lo económico
absorbiendo todos los componentes de nuestra
cultura.

Los móviles, los ordenadores, la televisión, los


automóviles, se han hecho objeto omnipresentes en
nuestro paisaje cotidiano, se presentan ante
nosotros como fruto del progreso [el cambio a mejor,
la eficacia, el ir hacia delante]; La tecnología inspira
respeto y fascinación, se nos ofrece como solución a
todos nuestros problemas: acabarán con el hambre
en el mundo (primero con la revolución verde, ahora
con los transgénicos), habrá energía ilimitada
(primero con la energía nuclear, ahora con las
energías limpias), iremos a Marte (primero con la
carrera aeroespacial, próximamente con el
teletransporte)…

Se conforma en el imaginario colectivo un conjunto


de ideas, creencias y opiniones que van
acondicionando a las personas para la convivencia
con el aparato tecnológico, aprendiendo a hacer la
compra ante los ordenadores, a charlar a través de
los celulares, a comer alimentos procesados… lo
que provoca un aislamiento social que fomenta el
individualismo.

El sistema tecnológico en su conjunto sirve a los


intereses de las oligarquías dominantes ya que las
decisiones sobre la investigación científica y los
medios que le son asignados se concentran en
manos del Estado y las grandes empresas; también
gracias a la deriva tecnológica se permite un control
del trabajo, la división de éste en diferentes
jerarquías, y la especialización que conlleva un
sinsentido a la tarea de trabajar; por supuesto, el
acceso a la utilización de la tecnología como forma
de consumo queda en manos de las personas que
viven en el mundo occidental y las minorías de los
países del sur.

Nuestra capacidad emocional para representarnos el


peligro de las herramientas modernas queda
obsoleta ante sus descomunales capacidades de
destrucción, creando dependencias en su utilización
[se hace necesario el vehículo privado para ir a
trabajar, que se hace necesario para pagar las letras
del coche], y creando estados tecnológicos de
carácter irreversible [desaparecen los espacios para
que los niños puedan jugar, llevándolos a la
utilización de aparatos de pantalla e
inmovilizándolos], también aparecen los accidentes
totales como las fugas radioactivas de Chernobil o
Fukushima.

El mito de la desmaterialización de la economía

En pleno debate sobre las bases materiales de la


economía mundial, irrumpió una idea: el progreso
tecnológico aumentaría la eficiencia en el uso de los
recursos, reduciendo la generación de residuos y la
sustitución de las materias primas por otras más
eficaces; esta idea presagiaba una progresiva
independencia del crecimiento económico respecto
al consumo de energía y recursos naturales. Este
proceso, que desligaba crecimiento y límites, fue
denominado desmaterialización de la economía.

Esta idea se veía reforzada con la aparición de las


nuevas tecnologías de la comunicación, de las que
se decía que teóricamente posibilitaban un
crecimiento económico ilimitado con gasto escaso
de energía y materiales.

Lamentablemente, la realidad no ha acompañado


estos augurios optimistas y los costes ambientales
de los nuevos procesos de fabricación, así como el
aumento de consumo global muestran que la
necesidad de considerar los límites es cada vez más
angustiosa.

La paradoja de Jevons, denominada así por su


descubridor, William Stanley Jevons, afirma que a
medida que el perfeccionamiento tecnológico
aumenta la eficiencia con la que se usa un recurso,
lo más probable es que aumente el consumo de
dicho recurso, antes que disminuya. Concretamente,
la paradoja de Jevons implica que la introducción de
tecnologías con mayor eficiencia tecnológica
pueden, a la postre, aumentar el consumo total de
energía.

En su obra de 1865 titulada "The Coal Question" (la


cuestión del carbón) Jevons observó que el
consumo del carbón se elevó en Inglaterra después
de que James Watt introdujera su máquina de vapor
alimentada con carbón, que mejoraba en gran
manera la eficiencia del primer diseño de Thomas
Newcomen. Las innovaciones de Watt convirtieron el
carbón en un recurso con mayor eficiencia en
relación con el coste, haciendo que se incrementara
el uso de su máquina de vapor en una amplia gama
de industrias. Ello, a su vez, hizo que aumentara el
consumo total de carbón, aunque la cantidad de
carbón necesaria para cada aplicación concreta
cayera.

Es muy probable que la introducción de tecnologías


más eficientes no disminuya la tasa de consumo de
recursos naturales. El hecho de que sólo un grupo
de la población adopte estas tecnologías eficientes
libera recursos que pueden ser utilizados con mayor
intensidad por otros que no estén en el uso de esta
eficiencia.

Algunos ejemplos los tenemos en la tecnología del


automóvil, que a pesar de haber conseguido
motores más eficientes en el gasto de combustible,
ha multiplicado el mismo al venderse muchos más
coches y ser de mayor peso. Otro ejemplo es el del
gasto del papel, que hipotéticamente iba a disminuir
con la aparición del ordenador, ya que la posibilidad
de almacenar información electrónicamente permitía
la creación de la “oficina sin papeles”. Pues bien,
entre 1960 y 1997 el consumo de papel en los
Estados Unidos se ha multiplicado por 5. Pero, es
que además, según el análisis realizado por Plätzer
y Göstching, la lectura de un periódico on line utiliza
diez veces más energía de origen fósil y genera dos
veces más residuos, que un periódico de papel.
(Carpintero, 2005).

Los esfuerzos tecnológicos para mejorar la eficiencia


en el uso de recursos naturales y en la reducción de
la contaminación pueden ser muy valiosos, sin
embargo, no han demostrado servir para minimizar
el deterioro ecológico, ya que conllevan enormes
costes ambientales respecto a los productos a los
que sustituyen y generan, en muchos casos, un
efecto rebote que transforma la eficiencia y ahorro
en un consumo a mayor escala de los productos
fabricados.

Si han cambiado las relaciones de producción de


bienes y servicios en los países desarrollados es
porque aún persisten sus prácticas coloniales:
instalaron sus fábricas en los países del tercer
mundo. La 'aldea global' es una ficción de los
relativamente ricos.

El mito paradójico de la abundancia

Después de la Independencia, se creó entre los


colonos norteamericanos la imagen de un paraíso
agrario que un día se extendería hasta el mar
occidental. En la imaginación de los hombres, las
tierras que se encontraban al poniente se
transformarían en el Jardín del Mundo. La creación
de mitos relativos a la tierra se convirtió en un
pasatiempo nacional, infectaron la política y
produjeron los movimientos hacia el oeste y el
destino manifiesto: mientras los hombres estuvieran
convencidos de que el continente era una sucesión
ininterrumpida de pastos inagotables llevarían a
cabo grandes y temerarias hazañas. La imagen de
Daniel Boone (cazador y explorador) se convirtió en
el símbolo del optimismo. La adquisición del territorio
noroccidental alimentó la euforia. Había tal
abundancia de todo, tanta tierra, tanta agua, tanta
madera, tantos animales, que nadie previó el día en
que alguno de los recursos naturales pudiera
agotarse, la consecuencia: la devastación y abuso
de la tierra y el gran saqueo de recursos durante el
siglo XIX

Hoy, observamos los supermercados y los


escaparates y vemos que están llenos de productos;
abrimos el grifo y sale agua, mediante un interruptor
los espacios se iluminan como por arte de magia; en
las ciudades existen miles de viviendas; las
distancias se acortan con el transporte; accedemos
a internet y el conocimiento de la humanidad se
postra a nuestros pies; pulsando una tecla hablamos
instantáneamente con otra persona en cualquier
lugar del mundo. Todo se puede conseguir.

Lo único que hay que tener es dinero.

Y la forma de mantenernos en constante


competición unos con otros, en lucha constante por
los recursos, por el dinero, por los medios de
subsistencia, por un puesto de trabajo, por una plaza
de aparcamiento, por una vivienda más amplia (o
simplemente por un lugar en que vivir), por una
plaza en la universidad, por un trozo de pan, etc.,
etc., consiste en inculcarnos, constantemente y
desde la infancia, el convencimiento de que hay
escasez de todo, de que los bienes terrenales y la
calidad de vida son algo escaso por lo que hay que
luchar, cuando lo observamos es que sobra de todo:
alimentos, dinero, espacio físico, tiempo para lo
importante... Pero tenemos miedo a ‘no tener’.
Es más, podemos afirmar que la sociedad moderna
es la primera sociedad que ha creado un cuerpo
técnico especializado, cuya función es justamente la
de crear y de (re)producir la pobreza: los
profesionales de la publicidad y del marketing que,
mediante la manipulación del lenguaje simbólico y al
incidir sobre las carencias y los anhelos psicológicos
inconscientes de las personas, logran fomentar el
deseo de consumo, la subjetividad de la pobreza.

La sociedad moderna, cuya organización social se


articula en torno de las relaciones del mercado y que
ha elegido los satisfactores mercantiles (las
mercancías) como los satisfactores más importantes,
anteponiendo así -como ya analizó Fromm- el Tener
al Ser. Bajo esta concepción, al no tener dinero para
acceder a la posesión de los satisfactores
mercantiles privilegiados por las sociedades
modernas, uno es y se siente pobre casi por
definición.

Y es esta concepción mercantil de la pobreza la que


ensombrece todos los otros tipos de “pobrezas”,
como la pobreza espiritual, la pobreza
afectiva/emocional, la pobreza de relaciones -tanto
sociales como con un medio físico armonioso-, bajo
cuyo prisma tendríamos que invertir, de hecho, la
concepción dominante de sociedades ricas y pobres,
ya que es justamente en los países más
desarrollados donde más se sufre de este tipo de
pobrezas, hecho que parecen confirmar los altos
índices de suicidio y de enfermedades de carácter
depresivo que las caracteriza.
‘Si nos dejamos llevar por el miedo a la “pobreza”,
les seguiremos pasando a los demás la miseria
desnuda.’
Rudolph Bahro
El mito de la igualdad

Frente a la impostura histórica de la dominación,


surge la idea de la igualdad como bálsamo que
eliminaría las diferencias y terminaría con las
estructuras de dominación heredadas de las
sociedades tradicionales. Una vez que todos
fuéramos iguales no existiría la discriminación, y
todos tendríamos las mismas oportunidades de
acceso a los diferentes niveles de poder, de mandar,
de poder hacer y poder ser; dominar y administrar
los recursos y tener capacidad para elegir el modo
de estar en el mundo.

En nuestra civilización jerarquizada, los que están


arriba son los que han ido construyendo un modelo
en el que lo significante, lo valioso, es aquello que se
ajusta más fácilmente a los esquema a la clases
hegemónicas.

¿Por qué en nuestra sociedad está mal visto el


cotilleo, sin embargo hablar de fútbol está
considerado una asunto serio? ¿Por qué está más
penalizado socialmente comprar en un mercadillo
que en un gran centro comercial? ¿Por qué tener
vehículo privado da más prestigio que utilizar
transporte público? La valoración que se hace de
determinadas funciones, roles, actitudes o aptitudes
es lo que define que el fútbol es un asunto serio, que
los centros comerciales son los nuevos templos
sagrados y el vehículo privado es un nuevo dios. El
esquema del triunfador está muy cerca del
financiero, del político con éxito, del presentador
mediático, del futbolista goleador.

Se establece mediante un orden simbólico un


modelo superior de ser y estar, al cual debemos
imitar; entonces todos deberíamos aspirar a ser:

hombre/blanco/rico/heterosexual/urbano/joven/s
ano/ciudadano/universitario/propietario/con
patria…

Que ocurre entonces con el modo de ser mujer, ser


negra, ser gitana, ser pobre, ser campesina, ser
vieja, ser niña, ser enferma, ser sin papeles, ser
apartida, ser precaria, …

Si la aspiración es que las personas lleguemos a ser


sujetos con todas las prerrogativas del ‘sujeto
universal’, estaremos legitimando las leyes que
hacen invisible el dominio social. Lo genérico
engendra identidades que es lo opuesto a las
diferencias.

La idea de igualdad se vuelve como un boomerang,


se expone a una fácil refutación por los sentidos, y
hasta las más concluyentes pruebas antropológicas.

“la utopía abstracta de la igualdad es demasiado


fácil compatible con las más astutas tendencias de la
sociedad; el que todos seamos iguales es la que
mejor se ajusta a la consideración de las diferencias
reales o imaginarias como estigmas que testimonian
que las cosas no se han llevado todavía demasiado
lejos, que algo hay libre de la maquinaria, algo no
del todo determinado por la totalidad.”

Theodor W. Adorno

Centrar los problemas únicamente en la


desigualdad, es actuar de manera reduccionista;
estamos ante estructuras de poder que impiden
desplegar en toda su amplitud las facultades de las
personas y de los pueblos; estructuras de poder que
convierten las diferencias en desigualdades

Habría que construir el ‘sujeto diferencial’ capaz de


pactos y transacciones, reclamando la diferencia
porque somos diferentes frente al modelo
hegemónico.

La vida no es negociable. Nuestra libertad nace de


nuestra naturaleza, que la dota tanto de
posibilidades como de límites. Han utilizado nuestras
diferencias para someternos. Las diferencias de
edad, de raza, de religión, de lengua, de etnia, de
clase y de sexo han dado lugar a múltiples
desigualdades. Pero la diferencia nada tiene que ver
conceptualmente con la desigualdad. Esta ha sido
una consecuencia perversa.

El mito de la libertad

El mito de la libertad nace de una narración en la


cual las personas se desenvuelven autónomamente,
independientes de las demás personas y de la
Naturaleza, un mundo incorpóreo, sin necesidades
que satisfacer; un mundo constituido por personas
inagotables, siempre sanas, jóvenes, redimidas de
las tareas de cuidados.

La libertad pertenece al imaginario colectivo que se


mira en las elaboraciones de las empresas de
publicidad; así la mera elección entre productos o
marcas sin apenas diferencias cristalizan en
ilusiones de libertad que transmiten los significados
simbólicos que emiten estos productos.

La sociedad actual justifica su existencia con la


promesa de satisfacer los deseos humanos y sus
necesidades mediante los bienes materiales. En
nuestro mundo la idea de libertad está asociada a la
posibilidad de mayor consumo, a un mayor acceso a
un número cada vez mayor de mercancías, en todo
momento y en todo lugar los anuncios publicitarios
nos recuerdan que tenemos que comprar y acumular
para ser felices. Expresado en un slogan
publicitario:“¡Qué importa si a ti te gusta! ¡Hazlo!”.

“... Yo no quiero esa libertad que me ofrecen, la que


no puede prescindir de tener y desear...”
“... Y si le horrorizaba la esclavitud del éxito y del
dinero aún le angustiaba más la lucha por obtenerlo
que, dijo, volvía a los humanos ridículos...”

Rosa Regás

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