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I. ¿Cúantos evangelios hay? Tal pregunta bien pudiera dar la impresión de que
hay más de un evangelio verdadero; es decir, que hay varias vertientes del
evangelio que, en su mensaje, son "la verdad de Dios". Después de todo, oimos tan
a menudo que "todas las religiones son buenas", o que "todas las religiones llevan a
los hombres al mismo Dios", etc.
Si bien es cierto que en el mundo siempre hubo, hay y habrá muchas religiones,
de ahí no sigue que todas, o tal vez algunas de ellas sean buenas... que cuenten
con el favor y aprobación de Dios... que varias sean "legítimo camino hacia
Dios". La Biblia nos asegura que "hay un solo Dios": "Yo soy Jehová, y no hay
otro... Yo soy Jehová que hablo justicia, que anuncio rectitud... No hay más Dios
que yo, un Dios justo y salvador; ningún otro hay fuera de mí" (Isaías 45:18-25).
También nos testifica la Palabra eterna que "hay un solo Dios, y un solo
mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1 Timoteo 2:5).
La pregunta, pues, tiene una sola respuesta, a saber, "hay un solo evangelio",
hay sólo un mensaje que Dios trae al hombre tocante al estado de pecado y
condenación en que éste vive así como la provisión misericordiosa de Dios
mediante la sangre de Cristo sobre la cual estableció el nuevo pacto, fundamento
único del evangelio de la gracia de Dios en Cristo, llamado también en el Nuevo
Testamento, "la ley de Cristo" (Gálatas 6:2 y 1 Corintios 9:21).
Cuando Pablo alude a ese "otro evangelio" (v. 6), enseguida dice de manera
enfática: "no que haya otro" (v. 7). Es decir, NO HAY sino un solo evangelio;
NO HAY otro fuera del verdadero evangelio de Cristo que le fue encomendado al
apóstol. Lo que los judaizantes procuraban introducir al evangelio de Cristo lo
convertía, realmente, en "otro evangelio", o para decirlo un poco más claramente,
un evangelio falso, un evangelio que no procedía de Dios. Y, si no es el verdadero,
es otro; es falso.
Enseñar -y así requerir de los cristianos su obediente sumisión- que los diez
mandamientos son parte del evangelio de Cristo del nuevo pacto es desmentir las
Escrituras. Nada tiene que ver con el hecho de que Dios los haya dado a Moisés y al
pueblo, siendo en su tiempo legítimas exigencias de parte de Dios a su pueblo.
Enseñar y requerir de los cristianos la observación del sábado -¡aunque sea en el
domingo!- bajo la premisa de que el sábado y las demás leyes del decálogo son de
duración eterna, es faltarle al testimonio bíblico sobre el particular; es desmentir la
Palabra de Cristo y de sus apóstoles; es querer saber más que Dios; es levantar un
dios falso, a saber, "un evangelio diferente".
Además, Pablo nos hace saber -sin duda alguna- que para ser un fiel mensajero
de este evangelio, Dios lo "capacitó como ministro de un nuevo pacto, no de la
letra, sino del espíritu; porque la letra mata, pero el espíritu vivifica" (2 Corintios
3:6). De esta manera tan breve y clara, vemos cómo Pablo sabía que él era
mensajero del evangelio de Cristo y que, como tal, era un ministro del nuevo
pacto. Estos hermanos en Galacia estaban abriendo sus mentes y corazones a
leyes del antiguo pacto, lo que pervertía el evangelio de Cristo del nuevo pacto.
Estaban a punto de perder todo lo que habían recibido mediante la fe de Cristo. Ya
habían iniciado su "deserción" del evangelio de Cristo.
Pablo les enseñó la verdad según era en Cristo. El había sido fiel a su encomienda
como ministro del nuevo pacto. En esta epístola él sigue siendo un fiel defensor del
evangelio del nuevo pacto. En ello vemos su consistencia en la fe, doctrina y su
amor a los hermanos; sobre todo, su amor al Señor que lo llamó a llevar su
evangelio a los perdidos. Pablo sabía que él era un mensajero llamado por "Jesús,
el Mediador del nuevo pacto y de la sangre rociada que habla mejor que la de Abel"
(Hebreos 12:24).
III. ¿Qué suerte corre quien predique un "evangelio" que no sea el
verdadero? De dicha suerte no se nos deja a oscuras; se nos dice claramente que
tal mensajero de ese otro evangelio que no es el verdadero
será maldito ;será anatema. Son palabras muy fuertes, mas, son palabras
inspiradas del Espíritu de Dios. Él no ve con buenos ojos a quienes pervierten su
evangelio del nuevo pacto en Cristo con "pedacitos aquí y allá" que procedan de la
ley antigua, mosaica. El evangelio de Cristo no es una mezcla de la gracia y la
ley, de Cristo y Moisés. Es el mensaje de una obra nueva, un pacto nuevo y mejor
que dio por terminado al primero. Le remito a Hebreos 8, en especial el verso 13. El
pacto nuevo no dio por terminado a partes del antiguo; lo dejó caducado -como
pacto regente sobre el corazón y la conciencia del pueblo de Dios- en su totalidad.
Enseñar lo contrario es enseñar "un evangelio diferente".
Recordemos que, dado el caso de que Dios no cambia -"es el mismo ayer, hoy y
por todos los siglos" (Hebreos 13:8)- su ley, sus preceptos, sus mandamientos son
eternos, por lo que sus preceptos se reflejarán en cualquier pacto que él haga con
el hombre. Su santidad mostrada en el pacto antiguo es la misma mostrada en el
nuevo. Los principios morales y espirituales que se ven en el pacto antiguo también
se ven en su gran mayoría en el nuevo.
A. El antiguo mostraba el pecado, no podía justificar, fue hecho con Israel, y sus
términos fueron: "haz y vivirás".
No importa cuántas veces, ni con cuán piadoso tono de voz insistan en que la
gloriosa obra santificadora de Dios se efectúa cuando el Espíritu de Dios nos lleva a
los diez mandamientos para, por ellos, ser instruídos en la santidad, tal insistencia
es mentirosa, engañosa, no importa la sinceridad de motivos que tenga el que
habla. No olvide que Saulo persiguió a la iglesia de Cristo pensando que "servía a
Dios". Recuerde: la verdad no es establecida por la sinceridad, fama o elocuencia
del maestro sino sólo por el testimonio de la Palabra de Dios; "Sea todo hombre
mentiroso, mas Dios verdadero".
IV. ¿Qué metas persiguen aquellos que predican un falso evangelio y los
que predicamos el verdadero evangelio?
Veamos el texto del verso 10, que dice:"Pues, ¿busco ahora el favor de los
hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues, si todavía
agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo".
Aunque en los capítulos siguientes del libro veremos algunas motivaciones tanto
del apóstol así como de los judaizantes -me refiero a Pablo quien quería "ver
formado a Cristo en ellos" y a los judaizantes que querían "provocarlos a celos"-
habremos de limitarnos a lo que dice este texto en particular. Pablo va al grano en
lo que a motivos en nosotros, los humanos, se refiere. O hacemos las cosas con el
fin de agradar a Dios o de agradar a los hombres. Es un tema que Cristo enfatizó
en sus enseñanzas cuando dijo: "No podéis servir a dos señores... no podéis servir
a Dios y a las riquezas" (Mateo 6:24). Consideremos, de manera muy breve, estas
dos motivaciones.
Mas, cuando de las cosas "espirituales" se trata, este mal toma otro giro; asume
otra personalidad. Queriendo contar con el favor (¿las ofrendas tal vez?... ¿favores
ulteriores?) de sus oyentes, son muchos los que acomodan las enseñanzas bíblicas
a lo que "a la gente le gusta", "lo que está de moda", "lo que no ofende", etc. He
conocido a pastores que aseguraban que iban a quejarse contra la denominación
por alguna inconformidad, mas, llegado el momento crucial, callaron para no echar
a perder su futura pensión económica del retiro. ¡Más vale el dinero que las
convicciones espirituales a los tales! Se me contó de otro pastor que se quejaba
porque, habiendo él levantado una "grande iglesia" con una enorme flota de
autobuses, la universidad evangélica de donde se graduó aún no le había
reconocido sus labores con un doctorado honorario. ¡Asombroso! ¡Ministerios con
"motivos personales, egoístas"!
Otros predicadores no quieren más que contar con el favor del "grupo que los
rodea" con el resultado de que, cerrando sus ojos y corazones a la entrada de la
"luz espiritual" que Dios bien les pudiera traer a través de otros vasos de barro a
quienes él ha visto bien enseñarles verdades gloriosas, quedan a oscuras,
convertidos en guías ciegos de ciegos, juntos acercándose más al hoyo del error
destructor. Todo lo hacen, sin embargo, con tal de contar con el favor de los
hombres que los rodean, no comprendiendo que muy probablemente esos con
quienes hoy se han congraciado, mañana serán los primeros en echarlos a un lado,
en abandonarlos como si nunca los hubiesen conocido, en traicionar la confianza
puesta en ellos. Así ocurre a quienes confían en el brazo del hombre y no en el del
Señor.
Hemos visto cómo algunos que así actúan terminan dando más importancia a las
fuentes humanas de donde extraerán sus mensajes -o parte de ellas- que a la
Palabra de Dios, que tiene que ser LA ÚNICA FUENTE de dónde deberían estar
predicando. Sus motivos bien pudieran ser sinceros... muy sinceros; lo
sabemos. Mas, la realidad es que en ésto agradan a los demás hombres a quienes
tienen en alta estima. Así, su mensaje viene a ser, en total o en parte, "un
evangelio diferente".
En conclusión, afirmamos que Pablo sólo quería ser un fiel siervo de Cristo, contar
con el favor de Dios, ser un instrumento para llevar y aclarar el evangelio a estos
hermanos y tantos más que estaban bajo la muy seria amenaza de los judaizantes,
hombres malos que traían otro evangelio que no era evangelio, enemigos
verdaderos del evangelio de Cristo. El apóstol estaba maravillado de que estos
hermanos se hubiesen alejado tan rapidamente del verdadero evangelio que él les
había enseñado y en el cual ellos habían creído.
Habiendo pronunciado esta maldición sobre los pervertidores del evangelio -los
perversos judaizantes- y habiendo afirmado que su única motivación para escribir
esta carta es su deseo de agradar a Dios, procederá en los siguientes versículos a
ofrecer un repaso de su propio testimonio, de cómo Dios lo salvó de una vida de
persecución a la iglesia de Cristo, de cómo Dios le reveló las gloriosas verdades de
la gracia del nuevo pacto que ahora comenzará a defender de manera tenaz,
aunque amorosa, ya que Dios le ha hecho un ministro del nuevo pacto.
Comencemos este estudio de la parte final del capítulo 1 con cuatro preguntas:
1. ¿De quién recibió Pablo el evangelio que predicaba?
2. ¿Quién llamó a Pablo a tal obra y, cuándo lo llamó?
3. ¿Con quiénes tuvo contacto luego de su conversión?
4. ¿Qué reacción provocó su testimonio entre los fieles?
Tan pronto como Pablo le escribió a los gálatas que su motivación, al ministrar
entre ellos la Palabra de Dios, había sido "el agradar a Dios en todo y no a los
hombres", introduce de inmediato la fuente de ese evangelio que les predicó. Es su
manera de dar énfasis al hecho de que lo que él les comunicó no había surgido de
origen o fuente humana. Les afirmó en el v. 11: "no es según hombre".
¿Por qué habrá enfatizado ese hecho? Nos parece que la razón más obvia guarda
relación con su propósito principal al escribir esta carta a ellos, a saber, el hecho de
que estaban descuidando el evangelio de Cristo -el que les había predicado- ante la
influencia de las tradiciones judáicas traídas por los judaizantes. Su conocimiento
de ese evangelio le había llegado por revelación directa de Cristo a él; las
tradiciones judías, aunque en su mayoría de origen divino en el momento en que
Dios estableció aquel pacto (antiguo) con ellos, eran, ya, sólo tradiciones que los
"hombres" procuraban forzar sobre ellos.
Como para abrir los ojos de los hermanos a la realidad de que era imposible que
este glorioso evangelio de Cristo hubiese procedido de fuente humana alguna, les
recuerda algo que ellos ya sabían, a saber, su anterior conducta en el judaísmo y la
manera en que él se había dedicado a perseguir a la iglesia de Dios (v.13, 14). Así,
él procura dejar claro que en su vida ocurrió algo grande y maravilloso. No
meramente le había revelado Dios el evangelio sino que, primero, Dios lo había
sacado de donde estaba, llamándole desde el vientre de su madre para ser objeto
de su gracia y misericordia.
Otra cosa que Pablo había llegado a conocer era la realidad de que Dios lo había
predestinado para ser un mensajero del evangelio de Cristo entre los gentiles. Esto
sólo lo supo luego de su conversión a Cristo, claro está. Es algo de lo cual no tuvo
duda alguna. Dios lo había llamado a ser su hijo y también a ser su siervo. ¡Era
para él una dicha doble, algo glorioso!
III. ¿Con quiénes tuvo contacto luego de su conversión?
Con cierta similitud a lo que vimos arriba en el I., ahora vemos cómo el apóstol
enfatiza que, luego de su conversión en el camino a Damasco, con ningún ser
humano consultó. Sabemos, por el testimonio escrito en los Hechos de los
Apóstoles, que tan pronto el Señor se le apareció en aquel camino, momento en
que fue transformado por la gracia de Dios a un hijo de luz, fue a la casa de un tal
Ananías, probablemente el anciano de la iglesia del Señor en esa ciudad (Hechos
9). Estuvo con estos creyentes durante algunos días; no sabemos cuántos. Fue allí
que lo bautizaron. También llegó hasta las sinagogas del área en las que hablaba a
los judíos de Cristo, afirmando que éste era el Hijo de Dios. Así sería,siempre, en su
futuro ministerio, a saber: yendo primero, en cada ciudad, al lugar de reunión de
los judíos.
Cuando él dice en el v.16 y 17 que "no consultó en seguida con carne y sangre",
que "no subió a Jerusalén a presentarse a los que eran apóstoles" sino hasta
pasados tres años, se refiere no a sus días entre los discípulos en Damasco sino al
hecho de que no "consultó" asuntos de fe y doctrina con otros. Así podemos
entender que tampoco entró en consultas con los de Damasco sino que sólo les
habló lo que ya Dios había puesto en su corazón. Entendemos que lo que él procura
establecer con estas palabras es el hecho de que, lo que predicó a los que vivían en
las regiones de Galacia no fue algo que recibió mediante consulta con los apóstoles
en Jerusalén, sino que fue recibido, en su totalidad, por revelación del Señor.
Y, dado el caso de que lo que él les había predicado, cuando estuvo entre ellos,
fue recibido por revelación del Señor, es un asunto muy serio el que ellos anden,
ahora, echando a perder ese evangelio que les llegó de Dios a través de Pablo.
Corren gran peligro al estar mezclando lo "viejo" con lo nuevo que Dios les ha
hecho llegar por medio de su apóstol. Era necesario que Dios les recordara, a
través de esta carta, lo sublime de la verdad del evangelio que estaban por
desechar a cambio de echarse encima una vez más la cargas y la condenación de la
ley mosaica; ley que ya no era la ley de Dios sobre su pueblo.
¿Cómo, cuándo y dónde fue que el Señor se le reveló a Pablo y le enseñó estas
gloriosas verdades del evangelio de Dios? En el v.17 leemos que en vez de irse a
Jerusalén, se fue "a la Arabia", de donde regresó a Damasco. ¿Qué fue lo que
ocurrió durante ese tiempo indeterminado que Pablo describe como su "viaje a la
Arabia"? Creemos que la respuesta está en 2 Corintios 12:1-6, cuando él habla de
un "hombre en Cristo... que fue arrebatado al paraíso... hasta el tercer cielo". Dice,
de ese hombre, que no sabe si era "en cuerpo o fuera de cuerpo".
Después de esta experiencia "fuera del cuerpo" en la que Cristo le reveló gloriosas
verdades eternas, Pablo regresó a Damasco por un tiempo y luego subió a
Jerusalén por unos quince días para visitar a Pedro. Dice que "a ningún otro de los
apóstoles vio, salvo Jacobo, el hermano del Señor" (v.19). Y como para darle peso
a tal afirmación, juramentó la verdad que les había declarado (v.20). Luego de su
breve visita a Jerusalén, se fue a las regiones de Siria y Cilicia donde había
creyentes, que aunque no le conocían de vista, habían oído de sus temibles
hazañas de persecución contra la iglesia, ya cosa del pasado (v.21-23).
Más adelante en esta carta habremos de leer palabras con las que Pablo expresó
su preocupación en el sentido de que quizás "habría trabajado en vano entre ellos"
(4:11). En ese mismo capítulo les dice que está como quien vuelve a tener "dolores
de parto hasta que Cristo sea formado en ellos" (19). Tal parece que la recepción
favorable de los creyentes en Siria y Cilicia se narra con el fin de compararla con el
descuido tan grande en que habían caído los creyentes en Galacia.
Dar toda la gloria a Dios realmente no es tan fácil, pues nuestra carne tiene, por
naturaleza, buen apetito por la humana adulación y el encomio. Aun el predicador
que fielmente comunica todo el consejo de Dios está sujeto a tal detracción, a tal
robo a Dios de la gloria que a él sólo le pertenece. ¡Ni hablar de aquellos que
gustan bañarse en la gloria de otros al hacer amplio uso de los escritos de los tales
en sus elocuciones! El fiel siervo de Dios se sentirá gozoso, sumamente satisfecho
cuando vea que Dios lo ha usado para comunicar fielmente la Palabra eterna con
el resultado de que los hombres se doblegan ante nuestro Señor. Permita el Señor
que todo maestro de la Palabra que lea estas líneas pueda, como Pablo, decir: "Y
glorificaban a Dios por mí".
Escribe Pablo que "después de catorce años" subió de nuevo a Jerusalén, llevando
consigo a varios hermanos, entre ellos Tito y Bernabé(2:1). Entendemos que este
lapso de 14 años sigue a su anterior y muy breve visita a Pedro, ocurrida unos tres
años luego de su conversión a Cristo. Durante esa visita de unos 15 días también
tuvo contacto con Jacobo, hermano de Jesús (1:18).
Si comparamos esta visita a Jerusalén con la que Lucas narra en Hechos 15,
veremos que se trata de la misma ocasión: viaje hecho a raiz de los estragos que
estaban causando los judaizantes en la iglesia en Antioquía, iglesia de donde había
salido Pablo y Bernabé en aquel primer viaje evangelizador (lea Hechos 13:1-).
Cuando Pablo regresó de ese primer viaje, halló serios problemas doctrinales
causados por los judaizantes. Con gran presión, insistían en que sólo creer en
Cristo no bastabapara la salvación del alma; hacía falta, también, someterse
alrigor de la ley y tradición mosaica, a saber, la circuncisión. El apóstol no toleró
-ni por un solo segundo- tal doctrina falsa, por lo que la polémica que surgió en la
iglesia dio lugar a que sus líderes espirituales decidieran enviar una comitiva
consultora a Jerusalén, siendo líder de dicho grupo el mismo apóstol Pablo.
Es digno notar el que Pablo especificara que "subió según una revelación" (v. 2).
Aunque no sabemos, en concreto, detalle alguno acerca de dicha "revelación", tal
parece que surgió en medio de la disputa que ocurrió en Antioquía. Sólo podemos
imaginarnos que, "según Pablo oraba al Señor, implorando su perfecta dirección",
Dios le habría concedido esa "dirección" por medio de una revelación, ya sea en
sueño o de otra manera. Lo cierto es que, Dios le reveló que debía llegar hasta
Jerusalén con tal de que este asunto se ventilara ante los apóstoles que dirigían los
asuntos de la iglesia allí. ¡Así lo hizo, y lo testificó!
En el verso 2, Pablo escribió: "...les expuse el evangelio que predico entre los
gentiles..." Luego dice que "...ni por un momento accedimos a someternos, para
que la verdad del evangelio sea salvaguardada para nosotros". Con esta mención
de la verdad del evangelio, él vuelve a tocar en lo que ya ha introducido como
"el tema principal" de esta epístola, a saber: que hay sólo un evangelio, el cual
con lujo de detalle habrá de definir en los próximos capítulos, según lo contrasta
con la ya pasada, caducada ley de Moisés, el pacto antiguo escrito en las tablas de
piedra en el Sinaí. Su celo por la verdad del evangelioes de gran importancia para
nosotros, ya que nos recuerda que ese "único, verdadero evangelio" es aquel que
hemos recibido los hijos de Dios mediante la fe en Cristo.
Por tanto, afirmamos que la verdad del evangelio es ésta: Que en Cristo, Dios
satisfizo las demandas de la ley del pacto antiguo; que la santidad requeridad la
cumplió Cristo a favor de los escogidos de Dios de tal manera que, todos cuantos
vienen a Cristo en fe, confesando su pecado ante Dios, hallan la justicia obrada por
Cristo, quedando, así, libres de toda culpa; libres para obedecer a Dios en Cristo,
descansando en los méritos de él, logrados cuando cumplió la ley de Dios en
nuestro lugar en ese glorioso momento cuando, con su sangre ofrecida en la cruz,
obró y, así, puso en lugar el pacto nuevo en su sangre, ese pacto que
recordamos cada vez que participamos de la copa en la cena del Señor, pacto que
dio por terminado el primero que, para un tiempo limitado, Dios dio en el Sinaí.
Ya Pablo pronunció maldición (1:8,9) sobre quienes prediquen otro evangelio que
no sea el que él anunció por revelación de Cristo, a saber: el evangelio de la sangre
de Cristo del nuevo pacto. Luego, habrá de ofrecer detallados y muy específicos
argumentos que describen lo "temporero" de la ley moisaica según se contrasta con
la permanencia eterna de la ley de Cristo. En su momento los habremos de
considerar.
Pablo describió cómo se reunió, privadamente, con estos varios apóstoles que
dirigían la iglesia en Jerusalén. Con el fin de asegurar que, en nada, llegaran a
influenciar su doctrina -que le había sido revelada por Cristo- no sólo dice
que: "...nada nuevo me dieron..." (v.6), "...nos dieron la diestra en señal de
compañerismo..."(v.9) y "...nos pidieron que nos acordásemos de los
pobres..."(v.10) sino que afirma que su acompañante, Tito, siendo griego, "...no
fue obligado a circuncidarse" (v.3).
Por la narración en Hechos 15, sabemos que los apóstoles que estaban en
Jerusalén se gozaron al oir el testimonio que Pablo dio de cómo Dios había
mostrado su gracia salvadora a los gentiles. Viendo que Dios le había abierto esa
amplia puerta de ministerio a Pablo, además de enviar una breve carta con varias
recomendaciones prácticas -tales como "no comer sangre, ahogado y no practicar
la fornicación"- le encomendaron la tarea de allegar ofrendas en los lugares que él
visitaría a fin de aliviar las necesidades materiales de los cristianos de Jerusalén
que, debido a las sequías -además de su pobreza- padecían grandes necesidades.
Esta petición Pablo la aceptó con mucho gusto. Evidencias de sus esfuerzos al
respecto se leen en textos como 2 de Corintios 8 y 9.
¿Que a qué nos referimos con esta breve mención de la falta de convicción -de
parte de los apóstoles en Jerusalén- respecto al verdadero evangelio según
contrasta con la ley de Moisés? Para responder, les invito a considerar en Hechos
21:17 en adelante, que dice: "Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos
recibieron con gozo. Y al día siguiente, Pablo entró con nosotros a ver a Jacobo, y
se hallaban presentes todos los ancianos... cuando ellos oyeron, glorificaron a Dios,
y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos miles de judíos hay que han creído; y todos
son celosos de la ley" (v. 17,18,20).
Esta historia incluye muchos otros detalles que en este espacio no vamos a
considerar. Sin embargo, ¿No es asombroso el hecho de que, luego de tantos años
en el evangelio, los pastores de esta iglesia en Jerusalén no hayan logrado instruir
y guiar a esos miles de convertidos judíos en el verdadero evangelio de Cristo?
¡Pedro (Cefas) está entre esos pastores! Tal parece que lo que Dios le enseñó en
aquella experiencia con el gentil, Cornelio, aún no ha calado muy hondo en su
espíritu. ¡Asombroso! Tampoco han comprendido los demás apóstoles
la exclusividad del nuevo pacto en la sangre de Cristo. Bajo su tutela
espiritual, había una mezcla de lo legítimo, vigente y lo caducado. ¡Extraña mezcla!
Fíjese que le dicen a Pablo: "Ya ves, cuántos miles de judíos hay que han
creído..." Hasta ahí, todo bien. Cierto es que la conversión de miles de judíos a
Cristo es algo glorioso, algo por lo cual dar gracias a Dios. Pero, las palabras que
siguen son muy claves por lo que revelan, a saber: "... y todos son celosos de la
ley". Es evidentemente claro que tal "celo por la ley" no se refiere a la ley de
Cristo; ¡No! Es a la ley de Moisés. En la iglesia de Jerusalén se profesaba fe en
Cristo a la vez que se sometían a, cuanto menos, algunos de los rigores de la ley.
Nada más el someterse implica que dicha ley "tenía autoridad sobre ellos", que
era aún válida. Ése no sólo era -y es- un grave error; era colocarse bajo la
maldición de Dios, según Pablo escribió en el 1er capítiulo de esta Epístola.
Quien lee estas líneas con gran cuidado y sin prejuicio deberá notar varias
aplicaciones sobresalientes para nuestros tiempos:
Segundo, la implicación tajante para quienes, hoy día, pretenden llevar a la iglesia
de Cristo (mayormente gentil) bajo la tutela y el rigor de "partes de la ley
moisaica", alegando que los 10 mandamientos de Moisés son ley eterna para la
iglesia.
Si fuera cierto -¡y no lo es!- el que Dios mantenga, en Cristo, a dos gentes
(gentiles y judíos), cada cual con sus peculiares leyes y ordenanzas, ¿acaso no
serían dichas gentes los "judíos creyentes" y los "gentiles creyentes"? Los ancianos
en Jerusalén habían entendido, correctamente, que los gentiles creyentes
estaban libres de obligación a la ley de Moisés, ya caducada. Lo que no habían
aprendido, aún, era que los judíos creyentes en Cristo tampoco estaban sujetos a
la ley mosaica, pues ésta había sido abolida por Cristo en la cruz cuando
estableció, mediante su sangre, el pacto nuevo, eterno entre él y su Padre.
¿Dónde, pues, deja ésto a los que hoy día insisten en llevar a sus iglesias en "la fe
de Cristo unida a la ley de Moisés", los 10 mandamientos? Si dicha ley del pacto
antiguo ya no era para la iglesia de Cristo de aquel día, mucho menos es aplicable
hoy. No hay punto intermedio, y de eso Pablo nos hablará mucho más en este libro
de Gálatas cuando diga que el que quiere estar bajo la ley moisaica, la tiene que
obedecer toda o, de lo contrario, caerá bajo su condena debido al incumplimiento a
cualquiera de sus partes.
¿Hay, pues, dos evangelios? Esta es la respuesta: Hay UN solo evangelio... el que
anunciaba Cristo... el que predicaba Pablo. ¿Por qué, pues, Pablo dice que Pedro
predicaba el evangelio de la circuncisión y él (Pablo) el de la incircuncisión? Es tan,
tan sencillo. Pablo no da lugar a dudas cuando en la frase parentética del verso 8
dice, al final: "...actuó también en mí para con los gentiles"; en otras palabras,
la incircuncisión. Vemos, pues, que el término "incircuncisión" es, llanamente,
otra forma de referirse a los "gentiles". De manera similar, decir "la circuncisión" es
otra manera de referirse a los judíos; es decir, a los circuncidados.
Concluímos esta sección de versos (2:1-10) con una final observación sobre la
encomienda que los ancianos en la iglesia de Jerusalén le hicieron a Pablo, a
saber: que procurara recoger ofrendas de los creyentes en otros lugares a fin de
subsanar las serias necesidades que padecían los cristianos pobres de la ciudad. A
lo ya comentado arriba sobre el particular, sólo nos queda reseñar la buena
disposición del apóstol a esta encomienda, descrita en sus propias palabras: "...yo
también procuré hacerlo con diligencia" (v.10). ¡Quiera Dios darnos a todos sus
hijos la buena disposición de hacer lo que él nos pide, sin gemidos y quejas!
Teniendo en mente tal consejo, consideremos el contenido textual que nos espera
en estos versos del 2:11 hasta el :21. ¿Está el apóstol meramente narrándoles un
aislado episodio que ocurrió en la iglesia de Antioquía durante la visita de Pedro, o
es que aquí tenemos algo mucho más allá de un mero recuento histórico de un
triste evento en la vida de ambos? Sin rodeo o explicación adicional, declaramos,
sin titubeo alguno, que este recuento que Pablo le comunica a sus hermanos
gálatas tiene íntima relación con el argumento teológico, doctrinal de la carta.
Es más, es una de las piezas claves en el extenso argumento que está por
comenzar, en el cual se demuestra, con pruebas claras y contundentes, la gloriosa
verdad evangélica de que el nuevo pacto en la sangre de Cristo dio por terminado
el pacto antiguo de la ley mosaica, los diez mandamientos. Tampoco debemos
perder de vista que en esta porción de su carta a los creyentes en Galacia, el
apóstol Pablo les narra, de manera completa, lo que él le dijo a Pedro cuando lo
reprendió ante todos. Es decir, desde la segunda mitad del v.14 hasta el v.21,
inclusive, son las palabras originales que Pablo dirigió a Pedro, delante de todos, en
la iglesia de Antioquía. Comprender esto último será de mucha ayuda en el
entendimiento de sus palabras a Pedro.
Antes de considerar las ocho preguntas ofrecidas como guión de estudio en este
capítulo, deberíamos preguntarnos: ¿Cuándo ocurrió este episodio entre Pablo y
Bernabé? Lucas no nos narra detalle alguno sobre este evento en los Hechos de los
Apóstoles por lo que sólo podemos sugerir que, muy probablemente, ocurrió
después del Concilio en Jerusalén, luego de que Pablo y Bernabé regresaran a la
iglesia en Antioquia, lugar donde permanecieron "por algún tiempo" (Hechos
15:33). De dicho "concilio" habían surgido unos consejos espirituales para los
creyentes gentiles en Antioquía. Pedro fue uno de los apóstoles que, junto a Jacobo
y otros, articularon dichos consejos, por lo que no nos extrañaría que dentro de
pocos días, él quisiera visitar a estos hermanos para ver, con sus propios ojos, lo
que Pablo les había contado. Repetimos: esa es nuestra opinión, ya que nada hay
escrito sobre tales detalles específicos..
Lo cierto es que, aquí, Pablo no ofrece un mero recuento histórico por aquello de
que sepamos algo que Lucas no narró. ¡No! Es, más bien, un recuento -de una
conducta totalmente reprochable de parte del apóstol Pedro- con el propósito muy
específico de instruir, mediante dicho ejemplo, a los creyentes en Galacia. Revela
no meramente su hipocresía en medio de la situación sino la causa de su error, a
saber, su ambivalente conducta que delataba su desconocimiento de que, bajo la
gracia del nuevo pacto, él estaba ya libre de la ley de Moisés porque ésta ya había
caducado como ley rectora sobre su fe y la fe de la iglesia de Jesucristo.
El v.11 dice que "cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque se
había hecho digno de reprensión". En otras palabras, algo ocurrió en la conducta de
Pedro que mereció una reprensión inmediata -"cara a cara"- de parte de Pablo. ¿Por
qué no habrá escogido hablarle o reprenderle a solas, sin que nadie más se
enterara? Después de todo, así es que se haría hoy, en ese remoto caso de que un
creyente realmente procediera a reprender a su hermano en Cristo. Nos es difícil
entender este tipo de conducta hoy en día, tal vez porque hemos perdido el celo
por la pureza del evangelio... ese testimonio personal que refleja, para bien o para
mal, sobre nuestro Señor y Salvador.
Como pastor, he procurado enseñar a las ovejas según estas normas bíblicas de
conducta cristiana. No es que andemos como espías buscando a ver de qué
podemos acusar al hermano. ¡Mil veces no! Sin embargo, me temo que la mayoría
de nosotros los cristianos padecemos de ese temor o miedo a las reacciones del
prójimo. Preferimos "verle y dejarle" en su andar desobediente antes que hacerle el
bien de corregirle en el temor de Dios.
Por otro lado, demasiados cristianos son tan defensivos que, ante la más mínima
palabra de corrección de un hermano que le ama en Cristo, surge la expresión de
molestia o inconformidad, la defensa de lo indefensible, etc., etc. Quiera Dios
darnos corazones que acepten la corrección apropiada cuando nos llega de parte de
un(a) hermano(a) amoroso(a), así como darnos ese amor sincero que, como Pablo,
no nos inhiba de hablarle cara a cara a otro creyente que tropieza en su pecado...
que sepamos lo que es vivir de acuerdo a estas palabras: "Hermanos, si alguno de
entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguien le hace volver, sepa que el
que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte su alma, y
cubrirá una multitud de pecados" (Santiago 5:19,20).
Los versos 12-13 nos dicen que "...antes que viniesen algunos de parte de Jacobo,
comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se separaba, porque
tenía miedo de los de la circuncisión. Y de su simulación (hipocresía) participaron
también los demás judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado
por la hipocresía de ellos".
Tal parece que al poco tiempo de Pedro llegar como visitante a la iglesia en
Antioquía, otros de los hermanos judíos convertidos de Jerusalén también
decidieron llegar hasta allí para compartir con Pedro y los demás las bendiciones
espirituales que Pablo les había contado. Jacobo es el hermano de Jesús, quien
parece haber sido el anciano principal de la iglesia en Jerusalén y, al decirnos que
vinieron "de parte de Jacobo", queda claro que su visita fue por encomienda de él.
Hasta aquí, todo bien. ¡Qué bueno que hayan venido para auscultar personalmente
la obra que Dios había hecho en Antioquía entre los gentiles!
Sin embargo, las próximas palabras nos revelan un cambio abrupto en la conducta
de Pedro. Todo indica que hasta que llegaron los hermanos de Jerusalén, él se
sentía muy cómodo en compañía de estos gentiles convertidos. Como diríamos aquí
en Puerto Rico, estaba de "tú a tú" con ellos. Pero, su conducta sufrió un repentino
cambio al llegar sus hermanos judíos, convertidos de Jerusalén. Ahora, él se
"retraía" de los gentiles. Sólo podemos suponer las razones, ya que "el porqué" no
se nos ofrece de manera específica. Sabemos que los judíos seguían ciertas reglas
de "limpieza" y/o "pureza" que los mantenía separados de todo lo que se pudiera
considerar inmundo... ésto debido a la ley de Moisés y sus diversos reglamentos. Y
esa separación de lo "inmundo" incluía, también, a los gentiles.
Pero, estos hombres eran creyentes en Cristo; la ley de Moisés había sido abolida
al morir Cristo en la cruz; para todo efecto de la actual ley de Dios (la de Cristo)
que regía en la iglesia, ya no estaban bajo la mosaica. Mas, ellos aún no habían
comprendido esta gran verdad. Decían tener la vida eterna que sólo se recibe en
Cristo, pero, seguían reglamentos mosaicos como si la ley de los 10 mandamientos
fuera aún vigente. Había una mezcla "extraña" en su fe y práctica, y fue la
conducta hipócrita de Pedro la que puso de manifiesto su errada fe y práctica.
Resumiendo, pues, esta observación del apóstol Pablo, vemos que la "simulación"
o hipocresía de Pedro consistió en su abrupto cambio de conducta hacia los
creyentes gentiles de Antioquía: antes comía con ellos -tenía comunión abierta-
mas ahora les "sacaba el cuerpo". ¡Cuánto habrá chocado este cambio de conducta
a esos amados hermanos! Seguramente se habrán preguntado: "¿Qué habrá
pasado con nuestro hermano Pedro? Ayer él no se comportaba así. Ahora, como
que no nos conoce, como que no somos hermanos. ¿Qué será... por qué
disimulará"?
En el caso de Pedro, este cambio tenía una causa, una razón de ser muy clara,
muy específica; no buena, y mucho menos loable, pero muy real, ¡y censurable!.
Consideremos, pues...
La reprensión pública hecha por Pablo hacia su hermano en Cristo, Pedro, acusa
directamente la desobediencia de éste a la "verdad del evangelio", por lo que,
obviamente, algo en ese disimulo de Pedro significaba que andaba contrario a las
normas del evangelio de Cristo. Pablo no lo está reprendiendo por algo que pasó
cuando hablaron en privado o por algún desliz personal que le llegó a su atención.
¡No! Su disimulo o hipocresía ante sus hermanos de Antioquía y los que llegaron de
Jerusalén fue un acto de desobediencia a la verdad del evangelio. ¿Y cómo
puede ser tal acto una desobediencia tan sería? Es sencillo...
La ley de Dios dada bajo Moisés -los 10 mandamientos, las tablas de la ley, las
tablas de piedra, el pacto hecho en Sinaí- era una que requería: "Haz", y
prometía: "Vivirás" (Exodo 19: 4-6; Deuteronomio 5:33). Pero, Cristo puso fin a
ese pacto cuando murió en la cruz y, bajo el nuevo pacto que él estableció
mediante su sangre -lo recordamos cada vez que tomamos de la copa durante la
cena del Señor- la palabra es: "Creed", y la promesa es: "Vivirás" (Juan 3:16 y
muchos más).
A grandes razgos, vemos que la ley del pacto antiguo -el de la ley mosaica- era
una de obras, imposibles de producir debido al pecado del corazón de cada uno,
mientras que el pacto nuevo es uno en donde la obra requerida la hizo Cristo,
cuando ganó por su obediencia la justicia prometida y, a través de su sangre, pagó
el precio demandado sobre cada uno de los sustituídos. El pacto nuevo era -y aún
es- uno de fe en la obra completa del Señor en la cruz. Los requerimientos del
pacto antiguo, así sean unos pocos, o aun uno sólo, no son opcionales para la
iglesia de Cristo bajo el nuevo pacto: quedaron atrás, anuladas, caducadas, o
cualquier otro término que signifique lo mismo.
Por eso, el mero hecho de que Pedro -y los que le imitaron tan vergonzosamente-
se dejara llevar en su conducta por cualquier elemento de esa ley caducada,
mostraba que andaba en abierta desobediencia a la "verdad del evangelio", lo
entendiera así en el momento o no. Como ya indicamos, aunque Pablo no menciona
el reglamento, ordenanza o ley específica a la que Pedro, en ese momento, se
estaba sometiendo tan hipócritamente, sabemos, en sentido general, además de
por las palabras de Pablo, que en el corazón o fondo de la conducta de Pedro
estaba esa dicotomía entre la ley antigua -ya no vigente- y la de Cristo, que tan
evidentemente éste aún no había llegado a entender o a vivir.
Vemos que las palabras de Pablo reconocen que Pedro, un judío convertido a
Cristo, había estado conduciéndose de lo más bien, propiamente entre sus
hermanos en Cristo gentiles ("...vives como los gentiles") sin mostrar ataduras a
las variadas costumbres judías, que serían normales en él. Su pregunta a Pedro,
"¿como obligas a los gentiles a judaizar?", muestra, por el otro lado, que la
conducta simulada de éste, ante la llegada de sus compañeros judíos de Jerusalén,
era, en efecto, una acción que "forzaba sobre esos gentiles creyentes" la noción de
que aquello de la tradición antigua, judáica que lo movió a "poner cierta distancia
entre él y ellos" -haya sido cual haya sido la motivación- aún era legítimo ante
Dios; es decir, que los cambios propiciados por el advenimiento del nuevo pacto no
eran legítimos.
Resumiendo este punto, vemos, pues, que la conducta falsa, simulada, hipócrita
de Pedro reveló que su causa principal era la falta de entendimiento acerca de la
clara diferencia entre la ley de Moisés que, como pacto, había caducado el
instante en que Dios rompió el velo de arriba abajo el mismo instante en que Cristo
dio su espíritu al morir, y el nuevo y mejor pacto en Cristo que dio por terminado
al antiguo pacto de los 10 mandamientos. Además, su conducta era, para todo
efecto práctico, una acción que obligaba al creyente gentil a entender que lo
nuevo en Cristo no había dado por terminado lo antiguo bajo Moisés.
Esta frase, "obras de la ley", es una que ha sido tergiversada por muchos
maestros de la Biblia, seguramente sin comprender lo que hacen. En el capítulo 3
de Gálatas, veremos el uso del término en varias ocasiones. Invariablemente,
quienes enseñan que la iglesia está bajo una "ley eterna de Dios, la ley mosaica de
los 10 mandamientos" insistirán, de una manera u otra, que estas "obras de la ley"
no son otra cosa que "el obrar de la carne" en su pecado natural, es decir, "las
obras de la carne", término usado en Gálatas 5 -ciertamente- para refierirse, sin
lugar a dudas, a la conducta pecaminosa de la carne.
Sin embargo, igualar "las obras de la ley" con "las obras de la carne" -en el caso
que acabo de señalar- es ser deshonesto con las Escrituras inspiradas; es
manipular la Palabra con el fin de acomodarla a unas teorías preestablecidas,
teorías que responden a escritos de hombres con el fin de dar fundamento a
enseñanzas y prácticas tradicionales que no se quieren dejar atrás en las sombras,
en la oscuridad de donde proceden y a donde pertenecen.
¿Qué son, pues, las "obras de la ley" a las que se refiere Pablo en el v.16?
Notemos, en primer lugar, que Pablo le señala a Pedro una dicotomía -una
oposición entre si- de dos opciones o vías por medio de las cuales se podría hallar
la justificación del alma ante Dios, a saber:
1. Mediante "las obras de la ley", o
2. Mediante "la fe de Jesucristo".
Según la teoría alegada por algunos -mencionada arriba- estas dos opciones
serían:
1. Justificación mediante el pecar(la carne), o
2. Justificación mediante "la fe en Jesucristo".
Las "obras de la ley" no son otra cosa que "ese esfuerzo en la conducta diaria por
implementar y obedecer los mandamientos" requeridos por el pacto antiguo
mosaico y todas sus leyes, mandamientos y ordenanzas subsidiarias. ¡Ni más ni
menos! No hay duda de que los esfuerzos por cumplir esas leyes aparte de fe dada
por Dios venían a ser obras infructuosas. Ya veremos, luego, la imposibilidad de
poder obedecer a cabalidad dicha ley, todo por causa del estado pecaminoso del
hombre ante Dios. Veremos cómo la infracción a un solo mandamiento hacía
culpable a la persona como desobediente a toda la ley.
Al final del v.16 Pablo enfatiza -¡y cómo!- que nadie será justificado a base de "las
obras de la ley". Yerra de manera muy seria quien enseña que estas palabras
significan que un ser humano no podrá ser justificado ante Dios mediante las obras
de pecado de su carne. Eso es atentar contra el mensaje de esta carta inspirada; es
trastocar la verdad enseñada de que "nadie podía ser justificado ante Dios
mediante su esfuerzo por obedecer la ley mosaica del pacto antiguo". Pero,
quienes procuran mantener viva y vigente la ley de los 10 mandamientos sobre la
iglesia de Cristo, caerán en este grave error. Domina en ellos el afán por mantener
viva una tradición de hombres antes que el llegar a conocer lo que Dios enseña en
su Palabra.
Los que no se atreven negar que estas palabras, "obras de la ley", se refieren a la
ley de los 10 mandamientos, le buscan "la vuelta", enseñando que es una
referencia a unas tales "leyes ceremoniales". Es decir, admitirán la relación general
a la ley mosaica, pero negarán que se trate de los 10 mandamientos en si,
señalando, más bien, a las "leyes ceremoniales" como las "imposibles de cumplir" a
fin de lograr adquirir justificación ante Dios. Tal postura doctrinal muestra plena
ceguedad de las claras enseñanzas bíblicas en el sentido de que los 10
mandamientos eran "el pacto que obligaba al pueblo a Dios" y los demás preceptos
y mandamientos eran las implementaciones detalladas del pacto.
El arca se llamaba "arca del pacto" no por la vara de Aarón o el maná que tenía en
su interior sino porque allí estaban las dos "tablas del testimonio" o del "pacto".
Toda la religión judía giraba alrededor no de las ceremonias sino del pacto que
requería esas ceremonias. Por tanto, enseñar que las ceremonias cesaron a la vez
que el pacto supuestamente sigue vigente es cerrar los ojos al testimonio bíblico.
(Le recomiendo la lectura del libro "Tablas de Piedra" -sobre este tema- en nuestro
sitio hermano Voz de Gracia. Trata todos los textos bíblicos sobre el tema.
Cuando Cristo murió en la cruz, dejó atrás el pacto antiguo; no era ya un pacto de
ley vigente. Por consiguiente, toda ley accesoria, tales como las que afectaban lo
civil, lo moral, la salud, la familia, etc., etc., quedó cesante en su carácter como ley
obligatoria debido a que el "corazón" de dichas leyes, el pacto mosaico de los 10
mandamientos, había sido sustituída por un pacto mejor con mejores promesas
(Hebreos 8). Tanto la ley del pacto como el sacerdote que la administraba quedaron
cesantes cuando Cristo murió (Hebreos 7:12).
Lo primero que le invito a observar es "la voz" del verbo usado por Pablo para
describir su muy personal posición ante este tema tan serio que queda de relieve a
través de la reprensión que le hace a Pedro. Fíjese que Pablo dice "destruí".
Comparemos esta "voz verbal" con otros verbos ya usados en sus palabras
públicas de reprensión a Pedro. En el v.16 le
dijo: "...nosotros también hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados a
base de la fe de Cristo, y no de las obras de la ley...". Le dice,
"nosotros... hemos..."; es decir, incluye a Pedro como beneficiario junto a si
mismo de esa preciosa experiencia de haber creído, de haber sido justificados. Es
decir, no pone en tela de juicio la profesión de fe en Cristo de parte de Pedro. Le da
el beneficio de la duda; lo trata como un hermano en Cristo. Se trata de "tú y yo".
De igual manera, cuando en el v.17 hace una ligera mención de la muy real
posibilidad de que, siendo justificados por la fe de Cristo, pudieran aun así caer en
pecado, preguntándole si tal eventualidad haría a Cristo un ministro de pecado, le
dice, "si hemos sido hallados pecadores...". Es decir, lo incluye junto a si como un
creyente que pudiera tropezar en el pecado. Mas, en el v.18 vemos un giro en esta
voz verbal que, en el v.19, se hace muy patente como un testimonio
absolutamente personal de Pablo. Esto deja abierta la puerta para una clara duda,
de parte de Pablo, sobre lo que ha o no ha ocurrido en el espíritu de Pedro tocante
a la ley mosaica y su vigencia en él.
La implicación de sus palabras para con Pedro es evidente. Están calculadas como
para que Pedro se pregunte si en realidad él ha "destruído" el dominio de la ley
mosaica en su vida, o si habiéndola destruído, la ha vuelto a edificar. Aquí se ve
claramente que el pacto nuevo en Cristo y el pacto antiguo de los 10 mandamientos
son dos cosas distintas, mutuamente exclusivas, aunque en su origen ambos
vinieron de la mano de Dios. Si lo viejo ha pasado, ha sido "destruído"; lo "nuevo"
es lo que toma su lugar. Pero, si se vuelve a edificar lo viejo, Dios dice que se
ha transgredido... ("transgresor me hago" v.18). ¿Trasgresor de qué? De la ley de
Cristo, de la ley de Dios para su iglesia que está fundamentada sobre la sangre del
nuevo pacto.
La manera más fácil para saber si una iglesia mantiene a sus ovejas sujetadas a la
ley de Moisés es preguntar, averiguar, si predican los diez mandamientos como "ley
vigente" sobre las almas del pueblo de Dios. No importa si le llaman a esa antigua
ley "la eterna ley de Dios" o si usan otros nombres. No es el nombre peculiar que
lleve dicho grupo, iglesia o secta: es la naturaleza de su postura "doctrinal,
teológica". Si enseñan que los 10 mandamientos son ley presente, vigente sobre la
iglesia, si enseñan que el primer día de la semana es el sábado mosaico mudado a
un nuevo día, mas, con la misma santidad y obligación de observarlo, están
incurriendo en la misma "transgresión" de la que fue culpable Pedro.
Resumiendo, pues, este punto, vemos que Pablo, luego de darle el beneficio de la
duda a su hermano en Cristo, Pedro, en cuanto a su participación junto a Pablo en
la "fe de Jesucristo", abre la puerta a un área en donde él está claro en cuanto a lo
que ha recibido de Cristo por la gracia, aunque no incluye a Pedro, por el momento,
en esa particular seguridad de saber que su fe en Cristo ha roto con la pasada ley
de Moisés. Veremos, ahora, cómo Pablo identificará su total "muerte" a la ley de
Moisés, cosa que definitivamente no se ve en su hermano Pedro.
En el v.19, Pablo le narra a los gálatas que también le dijo a Pedro: "Porque por
medio de la ley yo soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios." ¡Palabras
asombrosas, llenas de significado! Veamos, pues, qué es lo que él le ha dicho a
Pedro:
Primero, "la ley" (el pacto antiguo, los 10 mandamientos) tuvo su función legítima
en algún momento: "por medio de la ley...". A la luz de los argumentos que
hallaremos en el capítulo 3, además de la innegable realidad histórica de la vida de
Pablo quien, como Saulo, fue un celoso seguidor de dicha ley hasta el punto de
perseguir a los cristianos, pensando en ello servir a Dios, no cabe duda de que él
había entendido que la ley, en su momento de vigencia legítima -por haber sido
dada por Dios- había obrado según el plan de Dios, trayendo su propio deceso
mediante el advenimiento de Cristo y, así, el establecimiento del pacto nuevo bajo
el cual el creyente está fuera del alcance de la ley antigua. El viejo pacto dio lugar
al nuevo (Hebreos 8).
Es necesario, sin embargo, señalar que la función legítima del pasado, que Pablo
le reconoce a la ley del pacto antiguo, no es una que continuó después de la muerte
y resurrección de Jesucristo. En el próximo capítulo de Gálatas veremos palabras
tajantes, explícitas en el sentido de que esa ley no es la que el Espíritu de Dios usa,
hoy, para traer pecadores a Cristo. Algunos predican que la ley "es" nuestro ayo
para "traernos" a Cristo, no pudiendo aceptar el clarísimo testimonio bíblico que
deja esa legítima función del pasado, precísamente, en "el pasado". La legitimidad
a la que se refirió Pablo, arriba, fue en el pasado; fue cuando ese pacto antiguo
apuntaba hacia Cristo. Pero, una vez llegado Cristo, ya no hay que anticiparle,
esperarle. ¡No! Ahora es asunto de creer en él... en su obra completada en la cruz.
Vemos, pues, en segundo lugar, que Pablo "había muerto a la ley"... estaba fuera
de su alcance, fuera de su control, libre de cualquier obligación a la misma. Debería
ser fácil el comprender que uno que ha muerto a lo que le rodea deja de ser
afectado o influenciado por ese medio ambiente. Un muerto dentro del ataud no
reacciona a lo que le rodea; no puede desmentir a quien, ante el cadáver, le acusa
de lo que no hizo; está fuera del alcance del acreedor que se acerca,
pensando: "¡Se fue, y tanto dinero que me debía!". Así, quien ha venido a Cristo en
fe, creyendo, ha quedado fuera del alcance de la ley del antiguo pacto...
"estoy muerto para la ley".
Ya la ley no puede amenazarle con sus rugidos legalistas ni puede infundirle
temor; no porque hayamos aprendido algún truco secreto que, ahora, nos ayude a
zafarnos del alcance de dicha ley sino porque Dios declara que esa ley ya cesó, ya
no es vigente, ya caducó, ya trajo su condenación justa sobre nuestro Sustituto,
Cristo, en quien ahora descansamos libres de la condenación de la ley, libres de la
sujeción a ella. ¡Ya no podemos responder a algo a lo cual estamos muertos!
Sin embargo, es importante notar que Pablo ya dejó de usar verbos y voces
"colectivas" como nosotros, hemos, etc. Ahora dice, de manera afirmativa,
"he muerto", y no "hemos muerto". ¿Por qué? Porque ya no puede dar fe de que
esa sea la verdad de la experiencia de Pedro. De hecho, la conducta de éste
muestra todo lo contrario. Son palabras que debieron haber penetrado
profundamente a la conciencia de Pedro... "Pablo no me incluye en los que han
muerto a la ley... no me incluye en los que viven para Dios". ¡Debió ser una
experiencia terrible, vergonsoza para Pedro!
En tercer lugar, Pablo dijo que "había muerto a la ley a fin de vivir para Dios".
¡Estas son palabras poderosísimas! Quien no ve su significado se expone a vivir
como aquellos a quienes algún día Cristo dirá: "Apartaos de mí, pues nunca los
conocí." En estas palabras de Pablo, el "vivir para Dios" no es una mera descripción
de cómo vive quien cree en Cristo a la vez que se sujeta a la ley del viejo pacto.
¡Mil veces no! Aquí se afirma que quien "vive para Dios" es, exclusivamente,
aquella persona que ha "muerto a la ley". ¡Ni más ni menos!
Hay aquellos que procuran cambiar estas palabras para que signifiquen que el
creyente sólo está muerto a una categoría de leyes bajo la ley mosaica denominada
"leyes ceremoniales", según se contrastan con "leyes morales". Sepa el lector que
tales categorías son pura invención humana con el fin de buscar cómo justificar la
sujeción de los creyentes bajo su cuidado a los 10 mandamientos. Son categorías
creadas por confesiones de fe y otros escritos humanos, pero no por la Palabra de
Dios. Esto quedará meridianamente claro cuando lleguemos al capítulo 4, punto de
la carta en que Pablo hablará sobre Sara y Agar, los dos pactos y los herederos de
"la sierva" y de "la libre". Basta, pues, en este momento, afirmar lo que dice
Pablo, que quien ha "muerto a la ley" es quien "vive para Dios". No hay otra
opción o alternativa. Le pregunto, pues, ¿vive usted para Dios, o vive sujetado a la
ley del pacto antiguo, los 10 mandamientos?
Resumiendo, pues, esta breve y sencilla declaración de Pablo a Pedro, vemos que,
habiendo estado bajo esa ley del viejo pacto, esa misma ley le obró su "muerte" a
ella, trayéndolo a "vivir ante Dios". Pablo así lo afirma de sí mismo, aunque no lo
afirme de igual manera a favor de Pedro. Los que hoy profesamos ser hijos de Dios
mediante la fe en Cristo, ¿sabemos que estamos muertos a la ley del pacto antiguo
en todos sus sentidos, o estamos aún atados en alguna manera a la misma?
Recordemos que según Pablo acababa de declararle a Pedro que "él había muerto
a la ley", ahora le está diciendo que dicha muerte tomó lugar al ser "crucificado con
Cristo". Su muerte a la ley no lo llevó a una especie de libertinaje "sin ley", sino
que, por haber sido dicha muerte una crucifixión en la muerte de Cristo, él ahora
era poseído por Cristo por lo que su única y exclusiva alternativa de vida ante Dios
era, no bajo la ley antigua sino en la ley de Cristo, su Señor y Salvador. Verdad
similar declaró el apóstol Pablo a los corintios cuando escribió: "Me he hecho a los
judíos como judío; a los que están bajo la ley (aunque yo no esté bajo la ley) como
si estuviese bajo la ley, para ganar a los que están bajo la ley; a los que están sin
ley (no estando yo sin ley de Dios, sino dentro de la ley de Cristo), para ganar a
los que están sin ley" (1 Corintios 9:20,21). También leemos en Gálatas 6:2,
"Cumplid así la ley de Cristo".
¿Recuerda Ud. cuando indicamos que el que vivía bajo la ley, vivía "obrando la
ley" a fin de ganar el favor de Dios? Obediencia le proporcionaría vida; pero, no
podía obedecer porque su pecado se lo impedía. Esas obras infructuosas por
obedecer la ley eran esfuerzos hechos en la carne... esfuerzos inútiles, sin
esperanza de éxito. Pero, Pablo ha sido librado de la ley; ahora vive para Cristo,
por lo que "lo que ahora vivo", dice él, lo vive "en la fe del Hijo de Dios".
Pablo, pues, le está diciendo a Pedro -delante de todos- que él está viviendo
según un principio de vida espiritual muy contrario al que está viviendo Pedro. Le
está diciendo, en efecto: "Tú estás aún viviendo según la ley; yo estoy viviendo
según la fe del Hijo de Dios". Recuerde que las primeras palabras de Pablo a Pedro
lo incluyeron, junto a Pablo, como copartícipe en el "creer en Cristo", etc., pero las
últimas -las que describen lo que es vivir exclusivamente al amparo de la gracia de
Dios en vez de por la ley- no incluyen a Pedro junto a Pablo; sólo describen la fe
que Dios le había dado a Pablo... la fe que él deseaba que Pedro llegara a conocer
también.
Resumiendo, pues, esta penúltima sección, vemos cómo Pablo afirma que él ya
no vive según las obras de la ley sino en la fe del Hijo de Dios. Y ésto,
porque murió a la ley cuando fue crucificado con Cristo. Quien afirme haber
muerto al pecado en Cristo a la vez que intenta vivir sujetado a la ley del antiguo
pacto sólo se engaña a si mismo(a), pues, está viviendo "contra-natura",
espiritualmente hablando. En la casa de la fe no hay lugar para la ley mosaica,
y quien resiste esta eterna verdad resiste a Dios y a su Palabra, así sean pastores o
no.
En el v.21 leemos: "No desecho la gracia de Dios, pues si por medio de la ley se
obtiene la justicia, entonces Cristo murió en vano".
Hasta ahora, hemos visto cómo la conducta de Pedro -un siervo de Dios que había
conocido la gracia salvadora en Cristo hacía ya unos cuantos años- había
evidenciado que todavía no estaba claro en cuanto a que la ley mosaica, en todos
sus aspectos y requerimientos, había caducado cuando Cristo murió en la cruz. Tal
vez él conocía más de lo que en ese momento dio a entender; sin embargo, su
temor ante los otros hermanos judíos convertidos le llevó a un acto de hipocresía
para con los hermanos gentiles con quienes había compartido durante algunos días
en la iglesia en Antioquía. Esta situación mostró que aún no estaba firme en su fe y
dependencia de la perfecta obra de Cristo en la cruz. Su comportamiento fue, en
efecto, un acto que echaba a perder la obra de la gracia de Dios en su vida.
Cuando en estas palabras finales del capítulo Pablo le dice que "de ser la justicia
por medio de la obediencia a la ley, entonces por demás, o en vano, murió Cristo",
le está advirtiendo que su intento de obedecer cualquier parte de esa ley antigua
pone en tela de juicio la necesidad o el valor de la muerte de Cristo. En otras
palabras, si pudiéramos lograr ser justificados ante Dios por obedecer la ley,
entonces, "vamos a obedecerla; la muerte de Cristo está demás... no hace falta,
pues, todo lo que hace falta es que pongamos en práctica la ley del pacto escrito en
tablas de piedra".
Vemos, pues, que las palabras de Pablo a Pedro -narradas luego a los gálatas- no
dan lugar a que se pueda creer en Cristo y a la vez guardar algunas leyes u
ordenanzas del viejo pacto. O se gana la justificación ante Dios mediante la
obediencia a la ley, o se recibe mediante la fe en Cristo y su sangre derramada del
nuevo pacto. No hay intermedio, no hay mezcla posible de "lo mejor de los dos
mundos".
O la ley es válida hoy y la muerte de Cristo fue en vano, o el único camino a la
vida eterna es mediante la fe en Cristo, habiendo quedado la ley mosaica cesante
cuando Cristo murió en la cruz y resucitó al tercer día. Yo acepto el veredicto de la
Palabra eterna. ¡Cristo no murió en vano! De lo que por la ley no podíamos ser
salvados, Cristo lo obró todo en su sangre a favor de los escogidos de Dios. ¡Por su
gracia, me incluye a mí! ¡A él sea toda la gloria! ¡Amén!
Las siguientes preguntas nos servirán de guía al examinar estos cinco versos que,
tan al grano, ponen en tela de juicio la fe que ellos profesaban poseer, a saber:
En este punto de la carta, Dios asoma su vara correctiva para darle unos azotes
no meramente a los judaizantes -muchos de los cuales ni conocían el evangelio-
sino, mas bien, a sus ovejas errantes cuyos pies resbalaban del firme fundamento
del evangelio de Jesucristo. Es a los gálatas cristianos a quienes Dios les está
llamando "insensatos". Es a ellos que él procura rescatar del grave error de mezclar
el evangelio del nuevo pacto en Cristo con la ley ya caducada de Moisés, a saber,
los diez mandamientos.
Más adelante en este pasaje, Pablo les exclama: "¿Tan necios sois?" (v.3). Así
que, algo muy serio estaba ocurriendo entre estos creyentes que atentaba contra
su más básica fe en Cristo... tan serio como para decirles que actuaban de
manera insensata y necia. Actuar así bien podría ser por causa de falta de
conocimiento. Sin embargo, a ellos no les faltaba conocimiento sobre las verdades
y doctrinas envueltas ya que Pablo les había instruído en el evangelio. Por tanto, es
muy evidente que la insensatez y la necedad que Pablo reprende en ellos se debe a
que no andaban conforme a lo enseñado por él. Desobedecían los preceptos divinos
que él les había llevado a través de la comunicación del único y verdadero
evangelio de la sangre de Cristo, el evangelio del nuevo pacto.
Tan pronto Pablo se dirigió a esos gálatas "insensatos", les pregunta: "¿Quién
os fascinó para no obedecer...?" (v.1). Pablo quería saber, "¿Quién los
había hechizado?"... "¿Quién había capturado sus mentes y corazones de tal
manera que se desviaran en su fe y práctica a algo tan contrario, tan opuesto al
evangelio de Cristo?"
Hace ya muchos años que hemos observado cómo los miembros de tantas iglesias
quedan mesmerizadas ante el poder de convencimiento de algunos predicadores. A
veces ha ocurrido que un pastor nuevo ha conducido a los miembros de su nueva
congregación en un cambio radical de las doctrinas que antes creían y practicaban.
Esto podría ser bueno, beneficioso, pero también suele ser muy dañino. "Bueno" en
el sentido de que el nuevo pastor les haya conducido a "pastos" de sana doctrina en
donde antes nunca habían sido alimentados, pero "dañino" cuando les convence de
que la verdad que antes creían no es, realmente, la verdad. ¡No nos asombremos
por un solo segundo de que así pudiera ocurrir! De hecho, ocurre muy a menudo.
Sin embargo, cuán fácil logra un solo individuo persuadir a unos pocos (o muchos)
seguidores de que sólo él es el "portador" del evangelio de la gracia. Algo similar
había ocurrido con los gálatas, sólo que en relación a la ley mosaica del antiguo
pacto. Otro nombre bíblico para los tales es "anticristo", los cuales han estado entre
nosotros desde los tiempos bíblicos según el testimonio de 1ra de Juan.
Tal tendencia a "cambiar la verdad por el error" -aunque crean que lo nuevo sea
"verdad"- es prueba de nuestra propia fragilidad espiritual. Un día afirmamos
dogmáticamente que creemos lo que la Biblia enseña sobre tal o cual doctrina,
mas, muy pronto llega el día en que perdemos nuestro celo por esa verdad,
especialmente si ésta está bajo ataque, aceptando como verdad lo que el nuevo
predicador o pastor nos esté enseñando. Por eso Pablo le escribió a su hijo
espiritual, Timoteo, que "era buena cosa afirmar el corazón en la verdad".
Resumiendo, pues, este punto, afirmamos que somos muy propensos a ser
"llevados de aquí para allá con todo viento de doctrina", por lo que una de nuestras
constantes oraciones a Dios debería ser: "que nos haga crecer en el conocimiento
de la verdad como es en Cristo". Los hermanos en las iglesias de Galacia
enfrentaban ese mismo problema, a saber: "se les estaba llevando de la
verdad al error"... del evangelio de Cristo según se lo había predicado Pablo a una
perversión de ese evangelio al cual se le estaba agregando elementos de la ley
mosaica como si ésta aún estuviera vigente.
Es importante notar que no tenemos evidencia -al menos, en mis muchos años de
ser instruído por el Espíritu de Dios nunca la he visto- de que al cuerpo del
evangelio enseñado por Pablo se le estuviese quitando, cortando o eliminando
algunas de sus partes y/o doctrinas. La perversión al verdadero evangelio de Cristo
predicado por Pablo consistía -¡tan sencillo como usted lo lee en estas líneas!- en
que se le había agregado algo extraño, algo que no pertenecía allí, no importa que
haya sido parte vital de la antigua y ya caducada ley del pacto antiguo, los diez
mandamientos dados por Dios al pueblo de Israel a través de su siervo Moisés.
Por tanto, aquí vemos cómo un cristiano puede ser tan hechizado por un
mensajero del error que, aunque no le quite nada a lo que ya aprendió de Cristo,
con gran facilidad se atreve agregarle al evangelio creído como si esa añadidura
pudiera de alguna manera mejorar lo que Cristo ya estableció como su perfecta ley
para su iglesia. Debo agregar aquí que lo mismo ocurre cuando el liderato de una
iglesia intenta obligar una Confesión de fe sobre la iglesia para que la misma sea la
regla de fe y práctica de las ovejas allí congregadas.
Habiendo dicho ésto, debo agregar que hoy día se ve esta práctica de utilizar una
Confesión de fe con la intención de traer a los miembros de una iglesia bajo el
dominio de la ley mosaica, aunque sean sólo algunas partes de la misma. Este es
un asunto muy serio y merece nuestro rechazo y repudio tal como Pablo lo hizo con
las novedades judaizantes que eran impuestas sobre las iglesias de Cristo en
Galacia.
Habiendo ya definido las palabras que Pablo utilizó al reprender a los gálatas en
este inicio del capítulo 3, preguntémonos: ¿Por qué fue que él les preguntó, "Quién
os fascinó"?
La respuesta es, por un lado, muy sencilla. El ya sabía que ellos habían "abierto la
puerta" de sus iglesias y, más que nada, de sus mentes y almas al error doctrinal
llevada hasta ellos por los judaizantes, esa gente que no podía soltar a Moisés, los
diez mandamientos ni las tradiciones comunes que habían recibido de sus padres.
Él sabía que no meramente habían escuchado a los judaizantes sino que ya estaban
implementando en sus iglesias algunas de esas tradiciones que sólo fueron
legítimas cuando el pacto antiguo era el pacto vigente sobre el pueblo de Dios. Más
adelante habremos de considerar varias de esas tradiciones que se mencionan de
manera específica en el capítulo 4.
Habiéndose dirigido a ellos así, "¡Oh gálatas insensatos!", les pregunta, "¿Quién
os fascinó para no obedecer?..", debido a que le extraña sobremanera que
creyentes, que en un momento de su vida como cristianos fueron tan celosos en
amar y obedecer la verdad según es en Cristo, hayan podido dejarse engañar o
hechizar de tal manera como para dar lugar a la práctica de esta nueva modalidad
"pervertida" del genuino evangelio que él les había enseñado cuando estuvo entre
ellos.
No puede más que atribuir tal desliz al hecho de que alguien los ha hechizado...
los han engañado de tal manera que ni siquiera su espíritu o consciencia se dio
cuenta de que le habían "pasado gato por liebre" (refrán muy conocido en Puerto
Rico). Es decir, tal parece que les quiere dar el beneficio de la duda, no acusándolos
de haber abandonado el verdadero evangelio debido a su obvia desobediencia e
incredulidad. Sus palabras les dan a entender que él atribuye tal tropiezo al hecho
de que "alguien los había hechizado". Se les había presentado esta nueva versión
del evangelio con "brillo de oro". Parece que se les olvidó que "no todo lo que brilla
es, realmente, oro refinado".
Volviendo sobre algo que señalé arriba, le recuerdo, estimado lector y estudiante
de la Palabra, que todos nosotros somos muy propensos a tropezar en el mismo
tipo de engaño. ¡Cuántas veces no aceptamos lo escuchado como "verdad" debido
a la personalidad tan magnética del orador! ¡Cuántas veces no somos atraídos por
los variados talentos, sean musicales, gráficos u otros, de quienes se nos presentan
en el púlpito de la congregación o en la tarima en alguna actividad "religiosa" en
otro lugar, pensando que, "si son tan talentosos, ciertamente tienen que contar con
el favor de Dios"... "si los oyentes los aplauden, seguramente Dios también los
aplaudirá"!
Algunos de ustedes saben que soy músico pianista, siervo del Señor. Sin
embargo, he visto cómo tantos evangélicos no me reciben en sus iglesias
argumentando que mi estilo de interpretar los nuevos himnos que Dios me ha dado
así como los ya conocidos y amados por tantos cristianos es uno demasiado
conservador; que no tiene el atractivo del ritmo que tanto gusta a los jóvenes, y
que la letra es excesivamente bíblica, doctrinal. ¿Qué refleja tal tipo de argumento?
Que la filosofía predominante en una gran cantidad de iglesias es una que juzga
como "bueno" aquello que atrae, que brilla, que gusta a los jóvenes, etc. ¡Y eso que
muchos de estos nuevos cánticos tienen sabor musical de distintos países
hispanohablantes!
A muchos se les ha olvidado que Isaías profetizó de Cristo que, "Verlo hemos,
pero sin atractivo..." (Isaías 53). No es que el evangelio verdadero no tenga su
especial atractivo espiritual; sí tiene ese atractivo, pero sólo para los que tememos
a Dios. El pecador no ve el evangelio como algo atractivo, y aquellos que
predicamos fielmente el evangelio nunca debemos olvidar que nuestra meta al
llevar la Palabra no ha de ser la de atraer a los hombres hacia algo bonito y
atractivo sino, mas bien, la de anunciarles que Dios abomina el pecado y al
pecador, llamándoles a que se arrepientan de su pecado cuanto antes y crean en el
Señor Jesucristo.
Sin embargo, hay una realidad innegable, y es que los cristianos vivimos aún en la
carne... carne que tiende a gustar lo llamativo, lo nuevo, lo bonito... en fin, lo que
brilla como el oro. Y eso también afecta lo que a doctrina respecta. A veces lo que
hemos creído por mucho tiempo suele perder su brillo -y aquí asumiremos que
hemos creído en el verdadero evangelio- "por lo que venimos a ser fácil presa de
quien trae algo nuevo, o cuanto menos, unas variantes interesantes a esa doctrina
que ya no nos llena o satisface por haber llegado a ser rutinaria.
Oremos que Dios nos ayude a ser como Pablo, quien dijo que "...sabía en quién
había creído, y que era poderoso para guardar su depósito (de fe) hasta el día de
su venida". Tampoco olvidemos el hecho de que, en las primeras líneas de esta
carta a los gálatas, el mismo apóstol declaró que si "él llegara a cambiar la doctrina
del evangelio que había predicado", que fuese él, también, "maldito". Es decir, dejó
abierta la posibilidad de que su carne y espíritu le traicionara, llevándole a pervertir
el verdadero evangelio que había conocido y predicado por lo que también debería
ser maldito de Dios. Sin embargo, esa poco probable eventualidad no cambió el
hecho de que testificara sin duda alguna de su fe en Cristo y la fidelidad del Señor
para con él y todos los que en él (Cristo) creyeren.
Resumiendo, pues, este punto, vemos cómo Pablo reprende a estos hermanos por
haberse dejado llevar de estos "hechiceros" a otro evangelio. Les afirma que se han
dejado fascinar o hechizar a tal grado que "han dejado de obedecer la verdad". Esto
nos lleva a la siguiente pregunta:
Así, pasan por alto el corazón del trágico error acaecido en estas iglesias quien así
explica este texto. Aquí hay algo más, algo de suma importancia a la fe de Cristo,
algo que toca en la profunda y gloriosa diferencia entre la ley del antiguo pacto
bajo Moisés y la nueva ley del nuevo pacto en Cristo. Tiene que ver con
el significado de la crucifixión.
¿Qué fue, pues, lo que ocurrió en la crucifixión de Cristo que tanto incide en este
problema doctrinal tan serio en las iglesias de Galacia? ¿De qué manera incide lo
que Cristo obró en su muerte en el problema tan serio que los judaizantes habían
creado en estas iglesias? Aunque la meta nuestra es ofrecer un adecuado
comentario práctico sobre la epístola de Gálatas, requeriría otro comentario o libro
completo para tratar de manera adecuada lo que la Biblia nos enseña acerca de la
muerte de Cristo en la cruz, desde las profecías hasta el cumplimiento y todos los
aspectos prácticos que surgen después en los escritos inspirados de los apóstoles.
No es que ellos hubiesen comenzado a negar que Cristo de veras haya muerto en
la cruz. Tampoco sugiere que habían puesto en tela de juicio el que la muerte de
Cristo ocurrió con el fin de traer "salvación", esperanza eterna al hombre pecador.
Es importante recordar que, de acuerdo al testimonio bíblico, el error traído por los
judaizantes no se caracterizaba por "eliminar" alguna de las obvias obras realizadas
por el Señor Jesucristo, sino más bien por "añadir o agregar" a dicha obra -no
vista por ellos como perfecta y completa- algunos elementos de la ya caducada ley
mosiaca, alegando ellos que tal combinación era la que produciría la verdadera
salvación eterna.
Esto lo vemos en nuestro derredor y nos apena mucho ver a estos modernos
judaizantes -aunque rechacen tal descripciópn como ofensiva- llevar presas a las
ovejas bajo su custodia a la ley mosaica con tal de que sean santificados en su vida
diaria. La Palabra de Gálatas es una advetencia contra los tales. Es una advertencia
para nosotros a fin de que no caigamos en tal trampa de error. Volviendo al
corazón del argumento ante nosotros, queda meridianamente claro que el dar lugar
a la más mínima "añadidura" de la ley de Moisés a la fe de Cristo constituía -y
constituye- de por sí una negación del verdadero significado de su muerte en cruz.
Eliminaba la "exclusividad" de la obra de Cristo para poner en su lugar una obra
híbrida, un "fuego extraño" contrario a lo revelado y obrado por Dios.
Sin embargo, afirmar que se recibe la Palabra como autoritativa y que se obedece
no cambia el hecho de que insistir en mantener viva y vigente la ley mosaica en
cualquiera de sus partes, ya sean mínimas o no, constituye un rechazo al
testimonio específico de la Palabra tocante a estas áreas de doctrina. Negar ésto es
-como decimos aquí en Puerto Rico- "intentar tapar el cielo con la mano". A fin de
cuentas, afirmamos que insistir en retener la circuncisión como parte legítima del
evangelio de Cristo es una afrenta al mismo.
Pablo les preguntó: "¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oir de
la fe?" Sin pausa alguna, les hace tres preguntas más, las primeras dos siendo:
"¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a terminar por
la carne?" De la primera pregunta se desprenden varios hechos innegables:
1. Ellos habían recibido el Espíritu de Dios; no hay duda de ello. Recordemos que
"recibir el Espíritu" de Dios es sinónimo con "ser salvos", haberse "convertido" a
Cristo, haber "nacido de nuevo". Es decir, ellos eran genuinos creyentes, seguidores
de Cristo. La salvación de ellos no estaba bajo tela de juicio o duda alguna. Como
hemos visto desde el principio de esta epístola, se trata de creyentes diseminados
en numerosas iglesias a través de una vasta región territorial conocida como
Galacia. Habían recibido el evangelio... habían creído en Cristo... poseían esperanza
eterna.
Mas, estaban bajo el constante ataque y presión de parte de los judaizantes para
que "agregaran a su profesada fe" en Cristo algunos elementos básicos de la ley
mosaica del antiguo pacto.
No hay que abundar más sobre ese particular. Lo que el apóstol procura hacer con
esta pregunta es poner a los destinatarios de su carta a pensar... a preguntarse:
"¿Cómo fue que llegamos a conocer a Cristo? ¿Cómo fue que el Espíritu de Dios
obró en nosotros para traernos vida? ¿Fue acaso por esfuerzos nuestros por
obedecer la ley de Moisés o fue porque oímos la Palabra del evangelio y la creímos
debido a la fe que Dios nos dio?
En esta pregunta no cabe lugar para duda alguna sobre la fuente de la vida eterna
en Cristo. ¡O se recibe mediante la sujeción plena a la ley mosaica de los diez
mandamientos -es decir, el antiguo pacto- o se recibe mediante la fe en Cristo
obrada por el Espíritu. Afirmar que la vida en Cristo pueda llegar a un pecador
mediante su obediencia a la ley ya descrita sería retar el testimonio claro del Nuevo
Testamento. La ley, o letra, mata, mas el Espíritu es el que vivifica.
Por el otro lado, ¿quién se atrevería negar el glorioso mensaje del evangelio de
Cristo tan elocuentemente entregado a nosotros por el Espíritu a través del Nuevo
Testamento, en el sentido de que la esperanza eterna nos llega sólo mediante la fe
en Cristo: fe que nos es dada como un don de Dios de tal manera que nadie se
gloríe? Hay quienes insisten en enseñar que la ley de Moisés es el instrumento que
nos "trae" a Cristo. Tal afirmación raya en ser una blasfema, ya que es
el atribuirle a la ley lo que es obra exclusiva del Espíritu de Dios.
Quien así habla realmente tiene vendas sobre sus ojos. No hace mucho leía cómo
un pastor cristiano -de cuyo testimonio como creyente no tengo la más mínima
duda- había escrito que "la leyES nuestro ayo para traernos a Cristo". Sin darse
cuenta, torcía las palabras en el capítulo 3 de esta epístola (que luego estaremos
considerando) que dicen que "la ley FUE nuestro ayo para traernos a Cristo" con el
fin, así, de justificar el uso actual de la ley de Moisés como instrumento
evangelizador conducente a la fe en Cristo.
Olvidar lo que Dios comenzó en nosotros mediante la obra de su Espíritu nos hace
merecedores de la próxima pregunta tan corta: "¿Tan necios sois?" No vayamos a
pensar que Pablo es demasiado dado a las ofensas contra sus hermanos. Los ha
llamado insensatos... y ahora, ¡necios! Es que se trata de asuntos tan serios que no
se le puede "pasar la mano de manera suave".
Son palabras fuertes las requeridas para despertar a un creyente del hoyo de su
propio error. A veces un(a) hermano(a) creyente reacciona ofendido(a) a una
reprensión legítima de otro hermano(a) que no sólo le ama sino que también de
veras ama a Cristo. El genuino cristiano se dará cuenta de su error de "sentirse
ofendido", y buscará el perdón de Dios por ello, ya que entenderá que Dios azota al
que ama y tiene por hijo. Es parte de la disciplina en la fe que nos conduce hacia la
rectitud ante Dios.
¡Sí! Eran necios por haber olvidado. Mas, también eran necios en cuanto dicho
olvido ahora les ha colocado en un derrotero carnal, legalista con el fin de obtener
así lo que sólo se obtiene por la obra del Espíritu de Dios "aparte de la ley".
Consideremos este aspecto en la siguiente pregunta:
VI. ¿Qué está comparando Pablo cuando habla de "comenzar por el Espíritu" y
"terminar por la carne"?
Sin embargo, la pregunta que tenemos de frente en este momento toma por
sentado ese mismo hecho de que la "vida en Cristo" de estos creyentes había
comenzado con la obra del Espíritu de Dios. No había duda de tal hecho. Mas, la
pregunta concluye agregando lo que sigue: "¿... ahora vais a terminar por la
carne?" ¿Cuál es la comparación que el apóstol está estableciendo entre ese
"comienzo por el Espíritu" y el subsiguiente "terminar..." o proseguir "por la
carne?
Aunque ese sí es uno de los usos principales para dicho término en la Biblia, en el
texto ante nuestra consideración en nada se refiere al pecado de la carne en ese
sentido general que a todos nos toca. Aquí habla, según vimos en varios textos en
el capítulo 2, de ese esfuerzo humano por intentar implementar en carne propia los
requerimientos o demandas de la ley mosaica. Esa era la primordial razón por la
cual dicha ley no podía santificar... ¡un pecador esforzándose a obedecer lo
que su alma naturalmente aborrece! ¡Imposible de hacer!
El pueblo hebreo recibió a menudo el aviso de que si "hicieren las obras de la ley,
vivirían". "Hacerlas" significa ponerlas por práctica... hacer de ellas la verdadera
norma de conducta del diario vivir. Sin embargo, el testimonio bíblico es más que
claro en el sentido de que la ley mosaica, dada por Dios en el Sinaí, aunque
buena, no podía ser cumplida por sus súbditos. ¿Sería por algún defecto de la
ley misma, de su contenido? ¡Definitivamente no! El defecto consistía en la
incapacidad humana de poder cumplirla debido al pecado innato en cada ser
humano, incluyendo a los hebreos.
"Terminar por la carne", pues, tiene un muy claro significado que un honesto
escrutinio de esta Palabra nos revelará. Se trata de un presente y futuro esfuerzo
por implementar aquellos aspectos de la ley mosaica que los líderes les imponían
como necesarios para complementar su salvación. Eso de guardar un día o de
observar cualquier otro requerimiento no era cosa pequeña o inocente sin serias
repercusiones dañinas y destructivas. Era echar a un lado la obra del Espíritu
santificador para poner en su lugar la obediencia a la ley como el facilitador para la
santificación.
Si así fuera, no sería difícil mostrar que se han inventado una nueva ley extra-
bíblica, ya que la moisaica había que cumplirla al pie de la letra so pena de muerte;
mas la ley de Cristo, obrada en los corazones de los creyentes, es implementada en
nuestras vidas bajo la dirección y ayuda del Espíritu de Dios. Pero, ¡que enseñen
que hay unos diez mandamientos cuya obediencia está sujeta a la discreción de las
ovejas!... es asombroso. No sé, pero para mí eso surge de otra Biblia que no es la
Palabra de Dios. Me huele a "otro evangelio" que no es evangelio.
En resumidas cuentas, lo que Pablo les pregunta a los creyentes con estas
palabras es tan sencillo como esto: "Si su vida en Cristo comenzó por el oir de la
Palabra mediante la fe obrada en ustedes por el Espíritu de Dios, cómo es que
ahora ustedes pretenden proseguir en su crecimiento espiritual al amparo de una
ley de obras que no les pudo salvar? ¿Acaso les podrá santificar, cuando ni siquiera
la primera obra santificadora, salvadora estaba a su alcance? En realidad, estas
preguntas de Pablo son retóricas.
VII. ¿Por qué Pablo les pregunta, "¿Tantas cosas habéis padecido en vano?, si es
que realmente fue en vano."
¡Tanta profesión, tanta fanfarria con su nueva vida en Cristo para dejarlo todo
"irse a pique" por dejar el camino de la fe para regresar al de la ley! Queda claro
que ellos habían padecido mucho por su fe. Habian sido perseguidos, lo que implica
que amaban lo suficiente a su Señor como para estar dispuestos a pasar por la
injuria de la persecución. La pregunta, pues, "¿...habéis padecido en vano?" revela
que la fe de ellos había sido lo suficientemente clara como para atraer el rechazo y
odio de aquellos que nada querían saber de Cristo y su evangelio.
Preguntarles si todo esto habría sido en vano es, para mí, una forma de obligarlos
a pensar seriamente en lo que estaban haciendo ahora, de traer sobre ellos cierto
sentido de vergüenza y humillación. Indudablemente ese fue el resultado en
muchos de ellos. Esto se infiere de las palabras finales de este texto, "...si es que
realmente fue en vano". Ahí abrió la puerta para que se pueda afirmar, en su
momento, que jamás fue en vano la obra de Dios en ellos y la subsiguiente
persecución. Habían tropezado; habían abierto la puerta de sus almas para ser
subyugados por "la ley que ya no regía sobre ellos". Por eso Pablo alberga la
esperanza de que todo lo ya transcurrido no habría sido en vano.
VIII. ¿Por qué Pablo pregunta si quien ministra entre ellos lo hace "por las obras
de la ley o por el oir con fe"?
Recordemos esas tan incisas palabras de Pablo a los romanos cuando les dijo: "Así
que la fe viene por el oir; y el oir, por medio de la Palabra de Dios" (Romanos
10:13). No es asunto de "oir y hacer" sino de "oir y creer por la fe". Esa es una de
las grandes diferencias fundamentales entre vivir bajo la
ley mosaica y vivir en la fe de Cristo.
Tal vez la línea divisora entre éstas no sea tan marcada para algunos. Sé de
pastores que con sinceridad de espíritu entienden que guían a sus ovejas en la
gracia al requerirles a ellos la fiel sumisión a los diez mandamientos. En el proceso
también le requieren a sus ovejas someterse a los rigores sabáticos propios sólo del
tiempo cuando la ley mosaica tenía vigencia. Ellos admitirán que la ley de Moisés
no está sobre nosotros a la misma vez que insistirán en que los diez mandamientos
sí lo están, no comprendiendo el claro testimonio bíblico de que ambas cosas son
una y la misma cosa.
Este estudio jamás pretenderá entrar a todos los argumentos esbozados por los
defensores del híbrido, "ley/gracia" -los dos juntitos y bien mezclados- mas, no
podemos pasar por alto esta triste realidad de que sí existe en nuestro derredor un
gran esfuerzo por promover la sujeción a los 10 mandamientos, tal como existió
entre los gálatas en los días de Pablo. Es el mismo error teológico; es el mismo
enemigo de la gracia verdadera aunque se vista con atuendo de gracia y tome para
sí mucha de la misma terminología. Esta pregunta de Pablo a los creyentes gálatas
tiene tanta validez hoy como en los días de Pablo.
Quien guarda el sábado (ya sea en domingo) porque se le requiere y/o ayune ese
"sábado" porque es la norma o "ley" en la iglesia, anda en el camino de "las obras
de la ley". No importa que el tal lo esté haciendo con sincero corazón y plena
intención de sujetarse obedientemente a su pastor o pastores. Está "haciendo" u
"obrando" con tal de recibir el beneficio prometido. Por el contrario, quien sabe que
no está bajo ley y entiende que no se le requiere sujeción a ley alguna que no sea
la "ley de Cristo", hará todo lo que hace sólo por amor al Señor, sabiendo que ya
goza del favor de Dios debido al sacrificio perfecto de Cristo en la cruz. Agregaré la
observación de que ciertamente el pastor que guía ciegamente a las ovejas en el
camino de las obras de la ley tendrá mayor culpa que la oveja que humildemente le
obedece. Es una gran responsabilidad que pesa sobre los que pastoreamos la grey
del Señor; hemos de hacerlo según la ley de Cristo y ningún otra.
Debo ofrecer una palabra de aviso a cada lector en el sentido de que se cuide de
quienes le ataquen su genuina libertad en la ley de Cristo del nuevo pacto
acusándole de ser un "violador de la ley de Dios" o uno que sigue tal postura
doctrinal con tal de abrir la puerta al libertinaje de la carne. En cuanto a lo primero,
no dude por un solo segundo el testimonio de la Palabra de Cristo en cuanto a la
naturaleza del nuevo pacto. Pídale a Dios que le conceda compasión por quien anda
en tal error y confusión, y procure mostrar al tal el amor de Cristo. Sólo así podrá
mostrarle la gloria de lo que es vivir "libre de la condenación de la ley".
Deje la obra de convencer al tal en las manos del Señor, pues sólo él podrá obrar.
En cuanto a lo segundo, deberá cuidarse usted mismo(a) de caer en el error de que
"libre de la ley mosaica o 10 mandamientos", puedo hacer lo que quiera. Vivir así
sólo mostrará que no conoce y mucho menos vive en la gloriosa libertad de la
gracia. Esa libertad no abre la puerta a la satisfacción de la carne. Por el contrario,
la cierra más fuertemente porque nos cautiva al amor de Cristo. Nos hace desear
agradarle en todo.
Nos ayuda a vivir según el precepto revelado cuando Pablo preguntó a los
Romanos, "¿Qué pues, diremos? ¿Seguiremos en el pecado para que la gracia
crezca? ¡En ninguna manera! Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos
aún en él! (Romanos 6:1-2). Repite el mismo aviso un poco después diciendo,
"¿Qué pues, pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? ¡En
ninguna manera! ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para
obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis..." (6:15-16).
Notemos esta muy evidente verdad bíblica en el sentido de que "estar bajo la
gracia de Dios", según contrasta con el "no estar bajo la ley", es la norma para el
creyente en Cristo, no es una opción. No estamos bajo la ley. Así como "en
Cristo" hemos de vivir libre del pecado, también hemos de vivir libre del yugo de la
ley, pues, a fin de cuentas, el esfuerzo por obedecer la ley ya caducada es una obra
de la carne, la cual automáticamente nos constituye obradores de pecado, ni más ni
menos, pues todo lo que es de la carne es pecado.
Cerramos así este capítulo del estudio preguntando a cada lector, ¿Vive Ud. bajo
la rigidez de la ley o vive por la fe de la Palabra de Dios escuchada en su alma?
Solo la segunda es la vida espiritual que Dios tiene para los suyos, por lo que
deberá estar seguro(a) de que usted esté realmente viviendo en Cristo y no bajo la
condenación de la ley o letra que mata. Seguiremos proximamente en nuestro
próximo estudio. Hasta entonces, Dios le bendiga y ayude mucho.
1. El origen de la vida en Cristo que poseen estos creyentes [:1-5]... ¿Por obras de
la ley o por el oir de la fe? (examinado en el estudio anterior.)
2. La promesa hecha por Dios a Abraham [:6-18] (Tema que, en parte [:6-12],
nos ocupará en el estudio cuya primera parte comienza abajo y su segunda parte
concluirá en el próximo capítulo; los versos 13 al 18 se considerarán en los dos
estudios que le seguirán a la segunda parte ya indicada: 13-14, 15-18)
Cristo mismo dijo tan claramente que "Abraham vio su día (el de
Cristo) y se gozó". ¿Qué fue lo que Abraham vio mediante la fe que
Dios obró en él? ¿Por qué se gozaría tanto? Es una triste realidad,
aunque tan cierta, el que tantos llamados 'maestros de la Palabra'
conocen tan poco y enseñan aún menos estas claves verdades
centradas en Abraham a la vez que le dan importancia desmedida a
Moisés y todo el régimen del pacto, ley y orden que Dios estableció
'después' de Abraham, pacto que dio lugar a la tan esperada obra del
Mesías prometido. Ya hemos tocado en algunos de esas penosas
realidades en capítulos anterios.
Ahora, sin embargo, nos tocará considerar lo que Pablo escribió a las
iglesias diseminadas a través de esa vasta región conocida como
Galacia, tocante a lo que Dios reveló a su siervo, Abraham, sobre la
brevedad histórica del pacto y la ley que, en un futuro distante, él
(Dios) habría de obrar en su pueblo escogido, Israel, bajo el liderato
de su también siervo, Moisés. Como señalamos en páginas
anteriores, es necesario acercarnos al estudio de la Palabra inspirada
libres de toda atadura, ya sea de creencias fundamentadas en
documentos humanos como de esquemas interesantes y curiosos,
productos del genio humano.
Volvamos a lo que es tan fundamental en todo ese error que no acepta la realidad
de que Cristo puso fin al pacto escrito en tablas de piedra ... los 10 mandamientos.
La obra que impuso ese fin –ese terminar de una vez por todas– fue anunciada a
ese siervo de Dios, Abraham, quien vivió mucho antes que existiera el pueblo
hebreo, Israel, y su magno comienzo, teñido con profundo pecado del pueblo, en
medio del desierto y el monte Sinaí. La promesa del Mesías no fue dada allí sino
cientos de años antes al nómada Abraham.
Por eso es que el Espíritu de Dios inspira a Pablo a recordarle a estos creyentes
tambaleantes de su día que, a la fe de ellos en Cristo nada se le podía añadir con
tal de perfeccionar su fe y sus almas ante Dios. No tan sólo no se le puede ni debe
agregar elementos del pacto mosaico ya caducado, sino que deben ver en Abraham
ese ejemplo espiritual en donde la justicia del alma se conoce y posee únicamente
a través de la fe y obediencia –tal como en el caso de Abraham– en la promesa del
único y verdadero Dios quien envió a su Hijo, el Mesías, Jesucristo.
De ahí que Pablo enfatiza el hecho de que 'Abraham creyó a Dios y le fue contado
por justicia'. Es decir, ante la pregunta en el verso anterior (:5) en el que Pablo les
pregunta retóricamente si quien obraba entre ellos lo hacía por 'las obras de la ley'
o por 'el oir de la fe', (retórica la pregunta porque la respuesta queda implicada, sin
duda alguna: 'por la fe') la respuesta es afirmada en el hecho histórico de que,
'Abraham creyó a Dios'.
Y no es que el creer de Abraham fuera 'una de sus opciones'. Ahí no había, ni hay,
opciones. La justicia no puede ser lograda mediante esfuerzos por obedecer la ley
mosaíca, ya que nadie puede obedecer a cabalidad la 'ley que mata'. Sólo una
fuente existe para que nosotros, pecadores mortales todos, podamos hallar el favor
de Dios... su perdón... su justicia. Y es la fe en él, es decir, en su Palabra... sus
promesas y demás.
Por tanto, la respuesta a nuestra primera pregunta es la más sencilla y breve que
se pueda ofrecer (aquí en Puerto Rico decimos que 'se cae de la mata'... es decir:
no puede ser más sencillo u obvio): 'Abraham creyó a Dios' significa eso mismo, a
saber: que él creyó que lo prometido por Dios era la verdad. Ejemplo de esa fe
absoluta y obediencia a lo que Dios prometió se evidenció cuando llevó a su hijo,
Isaac, rumbo al monte donde lo habría de sacrificar en conformidad a lo ordenado
por Dios. Él creyó que aún de la muerte podría Dios resucitar a su hijo. Y así fue
que, ya acostado sobre la leña que estaba sobre aquel altar recién construído por
ellos, Dios le proveyó un carnero sustituto que estaba enrredado en la maleza
cercana. ¿Casualidad fortuita? ¡Mil veces no! Fue esa la misericordiosa provisión de
parte de Dios.
Ahí está el corazón mismo del problema entre el ser humano y Dios. Somos, por
naturaleza, 'incrédulos'. El día que Adán y Eva cayeron en pecado sobrevino en
ellos lo prometido por Dios: "El día que comieréis del fruto de este árbol, ese día
moriréis". Y el día que comieron –digámoslo así: desobedecieron por no creer en las
palabras que Dios les habló– aquello que Dios les había prohibido, ese mismo día
murieron y trajeron la muerte a todos sus descendientes... la raza humana. Su
conducta tanto de alma como de cuerpo fue contrario a lo que es el 'creer'. Le
llamamos 'incredulidad', porque Dios así lo dijo primero.
Sin embargo, Abraham 'creyó', y el efecto de esa fe fue la justificación ante Dios...
"Creyó, y se le contó por justicia". El 'creer' es la acción u 'obra' de un alma
humilde ante Dios que recibe como bueno y veraz lo que Dios pone ante sí. Cuando
en el alma no hay fe dada por Dios, cualquier ejercicio de 'creer' no pasa de ser de
orden carnal, intelectual, emocional, etc. Pero, cuando hay fe... ese 'don de Dios
para que nadie se gloríe', el alma cree en Dios y le obedece con santa humildad.
En Juan 6:25+ leemos una muy reveladora conversación entre Jesús y la gente
que le siguió al otro lado de la mar luego de haber sido alimentados
milagrosamente por él. Cuando ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para
poner en práctica las obras de Dios?" (v.28), Jesús les respondió: "Esta es la obra
de Dios, que creáis en el que él ha enviado" (v.29).
Por tanto, el 'creer' de Abraham es como todo otro 'creer' obrado por Dios en
almas a quienes él muestra su gracia y amor. Es esa 'obra de Dios' que trae la
particular bendición de que uno sea declarado justo ante la justicia perfecta de
Dios. "Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia". Y era esa fe tan sencilla
y sincera en Abraham la que se veía deteriorar en los gálatas debido a su debilidad
ante los judaizantes que les acechaban con sus presiones que buscaban obligarlos a
ceder un poco en su 'exclusiva fe en Cristo' para mejorarla un poco con extrañas
mezclas con lo mosaico que ya Cristo echó a un lado. Estaban en grave peligro esos
creyentes, y Dios los lleva a dar un vistazo al patriarca Abraham para en 'su fe que
creyó' ellos pudieran ver 'la de ellos que flaqueaba'.
Dios los obliga a través de esta carta inspirada a examinarse en lo más profundo
de sus almas; a mirarse en el espejo de las palabras de Dios enviadas en esta carta
para saber, a ciencia cierta, si eran verdaderos hijos de Dios por medio de la fe. En
la siguiente pregunta veremos cómo Dios ata la fe salvadora en ellos –si de veras
'son de fe'– a un parentesco espiritual con Abraham. Veamos...
Si tenían dudas hasta este punto, ya pronto deberían estar más que
claros, pues, Pablo les asegura que sólo existe relación familiar
espiritual con Abraham cuando esa persona descansa en la fe
verdadera de Cristo. No menciona el nombre de Cristo en el contexto
inmediato, pero, muy pronto el Espíritu de Dios les dirá que la
promesa 'creída' por Abraham era, precisamente, aquella Simiente de
él en quien serían benditas las naciones. Esa Simiente es el Verbo
encarnado. Esa Simiente es Jesucristo.
Pienso que cada lector cristiano entiende esa tan básica realidad y
concepto divino existente entre los verdaderos creyentes en Cristo y
Dios Padre. La Biblia nos habla de los tales como 'hijos de Dios'. "A
los que creen en su nombre, dioles potestad de ser hechos 'hijos de
Dios'" (Juan xxx). Es algo tan básico en la misma existencia humana.
Los engendrados en una familia se les conoce como 'hijos' e 'hijas' de
su padre y madre.
Siendo Abraham el hombre que fue, con tan grande bendición de ser
la persona a quien Dios escogió para ser el siervo cuya Simiente
prometida sería nadie menos que el Mesías prometido, es fácil ver el
porqué de este simbolismo familiar que Dios establece con él.
Además, vemos que 'Simiente' o descendiente, hijo, etc.,
necesariamente implica la existencia de un padre, no importa cuál
sea su lugar en la genealogía de los 'abuelos' y/o los hijos de hijos o
nietos de nietos descendientes de ese padre o abuelo.
Consideremos por unos momentos esa palabra tan preciosa que nos
describe en el evangeio de Juan cómo el Verbo era en el principio no
sólo 'con Dios' sino que era 'Dios mismo'. Ese nombre 'Verbo' es
virtualmente igual que decir: 'Palabra'. De hecho, en el inglés ese
nombre es: 'Word', que es la misma palabra para decir eso mismo,
'palabra'. Sin profundizar más en ese aspecto de la terminología,
vemos que Cristo, la Simiente prometida a Abraham era, en todo el
sentido de la Palabra, el Verbo o la Palabra de Dios. Y cuando usamos
el término 'Escritura', es a esa realidad de la 'Palabra' a la cual nos
referimos.
Cerramos, pues, este capítulo preguntando a cada lector, tal como lo hicimos en
el estudio anterior: ¿Vive Ud. bajo la rigidez de la ley o vive por la fe de la Palabra
de Dios escuchada en su alma? Solo la segunda es la vida espiritual que Dios tiene
para los suyos, por lo que deberá estar seguro(a) de que usted esté realmente
viviendo en Cristo y no bajo la condenación de la ley o letra que mata. Oramos a
Dios que haga de este estudio que acaba de leer una genuina bendición a su
alma.
Las preguntas del 8 al 16 seguirán en el próximo capítulo.
Capítulo 3:13-14
'Cristo Nos Redimió De La Maldición De La Ley'
Puede leer Gálatas 3 aquí . El texto bíblico abrirá en una página separada, por lo que podrá moverse
entre este estudio y la Escritura correspondiente sin dificultad alguna.
1. El origen de la vida en Cristo que poseen estos creyentes [:1-5]), –¿por obras
de la ley o por el oir de la fe?– (examinado en el estudio anterior.)
2. La promesa hecha por Dios a Abraham [:6-18] (Tema que, en parte, [:13-14]
nos ocupará en el estudio que sigue abajo.)
Hacemos este énfasis por una razón muy particular que atañe a la
Verdad misma de la Biblia. Existen libros de conocidos líderes,
pastores, teólogos y maestros dentro del sector de iglesias
que promulgan los diez mandamientos como 'la ley eterna de Dios' en
vez de lo que son: el pacto que Dios hizo con su pueblo en el Sinaí.
Sin abundar más sobre cómo estas palabras arriba son blasfemia,
aun cuando el autor de las mismas seguramente ni estaba consciente
de lo que escribía en contra de la obra santificadora de Cristo, le diré
que en esas palabras también hay 'herejía' por la sencilla razón de
que ese autor ofrece su versión de doctrina en el área de la
'santificación' que obra Cristo... versión que contradice de manera
contundente y atrevida lo enseñado en la Palabra inspirada.
Tal vez podríamos pensar en algo así como una 'fianza' pagada para
lograr la libertad de un acusado ante la ley. Pero, ahí hay una gran
diferencia, y es que la fianza sólo provee libertad en lo que llega el
día del juicio en que el veredicto pudiera variar de un lado al otro...
de inocente a culpable. En el caso de una 'redención' se está
hablando de una compra, por el valor completo, que 'libra al
comprado', de una vez, de su total atadura al previo dueño.
No es; 'La maldición de una porción de la ley, sea la que fuere, sino
la 'maldicón que es parte y esencia natural de esa ley en su
totalidad. Diciéndolo de otra forma, sería algo así: 'Cristo nos
redimió de la maldición que esa ley traía a cada uno que vivía bajo la
misma.'
No nos parece posible que esos nuevos creyentes, bien sea de entre
los judíos como de los gentiles, pudieran haber estado racionalizando
que, 'Gracias a Dios, Cristo murió en la cruz para librarnos de las
leyes en áreas de salud, alimentación, asuntos sexuales y otras áreas
de similar categoría', mientras retenían como 'ley moral incambiable'
otras partes de la ley que, por tradiciones de los venerables teologos
del pasado, les había sido legada.
Al leer que "Cristo nos redimió" de esa maldición, quiere decir que el
precio que él pagó para redimir o comprar sacó a las almas de ser
'posesión' de la ley que maldecía para venir a ser 'almas libres de la
maldicion' por haber sido "compradas por precio" y hechas propiedad
del Señor. No es un cambio de 'unas leyes dejadas en sitio y otras
quitadas', sino de un traspaso de la propiedad que antes estaba bajo
el poder de la maldición de la ley para ser propiedad del Salvador que
nos libertó y nos puso sobre un nuevo fundamento... el pacto nuevo
en la sangre de Cristo; ¡y eso sí que es grande! Esa es la gracia
redentora de Cristo.
Es, sin rodeo alguno, una de las doctrinas claves en todo lo que es la
salvación espiritual del humano pecador por obra de un Dios santo y
soberano. En el 'evangelismo' contemporáneo se oye hablar acerca
del pecado –aunque sea en algo– y de la necesidad de 'entregarse al
Señor', de 'dejar que él obre en ti', 'que puedes ser una mejor
personas si le dejas entrar a tu vida,' etc. No diremos más, por
ahora, del penoso estado de tantos predicadores que presentan a un
Cristo Salvador que pide pérmiso al pecador para poder obrar en él o
ella... ¡como si el necesitado tuviera más poder y determinación que
el Salvador!
Por eso la Palabra nos dice que "él que no conoció pecado fue hecho
pecado por nosotros, para que seamos hechos justicia de Dios en él"
(2 Corintios 5:21). Ahora bien, en el ceremonialismo hebreo que
anualmente sacrificaba ese inocente animal, había también una
transferencia simbólica del pecado del pueblo al animal que estaba
por sacrificarse. La gran diferencia con Cristo fue que la transferencia
del pecado al Cordero sacrificado ya no fue simbólica sino real; no fue
por un año sino por la eternidad.
No era sencillamente que Cristo iba a morir. Ese hecho, de por sí,
es algo grande... terrible. Pero, que el eterno Dios se haya hecho
hombre para venir a morir como un culpable es algo mucho más
serio, ya que nos deja ver que Cristo realmente fue hecho pecado por
nosotros, no simbólicamente, sino realmente. Yo no entiendo cómo
eso pudo ser; sin embargo, lo acepto como la Verdad que es por el
testimonio bíblico.
Oimos hoy en día –y estamos seguros que así fue aun en los días del
Pablo– que es importante no dejar a un lado la 'eterna ley moral de
Dios' (concepto humano, no bíblico) si es que queremos agradar a
Dios en todo. Eso era lo que estaban escuchando los cristianos en
Galacia. Los judaizantes estaban cebándolos tan hábilmente que
Pablo se vio en la obligación de preguntarles: "¿Quién os fascinó
tanto como para no obedecer lo que recibisteis de
Cristo?" Comenzaron bien, ¡y ahora ésto!Parece mentira. (3:1)
Era una triste realidad. Los judaizantes estaban echando hacia
delante su agenda de 'meterles por los ojos' las bondades de lo
mosaico con el fin de que olvidaran que la conexión entre 'promesa y
cumplimiento' no era entre Moises y Cristo sino entre Abraham y
Cristo, siendo el Ayo que estuvo en el medio echado a un lado para
siempre.
De ahí fue que Dios levantó a Moisés para ser el líder humano que
sacaría ese gran pueblo de Egipto rumbo a la tierra que Dios les
prometio. Casi al inicio del viaje, habiendo cruzado en seco por el
fondo de lo que había sido, minutos antes, el fondo de un mar que,
en cuestión de horas, ahogaría al ejército del Faraón, Dios los llevó al
monte Sinaí, donde estableció Su pacto con ellos, a saber: los diez
mandamientos(Deuteronomio 4:13). Además de los diez
mandamientos del pacto, habrían muchas otras leyes para regir los
asuntos sociales, morales, y religiosos... todo parte de ese pacto
sinaítico que en el Nuevo Testamento se identificaría como el pacto
antiguo. Note que, 'cuando fue establecido ese pacto en el Sinaí, no
se le llamó antiguo por la obvia razón de que era el único pacto en
existencia con relación a la vida de ese pueblo'. Se identificará como
antiguo o viejo luego de establecerse el nuevo pacto en la sangre de
Cristo.
Ees importante notar que el pacto que Dios hizo con ese pueblo de
Israel en el Sinaí, descendientes todos de Abraham e Isaac, nunca
cambió la promesa que Dios hizo a Abraham, la cual miraba no hacia
Israel con sus leyes y sacerdotes, sino hacia un día después de Israel
cuando la Simiente prometida haría un nuevo pacto con el Padre
basado en la sangre derramada del Cordero de Dios.
Llegó, pues, el tiempo en que los mismos Israelitas son los que
logran su cometido de darle muerte al Mesías; Mesías que ellos veían
como un farsante. Pero, Cristo ya les había dicho a los líderes judíos
que "el reino les sería quitado y dado a otros que de veras harían las
obras de justicia" que Dios requería (Mateo 21:43). De esa manera,
al morir en cruz el Mesías, y gritar 'Consumado Es', (Juan 19:30) a la
vez que "Dios rompió de arriba abajo el velo" (Mateo 27:51) frente al
lugar santísimo en el templo, se cumple la promesa hecha a Abraham
y la puerta se abre para que, en pocos años, se comience a llevar el
evangelio a los gentiles por todo el mundo.
Por esa razón es que Pablo arguye tan elocuentemente a los gálatas
que la bendición prometida a Abraham se recibe en Cristo a través de
su muerte maldita en la cruz. Era y es de suma importancia llevar los
corazones de los débiles e incautos a entender que la Biblia nos
enseña que la bendición recibida entre los gentiles se debe a
la promesa hecha a Abraham y no al Ayo que intervino entre
medio de los dos como el disciplinario que llevó el pueblo finalmente
al cumplimiento en Cristo.
Resucitar ese Ayo, diz que como agente que lleva a los pecadores
a Cristo, no es más que una afrenta a Dios.
Es, ni más ni menos, decirle a Dios: "No acepto tu Palabra sobre ese
particular. Yo seguiré usando el Ayo (la ley) para evangelizar a los
pecadores, no me importa lo que tú digas al contrario. No acepto que
el Ayo fue temporero y que su función cesó según enseña tu
Palabra. Seguiré usando ese Ayo y seguiré enseñando a las ovejas
de igual forma". El pecado ciega al más devoto celote
religioso. [Examinaremos de lleno este tema al llegar alos versos
3:24-25]
Por eso se molestaron tanto los líderes religiosos cuando Cristo les
dijo que el reino les iba a ser quitado y dado a otros que harían las
obras propias de la justicia de Dios (la iglesia de Cristo compuesta
por judíos y gentiles convertidos). Ese componente de los gentiles
'en la iglesia' no fue aceptado por el pueblo, ya que vivían encerrados
en su propia religión, olvidando que la promesa hecha a Abraham
incluía a todas las gentes.
Sabemos que Dios les dio leyes que controlaban la manera en que
habrían de tratar con benevolencia a los extranjeros entre ellos. Pero,
la puerta del evangelio salvador no fue abierta a los gentiles en un
sentido general sino hasta que Cristo murió bajo la maldición
prometida por la ley a los que morían en cruz. Murió como culpable
debido a las almas culpables que el Padre le entregó a sustituir en la
cruz. Y esos sustituídos eran y son tanto de entre los gentiles como
de los judíos.
Así como Pablo fue usado por Dios para arrestarles la atención a
estos gálatas para que despertaran de la fascinación que ellos tenían
con los judaizantes, nosotros hoy día hemos de estar avisados sobre
las mismas tendencias de los judaizantes modernos que, con tonos
suaves, persuasivos y 'piadosos', se llevan enrredados en la
fascinación momentánea del brillo que les ponen ante los ojos de los
incautos. Suena tan bonito hablar de 'volver a usar las costumbres'...
de 'danzar como ellos' (supuestamente), 'de guardar un día
religiosamente en observación del sábado'. Todo ésto se presenta a
los ojos y oídos de los créduos y no extraña que se fascinen tanto con
las innovaciones propuestas.
DS