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APROXIMACIÓN AL PENSAMIENTO

JURÍDICO-CONSTITUCIONAL CUBANO
DURANTE LOS AÑOS 1933-1939. EL TRÁNSITO
HACIA UN NUEVO ORDEN CONSTITUCIONAL

Fabricio Mulet Martínez*

“El proceso histórico de un pueblo no es otra cosa que su formación progresiva”.


Historia y Estilo,1944
Jorge Mañach

Introducción
Uno de los elementos cardinales y distintivos de nuestra historia, intrínseco
además a la forja de la nacionalidad y al legado cultural cubanos, ha sido, sin
lugar a duda, nuestra prestigiosa tradición constitucionalista. Desde los inicios
del movimiento constitucional en España, a principios del siglo xix, para los
criollos se convirtió en necesidad imperiosa el hecho de que los destinos de la
Isla se rigieran por una Ley Fundamental.
Imbuidos por las ideas del Iluminismo del siglo precedente, los anhelos
constitucionales no solo buscaban la consagración jurídica de los llamados
derechos naturales o ponerle coto a las arbitrariedades de la dominación colo-
nial, sino que obedecían al requerimiento de una ordenación interna, tanto en
lo jurídico, económico, político y social, acorde con la realidad de Cuba, bien
distinta a la de la Metrópoli.
En las primeras décadas decimonónicas Cuba se hallaba en estado de plena
efervescencia política, donde los sucesos ocurridos en España a raíz de la ocu-
pación napoleónica, si bien no hicieron que Cuba fuera parte del eslabón de
colonias que se alzaron en busca de la emancipación, sí produjeron la eclosión

*Licenciado en Derecho.

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Fabricio Mulet Martínez

de diversas tendencias políticas y jurídicas, muchas de las cuales se tradujeron


a proyectos constitucionales para la Isla, llegando algunos a las Cortes de la
Madre Patria.
Ese afán constitucionalista no estaría presente únicamente en los períodos
de “vigencia” de la Constitución de Cádiz, sino también en el marco de in-
surrecciones de carácter separatista. Tal es el caso de los proyectos de constitu-
ción de Joaquín Infante y Narciso López.
Casi todos los historiadores coinciden en airmar que la nacionalidad
cubana se forjó con el fuego de las guerras por la independencia, iniciadas el
10 de Octubre de 1868, proceso que estuvo marcado por la irrestricta vocación
legalista de nuestros patricios libertadores, quienes creían que aquellas con-
tiendas insurgentes debían mantenerse dentro de los marcos institucionales
de una República que garantizara el libre disfrute de los derechos naturales
—ignorados y violados por el yugo español— por parte de sus ciudadanos.
Esto, que para muchos fue motivo de las continuas contradicciones internas
y obstáculos que signaron nuestras luchas independistas, consolidó a pesar de
todo la tradición de la que se habla.
Dicha tradición continuaría durante la nueva etapa comenzada en 1902,
durante la República prerevolucionaria, en la que resaltan los textos de 1901
y 1940. Este último constituye irrefutablemente uno de los mayores hitos
jurídicos de la historia cubana, no exento de críticas y comparaciones con
el texto de 1901. Nuestra historiografía jurídica es pletórica en análisis de
las etapas y textos antes mencionados, siendo incontables las obras que, de
una forma u otra, tratan la Historia Constitucional de Cuba desde distin-
tas ópticas. Sin embargo, llama la atención cómo el período comprendido
entre la caída de Gerardo Machado hasta la convocatoria de la Asamblea
Constituyente, en 1939, ha sufrido cierto menosprecio por parte de nues-
tros historiadores del Derecho. Este fenómeno se hace más evidente en las
últimas décadas, donde muchos autores pasan por alto este importantísimo
período, indispensable para la comprensión del ulterior desarrollo constitu-
cional en nuestro país.
Cuando se hace mención a la Revolución del 30, se habla de esta simple-
mente como un proceso frustrado, donde los reclamos populares que la pusie-
ron en marcha fueron abruptamente zanjados; pero durante esos años no se
hizo más que labrar el camino hacia un nuevo orden constitucional que tomó
cuerpo en la Constitución del 40.
La Constitución de 1940, innovadora y progresista para su tiempo, repre-
sentó el máximo estandarte de la lucha contra la dictadura de Fulgencio
Batista, que culminaría con el triunfo de la Revolución, el 1ro. de Enero de
1959. En ella se recogieron una serie de fórmulas y principios que se fueron
consolidando en el decurso de aquellos años convulsos que la precedieron.

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Aproximación al pensamiento jurídico constitucional cubano...

La época en cuestión, agitada en demasía, se caracterizó por las constantes


mutaciones constitucionales, que van desde la desconstitucionalización —fenó-
meno sin antecedentes en la Cuba republicana— hasta el ensayo de formas polí-
ticas nunca antes vistas en la Isla. Este estado de anormalidad constitucional solo
se vería en los años posteriores a 1952, con la diferencia de que exceptuando la
Ley Constitucional del 4 de abril de 1952, que rigiera por corto tiempo, durante
casi todo el gobierno dictatorial de Batista la Constitución de 1940 rigió for-
malmente y se trató a toda costa de mantener una falsa apariencia de norma-
lidad política-institucional, salvando la suspensión de derechos y garantías en
más de una ocasión. Por su parte, en el interregno de los años treinta desilaron
por la pasarela política varias cartas constitucionales, todas otorgadas por el
Poder Público y ninguna resultante de asambleas constituyentes, —tal como
demandaba la tradición mantenida desde Guáimaro hasta 1901— e incluso en
determinados momentos se gobernó sin la existencia de una Ley Fundamental.
El escenario mundial estaba cambiando. El liberalismo a la vieja usanza
demostraba laquear y ya había recibido el tiro de gracia de manos de la crisis
económica de 1929 a 1933. Esto sumado a las luchas entre las potencias “demo-
cráticas” y el eje fascista, propició que se suscitaran una serie de nuevas ideas
políticas, sociales y económicas a las cuales Cuba no era ajena. En el país exis-
tían además una serie de factores internos de peso decisivo para abrir la puerta
a los cambios necesariamente deseados, que tuvieron en la Constituyente su
máxima esperanza.
Este lapso es propicio además para una reorganización del sistema de par-
tidos políticos, algunos portadores de estas nuevas ideas de las cuales muchas
se vieron plasmadas en el magno texto de 1940. La etapa en cuestión sirvió
de aliento no solo para dichas organizaciones, sino para ilustres juristas que
en aquel entonces redactaron proyectos constitucionales, que tal vez en su
momento no tuvieron gran relevancia y fueron simplemente engavetados, pero
que presentaron alternativas interesantes y relejaron el desarrollo del pensa-
miento jurídico en el país, revistiendo en nuestros días vital importancia para
las presentes y futuras generaciones de juristas, por lo que no es justo que per-
manezcan en las sombras.
Por eso, se nos hace urgente ahondar en el pensamiento político y jurídico
nacional de aquellos años, tarea cuyo primer paso nos atrevemos a dar en
el siguiente trabajo, intentando no adentrarnos en el estudio enjundioso del
desarrollo constitucional del período en cuestión desde una óptica puramente
normativa, lo cual merece inobjetablemente una revisión pródiga en objetivi-
dad y hondura cientíica por parte de nuestros historiadores del Derecho, mas
se nos hace imposible realizarlo en este espacio.
La necesidad de nuevos enfoques del constitucionalismo cubano desde 1933
hasta 1939 no solo viene dada con el in de llenar un vacío en la más reciente

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Fabricio Mulet Martínez

historiografía jurídica, sino para desestigmatizar a este período histórico,


y hacer ver, ¿por qué no?, que la Revolución del 30, a pesar de su suerte inal,
hizo aún más latentes los reclamos populares impulsores de esta: coadyuvó al
desarrollo de un verdadero pluralismo político-jurídico, y trazó las líneas que
se debían seguir para la creación de un nuevo orden constitucional.

Panorama internacional y nacional en los años 1933-1939


Las ideas político-jurídicas que signaron el período que se estudia no fueron
más que un producto resultante de la decadencia y muerte del sistema liberal.
No se puede negar que el liberalismo cumplió su cometido histórico y sig-
niicó un gigantesco avance, al rebelarse contra el Estado absolutista y destruir
al vetusto régimen feudal, borrando así los privilegios señoriales y enarbo-
lando un conjunto de principios que iluminarían los tiempos posteriores, al
reconocerle al individuo una serie de libertades fundamentales y de derechos
naturales, innatos, anteriores al Derecho positivo.1 Ahora, tampoco deja de ser
cierto que las concepciones individualistas defendidas por la burguesía, como
clase conductora de tal empresa, conllevó que otros grupos sociales quedaran
relegados de aquellas ideas defensoras de la libertad y la igualdad, y demostra-
ron no ser para nada pluralistas, sino más bien tributarias de “una lógica de
pensamiento (…) signiicativamente excluyentes de otras posibles lógicas de
interpretación y solución a la problemática social”.2
Después de terminada la Primera Guerra Mundial, y sumando que en la
feudalizada Rusia el proletariado había tomado el poder y estaba realizando
una revolución de carácter socialista con simpatizantes en toda Europa y
buena parte del continente americano, los movimientos sindicalistas cobraban
cada vez más fuerza. De resultas, era necesario tener en cuenta los intereses
de las clases y estratos sociales más desvalidos y empezar a preocuparse por
cuestiones como la enseñanza y la beneicencia pública.3

1
Ver Francisco Ayala: El problema del liberalismo, Fondo de Cultura Económica, México, 1941,
p. 16.
2
Eduardo Torres-Cuevas: “Los Orígenes del Liberalismo: Apuntes para un debate”, en Colectivo
de Autores: El liberalismo en el devenir histórico de América Latina y Cuba, Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1994, p. 13. Para profundizar más sobre el tema del Estado Liberal y su
crisis puede consultarse “La Estructura Constitucional del Estado Liberal”, en Manuel García-
Pelayo: Derecho Constitucional Comparado, Alianza Universidad, Madrid, 1991, pp. 141 y ss.
También, pese a que abordan el tema de un modo mucho más general, pueden leerse Oswald
Spengler: La Decadencia de Occidente, Espasa-Calpe, S.A., Madrid, 1950; y Max Weber:
Economía y Sociedad, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971.
3
Ver Hartmut Kaelble: Desigualad y Movilidad Social en los Siglos xix y xx, Ministerio de
Trabajo y Seguridad Social, España, 1994, p. 40.

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Aproximación al pensamiento jurídico constitucional cubano...

Como dijera Fernando Álvarez Tabío: “El Estado moderno hubo de impo-
nerse como tarea fundamental la ordenación de una nueva justicia social,
basada en la satisfacción del interés general con preferencia al individual”,4
por lo que en las diferentes esferas del pensamiento humano, comenzaron a
experimentarse profundas transformaciones que respondían a tal panorama.
En el ámbito jurídico propiamente, a partir de inales del siglo xix y princi-
pios del xx, aparecieron muchos autores relevantes de la talla de León Duguit,
Maurice Hauriou, Herman Heller, Carre de Malberg, Carl Schmitt y
Hans Kelsen, para citar solo a algunos, los cuales se adentraron en una nueva
teoría del Estado, del Derecho, de la Constitución, donde el hombre empezó
a ser visto, no como un ente aislado con el derecho de desarrollar su esfera
individual hasta los límites en que interfería en la esfera de otro, sino como
parte de un conglomerado social con ines, derechos, necesidades y obligacio-
nes de interés superior.5 Estas nuevas doctrinas se volcaron hacia la búsqueda
de fórmulas que garantizaran eicientes sistemas de previsión social e ins-
trucción pública,6 y, rompiendo con todos los esquemas individualistas que
hasta ese entonces habían prevalecido, comenzaron a legitimar la interven-
ción del Estado en la esfera social, en la economía, en las relaciones privadas.7
Otro de los rasgos característicos de estas corrientes fue la importancia que se les
dio a los Servicios Públicos, al punto de que Duguit no solo los consideraba un

4
Fernando Álvarez Tabío: Origen y Evolución de los Derechos del Hombre, Imprenta UCAR,
García y CIA, La Habana, 1942, pp. 16-17.
5
Así vemos cómo Herman Heller considera que “… aunque que solo los hombres son capaces
de proponer conscientemente ines, el Estado, como toda institución humana, tiene una función
objetiva y social distinta los ines subjetivos de los hombres que lo forman; (Herman Heller:
Teoría del Estado,traducción de L. Tobío, Fondo de Cultura Económica, México, 1942, p. 225.)
y Carre de Malberg, aunque en otra dirección, reconoce que el Estado es “una colectividad
pública que se sobrepone a todas las agrupaciones particulares de orden doméstico o de interés
privado, o inclusive de interés público local, que puedan existir entre sus miembros”. R. Carre
de Malberg: Teoría General del Estado, versión española de José Lión Depetre, Fondo de
Cultura Económica, México, 1948, p. 22.
6
Ver lo que dicen al respecto Maurice Hauriou: Principios de Derecho Público y Constitucional,
traducción de C.R. del Castillo, Instituto “Editorial REUS”, Madrid, 1927, p. 119; y Duguit
en León Duguit: La Transformación del Estado, Traducción por Adolfo Posada, Francisco
Beltrán. Librería Española y Extranjera, Madrid, s/f, p. 118.
7
Ejemplo de ello es Kelsen, quien comienza dejando bien sentada la inexistencia de un Derecho
Natural, considerándolo incompatible con un orden positivo y con una teoría cientíica del
Estado, para después plantear: “Again and again the attempt is made to derive from the very nature
of the State and the human individual a limit beyond wich the competence of the State must not
be expanded, the freedom of the individual must not be limited. his attempt is typical of the
theory of natural law. A scientiic theory of the State is not in a position to establish a natural limit
to the competence of the State in relation to its subjects. Nothing in the nature of the State or the
individuals prevents the national legal order from regulating any subject matter in any ield of
social life, from restricting the freedom of the individuals to any degree. he competence of the
State is not limited by its nature; and in historical reality the actual competence of the diferent
States is very diferent. Between the liberal State of the nineteenth century and the totalitarian

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elemento del Estado, sino el más esencial de este, circunscribiendo práctica-


mente toda la función estatal a su prestación.8
El inlujo de estas nuevas teorías comenzaba a orientar el constitucionalismo
contemporáneo, apareciendo entonces las primeras Leyes Fundamentales
resultantes de este constitucionalismo democrático social. Como uno de los
primeros antecedentes podemos citar la Constitución de Weimar, en cuyo
preámbulo versaba la voluntad del pueblo alemán de “renovar y airmar su
Reich en la Libertad y la Justicia, servir a la paz interior y exterior y propul-
sar el progreso social”.9 Los derechos individuales, como causa del desmoro-
namiento del ideario que les servía de sustento, resultaban insuicientes para
afrontar los retos que la época imponía, y de ahora en adelante serían acompa-
ñados por otros derechos de carácter social, económico y cultural. Los textos
constitucionales como el mexicano, de 1917, y el de la República española, de
1931 centrarían su atención en cuestiones como el trabajo, que comenzaría
a concebirse como un deber social y a ser protegido frente a la arbitrariedad
de los patrones.10 En estas constituciones igualmente se trataban aspectos
relacionados con la educación y la cultura con el in de ponerlas al alcance
de las masas, (artículos 6 y 7 de la Constitución mexicana y artículo 48 de la
Constitución española) y se regulaba la expropiación forzosa y la intervención
del Estado en la economía nacional (artículo 27 de la Constitución mexicana y
artículo 44 de la Constitución española. La propiedad empezó a ser formulada
en su concepto de función social, y no como un derecho sagrado, tal como se
hacía en las constituciones de antaño.11

state of our days there are many intermediate stages”. Hans Kelsen: General heory of Law and
State, Harvard University Press, Massachusetts, 1946, p. 242. También Hauriou deiende la
que él llama “intervención del legislador” en las relaciones de trabajo, en todo lo concerniente
a los contratos, a la jornada laboral, a los seguros y al descanso semanal. Maurice Hauriou:
Ob. cit., p. 160.
8
No hay más que ver el concepto de Estado dado por Duguit: “El Estado no es (…) un poder
de mando, una soberanía; es una cooperación de servicios públicos organizados y controlados
por los gobernantes”. León Duguit: Manual de Derecho Constitucional, traducido por José G.
Acuña, Francisco Beltrán, Librería Española y Extranjera, Madrid, s/f, p. 71.
9
Carl Schmitt: Teoría de la Constitución, Editorial Revista de Derecho Privado, Madrid, 1934,
p. 187.
10
La Constitución mexicana de 1917, en su artículo 5 prohíbe la concertación de contratos de
trabajo que menoscaben la libertad del hombre, así como regula que nadie puede ser obligado
a la prestación de trabajos personales sin que medie consentimiento y justa retribución. Por su
parte en el artículo 46 de la Constitución española de 1931 se establecía que el trabajo era una
obligación social protegido por las leyes. Ver la Constitución mexicana de 1917 y española de
1931 en Jorge de Esteban: Constituciones Españolas y Extranjeras, Biblioteca Política Taurus,
Madrid, 1977, t. II, pp. 445-509 y t. I, pp. 310-343, respectivamente.
11
Véase cómo la Constitución colombiana estipula en su Artículo 10 que la “propiedad es una
función social que implica obligaciones”. En ese mismo orden, en el Art. 10 de la Constitución
de Chile de 1925 se consigna: “El ejercicio de la propiedad está sometido a las limitaciones o

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Aproximación al pensamiento jurídico constitucional cubano...

Cuba, por supuesto, a pesar de su situación de archipiélago, no estaba ais-


lada a lo que ocurría en el mundo y las repercusiones de la Primera Guerra
Mundial llegaron a incidir en nosotros directamente. Por un lado, propiciaron
la penetración de las ideas socialistas en muchas de nuestras capas políticas
y sociales, y por otro, los efectos de la posguerra nos ahogaron en una crisis
económica de consecuencias realmente calamitosas.12 Mas no fue hasta el
derrocamiento de Machado que todas estas nuevas corrientes orientadas a
corregir los excesos del individualismo liberal del siglo xix, cobraron pleno
vigor en nuestro país.13
Desde los años que van de la derrota de la Dictadura hasta la convocato-
ria a la Constituyente, el panorama nacional cambiaría enormemente, y los
gobiernos que se sucederían durante este lapso se verían obligados a desplegar,
de una u otra forma, una política orientada hacia lo social, debido en parte al
rol protagónico desempeñado por la clase trabajadora en la lucha y contra el
antiguo régimen.14
El primer ejemplo de ello fue el “Gobierno de los Cien Días”, el cual, en el
Preámbulo de los Estatutos para el Gobierno Provisional de Cuba hace men-
ción por primera vez a la función social de la propiedad,15 y que adoptó una
serie de medidas bastante radicales en materia social.16 Igualmente, durante el

reglas que exigen el mantenimiento y el progreso del orden social, y, en tal sentido, podrá la ley
imponerle obligaciones o servidumbres de utilidad pública a favor de los intereses generales
del Estado, de la salud de los ciudadanos y de la salud pública”. Moisés Poblete Troncoso:
Evolución del derecho social en América, Editorial Nascimento, Santiago-Chile, 1942, pp. 385 y
386.
12
Adolfo Nieto Piñeiro-Osorio: El concepto de Constitución, Imp. Fernández Solana y Ca.,
La Habana, 1952, p. 45.
13
Ver: “La Constituyente de 1940 es una lección de madurez nacional. El período 1935-1940.
Entrevista con Berta Álvarez Martens”, en Julio César Guanche: La Imaginación contra
la Norma. Ocho enfoques sobre la República de 1902, Ediciones la Memoria, Centro Cultural
Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2004, p. 20.
14
Adolfo Nieto Piñeiro-Osorio: Ob. cit., p. 45.
15
Uno de los principales exponentes de esta teoría fue León Duguit, según el cual la propiedad no
podía ser vista como un derecho natural, sino como una función social de los detentadores de
capitales, que implicaba la obligación de emplearla en acrecer la riqueza y la interdependencia
social. Ver León Duguit: Manual de Derecho Constitucional, traducido por José G. Acuña,
Francisco Beltrán,. Librería Española y Extranjera, Madrid, s/f., pp. 14 y 276. Esta teoría,
según Fernández Bulté, fue la única que se relejó explícitamente en la Carta Magna de 1940
(art. 87). Ver Julio Fernández Bulté: Historia del Estado y el Derecho en Cuba, Editorial Félix
Varela, La Habana, 2005, p. 297; y Filosofía del Derecho en Cuba, Editorial Félix Varela, La
Habana, 1997, p. 166.
16
Sobre las medidas más signiicativas adoptadas por el Gobierno de los Cien Días, véase: José
A. Tabares del Real: Guiteras, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, pp. 225-227
y 248-257; del mismo autor, “Proceso Revolucionario. Ascenso y Reflujo. (1930-1935)”,
en Instituto de Historia de Cuba: Historia de Cuba. La Neocolonia. Organización y Crisis.
Desde 1899 hasta 1940, Editora Política, La Habana, 1998, pp. 309-310; y La Revolución
del 30: Sus Dos Últimos Años, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp. 144-147;

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gobierno de Mendieta fueron promulgadas algunas disposiciones de corte


similar.17 También vemos cómo las sentencias de 20 y 30 de junio de 1934
declararon que los contratos de trabajo eran de orden social y no civil18 y la Ley
Constitucional de 1935 permitió la intervención del Estado en las obligaciones
civiles por causa de utilidad pública (artículo12).
Las nuevas corrientes doctrinales a las cuales hemos hecho alusión poco a
poco se iban abriendo paso en nuestro país e iban calando en el pensamiento
jurídico cubano, proyectándose mediante las organizaciones políticas que iban
surgiendo en aquellos años, y muchos de nuestros más importantes jurista,
como se verá a continuación.

Las proyecciones de los partidos políticos en Cuba


en los años 1933-1939
La caída de Machado implicó, como era de esperar, el desmoronamiento del
cooperativismo, lo que trajo de la mano la reorganización de los partidos políti-
cos y la pérdida de hegemonía de los partidos tradicionales. Si nuestra primera
etapa republicana estuvo matizada por la rotación en el poder de dos partidos:
el Conservador y el Liberal,19 las luchas revolucionarias y las ideas anterior-
mente analizadas iban a condicionar la sustitución del régimen bipartidista

Juan J. Remos: “Gobiernos Provisionales y Transitorios del 1933 a 1940”, en Ramiro Guerra,
José, M. Pérez Cabrera, Juan J. Remos y Emeterio Santovenia (directores): Historia de
la Nación Cubana, t. VIII, Editorial Historia de la Nación, La Habana, 1952, p. 82; Enrique
Hernández Corujo: “Las Transformaciones del Derecho Constitucional Cubano desde el 12
de agosto de 1933”, en Revista Cubana de Derecho, Año XII, No. 4, octubre-diciembre, 1935, La
Habana, pp. 286-289; Lionel Soto: La Revolución precursora de 1933, Editorial SI-MAR S.A., La
Habana, 1995, pp. 644-672; Leonel de la Cuesta: Constituciones de Cuba, Alexandria Library
Incorporated, Miami, 2007, p. 119; y Francisca López Civeira: El Proceso Revolucionario de
los Años 30, Editorial Félix Varela, La Habana, 2000, pp. 138-141. Algunos de los Decretos
emitidos de mayor envergadura, como lo son el Decreto no. 2 059 de 9 de octubre de 1933,
que estableció la autonomía universitaria; el Decreto no. 2 232 de 18 de octubre de 1933,
de repatriación forzosa de extranjeros sin trabajo ni recursos; el Decreto no. 2 513 de 19 de
octubre de 1933. Reglamento para la ejecución del Decreto 1 693 de 1933 relativo a la jornada
laboral; el Decreto no. 2 355 de 25 de octubre de 1933, que creó la Secretaría del Trabajo;
el Decreto no. 2 583 de 8 de noviembre de 1933, más conocido como la Ley Provisional de
Nacionalización del Trabajo; y el Decreto no. 2 605 de 13 de noviembre de 1933. Reglamento
sobre la organización sindical, se pueden encontrar en Hortensia Pichardo: Documentos para
la Historia de Cuba, t. IV, Primera Parte, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973,
pp. 73-77; 80-82; 84-88; 89-91; 92-97; 99-100, respectivamente.
17
Ver José A. Tabares del Real: La Revolución del 30. Sus Dos Últimos Años, Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp. 272-274.
18
Enrique Hernández Corujo: Lecciones de Derecho Constitucional, Editora O’Reilly, La
Habana, 1942, p. 32.
19
Ver Fernando Martínez Heredia: Andando en la Historia, RUTH, Casa Editorial, La Habana,
2009, p. 160.

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Aproximación al pensamiento jurídico constitucional cubano...

por una pluralidad de organizaciones políticas, adscriptas a disímiles corrientes


de pensamiento, muchas portadoras de un impulso reformista que acogería
criterios desde los más radicales hasta los más conservadores.20 De los grupos
que surgieron al calor de las luchas antimachadistas sobrevivían el ABC y el
Unión Nacionalista, ahora erigidos en partidos políticos. A estos se sumaban
el Partido Revolucionario Cubano (PRC), el cual contaba con Ramón Grau
San Martín como principal igura y resultó ser el de mayor duración y fuerza
electoral.21 También hacían presencia una serie de organizaciones de carácter
socialista como el Partido Agrario Nacional (PAN), el Partido Comunista y
el Partido Unión Revolucionaria,22 y respecto a los viejos partidos Liberal y
Conservador: el primero —que arrastraba el lastre de haber sido el partido
de Machado, y que se había derrumbado junto con este— logró reorganizarse
mediante la labor coordinadora del conocido periodista Ramón Vasconcelos,
y el segundo aparecía ahora bajo el nombre de Partido Demócrata Republicano,
aún bajo le égida de Mario García-Menocal.23
La mayoría de estos partidos, sin importar su iliación ideológica, se pro-
nunciaron sobre cuestiones medulares en aquel entonces, como el problema
de la tierra y la educación, así como sobre el derecho a la sindicalización y
otros derechos laborales. Muchos también condenaban el latifundio y de cierta
manera cuestionaban el injerencismo imperialista, y algunos emitieron sus cri-
terios sobre la organización estatal que estimaban más conveniente para Cuba.
Uno de los problemas más tratados por los Partidos en sus programas eran
los relativos a la tierra y a la propiedad.
El Partido ABC, por ejemplo, propugnaba una vasta reforma agraria,
basada en el reparto de tierras a los campesinos y siguiendo “un plan viable, en
consonancia con las necesidades de nuestra economía rural y con las peculiari-
dades de nuestro agro”.24 De ese mismo modo respetaba la iniciativa particular

20
Ver Pedro Martínez Fraga: La Crisis del Régimen Constitucional, Hotel Maylower,
Washington D.C. 1938, p. 23; así como Beatriz Bernal: Constituciones Iberoamericanas, Cuba,
Universidad Nacional Autónoma de México, 2008, p. 32.
21
Francisca López Civeira: El Proceso revolucionario de los Años 30, Editorial Félix Varela, La
Habana, 2005, p. 189.
22
La presencia de estos últimos partidos vino dada por el ambiente de tolerancia política que se
vivió en Cuba a raíz del creciente movimiento popular en apoyo de la República española y en
contra del fascismo, lo que obligó al Gobierno a otorgar ciertas concesiones a las masas y desarrollar
una política entre cuyas líneas se comprendía la legalización de organizaciones de izquierda, entre
ellas el Partido Comunista. Ver: Federico Chang Pon: “Reajustes para la estabilización del sistema
neocolonial”, en Instituto de Historia de Cuba: Historia de Cuba. La Neocolonia. Organización
y Crisis. Desde 1899 hasta 1940, Editora Política, La Habana, 1998, p. 372.
23
Francisca López Civeira: La Crisis de los Partidos Políticos Burgueses en Cuba: 1925-1958,
Universidad de La Habana, Facultad de Filosofía e Historia, La Habana, 1990, pp. 34-35.
24
Francisco Ichaso: “Algunos Aspectos del Ideario del ABC”, en Conferencias de Orientación
Ciudadana. Los Partidos Políticos y La Asamblea Constituyente, Club Atenas, febrero
13-mayo 15, 1939, La Habana, 1939, pp. 95.

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Fabricio Mulet Martínez

conciliada con las necesidades públicas, reconociendo a la propiedad privada


como función social.25
Por su parte, el Partido Unión Revolucionaria, fundándose en la idea de
que la verdadera independencia se lograría únicamente mediante la reivin-
dicación para el pueblo de la tierra cubana, presentaba un proyecto donde el
Estado, aparte de entregar sus propias tierras a los campesinos necesitados,
procedería a la fragmentación del latifundio y a la adopción de medidas para
la recuperación de las tierras propiedad de extranjeros, cuya expropiación
quedaría prohibida y penada.26
También el Partido Liberal, en las Bases de su Maniiesto Programa, pro-
ponía como solución al problema del latifundio que el Estado ijara un límite
máximo de propiedad de tierras y expropiase la cantidad excedente, para
entonces explotar estas tierras directamente a través de granjas colectivas, o
repartirlas entre los campesinos. Igualmente reconocía la libertad económica
individual, pero establecía que el régimen económico debía responder a los
principios de justicia social, y que la propiedad privada debía estar limitada
por el derecho de expropiación, al concebirse como función social.27
Otra interesante propuesta era la del PAN, consistente en socializar la tierra,
debido a las experiencias fallidas de los repartos de tipo individual.28
Indiscutiblemente, a la vanguardia de la lucha por los derechos de la clase
obrera se colocaba el Partido Comunista. Este entendía como imperiosa
necesidad la regulación constitucional de los derechos al trabajo, a la huelga,
a la sindicalización, los seguros sociales y los contratos colectivos de trabajo
con penalidades a los patronos que los incumpliesen, los salarios mínimos y
la jornada de ocho horas, el descanso anual retribuido y la protección de los

25
Francisco Ichaso: Ob.cit., p. 101.
26
Juan Marinello: “La Cuestión Social en el Trabajo, la Inmigración y la Cultura. Criterios de
Unión Revolucionaria”, en Conferencias de Orientación Ciudadana. Los Partidos Políticos y La
Asamblea Constituyente, Club Atenas, febrero 13-mayo 15, 1939, La Habana, 1939, p. 240.
27
Gustavo Gutiérrez: “La Discriminación Racial ante la Constituyente”, en Conferencias de
Orientación Ciudadana. Los Partidos Políticos y La Asamblea Constituyente, Club Atenas,
febrero 13-mayo 15, 1939, La Habana, 1939, pp. 177-178. El Partido Demócrata Republicano,
pese a enmarcar el derecho de propiedad en el concepto de función social, muestra cierta
reticencia a la aplicación de medidas intervencionistas coactivas que pudieran inhibir la
iniciativa privada. Por lo visto, el cambio de nombre no signiicó viraje alguno en su política.
Ver Alberto Boada Miquel: “Problemas Constitucionales”, en Conferencias de Orientación
Ciudadana. Los Partidos Políticos y La Asamblea Constituyente, Club Atenas, febrero 13-mayo
15, 1939, La Habana, 1939, p. 226.
28
Adriano G. Carmona: “Conferencia” en Conferencias de Orientación Ciudadana. Los Partidos
Políticos y La Asamblea Constituyente, Club Atenas, febrero 13-mayo 15, 1939, La Habana,
1939, p. 244. Para indagar un poco más sobre la política de PAN puede leerse Impugnación
a la Constitución de 11 de junio de 1935. Resolución del Partido Agrario Nacional, Imp. La
Milagrosa, La Habana, 1935, pp. 19-24.

302
Aproximación al pensamiento jurídico constitucional cubano...

trabajadores contra la persecución de patronos o autoridades por causa de


actividad política o sindical.29
Otro de los Partidos de orientación socialistas, el PAN, exigía una decla-
ración constitucional que garantizara el derecho de todo hombre a trabajar,
a percibir el producto íntegro de su trabajo y a obtener un seguro contra
enfermedades.30
En cuanto al PRC, abogaba por la implantación de una sindicalización gre-
mial con destino a los contratos colectivos, y el establecimiento de un estándar
de vida humana y económica para todo trabajador.31
Respecto a los pronunciamientos relativos al problema de la educación y la
cultura, el Partido Unión Revolucionaria era del criterio de que la enseñanza
debía universalizarse, y de que era necesario un aumento de los fondos del
Presupuesto Nacional destinados a la Secretaría de Educación, los cuales, a su
consideración, deberían estar ordenados en la Constitución.32
También el Partido Comunista defendía la idea de que la cultura superior
estuviese al alcance de las masas y de que se incentivara la enseñanza de las
artes, profesiones y oicios, a tono con las necesidades del desarrollo industrial
y agrícola de nuestro país.33
Otro de los partidos que hablaban de la expansión de la cultura era el
Conjunto Nacional Democrático, y en su programa exponía cuán apremiante
resultaba difundir los conocimientos en una atmósfera de libertad, donde la
autonomía universitaria encajaría como pieza clave.34

29
Blas Roca Calderío: “Por la Igualdad de Todos los Cubanos”, en Conferencias de Orientación
Ciudadana. Los Partidos Políticos y La Asamblea Constituyente, Club Atenas, febrero 13-mayo
15, 1939, La Habana, 1939, p. 261.
30
Adriano G. Carmona: Ob. cit., p. 244.
31
“Programa Constitucional del Partido Revolucionario Cubano”, en Hortensia Pichardo:
Documentos para la Historia de Cuba, t. IV, Primera Parte, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1973, p. 301. Por su parte, el Partido Socialista Independiente exigía la sindicalización
forzosa de todos los trabajadores, sin importar su sector de procedencia. Ver: Claudio E.
Miranda del Pozo: “Conferencia”, en Conferencias de Orientación Ciudadana. Los Partidos
Políticos y La Asamblea Constituyente, Club Atenas, febrero 13-mayo 15, 1939, La Habana,
1939, p. 118.
32
Juan Marinello: Obra citada, p. 140. Sobre la universalización de la educación también habla
el Partido Popular Cubano. Ver Rafael Iturralde: “Partido Popular Cubano. Su intervención
en los Destinos Públicos”, en Conferencias de Orientación Ciudadana. Los Partidos Políticos y
La Asamblea Constituyente, Club Atenas, febrero 13-mayo 15, 1939, La Habana, 1939, p. 327.
33
Blas Roca Calderío: Ob. cit., p. 260. El PRC también se reiere a la concepción de “escuela
activa o escuela social”, que consistía en imprimir a la enseñanza pública el régimen educacional
inalista del trabajo manual, intelectual, profesional y artístico. Ver: “Programa Constitucional
del Partido Revolucionario Cubano”, en Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de
Cuba, t. IV, Primera Parte, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 309.
34
Carlos Saladrigas: “Exposición del Programa del Conjunto Nacional Democrático”, en
Conferencias de Orientación Ciudadana. Los Partidos Políticos y La Asamblea Constituyente,
Club Atenas, febrero 13-mayo 15, 1939, La Habana, 1939, p. 278.

303
Fabricio Mulet Martínez

Muchos Partidos también proponían la nacionalización de los servicios


públicos. Entre estos se encontraban el Partido Comunista y el PRC. Este
último proyectaba una posición bastante nacionalista al oponerse al otor-
gamiento de concesiones de minas, aguas, combustibles o servicios públicos a
personas que no fuesen cubanas.35
En materia local, muchos partidos propugnaban la autonomía municipal.
Ejemplo de ello es el PRC, que consideraba que la Constitución no solo debía
refrendar dicha situación, sino los principios que la garantizaran, puesto que
una nación democrática debía contar con instituciones locales libres como
presupuesto, debido a la inluencia de estas “sobre el ejercicio de los derechos
políticos y la capacidad del individuo para la función ciudadana…”.36
En lo concerniente al modelo económico, aparecen propuestas como la
del Partido Unionista Cubano, sobre la instauración de un Consejo Nacional
de Economía, y la del Conjunto Nacional Democrático de implementar una
Economía Dirigida donde primara la intervención del Estado en pos de evitar
“las consecuencias fatales de un individualismo anacrónico…”, tesis muy pare-
cida a la defendida por el Partido Social Demócrata.37
Otro de los asuntos que ocupaban las agendas de estos Partidos era lo refe-
rente a la implantación de la carrera administrativa, fundada sobre la base de la
capacidad e inamovilidad de los funcionarios públicos. Así se relejaba en los
programas de los Partidos Demócrata Republicano y el Acción Republicana.38
En lo que se reiere a la forma de gobierno, el PRC, en su Programa
Constitucional, aspiraba a la implantación del modelo parlamentario, donde
el Poder Legislativo iba a residir en una Asamblea Legislativa Nacional unica-
meral con la facultad de retirarle la conianza al Gobierno. El Presidente de la

35
Ver: Blas Roca Calderío: Ob. cit., p. 178 y “Programa Constitucional del Partido Revolu-
cionario Cubano”, en Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba, t. IV,
Primera Parte, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 302, respectivamente.
36
“Programa Constitucional del Partido Revolucionario Cubano”, en Hortensia Pichardo:
Documentos para la Historia de Cuba, t. IV, Primera Parte, Editorial de Ciencias Sociales,
La Habana, 1973, pp. 310-311. Partidarios a la autonomía municipal también se mostraron
los Partidos Social Demócrata y Acción Republicana. Ver: Carlos Portela: “Exposición
del Programa del Partido Social Demócrata”, en Conferencias de Orientación Ciudadana.
Los Partidos Políticos y La Asamblea Constituyente, Club Atenas, febrero 13-mayo 15, 1939,
La Habana, 1939, p. 161; y “Puntos Esenciales del Programa Constitucional de Acción
Republicana”, en Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba, t. IV, Segunda
Parte, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 276, respectivamente.
37
Ver Arturo González Alfonso: “Conferencia”; Carlos Saladrigas: Ob. cit.; y Carlos
Portela: Ob. cit., todas en Conferencias de orientación ciudadana. Los Partidos Políticos y La
Asamblea Constituyente, Club Atenas, febrero 13-mayo 15, 1939, La Habana, 1939, pp. 77, 288,
y 159, respectivamente.
38
Ver el art. 16 del “Programa Constitucional de Acción Republicana”, en Hortensia Pichardo:
Documentos para la Historia de Cuba, t. IV, Segunda Parte, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1973, p. 273; y Alberto Boda Miquel: Ob. cit., p. 235.

304
Aproximación al pensamiento jurídico constitucional cubano...

República sería elegido por voto popular, por un período de cuatro años, sin posi-
bilidad de reelección y con la facultad de disolver la Asamblea. También habría
un Consejo de Gobierno, cuyo Presidente sería designado por el Presidente de la
República y respondería por la política del Gobierno ante la Asamblea.39
Muy similar era la iniciativa del Partido Unión Revolucionaria Comunista
(fusión posterior del Partido Unión Revolucionaria y el Partido Comunista),
el cual, en sus Bases para el proyecto de Constitución, proponía igualmente
un sistema parlamentario donde el Órgano Legislativo fuese un Congreso
unicameral, cuyos Representantes serían elegidos por sufragio directo, igual
y secreto, en proporción de uno por cada veinticinco mil habitantes. El Poder
Ejecutivo recaería en un Presidente de la República y en un Consejo de
Gobierno compuesto de los Secretarios de Despacho, los cuales responderían
por los actos que refrendaran.40
Por su parte, el Partido Acción Republicana mantenía el Congreso
Bicameral, pero colocaba junto al Presidente de la República un Consejo de
Ministros sobre el cual recaía la responsabilidad de la política gubernativa,
cuyos miembros podían asistir a las sesiones de las Cámaras.41
Hasta ahora hemos podido constatar cómo en Cuba apareció toda una
gama de organizaciones políticas, las que, no obstante enmarcarse en diver-
sas ideologías, mostraban una postura nacionalista y una proyección hacia lo
social, hacia la consagración de intereses populares, hacia una modernización
institucional. Esto denotaba que en el país las ideas se estaban moviendo en
función de encontrar soluciones que estuviesen a la altura de la época que se
estaba viviendo y de los problemas que presentaba el país. También resulta
interesante cómo algunos de estos partidos coincidían en la aplicación de un
sistema parlamentario, o de presidencialismo moderado, en rechazo del sis-
tema de gobierno unipersonal.

Las principales ideas político-constitucionales en Cuba


durante la etapa de 1933 a 1939
Entre los juristas cubanos fue tempranamente acogida la idea de seguir las
orientaciones vigentes en el Derecho Público moderno, no solo con el in de

39
“Programa Constitucional del Partido Revolucionario Cubano”, en Hortensia Pichardo:
Documentos para la Historia de Cuba, t. IV, Primera Parte, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1973, p. 295.
40
Ver “Bases para el proyecto de Constitución del Partido Unión Revolucionaria Comunista”,
en Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba, t. IV, Segunda, Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1973, pp. 305-307.
41
Ver “Puntos Esenciales del Programa Constitucional de Acción Republicana”, en Hortensia
Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba, t. IV, Segunda, Editorial de Ciencias Sociales,
La Habana, 1973, p. 273.

305
Fabricio Mulet Martínez

sumarse a las teorías más en boga, sino con el propósito de darle soluciones a
la situación política, económica y social en que se sumía el país, la cual since-
ramente brindaba una visión apocalíptica.
La crisis constitucional que abrumaba a la República desde la reforma de
1928 alcanzó su clímax con el derrocamiento de la dictadura. Cuba se iba a
ver estancada por un lapso de siete años en un estadio de provisionalidad
institucional caracterizado por continuos avatares internos, que pueden sin-
tetizarse en el paso de varios gobiernos, la promulgación de varias normas
constitucionales y golpes de Estado. Todo esto podía solo traducirse en una
gran inestabilidad política que postergaba la convocatoria a una Constituyente,
mientras el pueblo anhelaba con ansias dotarse de una Constitución moderna,
consecuente con la época, para así ver cristalizados de alguna manera tantos
años de lucha.42
Tales coyunturas sirvieron de telón de fondo para que muchos de los más
connotados juristas de Cuba —ya fuera a título personal o siguiendo una línea
partidista— expresaran sus criterios sobre cómo debería conigurarse el nuevo
orden constitucional hacia el cual inevitablemente nos dirigíamos, porque
como bien airmara Martínez Heredia, después de 1931, la idea de restaurar
la institucionalidad desapareció para ser sustituida por la de crear un nuevo
orden y una nueva Cuba.43 En discursos, folletos, libros y artículos se emitie-
ron opiniones provenientes de las más variopintas tendencias ideológicas y
políticas, eso sí, atemperadas a las nuevas orientaciones constitucionales que
hemos tratado en el capítulo.
Dentro de los temas más tratados en aquel entonces se hallaba la inclu-
sión de los derechos socioculturales y económicos en la nueva Constitución,
siendo Enrique Gay-Galbó uno de los que exigiera que nuestro nuevo texto
tenía obligatoriamente que guardar un sitio preferencial para la regulación de
instituciones de previsión, de cultura, de beneicencia social, para cuestiones
relativas al trabajo y a la agricultura, y a la supresión del latifundio a través de
la repartición de tierras.44
El gran municipalista Carrera Jústiz también concordaba con la idea de
que la nueva Constitución cubana esbozara de manera amplia la política social
que se debía seguir por el Estado, e incluso iba mucho más allá al proponer

42
Ver Julio Fernández Bulté y Julio Antonio Fernández Estrada: “La Constitución de 1940
desde nuestra perspectiva actual”, en Andry Matilla Correa: Estudios sobre Historia del
Derecho, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009, p. 83.
43
Fernando Martínez Heredia: Andando en la Historia, RUTH Casa Editorial, La Habana,
2009, p. 163.
44
Enrique Gay-Galbó: Nuestro Problema Constitucional, Librería Nueva, La Habana, 1936,
p. 34.

306
Aproximación al pensamiento jurídico constitucional cubano...

que se insertara dentro de nuestro Tribunal Supremo una Sala de Garantías


Sociales, las cuales habían sido ensayadas felizmente por otros lares.45
No podía podían faltar las consideraciones del excelso constituciona-
lista Juan Clemente Zamora —quien fuera en aquel entonces el Jefe de
la Cátedra de Derecho Constitucional de la Facultad de Derecho de la
Universidad de La Habana—, para el cual, a tono con los criterios plan-
teados por los autores anteriores, era preciso realizar un análisis de todos
los problemas concretos que nuestra restructuración constitucional estatal
cubana pudiera afrontar, tomando la utilidad social como fundamento de
la existencia del Estado y el Derecho, puesto que ambos tenían como fin
primordial la satisfacción de las necesidades de los hombres que integra-
ban la colectividad, la garantía de la felicidad común y la salvaguarda de la
justicia social.46
Uno de los juristas que también haría su aporte al respecto sería Gustavo
Gutiérrez, quien iniciaba su discurso partiendo de las transformacio-
nes sufridas por el contenido moderno de la Constitución, que hicieron
al Derecho Constitucional devenir, de un derecho subjetivo basado en el
individualismo, en un derecho objetivo fundado en la interdependencia
o solidaridad social. De ahí que las constituciones modernas se veían en
la obligación no solo de garantizar el disfrute de los conocidos derechos
individuales, sino de asegurar el ejercicio de los derechos inmanentes del
conglomerado social.47
Sobre el tema de la propiedad, el profesor Zamora veía con buenos ojos
que, siempre que su uso se limitara en beneicio del interés colectivo, se
preservara la propiedad privada. Al respecto exponía: “Si el agregado social
estima, por consiguiente, que se sirven mejor los ines generales de asegurar
el bienestar y la felicidad comunes instituyendo el derecho a la propiedad
privada, como medio de permitir a cada hombre un goce más amplio de las
oportunidades sociales, como instrumento de mayor seguridad y confort en
los años últimos de su vida, como estímulo directo de sus actividades y de su
cooperación al trabajo socialmente útil, la propiedad privada puede ser una

45
Francisco Carrera Jústiz: La Reforma de la Constitución, Universidad de La Habana,
Facultad de Ciencias Políticas, Sociales y Económicas, La Habana, 1936, p. 20.
46
Ver Juan Clemente Zamora: Nuevas Orientaciones en Materia Constitucional, Editorial
Atalaya, S.A., La Habana, 1939, pp. 10-11. Otro que se pronunciaba a favor de la regulación de
las cuestiones sociales era Eugenio Domínguez Torres. Ver: Eugenio Domínguez Torres:
Cómo debe ser la nueva Constitución Cubana, La Habana, 1939, pp. 125-128.
47
Gustavo Gutiérrez Sánchez: Constitución de la República de Cuba, promulgada el 5 de julio
de 1940, Editorial Lex, La Habana, 1941, p. 13.

307
Fabricio Mulet Martínez

institución jurídica plausible y necesaria”.48 De hecho, para el caso de Cuba,


que aún se encontraba en fase de desarrollo de su capacidad productiva y de
fomento agrícola industrial, por lo que dependía de la inversión de grandes
capitales, tanto extranjeros como nacionales, no encontraba prudente una
regulación extremadamente radical en esta materia. En todo caso esto podía
contrarrestarse con el derecho estatal de expropiación forzosa y con una polí-
tica iscal adecuada, ijando impuestos directos y progresivos sobre el capital y
las herencias.49
Otro que respetaba la propiedad privada únicamente en función del
bienestar social de la colectividad era Gustavo Gutiérrez, quien ade-
más coincidía con los socialistas en que era necesario que el Estado o el
Municipio explotaran “por sí mismo todos aquellos negocios o empresas que
por depender del aporte de los ciudadanos como las empresas de servicios
públicos”, resultaba inmoral que produjeran un beneicio individual a costa
de una explotación social.50
Otro de los célebres constitucionalistas cubanos de todos los tiempos,
Ramón Infiesta, aportaba interesantes ideas para el perfeccionamiento del
modelo estatal cubano. Este decía que en el seno del Estado convergían múl-
tiples intereses que demandaban del Gobierno su servicio y atención, mas
solo aquellos que lograban hacerse oír por el Poder político eran satisfechos.
Por eso era necesario separar la política de la administración en pos de la
racionalización del Estado, y así sería más fácil satisfacer o al menos escu-
char la mayoría de los intereses suscitados en la sociedad moderna, ya que
el Estado perfeccionaría su funcionamiento y centraría sus actividades en la
administración.51
Siguiendo sin remilgos a Duguit, para Infiesta, la perdurabilidad de
un Gobierno dependía de la capacidad que este tuviese para sostener los
servicios públicos más que del consenso o aprobación política con que
pudiese contar entre sus gobernados. Esto se debía a que el sostenimiento
de los servicios públicos —así como la regulación del desenvolvimiento
de las actividades privadas— era equiparable al mantenimiento del orden
público, lo cual es esencial para la estabilidad del grupo gobernante. Por eso,
el Estado debía procurar proveerse de una organización adecuada a sus ines
administrativos.52

48
Juan Clemente Zamora: Nuevas Orientaciones..., p. 14.
49
Ibídem: Nuevas Orientaciones…, p. 16.
50
Gustavo Gutiérrez: Constitución…, p. 15. Ver también el criterio de Diego Vicente Tejera,
en Diego Vicente Tejera: Los Derechos Individuales no son Incompatibles con un Régimen
Socialista, Editorial Atalaya, S.A., La Habana, 1940, p. 14.
51
Ramón Infiesta: La Crisis del Poder en Cuba, Tipografía de F. Verdugo, La Habana, 1937,
p. 31.
52
Ibídem: La Crisis del Poder…, pp. 34-35.

308
Aproximación al pensamiento jurídico constitucional cubano...

Referente a este tema, Carrera Jústiz era de la opinión de que la


Constitución debía regular los servicios públicos en cuerpos autónomos y
controlados por el Estado, además de que se mostró partidario de establecer la
carrera administrativa y de declarar la inamovilidad de los funcionarios públi-
cos, sin perjuicio de la revocación de sus cargos por iniciativa popular, ante el
incumplimiento de sus deberes.53
Juan Clemente Zamora también le daba gran importancia a los servi-
cios públicos, y tomando también en cuenta la intervención que debía tener
el Estado en los asuntos fundamentales de la vida económica y social de la
Nación, —intervención que este propugnaba— juzgaba como una exigencia
ineludible la existencia de una burocracia técnica capacitada para cumplir las
funciones que el Estado en ella delegaría, en aras de lo cual el acceso a todos
los cargos públicos —excepto los Secretarios y Sub-Secretarios de Despacho—
debería de ser a través de exámenes de oposición u ostentación de títulos o
diplomas académicos determinados por las leyes. La Constitución tendría,
pues, que refrendar la inamovilidad de los funcionarios públicos, y de esa
forma garantizar su independencia política.54
Una de las tesis que salieron a relucir en este marco —cobrando bastante
fuerza como se podrá corroborar— fue la de la instauración del Estado
Corporativo en Cuba, siendo precisamente el ya mencionado Francisco
Carrera Jústiz uno de sus defensores. El ilustre municipalista propo-
nía ensayar una fórmula puesta en práctica en la Italia fascista de Benito
Mussolini, consistente en la creación de entidades corporativas compuestas
de hombres unidos por una misma profesión u oicio, las cuales implicaban
“defensa natural de clase, mediante reglamentación, disciplina y programa
de acción”.55
A favor de su proyecto argüía Carrera Jústiz que la sociedad moderna no
estaba compuesta de grupos disgregados, “sino de grupos espontáneos, según
sus ainidades en las ciencias, en las artes, en el comercio, en la industria, en
la agricultura y en las múltiples manifestaciones del trabajo”. Por esa misma
razón, de llegar a implementarse el corporativismo en la Isla, se podría proce-
der a suprimir la representación general a través de los partidos políticos, “y
considerar más genuina la representación por corporaciones, animadas por

53
Francisco Carrera Jústiz: Ob. cit., p. 20.
54
Juan Clemente Zamora: Nuevas Orientaciones..., pp. 30-31.
55
Francisco Carrera Jústiz: Ob.cit., p. 13. La idea del corporativismo en Cuba no era para
nada nueva. Ya desde mucho antes se planteaba la idea de convertir nuestro Congreso, o al
menos una de sus Cámaras, en un órgano corporativo. Al respecto puede verse José Antonio
Ramos: “La Senaduría Corporativa”, en Cuba Contemporánea, año II, t. IV, enero-abril, 1914,
pp. 134 y ss. Ver: También cómo Arturo Mañas proponía sustituir a nuestra Cámara Alta por
un Consejo Económico Corporativo en Arturo Mañas: Sobre una Reforma de la Constitución
Cubana, Imprenta F. Verdugo, La Habana, 1931, pp. 26-27.

309
Fabricio Mulet Martínez

intereses vivos, que mediante sus delegados, se preparan para su defensa y


para su progreso. Así, los supremos organismos gobernantes, no se com-
pondrán de jefes políticos o de caudillos, sino de trabajadores intelectuales
o manuales, conscientes de sus intereses reales y en obligación directa con
sus mandantes”.56
Entendía el maestro que aquellos momentos eran los precisos para la
implantación del Estado Corporativo, el cual podría representar la solución
posible para la Isla, y se mostraba reacio a experimentar con mixturas entre
el presidencialismo y el parlamentarismo, alegando que ambos sistemas se
encontraban totalmente decadentes y desacreditados ante los ojos del mun-
do.57 El Estado corporativo sería entonces la vía para cimentar una República
sin privilegios ni abusos, sustentada en un Gobierno fuerte, de orientación
nacional-socialista, que garantizara la justicia social y la prosperidad nacio-
nal; y que, situándose por encima de todo intento perturbador, fuese capaz de
armonizar el régimen político con la economía nacional.58
En lo que respecta a la forma de gobierno, no son muchos los autores que
contemplaron en su discurso tan vital cuestión para aquellos momentos.
Entre los pocos ejemplos se encuentra Ramón Infiesta, el cual no hallaba
adecuado el sistema presidencialista consagrado en la Constitución de 1901,
por lo que desarrolló un conjunto de postulados basados en la racionaliza-
ción del Poder, por medio de la adaptación de este a sus ines —los cuales se
reducen a la administración— tomándolos como punto de partida para llevar
a cabo en Cuba una restructuración constitucional que pusiera in a la crisis
política que estaba llevando a las ruinas a la vida cívica del país, dado que
la cuestión esencial que erosionaba la organización constitucional de nuestro
Ejecutivo era que este no debía concebirse solo como un simple ejecutor de las
leyes: este debía gobernar, o sea, desempeñar las funciones administrativas, lo
que requería plena eiciencia en su actuación.59
Consecuente con este planteamiento, Infiesta proponía modelar
un sistema particular de responsabilidad ministerial, que le permitía al
Presidente de la República conservar su autoridad, pero al mismo tiempo
le proporcionaba un instrumento lexible para regular la administración: el
Ejecutivo se haría representar ante el Congreso por Ministros responsables
a los cuales las Cámaras pudieran censurar. Así no existiría el peligro de
que el Legislativo absorbiera las potestades presidenciales, y por otro lado el

56
Francisco Carrera Jústiz: Ob. cit., pp. 15-16.
57
Ibídem, p. 17.
58
Ibídem: Ob. cit., pp. 18-19.
59
Ramón Infiesta: La Crisis del Poder…, p. 64.

310
Aproximación al pensamiento jurídico constitucional cubano...

Legislativo dispondría de un procedimiento eicaz para la iscalización de la


gestión gubernativa.60
A la hora de aplicar esta racionalización del Poder en el cuerpo legislativo,
si bien se veían mil desventajas en un Congreso bicameral, la opción de una
Cámara única tampoco parecía apta “para un ensayo de racionalización del
Poder, y mucho menos para orientar la administración pública dentro de un
franco contenido técnico”, por lo que Infiesta optaba por un sistema “mixto”,
donde a la Cámara de Representantes le correspondería la elaboración de las
leyes, y al Senado correspondería la “función tamizadora de las iniciativas de
la Cámara Baja”.61
Para esto diseñaba un Senado Corporativo, integrado por representantes de
la industria, el comercio, la agricultura, el trabajo y las artes, que constituirían
“auténticos voceros de los intereses vitales de la nación”, que contarían con
conocimientos especializados para emitir juicios certeros sobre las leyes some-
tidas a su escrutinio.62
Por su parte, Alberto Blanco era contrario a la implantación del par-
lamentarismo y abogaba por un modelo donde los Poderes Legislativo y
Ejecutivo se mantuvieran en constante equilibrio y armonía, y que fueran
iscalizadores mutuos el uno del otro; y a pesar de mostrarse partidario de un
recorte o reajuste del Poder del Presidente, sí estimaba necesaria la existencia
de un Ejecutivo fuerte capaz de afrontar con prontitud toda la diversidad de
problemas que podían originarse en la vida social del país, “de inaplazable
solución, imposible de dejar supeditada a la actuación siempre morosa del
Congreso”.63
Una de las voces que se alzaron en defensa del sistema parlamentario fue
la de Eugenio Domínguez Torres, el cual, además, proponía la supresión del
Senado y la transformación del Congreso en una Asamblea Nacional única,
cuyos miembros debían ser electos por sufragio de primer grado.64 Así mismo,
Domínguez Torres propugnaba la creación de un Consejo de Estado como
órgano consultivo del Presidente.65
En lo referente a la organización local, Carrera Jústiz defendía la adop-
ción del gobierno municipal por comisión, el cual, además de prevalecer en

60
Ramón Infiesta: La Crisis del Poder..., pp. 68-70.
61
Ibídem: La Crisis del Poder..., pp. 76-77.
62
Ibídem: La Crisis del Poder…, p. 78.
63
Alberto Blanco: El Momento Constitucional en Cuba, Cultural, S.A., La Habana, 1937,
pp. 23-24.
64
Ver Eugenio Domínguez Torres: Ob. cit., pp. 75-81.
65
Ibídem: Ob. cit., pp. 93-94.

311
Fabricio Mulet Martínez

Europa y América Latina, venía más acorde a nuestra tradición latina.66 No


se mostraba conforme con el hecho de que los asuntos municipales estuvie-
ran dentro de la competencia de la Secretaría de Gobernación —cuya esencia
excesivamente política hacía trascender a la vida municipal la inluencia de
los partidos del Gobierno, al punto de convertir a los Municipios en agencias
electorales— ni tampoco se manifestaba contento con que el Presidente de la
República o los Gobernadores de Provincia tuvieran la potestad de suspender
a los Alcaldes en sus funciones. Para Carrera Jústiz era imprescindible que la
nueva Constitución Cubana no se limitara a declarar formalmente la autonomía
del Municipio, sino que tenía que colocarlo fuera de la órbita de la Secretaría de
Gobernación y tenía que reconocerle el derecho de disfrutar de sus ingresos
legítimos.67
Estas son algunas de las opiniones expuestas por varios tratadistas cubanos.
A continuación veremos cómo ideas similares fueron desarrolladas a través de
otros medios.

Los proyectos de Constitución


Las nuevas orientaciones jurídicas que se suscitaban en Cuba no fueron cana-
lizadas solamente mediante obras como las anteriores, sino que hubo muchos
juristas que se dieron a la tarea de redactar proyectos constitucionales. La mayo-
ría de estos proyectos no fueron más que obra de un mero ejercicio intelectual
de sus autores, y aparentemente no trascendieron más allá de su publicación,
sin ser tomados en cuenta de manera efectiva por nuestro Congreso con miras
a realizar una reforma constitucional, o por la Asamblea Constituyente; pero
lo cierto es que sí fueron una muestra fehaciente de los rumbos que tomaba
el pensamiento constitucional cubano. Como podrá constatarse, en su gran
mayoría se recogían cuestiones medulares –como los derechos sociales, la
función social de la propiedad, el carácter interventor del Estado, la autono-
mía municipal y el establecimiento de la carrera administrativa– que tuvieron
cabida en la Constitución de 1940, siendo un aspecto signiicativo la búsqueda
de modelos alternativos al presidencialismo que había prevalecido durante la
corta, pero agitada vida de la República. Muchas de las ideas vertidas en estos
proyectos tenían como eje central el hallazgo de fórmulas gubernativas que se
apartaran lo más posible del régimen unipersonal, considerado por propenso
al caudillismo y a la dictadura.

66
Francisco Carrera Jústiz: Ob. cit., p. 25. Ver además el criterio de Eugenio Domínguez, que
proponía la creación de los llamados Concejos de Administración por Comisionados. Eugenio
Domínguez Torres: Ob. cit., pp. 87-91.
67
Francisco Carrera Jústiz: Ob. cit., pp. 27-28.

312
Aproximación al pensamiento jurídico constitucional cubano...

De los proyectos que analizaremos, uno de los más sui generis resultaba
el redactado por César Rodríguez Morini,68 el cual se alejaba de la clá-
sica teoría de la tripartición de Poderes e instituía un Estado dividido en
cinco poderes: Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Cultural y Económico-Social.
El  Poder Ejecutivo iba a recabar en un Presidente, Jefe Supremo de todos
los Poderes (artículo13). El Legislativo se compondría de tres Cámaras inde-
pendientes: Una sería la Cámara Política, con iniciativa de las leyes civiles,
políticas y gubernamentales (artículo 28). Otra sería la Cámara Jurídica, la
cual tendría la responsabilidad de redactar los nuevos Códigos Civil, Penal,
Mercantil, y de Trabajo (artículo 33), y la tercera Cámara sería la Económica
(artículo 37).
El Poder Judicial, independiente y responsable, estaría formado por
el Presidente del Tribunal Supremo y sus Magistrados, los Presidentes de
Audiencias, los Jueces, los Correctores de Menores y demás funcionarios
judiciales (artículo 39). El Poder Cultural, que estaría compuesto por la
Universidad Nacional y sería una entidad autónoma, separada de la Secretaría
de Instrucción Pública, tendría a su cargo todo lo referente a la enseñanza, al
sostenimiento de las bibliotecas públicas y de asociaciones culturales.69 Este
Poder Cultural pudiera verse como un antecedente del Consejo Nacional de
Educación y Cultura contenido en la Constitución de 1940, que aunque no
estaba tan ampliamente desarrollado en su texto, tenía similares funciones.70
Por último, estaba el Poder Económico-Social, encarnado en un Comité
Central Ejecutivo que determinaría el plan conjunto de toda la economía
nacional y desarrollaría la política social y laboral del país (artículo 64).
Otro de los proyectos que vio la luz en este período fue el de José Portuondo
y de Castro, el cual se ideó inspirado indudablemente en el modelo conven-
cional suizo71. En dicho proyecto el Poder Legislativo quedaba depositado en
una Asamblea Nacional compuesta de un representante de cada cincuenta mil

68
César Rodríguez Morini: Anteproyecto de Constitución Política, Económica y Social, Cultural,
S.A., La Habana, 1933.
69
Ver artículos 53-61.
70
Ver artículo 59 de la Constitución de 1940, publicada en la Gaceta Oicial del 8 de julio de
1940.
71
Ver José Portuondo y de Castro: Proyecto de Constitución, Editorial Alberto Soto, La
Habana, 1934. En verdad, este modelo era prácticamente idéntico al de Suiza en muchos
sentidos, pudiéndose notar pequeñas diferencias como que el diseño de Portuondo de
Castro contaba con un órgano legislativo unicameral, mientras que Suiza, por su condición de
Estado federal y multinacional constaba de una Asamblea bicameral. Para abundar más sobre
el modelo suizo es recomendable consultar “El Derecho Constitucional de la Confederación
Suiza”, en Manuel García-Pelayo: Derecho Constitucional Comparado, Alianza Universidad,
Madrid, 1991, pp. 521-571.

313
Fabricio Mulet Martínez

habitantes, electos mediante sufragio directo por un período de cuatro años


(artículo 68).
Por su parte, el Poder Ejecutivo sería ejercido por un Consejo de Gobierno
de cinco integrantes, los cuales serían electos igualmente por sufragio de
primer grado para un mandato de cuatro años, teniendo prohibido reelegirse
hasta después de transcurridos ocho años (artículo 76). Cada uno de estos
Consejeros tendría a su cargo un Ramo de la Administración, y tomarían sus
decisiones de manera colegiada (artículo 79). El Consejo de Gobierno era el
órgano encargado de promulgar las leyes, además de que ostentaba la potestad
reglamentaria (artículo 80). A la luz del artículo 71, los Consejeros podían ser
destituidos por la Asamblea si eran acusados por el veinticinco por ciento del
cuerpo electoral, debido a la comisión de delitos contra la seguridad del Estado,
contra el funcionamiento de sus Poderes, o por infracción de la Constitución.
En caso de que fuera destituido el Consejo entero, el Poder Ejecutivo sería
ejercido por la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo.
Así mismo, Portuondo de Castro proponía la creación de un Tribunal
de Cuentas, que iscalizaría la gestión inanciera del Estado y de los Municipios
(artículo 91), y de una Junta de Defensa Nacional, encargada de todos los
asuntos militares que afectaran a la República, y que debía en caso de guerra
asumir la dirección técnica de la misma, en virtud del artículo 94.
También el insigne patriota, General del Ejército Libertador, Enrique
Loynaz del Castillo, se sumó a la labor de redactar un proyecto constitucio-
nal que era de orientación más bien parlamentarista,72 donde se declaraba que
la soberanía radicaba en el pueblo, pero era ejercida por un Senado, del cual
dimanaban todos los Poderes Públicos (artículo 55). Este Senado era presidido
durante un año por el Senador que más votos hubiese recibido en la elección
popular, siendo sustituido en el período anual inmediato por el Senador que
lo seguía en el número de votos obtenidos, y así sucesivamente (artículo 70).73
El Presidente del Senado tenía las funciones típicas de un Presidente de la
República, tales como sancionar o vetar las leyes; (artículo 71.2) proponer al
Senado los candidatos a dirigir los Poderes Públicos o para ocupar los Cargos
de Secretarios, Ministros o Magistrados; (apartado 5 del artículo 71) y reci-
bir a los representantes diplomáticos extranjeros (artículo 71.9). El Senado a
su vez estaba dividido, en virtud del artículo 77, en una Comisión Ejecutiva,
una de Asuntos Económicos, una de Asuntos Militares, una de Asuntos
Administrativos y una de Asuntos Judiciales.

72
Enrique Loynaz del Castillo: Proyecto de Constitución para la República de Cuba, Talleres
Tipográicos de “La Tribuna”, San José de Costa Rica, 1935.
73
En virtud del artículo 58 los Senadores ocuparían sus cargos por ocho años y serían renovados
por mitades cada cuatro años.

314
Aproximación al pensamiento jurídico constitucional cubano...

Junto al Senado se situaban los cuatro Poderes Públicos. Estos eran el Poder
Económico, encargado de administrar los recursos económicos del Estado,
así como de preparar el presupuesto y organizar la Hacienda Pública (artí-
culo  85); el Poder Militar, que dirigía las Fuerzas Armadas (artículo 86); el
Poder Administrativo, que, constituido por el Consejo de Ministros, tenía la
tarea de organizar los Servicios Públicos (artículo 87); y el Poder Judicial, cuyo
máximo organismo, el Tribunal Supremo, gozaba de bastante independencia,
pudiendo nombrar a los Magistrados de Audiencia y a los Jueces Municipales
(artículo 88).
Dentro del articulado del proyecto del General Loynaz del Castillo
podían hallarse algunos preceptos muy democráticos como la iniciativa popu-
lar de reformas constitucionales y el derecho de los electores de revocar a los
Senadores cuya continuación en el74 cargo fuese contraria a la libertad popular
(artículos 97 y 98). El artículo 101 permitía también acudir a plebiscito para
revocar a los Comisionados Municipales.
Igual de interesante resulta el proyecto elaborado por Juan Casasús,
según el cual el Poder Ejecutivo residiría en un Colegio Presidencial com-
puesto por cinco miembros, electos por sufragio directo, por un período de
tres años. Este Colegio sería presidido por uno de sus miembros, seleccio-
nado por el resto de sus colegas, los cuales podían variar su designación en
cualquier momento (artículo 104). El Presidente de dicho Colegio sería a la
vez Presidente de la República, pero no podía tomar decisión alguna sin la
consulta o autorización del Colegio, así como tampoco podía emitir orden,
decreto o resolución sin la irma del Secretario de Despacho correspondiente
(artículos 106 y 107).
El Poder Legislativo recaería en un Congreso de Representantes y un
Consejo Estamental (artículo 83). La elección del primer cuerpo seguiría
el criterio de representación proporcional (artículo 84), mientras que el
Consejo Estamental sería una cámara corporativa75 entre cuyas funciones
estaba inspeccionar el desempeño de la Administración Pública e intervenir
en la vida económica de la Nación y en la economía particular del Estado
(artículo 89).

74
Juan J. E. Casasús: La Nueva Ciudad del Sol, Cultural S.A., La Habana, 1937.
75
Artículo 87: El Consejo Estamental se compondrá de diez consejeros por provincia, elegidos en
cada una para un período de tres años por las siguientes corporaciones:
I. Representaciones obreras de la agricultura, la industria, el comercio y transportes terrestres,
navales y aéreos.
II. Representaciones patronales de la agricultura, la industria, el comercio y transportes
terrestres, navales y aéreos.
III. Asociaciones de profesionales liberales (ingeniería, medicina, abogacía, etc.).
IV. Universidades y demás instituciones de cultura.
V. Asociaciones de propietarios que no estuvieren comprendidas en el artículo segundo.

315
Fabricio Mulet Martínez

En el artículo 47 del proyecto se creaba una magistratura que, evocándonos


al Censor de la antigua república romana, tenía una amplia autoridad para
dictar órdenes y reglamentos que reprimieran el juego ilícito, la venta y el
consumo de drogas, así como aquellas conductas que estimaran suntuosas o
viciosas. Esta magistratura pudiera ser vista por muchos como exagerada y
anacrónica, pero no hay dudas que los lagelos sociales que maculaban a nues-
tra República necesitaban ser combatidos, incluso recurriendo a los métodos
aparentemente más drásticos.
Un proyecto bastante llamativo fue el de J.L. Abalo,76 donde se pretendía
adoptar una forma de gobierno —bastante compleja, por cierto— denominada
“técnico-funcional”, que se sustentaba en un Congreso corporativo confor-
mado por una Cámara y un Senado (artículo 23). En este enrevesado esquema
desempeñaban una función importantísima las llamadas Asociaciones de
Trabajadores. Estas Asociaciones se constituirían en los Municipios y se dividi-
rían en Asociaciones Municipales de Trabajadores Capitalistas, No Capitalistas,
y Profesionales y Artísticos; (artículo 55) para luego conformar Asociaciones
Provinciales, que eran las que votaban para elegir a los Representantes de la
Cámara.77
Según el artículo 63, la Cámara representaba todos los intereses de la
sociedad, por lo que cada Representante necesariamente tenía que anteponer
el interés colectivo nacional a las aspiraciones del grupo al que pertenecían.
Por su parte, el Senado quedaba deinido en el artículo 69 como “el más alto
Cuerpo de Técnicos”, y estaba integrado por diez economistas, seis ingenieros
especializados, seis juristas especializados, dos higienistas, dos pedagogos y
cuatro individuos que poseyeran una “capacidad mental y una cultura pro-
digiosa”. Para acceder al puesto de Senador, además de otros requerimientos,
tenían que someterse a un examen ante un tribunal conformado por los siete
miembros “más distinguidos” de dicho Cuerpo.78
Abalo le confería el Poder Ejecutivo al Presidente de la República y a los
Secretarios de Despacho (artículo 110). El Presidente no tenía iniciativa legisla-
tiva, y para que sus Decretos o Resoluciones tuvieran fuerza vinculante reque-
rían del referendo del Secretario del Ramo correspondiente, (artículo  124)

76
Ver J.L. Abalo: La Forma Técnico-Funcional de Gobierno, Ediciones Montero, La Habana,
1939, pp. 128-279.
77
El artículo 61 ijaba un sistema proporcional para la elección de los Representantes, siendo un
45 % de estos elegidos por las Asociaciones de Trabajadores Capitalistas, otro 45 % por las de
los No Capitalistas, y un 10 % por las de los Profesionales y Artísticos.
78
En el apartado 3 del artículo 71 se enumeran todos los títulos acreditativos que se necesitaban
para aspirar un puesto en el Senado.

316
Aproximación al pensamiento jurídico constitucional cubano...

además de que la elección de sus Secretarios de Despacho se restringía a las


ternas que el Senado le presentaba (artículo 114.8).79
Al amparo del artículo 84 del proyecto se creaba un Consejo Nacional de
Economía que se encargaría de la inspección de los organismos que se crearan
para el mantenimiento del equilibrio económico, y tendría potestades como
ijar el jornal mínimo, las horas de trabajo, las contribuciones para la seguridad
social, los precios mínimos a los productos de primera necesidad. De la misma
manera dirigía la política económica exterior y podía intervenir en un por-
centaje de las utilidades de ciertas industrias (artículo 86). También se creaba
un Tribunal de Cuentas al amparo del artículo 104, con el in de velar por el
cumplimiento de las Leyes de Presupuesto y autorizar aquellos actos lícitos que
implicaran el uso de fondos y bienes del Estado.
En la mayoría de los proyectos de Constitución elaborados durante estos
años, tuvieron cabida estos derechos sociales, culturales y económicos, al
punto de que en más de una ocasión, en vez de entremezclarlos con los añejos
derechos individuales, se les dedican Capítulos o Secciones completas. Como
ejemplo tenemos el proyecto de César Rodríguez Morini, en cuyo título
Segundo se recogían algunos de estos derechos, como el derecho al trabajo en
el artículo 104 (donde también se consideraba al trabajo como un deber moral
de todo cubano), y donde se anunciaba la creación por el Estado de un sistema
de seguros sociales (artículo 103).
También el proyecto de Portuondo y de Castro dedicaba la Sección
Tercera del Título I a los derechos sociales, donde se declaraba la jornada
máxima de ocho horas, la prohibición de contratar a menores de catorce
años y el carácter inembargable del salario mínimo (artículos 41, 42 y 46).
Del mismo modo se establecía la observancia obligada por los patrones de
las normas de higiene y salubridad en el trabajo (artículo 50) y se les permitía
a los obreros y patrones asociarse en gremios y sindicatos, (artículo 54), así
como también había un precepto muy progresista (el artículo 44) que permitía
a los obreros percibir un porcentaje de las utilidades de las empresas donde
trabajaran. Igual tenemos el proyecto redactado por J. L. Abalo,80 que contaba
con un extenso título dedicado a la orientación social, económica y política,
donde se reconocía el derecho a la huelga, (artículo 153) y se anunciaba la
adopción de las medidas necesarias para garantizar el mínimo de bienestar
social (artículo 150).

79
El Senado era, sin lugar a duda, el órgano supremo de este modelo. Tenía la potestad de
someter a impeachement, tanto al Presidente como a los Gobernadores y Secretarios, pudiendo
también remover a estos últimos en determinadas circunstancias y revocar los decretos
presidenciales. Todas sus atribuciones están contenidas en el artículo 74.
80
Ver el proyecto en J. L, Abalo.: La Forma Técnico-Funcional de Gobierno, Ediciones Montero,
La Habana, 1939.

317
Fabricio Mulet Martínez

Otro proyecto donde se le dio tratamiento a los derechos laborales fue en


el del General Loynaz del Castillo, que en su artículo 36 reducía la jor-
nada laboral a seis horas. Paradójicamente, ante un precepto tan progresista
nos topamos con otro, como el 38, que prohibía las huelgas en los servicios
y dependencias estatales y municipales, permitiéndose solo en las empresas
particulares, siempre que estas no prestaran servicios públicos. De esta forma,
prácticamente se anulaba un derecho fundamental de los trabajadores ante las
arbitrariedades e injusticias de los patrones, ya que se reducían enormemente
los marcos donde este podía ejercitarse, aunque lo que se buscara fuera la no
interrupción de los servicios públicos.
Otros derechos regulados eran los relativos a la educación, como se plantea
en el caso del artículo 46 del proyecto del General Loynaz del Castillo,
donde se declara el carácter obligatorio de la instrucción primaria, así como la
gratuidad de la enseñanza de las artes y oicios, artículo muy parecido al 34 del
proyecto de J. L. Abalo, al 39 del de Casasús y al 32 del proyecto de reforma
de Sánchez Ocejo.81
Con respecto a la administración local, Portuondo y de Castro
recurría a un gobierno colegiado, consistente en Consejos de Administración
que disfrutaban de autonomía y de “todos los poderes necesarios para regir
los asuntos exclusivos de la sociedad local” (artículo 100). Los miembros de
estos Consejos eran elegidos por voto directo (artículo 99) y no podían ser
suspendidos, salvo por sentencia de los tribunales o por revocatoria popular
(artículo 102).
Siguiendo un poco la tónica de Portuondo y de Castro, en el proyecto
del General Loynaz del Castillo, los Municipios serían regidos por una
Comisión Municipal, pero encabezada por un Alcalde que sería aquel
Comisionado que más votos hubiese obtenido en las elecciones locales
(artículo 105), y aunque no se mencionaba por ningún lado la palabra “auto-
nomía”, esta se podía inferir de las facultades que tenían dichas Comisiones,
tales como formar sus presupuestos y nombrar y remover a los empleados y a
la policía municipal (artículo 107). En el artículo 174 del proyecto de Abalo
sí se expresaba claramente que los Municipios desenvolverían “autonómica-
mente su economía y su vida en lo social y en lo político”.
En materia de control de constitucionalidad predominaba la preferencia
por la acción pública ante el Tribunal Supremo, como se proyectaba en el
apartado del artículo 132 del Dr. Casasús, donde se ijaba además que la

81
Ver Alberto Sánchez Ocejo: Proyecto de Reforma Constitucional, Jesús Montero, Editor, La
Habana, 1939.

318
Aproximación al pensamiento jurídico constitucional cubano...

declaración de inconstitucionalidad de una norma traía aparejada su dero-


gación inmediata.82
En el apartado 5 del artículo 142 del proyecto de Abalo se recogían el
recurso de inconstitucionalidad de parte afectada y la acción pública ejercida
por veinticinco ciudadanos, ambos ante el Tribunal Supremo, lo que a dife-
rencia del proyecto anterior, que estipulaba que la declaración de inconsti-
tucionalidad de la norma llevaba a su derogación, en este la declaración de
inconstitucionalidad traería como resultado que dicha norma no pudiese
“aplicarse nuevamente en forma alguna”. Consideramos que la diferencia entre
ambos preceptos radica en una cuestión de mera técnica de redacción, ya que a
primera vista los efectos serían los mismos, pero pensamos que formulado así
el artículo en cuestión, podría haber derivado en interpretaciones ambiguas,
ya que la norma no se derogaba formalmente.
Llama la atención que en el proyecto de reforma constitucional de Sánchez
Ocejo se incluyera la acción pública en el Título dedicado a los derechos indi-
viduales (en el artículo 38), así como en que esta no se regulara el proyecto
de Morini, el cual se restringía esta materia al angosto margen del recurso
privado (apartado 4 del artículo 46), cuya ineicacia quedó claramente demos-
trada durante las constantes impugnaciones que sufriera la reforma constitu-
cional de 1928.
En cuanto al tema de la propiedad, el único proyecto que declaraba expre-
samente su concepto de función social era el de Portuondo y de Castro
(artículo 58), pero el artículo 101 del proyecto de Moini declaraba que el ejer-
cicio de esta debía constituir un servicio para el bien general.
En el proyecto del General Loynaz del Castillo, no solo se regulaba la
expropiación forzosa (artículo 39), sino que prohibía la venta o arrendamiento
de porciones del territorio nacional a extranjeros (artículo 43) y condenaba el
latifundio (artículo 44).
En lo que concierne a la carrera administrativa, el artículo 36 del proyecto
de Loynaz del Castillo establecía que: “El trabajo técnico, en los empleados
del Estado y en las entidades de carácter y servicio público, será adquirido por
prueba pública de capacidad, y amparado en el término especiicado en con-

82
El Dr. Casasús, en una obra posterior en coautoría con Juan B. Moré propuso, además, la
organización de un Tribunal de Garantías Constitucionales, que se situara por encima de los
Poderes del Estado en los casos de infracción constitucional o denegación de los derechos
fundamentales por parte de los Tribunales ordinarios, lo que ya había sido ensayado en la
extinta República española y aparecería en nuestro texto de 1940, lo que en forma de sala
especializada dentro de nuestro más alto Tribunal. Juan J. E Casasús y Juan B. Moré: La
Asamblea Constituyente y el Poder Judicial, Santa Clara, 1939, p. 18.

319
Fabricio Mulet Martínez

trato, de modo que, así adquirido, no pueda perderse sino por incumplimiento
de obligación, o por falta grave probada en expediente administrativo”.
También el proyecto de Abalo daba un tratamiento extenso y detallado a
la carrera administrativa, donde se ijaban los requisitos para ser funcionario
o empleado público, los grados o clases en que se dividían los cargos públicos,
los plazos en que se celebrarían oposiciones y otros aspectos como los referi-
dos a la reválida de los títulos (artículos 128-139).83
No cabe duda que los últimos acápites pueden resultarnos útiles a la hora
de demostrar la repercusión que tuvieron también en nuestro sector doctri-
nal las nuevas ideas político-constitucionales que en aquel momento domi-
naban el pensamiento en el mundo, existiendo además una gran diferencia
de opiniones en torno a la coniguración de nuestro nuevo ordenamiento
estatal. Pero igualmente se ha podido comprobar cómo, amén de las dife-
rencias de criterios, había un in común, que era sacar a Cuba de la crisis
institucional en la que estaba sumergida, y dotarla de una Ley Fundamental
que constituyera un pilar inquebrantable del nuevo orden constitucional por
crear.
Expusimos cómo se redactaron una serie de proyectos de Constitución,
los cuales probablemente en aquel entonces no tuvieron la repercusión (ni
tal vez la difusión) debidas, pero que se empeñaban en encontrar distintas
fórmulas para el gobierno del país, unas más viables que otras, algunas total-
mente ajenas a nuestra idiosincrasia jurídica, pero que demostraban el deseo
de borrar de una vez y por todas el régimen de gobierno unipersonal, tan
vilipendiado por muchos y al que se le achacaba ser una de las causas de la
crisis existente.
Pero, además, con todo y las diferencias en cuanto a criterios doctrina-
les de la que se ha hablado, tanto los preceptos contenidos en los proyectos
analizados, como las posturas asumidas por los tratadistas estudiados, es fácil
percatarnos cómo convergen entre ellos determinadas ideas que serían pieza
claves en la coniguración de la Constitución de 1940.
Así vemos cómo la carrera administrativa, la autonomía municipal y la
propiedad en su concepto de función social eran aceptadas casi por unani-
midad. Tampoco casi nadie objetaba la insuiciencia del recurso privado de
inconstitucionalidad, por lo que salvo algunas excepciones, regulación de la
acción pública se estimaba como prioridad, más aún teniendo la experiencia

83
Otro proyecto que desarrollaba la idea de la carrera administrativa era el de Juan Casasús, en
sus artículos 123-127.

320
Aproximación al pensamiento jurídico constitucional cubano...

de los fallidos intentos por impugnar la reforma de 1928, así como se proponía
en varios proyectos la organización del Tribunal de Cuentas.
Otro punto en el que no había discrepancia era en cuanto a la consagra-
ción de los llamados derechos sociales, culturales y económicos, con lo que se
beneiciaría principalmente a la clase de los trabajadores, que había sido fuerza
motriz en la Revolución del 30.
Por estas y otras razones es que no se puede desdeñar la función desempe-
ñada por los expositores de los postulados observados en estos últimos acápi-
tes y tildarlos de irrelevantes a la hora de la coniguración del texto de 1940,
amén de que la redacción de este recayera exclusivamente en los Delegados de
los partidos que pudieron participar en la Constituyente, cuyas proyecciones
ya fueron vistas en este trabajo.

A modo de epílogo
Sin ánimos de ser reiterativos, se quiere dejar ijados una serie de puntos que
han sido tocados a lo largo del trabajo, pero que nos sirven como una especie
de cierre, y cumplimentan con los objetivos que nos hemos trazados desde un
comienzo para su realización.
Este breve análisis del pensamiento jurídico-constitucional criollo en el
período 1933-1939 nos parece auténtica evidencia de que durante los años
estudiados, se fue paso a paso forjando el nuevo orden constitucional edii-
cado en 1940, en detrimento del añejo modelo liberal, que poco a poco fue
quedando rezagado hasta ser inalmente desechado por completo.
Como se ha hecho constar en diferentes momentos de esta investigación,
las nuevas orientaciones político-jurídicas impregnaron el pensamiento patrio,
de modo que ideas como la función social de la propiedad84 y la carrera admi-
nistrativa (artículos 105-117) quedaron plasmadas expresamente en la Carta
Constitucional de 1940, la cual albergó además todo un abanico de derechos
laborales, sociales y culturas, como el derecho al trabajo (artículo 40), la obli-
gatoriedad de los seguros sociales y por accidentes (artículo 65), el derecho a la
huelga (artículo 75), y la gratuidad y obligatoriedad de la instrucción primaria
(artículo 48).
También fruto de este período es que el texto de 1940 se apartara del presi-
dencialismo de la vieja escuela, y se optara por un modelo, semiparlamentario

84
Artículo 87: “El Estado cubano reconoce la existencia legítima de la propiedad privada en su
más amplio concepto de función social y sin más limitaciones que aquellas que por motivos
de necesidad pública o interés social establezca la Ley”. Ver también el artículo 90, donde se
declara proscrito el latifundio.

321
Fabricio Mulet Martínez

—o de presidencialismo moderado o racionalizado— que se crearan órganos


como el Tribunal de Cuentas, (artículos 266-270), que se declarara la autono-
mía municipal (artículo 212), y que en Cuba se diera el paso hacia el interven-
cionismo estatal.
Por ello, considerar dicha etapa como “años muertos” es una postura que
debe ser rebasada por la historiografía de hoy, la cual creemos debe empeñarse
en continuar profundizando en los estudios de un tema que no se halla para
nada agotado, sino por el contrario, yace prácticamente virgen y listo para ser
explotado al máximo.

322

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