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Alumna:
Micaela Lopez Rodriguez
“A lo mejor no eran tus manos, a lo mejor era todo: tus manos y tus gestos y tu manera de
moverte, de hablar. Yo ahora pienso que antes también lo entendía, y alguna vez lo dije:
dije que todo eso no significaba nada, que son cuestiones de educación, de andar siempre
entre mujeres, entre curas. Pero ellos se reían y uno también, César, acaba riéndose.
Acaba por reírse de macho que es.”
“Al pasar frente al café, el colorado Martínez dijo con voz de flauta: “Adiós, los novios”. A
vos se te puso la cara como fuego. Y yo me di vuelta, puteándolo, y le pegué tan tremendo
sopapo, de revés, en los dientes, que me lastimé la mano. Después, vos me la querías
vendar. Me mirabas.
–Te lastimaste por mí, Abelardo.”
Este fragmento nos lleva a la dimensión física de los vínculos entre hombres, donde
las represalias ante comportamientos que no son tolerados se canalizan por límites físicos,
como el “tremendo sopapo, de revés, en los dientes…”, y su contraparte, en César que
rescata que “Te lastimaste por mí, Abelardo”.
De este contraste, podemos relevar dos formas distintas de abordar el eje del
cuidado del otro; en primer lugar, desde las barreras que se rompen y la necesidad de zanjar
conflictos desde un abordaje violento físicamente, y, por otro lado, desde una lectura
solidaria-social en el que uno de los protagonistas entiende que el otro “puso el cuerpo” y
se lastimó por él.
Respecto de este eje tan crucial, la ley nos lleva a reflexionar que, por ejemplo “En
relación con el cuerpo, para los varones, un cierto estereotipo impone la idea de que su
cuerpo masculino es la sede del ejercicio de la fuerza, el poder, el dominio de los espacios
públicos, el empleo, rasgos asociados a la masculinidad hegemónica.”. Las mujeres, por otro
tanto, expresan otras formas de vincularse con el cuerpo, más referenciadas a la debilidad
y a la fragilidad. Volviendo al cuento, aquí se caracteriza de manera muy ejemplificadora
cómo el narrador hace uso de su categoría “hombre” para resolver un conflicto que emana
-precisamente- de una burla hacia su masculinidad, y para resolverlo, se utiliza el código
común y compartido, que es el del ejercicio de la violencia.
Por otra parte, la respuesta de César ante el suceso nos vuelve a posicionar en un
escenario difuso, que no responde al patrón antes mencionado, pero que, a la vez, lo vincula
a ciertas características socialmente percibidas como femeninas, como la búsqueda de
protección de ese otro bien reafirmado en su condición de masculinidad. De esta forma,
César interpreta que Abelardo se lastima por él, como para protegerlo y cuidarlo, y no hace
la lectura de que, en verdad, probablemente Abelardo sintió que su propia masculinidad se
vio en jaque en aquel comentario burlista de “adiós, los novios”.
Para finalizar, podemos hacer muchos cruces más entre diferentes pasajes del libro
y los ejes fundamentales de la Ley ESI, ya que la obra es muy rica en cuanto a las
posibilidades de exploración y discusión que maneja. Es imprescindible a nuestra tarea
como pedagogos sociales poder contar con este tipo de propuestas y dinámicas que nos
permitan poder reelaborar lo que dice la ley desde el llano, tanto con colegas como con
estudiantes, para poder desde ahí construir nuevas lógicas y avanzar en nuevas maneras de
vincularnos con nuestra propia sexualidad, así como con las de los demás.