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Desde una América mestiza


Gabriel Adolfo Restrepo Forero
Ponencia presentada en el XIX Congreso Latinoamericano de Sociología. Mayo 24 de 1993.

No tan sólo Bosnia exhibe un síntoma que denuncia el malestar del mundo
moderno. Bosnia por supuesto debería figurar como herida en cualquier
ciudadano del universo contemporáneo, porque ¿quién hubiera imaginado que los
horrores de la pureza étnica retornaran luego de la absurda barbarie del
fascismo?

Consuelo fuera que dicho fenómeno fuera excepcional. Pero es hoy recurrente
también en los linderos de la antigua Unión Soviética, como lo es en el Medio
Oriente, en la India, en el antiguo Ceilán y en Africa. Por lo cual se diría que en lo
tocante a Europa Oriental el llamado socialismo de Estado fue apenas una
caparazón de fuerza, frágil al cabo, que ocultó odios raciales, liberados sin una
coacción exterior que no caló en la conciencia del pueblo.

¿Asunto que compete en modo exclusivo a una Europa periférica" o a la precaria configuración de los países del hemisferio sur? ¿Latencia
imputable a una razón ideológica al parecer anacrónica, por lo menos en sus formas existentes? No hay tal. Para probar la tosudez del
encono étnico, no habría que descender a Suráfrica , ni rastrear en la no tan lejana historia de segregación racial de los Estados Unidos, ni
hurgar en la historia de las múltiples discriminaciones de España.

Las raíces del odio étnico tantas veces amparado en el pasado en la razón del Estado, se larvan hoy en grupos cruciales de las sociedades
civiles más emancipadas y se ensayan de modo mas o menos velado contra quienes se apartan de una supuesta comunidad étnica o
cultural, bajo modos sutiles que se entienden hasta la animadversión hacia lo diferente u opuesto. Pudiera decirse que podrían alcanzar al
Estado, si las condiciones fuesen favorables.
Porque el fantasma del odio racial figura aún como terca persistencia en el corazón de la llamada civilización occidental. Por cierto, es bien
visible en los países vascos, en las irlandas, entre los flamencos y bretones, para mencionar solo los casos más conspicuos.

Rezagos, se diría. Y sin embargo, no es cierto que estemos apenas ante ciertos demonios no exorcizados del pasado, marginales al nervio
del mundo que una vez fuera católico o protestante y que al parecerse se ha olvidado, sumido en el hedonismo contemporáneo, de toda
iluminación mística o profana, para emplear los términos del fallido Walter Benjamin1.

Una xenofobia que va más allá del ardor de los estadios y de la confusión con las banderas nacionales se entreteje en forma peligrosa con el
pretexto étnico, como lo deja ver el prontuario de los excesos policiales en Estados Unidos contra los negros, o el malestar organizado de la
población por la presencia de "sudacas" o de africanos o de asiáticos en muchos países europeos.

Tendencias hacia la integración son así contrabalanceadas por un ubicuo resurgimiento de particularismos, hasta el extremo siempre
riesgoso de las fracturas étnico-culturales. Que éstas puedan ser aún marginales, es algo que no garantiza una futura exacerbación.

Sobre la utopía de la no utopía

Las razones de algo más que una sospecha para mantener una alerta frente al resurgimiento de los designios de la pureza étnica o cultural
se fundan en la pobreza de las cosmovisiones actuales.

La tesis puede ser enunciada de manera sencilla. Casi extinguido el pretexto del enemigo exterior con el rotundo y merecido fracaso de las
configuraciones de un socialismo burocrático, los países herederos de la llamada civilización occidental acaso también serán perdedores con
la ausencia de un contradictor que de algún modo contribuía a organizar el discurso ideológico y a mantener la coherencia social.

Faltos de las grandes amenazas externas, los estados o las sociedades pueden ser más propensos a la búsqueda errática de supuestos
causantes de males o de amenazas reales o potenciales.

La única cura contra esta esquizofrénica imputación del malestar propio a supuestas fuentes exógenas que limitan la expansión del bienestar
sería un pensamiento racional centrado en la comprensión y solidaridad con la especie humana considerada como un todo.

Pero cierta pereza y aún mucho de monotematismo y de reiteración ofrece el discurso actual de Europa o de los Estados Unidos, trátese de
la versión filosófica o estética del "postmodernismo, trátese de las distintas visiones sociológicas o políticas sobre el fin de las ideologías o el
fin de la historia, o por último de la moda quizás más banal (por una reducción aún mayor en los planos del pensamiento) del
"neoliberalismo".

En estas duplicaciones o reediciones de un pensamiento previo se advierte una ausencia de Imaginación que ofrece un indicio de falta de
correspondencia con la realidad. Pues es muy evidente el afán de organizar la esperanza social en torno a la ausencia de esperanza. Por lo
cual un ojo ajeno puede pensar que en esa pobre insistencia en aseverar que el mundo está concluido y que el pensamiento está ya dicho,
se esconde mas bien una proyección de un acabamiento propio que se quiere imponer como norma universal. Es decir, como la utopía de la
no utopía.

Es lo que suqiere Jean Baudrillard2 sobre el ser contemporáneo cuando dice, palabras mas o menos, que países como Francia son similares
a países como Brasil en la carencia radical de esperanza. Pero en aquellos la ausencia de utopía obedece al sentimiento de que ya han dado
de si lo máximo y han obtenido casi todo, mientras que el naciones como las nuestras la ausencia de esperanza se deduce de la recurrencia
de la fatalidad, o sea de una inveterada incapacidad para organizar la energía colectiva.

Saturación en unos, impotencia de otros. Saturación que se asume como suficiencia o arrogancia, impotencia que se reviste, las más de las
veces, de una mimesis inconsciente, es decir, de una fascinación irreflexiva por la moda. sea material o mental.

Una revivida dialéctica del amo y del esclavo asoma en la renuncia a pensar por si mismo un mundo en trance, imperfecto en sus
configuraciones éticas, religiosas y políticas, un mundo que por nuevo precisa de un pensamiento nuevo y no la reedición de ideologías de
izquierda o de derecha, hoy más que nunca caducas.

En la superficie evasiva de la última revolución científica

Desde hace poco más o menos treinta anos el mundo transita por la última revolución tecnológica del mundo moderno. Como toda revolución
tecnológica, esta era de la electrónica consiste en transformar energía en información e información en energía. Su antecedente primero fue
la revolución industrial, cifrada en la máquina de vapor. El segundo, la revolución tecnológica de fines del siglo XIX, centrada en el motor de
combustión interna.

El determinarse cada vez más en los hallazgos de la ciencia no es el único rasgo diferenciador de la revolución de la electrónica, pero es
sobresaliente, porque como nunca antes el conocimiento tiende a ser poder, en forma que ni Francis Bacon hubiera sospechado. Pero la
tendencia no quiere decir equivalencia, porque aún no se puede decir que el poder, él mismo, tienda a ser conocimiento, o. en otros términos,
a que el poder pueda ser justificado sobre la base de un examen racional de su legitimidad.

No se podría deducir nada distinto a ello, sí se consideran los rasgos más sobresalientes de la enajenación del ser contemporáneo: el
hedonismo del individuo que cierra toda contemplación del interés del prójimo o del lejano, el narcisismo de clase o de sociedad que tornan
indiferente el dolor o la miseria ajenas, la miopía para conciliar el interés propio con el interés de lo especie como un todo. La alucinación de
las drogas, las muertes por pobreza, guerras o hambrunas, la ciega y sorda batalla de los géneros, la miseria de la infancia expósita en buena
parte del mundo, la enemistad de la especie humana con el resto de las especies, serían apenas las expresiones más episódicas de un
extravio no ajeno a la constitución actual de los poderes en el mundo.

Por más que la universidad y la educación en apariencia se extiendan hasta el ámbito de la calle o de la empresa, el poder, público o privado,
sigue siendo en buena medida el dominio de lo indecible, la razón de la herencia o del secreto, la fuente del miedo y de la censura no
justificados, la sustentación muchas veces arbitraria de la jerarquía, el transfondo a menudo irracional (por basarse en la tradición o en la
fuerza) de un mundo racional en la superficie.

El constatar la desigualdad entre saber y poder no se dirige solo a enrostrar a éste el valerse aún de viejos ropajes ideológicos, en un
sortilegio de travestismos muy al gusto de la filosofía postmodernista. La astucia de todo poder, como la de Mefistofeles, es infinita. Por
sabido, el asunto puede despojarse de sorpresa. En cambio, asombra la incapacidad del conocimiento en el mundo contemporáneo para
producir una revolución total en el plano de la cultura, una revolución que acaso sea la promesa y aun la utopía del próximo milenio. El
programa de la Ilustración, bueno es recordarlo. naufragó bajo el régimen del terror y bajo la figura de Napoleón, sin que desde entonces
haya surgido algo comparable.

Sin duda, el cercenamiento del saber tiene que ver con una especie de selección no espontánea del conocimiento por parte de los estadistas
y de los empresarios, es decir, de un conocimiento instrumental. acrítico y unilateral. El descuido del pensamiento filosófico, religioso, estético
y humanístico sin duda esta en la base del malestar del hombre contemporáneo y en el valimiento de poderes e ideologías que no han
podido, ni podrán proporcionar paz a la especie.

Cierto es que la revolución electrónica ofrece perspectivas favorables a un cambio. La creciente sustitución del trabajo físico por trabajo
mental ha alterado las condiciones de producción. De las industrias pesadas y de las jerarquías rígidas se ha pasado a fuentes de riqueza
más abiertas, basadas en la información (finanzas, ciencia, tecnología, educación), la comunicación, la cultura y la recreación (la industria del
entretenimiento). Los cambios tecnológicos han transformado la estructura del hogar y han emancipado en forma irreversible a la mujer, con
lo cual prometen una estructura social menos dependiente de la jerarquía homoadultocentrada que fuera típica del mundo moderno. En estas
condiciones puede ser posible hacia el futuro una inédita fusión de intuición y de entendimiento, de sensibilidad y de fuerza en la
autoconcepción de la especie humana, hasta el momento escindida en la polaridad de los dos hemisferios cerebrales, en la escisión de los
géneros, en los conflictos de clase y en la contienda de grupos etáreos (exclusión de la infancia y del anciano de la conciencia de la vida,
conflictos generacionales de los cuales la aparición de "vanguardias" era un síntoma).

Que estas posibilidades no hayan aun encarnado en una nueva conciencia se demuestra por ejemplo en el síntoma de las alucinaciones con
la droga (no es casual que países del sur sirvan como provisores de una forma alienada de "recreación" de una proporción alta de la
población de países del norte), en la progresiva destrucción de la capa de ozono pese a los riesgos para la especie, en la ausencia de
solidaridad global para tratar fenómenos como las distintas crisis de Africa y en los conflictos étnicos y culturales.

La cercanía de lo lejano y la lejanía de lo próximo

Es cierto que el mundo se parece cada vez más a una aldea global una aldea en la cual, por efecto de los medios de comunicación, lo lejano
se torna próximo. Pero dicho acercamiento suele acarrear también un efecto que no se ha registrado en forma suficiente, a saber, que lo
cercano puede hacerse también cada vez más distante.

Lo anterior puede ilustrarse con un ejemplo típico del drama moderno. Las agencias de prensa relataron este año el caso de un ciudadano
francés que fue hallado muerto en su casa luego de muchos meses del fallecimiento. Los vecinos no repararon a tiempo en la ausencia del
ciudadano, a pesar de que habían reparado en un cierto olor, como decían. En su sala, el difunto había permanecido fiel ante un televisor que
había continuado prendido desde antes del deceso. Una muerte telekinética, semejante a la del personaje de la película de Allan Parker, The
Wall.

Aparte de sugerir que la exposición a los medios de comunicación crea una suerte de hipnosis y de estado de catalepsia que no hubiera sido
imaginada por Poe, el ejemplo ilustre sobre la peligrosa indiferencia que se cierne sobre la suerte del otro, del contiguo, del vecino.
Indiferencia no indiferente al contenido enajenado de los mensajes diseñados para la satisfacción hedonista del consumo y al encerramiento
obstinado de cada cual en una falsa soberanía del yo, falsa en cuanto viene a ser una clonación programada por los medios.

Pero este efecto de distanciamiento sobre lo próximo adquiere una significación extraordinaria para acercarnos al escrutinio del drama del ser
Latinoamericano y del Caribe.

Porque en efecto, de la tradición del Estado y de la orientación de las clases dirigentes se puede decir que han sido de modo ancestral
fascinadas por la imitación de lo distante y por el repudio de lo próximo. Una excentricidad, ésta de la xenofilia, que es el reverso exacto de
otra, la xenofobia, ésta por fortuna menos acusada en la historia de latinoamérica (el caso del dictador Francia en el siglo pasado es el más
conspicuo). Excentricidad de la imitación que ha variado en sus motivos a lo largo de la historia (España. Francia, Inglaterra, Estados Unidos
y hasta Japón), pero que sigue siendo la expresión de una identidad enajenada, la marca de una mimesis compulsiva o neurótica que no ha
cedido su lugar a un reconocimiento gracioso de la unidad del ser latinoamericano o caribeño en su pluralidad. Moda y mimesis son por ello
categorías fundamentales para comprender nuestra perplejidad en la orientación hacia el mundo y, más aún, en nuestra concepción de
nosotros mismos.

Nuestras identidades son nuestros fantasmas

"Más cuenta nos tiene entender a un indio que a Ovidio", decía don Simón Rodríguez3 en su solitaria peregrinaje por el sur. Acaso hoy se
convendría en matizar la expresión para decir que sería tan conveniente entender al vecino indígena como al distante poeta latino. En otros
términos, guardar el equilibrio en la atención a lo lejano y a lo próximo.

Pero la exageración de don Simón tenía un sentido y la historia lo ha probado. Los pobres de América Latina y del Caribe, descendientes de
aquellos quichuas o de la población afroamericana, han experimentado una historia de "Cien Años de Soledad" y aún esperan una
oportunidad sobre la tierra.

Tantas veces se ha mencionado que la población de América Latina y el Caribe es mestiza, que el aserto ha llegado a ser un ejercicio de la
retórica vacua.

Tal vez cabría emplear una distinción aristotélica, es decir que las nuestras son sociedades mestizas en potencia, no en acto. Y que traspasar
de la potencia al acto no requiere tanto de una hibridación genética, en algunas partes muy intensa, como de una nueva intelección cultural
que fundamente una política radicalmente distinta a la empleada hasta ahora.

Dicha intelección cultural o si se quiere una epistemología del mestizaje debe resolver el misterio y el enigma encerrado en la famosa
expresión de Bolivar, en su Carta de Jamaica (1815).

"No somos indios ni europeos - decía -, sino esa especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles: en
suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar estos y los del país y que
mantenernos en él contra la invasión de los invasores".
Hoy se sabe que la declaración del héroe fue unilateral, porque olvidaba a los afroamericanos, un olvido que merecería la atención de la
lingüística y del psicoanálisis. Pero además de unilateral, la sentencia es perpleja, porque una política de lo criollo no se alimentaba de una
noción del mestizaje étnico o cultural, sino que se mantenía atenida a una suerte de esquizofrenia, que desde entonces ha sido sintomática.

Porque por unas veces la dirigencia política se considera raizal, cuando quiere apelar al pueblo para constituirse en poder, pero una vez
legitimada quiere mimetizarse con el extranjero y desdeña la base endógena de la nacionalidad (a tenor de la tradición de Sarmiento).

¿No ha persistido dicha esquizofrenia? ¿No forma parte esa dualidad del drama de una identidad escindida? ¿No encierra, no esconde, no
manifiesta ese síntoma la enfermedad y a la vez la clave de la cura? ¿No es el sello distintivo de la mutilación o de la herida?

La mimesis acrítica del extranjero y la fascinación por la moda material o ideológica encierran comparaciones perversas. Nuestras
insuficiencias se estiman como más protuberantes porque se juzgan en relación con aquello que parece "completo". Es en otros términos la
misma lógica que subyace a la minusvaloración de quien se considera o se deja estimar como "sub-desarrollado", por comparación con
alguien a quien se juzga como "desarrollado". Se trata sin eufemismos de una correlación espuria que, si se aceptan las premisas, lanza a
unos del lado de lo "patológico y a otros del lado de lo normal". Pero tales equivalencias perversas lo son aun más, cuando quienes se dejan
menospreciar por los supuestos jueces del patrón correcto" enjuician a su vez a los que de otra forma serían sus conciudadanos como
causantes del atraso, es decir, como portadores de una supuesta incapacidad de ser como el "patrón correcto". Ocurre de esta suerte un
mimetismo social y político redoblado, como el descrito por Jorge Juan y Antonio de Ulloa4 en el siglo XVIII, que contribuye él mismo a
perpetuar el sentimiento de mutilación, porque niega y desprecia potenciales de cultura que de otro modo o con otra apelación generarían
una sinergia extraordinaria.

Estamos pues en la órbita del desciframiento de la clave de la fatalidad enunciada por Baudrillard o descrita en la novelística de Gabriel
García Márquez. Dicha fatalidad no es más que el desprecio de la potencialidad de cambio encerrada en la herencia del pueblo de América
Latina o del Caribe, el divorcio del Estado y del pueblo, la distancia entre sus dos modos de hablar.

Un reconocimiento del mestizaje como fuerza endógena de cambio no tendría por qué situarnos en el dilema de la xenofobia o de la xenofilia.
Ni muérdagos, ni mimosas, los países de América Latina y del Caribe podrían formular un nuevo enunciado de humanismo y de convivencia
interétnica válido para un mundo que precisa de nuevas configuraciones de entendimiento entre los pueblos, si logra sellar un nuevo pacto
social entre el Estado y el pueblo.
La geografía y la etiología cultural de la pobreza

Mucho ha ganado sin duda la región de América Latina y el Caribe en el entendimiento del fenómeno de la pobreza y en la propuesta de
nuevas estrategias y técnicas para superar esa inmensa deuda social que no se remonta tan sólo, como se dice, al acumulado en la llamada
década perdida.

Los mapas e indicadores de pobreza constituyen una herramienta decisiva en cualquier perspectiva de progreso social. Con todo, la fineza de
sus instrumentos de medida a menudo encierra los usuales malabarismos y eufemismos de las estadísticas. Hoy se podría ir más allá de la
mera descripción y localización de la pobreza para hallar sus causas y sus posibles remedios si, por ejemplo, a los mapas de pobreza se
superponen los mapas genéticos de las poblaciones sumidas en la miseria, los mapas de construcción de obras o provisión de servicios y los
mapas de la inclusión o exclusión de sus habitantes en el liderazgo político y en el ejercicio del poder en el Estado.

Sería una tarea sencilla desde el punto de vista técnico, pero no añadiría más que lo que ya sabemos y sin embargo se oculta, a saber, que la
pobreza es un producto de la exclusión histórica y de la falla de sistemas políticos que no han asumido como vocación histórica una política
de mestizaje como fundamento cultural de una nueva democracia.

Aún es tiempo de cambiar. Quienes nos oponemos al nuevo modelo de desarrollo que ha adoptado América Latina y el Caribe en los últimos
años, no guardamos ninguna nostalgia del pasado. La regresión al modelo cepalino, con la hipertrofia del Estado y con un aparente bienestar
filtrado por pocos, no ofrecía ninguna ventaja para una solución estructural de los problemas regionales.

Pero tampoco parece satisfactorio un modelo de desarrollo que país tras país ha demostrado una enorme vulnerabilidad por lo proclive a la
corrupción y a la arrogancia, un modelo de desarrollo que no ha enunciado una nueva conciliación con el pueblo, ni pautas de autointelección
cultural que funden en el mestizaje una Nueva política.

Pero acaso ha llegado la hora de las rectificaciones, una hora en la cual el pensamiento, el arte y la cultura podrían asumir el compromiso de
fusionar sus saberes, en una inédita vocación de poder que corte de un tajo el nudo gordiano de la fatalidad que los ha mantenido como
extraviados de su propio pueblo o exiliados en su propia nación.

Tal vez así se forjaría un pensamiento nuevo para un mundo nuevo. Fuera ésta a la vez la mejor manera de aprestarnos a celebrar el ya
cercano segundo centenario de la independencia, una conmemoración que nos es propia y que debería ser signo de soberanía del
pensamiento, es decir, de ilustración.
Notas:
1. Benjamín, Walter. Imaginación u sociedad, Iluminaciones I Madrid Taurus, 1980 (1969).
2. Baudrillard, Jean. Cool Memories. 1980 -1985. París, Galilée, 1987.
3. Rodríguez, Simón. Inventamos o erramos. Caracas. Monte Avila. 1986 (cerca de 1850) página 212.
4. Jorge Juan y Antonio de Ulloa. Relación Histórica del Viaje por América Meridional. Madrid, Antonio Marín. 1748.

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