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La integración de las comunidades a los procesos políticos

Sin lugar a duda, el proceso de paz firmado entre el Gobierno y la guerrilla de las Farc en
2016 -y luego de cuatro años-, fue un hito de gran importancia para la historia del país. En
dicho documento se acordaron varios puntos con los cuales se buscaba a toda costa lograr
resarcir la mayor cantidad de afectados que dejó una guerra de más de cinco décadas entre
estos grupos al margen de la ley y el Ejército colombiano.

Sin embargo, no todo fue tan positivo porque aún existen detractores de ese acuerdo. La
oposición, por ejemplo, le dio la espalda a ese proceso desde un comienzo y lo revalidó el 2
de octubre del mismo 2016 cuando el ‘No’ ganó en el plebiscito y generó un estado de
incertidumbre sobre lo que podía pasar de ahí en adelante. Uno de esos puntos que más
rifirrafes causó fue el de la tierra. Colombia históricamente ha sido un país agrario, de
hecho, el desinterés y el abuso de la burguesía hacia el campesinado fue el detonante para
que aparecieran grupos como la mencionadas Farc, el Eln, M-19, Auc, entre otros, quienes
buscaban tomar la mayor cantidad de hectáreas para devolverlas a los campesinos, pero
después las utilizaron para la producción de cultivos ilícitos con los que financiaban la lucha
contra el Gobierno y entre ellos mismos.

Ahí es donde se ha presentado la polémica que es citada en el documento de Leonardo


Salcedo García, titulado ‘Propuestas de paz territorial desde los movimientos sociales:
multiculturalismo, ordenamiento territorial y ejemplos de paz territorial’, en el que se hace un
balance de cómo se ha trabajado para lograr que se les den a los habitantes de estas zonas
las mejores condiciones para que tengan en el campo un lugar para su desarrollo personal y
económico, y, que nuevamente, se incrementen las oportunidades para quienes se dedican
a este oficio. De hecho, así lo recalca el presidente de la firma Raddar, Camilo Herrera, en
el libro ‘Pobreza y prejuicio:Los fantasmas de la economía colombiana y por qué no
estamos tan mal como creemos’,afirmando que en los últimos años, Colombia importa
productos como papa, yuca, arroz, entre otros insumos de la canasta familiar porque su
Economía se ha limitado a la exportación de hidrocarburos, y porque muchos jóvenes, que
viven en las zonas rurales, han optado por buscar más oportunidades desarrollando otros
oficios en las ciudades principales, dejando atrás la vocación de sus padres y abuelos que
estaba limitada a la agricultura.

Al campesinado no se la ha dado la importancia que se merece. Retomando el artículo de


Salcedo García, ni siquiera el Dane los tiene en cuenta para realizar los diferentes informes
que entrega mensualmente. Por eso, hablar de una repolitización efectiva, es decir, lograr
que los miembros de esta comunidad -que son una cantidad significativa-, es y será todo un
reto para los gobiernos actuales y venideros. Esto se debe a que prácticamente se han
erigido como movimiento sociales que se apoyan entre sí y que buscan el crecimiento
grupal antes que el personal. Es difícil lograr cambiar esta mentalidad, más aún cuando el
Estado no los tuvo en cuenta en diferentes momentos trascendentales para el país, como
por ejemplo, con los recientes acuerdos de paz.

Pero no todo es malo, en los últimos años se ha logrado una adecuada repartición del
territorio para los campesinos y las comunidades con vocación rural. En el país hay cerca
de 38.000 hectáreas constituidas como reservas campesinas (datos del 2015), que
mediante programas de restitución de tierras, se espera vuelvan a ser cultivadas y aporten a
las economías locales para así no limitar al país con la ‘locomotora’ de los hidrocarburos,
que es importante destacar, acaparan una parte significativa del PIB colombiano, pero que
afectan considerablemente el medioambiente. Así mismo, es casi que inevitable aplicar un
modelo intercultural que integre a todas las comunidades étnicas del territorio, es un
proceso complicado, pero si se habla de igualdad y diversidad, se debe optar por unir a
todos los colombianos, desde la Guajira hasta el Amazonas.

Al interior de estas comunidades se ha establecido una cultura participativa, en donde cada


integrante tiene un rol determinante. No importa si es una vereda con 100 o 200 habitantes,
los procesos que se establecen permiten que los derechos básicos sean respetados y
cumplidos a toda costa, aclarando que en estas zonas donde viven pocas personas, se
modifiquen algunos procedimientos. En este punto, una frase del teórico chileno, Hugo
Zemelman, define estos procesos al interior de estos grupos, comunidades, e, incluso,
movimientos sociales: “Así como el hombre está determinado por su circunstancia, también
crea su circunstancia”. Esa es la realidad al interior de estos movimientos o comunidades,
en este caso, los campesinos, quienes nacieron en un contexto donde el campo es la
prioridad y el sustento de ellos y sus familias. Tienen que adaptarse y lograr que esa
‘circunstancia’ se convierta en una oportunidad para mejorar las condiciones de vida en ese
lugar que habitan. Por eso, y acostumbrados a esa cultura, el capitalismo y la globalización
no lograrán permear tan fácilmente entre ellos. Adaptarse a un mundo consumista será
imposible en todo sentido, o bueno, por lo menos durante un largo periodo.

En nuestro caso, y aterrizando el planteamiento del problema inicial, hemos podido observar
que el Gobierno, a través del Departamento Nacional de Planeación (DNP), ha intentando
que la comunidad marginada de Puerto López, en el Meta, tenga otra oportunidad de vida.
Esta zona del país fue una de las más afectadas por la lucha entre el Ejército, las Farc y la
Auc. Muchos de sus habitantes perdieron todo lo que tenían luego de varias décadas de
guerra. La vocación de esta comunidad era netamente agrícola, por lo que muchos de
pobladores de la zona, fueron obligados a abandonar el lugar o a ingresar a las filas de
estos grupos para sembrar cultivos ilícitos. En los últimos años han encontrado con la Red
Unidos del DNP ayudas significativas para volver su tierra y aprender nuevas técnicas para
optimizar sus procesos sociales y económicos. Acá se puede apreciar un cambio en el
paradigma o rechazo a las políticas neoliberales, porque se abre una ventana para que esta
región sea nuevamente un pilar de la economía agrícola, acción que ven con buenos ojos
los miembros de la comunidad, quienes esperan -aunque es imposible- recuperar todo lo
que dejaron atrás durante el conflicto.

Bibliografía:

[1] Herrera Mora, Camilo. Pobreza y prejuicio: Los fantasmas de la economía colombiana y
por qué no estamos tan mal como creemos. Editorial Planeta. Bogotá, Colombia. (2017).

[2] Salcedo García, Leonardo. Propuestas de paz territorial desde los movimientos sociales:
multiculturalismo, ordenamiento territorial y ejemplos de paz territorial. Observatorio Colombiano de
Violencia y Gobernanza. (2015). Pie de imprenta Friedrich-Ebert-Stiftung (FES). Disponible en:
http://elearning.ucvirtual.edu.co/pluginfile.php/129656/mod_label/intro/paz-territorio-movimientos-
sociales.pdf
[3] Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacional de Colombia. Movimientos sociales,
Estado y Democracia. Universidad Nacional de Colombia. (2001). Disponible en:
http://elearning.ucvirtual.edu.co/pluginfile.php/129656/mod_label/intro/S14%2001PREL01.pdf

[4] Zemelman, Hugo. Historia y anatomía del sujeto. (2004). Conferencia universitaria ofrecida en
Hidalgo, México. Video disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=tIrKmPZC5j4

[5] D’Angelo Hernández, Ovidio S. Autonomía integradora y transformación social : el desafío ético
emancipatorio de la complejidad. CIPS, Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas. La
Habana, Cuba. (2004). Disponible en:
http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cips/20120822100925/angelo.pdf

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