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Cada cierto tiempo se desatan pequeñas guerras entre la ciencia y la filosofía. Los
A veces son los científicos los que comienzan, al hacer escandalosas afirmaciones públicas. Por
ejemplo, cuando el famoso físico Stephen Hawking, junto con Leonard Mlodinow, afirmó al
principio de en su libro El gran diseño (Crítica, 2010) que “la filosofía ha muerto”, porque “no se
que “los científicos se han convertido en los modernos portadores de la antorcha del
conocimiento”.
Por supuesto, los filósofos también atacan, declarando que la ciencia es sólo un “constructo
sociocultural”, sin mayor validez que cualquier método adivinatorio. Y cuestionan sus
Recientemente el diario inglés The Guardian publicó un debate entre el filósofo Julian Baggini y
el físico teórico Lawrence Krauss, donde éste último afirmaba que las preguntas sobre el “por
qué” de las cosas, que la filosofía hace, no tienen realmente sentido. Y sostenía que en realidad
son preguntas sobre el “cómo”, que deben ser respondidas utilizando el método científico, que
se basa en el razonamiento lógico y la evidencia observable. Y predecía que todas las preguntas
filosóficas de “por qué” pasarán a ser, con el tiempo, preguntas de “cómo”, que podrán ser
respondidas por la ciencia. A su vez, Baggini se preguntaba si Krauss no estaba cayendo en el
conocimiento, descalificando cualquier otra forma de conocer el mundo que nos rodea. O, en
palabras del historiador y filósofo John Wilkins, que “toda legitimidad conceptual debe derivar de
la ciencia”.
Larry Moran discute, en su blog Sandwalk, con el filósofo Massimo Pigliucci –autor del
mismo de cientificismo, argumentando que se trata de una simple etiqueta denigrante. Moran
ataca también la noción de naturalismo metodológico, defendida por Pigliucci: la idea de que la
ciencia se limita, necesariamente, a estudiar sólo el mundo natural, dejando fuera de su ámbito
lo sobrenatural (si es que esto último existiera). Se trata, dice, de un truco sucio para limitar a
atacar, afirmando que cualquier conocimiento que no sea científico –incluyendo la filosofía– no
es conocimiento real, sino sólo palabrería hueca, “un castillo de naipes” que “no nos dice
nada”.)
Wilkins, por su parte, le responde a Moran, en su blog Evolving Thoughts, que el cientificismo es
en realidad la encarnación moderna del positivismo, aquel viejo y desacreditado intento por
científicamente algo que no sea observable y no presente regularidades. (Lo cual no impide,
sobrenaturales que se puedan prestar a ser analizados científicamente, como por ejemplo hacer
estudios para ver si la oración de terceros puede tener algún efecto curativo en los enfermos.)
La discusión, por supuesto, es absurda. Ambos bandos están a favor del estudio racional del
mundo. Pero caen en malentendidos, como cuando Moran confunde la crítica al cientificismo con
una defensa de la seudociencia o incluso de la anti-ciencia (la idea de que el desarrollo científico-
No hay duda: hasta las mentes más cultivadas pueden caer en debates absurdos. Pero incluso