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Ciencia vs. filosofía!

Por Martín Bonfil Olivera

Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en Milenio Diario, 3 de octubre de 2012

Cada cierto tiempo se desatan pequeñas guerras entre la ciencia y la filosofía. Los

representantes de estos dos importantes campo de conocimiento sobre el mundo, se enzarzan

en curiosas batallas verbales.

A veces son los científicos los que comienzan, al hacer escandalosas afirmaciones públicas. Por

ejemplo, cuando el famoso físico Stephen Hawking, junto con Leonard Mlodinow, afirmó al

principio de en su libro El gran diseño (Crítica, 2010) que “la filosofía ha muerto”, porque “no se

ha mantenido al paso de los desarrollos de la ciencia moderna, especialmente la física”, por lo

que “los científicos se han convertido en los modernos portadores de la antorcha del

conocimiento”.

Por supuesto, los filósofos también atacan, declarando que la ciencia es sólo un “constructo

sociocultural”, sin mayor validez que cualquier método adivinatorio. Y cuestionan sus

pretensiones de validez, objetividad y de revelar verdades sobre la naturaleza.

Recientemente el diario inglés The Guardian publicó un debate entre el filósofo Julian Baggini y

el físico teórico Lawrence Krauss, donde éste último afirmaba que las preguntas sobre el “por

qué” de las cosas, que la filosofía hace, no tienen realmente sentido. Y sostenía que en realidad

son preguntas sobre el “cómo”, que deben ser respondidas utilizando el método científico, que

se basa en el razonamiento lógico y la evidencia observable. Y predecía que todas las preguntas

filosóficas de “por qué” pasarán a ser, con el tiempo, preguntas de “cómo”, que podrán ser
respondidas por la ciencia. A su vez, Baggini se preguntaba si Krauss no estaba cayendo en el

vicio del cientificismo: la convicción de que la ciencia es la única fuente legítima de

conocimiento, descalificando cualquier otra forma de conocer el mundo que nos rodea. O, en

palabras del historiador y filósofo John Wilkins, que “toda legitimidad conceptual debe derivar de

la ciencia”.

El debate se ha extendido a la blogósfera, donde el bioquímico

Larry Moran discute, en su blog Sandwalk, con el filósofo Massimo Pigliucci –autor del

blog Rationally speaking– la legitimidad de la ciencia y cuestiona la acusación y el concepto

mismo de cientificismo, argumentando que se trata de una simple etiqueta denigrante. Moran

ataca también la noción de naturalismo metodológico, defendida por Pigliucci: la idea de que la

ciencia se limita, necesariamente, a estudiar sólo el mundo natural, dejando fuera de su ámbito

lo sobrenatural (si es que esto último existiera). Se trata, dice, de un truco sucio para limitar a

la ciencia y evitar que cuestione a la religión… y la filosofía. (Y a continuación procede a

atacar, afirmando que cualquier conocimiento que no sea científico –incluyendo la filosofía– no

es conocimiento real, sino sólo palabrería hueca, “un castillo de naipes” que “no nos dice

nada”.)

Wilkins, por su parte, le responde a Moran, en su blog Evolving Thoughts, que el cientificismo es

en realidad la encarnación moderna del positivismo, aquel viejo y desacreditado intento por

fundar la ciencia sobre bases absolutas e indiscutibles, y explica que el naturalismo

metodológico no es una limitación de la ciencia, sino su esencia misma: no se puede estudiar

científicamente algo que no sea observable y no presente regularidades. (Lo cual no impide,

añade, que aborde aquellos aspectos relacionados con fenómenos supuestamente

sobrenaturales que se puedan prestar a ser analizados científicamente, como por ejemplo hacer

estudios para ver si la oración de terceros puede tener algún efecto curativo en los enfermos.)

La discusión, por supuesto, es absurda. Ambos bandos están a favor del estudio racional del
mundo. Pero caen en malentendidos, como cuando Moran confunde la crítica al cientificismo con

una defensa de la seudociencia o incluso de la anti-ciencia (la idea de que el desarrollo científico-

técnico es intrínsecamente nocivo). Y al sentirse atacados, caen en el peligroso juego de

competir a ver quién es mejor.

No hay duda: hasta las mentes más cultivadas pueden caer en debates absurdos. Pero incluso

entonces, escucharlas suele ser muy interesante.

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