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¿De quién es la imagen?

Ed. Ramírez Suaza, P.Th

“Todas las cosas se parecen a su dueño”.


¿Ha escuchado alguna vez este refrán?
Bueno, esto para decirles que toda persona que se parezca a Dios es de Dios.
¿Cómo así? Preguntarán algunos.

Con el propósito de hacer claro lo que acabo de decir, “toda persona que se parezca a
Dios es de Dios”, intentemos hacer un corto viaje en el tiempo.
Año 33 del siglo I. Palestina. Precisamente el templo de Jerusalén.
Allí acaba acontecer un acto revolucionario: un joven carpintero de Nazaret ha volcado
las mesas de los cambistas, expulsó los profanadores del templo, liberó las palomas,
desató el ganado y dijo a fuerte voz: “esta es mi casa de oración y Uds. la han
convertido en guarida de ladrones”.

La alta alcurnia religiosa del entonces quedó “ardida”, molesta, resentida con Jesús.
Al día siguiente de este acontecimiento, el joven carpintero de Nazaret regresó al
templo. Cuando lo vieron los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos le
preguntaron: -¿con qué autoridad hiciste eso ayer?- Jesús entonces les da dos
respuestas; 1. una pregunta sobre el bautismo de Juan: ¿era o no de Dios? Estos tres
grupos de judíos no pudieron responderle con verdad. 2. Jesús sí les responde, pero
con la parábola del Hijo del Viñador. ¿La recuerdan? Se trata de un hombre que rentó
su viña a unos labradores malvados, quienes violentaron, inclusive asesinaron los
mensajeros del Viñador cuando les pidió el dinero que le correspondía por la
producción de la viña. Hasta que finalmente el dueño envió a su hijo, quien murió en
manos de los labradores malvados también. Con esta parábola, Jesús está diciendo que
con la autoridad del heredero, por ser el hijo del dueño, es que hizo lo que hizo.

Al parecer Jesús no ha salido del templo cuando los ancianos y sacerdotes les enviaron
unos fariseos y herodianos para que le hablaran de maneras capciosas, hacerlo caer en
sus propias palabras. Y le hicieron una pregunta “corchadora”.
Veamos cómo fue ese momento extraordinario.
Abramos las Escrituras en el evangelio según S. Marcos 12.13-17

Les pido el favor de ubicarse en el final del vv. 12 de Mr. 12: “...lo dejaron y se fueron.”
Al renglón seguido, dice Marcos que le enviaron unos herodianos y a unos fariseos.
Bien. Los ancianos, escribas y sacerdotes se fueron con sal en la herida por la parábola
de Jesús. Al ellos no saber confrontar más al joven carpintero, le enviaron dos
delegaciones interesantes: unos herodianos y a unos fariseos. Bien, mantenga presente
que esto acontece al día siguiente de la tan conocida “purificación del templo”; y aún
están en el templo.

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¿De quién es la imagen?
Ed. Ramírez Suaza, P.Th

Los herodianos son un partido político propio del mundo judío en el siglo I. Son los
seguidores o personas dispuestas al servicio político del rey Herodes.
Los fariseos son un movimiento religioso que, en teoría, anhelan una vida más
coherente con el Dios de Israel.
Los herodianos están de acuerdo con el cobro a los israelitas de un impuesto romano.
Por otra parte los fariseos, en teoría, no están de acuerdo con ese abuso autoritario
para con el pueblo israelita. Así que como una estrategia bien elaborada, los ancianos,
sacerdotes y escribas mandan a Jesús unas personas herodianas y otras fariseas para
que “le pongan cascaritas” a ver si cae en sus propias palabras.

De entrada ver juntos unos herodianos con unos fariseos es algo extraño. Se supone
que son fuerzas político-religiosas de bandos opuestos. Ellos juntos son un intento de
confusión. Pero a Jesús esas mañas no lo confunden.
Unidos los bandos opuestos, vienen a Jesús con ciertas adulaciones. Escúchelas:
● Sabemos que hablas con la verdad.
● No permites que nadie influya en ti. Por el contexto parece ser que están
diciendo, “ni siquiera el emperador romano “el César” influye en ti.
● No te dejas llevar por las apariencias humanas.
● Enseñas con verdad el camino de Dios.
Y sin dejar espacio para un respiro le “ponen la cascarita” a ver si cae: -¿es lícito pagar
tributo al César o no?- Imagino la gente alrededor pendiente de lo que estaba
aconteciendo.
La pregunta es perversa; porque si Jesús dice que es lícito pagar tributos al César, y lo
dice dentro del templo, ¡Dios mío! se mete en una encrucijada sin salida, porque atenta
contra la dignidad del pueblo, quienes concebían el tributo al César como una acción
idolátrica. Pagarle tributos al César equivalía a aportar financieramente el
mantenimiento de la presencia opresora de Roma en suelo sagrado. Dar tributos al
César significaba, para un judío piadoso, contribuir al esplendor de los abominables
cultos paganos en la tierra de prometida de Jehová. Dar tributos al César significaba,
para un judío piadoso, aportar dinero para fortalecer el culto al emperador romano. Es
decir, tratar al César como si fuera dios.
Que Jesús dijera que sí se debía pagar tributos al César, era una aprobación a la
idolatría que tanto abominaba Dios el Padre y los piadosos de Jerusalén. Esa no
hubiera sido una buena respuesta. Para eso estaba la delegación de fariseos, para
denunciar religiosamente a Jesús en caso de que aprobara tributos al César.
Si Jesús hubiese respondido que no se deben pagar tributos al César, entonces los
herodianos lo denunciarían fiscalmente ante el rey y tendría que pagar una condena
severa por eso. Fue una pregunta que puso a Jesús entre la espada y la pared.

Jesús, como cosa rara, responde con otra pregunta: -¿por qué me tienden trampas?-
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¿De quién es la imagen?
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¡Los pilló! Eran unos aduladores falsos, hombres de labios lisonjeros, Pensaron que
Jesús se les tragaría el cuento de
● Sabemos que hablas con la verdad.
● No permites que nadie influya en ti.
● No te dejas llevar por las apariencias humanas.
● Enseñas con verdad el camino de Dios.
No se les tragó el cuentico, por el contrario, pudo discernir en ellos falsedad. Les digo
pues, ¡más falsos que las vitaminas de frutiño!

Jesús vio en ellos unos tramposos. Tramposos sin razón. Tramposos sin justificación
alguna. Tramposos al servicio de una religión corrupta, de unas políticas corruptas.
Tramposos que no les importa hacer daño. Tramposos que piensan que tienen a Jesús
“acorralado” entre la espada y la pared.
Pero ahora Jesús los va a poner en aprietos: -traíganme una moneda-. Ahora quienes
quedaron entre la espada y la pared son los herodianos y los fariseos. Porque si la
sacan del bolsillo, están cometiendo doble grave delito: por un lado, están portando en
sus bolsillos la imagen del César, divinidad romana. El primer mandamiento lo
prohíbe: “no tendrás otros dioses delante de mí ni portarás sus imágenes”. El otro
grave delito sería el hecho de portar imágenes de divinidades paganas dentro del
templo sagrado de Jehová. Ellos -herodianos y fariseos- intentan ser astutos: la
buscaron para traerla a Jesús. Como quien dice, -nosotros no tenemos de esas
monedas-. Vaya uno a saber de dónde la sacaron, el caso es que encontraron una
moneda que portaba la imagen del César -dios pagano- dentro del templo sagrado de
Jehová. ¡Eso es grave! Todo mundo lo sabe.

Aquí viene el golpe de gracia que herodianos ni fariseos ni los presentes veían venir:
¿de quién es la imagen que porta la moneda y la inscripción? Entonces herodianos y
fariseos respondieron: -del César-.
Debieron quedarse callaitos, recuerda esto: ellos querían hacer caer a Jesús en sus
propias palabras; ahora son ellos quienes caen en las suyas: dijeron que la imagen es
del César. Esa respuesta abre las puertas para que Jesús responda magistralmente: -
den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.-

Si la moneda tiene imagen e inscripción del César, por ese hecho corresponde al César.
Es decir, paguen tributos. Pero queda una cosa más por hacer: dar a Dios lo que es de
Dios. ¿Qué es de Dios? Si ninguna moneda oficial en Israel tiene una imagen de Dios.
A Dios entonces no hay que darle monedas.
¿Por qué tan preocupados por darle al César? ¿Por qué tan desinteresados en darle a
Dios? Todos los presentes comprendieron lo que Jesús les está respondiendo. No hay

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moneda en el mundo que porte la imagen del dios Jehová, así que él no tiene interés de
recibir dinero alguno. En cambio, el ser humano sí tiene -sí porta- la imagen de Dios.
El ser humano tiene que devolverse a Dios sin reservas porque él mismo es imagen de
él. No hacerlo es más grave que no pagar impuestos.

Las gentes se maravillaron con la respuesta de Jesús.

Que personas de bandos opuestos en preferencias políticas y religiosas se unan para


provocar el daño a otro me parece un grado de corrupción aberrante. Política y religión
a veces se han dado la mano para traer al mundo catástrofes de dimensiones
inesperadas que la historia hoy nos hace lamentar.
Colombia está hastiada de tantas corrupciones que nos perjudican como nación. No
sólo la política, también la religiosa. Hombres y mujeres que deberían ejemplificarnos
la virtud se venden, y venden sus principios, por “30 monedas de plata”. Las pequeñas
corrupciones en las que nosotros mismos participamos: el trabajito por rosca, el
contrabando de los servicios, la evasión de impuestos. Pasar el semáforo en amarillo o
rojo. El pedacito en contravía. La compra del celular robado. Nuestras corrupciones
también ofenden al Señor.

Colombia sufre mucho también de los cazadores. Sí, cazadores de una palabra, un
“descache” para señalar, juzgar, arremeter contra el otro. Cazadores de alguna
equivocación o descuido en un mal proceder para caerle con el peso de la ley o la ira o
el señalamiento o lo que sea.
A veces, a nosotros los cristianos también nos hacen preguntas capciosas. Nuestros
cónyuges nos hacen preguntas resbaladizas. Familiares nos hacen preguntas
peligrosas, que si no somos más astutos que ellos, nos perjudican.
Una escucha atenta nos podrá servir para discernir las intenciones de quienes se nos
acercan con el propósito de hacernos daño.
Una de las más grandes debilidades nuestras es el ego. Y cuando otros endulzan
nuestro ego nos debilitan, si así lo permitimos. A Jesús los herodianos y fariseos, antes
de hacerle la pregunta tramposa lo adularon, pero el Señor no necesitaba adulación,
eso para él no es vital. Cuidado con ser lisonjeros, o comerle carreta a los lisonjeros.
Las adulaciones son peligrosas. No coma cuento. Cuando alguien abraza adulaciones,
abraza su propia destrucción.

Me encanta la sobriedad de Jesús para responder a las trampas de los maliciosos. Les
discierne el corazón. Les conoce las intenciones. Les tapa la boca.
Cuánto necesitamos aprender y abrazar la sabiduría de Jesús.

Somos imagen de Dios. A él nos debemos.


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