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Los 4 errores que estadísticamente producen más roturas

matrimoniales:

El dinero: Bien sea la escasez, la mala administración, el


despilfarro, la infidelidad económica, las cuentas dobles, etc.
La infidelidad sexual: Que rompe el compromiso del amor mutuo,
exclusivo y para siempre, produciendo la traición y el fracaso.
El aburrimiento: Reflejado en las frases: Nos hemos cansado el
uno del otro. Somos incompatibles. Ya no nos queremos. Nuestro
matrimonio está irremediablemente perdido.
La soberbia que indefectiblemente termina en violencia física o
mental.
No debe haber “matrimonios sin fronteras”. Estas tienen que
estar perfectamente delimitadas de forma que nadie ni nada
pueda penetrar en ese lugar sagrado que es el matrimonio y la
familia. Tampoco pueden permitir que alguien se salga de esas
fronteras que están perfectamente definidas por la entrega total
de los cónyuges, su condición de indisoluble y su sello de para
siempre, soportadas con el conocimiento y la práctica de las
virtudes y valores humanos.

Los 90 errores más comunes en el matrimonio que destrozan la


familia, puestos por orden alfabético.
Cada matrimonio y cada cónyuge por separado, según sean sus
características y situaciones, tendrá un concepto diferente de
cuales son los más importares para ellos.
Es tarea de cada uno el ponerlos en el orden que quieran, para
intentar evitarlos o en su caso corregirlos. Es fácil caer en estos
errores si no se ponen los medios para impedirlo. Lo importante
es levantarse siempre y buscar la manera de evitar o afrontar los
errores y sus correspondientes soluciones.

Contraer matrimonio en la adolescencia o sus cercanías, sin la


madurez suficiente.
Los cónyuges tienen que hacer un esfuerzo extraordinario de
formación para solucionar los problemas que su inmadurez les
produce.
Cuando a la vista de los primeros síntomas del nacimiento de un
problema grave, o aparentemente irresoluble, no buscan un
intermediario para que les ayude a encontrar soluciones. Bien sea
un sacerdote, pastor, rabino o imán, según la religión que
profesen, o amigos y familiares en común, que sean serios, bien
formados y respetables y que puedan servir de orientadores.
Cuando coexiste la Incongruencia entre el decir y el actuar
relacionado con las continuas promesas expresamente
incumplidas de cosas importantes para los cónyuges.
Cuando desaparece el amor por el tu, y sólo queda el amor por el
yo.
Cuando desaparece el encanto físico de los comienzos y empiezan
a romperse u olvidarse los compromisos y proyectos que
hicieron, incluso el futuro familiar que construyeron juntos.
Cuando el comportamiento del cónyuge es muy diferente en el
hogar o ante familiares y amigos, estando presente o ausente el
otro cónyuge,
Cuando falta el amor humano y el religioso y predomina el
egoísmo.
Cuando falta el deseo de negociar y llegar a acuerdos
constantemente y se sustituye por la imposición a ultranza.
Cuando falta el pedir perdón en las ofensas, la alegría en las penas,
y la fuerza en la debilidad. Son situaciones que ambos cónyuges
deben prevenirlas y descubrirlas para tratar de ponerles remedio
y así evitar que empiecen los riesgos de un divorcio
Cuando falta el respeto interior y exterior, la comprensión, el
compromiso y el entendimiento entre los cónyuges, estando solos
o acompañados.
Cuando falta la generosidad y la solidaridad con los problemas o
situaciones del cónyuge.
Cuando falta la madurez y el equilibrio y no ponen ambos los
remedios para mejorarlo.
Cuando falta la sagrada intimidad que produce el matrimonio y
esta se comparte con terceros.
Cuando falta la unidad. Es muy peligroso decir o pensar: Haz lo
que quieras que yo también haré lo que quiera.
Cuando falta, en uno o en los dos cónyuges, la actitud para
mejorar el matrimonio y se conforman por igualarse por la
alpargata en vez de por la corbata. Es decir en vez de crecer
juntos, se disminuyen.
Cuando hay una mala comunicación en los temas difíciles e
importantes para los cónyuges en sus relaciones privadas o
externas.
Cuando hay una sistemática disparidad en las relaciones con los
hijos, premiando, castigando o consintiendo sus actos, solamente
por llevar siempre la contraria al cónyuge para desautorizarle.
Cuando impiden por la fuerza que los hijos o el otro cónyuge
practiquen sus sentimientos religiosos.
Cuando las faltas matrimoniales se cubren con aparatosos regalos
para cerrar la boca del otro cónyuge, incluso con dinero que sale
de los ingresos familiares. A la larga la compra de esos silencios
para evitar reproches, forman una escalada que siempre termina
mal.
Cuando los cónyuges basan las acciones de su matrimonio en el
egoísmo personal, pretendiendo ser satisfechos continuamente
por el otro cónyuge.
Cuando los cónyuges convierten la libertad matrimonial en
libertinaje. Nadie está más esclavizado que aquellos que se creen
falsamente libres.
Cuando los cónyuges no quieren trabajar juntos en los momentos
de adversidad matrimonial, religiosa, económica o emocional,
para superar las crisis.
Cuando no aceptan las diferencias de conocimientos y las
consideran como distanciadoras, lo que en realidad deberían ser
enriquecedoras y complementarias, además de una ayuda para
crecer los dos hacia una mejor vida intelectual y profesional.
Cuando no hay una actitud amable del uno con el otro, ni gestos
físicos de cariño.
Cuando no se es lo suficientemente valiente e inteligente como
para callarse ante la injuria y buscar posteriormente la
reconciliación tras la ofensa.
Cuando no se está abiertos a la relación con los otros familiares:
Abuelos, hermanos políticos, tíos, primos, etc.
Cuando no se ha tratado de igualar o mejorar en lo posible, las
diferentes educaciones, culturas, situaciones económicas,
prácticas religiosas, ideas políticas, amistades, costumbres
anteriores, etc. y se conforman con decir ¡A mi me educaron así!
Cuando no se quiere hablar con el cónyuge sobre el sexo
matrimonial, la educación de los hijos, el valor del dinero u otros
temas importantes y difíciles, teniendo que digerirlos en soledad.
Cuando no se quiere, no se puede o no se sabe compaginar las
profesiones o actividades del otro cónyuge.
Cuando no se reconocen las propias limitaciones y se rehúsa a
aceptar la realidad física, económica, intelectual o social. Esto
puede producir graves frustraciones que perjudiquen a los dos
cónyuges y arrastrar a ambos a situaciones peligrosas familiares,
profesionales o sociales.
Cuando no se respetan las legítimas diferencias físicas, mentales,
educativas y emocionales del otro consigue, ni se intentan
entenderlas.
Cuando se culpabiliza de todos los errores del matrimonio a los
padres o familiares del otro cónyuge, sin querer asumir la
responsabilidad que a cada uno le corresponda.
Cuando se encarga al cónyuge con responsabilidades o trabajos
impropios de su condición, debido a que el otro cónyuge no
quiere hacerlas.
Cuando se ignora, desprecia o se tienen relaciones tensas con la
familia política.
Cuando se manipula al otro cónyuge para obtener intereses en
beneficio propio.
Cuando se permite al cónyuge, hacer lo que quiera, dónde quiera,
cómo quiera y la hora que quiera, aunque eso vaya en contra del
matrimonio y de las responsabilidades familiares.
Cuando se producen errores, el uso inadecuado del respeto y de
las atribuciones lógicas de cada cónyuge, si prevalece el
autoritarismo o la permisividad, sin punto medio.
Cuando se sobreprotege al cónyuge de todas las dificultades,
tratándole como si fuera menor de edad y demostrando un amor
obsesivo, para crearle inseguridad y evitar su desarrollo
intelectual y social, casi siempre en beneficio del otro cónyuge.
Cuando solamente hay unión de los cuerpos, pero no de las almas
y no buscan en ambos el crecimiento interior, moral y espiritual.
Cuando surge la indiferencia, la falta de comunicación, la frialdad
amorosa, la critica constante, la falta de compromiso y el
entendimiento hacia el otro cónyuge.
Cuando sus formas de vida anteriores al matrimonio eran
diferentes o antagónicas y no se ponen a procurar llegar a
acuerdos para que haya armonía y compatibilidad.
Discutir sobre ideas políticas o religiosas antagónicas, queriendo
imponerlas o mantenerlas a ultranza. Traten de convencer, no de
vencer.
El abandono mental del matrimonio, incluso mucho antes que
llegue el divorcio.
El aburrimiento: Frases más frecuentes: Nos hemos cansado el
uno del otro. Somos incompatibles. Ya no nos queremos. Nuestro
matrimonio está irremediablemente perdido.
El engaño o violencia económica que suele ocurrir cuando se
tienen ingresos que no se aportan al fondo común y cada uno
gasta en lo que quiere, cuando quiere y como quiere, sin
importarles las necesidades de la familia. Este es uno de los
principales motivos de los fracasos matrimoniales. Pero es muy
difícil corregirlo, pues en algunas culturas los matrimonios no son
para todo, pues dejan fuera la parte económica.
El no compartir los principio e ideas fundamentales en el
matrimonio.
El permitir que las adicciones se instalen en la familia.
Faltar a la palabra de honor dada en el matrimonio, al prometer
que es para siempre, en la salud y en la enfermedad e indisoluble.
Hablar continuamente y hacer comparaciones de los
matrimonios, hijos o familiares anteriores.
Imponer por la fuerza lo que creemos que es nuestra verdad.
La escasa educación en los órdenes: Familiar, religiosa, social,
económica, sexual, etc.
La falta de ayuda al cónyuge para que mejore sus capacidades
profesionales, escolares, sociales, religiosas, etc. privándole del
crecimiento personal y fomentando la dependencia al otro
cónyuge. Suprimiéndole cualquier posibilidad de tener una
alternativa o que esté bien preparado para el caso de que haya
graves problemas familiares.
La falta de comunicación o la comunicación inadecuada o
deficiente.
La falta de cumplimiento de los derechos y obligaciones entre los
cónyuges y para con los hijos.
La falta de la práctica de las virtudes y valores humanos,
principalmente las relacionadas con el matrimonio.
La falta de perdón, arrepentimiento, reconciliación y firme
propósito de la enmienda. Deben aprender a pedir perdón y a
perdonar. Nunca deberán acostarse sin perdonar y buscar el ser
perdonado. Un pequeño gesto sentimental puede ser suficiente
para indicar el deseo del perdón.
La falta de planificación financiera, imprescindible para intentar
alcanzar unos objetivos mutuamente acordados.
La falta de un buen sistema de administración de todos los
ingresos familiares, incluyendo la realización de unos objetivos
económicos, un presupuesto y un sistema de control de lo
realizado y de lo que hay que realizar.
La incompatibilidad o egoísmo sexual, que normalmente oculta
una falta de auténtico amor, carencia de sensibilidad y capacidad
de donación y aceptación.
La Infidelidad conyugal, sexual o económica que rompe el
compromiso del amor mutuo, exclusivo y para siempre, que
además siembra la desconfianza.
La inmadurez en las relaciones matrimoniales, al no haber
tratado previamente de amoldar o eliminar las diferencias que los
separan y reforzar las que más les unen, pensando que ya habrá
tiempo para hacerlo.
La monotonía, enfrentamientos o violencia física o mental que
hacen disminuir o anulan el placer sexual, o la monotonía en la
vida cotidiana.
La pérdida de objetivos e intereses comunes relacionados con las
obligaciones, gustos y aficiones de ambos, normalmente
comentadas durante el noviazgo.
La primera agresión o acto violento si no se corrige en ese mismo
momento.
La reincidencia en cosas graves sin que haya verdadero
arrepentimiento, propósito de la enmienda y satisfacción de obra,
corrección de actitudes y controles de comportamiento.
La soberbia hace que muchos cónyuges equivocadamente se
rodeen de una muralla, como en las fortificaciones antiguas, no
permitiendo que nadie ni nada la traspase. Soberbiamente creen
que lo saben todo y no aceptan ni oír otras opiniones. Así sucede
que con el paso del tiempo se van aislando en sus “creencias” y las
personas que les deberían aconsejar con otras alternativas, no se
las dicen porque no quieren ser rechazados, incluso antes de ser
escuchados. Eso pasa a las personas y las naciones que se aislaron
del mundo, con murallas o sin ellas, y no permitieron que los
habitantes de sus países conocieran los avances mundiales.
La violencia familiar física, mental y en todas sus facetas,
principalmente la originada por el machismo, el feminismo y el
desprecio. La violencia física no es más que una cuestión de
prepotencia y hábito en el uso de la fuerza.
Las envidias profesionales o sociales.
Las graves adicciones a las drogas, alcohol, sexo, juego, etc.
Las opiniones políticas mantenidas a ultranza y queriendo
imponerlas al otro cónyuge.
Las pasiones confundidas con el amor y la mutua entrega. La
pasión se marchita y el amor se queda.
Las respectivas familias políticas, pues hay algunos cónyuges que
no quieren admitir que han formado una nueva familia, a la que
tienen que poner como máxima prioridad para todas sus
acciones. No por eso tienen que romper relaciones con sus
familias de sangre. Tienen que intentar darle su lugar a cada uno.
Los celos infundados que contaminan el matrimonio y hacen la
vida un infierno para los cónyuges.
Los noviazgos mal llevados: Sin una buena formación
prematrimonial, demasiado cortos, falta de dialogo, falta de
objetivos claros comunes, egoísmos para conseguir mejor
posición social, fama, conveniencia personal, pasiones
desordenadas, etc. Que haya sido uno de los denominados “de a
primera vista”, o motivado por otros actos que les llevaron a
contraer matrimonio sin haberlo querido. El camino que no han
andado antes del matrimonio tienen que recorrerlo después para
evitar el fracaso.
No cuidar con mucho esmero las seis cosas más importantes del
matrimonio: El amor y educación de la familia, la vida espiritual,
la salud, el trabajo, los amigos y la formación contínua.
No dedicar a la familia el máximo tiempo posible, empleándolo en
cuestiones que les satisfagan personalmente, pero no
familiarmente.
No formalizar ante Dios y ante la sociedad su realidad
matrimonial, máxime si tienen hijos o esperan tenerlos.
No hacer algo concreto para atraer al otro cónyuge, prestando
solamente atención a su persona.
No poner los medios para manejar, resistir y superar los
problemas, graves disgustos y enfrentamientos entre cónyuges,
que algunas veces producen los hijos y que repercuten
enormemente en las relaciones matrimoniales, principalmente
los motivados por los malos o diferentes tratos dados los hijos,
propios o de anteriores matrimonios.
No preguntarse periódicamente, las cosas que le gustaría que el
otro cónyuge hiciera y no hiciera, y las que podrían hacer juntos
para mejorar el matrimonio. Así como lo que cada uno espera del
otro.
Pretender maliciosamente sacar provecho personal, económico o
social del matrimonio, utilizando o manipulando al cónyuge
únicamente en beneficio propio.
Ridiculizar al cónyuge, aunque sea con ironía o por hacer una
gracia, ante los hijos, la familia o los amigos, sacando o
agrandando los defectos que pudiera tener.
Ser intolerantes con las costumbres y formas de vida del otro
cónyuge.
Si el matrimonio o cada uno de los cónyuges se rodea de
amistades tóxicas que les impiden seguir las promesas
matrimoniales contraídas.
Siendo de convicciones religiosas, casarse solamente por el
procedimiento civil o vivir en pareja sin ningún vínculo religioso
ni civil.
Tener cuentas separadas de ingresos, gastos, ahorros y deudas,
aunque en algunas culturas sea una desgraciada costumbre que
avala la unión de cuerpos pero no del dinero.
Vivir solamente el día a día, sin preocuparse de tener objetivos
comunes y planes futuros realistas de vida para vivir en armonía.
No preguntándose cómo será su matrimonio después de 30, 40, o
50 años.
Impedir que el cónyuge tenga su espacio vital propio, que le
permita tener actividades de lo que le guste hacer, siempre y
cuando no sean extremistas que afecten su crecimiento como
persona o el matrimonio.
No querer sacrificarse por el cónyuge, lo necesite o no, evitando
hacer los esfuerzos necesarios en beneficio del otro. Renunciando
o cediendo en las diferencias y sin entregarse el uno al otro,
Cuando no hay adaptación ni cambio y no se suprimen las cosas
que separan y refuerzan las que unen en la convivencia. El
matrimonio es para darse sin egoísmos y adaptarse al cónyuge,
sin esperar nada a cambio.

Todos estos errores se pueden corregir si previamente se admite


su existencia y se ponen a tiempo las medidas correctoras
convenientes, pues casi siempre se puede enmendar los daños
ocasionados. Es muy conveniente aceptar y corregir los errores
para evitar que lleguen a más y se produzcan problemas
matrimoniales graves o irresolubles. No tengan miedo, no tiren la
toalla, luchen por negociar con su cónyuge las soluciones a los
errores que hayan encontrado en esta lista. Si no hacen nada, no
sucederá nada. Pero inténtenlo, pues se puede llegar a los
objetivos previstos mediante el ejercicio de “ensayo y error”.
Cuándo no, en un tema tan serio como es el presente y futuro del
matrimonio.

Los cónyuges no tienen que tener miedo a conversar con


paciencia y serenidad, de todos los problemas, inquietudes y
anhelos que tengan, para así poder encontrar soluciones
consensuadas. Fijen unas horas o fechas predeterminadas para
tomarse un tiempo para Vds. solos, entonces podrán hablar con
tranquilidad, sin distracciones ni intrusiones. Esto es sólo el
principio de un camino que tiene que hacer cada uno, apoyado en
el hombro del otro.

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