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Sé Próspero

¡Ahora!

Titulo Original Traducido por


PORSPERITY NOW Lilita Balsera de Díaz
NOW Comunications * Austin Texas * 1982
Copyright © by Unity School of Christianity

Permiso otorgado por Unity School of Christianity a Mary


Katherine MacDougall para reproducción en español.

Copyright © 1982 by Mary Katherine MacDougall

Lithographed and Bound in the United States of America


bye Hart Graphics, Inc.
Austin Texas
Dedicado a la vida plena y gozosa que
Jesucristo vino a traer a todo hombre.
ERES UN HEREDERO

Todo el mundo desearía tener un tío rico a quien heredar. Es muy agradable
soñar despierto pensando en lo que uno podría hacer con una herencia
inesperada o con el primer premio de la lotería. No son muchos los que
tienen un tío rico o los que ganarán el primer premio de la lotería, pero todos
somos herederos y tenemos una herencia ilimitada. Muchos de nosotros no
sabemos esto. Lo sabemos cuando nos damos cuenta de que somos los
hijos amados de un rico, riquísimo Padre, quien ha pensado en todo lo que
pudiéramos necesitar, y lo que tiene listo para nosotros, ahora.

De muchas maneras sabemos que somos hijos de Dios, hechos a su


imagen y semejanza (Gen. 1:26-27; 9:6), y nos gusta pensar sobre
nosotros, de la misma manera que Juan nos describe: «Ved de qué manera
el Padre nos ha amado, que seremos llamados hijos de Dios». Lo llamamos
Padre y deseamos que El nos ame, pero nos es difícil ver, igual que a
Pablo, que también somos sus herederos, y por tanto, coherederos con
Cristo (Rom. 8:17: Gal. 4:7). Puede parecer sacrílego decir que nosotros,
que nos creemos gente corriente, somos coherederos con Jesucristo.

Es esta una idea tan tremenda, que muchos de nosotros necesitamos que
se nos diga una y otra vez quién es Dios, quiénes somos nosotros y cuál es
nuestra relación con Dios. Necesitamos que se nos muestre una y otra vez,
primero de una manera y después de otra, cómo saber y como probar que
somos hijos e hijas de Dios, y por consiguiente, herederos de todo el bien
que El posee. Tenemos que llegar a esta convicción de nuestra filiación lo
antes posible. pues hasta que no lo hagamos, vamos a tener dificultades en
llegar a ser verdaderamente prósperos. Queremos ser sus hijos, queremos
ser sus herederos, queremos ser prósperos. Aprendemos más rápidamente
a través del ejemplo que de los preceptos, por lo que resulta provechoso
saber cómo gentes que viven hoy bajo las mismas condiciones, han llegado
a darse cuenta de esto y viven una vida rica y feliz.
Este libro nos habla de cómo muchas personas han probado y aceptado su
filiación, y disfrutan ahora de una vida próspera. Las ideas que aquí se
presentan se han puesto a prueba, y los resultados se han confirmado en
los asuntos de estas personas. Ellas han utilizado diferentes caminos para
llegar al destino que todos deseamos alcanzar. Ellas han obtenido completo
bienestar, al igual que abundante provisión.

Todos los elementos de la vida deben estar colmados antes de que uno sea
verdaderamente próspero. La prosperidad es más que una acumulación de
dinero, es más que posesiones. Incluye suficiente educación, desarrollo
espiritual, libertad, salud, sueño, paz mental tiempo para jugar y disfrutar
con la familia y los amigos. Prosperidad significa estar lleno de entusiasmo
por la vida, lleno de gozo espontáneo y aprecio.

Jesús incluyó todas estas cosas cuando dijo que El había venido para que
nuestro gozo fuera completo (Juan 15:11). Jesucristo dijo: «Buscad primero
el reino de Dios y su Justicia. y todas estas cosas os serán dadas por
añadidura». Esto es más que una promesa hecha a la ligera. Jesús no era
persona que dijera algo que no significara lo que estaba diciendo «Todas
estas cosas» incluye dinero, casas, tierras, ropas, libros, educación, salud,
gozo.

No sólo nos dijo Jesús que buscáramos el reino, sino que nos dijo dónde
estaba: « En medio de vosotros» (Lucas 17:21). Cuando lo hallemos,
encontraremos el secreto, la manera de obtener «todas esas cosas», todo
el dinero, todas las otras coas que necesitemos o deseemos.

Es ese reino y esa relación con Dios lo que han encontrado las personas en
este libro. Algunas de ellas formaron una activa sociedad con Dios, otras
descubrieron la prosperidad, y otras crearon nuevas fortunas. Todas
encontraron la manera de aumentar su bien y de hacerlo perdurar. Ellas
descubrieron que podían beneficiarse de las leyes de Dios, ya las
entendieran o no, de la misma manera que disfrutan de la electricidad, el
radio o la televisión sin saber cómo funciona. No se preguntaron cómo
trabajaban los principios de Dios: simplemente los aceptaron y los usaron.

Usaron muchas fórmulas, muchos enfoques y descubrieron muchas cosas.


Aprendieron que el ser próspero no requiere ni penosas faenas que no se
disfruten, ni trabajo excesivo. Saben ahora que no tienen que preocuparse
sobre si son o no dignos de obtener su herencia de Dios.

A muchos de nosotros nos agobia el sentirnos indignos. Cuando niños se


nos dijo que no podíamos tener ciertas cosas si no éramos buenos o hasta
que no lo fuéramos. Al pasar los años hicimos cosas que no consideramos
buenas. Estas cosas es probable que se vean como pecados y obstáculos
para nuestro bien, mayores de lo que son en realidad. Podemos creer bien
firmemente que «Como piense el hombre en su corazón así es él», pero
podemos descubrir, como lo hicieron estas personas, que esta manera de
pensar puede cambiarse y que así podemos cambiar nuestra vida.

La mayoría de nosotros queremos dejar lo viejo. Todos somos en cierto


grado hijos pródigos. Queremos volver al Padre, al bien del cual nos
separamos o el que aún no hemos alcanzado. El cambio es lo importante:
nuestra comprensión de nuestra relación con Dios es lo que hace la
diferencia. Esto es «dejar a un lado al hombre viejo» y lo que sea hecho, y
revestirse del hombre nuevo «renovado en sabiduría a imagen de su
creador». Lo más importante sobre el pasado es que ya hemos terminado
con él y que estamos listos para convertirnos en ese nuevo hombre, quien
es, verdaderamente, la imagen y semejanza de Dios. No podemos hacer
esto hasta que no dejemos de pensar, actuar, reaccionar y sentir como lo
hemos hecho ene l pasado. Este es el significado del mandato de Jesús a
aquellos que sanaba: «No peques más».

Dejemos de pensar de la manera que nos ha impedido ser prósperos.


Cesemos de sentirnos indignos. Las personas cuyas historias se cuentan en
este libro, descubrieron que pudieron cambiar, supieron la verdad sobre sí
mismas y dejaron las viejas maneras y las viejas ideas. La oración
afirmativa siempre ayuda a construir nuevos hábitos de pensamiento. Puede
apresurar nuestra vuelta al Padre al ayudarnos a saber quiénes somos.

Yo soy el digno hijo de Dios: ¡Yo soy, yo soy, yo soy! Mi pasado se ha ido:
soy una persona nueva. He recordado mi derecho de nacimiento. Soy el hijo
de Dios viviente, soy el digno hijo de Dios.

A veces no es difícil creer que Dios desea que seamos prósperos. Nos
ayudaría el pensar sobre los ricos patriarcas con sus tierras, «tan lejos
como la vista alcance», sus hatos y rebaños, su oro y sus joyas. La Biblia
relata las pródigas bendiciones de Dios para aquellos que creían en El y en
su bondad: Lot, Isaac, Jacob, José, David, Salomón. Sus posesiones nos
aseguran que Dios es un generoso dador de bien. No hay nadad de
tacañería en su dar o en su crear. El hizo todo con mano generosa.

La generosidad está dondequiera que miremos. Un tomate tiene


innumerables semillas; un manzano da kilos de fruta; la tierra está llena de
metales preciosos en cantidades y valores aún ignorados; hasta la maleza
florece hermosamente. Sin embargo, todavía preguntamos: ¿Existe la
generosidad para mí? ¡Es posible que yo disfrute de la rica abundancia de
Dios?.

El mero hecho de preguntar demora nuestro bien. Debemos aceptar


nuestras posibilidades; debemos confiar en las promesas; debemos creer
constantemente que el Padre es la fuente de todo bien. Luego de haber
hecho estas cosas, algunos de nosotros aún tenemos otro obstáculo que
superar; nuestro sentimiento sobre nuestro sentimiento sobre el dinero.
Podemos tener reservas acerca del bien real del dinero en sí mismo. De
hecho, para muchos de nosotros, el dinero es como si tuviera una nube
sobre él. El hombre lo considera un « lucro sucio», malvado y corrompido.
Todos los sábados por la noche mi abuela lavaba toda la plata que había
entrado a la casa durante la semana. Quería llevarle al Señor dinero limpio
el domingo por la mañana. A mi me gustaba secarlo y colocar las monedas
en filas ordenadas en una toalla limpia. Me he preguntado algunas veces si
al hacerlo no absorbí parte de su evidente creencia en la impureza del
dinero.

A muchos de nosotros se nos ha aconsejado el no hacer importante al


dinero, hasta se nos ha dicho que no pensemos en él. Usualmente se
incluye la mal citada afirmación de Pablo. El dijo que el amor al dinero, es la
raíz de todos los males (no el dinero en si mismo). La afirmación sigue
siendo cierta. El amar el dinero por sí mismo crea serios problemas. Cuando
deseamos prosperidad no amamos el dinero o lo deseamos por sí mismo, lo
deseamos por que es el canal necesario para la vida próspera que
deseamos y debemos tener.

Dice Charles Fillinore en «Guarda una Cuaresma Verdadera»: «Vigila tus


pensamientos cuando estés manejando tu dinero, por que tu dinero está
vinculado, a través de tu mente, a la única fuente de toda la substancia y de
todo el dinero. Cuando pienses en tu dinero, que es visible, como algo
directamente vinculado a una fuente invisible que está dando o reteniendo
de acuerdo a tu pensamiento, tienes la llave para toda riqueza y al razón
para toda escasez». Si el dinero es uno de los muchos regalos que
podemos recibir de nuestro Padre Celestial y, como el dinero viene de El,
sabemos que nunca tendremos que hacer nada incorrecto para tener todo
el que necesitemos. Sabemos que el dinero de Dios tiene que ser dinero
bueno, dinero limpio, dinero feliz. Podemos cambiar nuestro pensamiento a
través de la oración:

El dinero es bueno. El dinero es bueno para mí. Dinero bueno y feliz


viene ahora a mí de Dios. Lo uso bien y sabiamente. No hay límites
para el dinero que Dios ha de enviarme. No hay límite para todo el
bien (dinero, salud, felicidad, paz mental, energía, gozo) que Dios
tiene para mí ahora. Viene a mí fácilmente, sin esfuerzos, ahora.
Parece que estamos renuentes a librarnos de las preocupaciones ¡Echamos
fuera una actitud negativa y dejamos entrar otra! Frecuentemente, cuando
comenzamos a ver prosperidad en nuestra vida, tenemos una nueva
preocupación. Preguntamos:¿Es esto real? ¿Está esto ocurriéndome a mí
verdaderamente? ¿Durará? Si nuestra herencia de bien proviene de Dios,
tiene que ser permanente y tiene que ser real. Y, por supuesto, es para
nosotros, pues ¿no somos sus hijos e hijas? Una oración alegre nos puede
ayudar a creer esto a través de nuestra naturaleza pensante y sensible:

Nada es demasiado bueno para ser verdad para mí. Nada es


demasiado bueno para mí, y para ocurrirme a mí. Nada, nada es
demasiado bueno para no durarme a mí. Gracias, Padre, porque esto
es así. Gracias por tu bien duradero.

Estar agradecidos es la primera bendición que debemos darle a nuestro


bien, ya sea dinero u otra cosa. La bendición aumenta y multiplica. Si
queremos que nuestro bien aumente, debemos bendecirlo. Debemos
pensar amorosamente acerca de todo nuestro bien. Cuando utilicemos en
nuestro automóvil y en nuestra casa, debemos bendecir y al mismo tiempo
reconocer nuevamente que todo ello viene de Dios. Esto nos ayuda a
recordar que estamos participando de la amorosa abundancia de Dios. Esto
nos ayuda a llegar al lugar en que podamos afirmar. «Todo lo que el Padre
tienes mío»

Es ésta verdad emocionante: Nuestro entusiasmo acerca de nuestro bien


crece, el bendecir y apreciar todo lo que tenemos. Todo viene de Dios. Todo
se nos da a nosotros, sus hijos, porque El nos ama y quiere que tengamos
todo tipo de cosa buena. Todo lo que El tiene está disponible para nosotros
ahora, sin demora. Cuando sabemos esto, sabemos también que es verdad
para todas las personas en todas partes, que estén buscando el reino como
nosotros. La pródiga abundancia de Dios es suficiente para todos. Nadie
tiene que carecer de nada.
Todo el mundo puede tener tomates; hay abundancia de semillas. Todos
pueden tener manzanas, muchas se desperdician cada año. El bien es
ilimitado donde quiera. Dios nos ha creado magníficamente. El ha hecho
todo lo que de alguna manera pudiéramos usar o necesitar. Vemos su rica
abundancia en todas partes. Es más que suficiente. Dondequiera que
miremos podemos ver su divina superabundancia. Nunca tendremos que
carecer de nada si, todo lo que el Padre tiene es mío. Soy verdaderamente
su heredero y puedo tener mi herencia ahora, sin demora. Hay abundancia
y más en todas partes. Yo alabo mi bien, lo bendigo y doy gracias por toda
la rica abundancia que es mía como hijo de Dios. Todas las cosas vienen de
Dios y yo soy heredero de todo lo que El posee.
CONSTANTES ECONÓMICAS

Desde hace mucho tiempo el hombre ha tratado de hallar lo que causa las
variaciones económicas, ¿Qué causa buenos y malos períodos? ¿Por qué
algunos tiempos son prósperos y por qué algunos negocios resultan
productivos en ciertos momentos y en otros no? Para ayudarlo en su
búsqueda de la verdad económica el hombre desarrolla teorías, sólo para
cambiarlas luego y, frecuentemente, para desecharlas por completo.

Las teorías financieras de hoy, empleadas por los negocios y por el


gobierno, son muy distintas de las prácticas del pasado. Podemos esperar
que sigan el patrón de uso seguido por el cambio. Habrá más cambios,
nuevas ideas. Esto es bueno pues vivimos en un mundo que cambia y
evoluciona rápidamente. Tales cambios no nos dan la seguridad de que
nuestro bien sea continuo, lo que necesitamos, si es que vamos a vivir
gozosa y completamente. Aprendemos que no podemos basar nuestras
esperanzas de prosperidad en ninguna teoría hecha por el hombre.
Solamente las invariables económicas de Dios nos dan una base firme para
nuestro bien.

Detrás y a través de toda actividad están los principios de Dios, inmutables,


invariables, confiables, seguros. Ellos son tan seguros ahora como lo fueron
en épocas pasadas, en los días de Jesucristo y aún antes. Ellos continuarán
siendo confiables siempre y bajo todas las circunstancias. Cuando basamos
totalmente nuestras finanzas personales y nuestro bienestar económico en
los principios de Dios cualquier teoría económica externa y cambiante no
nos perturbará. No nos puede afectar en lo absoluto. Más aún, nuestra
propia seguridad, nuestra propia base económica dará solidez a todo el
mundo de la economía. Existen muchas cosas en este mundo de la
economía por las cuales no tenemos que preocuparnos cuando estamos en
la Verdad. Una es el precio.
En el mundo del comercio se cree que el precio (a menos que esté
controlado) está determinado por la relación entre la oferta y la demanda.
Cuanto menor se la oferta, mayor es la demanda y más alto el precio.
Cuanto menor sea la oferta, mayor es la demanda, el precio baja. En la
Verdad no tenemos que preocuparnos por el precio, porque la oferta
siempre es igual a la demanda: nuestra demanda. Este es el precio de Dios.

Como hijos de Dios, tenemos acceso a sus recursos ilimitados. Esta es la


Verdad sobre nuestra economía: lo que reclamamos, lo obtenemos, lo que
pedimos, lo recibimos. Dios verdaderamente nos ha dado un cheque en
blanco garantizando «el pago a su presentación». ¿Cómo solicitamos el
pago? ¿Cómo formulamos nuestra demanda a Dios?

Ciertamente nos decimos «¡Dios dame!». Cada vez que insistimos cortamos
automáticamente la comunicación con Dios porque le estamos negando la
posibilidad de hacer las cosas a Su manera, que siempre es mucho mejor
que la nuestra. Limitamos cuando exigimos cierto bien, de cierta manera.
Exigimos cuando decimos: «Esto y nada más. Esto y nada mejor».
Debemos de hacer nuestra petición de pago exponiendo nuestro deseo o
necesidad y confiando luego en el Señor, dejándole hacer lo que es mejor.
mientras tanto, permanecemos ocupados haciendo aquello que debemos de
hacer, ya tenga que ver con nuestra petición o no.

Los principios económicos invariables de Dios son claramente expuestos en


Salmos 37:3-5:

Confía en el Señor y haz el bien;

Y habitarás en la tierra y te apacentarás de la verdad.

asimismo en el Señor

Y él te concederá las peticiones de tu corazón


Encomienda al Señor tu camino,

Y confía en él y él hará.

Este es un maravilloso principio, pues es uno alegre. Las palabras son


alegres y las promesas son alegres.

Ellos bosquejan un muy simple procedimiento para que nosotros lo


sigamos: confía en Dios, sé feliz con ello, deja a Dios dirigir. Es una regla de
«uno, dos, tres», fácil de recordar. La parte crítica es la primera: confiar en
Dios. Vamos a ser felices si confiamos completamente, y vamos a estar
listos para dejarlo a El dirigir, pues si confiamos también confiaremos en Su
dirección.

Jesucristo dijo la misma cosa en diferentes palabras: «Pide y te será dado:


busca y encontrarás: toca y se te abrirá. Pues aquel que pide recibe, y aquel
que busca encuentra, y aquel que toca se le abrirá.

Nuevamente dijo: «Y cualquier cosa que pidáis en oración, creyendo, lo


recibiréis.

Sus afirmaciones son precisas, exactas: confía en que el Señor hará. Pide,
confía. No hay nada difícil en ello, nada que dependa de otra cosa; nada
sobre oferta y demanda; nada sobre cuán mucho o cuán poco hay
disponible; nada sobre precios. El único precio que tenemos que pagar es la
petición y la confianza; la petición y la fe. El creer es un obstáculo para
muchos de nosotros. Podemos pedir sintiendo que la respuesta es posible,
pero es posible que la duda entre y esto no es bueno, pues la duda demora.
La duda interfiere con nuestro bien. Cada vez que la duda surge, debemos
borrarla rápidamente.
No necesitamos gran fe para empezar. Podemos comenzar con lo que
tengamos, no importa cuán pequeña parezca ser. Ella crecerá si persistimos
en darle uso y aliento. Aumentamos nuestra reserva de fe poco a poco,
hasta que ésta se vuelva lo suficientemente grande para poder solicitar
cualquier cosa del siempre-presente. siempre disponible e ilimitado
almacén. Las afirmaciones edifican la fe; la repetición de promesas bíblicas
la fortalecen.

Confío en el señor. Confío en que el Señor me dará los deseos de mi


corazón. Soy feliz y verdaderamente me deleito en el Señor. Yo pido y
El me da. Pongo toda mi confianza en Dios, ahora.

Bob Byrnes tropezó con las leyes económicas de Dios y descubrió que
confiando y creyendo tenía un rápido acceso a la provisión «perdí mi trabajo
en un momento en que no parecía haber ningún trabajo», relataba «Me
volví a mi Biblia buscando consuelo, no ayuda práctica. Ciertamente no la
leí para encontrar una manera de conseguir empleo. Nunca se me había
ocurrido que la Biblia pudiera ser un libro sobre cómo volverse rico, pero lo
es, y el mejor. Leí mi Biblia y la leo, usualmente por la mañana y siempre
antes de irme a dormir».

«Una noche me desperté con un sobresalto. Podía ver las palabras grandes
y claras en mi mente. Era como si estuvieran impresas en un tipo de letra
muy grande y con tinta muy negra; “Pide, creyendo y recibirás. Toca,
creyendo y la puerta se abrirá. Sólo cree. Sólo cree”. De alguna manera las
palabras “cree” y “creyendo” sobresalieron de entre las otras como si
estuvieran impresas en un tipo más grueso. Me senté en el borde de la
cama, realmente estremecido. Recuerdo cómo se sentían mis brazos, cuán
irreal parecía mi pijama. Nunca me había sentido de esa forma antes.
Nunca así me sentí desde entonces».

«Sentí como si estuviera descubriendo algo y pensé despacio,


deliberadamente despacio, casi incrédulamente: “Creo que Jesús quería
decir eso. Creo que el quería decir lo que dijo. Creo que lo quiere decir
ahora, para mí”. Estaba asombrado ante la posibilidad de lo que estaba
pensando. Cuidadosamente me levanté y me fui a la sala. No quería
inquietar a mi esposa. Mi desempleo había sido duro para ella».

«Caminé arriba y abajo por un rato y luego me senté a preguntarme. No


estaba pensando verdaderamente. En mi mente parecía haber sólo dos
palabras “creer” y “creyendo”, que iban dando vueltas y vueltas. Sabía que
tenía que hacer algo. Así que oré: “Ayúdame a creer”».

«Cosa graciosa», prosiguió «ese tiovivo dentro de mi cabeza se detuvo.


Sentí la paz más maravillosa. Se parecía un poco a las tranquilas calles del
pequeño pueblo donde crecí, especialmente por la noche, luego de una
fuerte nevada. Y, hombre, yo no había tenido tranquilidad mental durante
semanas».

«Salí al aire libre. El cielo estaba claro, sin una sola nube. Era
profundamente azul, casi púrpura. Debía de haber un millón de estrellas
brillando. Ellas me hicieron saber que si Dios pudo crear un universo tan
maravilloso y mantener todas esas estrellas en su sitio, ciertamente también
podría cuidar de mí y de mi esposa. Se lo dije así en una oración y le dije
que todo lo que yo quería era un lugar para ganarme la vida y suficiente
para hacer aquello que El quisiera que yo hiciera. Le dije que confiaba en El
para que me guiara a ello y que yo haría el resto».

Bob Byrnes se detuvo por un minuto, recordando. «Se me ocurrió allí, bajo
aquellas estrellas, que yo había estado creyendo el algo erróneo. Había
estado creyendo que ésta era la peor depresión que el país había tenido y
estaba asustado al igual que todo el mundo. Los hombres sin trabajo
estaban asustados; si tenían trabajo tenían miedo a perderlo. De pronto, el
miedo con el cual había estado viviendo me pareció nada, como cuando
uno descubre que el ruido que lo asustaba era sólo una escoba cayendo al
piso, Cuando el miedo se fue, vino la seguridad de un trabajo».
«Mi esposa se despertó cuando regresé a la cama: “Vuelve a dormir de
nuevo”, le dije suavemente. “Tengo un empleo. Te halaré sobre él en la
mañana”.

«Gracias a Dios», dijo ella.

«Si, gracias a Dios», repetí fervientemente.

«No dormí mucho y me levanté muy temprano. Caminé hasta el centro del
pueblo y cuando pasaba por un pequeño restaurante, entré a tomar una
taza de café. Eso era ya algo. No había gastado ni cinco centavos en un
café durante días. El lugar estaba vacío. El hombre en el mostrador lucía
infeliz. Le pregunté qué le sucedía. Me dijo que los padres de su mujer
necesitaban que fuese a ocuparse de su negocio. Bueno, para hacer corta
una historia larga. en aproximadamente una hora tenía un pequeño
restaurante, el cual podía pagar mensualmente».

«No sabía nada sobre este negocio pero Dios siguió ayudándome. Una de
las primeras ideas que me vino fue la de hacerlo un lugar al cual los
hombres pudieran venir, tuvieran para pagarlo o no. A mi esposa se le
ocurrió la idea de dar una gruesa rebanada de pan hecho en casa con cada
taza de café. Sabíamos lo poco que mucha gente tenía para comer.
Entonces pensé en poner tres pizarras a la entrada, las cuales habían
tenido atrás para listas de órdenes y cosas así. En una de ellas se les pedía
a los hombres escribir lo que podían hacer, qué tipo de trabajo querían. En
la segunda, cualquiera que supiese de algún posible trabajo lo escribiría con
tantos detalles como supiese. Entonces, en la tercera pedíamos que todo
aquel que encontrase trabajo viniera de nuevo y lo apuntara. Seguro que se
detiene mucha conversación sobre la escasez de trabajo al poder señalar a
una pizarra y decir: “Míralo por ti mismo. Diez tipos consiguieron trabajo
ayer”».
«Bendecíamos el café cada noche y cada mañana, al cerrarlo y abrirlo.
Tratábamos de decir “Dios te bendice”, a cada persona al marcharse.
Muchos de ellos regresaron a decir “Dios los bendice”, luego de haber
conseguido un trabajo. Venían también con sus familias a comer y nos
promovían el negocio. Algunas veces, cuando pagaban su cuenta me daban
un dólar o quizás hasta cinco. “No es propina”, decían, “simplemente
gracias”».

«Siempre lo aceptaba porque sé lo que es no poder dar nada y luego tener


y poder dar. Siempre les dije de dónde venían las ideas cuando me
preguntaban y cómo me inicié en el negocio. Quizás algunos de ellos
comenzaron a depender de Dios; no losé, pero aún lo hago».

Podemos aprender mucho de de Bob Byrnes. Podemos decir la oración que


él vivió:

Me niego a creer que un buen trabajo (casa, automóvil, esposa,


amigos, salud, sabiduría, felicidad, etc) es imposible para mi. Pido ahora
este trabajo (o cualquier bien que se quiera o necesite) en el nombre de
Jesucristo. Pido y creo que va a venir ahora. Gracias, Dios, por tus
promesas. Confío enteramente en TI para que me traigas mi empleo (mi
bien).

Confiamos en Dios para nuestras necesidades actuales y confiamos en El


para nuestro futuro económico. Si El puede hacerse cargo de nosotros
ahora, ciertamente podrá hacerse cargo de nosotros en cualquier momento.
Si bien es bueno guardar dinero para cosas especiales, no es bueno ahorrar
pensando en tiempos de escasez o necesidad pues esa necesidad significa
para la mayoría de nosotros, un desastre en la forma de una enfermedad
indeseable, gastos inesperados, pérdida o accidente. Cuando ahorramos
sólo para posibles necesidades, nos privamos del presente y comenzamos
a atraer aquellas cosas para las cuales se ha reservado el dinero. Es mucho
más sensato ahorrar para las cosas que queremos en nuestra vida.
Un vecino le dijo a mi marido poco tiempo después de casarnos que
disfrutásemos de todo el dinero que tuviéramos. «No escatimen ni ahorren
ni dejen de gastar en las cosas que quieran mientras sean jóvenes», nos
dijo. «Eso fue lo que lo que nosotros hicimos y ahora mi esposa no está
bien y no podemos hacer ninguno de los viajes que siempre habíamos
deseado. Ni siquiera puede disfrutar de nuestro nuevo hogar ». No sólo la
felicidad, sino también ganancias se han perdido muchas veces, por el
miedo de usar de los ahorros para ese día «de necesidad».

Un estudiante me dijo que su padre había tenido miedo de tomar mil dólares
de los ahorros de la familia para invertirlos en una compañía en la cual
creía. La compañía había tenido un éxito tremendo y esos mil dólares
habrían tenido un valor inimaginable hoy en día. Casi toda familia ha tenido
un miembro que pudo haber sido rico si hubiera aprovechado una
oportunidad que desperdició por que temía lo que el futuro pudiera acarrear.

Dos parejas tuvieron oportunidades similares. Cada una vio propiedades


que prometían aumentar de valor. Uno de los esposos vio solamente que su
cuenta de banco no era suficiente para pagarla en su totalidad: el otro creyó
que con la ayuda de Dios y de su esposa podría reunir para pequeños
pagos mensuales. Ambas propiedades son muy valiosas hoy día, pero
solamente una pareja pudo cosechar la ganancia.

No debemos gastar lo que no tenemos o lo que no estemos seguros que


vamos a recuperar. Debemos pedir la guía de Dios en todas nuestras
compras e inversiones, no importa cuán grandes o pequeñas ellas sean. Y
debemos usar nuestro dinero. El dinero que no se usa no puede traer
intereses o dividendos; la comida que se guarda por mucho tiempo se echa
a perder, la ropa que no se usa por que es “demasiado buena”, pasa de
moda, el equipo que no se utiliza se enmohece: las ideas que no se usan
regresan a la Fuente sin beneficiar a nadie. Debemos mantener todo
nuestro bien en circulación. En la circulación hay vida; en la acumulación
sólo hay estancamiento y pérdida.

Uso el bien que Dios me da. Lo uso sabiamente y bien. Pido la


dirección de Dios en toda transacción financiera. Soy uno con lamente
Divina. Sé lo que tengo que hacer y lo hago ahora.

Hagamos un hábito el bendecir todo lo que tenemos. Cada vez que nos
llegue dinero u otro bien bendigámoslo, pues sabemos que la bendición lo
aumenta. El dinero bendecido va más lejos; así mismo el alimento que se
ha bendecido. La ropa y automóviles bendecidos duran más tiempo y dan
mejores servicio. Esta es también una de las invariables leyes económicas
de Dios. Podemos invocar el bien cuando usamos la bendición de Unity. «El
amor divino, a través de mí, bendice y multiplica este bien ahora».

Cuando hagamos una compra bendigamos aquello que adquirimos o en lo


cual invertimos y luego rehusemos preocuparnos o pensar sobre ello con
duda. Instantáneamente ponemos la compra o la inversión en manos de
Dios: «Padre, pongo esta casa, este automóvil, esta inversión, en tus
manos. Rehúso preocuparme o inquietarme por ello. Tú estás
completamente a cargo. Gracias». De esta manera nos libramos del temor a
haber hecho una decisión incorrecta o de cualquier duda sobre el futuro
conectada con la compra o inversión.

De nuevo, todo lo que tenemos que hacer es confiar en el Señor y hacer el


bien. Preocuparse es «no hacer el bien». La preocupación no le hace bien a
nadie. Cuando nos preocupamos, nos estamos olvidando de dónde viene
nuestra provisión y de que ella solamente depende de nuestra demanda,
nos estamos olvidando de que Dios tiene todo el bien para nosotros ahora.
Porque si esto es así, no tenemos razón para temer el usar lo que tenemos.
Si ahorramos substancia, la ahorramos para algo bueno, algo productivo y
deseable, no por que pensamos que acecha «un día de necesidad».
No espero nada más que bien. Estoy libre de toda preocupación,
confío en Dios todo el día. Confío en El en cada una de mis
actividades. Cuando me voy a dormir, confío en que El atenderá todos
mis asuntos. El es el único responsable de mi bien. Mi parte es
confiar. Confío y creo en las promesas de Dios, ahora.
EL MARAVILLOSO Y POSIBLE «AHORA»

¿Cuánto tiempo tenemos que esperar para que el bien ocurra? ¿Cuánto
tiempo tenemos que esperar para que la prosperidad llegue a nosotros?
¡Hemos esperado ya tanto tiempo!

Hemos esperado por Santa Claus, hemos esperado por los cumpleaños,
hemos esperado a que nuestra madre estuviera lista para llevarnos a los
lugares: hemos esperado a tener la edad suficiente para tener una cita. Y
para guiar un automóvil. Algunos de nosotros hemos esperado largo tiempo
antes de que llegase la persona indicada para amar y ser amados por ella;
¡hemos esperado, oh, por tantas cosas!

«Espera, espera, espera», se nos ha dicho toda nuestra vida, «Todavía no


puedes hacer eso». «Todavía no puedes tener eso». «Espera, espera,
espera, espera». Hemos practicado y se nos ha entrenado para esperar.
¿Es de admirar, pues, el que la mayoría de nosotros sintamos que tenemos
que esperar para que el bien de Dios llegue a nosotros? ¿Es de admirar que
no tengamos una conciencia del ahora?

Sí, estamos casi satisfechos con la agradable sensación que nos llena
cuando sabemos que el bien está en camino hacia nosotros. Pero esto no
es necesario. No tenemos que esperar.

No tenemos que esperar en absoluto. El bien que tiene Dios para nosotros
está cerca. Está a la mano, donde podemos tocarlo, sentirlo, usarlo. El bien
de Dios nos llega tan pronto como podamos aceptarlo. La felicidad nos llega
una vez que nos negamos a ser infelices y aceptamos el gozo que Dios
siempre tiene disponible; las curaciones vienen cuando aceptamos
completamente esa posibilidad y abrimos nuestra mente, corazón y cuerpo,
de manera que el poder sanador de Dios pueda trabajar sin interferencia
alguna. Sí, las cosas comienzan a suceder en el momento en que
comenzamos a pensar: «No tengo que esperar. Ahora, ahora, ahora, puedo
tener el bien que necesito y deseo. Ahora puedo creer que está llegando sin
demora. Sé que está llegando. Lo siento llegar. Lo veo llegando».

Hasta que no veamos y sintamos el bien, no podemos aceptarlo. Mientras el


bien permanezca invisible, no puede usarse. Uno puede estar sentado
sobre una gran suma de dinero sin beneficiarse de él, hasta que sabe que
está allí, lo saca, lo toca y lo maneja. Uno puede saber que hay un trabajo
para el que está preparado, pero a menos que no vaya a llenar la solicitud,
nunca lo tendrá. Uno puede saber que cierta palabra puede sanar una
inarmonía, pero hasta que no pronuncie esa palabra, la situación
permanecerá igual. De la misma manera sucede con nuestras oraciones y
nuestro trabajo metafísico para la prosperidad.

Debemos aceptar la totalidad del poder de Dios, la ilimitada vastedad de Su


saber y tener; sobre todo debemos aceptar su accesibilidad para nosotros,
ahora. Ahora. Esta es la manera en que adquirimos una conciencia del
ahora y ésta es la manera de adquirir prosperidad sin demora. Esta es
también la forma de librarnos, de una vez por todas, de una conciencia
limitada. Así es como superamos el pensar, el sentir, el creer que tenemos
que esperar largos períodos antes de poder obtener el bien que queremos y
necesitamos.

Gerald Timmons había estado trabajando para ser próspero desde que fue
introducido a la Verdad. Había leído libros, había estudiado, había tomado
clases, había escuchado conferencias. Era un hombre inteligente, un
hombre bueno. Creía sincera y profundamente en Dios. Creía en la rica
bondad de Dios y que Dios quería que él fuera próspero. Creía que Dios
podía ayudarlo a ser próspero en todos los aspectos, pero de alguna
manera, nunca había tenido la prosperidad verdadera que deseaba. Su vida
mejoró. Toda su vida era mejor de lo que había sido antes de haber
empezado a vivir la Verdad que estaba aprendiendo.
Como es el caso de la mayoría de nosotros, su vida había cambiado lenta
pero constantemente. Se expandió un poco, primero en una dirección y
luego en otra. Adelantó mucho en la superación de un sentimiento de
indignidad y de un miedo recurrente a la escasez. Eliminó muchas nociones
limitantes. Se volvió una persona más saludable. Había estado viudo por
varios años y a través de su estudio sobre la Verdad conoció a una mujer
con la cual está ahora felizmente casado. Sus hijos terminaron su educación
universitaria, pagando ellos su mayor parte. Tienen ahora buenos trabajos,
están casados y tienen sus propios hijos. No era que Gerald Timmons
estuviese descontento. Era que simplemente quería demostrar mucho
dinero, por dos grandes razones.

Al igual que muchos estudiantes de la Verdad, sentía la obligación de


demostrar una ilimitada prosperidad como prueba de las enseñanzas;
también quería mucho dinero financiero. Ninguna de las dos razones es
mala; de hecho, no necesitamos razones para ser ricos. Deberíamos de ser
ricos por la simple razón de que somos hijos e hijas del más acaudalado de
todos los padres. Y Gerald seguía trabajando hacia esa conciencia del
«ilimitado ahora».

Continuó leyendo libros de prosperidad; los estudiaba y seguía sus


sugerencias. Continuaba progresando pero esa olla de oro que quería
parecía ser tan esquiva como la de la fábula al pie del arcoíris. Entonces
una noche, después de las doce, me llamó.

«Lo tengo, lo tengo», me dijo excitadamente. «Finalmente, lo tengo».

«¿Qué cosa es, Gerald?» Sabía que era una cosa muy importante porque
nunca antes me había llamado tan tarde.
«¡Un cuarto lleno de oro!»

«¿Un cuarto lleno de oro?»

«Y hay más»

«¿Más que un cuarto lleno de oro?»

« Mucho más». Su voz bajó a un intenso susurro. «Finalmente tengo una


conciencia de un millón de dólares».

Yo podía sentir su entusiasmo y su convicción. «Háblame sobre ello.


¿Cómo es que lo lograste esta noche? ¿Qué sucedió?».

«Realmente no sé. Estaba dormido. Como siempre hago, me fui a dormir


afirmando que la gran riqueza de Dios es mía para disfrutarla y usarla ahora
como El quiere que la use. Eso fue todo. Me dormí y luego me desperté. El
cuarto estaba lleno de oro, lleno de oro en movimiento. Cuando mis ojos se
ajustaron a la brillantez inesperada, me di cuenta de que la luz venia de una
lámpara en el patio. Era una luz amarilla pero esta luz en mi cuarto parecía
dorada, no amarilla. Hasta las obscuras sombras de las hojas en las
paredes eran de oro; la sobrecama era color de oro; los muebles tenían
reflejos color oro. Había oro en todas partes y mientras lo miraba me di
cuenta de pronto de que yo era un millonario y de que tenía todo el dinero
disponible que yo pudiera jamás usar, en cualquier cantidad que pudiese
desear.

«Fue más que una sensación de seguridad. Fue tan real como si hubiese
habido montones y montones de dinero esperando para que yo lo contase.
Yo supe también que había más dinero del que yo podría usar ahora; era
dinero que seguiría viniendo a mí en cualquier cantidad o forma que yo
necesitase, siempre y cuando lo utilizase bien. Nunca me sentí tan
levantado».

«Todavía lo estoy». Dio un largo y feliz suspiro. «Estoy verdaderamente en


la cima de la montaña y, sin embargo, nunca me he sentido más práctico y
organizado. De alguna manera he expandido mi conciencia por primera vez
para incluir la certeza de una gran riqueza en camino ahora, para que la
use, la multiplique, haga con ella el trabajo que Dios debe desear que haga:
si no, no tendría las ideas y deseos que tengo».

«Extrañamente, también tuve la sensación de tener más habilidad de la que


nunca antes había sentido. Siento que sé más o sé mejor cómo debo de
hacer lo que se supone que haga. Así creo», y su voz disminuyó en una
especie de reverencia que nunca antes había tenido, «Yo creo que no hay
nada que no pueda hacer ahora con la ayuda del padre. ¿Por qué me tomó
tanto llegar a este lugar?».

«Estoy seguro que no importa el porqué; lo único que importa es que estoy
aquí. Nunca he sentido tanto el deseo de gritar mi agradecimiento o he
querido estar tan absolutamente callado, porque estoy humildemente
agradecido».

Gerald había construido una firme base a través de su estudio y práctica de


los principios de la Verdad. «Finalmente me di cuenta de lo que tengo y que
nada ni nadie podrá nunca quitármelo», dijo. Había alcanzado una
conciencia de un millón de dólares; había desarrollado una conciencia de
«prosperidad, ahora». Aún la posee.

No sé si tiene o no un millón de dólares en su cuenta de banco, o cuál es el


valor de su propiedad o de sus negocios. Todo mundo que lo conoce sabe
que no falla en las inversiones. Siempre está al tanto de las cosas en el
momento adecuado. Está envuelto en muchos negocios. Cada uno de ellos
está produciendo un bien constructivo para un gran número de personas.
Gerald es todavía un hombre animado, lleno de entusiasmo por todo lo que
hace y por la activa ayuda de Dios en sus empresas. Es verdaderamente
próspero en sus asuntos. Vale la pena trabajar para adquirir esa conciencia
de un millón de dólares, esa conciencia de «prosperidad, ahora».

Las personas con una rica conciencia del «ahora», siempre pueden vivir
como si fueran ricas, no importa el volumen de sus cuentas de banco. Las
familias que tienen este tipo de conciencia mantienen su riqueza y
aumentan sus posesiones. La mayoría de nosotros hemos conocido
personas con este tipo de conciencia y que no tienen dinero en grande, pero
que pueden, de alguna manera, vivir como «si lo tuvieran»; aparentemente
no pierden su conciencia de riqueza. Es la conciencia lo que importa: es la
conciencia lo que hace la diferencia.

Construimos la conciencia primero; luego la manifestación, y la


demostración puede venir. Es el tener una conciencia de riqueza, una
conciencia de un millón de dólares, lo que hace a los hombres capaces de
reconstruir imperios financieros, recuperar grandes pérdidas financieras,
comenzar desde la nada, comenzar con los proverbiales cordones de
zapatos. La gente que no da la talla, la gente que no logra sobreponerse a
reveses financieros, no tiene esta conciencia de riqueza. Todos debemos
trabajar para adquirirla. Hay muchas razones por las cuales no la tenemos
todavía.

Muchos de nosotros creemos, y siempre hemos creído, que ciertas cosas


no son para nosotros. Algunas veces hemos limitado nuestro bien al pensar
y decir: «Yo no quiero una gran riqueza. Sólo quiero una cantidad
confortable». Algunas veces limitamos nuestro bien aun más, cuando
decimos: «Sólo quiero lo suficiente para cubrir esta necesidad». Gerald
Timmons quiso más que esto, mucho más y lo obtuvo. Cuando elevamos
nuestra conciencia de bien, atraemos y recibimos una correspondiente
porción mayor de amor divino y provisión. Sabiendo que Dios es un Padre
que es todo provisión y todo amor, no podemos pensar que haya un límite al
bien que El nos dará.

Preguntémonos seriamente: ¿Pensamos realmente que hay una cantidad


fija para que cada uno de nosotros tenga y disfrute? ¿Es Dios realmente un
padre arbitrario que dice: «¿Puedes tener tanto y nada más?» ¿Pensamos
realmente, en lo profundo de nuestro corazón, que hay algunas cosas
demasiado buenas para nosotros desearlas o poseerlas? ¿Existe una altura
mas allá de la cual no vamos a pasar en nuestro pensar, nuestro desear y
nuestro pedir? Seamos honestos. ¿Qué pensamos realmente? Si tenemos
reservas acerca de nuestro bien, acerca de lo que podemos esperar,
entonces debemos comenzar a corregirlas. Nos ayudará el leer la respuesta
a todas estas preguntas en Juan «Hasta ahora no habéis pedido nada en mi
nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo».

Lee esas palabras hasta que realmente las entiendas. ¡Hasta ahora no
hemos pedido nada! Esa es toda una declaración de Jesucristo, seguida por
su gran promesa de que recibiremos cuando pidamos. ¿Y cómo pudiera ser
nuestro gozo completo si no pedimos una prosperidad ilimitada? Cualquier
escasez de bien impedirá que nuestro gozo sea completo. Si no carecemos
de nada tendremos tiempo para disfrutar de todos los aspectos de la vida,
con abundancia de tiempo para el estudio, la oración, la meditación y el
relajamiento.

La promesa nos es dada en el Viejo Testamento también. El salmista lo dice


de esta manera: «Aquellos que buscan al Señor no carecen de nada
bueno». Busca al Señor y tendrás toda cosa buena. Si, aquí de nuevo está
la promesa de que nada es demasiado para pedirlo. El salmista dice:

Nada bueno retiene el Señor de aquellos que caminan rectamente.


Tenemos que repetir estas promesas una y otra vez hasta que se graben en
nuestro corazón y mente, y debemos creerlas. Ninguna promesa puede ser
cumplida si se la toma a la ligera. Una promesa tiene que ser aceptada y
creída, así como consumada. Aun las maravillosas promesas de Dios no
pueden realizarse a menos que creamos en lo que se dice.

No, éstas no son meras reafirmaciones placenteras. Podemos atrevernos a


tomar a Dios literalmente. Podemos tomarlo por su palabra sin ninguna
interpretación. Podemos atrevernos a pensar que El quiere decir
exactamente lo que está diciendo El lo ha probado.

Sabemos cuán ricos eran los hombres del Viejo Testamento. Cada uno
parecía ser más rico que el que había vivido antes. Finalmente allí tenemos
a Salomón «En toda la gloria» con toda su vasta riqueza. Salomón llenó los
requisitos del Salmista. Caminaba rectamente, pedía un corazón
comprensivo, buscaba a Dios. Salomón tenía una conciencia de riqueza. Su
padre era un rey rico; su Padre era nuestro rico Padre:

Yo soy el hijo de Dios y heredo su riqueza ilimitada ahora. No temo a


la escasez ahora ni en ningún momento, porque tengo una conciencia
de riqueza. Tengo una conciencia de un millón de dólares. Aprecio la
vasta riqueza de Dios. Me doy cuenta de que El tiene pródiga
abundancia para todos sus hijos en todas partes. Es fácil para Dios el
proveer todas mis necesidades inmediatamente, porque sí tengo una
conciencia de un millón de dólares. Antes que le pida, el provee
abundantemente.

No hace mucho tiempo que hablé con un hombre que trabaja en una gran
Compañía, una compañía joven que ha crecido rápidamente. Estaba
sumamente entusiasmado con los oficiales y con casi todo el mundo que
trabajaba allí. «Desde el mismo principio», dijo «deben de haber estado muy
seguros del éxito allí». Hay un sentimiento de confianza ahora. Esto crea un
entusiasmo que es contagioso. Todo el mundo parece estar entusiasmado y
optimista. Nunca he visto allí a nadie dependiente del reloj, todos los
empleados parecen ser apreciados. Hay muchos beneficios extras y una
sensación de prosperidad por todas partes».

«Cuando se considera una propuesta, el costo no se menciona nunca hasta


que la idea misma no se haya probado por su beneficio potencial para los
clientes y la compañía».

Es evidente que el rápido éxito de esta compañía es prueba adicional del


valor de tener una conciencia de éxito y riqueza. Otra compañía también lo
descubrió. El desastre financiero parecía inminente. Sólo había dos
miembros de la junta de directores que no estaban temerosos o
desalentados. Ellos dos estaban lejos de querer darse por vencidos. De
hecho, estaban tan seguros de un buen resultado que no podían entender
los lóbregos pronósticos de los otros miembros de la junta. Era como si
hubiera dos negocios: dos veían el negocio con una conciencia de riqueza;
y los demás miembros de la junta con una conciencia de temor al fracaso.
El bien era lo suficientemente fuerte como para sobreponerse al pesimismo
y el éxito llegó para aliviar a la mala situación financiera.

Un buen pensamiento vale innumerables pensamientos negativos. Estas


son, verdaderamente, las buenas noticias que estamos esperando
escuchar. No importa cuántos pensamientos y palabras negativas hayamos
pensado, sentido y expresado, podemos comenzar a usar palabras de
conciencia, de riqueza, podemos comenzar a sentirnos ricos, podemos
comenzar a actuar ricamente. Nuestras poderosas buenas palabras
contrarrestarán toda negatividad. Todo lo que tenemos que hacer es estar
seguros de no añadir ninguna otra negatividad a nuestro mundo, al
continuar pensando de manera limitada y temerosa.

No importa que no hayamos tenido una conciencia de riqueza o de un millón


de dólares antes. Podemos tener una hoy. No tenemos que demorar
nuestro bien ni un minuto mas! Si hemos creído que tenemos que esperar
por el bien, podemos aceptar ahora la verdad de que no tenemos que
esperar. Si hemos creído que sólo podríamos tener un poco de bien,
podemos expandir el horizonte de nuestra mente, de nuestra fe, de manera
que podamos saber con toda nuestra mente y corazón, que hay un bien
ilimitado listo para nosotros ahora, sin mayor dilación.

A un exitoso escritor se le había dicho en la universidad que tenía talento,


pero que tendría que vivir y experimentar muchas cosas (al igual que
conocer muchas personas) antes de poder convertirse en un éxito. El
aceptó esta idea por un número de años. Entonces se dio cuenta de que su
talento le había sido dado por Dios como un canal a través del cual vendría
su prosperidad, y que debería de usarlo ya. «Decidí escribir sobre lo que
sabía entonces. Cuando aprendí más sobre la vida y la gente, escribí sobre
eso, y cuando aprenda aún más todavía, escribiré sobre ello». Otro escritor
alcanzó el éxito más temprano. Una maestra de escuela superior le había
dicho: «Tienes talento. Úsalo. Úsalo ahora. No dejes que nada te detenga,
ni aun los rechazos debido a los tropiezos, puedes ser un escritor con éxito
antes de que tengas treinta años si escribes, escribes, escribes y no te
aplazas (demoras)». Así lo hizo. Le habían dado una «conciencia de éxito,
ahora». Podemos ayudar a los demás a expandir su conciencia de
prosperidad. Al hacerlo así, expandimos también la nuestra. No queremos
que los demás experimenten cualquier demora que nosotros hayamos
tenido. No queremos que nadie más tenga que decir. «¿Por qué no hice
esto previamente? ¿Por qué no hice esto antes? El tiempo no importa una
vez que hayamos alcanzado la expansión de nuestra conciencia.

Sí, gracias Dios, porque no tenemos que esperar el bien «algún día»;
podemos esperarlo, ahora, en este minuto.

El bien viene a mi ahora, hoy.

Gracias, Dios, mi bien viene ahora, fácilmente, sin esfuerzo o


preocupación. Estoy feliz, ahora. No tengo que esperar por nada o por
nadie para ser feliz. Soy saludable, ahora. No tengo que esperar por
curación o energía. Soy sabio, ahora. No tengo que esperar por
comprensión. Soy rico, ahora. Ya no tengo que esperar por la
prosperidad. Está aquí ahora. Soy verdaderamente próspero en todas
las áreas, ahora.

El bien viene a mi, ahora, en todas partes de mi vida.

El bien ilimitado es posible para mi, ahora.

Tengo una conciencia de realidad, ahora.

Tengo una conciencia de salud, ahora.

Tengo una conciencia de riqueza, ahora.

Tengo una conciencia de un millón de dólares ahora.

Mi período de espera ha terminado. Tengo ahora mi bien.

Ahora es el momento en que acepto mi bien.


PROSPERIDAD A TRAVES DE LA SOCIEDAD

El socio ideal a quien podemos invitar a compartir una aventura de negocios


es Dios. ¿Qué otro socio tiene todo el poder, toda la sabiduría, todo lo
bueno? ¿Qué otro socio cuidará los intereses del negocio cada minuto de
cada día? ¿Quién más nos puede dar ideas, provisión y atender toda
necesidad? Qué persona puede inspirarnos, confortarnos, aligerar nuestra
carga, hacer todas las cosas bien?

El tener a Dios como socio es comparable a encontrar un socio que tiene


habilidad, talento, educación, fortaleza, dinero, vasta comprensión,
optimismo inflexible, valor, firme lealtad; un socio que tiene todo y es todo.
Sí, cuando tomamos a Dios como socio, tenemos todo lo bueno para
nuestro negocio.

¿Cómo lo hacemos?

Muy sencillamente. Realmente le pedimos a Dios que sea nuestro socio. Lo


invitamos a que sea el líder de nuestra Compañía, el que toma las
decisiones, grandes y pequeñas, el que diseña el plan de toda la actividad
de negocio. Le decimos que consultaremos con El primero, en todo lo que
hacemos. El habrá de hacer lo que quiera en todo, pues sabemos que El
sabe lo que es mejor en todo momento. Entonces dejamos de planear, nos
retiramos, por decirlo así, dejamos que El se haga cargo del negocio. Tiene
que ser más que una sociedad verbal. Tenemos que creer lo que estamos
diciendo cuando le pedimos que sea nuestro socio. Tenemos que estar
dispuestos a decir: «No mis ideas, sino las tuyas; no mis decisiones, si no
las tuyas». Tenemos que mantener nuestra mente abierta para SUS
sugerencias. Tenemos que mantener nuestros motivos a la par con los
suyos. Tenemos que reafirmar constantemente que El es, en efecto, nuestro
socio, el único en quien confiamos. Debemos de relajarnos, rehusar el
preocuparnos o inquietarnos y verdaderamente dejar que Dios tenga mano
libre en nuestro negocio.

John Henderson había tenido un número de éxitos y fracasos. Estaba en el


negocio de perforación de tierras en busca de petróleo y había taladrado
muchos pozos productores y varios arenales. «No hay nada», dijo, «que
pueda enfermar más a un sujeto que el darse cuenta que ha taladrado un
agujero seco. Ves todas las esperanzas y planes, todo el dinero y la gente
perjudicados por ello. Es una especie de película triste cuando miras el
lugar y sabes que no hay nada allí, nada en lo absoluto. Se ha ido la
esperanza, la inversión, el tiempo y el esfuerzo; todo se ha ido».

Entonces me habló sobre su esposa. «Es del tipo que todo hombre debería
tener. Me respalda, no importa lo que pase. Siempre lo mismo. Nunca trata
de imponer sus ideas o de cambiarme, la verdad que no». Rió.
«Usualmente me pone en la caja del almuerzo algún folleto de Unity.
Algunas veces una revista abierta y doblada en algún artículo que le gustó,
otras veces era un artículo recortado o una hojita suelta. Otras, una o dos
oraciones que ella había copiado para mi. Algo de ello lo leía, la mayor parte
no. Si el equipo funcionaba bien, me tomaba tiempo para almorzar
pausadamente, pero con más frecuencia almorzaba a media noche. Muchas
noches me quedaba al pie del equipo perforador y no iba a casa».

«Entonces llegó este último agujero, seco. Fue el mayor, el más seco y el
peor desengaño que había tenido. La geología estaba prácticamente
garantizada y todo había marchado de acuerdo con el programa hasta que
llegamos a la arena donde el petróleo se suponía que estuviera, sólo que no
estaba. Se había ido hacía mucho tiempo». Hizo una pausa, recordando:
«Es una triste escena ver un equipo dejar de trabajar porque no tiene
sentido el continuar. Es duro ver toda una maquinaria amontonada y a los
hombres marcharse».
«No podía irme. Me sentía atado al agujero. Además me tocaba a mí decidir
qué era lo próximo que debía de hacerse. No quería almacenar el equipo.
No tenía otra cosa en mente. No quería despedir a los hombres, tenían
familia y eran trabajadores».

«Tenía que haber petróleo allí, en algún sitio. El lugar me parecía bueno.
¿Pero cómo podía conectarme con él? Tenía que conseguir un lugar dónde
perforar con éxito. Había tenido tres agujeros secos sucesivamente. Quería
hacer dinero para pagar lo que había perdido en esos agujeros, mi propio
dinero y el dinero de la gente que me había respaldado».

«Permanecí sentado allí por largo tiempo. El sol ya casi se había puesto. De
pronto tuve hambre. No había comido desde el desayuno. Mi esposa me
había preparado un gran almuerzo y me comí hasta el último pedacito. En el
fondo había una hoja de papel. Todo lo que decía era: “Cuando no sepas,
pregúntale a Dios. Cuando no entiendas, pregúntale a Dios. Cuando
necesites ayuda, pídesela a Dios. Cuando necesites un socio con todo,
pídeselo a Dios”.

«Esas palabras se me clavaron en los ojos. No sabía qué hacer. Necesitaba


ayuda. Necesitaba un socio. Si Dios era la respuesta (y El podía serlo si
llenaba todos esos requisitos), entonces, lo mejor era probar con El. Nunca
lo había hecho antes. Comencé a hablar con Él en voz alta. No había otro
ser humano a quien pudiera molestar, en veinte millas a la redonda. “Dios”,
dije, “parece como si necesitase a alguien que sepa más que yo.
¿Trabajarás conmigo? Necesito desesperadamente un socio que sepa bien
dónde está parado».

«Tal vez esto suene irrespetuoso», dijo Henderson. «No era ese mi
propósito. Simplemente eso era lo que quería decir. Y algo extraño, me
había sentido inquieto, acorralado y en una encerrona y de pronto, estaba
relajado y tan soñoliento que no podía mantener los ojos abiertos. Me
recosté sobre un montón de madera y dormí casi hasta el amanecer. La
luna aún estaba fuera y había una suave luz rosada en el este, donde el sol
estaba a punto de salir. Me estiré. Ni siquiera me sentía tenso y recordé
donde me había quedado la noche anterior. ¿Qué hago ahora, Dios?, dije.
Eres socio en este negocio ahora. ¿Te acuerdas?».

«Pasé la mirada alrededor del equipo. Miré la tierra alrededor de él. Vi todas
las indicaciones de la tierra que se supone señalen lo que hay debajo. Dios,
tiene que haber petróleo en algún sitio allá abajo, yo dije».

«Entonces tuve la más extraña experiencia que jamás haya tenido. Pienso
que no le creería a nadie que me contase la misma historia. Tuve que
creerla porque me sucedió a mí. Parecía que había dejado de pensar,
dejado de mirar. Era como si todo lo demás se hubiese detenido conmigo.
Fue el momento más tranquilo que jamás haya conocido. Entonces fue
como si una voz sonase, aunque no fue así, pero las palabras eran claras:
“Sí hay petróleo. Ve más profundo. Más profundo. Más profundo”».

«Volví en mí, entonces, me sacudí, sacudí mi cuerpo y mi cabeza con


fuerza. ¿Era esto producto de mi deseo? Sabía que se había encontrado
petróleo muchas veces cuando se perforaban los pozos más
profundamente. Sabía que había habido también agujeros secos solamente.
Me sentí inseguro durante algunos minutos. ¿Qué podía creer? Entonces
dije “esta bien, Dios, socio, tengo que creer. Si tú dices que perfore más
profundo, así lo haré. Si eres un verdadero socio, me guiarás hacia el
dinero, para que así podamos seguir perforando”».

«Cualquiera que fuera la verdad, me sentí contento de pronto, casi excitado.


Me di cuenta que estaba silbando al recoger los informes, muestras,
cualquier cosa que pudiera ser de interés para alguna persona o banquero
al cual me acercase para pedirle dinero. En ese momento no tenía idea de a
dónde dirigirme para buscar el dinero que necesitaba (yo tenía algo, pero no
lo suficiente). Al entrar en el automóvil tuve la fuerte sensación de que no
iba a necesitar mucho».
«Eso me estremeció también. Sentí de nuevo la hoja de papel en el bolsillo
de mi camisa. ¿Estaba soñando? ¿Estaba fuera de mis cabales? No
arranque inmediatamente. Había demasiado en que pensar. ¿Y si esto
fuera simplemente mi imaginación? Después de todo, no había dormido lo
suficiente durante varias semanas. ¿Y si mi subconsciente me estaba
jugando una mala pasada y todo esto no era más que fantasías? ¿Me
estaba tomando el pelo a mí mismo?».

«Probé con otra pregunta: “socio, ¿tengo el dinero suficiente ahora?” Estaba
seguro de que no lo tenía, pero no tenía idea de cuán profundo tendríamos
que perforar para dar con otro arenal que pudiese tener petróleo. Esperé y
entonces la respuesta vino tan clara como si hubiese sido pronunciada: “Lo
tendrás”».

«Manejé hasta el pueblo. Paré en la primera estación de gasolina para


llamar a mi esposa y llamar a los hombres para que regresaran. Mi esposa
me dijo más tarde que ese había sido mi acto de Fe. Ella dice que uno tiene
que hacer algo que demuestre que uno está yendo junto con Dios. Bueno,
no tenía otra alternativa. Era tener a Dios como socio u olvidarse de todo el
negocio».

«Cuando volví al automóvil, un hombre que había conocido hacía mucho


tiempo, venía conduciendo un camión. Se bajó y vino hacia mi automóvil.
¿Cómo va todo?, preguntó.

«Bien, le dije.»

«Oí que desistías».

«Conmovedor, dije, sacudiendo la cabeza. Usualmente en el negocio del


petróleo, la gente no hace preguntas y por seguro uno no dice a los demás,
más de lo que tiene que decir. “Solo le di la noche libre a los muchachos”».
«¿Vas a seguir adelante?»

«Asentí. Metió su mano en el bolsillo. “Tengo unos cinco mil que me están
quemando el bolsillo”, dijo calmadamente. “úsalo. Si consigues un pozo (y
creo que lo conseguirás, pues tienes un lugar apropiado), dame un interés».

«Los negocios solían hacerse así, constantemente, pero ya no. El confiaba


en mí y sabía que yo confiaba en el. Para mí significaba mucho, casi más
que el dinero, que él creyese en mí y en el sitio. “Gracias”, dije “Gracias
socio”. Me refería a ambos, al hombre y a Dios.

«Seguro que salió bien. Los hombres estaban con el equipo cuando
regresé. Estaban felices y el optimismo es contagioso. La perforación
marchaba fácilmente. Yo me mantuve ocupado, diciendo, “Gracias, Socio,
por los tres días que nos tomó llegar a la arena que nos lleve a un hermoso
pozo. ¡Dios va a ser mi SOCIO de ahora en adelante!».

Todos podemos aprender de la sociedad Henderson-Dios. Primero tenemos


que decidir pedirle a Dios que sea nuestro socio en nuestra empresa,
cualquiera que ésta sea. Entonces lo escuchamos y seguimos. Sus
sugerencias sin objetar. Damos cada paso, aun cuando no sepamos a
dónde nos conducirá. Vamos confiadamente. Aceptamos lo que venga a
nosotros sabiendo que tenemos un Socio que «sabe moverse», que pone
las cosas en marcha y que puede traernos a la gente indicada para
ayudarnos. Entonces nos acordamos de decir «gracias, Dios», una y otra
vez, hasta que se convierta en una respuesta automática para cada trocito
de bien que venga a nuestra experiencia. Sí, hay un camino y podemos
seguir este camino hacia una perfecta y productiva sociedad con Dios.
Jed Nichols quería entrar en negocios y trabajar para sí mismo. Tenía el
trasfondo necesario de educación, entrenamiento y experiencia. También
había encontrado una buena localidad. Necesitaba una cosa: «Un socio,
una persona con ideas y dinero. Tal vez, todo lo que necesite sea dinero».
Sonrió.

Le fue sugerido que probase a Dios como socio. «¿Dios? ¿Mi socio?» El
pensamiento fue un poco chocante para él. «Yo sé que El está deseoso de
ayudar de todas las formas posibles», dijo pausadamente, «pero ¿cómo
pudiera conectarme con Dios como socio?» El no estaba rechazando la
idea completamente.

«Pregúntale. Has de ello tu oración especial».

Puedo ver a Dios activo en algunos negocios, pero éste no tiene nada que
ver con Dios. Nuestra mercancía no es bella, cara o rara. Es práctica: ropa
de trabajo, uniformes, zapatos, botas, cosas que los hombres y mujeres
necesitaban en una factoría». Sacudió la cabeza.

«¿No esta Dios en las factorías? ¿En el trabajo y en los trabajadores? ¿No
sería el parte de esta tienda tan necesaria? ¿no va a ser éste un canal para
que sus necesidades sean satisfechas?».

«Tal vez todavía estoy pensando en un Dios que tendría que bajarse de una
nube y entrar a la tienda con todo tipo de sonidos celestiales y efectos
visuales». Rió. «Cuando pienso en el Dios en mí y en el Dios en cada
hombre como mi socio, esto comienza a tener sentido. ¡Oh, qué difícil es
apartarse de la vieja idea de Dios en el cielo! Voy a probarlo. Tal vez El me
pueda traer a la persona indicada, una vez que vea las posibilidades que
veo yo».
Jed le pidió a Dios que fuera su socio, pero el esperaba un socio humano.
No resultó así.

«Todavía tenía reservas sobre este socio de negocios», me dijo más tarde.
«Y se lo dije a Dios. “Dios”, le dije, no sé si ésta es tu idea o no. Si esto está
bien contigo, seamos socios. No me siento muy bien pidiéndote que seas
socio de un negocio tan práctico. No es nada celestial».

«Estaba casi contento de que nada sucediera. No sabía cómo iba a actuar
en esa sociedad tan insólita. Entonces me di cuenta que había tenido más
de una idea y que no había hecho nada con respecto a ellas. Me
preguntaba si verdaderamente habían sido ideas sugeridas por Dios. Me
sentía mal respecto a ellas, como si hubiese perdido algo realmente bueno.
Entonces me di cuenta de que Dios tiene un número ilimitado de ideas, así
que le dije que sentía haberlas dejado pasar y que trataría diligentemente
de escucharlo cuando El me dijera algo».

«Primeramente comencé a sentir la cercanía de Dios como nunca antes.


Por primera vez comprendí lo que significa llamarlo a El una “ayuda muy
presente” y lo que significa decir que esta “a la mano”. Verdaderamente
sentí que nunca más podríamos separarnos. Esto representaba mucho para
mí. Entonces vinieron las ideas».

Vendí mi auto. Esto pagó un año de renta, cuando fui a ver a los mayoristas
con quienes quería hacer negocio, me extendieron el crédito. Era casi
increíble de tan bueno que era. Les gustó mi local y la renta de mi auto para
alquilarlo. Encontré muebles y enseres de uso para habilitar la tienda que
estaba en buenas condiciones. El vendedor me dijo que me olvidase del
pago por un año, a menos que me hiciera rico demasiado rápidamente.
Llegó el momento en que todo lo que necesitaba era una dependiente que
también pudiera ayudarme con los libros de contabilidad. Algunas veces las
mujeres prefieren comprarle a las mujeres, frecuentemente los hombres
prefieren comprar más a una mujer. La tienda necesitaba una mujer».
«Una mañana me desperté pensando en mi prima Elsie. “Oh, no, Dios, Elsie
no”, dije en voz alta. Peleábamos desde que éramos niños. Cada vez que
nuestras familias se reunían habían peleas cuando éramos pequeños, y
violentas discusiones cuando éramos mayores. Ni siquiera la había visto
desde que se graduó de la escuela superior. Pero Elsie Continuaba en mi
mente.

«Está bien, iré a verla aunque sólo desperdicie una noche», le dije a Dios
una tarde. Elsie no tenía sentido. Pero la idea debió de haber tenido sentido
para Dios. Era mucho más agradable de lo que yo la recordaba. Tenía
sentido práctico. Entendió de inmediato lo que yo quería hacer y estaba
segura de que el negocio sería un verdadero éxito. Dijo que le gustaría
tener un interés en él».

«¿Qué sucedió, pues? ¡Terminé con la peleona de mi prima como socia! O


pero ya no peleaba. Quizás yo tampoco. Así lo espero ¡Pero ciertamente
nunca pensé que le daría gracias a Dios por Elsie! Lo hago todos los días»,
añadió simplemente. «Mi trabajo más activo es el darle gracias a Dios por
todo el negocio que entra, por los clientes satisfechos, por las mejoras a la
tienda que parecen venir sin ningún esfuerzo».

En la historia de Jed vemos el mismo patrón de acción: la invitación a la


sociedad con Dios aunque el individuo estuviese dudoso todavía, indeciso,
pero dispuesto a probar. La mente de Jed también estaba abierta y
receptiva y luego obediente a las ideas y sugerencias de su Socio. ¡Hasta
siguió la idea que no le lucía razonable!. Finalmente dio gracias
constantemente, pues nunca olvidó la Fuente de su bien.

Dos mujeres comenzaron una agencia de empleos. «Necesitamos a un


hombre en este negocio», dijo una de ellas. La otra dijo: «Necesitamos a
Dios». Así que le pidieron a Dios que fuese el tercer miembro de la firma.
Igual que Jed, recibieron guía y dirección que siguieron. La empresa probó
ser un éxito fácil.

Cualquier cosa que hagamos, cualquier cosa que emprendamos, somos


sabios cuando le pedimos a Dios que sea nuestro socio. Aunque nuestro
proyecto sea uno a muy corto plazo, haremos el trabajo mejor, más
fácilmente, si tenemos Su ayuda. Nuestra sociedad con Dios debe ser un
arreglo continuo. Necesitamos Su ayuda en todo lo que hagamos.

Dios, quiero que seas un socio activo en esta empresa. Te necesito.


Trataré de dejarte dirigir toda acción. Te diré todos los detalles y
entonces te daré tiempo para que me dejes saber lo que debo hacer.
Pongo este negocio en tus manos. Mi parte es escuchar y luego
hacer. Escucharé y luego actuaré. ¡Gracias!.

Las respuestas, las direcciones y guía vienen de muchas maneras.


Podemos escuchar una voz: alguna gente lo hace. Algunas veces la
dirección viene como si alguien hubiese hablado y, sin embargo, no hay una
voz audible. Puede venir como un profundo sentimiento o compulsión.
Puede venir como una idea persistente. Alguien puede sugerir algo y
nosotros damos cuenta de que es Dios utilizando a ese individuo como un
canal de información para nosotros. Podemos leer algo que nos dé una idea
útil. Siempre nos acordaremos de decir: «Gracias, Padre, Te escucho». Y
entonces deberemos añadir, «Voy a seguir lo que me estás diciendo
ahora».

Una idea puede conducir a una serie de acciones. Le damos gracias a Dios
al dar cada paso. Cuando le hablamos a Dios como a nuestro socio,
sabemos que El ya sabe lo que necesitamos, de manera que no tenemos
que explicar extensamente. Cuando trabajamos con Dios, trabajamos con el
poder milagroso. Ningún obstáculo puede resistirse a ese poder ilimitado.
Ninguna situación es demasiado complicada para que el poder milagroso la
resuelva. Tenemos todos los recursos del Poder Supremo trabajando con
nosotros. Nunca temeremos el seguir una dirección equivocada, no
tenemos que temer el malinterpretar una dirección.

Pronto sabremos que Dios está a cargo. Seremos detenidos en alguna


forma: se nos dará la información necesaria o llegará una idea más nueva.

La presencia de Dios está siempre con nosotros. Somos como sabemos,


Dios en expresión. El entrar en sociedad con Dios nos hace más fácil el
expresarlo como El quiere que lo hagamos. En realidad, el pedirle a Dios
que sea nuestro socio y el hablar y trabajar con El en sociedad. Lo acerca
más a nosotros y a nuestros asuntos y no a los negocios solamente.

Me pongo amorosamente, a mí mismo y a mis asuntos, en las manos


del Padre con una fe infantil y confío en que ésta sea una sociedad
efectiva, que trabajaremos juntos hacia el mayor bien de todos los
interesados. Dios y yo: en El vivo y actúo, en El pienso y oro. Estoy
completamente consciente de la cercanía y presencia de Dios. Dios
está a cargo de todo lo que me concierne. Le dejo que esté
completamente a cargo de mi mente, cuerpo, emociones y
actividades.

Hay un excitante elemento de misterio en una sociedad con Dios. Uno no


sabe lo que el Socio sugerirá o qué nuevo bien planea. Sin embargo, uno
está muy seguro de que todo será muy bueno. Uno se despierta cada
mañana con una feliz expectativa. Hay un afán de descubrir el nuevo y
maravilloso bien que el Socio ha planeado para el día. El negocio
progresará, la investigación o proyecto adelantará. De alguna manera
parece que nos ponemos en armonía con el universo cuando nos
convertimos en socios de Dios; somos parte del orden divino que sostiene
las estrellas y los planetas en su lugar, regula las estaciones y trae todas las
cosas a la perfección.
En vez de preguntarnos qué problemas traerá el día, nos preguntamos
alegremente el bien inesperado que Dios traerá. Sabemos será mejor de lo
que nosotros pudiéramos planear o imaginar. Dios y yo prosperaremos y
triunfaremos más allá de nuestras más caras anticipaciones. No debemos
demorarnos, Debemos entrar hoy en negocios con Dios, no importa cuál
sea nuestro negocio. Puede ser simplemente limpiar la casa, planear las
comidas, llevar los niños al zoológico, planear una campaña de publicidad o
una venta de fin de mes. Aun cuando el día sea uno de descanso y
relajamiento, Dios lo hará uno perfecto, si le pedimos que sea nuestro
SOCIO en El. Los resultados son siempre felices, exitosos, prósperos.
LA PROSPERIDAD A TRAVES DE LAS
FORMULAS

Dios no sólo ha suplido todo el bien que de alguna manera pudiéramos


desear o necesitar, sino también caminos para que alcanzáramos una vida
plena, gozosa y próspera. Hay muchas rutas para llegar a la prosperidad,
muchas fórmulas de prosperidad. Todas trabajan. Al igual que usualmente
hay varias carreteras que conducen a una misma ciudad, así mismo
podemos tomar muchos caminos para llegar a la verdadera prosperidad.
Dios nos está dando posibilidades continuamente.

La primera fórmula es la básica. Cuando uno la entiende y puede usarla,


uno puede seleccionar cualquier otra fórmula y aplicarla con comprensión. Y
ésta es suficiente: «Substancia más pensamiento trae manifestación o
demostración». Los científicos físicos siguen llegando a conclusiones a que
ya los metafísicos habían llegado algún tiempo atrás. Todas están de
acuerdo ahora en que todo en el universo es energía o fuerza. Los
científicos físicos dicen que las cosas sólo difieren en la forma, en la
ordenación de los átomos, las células y los iones. Mucha gente se
sorprendió cuando los científicos dijeron hace algunos años que la materia,
la energía, nunca se destruye, sino que solamente cambia de forma. Esto
era difícil de entender. Pero los estudiantes de la Verdad saben que estas
cosas son ciertas. Sólo hay una Fuente, una Energía, una Substancia y
sabemos que ella está en todos nosotros y en todas las cosas que es
duradera, inmutable, excepto en la forma en que se manifiesta.

Los metafísicos le han dado a esta substancia nombres diferentes, pero


todos significan lo mismo: materia de pensamiento, materia pensante,
substancia amorfa, substancia inteligente, substancia viviente, substancia
original, primera fuente o simplemente substancia, El nombre no importa: lo
que importa y hace la diferencia es que hay una substancia y que la
podemos moldear con nuestros pensamientos y nuestras palabras,
podemos crear con ella para satisfacer nuestras necesidades.
Siempre estamos dándole forma a esta substancia, ya sea que nos demos
cuenta o no. Estamos pensando y sintiendo; estamos hablando. Cada
pensamiento, cada palabra, cada emoción, crea. Esta es la ley del universo.
Esta es la ley primaria de la vida, la más importante para nosotros. Lo que
sostenemos en nuestra mente y corazón se vuelve una realidad, un hecho,
se vuelve substancia manifiesta, individualizada. La substancia está
esperando por nosotros, lista a ser adaptada por nosotros. Es poderosa
para el bien y para el no –bien; podemos utilizar esta substancia prodigiosa
para crear lo que no deseamos, tan fácilmente como podemos adaptarla
para formar lo que si deseamos. Es vital para nuestro bienestar el que
aprendamos a usar esta substancia amorfa, informe e impresionable para
nuestro bien.

Pensamos primero en la substancia de Dios en todas partes. Está a nuestro


alrededor. Está en todas partes. Está en nosotros, está en las cosas, esta
en otras personas. Esta entre nosotros y otras personas. Esta detrás de
nosotros, está frente a nosotros, está debajo de nosotros, está sobre
nosotros. Al pensar sobre ella, su maravilla crece. No tenemos que ir a
ninguna parte para tener acceso a esta substancia creadora. No hay una
cantidad limitada de ella. No hay ningún lugar especial para guardarla. Es
parte de ti y parte de mí. Está allá. Está donde estamos ahora mismo.

No podemos usar la fórmula hasta que no hayamos pensado sobre la


substancia y nos hayamos dado cuenta de su presencia en todas partes, de
su disponibilidad instantánea. Tenemos que aceptar el hecho de que puesto
que ella está en todas partes, en y a través, entre y alrededor de todas las
cosas y de todas las personas, debe ser entonces amorfa, es susceptible de
tomar forma. Es esta cualidad de la substancia poder tomar forma, lo que
muchos de nosotros tenemos dificultad en comprender. Una vez que lo
entendemos, podemos aceptar mejor el hecho de que puesto que estamos
hechos a la imagen y semejanza de Dios, y puesto que, Dios tiene poder
creador, nosotros también tenemos poder creador, pues debemos de ser
como El en éste, al igual que en otros atributos.
Cuando empezamos a pensar en dar forma a la substancia de Dios,
suceden cosas interesantes. Coralia entendió esto. Estaba entusiasmada.
Nunca antes había pensado en la substancia de Dios o en que había
energía y fuerza de Dios en, alrededor y a través de todo y de todos. Tocó
una mesa, se tocó a sí misma, tocó una flor. Todo la misma energía, todo la
misma substancia, sólo individualizadas en esas formas particulares. Era
emocionante el pensar que ninguna de esas formas de la substancia podía
destruirse, sino sólo cambiarse Estaba anhelando probar la forma de
prosperidad: substancia más pensamiento trae demostración.

Era como si estuviese sentada al borde de un hermoso desfiladero, a punto


de volar hacia abajo a investigar aquella belleza que le hacía señas; o como
si estuviese en el umbral de una gran habitación, llena de todas las cosas
hermosas que ella pudiera imaginar. ¿Qué formaría? ¿Qué haría su vida
más feliz, más completa, más próspera? Pensó en Dios y en la creación del
mundo y se estremeció de nuevo al pensar que ésta era la misma
substancia pensante que se había usado para crear el universo y todo lo
que hay en él. ¿Qué crearía ella ahora? ¿Qué faltaba en su vida? ¿Qué
necesitaba o quería? La respuesta vino rápidamente: flores.

Sí, lo que quería ahora, más que cualquier otra cosa, eran flores. No podría
tener sus flores en su nuevo y pequeño apartamento. En el patio de su casa
había tenido flores desde los primeros días de primavera hasta que llegaba
la nieve. Sí, ella le daría forma a la substancia para traer flores a su vida de
nuevo.

Deliberadamente comenzó a pensar en esta substancia amorfa y en las


flores, muchas veces al día. En la mañana antes de abandonar la cama y
otra vez por la noche cuando estaba lista para dormir, se acostaba muy
quieta y por algunos felices minutos se acordaba de las bellas flores que
había cultivado, de flores que le habían regalado, flores en jardines
formales, flores silvestres a la orilla del camino, flores en el desierto, en las
montañas, en los bosques. Fue a la biblioteca y sacó libros sobre flores. Fue
a una exposición de flores y a una exhibición de pinturas florales.

«Esto está bien», se dijo a sí misma tres semanas después «pero yo quiero
que la substancia amorfa me traiga algunas flores de verdad». Dos
semanas más tarde fue su cumpleaños. Las flores comenzaron a aparecer.
Tres amigos le enviaron flores; otros dos le enviaron bulbos que podía
cultivar en su apartamento. Otro envió una pequeña cajita llena de capullos
en flor. Cada uno decía o escribía en diferentes palabras «Recuerdo lo
mucho que disfrutabas tus flores en tu casa». Un primo le trajo un ramillete
para la solapa cuando vino a buscarla para llevarla a cenar.

Había flores en la mesa al lado de un pequeño bizcocho de cumpleaños.


«Son para ti, también», le dijo su primo. «La administración regala flores
cuando la cena es una celebración».

«Mi copa se desborda», dijo ella y entonces le contó en lo que había estado
trabajando metafísicamente. «No sólo tengo flores para disfrutar hoy, sino
para un largo tiempo. Estoy segura de que nunca volveré a estar sin flores.
¡Cuán rica soy!».

Las flores son parte de la riqueza, parte de la verdadera prosperidad. Las


flores nos hacen sentirnos ricos, al hacerse parte de nosotros, su belleza y
fragancia. Ellas enriquecen el alma y la naturaleza sensible. Coralia había
encontrado una nueva prosperidad a través del uso de la primera fórmula
substancia más pensamiento, trae demostración.

La substancia de Dios está en todas partes. Está a mi alrededor. Está


a mi lado detrás de mí, en mi. Está en todas partes. No hay lugar
donde no esté la substancia de Dios. No tengo que ir a ningún sitio
para encontrarla. Está eternamente conmigo. Lo maravilloso es que
puedo darle forma para crear las necesidades y anhelos de mi
corazón. Puedo darle forma para plasmar una vida verdaderamente
próspera. Puedo darle forma de salud. Puedo darle forma de felicidad.
Puedo darle forma de cosas. Puedo darle la forma de dinero, de
sabiduría y de amor. No hay límites a lo que puedo formar en esta
substancia. Este es el maravilloso regalo de Dios. Le doy las gracias y
lo alabo y hago uso de su regalo ahora.

Walter encontró un tipo distinto de prosperidad al moldear la substancia.


Pensó mucho en la fórmula. Entonces decidió: «Si voy a ser el buen golfista
que quiero ser. Necesito practicar más. Si fuera realmente próspero, tendría
tiempo para jugar golf más de una vez a la semana».

Comenzó a pensar más sobre jugar golf, visualizándose en el campo del


golf varias veces al día. Al conducir hacia el trabajo por la mañana pensaba:
«Este es un buen día para jugar golf». Al mediodía, pensaba sobre jugar a
esa hora y almorzar más tarde. Puso el doble de esfuerzo para mejorar su
juego en el fin de semana. Tomó un curso corto. Añadió dos nuevos palos a
su equipo. Leyó tres libros sobre cómo mejorar sus destrezas en el golf. Su
demostración llegó en una forma inesperada.

El administrador de distrito de su compañía se mudó a la ciudad de Walter.


Había muchas especulaciones en la oficina sobre posibles cambios. «Un
cambio», dijo el superior de Walter, «es que tendremos que encontrar a
alguien que juegue golf con él. Tiene locura con eso. Ojalá que alguno de
ustedes jugara». Sacudió lentamente su cabeza. «¿Quién tiene tiempo para
jugar golf en este negocio?»

Walter esperó a ver si alguien más hablaba. Entonces dijo «yo juego».

«¡Magnífico!», dijo su jefe alegremente. «Espero que seas bueno,


McNamara lo es. Chico ¡Qué peso me has quitado de encima!».
Walter y Bob MacNamara se agradaron desde el primer momento, jugaron
al segundo día de estar Bob en el pueblo. Comieron juntos más tarde. «Si le
gusta jugar, Walter, espero que podamos jugar al menos tres veces a la
semana», dijo Bob. «Es bueno para el negocio. Sé que he hecho más
negocios en el campo de golf que los que he hecho en mi escritorio.
Además, cuando estoy afuera me vienen las ideas».

«Gracias Dios», dijo Walter silenciosa pero fervientemente.

Otros han usado esta fórmula básica (substancia más pensamiento, trae
demostración) para encontrar casas, nuevos trabajos, contratos, equipos,
aumentos de salario para realizar viajes deseados. Una amiga encuentra
que es una fórmula infalible para obtener el dinero que necesita. Su
adaptación de la fórmula básica es: «Estoy rodeada de la substancia de
Dios y ella se manifiesta ahora para mí en la forma de (cantidad de dinero
que necesita)».

Querido Padre, sé que sólo hay una substancia en el Universo, la


misma substancia que Tú usaste para crear el mundo y todo lo que
hay en él. Sé que me has dado poder creador para que yo también
pueda darle forma a esta substancia que esta esperando para
responder a mis pensamientos. Gracias por hacer esto posible.
Comienzo ahora hacer mejor uso del poder de mi pensamiento. Sé
que mis pensamientos son poderosos, así pues, tengo mucho
cuidado y pienso sólo buenos pensamientos, sólo aquello que quiero
y debo experimentar. Gracias, Padre.

Jesús expresó otra fórmula de prosperidad cuando dijo «Cualquier cosa que
pidieres en oración, creyendo, la recibiréis». También dijo: «Pide y se te
dará:… todo aquel, lo que pide, recibe». Podemos expresar esto en una
fórmula factible «Pedir, más esperar, es igual a obtener».
El esperar implica creer. Si esperamos algo, creemos que nos va a venir.
Esperar es la esencia de la fórmula, su parte vital. El esperar da a nuestros
deseos vida y poder que atrae. Debemos, por supuesto, tener mucho
cuidado con lo que pedimos. Debemos ser precisos, estar libres de
confusión; debemos de saber lo que queremos y saber que ello es bueno
para todos los interesados. Si no estamos seguros, podemos preguntar al
Padre y El nos ayudará a saber qué es lo mejor en la situación. El siempre
aclara nuestro pensamiento cuando le dejamos.

Marcos necesitaba mil dólares. Los gastos familiares y personales habían


subido a las nubes. No había habido derroche ni dinero desperdiciado, pero
la necesidad era real y debía de atenderse dentro de poco tiempo. De todas
maneras Marcos titubeaba en pedirle a Dios una suma específica de dinero.
(Muchos de nosotros sentimos que no debemos hacer esto. ¡Es extraño que
sintamos que podemos querer y pedir todo tipo de cosas, pero no dinero!)
Finalmente, sin embargo, Marcos habló con Dios sobre su necesidad
financiera.

«Necesito exactamente mil dólares y los necesito en las próximas seis


semanas», oró después de haber pensado y pensado sobre ello. «Estoy
profundamente agradecido por todo el bien que me has traído a mí y a mi
familia. Pido este dinero creyendo que Tú siempre contesta la oración y que
la contestarás con tiempo suficiente para pagar esta obligación. Borra
cualquier incredulidad que tenga. Me recordaré a mí mismo constantemente
que tengo fe. Gracias Dios, por esta oración contestada».

Marcos amaba la música. Cantaba cada vez que podía. No era raro que las
afirmaciones le salieran en forma de canción. Dos palabras cantaban ahora
en su mente: «Dios proveerá, Dios proveerá». Entonces vino una tonada
más larga de cinco palabras: «Dios provee ricamente para mí». Tarareaba y
cantaba ambas frases y ellas reforzaban su fe.
Hubo veces en que pensó que debía estar loco dependiendo de Dios para
conseguir el dinero. Cuando eso pasaba se decía: «No hay nada loco en
esto. Es pura metafísica. Es lo que Jesucristo nos dijo que hiciéramos y lo
que El hizo. El era un hombre muy práctico. Funcionó para El. Funcionará
para mí. Y funcionará Pronto».

Añadió otra afirmación: «Creo. Creo en las promesas de Dios. Creo que los
mil dólares que necesito vienen rápida y fácilmente a mí».

Imaginaba cómo vendrían: como un cheque por trabajo hecho o por trabajo
que él haría. Podría venir en dos cheques o en cuatro. Podría venir en un
fresco billete de mil dólares, podría llegar en diez billetes de a cien o en
veinte billetes de cincuenta o en cien billetes de a diez o hasta en mil billetes
de a dólar. Marcos los visualizaba a todos.

Se veía a sí mismo contándolo, depositándolos, pagando la obligación.


Cada vez que alguna duda venía a su mente se decía una y otra vez hasta
que la duda desaparecía: «He pedido. No necesito pedir de nuevo. Todo lo
que tengo que hacer es mantener mi fe fuerte, clara y alta y esperar con un
corazón agradecido».

Nada parecía suceder, pero él continuó eliminando la duda de su mente con


sus afirmaciones. Las oraba, las pronunciaba, las susurraba, las pensaba,
las cantaba. La semana antes de que su deuda se venciese, notó que su
vecino inmediato estaba cambiando la entrada del garaje para entrar y salir
de frente. Dos días más tarde, mientras guardaba su auto, el vecino fue a
encontrarse con Marcos al éste salir de su garaje. Marcos le preguntó sobre
la entrada del suyo. «Esas entradas de garaje son convenientes y seguras»,
observó.

El vecino asintió. «Sí, he estado deseando hacerla, había pensado esperar


hasta el año que viene, pero decidí hacerla ahora. Tengo un pequeño
problema» dijo. «He traído agrimensores, y de acuerdo a las regulaciones
de la ciudad debo de tener diez pies más de terreno, de manera que haya
suficiente espacio entre ambas propiedades. ¿Me venderías diez pies? se
que te hubiera gustado tener el lote completo pero esta parte no la usas
para nada. De todas maneras, habría el mismo espacio entre las entradas y
tu garaje. Te daré mil dólares y me encargaré del proceso legal».

Marcos no dijo nada. No podía. Lentamente dio una vuelta y caminó para
marcar diez pies. Miró las estacas que habían puesto los agrimensores.
«Hablaré con mi esposa», dijo. «No creo que se oponga». Mil dólares y con
tiempo suficiente.

Su vecino había planeado rehacer su entrada del garaje el año próximo,


pero algo lo había ayudado a decidir hacerlo ahora, cuando los mil dólares
le serían de mayor ayuda a Marcos. «Qué bueno eres, Dios mío», dijo
Marcos silenciosamente al entrar a la casa para hablar con su esposa.

Un refrán conocido dice: «la miel atrae más moscas que el vinagre». Todos
sabemos que un trato agradable logra más que la rudeza. Psicólogos nos
dicen que debemos alabar y expresar el aprecio si queremos llevarnos con
la gente. Los padres saben que esto ayuda con los niños; los maestros
saben que los estudiantes mejoran con la alabanza y el aprecio. Esto no
sólo logra maravillas con la gente en las relaciones humanas, sino también
con los llamados objetos inanimados, con los animales y en las situaciones.

Las cosas que queremos, las circunstancias y situaciones que deseamos,


gustan de ser alabadas y apreciadas. Esto nos da otra fórmula demostrable:
«Alabanza más acción de gracias, trae el bien».

Juana compró una casa. Estaba en muy malas condiciones. El patio estaba
en un triste estado, la casa necesitaba reparaciones y pintura. El interior
daba evidencias de maltrato. Pero Juana quería vivir en ese vecindario.
Estaba cerca de su trabajo, de su iglesia y de otras actividades. Ella creía
que la casa y el patio tenían posibilidades. Una amiga le dijo que bendijera
la casa y el patio también, que bendijera cada árbol, cada arbusto, cada flor,
no importa lo que parecieran.

Ella trataba de hacer esto pasando un poco de tiempo cada día, dentro y
fuera de la casa. Al caminar por la casa y el patio, daba su bendición diaria:
«Por el bien de Dios que está en ti, yo te alabo y alabo. Te doy gracias por
toda la belleza y la bondad que hay en ti. Te doy gracias por todo el gozo y
el placer que pronto me darás a mi y a todo el que venga aquí». Tocaba los
vanos de las puertas al pasar a través de ellos; bendecía la casa al
marcharse por la mañana y de nuevo, cuando regresaba al atardecer.
Frecuentemente decía: «Eres una buena casa. Eres mi hogar. Por la
bondad de Dios que hay en cada pedazo de madera, de metal y de cristal,
te alabo y te alabo. Estoy contenta de tenerte. Eres mi casa y mi hogar.
Estoy orgullosa de ti. Todo el mundo encontrará paz y felicidad aquí debido
a lo acogedora que eres»

Al poco tiempo florecieron rosas en las ramas que aún parecían muertas.
Arboles y arbustos crecieron también. La casa respondió milagrosamente a
la limpieza y pulimiento. Un amigo ayudó con la pintura. Otro facilitó una
herramienta para lijar y pulir. Los regalos de aniversario añadieron color y
belleza. Al cabo de un tiempo, mucho más corto de lo que Juana había
esperado, la casa ya no lucía desvencijada y, sin embargo, había gastado
muy poco dinero en la restauración. Había, no obstante, empleado una gran
cantidad de tiempo alabando y dando gracias. Un hogar bello y alegre es,
verdaderamente, una forma de prosperidad.

Al Hunt quería un automóvil nuevo. Su «viejo confiable», no era


exactamente una delicia estética. Un automóvil nuevo parecía imposible.
Entonces Al comenzó a alabar y dar gracias por su auto viejo. Cada vez que
se montaba en él decía: «Te alabo por tu excelente funcionamiento y te
bendigo por todas las millas que me has dado a mi y a mi familia. Eres un
buen carro»
«Parecía entender», dijo más tarde. «Nunca ha corrido mejor. Yo mismo
estaba tan sorprendido que de seguro puse gran cantidad de sentimiento en
mis bendiciones. Yo quería mostrar mi gratitud y ese fin de semana los
chicos y yo le dimos la limpieza más completa que nunca había tenido.
Limpié hasta el motor. Un amigo vino a verme. Me dijo que debía de cuidar
el motor porque era muy bueno, mejor dijo, que muchos nuevos».

«Abrió entonces una nueva tienda de pintura con un gran especial de


apertura y yo le di al viejo carro una nueva fachada. ¡Cielos, la diferencia
que esa pintura hacia! Hacia lucir el interior mal, sin embargo. Mi esposa y
yo hicimos un trabajo muy bueno retapizando los asientos, las piezas de
descansar los brazos y los interiores de las puertas. Yo seguía diciendo
todo el tiempo: “Por la bondad de Dios que está en ti, te alabo y te doy
gracias. Eres un buen auto. Das un servicio bueno y confiable, Te amamos”.
Prueba de lo bien que todos nos sentíamos respecto al carro, se resumía en
algo que escuché casualmente cuando paseábamos el otro día. Tres o
cuatro autos nuevos pasaron a nuestro lado. Mi hija se volvió hacia su
hermano y le dijo: “Los autos nuevos no son tan bonitos como el nuestro,
¿verdad que no?” Su hermano estuvo de acuerdo y también mi esposa y
yo».

Rió y luego dijo seriamente: «Ambos nos sentimos felices y orgullos de


conducirlo. Y, créase o no, no hemos tenido cuentas de reparaciones desde
que comencé a alabarlo y bendecirlo. Uno de estos días quizá obtengamos
otro auto, pero dudo que daremos éste en cambio».

¡Qué mayor prosperidad que la de estar contento, orgulloso y agradecido


por las posesiones de uno!

Jesucristo nos dio otra fórmula: «Da, y se te dará». En otra parte dice:
«Cualquier cosa que pidiereis al Padre, El os lo dará». Entonces añade:
«Esto os mando, que os améis los unos a los otros». Como la gente
usualmente espera haber recibido para dar, a menudo damos sin amor.
Jesús sabía esto. Y El sabía que uno no da verdaderamente sin amor. De la
manera que damos, así recibimos…. Y si damos sin amor, nuestros regalos
serán recibidos sin amor ni aprecio. Si damos a regañadientes, recibimos de
la misma manera. Cualquier cosa que demos, no damos el regalo
solamente. Siempre damos con el regalo nuestros sentimientos acerca del
dar, cualesquiera que éstos sean.

Si damos para ser apreciados, lo más probable es que no lo seamos. Si


damos porque creemos que debemos, entonces no es dar, sino un tipo de
«pago de vuelta». Cuando damos para recibir algo a cambio, el regalo va
sin amor. Podemos formular este principio para aumentar nuestra
prosperidad: “Dar más amor, es igual a recibir más amor”.

Una mujer se preguntó a sí misma ¿cómo estaba haciendo las cosas para
otra gente? ¿qué estaba haciendo con sus regalos? Para asegurarse de
que también estaba dando amor, hizo un hábito del pensar en el amor antes
de comprar sus regalos, de pensar en el amor al envolverlos y de pensar y
sentir amor al presentar los regalos. Hacía esto no importaba cuán pequeño
fuera el regalo de tiempo, servicio o dinero.

«Estaba sorprendida de cuán natural me había vuelto respecto a la ayuda y


a los regalos que estaba dando», dijo. «Me gustaba ayudar, quería dar, pero
de alguna manera la calurosa emoción del amor estaba ausente en
demasiados momentos. Me obligué a decir cada vez: “Doy amor al ayudar a
estas personas. Doy mi amor al envolver y enviar este regalo”».

«Empecé a sentirme muy rica. Empecé a sentir que estaba dando regalos
más ricos. Parecía como si siempre encontrase regalos mejores cuando
comencé a comprarlos con amor». Definitivamente, el amor es la cosa más
maravillosa del mundo y cuando damos con amor, damos el mayor de todos
los regalos. La fórmula es correcta. Un beneficio adicional es que, cuando
damos con amor, atraemos gratitud. La gente que da con amor siempre
recibe regalos, recibe favores, recibe consideración y atención. El dar con
amor trae amor a nuestra experiencia.

Alabo el amor divino en cada área de mi vida. Contemplo mi trabajo,


mis relaciones, toda la gente con amor. Cualquier cosa que haya, la
hago con amor y el amor regresa a mí. Soy rico en amor. Doy amor
generosamente. Recibo de vuelta amor ilimitado.

Otra fórmula infalible para una verdadera prosperidad, es: “El escuchar, más
el hacer, trae buenos resultados”. Para usar esta fórmula debemos
primeramente aquietarnos y escuchar a Dios después de haber dado a
conocer nuestra petición. Entonces hacemos aquello que venga a nosotros
como guía de Dios. Hay una diferencia entre estar quieto simplemente y
estar quieto con un propósito: el propósito de aumentar nuestro bien, ya sea
salud, felicidad, comprensión o bienes materiales. Esta es una especie de
inquietud activa, pues nos aquietamos sabiendo que vamos a recibir ayuda
en la forma de dirección. Es una quietud con propósito, una acción con
propósito.

Cuando nos aquietamos con propósito, estamos más alertas y más


conscientes que en otros momentos. En la quietud nos preparamos para la
acción. La quietud no es un fin en sí misma. Es el preludio para hacer algo
que sabemos nos traerá resultados prósperos. La anticipación de los
resultados también hace la quietud una fuente más fértil de ideas.

Milton necesitaba un trabajo mejor. Le habló a Dios sobre ello: «Padre, no


sé qué debo hacer. A veces me parece que debería dejar el trabajo que
tengo. No me gusta en lo absoluto, pero tal vez estoy dejando una
oportunidad, si me marcho. He tratado de que me guste. No ha mejorado.
Es lo mismo que el año pasado y que el año anterior a ése. Ningún
aumento, ningún ascenso, ninguna oportunidad de hacer algo diferente.
Necesito más dinero y necesito, quizá hasta más que el dinero, estar
haciendo algo que valga la pena. Cualquiera podría hacer lo que estoy
haciendo ahora. No estoy usando ni una fracción de mi entrenamiento o mis
habilidades».

Milton se aquietó. Escuchó. Esperó. Le tomó varios días (más de una


semana) el reconocer que Dios le estaba diciendo qué debía hacer. Sintió
impulso interno en ir a visitar a su hermano a la granja de la familia. El
tiempo estaba frío y húmedo ese fin de semana: Milton no fue. El impulso en
ese momento no parecía importante, pero durante la semana siguiente,
nuevamente sintió el deseo de ir. Entonces recordó que esto podría ser un
ligero codazo de Dios y dijo: «Dios mío, ¿Tú quieres que yo vaya? Si es así,
lo haré a pesar del tiempo».

El sábado estaba nublado, pero Milton fue. Estuvo muy contento durante el
viaje. Era bueno volver al hogar de su infancia. Era bueno estar con su
hermano nuevamente, jugar con el nuevo bebé. No pensó en su trabajo
durante el fin de semana. El domingo por la tarde, cuando se preparaba
para marcharse, llegó un vecino. Luego de que hablaron unos minutos, el
hombre dijo: «Tu hermano me dice que eres un buen contable de costos.
Milton asintió. «Ve a ver a mi hermano, él necesita a alguien como tú en
este momento». El hombre le escribió la dirección y Milton llamó a la
mañana siguiente.

Para el primero del mes siguiente Milton estaba en un nuevo trabajo, un


trabajo que exigía todo lo que él podía dar, un trabajo con un futuro
ilimitado. No estaba haciendo mucho dinero, pero estaba muy feliz. La
felicidad es parte de tu prosperidad, así como lo es la expectativa de un bien
mayor.

El deseo, más la acción, también trae el éxito. Demasiadas veces tenemos


deseos y no hacemos nada acerca de ellos. Estaríamos más capacitados
para hacer algo si tuviéramos una fórmula con la cual trabajar. Las fórmulas
trabajan, no solo porque nos dan una pauta para seguir sino porque ¡nos
mantienen en línea! Podemos usar la fórmula que escojamos como un
recurso para cotejar nuestro progreso. Si escogemos ésta: “El deseo, más
la acción, traer el éxito”, ¿estoy tomando alguna acción que convertirá mi
deseo en exitosa realidad? Cuando tomemos una decisión podemos
preguntarnos: «¿Va esto a llevarme más cerca de lo que realmente quiero o
me retrasará o desviará de mi objetivo real?»

Jayne siempre había deseado pasarse un verano en las montañas. Quería


saber cómo era exactamente el despertarse y ver montañas a todo su
alrededor, el poder mirar los valles abajo, caminar junto a los arroyos de la
montaña, sentir el aire refrescado por la nieve. Quería estar en las cimas de
las montañas del mundo. De alguna manera ella pensaba que le darían una
experiencia espiritual, que nunca había tenido. Pero no lo obtuvo hasta que
hizo algo más que meramente desear semejante viaje. Comenzó a creer
que era posible que ella pasase el verano en las montañas. Dejó de desear.
Estudió rutas de viaje, lugares para hospedarse, leyó todo lo que pudo
respecto al área que quería visitar, investigó posibilidades de trabajo. Pasó
tres veranos maravillosos en Colorado que le trajeron nuevos amigos, un
aumento en sus ingresos, mejor salud, diversión y las experiencias
espirituales que sabía la estaban esperando en las alturas.

Roberto descubrió que no estaba haciendo lo suficiente para cambiar


ciertas condiciones de su vida, simplemente deseando que se fueran y
afirmando nuevas condiciones. Se dio cuenta de ciertas actitudes que eran
negativas y que podrían ser barreras para el cambio. Trató diligentemente
de reemplazar cada pensamiento negativo con uno afirmativo y positivo;
negó el poder de la negación y afirmo el potente poder de las palabras y
pensamientos positivos. Su manera de pensar cambió y su vida cambió
significativamente para lo mejor, acercándose más a lo que él deseaba.

¿Cuántos de nosotros hemos soñado, deseado y hecho planes indiferentes


sin hacer nada para llevarlos a cabo? ¿Cuántos de nosotros hemos tenido
ideas que nos hubieran llevado a la clase de futuro que deseábamos y no
hemos hecho nada para ponerlas a trabajar? Ese no es el camino de la
Verdad; el camino de la verdad es planear, más acción.

María tenía mucho que dejar ir en su vida, pero tenía que hacer más que
eso. Tenía que añadir la «expectativa del bien», y tenía que actuar como si
el bien estuviese a la mano. Sólo entonces pudo experimentar el bien que
deseaba.

A menudo la gente demora su bien al no decir «Puedo y lo haré»: nunca


llega más allá de decir «deseo». Hace falta el deseo (el anhelo, el sueño, la
idea) y luego la acción planeada, determinada, con propósito, para cambiar
situaciones y condiciones. Siempre el deseo, más la creencia acompañados
de la acción, logran las más preciadas esperanzas del corazón.

Se lo que quiero y creo que puedo tenerlo, así que empiezo a hacer
algo acerca de ello. Tomo el primer paso que Dios me indica que
tome hacia mi deseo. Soy uno con la Mente Divina, de manera que sé
qué hacer, y lo hago. Lo hago sin dilación ni demora. Los resultados
vienen rápidamente, ¡Gracias Dios!

Sí, la negación más la afirmación obtienen resultados.

Niego y disuelvo todas las actitudes y condiciones que interfieren con


mi bien. Afirmo el bien que quiero. Afirmo un bien ilimitado para mí y
lo mío, y Dios hace que suceda ahora. Alabo y bendigo Su santo
nombre.

«Puedo» más quiero es igual a «tengo».


Sé que cualquier cosa que desee hacer, yo tengo la habilidad para
hacerlo. Sé que puedo hacerlo, así que comienzo a hacerlo ahora.
Dejo a Dios a cargo de los perfectos resultados.

La sólida y firme base para el resultado de todas estas fórmulas es la


verdad fundamental: Dios, más el hombre es igual al bien. El hombre más
Dios crean una invencible e ilimitada sociedad para la verdadera
prosperidad: prosperidad en salud, en felicidad, en cuentas de banco.

Podemos hacer nuestras propias fórmulas. Las fórmulas son tan ilimitadas
en posibilidades, como lo son las oportunidades para que el bien se
manifieste en nuestra vida. Una mujer descubrió que dejó de preocuparse
sobre la respuesta a su oración cuando creó esta fórmula: La oración más la
acción, es igual a la respuesta: la negación más la afirmación es igual a la
demostración”. Encontró satisfacción al sumar sus oraciones, segura de que
la respuesta vendría como la suma total. La oración raramente está
completa sin la acción, y cualquier acción que conduzca a la respuesta, es
parte de la oración. La acción puede ser el pensamientos, palabras, un acto,
un dejar ir, quizás hasta el perdonarse a sí mismo o a otra persona o
circunstancia. La oración y la acción son nuestra parte; el cumplimiento es
la parte de Dios.

Un hombre dijo después de una discusión sobre fórmulas: «Mi mente quiere
argumentar, pero eso no probaría nada. Lo sé. Voy a dejar de argumentar
conmigo mismo o de dudar o preguntar acerca de estas fórmulas. Voy a
elegir una y a seguir adelante. Voy a probarlas todas».

Esta es una sabia decisión. Dejemos de discutir con nosotros mismos o con
otros respecto a su validez, dejemos de preguntar o de dudar; pongámonos
a trabajar y usémoslas. Una formula que no se usa no tiene valor; una
fórmula que se usa puede traernos la felicidad, el éxito y la prosperidad que
siempre hemos deseado.
PROSPERIDAD A TRAVES DE LA MANO
ABIERTA

Pasé mi niñez en un pequeño pueblo. Había dos bancos. Uno era mayor
que el otro, aparentemente más exitoso. El edificio era mayor; había más
ventanillas para las transacciones y había dos hombres más trabajando tras
las ventanillas enrejadas. Pero a mí me gustaba más el otro banco.

Los hombres allí eran siempre amistosos y alegres. Me sentía bien recibida
cuando depositaba mis pequeñas sumas de dinero. Y sus manos estaban
bien.

Los hombres del otro banco tenían las manos acalambradas. Parecía como
si nunca pudieran abrir las manos ampliamente. No podía entenderlo. Hasta
cuando uno de ellos me estrechó la mano, la suya no se abrió. Ello me
indicó, aun entonces, que algo andaba mal y eso no me gustó. Nunca olvidé
esos banqueros ni sus manos. Al envejecer esos hombres, sus manos
efectivamente se volvieron rígidas y no podían abrirlas libremente. Una
mano abierta es de suma importancia.

La mano abierta es una mano que da. La mano abierta es una mano que
recibe. La mano cerrada es una mano que rechaza (frecuentemente
usurpadora). Hasta que nuestras manos no estén abiertas no podemos dar,
ni tampoco recibir. Hasta que nuestras manos no se abran fácilmente, no
podremos compartir con los demás. La mano extendida y abierta, indica
una prontitud para recibir al igual que para dar. Cuando miramos nuestras
manos, debemos bendecirlas como dadoras abiertas y receptivas.
La palabra “mano” tiene muchos significados. Es una unidad de medida.
Indica asistencia. Es una manera de decir «dar«. Cuando damos algo, lo
ponemos en mano de otro. Le damos una mano a alguien cuando
ayudamos. Tenemos muchos retratos mentales de manos: manos en
oración y bendiciendo, manos haciéndonos callar, deteniéndonos, haciendo
señas para que vayamos. Las manos pueden dar calor, prevenir, dar la
bienvenida, alentar, apreciar. Entre los más felices gestos de las manos
están el aplauso, el abrazo afectuoso y la palmada en la espalda. Una mano
cerrada es amenazante: un dedo extendido es una advertencia. Las manos
muestran sentimientos, reacciones, intenciones. Las manos comunican
ideas, afectos desconfianza, disgusto. Las manos indican trabajo hecho,
tensión, nerviosismo o serenidad. Para una mayor prosperidad,
necesitamos cultivar la mano abierta.

Una pelota no puede ser atrapada a menos que el receptor no tenga su


mano abierta para recibirla. La prosperidad no viene a las manos cerradas;
ni tampoco permanece en el puño cerrado. Un puño muy cerrado siempre
destruye.

Si apretamos un paquete demasiado, lo aplastamos; si nos agarramos


(apegamos) a una amistad, puede sofocarse. Queremos que nuestras
manos estén abiertas: listas para recibir el bien y asirlo suavemente, para
que permanezca.

Cora y Enrique no sabían qué estaba bloqueado su bien. «No tenemos»,


confesó ella, «casi nada ahorrado». No, ellos no daban el diezmo. «¡Cielos
no!», dijo ella. «No podemos darnos el lujo de dar el diezmo. Ni siquiera
podemos pagar nuestras cuentas mensuales».

A menudo nos sentimos así. Creemos que necesitamos todo nuestro dinero.
No alcanzamos a recordar que el diezmo no es dar a Dios, sino devolverle.
Es su parte de nuestro bien. Como dice Charles Fillmore: «Cuando alguien
pone a Dios primero en sus finanzas, no sólo en pensamiento sino en cada
acto, al ceder sus primeros frutos (una décima parte de su aumento o
ingreso) al Señor, su fe en la provisión omnipotente se vuelve cine vecs más
fuerte y él prospera en conformidad. El obedecer esta ley le da una
seguridad interna de que está construyendo sus finanzas sobre una base
segura que no le fallará».

Al atesorar, el retener la parte de Dios, interfiere con nuestra prosperidad.


Cuando no nos asimos a nuestro dinero tan fuertemente llega más lejos que
nunca antes y se desarrollan nuevas fuentes de ingreso. Esto sucede
porque cuando nuestras manos están abiertas para darle a Dios primero,
permanecen abiertas para recibir un nuevo bien.

Un número de años atrás, una mujer a quien yo conocía bien, estaba en


terribles aprietos financieros. Hablamos sobre su diezmo. Finalmente
decidió probarlo porque todo lo demás le había fallado. Tenía cinco dólares
la tarde que hablamos y estaba en camino hacia el mercado. Ese era todo
el dinero que tenía hasta que llegase un pequeño cheque durante la
semana siguiente. Tenía que alimentar una familia de cinco esa semana.
Pero separó cincuenta centavos antes de entrar a la tienda.

Allí pidió la ayuda de Dios para seleccionar los comestibles. No pudo


comprar todo lo que tenía en su lista, pero bendijo lo que había comprado y
declaró que sería suficiente para la semana. Mi familia será alimentada
adecuadamente, afirmó al caminar hacia su casa con la bolsa de alimentos.

Cuando llegó a su casa, una vecina la estaba esperando. Quería que mi


amiga la ayudase. Ella así lo hizo sin esperar que se le pagase, pero
cuando el trabajo estuvo hecho, la vecina le dio un dólar. Rápidamente la
nueva diezmera separó diez centavos. A la mañana siguiente regresó a la
tienda. Varios artículos que necesitaba habían sido puestos en venta
especial, así que compró casi el valor de dos dólares con sus noventa
centavos. Ella me dijo más tarde: «Eso hizo de mi una creyente. Siempre
daré el diezmo. Mi familia se alimentó mejor que si me hubiese quedado con
lo del Señor». Dar el diezmo es empezar a usar el camino de la mano
abierta hacía la prosperidad.

Algunas veces rechazamos nuestro bien. ¿Cuántas veces has dicho?: «Oh,
no, no podría aceptar eso. No deberías hacer seso. Eso es demasiado para
mí». Mientras estamos negando nuestro bien, rehusándolo, estamos
también interfiriendo con el bien de nuestros amigos y de nuestros seres
queridos. No debemos detener su acción de dar, ellos también necesitan
dar. Cuando los dejamos que den, los estamos ayudando a desarrollar una
conciencia de mano abierta también. Sembramos semillas de escasez
cuando implicamos que ellos no pueden darse el lujo de darnos el regalo
que nos han ofrecido. Dar el diezmo parece que nos ayuda a ser más gratos
tanto en el recibir como en el dar.

Cora y Enrique descubrieron que su bien comenzaba a fluir en el momento


en que dejaron de bloquearlo aferrándose a su cuenta de ahorros. Dieron el
diezmo y usaron el resto para pagar todas las cuentas que pudieron. Al mes
siguiente dieron el diezmo, bendijeron sus cuentas y a sus acreedores por
haberles extendido el crédito. Cuando cerraron el último sobre, se miraron
preguntando qué harían con respecto a la comida del mes. «Finalmente
hemos hecho nuestra parte», dijo Enrique. «Dios proveerá».

Había comenzado a usar la mano abierta; habían dado lo que tenían y


ahora estaban listos para recibir. Fue un mes de recibimientos. Los vecinos
les trajeron comida; fueron invitados a varias actividades donde se servía
comida. Necesitaron muy poca comida extra, para el mes, aparte de la que
ya tenía en la casa.

En el segundo mes se dieron el diezmo, sus asuntos fueron aún más


prósperos. «Han pasado toda clase de cosas buenas», dijo Cora. Miró sus
manos: estaban relajadas, abiertas. «¿No son maravillosas las manos?»,
preguntó.
Mis manos están ahora abiertas y receptivas para recibir el
maravilloso bien de Dios. No me aferro a mi bien. Sé que hay
suficiente y de sobra. Mis manos están abiertas para dar. Doy el
diezmo y comparto. Prospero grandemente ahora porque mantengo
mis manos abiertas.

Había escasez dondequiera en la vida de Ana María. Le faltaba la salud, la


energía, la felicidad, el dinero, un buen hogar, ropa, transportación. La lista
de escaseces parecía interminable. Lucía más vieja de lo que era.

La tensión estaba profundamente grabada en cada línea de su cara. En el


tono de su voz y en la tensión de su cuerpo. Uno percibía la desesperación
de su mente, sus manos nunca estaban tranquilas. Las movía
continuamente, cogiendo cosas, entrelazándolas y abriéndolas.

Su risa se quebró. Cuando le hablaron de la conciencia de la mano abierta.


«He probado prácticamente todo», dijo «He orado y orado, no que esperase
respuesta, y no hubo ninguna».

Por supuesto, no obtuvo respuesta al no creer. Estaba tan desesperada sin


embargo, que estaba dispuesta a probar cualquier cosa, hasta la mano
abierta. «Estiraré las manos frecuentemente. Las relajaré. Las volveré hacia
arriba. Voy a pretender que estoy recibiendo cosas hermosas en ellas.
Agradeceré el tener unas buenas manos. Trataré de verlas desbordadas de
todo lo que quiero y necesito…, hasta dinero».

«Sí, trataré de imaginarlas llenas, hasta desbordarse de dinero, mucho


dinero, más del que puedan sostener. Trataré de comprender que no tengo
que agarrarme a este dinero porque siempre hay más para mí. No sé si
podré hacerlo o no», dijo lentamente mirando a sus manos. «No han tenido
dinero en ellas hace tanto tiempo… ¿Cómo sabrán de qué manera actuar si
un río de dinero fluyera sobre ellas?, pero trataré» dijo, «Trataré. Quizás sea
divertido».

Debió de haber sido persistente porque, al cabo de un mes, un agente de


bienes raíces vino a proponerle si cambiaría su casa grande por una más
pequeña. La otra persona quería una casa grande con un patio. Mary Ann
casi tuvo miedo de mostrar cuánto le gustaba la casa pequeña cuando la
vio. No quería lucir demasiado ansiosa. La casa estaba en perfectas
condiciones. Estaba cerca de la parte de la ciudad en la que deseaba
trabajar y en la que había deseado vivir. Había árboles frutales y flores en el
patio. La casa estaba en una loma; podría ver la salida y la puesta del sol.
Finalmente, no pudo contenerse. Abrió sus manos en gratitud.

«Me gusta mucho. La tomo. Es maravillosa. Gracias y bendito sea usted por
encontrarla para mí«, le dijo al agente. Abrió sus brazos para abarcar todo
el lugar. «Mis brazos y mis manos estaban abiertos como era posible», me
dijo.

La mudanza se realizó cómodamente. Ella estaba más feliz de lo que había


estado hacía mucho tiempo. Una de sus vecinas le pidió que cuidase a su
pequeña durante el día, hasta que Mary Ann encontrara trabajo. A Mary Ann
le encantaba la niñita y disfrutaban mucho juntas. Antes de acabara el
verano encontró un buen trabajo cerca de su nuevo hogar. Continúa
bendiciendo sus manos y viéndolas llenas hasta desbordarse. Las ve
recibiendo y las ve dando.

«Oro a Dios», decía «para que nunca vuelva a cerrar las manos de nuevo».

No importa cuáles sean nuestras necesidades, es bueno para nosotros el


ejercitar nuestras manos. Deliberadamente debemos de abrirlas, bien
abiertas, a Su bondad varias veces al día. Al mirar nuestras manos,
debemos saber que cuando ellas estén extendidas, Dios las llenará con
todo lo que necesitamos. A ellas puede llegar dinero si lo necesitamos; un
nuevo hogar, si ese es nuestro deseo; un automóvil, si es transportación lo
que necesitamos para nuestro bien; una carta de un ser querido, si estamos
preocupados; paz mental, alegría, salud. El bien de Dios incluye todo bien,
no sólo ciertas cosas. La prosperidad de Dios es para el hombre integral,
feliz, completo. Todo lo que tenemos que hacer para recibir esa totalidad, es
abrir nuestras manos y tenderlas en expectativa.

Si uno relaja sus manos, comienza a relajar todo el cuerpo. El mantener


nuestras manos abiertas es necesario si queremos permanecer relajados.
La relajación puede comenzarse y mantenerse deliberadamente y es
necesaria para nuestro bienestar. Unas manos y un cuerpo relajados
ayudan a relajar la mente y las emociones. La vida de Dios fluye a través de
nosotros más fácilmente cuando estamos relajados; nuestras mentes
piensan más claramente; nuestras reacciones son más rápidas y seguras;
nuestro cuerpo funciona más eficientemente cuando ninguna parte de
nosotros está tensa. Recibimos la dirección de Dios más fácilmente, y es
por esto que nos relajamos cuando rezamos o meditamos.

Hasta que no nos relajemos, la palabra no puede llegarnos; hasta que


nuestras manos no estén abiertas, el bien no podrá venir a nuestra posesión
ni como idea ni como realización. Debemos de comprobar la tensión de
nuestras manos varias veces al día. El guiar se hace más fácil, más seguro,
con manos relajadas y seguras sobre el timón. Los platos se friegan sin
romperse cuando las manos están relajadas. Nuestros trabajos se hacen
mejor cuando nuestras manos están relajadas.

Abro mis manos, querido Padre. Abro mis manos bien abiertas, ahora.
Estoy relajado. Estoy receptivo. Uso mis manos para dar lo que Tú
me has dado para dar. Recibo el bien que tienes para mi, ahora.
Estoy receptivo, abierto a todo el bien que tienes para mí, ahora. Mis
manos están abiertas para dar y abiertas para recibir.
La naturaleza sigue la ley de prosperidad de la mano abierta. Cuando las
flores forman sus semillas, las semillas caen y se esparcen libremente para
que así esa belleza se extienda y más flores nazcan. Es raro que una planta
produzca una sola semilla; la mayoría de las vainas contienen muchas. Aun
cuando haya una sola semilla como en el melocotón, albaricoque o la
ciruela, el árbol ha dado fruto en abundancia.

Hasta el viento ayuda a la mano abierta de la naturaleza. Las semillas son


llevadas a distancias inauditas. Esta es una manera en que la naturaleza
comparte sus riquezas. No muy lejos de nuestra casa hay un bosque de
pinos llamado «los Pinos perdidos», porque no hay otros pinos cerca.
Arboles y arbustos nos sorprenden constantemente al enviar raíces a largas
distancias igual que alrededor, sobre y a través de obstáculos.

El agua, a menos que esté contenida, corre por todas partes. Los minerales
y los metales están distribuidos abundantemente bajo la superficie de la
tierra. Para obtener resultados de la naturaleza tenemos que ser generosos
en nuestra distribución. Si apretamos la naturaleza, interferimos con su
mano abierta. Cuando plantamos semillas, tenemos que tener cuidado para
que no estén demasiado juntas, controlamos el agua, para así conservarla,
al dirigir su generosa naturaleza. Siempre tenemos el uso o el desperdicio,
según esté la mano abierta o cerrada.

La ropa sin usar se echa a perder. El cuero, si no se usa se raja o


enmohece, dependiendo el clima. El perfume que se «conserva», pierde su
fragancia. La comida que se guarda por mucho tiempo, se daña. El dinero
acumulado no produce intereses ni ganancias. La distribución generosa, la
lección de la mano abierta, es algo que muchos de nosotros tenemos que
aprender.

Se nos ha enseñado a ahorrar, a ser económicos, a negarnos notoros


mismos, a posponer el placer hasta más tarde. Las razones varían: miedo a
que no podamos retener lo que tenemos, miedo a que podamos necesitar el
dinero para otra cosa, miedo a que no haya repuestos accesibles. No hay
tales preocupaciones en la naturaleza. Ninguna flor ha retenido su perfume
o sus semillas; el agua nunca ha rehusado caer por una abertura para regar
la tierra. Cada fruta, capullo o riachuelo, es un centro de distribución. Cada
uno da, comparte, bendice. Esto es lo que debemos hacer si vamos a ser (y
permanecer), verdaderamente prósperos.

Cada uno de nosotros tiene mucho que distribuir y compartir. Tenemos


amistad e interés. Tenemos sonrisas. Tenemos palabra. Tenemos para dar,
consideración y atención sin restricción. Más que todo, tenemos para dar
amor y afectuoso interés. Quizás no tengamos que salir fuera de nuestra
propia familia para encontrar aquello que estás anhelando, aceptación y
amor. Dondequiera que trabajemos es probable que haya personas que
necesiten saber que hay alguien que se preocupa por ellas, que alguien
quiere que ellas tengan lo mejor. Cada mañana debemos detenernos lo
suficiente para poder decir: «Hoy, Padre, mantengo mis manos abiertas.
Distribuyo el amor, la comprensión y el aprecio que me das en cantidades
ilimitadas. Padre, doy tu amor a los demás todo el día de hoy. Misa manos
están bien abiertas».

Sí, aquí mismo donde estamos, sin nada que añadir a nuestra vida o a
nuestro potencial, podemos comenzar a dar algo a aquellos que estén cerca
de nosotros físicamente. Puede ser sólo una sonrisa, una palabra o saludo
agradable, una pregunta impersonal pero interesada, un cumplido. Cuando
pensamos en dar con la mano abierta, podemos comenzar por pensar qué
desearíamos que nos dieran a nosotros.

El aprecio es algo que nos hace a todos resplandecer, así que damos
aprecio a todo el que nos encontremos. Podemos descubrir algo que
apreciar en cada contacto que hagamos a través del día. El aprecio ayuda a
la gente a sentirse valiosa e importante, y todos somos importantes porque
todos somos hijos de Dios. El aprecio puede hacer que la vida parezca
nueva, puede traer alegría nuevamente a la persona más desolada. Esta es
una forma en que podemos compartir nuestro bien. La teoría económica de
«compartir la riqueza» tiene una gran falta de verdad: su intención es
distribuir riqueza ya acumulada. Muy diferente es el dar y el compartir el
aprecio y la acción de gracias.

Este compartir siembra semillas para una mayor cosecha de bien. La gente
es siempre más creativa y productiva cuando es apreciada. Nuestro aprecio
por las demás puede tener resultados a largo alcance. Pude iniciar a los
demás en el camino hacia su bien ilimitado. Puede abrir posibilidades que
nunca habría sido notadas de otra manera. La parte más hermosa es que
siempre ganamos cuando damos aprecio, la cálida felicidad que trae
nuestro aprecio, regresa para beneficiarnos. Y siempre vienen otras
bendiciones.

Algunas veces descubrimos que, al abrir nuestras manos para ayudar a los
demás, realmente hemos abierto una puerta para nuestro propio y
maravilloso bien. Frecuentemente necesitamos tener la mano abierta con lo
que poseemos ahora, de manera que puedan llegarnos nuevos bienes.

Una mujer supo que una familia que necesitaba «de todo» después de un
incendio. Revisó toda su ropa blanca, sus platos, sus provisiones de
comestibles. Cuando hubo compartido generosamente, se sintió bien. Al
cao de dos semanas, recibió en regalos, totalmente inesperados, más de lo
que había dado.

Durante la depresión de los años treinta, una pareja joven se sintió muy
afortunada porque el esposo tenía un trabajo. Su sueldo era bajo, pero se
las arreglaron para conservar su pequeña extensión de tierra cerca de una
gran ciudad. Cada mañana Opal agradecía el tener algo para su almuerzo y
para su cena.

Un mes fue financieramente más difícil que los otros. Había habido
reparaciones del automóvil y pagos de impuestos. Cuando ella preparó el
almuerzo de su marido, toda la comida se había acabado excepto dos
pedazos de pan y una manzana que ya había empezado a pudrirse.
Mientras bendecía el almuerzo; pensó: «Vamos a estar bien. Va a haber
comida o podremos arreglárnoslas sin ella, otros lo han hecho».

Una hora más tarde aproximadamente, un vagabundo vino por la puerta de


atrás. Había habido muchos de ellos durante el invierno, Opal siempre les
había dado comida, pero esta mañana había tan poco en la casa que ella
titubeó. Pero no por mucho tiempo, porque pudo ver que él no había estado
comiendo regularmente. «Esto es todo lo que hay», le dijo amablemente.
«Quisiera que hubiera más para darle».

«Nunca vi a un hombre comer tan agradecidamente» dijo más tarde. «Me


bendijo antes de irse y lo bendije diciéndole que estaba segura de que
encontraría trabajo».

Por la tarde fue a visitar a una amiga. Cuando regresó la puerta del fondo
estaba entreabierta. Estaba un poco inquieta pues recordaba haberla
cerrado cuidadosamente. Entró rápidamente. Se detuvo estupefacta y luego
cerró los ojos para decir un ferviente «Gracias, Dios mio», pues la pequeña
mesa cuadrada de la cocina estaba llena de frutas y vegetales y había más
en el piso. Había una nota garrapateada al lado de una de las bolsas;
«Tengo demasiadas provisiones. Se me ocurrió pensar que quizás ustedes
pudieran asarlas, Jack».

«Jack es un primo de mi marido», explicó ella. «Tenía un puesto de frutas y


vegetales. Esta era la primera vez que nos daba siquiera una papa. Estoy
segura de que, de alguna manera, el no haber acaparado la comida que le
di al vagabundo hizo que Jack pensara en nosotros. Desde entonces
siempre he compartido, nunca he acaparado y ¡nunca hemos vuelto a tener
sólo dos pedazos de pan!».
Un artista estaba trabajando en una gran ciudad, dibujando retratos de los
visitantes a un área histórica. Un domingo por la mañana su esposa y él
tenían sólo un dólar. «Iremos a la Iglesia como de costumbre y daremos el
dólar o saldremos fuera a comer con él?, preguntó él.

«Iremos y daremos», dijo su esposa. «Me quemaría por dentro si no lo


hiciera».

«No podemos hacer eso», dijo él riendo. «Pero creo que Dios entenderá».

Ella sacudió la cabeza. «Ganarás dinero mañana. Los lunes son buenos
días de turismo. No nos hará mal pasarnos sin comida hoy. Disfrutaremos
más la de mañana».

No tuvieron que pasarse sin comida, pues ¡por ir a la iglesia comieron!


Dieron su dólar y entonces, antes de que el ministro diera la bendición, él
dijo: «No olviden que éste es el domingo en el que todos comeremos juntos.
Hay de todo en abundancia para aquellos que no sabían sobre nuestro día
de compartir el pan, juntos. Todos están invitados».

No solo hubo suficiente para que todos comieran, sino que sobró mucha
comida. La joven pareja se fue a casa llevando suficiente comida para que
les durara varios días.

Alguna gente puede ser generosa compartiendo todo, excepto las ideas.
Algunos buenos cocineros están renuentes a compartir sus recetas.
Nuestras ideas no nos pertenecen exclusivamente. Ellas son los regalos de
Dios para nosotros, y todos sus regalos son ara compartirse.
Frecuentemente un observador puede compartir una idea que otro, envuelto
en una situación, no puede pensar por estar tan cerca del problema.
Algunas veces damos ideas y éstas no son aceptadas, pero eso está bien.
No importa que la idea se use o no: lo que importa es que mantengamos las
ideas circulando, que continuemos compartiéndolas. Esta es una manera en
que podemos distribuir el bien que tenemos.

Al arce no le inquieta en absoluto lo que le pasa a las semillas de sus


vainas. Al agua no le importa que la represen y la almacenen para usarla o
que la derramen extravagante y generosamente sin ninguna dirección. No
debemos preocuparnos por lo que le pase a nuestro dar. Todo lo que
necesitamos hacer es dar.

Si damos una sonrisa y recibimos un «hola» gruñón de vuelta, está bien: si


damos un regalo material en el cual hemos gastado tiempo y dinero
preparándolo y no es apreciado, esta bien; si hacemos una sugerencia y es
rechazada, está bien. Hemos dado, hemos compartido, hemos distribuido,
hemos mantenido nuestras manos abiertas. Hemos cumplido la ley, y los
buenos resultados vendrán de alguna manera. La ley funciona tan
seguramente como la noche sigue al día. Lo que la persona con quien
hemos compartido nuestro bien haga con él, es su problema. Si detiene el
flujo de bien, lo detiene sólo para él.

La mano de Dios está siempre abierta. El da generosamente. Nosotros


podemos hacerlo también.

Sara Jane miró a su aparador mientras guardaba sus platos, una mañana.
«Santo Cielo», pensó, «debo hacer algo con todos estos platos que no
estoy usando». Más tarde, al caminar por la casa vio muchas cosas que no
estaba usando, ahora que su familia era adulta y se había marchado.
¡Ropa, muebles, un garaje lleno! Comenzó a clasificar las cosas para darlas
a quienes pudieran usarlas. «Padre, ayúdame a escoger sabiamente lo que
he de conservar y lo que he de dar», oraba mientras trabajaba «No quiero
deshacerme de nada que debiera conservar y no quiero conservar nada que
ya no vaya a necesitar». Su casa lucía más atractiva y más fácil de
mantener limpia después que hubo terminado su repartición.

También podemos acumular buenas intenciones. La mayoría de nosotros


tenemos: un cúmulo de ellas. Necesitamos clasificarlas, hacer algo por
aquellas que aún queremos llevar a cabo y olvidar aquellas que ya no tienen
importancia. Nos libraremos de una carga que puede haberse estado
acumulando durante años.

Todos tenemos mucho que dar y cuando abrimos nuestras manos para dar,
rompemos las barreras que tal vez se interponían entre nosotros y nuestro
bien. Abrimos la puerta a nuestro bien, la puerta que la negativa a dar había
cerrado. Hay siempre un bien instantáneo en la satisfacción que acompaña
al dar, pero hay algo más que un sentimiento de bondad, porque es
imposible dar sin recibir.

Vivo con mis manos abiertas. Distribuyo lo que tengo. Comparto mi


bien, ahora. No tengo miedo a la limitación o a la escasez. Sé que las
manos abiertas de Dios proveen generosamente para mí. Dejo ir mis
viejos bienes para así poder tener unos nuevos. Dejo espacio para lo
nuevo al compartir y dar lo viejo. Estoy alerta a las necesidades de los
demás. Estoy alerta para que otros puedan usar y beneficiarse con lo
que puedan. Doy, comparto, distribuyo. Quiero dar. Me gusta dar. El
dar me trae alegría y felicidad. Mantengo mis manos abiertas para
recibir y para dar.
PROSPERIDAD EN LA RENOVACION

¡La mayoría de nosotros tiene más problemas con el pasado que con el
presente! Frecuentemente parece que estamos en una situación presente
infeliz o desafortunada, a causa del pasado; a menudo creemos que
estamos donde estamos a causa de algo que hicimos o dejamos de hacer
algún tiempo atrás. Muchos de nosotros creemos que hemos perdido
oportunidades; prácticamente todos creemos que hemos pasado por alto
alternativas que pudieron habernos hecho ricos, felices y exitosos. Rara es
la persona que no tiene un profundo pesar sobre lo que «pudo haber sido».
Algunas veces tenemos verdaderas pesadillas sobre sucesos del pasado o
cosas que no hicimos que ahora vemos que debimos haber hecho. Para la
mayoría de nosotros hay mucho que necesita repararse.

El peligro es que podamos resignarnos a lo que parece ser nuestro destino.


No importa cómo aceptemos el presente después de años que parecen
perdidos, es probable que estemos amargados, resentidos, pesarosos e
infelices. Cuando guardamos resentimientos, cuando estamos amargados y
llenos de pesar e infelicidad, estamos construyendo para un futuro aún más
desgraciado. Un padecimiento común es la auto-compasión, y es la aflicción
más perjudicial que podamos tener. La felicidad se mantiene lejos de
aquellos que se auto-compadecen constantemente; la gente se mantiene
lejos, también, porque si hay algo de qué compadecerse, ¡ellos van a
compadecerse de sí mismos!

Nublamos nuestra visión con la auto-compasión; no vemos el bien al


alcance de la mano cuando sólo nos vemos como víctimas. Demoramos
nuestro nuevo bien, porque no podemos invitar lo nuevo mientras nos
asimos a un iluso “pudo-haber-sido”. Cuando deploremos el pasado,
sintamos que hemos perdido mucho, ya sea a través de nuestras acciones
o de las de otro, debemos releer el segundo capítulo de Joel.
Joel da esperanza a los israelitas al prometerles cosas maravillosas. Los
israelitas habían sufrido mucho, incluso el cautiverio. Se habían atraído sus
infortunios, pero ahora Joel sostenía un cuadro de bien para el futuro.

No temáis…

Estad felices y regocijaos,

¡Pues el Señor ha hecho grandes cosas!...

Comeréis en abundancia y seréis satisfechos…

Yo os devolveré los años

que la plaga de langostas se ha comido.

Nuestros años de langosta son los años de nuestra infelicidad, los años que
nos han traído cosas que no nos gustan y que han parecido habernos
apartado del éxito, la felicidad y la prosperidad. Pero nuestros años perdidos
pueden encontrarse de nuevo, pueden restaurarse y nuestra prosperidad
puede ser renovada.

Pablo dice la misma cosa en diferentes palabras: Por eso, si alguno está en
Cristo, él es una nueva creación; lo viejo ha pasado, ¡Mirad, lo nuevo ha
llegado!. Esto es exactamente lo que queremos: que las cosas del pasado
se vayan para siempre y que tengamos una nueva vida llena de nuevo bien,
pero, ¿podemos aceptar esas promesas literalmente? ¿Podemos dejar ir
nuestra amargura, nuestro dolor, nuestro autocompasión, nuestra infelicidad
lo suficiente como para creer y actuar como si creyésemos? ¿Podemos
aceptar ahora la posibilidad de que nuestros anhelos, nuestras esperanzas,
nuestras posibilidades que pueden hacerse realidad a pesar de lo que ha
habido en nuestra experiencia?

Alguien ha dicho que el fracaso y el éxito, el gozo y el dolor, la felicidad y la


infelicidad, la salud y la enfermedad, están sólo separados por el desaliento.
Demasiados de nosotros compramos desaliento y pagamos por él con
fracaso, infelicidad, tristeza, enfermedad. Un significado metafísico del
fracaso es que es una indicación de que algo está aún por hacerse o está
incompleto. Sería útil que pudiésemos ver lo que parece ser un fracaso
como tan sólo una actividad incompleta. Aún podemos terminarla y tener
éxito. Frecuentemente nos damos cuenta de que podemos levantarnos en
donde estábamos y seguir adelante. Muchos sueños casi olvidados pueden
recordarse y hacerse realidad, no importa cuánto tiempo haya transcurrido;
muchas aspiraciones sólo necesitan ser estimuladas de nuevo para
realizarse. El primer requisito es que nos rehusemos a desalentarnos por
más tiempo, y que avancemos hacia adelante, manteniendo nuestra
atención enfocada en el sueño o aspiración, empleando todo el esfuerzo
necesario para convertirlo en realidad.

Una pareja había tenido durante varios años lo que se considera como mala
suerte. Esas adversidades habían deteriorado su relación hasta el punto en
que no veían forma de permanecer juntos, por lo que se separaron. En una
conferencia sobre la Verdad, Nate recordó las palabras de Joel sobre los
años de la langosta.

El conferenciante apuntó que cuando uno entrega el pasado a Dios y deja


atrás toda la negación en relación con ese pasado, habrá una renovación y
una restauración. Si el viejo bien no puede renovarse, dijo, un nuevo bien
que lo compensará entrará a nuestra experiencia, recuperando los años
perdidos.

Si podemos soltar el viejo bien, éste puede ser transformado en uno nuevo.
Lo soltamos cuando aprendemos de él, cuando lo bendecimos y cuando
ponemos entonces nuestra atención en el presente. Si hay cosas que
podamos y debamos hacer para rectificar el pasado, debemos hacerlas
rápidamente y sin demora. Si hay perdón que pedir o que dar, debemos
pedirlo o darlo. (No siempre tenemos que pedir perdón personalmente;
podemos hacerlo mentalmente). Quizás lo más difícil que tengamos que
hacer sea dejar de lamentarnos por el tiempo que parece haberse perdido.
No debemos quejarnos ya por los llamados años perdidos, al igual que no lo
hacemos con los años pasados en la escuela. Los años “desperdiciados”
son usualmente años de educación del alma.

Nate pasó varias horas pensando después de la conferencia. No podía ver


de momento lo que podría hacer con los años que habían pasado, pero
sabía que quería una renovación y una restauración. Quería tener de vuelta
a su mujer y a sus hijos. Quería un trabajo mejor. Quería pagar todas sus
cuentas. Quería un buen hogar donde los niños pudieran jugar seguros al
aire libre, durante todo el día. Quería ropa nueva para todos ellos y quería
que su mujer pudiera arreglarse el pelo cuando así lo quisiera. Quería que
su familia disfrutara y viajara. Quería recuperar su automóvil o uno mejor.
Más que todo, se dio cuenta de que quería entender a Dios mejor y sentirse
más cerca de El. Deseaba la proximidad de Dios que nunca antes.

La lista era larga. Pasó más tiempo aún calculando de cuánto tendría que
ser su cheque cada mes para proveer estas cosas. El total era el doble de lo
que estaba ganando.

«Dios mío», dijo en voz alta, «¿es esto demasiado pedir?» Hizo una pausa
y preguntó: « ¿Es esto desear demasiado?». Se acordó de las cosas que
habían oído y leído: «Con Dios todas las cosas son posibles, la necesidad
del hombre es la oportunidad de Dios. Más cerca está Él, que las manos o
los pies. Dios tiene el poder para hacerme rico. El Señor es mi pastor, nada
me faltará. Te he amado con un amor eterno».

«Si esto es verdad», oró él, «y yo creo que lo es, no hay razón para que no
puedas ayudarme o no me ayudes. Sí creo que es posible tener una
renovación de nuestro bien. Creo que nuestros “años langosta” pueden
recuperarse».
Nate no podía recordar las afirmaciones que el conferenciante había
utilizado, pero hizo las suyas propias. Son buenas, son poderosas:

Todas las pérdidas se convierten en bien, ahora. Tengo ahora todo lo


que necesito para que nuestra vida sea como debería ser; feliz,
saludable y próspera. Gracias, Dios, por mostrarme, cómo hacerlo
ahora.

El final de la historia fue mejor de lo que él pudo haber soñado aquella


noche. Nunca había trabajado en ventas, pero aceptó una oportunidad que
se le presentó de vender bienes raíces, en las tardes y en los fines de
semana. «Suerte de principiantes», la llamaron los otros vendedores,
cuando tuvo el número mas alto de ventas durante su primer mes de
trabajo. No pudieron llamarlo así, después. Cada mes ganaba buenas
comisiones y al cabo de seis meses tenía todas las cosas que había
anotado en su domingo en la noche, cuando comenzó a dejar que Dios
cumpliese su promesa.

«Todavía uso afirmaciones, las mismas que comencé a usar cuando las
primeras empezaron a funcionar», me dijo. «Era maravilloso saber, no sólo
teorizar, sino saber, que mi bien podía recuperarse y renovarse. Mis
afirmaciones eran simples y al grano: Mi bien se renueva y restaura ¡gracias
a Dios!. Dios es la fuente de todo mi bien. El pasado ha pasado y está
terminando. Se ha ido; ya no importa. Somos ahora ricos, felices, exitosos.
Un gran bien nos espera a nosotros ¡gracias, Dios!».

Esta es la parte maravillosa: una vez que viene la renovación, los «años de
la langosta» se vuelven irreales en nuestra mente y corazón, como debe
ser. Ya no importan más. Lo único que se queda es lo que hayamos
aprendido de ellos. El bien que viene como renovación es tan maravilloso
después de años de infelicidad, que nuestro aprecio se intensifica y esto, a
su vez, aumenta el bien que continuará viniendo. Es como si el bien hubiese
sido almacenado y ahora se estuviese precipitando sobre nosotros. Esto es
lo que Gene descubrió después de quince años viviendo como un
alcohólico, con toda la infelicidad y las pérdidas que trae semejante
condición.

«Finalmente desperté», me dijo. «Se cuánto tiempo mi familia había estado


esperando a que hiciera exactamente eso. Cada vez que dejaba de beber,
aunque fuera por una noche, ellos concebían esperanzas. Me pareció haber
tratado todo, y nada funcionaba. Entonces este doctor me miró directamente
a los ojos cuando fui a solicitar un examen físico para probar en un empleo.
Me dijo (y se encogió de hombros, disgustado mientras lo decía). “Si no deja
de beber, y quiero decir dejarlo ahora, en este momento, vas a morirte. Tu
hígado está peligrosamente deteriorado. Uno no juega con la cirrosis. Toma
lo que te acabo de decir o déjalo, pero decídelo ahora mismo. No te quedan
muchos minutos”».

No fue fácil mantener la decisión de vivir. Sin embargo, cada vez que casi
comenzaba a beber de nuevo, se acordaba de cada palabra que el médico
le había dicho. «La cosa que más me deprimía», dijo, «era pensar en esos
años desperdiciados…, quince de ellos».

Fueron años duros tanto para su esposa e hijos como para él. Perdía
trabajo tras trabajo. Tuvieron que vender su casa. Jill tuvo que volver a
trabajar. Ella había cuidado de todo, hasta de Gene. Los niños habían
extrañado muchas cosas, incluyendo un padre en quien apoyarse y habían
experimentado cosas que no debían haber soportado. Gene sabía que no
tenía alternativa; tenía que mantenerse en su decisión o morir. Sabía que
tenía que entregar esos quince años a Dios o nunca podría hacer lo que
tenía que hacer. Bendijo esos años e hizo todo lo que pudo para nunca más
acordarse de ellos; trató de pensar sólo en el presente y el futuro. Para
hacer esto, tenía que librarse de la auto-condenación y del remordimiento;
tenía que continuar apartando su mente de la pesadilla del pasado.
Cada vez que el pasado le preocupaba, decía una y otra vez: «Dios está
reparando esos años. No tengo que preocuparme. En lo que se refiere a mi
real “yo”, nunca han pasado. Soy aún el perfecto hijo de Dios. El me ama y
aprueba todo lo que hago ahora. La única realidad es “ahora” el resto se
termino y se ha ido: gracias, Dios».

«Esas eran unas palabras fuertes», dijo. «Tenían que serlo. Mis
sentimientos de culpabilidad eran tan fuertes, que palabras indiferentes no
habrían podido ayudar». Los años fueron restaurados. El hasta comenzó a
lucir diferente a las pocas semanas; lucía, por lo menos, quince años
menor. Su esposa también mejoró. Pronto pudieron comenzar a tener cosas
de las que habían carecido por tanto tiempo, debido a lo mucho que se
gastaba en bebida.

«Esas eran unas palabras fuertes», dijo. «Tenían que serlo. mis
sentimientos de culpabilidad eran tan fuertes, que palabras indiferentes no
habrían podido ayudar». Los años fueron restaurados. El hasta comenzó a
lucir diferente a las pocas semanas; lucía, por lo menos, quince años
menor. Su esposa también mejoró. Pronto pudieron comenzar a tener cosas
de las que habían carecido por tanto tiempo, debido a lo mucho que se
gastaba en bebida.

«Ahora», me dijo recientemente, «cuando llegan los problemas sé que


puedo ocuparme de ellos fácil y rápidamente. Si Dios puede reparar quince
años de la peor clase de pérdida, no hay nada que no pueda hacer. Cada
día, aprendo a confiar más en El, y nuestra vida se vuelve más próspera.
Todavía tengo momentos, dijo tras una pausa, «en que me pregunto, qué
habría pasado…, qué habría pasado si no hubiera escuchado y aceptado
las promesas de Dios».

El pasado que le molestaba a Sue y a Ed era otro, diez años antes había
invertido en el negocio de un pariente y éste había fracasado. Habían
perdido más de lo que originalmente habían invertido, debido a que la corte
había determinado que eran responsables por gran parte de la deuda de la
firma. El pariente no había podido hacerse responsable por la parte que le
correspondía y ellos habían tenido que asumir la responsabilidad por dicha
parte también. No sólo habían salido perjudicados financieramente, sino que
también estaban resentidos con el pariente por no haber podido éste
responder a su parte dela deuda de la firma.

Tanto Sue como Ed aparentaban más edad de la que tenían. no estaban


felices. Sus hijos también se sentían despojados porque cada vez que
querían algo siempre recibían la misma respuesta: «Si no fuera por tu tío,
podríamos hacer más por ustedes». Consecuentemente, los niños habían
comenzado a odiar a su tío y a la familia de éste. Para ellos, él era la única
causa del tipo de vida tan restringido que llevaban.

Cuando Sue se hizo estudiante de la Verdad, la familia recibió ayuda en


muchos aspectos. Mejoró la salud de todos, las cuentas del doctor se
redujeron; los niños estaban más contentos, Sue y Ed lo estaban también.
Sólo su situación financiera permanecía igual. Tras haber hecho cierto
trabajo metafísico en relaciona su condición financiera, una mañana
después que Ed y los niños se habían ido por todo el día, Sue pensó:
«Quizás sea el pasado y como nos sentimos al respecto lo que nos esté
impidiendo alcanzar una prosperidad verdadera. Tenemos que liberarnos de
ello completamente. Nuestros pagos están casi terminados, pero nos
sentimos tan apesadumbrados como siempre. Tenemos que empezar a
pensar que agua pasada no mueve molinos…»

Habló con Ed esa noche. «¿Qué sugieres que hagamos?». Él preguntó.

«No estoy segura», contestó ella lentamente. «Quizá debamos mirar hacia
atrás para ver cuál ha sido el problema con nuestras actitudes a través de
todos estos años. Quizá eso nos dé alguna idea constructiva».
Hablaron un largo tiempo. Entonces decidieron que había que cambiar la
actitud de culpar al pariente, el resentimiento que sentían y las criticas por la
manera en que habían conducido el negocio y por no haber pagado la parte
que le correspondía de las cuentas. También se dieron cuenta de que
habían estado esperando que el tío les pagara de alguna manera. De
hecho, admitían ahora que esta idea había estado en sus mentes todo este
tiempo.

Juntos decidieron declarar que perdonaban al hombre y todo lo que había


sucedido. También se perdonaron a ellos mismos por las actitudes que
habían adoptado y por todo lo que habían dicho en contra del hombre.
Antes de acostarse, afirmaron juntos: «Perdonamos entera y
completamente a nuestro pariente y a todas aquellas personas que parecen
haber hecho algo en contra de nosotros; también nos perdonamos a
nosotros entera y completamente por cualquier cosa que hayamos hecho
que no haya estado correcta, especialmente por todos nuestros
pensamientos y nuestras palabras en contra de ese hombre. Reconocemos
a Dios como la sola y única fuente de nuestra provisión y dejamos de
buscar nuestra prosperidad en alguien o en alguna situación. Dios es el
Único que nos puede llevar a la prosperidad. No tenemos que preocuparnos
por la otra gente o por lo que hacen. Dios nos hace prosperar ahora y nos
compensa por todo lo que perdimos durante ese período. Ya terminó. Todo
es nuevo y bueno ahora. Gracias, Dios».

Cada vez que el nombre del hombre surgía, los dos cambiaban rápidamente
la conversación y si los niños o alguna otra persona hacía preguntas sobre
la situación, ellos respondían que todo aquello ya había pasado y que no
tenían interés. Se sentían más libres que en todos aquellos años luego de la
mala inversión. Ni siquiera les molestó hacer los últimos cheques que les
quedaban para cumplir con su obligación.

Aproximadamente un año más tarde, Ed tuvo la oportunidad de poner un


negocio por su cuenta. «Después de todo lo que hemos hecho antes, esto
no puede preocuparnos, dijo cuando le hablo a Sue por primera vez sobre
ello. «Empezaremos con poco, pero con todo lo que hemos aprendido,
nunca permitiremos que esto se convierta en una carga de preocupaciones.
Creo que ésta es la manera o una de las maneras en que Dios nos va a
ayudar a volver a empezar y a recuperar todo nuestro bien.
Verdaderamente lo creo así, Sue».

Ella asintió. Resultó ser exactamente así, pues el nuevo negocio empezó a
prosperar grandemente.

Todos hemos conocido a hijos e hijas que han cuidado de sus padres, hasta
el punto de prácticamente renunciar a sus propias actividades para poderlo
hacer. A veces esto se hace porque otros en la familia piensan quelos
solteros son los que más fácilmente puedan asumir esa responsabilidad.
Esto fue así en dos casos.

Los dos hermanos de Jim se habían casado cuando el todavía se estaba


abriendo camino en la universidad. No se había querido casar hasta no
estar bien establecido en su trabajo. En ese entonces sus padres habían
necesitado su ayuda y él se las había dado. Ana, que vivía en el mismo
pueblo pero a quien él no conocía, no había ido a la universidad porque
había tenido que buscar trabajo al terminar la escuela superior para ayuda
con los gastos familiares. La hermana mayor de Ana y su hermano ya se
había casado, tenían hijos. No creían que podían ayudar.

El transcurso de los años no mejora situaciones semejantes; aunque Jim y


Ana no se conocían, sus circunstancias eran muy parecidas. Ambos se
sentían resentidos con sus familias; los dos resentían tener que estar
amarrados. Descubrieron la verdad casi a la misma vez, pero en distintos
lugares y de distintas maneras. Cada uno trató de resolver su situación con
la verdad para así ser una mejor persona. En aquel momento ninguno
pensó que la situación podría cambiar; cada una sólo quería cambiar él
mismo para así poder manejar mejor sus problemas. A Jim y a Ana no les
gustaba lo que empezaban a reconocer en sus actitudes y acciones.
Ambos utilizaron casi las mismas afirmaciones para hacer que sus
pensamientos se volvieran más constructivos.

Borró todos los sentimientos de resentimiento respecto a esta situación. No


continúo culpando a nadie por nada. Tampoco yo asumo ninguna falsa
responsabilidad. Estos años que he pasado no han sido años
desperdiciados. Dios está haciendo que hayan valido la pena y me está
brindando un nuevo bien a mí y a todos los interesados, ahora.

Poco a poco, el resentimiento acumulado desapareció. Ambos se sintieron


mejor respecto a todo. Los dos se veían mejor. Ambos empezaron a
disfrutar de sus padres y de los otros miembros de las familias, quienes a su
vez comenzaron a ayudar más a los padres. Tanto Jim como Ana
mostraban un profundo agradecimiento por cualquier cosa que se hiciera.
Se dieron cuenta de que podían dar las gracias sin reservas. Entonces
sucedió lo obvio: Jim conoció a Ana.

Su amistad se convirtió rápidamente en amor. Esto los deleitó a la vez que


los preocupó, ya que parecía crear más problemas aún. ¡Era casi
inconcebible considerar la idea de poner a los dos grupos de padres bajo un
mismo techo! Entonces a Jim le informaron que lo estaban considerando
para un traslado al otro lado del país. Esto no sólo representaría más dinero
y responsabilidad, sino que también le abriría las puertas a posibilidades
ilimitadas con la firma.

«Lo único que sé que hacer, es ponerlo en manos de Dios», dijo Ana. «Es
demasiado complicado para nosotros. Realmente no podemos hacer nada
hasta que sepas con seguridad que te ofrecerán el traslado».

Trataron de no preocuparse ni de hacer planes. Trataron de confiar


plenamente en Dios para que todo resultara lo más perfectamente posible.
Cuando el problema surgía en sus pensamientos decían: «Dios se ha hecho
cargo de nuestros planes. No tenemos que hacer planes. No podemos
hacerlos. El sí puede».

Entonces llegó el traslado. Tenían que actuar. Jim invitó a todos en las dos
familias a comer en un restaurante donde pudieran estar solos en un
pequeño salón. Cuando habían terminado de comer el hermano mayor de
Jim se inclinó hacia delante. «Esto no es ninguna sorpresa para nosotros,
ya lo veíamos venir. Ustedes dos no deben privarse de esta oportunidad.
Nuestros chicos ya son mayores y todos estamos ganando más dinero.
Podremos llevar la carga. Creemos que podemos encontrar un apartamento
de dos pisos y luego conseguir a alguien que vaya cada día a hacer lo más
pesado de la limpieza y la cocina. Ustedes han hecho ya su parte por más
de diez años; ahora nos toca a nosotros».

«Nosotros ayudaremos financieramente», dijo Jim mirando a Ana. Ella


asintió con la cabeza. Luego le dijo a ella: «Es un milagro como todo ha
resultado… tan fácil y tan bien. Mejor que antes, pues estarán por su
cuenta. estoy tan contento de que no haya habido disputas. Esto nos
ayudará a empezar mejor juntos». La acercó hacia él. «Tú me has devuelto
mis años; verdaderamente no fueron años perdidos».

Cuando las coas se hacen a la manera de Dios, éstas siempre salen sin
esfuerzos y en paz.

Un músico que había resentido tener que guardar sus instrumentos en un


armario para poder mantener a su familia. Descubrió que todos esos años
sin música podían maravillosamente recuperarse. A medida que sus hijos
se fueron haciendo adolescentes, se empezaron a interesar en la música.
Querían que su padre participara de su música. Bien pronto, la familia había
formado una agrupación musical que comenzó a tener gran demanda en
todo tipo de fiestas y funciones. «Quizá lo disfrute más ahora, porque no
tocaba hacía algún tiempo», admitió el padre. «Realmente no hubiera
podido divertirme tanto de ninguna otra manera y tuve que esperar a que
ellos crecieran para hacerlo».
Un hermano y una hermana habían estado peleados por cierto número de
años. Ambos se extrañaban el uno al otro, juntos deseaban que se pudiera
hacer algo respecto a la situación. Sin embargo, parecía que cada vez que
tenían que manejar algún asunto familiar, los viejos rencores volvían a
surgir y la brecha entre ellos se hacía mayor. Se le sugirió a la muchacha
que perdonara completamente al hermano y que le pidiera perdón.

«Oh, no podría hacerlo», protestó ella

«No tienes que hacerlo personalmente; hazlo en tus oraciones. Hazlo


silenciosamente».

«No veo cómo eso pueda servir de ayuda, pero lo intentaré», dijo ella.
Todas las mañanas y todas las noches lo perdonaba y pedía que la
perdonara: «Te perdono por todo lo que creo que me has hecho y
perdóname por todo lo que creas que te he hecho. Dios está trayendo la
paz entre nosotros».

Después se encontraron en una fiesta. Había estado blando alegremente


con unos amigos cuando vio que su hermano se le acercaba.
Deliberadamente mantuvo la sonrisa en sus labios. El sonrió también. Al
acercarse a ella, se inclinó y la besó en la mejilla. «¿Vas a algún lado,
simplona?» le preguntó como siempre hacía de pequeño.

«¡Simplón, tú!» dijo ella rápidamente, como le replicaba siempre de niña.

«Ven a bailar con tu hermano», le dijo, alejándose de los otros.


¡Cómo le había gustado siempre bailar con él! ¡Siempre había disfrutado
tanto cuando él bailaba con ella en las fiestas! Bailaron por un rato sin decir
nada. Entonces él dijo: «Hemos sido un par de tontos. ¿Qué dices si nos
olvidamos de todo esto y nos comportamos de acuerdo a nuestra edad?».

«Por mí está bien» dijo ella tan casualmente como lo hubiera hecho diez
años antes.

«Es tan maravilloso», me dijo ella al contarme la historia después. «Me


siento como si tuviera un hermano nuevo. Es tan considerado. No tuvimos
que discutir nada. Simplemente sucedió. Todo luce tan normal así».

La armonía es lo normal, y debería ocurrir sin ninguna dificultad. Ya es


como si aquellos años malos no hubieran ocurrido. Están disfrutado todo su
nuevo bien a plenitud.

Andrea había pasado varios años semi-inválida antes de tener una curación
espiritual. «¡Oh, qué desperdicio fueron todos aquellos años en cama!»
decía ella. Me sentía tan mal y mi familia estaba tan preocupada, y era tan
costoso».

«No pienses así sobre esos años», le aconsejó un amigo. «Déjalos ir.
Bendice tu nueva salud y sabe que todavía te puede llegar algún bien
especial de todos esos años que te parecen haber sido un desperdicio. Sin
duda alguna, ahora podrás ayudar mejor que nunca a otros a recuperar su
salud».

Andrea ha ayudado a muchas personas a encontrar nuevas fuerzas y


curación. La vida vibra en ella de tal manera ahora y se siente tan
agradecida de estar saludable que resulta una inspiración para los demás.
Es una prueba ambulante de que la salud es posible, no importa cuan seria
parezca ser la condición o cuanto tiempo se lleve enfermo.

Asimismo sucede con todos los años que nos parecen desperdiciados, con
todas nuestras pérdidas aparentes. El bien puede llegarnos; la renovación y
la recuperación pueden tener lugar con la ayuda de Dios y con Su dirección.

Le dejo a Dios todos aquellos años que me han parecido


desperdiciados. Mi bien llega ahora. Me ha estado esperando. No hay
pérdidas en el Espíritu. Hoy todas las pérdidas aparentes están más
que compensadas de maneras nuevas y maravillosas. Le doy gracias
a Dios por Su amor y provisión renovadores y restauradores.

No importa cuán largos, cuán duros o cuán infelices hayan sido los años, la
verdadera prosperidad puede llegarnos hará a través de la renovación y la
restauración.
LA PROSPERIDAD A TRAVES DE LA
CREATIVIDAD

Algunos de nosotros vemos la palabra creatividad con cierto respeto.


Pensamos que tiene que ver sólo con artistas, escritores y músicos. Pero
realmente estamos creando a cada momento, ya que a cada momento
estamos pensando, hablando o haciendo algo. Cada palabra, cada
pensamiento, cada acción cambia nuestras vidas. Con ellos creamos lo que
somos como individuos y nuestras experiencias. Nuestra vida está
realmente creada por nosotros. Usamos nuestra creatividad bien sea a favor
o en contra de nosotros. Cuando somos negativos o aceptamos
pensamientos negativos, creamos experiencias que no nos gustan; cuando
acrecentamos la fe comprendemos nuestra relación con Dios, creamos el
bien para nosotros mismos y para aquellos cercanos a nosotros.

Independientemente de cómo veamos la creatividad, nunca seremos felices


a menos que estemos haciendo algo creativo. Es la rutina aburrida, la
monotonía, lo que hace el trabajo y la vida poco interesantes. Cuando
hacemos algo que nos gusta hacer, siempre queda incluida la posibilidad de
hacerla a nuestra manera, lo que significa hacer uso de nuestra creatividad.
Es solamente a través de su uso creativo que estimulamos nuestros
talentos, y hasta que no los utilicemos no estaremos completamente
contentos. Tampoco podemos ser verdaderamente prósperos hasta no
hacer uso de las habilidades que nos ha dado Dios. Es sólo entonces que
encontramos el éxito, la felicidad y la plenitud.

Mientras más nos apuremos y más empujemos, mientras más reciamente


compitamos, menos utilizamos nuestros talentos. La era presente ha sido
llamada la época de la competencia. Se ha culpado al ritmo acelerado de la
competencia en los negocios, por el aumento en los ataques al corazón, las
úlceras, los desórdenes mentales y emocionales. Pero la marea está
cambiando. La competencia está quedando eclipsada por la creatividad.
Inclusive en los deportes, se está entrenando a los participantes para
mejorar sus propias marcas y no para preocuparse de sus oponentes. En
los cursos para aumentar la velocidad de la lectura, la marca que vale es la
del propio estudiante. Este no es el tipo de competencia en el que uno trata
de ir a la delantera por cualquier medio; es un tipo de competencia en el que
se prueba la competencia en el que uno trata de ir a la delantera por
cualquier medio; es un tipo de competencia en el que se prueba el mérito
propio y en el que se desarrollan las habilidades de cada cual.

Alrededor de finales del siglo pasado un hombre llamado Wallace D. Wattles


escribió dos libros: La ciencia de cómo hacerse rico y Cómo ser un genio.
Están tan vigentes hoy como cuando los escribió. Dijo: «Debe usted
deshacerse del pensamiento de competir, debe crear, no competir por lo
que ya esta creado. No le tiene que quitar nada a nadie. No tiene que
buscar gangas. No tiene que hacer trama o aprovecharse de nada… Usted
debe ser un creador y no un competidor; va a conseguir lo que quiera, pero
de manera tal, que cuando usted lo obtenga, los otros hombres también
tendrán más de lo que ahora tienen… Las riquezas que se obtienen a un
nivel competitivo nunca son satisfactorias ni permanentes; son suyas hoy y
mañana serán de otro. Recuerde: si ha de hacerse rico de una manera
segura y científica, debe dejar a un lado completamente, los pensamientos
competitivos».

El da un buen consejo cuando dice que si uno está metido en algún negocio
en que despoje a la gente de sus bienes, debe dejar dicho negocio
inmediatamente. esto también se aplica a los trabajos: si descubrimos que
no estamos contribuyendo en nada, debemos renunciar a dicho trabajo y
conseguir uno en el que podamos dar más de lo que recibimos.

La mayor parte de la competencia se basa en el miedo; miedo a que sólo


haya tanto y debamos correr a conseguirlo. Sentimos compulsión de
apurarnos ¡no sea que lleguemos tarde y no consigamos nada! Wattle dice:
«Sólo está Dios y todo está bien en el mundo… La prisa y el miedo sólo
servirán para cortar instantáneamente su conexión con la mente universal;
no obtendrá ni poder, ni sabiduría, ni información hasta no estar calmado. El
miedo convierte la fuerza en debilidad… Nunca actúe precipitadamente ni
de prisa; reflexione siempre; espere hasta sienta cuál es el camino
verdadero… Asegúrese de escuchar a Dios… asegúrese de que no actúa
precipitadamente, con miedo o con ansiedad».

Cada uno de nosotros ha probado muchas veces que la prisa estropea las
cosas. Nos apuramos, damos un mal paso y nos caemos, lo que hace que
nos lastimemos y dañamos nuestra ropa. Hablamos sin pensar y herimos
los sentimientos de alguien. Aceleramos demasiado el automóvil y nos
cuesta una multa. Los actuarios informan la «prisa» es una de las causas
principales de los accidentes. Sabemos que están en lo cierto por nuestras
propias observaciones y experiencias.

Esta época se está convirtiendo en la era de la creatividad. Es un momento


en que las grandes compañías le están dando al personal de arriba tiempo
para pensar creativamente. Las amas de casa están utilizando su tiempo
libre para trabajar creativamente. A los estudiantes se les está estimulando
para que piensen y estudien creativamente. Los problemas del mundo se
solucionarán sólo a través de ideas creativas que no han sido formuladas
aún. Una caricatura en un número reciente de una revista, ilustra la
tendencia creativa de hoy en día. Pinta a un ángel abandonando, el hombro
de un hombre inclinado sobre su escritorio. El subtítulo dice así: «Tengo que
dejarte por alguien que esté haciendo cosas más creativas e interesantes».

Los ángeles de Dios, que son las ideas, le vienen a las personas creativas.
Mientras mejor uso haga la persona de las ideas, más ideas le vendrán.
Pero si cae en la rutina, en la competencia tirante, los ángeles dela
creatividad lo abandonarán.
El difícil estar tranquilo mientras se compite. La mente debe estar tranquila,
el cuerpo también. Podemos lograr esa quietud cuando lleguemos al lugar
donde buscamos las ideas, en vez de mirar a ver lo que está haciendo la
otra persona. El reino de Dios es un reino de ideas, y está dentro de
notoros. Sólo tenemos que quedarnos quietos y mirar hacía dentro. No
tenemos que pensar en las ideas que cualquier otro pueda tener, sino sólo
en las nuestras que nos ha dado Dios para que hagamos un uso particular
de nuestros talentos. Esto es la creatividad.

Cuando finalmente aceptemos esta verdad de que hay suficiente tiempo,


substancias suficientes e ideas suficientes, eliminaremos nuestra tensión y
podremos proceder de manera creativa. Trabajar creativamente nos alivia
de las preocupaciones, nos hace conscientes del poder que tenemos para
imaginar y crear. Tenemos la responsabilidad de hacer lo máximo con
nuestras capacidades. Tenemos que hacer uso de este poder interior que
tenemos: tenemos que ser creativos. Nuestra imaginación jamás está
tranquila; aun cuando dormimos continuamente produciendo sueños. Es un
poder que podemos dirigir para nuestro bien y para el bien de los demás, ya
que es a través de nuestra imaginación que creamos o destruimos nuestro
mundo.

El proceso creador no es complicado. Primeramente, nos damos cuenta del


poder creador que tenemos y sabemos que deberíamos estar creando.
Después centramos nuestra atención en la necesidad o el deseo. Nuestra
mente consciente se comporta de manera parecida a la de un portero de
nuestro subconsciente. La mente consciente establece cuál es el deseo y
luego se echa a un lado para dejar que el subconsciente, con sus vastas
reservas de información y su contacto con la Mente Universal, se haga
cargo. Nuestros pensamientos conscientes son los eslabones que nos
conectan con la sabiduría y el poder universal, de donde proceden todas las
ideas y los medios para utilizarlas.

cierto escritor le llama al subconsciente «el hombrecito interior». Cuando lo


que escribe se le empieza a atascar, le habla al hombrecito. Le dice lo que
le parece que anda mal, entonces se pone cómodo y le dice: «Ahora es tu
problema. Voy a tomar una siesta. Cuando me levante sé que tendrás la
contestación lista para mí. Siempre la tienes». Dicho escritor dice que el
hombrecito interior, su subconsciente, nunca le ha fallado. No importa lo que
le pida al hombrecito, la contestación siempre llega.

No tenemos que ser escritores para poder utilizar este mismo tipo de
proceso creativo. Cuando nos parece que no podemos hacer nada con
respecto a una situación, podemos afirmar cual es el fin deseado y luego
apartar nuestra mente de ello, dejando así al subconsciente (o al
«hombrecito interior») trabajando mientras nos tomamos una siesta, damos
un paseo o llevamos a cabo cualquier otra actividad. Cuando volvemos a
prestarle atención a la situación descubriremos que sabremos cuál debe ser
el próximo paso que debemos dar.

Robert Louis Stevenson decía que los duendes venían por las noches a
contarle los cuentos que él escribía durante el día. A menudo leemos que
algún escritor que dice que la maquinilla de escribir, nunca sabe lo que sus
personajes se disponen a hacer después. ¡Los hombrecitos interiores se
encuentran trabajando! Por lo que me han contado algunos escritores,
cuando se ponen tensos y se esfuerzan demasiado, las ideas parecen jugar
a las escondidas. Esto sucede especialmente cuando hay algún sentido de
prisa o competencia en vez de creatividad.

Un estudiante de arquitectura que había recibido un gran premio me dijo:


«Me obligué a olvidarme de que estaba en una competencia. Me afirmé en
la idea de que estaba en una competencia. Me afirmé en la idea de que
estaba trabajando para obtener el mejor plan posible para esa estructura.
Insistía en que no estaba compitiendo, en la competencia y el premio, me
levantaba y me alejaba de mi mesa de dibujo por un rato. Me ponía a hacer
otra cosa hasta que mi mente se calmara: me olvidaba del premio y de lo
que significaría para mí y para mi futuro. Trabajo mejor en las mañanas,
temprano, después de varias horas de sueño. Mis mejores ideas me vienen
entonces».
La mayoría de la gente creador dice lo mismo. Para algunos la mejor hora
es tarde en la noche o durante la noche y a medio día, pero siempre parece
ser a una hora en que se hayan relajado o hayan estado descansando.
Cuando se duerme o se está relajado, la mente, el cuerpo y las emociones
se quedan tranquilos. Un cuerpo relajado es fuerte, una mente relajada, lo
es también. Un cuerpo rejalado es un cuerpo que se reconstituye, una
mente relajada y relajadas raramente crean problemas. Si vamos a ser
creadores debemos tomar algún tiempo para prepararnos para las ideas
que nos vendrán, y estamos más receptivos cuando estamos relajados.
¡Nos ayudamos a prepararnos para ser creativos al planificar el tiempo para
el relajamiento, haciendo tiempo para estar tranquilos, de manera que
nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestra naturaleza afectiva puedan estar
receptivas. Las afirmaciones nos ayudan a relajarnos:

Estoy relajado. Mi mente, mi cuerpo, mis emociones están relajados.


Lo dejo ir todo excepto a Dios. El está siempre conmigo. No tengo
que esforzarme por El. Está aquí ahora conmigo. Estoy en paz ahora.
Aquiétate, mente mía. Aquiétate cuerpo mío, Aquiétense, emociones
mías, aquiétense.

Mort Linch tenía una úlcera. Su doctor le decía constantemente que se


moderase, que aflojase el paso. Pero Mort era un vendedor de seguros, y
no muy bueno. Había una rivalidad muy intensa en su oficina y en su
compañía. Cuanto más trabajaba más daño se hacía.

Una mañana tuvo un dolor de estómago más agudo que de costumbre y


mientras se contenía sentado, pensó en los demás hombres en la oficina.
Se dio cuenta que ninguno de ellos estaba verdaderamente fuerte y
saludable; a cada uno le pasaba algo físicamente. Entonces Mort se dijo a
sí mismo que haría lo que sabía hacía mucho tiempo que debería hacer:
tomarse tres días libres.
Hizo algunos planes rápidamente y se lo dijo a su secretaria. Se fue a un
motel, pidió la habitación más tranquila, y le dijo al administrador que no lo
molestasen. «Voy a dormir por tres días», le dijo Mort.

No fue fácil tranquilizarse. Se había estado esforzando por mucho tiempo.


Podía parar su cuerpo, pero su mente continuaba dando vueltas. Relajó
todo su cuerpo, parte por parte: su pelo, el cuero cabelludo, la frente, las
cejas, los alrededores de los ojos, las orejas, la cara, el cuello. Entonces
continuo hacia abajo por todo el cuerpo, bendiciendo y relajando cada área;
luego las articulaciones, los músculos, los nervios, los vasos sanguíneos, la
piel. Terminó con lo siguiente: «Todo está bien en mi cuerpo ahora. Todo
está bien en mi cuerpo y mis emociones. No tengo que hacer nada excepto
relajarme. Estoy relajado ahora. Estoy completamente relajado ahora».

Durmió la mayor parte de los tres días. Tomó algún tiempo para bendecir su
cuerpo y para darle las gracias por todo lo que había hecho por él. También
prometió que no volvería a abusar otra vez de este mecanismo tan
maravillosamente diseñado. Lo trataría por el contrario como el templo del
Dios viviente, lo que en efecto es. Antes de irse del motel escribió algunas
afirmaciones que le ayudaría a continuar relajándose, porque ahora quería
cambiar su manera de vivir.

Hago mi trabajo de una manera fácil y relajada. No hay necesidad


alguna de estar tenso. No hay necesidad alguna de estar tenso. No
hay necesidad alguna de precipitarse por los negocios. Los negocios
me llegan a mí. No tengo que luchar por nada. Tengo suficientes
negocios sin esfuerzo y sin tensión. No trabajo en exceso. Mi
estómago está bien: mis úlceras se han curado. Cuido de mi cuerpo,
el regalo tan precioso que mi Padre me ha dado.

Se sentía mejor del estómago que desde hace muchos años. Mort había
progresado y se sentía agradecido. De regreso a la oficina dijo que el
«aprisa, aprisa» de antes lo volvió a inundar con todo el trabajo que tenía
amontonado. Pero puso frente a él una tarjeta que mantuvo todo el tiempo
donde tenía las afirmaciones como una advertencia constante. Comenzaron
a venirle nuevas ideas y le llegaron nuevos negocios sin que los solicitara.

Cuando nos relajamos y nos dejamos flotar en el mar de la actividad divina,


cosas buenas empiezan a ocurrir sin esfuerzos y fácilmente. Las ideas nos
vienen cuando nos cansamos; la inspiración a menudo nos llega tan
evidentemente que nos levantamos y damos el primer paso para hacerla
realidad. Hoy en día, la imaginación y la creatividad se necesitan en todas
partes, en todo negocio y profesión, como también en todas las otras áreas
de nuestra vida.

Hoy es un nuevo día. Las posibilidades en cada campo se han expandido


tan ampliamente como el universo, y esto es tan sólo el comienzo de lo
nuevo. El gobierno necesita las leyes, las relaciones internacionales. La
educación está a punto de renacer; la ciencia se mueve inexorablemente
hacia adelante. Nunca antes se había dado una época en que la creatividad
hubiera sido tan necesaria, deseada y apreciada.

El que no tengamos que competir para ser prósperos es una verdad


maravillosa; sólo tenemos que usar nuestro potencial creador. Estamos
libres de apuros y de presiones, estamos libres para crear.

Hi stover descubrió esto. Trabajaba en el departamento de utensilios de un


gran almacén. Había pasado noches sin dormir debido a la presión que le
estaba produciendo su trabajo. Decidió que no estaba capacitado para el
tipo de competencia de «cada hombre para sí».Decidió probar con un tipo
de venta más creativa y olvidarse de los concursos y premios que ofrecía su
compañía para fomentar la competencia entre los vendedores.

Durante los tres primeros días, sus ventas bajaron. No dejó que esto lo
molestara y se fue a pescar ese fin de semana en vez de trabajar tiempo
adicional en la tienda. Fue mientras pescaba que se le ocurrió la idea de
llamar a todas las personas a las que había vendido utensilios durante los
últimos seis meses. Era una lista muy larga. Decidió llar a cinco cada noche.
Le preguntó a cada dueño qué tal estaba funcionando el utensilio, y si el
cliente estaba totalmente satisfecho. Si había que ver algo, Hi concertaba
una cita para revisarlo. Antes de acabar la corta conversación siempre le
preguntaba al cliente si sabia de alguien que estuviera interesado en alguno
de sus utensilios.

Las personas a quienes llamaba generalmente quedaban tan complacidas


que no sólo sugerían algunos prospectos inmediatamente, sino que le
tomaban el número de teléfono y lo seguían llamando cuando se les ocurría
algún otro prospecto. Un gran porcentaje de estas referencias resultó en
ventas. hi entraba en todos los concursos de la tienda pero no permitía que
éstos afectaran su manera nueva y relajada de vender. Sabía que tenía que
permanecer relajado para estar receptivo a nuevas ideas creadoras. Sus
ventas continuaron aumentando.

Tampoco tenemos que competir fuera del mundo de los negocios. No


tenemos que competir para obtener la atención de los amigos o de la
familia. No tenemos que sentirnos presionados para mantenernos a la par
con los demás. Seremos mucho más solicitados si estamos relajados.
Nuestras relaciones hogareñas y familiares también serán más relajadas y
la gente va a querer estar con notros, en un hogar donde la atmósfera es
serena.

A medida que vayamos aprendiendo a relajarnos, iremos recibiendo ideas


especiales para hacer cosas por los demás, para fiestas y regalos
novedosos, para realizar servicios poco usuales. No habrá área en nuestras
vidas en que la creatividad no abra el camino para mejores y más felices
formas de vida, y para mayor prosperidad. Siempre lograremos más y
mejores cosas cuando estemos relajados y flotemos en el mar de la
actividad divina.
Todo el mundo puede ser creador. Todo el mundo puede alcanzar una vida
realmente próspera al darse la oportunidad de recibir ideas, ideas que
inevitablemente conduzcan a una vida más feliz y más plena.
LA PROSPERIDAD A TRAVES
DEL TOQUE LEVE

El toque leve es siempre un toque seguro. Los artistas lo tienen lo tienen:


los buenos cocineros lo tienen; los buenos padres lo tienen. Los buenos
padres lo tienen. El toque leve es un toque seguro en la oración también.

Cuando oramos levemente, sabemos que nuestras oraciones son efectivas.


Sabemos que son atendidas sin demora alguna. Sabemos que Dios
responde al susurro más suave, al más ligero de los pensamientos, al más
apacible de los sentimientos. No podemos tener el toque leve hasta no estar
libres de toda duda. El toque leve es una prueba de nuestra fe. El orar de
manera leve indica que no estamos tratando de convencernos a nosotros
mismos o a Dios. El toque leve demuestra que sabemos orar, que oramos
de manera experimentada y que esperamos resultados con el toque leve,
los resultados son inevitables. El artistas con dedos hábiles le dan los
últimos toques a un cuadro sabiendo que ha hecho todo lo que era
necesario: la persona que ora de manera leve tiene este mismo sentido de
seguridad. No le queda duda alguna en su mente o en su corazón.

A la mayoría de nosotros nos resulta difícil orar con el toque leve. Todo
nuestro esquema de las cosas está orientado para hacer las cosas
intensamente, para hacerlas de la manera difícil. De hecho, muchos de
nosotros tenemos la conciencia del «trabajo duro». Hay una creencia muy
generalizada que para tener éxito hay que trabajar muy duro. Las personas
asienten y dicen: «Va a salir adelante. Trabaja duro». Parece haber una
reacción de crítica cuando alguien prospera y no parece haber trabajado
demasiado duro para obtener su bien. La historia del éxito más común es
aquella en al que una persona ha trabajado duro para obtener su bien. La
historia del éxito más común es aquella en al que una persona ha trabajado
duro por muchos años, generalmente renunciando a los placeres e inclusive
a veces a las mismas necesidades, con nada más en mente que trabajar,
trabajar, trabajar.

Desafortunadamente, cuando el éxito se logra a través de la rutina del


trabajo duro, generalmente llega acompañado de algo más: una úlcera,
algún problema del corazón, un hogar deshecho, hijos con problemas. No
hay prosperidad verdadera a menos que la cuenta de banco y el
reconocimiento vayan acompañados de salud y felicidad. La prosperidad
debe ser del hombre completo. Esto tiene repercusiones en la parte
espiritual de nuestra vida.

Cuántas veces hemos dicho: «Estoy tratando por todos los medios de
mantener el pensamiento correcto respecto a esto», o «Me esfuerzo mucho
por decir mis negaciones y mis afirmaciones». Aun cuando estamos
tratando de expandir nuestra conciencia del bien, sentimos que debemos
trabajar duro para lograrlo. Trabajar duro para ganarse la vida significa que
internamente sentimos temor y nos sentimos inseguros; lo mismo ocurre
con el progreso espiritual. Nos sentimos inseguros, y creemos que debemos
trabajar duro, trabajar intensamente. En el momento en que nos sintamos
seguros de nosotros mismos, seguros de nuestras creencias, seguros de
que Dios nos escucha, dejaremos de gritar, dejaremos de trabajar duro para
afirmar o negar.

Cuando se me olvida el toque leve en mis afirmaciones y negaciones,


pienso en un empleado que una vez tuvimos. Tenía mucho miedo de un tiro
de caballos. Cuando salía de la casa les empezaba a gritar. Trataba de
engañarlos gritándoles. Pero a los caballos nunca se les puede engañar. Y
a Dios no se le pude engañar nunca. Los caballos saben instantáneamente
si hay una persona insegura en las riendas. Un buen jinete, aquel que
maneje bien a los caballos, siempre lleva las riendas de manera segura y
leve. Siempre hacemos las cosas intensamente cuando existe alguna
posibilidad de que no estemos en lo cierto.
Cuando estamos enojados, gritamos. El ruido puede cubrir el hecho de que
estemos equivocados. Si estamos siendo mal interpretados, levantamos la
voz; si no controlamos un grupo, gritamos nuestras órdenes; pero cuando
amamos a alguien podemos decir suavemente: Te amo, y cuando estamos
al control de nosotros mismos, podemos hablar con una convicción
tranquila. Así ocurre con nuestras oraciones. Oramos con el toque leve
cuando no tenemos duda de que vendrá lo que pedimos, o algo mejor.

June estaba convencida de que esta era la mejor manera de realizar el


trabajo de la oración. Se lo había probado a sí misma muchas veces. Un
sábado por la mañana le informaron que la casa donde vivía había sido
vendida y que tendría que mudarse en un mes. Resolvió no sobrecogerse y
decir sus afirmaciones levemente. Afirmó que había un lugar adecuado para
ella y sus hijos y que ella encontraría ese lugar fácil y rápidamente. Preparó
el almuerzo, lavó los platos sin ninguna prisa. Entonces se sentó a planificar
cómo comenzaría a buscar su nuevo hogar. No se dio prisa; tomó tiempo
para saber que: «Nuestra nueva casa está lista para nosotros. La
encontraremos enseguida».

El toque leve funcionó rápidamente. Esa tarde, la mujer que había


comprado la casa de June vino a verla nuevamente. En el curso de la
conversación, la mujer le dijo que la casa que ella había vendido no estaba
alquilada todavía. June fue a verla inmediatamente, le gustó y la alquiló. En
menos de seis horas había encontrado la nueva casa que había afirmado
estaba lista y en espera de ella y su familia.

En otra ocasión June estaba buscando un apartamento para una amiga que
se iba a mudar para la misma ciudad. Era una temporada en que parecía
que todos los apartamentos estuvieran alquilados; pero nuevamente June
se dijo tranquilamente que había un lugar adecuado y que ella lo
encontraría rápidamente, con tiempo de sobra para la llegada de su amiga.
Hizo varias llamadas telefónicas y algunas visitas para ver apartamentos,
sin éxito alguno, pero se negó a desanimarse. Todavía se asía levemente a
al verdad de que había un apartamento en la parte de la ciudad en que su
amiga la necesitaría. A través de un encuentro aparentemente casual con
una amiga de su amiga, encontró el apartamento adecuado, perfectamente
localizado ya listo y en espera.

Otra vez, el toque leve le trajo a June resultados muy rápidos, en una forma
que resultó ser una bendición para otras personas también. Su vecino de al
lado no cuidaba su patio tan bien como ella, y los dos patios lucían muy
poco atractivos juntos. Un día miró por la ventana y se dijo a sí misma, «Lo
que necesitamos es un seto de rosas entre los dos». Eso fue todo lo que
dijo y la única vez que lo dijo. Una semana después, cuando regreso del
trabajo por la noche se encontró con que estaban sembrando ¡un seto de
rosas!. A su vecino le habían regalado un gran número de rosales y los
estaba sembrando. no sólo separaba el seto de los dos patios, sino que
además el hombre empezó a cuidar mejor su terreno después de haber
sembrado los rosales.

Alicia estaba sin trabajo. Había probado con todo lo que se le había
ocurrido. Había utilizado todas las afirmaciones de la Verdad que recordaba.
No podía dormir. Pasaba una gran parte de cada noche orando. Una noche
después de haber orado desesperadamente, se quedó acostada muy
tranquila. Se encontraba cansada física, mental y emocionalmente.
Entonces fue como si una voz le hablara a ella: «No trates tanto. Tómalo
todo más suavemente».

«Ya no puedo hacer nada más», pensó. Entonces sintió como si todo el
cuerpo y la mente se inundara de gran gratitud muy cálida. «Dios», oró,
«has sido tan bueno conmigo. Has cuidado de mí todos estos años. ¿Por
qué he de dudar de que no vas a continuar haciéndolo? Sé que me vas a
encontrar el trabajo perfecto. Iré adonde me mandes ir y haré lo que quieras
que haga, y dejaré de esforzarme tanto. Lo tomaré todo más suavemente y
esperaré».
Se durmió inmediatamente. Al despertarse a la mañana siguiente, sólo tenía
un leve recuerdo de la experiencia de la noche anterior. Entonces lo recordó
todo. Se quedó muy tranquila. Esta era su manera de seguir el mandato de
Dios de tomarlo suavemente. Normal se hubiera vestido rápidamente y
hubiera corrido a la tienda de la esquina a comprar el periódico para leer los
anuncios de ofertas de empleo «De ahora en adelante no me voy a dar
prisa, Dios», dijo. «Estás encargado de encontrarme un trabajo y no me
pudes fallar. No me voy a poner ansiosa o tensa. Voy a quedarme tranquila
ahora».

No fue fácil para ella llevar a cabo la rutina de la mañana lentamente. Se


obligó a comer despacio. Se obligó a sentirse y mirar como los pájaros
afuera de su ventana venían a recoger migajas de pan. Tomó tiempo para
meditar por algunos momentos sin prisa.

En su meditación no pidió un trabajo. Solamente pensó en la bondad


maravillosa de Dios. Entonces se vistió tranquilamente. Cada vez que se
sentía moviéndose rápidamente, que sentía que empezaba a tener que
darse prisa, se decía a sí misma. «Paz, aquiétate».

Cuando salió de su apartamento, un hombre al que había visto muchas


veces salió también del suyo. La alcanzó y le dijo, «Necesito ayuda. Quizás
usted sepa de alguien que me pueda ayudar por un mes. Mi secretaria me
llamó anoche. Su esposo se va a ir al Este del país a entrenarse en un
instituto y quiere que ella vaya también».

El corazón de Alicia empezó a latir fuertemente pero logró decir


suavemente: «Quizás yo misma lo pueda ayudar. Estoy segura de que la
experiencia que tengo me ayudará a aprender a hacer lo que usted
necesite». Con Dios a cargo de esta cita de empleo, sabía que tendría las
destrezas necesarias.
La secretaria del hombre regresó a fin de mes y Alicia tuvo unos días para
trabajar tranquilamente otra vez, para saber y decir levemente la palabra
que la conduciría al trabajo perfecto. Esta vez era más fácil saber que el
Padre se haría cargo de ella y de su trabajo. Hacía sus negaciones
levemente y sus afirmaciones tan delicadamente como le era posible. Antes
de que terminara la semana, el esposo de la secretaria había sido
informado de que lo ascenderían de puesto y que lo trasladarían a otra
ciudad. A Alicia le dieron el trabajo de secretaria permanentemente.
Verdaderamente pensó Alicia, lo que bendice a uno, bendice a todos los
interesados. Y las bendiciones son suaves y leves, pensó mientras daba
gracias por saber orar con el toque leve.

Jim había probado todo tipo de oraciones respecto a su trabajo. No le


gustaban muchos de los hombres y mujeres que trabajaban con él, no le
gustaba el sueldo que recibía. Muchas veces había querido levantarse e
irse, pero tenía esposa y cuatro hijos. Quería proveer para ellos de manera
más abundante de lo que ahora era capaz, y quería estar haciendo un
trabajo que le gustara.

Se dio cuenta de que desperdiciaba muchísimo tiempo sintiéndose


descontento con su trabajo. «De hecho», me dijo, estoy seguro de que
desperdicio mucho tiempo que debería dedicar a la oración. Realmente trato
de afirmar y de darle gracias a Dios. Pero sé que nunca oro con lo que
usted llama el toque leve».

Compuso una oración sencilla que lo ayudaría a mantener la mente en


dicho pensamiento y a decirla suavemente. La diré tan indiferentemente
como si estuviera preguntando la hora, dijo.

Padre, te doy gracias por este empleo que tengo. Es un buen trabajo
aunque no me guste. Ha sido una bendición pues nos ha permitido
vivir bien. Si deseas que me quede aquí, me quedaré. Creo que
quiero algo distinto, algo mejor. Gracias, Padre, por este trabajo o por
uno mejor.

Pronto se dio cuenta de que podía orar suavemente, que podía decir las
palabras de manera leve y no obstante sentirlas. Trató de bendecir su
trabajo cuando iba manejando a la ida y a la vuelta. Durante el transcurso
del día bendecía el trabajo y a sus compañeros. Se obligó a recordar todas
las cosas buenas que le habían llegado a él y a su familia a través de los
beneficios relacionados con el trabajo. Nada sucedió, pero se sentía mejor
con respecto a todo.

Ya no le importaba tanto ir a trabajar como antes. Ya no sentía quel alivio


abrumador que solía sentir cuando daban las cinco de la tarde. Parecía
disfrutar más de su familia, y sus hijos y su esposa parecían estar más
contentos. Se pagaron algunas viejas cuentas; no había gastos grandes
nuevos. Pero realmente nada había cambiado.

Esto lo molestaba. Una mañana, de camino al trabajo le habló a Dios sobre


esto: «Dios mío ¿Es qué estoy simplemente aplacándome? ¿Debería estar
haciendo algo definitivo para llegar a tomar una decisión respecto a este
trabajo? ¿Debería estar buscando otro?

Se acordó de aquellas palabras del Salmista: Aquiétate y… «pero en vez de


terminar la frase con el «sabe» usual, se escuchó a sí mismo decir
«espera». «¿Es esta mi respuesta, Dios mío? ¿Habré de tranquilizarme y
esperar?»

Un profundo sentimiento de paz, más profundo de lo que había sentido


hacía mucho tiempo, le sobrevino. «Esperaré», se dijo tranquilamente.
«Esperaré».
Creció espiritualmente durante todo el período de espera. Se dio cuenta
también de que estaba realizando una mejor labor en la oficina, porque por
primera vez en varios años tenía paz mental. Sabía que se había vuelto un
mejor padre y un mejor marido desde que había echado a un lado sus
frustraciones. La casa estaba en mejores condiciones porque estaba
utilizando el tiempo que antes le ocupaban sus preocupaciones para hacer
cosas en ella. Le surgieron dos posibilidades de empleo, pero las rechazó
porque no le ofrecían suficientes incentivos adicionales. Entonces se
empezó a hablar en la oficina de la posibilidad de una unión con otra
compañía en otro estado.

Muchos de los hombres se empezaron a preocupar. «No van a poder


conservarnos a todos», dijo un hombre.

Jim dijo para sí mismo silenciosamente, Esto o algo mejor para todos
nosotros, y no participó en la conversación.

Rumores de todo tipo zumbaban por la oficina, pero para Jim que ahora
había encontrado la paz, toda la habladuría no era más que un zumbido. No
le molestaba en lo absoluto. Continuaba afirmando que nadie saldría
perdiendo, que cada uno tendría su mismo trabajo o uno mejor. Estaba
utilizando el toque leve a propósito tanto para sus compañeros de trabajo
como para él. Y fue de esa manera que resulto todo: Nadie en la oficina
quedó despedido. Dos personas fueron trasladadas a la nueva planta; Jim
fue uno de ellos.

Había muchas cosas buenas con relación al traslado. Una de ellas es que le
proveerían una casa grande y cómoda. Su promoción fue tanto en sueldo
como en responsabilidades y además también en potencial futuro. Esto era
el algo mejor; esto era la razón por la que Jim había necesitado estar
tranquilo y esperar. Aún sigue utilizando la misma afirmación con respecto a
su trabajo: Esto o algo mejor. Gracias, Padre. Y trata de decir todas sus
oraciones con el toque leve.
Un feliz y prospero estudiante de la Verdad me dijo hace mucho tiempo que
su secreto era simplemente decir una y otra vez: «Todo lo que el Padre
tiene es mío. El me dará todo lo que necesite». Al igual que Jim se había
probado a sí mismo, este hombre descubrió que la afirmación sencilla de fe
y de seguridad le traía paz y satisfacción, y también lo liberaba de las
ansiedades y frustraciones. «Cada vez que me siento presionado» decía,
digo esto. Siempre me reanima y aquello por lo que oro se resuelve
felizmente y sin demora».

Otra afirmación comprobada y exitosa que tiene un toque leve intrínseco, es


decir, no importa lo que suceda: «Todo está bien. Todo va bien». Para
entender esto nos ayudaría volver a leer el capítulo cuarto de II de Reyes.
Nos viene bien volver a oír la historia de la mujer sunamita que se negó a
aceptar la muerte de su hijo. Su única contestación a las preguntas que le
hacía con respecto a él era «todo estará bien», y sabemos que así fue, pues
Eliseo volvió con ella y le devolvió la salud al niño.

Si dijéramos esto con respecto a todas las cosas que parezcan estar
sucediéndonos seríamos sabios. Si hubiera escasez podemos decir: «Todo
estará bien‫׃‬, pues sabemos que cualquier escasez se puede colmar; si
hubiera necesidad de una mayor felicidad, podemos estar seguros de que
habrá una felicidad nueva y todo estará bien; si no hubiera armonía
sabemos que esto pasará y todo volverá a estar bien: si hubiera algún
problema físico, sabemos que la curación está a la mano y que todo
resultará bien para nosotros.

«Todo estará bien». «Todo está bien». «Está bien». Esta es una afirmación
ilimitada con el toque leve. El mismo toque leve y seguro se encuentra en
otra afirmación comprobada a cabalidad para manejar cualquier tipo de
situación siempre responderá a: «Está bien. Padre, sé que algún bien puede
surgir de esto véalo o no lo vea ahora».
No importa cuáles sean los hechos inmediatos, la Verdad es que si bien
está ahí y surgirá, y que todo se puede poner bien. Estas afirmaciones lo
ayudan a uno a hacer uso de la ley de la prosperidad a través del toque
leve. Cuando uno dice: ya sea: «El bien surgirá de todo esto» o «Todo está
bien», uno se niega a molestarse por lo que ha sucedido, se niega a
desesperarse, y se comienza a buscar la solución y el resultado correcto y
perfecto. Uno sabe que con el Padre, todo está verdaderamente bien.

Annette se encontró frente a una pila de cuentas que había contraído. Junto
a la preocupación y la Inquietud sobre si podría pagarlas, había un gran
resentimiento hacia la persona responsable de haberlas contraído. Estaba
muy molesta y esa perturbación no le permitía comer ni dormir bien. El
toque leve no parecía tener posibilidades para ella en este caso.

Pero trató. Cuando se acostaba a dormir, se forzaba a relajar su cuerpo y a


despejar su mente de todas las preocupaciones. Se propuso olvidar a la
persona que la había endeudado tanto. No iba a dejar que él pusiese en
tensión su cuerpo, su mente, sus emociones. Se habló a sí misma
suavemente: «Aquiétate, mente mía. Aquiétate, cuerpo mío. Aquiétese,
emociones mías. Todo estará bien. Todo va a estar bien y sin demora».

Se visualizaba haciendo cheques, mandando las cartas y recibiendo los


recibos por las cuentas pagadas. «Todas las cuentas están pagadas
ahora», se decía, completamente relajada. «No queda ningún resentimiento
en mí hacia nadie. Estoy contenta por que las deudas ya están todas
pagadas. Soy rica pues sé que Dios hará posible el que las pueda lograr
pronto. Estoy libre de deudas ahora; ¡alabado sea Dios!».

El tiempo pasó. No apareció ningún dinero adicional pero descubrió que el


dinero que bendecía llegaba lejos. Se había puesto en contacto con cada
uno de los acreedores, y les había dado las gracias por ser pacientes
asegurándoles que les pagaría tan pronto como le fuera posible. Entonces,
recibió una feliz sorpresa, un cheque de la persona que había provocado la
deuda. Cubría la mayoría de las cuentas que aún quedaban pendientes. No
había ninguna carta con el cheque, pero Annette estaba convencida de que
el haberse liberado del resentimiento que sentía hacia aquel hombre le
había hecho más fácil a él hacer lo correcto, y ayudarla a pagar las cuentas.

«Fue mucho más fácil deshacerse dela idea de que había que pagar todas
las cuentas de inmediato, dijo, «Cuando comencé a utilizar el toque leve. Al
hablar levemente, sentir levemente, llegué a darme cuenta de que tenía
tiempo suficiente para hacer lo que tenía qué hacer con respecto a pagarle
a los acreedores».

Esta es una de las bendiciones del toque leve. Nos ayuda a poner las cosas
en la perspectiva correcta. Muy pocas cosas se pueden llevar a cabo con
prisa. Hay veces en que necesitamos trabajar rápidamente, pero nunca de
prisa. La prisa siempre indica temor. A través del toque leve Annette perdió
el temor y la prisa, y obtuvo la seguridad de que las cuentas se pagarían en
orden, y de que todo iba a estar bien. Y así fue.

Cada vez que hay alguna fecha límite para algún pago, un hombre utiliza
esta declaración: El dinero estará aquí con tiempo de sobra, a la manera
maravillosa de Dios. Otro hombre tuvo ciertos gastos adicionales durante
sus vacaciones y se vio obligado a pedir prestado para pagarlos. Su
afirmación fue, «El préstamo será pagado a tiempo y sin convertirse en una
carga».

Una mujer tenía un problema dental. Su afirmación con el toque leve fue:
«Dios me está curando las encías ahora». Una muchacha se vio
involucrada en la fuga de una escuela. Fue una fuga seria y hubo una
investigación del gran jurado del condado en cuestión. Se le calmó el pánico
cuando empezó a utilizar las palabras: «La verdad se hará saber. Dios me
dirá lo que tengo que decir. Todo estará bien». No quería testificar en contra
de nadie y no tuvo que hacerlo, ya que las cabecillas admitieron su culpa. Al
fin y al cabo, ni siquiera tuvo que acudir como testigo.
Ana Luisa se sentía tan acabada como su casa. No había nada en ella, en
su ajuar, o en su hogar, que pudiera hacer a nadie ni siquiera pensar en
utilizar las palabras «prosperidad» o «próspero». Había empezado a
sentirse acabada tanto adentro como afuera.

Su cutis estaba en mal estado; su pelo estaba opaco e inmanejable. Tenía


muchos pequeños dolores y punzadas. Entonces comenzó a utilizar una
sencilla afirmación de cuatro palabras «Manda Tú la prosperidad». Eso era
todo. Lo decía cada vez que se acordaba, y siempre lo decía suavemente.

Los resultados se vieron rápidamente. Primero comenzó a sentirse mejor.


Sus dolores y punzadas desaparecieron. Descubrió que le alcanzaba el
tiempo para hacer ejercicios regularmente, para cuidarse las uñas, para
cepillarse el pelo, para seguir la dieta. Su piel y su pelo comenzaron a lucir
más saludables.

«Después del primer mes no parecía la misma persona», dijo. «Me sentía
más contenta en mi trabajo y recibí un aumento, el primero en cuatro años».

También descubrió que tenía tiempo para hacerle algunas cosas a la casa.
Un tío vino a visitarla y se quedó para ayudarla de muchas maneras. El era
parte de su nueva felicidad. «¡Oh, cuán feliz me siento en estos días!»,
decía.

La felicidad es prosperidad. Sin ella todo el dinero del mundo carece de


valor.

Jack había probado con muchas cosas para tratar de comentar sus ingresos
como contable. Trató de ser vendedor después de sus horas de oficina. «No
sirvo para ser nada más que un contable. No sé qué hacer para ganar más
dinero».

Le recordaron lo que Moisés había dicho: «Recordarás al Señor tu Dios,


pues es El quien te da el poder para enriquecerte».

«En otras palabras, la presión no está sobre mí», dijo. «No siento que tenga
que hacerlo. Es Dios el que me dará lo que necesite para ser más
próspero». Empezó a dejar de pensar constantemente en su escasez y en
su deseo de más dinero y a pensar en Dios. Se acordaba todo el tiempo
que sólo Dios podía y le daría el poder de lograr una situación económica
mejor.

Las cosas empezaron a ocurrir para bien en la vida de Jack. Continuaba


diciendo a menudo (y suavemente): «No tengo nada que hacer al respecto
hasta que Dios me diga o me muestre qué es lo que debo hacer. No me
toca a mi planificar ahora. Le toca a Dios. Sólo El me puede hacer
próspero».

Algún tiempo después, uno de sus compañeros de trabajo le habló sobre


una posibilidad de empleo. Resultó ser la puerta hacía un salario mucho
mejor. Jack pudo dejar su viejo empleo fácilmente y en paz.

Muchas situaciones en el hogar se han podido armonizar cuando un solo


miembro de la familia ha usado el toque leve para reclamar la paz y la
alegría. Una oficina de negocios en donde había mucha rivalidad, pudo
cambiarse porque una persona afirmaba de manera leve muchas veces al
día, «No hay rivalidad en Jesucristo y no hay rivalidad en esta oficina».
Sí podemos usar el toque leve para nosotros mismos o para los demás,
para individuos o corporaciones. Cuando suficientes personas utilicen el
toque ligero para decretar la paz y la armonía y la felicidad en el mundo, el
milenio habrá llegado.

Esta es la manera de sobreponerse a la conciencia del «trabajo duro», ésta


es la manera de sobreponernos a los obstáculos que surjan en nuestro
camino. Esta es la manera de reclamar nuestro bien sin esfuerzo y en paz.
El toque leve es un toque seguro. Un pianista que no esté bien entrenado
tendrá un toque pesado; uno entrenado y con práctica tendrá un toque
delicado pero seguro. Las personas que oran con un toque leve son las que
tiene una fe más fuerte. No hay nada de débil en una fe que se exprese de
una manera leve; es la fe más grande de todas.
LA PROSPERIDAD A TRAVES DE LO
ESPERADO Y LO INESPERADO

La vida nunca será aburrida sin rutinaria si vivimos cerca de Dios. La vida
ese tornará más emocionante a medida que vayamos comprendiendo la
totalidad de Dios, Su poder absoluto, Su sabiduría absoluta, Su bondad
absoluta. Cuando hayamos finalmente comprendido la extensión ilimitada
de Su amor y de Su provisión para todo lo que necesitemos, grande o
pequeño, en nuestra vida, sabremos también que el bien inesperado nos va
a llegar, una vez que aceptemos lo maravilloso y mágico de lo inesperado
como parte del don de Dios para nosotros. Su bien incluye experiencias y
cosas que ahora no podemos visualizar. No tenemos qué hacerlo;
simplemente tenemos que aceptar lo esperado, como también lo
inesperado. Tenemos que ampliar el panorama de nuestras anticipaciones y
hacer lugar para cualquier tipo de bien.

Los pensamientos de temor respecto al futuro son tan comunes como el


miedo que tienen los niños a la oscuridad. Hay muchos presentimientos en
la mente de la raza.

Todos hemos acumulado preocupaciones e inquietudes. Muchas de


nuestras actividades incorporan estos temores a lo desconocido. Se nos
venden muchos servicios a base de este miedo general, al futuro a lo
desconocido: «Usted no sabe lo que le depara el porvenir. Prepárese para
cualquier cosa que el futuro puede traerle». Estos son los argumentos de
siempre para ahorrar dinero, para invertir en rentas vitalicias de protección,
en pólizas de seguro, etc. Esto no es tan malo en sí, pero perjudica cuando
se venden o se compran por temor. El comprar por temor puede producir un
gran daño porque le infunde al comprador la anticipación al mal. Debemos
esperar el bien y sólo el bien. Sabemos que obtendremos lo que esperamos
calamidades, si esperamos escasez, si esperamos condiciones difíciles, las
obtendremos. Por otro lado, si compramos dichos servicios sin temor,
podrán más tarde construir canales para el bien.

Nos ayudamos a nosotros mismos cuando escuchamos atentamente las


conversaciones que tenemos con los demás. Podremos escuchamos
mencionar cosas que no queremos que nos ocurran. Podremos aceptar
cosas que dicen los otros sin objetar la verdad de dichas cosas. Una frase
que se expresa muy a menudo es: «Un hombre nunca sabe lo que le podrá
suceder cuando sale de casa». (¡Esto no se refiere a buenas sorpresas!)
Palabras como: «Cada vez que suena el teléfono sé que van a ser malas
noticias», pueden apartarnos del bien. Tenemos que rechazar expresiones
semejantes, porque son peligrosas. Nos enteramos de por qué nos suceden
las cosas cuando escuchamos lo que le decimos y aceptamos de los
demás. Estas son las palabras inútiles por las cuales somos responsables y
fomentamos que estas cosas ocurran en nuestras vidas.

Cuando descubrimos la verdad, siempre suponemos que recibiremos


nuestro bien de maneras esperadas e inesperadas. La verdad nos dice
quién es Dios, quiénes somos nosotros y cuál es nuestra relación con El.
Descubrimos que somos sus hijos bien amados, empegados con sus
cualidades, incluyendo la capacidad de crear. Debido a que podemos y de
hecho creamos tanto consciente como inconscientemente, sabemos que el
presente y el futuro están en nuestras manos.

Esto significa, para la mayoría de nosotros, que hay que cambiar nuestra
manera de pensar. Antes, teníamos miedo a que el futuro nos tuviera
deparado sucesos desdichados; suponíamos que el bien sólo nos tendría a
través de los canales que conocíamos. A medida que vayamos conociendo
las posibilidades ilimitadas de Dios para traernos el bien, iremos apartando
todas las limitaciones a nuestro bien. Empezaremos a saber, que Dios es la
única fuente de nuestro bien: no cualquier persona o situación, o ningún
trabajo, o padres, o esposo, o hijos. Es natural que pensemos en ciertas
personas o circunstancias como los canales propios para nuestro bien. Lo
son, pero no son los únicos canales a nuestra disposición.
Dios utiliza a las personas, a los negocios y a las circunstancias para
canalizar el bien que le brinda a sus hijos. Tiene que hacerlo así, pues está
es la manera en que se expresa; pero El tiene cantidades ilimitadas de
canales humanos y de modos humanos para que el bien llegue a nosotros.
Tenemos que mirar a Dios, no a las personas. Esto no solamente hace
ilimitado todo nuestro bien, sino que, además, nos libra de muchos
desalientos e infelicidad.

Invitamos al desaliento cuando esperamos ciertas cosas de ciertas


personas. Esperamos de ellos que provean para nosotros, que nos den
cosas, que nos retribuyan por lo que hemos hecho por ellos o por lo que les
hemos dado. Esperamos de los demás halagos, aprecio, atenciones y
consideración; especialmente de aquellos a los que les hemos hecho
favores y a los cuales les hemos manifestado aprecio y consideración, y con
los que hemos tenido atenciones. Pero ¡ay!, la gente no siempre hace lo
que queremos que haga o lo que esperamos que haga. Los demás no
siempre nos retribuyen pecuniariamente o con aprecio lo que hayamos
hecho por ellos. Nos sentimos por ello. A veces nos enfadamos, o cortamos
las relaciones, porque no recibimos lo que esperamos (y lo que debemos
recibir) por el trabajo que hemos llevado a cabo o por el amor que hemos
demostrado. El dirigirnos al hombre y no a Dios pude poner grades
obstáculos en nuestro camino hacia la prosperidad. Sólo hay una manera
segura de buscar el bien; sólo hay una fuente de donde provendrá.

Cualquier cosa que hagamos por los demás lo debemos hacer por Dios y no
por ellos. Esto nos ayuda a buscar en Dios el bien. Si decimos
silenciosamente al ayudar a alguien «No estoy haciendo esto por ti, lo estoy
haciendo por Dios», se nos hará más fácil mirar hacia Dios para recibir
cualquier beneficio o recompensa. Algunas personas hacen esto pensando
que al ayudar a los demás están haciendo una especie de depósito en el
banco universal, del cual podrán hacer algún retiro cuando haya la
necesidad. Otros dicen que todo lo que hacen es por la gloria de Dios.
Cualquier método que se le pueda ocurrir al usted para recordar que el bien
es únicamente de Dios, le será provechoso.
Nos ayudará el decir cada mañana al despertar:

Todo lo que haga hoy, lo haré por Dios. Lo ayudo al ayudar a


cualquiera que El me envíe para que lo asista. Ya que trabajo y actúo
sólo por Dios, solamente hacia El me dirijo para recibir mi bien. Mi
bien es ilimitado. Doy de manera ilimitada y recibo sin limitaciones.
Todo lo que haga hoy lo haré por Dios y todo lo que reciba hoy, es de
Dios.

Nan Harris hacía mucho por muchas personas y éstas le pedían que
hicieran cosas por ellas. La mayoría de estos favores implicaban
desembolsos financieros o la apartaban de su propio trabajo. Algunos eran
verdaderas pérdidas, no muy grandes, pero los gastos que se acumulaban
aumentaban. Ella siempre esperaba que las personas que habían recibido
algún bien a través de ella se lo devolverían de alguna manera, de hecho,
¡tenía esperanzas de recibir beneficios con intereses! pero fueron muy
pocas, de las personas a las que había ayudado, que alguna vez llegaron a
hacer algo por ella. Cuando sí lo hacían, generalmente no era más que un
pequeño regalo, una fracción del valor de lo que ella les había dado.

Cada vez que había alguna necesidad económica en su vida, se esforzaba


en creeré que ésta iba a ser satisfecha por Dios y que la provisión llegaría
de cualquier lugar, a través de cualquier persona o condición. A la misma
vez, tenía esperanzas e inclusive casi esperaba que dicha ayuda se
canalizara a través de las muchas personas a las que había ayudado. Sabía
que estas personas se beneficiarían al manifestar su aprecio de alguna
manera tangible: Ella realmente creía que esta gente le estaba cerrando el
paso a todo nuevo bien, al no dar donde habían recibido ayuda. Creía esto,
particularmente, cuando se trataba de ayuda espiritual, creía que esta
ayuda se debería reconocer tanto para el bien del que daba como del que
recibía.
Esto venía sucediendo por varios años y su resentimiento se había hecho
más profundo. Estaba también preocupa porque seguían surgiendo
escaseces en su vida. Finalmente decidió que ambas cosas estaban
conectadas. Lo que debía hacer era liberar a todo el mundo, darle a Dios
todo lo que había hecho por todos y pensar solamente en que su bien
provendrá de Dios.

«Cuando me di cuenta de esto», me confió, «tuve que hacer un gran ajuste


en mis actitudes. Me tomó algún tiempo darme cuenta de que no había
estado dependiendo de Dios. Sentí que mi hábito de buscar mi bien en las
personas estaba profundamente arraigado. Tuve que hacer un esfuerzo
para poder evitar una reacción casi automática cada vez que surgía alguna
necesidad en mi vida. Utilicé algunas afirmaciones firmes, porque tuve que
hacerlo».

Recibo el bien únicamente de Dios. Las personas no son la fuente de


mi provisión; Dios lo es. No necesito que la gente me dé nada. Dios
me da todo el bien que me es posible usar, y estoy satisfecha.

Generalmente añadía: «No tengo idea de dónde procede mi bien y no


quiero saberlo. Quiero sorprenderme, y Dios me sorprende constantemente
con un bien nuevo y maravilloso, un bien mayor que el que he perdido o que
el que necesito. El es mi Padre generoso. Creo que este elemento de saber
que podría ser una sorpresa la manera en que se satisfarían las
necesidades, me ayudó más que nada».

Dio un profundo suspiro de satisfacción. «Por algún tiempo no fue fácil. No


podía aceptarlo dentro de mí. Podía aceptarlo mentalmente, podía decir las
palabras. Podía comprender la verdad que encerraba y saber que ése era el
único camino, pero muy dentro de mí quedaba el sentimiento de que alguna
de las personas a las cuales había ayudado tenía que ser parte de las
demostraciones; pero todo el esfuerzo que me tomó valió la pena. Por
primera vez en mi vida siento que soy próspera, verdaderamente próspera,
sin depender de nadie. Finalmente me he olvidado de la gente, de los
trabajos y de las circunstancias. También encuentro que puedo ayudar más
a la gente y darles toda mi atención cuando pienso que lo que hago sólo lo
hago por Dios».

Hizo una pausa como si estuviera recordando algo gracioso: Es curioso, la


gente ya no me piden que haga tantas cositas que consumían mucho de mi
tiempo como solían hacerlo y también estoy libre de otras exigencias.
Cualquier cosa que haga por los demás, ya fuera porque yo misma viera la
necesidad y la satisficiera o porque me lo pidieran ¡es tan bueno saber que
realmente lo hago por y para Dios! El regalo es gratis. No se le ponen
condiciones. Estoy segura de que los resultados también son mejores».

Nan recibe el bien a través de los canales que espera recibirlo, pues tiene
negocios y propiedades lucrativas. También recibe el bien
inesperadamente. Ya no planifica de dónde le ha de llegar el bien. Ella deja
que Dios se haga cargo de todo. No depende de los demás en ninguna
forma.

Esto lo hago por Dios. No hago nada por ninguna persona, Dios me
paga de maneras esperadas e inesperadas. Constantemente busco
en Dios, y no en el hombre, mi bien. Yo doy a los hombres; Dios me
da a mí.

Betty no era libre. Era una esclava de la noche. Tenía muchos temores,
pero en la noche éstos se multiplicaban y controlan su vida. No conducían
en la noche; si iba a cualquier lugar con otras personas, les pedía que la
dejaran en la casa a ella primero. Dejaba las luces prendidas en su
apartamento toda la noche. Era muy sensitiva a todo lo que leía y oía.
Los recuentos de crímenes y accidentes se le quedaban en la mente.
Parecía no poder deshacerse de los horrores imaginados. Sentía miedo
inclusive en su trabajo.

Era un buen trabajo, pero tenía un miedo constante y subyacente a


perderlo. No pensaba que hubiera muchos trabajos tan buenos como el de
ella. Cada año se veía más vieja y más cerca del momento en que sería
difícil, si no imposible, el rencontrar un buen trabajo. Se preocupaba por
cada cheque de pago como si fuera el último que recibiría.

Utilizaba gran parte de su mensualidad para pagar una pensión que


esperaba se haría cargo de sus gastos cuando ya no pudiera trabajar más.
Ya se estaba preparando para ser vieja y para que le escaseara el bien. Se
negaba muchos placeres muy simples debido a la compulsión que tenía de
seguir haciendo crecer su cuenta de banco para el momento del retiro. El
retiro era una especie de laguna negra que encerraba todo tipo de mal. ¡Y
Betty no tenía aún treinta años!

Muchos de nosotros hemos pasado escasez en la niñez. Muchos de


nosotros le tememos al futuro, tememos por nuestros trabajos, le tenemos
miedo a la noche. La manera de pensar de Betty es comprensible desde un
punto de vista humano, pero no de la manera que se ve la vida desde la
Verdad. Era muy difícil para ella esperar el bien y de lo desconocido; llevaba
mucho tiempo esperando sólo lo malo de lo desconocido. Era muy difícil
para ella pensar que lo desconocido era parte de la actividad de Dios en su
vida y en el mundo, y que, por lo tanto, tenía que ser tan bueno como lo es
Dios.

«Traté de cambiar mi manera de pensar», dijo ella. «Traté de sentir que no


me tenían que suceder las cosas que leía o imaginaba. No me daba cuenta
de cuanto miedo le tenía al futuro».
Betty fue tan diligente en tratar de cambiar su manera de pensar y sus
palabras, como lo era llevando a cabo su trabajo. Comenzó a obligarse a
buscar el bien, y si no a esperarlo de todo corazón, al menos a actuar como
si lo hiciera y a hablar como si lo hiciera. Los resultados llegaron
rápidamente para animarla.

Decidió que podía disponer de unos cuantos minutos para reunirse con sus
compañeros de trabajo a la hora de la merienda. Descubrió que a menudo
aprendía cosas durante ese rato, que realmente la ayudaban a hacer un
mejor trabajo. Su producción aumentaba a medida que su miedo disminuía.
Se divertía mucho más.

Pronto comenzó a tratar de conducir de noche y descubrió que ya no se


quedaba petrificada del miedo. Encontró que la noche era hermosa y a
ciudad una tierra de hadas centelleantes. La gente parecía distinta, las
casas y los edificios tenían un encanto especial que les daba la noche.
Inclusive le agradaba la brisa de la noche, de la cual tantas precauciones
habían tomado desde niña. Poco a poco se fue librando de todo el miedo.

«Sé de alguna manera ahora, que Dios está dondequiera que yo esté. Lo
decía antes, pensaba que lo creía; ahora lo sé. Las calles en la noche o
durante el día ya no representan una amenaza; sino que están llenas de
Dios y de su amor y protección. ¡Es maravilloso!».

Cuando se cansó la amiga con quien compartía el apartamento, Betty no


pensó que tenía que salir corriendo buscar otra. Descubrió las bendiciones
de vivir sola. Era más fácil estudiar, orar, meditar. Podía leer cuando
quisiera, podía levantarse y sentarse en la ventana a mirar la noche sin
tener que estar pendiente de que nadie pensara que debería estar haciendo
otra cosa. Esta era una libertad que nunca antes había conocido.
Ya no tenía miedo de quedarse trabajando hasta tarde en la oficina. Lo más
sorprendente de todo fue todas las amistades que hizo en el edificio de
apartamentos. Los años en que había tenido tanta cautela con los extraños
eran cosa del pasado; se dio cuenta de que eran personas como ella. El
próximo verano se tomó el primer viaje largo de vacaciones.

Pasó varios meses preparándose. «Ni una sola vez pensé», dijo
alegremente, «que mejor debería guardar el dinero para un día gris.
Simplemente sabía que el viaje sería maravilloso y utilizaba esta afirmación.

Este viaje está lleno de alegrías inesperadas, de felicidad inesperada,


de bien inesperado. Son unas vacaciones felices y prósperas.
Recibiré bien esperado e inesperado en y a través de ellas.

¡Y así fue!. Fue en este viaje que conoció al hombre con quien se casaría
más adelante.

Mabel estaba retirada y vivía de una pequeña pensión y de su seguro


social. No tenía unos ingresos mensuales altos, pero nadie le tenía
compasión ni la veía como a una persona pobre. Era una de las personas
más ricas que sus amigos conocían. Mabel bullía de felicidad y con
expectativas de recibir el bien.

«Casi no puedo esperar a levantarme cada mañana», decía, «porque estoy


tan impaciente por ver el bien inesperado que el Padre me ha estado
preparando mientras dormía. Nunca sé lo que va a suceder, pero sé que va
a ser algo bueno».

Puede ser que un amigo o una amiga pase por su casa y la lleve a ver algo
especial y luego la invite a almorzar. O a lo mejor que otro amigo venga y le
prepare un semillero en el jardín. En la correspondencia puede encontrar
regalos o dinero, pues muchas personas aprecian a Mabel y lo que ella ha
hecho por ellos. «Todo lo que tengo que hacer cuando me siento deprimido
es pensar en Mabel», me dijo un hombre de negocios una vez. «Cada vez
que pienso que algo se ve mal, pienso en Mabel y sé que el bien tiene que
estar presente, aun cuando no lo pueda ver todavía».

Una mujer que caía en depresiones crónicas por temporadas salió de ellas
con el simple truco de llamarse a sí misma Mabel. «Todo lo que tenía que
hacer era decir “me llamo Mabel”».

La casa de Mabel está llena de cosas que le llegaron inesperadamente. Se


había «topado» con una venta especial y había comprado la lámpara
exterior que ayuda a sus amigos a caminar fácilmente por el camino de
entrada por las noches. «Sucedió» que un amigo no necesitaba una silla
que tenía el asiento a la altura adecuado para las piernas cortas de Mable…
Cada día está lleno de bien.

Si Mabel decide hacer unas galletitas o pan, antes de que hayan salido del
horno, amigos inesperados rugen de cualquier parte. Todo está listo para
ellos. Una mañana tuvo ganas de arreglar su librero. No había acabado aún
cuando sonó el teléfono: un amigo se mudaba para otro país. ¿Querría
Mabel aceptar treinta libros de metafísica? El espacio para los libros ya
estaba listo, y los inesperados libros enriquecieron la ya rica vida de Mabel.

«¡Soy tan rica!» decía. «Nunca sé exactamente cuan rica, porque siempre
llueven más bienes inesperados».

Un hombre de negocios insistía en que estaba suficientemente contento. Y


saludable. No tenía necesidad de «esperar lo inesperado» en estas áreas
de su vida. «Pero sí necesito unos negocios más prósperos». dijo «¿Se
puede recibir un aumento inesperado en los negocios y en las ganancias».
Dejar que Dios tenga rienda suelta para dirigir. Su bien es tan efectivo en
los negocios como en cualquier otra parte. Además del aumento inesperado
en los negocios y en las ganancias no cabe duda de que también habrá
más salud y felicidad, al igual que una satisfacción general. Jeff Barrow le
prestaba atención a todas sus anticipaciones, especialmente aquellas
relacionadas con sus negocios.

Se sorprendió al descubrir ciertas maneras de buscar el bien esperado y el


inesperado. Cuando se despertaba en la mañana decía: «Padre, gracias por
todas las maneras que tienes de traerme el bien a través de mis negocios
hoy. Ayúdame a ser un canal del bien esperado e inesperado de otras
personas también. Quiero ser un canal para mis clientes, mi familia, para
odas las personas que me encuentre».

Felizmente, cuando servía de canal para los otros, éstos resultaban ser
canales para su bien, o lo conducían a algún nuevo bien a través de
personas y circunstancias de las que tenían conocimiento. La apariencia de
la tienda cambió; había en ella una sensación de vida vibrante. Los
vendedores se veían vivaces, había entusiasmo en el ambiente. La
mercancía estaba exhibida de una manera atractiva; el servicio se ofrecía
de manera instintiva.

Se estimulaba a que todo el mundo expresara las ideas que tuviera para
mejorar las relaciones, las condiciones y la mercancía.

Cierto día Jeff contó diez ideas para aumentar las ganancias de bien
inesperado. Entre éstas se encontraba la idea que tuvo un vendedor
respecto a una campaña de publicidad; la idea que tuvo un empleado para
reordenar los archivos y hacerlos más accesibles; el artículo que un
representante manufacturero le trajo (algo que quería pero que no había
sabido donde conseguir); el pago de dos cuentas muy grandes, ya
vencidas, que no obtuvo por la idea de una carta que la secretaria había
escrito.

Los negocios habían mejorado tanto que Jeff pudo subir los sueldos y
redecorar la tienda. También estaba más contento y más saludable que
nuca. Lo mismo sucedía con sus empleados.

La infelicidad fue lo que llevó a Sally a buscar el bien inesperado al igual


que el esperado. Lo inesperado en su vida hasta la fecha, no había sido lo
que podría llamarse exactamente feliz. Quería un nuevo bien, y se quería
liberar, de una vez por todas, de la sensación de que el futuro sólo le tenía
deparada más infelicidad. Para volver a entrenar su manera de pensar, sus
emociones, su subconsciente, utilizaba las siguientes afirmaciones tres
veces al día:

Este es mi día feliz. Este es mi día saludable. Este es mi día


abundante. Algo hermoso me sucede hoy y es mío. Riquezas
inesperadas y esperadas me llegan a la manera maravillosa de Dios
para mi uso personal y las utilizo sabiamente. El bien me llega hoy y
perdura y perdura. Hago prosperar a los demás y los demás me
hacen prosperar a mí. El bien que deseo me desea a mi. Voy ahora y
a encontrarme con el bien que este día me tiene preparado y que me
espera a mí. Me regocijo y le doy gracias a Dios que me brinda este
bien.

Ella daba gracias cuando el bien le llegaba de manera inesperada, gracias


porque ésta era otra prueba de la cantidad ilimitada de los canales de Dios
Saly decía muchas, muchas veces, «¡Qué maravillosas, Padre, qué
maravillosas son Tus maneras de bendecirme y de bendecir lo mío!».

Su nuevo bien tomó muchas formas. A veces era una expresión de amor o
de aprecio; otras era una sugerencia sobre alguna manera de ganar dinero
extra, o de comprar algo a muy buen precio; otras eran una invitación a
comer, a laguna fiesta, a algún espectáculo o al algún concierto. Su felicidad
llegó para quedarse. «Es algo así como tener una lámpara de Aladino. Cada
día es un milagro especial. Es tan maravilloso saber que Dios tiene bien
para mí, un bien muy especial, mi propio bien. Y es fantástico saber que el
bien puede llegar de cualquier forma, que no esta constreñido a llegar de las
maneras que ya sé».

A medid que esperemos que el bien de Dios nos llegue a través de los
canales que sabemos y de otros desconocidos, también iremos conociendo
esta felicidad, esta animada alegría. Cada día nos traerá milagros de todas
clases.
LA MAGIA DEL CRECIMIENTO

Mientras escribo, me encuentro en la estación del crecimiento. Miro a mí


alrededor y veo las caléndulas. Cada planta es quinientas, quizá cinco mil
veces mayor que cuando se plantó la semilla en la tierra la primavera
pasada. Miro la era de hierbabuena y ya está diez veces mayor que hace
dos meses. Miro los helechos y no puedo calcular su crecimiento pues no
puedo ver los lados de la era sin levantar el rico y verde follaje. Miro la mata
de plátanos que tiene ya dos años. Ahora hay cinco más. Miro la visturía y
el crecimiento.

En Salmos (115:14) leemos: «Aumentará el Señor bendición sobre vosotros


y sobre vuestros hijos». Ezequiel hace mención de varias promesas en
relación a la multiplicación del bien, incluyendo el «hacerte más bien que
nunca antes» y declarando enfáticamente que no habría más hambre.
Jesús dijo más de una vez que este poder de multiplicar y aumentar es de
Dios: «No puedo hacer nada bajo mi propia autoridad». Pablo lo dijo de esta
manera: Yo planeé. Apolo regó, pero Dios dio el crecimiento».

En estas palabras hallamos el secreto del aumento. Aprendemos a deja que


el plan del aumento ya establecido por Dios haga su labor perfecta en y a
través de nosotros. El secreto consiste en saber que no tenemos que hacer
nada. que verdaderamente no podemos hacer nada para alcanzar un
aumento permanente, pero Dios sí puede. Es importante saber esto, pues
todos deseamos el aumento y el aumento es importante, pues en sólo a
través del aumento que podemos convertirnos en ricos hijos e hijas de
nuestro rico padre.

Cuando hacemos alguna inversión, esperamos que aumente su valor


original; cuando tomamos algún empleo, esperamos recibir aumentos para
que nuestros sueldos aumenten. Cuando compramos una casa, esperamos
que su valor aumente. Usualmente utilizamos medios humanos para tratar
de conseguir aumentos. Estudiamos los principios económicos, hacemos
análisis de mercadeo observamos las tendencias y los ciclos, escuchamos y
leemos lo que dicen los expertos. Todo esto está bien si podemos
mantenernos libres del miedo a perder, mientras trabajamos con
informaciones dadas por el hombre. Es posible que sea difícil mantener
alejados los temores terrenales cuando utilizamos métodos terrenales.
Parece ser que los bienes que se buscan materialmente son también
materialmente vulnerables. Es distinto cuando Dios produce el aumento
porque dicho aumento es entonces permanente. Lo que el hombre aumenta
también puede disminuir. Con principios hechos por el hombre, sentimos
generalmente que debemos forzar los asuntos, trabajar enérgica e
inteligentemente para aumentar nuestro bien.

Con Dios, no tenemos esa sensación de presión, pues no somos nosotros


los que aumentamos: El. Aun cuando pensemos que estamos dejando que
Dios sea el que produzca el aumento debemos, no obstante, vigilarnos. Si
nos damos cuenta de que estamos presionando o que nos sentimos algo
tensos, debemos entonces parar y dejar que Dios se haga cargo por
completo.

A las plantas de invernadero se las fuerza a que crezcan prematuramente


añadiendo luz y alimentos concentrados. Nunca son toan fragantes o tan
robustas como las flores que florecen de manera natural. Las amistades a
menudo se deterioran cuando se las empuja demasiado rápidamente. Los
niños que, por alguna razón, se ven obligados a ser adultos
prematuramente, tienen problemas. La mayoría de nosotros aprendemos a
ser pacientes y comedidos en muchas áreas de la vida, pero cuando se
trata de dinero y de propiedades, generalmente nos sentimos presionados a
tratar de aumentarlas. Cuando sentimos esta insistencia, debemos recordar
el poder que tenemos en nuestro pensamiento y en nuestras palabras, un
poder que no tiene nada que ver con los métodos terrenales de aumento.

En ninguna parte se nos recuerda más claramente la utilidad de este poder


para lograr el aumento que en Proverbios 18:20: «Del fruto de la boca del
hombre se llenará su vientre, se saciará el producto de sus labios». Es este
«producto de sus labios» que debemos cultivar. Debemos aprender a hablar
siempre la palabra de aumento respecto a todo lo que nos concierna. Si
dejamos que nuestros labios expresen temor, duda o desaliento no
estaremos satisfechos o contentos; el aumento no vendrá, o se demorará
innecesariamente por culpa de nuestras palabras. Debemos vigilar nuestras
palabras, nuestros pensamientos, y saber que sólo Dios nos puede traer un
aumento verdadero y duradero.

Cada vez que queramos que alguna cosa se aumente en nuestras vidas (ya
sea más amigos, más amor, más comprensión, más sueño, más
diversiones, más tiempo, más provisiones) podemos decir en relación a
cada necesidad: «Dios me provee el aumento ahora». Dios nos trae más
amigos, más tiempo para disfrutar la vida, más provisiones, más de lo que
necesitemos y queramos. No hacemos hincapié en la necesidad o en las
aparentes escaseces, sino en el aumento. Ni siquiera hablamos de las
necesidades, sólo hablamos de su satisfacción.

Cuando utilizamos el secreto del aumento, aceptamos la promesa de Dios


de que El es el proveedor de todo, de lo que El logrará el aumento por
nosotros. No tenemos que asumir la responsabilidad del aumento. No
tenemos que suplicarle a Dios que lo haga. Sólo tenemos que dejarlo que lo
haga y esperar que El materialice el aumento en nuestros asuntos.

Yo no tengo que hacer el trabajo. El Padre lo hace. Dios, creo en Tus


promesas. Creo que Tú me traerás el aumento. Cualquier auq sea mi
parte en todo esto, dímela y yo la haré. Tengo una fe activa en Tus
promesas, ahora. Te entrego mi bien y se aumenta más de lo que
ahora pueda imaginar.

Carlos tenía problemas con un dibujo arquitectónico que hacía de un área


comercial nueva. No acababa de resolver los distintos aspectos del plano.
Se sentía presionando a los distintos aspectos del plano. Se sentía
presionado a terminarlo: presionado por su jefe, por el constructor y por él
mismo. El proyecto era tan grande que su sueldo quedaría aumentado casi
al doble, al completar satisfactoriamente el encargo. Carlos deseaba el
aumento y quería hacer un trabajo perfecto. Cuanto más duro trabajaba,
menos dormía, y más grande parecía ser el lío de los planos.

«No le quiero dar esto a otro para que los termine, Carlos», le dijo su jefe
una noche. «Ni siquiera quiero que nadie te tenga que ayudar, pero el
tiempo apremia y eso significa para todos nosotros. La firma no puede
promover el área hasta que haya un plano definitivo, y tiene muchísimo
dinero comprometido en esta empresa. Esta fue tu idea desde el comienzo
y sé que la puedes terminar».

«Sí, fue mi idea», pesó Carlos. La idea se le había ocurrido una mañana
muy temprano mientras se hallaba acostado muy tranquilo. ¡La idea se le
había ocurrido! No la había pensando ni planificado. Dios le había dado la
idea y Carlos sabía que lo que Dios había hecho, El podría sostenerlo y lo
sostendría. Esto realmente era asunto de Dios. Carlos se sintió aliviado. No
iba a ser el trabajo de Carlos Landers, sino de Dios a través de él.

«Gracias, Padre», dijo silenciosamente. «No trataré de resolver nada más


de ahora en adelante. Me acuerdo ahora. No tengo que tratar, que
esforzarme tanto con esto. Tú me darás más ideas para que los planos se
puedan completar perfecta y rápidamente. Eres rico en ideas y debes
querer que este plano se complete, pues me diste la idea al principio».

Carlos caminó hacia la ventana y miró afuera a las colinas que rodeaban la
ciudad. «Voy a levantar los ojos», dijo. «Si, voy a levantar los ojos. No voy a
pensar en estos planos ahora. Sólo pensaré en Dios y en la maravilla de su
generosidad».
Acercó una silla y un cesto de papeles a la ventana. Encaramó los pies en
el cesto y siguió mirando las colinas mientras le daba gracias a Dios por
toda su bondad, por todas las ideas que El tenía para todas las personas en
todos los lugares. Debió haberse quedado dormido pues le pareció que sólo
había transcurrido un minuto cuando vio que el sol se empezaba a poner
detrás de las colinas. «Gracias, Dios mío», dijo al levantarse. «Me siento
mejor. No me siento presionado en lo absoluto ahora. Las ideas llegarán
para poder hacer los planos bien. Ahora sé que sí, y pronto».

El resto del personal se había retirado ya. Bajó, salió a la calle y fue a un
pequeño restaurante. Entonces se tomó un paseo, de regreso a la oficina.
Al pararse frente a su mesa de dibujo, miró los planos de manera casual. De
repente, un estremecimiento le invadió la mente y el cuerpo. Se acercó para
mirar de cerca los planos. «¡Eso es!», exclamó, «¡Eso es! Simplemente hay
que invertir toda esta área. ¡Qué sencillo! ¡Qué maravilloso! gracia, Dios
mío, Gracias».

Se puso a trabajar y siguió trabajando sin darse cuenta de las horas que
pasaban. Tenía que volver a dibujar todo el plano. Todavía estaba
trabajando cuando llegaron los demás al día siguiente. No se había sentido
cansado en ningún momento durante la noche. Todavía estaba
entusiasmado y alborozado. Estaba contento de ver como el plano iba
cobrando una forma perfecta. («Forma divina», la llamo él).

Cuando llegó su jefe, miró los planos. «¡Fantástico, sencillamente fantástico!


Sabía que lo podías hacer, lo sabía. ¿No te lo dije ayer?».

«Yo no lo hice», Carlos iba a decir, pero se detuvo. Nadie lo comprendería;


pero eso no importaba. Carlos sabía quien había hecho el trabajo.

Había levantado su visión por encima del problema, literalmente, al mirar


hacía las colinas. Esto es lo que Jesús había hecho al hacer el milagro de la
multiplicación de los panes y los peces. Podemos hacer lo mismo cuando
queramos demostrar algún aumento y sea de ideas o de cualquier otra
cosa.

Podemos olvidarnos muy fácilmente de donde nos vienen las ideas, y


cuando esto nos sucede, es posible que suframos algún tipo de escasez.
Cunado Edna comenzó a trabajar en algún tipo de ventas siempre se dirigía
hacia Dios para obtener las ideas A medida que comenzó a tener más y
más éxito, pasaba menos tiempo pensando en las ideas de Dios en relación
con su trabajo. No se había dado cuenta de esto cuando empezaron a
disminuir sus ventas. Le tomó algún tiempo volverse a acordar.

El administrador de la tienda de modas en donde trabajaba, se empezó a


preocupar por su hoja de servicios. Cada día eran menos sus ventas. Llegó
el día en que no tuvo ni una sola venta. «No lo entiendo», le dijo su jefe.
«Usted es una vendedora fantástica».

«Yo no lo entiendo tampoco», dijo ella.

Sentía el pánico en su mente y en su cuerpo. Se fue caminando a la casa,


sin poder pensar coherentemente. Tenía que volver a estar al control de sí
misma. Tenía que volver a empezar a hacer buenas ventas. Al día siguiente
no vendió nada. El día después sólo tuvo una venta y había sido muy
pequeña. Edna se desesperó más.

No se dormía hasta el amanecer y cuando sonaba la alarma del reloj, decía


en voz alta «Ay, no me quiero levantar para enfrentarme a otro día de
fracasos». Se sorprendió cuando le pareció oír una voz que le decía, «No
tienes que hacer, ¡No?».
«Bueno», pensó, «supongo que no, pero ¡qué voy a hacer para que sea un
día próspero y no otro gran fracaso?

Otra vez sintió que escuchaba una voz: «Déjame a Mí». No había forma de
confundir el significado de aquello. Ahí estaba esa palabra «déjame», pensó
Edna. Un amigo le decía siempre «Suelta todo y deja que Dios se haga
cargo de las cosas», cada vez que algo la molestara ¿Cómo podía Edna
dejar que Dios hiciera las ventas? Entonces escuchó una especie de eco:
«Solamente cree».

Se sintió algo confundida con esto mientras se preparaba para comenzar el


día. Entonces se dio cuenta por primera vez, de que había dejado de pedir
la ayuda de Dios cada día, había dejado de pedirle a Dios ideas cada vez
que se disponía a hacer sus ventas, y no le había dado las gracias hacia
mucho tiempo al hacer alguna venta. Sintió que se tenía que disculpar con
Dios. El había estado ahí todo el tiempo, esperando para brindar su ayuda.
¡tonta había sido! ruinmente había tratado a Dios cuando El siempre le
había brindado ayuda!

«Voy a tratar de dejar que me ayudes», dijo silenciosamente. «Estoy


avergonzada de la manera en que me he comportado. Sé que fuiste Tú y
Tus ideas lo que habían hecho de mi una vendedora tan buena. Con Tu
perdón y Tus ideas lo que habían hecho de mi una vendedora tan buena y
próspera otra vez. Trataré de dejar que Tú hagas las ventas».

Tuvo otro día malo. Edna hizo una pequeña venta antes del mediodía. Justo
antes de cerrar entraron dos mujeres, miraron alrededor casualmente y
entonces preguntaron sí podían llevarse a prueba unos cuantos vestidos, ya
que era bastante tarde. A Edna se le cayó el corazón. Había pensado que
quizá alguna de ellas compraría algo y esto aumentaría los recibos del día.
Pero sonrió y puso los vestidos en una caja, dándole gracias a Dios por Su
ayuda («aunque aún no vea los resultados», añadió).
Edna agradecía que nadie comentara sus pocas ventas. Esa noche se tomó
algún tiempo para hablar con Dios, para agradecerle todo lo que había
hecho por ella y su familia a través de los años, por todo el bien que había
recibido de tantas maneras. Durmió mejor y caminó rápidamente a la tienda,
al día siguiente, ansiosa de llegar por primera vez en varias semanas.

Las dos señoras estaban esperando. Habían decidido quedarse con todos
los vestidos menos dos de ellos. «Gracias, Padre, ésta ha sido una venta
maravillosa», dijo mientras preparaba los recibos de venta. Edna no volvió a
tener más crisis en sus ventas. Nunca volvió a olvidar de donde le provenía
la ayuda y se volvió a convertir en la mejor vendedora de la tienda.

La familia de Peggy tenía una necesidad cada vez mayor de fondos


adicionales. El sueldo de su esposo no cubría los gastos de todo lo que
necesitaban y debían tener. Parecía que tendría que buscar un trabajo. No
quería dejar solos a los niños y esperaba conseguir algo que pudiera hacer
en casa o que sólo le tomara unas horas al día, mientras los niños estaban
en la escuela.

Se le ocurrieron varias ideas pero siempre había algo que hacía que
parecieran tontas o imprácticas. A veces era porque vivían lejos del centro
de la ciudad, otras veces el trabajo requería algún equipo o algún tipo de
entrenamiento que ella no tenía, otras se necesitaba un automóvil…

Entonces Peggy recordó que Dios siempre proveía el aumento. «Un


aumento en nuestros ingresos es lo que necesitamos», pensó, de manera
que le pidió a Dios que le mostrara lo que tenía que hacer. «Deberíamos
estar viviendo como si fuéramos Tus ricos hijos e hijas», dijo, «porque lo
somos. Trataré de hacer cualquier cosa que me digas que haga». Entonces
añadió, «Gracias, Padre, por la oración contestada».
Nada sucedió. No se le ocurrieron nuevas ideas. No aparecieron
direcciones. No aparecieron las oportunidades. «¡No quieres que tengamos
aumento alguno ahora, Dios mío?» Si no quieres, está bien. Debes tener
alguna buena razón. Dejaré de pedirte y trataré de no sentirme defraudada.
Sé que cuando Tú quieras que nuestros ingresos aumenten, Tú abrirás el
camino».

Peggy se negó deliberadamente a pensar en el aumento, deseado o en


encontrar un trabajo. Trató de estirar los ingresos lo más posible, siendo
más económica. «Esto parece ser la que Dios quiere que haga», pensó.
«Haré todas mis labores domésticas lo mejor que pueda. Tengo que saber y
no dudar ni por un instante que se proveerá ampliamente para todas
nuestras necesidades».

Pasaron casi tres meses antes de que algo ocurriera. Una noche un vecino
llamó y le pidió a su esposo que viniera a hablar con él. «Mi negocio está
creciendo tan rápidamente que necesito que un profesional me lleve los
libros», dijo el vecino. «Tengo espacio en el garaje que puedo fácilmente
convertir en una oficina. Podrías llevar mis libros por las noches y en los
fines de semana, hasta ver como sigue mi negocio. Si sigue creciendo,
tendrás un buen trabajo permanente».

«Gracias Dios mío», dijo Peggy cuando su esposo se lo dijo. Entonces le


dijo a él lo que había deseado y tratado de hacer. «Esto es mucho mejor»,
dijo «Y es un aumento que continuará aumentando».

Cuando necesitemos algún aumento debemos darle la oportunidad a Dios


de realizarlo a su manera maravillosa. No debemos forzar, no debemos
empujar, no debemos insistir. Debemos dejar. Dejar es siempre la parte
más difícil para nosotros. Nos han indoctrinado con la idea de que somos
nosotros los que tenemos que hacer algo por nuestros problemas.
Podemos, sin embargo, llegar al punto en que dejemos que Dios se haga
cargo por completo, de manera que nos pueda dar el aumento que
deseamos y necesitamos. Ayudarnos, teniendo el cuidado de mantener
nuestros pensamientos y nuestras palabras en armonía con la idea del
aumento. Nos resistimos al miedo, a la preocupación y a la duda.
Confiamos y probamos nuestra fe, no hablando o pensando nunca de
manera dudosa.

Dejo que el gran bien de Dios me ocurra ahora. No presiono o fuerzo las
cosas. No insisto en mi manera. No insisto en hacer para lograr el aumento.
Dejo que Dios lo haga a Su manera. Dejo ir a mis deseos. Dejo que el
aumento prometido de Dios me llegue de la manera que El quiera que me
llegue y dejo que llegue cuando El sepa que es mejor para todos.

He hallado el secreto del aumento y lo utilizo ahora. No me demoro. Dejo


que Dios me traiga el aumento ahora.
LA PROSPERIDAD PUEDE SER
PERMANENTE

Cuando manifestamos prosperidad, queremos que nos dure. Cuando la


prosperidad acepta nuestra invitación a penetrar en nuestras vidas,
queremos que sea nuestra invitada permanente. Y sin embargo, dudamos.
Parece ser que hasta cuando nos sentimos alegres y agradecidos por algún
tipo de necesidad que ha sido satisfecha, tenemos la sensación de que la
prosperidad y el bien son mercúricos y tienden a escapársenos.

Esto sucede, por supuesto, en parte por haber conocido personas


prósperas que perdieron lo que tenían. Hemos conocido personas que eran
felices y que más tarde perdieron aquello que los hacía felices. Todos
hemnos conocido a alguien que llevaba una vida plena y maravillosa y que
más adelante tuvo que adaptarse a una muy constreñida. No podemos
llegar a creer totalmente en la posibilidad de la prosperidad permanente.
Esto nos lleva a las mismas actitudes, pensamientos y sentimientos que
impiden las manifestaciones de prosperidad. El dinero y las otras
manifestaciones de una vida próspera se nos escapan debido a las mismas
actitudes que interfieren con nuestros esfuerzos para obtener la
prosperidad. El no sentirnos valiosos, lo reconozcamos o no, es uno de los
factores destructivos principales (como también uno de los impedimentos de
la prosperidad. Esto también es cierto con relación a la creencia de que hay
un límite a la cantidad o disponibilidad de nuestro bien.

Muchos de nosotros tenemos todavía un poco de esa sensación de que, o


no estamos listos todavía para tener dinero, o que no sabríamos que hacer
con él, o que realmente no es algo para nosotros. Hay una creencia,
bastante generalizada, de que es más fácil para algunas personas
conseguir las coas buenas de la vida, que para otras; ¡Y generalmente
creemos que pertenecemos a los últimos! La prosperidad, como cualquier
otro invitado, desea que se la reciba sobre una base permanente. No se
puede quedar cómodamente con las personas que tiene la actitud de que
«Todo está bien ahora, pero…».

Una pareja recibió una herencia de casi cien mil dólares. Al principio se
sintieron aturdidos; era difícil poder imaginar tanto dinero. Había vivido
siempre de dos sueldos pequeños. El era un mecánico y ella una camarera.
Su manera de pensar cambió rápidamente, sin embargo y pronto olvidaron
su vida previa. Miraban a las otras personas con ojos distintos; dejaron de
ver a los viejos amigos. De repente, había algo malo con todo aquellos que
no tenían dinero. «Debiste haber tenido dinero ahorrado, en vez de gastarlo
todo», fue la contestación que recibió un pariente cuando le surgió una
emergencia.

Hicieron dos inversiones: perdieron dinero en cada una de ellas. Después


de eso, cualquiera que tratara de interesarlos en alguna empresa de
negocios recibía la siguiente respuesta: «Sólo estás tratando de echarle el
anzuelo a nuestro dinero». No le ofrecían ayuda a las obras de caridad.
«Que salgan ellos y se lo ganen».

Pasaron varios años. El dinero de esta pareja se gastó porque no lo


pusieron a trabajar. Se encontraron otra vez donde antes, pero ahora
miserables y amargados. Nadie les había oído nunca decir ni una palabra
de alabanza o gratitud por la persona que les había dejado sus riquezas, ni
tampoco habían indicado nunca que sintieran que aquello había sido una
bendición de Dios, evidentemente, no le habían pedido Su dirección para
utilizar esta gran suma de dinero.

La historia de ellos es importante; podemos aprender de ella. Debemos


alabar y bendecir la Fuente y el canal de cualquier bien que sea nuestro. La
fuente que alabamos es Dios, el canal es la manera en que nos llega el
bien.
Alabado y doy gracias por las riquezas que tengo ahora. Gracias Dios
mío, por todo el bien que Tú me traes ahora y por todo el bien que yo
sé que Tú me traerás y que será mío en el futuro. Alabo el canal por
el cual el bien actual me llega, todos los canales del bien de mi
pasado, y todos los canales que me traerán el bien en el futuro.

Cuando logremos un bien, podremos saber que será permanente si


visualizamos un bien similar para todo el mundo. No podemos esperar que
nuestro bien perdure si no pensamos que los otros puedan tener lo mismo
(o más, si sus necesidades son mayores).

Padre, te doy gracias por tus riquezas, que son verdaderamente


ilimitadas, tan vastas y tan pródigas, que hay suficientes para que
todos disfruten y compartan. Bendigo al mundo con abundancia
ahora. Miro a los otros con ojos de amor y veo la abundancia en todas
partes. Lo que yo quiera, quiero que todos lo tengan.

Alberto Dugan hizo trs fortunas. Perdió las primeras dos y murió antes de
que le sucediera nada a la tercera, su viuda vivió muchos años después de
su muerte; hizo mucho bien con aquel dinero y por medio de inversiones
cuidadosas lo multiplicó muchas veces. Es interesante notar que ella había
sido la que creía en la permanencia de su bien. La hermana de Alberto me
dijo que, hasta cuando se había perdido la segunda fortuna, su esposa
había insistido en que él podría y haría otra fortuna que no se perdería.
«Ella decía una y otra vez: “Alberto lo harás otra vez y esta vez será para
siempre. No se perderá».

Mary Dugan sabía que la prosperidad debía ser permanente. La de ella lo


era. ¡Por qué su esposo había perdido dos fortunas Su hermana me dio el
indicio. «El era», dijo ella, «un operador listo, siempre alerta para protegerse
de otros listos».
Alberto Dugan no sabía que no tenía que permanecer en el mundo de la
competencia sin tregua sino que podía operar creativamente y para ventaja
de todos los interesados. No sabía que no debemos tomar de los demás,
sino que debemos dar más en valor de lo que recibimos en dinero. Todo lo
que tenemos que hacer es abrir nuestra conciencia y ponerla bajo la
dirección de Dios y seremos dirigidos (como no podríamos serlo si
estuviéramos pendientes exclusivamente de los demás operadores listos).

NO me aprovecho de nadie; no tengo que hacerlo. No compito. Soy


un canal abierto para que la riqueza de Dios se exprese a través de
mí para mi bien y para el bien de los demás. El me da ideas: yo las
llevo a cabo. Yo recibo el bien y éste perdura. Mi prosperidad
aumenta, porque es el bien de Dios que no puede ser limitado ni
disminuido.

La vida de Alberto Dugan, una mujer apacible, atendía sus negocios


siguiendo consejos y haciendo el bien con la riqueza que había heredado.
Perduró y con el uso correcto, se multiplicó muchas veces.

Un multimillonario tejano que tenía petróleo, rebaño y ganado, vivía con un


miedo constante. Su esposa también vivía así. Vivían en un área muy
silenciosa de la ciudad, cerca de la parte principal del rancho y de los
terrenos de petróleo, pero sentían que tenían que tener, tanto de día como
de noche, un guardián que lo velara todo. Cada vez que se escuchaba
algún sonido en la noche, se abría una ventana en el piso de arriba y un
rayo de luz escudriñaba los terrenos alrededor. Había rumores de que
habían comenzado a hacer su fortuna recorriendo terrenos de pasto en las
noches y cerrándoles el paso a terrenos pertenecientes a ganados de otros
rancheros. Se les cambiaban las marcas antes del amanecer. Cualquiera
que hubiera sido la causa, sus últimos años de basta fortuna estaba muy
lejos de ser fáciles o felices. No eran realmente prósperos, aun cuando
pudieran hacer cheques con figuras de hasta siete dígitos. El dulce sueño
es una de las riquezas que una persona verdaderamente prospera suele
disfrutar. El dinero solamente, nunca puede constituir en sí la prosperidad.

Cuando Dios es lo primero de nuestras vidas, cuando vivimos en unión con


El, cuando lo dejamos que dirija y cuando sabemos que nuestro bien
proviene de El solamente, no hacemos nunca nada que nos impida dormir
en paz. Sabemos siempre que estaremos seguros.

He recibido grandes riquezas de Dios, mi Padre Celestial. He llegado


a estas riquezas honesta y honorablemente. Las utilizo sabia y
felizmente. Disfruto de mi rica abundancia. Todos mis caminos son
caminos agradables y de paz. Mi sueño no se perturba por el miedo.
Descanso en presencia de Dios, estoy seguro. Mis posesiones están
competentemente protegidas. No todo de nadie y nadie toma de mí.

¡Cuán distinta es la historia de Ricard Delbney! Se ajustó enseguida a los


negocios del padre después de terminar sus estudios universitarios. En
unos cuantos meses era ya un ejecutivo bien respetado. Desde entonces,
todo lo que ha tocado ha prosperado. Cada empresa en que ha entrado ha
sido tan constructiva y valiosa para la comunidad como también para los
inversionistas. El disfruta de la vida.

El disfruta de su familia, de sus amistades, de todos aquellos con los que


tiene negocios y de sus actividades. Encuentra tiempo para varios deportes
en los que se destaca. Encuentra tiempo para varios deportes en los que
destaca. Tiene gran entusiasmo respecto a todos los aspectos de su vida y
a cada momento, de alguna manera, expresa su agradecimiento y piensa (y
también dice) cuan colmado de bendiciones está. Goza de un estado de
salud excelente y es de disposición siempre alegre; es realmente un hombre
próspero. El entusiasmo, más la gratitud, más el deseo de ser
verdaderamente útil a los demás no puede fallar.
Una de las cosas más importantes es que él disfruta de su bien. Cuanto
más disfrutemos, cualquiera de nosotros, de lo que tengamos, más
recibiremos y más perdurará. El entusiasmo y el aprecio son formas
confiables de asegurar un bien duradero y mayor.

¡Soy entusiasta! Soy entusiasta con mi vida, mi familia, mis amigos,


mi riqueza. Soy, sobre todo entusiasta con mi Padre Celestial, quien
me da todo el bien que tengo la posibilidad de utilizar. Mi bien se
multiplica con mi aprecio y utilización.

Soy verdaderamente próspero. Todo lo que hago, el Padre lo aprueba


y lo bendice. El está a cargo de toda mi vida y mis asuntos. Me alegro
de que esto sea así. Lo alabo y Le bendigo ahora y siempre.

Marcela tuvo una niñez económica precaria. Su padre era un predicador de


un pueblo pequeño. Había muy poco dinero y había preocupaciones
financieras constantes. Su madre sentía que los regalos de productos
agrícolas y de ropa usada, eran más bien una caridad que un salario. «Ya
sé , ya sé», solía decir el padre con un suspiro, «pero tienen buenas
intenciones. Comparten lo que tiene. Algunos de ellos no tiene mucho
dinero». Entonces se dirigía a Marcela y añadía rápidamente, como no
queriendo que reparase demasiado en lo que se acababa de decir: «Eso no
te va a ocurrir a ti, hija. Tú vas a tener bastante dinero y todo lo que quieras.
Vas a tener todo lo que tengas la posibilidad de desear. Dios te va a dar
bastante. Me siento muy seguro de eso».

Marcela confiaba en su padre y creía lo que le decía. La ropa recosida


parecía ser sólo algo que se podría hasta conseguir la ropa maravillosa que
esperaba tener. Todo lo demás se aceptaba y se utilizaba, pero siempre con
el pensamiento de que «esto es sólo por ahora; lo verdadero y rico está por
llegar». Constantemente pensaba en lo que haría con mucho dinero.
Tendría una casa grande y bonita para ella y sus padres. Haría cosas por
los demás. Se encargaría de que todos los predicadores tuvieran dinero
adicional. Sus ideas sobre la abundancia fueron cambiando a medida que
se hacía mayor e iba conociendo más sobre las posibilidades de lo hermoso
y de lo bueno. Añadía más elementos al cuadro de prosperidad. Empezó a
soñar con viajar después que una maestra le habló de un viaje a Europa.

«No pude ir a la universidad inmediatamente después de terminar al


escuela superior», me dijo. «Conseguí un trabajo de maestra en una
pequeña escuela de campo. ¡Me sentía tan agradecida de tener la primera
oportunidad de ganar algún dinero y aquel primer cheque me pareció tan
grande! No planeaba comprarme nada para mí aquel año, sólo ahorrarlo
para la universidad. Entonces vi un vestido rosado en la tienda del pueblo».
Su mirada se tornó feliz y lejana. «Era el tipo de vestido que toda muchacha
debería tener. Nunca había tenido un vestido nuevo, pero ahora podría
tener uno. Tenía el dinero. Vacilé un poco, pero pensé que Dios seguro
querría que lo tuviera, ya que se estaría preparando para darme mucho
bien».

«Dos semanas después, la familia con quien vivía me llevó con ellos a una
reunión familiar en un pueblo vecino. Allí conocí a un primo de ellos de la
ciudad. Al principio, no lo vi como un posible pretendiente. Me gustaba.
¡Sabía tanto! ¡Había estado en tantos lugares! Siempre me hacía sentir
como con el vestido rosado. Nuestro amor no ocurrió rápidamente, porque
él se contenía, pensando que la diferencia de edad entre nosotros era muy
grande. Cuando finalmente me propuso matrimonio, dijo: «Si te hubiera
conocido diez años antes no te hubiera podido ofrecer lo que ahora puedo
ofrecer». «Y yo no hubiera tenido suficiente edad para que me pidiera diez
años antes», añadió Marcela sonriendo.

«Nuestra vida juntos fue maravillosa», continuó. Los intereses de sus


negocios los llevaron a muchas partes del mundo. Sus sueños se hicieron
realidad. Pudo hacer muchas cosas por sus padres. Vivían juntos en una
casa elegante. Su padre se hizo asistente del predicador de la ciudad donde
se instalaron después del retiro de éste. Esto lo hizo muy feliz. También se
sentía feliz cuando Marcela y su esposo daban con generosidad en la
iglesia.

«Todavía soy muy rica», dijo ella al finalizar su historia. «Verdaderamente


rica y muy feliz. Papá estaba en lo cierto y me siento tan agradecida de
haber creído en él, pues Dios realmente me ha traído un bien ilimitado».

Sí; su padre conocía la ley de la expectación pero la conocía para su hija en


vez de para él. El cosechó el bien, pues disfrutaba al compartir el bien de
ella. Marcela llevó a cabo su parte en hacer que el bien se manifestara,
aceptando la creencia de que tendría en abundancia, no obstante las
apariencias. Siempre mantuvo consigo la visión de la rica abundancia. No
importa lo que estuviera a la mano, eso sólo estaba allí temporalmente,
hasta que el verdadero bien llegara. Ni siquiera una vez limitó sus
expectativas. En vez, cambió y expandió su imagen del bien a medida que
conoció más sobre las posibilidades del bien.

Acepto el hecho de que estoy supuesta a ser rica. Seré rica con la
ayuda de Dios. El tiene bien en abundancia para mí y me lo da ahora.
Puedo tener y hacer todas las coas buenas que Dios quiere que tenga
y haga y puedo compartir todo el bien que El me da.

Dios tiene más bien para mí, ahora, del que puedo imaginar. Espero
mi bien. Doy gracias por todo el bien que Dios tiene para mí, ahora.
Tengo en abundancia. Ahora y siempre.

La familia de una mujer del oeste de Tejas había sido pionera de caravanas.
Su vida había sido más triste de lo necesario porque «papá nunca nos dejó
pensar que éramos otra cosa que gente pobre y mamá decía
constantemente que éramos pobres. No creo que fuéramos las personas
más pobres de la comunidad».
«Siempre teníamos un vestido nuevo en las Pascuas y cuando empezaban
las clases. Siempre había comida en abundancia. Siempre era abundancia
de la misma cosa, pero eso era todo lo que podíamos comer. Trabajábamos
en el campo, pero también lo hacían las otras mujeres y los niños. Me tomó
mucho tiempo poder sobreponerme a la idea de concebirme como “gente
pobre”. Una y otra vez he tenido que recordarme a mí misma que soy la hija
rica de un Padre muy rico».

Tenemos que tener cuidado con nuestras palabras y nuestros


pensamientos; tenemos que tener cuidado con lo que aceptamos como
verdad sobre nosotros mismos. No podemos llamarnos pobres, sin ser
pobres en algunas maneras. No podemos decir que no tenemos dinero para
comprar algo (es mejor decir: «No es bueno comprarlo ahora» o «Este no
es el momento para comprar») y todavía poder comprar otras cosas. No
podemos decir que esperamos tener menos dinero a medida que nos
vayamos haciendo viejos y pretender tenerlo en abundancia.

Una mujer se llamaba a sí misma una viuda rica hasta que descubrió que el
significado metafísico de la palabra «viuda» es «separación del bien». Ella
sabía que nunca se podría separar de Dios, su Verdadera Fuente de bien y
su bien aumentaba. Otra mujer tenía la costumbre de recitar uno de esos
versos sobre el día de la semana en que uno nació. Había nacido un
sábado y hasta que supo más, «trabajaba duro para ganarse la vida», como
se supone que hicieran las personas nacidas en sábado…

Un abogado próspero me contó su historia. Susi vivía la lado de su casa


cuando eran niños. Eran muy buenos amigos, porque «Susi era distinta a
las otras niñas». Confiaban el uno con el otro y se podían decir lo que
quisieran, sin sentir ningún miedo a que el otro pensara que era una tontería
o algo extraño.
«Un día cuando yo tenía alrededor de doce años», dijo «estábamos en el
riachuelo. Los árboles nos tapaban y no nos podían ver desde la casa ni
desde la carretera. Era uno de nuestros lugares favoritos. «Susi», le dije,
«¿me prometes que no le dirás a nadie lo que te voy a decir?»

Ella me lo prometió. «Bueno, está bien, voy a ser rico, muy rico antes de
llegar a los treinta años».

«¿De veras?» susurró. Yo asentí. «No estoy jugando, lo creo. Lo que es


más, lo voy a disfrutar. Verás, mi padre tenía dinero pero realmente no lo
disfrutaba». También le dije a Susi que no iba a trabajar tan duro como
papá. Iba a ser un abogado y no un comerciante. «Mi papá nunca está en
casa, pero yo sí voy a estar con mi familia y ser feliz», le dije.

«Es maravilloso, sencillamente maravilloso», dijo Susi. Hablamos de ello


muchísimo. «El deseo y la determinación ardían en mi a través de toda la
escuela superior y la universidad. Me hice abogado y según la norma en mi
familia, era rico cuando llegué a los treinta. Soy rico ahora según mis
nuevas normas», dijo, «y lo disfruto».

«Creo también», añadió pensativamente, «que he ayudado a mis padres a


disfrutar de su dinero. Todavía se deben preguntar sobre mí, estoy seguro.
Aún les queda mucho de esa manera de pensar, de que hay que trabajar
duro. Sé que muchas veces se preguntan por qué no tengo que trabajar
más duro para ganarme el dinero. A menudo hago el mejor trabajo cuando
parece que no estoy trabajando. Muchos de mis casos que parecían
imposibles, se me aclararon no estaba trabajando conscientemente en ellos,
sino cuando estaba de pesca o jugando al golf».

Susi y Johnny eran sólo unos niños cuando empezaron a visualizar su


prosperidad. Ninguno de los dos pensó ni siquiera una vez que aquello era
un sueño imposible.
Me veo feliz, contento, disfrutando de lo bueno de la vida. Me veo
obteniendo el bien que quiero sin tener que luchar por ello. Dejo que
Dios haga mi sueño realidad. Mis riquezas me llegan de muchas
maneras. Mi riqueza me llega fácilmente, sin tardanza, y en paz y
alegría. Utilizo mis riquezas con sabiduría y con buen juicio. Utilizo
mis riquezas con alegría. Al relajarme y utilizar el bien que Dios me
da, me llegan ideas nuevas, facilitándome el incremento de mi bien y
permitiéndome mantener mi prosperidad.

Mi prosperidad perdura. No hay límites para mi prosperidad: ningún


límite de cantidad, ningún límite de tiempo. Esta a mi disposición
instantánea y permanente. Mi bien continúa aumentando y el disfrute
del bien también aumenta. Estoy feliz, estoy bien, estoy fuerte, soy
sabio, soy rico. Todo lo que necesito me llega sin demora. No hay
ninguna escasez en mi vida. ¡Hay abundancia, abundancia,
abundancia!

El desenvolvimiento de una conciencia de «ahora mismo» asegura la


prosperidad continua, pues siempre es «ahora». No hay ningún mañana
que anticipar o por el que haya que trabajar; sólo existe un ahora que utilizar
y que disfrutar. Cuando logramos esta conciencia del ahora, dejamos atrás
todas las ideas limitativas sobre el tiempo. La mayoría de nosotros ha
aceptado, consciente o inconscientemente, la creencia de que la
prosperidad sólo llega después de largos años de entrenamiento, de
experiencia, de trabajo y de espera. A menudo se nos dice cuando somos
pequeños, que nos tomará años el alcanzar el éxito y llegar a ser pr´speros.
La prosperidad se nos muestra como un premio que se ganará tarde en la
vida, un premio por los sacrificios, el trabajo duro y la espera. Pero esto no
es cierto. Ahora es el momento para aceptar la idea de las riquezas de Dios,
siempre a nuestra disposición para cuando las necesitemos.
Un muchacho quería entrar en el negocio de importaciones mientras estaba
aún en la universidad. Sus padres, sus amigos y su banquero, todos, le
advirtieron: «Ve a trabajar para alguna compañía y aprende todo lo que
puedas de este tipo de negocio. ¡Después de varios años de experiencia
podrás irte por tu cuenta». Pero su compulsión interior era tal que no podía
esperar.

Empezó en muy pequeña escala. Sólo tenía unos cuantos cientos de pesos,
parecía tener un algo especial, para saber que es lo que le gustaba a la
gente. Lo que trajo de un primer viaje a las islas de los mares del Sur le
produjo suficientes ganancias en un mes, como para permitirle hacer otro
viaje. «Algo me dijo que lo hiciera ahora. Algo me dijo que fuera a las islas.
Algo parece decirme siempre cuando algún artículo servirá para la venta.
Por supuesto, ese Algo es Dios, el Dios en él. Lo importante es que él
reconozca ese Algo, ese saber interior».

Una muchacha manifestó un talento artístico fuera de lo usual cuando


todavía se hallaba en la escuela superior, «Por supuesto que tendrás que
estudiar por años antes de poder ganarte la vida con tu trabajo», le dijo su
maestra, «y quizás ni siquiera puedas hacerlo productivo».

«Eso no es cierto», la muchacha le dijo a su madre. «Quiero estudiar más,


quiero viajar y estudiar y ver las grandes obras de arte en todas partes; pero
sé dentro de mi que puedo ganarme la vida con mis pinceles».

Su madre la estimuló a que pintara escenas cerca de la ciudad yen al


ciudad. La muchacha donó seis pinturas para el bazar de navidad de su
iglesia. Se vendieron rápidamente y le llegaron, literalmente, docenas de
encargos de pinturas similares y de cuadros para casas y negocios. Su
técnica mejoró, sus colores parecían más reales; creció y se desarrolló
como artista en distintos aspectos, como artista que estaba ganando dinero.
Todo lo que ganaba lo ahorraba para el viaje que quería hacer para ver las
grandes obras de los maestros. Las becas la ayudaron a hacer sus estudios
en la Escuela de Arte. Su cuenta de banco aumentó y pudo viajar a donde
quería ir. Su estilo ha cambiado varias veces pero sus cuadros siempre se
han podido vender.

Ella no quiso aceptar la idea dela prosperidad eventual; aceptó la posibilidad


de que el bien le llegara ahora.

Nunca ha perdido la conciencia del ahora. Al igual que el escritor debe


escribir sobre las cosas que conoce, también el artista debe pintar lo que
conoce…, y yo hay límite de edad o un mejor momento para hacerlo. El
momento de escribir o de pintar o de hacer, es ahora.

Espero mi bien hoy, ahora. No tengo que preocuparme del ayer o del
mañana. Todo lo que tengo que hacer es pensar, hablar, sentir y actuar de
manera próspera, en este momento. Este es el único momento que cuenta y
soy rico, ahora.

Cada momento de ccada día mientras trabajamos. Comemos, jugamos o


nos preparamos para acostarnos, debemos cuidarnos para asegurarnos de
que estamos pensando y actuando la prosperidad ahora mismo. Debemos
estar alertas a que ninguna palabra o frase de escasez atraviese nuestros
labios, que sólo pensamientos prósperos permanezcan en nuestras mentes
y que únicamente sentimientos ricos habiten en nuestros corazones.
Tenemos que estar seguros de que reaccionamos a todo lo que ocurra, de
manera próspera.

«En este momento soy prospero».

Este momento es el único del que tenemos que preocuparnos. Este


momento prepara la escena del próximo momento, que se convierte
entonces en «este momento». Dejemos que estas palabras se nos graben
en el corazón y en la mente: «En este momento soy próspero».

Cuando nos ocupamos de este momento, cada momento subsiguiente será


más fácil de llenar con pensamientos de prosperidad, con palabras de
prosperidad, con sentimientos de prosperidad, con acciones prósperas. A
medida que nos vayamos comportando de una manera próspera iremos
ayudando a los demás, pues sentirán nuestra prosperidad y se sentirán
estimulados a pensar, hablar y actuar de manera próspera también. A
medida que demos nuestra prosperidad, iremos atrayendo más prosperidad
hacia nosotros.

Este momento es el único en el que tenemos que pensar. En este momento


visualizamos nuestro futuro bien, en este momento aceptamos nuestro bien,
en este momento nos sentimos agradecidos por nuestro bien, en este
momento sabemos que somos ricos. Esto es lo que hace posible la
prosperidad ahora.

La prosperidad ahora será un hecho (como también la Verdad sobre


nosotros) cuando hagamos nuestra decisión de tener prosperidad. No, no
tenemos que esperar; no tenemos que disfrutar de la prosperidad por un
corto tiempo, o por cierto tiempo determinado: la prosperidad no está
limitada de ninguna manera. Los minutos son todo lo que cuenta.

Nos ocupamos de nuestras actitudes de momento a momento y la


prosperidad llega y llega y llega. Todo lo que el Padre tiene es nuestro,
ahora. Está listo. Espera a que lo reclamemos al saber que ahora es
verdaderamente el momento aceptable para que seamos felices, para que
estemos bien y fuertes, para que seamos sabios y ricos.

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