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Cecilia Núñez
http://radiocqueer.blogspot.com
El género es una práctica performática. Ser hombre o mujer depende de la asignación visual
que el médico, partera o comadrona hace al nacer un ser humano. El cuerpo se convierte en
el primer territorio de disputa política, donde el más perfecto de los aparatos de control de la
sexualidad y la reproducción encuentra lugar propicio para anclar sus larvas normativas.
El género, y también el sexo, son prácticas performáticas porque se construyen a partir
del lenguaje: existe un término –con historia y contexto- que alude a un referente mental
delimitado por la convención social. Es decir, para que una palabra signifique es necesario un
acuerdo social que delimite el significado de la misma.
En un hospital, en una clínica, en una choza, en cualquier lugar donde un cuerpo pare otro
cuerpo, alguien dice: “nació una niña” y, en efecto, con esa simple frase, con esa sencilla
acción, “micromutaciones fisiológicas y políticas”[1] suceden en el cuerpo del naciente ser,
definiendo el nombre, el modelo de conducta, el color de la ropa, la forma de caminar, los
juegos, la decoración de las paredes, el sanitario al que tendrá acceso, el cuerpo con el que
se relacionará sexualmente, etc. Para ser un “hombre” o una “mujer” es necesario someter al
cuerpo a una serie de repeticiones performativas que aseguren que el individuo las asimilará e
interiorizará como “naturales”. No se es hombre o mujer, se actúa como tal: se llega a serlo[2].
Hasta hace no muchos años, las diferentes corrientes de los Estudios de Género encontraban
una diferencia sustancial entre los términos “género” y “sexo”: el primero como lo socialmente
adquirido (la masculinidad y la feminidad), y el segundo como lo natural o biológico (ser
hombre o mujer, tener pene o vagina). Este planteamiento, para diferentes miradas de hoy,
sobre todo para los movimientos queer, guarda un problema de fondo: ¿es lo biológico tan
natural como parece? ¿Por qué no podría haber mujeres con pene y hombres con vagina? ¿Qué
tan indispensable es para la supervivencia pertenecer a un sexo o a otro? ¿Es posible ser de los
dos o ninguno?
Hay mucho de peligroso en el cuerpo. Regular sus quehaceres e imágenes ha sido la principal
obsesión del sistema político y económico que comenzaba a consolidarse con el estallido de
las Guerras Mundiales y sus industrias tecnológicas. Previo a ello, a finales del siglo XIX, la
acción biopolítica encontraba mucho sentido en las formas de exteriorización del sexo, en la
pureza de la raza, la normalización / patologización de los placeres, la histerización del cuerpo
“femenino”, el “descubrimiento” del inconsciente, etc.
[1] Utilizo aquí la expresión de Beatriz Preciado sobre la conformación e invasión política de los sistemas
minúsculos de control sobre el cuerpo.
[2] Aludo a la frase de Simone de Beauvoire de 1949: “No se nace mujer, se llega a serlo”, y refiero a los
estudios de Judith Butler sobre la performatividad del lenguaje.
[3] Beatriz Preciado, Testo Yonqui, Madrid, Espasa, 2008. p. 120
[4] op. cit., p. 125.