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Universidad Nacional de San Juan

Facultad de Ciencias Sociales

Teoría Sociológica IV

Monografía para examen final:

Semejanzas y diferencias entre el


Interaccionismo Simbólico y la
Etnometodología

Profesor titular: Dr. José Nicanor Casas

Profesora Adjunta: Lic. Alicia del Rosario García

Alumno: Kevin Oscar Gomez

Licenciatura y Profesorado en Sociología

Año 2018
RESUMEN

La presente monografía forma parte de los objetivos propuestos por la cátedra de Teoría
Sociológica IV, como última materia del tronco teórico principal de las carreras de
Licenciatura y Profesora en Sociología, en los que se pretende abordar la problemática
planteada por dos corrientes de la llamada microsociología: el interaccionismo simbólico, y
la etnometodología.

Ambas corrientes suponen una contestación y un quiebre respecto a las grandes teorías que
se desarrollaron en torno al cuerpo teórico de la disciplina, invirtiendo el foco de atención
teórico y práctico a la hora de analizar al conjunto de la sociedad.

A fin de cumplir esto, se abordará la problemática planteada por estas dos corrientes desde
tres ejes principales: el contexto histórico en el que se desarrollaron y consolidaron a modo
de introducción, los postulados que les alimentan, y el cómo se aborda la práctica en cada
una, comparándolas a fin de mostrar sus semejanzas y diferencias.

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INTRODUCCIÓN

Un primer rasgo a destacar, es que los orígenes del interaccionismo simbólico se originan
de una fuente proveniente desde la filosofía, (no de las corrientes principales que
dominaban la sociología en ese entonces, el positivismo y el interpretativismo, ambas
corrientes europeas que acompañaron desde el origen formal de la sociología, siendo
entonces, quienes definían principalmente la forma y los métodos en que debía abordarse la
práctica científica). Dicha fuente se encarna en la figura de George Herbert Mead (febrero
de 1863 – abril de 1931), filósofo, psicólogo social y sociólogo, quien impartió clases en la
Universidad de Chicago, en EE.UU, desde 1894 hasta su muerte.

Los dos mayores exponentes de esta corriente fueron Erwin Goffman, Manford Kuhn y
Herbert Blumer, quienes centraron su atención en la construcción de significado y símbolos
que orientan la acción e interacción humana. Esto es un distanciamiento pronunciado de las
grandes teorías de la época, como el positivismo durkheimiano, planteando la primacía de
los procesos mentales y centrando la atención en el individuo antes que en las estructuras,
centrando también el modo de validación del conocimiento desde una perspectiva
subjetivista.

La etnometodología, por otro lado, tiene como principal exponente a Harold Garfinkel,
quien sería discípulo de Alfred Schutz y alumno de Talcott Parsons. Su foco de desarrollo
fue en la Universidad de California, Los Angeles. Estas dos corrientes que centraban su
atención en diferentes aspectos de la realidad social, y una de ellas pretendía convertirse en
la gran teoría de la sociología, además de ser la justificación científica del American way of
Life, el modelo económico-político y social de los EE. UU post-depresión, como en su
tiempo lo fue el liberalismo clásico. En base a esos antecedentes, la obra de Garfinkel es
como mínimo, una curiosidad intelectual que escapaba a la ortodoxia de la época,
desafiando estos postulados, pero sin pretender ser una fuerza revolucionaria en sí al
interior de la disciplina, como por ejemplo lo constituye el marxismo.

Esto ha llevado a que gane una progresiva pero lenta aceptación en los círculos académicos.

Es menester remarcar que tanto el interaccionismo como la etnometodología se encuentran


parcial (o totalmente) circunscriptas a los círculos académicos norteamericanos, sin haber

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podido desembarcar con éxito en otros continentes (como Europa, donde las teorías de
sistemas de Habermas o el estructuralismo genético de Bourdieu plantean interesantes
alternativas a los problemas sociológicos), o en América Latina, donde el funcionalismo
parsoniano (y sus ramificaciones) sigue teniendo predominancia debido a su situación de
subalternidad, llevando a que ambas teorías sean poco adecuadas al parecer para responder
a las inquietudes y problemáticas que plantea la realidad latinoamericana. Esta afirmación,
sin embargo, no debe tomarse por entero como un hecho terminal: algunos enfoques o
aristas como la realización de género ofrecen material interesante para las nuevas
corrientes centradas en la perspectiva de la problemática femenina y otros colectivos,
permitiendo entender cómo funcionan los mecanismos que sociológicamente nos legitiman
como hombres o mujeres, aparte de los del sexo biológico.

Siguiendo con la etnometodología, y para diferenciarla de la corriente que más le influye, la


fenomenología, Ritzer afirma que “la etnometodología es el estudio del <<cuerpo de
conocimiento de sentido común y de la gama de procedimientos y consideraciones
(métodos) por medio de los cuales los miembros corrientes de la sociedad dan sentido a las
circunstancias en las que se encuentran, hallan el camino a seguir en esas circunstancias y
actúan en consecuencia” (Ritzer, 1998. Pp 288).

En otras palabras, esta corriente de estudia las conductas que llevan las personas en su vida
cotidiana para responder a sus problemáticas diarias, virando el eje de interés respecto a la
fenomenología, que se ocupa del pensamiento humano.

Los hechos sociales, concepto tan caro a Durkheim, es retomado por la etnometodología,
pero en lugar de considerarlos como sucesos de naturaleza externa al individuo, los ubica a
un nivel micro, sin desconocer por ello su objetividad. El problema del orden social es
abordado no en base a las grandes estructuras que condicionan e idiotizan al ser humano,
bajo la perspectiva de esta corriente, si no a los mecanismos que permiten la organización
de las sociedades basándose en la cotidianeidad.

Su cuerpo teórico sistematizado apareció en 1967 en los Studies in Ethnometodology, libro


publicado por Garfinkel y el más conocido de su obra. Sin embargo, la etnometodología no
tuvo un único sendero teórico, lo cual llevó a que tocara diversos ámbitos teóricos y

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prácticos, pero también contribuyendo a hacerla menos atractiva a los ojos de la ortodoxia y
a plantear serios problemas de identidad en su desarrollo.

El interaccionismo, por otro lado, y como explica Ritzer, se planteó inicialmente como una
oposición al reduccionismo psicológico del conductismo, junto al determinismo estructural
del funcionalismo. Esto llevó a afirmar la primacía del actor y su interacción como objeto
de estudio de la sociología. Los procesos de interacción cobran particular relevancia,
porque se concibe al actor como difícilmente influido por estados psicológicos internos, o
por estructuras sociales que le determinasen.

Es preciso hacer notar la importancia de la palabra actor en este punto: Goffman decide un
enfoque dramatúrgico para abordar la puesta en práctica del concepto central desarrollado
por Mead del interaccionismo, el self. En esta introducción, elijo dar primacía al desarrollo
organizado por Ritzer para poder explicar más organizadamente los conceptos que
subyacen a las prácticas de los autores.

El concepto de self formulado por Mead inicialmente, y expandido por Charles Horton
Cooley como self especular, apunta a considerar al actor como objeto de su propia acción,
es decir, como su capacidad mental de salir de “sí mismo” y reconocer lo que otros esperan
de él, orientando su acción en base a lo que es para sí mismo.

El self plantea a un actor potencialmente consciente de su propia identidad, en base a la


aprehensión que realiza de un determinado rol escénico. Goffman afirma que:

“En cierto sentido, y en la medida en que esta máscara representa el concepto que nos
hemos formado de nosotros mismos –el rol de acuerdo con el cual nos esforzamos por
vivir-, esta máscara es nuestro <<sí mismo>> más verdadero, el yo que quisiéramos ser.

Al fin, nuestra concepción del rol llega a ser una segunda naturaleza y parte integrante de
nuestra personalidad. Venimos al mundo como individuos, logramos un carácter y llegamos
a ser personas.” (Goffman, 1989, pp ).

El self como tal, entonces, no es una posesión del actor, sino más bien es el resultado de la
interacción actor-público. La forma en que un actor desempeña exitosamente un
determinado papel, se basa en dos actitudes extremas, a las cuales denominó sincera y

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cínica. En la primera, el actor cree en lo que su papel representa para su público, en lo que
fomenta su actuación, mientras que en la segunda el actor actúa por lo general por fines
ajenos a los de la representación.

En cualquiera de los casos, se cuenta con seguridades y defensas particulares para que el
self no sea destruido, y con ello, nuestra construcción de significado.

Este planteo inicial nos permite sentar las bases en las que ambas teorías descansan: no solo
ambas son oposiciones a la teoría sociológica clásica, y a su ortodoxia, sino que plantean la
necesidad de centrarse en los individuos en tanto que constructores de su propia realidad
social. Esto, como es de esperarse, nos propone ciertas fortalezas, pero también debilidades
en sus planteos teóricos que sus detractores no se esperaron ni contuvieron en señalar.

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LO MICROSOCIAL COMO OBJETO

El interaccionismo simbólico y la etnometodología

En el artículo titulado La sociedad como interacción simbólica, Blumer define al


interaccionismo simbólico de la siguiente manera:

“(…) se refiere, por supuesto, al carácter peculiar y distintivo de la interacción que tiene
lugar entre seres humanos. La peculiaridad consiste en el hecho de que los seres humanos
interpretan o “definen” las acciones de los demás en lugar de reaccionar simplemente a
ellas. Su “respuesta” no se refiere de manera directa a las acciones de los otros, sino que se
basa en el significado que atribuyen a tales acciones. De esta manera, la interacción humana
es medida por el uso de símbolos, por la interpretación, o por la averiguación del
significado de las acciones de los otros.” (Blumer, 1992 pp 127)

Ritzer resume (siguiendo a Blumer, Manis y Meltzer) en siete los principios del
interaccionismo simbólico, a saber:

1. A diferencia de los animales inferiores, los seres humanos están dotados de


capacidad de pensamiento.
2. La capacidad de pensamiento está moldeada por la interacción social.
3. En la interacción social las personas aprenden los significados y los símbolos que
les permiten ejercer su capacidad de pensamiento distintivamente humana.
4. Los significados y los símbolos permiten a las personas actuar e interactuar de una
manera distintivamente humana.
5. Las personas son capaces de modificar o alterar los significados y los símbolos que
usan en la acción y la interacción sobre la base de su interpretación de la situación.
6. Las personas son capaces de introducir estas modificaciones y alteraciones, debido
en parte, a su capacidad para interactuar consigo mismas, lo que les permite
examinar los posibles cursos de acción, y valorar sus ventajas y desventajas para
luego elegir uno.
7. Las pautas entretejidas de acción y reacción constituyen los grupos y las sociedades.
(Ritzer, 1998. pp 237).

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La primacía de la mente es el foco central de esta corriente. En todo este planteo, el
concepto de self, ya explicado anteriormente, es el eje conductor principal.

El actor es concebido como un ser pensante, donde se constituye como ser humano en base
a su interacción con otros o, mejor dicho, en base a la interacción con los símbolos y
significados que se han construido, los cuales ha adoptado a la hora de representar su papel.

La interacción del actor se da en base a los objetos que se encuentra a lo largo de su vida,
ante los cuales reacciona en base a los significados que ha adoptado, lo que no solo le
otorga un sentido a su acción, sino también, una identidad.

Los signos son algo que tienen significado en sí mismo, que los actores aprehenden en
forma irreflexiva. Los símbolos, por otro lado, conllevan un proceso de reflexión. Es la
característica principal de la humanidad, porque es lo que nos vuelve lo que somos,
distanciándonos de los demás animales.

Los símbolos dotan a las personas de la capacidad de apropiarse del mundo e interactuar
con él, es decir, de poder entrar en relación con un objeto material, una persona, o una idea.
En este espectro, destaca el lenguaje como el sistema simbólico por excelencia.

Sin pretender caer en un determinismo del lenguaje, se puede plantear un simple ejercicio
para ejemplificar este punto, invitando al lector a que intente pensar sin usar el lenguaje.

Pronto se dará cuenta de la incapacidad que tenemos como especie para hacer algo como
eso: el lenguaje nos permite en sí mismo la capacidad de pensar, porque podemos nombrar,
calificar y ordenar objetos, hechos y eventos en forma selectiva, siendo que de otra forma,
el entorno que tendríamos frente a nosotros sería, como mínimo, confuso. Lo incognoscible
o lo inconmensurable deja de serlo cuando podemos nombrarlo y delimitarlo, o al menos,
nos permite empezar a aproximarnos a ello sin que nos resulte desbordante.

Los animales basan su entendimiento del mundo en base a estímulos asociados a


situaciones que experimentaron en a través de ensayo y error, las personas tienen la
capacidad de poder pensar reflexivamente y aprender de esos hechos.

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Esta capacidad de relacionar y aprehender los objetos, sean estos materiales, sociales o
abstractos, es la base primaria de toda interacción social. Si bien es cierto que, como
animales que somos, no siempre guiamos todas nuestras acciones en términos reflexivos, sí
que lo hacemos como sello distintivo de nuestra humanidad.

La conducta encubierta, como la denomina Mead, es el foco de interés del interaccionismo


simbólico, porque es allí donde los actores ponen en juego el conjunto de significados y
símbolos que han aprendido durante el proceso de socialización, y que, como vimos con el
concepto de self, han hecho parte de su personalidad. Esto no significa, sin embargo, que
estén determinados por ellos: los actores son capaces de alterarlos en base a su propia
interpretación.

Una acción social, entonces, es aquella que se produce por la interacción entre un actor y
otro/s, es decir, es una acción orientada hacia otros.

La etnometodología parte de concebir la realidad social como una construcción permanente


y cotidiana, es decir, un “logro práctico constante”. (Ritzer, 1998. pp 288).

Los denominados etnométodos, es decir, los procedimientos prácticos con los que se
interactúa y construye el mundo social, son el principal centro de interés de la
etnometodología, lo cual pretende conseguirlo a través de dos conceptos claves:
reflexividad y explicaciones.

A diferencia del interaccionismo, la reflexividad no es un proceso necesariamente


consciente: muchas veces no estamos al tanto del enorme esfuerzo reflexivo que
empleamos para llevar a cabo una determinada acción, como saludar a otra persona. Esta es
una forma que tienen los actores de crear una realidad con sus acciones.

El orden social se fundamenta en parte, gracias a la reflexividad, rechazando el postulado


positivista de que los seres humanos son pasivos respecto a las normas. La explicación, por
otro lado, es el proceso consciente del pensamiento que da sentido al mundo, estando en
mayor sintonía con la proposición en torno al lenguaje del interaccionismo.

Aquí sin embargo es necesario marcar una gran diferencia a la hora de abordar el estudio de
la realidad social: mientras que Blumer propone el uso de lo que llama la introspección

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simpática, es decir, el que el investigador deba ponerse en los zapatos el actor para
comprender la situación desde su punto de vista, la etnometodología adopta por el contrario
una indiferencia etnometodológica, a fin de no juzgar la naturaleza de las acciones, sino
solo analizarlas en función del uso que se le da en la práctica.

Goffman, desde el interaccionismo simbólico, da un marco específico a todos estos


conceptos, en base a una concepción dramatúrgica de la vida social.

El acto social en sí, la acción que lleva a cabo el actor, puede ser presentado en los términos
de una obra de teatro. Como ya se explicó antes en el concepto de self, este no forma parte
de las disposiciones mentales internas de la persona, sino que se origina en la interacción
con la audiencia o público. A esta interacción le siguen una serie de mecanismos que
aseguran la continuidad y la supervivencia del self del actor.

“Será conveniente dar el nombre de <<fachada>> a la parte de la actuación del individuo


que funciona regularmente de un modo general y prefijado, a fin de definir la situación con
respecto a aquellos que observan dicha actuación. La fachada, entonces, es la dotación
expresiva del tipo corriente empleada intencional o inconscientemente por el individuo
durante su actuación”.

Goffman considera además que las rutinas, es decir, distintos modos de actuación llevado a
cabo por los actores, puede emplear una misma fachada, produciéndose una
institucionalización de dicha fachada. Esto recibe el nombre de representación colectiva,
una rutina de comportamiento que responde a ciertos requerimientos sociales y que se
constituye como realidad empírica por derecho propio.

Para la etnometodología, los sociólogos no son diferentes del profano que emplea el sentido
común.

“Quien hace sociología, profesional o lega, puede tratar la comprensión común como un
acuerdo compartido sobre asuntos sustantivos dando por sentado que lo que se dice será
interpretado de acuerdo con métodos que no necesitan ser especificados, lo cual equivale a
decir que sólo necesitan ser especificado en ocasiones <<especiales>>” (Garfinkel, 2006.
pp 41)

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Esto implica que, contrario al método propuesto por el interaccionismo, incluso la labor
sociológica puede ser susceptible de ser abordada de igual forma que el conocimiento
común por la etnometodología.

Las personas son capaces de reflexionar y de esa forma explicar sus acciones, con su
posterior aceptación, lo que explica parcialmente el orden de la vida cotidiana, un planteo
como vemos, considerablemente diferente al propuesto bajo el nombre de representación
colectiva.

El método documental consiste en hallar los patrones que movilizan determinadas


conductas. Esto tiene la capacidad de brindar al profano mayor entendimiento de la
situación en la que está inmersa, mientras que al sociólogo una comprensión más profunda
del mundo social. En definitiva, la separación entre los tipos como tal, no existe, sino que
se puede hablar más bien de una diferencia de grados entre etnometodólogos.

Mientras el interaccionismo de Goffman se centra en el análisis dramatúrgico como


estructuración de la conducta, la etnometodología presta mayor atención a los
procedimientos de sentido común que se emplean diariamente.

Esta es una diferencia que se puede evidenciar a lo largo del análisis, pero para hacerla más
explícita se puede decir que el interaccionismo simbólico prioriza el punto de vista del actor
y de cómo su identidad se construye en su relación con otros, mediante las diferentes
máscaras o papeles que representa en su vida social, por eso una persona puede ser una
cosa muy distinta cuando sale de su casa y volver a ser otra al volver a ella. Una persona,
para esta corriente seguirá pautas prefijadas de acuerdo a las exigencias del público con el
que se relacione, pero también representará su papel de acuerdo a cómo lo interpretará.
Podemos afirmar entonces que el foco en el interaccionismo es la dinámica interpretativa
grupal, en base a significados no necesariamente explícitos de cómo funciona la puesta en
escena.

La etnometodología, por otro lado, centra principalmente su atención en el lenguaje, no en


busca de un significado oculto trascendente tras él, sino que lo concibe como un lenguaje
en interacción. Es decir, el lenguaje es parte constituyente y esencial de la actividad
humana, porque es lo que estructura, da forma, al orden social. No solo los actores

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interactúan con el mundo social para darle un significado, como plantea el interaccionismo,
va más allá y le coloca como la herramienta definitoria de los grupos humanos para
construir la realidad, tanto a nivel social como al interior de su propia psiquis,
constituyéndose en una relación dialéctica.

Ritzer explica que la diversificación del trabajo etnometodológico derivó en dos enfoques
principales de cómo los actores crean la realidad en la que viven. A saber, el análisis
institucional y el análisis conversacional.

En el primer caso, se parte de la idea de descartar el modo de análisis clásico de la


sociología, centrado en las estructuras y normas formales para explicar las acciones de los
actores, en favor de considerar que las personas no solo no están determinadas por estas
estructuras, sino que tienen la capacidad de usar sus conocimientos de la vida diaria a fin de
lograr la manufacturación de los productos institucionales, es decir, emplean acciones de
sentido común para poder completar sus tareas diarias.

A propósito de los análisis de los aspectos formales de la vida social, el interaccionismo


simbólico propone una serie de mecanismos dramatúrgicos para explicarlo: la realización
dramática, alude a los mecanismos que desempeñan los actores para cumplir un papel
determinado que sea adecuado a la situación que le toca enfrentar. La apariencia de la
realización es fundamental a la hora de organizar la actividad de una determinada
organización, por eso en muchos casos se delega la problemática en especialistas que
mantienen la fachada de la acción, pero sin ejecutarla en la realidad:

“Como lo señaló Sartre: <<el alumno atento que desea estar atento, con sus ojos clavados
en la maestra y sus oídos bien abiertos, se agota de tal modo representando el papel de
atento que termina por no escuchar nada>>”. (Goffman, 1989,pp ).

La idealización es otro mecanismo que emplean los actores para realizar su trabajo, y que
implican un doble juego con la audiencia: no solo el sujeto actuante incorpora en sí mismo
valores y comportamientos que se esperarían de acuerdo a una determinada situación, sino
que las personas con las que interactúa refuerzan este papel a fin de creer su actuación.

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En muchas ocasiones, a fin de mantener en funcionamiento a la organización, se deben
sacrificar los objetivos más ideales en forma momentánea, manteniendo la apariencia de su
realización, a favor de los legítimamente más importantes

Al respecto, Blumer dirá:

“La organización de una sociedad humana no debe ser identificada con el proceso de
interpretación usado por sus unidades actuantes: aunque lo afecta, ella no abarca ni cubre
ese proceso. Tal vez, la consecuencia más sobresaliente de concebir a la sociedad como
organización es pasar por alto la parte que las unidades actuantes desempeñan en el cambio
social. El procedimiento convencional de los sociólogos es: a) identificar la sociedad
humana (o alguna de sus partes) en términos de una forma establecida u organizada, b)
identificar algún factor o condición de cambio operante sobre la sociedad o la parte de ella
en cuestión, y c) identificar la nueva forma asumida por la sociedad tras la operación del
factor de cambio. Tales observaciones permiten al científico establecer proposiciones en el
sentido de que, bajo la influencia de un determinado factor de cambio, una forma
organizada determinada se convierte en una determinada forma nueva.” (Blumer, 1992, pp
134).

Respecto al cambio social, mantiene que:

“(…) cualquier línea de cambio social, puesto que implica cambio en la acción humana,
pasa necesariamente por la mediación de la interpretación por parte de los individuos
envueltos en el cambio – el cambio aparece en la forma de situaciones nuevas en las que los
individuos tienen que construir formas nuevas de acción. Además, de acuerdo con lo dicho
anteriormente, las interpretaciones de la situaciones nuevas no están predeterminadas por
las condiciones antecedentes a las situaciones, sino que dependen de lo que sea tomado en
consideración y estimado en las situaciones reales en las que se forma el comportamiento.”
(Blumer, 1992, pp 135).

Respecto al análisis conversacional de la etnometodología, podemos afirmar, siguiendo el


análisis de Ritzer con respecto a Zimmerman, que: “(…) la conversación se define en
términos de los elementos básicos de la perspectiva etnometodológica: <<la conversación

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constituye una actividad interactiva que exhibe propiedades estables y ordenadas que
constituyen logros analizabloes de los conversadores”. (Ritzer, 1998, pp 292)

A estos efectos, existen cinco principios básicos que ha de seguir el análisis de la


conversación, a saber:

1) Requiere una recolección de datos sumamente detallada, no solo del contenido


hablado explícito, sino también de todos aquellos gestos, conscientes o no, que
constituyen el aspecto no verbal de la conversación.
2) Se puede presumir que incluso los detalles mínimos de una conversación responden
a una organización implícita entre los actores, aun cuando sea tarea del
etnometodólogo darle un sentido más visible.
3) Las conversaciones son analizadas separadas del contexto y los procesos cognitivos
de los actores, dado que se considera que tienen propiedades estables, ordenadas,
provistas por los mismos actores.
4) Las conversaciones responden a una organización secuencial.
5) Siguiendo este último punto, podemos apreciar que establece una base sobre cómo
se debe dar el proceso comunicacional, generalmente por turnos.

El interés por la conversación tiene una lógica precisa: es la actividad social constitutiva de
la humanidad, el pilar fundamental del cual se derivan otras formas de relaciones
interpersonales, por lo que ofrece una imagen detallada de las prácticas y procesos que se
llevan a cabo en la vida cotidiana.

El actor social en ambas corrientes tiene un papel activo como constructor de su realidad,
distanciándose de la imagen del imbécil carente de juicio que planteaba la sociología
tradicional, sobre todo en el proceso de socialización, utilizando la expresión idiota cultural
para graficar este hecho.

Si bien ambos enfoques son microsociológicos y destacan la importancia del individuo,


queda en claro que difieren no sólo en qué aspectos de la realidad social van a analizar, sino
en la forma en que lo harán, poniendo especial énfasis en cómo cambia la construcción de
la misma de acuerdo a la manera en que se aborda la misma. El interaccionismo simbólico
propondrá una mirada naturalista, basada en “ponerse en el lugar del actor” con

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metodologías variadas e intensivas, mientras que la etnometodología -sin descartar otras
estrategias- se enfocará principalmente en el análisis de discurso (oral o documental) y el
análisis de la conversación.

La racionalidad práctica prima sobre todo en la etnometodología, la primacía de ésta última


en la vida cotidiana radica en que ninguna actividad puede realizarse si no es con estos
conocimientos de sentido común, ni siquiera la actividad científica. El cómo los actores
hacen funcionar la vida cotidiana es un tópico en sí para dicha corriente.

En este punto, podría decirse que la etnometodología ofrece un repertorio más amplio y
mejor definido que el interaccionismo, lo cual resulta irónico dado que el principal
problema de los etnometodólogos es su capacidad innata para perder el norte.

Algo en lo que los etnometodólogos son más explícitos que los interaccionistas, es en
postular que todo conocimiento es per se, local. Por tanto, la mejor forma de abordar un
estudio de comportamiento es analizar la actividad humana elegida desde fuera, a fin de no
alterar los resultados que pudiesen obtenerse. Por eso, prudentemente, se sirve de los
recursos que el medio local puede ofrecerle, a fin de darle una interpretación más rica en
contenido de la actividad que desempeñan los actores en esos círculos en particular.

Esta atención en lo que el medio social puede ofrecer difiere del planteo dramatúrgico de
Goffman, sobre todo si tenemos en cuenta que él mismo elabora categorías generales
tomadas prestadas de las artes dramáticas que luego aplica en casos particulares. Así, la
etnometodología construye conocimiento a través de lo que sus agentes hacen, las más de
las veces reflexivamente, del mundo social.

En sus críticas a la sociología macrosocial, ambas teorías ofrecen alternativas interesantes


para abordar un objeto hasta ahora abandonado, o dejado de lado. Esta semejanza lleva
dentro de sí misma el germen de la diferencia entre las dos: el planteo del actor como un
individuo que construye su identidad en torno a roles pre-establecidos a los cuales puede
interpretar de forma distinta, estará aún así condicionada por la forma en que el grupo
interpreta que ese rol debe representarse. Las múltiples máscaras, los significados
atribuidos a ellas y que condiciona la interpretación simbólica que el actor y su audiencia
harán, constituye el centro de interés del interaccionismo.

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En este aspecto, la etnometodología preferirá centrarse en los significados que se
construyen a través no de la representación escénica, sino de las prácticas cotidianas que
son posibles gracias a la relación dialéctica que permite el lenguaje, no importando tanto lo
que los sujetos piensen que hacen (y cómo debe hacerse, según los requerimientos del
papel), sino cómo lo hacen. Es decir, concibiendo la sociedad no como un escenario de
teatro, sino como una construcción hecha en base a prácticas diarias.

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CONCLUSIÓN

Tanto el interaccionismo como la etnometodología proponen un quiebre respecto a las


teorías macrosociológicas clásicas, a la ortodoxia que dominó (aunque aún lo haga) los
círculos académicos sociológicos, no solo cambiando el objeto clásico de estudio en favor
del individuo, sino también, con ello, la forma en que se abordará la problemática.

Esto trajo aparejadas una serie de particularidades y resistencias propias de tan atrevido
enfoque. Una de las principales críticas que han sido objeto ambas corrientes, es en torno a
la subjetividad y, como no, a su objeto de estudio: el centrarse en el individuo como
hacedor de su propia realidad les ha llevado a desconocer los mecanismos que condicionan
la conducta humana. Esto ha llevado a que teóricos de la etnometodología tales como
Zimmerman y Boden, reconozcan la posibilidad (y la necesidad implícita) de abordar las
cuestiones macro de la sociología.

Recordemos que, en un planteo más extremo, la etnometodología de Garfinkel se


desencantó de la actividad sociológica y científica en general. Esto es una consecuencia
entendible en base a sus planteos metodológicos, sin embargo, nos deja la cuestión por la
que algunos círculos académicos más tradicionales han tomado con variadas resistencias a
esta corriente: la presunta invalidez de sus estudios, o mejor dicho, el excesivo interés por
cuestiones triviales, lo que convertiría a la etnometodología en una disciplina no sólo
científicamente dudosa, sino también, inútil.

Sin pretender emitir juicios tan lapidarios al respecto, podemos hacer eco de las
consideraciones que algunos críticos han mencionado en torno a la cuestión de las
debilidades del interaccionismo simbólico que ejemplifica Ritzer

“De todas las supuestas dificultades del paradigma del interaccionismo simbólico, dos se
destacan como las más importante: (1) escasa atención a las emociones humanas, y (2)
despreocupación por la estructura social. En efecto, la primera de ellas implica que el
interaccionismo simbólico no es suficientemente psicológico, y la segunda sugiere que la
interacción simbólica no es suficientemente sociológica” (Op. Cit. 1992, pp 260):

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No sería erróneo considerar a la sociología como una disciplina científica orientada al
análisis y resolución de problemas sociales. De hecho, muchas críticas que se han
elaborado a las grandes teorías van por ese lado. Una ciencia social que ignora o es incapaz
de responder a las problemáticas que le dan origen, pierde su rumbo.

Teniendo en cuenta estas consideraciones, no podemos desconocer de la utilidad de los


aportes que ambas corrientes han aportado a la hora de llenar los huecos que la
macrosociología dejó a causa de su exclusivo enfoque en las estructuras y los grandes
procesos, olvidándose del papel fundamental de los actores en la mantención y el hacer
diario de la vida social, reconociendo las bondades del cualitativismo, no debemos, sin
embargo, olvidar que si solo nos centramos en el árbol, perderemos de vista el bosque
entero.

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BIBLIOGRAFÍA

 Garfinkel, H. (2006) Estudios de Etnometodología. Anthropos. Barcelona.


 Goffman, E. (1989) La presentación de la persona en la vida cotidiana.
Amorrortu. Buenos Aires.
 Ritzer, G. (1998). Teoría sociológica contemporánea. McGraw-Hill.
México.
 Blumer, E (2011): La sociedad como interacción simbólica. En: Delito y
Sociedad, Revista de Ciencias Sociales. Vol. 2, Núm. 32. Universidad
Nacional del Litoral, Argentina.

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