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Departamento de Historia

Informe Lectura n° 1 “Hacer la Historia, hablar sobre la Historia” en ¿Qué es la Historia


teórica?, José Carlos Bermejo p. 28-49.
David Coronado Canales Marzo, 2018

El autor nos expone en este texto la diferencia entre hacer las cosas y hablar sobre ellas. El ejercicio
práctico del historiador por lo tanto tiene un doble significado cuando se habla de Historia. Allí, el
autor entiende dos elementos: Hacer la Historia puede entender tanto como en actuar (vivir) como
el escribir la Historia; mientras que hablar de la Historia sería los diálogos en torno a la Historia
p.28
El eje articulador del debate tiene que ver con que los historiadores han tomado mayor
preocupación por el hacer frente al decir o exponer algo sobre la Historia. No obstante todos los
historiadores hacen o hablan de Historia, por lo que en el cuerpo del escrito se establece una
tipología para ello articulado en 4 preguntas: ¿Quién habla? ¿A quién se dirige? ¿En calidad de qué
habla? Y ¿de qué habla?
Para lo anterior, el autor trabajo volviendo a las categorías griegas sobre Historia. Así, la
presentación del autor bajo lo que denomina un paradigma visual es parte de lo que es el estudio
histórico. Ese “debate” entre el ojo y el oído en la Historiografía de la Antigüedad tiene que ver con
la mayor relevancia (incluso judicial) del testigo que la evidencia al momento de probar o mostrar
algo.

En ese sentido su dirección es hablar a los ciudadanos y transitan en su mayoría de “hacer la


historia” (como militares, políticos u otra función pública) a escribir la Historia con la idea de evitar
el olvido de los hechos de los hombres.
Al ser una Historia vinculada a la comunidad, está fuertemente influenciada por lo político y militar
como área de interés y allí – bajo ese contexto sociohistórico en el que se escribió – se vuelve poco
útil separar el hacer del hablar de la Historia.
Sin embargo en la tradición clásica y en el mundo medieval se generan nuevas formas de
comprender la manera en que la Historiografía se dedica ahora a hablar de y a un nuevo “público”
que es la Iglesia. Acá lo político-militar le da paso al estudio de la sacralidad y sentido (telos) del
mismo proceso como una manifestación concreta de un devenir relacionado con la divinidad p. 33
En este sentido la “sacralidad” (que posteriormente fundaría las bases para el desarrollo de la
hermenéutica y el humanismo) construye un canon de textos y testimonios que reafirman la
veracidad irrefutable de lo que sucedió. Así, por medio de una idea – epistemológica – de fe, los
testimonios predominan por sobre los hechos.
Esas bases metodológicas irán generando lentamente el trabajo de la Historia Moderna y su base
en documentación. La Modernidad, la Ilustración como espacio y tiempo para otra forma de
escribir la Historia dará paso a la conceptualización de devenir histórico donde el qué se habla o se
desarrolla en la Historia ya no es la descripción inocente de hechos sino la descripción y el sentido
oculto (especie de filosofía sustantiva de la Historia como “motor” del devenir) del hombre.
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Acá, la pretensión de una nueva dimensión explicativa, se vinculó al desarrollo de una disciplina
como la ciencia newtoniana que entregó un método científico. La decantación por una cientificidad
afectó la comprensión y el desarrollo de la Historia que tendrían su culmine en Alemania con el
historicismo o el positivismo donde se potenciaron al menos dos transformación: internas y
externas p. 38
En lo externo hubo un fundamento ontológico como fue la vinculación estrecha entre la Historia
y la preocupación por el Estado-nación, la institucionalización del estudio y enseñanza de la
Historia como una disciplina (un saber-poder) unido al Estado nacional y el auge de la investigación
del patrimonio monumental y documental.
A nivel interior hay una transformación epistemológica de la disciplina asociada a dos conceptos:
primero la revolución documental y el método científico.
La sistematización documental que se generará por ende buscó conseguir una mejor aproximación
a la veracidad por medio de la crítica documental, que ahora se volvía necesaria si es que era
relevante tratar el problema de la posibilidad epistemológico de relación entre fuente
(documento) y realidad pasada 1.
Para esto si el documento es la fuente del historiador, analizarlo, comprenderlo y extraer las
posibilidades de él, en torno al principio del “oficio del historiador”. La premisa – para algunos
ingenua – de autores como Ranke eran que el historiador lograba observar nítidamente el pasado
a través de las fuentes sin ningún tipo de obstáculo, lingüístico, ideológico, psicológico ni cultural.
Un tipo de vástago del paradigma visual de la Historiografía clásica p. 39
Luego de este el autor trabaja el problema del enunciado histórico. Para ello, señala que existen
tres espacios definitorios del enunciado: el significado, un enmarque mayor que es el sentido
(cuando se enmarca dentro de un relato) y que tiene un tipo de relación dialéctica con el
significado. Finalmente un espacio cultural que se denomina referencia simbólica que pone en
relación interpretativa el enunciado histórico con una comunidad o grupo determinado.
Esta forma – Moderna o actual – de entender el estudio y más específicamente como se hace la
Historia, representa un problema ya que la metodología de análisis histórico sería imposible de
adaptar a la multiplicidad de miradas y enfoques con las que un texto puede ser analizado en
diferentes espacios. Entonces la cuestionamiento es ¿puede haber una referencialidad externa
completa desde un texto? ¿Cuál es la “medida” de un análisis de lo que realmente quiso decir y
cuánto de lo que creemos entender? Y finalmente ¿es posible asociar claramente un hecho pasado
con sus “vestigios” en el presente?
Ahora es posible lograr establecer criterios de verdad – siguiendo al autor – desde la fuente. Un
primer acercamiento sería la relación entre un enunciado histórico y un suceso verdadero en el

1
Aunque pudiera parecer una especie de transformación drástica, el autor del texto señala que ya en el s. XVII en la
exegesis literaria o en las ideas documentales de la eclesiología medieval, habían pequeños atisbos de lo que sería el
tránsito histórico hacia el historicismo alemán decimonónico.
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pasado. El segundo tipo sería aquel relacionado con una tradición hermenéutica y el tercero
cuando la verdad se entiende no como una categoría lógica o una realidad, sino como un consenso
social de una comunidad científica p. 41.

Así, los historiadores que hacen Historia se enfrentan al problema de que quienes hablan, debaten
de Historia han trabajado en reflejar los problemas que tenía el seguro camino de la Historiografía
desde el siglo XX hasta por lo menos la década de los cincuenta o sesenta del siglo XX. La ingenuidad
de poder tener acceso a los hechos históricos por medio de las fuentes es lo que hoy marca un
eslabón complejo en el escollo de poder hacer “Historia científica y segura”.
No obstante el espacio crítico que se puede hallar en este tipo de discusiones, la existencia de un
método no está en discusión. Sea lo que sea la Historiografía como disciplina del saber humano,
puede basarse en una forma de sistematizar la información y señalar sus ideas (el autor la clasifica
como un modo de hablar meramente).
Finalmente se aborda el problema de que el hablar de la Historia también presenta un corpus de
fuentes que son precisamente la misma producción historiográfica. Acá una duda lógica es ¿qué
diferenciaría la lectura y análisis de un texto histórico de otro tipo de documentos? ¿existe una
exclusividad en ella que no permita sino a los historiadores ostentar el dominio de analizarlos? Así,
puede ser que dependiendo de la naturaleza del texto historiográfico puede ser abordado desde
una filosofía de las fuentes o desde la crítica literaria2. Quizás el Nuevo Historicismo (que no queda
claro si es lo mismo que la vuelta a la Narratividad en algunos círculos históricos) pueda
comprender la crítica literaria de la fuente histórica apelando a su contexto histórico.
No obstante su argumentación, la conclusión para el “hablar” de la Historia (hoy en el siglo XXI) no
deja de ser llamativo. No tiene método (¿identidad científica?) carece de redes académicas sólidas
y no es una comunidad propiamente tal. A pesar de ello defiende la interdisciplinariedad y a la vez
la profundidad en el conocimiento histórico p. 47.

2
Ahora, desde las ideas de Hyden White sobre la meta-historia, sería incluso posible analizar las fuentes científicas
como los artículos de ciencias como documentos bajo la crítica literaria. Ahora, entendemos que el sentido del autor
no es negar la posible referencialidad en los textos históricos
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Informe de lectura N° 2 “Historia de las mentalidades” en Tendencias Historiográficas actuales.


Escribir la Historia hoy, Elena Hernández Sandocia, p. 288-322
David Coronado Marzo 2018

Dentro de las ideas de la autora del texto, la Historia de las Mentalidades es una forma
particularizada de historia social. Así, su discurso no busca hacer política en el modo convencional.
Al no ser una historia decantada de la historia política, aspira a la hegemonización histórica como
la entendía (no lo señala la autora) la comprensión de algunos historiadores sociales de la idea de
la “Historia total”. Para la autora más allá del debate en torno a lo cultural, mental o psicológico,
la Historia de las Mentalidades3 es una vertiente metodológica y conceptual francesa4 (p. 302).
Si bien – en nuestra forma de leer el texto – pareciera inferirse más bien debilidades de la Historia
de las Mentalidades, es también cierto que su conceptualización desde Annales partía del
presupuesto de que finalmente todo hecho histórico era, un última instancia, un hecho psicológico
(p. 315). Así, indagar en la conciencia de los seres humanos para extraer la realidad misma era un
anhelo intelectual de dicha “escuela” historiográfica (o en realidad de Bloch y Febvre 5). La misma
autora señala que la fragilidad conceptual de este tipo de Historia, realizada décadas después
amplía las posibilidades de adaptación.
La preocupación por las mentalidades tiene un asidero metodológico: los seres humanos somos
influenciados tanto por las condiciones materiales como mentales. Así, la conducta, señala
Georges Duby vendría orientada por un sistema de valores dado y entregado por una cultura
determinada (p. 303).
La Historia de las Mentalidades, basada primeramente en las miradas de la demografía para
conocer – por ejemplo las actitudes colectivas hacia la muerte o la autopercepción de las mujeres
– pasó luego a una etnohistoria o antropología histórica que – metodológicamente hablando –
nunca llegó. De hecho los vicios en torno a la psicohistoria (que al menos en la denominada
“History of Childhood” vemos problematizada), presentaron lo que a la luz de texto es un problema
tangencial, pero colateralmente complejo: la ambigüedad terminológica y conceptual que la
Historia vivía generó a nivel metodológico una ambigüedad que quitaba el piso al estudio histórico.

3
Con respecto a la mentalidad, la autora plantea la “fragilidad” sustantiva del concepto mentalidad. Por un lado el
trabajo previo al surgimiento de la “Historia de las mentalidades” (Annales) produjo – paradójicamente – mejores
resultados por su basamento en la demografía, la cual permitía una mejor forma de aproximación, que lo emparentaba
(según Flandrin) a la resolución desde la sociología histórica del problema entre elementos materiales y estructuras
psico-culturales. Ese fenómeno es denominado por la autora como “giro de aproximación” al optimizar el proceso
generalizador de la indagación, particularmente en la disciplina histórica (p. 294)
4
En líneas generales, desde las críticos de algunos historiadores franceses, marxistas que han ido desde Bouvier de
llamar a la Historia de las mentalidades un “état e’ espirit” o Furet que señala el camino de las mentalidades como una
corriente francesa de amalgama entre marxismo y psicoanálisis (p. 297).
5
La Historia de las mentalidades está fuertemente vinculada con la psicología en sus orígenes. De hecho para Chartier
(uno de sus representantes recientes) señala que la relación entre conciencia y pensamiento es un resabio de lo que
ya Durkheim proponía como forma de estudiar esquemas de pensamiento.
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Ahora, un problema en torno a esas relaciones está en lo que Geoffrey Elton denominó como la
cliometría, entendida como el esfuerzo por relacionar desde lo cuantitativo (y estadístico)
tendencias culturales o mentales que, eran poco probables de probar y crean estereotipos de
individuos más que conclusiones plausibles (p. 313). Amparados en las formas metodológicas que
en el desarrollo del siglo XX tenían acumulados, quienes trabajaban la Historia de las mentalidades
buscaban resolver el problema, de manera socioeconómica y luego con similitudes a cómo trabaja
la Antropología, usando sus métodos, pero con diferentes preguntas (sentido originalmente
planteado como uno de los principios que llevaba a intentar este tipo de Historiografía).
Pero el escollo más grave para la Historia de las mentalidades, estaba en su metodología y en los
problemas que se generaban de la división de las ciencias que estudiaban lo interno del hombre y
lo externo. Por eso las apreciaciones de que la demografía y la psicología histórica podían unir
fuerzas, significaba una potencial salida teórica (explicativa) y metodológica (práctica) que daba a
lo inmaterial una mirada desde el estructuralismo. Así surgiría una especia de “estructura mental”
analizable, medible y sobretodo “hallable” en la empírea histórica del estudio demográfico en las
fuentes (p. 295-296)
Al interior de todo este problema se abordan fundamentos históricos que – como se señalaba más
arriba – tienen que ver con los principios movilizadores y articuladores de la causalidad histórica,
el énfasis primigenio del devenir histórico entre otros puntos de análisis del pasado. A la pregunta
por el cambio, clásico en el estudio de la Historia, se agregó: ¿cómo se pasa o se cambia de una
mentalidad a otra? Allí, en consonancia con las ideas “materialistas”, algunos hablaron de casos
como las Revoluciones, no como acontecimientos (aquel evento fuera del sujeto y efectuado en el
“seguro” espacio de la realidad material externa al sujeto) sino en tanto “ondas de innovaciones”.
Historia de las mentalidades, Historia de las Ideas, Historia Cultural y un largo etcétera de epítetos
históricos que al parecer no despejan el camino (más allá de que muchos de los autores de cada
uno, siguen siendo vigentes como sus trabajos). En el mismo texto se emparenta a la Historia hecha
en Francia con el concepto de mentalidad, con historia sociocultural (particularmente por las
similitudes con el trabajo en Norteamérica) o con la historia de la vida cotidiana. En síntesis, no
siempre queda claro qué las diferencia concretamente. Al menos desde Chartier solamente
podemos inferir que mentalidad puede ser homologable o vincularse con cultura (Historia cultural,
queremos decir) pero no así con la Historia de las ideas. La razón: mentalidades apela a las
categorías psicológicas, básicas o elementales: percepciones, sensibilidades y comportamientos.
Pareciera ser que la ambigüedad es parte del problema de lo que es la Historia de las mentalidades.
De los intereses por la cultura pasaría a lo colectivo e inconsciente. Las ideas de sociogenesis y
psicogenesis de Elías o las implicancias de Aries y Foucault, se desarrolla el problema de la libertad
(posibilidades reales y alcances) del individuo en este caso (p. 306). Lo oculto y no expresado como
le interesa a otras disciplinas. Vovelle trata de imprimir sentido histórico con el concepto de
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ideología como el estudio de mediciones y relaciones – dialécticas, obviamente – entre las


condiciones objetivas vida de los hombres y como cuentan o viven esas condiciones 6 p. 311.
Finaliza la autora, volviendo sobre el problema de mentalidad en Bloch y Febvre (como padres o
pioneros de una Historiografía del mundo contemporáneo) y postulando lo que nos parece un
apreciable fin de conclusión: El interés por lo psicológico, mental o “interno” es una postura
epistemológica que tiene un tránsito racional desde el abandono por el objetivismo y el positivismo
(historicismo realmente) que vuelve válido, relevante e incluso necesario el vaivén conceptual,
metodológico y epistemológico del problema de qué es lo mental y su relación con la Historia como
disciplina.
Un rasgo interesante es entonces la conexión metodológica que – en su momento fuertemente
influenciado por Foucault – pasó de las estructuras7 a las redes y de los sistemas a las estrategias
individuales de supervivencia e inserción p. 322. Así, como señala Alain Boureau, es complejo
señalar cómo la mentalidad de un individuo se traspasa a un colectivo (y viceversa) que vuelve
difícil la tarea de relacionar el todo con las partes
La lectura nos deja entre muchos aprendizajes y bastantes más dudas, en torno a las posibilidades
de abordaje de una Historia de la Mentalidad fuera de la ciencia. Así como en otros espacios las
ideas filosóficas se han tenido que ir adaptando a los hallazgos científicos en percepción, memoria
por nombrar algunos; ¿no sería necesario dar paso a la vinculación con la neurociencia, la medicina
para la elaboración de una particularidad histórica tan compleja?

6
He aquí un nuevo problema. Acorde a la misma autora esta “solución” más que poner a la Historia de las mentalidades
en un curso seguro, le quitaría el piso dejándola como una fracción de una historia social más amplia.
7
Potente crítica pos-estructuralista al problema de la mentalidad como “prisión mental de larga duración”
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Informe de lectura N° 3 “La Historia Actual como tendencia historiográfica” en Iglesia y Estado
en la sociedad actual. Política, cine y religión, Julio Pérez Serrano, p. 19-41
David Coronado Marzo 2018

La principal idea del texto tiene que con la importancia de la Historia Actual como una de las
potenciales resoluciones al problema epistémico y metodológico de incluir el “presente” como
categoría de análisis de la disciplina Histórica.
El texto comienza con un recordatorio: La Historia del Tiempo Presente fue un problema
Historiográfico que hoy ya está al menos internalizado como una potencial forma de analizar. No
sin admitir que esta corriente histórica ha debido sortear variadas críticas teóricas y metodológicas
(p. 20).
El autor aborda tres líneas de análisis del problema de la Historia presente.
1. La problemática al momento de surgir la Historia del tiempo presente
2. Las derivaciones actuales que ha sufrido en el contexto historiográfico
3. Los objetivos de la renovación para la disciplina.
El primero se sustenta en analizar una especie de “historia de la historiografía”, donde desde el
mundo grecolatino, medieval y hasta el s. XVIII el presente como categoría no la Historia no generó
conflictos. Únicamente el positivismo historiográfico decimonónico estableció como criterio el
distanciamiento temporal. Dicho argumento se sustentaba en tres objeciones: epistemológica (el
riesgo de falta de objetividad e imparcialidad del historiador para analizar problemas de “su”
presente); heurística (no es posible hacer historia sin el documento, por ende debe haber una
distancia temporal para obtener dicho material); y hermenéutica (la historia al explicar y analizar,
aborda problemas “cerrados” por ende no puede trabajar el presente al no estar concluido).
Más allá de las implicancias epistemológicas (y filosóficas) destacan el problema práctico de la
“toma de distancia” temporal que de facto, en el siglo XIX y XX los autores tuvieron con
interiorizarse en el presente.
El autor señala cómo las transformaciones drásticas de la segunda mitad del siglo XX, lograron
atraer una preocupación por esos fenómenos que – a priori – los historiadores postergaban por su
distanciamiento temporal con la época desde la que escribían 8. Así comenzaron las primeras
manifestaciones historiográficas en el mundo angloparlante (Contemporary History), en el
contexto francófono (Historie du Temps Present) y desde Alemania en la Zeitgeschichte.

8
Como ya de cierta manera Josep Fontana había establecido en sus críticas a las vinculaciones de los proyectos socio-
políticos y la Historia o las ideas de Croce sobre la “historia como Historia contemporánea”, las implicancias
catastróficas y complejas que la Segunda Guerra Mundial, la posguerra, la descolonización y la Guerra Fría causaron,
gatillaron una preocupación por ese tiempo. Así como la Modernidad interesó a Marx, Weber y Durkheim por entender
su tiempo, el siglo XX cercano atrajo a, entre otros, los historiadores. Definir el problema del presente fue uno de los
elementos de la agenda académicas de los científicos sociales (p. 22).
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Para el autor sin embargo la coyuntura epistemológica estuvo marcada por el debilitamiento de
las tendencias “macro” de la historiografía en la década del ochenta del siglo XX. Allí el marxismo,
Annales y el neopositivismo como tendencias dieron paso a enfoques, temáticas y especialidades
históricas de otras índoles. En ese punto el interés por el presente se manifiesta con potencia en
las ciencias de Clío9.
Del problema de estudiar la contemporaneidad, surgió una tendencia más compleja en lo teórico.
El intento por estudiar el presente ya no como un proceso acabado, sino por construir. La “Historia
del Tiempo Presente” que François Bédarida o René Remond popularizaron en Francia. Los
elementos – que Julio Arostegui abordaría más adelante – son los fundamentos teóricos,
metodológicos y en definitivamente epistemológicos (posibilidades de la oralidad y la memoria)
para tratar el tema del presente como “objeto” para un determinado tipo de historiografía (p. 25).
En segundo punto, señala los factores limitantes del trabajo en historia del tiempo presente. Desde
un planteamiento metodológico, la inexistencia de fuentes o la restricción de acceso a ellas por ser
tan cercanas al “hoy” se vuelven un problema10 para la afamada Historia del Tiempo presente.
Los sesgos – conscientes o inconscientes – que se generen son un problema para el autor. Así, la
que a su juicio es una peligrosa barrera entre el presente y el pasado en la investigación histórica,
es otro factor que preocupa en este enfoque. Consideran métodos – decantados – de fuentes
diversas para uno y otro espacio de temporalidad, causa distanciamientos que complican la
ansiada unicidad de la Historia (este último es un énfasis interpretativo nuestro) (p. 27). Esta
limitación potenciada por la aspersión de las redes académicas, el mercado y – por qué no – un
interés en España (¿y Chile?) por los quiebres de su historia reciente (Transición) y el avance más
extremo de una historia de los sujetos hasta la cotidianeidad máxima en lo oral y la memoria; han
vuelto relevante – mientras se trabajó – en los problemas profundos de establecer qué y cómo se
hace un estudio historiográfico del “hoy”.
Otra limitación – acorde a lo señalado por el autor – es la inexperiencia de la historia para analizar
realidades del presente. De este punto es relevante el rescate del uso conceptual y metodológico
de otras disciplinas, para abordar preguntas desde la historiografía. Si ello no marca una diferencia
de objeto entre la Historia y otras ciencias, la pregunta que surge es ¿para qué abordar desde la
historia un tema que en todos sus resultados investigativos es similar a otra disciplina? ¿no se
volvería inocua la disciplina – sea cual sea – si finalmente sus resultados y conclusiones sea
idénticas a las de cualquier otra área del saber, menos la suya? El mimetismo y la falta de
originalidad, ponen en riesgo de identidad de la Historiografía.

9
Resulta destacable reconocer – por parte del autor – que antes del giro lingüístico y la crisis del estructuralismo a
manos del posmodernismo, Annales y el marxismo histórico habían declarado la naturaleza histórica del presente (p.
23).
10
Destacar que dentro de los planteamientos de Julio Arostegui en “Historia Vivida” señala un horizonte de posibilidad.
Eso en torno a la idea de que al tener conciencia de la historicidad del presente es posible “construir” potenciales
documentos o fuentes que perduren para el futuro con la conciencia de usarse posteriormente para un análisis más
historiográfico propiamente tal (entendido como un análisis de “procesos temporalmente cerrados” desde y en el
pasado.
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Al finalizar la segunda parte de su argumentación, el autor postula como limitación el fetichismo


del presente. Esto significaría el cambio hacia el relevante debate sobre el presente (como criterio
filosófico) desde el problema que originalmente preocupaba a la historia “el estudio de la dinámica
de las sociedades en el espacio y el tiempo”11 (p. 30)

El tercer nudo argumental del autor, sobre las propuestas de renovación, aborda el tema de la
Historia actual. Esta construcción histórica es – a juicio del autor – mucho menos compleja de
justificar ya que no pretende diferenciarse o elevar muros diferenciadores con la Historia, sino
construirse como “tendencia historiográfica que afirma la inevitable contemporaneidad del relato
histórico” (p. 31).
La salvedad más inmediata de este tipo de enfoque tiene que ver con solucionar la dualidad
pasado/presente, al entenderlos como partes de un mismo proceso temporal continúo. Así se
admite la noción de que la Historia siempre se hace desde y para el presente. El desafío
metodológico y en episteme es lo que el autor señala como una nueva temporalidad transepocal
(para la Historia actual).
Las complejidades del tiempo presente (siglo XXI) presionan a la Historia como disciplina. Pero la
recuperación del presente como tiempo histórico ha repercutido teórica y metodológicamente en
el quehacer historiográfico que generan retroalimentaciones y complejidades mutuas (ej. Auge de
la Historia del tiempo presente, revalorización de la oralidad y esta como dio paso al debate sobre
la memoria y la relación con Historia). Así, el mismo proceso del presente va generando retos y
desafíos a la disciplina que antes – probablemente – no existían o no se veían/creían desafíos.
Si bien en este punto cabe destacar los problemas de la Historia del tiempo presente es también
necesaria asegurar que el problema metodológico y teórico de estudiar la contemporaneidad no
es similar a la categoría de historiar el presente. Fenológicamente hablando – el tiempo del
construirse históricamente en el hombre, es el presente. Para autores como Julio Arostegui,
metodológicamente hablando, la conciencia actual de valor del presente, debería guiar a potenciar
al máximo una multiplicidad de herramientas para lograr una correcta comprensión del presente,
cuando se investigue en el futuro. Si bien el autor no aborda este problema, sí destacamos su
pertinencia metodológica complementaria de lo acá ya desarrollado 12.

11
Solamente nos surge la pregunta ¿acaso no es relevante o sustantivo el problema de la temporalidad para la
Historia?
12
Otro factor muy interesante con la Historia del tiempo presente, tiene que ver con los caminos que otorga el
surgimientos de nuevas fuentes y documentos: mass medias y las actuales redes sociales o incluso el problema de la
digitalización o la identidad “virtual” o los efectos culturales del internet en las comunidades, por citar algunos casos.

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