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Escrito por Gilou Royer de García Reinoso

Texto abreviado del trabajo presentado en las II JORNADAS ASISTENCIALES


INTERDISCIPLINARIAS DE SALUD MENTAL - I CONGRESO NACIONAL – Año 1982 -
La Matanza (Prov. de Buenos Aires)

Publicado en la revista Psyche (Gráfica) en 1988.

Voy a exponer una experiencia grupal, realizada en una institución médico-psicológica-


asistencial y docente- y analizarla en un aspecto parcial, pero a mi gusto fundamental: su
dimensión institucional.

En cuanto se sale de lo que es estrechamente el consultorio privado, uno se encuentra


forzosamente con los grupos y con las instituciones. Qué de esto se tomará en cuenta y
cómo es la cuestión principal.

Ubicar la tarea grupal en el marco institucional sería un primer paso, describir el lugar y el
contexto en el que se realiza la tarea: analizar “una tarea clínica en institución”.

Pero propongo invertir los términos y analizar “la institución en una tarea clínica”

Parte de una hipótesis de trabajo: la institución está presente y actuante, aunque a


menudo invisible, en todos los aspectos, niveles y lugares de la acción humana. Es una
dimensión, no transparente, de toda práctica.

Dos ejes guiarán mi análisis: el de la Teoría Psicoanalítica y el del análisis institucional.

I – LA DIMENSIÓN INSTITUCIONAL

En un trabajo anterior[1] decíamos:

“Nuestra práctica -en tanto no es sólo práctica científica, sino práctica social- se inscribe,
en una red de instituciones -y esto vale también para nuestra práctica privada aunque no
la realizamos desde una institución explícita. Instituciones que intervienen más o menos
oscuramente en nuestro quehacer y también en nuestro pensamiento”.

Las instituciones en sentido psicoanalítico, al mismo tiempo que son, como las ha descrito
Freud “instituciones necesarias” a la vida cultural en la que se constituye el sujeto en tanto
humano, son también aplastantes, hasta enfermantes.

Estamos institucionalizados explícita e implícitamente de manera compleja. La ley –en


primer término la ley del lenguaje- y los límites que impone son condiciones para la
constitución del deseo humano. Pero es importante diferenciar este poder -fundante- del
poder y la omnipotencia que las instituciones ejercen sobre el sujeto, creando ilusiones y
creencias que cierran el paso al deseo.
¿Cómo hacer para que la instauración de una práctica psicoanalítica contribuya a
garantizar un margen queinterrumpa de alguna manera la ley de repetición a la que los
sujetos están sometidos en las instituciones?

¿Cómo hacer para que la red institucional deje un margen para la circulación del deseo,
para que “ello” hable? ¿Cómo conciliar organización y (re)producción -de profesionales,
de saber- con deseo y creación?

Al invertir los términos de nuestro título, invertimos la problemática planteando una


hipótesis de trabajo: la institución está presente en el grupo, es su soporte mismo, su
trama, su estructura. Estructura ausente –oculta, no analizada habitualmente y que se
resiste a serlo- pero presente en su efectos, y que determina nuestras prácticas:
entrecruzamiento de varias líneas significantes que provienen de las distintas instituciones
en juego; red de relaciones a la vez interiores a cada sistema y en las relaciones de cada
uno de ellos con todos los otros.

II – ESTRUCTURA DE LA INSTITUCIÓN. CONCEPTO DE INSTITUCIÓN

Freud plantea en un texto en el que se dedicará al análisis de una Institución, la


Iglesia[2] -dejando la puerta abierta para proseguir el análisis de otras instituciones- las
dificultades que ofrece la dilucidación de las relaciones “reales” entre los hombres, más
allá de sus apariencias. Las dificultades para esta tarea están ligadas tanto a la historia
del sujeto como a su inserción en un orden social (histórico-cultural-estructural).

Este ocultamiento del conocimiento de la realidad (estructuras subyacentes a las


experiencias) –impuesto desde dentro del sujeto, por la represión, y por las relaciones del
Yo con el ideal del Yo-, se produce por la mediación de las instituciones que regulan las
relaciones entre los hombres[3] que, ejerciendo su poder desde afuera y desde dentro
mismo del sujeto, al apoyarse en las identificaciones narcisistas, los fijan al lugar que les
es asignado, garantizando la prohibición que queda así marcada. Esta marca es
marca inconsciente que necesita de un trabajo de desciframiento.

Es interesante recalcar que en ese texto[4] Freud llama prohibición a


la institución que marca la interdicción” (del deseo).

Pero ¿cuáles son y cómo ejercen su poder las instituciones sociales por la mediación de
quienes se reproducen, regulan y fijan las relaciones interpersonales?

En su análisis de las instituciones y de las relaciones de los individuos con ellas, Freud
adopta un modelo común para entender a ambos: la estructura libidinal. Afirma que las
relaciones entre el yo y el ideal del yo son de tal índole (narcisistas) que
simultáneamente ligan y separan

a. a)ligan a los individuos entre sí y con las instituciones a través de las relación con
el líder o la idea.
b. b)Separando por este proceso al sujeto de su ideal del Yo, sustituido por el objeto
(amoroso, terapeuta, líder, etc.).

Toda formación individual o colectiva es una organización social o cultural regulada por
instituciones explícitas o implícitas. Su lenguaje no es transparente. Hay zonas
mudas relacionadas con nuestras pertenencias institucionales (presentes o ausentes,
conscientes o inconscientes), nuestras identificaciones narcisísticas, que organizan en
nuestra realidad psíquica, el mandato social que permanecerá oculto, si no nos
disponemos a hacer hablar las zonas mudas.

La pareja terapéutica, el grupo terapéutico, aunque respaldados por una teoría científica –
la psicoanalítica- no escapan a estas dificultades.

Al analizar Freud las doctrinas religiosas (El porvenir de una ilusión, pág. 88), concluye
que no son sino ilusiones; pero agrega: “¿Y acaso no lo serán también otros factores de
nuestro patrimonio cultural a los que concedemos muy alto valor y dejamos regir nuestra
vida?, ¿si las premisas (valores) en las que se fundamentan nuestras instituciones
estatales no fuesen sino ilusiones, y ¿si las relaciones entre los sexos, dentro de nuestra
vida civil, igualmente? Y “la ciencia también?”

La función de estas “ilusiones” es clara para Freud (7). Tienen una alta eficacia social de
sujeción, “por su fuerza consoladora y cumplidora (imaginariamente) de deseos”; es lo
que Freud llama las “compensaciones”.

Es necesario un trabajo de desciframiento para vencer el doble obstáculo: el que ofrece la


estructura misma de los individuos y el que ofrece la estructura de las instituciones.

Lourau[5] siguiendo a Freud en Psicología de las masas, describe tres componentes, en


el grupo social o institución, en sentido morfológico:

a. c)la estructura libidinal (ilusión de la presencia de un jefe que ama por igual a
todos, etc.) que garantiza el prestigio de los líderes y la identificación de los
individuos entre sí;
b. d)la organización (coercitiva) que permite controlar ingreso y salida.
c. e)La ideología que contribuye a la cohesión, venciendo la heterogeneidad.

La relación es estrecha entre a) y c).

Es importante estudiar la articulación entre el nivel libidinal y el de la organización.

La consulta y su recepción – implicaciones institucionales

¿Qué significa desde el punto de vista de las instituciones en juego, abordar a un


paciente, hacer un diagnóstico, una indicación, formar un grupo? Los procesos de
identificación acerca de los que Freud nos ilustra, ¿cómo funcionan en un grupo? ¿Cómo
funcionan en pacientes y terapeutas y en sus interrelaciones?

Cuando uno o varios sujetos consultan a una institución de salud ¿quién los
manda? ¿quién ejerce la demanda, y quién dictamina la enfermedad?¿quién habla? ¿a
quién, cómo, por qué, desde dónde?[6]
Algo “no anda bien”. Y en algún lugar está la posibilidad (la esperanza-desesperanza) de
“modificar” la situación… El conflicto (pero ¿qué conflicto?) se hace manifiesto; el sujeto -
o su medio- padece y consulta.

Al enfermarse, un sujeto abandona (o por lo menos amenaza con abandonar) el lugar que
tiene asignado: en la familia, en el trabajo, etc. Acude a la consulta y ahí se le asigna un
lugar, el de enfermo, el de paciente[7] -del Doctor-. Si acepta ese lugar como suyo,
contribuye a la funcionalidad de la maquinaria social: por un lado acepta ser devuelto, por
los distintos procedimientos de diagnóstico y tratamiento, al lugar que abandonó al
enfermarse; por otro lado confirma el poder médico y reafirma a éste en su lugar: el
Doctor tiene el “saber” y la “salud” y al administrarlos al paciente realiza los ritos que
contribuyen al buen funcionamiento del orden social desde la funcionalidad de la
institución médica.

¿Cuál es la especificidad de la relación médica?, ¿qué es el examen (analógicamente al


examen educativo) de salud?, ¿el examen diagnóstico que promueve a los individuos al
rango (status) de enfermos o sanos, curables o incurables?

El sistema burocrático, y más aun, tecnocrático, encuentra uno de sus fundamentos


esenciales, como dice Lapassade[8], en los misterios del saber (cuanto más misterioso es
éste, más poder ejerce).

Y agregaríamos que en cuanto a la institución médica, este saber es tanto más poderoso
pues está impregnado del halo del gran misterio de la locura y la muerte. Dimensión
imaginaria desde donde se ejerce su eficacia más allá de los aspectos técnicos y
científicos.

De esta manera la institución médica cumple un rol de control y de ocultamiento de este


sentido.

El saber está ahí instituido y se organizan las relaciones de los actores sobre una base de
verticalidad, poder y ocultamiento.

La ideología, a través de la explicitación de objetivos “humanitarios”, pretende hacer


aparecer como armónico al sistema de relaciones; las contradicciones permanecen
ocultas.

Hay que preguntarse cuál es en la institución médica el papel del saber, cuál es su poder.
Poder que se ejerce fijando a cada uno en su lugar dentro de una organización en la cual
la “separación” de los actores va a ser la condición de su relación, sobre la base de una
fusión, con delegación del ideal del yo del paciente en el médico, a través de un vínculo
narcisista enajenante que lo liga a la institución en su dimensión imaginaria por su
estructura libidinal.

El médico está a menudo obligado por su rol a hacerse cargo de lo imposible. El también
está sometido a una contradicción que produce sufrimiento inconsciente: el ideal médico
(“el que alivia los sufrimientos”) se ve obstruido por la institución médica, en muchos
aspectos homicida. Está también sometido al poder (anónimo) de las instituciones.
El sistema social, dice Freud en El porvenir de una ilusión, se defiende de la revelación de
las situaciones básicas de conflicto con la coerción, la ocultación o las “compensaciones”,
a través de sus instituciones, así como el sujeto mismo se defiende contra la angustia.

En la relación médica el sujeto viene quebrado, herido; su narcisismo abre un espacio en


el que fácilmente se instala el médico como salvador, como ideal del yo que compensará
al sujeto de sus sufrimientos; cerrará la herida narcisista con más eficacia de lo que podrá
–con los medios suficientes de los que dispone- tratar la enfermedad en sus raíces.

Las relaciones narcisistas con las instituciones y entre sus miembros (relaciones
imaginarias) en la medida en que actúan más inconscientemente, actúan más
eficazmente, más coercitivamente, que las relaciones explícitas, aun si éstas son las
relaciones de autoridad.

Lo que antecede nos permite ubicar la consulta como lugar donde se articulan diversas
instituciones: las instituciones laborales o culturales en las que el sujeto está inscripto; la
familia de la cual emerge a menudo el pedido; los criterios sociales acerca de la salud y
enfermedad que crean consenso para designar al individuo como lugar de conflicto; la
institución de la “salud” en la que se recibe la consulta; la organización sanitaria más
amplia en la que se inscribe, la institución formativa (universidad) donde se adquiere y
transmite el “saber” acerca de la salud; las instituciones administrativas, que a menudo se
complementan con las instituciones “curativas”.

El grado de conciencia de este funcionamiento aumenta en la medida en que el grupo


pasa del estado de regulación al estado de crisis. La articulación de estas instituciones –y
la posibilidad de su análisis- permanece muda mientras funciona su regulación mutua.

La enfermedad y sobre todo la “enfermedad mental” instituyen una ruptura en esa


continuidad: el sujeto, que forma parte de toda una red de instituciones[9], hace crisis; ¿se
dejará oír lo que expresa? El enfermar señala, indica, denuncia, demanda. Pero hay que
oírlo y permitir que ello hable.

¿Cuáles serían las consignas que permitirían instituir una experiencia que permita un
espacio relativamente libre a partir del levantamiento de lo que en la organización
mantiene la represión institucional, y a los sujetos en “su” lugar, ocultando la verdad de
sus relaciones?

¿Un espacio en el que la “crisis” de este sujeto –el paciente- ubique su sentido en la red
institucional de la que emerge y que la significa?

Un espacio en el que la “crisis” del paciente no quede aislada, sino que se dé la chance
de ser significativa a su vez de las estructuras que la determinan.

Para ello es necesario ubicar un dispositivo por el cual la regulación que ejerce la
institución médica sea puesta en cuestión.

Es lo que Lourau llama “un dispositivo analizador”, es decir:


“Todo acontecimiento, hecho, experiencia, dispositivo, susceptible de revelar
determinaciones reales”. Es un “elemento extraño” a la organización institucional, que al
instituir una crisis revelará la realidad conflictiva de la (o las) institución(es) en juego”[10]

Esto fue lo que instituimos al poner en marcha los grupos de admisión: un dispositivo
analizador cuyo alcance comprendimos cabalmente sólo a posteriori (Nachträglich).

Nos ubicamos en la vertiente del análisis institucional que considera la acción del
dispositivo como un trabajo a realizar: la condición para algún cambio no es la sola puesta
en su lugar del dispositivo analizador que actuaría como “provocador” espontáneo de la
palabra produciéndose un análisis de la institución por sí misma; esto en efecto implicaría
la negación de la repetición como mecanismo inconsciente y negaría también la
necesidad de una referencia a algo externo que sea “otro”, un tercero. Esto necesita de
tiempo para su realización.

Todo lo que fuese acción breve y de impacto inmediato sería mistificación si no surge de,
o da lugar a, un trabajo de desciframiento de las estructuras.

Una actividad analizadora se propone saber de las estructuras en juego, no simplemente


sortearlas, evitarlas. Una actividad de esta índole encontrará serios obstáculos a todo
nivel pues revelará la violencia institucional en vez de pretender “superarla” sustituyéndola
por una armonía ficticia en la cual lo único que se habría logrado es sustituir un ideal del
Yo por otro. El poder del analista como analizador que recibe su poder de la institución,
puede ser “demagógico”: utilizar el lugar y la función que cumple en la estructura libidinal
y hacer un análisis por las instituciones y no de las instituciones. Para ello los terapeutas
deberán poder resistirse a ocupar sus lugares habituales. El analista se planteará su tarea
como la de un simple organizador de una situación por la cual pretenderá devolver a los
actores una distinta ubicación respecto de su problemática y con referencia a las
instituciones.

El dispositivo analizador se topa con la violencia real y simbólica de la institución: para


poder superarla tendrá que enfrentarse con obstáculos importantes: 1) en el paciente con
alianzas inconscientes referidas a la relación con la familia y al consenso acerca de las
ideas de salud y enfermedad y la relación terapéutica misma como idealizada y 2) en la
institución tal como fue descrito más arriba.

Las Partes III y IV serán publicadas en www.psyche-navegante.com nº 85

[1] “Acerca del concepto de institución en psicoanálisis”; G. Royer; AMPAG – México 1976.

[2] S. Freud: “El porvenir de una ilusión”.


[3] No retomaremos aquí el análisis del texto de Freud, para lo cual remitimos al lector al trabajo ya
citado (1)

[4] S. Freud: “El porvenir de una ilusión”.

[5] René Lourau: El análisis institucional, Amorrortu, Buenos Aires.

[6] Desde el punto de vista de metodológico se trata ya de abordar al grupo no como objeto “real”
sino como “objeto de conocimiento” y de ubicarlo en un “sistema de referencia”. Este es el sistema
institucional.

En lo que se refiere a los conceptos acerca de la institución, nos apoyamos en el pensamiento y los
desarrollos de la corriente francesa del análisis institucional, cuyos teóricos más representativos son
René Lourau y Georges Lapasade.

Dejamos por ahora completamente los aportes de la corriente de la “psicoterapia institucional”, muy
interesante en su concepción de la institución como estructura simbólica.

[7] La palabra misma “paciente” es significativa en su ambigüedad, el paciente en su ambigüedad


espera, pacientemente espera, sin o con esperanza, él tiene un número, es un número, no tiene
nombre propio.

[8] Georges Lapassade: Groupes, Organisations, Institutions. Gauthier Villards, París.

[9] Entendemos por sistema institucional, no solo la institución explícita (en este caso las
instituciones de la salud y de la formación de sus profesionales), sino la articulación entre las
diversas instituciones en juego. Esto es que cada sistema (desde el paciente hasta la institución)
debe ser considerado no como sistema cerrado, cuya funcionalidad interna da cuenta de su
estructura (como en la corriente estructural-funcionalista), sino como sub-conjunto de una
estructura, cuyas determinaciones dejan sus marcas en cada uno, pero cuyo lenguaje es a descifrar.

[10] Recordemos que el análisis que hace Freud del ejército lo hace a partir del pánico, es decir de
la crisis. De la misma manera hizo el análisis de la estructura psíquica a partir de la crisis
melancólica (“Duelo y melancolía” y “La escisión del yo en el proceso defensivo”). La estructura
oculta se revela entonces con la pérdida del sentido manifiesto.

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