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Ubicar la tarea grupal en el marco institucional sería un primer paso, describir el lugar y el
contexto en el que se realiza la tarea: analizar “una tarea clínica en institución”.
Pero propongo invertir los términos y analizar “la institución en una tarea clínica”
I – LA DIMENSIÓN INSTITUCIONAL
“Nuestra práctica -en tanto no es sólo práctica científica, sino práctica social- se inscribe,
en una red de instituciones -y esto vale también para nuestra práctica privada aunque no
la realizamos desde una institución explícita. Instituciones que intervienen más o menos
oscuramente en nuestro quehacer y también en nuestro pensamiento”.
Las instituciones en sentido psicoanalítico, al mismo tiempo que son, como las ha descrito
Freud “instituciones necesarias” a la vida cultural en la que se constituye el sujeto en tanto
humano, son también aplastantes, hasta enfermantes.
¿Cómo hacer para que la red institucional deje un margen para la circulación del deseo,
para que “ello” hable? ¿Cómo conciliar organización y (re)producción -de profesionales,
de saber- con deseo y creación?
Pero ¿cuáles son y cómo ejercen su poder las instituciones sociales por la mediación de
quienes se reproducen, regulan y fijan las relaciones interpersonales?
En su análisis de las instituciones y de las relaciones de los individuos con ellas, Freud
adopta un modelo común para entender a ambos: la estructura libidinal. Afirma que las
relaciones entre el yo y el ideal del yo son de tal índole (narcisistas) que
simultáneamente ligan y separan
a. a)ligan a los individuos entre sí y con las instituciones a través de las relación con
el líder o la idea.
b. b)Separando por este proceso al sujeto de su ideal del Yo, sustituido por el objeto
(amoroso, terapeuta, líder, etc.).
Toda formación individual o colectiva es una organización social o cultural regulada por
instituciones explícitas o implícitas. Su lenguaje no es transparente. Hay zonas
mudas relacionadas con nuestras pertenencias institucionales (presentes o ausentes,
conscientes o inconscientes), nuestras identificaciones narcisísticas, que organizan en
nuestra realidad psíquica, el mandato social que permanecerá oculto, si no nos
disponemos a hacer hablar las zonas mudas.
La pareja terapéutica, el grupo terapéutico, aunque respaldados por una teoría científica –
la psicoanalítica- no escapan a estas dificultades.
Al analizar Freud las doctrinas religiosas (El porvenir de una ilusión, pág. 88), concluye
que no son sino ilusiones; pero agrega: “¿Y acaso no lo serán también otros factores de
nuestro patrimonio cultural a los que concedemos muy alto valor y dejamos regir nuestra
vida?, ¿si las premisas (valores) en las que se fundamentan nuestras instituciones
estatales no fuesen sino ilusiones, y ¿si las relaciones entre los sexos, dentro de nuestra
vida civil, igualmente? Y “la ciencia también?”
La función de estas “ilusiones” es clara para Freud (7). Tienen una alta eficacia social de
sujeción, “por su fuerza consoladora y cumplidora (imaginariamente) de deseos”; es lo
que Freud llama las “compensaciones”.
a. c)la estructura libidinal (ilusión de la presencia de un jefe que ama por igual a
todos, etc.) que garantiza el prestigio de los líderes y la identificación de los
individuos entre sí;
b. d)la organización (coercitiva) que permite controlar ingreso y salida.
c. e)La ideología que contribuye a la cohesión, venciendo la heterogeneidad.
Cuando uno o varios sujetos consultan a una institución de salud ¿quién los
manda? ¿quién ejerce la demanda, y quién dictamina la enfermedad?¿quién habla? ¿a
quién, cómo, por qué, desde dónde?[6]
Algo “no anda bien”. Y en algún lugar está la posibilidad (la esperanza-desesperanza) de
“modificar” la situación… El conflicto (pero ¿qué conflicto?) se hace manifiesto; el sujeto -
o su medio- padece y consulta.
Al enfermarse, un sujeto abandona (o por lo menos amenaza con abandonar) el lugar que
tiene asignado: en la familia, en el trabajo, etc. Acude a la consulta y ahí se le asigna un
lugar, el de enfermo, el de paciente[7] -del Doctor-. Si acepta ese lugar como suyo,
contribuye a la funcionalidad de la maquinaria social: por un lado acepta ser devuelto, por
los distintos procedimientos de diagnóstico y tratamiento, al lugar que abandonó al
enfermarse; por otro lado confirma el poder médico y reafirma a éste en su lugar: el
Doctor tiene el “saber” y la “salud” y al administrarlos al paciente realiza los ritos que
contribuyen al buen funcionamiento del orden social desde la funcionalidad de la
institución médica.
Y agregaríamos que en cuanto a la institución médica, este saber es tanto más poderoso
pues está impregnado del halo del gran misterio de la locura y la muerte. Dimensión
imaginaria desde donde se ejerce su eficacia más allá de los aspectos técnicos y
científicos.
El saber está ahí instituido y se organizan las relaciones de los actores sobre una base de
verticalidad, poder y ocultamiento.
Hay que preguntarse cuál es en la institución médica el papel del saber, cuál es su poder.
Poder que se ejerce fijando a cada uno en su lugar dentro de una organización en la cual
la “separación” de los actores va a ser la condición de su relación, sobre la base de una
fusión, con delegación del ideal del yo del paciente en el médico, a través de un vínculo
narcisista enajenante que lo liga a la institución en su dimensión imaginaria por su
estructura libidinal.
El médico está a menudo obligado por su rol a hacerse cargo de lo imposible. El también
está sometido a una contradicción que produce sufrimiento inconsciente: el ideal médico
(“el que alivia los sufrimientos”) se ve obstruido por la institución médica, en muchos
aspectos homicida. Está también sometido al poder (anónimo) de las instituciones.
El sistema social, dice Freud en El porvenir de una ilusión, se defiende de la revelación de
las situaciones básicas de conflicto con la coerción, la ocultación o las “compensaciones”,
a través de sus instituciones, así como el sujeto mismo se defiende contra la angustia.
Las relaciones narcisistas con las instituciones y entre sus miembros (relaciones
imaginarias) en la medida en que actúan más inconscientemente, actúan más
eficazmente, más coercitivamente, que las relaciones explícitas, aun si éstas son las
relaciones de autoridad.
Lo que antecede nos permite ubicar la consulta como lugar donde se articulan diversas
instituciones: las instituciones laborales o culturales en las que el sujeto está inscripto; la
familia de la cual emerge a menudo el pedido; los criterios sociales acerca de la salud y
enfermedad que crean consenso para designar al individuo como lugar de conflicto; la
institución de la “salud” en la que se recibe la consulta; la organización sanitaria más
amplia en la que se inscribe, la institución formativa (universidad) donde se adquiere y
transmite el “saber” acerca de la salud; las instituciones administrativas, que a menudo se
complementan con las instituciones “curativas”.
¿Cuáles serían las consignas que permitirían instituir una experiencia que permita un
espacio relativamente libre a partir del levantamiento de lo que en la organización
mantiene la represión institucional, y a los sujetos en “su” lugar, ocultando la verdad de
sus relaciones?
¿Un espacio en el que la “crisis” de este sujeto –el paciente- ubique su sentido en la red
institucional de la que emerge y que la significa?
Un espacio en el que la “crisis” del paciente no quede aislada, sino que se dé la chance
de ser significativa a su vez de las estructuras que la determinan.
Para ello es necesario ubicar un dispositivo por el cual la regulación que ejerce la
institución médica sea puesta en cuestión.
Esto fue lo que instituimos al poner en marcha los grupos de admisión: un dispositivo
analizador cuyo alcance comprendimos cabalmente sólo a posteriori (Nachträglich).
Nos ubicamos en la vertiente del análisis institucional que considera la acción del
dispositivo como un trabajo a realizar: la condición para algún cambio no es la sola puesta
en su lugar del dispositivo analizador que actuaría como “provocador” espontáneo de la
palabra produciéndose un análisis de la institución por sí misma; esto en efecto implicaría
la negación de la repetición como mecanismo inconsciente y negaría también la
necesidad de una referencia a algo externo que sea “otro”, un tercero. Esto necesita de
tiempo para su realización.
Todo lo que fuese acción breve y de impacto inmediato sería mistificación si no surge de,
o da lugar a, un trabajo de desciframiento de las estructuras.
[1] “Acerca del concepto de institución en psicoanálisis”; G. Royer; AMPAG – México 1976.
[6] Desde el punto de vista de metodológico se trata ya de abordar al grupo no como objeto “real”
sino como “objeto de conocimiento” y de ubicarlo en un “sistema de referencia”. Este es el sistema
institucional.
En lo que se refiere a los conceptos acerca de la institución, nos apoyamos en el pensamiento y los
desarrollos de la corriente francesa del análisis institucional, cuyos teóricos más representativos son
René Lourau y Georges Lapasade.
Dejamos por ahora completamente los aportes de la corriente de la “psicoterapia institucional”, muy
interesante en su concepción de la institución como estructura simbólica.
[9] Entendemos por sistema institucional, no solo la institución explícita (en este caso las
instituciones de la salud y de la formación de sus profesionales), sino la articulación entre las
diversas instituciones en juego. Esto es que cada sistema (desde el paciente hasta la institución)
debe ser considerado no como sistema cerrado, cuya funcionalidad interna da cuenta de su
estructura (como en la corriente estructural-funcionalista), sino como sub-conjunto de una
estructura, cuyas determinaciones dejan sus marcas en cada uno, pero cuyo lenguaje es a descifrar.
[10] Recordemos que el análisis que hace Freud del ejército lo hace a partir del pánico, es decir de
la crisis. De la misma manera hizo el análisis de la estructura psíquica a partir de la crisis
melancólica (“Duelo y melancolía” y “La escisión del yo en el proceso defensivo”). La estructura
oculta se revela entonces con la pérdida del sentido manifiesto.