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La Mishná (del hebreo ‫מ ְׁשנָה‬,

ִ ‘estudio, repetición’) es un cuerpo exegetico de leyes ju-


dias compiladas, que recoge y consolida la tradicion oral judía desarrollada durante si-
glos desde los tiempos de la Tota o ley escrita, y hasta su codificacion a manos del
rabino Yehudah Hanasí, hacia finales del siglo II
El corpus iuris llamado Mishná, es la base de la ley judía oral o rabínica y forma parte
del Talmud que, conjuntamente con la Torá o ley escrita, conforman la Halaja . A su
vez, la Mishná fue ampliada y comentada durante tres siglos por los sabios de Babilo-
nia —la Guemara —, en tanto la Mishná original y su exégesis o Guemará, recibieron
conjuntamente el nombre de Talmud .
Un conjunto de Rabinos juntaron la tradición oral en el siglo III lo cual reunió una can-
tidad de 6 libros (tomos, rollos) y que se fue pasando de generación en generación.
La Mishná está redactada a manera de versículos cortos en hebreo, llama-
dos mishnayot (‫ ; ִמ ְׁשנָיֹות‬singular mishnayá, diminutivo de Mishná), que clasifican, resu-
men y consolidan las numerosas leyes orales desarrolladas y comentadas por los sabios
de la época, los tanaím (del arameo ‫ ;תַּ נ ִָאים‬singular taná, con el mismo significado que
Mishná). Las mishnayot se agrupan en 527 capítulos (‫פְׁ ָרקִ ים‬, perakim; singular pérek), y
éstos, en secciones o masejtot (‫ ;מַּ סֶּ כְׁ תֹות‬singular maséjet). Todos ellos, conforman los
seis libros en los que la Mishná se divide —cada uno de ellos llamado Séder (‫סֵ דֶּ ר‬, "or-
den")— y que comprenden prácticamente todos los ámbitos de la halajá judía:

 Zeraim (‫ז ְָׁרעִ ים‬, "semillas"): preceptos relacionados con el trabajo de la tierra.
 Mo'ed (‫מֹועֵד‬, "festividades"): leyes sobre festividades, shabat y y ayunos.
 Nashim (‫נ ִָשים‬, "mujeres"): preceptos referentes a la vida matrimonial.
 Nezikín (‫נְׁ זִיקִ ין‬, "daños y perjuicios"): compila la halajá referente al derecho civil y
comercial.
 Kodashim (‫קֳ דָ ִשים‬, "santidades"): leyes religiosas sobre el Templo de Jerusalem
 Teharot (‫טהָ רֹות‬, ְׁ "purificación"): preceptos referentes a la purificación ritual del
cuerpo (Nidá).

Ambos Talmud, el jerosolimitano y el Babilonico, están igualmente ordenados siguien-


do el orden de los seis susodichos libros, en tanto los sabios talmúdicos,
los amoraim (‫מֹור ִאים‬
ָ ָ‫א‬, "comentaristas") precisamente comentaban y discutían en arameo
cada versículo o mishnayá, hasta llegar a un acuerdo acerca de la ley correspondiente.
Los comentarios no incluidos en la Mishná, son llamados braitot (‫ ;בְׁ ַּריתֹות‬singu-
lar braita; arameo, "externo"); muchas de ellas fueron también comentadas y ampliadas
en el talmud.
La palabra hebrea Talmud significa “enseñanza recibida por un discípulo”. El término
“Talmid” signfica en hebreo “discípulo”, aquel que recibe la enseñanza.
Así, la Mishná es lo que se conoce como la “tradición oral”. En hebreo la palabra
Mishná procede del verbo “shaná” (alude al estudio o revisión).
La Mishná fue redactada en neo-hebreo, una evolución del hebreo de los tiempos bíbli-
cos que cuenta con diferencias gramaticales y de vocabulario por la inserción de pala-
bras en arameo, griego y latín. La edición más antigua de la Mishná impresa data de
1492, editada en Nápoles, Italia con los comentarios del filósofo Maimónides.
Guemará Literalmente significa fin y se refiere a la segunda parte suplementaria del
Talmud. La Guemará está conformada por los comentarios a la Mishná, que surgieron a
raíz de las discusiones de los amoraim o intérpretes, quienes discutían párrafo por párra-
fo de la Mishná, buscando los fundamentos bíblicos de sus leyes. De este modo, resol-
vían las contradicciones o posibles indecisiones a través de un análisis crítico.

El material talmúdico se clasifica en Halajá, que son las leyes que regulan la vida del
judío, y en Hagadá, que es un compendio narrativo de anécdotas, leyendas y proverbios
favoritos del pueblo. El estilo del Talmud Babli es muy sencillo y concreto. Está escrito
en hebreo clásico, neo-hebreo y arameo. Sus oraciones están unidas por simple yuxta-
posición, sin signos de puntuación, lo cual complica su lectura. Aunado a esto, el fre-
cuente uso de términos extranjeros dificulta su comprensión. Por ello, se requiere de
años de estudio y del uso de comentarios aclaratorios, entre los que destacan los de Rabí
Shlomó Ben Isaac (1040-1105), mejor conocido como Rashi, quien con gran agudeza
de espíritu hace comprensibles los pasajes más intrincados.

Autores del Talmud


De acuerdo a los eruditos del Talmud, el Talmud es la forma escrita de las enseñanzas
de los fariseos. La Enciclopedia Universal Judía declara bajo el tema de “fariseos”:

“La religión judía, como es hoy día, desciende en línea directa, sin interrupcio-
nes a través de todos los siglos, de los fariseos. Sus ideas y métodos principales
encuentran expresión en una literatura de extensión enorme, de la que una gran
cantidad aún existe. El Talmud es la mayor y más importante pieza de esa litera-
tura… y su estudio es esencial para cualquier entendimiento real del fariseísmo”.

En cuanto a los fariseos, la edición de 1905 de la Enciclopedia Judía dice, bajo el tema
de “fariseos”:

“Con la destrucción del Templo (70 d.C.) los Saduceos desaparecieron también,
dejando la regulación de todos los asuntos judíos en las manos de los fariseos.
De ahí en adelante, la vida judía fue regulada por los fariseos, la historia entera
del judaísmo fue reconstruida desde el punto de vista fariseo, y se le dio un nue-
vo aspecto al Sanedrín del pasado. Una nueva cadena de tradición suplantó la
vieja tradición sacerdotal (Abot 1:1). El fariseísmo formó el carácter del judaís-
mo y la vida y pensamiento de los judíos por todo el futuro”.

El Rabino Dr. Louis Finkelstein, instructor de Talmud, y más tarde presidente del Se-
minario Teológico Judío de Norteamérica, escribe:

“El fariseísmo se hizo talmudismo, el talmudismo se hizo rabinismo medieval, y


el rabinismo medieval se hizo rabinismo moderno. Pero, a través de esos cam-
bios de nombre, inevitables adaptaciones de costumbres, y ajustes de la Ley, el
espíritu de los fariseos ancestrales pervive inalterado. Cuando el judío lee sus
oraciones, está recitando fórmulas preparadas por los eruditos pre-macabeos.
Cuando se pone el manto prescrito para el Día de la Expiación y la víspera de la
Pascua, está utilizando la vestimenta del festival de la antigua Jerusalén. Cuando
estudia el Talmud, está, de hecho, repitiendo los argumentos utilizados en las
academias de Palestina”.

Está reportado que Jesús denunció enérgicamente a esta secta de sacerdotes judíos co-
nocida como los fariseos:

“Ustedes son de su padre, el diablo, cuyos deseos quieren cumplir. Desde el


principio éste ha sido un asesino, y no se mantiene en la verdad, porque no hay
verdad en él. Cuando miente, expresa su propia naturaleza, porque es un menti-
roso. ¡Es el padre de la mentira!” (Juan 8:44)

Ellos anularon todos los Mandamientos de Dios por su tradición, (Marcos 7:13; Mateo
15:6-9, etc.). Su invectiva, en verdad, no puede ser igualada. Todo Mateo 23 es un lati-
gazo. Comparó el fariseísmo con un sepulcro blanco, de hecho hermoso por fuera, pero
“lleno por dentro de huesos de hombres muertos y de toda inmundicia”. Cristo llegó al
clímax de una condena tras otra con la imprecación “¡Hipócritas!”. Llamó a los fariseos
hijos de aquellos que mataron a los Profetas. Predijo que ellos matarían, crucificarían y
perseguirían hasta que la culpa por toda la sangre derramada desde Abel para abajo re-
caería sobre ellos. “¡Serpientes! ¡Camada de víboras! ¿Cómo escaparán ustedes de la
condenación del Infierno?”, pregunta Jesús.

En la Palestina del siglo I habían surgido algunos grupos entre la población judía como
consecuencia de las diversas sensibilidades acerca de las fuentes y los modos de vivir la
religión de Israel.

En tiempos de Jesús, los más apreciados por la mayoría del pueblo eran los fariseos. Su
nombre, en hebreo perushim, significa «los segregados». Dedicaban su mayor atención
a las cuestiones relativas a la observancia de las leyes de pureza ritual incluso fuera del
templo. Las normas de pureza sacerdotal, establecidas para el culto, pasaron para ellos a
marcar un ideal de vida en todas las acciones de la vida cotidiana, que quedaba así ritua-
lizada y sacralizada. Junto a la Ley escrita (Torah o Pentateuco), fueron recopilando una
serie de tradiciones y modos de cumplir las prescripciones de la Ley, a las que se con-
cedía cada vez un mayor aprecio hasta que llegaron a ser recibidas como Torah oral,
atribuida también a Dios. Según sus convicciones, esa Torah oral fue entregada junto
con la Torah escrita a Moisés en el Sinaí, y por tanto ambas tenían idéntica fuerza vin-
culante.
Para una parte de los fariseos la dimensión política desempeñaba una función decisiva
en su posicionamiento vital, y estaba ligada al empeño por la independencia nacional,
pues ningún poder ajeno podía imponerse sobre la soberanía del Señor en su pueblo. A
éstos se los conoce con el nombre de zelotes, que posiblemente se dieron a sí mismos,
aludiendo a su celo por Dios y por el cumplimiento de la Ley. Aunque pensaban que la
salvación la concede Dios, estaban convencidos de que el Señor contaba con la colabo-
ración humana para traer esa salvación. Esa colaboración se movía primero en un ámbi-
to puramente religioso, en el celo por el cumplimiento estricto de la Ley. Más tarde, a
partir de la década de los cincuenta, consideraban que también había de manifestarse en
el ámbito militar, por lo que no se podía rehusarse el uso de la violencia cuando ésta
fuera necesaria para vencer, ni había que tener miedo a perder la vida en combate, pues
era como un martirio para santificar el nombre del Señor.
Los saduceos, por su parte, eran personas de la alta sociedad, miembros de familias sa-
cerdotales, cultos, ricos y aristócratas. De entre ellos habían salido desde el inicio de la
ocupación romana los sumos sacerdotes que, en ese momento, eran los representantes
judíos ante el poder imperial. Hacían una interpretación muy sobria de la Torah, sin caer
en las numerosas cuestiones casuísticas de los fariseos, y por tanto subestimando lo que
aquellos consideraban Torah oral. A diferencia de los fariseos no creían en la perviven-
cia después de la muerte, ni compartían sus esperanzas escatológicas. No gozaban de la
popularidad ni el afecto popular del que disfrutaban los fariseos, pero tenían poder reli-
gioso y político, por lo que eran muy influyentes.
Uno de los grupos más estudiados en los últimos años ha sido el de los esenios. Tene-
mos amplia información acerca de cómo vivían y cuáles eran sus creencias a través de
Flavio Josefo, y sobre todo de los documentos en papiro y pergamino encontrados en
Qumrán, donde parece que se instalaron algunos de ellos. Una característica específica
de los esenios consistía en el rechazo del culto que se hacía en el templo de Jerusalén,
ya que era realizado por un sacerdocio que se había envilecido desde la época asmonea.
En consecuencia, los esenios optaron por segregarse de esas prácticas comunes con la
idea de conservar y restaurar la santidad del pueblo en un ámbito más reducido, el de su
propia comunidad. La retirada de muchos de ellos a zonas desérticas tiene como objeto
excluir la contaminación que podría derivarse del contacto con otras personas. La re-
nuncia a mantener relaciones económicas o a aceptar regalos no deriva de un ideal de
pobreza, sino que es un modo de evitar contaminación con el mundo exterior para sal-
vaguardar la pureza ritual. Consumada su ruptura con el templo y el culto oficial, la
comunidad esenia se entiende a sí misma como un templo inmaterial que reemplaza
transitoriamente al templo de Jerusalén mientras que en él se siga realizando un culto
que consideran indigno.
Los Zelotes aparecieron en el siglo I, pocos años antes de nacer Jesús, los
había congregado Judas el Galileo; eran de una ideología extremistas y
radical, llamados los sicarios por el puñal que utilizaban: el sica; acusaban
a los fariseos y saduceos de entreguistas hacia los romanos y los detesta-
ban también por cuestiones de origen social, sus integrantes eran gente
del pueblo y no creían que Dios les había impuesto un poder político ex-
tranjero, menos gentes que no compartían sus creencias.

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FARISEOS
Fariseos (gr. farisáios; transliteración del heb. Perûshîm, “los
separados”; aram. perishay-ya’). Secta o partido religioso con-
servador del judaísmo en tiempos intertestamentarios y del NT.
Se llamaban a sí mismos los “compañeros” (heb jabêrîm) o los
“santos” (heb. qedôshîm). Se supone que los fariseos se origina-
ron como partido separado en la 2ª mitad del s II a.C. Sin em-
bargo, su origen es un tanto oscuro. Parece razonable suponer
que fueran sucesores de los jasîdîm (jasidim o asideos), “los pí-
os”, quienes apoyaron activamente a los primeros macabeos en
su lucha contra los seléucidas. Como eran estrictamente ortodo-
xos y estaban muy preocupados por conservar la pureza religio-
sa de su pueblo rechazaron todos los intentos de introducir
prácticas helenísticas entre los judíos. Cuando los gobernantes
macabeos comenzaron a apoyar el helenismo, este grupo de ju-
díos ortodoxos empezó a oponerse a su propio gobierno. El
nombre “fariseo” apareció por 1ª vez en nuestras fuentes bajo
Juan Hircano (135-105/04 a.C,); el nombre indicaba que los
adeptos se consideraban promotores de una separación del
mundo y sus tendencias. Habiendo llegado a ser un partido reli-
gioso-político, se opuso activamente al gobierno mundano de
Juan Hircano, y aun más al de su hijo Alejandro Janco (103-
76/75 a.C.). El resultado fue una sangrienta persecución contra
estos religiosos celosos y la muerte de muchos fariseos notables.
Pero pronto fue claro que su influencia sobre la gente aumenta-
ba a pesar de la adversidad. La viuda y sucesora de Janeo, Ale-
jandra (Salomé), procuró una reconciliación con ellos, y los fari-
seos llegaron a ser una poderosa fuerza en su Estado. Cuando
estalló la guerra civil entre los 2 hermanos (Hircano II y Aristó-
bulo II), poco después de la muerte de Alejandra, los fariseos
apoyaron al 1º y los saduceos* al 2º. Cuando Palestina cayó
bajo el dominio romano (63 a.C.), los fariseos retuvieron su po-
sición como partido político influyente y como abanderados de
la ortodoxia. Herodes el Grande, al subir al poder (40-4 a.C.),
fue lo suficientemente prudente como para no perseguirlos,
porque sabía que tenían gran influencia sobre el pueblo, aunque
su número era de unos 6.000, cantidad relativamente pequeña.
A esa época pertenecen Hillel y Shammai, sus maestros más
grandes de todos los tiempos. Sus enseñanzas sobrevivieron en
los escritos rabínicos de la Mishná y del Talmud. Los fariseos
formaban uno de los 3 grupos que componían el Sanedrín, junto
a los saduceos y a los herodianos. La secta de los fariseos fue la
que por varios siglos continuó produciendo los mayores dirigen-
tes religiosos entre los judíos ortodoxos, y de ese 440 modo
ejerció más influencia sobre la vida religiosa de su nación que
cualquier otra fuerza dentro del judaísmo. Su lugar en la vida y
el pensamiento judíos del NT puede ser mejor comprendido
cuando se lo contrasta con los otros grandes partidos: los sadu-
ceos y los esenios.* En el espectro religioso del judaísmo del NT,
los saduceos eran los liberales. Como se encontraban “en el
mundo”, también estaban listos y dispuestos a ser “del” mundo.
Los fariseos, por otra parte, aunque por necesidad estaban “en
el mundo”, rechazaron ser parte de él. El fariseísmo -
“separatismo”- enfatizaba la separación del mundo y su conta-
minación. Los esenios no sólo rehusaban ser “del” mundo, sino
hacían todo lo que podían para escapar de él viviendo una vida
ascética. Mientras que los fariseos vivían separados del mundo y
esperaban salir de él, los saduceos no esperaban ningún otro
mundo. Los ojos de los fariseos estaban fijos en la vida futura,
pero los de los saduceos en esta vida, ya que no tenían esperan-
za de otra. Para los fariseos, los intereses religiosos eran supre-
mos, pero los seculares eran la preocupación dominante para
los saduceos. Los fariseos evitaban los deberes cívicos y resistí-
an pasivamente a la autoridad romana, pero los saduceos cons-
tituían el partido político práctico y estaban dispuestos -siendo
las cosas como eran- a cooperar con los romanos y los herodia-
nos; en realidad, tenían una fuerte preocupación por los asuntos
seculares de la nación y voluntariamente aceptaban cargos pú-
blicos. Los fariseos eran principalmente de la clase media; los
saduceos constituían el partido de la rica aristocracia. El pueblo
común no pertenecía a ninguna de las dos sectas, pero favorecía
a los fariseos. Véase Rollos del Mar Muerto (III). La letra y el
espíritu del legalismo -de la justificación por las propias obras-,
que en tiempos del NT se llegó a identificar con la religión judía,
reflejaba con exactitud el espíritu y las enseñanzas de los fari-
seos. En su celo por un cumplimiento estricto de todos los debe-
res religiosos ordenados por la Torá (o “ley de Moisés”) y por la
tradición, y en la creencia de que el bienestar de la nación de-
pendía de esta forma de actuar, los fariseos tendieron a pasar
por alto el hecho de que la disposición del corazón era de mayor
importancia que los actos externos. La mayoría de los “escribas”
o “doctores de la ley” (Luk 5:17) -los estudiantes y expositores
profesionales de la “ley”- eran fariseos. Su ocupación era inter-
pretar y aplicar “la ley” a cada mínimo detalle y circunstancia de
la vida. En el tiempo de Cristo, esta siempre creciente masa de
reglamentos se conocía como “la tradición de los ancianos” (Mat
5:2). Los fariseos aceptaban como Escrituras la mayoría, sino
todos, de los libros del AT (3 divisiones; cf Luk 24:44), mientras
que los saduceos rechazaban todos menos los 5 libros de Moi-
sés. En tanto los fariseos eran los “fundamentalistas” conserva-
dores y ortodoxos de su tiempo, los saduceos eran los “moder-
nistas” progresistas y liberales. Los fariseos creían que una divi-
na providencia ordenaba los asuntos de los hombres, y enfati-
zaban la dependencia del hombre de Dios. Concebían a Dios
como un Padre estricto que vigilaba atentamente para ver la mí-
nima infracción de su voluntad, siempre listo para castigar a
cualquiera que se equivocara. Para los saduceos, Dios prestaba
escasa atención a los hombres y tenía muy poco interés en los
asuntos de ellos; creían que el hombre era el árbitro de su pro-
pio destino y no esperaban en una vida después de la muerte.
Los fariseos creían en la existencia de los espíritus, la inmortali-
dad del alma, la resurrección literal de cuerpo y la vida futura,
donde los hombres serían recompensados o castigados de
acuerdo con sus hechos en esta vida. Enseñaban que al morir
todos iban al Hades, el mundo subterráneo, que era la prisión
de las almas, donde los que habían sido “impíos” en esta vida
quedarían para siempre, pero del cual los que habían vivido
“virtuosamente” escaparían para “vivir otra vez”. Creían que
“todas las cosas son dirigidas por el destino”, pero que los hom-
bres están libres para actuar como escojan hacerlo. Aunque en
muchos sentidos las enseñanzas de Jesús se parecen a las de los
fariseos más que a las de los saduceos, Jesús tuvo enérgicas dis-
cusiones con los fariseos durante todo su ministerio por causa
de su rigurosa adhesión a la tradición (Mar 7:1-13) y el énfasis
resultante en los actos externos con la exclusión práctica de las
actitudes y los motivos del corazón (véase Mat 23:4-33). Fue
precisamente esta rigurosa piedad exterior en la observancia de
“la ley” como lo interpretaban y aplicaban sus tradiciones, con
el descuido total de la piedad interior, y así permitir que el lega-
lismo fuera el manto para cubrir el pecado, lo que condujo a Je-
sús a catalogar a los fariseos como hipócritas (Mat_23). Juan el
Bautista consideraba a los fariseos y a los saduceos como una
“generación de víboras” (3:7), y los amonestó a producir “fru-
tos” que dieran testimonio de un cambio de corazón (v 8).
Cuando Jesús puso el énfasis en que el motivo que impulsa el
acto es de mayor importancia a la 441 vista de Dios que el acto
mismo, los fariseos inevitablemente se complotaron para des-
acreditar a Jesús en la mente de la gente y silenciar su mensaje.
En una ocasión, los saduceos se unieron con ellos para desafiar
su autoridad y exigieron una “señal del cielo” para confirmar su
derecho a enseñar (16:1-6); pero no fue hasta casi el final de su
ministerio cuando los saduceos se tomaron la molestia de ata-
carlo con una argucia sobre la resurrección (Mat 22:23-33). Fa-
riseos fueron los que levantaron la disputa acerca de los discí-
pulos de Jesús y los de Juan (Mat 9:11, 14; cf Joh 4:1); los que lo
acusaron de echar fuera demonios por el poder del príncipe de
los demonios (Mat 9:34; 12:24); los que se molestaron por su
enseñanza con respecto a la inutilidad de la tradición (15:1-12);
los que tomaron el liderazgo en su arresto, condenación y cruci-
fixión (Mat 27:62; Mar 3:6; Joh 11:47-57; 18:3). Nicodemo era
fariseo (Joh 3:1), así como Pablo y también su maestro Gamaliel
(Act 5:34; 23:6; 26:5-7). Bib.: FJ-AJ xvii.2.4; xiii.10.6; xviii.1.3.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

griego pharisaios, hebreo perusîm, separados. Grupo religioso


popular surgido en el siglo II a. C., en época de la rebelión ma-
cabea, como resistencia a las influencias helenizantes, al sincre-
tismo, que amenazaban la religión de sus padres, por lo que su
vida religiosa giraba alrededor de la meditación y el cumpli-
miento estricto de la Ley. Posiblemente, en sus inicios, forma-
ron parte del grupo de los asideos, hasidim, devotos, del que se
desprendieron. Los f. pretendían que todos los asuntos, polí-
ticos, públicos y privados estuvieran regidos por la Ley divina, y
se opusieron a la política secular del rey Juan Hircano I, 134-
104 a. C. Su apego a la Ley les valió el martirio en tiempos de
Alejandro Janneo, 103-76 a. C. Aunque resurgieron bajo el
reinado de Alejandra Salomé, 76-67 a. C. Los f. ejercieron una
fuerte oposición a la aristocracia de los sacerdotes, los saduceos.
Con éstos se diferenciaban en cuanto que los f. admitían la in-
mortalidad del alma y la resurrección, que eran negadas por los
saduceos; afirmaban los f. la unicidad y trascendencia de Dios,
la existencia de un mundo intermedio entre Dios y el hombre, la
corte celestial de los ángeles y los espíritus malos. En cuanto a
la Ley, desarrollaron la casuística, esto es, la aplicación de la
misma a las cuestiones cotidianas, a aquellos casos no previstos
en ella, por lo que para ellos tenía inmensa importancia la tradi-
ción oral, y desembocaron en la exageración y en el formalismo,
por eso aluden a †œla tradición de los antepasados†, Mt 15, 2;
los saduceos, sus opositores, por el contrario, rechazaban toda
tradición fuera de la Ley escrita y su preocupación principal era
la política. Los f., que comenzaron como un grupo pequeño, lo-
graron, por la enseñanza que ejercían de la Ley y la tradición,
extenderse en toda Palestina y a los judíos de la diáspora, y esas
tradiciones terminaron codificadas más adelante en la Misnah y
el Talmud, escritos que contribuyeron para la preservación del
judaísmo y aún tienen vigencia. A esto hay que agregar, que los
escribas eran en su mayoría de origen fariseo. La destrucción
del Templo en el año 70, trajo como consecuencia la desapari-
ción de otras tendencias judías, pero los f. se mantuvieron hasta
mucho tiempo después y quedaron prácticamente identificados
con el judaísmo. La manera profunda como Cristo interpretaba
la Ley y su trato con los pecadores produjeron la oposición de
los f., que está documentada en los Evangelios. Los f. le cuestio-
naban a Jesús por qué comía con los pecadores. El Señor, en-
tonces, les demostraba que para Dios vale más un corazón sin-
cero, al rigorismo y formalismo de la Ley; recordándoles a los
profetas, les decía: †œMisericordia quiero, que no sacrificio†,
Mt 9, 11-13. Algo similar sucedió con respecto a la obligación de
guardar el sábado, cuando los discípulos de Jesús se pusieron a
arrancar espigas, Mt 12, 1-8; igual, cuando Jesús curaba los en-
fermos en sábado, Mt 12, 9-14. Sobre los formalismos de las pu-
rificaciones y la abluciones también chocaron los f. con Jesús,
quien les enrostraba su hipocresía al vivir pendientes de las
apariencias externas, mientras sus corazones estaban llenos de
maldad, Mt 15, 1-7; Lc 11, 37-54. En Mateo encontramos una
fuerte reprimenda de Jesús contra los f., en la cual les dice a sus
discípulos y a la gente que practiquen lo que enseñan los f., pero
que no imiten su conducta, †œporque dicen y no hacen†, Mt
23, 1-39. Sin embargo, muchos f. tuvieron buenas relaciones
con Jesús y creyeron en él, como Nicodemo, Jn 3, 1-21; 7, 50-52;
el apóstol Pablo era fariseo, discípulo de Gamaliel I, Hch 22, 3;
23, 6; 26, 5; Flp 3, 5. Este Gamaliel, maestro de Pablo, defendió
a los apóstoles ante el Sanedrín, en Jerusalén, cuando se les
prohibió predicar a Jesús, Hch 5, 34.

Diccionario Bíblico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Co-


lombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

De los tres partidos prominentes dentro del judaísmo en los


tiempos de Jesús (los fariseos, los saduceos y los esenios), los
fariseos fueron, por mucho, los más influyentes.

La palabra fariseo, que en su forma semítica significa los sepa-


rados o separatistas, aparece por primera vez durante el reinado
de Juan Hircano (135 a. de J.C.). Generalmente el término se
utiliza en plural más que en singular.

También eran conocidos como chasidim, que significa amados


por Dios, o leales a Dios. Según Josefo, en su momento de ma-
yor popularidad había más de 6.000 fariseos.

Tres facetas o características de la nación judía contribuyeron al


desarrollo del partido de los fariseos, o, paradójicamente, puede
decirse que los fariseos hicieron estas contribuciones al judaí-
smo de modo que, en última instancia, farisaísmo y judaísmo
llegaron a ser casi sinónimos. La primera de ellas era el legalis-
mo judío que comenzó a ganar firmeza luego de la cautividad en
Babilonia. La adoración en el templo y los sacrificios habían ce-
sado, y el judaísmo comenzó a centrar sus actividades en la ley
judía y en la sinagoga. El surgimiento de los escribas judíos, que
estaban estrechamente relacionados con los fariseos, también le
dio un gran ímpetu al legalismo judío. Los fariseos, más cerca
de ser una orden fraternal o sociedad religiosa que una secta,
eran los seguidores organizados de estos expertos en la inter-
pretación de las Escrituras.

Ellos formalizaron la religión de los escribas y la pusieron en


práctica. Por esta razón, el NT menciona juntos a los fariseos y
los escribas 19 veces, todas en los Evangelios (p. ej., Mat 5:20;
Mat 15:1; Mat 23:2, Mat 23:13-14, Mat 23:15, Mat 23:23, Mat
23:25, Mat 23:27, Mat 23:29; Luk 11:39, Luk 11:42-43, Luk
11:44, Luk 11:53). Los fariseos eran los líderes religiosos de los
judíos, no los políticos prácticos (como los saduceos que eran
más liberales).

Una segunda característica fue el nacionalismo judío. La perse-


cución y el aislamiento continuos cristalizaron este espíritu. Du-
rante el cautiverio los judíos eran una pequeña minoría en una
nación extranjera. La feroz persecución de Antíoco Epífanes
(175-164 a. de J.C.) quien intentó osadamente helenizar y asimi-
lar a los judíos, sólo hizo que el pueblo judío se uniera más. Los
fariseos aprovecharon la ocasión para cultivar una conciencia
nacional y religiosa que no ha sido igualada.

Un tercer factor que contribuyó al farisaísmo fue el desarrollo y


la organización de la religión judía en sí misma, luego del cauti-
verio y la revuelta. La formulación y la adaptación de la ley mo-
saica por parte de los escribas y rabinos, la tradición extendida y
un separatismo más extremado produjeron prácticamente una
nueva religión. Esta se oponía vehementemente a toda seculari-
zación del judaísmo por parte del pensamiento griego pagano
que había penetrado en la vida judía luego de la conquista de
Alejandro. Los fariseos se convirtieron en un grupo altamente
organizado, sumamente leal los unos para con los otros y para
con la sociedad, pero separado de los demás, aún de su propio
pueblo. Se comprometían a obedecer todas las facetas de las
tradiciones hasta el más ínfimo detalle y se apegaban minucio-
samente a la pureza ceremonial.

Las doctrinas de los fariseos incluían la predestinación, la in-


mortalidad del alma y la creencia en la vida espiritual, enseñan-
zas que los saduceos negaban (Act 23:6-9). Creían en una re-
compensa final por las buenas obras y que las almas de los mal-
vados eran retenidas por siempre debajo de la tierra, mientras
que los virtuosos resucitaban e incluso migraban a otros cuer-
pos (Josefo, Antig., 18.1.3; Act 23:8). Aceptaban las Escrituras
del AT y alentaban la habitual esperanza mesiánica judía, a la
que habían dado un giro material y nacionalista.
Fue inevitable, en vista de estos factores, que los fariseos ofre-
cieran una encarnizada oposición a Jesús y a sus enseñanzas
(Joh 9:16, Joh 9:22). Los choques entre Jesús y los fariseos eran
frecuentes y encarnizados (Mat 3:7; Mat 5:20; Mat 9:12, Mat
9:34; Mat 12:2, Mat 12:14; Mat 19:3; Mar 12:17; Luk 5:21; Luk
7:30; Luk 12:1; Luk 16:14). La reprensión más extensa de Jesús
a los fariseos se encuentra en Mateo 23.

La imagen que el NT pinta de los fariseos es casi por completo


negativa. Jesús condenó especialmente su ostentación, su hipo-
cresía, su salvación por obras, su impenitencia y su falta de
amor, pero su condena no siempre estaba dirigida a los fariseos
como tales. Algunos de los fariseos fueron miembros del movi-
miento cristiano en sus comienzos (Act 6:7). Algunos de los
grandes hombres del NT fueron fariseos: Nicodemo (Joh 3:1),
Gamaliel (Act 5:34) y Pablo (Act 26:5; Phi 3:5). Cuando Pablo
dijo que era fariseo, no pensaba en sí mismo como un hipócrita,
sino que estaba haciendo referencia al más alto nivel de fideli-
dad a la ley.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(Que significa separados.)


Movimiento dentro del ® JUDAíSMO que había alcanzado
un gran desarrollo en época de Jesús. Se encuentran datos so-
bre los fariseos en la literatura rabínica, en la Biblia y en los es-
critos de Flavio Josefo. Los historiadores entienden que se ori-
ginó después de la revuelta de los macabeos opuestos a la polí-
tica helenizante de los seléucidas en la Palestina del siglo II a.C.
Poseían su propia halajá o interpretación de la Torá. Entre sus
creencias más conocidas estaban la resurrección de los muertos,
la divina providencia, el libre albedrío y los ángeles. También
defendían la ley moral. Contribuyeron en forma apreciable al
desarrollo del judaísmo posterior. Al contrario de los ® SA-
DUCEOS, no había sacerdotes entre los fariseos. Se oponían a la
influencia extranjera sobre Palestina y se caracterizaban por su
observancia rígida de la Ley.

Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y


Sectas
Véase SECTAS JUDIAS.

Fuente: Diccionario Bíblico Arqueológico

Secta religiosa prominente en tiempos de Jesús: Eran muy es-


trictos en la Ley, creían en la resurrección, en la inmortalidad
del alma, en futuros castigos y recompensas de acuerdo con las
obras hechas en vida, Mat 9:11-14, Mat 12:1-8, Mat 16:1-2, 23,
Luc 11:3744, Hec 15:5, Hec 23:6-8.

– S. Pablo era fariseo, de la tribu de de Benjamín, Fi13:5.

– Jesús denunció su hipocresía, Mt.22 y 23, Lc.20, Mc.12, Mat


12:38-42, Mat 12:15.

1-20,Mat 21:33-46, Mar 8:11-21, Jua 9:40.

– Se opusieron a Jesús, y complotaron para matarlo, Mat 12:1-


14, Mat 12:38-42, Mat 9:34, Mat 19:1-12, Mat 22:15-22, Mat
27:62-66, Jua 9:8-34.

Diccionario Bíblico Cristiano


Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

tip, RELI

ver, (transcripción griega del arameo “p’rîshã”: “separado”).


Uno de los tres partidos judíos que menciona Josefo, siendo los
otros dos los saduceos y los esenios. Los fariseos eran los más
rigurosos (Hch. 26:5). Con toda certeza, la secta de los fariseos
apareció antes de la guerra de los Macabeos, como reacción
contra la inclinación de ciertos judíos hacia las costumbres grie-
gas. Los judíos fieles vieron horrorizados la creciente influencia
del helenismo, y se aferraron con mayor fuerza a la ley mosaica.
Al desatar la persecución contra ellos, Antíoco Epifanes (175-
163 a.C.) dio lugar a que se organizaran como partido de resis-
tencia. Este rey de Siria ordenó la muerte de todos aquellos is-
raelitas que no quisieran abandonar el judaísmo ni ajustarse al
helenismo. Intentó destruir todos los ejemplares de las Sagra-
das Escrituras, ordenó la muerte de todos los que estuvieran en
posesión de un libro del Pacto o que observaran la Ley (1 Mac.
1:56, 57). Los asideos, o hassidim (judíos piadosos e influyen-
tes), y todos los que observaban la Ley (1 Mac. 2:42; cp. 1:62,
63), participaron en la revuelta de los Macabeos como grupo
particular. Aunque no llevaban el nombre de fariseos, fueron
ellos, con toda probabilidad, los precursores. Cuando la guerra
perdió su carácter de lucha por la libertad religiosa y empezó a
perseguir objetivos políticos, los hassidim se desinteresaron.
Desaparecieron de la escena durante el periodo en que Simón y
Jonatán encabezaron la nación judía (160-135 a.C.). El término
“fariseos” aparece en la época de Juan Hircano (135-105 a.C.).
El mismo era fariseo, pero abandonó su partido, uniéndose a los
saduceos (Ant. 13:10, 5-6). Su hijo y sucesor, Alejandro Janneo,
intentó exterminar a los fariseos. Su esposa Alejandra, que le
sucedió en el año 78 a.C., reconoció que la fuerza no podía hacer
nada contra la fe; entonces favoreció a los fariseos (Ant. 13:15,
5; 16:1). Desde entonces, dominaron la vida religiosa de los judí-
os. Los fariseos defendían la doctrina de la predestinación, que
estimaban compatible con el libre albedrío. Creían en la inmor-
talidad del alma, en la resurrección corporal, en la existencia de
los espíritus, en las recompensas y en los castigos en el mundo
de ultratumba. Pensaban que las almas de los malvados queda-
ban apresadas debajo de la tierra, en tanto que las de los justos
revivirían en cuerpos nuevos (Hch. 23:8; Ant 18:1, 3; Guerras
2:8, 14). Estas doctrinas distinguían a los fariseos de los sadu-
ceos, pero no constituían en absoluto la esencia de su sistema.
Centraban la religión en la observancia de la Ley, enseñando
que Dios solamente otorga su gracia a aquellos que se ajustan a
sus preceptos. De esta manera, la piedad se hizo formalista,
dándose menos importancia a la actitud del corazón que al acto
exterior. La interpretación de la Ley y su aplicación a todos los
detalles de la vida cotidiana tomaron una gran importancia. Los
comentarios de los doctores judíos acabaron formando un ver-
dadero código autorizado. Josefo, él mismo un fariseo, dijo que
los escribas no se contentaban con interpretar la Ley con más
sutilidad que las otras sectas sino que además imponían sobre el
pueblo una masa de preceptos recogidos de la tradición, y que
no figuraban en la Ley de Moisés (Ant. 13:10, 6). Jesús declara
que estas interpretaciones rabínicas tradicionales no tienen
ninguna fuerza (Mt. 15:2-6) Los primeros fariseos expuestos a la
persecución se distinguían por su integridad y valor, eran la éli-
te de la nación. El nivel moral y espiritual de sus sucesores des-
cendió. Los puntos débiles de su sistema se hicieron hegemóni-
cos y les atrajeron duras criticas. Juan el Bautista llamó a los fa-
riseos y a los saduceos “raza de víboras”. Jesús denunció su or-
gullo, hipocresía y su negligencia de los elementos esenciales de
la ley, en tanto que daban la mayor importancia a puntos
subordinados (Mt. 5:20; 16:6, 11, 12; 23:1-39). En la época de
Cristo los fariseos formaban una astuta camarilla (Ant. 17:2, 4)
que tramó una conspiración contra El (Mr. 3:6; Jn. 11:47-57).
Sin embargo, siempre hubo entre ellos hombres sinceros, como
Nicodemo (Jn. 7:46- 51). Antes de su conversión, Pablo fue fari-
seo. Hizo uso de ello en sus discusiones con los judíos (Hch.
23:6; 26:5-7; Fil. 3:5). Gamaliel, que había sido su maestro, era
también fariseo (Hch. 5:34).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[016]
Grupo o secta que aparece en Judea en el siglo II antes de Cristo
y cobra cierta importancia en el pueblo, haciéndose presente en
los tiempos de Jesús. Los fariseos se opusieron a Cristo por su
rigorismo, por sus actitudes aristocráticas y, sobre todo, por su
orgullo de clase, tan opuesto al mensaje del divino Maestro.
Despreciaban al pueblo por descarriado, mientras Jesús le
amaba.

El término fariseo es arameo y significa “los separados” (peris-


sayya). Al principio se llamaban ellos mismos los “haberim”
(compañeros) y se consideraban hasidim (los puros). El nombre
de fariseos se lo pusieron sus adversarios por el aislamiento al
que se entregaban.

Probablemente surgieron como grupo separado del culto del


templo al hacerse con el sumo sacerdocio los reyes asmoneos,
descendientes de los tres Macabeos, probablemente en tiempos
de Juan Hircano. Ello les originó persecuciones por parte del
poder real. Llegaron a ser numerosos y defendieron de las tradi-
ciones religiosas propias combatiendo acérrimamente toda cul-
tura pagana o grecorromana.

El historiador judío Flavio Josefo le presenta como especial-


mente influyentes en el pueblo y como coherentes con su doc-
trina y sistema de vida.

En el Evangelio se caracterizan y condena por sus actitudes os-


tentosas y su hipocresía, por lo cual fueron fustigados por Jesús,
según los textos evangélicos. (Mt. Cap. 13). En el pueblo tenían
cierto ascendiente por la pureza aparente que manifestaban. In-
cluso se diferenciaban en su vestimenta. Pero resultaban des-
agradables por su arrogancia y conciencia de clase, por su des-
precio por la plebe y por su vanidad religiosa.

Los saduceos se les enfrentaban, pues ellos aceptaban la heleni-


zación de la vida, al mismo tiempo que ostentaban el poder sa-
cerdotal. Eso enconaba los ánimos fariseos generando una dua-
lidad de mando religioso: el cultual saduceo y el popular fariseo.
Jesús no se alió con ninguno, sino que se presentó como profeta
y rabbi independiente.

El sentido ético, espiritual y, en ocasiones, místico fue un apoyo


grande después de la destrucción del templo el año 70 y la casi
desaparición de la clase sacerdotal en esa ocasión. Por eso su
supervivencia como grupo se mantuvo varios siglos. Sin embar-
go, la influencia cristiana y el Evangelio hicieron del término si-
nónimo de hipocresía y de vanidad, idea con la que pasaron a la
historia al desaparecer en el siglo III. (Ver Evangélicos. Grupos
1)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía


Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religio-


sa
DJN
Â
SUMARIO: 1. . – 2. Origen. – 3. Características más notables. –
4. Creencias religiosas. – 5. Jesús y los fariseos: A) Las acusa-
ciones de Cristo; B) ¿Estaban justificadas las acusaciones de Je-
sús?; C) La clave de la valoración y críticas está en Mt 23, 3.

1. Nombre. Fariseos (ferushim) proviene etimológicamente del


verbo farash, que tiene un doble significado: explicar y separar,
lo que responde muy bien a una doble característica de los fari-
seos: a su práctica asidua de comentar la Ley y a su estricta ob-
servancia de la misma, que los separaba no sólo de los gentiles,
sino también dentro de los mismos judíos. Es posible que origi-
nariamente tal denominación provenga de su disgregación de
los asideos, en los que tienen su origen, cuando Judas Macabeo
usurpó el sumo sacerdocio.
. Origen. Se encuentra en el movimiento de los asideos
(=piadoso), que apoyaron la insurrección de los Macabeos. Los
asideos se caracterizaban por su entrega a la observancia de la
Ley y su oposición a la helenización que los seléucidas de Siria
pretendieron imponer por la fuerza a los judíos. Pero se segre-
garon de ellos ante la usurpación del sumo pontificado por par-
te de Judas Macabeo el año 153 a. C. y la política prohelenista
de los asmoneos. Los esenios (=piadosos), en los que hay que
encuadrar a los monjes de Qumrán, se consideraron a sí mis-
mos como los legítimos continuadores de los asideos, teniendo
como apóstatas y segregados a quienes no los siguieran a ellos.
Esto se podía aplicar a los fariseos quienes, por lo demás, a dife-
rencia de los qumranitas, no eran un movimiento dirigido por
sacerdotes, sino por laicos, cuyo grupo dirigente lo constituían
doctores de la Ley que no eran sacerdotes. Tal vez fueron los
esenios quienes dieron a estos segregados el título de fariseos,
convertido después en título honorífico. Se opusieron a Juan
Hircano (135-104 a. C.), que en un principio se apoyó en ellos, y
a Alejandro Janneo (104-78) que los persiguió cruelmente.

En realidad, los fariseos son los herederos de los asideos de la


época de los macabeos que mantuvieron a ultranza la Ley frente
a la helenización impuesta sobre todo por Antióco Epífanes
(175-164 a. C.) al pueblo judío. Después de unos 150 años de
cierta política nacionalista, se centran, llevados de un alto ideal
religioso, en la observancia rigurosa de la Ley y sus tradiciones
orales. Y en tiempos de Cristo, en distinción a saduceos y zelo-
tas, su comportamiento es estrictamente religioso.

3. Características más notables. Se dedicaban principalmente -


contaban con numerosos doctores de la Ley- al estudio e inter-
pretación de la Ley en una doble orientación: la , comentario y
actualización de las normas jurídicas, y la , de aspecto teórico y
teológico. Estrictos observadores de la misma, con el fin de ase-
gurar su cumplimiento, establecieron numerosos preceptos
(248) y prohibiciones (365), que constituyen la tradición oral,
con la misma obligatoriedad que la Ley. Venían a ser un valla-
dar en torno a la Ley, con lo que se trataba de evitar la transgre-
sión de la misma, aunque fuese por ignorancia.

– Provenían de las clases humildes de la sociedad. Había docto-


res que tenían a honra el ejercicio de un trabajo manual. Pero
Shammai recomendaba recibir alumnos de las clases bien aco-
modadas. La condición de fariseo requería un conocimiento no-
table y meticuloso de la Ley y de las tradiciones orales, lo cual
exigía autonomía económica y social, habida cuenta del tiempo
que aquél requería. Al grupo de los fariseos podían pertenecer
personas de todas las clases sociales, pero en su mayoría eran
laicos. Encarnaban las aspiraciones y sentimientos de las gentes
humildes en oposición a las clases aristocráticas. No ejercían
oposición a los sacerdotes, pero le reprochaban su secularismo,
su ambición y su intromisión en la política. Ellos, a pesar de su
soberbia y desprecio con que miraban a los demás, eran estima-
dos y admirados por celo en el cumplimiento de la Ley.

– Constituían la secta más prestigiosa en tiempo de Jesús. Se-


gún Flavio Josefo eran unos seis mil, a los que habría que aña-
dir numerosos simpatizantes. Fue decisiva su influencia en el
judaísmo, al que moldearon e imprimieron el sello caracterí-
stico que les permitió sobrevivir a las catástrofes de los años 70
y 135, mientras que desaparecieron de la escena los saduceos,
esenios y zelotas, barridos “por el ciclón de la destrucción ro-
mana” (E Duci), quedando del judaísmo solamente el fariseí-
smo.
4. Creencias . Los fariseos fueron herederos de los profetas. In-
térpretes de la Ley, su doctrina teológica y moral era muy eleva-
da, tanto que no todas, pero sí muchas llevan el sello de la doc-
trina farisaica. Así lo afirma, en su obra citada al final, J. Klaus-
ner, profesor judío, buen conocedor de los Evangelios.

– Los fariseos creían en la venida del Mesías y en el estableci-


miento de su Reino. Se creyeron el verdadero Israel (como los
esenios y los monjes de Qumrán). Sólo los judíos se salvan, pues
solamente a Israel fue dada la Ley; no hay esperanza para los
gentiles.

– Profesaban una decidida hostilidad respecto del ám-ha-ares


(el “pueblo de la tierra”), el pueblo que no conoce la Ley y es,
por lo mismo, maldito (Jn 7,49). Sostenían que “el castigo sólo
ha venido al mundo por culpa del ám-ha-ares” (TB Batra 8a). Y
que todos los padecimientos y todas las calamidades de Israel
provienen del ám-ha-ares. Este no tiene parte en el eón futuro.
Cuando un fariseo era invitado a un banquete, primero se in-
formaba de si asistían a él miembros del ám-ha-ares. En caso
positivo rechazaba estar con ellos.

– Referente al ayuno -que los fariseos practicaban dos días a la


semana, a pesar de que el ayuno era obligatorio solamente el día
de la expiación (Lev 22,16s)- tenían ideas peculiares: se podía
ofrecer por los pecados propios, por los de los demás y por los
pueblos como tal. El ayuno expía los pecados, vuelve propicio a
Dios y acelera la liberación de Israel. También la muerte expía
los pecados. Si un hombre es condenado a muerte por sus deli-
tos, la pena capital tiene valor expiatorio.

– Respecto del matrimonio tenían ideas diversas, por lo que se


refiere al divorcio. Para que el hombre pudiera dar libelo de re-
pudio a su mujer, según la escuela (laxa) de Hillel bastaba cual-
quier motivo: que la mujer dejase quemar la comida del marido,
que la mujer saliese a la calle sin el rostro cubierto, que el mari-
do la encontrase en la calle hablando con otro hombre…; según
la escuela de Shammai (rigorista) era preciso una falta grave
como el adulterio (cf Mt 19,1-9).
– Sobre el amor al prójimo, los fariseos tenían una doctrina
muy elevada. Ante la indicación de Cristo sobre la observancia
de los preceptos para conseguir la vida eterna, el joven rico con-
testa: “Todo eso lo he guardado desde mi juventud”. Ante lo
cual, Cristo “fijando en él su mirada, lo amó y le dijo: Una cosa
te falta… vende lo que tienes… y ven y sígueme” (Mc 10,17-22).
Ante la respuesta del escriba sobre lo que dice la Ley referente
al primer mandamiento, Cristo le contesta: “No estás lejos del
Reino de Dios” (Mc 12,28-34). J. Klausner advierte que Jesús
dio virtualmente la misma respuesta que dieron Hillel y rabí
Aqiba sobre una pregunta similar (o. c., 366). Cf. también la
anécdota del pagano que va a Shammai y a Hillel con la pro-
puesta de hacerse prosélito si le enseñaban la Ley durante el
tiempo que él permaneciese apoyado en un solo pie. El primero
le respondió con una regla de construcción que tenía en la
mano; Hillel (hacia el año 20 a. C.), le contestó: “Cuanto te des-
agrade no lo hagas a otro: esto es toda la ley; lo demás no es
más que la explicación”. Los rabinos resumían la ley en el pre-
cepto: “no hagas a otro lo que tú no quieres que otros te hagan a
ti”. El rabino Aqiba declara el mandamiento de amor al prójimo
como una norma muy importante de la Torá (Sifré, Lev 19,18).
Y en el Testamento de los XII Patriarcas se recomienda: “Amad
al Señor con toda vuestra vida y amaos entre vosotros con sin-
gular corazón” (Test. Xll Patr. Dan 5,2; y en otros lugares).
Mandatos que están entre otras disposiciones de la misma im-
portancia. No constituyen como ocurre en la enseñanza de Je-
sús “el mandato” por excelencia.

– Los fariseos creen finalmente en la resurrección, en la inmor-


talidad personal en un más allá, en los ángeles, en la Providen-
cia. En cuanto a la resurrección, que ellos afirman frente a los
saduceos, Cristo la demuestra según las normas de la argumen-
tación rabínica (Mc 12,18-27). Creen en la vida perdurable y en
la condenación eterna, con una teodicea singular: si a una per-
sona injusta le va bien en la tierra, Dios le recompensa las cosas
buenas que ha hecho (nadie hay tan malo que no haga algo
bien). De modo que en el juicio sólo tendrá que imponerle el
castigo. Si, de modo singular, a un justo tiene sufrimientos en
esta vida es para que reciba aquí el castigo de las transgresiones
que haya cometido, de modo que en el juicio Dios tenga que
darle sólo recompensa.

. Jesús y los fariseos. Hemos constatado antes la elevada doctri-


na que profesaban los fariseos, que algunas veces se acerca y
otras coincide con la de Cristo. En cuanto a sus relaciones con
Jesús, Lucas constata que, al menos, tres veces un fariseo invita
a Cristo a comer a su casa (7,26; 11,37; 14,1). En una ocasión los
fariseos advierten a Jesús que Herodes Antipas trama su muerte
(Lc 13,31). En el relato de la pasión no se hace mención de los
fariseos (sí de los sacerdotes y de los ancianos); habida cuenta
de la hostilidad que aparece entre Jesús y ellos, el que no se ha-
ga mención de ellos, podría indicar que en cuanto tales no tu-
vieron influjo especial en la condena de Jesús. Nicodemo era
fariseo (Jn 3,1) y también Gamaliel que defendió a los apóstoles
en el Sanedrín (He 5,34ss). Y entre los primeros cristianos había
fariseos, celadores de la Ley (He 15,5; 21,20). Podríamos añadir
el testimonio de Pablo que presenta entre sus privilegios su
condición de fariseo (Fil 3,5), proclama ante los judíos que él ha
sido instruido a los pies de Gamaliel (He 22,3), y en el discurso
de Pablo ante el Sanedrín los fariseos lo defienden frente a los
saduceos (He 23,9). Sin embargo Cristo lanza contra ellos gra-
ves acusaciones.

A) Las de Cristo. Ya el Bautista había increpado duramente a los


fariseos (y saduceos) a quienes denomina “raza de víboras” (Mt
3,1-9).

– Cristo, que aparece muy pronto opuesto a ellos, desenmascara


su formulismo religioso, les hace muy duras recriminaciones y
les anuncia su reprobación.

†¢ Al principio del Sermón de la montaña dice a sus discípulos:


“Os digo que, si vuestra justicia no es mayor (de mejor condi-
ción) que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino
de los Cielos” (Mt 5,20). Después rechaza las actitudes hipócri-
tas de los fariseos en tres cosas importantes en la espiritualidad
judía: la limosna, la oración y el ayuno. Realizan los actos co-
rrespondientes a ellas de manera ostentosa con el fin de ser vis-
tos y tenidos por piadosos ante los hombres (Mt c. 6).
†¢ En el c. 23 Mt les acusa de predicar el bien y no practicarlo,
de jactarse por cumplir los mandamientos, de aumentar sus fi-
lacterias, de buscar los puestos de honor en la mesa y en las si-
nagogas, del gusto con que escuchaban ser llamados “Rabí”. Les
acusa asimismo de hipócritas, de purificar la copa y la fuente,
mientras asolaban la casa de las viudas, de diezmar incluso la
menta, el comino y el anís y luego no cumplen con los manda-
mientos de la Ley, como la justicia, la misericordia y la fe. Los
describe como “ciegos conductores de ciegos”, como hombres
que “filtran el mosquito y dejan pasar el camello”, como “sepul-
cros blanqueados”, limpios por fuera, pero llenos de podredum-
bre por dentro. Engalanaban las tumbas de los profetas muertos
y apedreaban a profetas semejantes vivos. Así recoge las acusa-
ciones del c. 23 J. Klausner.

†¢ Les anuncia su reprobación. En la parábola de los viñadores


homicidas les dice que “Se os quitará el Reino de Dios para dár-
selo a un pueblo que rinda sus frutos” (Mt 21,43). La parábola
del banquete nupcial constata: “Se airó el rey y, enviando sus
tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su
ciudad” (Mt 22,7). En el Apóstrofe a Jerusalén, Cristo anuncia:
“Se os va a dejar desierta vuestra casa” (Mt 23,38). Jesús va a
ser rechazado, y Dios abandonará Jerusalén y su Templo. En Mt
aparece más que en ningún otro evangelio la tríada: cumpla,
castigo, reprobación (A. Anton).

B) ¿Estaban justificadas las acusaciones de Jesús? Hay quienes


han dicho (muchos judíos y algunos cristianos) que Cristo no
fue justo en sus acusaciones contra los fariseos. Pero los testi-
monios de la Mishná, del Talmud y de Klausner manifiestan que
tales acusaciones estaban justificadas:

– La á dice muchas cosas duras contra los diversos tipos de fari-


seos hipócritas: “Un estúpido, un bribón astuto, una mujer san-
turrona y la plaga de los fariseos, en opinión de los tanaím (he-
rederos ellos mismos de los fariseos) son los seres que destru-
yen el mundo”. Cuando uno de los discípulos de R. Yehuda ha-
Nasí fue víctima de un estafador, el Rabí, desconsoladamente,
dijo: “En lo que respecta a este hombre, le aflige la plaga farisai-
ca” (Mishná Sotá, III, 41).
El (=Talmud) enumera siete tipos de fariseos de los que sólo dos
(tal vez uno) merecen la opinión favorable de los tanaím: “Hay
siete clases de fariseos: el fariseo (jorobado), el fariseo (tenedu-
ría de libros), el fariseo (golpeador o prestatario), el fariseo
(semejante a la peste), el fariseo “haré lo que es mi obligación”,
el fariseo “por temor” y el fariseo “por amor”. (J. Sofá 111, 4). No
es fácil determinar el sentido de algunos de estos términos, que
los Talmudes interpretan de modo muy diferente. “Al Talmud -
dice Klausner- le disgustan todos estos tipos (quizá con la ex-
cepción del fariseo “por amor” que podía exagerar su piedad fa-
risaica con una intención perfectamente buena), y llama a sus
maneras extremistas, ascéticas y autosatisfechas “la plaga fari-
sea”. Considera el fariseísmo extremo como la conducta de un
“jasid estúpido”, y su hipocresía y orgullo como propios de “un
bribón astuto” y de una “mujer santurrona”; su gazmoñería y
mojigatería equivalen a las de una “virgen en ayuno o una viuda
casquivana” (p. 207).

Hay un relato análogo en Rabí Eleazar que dice: “Y la plaga de


los fariseos, es decir, de los que aconsejan a los huérfanos que se
hagan mantener por las viudas”, lo que corresponde a Mc 12,40;
Lc 20,47.

– Joseph , recoge las acusaciones, en la forma antes indicada, y


dice que no se puede negar la razón de las mismas y tenerlas por
invenciones. “No vale la pena negar estos cargos y afirmar, co-
mo la mayor parte de los judíos eruditos de tendencia apologé-
tica, que son meras invenciones” (p. 206). “Debemos admitir -
escribir- que el fariseísmo tiene efectivamente un defecto serio
que permite a los más hipócritas la jactancia del mero cumpli-
miento de los mandamientos, defecto que justifica el ataque de
Jesús, (como) judío, e incluso fariseo. Pues, aunque no haya si-
do un fariseo completo, Jesús tenía como todo o maestro de
aquellos días, mucho más de fariseo que de saduceo “los esenios
no eran más que exponentes de ciertos extremos del fariseísmo”
(p. 208).

Lógicamente J. Klausner, como buen judío, trata de disculpar-


los en la medida de lo posible. Toda sociedad, dice, tiene tiem-
pos o situaciones de relajamiento o deformación, miembros que
no se mantienen fieles a su Fundador. Lo que ocurría entonces
en Israel. Pero una religión, advierte,-debe ser juzgada por sus
principios y por sus mejores maestros, más que por sus miem-
bros indignos; debe ser juzgada por lo mejor que posee y no por
lo peor. Y añade: “¿Qué pensarían los eruditos cristianos si juz-
gáramos al cristianismo, no por su Fundador, ni por sus prime-
ros Padres y Santos que murieron como mártires, sino por la
multitud de cristianos hipócritas y mojigatos que ha habido en
todas las generaciones?” (p. 208).

) La clave de la valoración y críticas está en Mt 23,3: “Haced lo


que ellos dicen, no lo que ellos hacen”.

– Hemos puesto de relieve que los fariseos eran los intérpretes


de la Ley y la elevación de su doctrina y que muchas sentencias
de Cristo llevan el sello de la doctrina de los fariseos. Klausner
llega a afirmar: “Sin el fariseísmo, la carrera de Jesús es incom-
prensible e incluso habría sido imposible, y que a pesar del an-
tagonismo cristiano hacia los fariseos, las enseñanzas de éstos
constituyeron la base de la primitiva doctrina cristiana, hasta la
época en que esta última comenzó a recoger elementos de fuen-
tes no judías” (p. 209). Así tenía que hablar un judío. El cris-
tiano sabe de dónde viene la doctrina netamente cristiana.

– Pero hagáis que ellos hacen. Los testimonios antes citados y


los Evangelios nos dicen que los fariseos eran hipócritas, amigos
de la ostentación con el fin de ser vistos por los demás como jus-
tos y observadores de la Ley. Habían reducido la religión a un
formulismo exterior. Las acusaciones de Cristo no iban contra
los fariseos en cuanto tales, ni contra su doctrina, sino contra
las formalidades externas en las que hacían constituir la religión
(J. Bonsirven). Además imponían a sus adeptos una red de mi-
nuciosas observancias que ellos mismos se las ingeniaban para
soslayarlas (Mt 12,11; Lc 13,15; Jn 7,22-24). También R. Jojanán
Ben Zacai condenaba severamente a “quienes exigen el bien y
no lo practican” (Jagiga, 14a). -> contexto; ; literatura intertes-
tamental; enemigos.

BIBL. — JOSEP KAUSNER, ús de Nazaret. Su vida, su tiempo y


enseñanza. Ed. Paidos, Buenos Aires 1971; MANUEL REVUEL-
TA SAí‘UDO, de Cristo, Desclée, Bilbao 1960, 81-99 184-202;
JOHANNES LEIPOLDT WALTER GRUNDMANN, mundo del
Nuevo Testamento, v. 1 Cristiandad, Madrid 1973, -299; AU-
GUSTíN GEORGE y PIERRE GRELOT, ón crítica al Nuevo
Testamento, Herder, Barcelona 1983, 153-158; CHRISTIANE
SAULNIER, , en Enciclopédico de la Biblia, Herder , 602.

Pérez

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de


Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Partido o grupo judío de tiempos de Jesús. No constituían un


grupo de poder, sino de comunión vital, aunque al principio pa-
rece que estaban más implicados en la acción política. Suelen
vincularse con los hasidim, asideos o piadosos, opuestos al pro-
ceso de helenización del judaismo, desde la crisis macabea
(primera mitad del siglo II a.C.). Pero la misma evolución del
judaismo y su trayectoria religiosa les llevó a constituirse como
fraternidades piadosas de separados (eso significa su nombre),
que ponen de relieve la exigencia de pureza del judaismo. No se
oponen a los sacerdotes, pero acentúan de tal manera la expe-
riencia de pureza sacerdotal que quieren convertir cada casa ju-
día en un templo y cada comida en un sacrificio de alabanza a
Dios. Por eso se comprometen a vivir conforme a las normas de
pureza más estricta de la Ley sagrada, que, de un modo normal,
conforme al Levítico, sólo se aplicaba para los sacerdotes en
funciones, dentro del templo. Así aparecen en tiempos de Jesús
o, al menos, al comienzo de la Iglesia. En principio, los fariseos
no pretenden dominar sobre otros, sino vivir intensamente la
experiencia de pureza de la tradición israelita, cultivando de un
modo radical las normas de separación sagrada. Todo nos per-
mite suponer que ellos no se oponían de un modo directo a Je-
sús en el tiempo de su vida, pues ellos (fariseos y Jesús) repre-
sentan movimientos de renovación judía bastante semejantes.
El mismo hecho de parecerse a los seguidores de Jesús les lleva-
rá más tarde a enfrentarse con ellos, de una forma que ha que-
dado bien destacada por Pablo, los evangelios sinópticos y Juan.
Esta oposición se debe al hecho de que unos y otros, cristianos y
fariseos, recrearán de formas distintas la misma herencia israe-
lita, formando instituciones religiosas duraderas, que siguen
existiendo hasta el día de hoy.

Cf. J. JEREMíAS, Jerusalén en tiempos de Jesiis, Cristiandad,


Madrid 1977; E. P. SANDERS, Judaism. Practice and Belief.
63BCE66CE, SCM, Londres 1992.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra,


Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Importante secta religiosa del judaísmo que existía en el siglo I


E.C. Según algunos eruditos, el término significa literalmente
†œseparados; separatistas†, quizás debido a que evitaban la
inmundicia ceremonial o se separaban de los gentiles. No se sa-
be con exactitud cuándo apareció esta secta. Los escritos del
historiador judío Josefo indican que en el tiempo de Juan Hir-
cano I (segunda mitad del siglo II a. E.C.) los fariseos ya eran un
grupo influyente. Josefo escribió: †œGozan de tanta autoridad
en el pueblo que si afirman algo incluso contra el rey o el pontí-
fice [el sumo sacerdote], son creídos†. (Antigüedades Judías,
libro XIII, cap. X, sec. 5.)
Josefo también proporciona detalles sobre las creencias de los
fariseos. Dice: †œCreen también que al alma le pertenece un
poder inmortal, de tal modo que, más allá de esta tierra, tendrá
premios o castigos, según que se haya consagrado a la virtud o
al vicio; en cuanto a los que practiquen lo último, eternamente
estarán encerrados en una cárcel; pero los primeros gozarán de
la facultad de volver a esta vida†. (Antigüedades Judías, libro
XVIII, cap. I, sec. 3.) †œPiensan que el alma es imperecedera,
que las almas de los buenos pasan de un cuerpo a otro y las de
los malos sufren castigo eterno.† (La Guerra de los Judíos, li-
bro II, cap. VIII, sec. 14.) Con respecto a sus ideas en cuanto al
destino o la providencia, Josefo informa: †œAtribuyen todo al
destino y a Dios y creen que la facultad de actuar bien o mal de-
pende en gran parte del hombre mismo, pero que el destino de-
be colaborar en cada acto particular†. (La Guerra de los Judí-
os, libro II, cap. VIII, sec. 14.)
Las Escrituras Griegas Cristianas revelan que los fariseos ayu-
naban dos veces a la semana, entregaban escrupulosamente el
diezmo (Mt 9:14; Mr 2:18; Lu 5:33; 11:42; 18:11, 12) y no esta-
ban de acuerdo con la creencia de los saduceos de que †œno hay
ni resurrección, ni ángel, ni espíritu†. (Hch 23:8.) Se enorgu-
llecían de ser justos (en realidad, justos a sus propios ojos) y mi-
raban despectivamente a la gente común. (Lu 18:11, 12; Jn 7:47-
49.) Para impresionar a otros con su justicia, †˜ensanchaban las
cajitas que contenían escrituras y que llevaban puestas como
resguardos, y agrandaban los flecos de sus prendas de vestir†™.
(Mt 23:5.) Amaban el dinero (Lu 16:14) y deseaban prominencia
y títulos lisonjeros. (Mt 23:6, 7; Lu 11:43.) Eran tan tendencio-
sos al aplicar la Ley que la hacían gravosa para el pueblo, insis-
tiendo en que se observase según sus conceptos y tradiciones.
(Mt 23:4.) Perdieron de vista por completo los asuntos impor-
tantes, es decir, la justicia, la misericordia, la fidelidad y el amor
a Dios. (Mt 23:23; Lu 11:41-44.) Por otra parte, se esforzaban en
gran manera por hacer prosélitos. (Mt 23:15.)
Las principales cuestiones por las que contendían con Cristo Je-
sús tenían que ver con la observancia del sábado (Mt 12:1, 2; Mr
2:23, 24; Lu 6:1, 2), el adherirse a la tradición (Mt 15:1, 2; Mr
7:1-5) y la asociación con los pecadores y los recaudadores de
impuestos (Mt 9:11; Mr 2:16; Lu 5:30). Al parecer, los fariseos
pensaban que se contaminaban si se asociaban con personas
que no observaban la Ley según el punto de vista de ellos (Lu
7:36-39); por lo tanto, pusieron reparos cuando Cristo Jesús se
asoció e incluso comió con pecadores y recaudadores de im-
puestos. (Lu 15:1, 2.) Los fariseos criticaban a Jesús y a sus dis-
cípulos debido a que no observaban el lavado de manos tradi-
cional (Mt 15:1, 2; Mr 7:1-5; Lu 11:37, 38), pero Jesús expuso lo
equivocado de su razonamiento y mostró que eran violadores de
la ley de Dios por adherirse a tradiciones de origen humano.
(Mt 15:3-11; Mr 7:6-15; Lu 11:39-44.) Más bien que regocijarse y
glorificar a Dios por las curaciones milagrosas efectuadas por
Cristo Jesús en sábado, los fariseos se llenaron de ira por lo que
consideraban una violación de la ley del sábado y tramaron ma-
tarle. (Mt 12:9-14; Mr 3:1-6; Lu 6:7-11; 14:1-6.) Dijeron a un
hombre ciego a quien Jesús había curado en sábado: †œEste no
es hombre de Dios, porque no observa el sábado†. (Jn 9:16.)
La actitud que manifestaron los fariseos mostró que en su inte-
rior no eran ni justos ni limpios. (Mt 5:20; 23:26.) Al igual que
los demás judíos, tenían que arrepentirse. (Compárese con Mt
3:7, 8; Lu 7:30.) Pero la mayoría de estos fariseos prefirieron
permanecer ciegos espiritualmente (Jn 9:40) e intensificaron su
oposición al Hijo de Dios. (Mt 21:45, 46; Jn 7:32; 11:43-53, 57.)
Algunos fariseos acusaron falsamente a Jesús de expulsar de-
monios por medio del gobernante de los demonios (Mt 9:34;
12:24) y de ser un testigo falso. (Jn 8:13.) Por otra parte, ciertos
fariseos intentaron intimidar al Hijo de Dios (Lu 13:31), le exi-
gieron que les mostrase alguna señal (Mt 12:38; 16:1; Mr 8:11),
procuraron entramparle en su habla (Mt 22:15; Mr 12:13; Lu
11:53, 54) y, además, intentaron ponerle a prueba por medio de
preguntas (Mt 19:3; 22:34-36; Mr 10:2; Lu 17:20). Finalmente,
Jesús acalló sus preguntas planteándoles cómo podría el hijo de
David ser el Señor de David al mismo tiempo. (Mt 22:41-46.) En
la chusma que posteriormente detuvo a Jesús en el jardín de
Getsemaní había fariseos (Jn 18:3-5, 12, 13), así como también
entre los que pidieron a Pilato que asegurase la tumba de Jesús
para que nadie pudiera robar el cuerpo. (Mt 27:62-64.)
Los fariseos ejercieron una influencia tan grande durante el mi-
nisterio terrestre de Cristo Jesús, que las personas prominentes
tenían temor de confesar fe en él abiertamente. (Jn 12:42, 43.)
El fariseo Nicodemo debió ser una de estas personas temerosas.
(Jn 3:1, 2; 7:47-52; 19:39.) Es posible también que hubiese fari-
seos que no manifestaran una oposición enconada o que más
tarde se hicieran cristianos. Por ejemplo, el fariseo Gamaliel
aconsejó no oponerse a la obra de los cristianos (Hch 5:34-39),
y el fariseo Saulo (Pablo) de Tarso llegó a ser un apóstol de Je-
sucristo. (Hch 26:5; Flp 3:5.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

farisaios (farisai`o”, 5330), de una palabra aramea, peras (que


se halla en Dan 5:28), que significa separar, debido a una mane-
ra de vivir diferente a la de la generalidad de la gente. Los fari-
seos y saduceos aparecen como partidos distintos en la última
mitad del siglo II a.C., aunque representan tendencias que se
pueden seguir mucho más atrás en la historia del judaísmo,
tendencias que se acentuaron después del retorno de Babilonia
(537 a.C.). Los progenitores inmediatos de los dos partidos fue-
ron, respectivamente, los jasideos y los helenistas; los últimos,
antecesores de los saduceos, tenían la intención de eliminar la
estrechez del judaísmo, y participar en las ventajas de la vida y
cultura griegas. Los jasideos, una transliteración del término
hebreo jasidim, esto es, los piadosos, eran un grupo de hombres
celosos de la religión, que actuaban bajo la conducción de los
escribas, en oposición al impío partido helenizante; se refrena-
ron de oponerse al legítimo sumo sacerdote incluso cuando este
se puso de parte de los helenistas. Así, los helenizantes eran una
secta política, en tanto que los jasideos, cuyo principio funda-
mental era una separación completa de los elementos no judíos,
eran el partido estrictamente legal entre los judíos, y llegaron
finalmente a ser el partido más popular e influyente. En su celo
por la ley casi llegaron a deificarla, y su actitud se tornó mera-
mente externa, formal y mecánica. Ponían el énfasis no en la
rectitud de la acción, sino en su corrección formal. Como conse-
cuencia, fue inevitable su oposición a Cristo; su manera de vivir
y su enseñanza eran esencialmente una condenación de las su-
yas; de ahí sus denuncias contra ellos (p.ej., Mat 6:2,5,16; 15.7 y
cap. 23). Mientras los judíos seguían divididos en estos dos par-
tidos, la expansión del testimonio del evangelio tiene que haber
producido lo que para el público tiene que haber sido una nueva
secta, y en el gran desarrollo que tuvo lugar en Antioquía (Act
11:19-26), el nombre “cristianos” parece haber sido un nombre
popular aplicado a los discípulos como una secta, siendo empe-
ro la causa primaria su testimonio de Cristo (véase crematizo en
LLAMAR). La oposición tanto de fariseos como de saduceos
(que no obstante seguían enfrentados entre sí, Act 23:6-10) con-
tra la nueva “secta” siguió sin disminuir durante la época apos-
tólica.

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

La secta judía de los fariseos (heb. “los separados”) comprendía


en tiempos de Jesús alrededor de seis mil miembros; como la de
los asenios, se la relaciona ordinariamente con los asideos (heb.
hrnridim: “los piadosos”) que en tiempo de los macabeos lucha-
ron encarnizadamente contra la influencia pagana (1Mac 2,42).
Contaba entre sus miembros a la totalidad de los escribas y de
los doctores de la ley, como también a cierto número de sacer-
dotes. Organizando a sus miembros en cofradías religiosas tra-
taba de mantenerlos en la fidelidad a la ley y en el fervor.

1. Orígenes del conflicto con Jesús. Parece que históricamente la


responsabilidad de la muerte de Jesús incumbe en primer lugar
a la casta sacerdotal y a los saduceos; a los fariseos no se los
nombra en los relatos de la pasión (excepto Jn 18,3); algunos de
ellos asumieron abiertamente la defensa de Jesús (Jn 7,50;
9,16) y de los cristianos (Act 5,34; 23,9); varios vieron en Jesu-
cristo al que *cumplía o realizaba su fe judía (Act 15,5) – así Pa-
blo, su más ilustre representante (Act 26,5; Flp 3,5) -. Es un he-
cho, sin embargo, que gran número de fariseos se opuso encar-
nizadamente a la enseñanza y a la persona de Jesús. Esta oposi-
ción, no ya el oportunismo de los sumos sacerdotes, es la que
ofrecía interés a los ojos de los evangelistas, puesto que caracte-
rizaba el conflicto entre el judaísmo y el cristianismo.

Para no juzgar farisaicamente a los fariseos de tiempos pasados


es preciso reconocer las cualidades que dieron origen a sus ex-
cesos. Jesús admira su *celo (Mt 23,15), su solicitud por la per-
fección y por la *pureza; Pablo subraya su voluntad de practicar
minuciosamente la ley; hay que fe-licitarlos por su adhesión a
tradiciones orales vivas. Pero escudándose en su ciencia legal
aniquilan el precepto de Dios con sus *tradiciones humanas (Mt
15,1-20), desprecian a los ignorantes en nombre de su propia
justicia (Le 18.11s); impiden todo contacto con los pecadores y
los publicanos limitando así a su horizonteel *amor de Dios;
consideran incluso que tienen derechos para con Dios en nom-
bre de su práctica (Mt 20,1-15; Lc 15,25-30). Y como, según Pa-
blo (Rom 2.17-24), no pueden poner en práctica este ideal, se
comportan como *hipócritas, “sepulcros blanquea-dos” (Mt
23,27). Encerrados en su universo legalista, están ciegos a toda
luz, que venga de fuera y se niegan a reconocer en Jesús más
que a un impostor o un aliado del demonio.

2. El fariseísmo. Esta utilización de la palabra “fariseos” en un


contexto de polémica determina un uso habitual en la tradición
cristiana. En este sentido restringido el fariseísmo no es una
secta, sino un espíritu, opuesto al del evangelio. El cuarto evan-
gelio conservó algunas es-cenas típicas sobre la ceguera de los
fariseos (Jn 8,13; 9,13.40), pero ordinariamente los asimila a los
“*judíos”, mostrando así que su conflicto con Jesús tiene un va-
lor transhistórico. Hay fariseísmo cuando se cubre uno con la
máscara de la *justicia para dispensarse de vivirla interiormente
o de reconocerse *pecador y escuchar el llamamiento de Dios,
cuando encierra uno el amor de Dios en el círculo estrecho de su
ciencia religiosa. Esta mentalidad se descubre en el cristianismo
naciente, entre los judeocristianos con que tropezará san Pablo
(Act 15,5): éstos quieren someter a prácticas judías a los conver-
tidos procedentes del paganismo y de esta manera mantener ba-
jo el yugo de la *ley a los que habían sido *liberados de él por la
muerte de Cristo. Hay también fariseísmo en el cristiano que
desprecia al judío desgajado del árbol (Rom 11,18ss). El fariseí-
smo amenaza al cristianismo en la medida en que éste retrocede
al estadio de observancia legal y desconoce la universalidad de
la *gracia.

-> Hipócrita – Incredulidad – Judío Justicia.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teología Bíblica, Her-


der, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Farisaioi (hebreo p̄ә rûšîm) = término semítico para uno que


ha sido separado, separatista, aunque raramente se encuentra
en singular (Lc. 7:36; Hch. 5:34; Fil. 3:5). Los fariseos se aso-
cian generalmente con los escribas (Mt. 5:20) y saduceos (Mt.
16:1) o con los herodianos (Mt. 22:15) en su oposición a Jesús.
Su origen es desconocido. Algunos sostienen que ellos se sepa-
raron de Judas Macabeo en el advenimiento de Alcimus en el
año 162 a.C. y que eran los hasidim, un grupo de resistencia pa-
siva dedicados a la observancia del judaísmo. Josefo los distin-
gue de los esenios y saduceos en los días de Jonatán, en el año
146 a.C. Otros los miraron como los haberim quienes deserta-
ron de Hircano alrededor del año 135–104 a.C. y que juraron
una observancia escrupulosa de la ley (Mishna). Bajo Alejandra
(76 a.C.), cuyo hermano era un fariseo, fueron admitidos en el
Sanedrín y comenzaron a dominar en la política; apoyaron la
política pro-romana de Antípater, y Herodes el Grande cooperó
con los influyentes rabinos Polio y Sameas. En el tiempo de Je-
sús, ellos controlaban las sinagogas y escuelas y eran respetados
por las masas (Ant. 18:1, 3).

Su creencia se equilibraba entre el fatalismo de los esenios y la


posición liberal de los saduceos (Historias de la guerra judía 2,
8, 14). Creían en la resurrección después de la muerte, en los
ángeles, y en las recompensas y castigos futuros, (Hch. 23:8), y
citaban el pentateuco para probarlo (p. ej., Nm. 18:28) como Je-
sús (Lc. 20:37). Reverenciaban especialmente la tradición de los
escribas (Mr. 7:9; Ant. 13, 10, 6) a la que se veían atados. Mien-
tras que los saduceos ignoraban los cambios, ellos trataban de
ajustar la ley a nuevas situaciones por medio de interpretacio-
nes prácticas. Practicaban el exorcismo (Lc. 11:19). Su diezmo y
ayuno eran voluntarios (lunes y jueves) (Lc. 18:9–14). Para la
blasfemia y el adulterio, prescribían la pena de muerte. Su espe-
ranza mesiánica encuentra expresión en los Salmos de Salomón
(alrededor del año 50 a.C.) en los que se contrasta a los piado-
sos (fariseos) con los pecadores. Denuncian a los asmoneos y
proclaman a Pompeyo como el libertador de Dios. El farisaico
Testamento de los Doce Profetas (año 120 a.C.) describe al Me-
sías atando a Belial, ejecutando el juicio y estableciendo la nue-
va Jerusalén.

Los puntos de conflicto entre Jesús y los fariseos fueron: (1) su


tradición que invalidaba la ley (Mr. 7:12); (2) su rígido sabata-
rianismo que restringía las sanidades (Mt. 12:12); (3) corrup-
ción y regeneración moral (Mr. 7:18–23); (4) méritos y recom-
pensas (Lc. 17:10); (5) hipocresía (Mt. 23:13); (6) la misión a los
gentiles y las castas sociales (Lc. 7:36–50) y (7) su falta de hu-
mildad (Lc. 18:9–14). Jesús compartió algo de su enseñanza
más espiritual (Lc. 10:27, 28) y ciertos fariseos como Nicodemo
le apoyaron.

BIBLIOGRAFÍA

Arndt; F.C. Burkitt, Jesus and the Pharisees; M.S. Ens-


lin, Christian Beginnings, pp. 112–118; HDB; JTS 28 (27), 392–
397; C.G. Montefiore, The Synoptic Gospels; E. Schuerer, Div.
II, vol. II, pp. 2–9 para Josephus and Mishna.
Denis H. Tongue

HDB Hastings’ Dictionary of the Bible

JTS Journal of Theological Studies

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H.


(2006). Diccionario de Teología (260). Grand Rapids, MI: Li-
bros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

I. Historia

La obra de *Esdras fue continuada por los que trataban de dominar el texto y la enseñanza de la ley en
todos sus detalles—los escribas del NT fueron sus descendientes espirituales—y por el círculo más am-
plio de los que meticulosamente trataban de poner en práctica su enseñanza. A comienzos del ss. II a.C.
los encontramos con el nombre de ḥası̂ dı̂ m, e. d. los fieles de Dios (* ASIDEOS).

El nombre “fariseo” aparece primeramente en el contexto de los primeros reyes-sacerdotes asmoneos. Los
asideos probablemente se habían dividido. La minoría, basándose en la ilegitimidad del sumo sacerdocio
y el abandono de ciertas tradiciones, se retiró de la vida pública a la espera de una intervención escatoló-
gica de Dios. La mayoría se proponía lograr el control de la religión del estado. La interpretación tradi-
cional de los fariseos como “los separados” es mucho más probable que la sugerencia de T. W. Manson
del sobrenombre “los persas”. Sus puntos de vista sobre el diezmo (véase inf.) hicieron ineludible su
separación de la mayoría.

Bajo Juan Hircano (134–104 a.C.) tuvieron mucha influencia y contaron con el apoyo del pueblo
(Jos., Ant.13. 288–300), pero al romper con él, este se volvió hacia los saduceos. La oposición farisea
bajo Alejandro Janeo (103–76 a.C.) llegó a tal punto que hasta apelaron al rey seléucida, Demetrio III, en
busca de ayuda. Janeo triunfó y crucificó a unos 800 opositores importantes (Jos., Ant.13.380). En su
lecho de muerte, empero, le aconsejó a su mujer, Alejandra Salomé, quien lo sucedió (76–67 a.C.), que
pusiera el gobierno en manos de los fariseos, los que desde ese momento mantuvieron una posición influ-
yente en el sanedrín.

Sufrieron grandemente bajo Antípater y Herodes (Jos., GJ1. 647–655), y evidentemente comprendieron
que no se puede lograr fines espirituales mediante medios políticos, porque después de la muerte de He-
rodes vemos que algunos de ellos piden un gobierno romano directo. Por la misma razón la mayoría de
ellos se opuso a la rebelión contra Roma (66–70 d.C.). En consecuencia, Vespasiano favoreció a Yohanán
ben Zakkai, uno de los líderes de ellos, y le permitió establecer una escuela rabínica en Jamnia (Yavneh).
Para entonces las controversias entre el partido del riguroso Shammai y el del más liberal Hillel habían
terminado en un acuerdo, los saduceos habían desaparecido, y los zelotes estaban desacreditados—
después de la derrota de Barcoquebá en 135 d.C. ellos también desaparecieron—de modo que los fariseos
se convirtieron en los líderes incuestionados de los judíos. Para el 200 d.C. judaísmo y fariseísmo consti-
tuían términos sinónimos.

II. Relación con otros partidos


Los fariseos fueron siempre un grupo minoritario. Bajo Herodes su número fue algo superior a los 6.000
(Jos., Ant. 17.42). La posterior acritud en su relación con el pueblo común (˓am ha’āreṣ), evidenciada por
muchos pasajes talmúdicos del ss. II d.C., indica que la rigurosidad de su interpretación de la ley no tenía
ningún atractivo intrínseco. Los apocalípticos tenían poca influencia excepto a traves de los zelotes, y su
atracción parece haberse manifestado principalmente entre un proletariado desesperado. Los saduceos
provenían en su mayoría de los terratenientes acomodados; la tradición talmúdica distingue claramente
entre ellos y sus aliados, la casa de Boeto, el clan sumo sacerdotal. A su modo eran tan rigurosos como
los fariseos, sólo que aplicaban las leyes y sus tradiciones sin pensar en las consecuencias: dada su rique-
za podían aguantarlas. Los fariseos siempre tuvieron en cuenta el interés público. No es mera coinciden-
cia el que Shammai, el fariseo riguroso, procediera de una familia aristocrática y rica, mientras que Hillel
era hombre del pueblo. Para el pueblo el atractivo principal de los fariseos era que en su mayoría prove-
nian de la clase media baja y de las mejores capas de los artesanos y que, comprendiendo al hombre co-
mún, trataban sinceramente de hacer que la ley les resultase llevadera.

Las diferencias que destaca Josefo (GJ 2. 162–166)—la creencia farisea en la inmortalidad del alma, que
habría de reencarnarse (e. d. reanimar el cuerpo de resurrección), y en la anulación del destino (e. d. Dios),
mientras que los saduceos no creían ninguna de las dos cosas (cf. Mt. 22.23; Hch. 23.8)—eran secunda-
rias evidentemente. Fundamentalmente los saduceos consideraban que el culto del templo constituía el
centro y el propósito principal de la ley. Los fariseos destacaban el cumplimiento individual de todos los
aspectos de la ley, del que el culto era sólo una parte, como la razón de su existencia. Las diferencias
externas expresaban sus actitudes internas.

III. Enseñanza

Para la concepción farisaica de la religión resultaba básica la creencia de que el exilio bábilónico tuvo su
origen en el hecho de que Israel no guardó la Tora (la ley mosaica), y guardarla constituía una obligación
individual como también nacional. Pero la Torá no era simplemente “ley” sino también “instrucción”, e. d.
consitía no sólo en mandamientos fijos sino que se adaptaba a las condiciones cambiantes, y de ella podía
inferirse la voluntad de Dios para situaciones no mencionadas expresamente. Esta adaptación o inferencia
era la tarea de quienes habían hecho un estudio especial de la Torá, y la decisión de la mayoría debía ser
acatada por todos. Una de las primeras tareas de los escribas fue la de determinar el contenido de la Torá
escrita (tôrâ še-biḵtaḇ). Establecieron que contenía 613 mandamientos, 248 positivos, 365 negativos. El
paso siguiente consistió en “poner una cerca” alrededor de ellos, e. d. interpretarlos y complementarlos de
tal modo que se eliminara la posibilidad de quebrantarlos por error o por ignorancia. El ejemplo más
conocido lo constituyen las frecuentemente citadas treinta y nueve especies principales de actos prohibi-
dos en el día de reposo. Sin embargo, no tienen nada de irrazonable o ilógico cuando se acepta la prohibi-
ción literal de trabajar en dicho día. Los mandamientos fueron aplicados por analogía a situaciones no
contempladas directamente por la Torá. Todas estas elaboraciones, juntamente con las treinta y una cos-
tumbres de “uso inmemorial”, formaban la “ley oral” (tôrâ še-be-˓al peh), cuya elaboración completa es
posterior al NT. Estaban convencidos de que tenían la recta interpretación de la Torá, y sostenían que esta
“tradición de los ancianos” (Mr. 7.3) provenía de Moisés en el Sinaí.

Más allá de una insistencia absoluta en la unidad y la santidad de Dios, la elección de Israel y la autoridad
absoluta de la Torá para él, el enfoque en la religión del fariseo era ético, no teológico. La reprobación de
que fueron objeto por parte de nuestro Señor (* HIPÓCRITA) tiene que interpretarse a la luz del hecho
indudable de que éticamente ocupaban una posición más elevada que la mayoría de sus contemporáneos.
El lugar destacado que los fariseos asignaban al diezmo, y su negativa a comprar comestibles a los no
fariseos, o a comer en sus casas, por temor a que la comida no hubiese sido diezmada, como ocurría con
frecuencia, se debía a las muy pesadas cargas creadas por los diezmos, agregados al régimen impositivo
introducido por los asmoneos, los herodianos, o los romanos. Para el fariseo diezmar plenamente consti-
tuía una marca de lealtad a Dios.

BIBLIOGRAFÍA. M. Simón, Sectas judías en tiempos de Jesús, 1962; C. F. Pfeiffer, “Sectas ju-
días”, °DBA, pp. 584ss; J. Leipoldt, W. Grundmann, El mundo del Nuevo Testamento, 1973, pp. 293–298;
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Jesús, 1985, t(t). Il, pp. 497–538; W. F. Albright, Los judíos: su historia, su aporte a la cultura, 1956.
G. F. Moore, Judaism in the First Centuries of the Christian Era, 3 t(t). 1927, 1930; L. I. Finkelstein, The
Pharisees², 1962; J. W. Bowker, Jesus and the Pharisees, 1973; A. Finkel, The Pharisees and the
Teacher of Nazareth², 1974; J. Neusner, The Rabbinic Traditions about the Pharisees before 70, 3 t(t).
1971; id., From Politics to Piety, 1973.

H.L.E.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edi-


cion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Una secta o facción político-religiosa formada por adherentes


del judaísmo tardío, que surgió como clase aproximadamente
en el siglo III antes de Cristo. Luego del exilio, las formas gu-
bernamentales monárquicas de los israelitas fueron cosa del pa-
sado; en su lugar, los judíos crearon una comunidad mitad es-
tado, mitad iglesia. Una de sus principales características fue ir
adquiriendo cierto sentido de superioridad sobre las naciones
paganas e idólatras con las cuales compartían su suerte. Se les
enseñaba insistentemente a separarse de sus vecinos. “Y ahora
haz confesión al Señor Dios de tus padres, y actúa según su
complacencia, y sepárate de la gente de la tierra y de sus extra-
ñas esposas.” (Esdras 10,11). Se prohibía estrictamente el ma-
trimonio con los paganos, y muchos de esos matrimonios pre-
viamente contraídos, incluso de sacerdotes, fueron disueltos
como consecuencia de la legislación promulgada por Esdras. Tal
era el estado de cosas en el siglo III, cuando el recién introduci-
do helenismo amenazó con destruir el judaísmo. Los judíos más
celosos se separaron, haciéndose llamar “chasidim” o los “pia-
dosos”, es decir, se dedicaron a la realización de las ideas incul-
cadas por Esdras, el santo sacerdote y doctor de la ley. En las
violentas condiciones incidentales a las guerras de los Maca-
beos, estos “hombres piadosos”, algunas veces llamados tam-
bién puritanos judíos, llegaron a ser una clase distinta. Fueron
llamados fariseos, lo que significa, quienes se apartaron de los
paganos y de las fuerzas y tendencias paganizantes contra la re-
ligión, que constantemente invadían las inmediaciones del ju-
daísmo (1 Mac. 1,11; 2 Mac. 4,14ss.; cf. Josefo Ant., XII, 5:1).
Durante estas persecuciones de Antíoco, los fariseos se convir-
tieron en los más férreos defensores de la religión y tradiciones
judías. Por esta causa muchos sufrieron martirio (1 Mac. 1,41ss.)
y eran tan devotos a las prescripciones de la ley, que en una oca-
sión en que eran atacados por los sirios durante el sabbath,
rehusaron defenderse (1 Mac. 2,42; ibid. 5,3 ss.). Consideraban
una abominación incluso el comer en la misma mesa con los
paganos, o tener alguna relación social en absoluto con ellos.
Debido al heroísmo de su devoción, su influencia llegó a ser
grande y de mucha trascendencia, y con el transcurrir del tiem-
po se convirtieron en fuente de autoridad, en lugar de los sacer-
dotes. En los tiempos de Nuestro Señor, tal era su poder y su
prestigio, que se sentaban y enseñaban desde la “Cátedra de
Moisés”. Naturalmente que este prestigio generó arrogancia y
presunción, y fue causa, en muchos sentidos, de perversiones
respecto a las ideas conservadoras que ellos tan firmemente
apoyaban.

En muchos pasajes de los Evangelios se cita a Cristo advirtiendo


a la multitud contra ellos en términos acerbos. “Los escribas y
fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés. Haced, pues, y
observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta,
porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las
espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas.
Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se
hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del man-
to; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros
asientos en las sinagogas], que se les salude en las plazas y que
la gente les llame “Rabbí”.” (Mat. 23,1-7). Luego siguen acusa-
ciones terribles contra los fariseos por su hipocresía, su rapaci-
dad y su ceguera (ibid., 13-36).

Luego de los conflictos con Roma (66-135 d.C.) el fariseísmo


llegó a ser prácticamente sinónimo con judaísmo. Las grandes
guerras macabeas habían definido fariseísmo: otro conflicto aún
más terrible le dio su ascendencia final. El resultado de ambas
guerras fue crear, desde el siglo II en adelante, en el seno de una
raza tenaz, el tipo de judaísmo conocido en el mundo occiden-
tal. Un estudio de la historia antigua del fariseísmo revela cierta
dignidad moral y grandeza, una marcada tenacidad de propósi-
to para servir a los altos ideales patrióticos y religiosos. En con-
traste con los saduceos, los fariseos representaron una tenden-
cia democrática; contrastados con el sacerdocio, apoyaron tanto
la tendencia espiritual como la democrática. Por virtud de la ley
misma el sacerdocio era una clase exclusiva. A ningún hombre
se le permitía ejercer una función en el Templo, a menos que
demostrara su descendencia de una familia de sacerdotes. Los
fariseos consecuentemente encontraron su principal función en
la enseñanza y la prédica. Su trabajo estaba relacionado princi-
palmente con las sinagogas, y trabajaron también en la educa-
ción de los niños y esfuerzos misioneros entre las tribus paga-
nas.

En cierto sentido, el fariseísmo ayudó a limpiar el terreno y pre-


parar el camino al cristianismo. Fueron los fariseos quienes hi-
cieron del nacionalismo idealizado la misma esencia del ju-
daísmo, basado en el monoteísmo de los profetas. A ellos les
debemos los grandes Apocalipsis, Daniel y Enoc, y fueron ellos
quienes generalizaron la creencia en la resurrección y recom-
pensas futuras. En una palabra, su influencia pedagógica fue un
factor importante en capacitar la voluntad nacional y el propósi-
to para la introducción del cristianismo.

Sin embargo, este gran trabajo estaba acompañado de muchos


defectos y limitaciones. Aunque apoyaban las tendencias espiri-
tuales, el fariseísmo desarrolló una ortodoxia arrogante y orgu-
llosa y un formalismo exagerado, que insistía en los detalles ce-
remoniales a costa de preceptos más importantes de la Ley
(Mat. 23,23-28). La importancia atribuida a ser descendientes
de Abraham (Mat. 3,9) obscureció los asuntos espirituales más
profundos, y creó un nacionalismo exclusivo y estrecho incapaz
de entender una iglesia universal destinada a incluir a los genti-
les tanto como a los judíos. Fue sólo por medio de la revelación
recibida en el camino a Damasco, que Saulo el fariseo pudo
comprender una iglesia donde todos eran por igual “semilla de
Abraham”, todos “uno en Cristo-Jesús” (Gal, 3,28-29). Ese ex-
clusivismo, unido a su propia valoración de las observancias le-
víticas externas, fue causa de que los fariseos se colocaran en
oposición a lo que es conocido como el profetismo, que tanto en
el Antiguo Testamento como en el Nuevo hace el énfasis pri-
mordial en el espíritu religioso, y así incurrieron no sólo en los
vehementes reproches del Precursor (Mat. 3,7ss.), sino también
en los del Salvador (Mat. 23,25ss.).

Se puede apreciar mejor a los fariseos cuando se les compara


con los zelotes por una parte y los herodianos por la otra. A dife-
rencia de los celotes, era su política abstenerse de apelar a la
fuerza armada. Creían que el Dios de la nación controlaba todos
los destinos históricos y que en su propio tiempo oportuno, Él
satisfaría los frustrados deseos de su pueblo escogido. Mientras
tanto, el deber de los verdaderos israelitas era tener sincera de-
voción a la Ley, y a las múltiples observancias que sus numero-
sas tradiciones habían asociado a ellas, unido a una paciente es-
pera por la súbita manifestación de la voluntad divina. Los celo-
tes, por el contrario, estaban amargamente resentidos contra la
dominación romana y hubieran apresurado con la espada el
cumplimiento de la esperanza mesiánica. Es bien conocido que
durante la gran rebelión y el sitio de Jerusalén, que terminó en
la destrucción de la ciudad (70 d.C.) el fanatismo de los celotes
les hizo ser terribles oponentes no sólo de los romanos, sino
también de otras facciones dentro de sus propios compatriotas.
Por otra parte, la facción extrema de los saduceos, conocida co-
mo los herodianos, estaba en simpatía con los gobernantes ex-
tranjeros y la cultura pagana, e incluso esperaban con agrado la
restauración del reino nacional bajo uno de los descendientes
del rey Herodes. Aún así encontramos a los fariseos haciendo
causa común con los herodianos en su oposición al Salvador
(Mc. 3,6; 12,13, etc.).

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