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WALTER BENJAMIN Y LA

DECONSTRUCCION
Jorge Panesi
En Sobre Walter Benjamin. Vanguardias, historia, estética y literatura. Una visión
latinoamericana. Edición a cargo de Gabriela Massuh y Silvia Fehrmann, Alianza Editorial /
Goethe-Institut Buenos Aires, Buenos Aires, 1993. pp. 57-68. Edición digital de Derrida en
Castellano.

Ciertos trabajos de crítica académica (tales como el mío)


presentan un aspecto vulnerable que se advierte en la dudosa solidez de una
conjunción copulativa: por ejemplo, la “y” del título en “Benjamín y la
deconstrucción”. Si repasáramos un índice de trabajos universitarios sobre
Benjamín, podríamos comprobar el abuso retórico y hasta el compromiso casi
imposible entre la obra de Benjamín y cualquier otro tópico de la filosofía, la
literatura, la historia, la antropología, la lingüística, el derecho... ocurre, sin
embargo, que esta usura repetitiva y hasta burocrática también supone un
presupuesto básico subyacente en un tipo de crítica que Walter Benjamín ayudó a
construir. El presupuesto que rige, de algún modo, el discurso crítico es una
autoasignación: la crítica se asigna o se anexa un territorio endeble, volátil y
movedizo, en cierta medida una linea marginal o un margen de los discursos, -
como les agrada decir a los críticos deconstructivos-. La conjunción “y” efectúa
un pasaje, una travesía, una traslación, una caminata entre los discursos
sólidamente constituidos. La crítica vive siempre en ese estado de pasaje. Y quién
sino Benjamín nos ha dado la certeza de esta autopercepción con su temática de
los pasajes. La inestabilidad del propio territorio es la condición esencial de la
crítica. una inestabilidad epistemológica, prácticamente un tembladeral que tiende
a expandirse a través del tránsito obsesivo que ostenta la conjunción “y” de
nuestros títulos. La crítica pretende expandirse usando a otras disciplinas que no
comparten esta precipitación que custodian rigurosamente las fronteras propias y
las ajenas, que impiden con todo su desdén metodológico las analogías
repentinas, las iluminaciones instantáneas, los encuentros retóricos que abrazan
objetos disparess mediante una escritura celosa de su propio poder.

Dos concepciones del lenguaje están en pugna y también dividen


contemporáneamente a los mismos críticos hacia el interior de su campo: una, que
busca la pertinencia y el fundamento diferencial y objetivo de su estudio y, en el
otro extremo, cierto tipo de crítica más cercana a la lengua de su objeto, que tendría
del lenguaje una visión mística, la misma que se le achaca a los trabajos de
Benjamín “Sobre el lenguaje en General y sobre el lenguaje de los hombres
o la tarea de traductor”, y la misma que se le reprocha a la deconstrucción. Pero,
en todo caso, jamás podrá decirse ni de Benjamín ni de Derrida que
posean concepciones vacilantes del lenguaje; por el contrario, son visiones fuertes
y excluyentes.

En su movimiento de expansión, la crítica literaria posee el mismo carácter


destructivo que estudió Benjamín en un artículo publicado 1929 Y habría que
recordar aquí también el valor que la filosofía deconstructiva otorga al concepto
heideggeriano de “destrucción”. El crítico está animado, la más de las veces, por
un deseo de arrasar con los suelos cultivados. Dice Benjamín en “El carácter
destructivo”: [el carácter destructivo] sólo conoce una consigna: hacer sitio; sólo
una actividad: despejar. su necesidad de aire fresco y espacio libre es más fuerte
que todo odio”.[i] Sin odio, puesto que finalmente el destructor es una faceta del
partido de los tradicionalistas, aquella parte de la tradición que despeja la memoria
y que interactúa, con su contrafigura menos tradicional: el coleccionista. El crítico
literario participa de manera bifronte en un movimiento que es el de toda la cultura,
entendida como un proceso selectivo de memoria social: destruye y conserva.
Potencialmente, la crítica literaria es el sitio móvil de los pasajes, una galería que
funciona como transición, como una cuña que desestabiliza la inercia de las reglas:
si la crítica literaria tiene modelos, hay que buscarlos en el periodismo, la
actualidad y la moda, vale decir, los momentos sociales de surgimiento del sentido,
en el pasaje hacia lo otro, cuando todo aquello que aparece se somete a la doble
ley de la conservación y la destrucción.

El respeto y la teorización de este movimiento dual que actúa en


consonancia con la cultura (que es la cultura misma) está en la base de la
deconstrucción, esa filosofía sospechosa de convivir con el establishment o la
conservación, y que siempre ha desconfiado de los movimientos ingenuos que
pretenden hacer tabla rasa con la metafísica. Estamos encerrados en la metafísica
dice Derrida, y no hay lenguaje que no eche sus raíces en ese suelo, pero
semejante fatum no debe entenderse como pasividad, resignación o complacencia,
sino como un impulso a la acción deconstructiva que es una acción de.vigilancia
sobre el lenguaje. O lo que es lo mismo, la consideración teórica de aquellas
acciones que podemos emprender con el lenguaje o que el lenguaje emprende junto
a nosotros. La filosofía es una disciplina académica y su acción es primariamente
una acción sobre el conocimiento que la universidad propaga en la cultura moderna
mediante su propio encierro. La cultura moderna y su acción viven de las paradojas
del enclaustramiento. La deconstrucción sabe de este limite, de esa barrera y de los
peligros del autotelismo, la autorreflexividad y el necesario momento de la vuelta
sobre sí de las instituciones. La autorreflexión es un peligro y también una
potencia.

En este punto debemos reconocer en Derrida, o en sus seguidores, una


fascinación por los marginales y lo marginal, por las víctimas y por las víctimas de
las totalidades sistemáticas (llámense universidades, dialéctica hegeliana, o
sistemas filosófico-políticos). Una simpatía que Derrida comparte con el
pensamiento de Foucault y que debe haber actuado como trasfondo en este
encuentro con Benjamin, un personaje rotundamente excéntrico e inasimilable
para el saber universitario de su época. La universidad alemana y la cultura que
ésta pone en movimiento tiende al sistema, tiene vocación sistemática. El papel
contradictorio de la universidad alemana frente a la política de Estado y a la
cultura, ha sido estudiado por Derrida que tomó como punto de partida un texto
de Kant, El conflicto de las facultades.[ii]Retengamos una frase de Derrida que
aparece en este ensayo: “De alguna manera, Kant no habla más que del lenguaje
en El conflicto de las facultades”. Y esta otra: “La institución no es tan sólo
muros y estructuras exteriores que rodean, protegen, garantizan o constriñen la
libertad de nuestro trabalo, sino que es también la estructura de nuestra
interpretación”.[iii]Pero cuando los críticos deconstructivos se refieran
a Benjamin (incluyendo a Derrida) tomarán como eje casi exclusivo su teoría del
lenguaje.

Habría que indicar una vía abierta por Benjamín en los estudios sobre el
romanticismo, y que dos filósofos cercanos a Derrida retoman: se trata
de L’absolulittéraire[iv] de Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy. Este
libro está montado sobre el trabajo académico de Benjamin El concepto de crítica
de arte en el romanticismo alemán[v].Está claro en este libro “deconstructivo” el
papel que tuvo Benjamín en la reconsideración de los lazos que el romanticismo
establece fundacionalmente entre teoría, filosofía, literatura y crítica literaria en un
sentido moderno. Una pieza del juego está constituida, también, por la
institucionalización de la crítica literaria en las universidades alemana que Lacoue-
Labarthe y Nancy subrayan. Lo que interesa es nuevamente la delimitación de los
géneros o los tipos de discurso y el reparto de los saberes, tras lo cual la teoría del
lenguaje marca todos los derroteros, y en especial el lenguaje que debe hablar la
crítica respecto de objeto. Para los románticos, la crítica es parte del lenguaje de
la obra, es una producción del sentido que la completa. Como subraya
novedosamente Benjamin en su libro, esta defensa de la crítica supone una retirada
del culto ilimitado por el sujeto creador, y paralelamente una concepción del
sentido que prescinde del sujeto como foco originario de la significación (el
sentido como expresión de la subjetividad).

Y ha sido también Benjamin quien subrayó en su libro sobre romanticismo


alemán la dimensión gnoseológica y teórica de la crítica romántica; reveló así una
teoría del lenguaje tras ella. Por ejemplo: “El pensamiento de Schlegel es un
pensamiento absolutamenteconceptual, esto es, lingüístico”. La crítica se revela
central en el pensamiento de los románticos tal como la presenta Benjamín: “No
era un termino que indicaba una acción meramente evaluadora”, sino “objetivame
productivo”. Un tipo de crítica cuyo significado es positivo, no mero
enjuiciamimento o negatividad.

En estos intereses que coinciden con los de Benjamin, surge una dimensión
polémica en la filosofía deconstructiva que tiene que ver con la separación de los
géneros y los discursos, en especial los de filosofía y la literatura. La
deconstrucción, en teoría, postula una acción institucional que es una política
académica: en lugar de la fijación de límites discursivos (la división del trabajo en
las disciplinas universitarias) tiende a la mezcla de los géneros, a la borradura de
sus límites la “textuahdad general” no es el encierro en el texto sino todo lo
contrarío, o tal vez, la marca de ese encierro institucional: la acción de la cultura
es vista mediante la generalización de un mecanismo típico de escribas o de
filólogos, es un proceso general de lectura. O un proceso que entreteje la escritura
y la lectura indiscerniblemente en la generalidad de la inscripción. En la apertura
de la huella (o aquello que llaman différence) puede verse la apetencia y el deseo
de escapar al ahogo de una cultura académica que fija los campos, las
especialidades, las pertenencias y las propiedades. Los aliados deberán encontrarse
entre quienes a partir de ciertos bordes, o incluso desde la exclusión institucional,
practicaron toda suerte de híbridos discursivos: Mallarmé, Artaud,Joyce, pero
también la crítica literaria, y particularmente una crítica literaria como la
de Benjamin que, además de cumplir con estos requisitos institucionales de
exclusión y marginalidad, practica una doble vigilancia: el cuidado filosófico y el
esmero filológico.

Y no es casual que el más sensato crítico alemán de


Derrida, Jürgen Habermas,[vi]ataque esta pretensión de borrar los géneros entre la
literatura y la filosofía. El ataque se refiere también a la pretensión de la crítica
académica por alcanzar un estatus privilegiado frente a saberes más rigurosos.
Como no es mera casualidad tampoco que el mismo Habermas se haya mostrado
sumamente crítico hacia lo que llama una concepción mimética del lenguaje
en Walter Benjamin. La discusión, como se ve; tiene como eje el estatuto literario
y cognoscitivo de la crítica frente a la filosofía, y dos posturas frente a la
comunicación y el lenguaje.

Pero señalemos una particularidad de la lectura que los críticos ligados con
el pensamiento de Derrida efectúan sobre los textos de Benjamín: si toda lectura
crítica desbroza el terreno para leer, si destruye algo de una posible totalidad jamás
presente en un texto, en el caso de Benjamin lo que estos críticos universitarios
ignoran, minimizan o excluyen es su programa sociológico. Curiosa selección
que privilegia una identidad por sobre la no coincidencia o la fractura que el
pensamiento benjaminiano jamás se preocupo por suturar, y que es dentro de sí
la différence misma. Geoffrey Hartmann (“The
Sacred Jungle 2: Walter Benjamín”) señala lo inconciliable de la interpelación
teológica y la política, pero siempre relativiza los valores de una hermenéutica
materialista.[vii] Lo que también se juega en esta interpretación de Hartmann es
el descrédito de otro tipo de crítica literaria que concibe un uso monológico y
metalingüístico del lenguaje Importa a Hartmann la relación que el crítico tiene
con la lengua y el rescate de lenguajes u objetos culturales marginados. En efecto:
en “La enseñanza de lo semejante”,[viii] donde Benjamín analiza la dimensión
mágica y mimética del lenguaje, la adivinanza y la astrología aparecen
consideradas como reveladoras de una actitud básica hacia el uso de la lengua,
una actitud que contrasta con las diatribas de Adorno sobre el mismo tema.

Muy bien puede hablarse de una redención o de un rescate de lo


que Foucault llamara “saberes sometidos”[ix] Esta operación de lectura crítica
acometida por Benjamín consiste en relacionar aspectos concretos y materiales
de la experiencia; pero la operación no se agota en la dimensión política del gesto,
por el contrario, reivindica también una magnitud gnoseológica para el saber de
la crítica. Este campo es marginal en el sentido que atrav iesa en diagonal otros
saberes los reescribe en constelaciones significativas totalmente inesperadas: una
manera de superar el historicismo, el secreto idealismo de la historiografía y el
concepto clásico de la belleza al que la burguesía siguió atada.

Dice Benjamin: “Poseemos (...) un canon que permite echar luz sobre la
oscura morada de la semejanza extra sensorial. Y este canon es el
lenguaje”.[x] No es que Benjamín caiga en una teoría representativa o del reflejo,
sino que reconoce una no interrupción entre la naturaleza y lo simbólico, a través
de la facultad mimética, que es consubstancial y aun anterior al lenguaje mismo.
Un desvanecimiento o borrado de la oposición entre naturaleza y cultura que
Derrida ha emprendido en sus análisis de Lévi-Strauss, y Rousseau.[xi]
Si se consideran los trabajos de Derrida y de Paul de Man sobre
Benjamin,[xii] lo apuntado antes se corrobora: el texto que merece la atención de
ambos es el mismo, “La tarea del traductor”. En la traducción se juega toda una
concepción del lenguaje y, positivamente, el enfoque que la deconstrucción tiene
del sentido y de aquello que le es más idiosincrásico, lo que podríamos llamar
“una nueva retórica de la lectura”. Si hay algo que la deconstrucción ha intentado
es una nueva manera de acción sobre los textos: la traducción es simultáneamente
ese proceso indistinguible que supone la lectura y la re-escritura. La traducción
deja huellas en los textos que lee, la lectura no es una mera pasividad que roza lo
ya escrito, la suplementariedad de la lectura crítica es la misma suplementariedad
del lenguaje en general.

Necesariamente una teoría del lenguaje implica una concepción del sentido
y la lectura. Benjamín en Dirección única[xiii] narra la parábola de la lectura
crítica. Un texto es una huella o un camino y su fuerza varía según se lo recorra
a pie o en un avión. El paisaje en la intimidad de su diseño sólo se abre ante un
recorrido a pie que, en un límite utópico calcaría o copiaría el texto leído. El
recorrido aéreo del texto permite al yo lector entregarse al ensueño imaginativo,
pero en cambio, dice Benjamín, “el copista deja que el texto le dé
órdenes”.[xiv] Por distintos motivos, la metáfora de la huella, la carretera, la calle
y la vía obseden tanto a Derrida como a Benjamín. La mirada aérea, sin embargo,
es necesaria: es la mirada o la lectura del flâneur, que en su recorrido, al entregarse
a lo que acontece, se pierde, y sólo ha de encontrar algo al precio de la pérdida
momentánea de sí. Mirada aérea y terrestre coinciden o deben coincidir, pero
ninguna de las dos puede dibujar una totalidad en la lectura; en ambos casos, lo
determinante es que entran a formar parte del paisaje, o mejor aún, forman la fuerza
del paisaje leído porque el yo desaparece. Que el texto dé órdenes a quien lee,
supone una teoría de la lectura como acción. La copia del texto no es una
reproducción, sino un meditado recorrido que se deja llevar e implica también una
teoría de la acción sobre el lector de la crítica : “En mi trabajo, las citas son como
salteadores de caminos que irrumpen armados y despojan de su convicción al
ocioso paseante” afirma Benjamín en otro lugar. La lectura aérea es una lectura de
los intersticios en los que el yo imaginativo se proyecta mediante una narración, es
el modo de leer de los niños, el modo de leer de Benjamin niño: “¡Silencio del
libro, cuyo poder de seducción era infinito! Su contenido no era tan importante.
Pues la lectura coincidía aún con la época en que tú mismo inventabas en la cama
tus propias historias” (Dirección única, pág. 52). Ambas lecturas se presuponen y
ambas son polos utópicos para un posible lector: la colección de citas que conserva
y modifica a la vez el texto y cierto esquema narrativo-mítico que la crítica no
puede saltear.
Lejos, sin embargo, está Benjamín de presentar una visión sublimada de la
crítica literaria. Para él, la producción de sentido está involucrada en una batalla
que se libra dentro de la praxis literaria como se desprende de su irónica página
“La técnica del crítico, en trece tesis”[xv] (“El crítico es un estratega en el combate
literario”, “quien no pueda tomar, partido debe callar”; “La crítica debe hablar el
lenguaje de los artistas. Pues los conceptos del cénacleson consignas. Y sólo en
las consignas resuena el grito de combate”).[xvi] Un dejo melancólico, hay aquí,
pues Benjamin cree en la desaparición de la crítica derrumbada por la
generalización de la publicidad mercantil.

Estos aspectos de lucha están presentes en el trabajo de Paul de Man sobre


“La tarea del traductor”: Benjamin, inadvertidamente, sirve de arma la idea de
lectura contra la hermenéutica gadameriana y la estética de la recepción (“ningún
poema está dedicado al lector -dice Benjamin-, ningún cuadro a quien lo
contempla, ni sinfonía alguna a quienes la escuchan”)[xvii]. En Benjamín,
de Man lee la impersonalidad y la inhumanidad trascendente del lenguaje.

En “Des tours de Babel”,[xviii] el análisis de Derrida es más fino, menos


vacilante que el de De Man, pero igualmente inclinado a reforzar los puntos
programáticos básicos de la deconstrucción. Abandono la tentación de analizar
pormenorizadamente este texto por razones de tiempo y por la paciencia que
exigiría en los oyentes, sin embargo, quisiera señalar aquellas zonas armónicas en
las que los dos pensamientos están destinados a convergir.

En primer lugar, la escritura ocupa en las consideraciones de Benjamin


sobre el lenguaje un lugar central: “Es sabido que las concepciones místicas del
lenguaje no se contentan adoptando una postura sobre la palabra hablada,
ocupándose igualmente de la palabra escrita” (“La enseñanza de lo semejante”).
En Benjamin, la aparición del lenguaje es paralela o concomitante con la escritura;
lenguaje hablado y escrito forman parte de la misma facultad. Que se postule un
lenguaje sagrado o una lengua pura que exige o pide la traducción equivale al
concepto derridiano de “archiescritura”. Ese lenguaje original reclama la
traducción porque ya se encuentra dividido, y no es idéntico a sí mismo, como
demuestra Derrida al analizar el nombre propio Babel, que se traduce internamente
en su lenguaje como “confusión”. Las lenguas no son, entonces, totalidades
cerradas ni idénticas a si mismas, así como un libro sólo aparentemente es una
unidad acabada. Y aquí el nombre de Mallarmé es una inflexión común en ambos
pensamientos (en “La tarea del traductor” Benjamin deja sin traducir un fragmento
de Mallarmé, gesto que Derrida interpreta como la parte intraducible de un nombre
propio).
La clásica idea del libro como totalidad orgánica queda invalidada en De la
grammatologie tanto como Benjamin prevé su próximo fin:

“Ahora, todo parece indicar que el libro, en esa forma


heredada de la tradición, se encamina hacia su fin. Mallarmé, que
desde la cristalina concepción de su obra, sin duda
tradicionalista vio la verdadera imagen de loque se avecinaba, utilizó
por vez primera en el Coup de dés las tensiones gráficas de la
publicidad, aplicándolas a la disposición tipográfica.”[xix]

En efecto, como se encarga muy bien de puntualizar Derrida, su


pensamiento no es ni humanístico m tampoco antitécnico (un punto de disidencia
con la idea heideggeriana de la técnica), es más, la idea de escritura involucra la
de técnica en un sentido general que impide a la deconstrucción erigirse como
heraldo del apocalipsis tecnológico. Por ello, Derrida se autocelebra en su
autobiografía, Circonfession: “[yo] ya hacía zaping en la escritura antes de
inventarse el zaping”.[xx] Y como Derrida, el fin de la era del libro anuncia
en Benjamin el despuntar de un nuevo tipo de escritura no
fonética, sino pictóricaque abrace la técnica:

En esta escritura pictográfica, los poetas, que como en los


tiempos más remotos serán en primer término y sobre todo expertos
en escritura, sólo podrán colaborar si hacen suyos los ámbitos en los
que (sin darse demasiada importancia) se lleva a cabo la construcción
de esa escritura: los del diagrama estadístico y técnico.[xxi]

Otro punto esencial lo constituye el tratamiento del contexto en los


análisis: la deconstrucción evita recaer en la metafísica a través de la postulación
de determinaciones contextuales animadas por un mecanicismo implícito en el
programa sociológico. El concepto de experiencia en Benjamín es una forma de
establecer redes capilares entre textos y contextos. Sus análisis tienden estas
redes capilares porque tratan el material heterogéneo como citas que se
entrelazan.
La no coincidencia, la distancia ineludible que la aprehensión de sentido y
de la experiencia consigo misma configuran en Benjamin casi una postura
psicológica: el sujeto que narra los protocolos de una experiencia con
haschisch[xxii] parece perseguir alguna forma de plenitud, que sin embargo
acentúa las distancias con que el yo se percibe sí mismo y la realidad que lo rodea.
Un precepto que forma parte de la crítica literaria: “La crítica es cuestión de justa
distancia”.[xxiii] El “aura” remite a la inmediatez e implica la distancia; y la
traducción, la relación entre el original y el texto traducido es también una
cuestión de distancia, o si se quiere, de no coincidencia esencial. No coincidencia
que también se percibe en una temática muy familiar a la metaforización
derrideana: las huellas, que en Benjamin son decisivas en el análisis social de la
novela policíaca. Las huellas individuales y su difuminacion en la multitud
ciudadana son la estructura social básica de la novela policial, así como son
también decisivas en el sentimiento de la burguesia, preocupada por fundas y
estuches preservadores del astro individual o en la identificación judicial de las
firmas.[xxiv]

Pero hay en “Des tours de Babel”, el texto de Derrida sobre Benjamín, un


aspecto que implica un dominio fundamental de la traducción. en ese dominio sé
encuentra implicada la filosofía. Se trata de la aplicación de dos lenguas
filosóficas y de dos culturas filosóficas, dos modos de pensar implicados en dos
lenguas diferentes que pueden traducirse mutuamente. La lengua filosófica
alemana y la francesa necesariamente implicadas en el texto “La tarea del
traductor”, que es un prefacio a una traducción de Baudelaire. Lo que se abre aquí
es una forma de pensar en la filosofía como un pensar entre las lenguas, o
lafilosofía como aspiración imposible a la traductibilidad absoluta, truncada por
el hecho de que se piensa en una lengua determinada. Pensar entre las lenguas
requiere siempre pensar la preposición “entre”, el pasaje o la traslación, el límite
de la lengua donde el pensar se sitúa. Y esto nos enfrenta con un tópico bastante
transitado por Derrida: la cuestión de la nación, el nacionalismo y la lengua
filosófica nacional. La modernidad implica este pensar dentro de espacios
culturales que están regidos por la nación, por el territorio lingüístico y político
abarcado por la nación. Pensar estas casi naturalizadas identidades, sin convertir
a la lengua en una totalidad trascendente, parece ser uno de los propósitos de
Derrida, presente en este comentario sobre Benjamin. Pensar el entre es poner un
pie hacia el exterior, hacia la traducción, sin abandonar la morada lingüística.
Pensar de este modo, en la suposición del arraigo que el pensamiento mantiene
con el recinto lingüístico (“la casa del ser” heideggeriana) implica la posibilidad
de una expansión. En los presupuestos de los nacionalismos están las pretensiones
a la universalidad, a una expansión universal. La filosofía es ese discurso que se
expande con pretensiones de universalidad, pero su afán está contenido por el
destino de la lengua que no le acaece como si fuese un accidente inesencial:
traducir es una operación que atañe a la presencia del otro: la otra lengua, la otra
cultura, el otro pensamiento y la relación con lo otro. Incluso la traducción en los
límites de una misma lengua deja vislumbrar la sombra de lo otro. Cuando
hablamos una lengua la experiencia de la traducción instala la comodidad y la
incomodidad simultáneas de una no coincidencia perpetua con el sentido. Una
forma de la traducción.

En ese punto, entre el francés y el alemán, se instala Benjamin. su obra no


es concebible sin esta relación entre dos culturas, dos pen samientos, dos lenguas.

Como tampoco podría concebirse la filosofía de Derrida sin esa relación con
el alemán, sin ese permanente y obstinado ejercicio de traducción sobre el alemán,
casi una fiel y al mismo tiempo irreverente traducción francesa de textos alemanes.
Una larga nota al pie que un francés escribe en su lengua acerca de un hipotético
texto alemán perdido.

La traducción se movería entre lo familiar, la casa, el recinto interior y lo


extranjero (y aquí es reconocible la temática de Benjamin sobre la casa, casi se
podría decir que los polos espaciales del pensamiento de Benjamin se desplazan a
partir de la figura de un niño ensimismado en el interior de una casa burguesa hacia
el exterior de una ciudad en la que el flâneur se encuentra con la muchedumbre).
La traducción sería una suerte de flânerie o pasaje, esa figura tan benjaniana,
porque el flâneur hace del afuera su casa y los pasajes por los que transita “son
una cosa intermedia entre la calle y el ínteríor”.[xxv]

El “y” de mi título (“Benjamín y la deconstrucción”) estaba implicito en


este pasaje, que es en realidad un envío, un tránsito de ida vuelta entre dos lenguas.
Una traducción. Como la crítica.

Jorge Panesi

[i] “El carácter destructivo”, trad. de Jesús Aguirre, en Discursos


interrumpidos, Madrid, Taurus, 1973, p. 159.
[ii] Derrida, Jacques, “Kant: El conflicto de las facultades”, en La filosofía
como institución, Barcelona, Juan Granica, 1984.

[iii] Op. cit., p. 45.

[iv] Lacoue-Labarthe, Ph., Nancy, J-L., L’absolue littéraire (Théorie de la


littérature du romanticisme allémand), Paris, Seuil, 1978.

[v] Benjamin, Walter, El concepto de critica de arte en el


romanticismo alemán (traducción de J.F. Yvars y Vicente Jarque), Barcelona,
Península, 1988.

[vi] Sobre la mezcla de géneros: “¿Filosofía y ciencia como


Literatura?, en Pensamientopostmetafísico, Madrid, Taurus, 1990; sobre
Benjamin: “Excurso sobre las Tesis de lafilosofía de la historia de Benjamin”,
en El discurso filosófico de la modernidad, Madrid, Taurus, 1989 y “Walter
Benjamin (Crítica concienciadora o critica salvadora)”, en Perfiles filosófico-
políticos, Madrid, Taurus, 1975. Sobre
Derrida: Pensamiento postmetafisico,Madrid, Taurus.

[vii] Hartmann, Geoffrey H., Criticism in the Wilderness (The Study of


Literature Today), New Haven y Londres, Yale University Press, 1940.
Discutiendo la cuestión del aura en una interpretación de Benjamin sobre el
soneto “A une passante” de Baudelaire, dice: Benjamin was tempted to give us
his analysis its socioeconomic turn at the price of occluding a radically religious
perspective (Op. cit., pág. 70) y As when imagination is politicized. Benjamin
strives to be a journalist rather tan a literalist of the imagination (pág. 77).

[viii] En: Para una crítica de la violencia y otros ensayos, traducción de Roberto
Biatt, Madrid, La Piqueta, 1978, pág. 128.

[ix] Foucault, Michel, “Curso del 7 de enero de 1976”, en Mirofísica del poder,
Madrid, La Piqueta, 1978, pág. 128.

[x] Op. cit., pág. 87.

[xi] Derrida, Jaques, De la gramatologie, Paris, Minuit, 1966.

[xii] de Man, Paul, “Conclusions: Walter Benjamin’s ‘The Task of the


translator’”, en su The resistance to theory, Minneapolis, University of
Minnesota Press, 1986. Jacques Derrida, “Des tours de Babel”, en: Joseph F.
Graham (ed), Difjerence in translation, Ithaca y Londres, Cornell University
Press, 1985.

[xiii] Benjamin, Walter, Dirección única (traducción de Juan J. del Solar y


Mercedes Allendesalazar), Barcelona, 1987, pág. 21.

[xiv] Op. cit., p. 22.

[xv] En Dirección única, op. cit.

[xvi] Op. cit., pág. 45.

[xvii] “La tarea del traductor”, en Angelus Novus, (trad. Héctor


A. Murena), Barcelona,Edhasa, 1971.

[xviii] Op. cit.

[xix] Benjamin, Walter, Dirección única, op. cit. pág. 37.

[xx] En Bennington, Geoffrey, Jacques Derrida, París, Seuil, 1991, pág. 165.

[xxi] Dirección única, op. cit., pág. 39.

[xxii] Benjamin, Walter, Haschisch, Madrid, Taurus,


1974 (traducción de Jesús Aguirre). Por ejemplo (entre otros): “Se acrecienta la
molesta simultanéidad de la necesidad de estar a solas y de querer permanecer
junto con los otros...”, pág. 53.

[xxiii] Dirección única, op. cit., pág. 76.

[xxiv] Benjamin, Walter, “El París del segundo imperio


en Baudelaire”, en Poesía y capitalismo (Iluminaciones II), Madrid, Taurus,
1980 (traducción de Jesús Aguirre).

[xxv] Op. cit., pág. 51.

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