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Jesús en casa de Anás, por José de Madrazo. 1803. Museo del Prado.
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2.- JESÚS CON ANÁS Y CAIFÁS
Ser apaleado y vejado por fanáticos, como le sucedió a Jesús en casa de
Caifás, habría inquietado fuertemente también a la persona más valiente, los
soldados romanos le colocaron una corona de espinas sádicamente, eso llevó
a Jesús ahí mismo al borde de la muerte; se podría comparar como si se
aplicara sobre la carne un atizador de hierro candente.
Bajo brutales azotes (39) latigazos con tiras de cuero trenzado con bolas de
metal y huesos afilados; al golpear la piel esos metales y huesos cortaban la
carne severamente moretones y contusiones al principio, aparte de la
lapidación con piedras, con el látigo se abría la carne en surcos profundos
abriendo heridas dentro de las mismas heridas en hombros, espalda, los
glúteos, las piernas en jirones temblorosos de carne viva y sangrante, el
sufrimiento era indescriptible. La espalda no tuvo parte sana era un despojo
sangrante terrible, desde ahí su tórax y los pulmones sufrieron grandes
daños....
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extendía por todo el cuerpo como un golpe de corriente. Sólo después de un
sufrimiento eterno le llegó la muerte liberadora”.
Una vez que la persona cuelga en posición vertical, la crucifixión es una muerte
lenta y agonizante por asfixia. La razón es que la presión ejercida en los
músculos pone el pecho en la posición de inhalación, para poder exhalar,
Jesús debía apoyarse en sus pies (fijos con clavos al madero) para que la
tensión de los músculos aliviase por un momento; al hacerlo, el clavo
desgarraba el pie hasta quedar finalmente incrustado en los huesos tarsianos.
Pero en el caso de Jesús no se las quebraron como sí ocurrió con los otros
crucificados (que estaban solo amarrados a la cruz), al ocurrir su inconcebible
grito parecido a silbido... -Elí, Elí, ¿lama sabactani?
"Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado" (Mateo, 27: 46 y
Marcos, 15: 34).
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"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" para luego morir de un paro
cardíaco en terribles convulsiones.