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Me cabe en esta mesa la tarea de presentar el libro sobre Pasado y Presente [Los
gramscianos argentinos. Cultura y política en la experiencia de Pasado y Presente, Siglo
XXI, 2004] en el marco del debate sobre la génesis y la circulación de las ideas políticas en
los años sesenta y setenta. Son innúmeras las puertas de entradas que se podrían utilizar
para introducir el tema y cada puerta conduce a un tipo posible de discusión. Voy a dejar
abierto a la contingencia del debate los otros caminos y elegir uno que me parece
conveniente al tiempo, al lugar y a la problemática que nos convoca: se trata de la relación
complicada de Pasado y Presente con el legado gramsciano, en particular con la compleja
teoría de la revolución elaborada por Gramsci en torno del concepto de hegemonía.
Ahora bien, esto nos pone de frente a dos elementos relacionados. Por un lado, aquello que
sea Pasado y Presente; por otro lado, aquello que sea el “legado gramsciano”. Ambos lados
de la relación poseen una complejidad irreductible y llena de interpretaciones contrastantes
que no podemos abordar aquí. No obstante, es conveniente al tema que abordaré realizar
algunas breves consideraciones.
Sobre aquello que haya sido Pasado y Presente y las dificultades que esta determinación
nos presenta dediqué algunas páginas del libro Los gramscianos argentinos. Se trata, según
mi punto de vista, de un “sujeto flotante”, podríamos decir, que se constituye dilatándose o
contrayéndose, dependiendo de la época, en torno de la figura de Aricó. Y en este sentido,
podríamos pensar a Pasado y Presente como una experiencia que se extiende a lo largo de
casi tres décadas, finalizando simbólicamente con la muerte de Aricó en 1991.
El primer momento, entre 1963 e 1976, se caracterizó por la presencia conflictiva de “dos
almas” en la constitución del pensamiento del grupo; en forma sintética podría nominarlas
como: el alma (necesaria) gramsciana y el alma (contingente) guevarista.
Volveré sobre este punto que encierra el tema central que pretendo discutir.
La cuestión que se plantea podría ser expuesta de la siguiente manera: siendo correcto que
la revolución y el socialismo no deben ser pensados como “acto” sino como “proceso”,
como profunda transformación de civilización, entonces ¿cuál será el mejor terreno
estratégico para el desarrollo de las tradiciones, instituciones y perspectivas de
emancipación de las clases subalternas en este proceso histórico, la democracia política o la
dictadura? Las consecuencias de las reflexiones realizadas desde esta nueva perspectiva
teórica se extenderán a la etapa siguiente.
El tercer momento sucederá en Argentina, al retorno del exilio, a partir de 1984, donde el
complejo trabajo teórico sobre las relaciones entre democracia y socialismo, construido en
la etapa anterior, es subsumido por la discusión en torno de la transición de la dictadura a la
democracia política, debate en el cual Gramsci pierde, en el tratamiento del grupo, el lugar
y el vigor demostrado en la etapas anteriores.
Todo esto, como sabemos, contiene polémicas infinitas que no podemos abordar aquí,
donde pretendo solamente referirme a la primera etapa, en la cual Gramsci convive de un
modo nada fácil con las tendencias ideológicas de la época. En esta etapa, como advertí
anteriormente, conviven dos perspectivas de análisis, conflictivas entre sí, en la
constitución ideológica de Pasado y Presente. La componente necesaria, la gramsciana,
viene del desarrollo inmanente de una perspectiva crítica asociada a la historia concreta de
los individuos participantes de la experiencia. Es la influencia de Agosti y del comunismo
italiano de pos-guerra, la crítica del estalinismo a partir del XX Congreso del PCUS, la
lectura propia de Gramsci, etc. Desde el punto de vista social, esta componente puede
relacionarse con la conformación de una clase obrera densa, constituida política y
culturalmente en torno del peronismo; con la particular circunstancia cordobesa — y con
todas las singularidades que aproximaban esta ciudad a la Turín de Gramsci; con una
estructuración social, que hacía de Argentina el país más socialmente equilibrado del
subcontinente, etc.
Es en esa inflexión del texto que, en lugar de apelar al instrumental teórico disponible en
los textos gramscianos para la formulación de una alternativa estratégica revolucionaria, se
asiste a una ingeniosa maniobra teórica de importación de una estratégica política “oriental”
para una situación claramente “occidental”. Es tal la desmesura de la interpretación que
Aricó le dice sobre este tema a Carlos Altamirano, en la última entrevista de su vida, que, si
no fuera por el “voluntarismo político” que podía servir de nexo entre ambas concepciones,
se podría decir que aquel editorial habría sido hecho “como por encargo”.
En la construcción del sujeto social de esta perspectiva revolucionaria, Aricó apela a las
categorías de “transformismo” e “aristocracia obrera” para demostrar como, a pesar de su
centralidad radical en el proceso político argentino, la clase obrera se encuentra
transitoriamente absorbida por la burguesía e impedida de cumplir el papel que le cabría.
En la configuración societaria construida por Aricó en este texto, las masas campesinas
explotadas del noroeste del país constituirían “el eslabón más débil de la corriente de
dominación burguesa” (Aricó, 1964: 262) y eso se expresaba en que la centralidad obrera
debería ser compartida con la componente campesina en el interior argentino.
Sin dejar de observar que “la función hegemónica es un producto [...] de una tenaz labor
ideológica y política de la izquierda revolucionaria en el seno de la fábrica (revalorizándola
como núcleo central de su actividad política...)”, las grandes fábricas son consideradas el
fundamento de la hegemonía burguesa. Los obreros de las grandes industrias son
considerados como “aristocracia obrera”, por causa de los salarios altos comparativamente
a los otros contingentes de clase (Aricó, 1964: 260). Por lo tanto, el eje revolucionario se
desplaza para el noroeste argentino, donde las masas rurales (“después del proletariado
urbano y rural de la zona capitalista”) “constituyen el elemento social más revolucionario
de la sociedad argentina [...]”.
Es interesante todavía, aunque sea de pasada, poner este texto en contraste con otro que
sólo un año antes, Juan Carlos Portantiero publicaba en el nº 1 de Pasado y Presente: el
artículo “Política y clases sociales en la Argentina actual”, donde, a partir de la similar
constatación de que en Argentina se había configurado una típica situación revolucionaria,
llegaba a conclusiones radicalmente diferentes. A pesar del singular momento histórico que
vivía la sociedad argentina pos-frondizista en que “la necesidad de la revolución ha llegado
a la madurez desde el punto de vista económico y social” (Portantiero, 1963: 22), también
fundamentando su análisis en Lenin, señala que, sin embargo: “la situación revolucionaria
es una cosa y la revolución otra. No hay revolución sin autoconciencia histórica de las
clases destinadas a llevarla a cabo”, concluyendo con la afirmación de que sólo el
“zigzagueante proceso de autoconciencia sufrido por la clase obrera” mostraba vigencia
histórica en la época.
Sin embargo, este proceso, afirma: “no es un proceso espontáneo ni siquiera teórico-crítico.
Es un proceso teórico-práctico, sólo vigente a través de la experiencia concreta, de la praxis
social. Sin ella, la ideología pasa a ser crítica pasiva de la vida cotidiana y cualquier
‘situación revolucionaria’ se transforma en una corrupción del sistema que ‘puede durar a
veces, decenas de años’” (Portantiero, 1963: 23). Al final del texto, en el que apela a una
cita “pesimista” de Gramsci, ningún voluntarismo se postula para superar el proceso
inmanente de auto constitución de la clase obrera como sujeto de las transformaciones.
Sin duda el huracán cubano alcanzó a todos los colores del espectro ideológico de izquierda
(y, en Argentina, de derecha también): peronistas, socialistas, trotskistas, comunistas,
liberal-demócratas. Sin embargo, lo fundamental, en términos de apropiación del
pensamiento gramsciano en la Argentina, es que esta nueva corriente nacía asociada al
nombre de quien no sólo había sido un crítico agudo de las formas de la política que se
propiciaban en el editorial, sino que había montado una laboriosa construcción estratégica
alternativa.
Las diversas matrices analíticas gramscianas utilizadas en esta etapa (el Gramsci filósofo de
la praxis, utilizado para hacer frente a las tendencias más dogmáticas del marxismo), el
Gramsci de lo nacional popular (como clave para la interpretación del peronismo), el
Gramsci consejista (para pensar las experiencias de la clase obrera en la coyuntura de los
años 60 y 70) estuvieron vinculadas a una concepción reduccionista de la transformación
social revolucionaria, subordinada a lo que Gramsci denominaba la excesiva confianza en
la “capacidad reguladora de las armas”.
No es por casualidad que treinta y cinco años atrás, en 1970, en esta misma Córdoba, se
reunía la nata de la nueva izquierda revolucionaria y lo consensual, si le damos crédito a los
testigos de la época, era que, en términos de la “vía” de la revolución, lo “pacífico” estaba
fuera de cuestión. El camino era “armado”, lo que se discutía era el tipo de camino armado,
y allí estaba Pasado y Presente organizando de alguna forma el debate y argumentando en
esa línea de acción.
Volviendo a nuestro tiempo, como resulta claro de la propia realización de este evento y
varias publicaciones y polémicas que circulan por estos días, estas discusiones sobre los
orígenes de las ideas revolucionarias en los sesenta no tienen sólo un interés histórico, sino
que nos interpelan todavía hoy acerca de cuestiones presente y futuras. En este sentido, me
gustaría terminar estas reflexiones llamando la atención para un fenómeno totalmente
nuevo en el debate político de la izquierda argentina, que es la reivindicación de la figura
política e intelectual de Aricó por una parte de la izquierda argentina que poco tiempo antes
lo criticaba sin reparos. Esta recuperación tiene como eje la separación, el contraste, entre
el “viejo” y el “joven” Aricó. Es lo que hace, por ejemplo, Néstor Kohan en un artículo
publicado en el suplemento Ñ del diario Clarín, del 5 de febrero de 2005, donde afirma:
Catorce años después de la muerte de Aricó, se torna necesario hacer un balance. [...] La
distancia transcurrida permite un beneficio de inventario con aquel Aricó de la vejez que
archivó la rebeldía juvenil y la originalidad gramsciana en aras de la “gobernabilidad” y los
fantasmagóricos “pactos institucionales”. Aunque ese Aricó sea hoy olvidable, existen
enseñanzas de su juventud que siguen palpitando: su actitud mental, su modo de ubicarse
en el mundo de la política, la cultura y el campo intelectual.
Creo haber destacado elementos que muestran que esa tesis, fruto de una actitud nostálgica
en relación a aquella época radiante, debe ser cuidadosa y críticamentemente procesada.
Considero absolutamente saludable que la izquierda en todas sus variantes haga suya la
historia intelectual y política de José Aricó, historia que debería ser tratada de modo
integral, con aciertos y errores, sin los cuales no habría llegado a ser lo que fue.
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Referencias bibliográficas