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Entre Gramsci y Guevara (Buscara cita na pagina de Gramsci do Brasil)

Raúl Burgos - Outubro 2007

Pasado y Presente y el origen de la concepción armada de la revolución en la ideología de


la nueva izquierda argentina de los años sesenta.

Me cabe en esta mesa la tarea de presentar el libro sobre Pasado y Presente [Los
gramscianos argentinos. Cultura y política en la experiencia de Pasado y Presente, Siglo
XXI, 2004] en el marco del debate sobre la génesis y la circulación de las ideas políticas en
los años sesenta y setenta. Son innúmeras las puertas de entradas que se podrían utilizar
para introducir el tema y cada puerta conduce a un tipo posible de discusión. Voy a dejar
abierto a la contingencia del debate los otros caminos y elegir uno que me parece
conveniente al tiempo, al lugar y a la problemática que nos convoca: se trata de la relación
complicada de Pasado y Presente con el legado gramsciano, en particular con la compleja
teoría de la revolución elaborada por Gramsci en torno del concepto de hegemonía.

Ahora bien, esto nos pone de frente a dos elementos relacionados. Por un lado, aquello que
sea Pasado y Presente; por otro lado, aquello que sea el “legado gramsciano”. Ambos lados
de la relación poseen una complejidad irreductible y llena de interpretaciones contrastantes
que no podemos abordar aquí. No obstante, es conveniente al tema que abordaré realizar
algunas breves consideraciones.

Sobre el legado gramsciano quisiera recordar simplemente la bifurcación de caminos


interpretativos más evidente para el tema que proponemos: por un lado, Gramsci fue leído
como un pensador de cuño leninista cuyo papel fundamental fuera el de adecuar, para las
sociedades de tipo occidental, algunas categorías de la herencia teórica que nace con Marx
y es operacionalizada y enriquecida por Lenin para las sociedades de tipo “oriental” —
según la conocida clasificación de Gramsci —, en las cuales entre sociedad civil y Estado
se establece un brutal desequilibrio (el Estado “es todo” y la sociedad civil “primitiva y
gelatinosa”); en la otra vertiente, Gramsci es considerado un pensador marxista original,
que, reflexionando sobre las condiciones particulares de las sociedades del occidente
periférico, con una trama societaria compleja, en las cuales entre Estado y sociedad civil se
establece una relación más equilibrada, elabora una nueva estrategia de transformación
revolucionaria no reductible al leninismo. El nombre general de esta estrategia está
asociado al complejo concepto de “hegemonía” y la forma específica de su operacionalidad
establecida por Gramsci como “guerra de posiciones”.

Desde la perspectiva de Gramsci, el propio Lenin, en el final de su vida, habría


comprendido la necesidad de este viraje estratégico, indicando el camino, para la nueva
etapa, “del asalto para el asedio”. En sentido contrario Gramsci critica a Trotsky, al que
considera el “teórico político del ataque frontal en tiempos en que esto es sólo causa de
derrota”. Como parte del fundamento de este camino estratégico, Gramsci elabora un denso
aparato crítico del economicismo que nos permite pensar la sociedad poscapitalista como
un cambio de civilización extremamente más complejo y sofisticado que el mero hecho
económico de la expropiación de los medios de producción, fundacional en la concepción
criticada. Se trata de una concepción procesual e integral de la revolución y del socialismo.

Sobre aquello que haya sido Pasado y Presente y las dificultades que esta determinación
nos presenta dediqué algunas páginas del libro Los gramscianos argentinos. Se trata, según
mi punto de vista, de un “sujeto flotante”, podríamos decir, que se constituye dilatándose o
contrayéndose, dependiendo de la época, en torno de la figura de Aricó. Y en este sentido,
podríamos pensar a Pasado y Presente como una experiencia que se extiende a lo largo de
casi tres décadas, finalizando simbólicamente con la muerte de Aricó en 1991.

De todos modos, dejando en suspenso la querella de interpretaciones que estas definiciones


puedan producir, lo que me interesa enfocar es la relación compleja que este sujeto así
pensado establece con el pensamiento de Gramsci. En este sentido, distingo tres períodos
que representan tres matrices de reflexión teórica y política y tres formas de relación con el
pensamiento gramsciano. Los menciono rápidamente, para detenerme solamente en el
primero de ellos.

El primer momento, entre 1963 e 1976, se caracterizó por la presencia conflictiva de “dos
almas” en la constitución del pensamiento del grupo; en forma sintética podría nominarlas
como: el alma (necesaria) gramsciana y el alma (contingente) guevarista.

Volveré sobre este punto que encierra el tema central que pretendo discutir.

El segundo momento, el más rico y relevante en la trayectoria de Pasado y Presente según


mi perspectiva, se extiende de 1976 a 1983. Se trata de un período que, en realidad,
podríamos datar como iniciándose en 1973, en la etapa de la segunda serie de la revista
Pasado y Presente, donde ya se evidencian transformaciones en la concepción estratégica
que se coagularán intelectualmente en el exilio mexicano, donde Pasado y Presente rescata,
teoriza y difunde el Gramsci de la hegemonía, de la teoría de la revolución y el socialismo
como proceso, completando el pasaje del terreno de Lenin al terreno de Gramsci también
en cuestiones de estrategia política. Como resultado de esta nueva matriz de análisis
aparece necesariamente (orgánicamente, para usar la expresión cara a Gramsci) el problema
de la democracia.

La cuestión que se plantea podría ser expuesta de la siguiente manera: siendo correcto que
la revolución y el socialismo no deben ser pensados como “acto” sino como “proceso”,
como profunda transformación de civilización, entonces ¿cuál será el mejor terreno
estratégico para el desarrollo de las tradiciones, instituciones y perspectivas de
emancipación de las clases subalternas en este proceso histórico, la democracia política o la
dictadura? Las consecuencias de las reflexiones realizadas desde esta nueva perspectiva
teórica se extenderán a la etapa siguiente.

El tercer momento sucederá en Argentina, al retorno del exilio, a partir de 1984, donde el
complejo trabajo teórico sobre las relaciones entre democracia y socialismo, construido en
la etapa anterior, es subsumido por la discusión en torno de la transición de la dictadura a la
democracia política, debate en el cual Gramsci pierde, en el tratamiento del grupo, el lugar
y el vigor demostrado en la etapas anteriores.

Todo esto, como sabemos, contiene polémicas infinitas que no podemos abordar aquí,
donde pretendo solamente referirme a la primera etapa, en la cual Gramsci convive de un
modo nada fácil con las tendencias ideológicas de la época. En esta etapa, como advertí
anteriormente, conviven dos perspectivas de análisis, conflictivas entre sí, en la
constitución ideológica de Pasado y Presente. La componente necesaria, la gramsciana,
viene del desarrollo inmanente de una perspectiva crítica asociada a la historia concreta de
los individuos participantes de la experiencia. Es la influencia de Agosti y del comunismo
italiano de pos-guerra, la crítica del estalinismo a partir del XX Congreso del PCUS, la
lectura propia de Gramsci, etc. Desde el punto de vista social, esta componente puede
relacionarse con la conformación de una clase obrera densa, constituida política y
culturalmente en torno del peronismo; con la particular circunstancia cordobesa — y con
todas las singularidades que aproximaban esta ciudad a la Turín de Gramsci; con una
estructuración social, que hacía de Argentina el país más socialmente equilibrado del
subcontinente, etc.

Sobre esta componente necesaria, de la mano de la desreglada intervención de la historia, se


proyectó en el pensamiento del grupo la componente contingente: fundamentalmente la
influencia de la revolución cubana y de la emblemática figura del Che. Prácticamente desde
el inicio de la experiencia, en 1963, sobre la original alma gramsciana se sobrepone y
enlaza la componente guevarista, que tendrá un papel determinante en la constitución
intelectual y en la actuación política del grupo durante la década siguiente.

Un momento fundacional de esta doble dimensión ideológica, lo encontramos en el famoso


editorial del número 4 de la revista Pasado y Presente, titulado “Examen de conciencia”. Al
cumplirse un año de la aparición del primer número y de la expulsión del Partido
Comunista, el editorial estaba dirigido justamente a la réplica minuciosa de los argumentos
teóricos y políticos esgrimidos por el partido para la expulsión del grupo y es utilizado por
Aricó para descargar una fuerte critica sobre el partido como expresión más acabada de la
vieja izquierda, “tan vieja y al mismo tiempo tan inexperta, tan discursiva como estéril e
irresoluta” (Aricó, 1964: 241), una izquierda que “no había sabido comprender, en suma,
que la insurrección es un arte y no un teorema” (Aricó, 1964: 249), y para esbozar algunos
elementos de lo que pensaba como “la perentoria labor de estructuración de una teoría de la
revolución en Argentina” (Aricó, 1964: 254).

Es en esa inflexión del texto que, en lugar de apelar al instrumental teórico disponible en
los textos gramscianos para la formulación de una alternativa estratégica revolucionaria, se
asiste a una ingeniosa maniobra teórica de importación de una estratégica política “oriental”
para una situación claramente “occidental”. Es tal la desmesura de la interpretación que
Aricó le dice sobre este tema a Carlos Altamirano, en la última entrevista de su vida, que, si
no fuera por el “voluntarismo político” que podía servir de nexo entre ambas concepciones,
se podría decir que aquel editorial habría sido hecho “como por encargo”.

A partir de un análisis de la estructura económico-social que le permite establecer “la


existencia de dos grandes realidades diferenciadas — que podemos simplificar bajo la
denominación de litoral capitalista agrario e industrial e interior colonial capitalista” y
sobre esta base, el dominio de un “bloque de clases que aún hoy constituye el Estado
argentino y que es expresión de la alianza de las fuerzas ‘urbanas’ y ‘rurales’ del litoral con
los barones de la tierra del ‘hinterland’ semicolonial”, Aricó (1964: 255) establece,
inspirado en la experiencia cubana y en la temática de la “revolución permanente”, “tres
frentes de clase” de la lucha revolucionaria: el frente “terrateniente”, el “imperialista” y el
“burgués” — donde el orden de los términos es importante en el análisis:

La fase democrática-nacional, de luchas antiterrateniente y antiimperialista se entrelaza con


la fase socialista, de lucha antiburguesa. La revolución, para merecer el calificativo de tal,
debe ser un proceso “continuo”, “permanente”, que se profundiza paso a paso, en el que la
instauración de un nuevo poder democrático significa la apertura de un rápido proceso de
transformación socialista. Tal es la experiencia cubana, que tiene en este sentido un valor
continental (Aricó, 1964: 256).

En la construcción del sujeto social de esta perspectiva revolucionaria, Aricó apela a las
categorías de “transformismo” e “aristocracia obrera” para demostrar como, a pesar de su
centralidad radical en el proceso político argentino, la clase obrera se encuentra
transitoriamente absorbida por la burguesía e impedida de cumplir el papel que le cabría.

En la configuración societaria construida por Aricó en este texto, las masas campesinas
explotadas del noroeste del país constituirían “el eslabón más débil de la corriente de
dominación burguesa” (Aricó, 1964: 262) y eso se expresaba en que la centralidad obrera
debería ser compartida con la componente campesina en el interior argentino.

Sin dejar de observar que “la función hegemónica es un producto [...] de una tenaz labor
ideológica y política de la izquierda revolucionaria en el seno de la fábrica (revalorizándola
como núcleo central de su actividad política...)”, las grandes fábricas son consideradas el
fundamento de la hegemonía burguesa. Los obreros de las grandes industrias son
considerados como “aristocracia obrera”, por causa de los salarios altos comparativamente
a los otros contingentes de clase (Aricó, 1964: 260). Por lo tanto, el eje revolucionario se
desplaza para el noroeste argentino, donde las masas rurales (“después del proletariado
urbano y rural de la zona capitalista”) “constituyen el elemento social más revolucionario
de la sociedad argentina [...]”.

Sin embargo, la invención de este grupo social revolucionarizado no es la creación más


audaz de la pluma de Aricó en este texto. El punto culminante de esta construcción lo
alcanza cuando establece la prioridad de la lucha revolucionaria en el interior
“semicolonial”:

La sincronización de la acción revolucionaria en la ciudad y en el campo exige como tarea


previa la destrucción del bloque agrario-terrateniente que centraliza y domina esa sociedad
“tradicional” en beneficio del capitalismo monopolista, lo que a su vez demanda la
organización en forma autónoma e independiente de las masas explotadas del “hinterland”
semicolonial (Aricó: 1964: 262).
Las masas empobrecidas del interior serían portadoras de “un enorme potencial
revolucionario” resultante de su posición social pauperizada: “Para ellas no existe
posibilidad de compromiso alguno, sus derechos no pueden ser conquistados ejerciendo el
arma de la crítica, porque sus palabras fueron hace mucho silenciadas. Sólo les queda el
recurso de la ‘crítica de las armas’”, el recurso de la violencia (Aricó, 1964: 262).

Ya fue apuntado suficientemente como, en el aspecto coyuntural, este texto expresaba la


relación que, en términos políticos y operativos, establecía Pasado y Presente con el núcleo
guerrillero del EGP, dirigido por Jorge Ricardo Masetti e instalado en la selva salteña. Lo
que nos interesa destacar aquí es que las páginas finales del editorial sentenciaban el triunfo
— que de un modo u otro abarca los diez años posteriores —, del alma guevarista sobre el
alma gramsciana en temas de estrategia política. Yo supongo que pueda haber, en
Argentina, antes de este editorial, piezas teóricas semejantes de importación de esta
estrategia revolucionaria que podía ser asimilada en códigos maoístas (el cerco de la ciudad
por el campo) o guevaristas (el tema de foco guerrillero nutrido de campesinos que presiona
la componente urbana) pero que era vista en general como “castrismo” entendido éste como
la interpretación más consecuente del leninismo a la situación latinoamericana. Sin
embargo, la dimensión y la calidad de la operación teórica realizada por Aricó en el texto lo
permiten tener, de algún modo, como paradigmático de esta perspectiva entre nosotros.

Es interesante todavía, aunque sea de pasada, poner este texto en contraste con otro que
sólo un año antes, Juan Carlos Portantiero publicaba en el nº 1 de Pasado y Presente: el
artículo “Política y clases sociales en la Argentina actual”, donde, a partir de la similar
constatación de que en Argentina se había configurado una típica situación revolucionaria,
llegaba a conclusiones radicalmente diferentes. A pesar del singular momento histórico que
vivía la sociedad argentina pos-frondizista en que “la necesidad de la revolución ha llegado
a la madurez desde el punto de vista económico y social” (Portantiero, 1963: 22), también
fundamentando su análisis en Lenin, señala que, sin embargo: “la situación revolucionaria
es una cosa y la revolución otra. No hay revolución sin autoconciencia histórica de las
clases destinadas a llevarla a cabo”, concluyendo con la afirmación de que sólo el
“zigzagueante proceso de autoconciencia sufrido por la clase obrera” mostraba vigencia
histórica en la época.

Sin embargo, este proceso, afirma: “no es un proceso espontáneo ni siquiera teórico-crítico.
Es un proceso teórico-práctico, sólo vigente a través de la experiencia concreta, de la praxis
social. Sin ella, la ideología pasa a ser crítica pasiva de la vida cotidiana y cualquier
‘situación revolucionaria’ se transforma en una corrupción del sistema que ‘puede durar a
veces, decenas de años’” (Portantiero, 1963: 23). Al final del texto, en el que apela a una
cita “pesimista” de Gramsci, ningún voluntarismo se postula para superar el proceso
inmanente de auto constitución de la clase obrera como sujeto de las transformaciones.

Sin duda el huracán cubano alcanzó a todos los colores del espectro ideológico de izquierda
(y, en Argentina, de derecha también): peronistas, socialistas, trotskistas, comunistas,
liberal-demócratas. Sin embargo, lo fundamental, en términos de apropiación del
pensamiento gramsciano en la Argentina, es que esta nueva corriente nacía asociada al
nombre de quien no sólo había sido un crítico agudo de las formas de la política que se
propiciaban en el editorial, sino que había montado una laboriosa construcción estratégica
alternativa.

Y esto es fundamental porque nos evidencia una ausencia en el universo ideológico de la


época: lo que no hubo, lo que estaba “bloqueado”, lo que no formaba parte del espectro
visible de opciones políticas que pudieran ser consideradas “revolucionarias” por parte de
la nueva izquierda Argentina de los años 60, fue justamente la perspectiva gramsciana en
términos de “revolución” y de “socialismo”. Su posibilidad sucumbió frente a las
tendencias de época durante más de una década para aparecer, también en el seno del
grupo, después de la derrota del movimiento social argentino con el golpe de 1976.

Las diversas matrices analíticas gramscianas utilizadas en esta etapa (el Gramsci filósofo de
la praxis, utilizado para hacer frente a las tendencias más dogmáticas del marxismo), el
Gramsci de lo nacional popular (como clave para la interpretación del peronismo), el
Gramsci consejista (para pensar las experiencias de la clase obrera en la coyuntura de los
años 60 y 70) estuvieron vinculadas a una concepción reduccionista de la transformación
social revolucionaria, subordinada a lo que Gramsci denominaba la excesiva confianza en
la “capacidad reguladora de las armas”.

No es por casualidad que treinta y cinco años atrás, en 1970, en esta misma Córdoba, se
reunía la nata de la nueva izquierda revolucionaria y lo consensual, si le damos crédito a los
testigos de la época, era que, en términos de la “vía” de la revolución, lo “pacífico” estaba
fuera de cuestión. El camino era “armado”, lo que se discutía era el tipo de camino armado,
y allí estaba Pasado y Presente organizando de alguna forma el debate y argumentando en
esa línea de acción.

Como indicamos brevemente en el inicio, el Gramsci de la hegemonía, de la estrategia


transformadora que el brasilero Carlos Nelson Coutinho bautizó provocativamente como
“reformismo revolucionario” será apropiado en la nueva etapa, en el exilio mexicano, y se
expresará fundamentalmente en el texto Los usos de Gramsci, de Juan Carlos Portantiero,
aparecido en 1977 pero cuyos primeros elementos comienzan a ser elaborados en 1975.

En esta nueva perspectiva teórica para pensar la transformación, el objetivo mismo es


transformado: el socialismo deja de ser pensado solamente (o fundamentalmente) como
hecho económico y es teorizado como fenómeno integral, como bloque histórico, en el cual
el aspecto ético-político, de transformación cultural de masas, tiene tanta relevancia
histórica como el hecho económico (la expropiación de la burguesía el fin del sistema de
trabajo asalariado, etc.)

Volviendo a nuestro tiempo, como resulta claro de la propia realización de este evento y
varias publicaciones y polémicas que circulan por estos días, estas discusiones sobre los
orígenes de las ideas revolucionarias en los sesenta no tienen sólo un interés histórico, sino
que nos interpelan todavía hoy acerca de cuestiones presente y futuras. En este sentido, me
gustaría terminar estas reflexiones llamando la atención para un fenómeno totalmente
nuevo en el debate político de la izquierda argentina, que es la reivindicación de la figura
política e intelectual de Aricó por una parte de la izquierda argentina que poco tiempo antes
lo criticaba sin reparos. Esta recuperación tiene como eje la separación, el contraste, entre
el “viejo” y el “joven” Aricó. Es lo que hace, por ejemplo, Néstor Kohan en un artículo
publicado en el suplemento Ñ del diario Clarín, del 5 de febrero de 2005, donde afirma:

Catorce años después de la muerte de Aricó, se torna necesario hacer un balance. [...] La
distancia transcurrida permite un beneficio de inventario con aquel Aricó de la vejez que
archivó la rebeldía juvenil y la originalidad gramsciana en aras de la “gobernabilidad” y los
fantasmagóricos “pactos institucionales”. Aunque ese Aricó sea hoy olvidable, existen
enseñanzas de su juventud que siguen palpitando: su actitud mental, su modo de ubicarse
en el mundo de la política, la cultura y el campo intelectual.

Creo haber destacado elementos que muestran que esa tesis, fruto de una actitud nostálgica
en relación a aquella época radiante, debe ser cuidadosa y críticamentemente procesada.
Considero absolutamente saludable que la izquierda en todas sus variantes haga suya la
historia intelectual y política de José Aricó, historia que debería ser tratada de modo
integral, con aciertos y errores, sin los cuales no habría llegado a ser lo que fue.

Sin embargo, al mismo tiempo en que me parece necesario criticar el maniqueísmo de la


operación de separar al “joven” del “viejo” Aricó (distanciándose de éste del mismo modo
que los poulantzianos fundamentalistas reniegan de la herencia del último Poulantzas, por
considerarla “socialdemócrata”), me parece oportuno indicar que, para la construcción de
una nueva perspectiva de emancipación en Argentina, el Aricó que deberíamos esforzarnos
en rescatar plenamente, el que merece ser discutido con insistencia y sin prejuicios; el que
tiene más cosas para decirnos sobre los tiempos que corren y sobre el porvenir es
exactamente el último Aricó, el Aricó que descubrió, fruto de una extraordinaria
experiencia práctica y teórica, al Gramsci de la hegemonía; al Gramsci de la revolución y el
socialismo como proceso de expansión y radicalización de las conquistas, tradiciones e
instituciones políticas, sociales y económicas de las clases subalternas.

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Raúl Burgos é professor da Universidade Federal de Santa Catarina e autor de Los


gramscianos argentinos. Cultura y política en la experiencia de Pasado y
Presente (Buenos Aires: Siglo XXI, 2004). Texto apresentado no Encontro Internacional
“Política e violência. As construções da memória. Gênese e circulação de idéias
políticas no anos sessenta e setenta”, organizado pelo Programa de Estudos sobre a
Memória, Centro de Estudos Avançados, Universidade Nacional de Córdoba, Argentina,
3 e 4 de novembro de 2005.

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Referencias bibliográficas

ARICÓ, José. “Examen de conciencia”. In: Revista Pasado y Presente, nº 4, enero-marzo


de 1964.
PORTANTIERO, Juan Carlos. “Política y Clases sociales en la Argentina actual”. In:
Revista Pasado y Presente, nº 1, abril-junio de 1963.

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