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REVISTA

CUATRIMESTRAL
T *
mFRANCISCANISIMO
Vol. XXXI M AYO - AGOSTO 2002 N.° 92

Publica:
Provincia Franciscana de Valencia, Aragón y Baleares
NOVUS ORDO NOVA VITA. ,
UN NUEVO ORDEN, UNA NUEVA VIDA
Regla de santa Clara de Asís del 9 de agosto de 1253

Texto y notas de sor Clara Augusta Lainati, OSC

INTRODUCCIÓN

Este trabajo nació con ocasión de la preparación de las «notas» para la


Regla de santa Clara de la nueva edición de la Fuentes Franciscanas, al presente
en imprenta. Leyendo la Regla, como hacemos de ordinario las Clarisas en el
refectorio y sobre todo en las clases en el noviciado, me habían surgido
interrogantes, dudas acerca de breves expresiones, que o han pasado inadver­
tidas o no han sido comentadas. En efecto, una serie crítica de notas a la Regla
de Clara de 1253 todavía no existía.

Respecto a las Fuentes Franciscanas, ese trabajo ha resultado, evidentemen­


te, demasiado largo y complejo; la profundización en los temas ha exigido, en
efecto, más de un año de estudio, considerada la amplitud de la bibliografía.
Por otra parte, este trabajo ha sido previsto como parte de un volumen, ya
avanzado, sobre los orígenes y el camino histórico-espiritual de la Regla de
santa Clara. Pero sucedió que algunas maestras de noviciado, habiéndolo
utilizado, me han rogado que lo publique en impresión privada, porque
facilita la preparación de las clases sobre la Regla. Si se publica ahora es con
vistas al pequeño servicio que puedo prestar en este sentido.

* * *

Pero existe todavía otro motivo para la publicación de este pequeño texto.
La profundización en la forma de vida de Clara me ha llevado a los «orígenes»
de mis estudios clarianos, cuando —siendo universitaria— me parecía eviden-
-- que la Orden de Francisco y de Clara era algo «nuevo», absolutamente
c: rerente de las demás Órdenes: algo «inaudito» antes en la Iglesia de Dios,
cero que continúa permaneciendo «inaudito» todavía, en caso que se centre el
-.cnificado y se le haga resaltar.
Era, pues, algo que subyacía en mí desde siempre, pero que ahora se me
210 SOR CLARA AUGUSTA LAINATI, OSC

presenta inmediatamente evidente: un descubrimiento como... el huevo de


Colón. Doy por descontado, en efecto, decir que lo que le interesa a Clara es el
Evangelio observado «sin glosa», literalmente, al modo de Francisco, que, mi­
rando a Cristo de frente y siguiendo paso a paso las inspiraciones internas de su
Santo Espíritu, se encuentra desnudo delante del Obispo y de su padre en medio
de la muchedumbre estupefacta en la plaza de San Rufino. Y que también Clara,
aun cuando ha debido encerrar, como el mismo Francisco, la observancia del
Evangelio al comienzo y al final de la Regla con aquellas breves frases: «La
forma de vida de las Hermanas Pobres, instituida por el bienaventurado Fran­
cisco, es ésta: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo...»1 y
«...firmes en la fe católica, guardemos... el santo Evangelio que firmemente
prometimos. Amén»;2 sin embargo, ha entendido como él la vida de hermana y
de pobre, como una vida de observancia del Evangelio al pie de la letra.
Decir tal cosa parece evidente.
Pero no lo es, porque lo que hace de la Orden de Francisco y de Clara una
«nueva Orden, una nueva vida», no semejante a ninguna de las otras formas
de vida religiosa — ¡tantas!— existentes en la Iglesia, no es el simple segui­
miento del Evangelio (esto es, en efecto, propio de todas las Órdenes e Institu­
tos religiosos y de todos los tipos de consagración, en todos los tiempos), sino
del Evangelio sin glosa, a la letra. Lo que resalta la diferencia, y es una diferencia
enorme, consiste en eso.
Nosotras no estamos llamadas a seguir el Evangelio y basta: somos llama­
das a seguir todo el Evangelio, en toda su mínima expresión, a la letra.
La mujer NUEVA, «esposa del Espíritu Santo», «hija y sierva del altísimo
sumo rey, el Padre celestial», «madre de nuestro Señor Jesucristo»,3 es hecha
así por el Espíritu del Señor; en efecto, porque «elige vivir según la perfección
del santo Evangelio»,4 no de un modo genérico, sino encarnando la Palabra
como está escrita. En este encarnar la Palabra del Evangelio como está escrita
y esto solamente— le hace «portadora espiritual del Hijo de Dios»,3 hacien­
do descender al Espíritu del Señor en el alma, exactamente como en la Virgen
María.

Es lo que sor Inés de Opórtulolo manifiesta sobre Clara el 25 de abril de

1 RC11,1.
2 RC1 XII, 12.
3 RC1 VI, 3.
4 RC1 VI, 3.
3 3 CtaCl 24-25.
NOVUS ORDO, NOVA VITA. UN N UFVO O RD EN , UNA NUEVA VIDA 211

1232, segundo domingo de Pascua: «Vio otro gran resplandor, no del color del
anterior, sino todo rojo, que parecía despedir chispas de fuego y que rodeó por
completo a la dicha santa, y le cubrió toda la cabeza . Y dudando la testigo qué
era aquello, se le respondió, no en voz pero sí en la mente: «El Espíritu Santo
descenderá sobre ti»,by esto vale también para la comunidad entera, pequeña
grey en el seguimiento fiel de la Palabra: Yo estoy en medio de ellos.»7

* * 5f

Observar el Evangelio a la letra con constancia, en continua negación de sí y


del propio yo, logra, en efecto, despojar al hombre de sí mismo, para hacerlo vil
y despreciable no sólo a los ojos de los demás, sino a los suyos propios: de hecho,
sometiéndolo por amor de Dios a cualquier otra criatura, animada e inanimada,
le sumerge en Cristo mismo en su abatimiento hasta la muerte de cruz —aquello
de lo que habla san Pablo en la Carta a los Filipenses—s y vaciándolo en la
humildad le hace esclavo por amor de Dios sin autoconciencia de algún bien en
sí mismo, sino sólo del Sumo Bien que es Dios, a quien se dirige toda alabanza,
gloria y bendición.
A esto tiende la Regla: una vez que no hay más diferencia entre el «conti­
nente» —siervo inútil— y el Continente Cristo Señor, plenitud del Espíritu, el
Reino está en medio de nosotros. ¡Es la empresa de Francisco!
Mas, observar el Evangelio a la letra, sin glosas, ni comentarios, ni amplias
interpretaciones —algo que distingue a la Orden franciscano-clariana de todas
las restantes Ordenes e Institutos—, no es lo más simple del mundo.
Presupone la heroicidad del seguimiento del Señor Jesús en todo su transi­
tar por la tierra. Y esta heroicidad del seguimiento a su vez presupone un
verdadero y concreto enamoramiento de la persona de Jesucristo: lo que ha
caracterizado y caracteriza, en su simplicidad, a Clara de Asís, mujer verdade­
ramente enamorada del Hijo de Dios en toda su existencia, desde su aparición
en pobres pajas en la cabaña de Belén, hasta el reclinar de su cabeza agonizante
en la cruz. Clara es, en verdad, la «señora pobre», como la veía Francisco, cuya
única riqueza fue estar locamente enamorada del Hijo de Dios y de María.
La observancia al pie de la letra del Evangelio esculpe a la persona en la
humildad y en la pobreza de sí, porque apremia a la observancia de esos
versículos del Evangelio, donde «amar es un vocablo del verbo morir», diría
monseñor Tonino Bello.

Le 1, 47; Proc X, 8.
Idem.
Flp 2, 8.
212 SOR CLARA AUGUSTA LAINATl, OSC

Como en los versículos de Le 6,27-37, con los equivalentes de Mt 5,38-47:


«A vosotros que me escucháis os digo:
Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian.
Bendecid a los que os maldicen; rezad por los que os injurian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra.
Al que te quite la capa, déjale también la túnica.
A todo el que pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Así, pues, tratad a los demás como queréis que ellos os traten.
Si queréis a los que os quieren, ¡vaya generosidad! También los
descreídos quieren a quien los quiere.
Y si hacéis el bien al que os hace el bien, ¡vaya generosidad!
También los descreídos lo hacen.
Y si prestáis sólo cuando esperéis cobrar, ¡vaya generosidad!
También los descreídos se prestan unos a otros con intención de
cobrarse.
¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar
nada.
Así tendréis una gran recompensa y seréis hijos del Altísimo, que es
bueno con los malos y desagradecidos.
Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.
¡No juzguéis... No condenéis... Perdonad... Dad...!»

Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: No somos mas que unos
pobres criados, ¡hemos hecho lo que teníamos que hacer! (Le 17,10).
¿Y la Regla, qué? Importantísima, como veremos también detalladamente
en las notas.

Sin embargo, permanece verdadero que:


«¡Esto había que practicar!, y aquello no dejarlo (Mt 23,23).

* 5f *

Desde la condición de «ignorante y sujeto a todos» en la que lo situaba el


literal seguimiento evangélico, no podía haber regla que pudiese disuadir a
francisco: «El bienaventurado Francisco escuchó la advertencia del cardenal
.Obreoste asunto; tomándole de la mano lo condujo a la asamblea del capítulo
y hablo a los hermanos en estos términos: “Hermanos míos, Dios me llamó a
caminar por la vía de la simplicidad. No quiero que me mencionéis regla
alguna, ni la de S. Agustín, ni la de S. Bernardo, ni la de S. Benito. El Señor me
NOl'U S ORDO, NO VA V ITA . UN NUEVO ORDEN, UNA NUEVA VIDA 213

dijo que quería hacer de mí un nuevo loco en el mundo;9 y el Señor no quiso


llevarnos por otra sabiduría que ésta. . El cardenal estupefacto, nada replicó,
y todos los hermanos quedaron asustados.»10
Precisamente sobre esta base de santa «locura evangélica» nace una nueva
Regla, sólo como tutela de la observancia del Evangelio y como camino de
asequibilidad a la observancia de la Palabra de Jesús, más bien de Jesucristo.
Ninguna palabra del Evangelio era una hipérbole para Francisco, era cumpli­
da como sonaba y basta. El, destinado a ser «el novísimo loco en este mun­
do»,11 tiene en su mente de enamorado sólo una cosa: la persona de Cristo
pobre y crucificado, el Cristo de San Damián. «Quizá en su misma voluntad de
presentarse como loco influía el recuerdo de «la locura de la cruz» de san
Pablo, la locura que salva.»12
El amor le ayuda a cambiar. Para eso le sirve la observancia «sin glosa» del
Evangelio. Porque amar es REALIZAR LA PALABRA del Amado. Lo demás,
todo lo demás, ya no le sirve.
Y así para Clara.
La interpretación de la Regla de Clara es válida en la medida en que se
toma como plataforma la observancia evangélica a la letra. En efecto, el Evan­
gelio subyace a toda norma y es a eso a lo que tiende la norma. Entonces sí,
precisamente en este sentido, toda palabra de la Regla está destinada a ser un
camino que lleva a la santidad. De otro modo, el resultado de una observancia,
incluso severa, estrecha y comprometida, podía crear una «cosa buena», y
también admirable, por los continuos actos de heroicidad diaria que conlleva:
mas no conduce a la santidad, es decir, a ese anonadamiento franciscano de sí
y a aquel Todo de Dios que sólo el Espíritu del Señor está en condiciones de
realizar y no el esfuerzo del hombre.
El terreno de base es, pues, la humildad, en el sentido más amplio posible,
kénosis existencial, nada humano (¿«Quién soy yo, gusano vilísimo e inútil
siervo tuyo?»),13 pero también la condición servil que el Evangelio presupone
en el discípulo, la que Jesús, emblemáticamente, describe a los ojos de los
apóstoles ocho días antes de la Pascua: «Sabía Jesús que había llegado para él

9 LP 18.
10 Idem.
11 Testimonio que se sitúa en el momento en que se manifiesta como «ioculator
Doniini», juglar, bufón de Dios: R. M anshi j , Vida de san Francisco de Asís, Ed. Aránzazu,
Oñati 1997, pp. 143-146.
12 Idem.
13
L1III.
214 SOR CLARA AUGUSTA LA1NAII, OSC

la hora de pasar de este mundo al Padre; había amado a los suyos que vivían
en el mundo y los amó hasta el extremo.»
«Estaban cenando..., se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ciñó una
toalla; echó agua en una jofaina y se puso a lavarle los pies a los discípulos.. ,»14*16
Es la condición del siervo, la vilidad que nos corresponde: «Os he dado ejemplo
para que hagáis vosotros lo mismo que yo he hecho...»13 Jesús, amando a los
suyos hasta el extremo, se ciñe una toalla, demostrándose su siervo. Condición
de Jesús: «Si yo, el Señor y Maestro he hecho esto...»; condición del seguidor
del Evangelio: «un siervo no es más grande que su señor...»; condición de la
Madre de este Hijo-Siervo: «Ha mirado la humildad de su esclava...»11’
Para quien ama a Cristo, de por sí esta es ya la perfecta alegría, imitarlo en
el servicio sabiéndose siervos inútiles y dignos de ser enviados por los
«Cruciferos» a servir a los leprosos,17cuando así parece al Padre de los cielos y
a los hermanos de la tierra, precisamente porque «eres simple e ignorante».18
Es perfecta alegría vivir como ignorantes y súbditos de todos en esa caritativa
obediencia que estipula la Regla; en efecto, es propio de la caridad armonizar
todas las manifestaciones de las virtudes: la caridad es un supuesto previo y es
a la vez el «vínculo», el nexo.19 Pero cuando la caridad es perfecta, no existe ya
diferencia entre el dueño y el siervo, entre Cristo en la cruz y el amante en la
cruz. «No os Hamo más siervos, os llamo amigos.»20Y ahí reside toda la alegría,
la perfecta y plena alegría que colma los cielos.

* * *

La Hermana Pobre Clara hace el resumen de su vida; escribe cómo ella la


ha organizado, para sí y para las hermanas presentes y futuras, habiéndola
recibido de Francisco; es la forma de vida que ha seguido y, a punto de morir, la
somete, esperanzada hasta el fin, a la Sede Romana, que debe poner su sello.
Es ese bello documento que se conoce con el nombre de Regla o, mejor,
Forma de vida de las Hermanas Pobres, incluida en la Bula Solet aminore, sellada
por el papa Inocencio IV (Sinibaldo Fieschi) el 9 de agosto de 1253, en Asís, dos

14 Jn 13,1-5.
13 Jn 13,15.
16 Le 1,48.
17 Ver Al 13.
Ver Al 11.
Col 3,14, citado por Clara en RC1 X, 7.
20
Jn 15,14-15.
NO VUS ORD O , NOVA V ITA . UN NUEVO O RD EN , UNA N UEVA VIDA 215

días antes de la muerte de la santa. Todavía existe el original, entre otros


recuerdos de Clara, en su Basílica de Asís.
Primera Regla escrita por una mujer para mujeres,21 ella compendia toda la
novedad de la que hemos hablado hasta ahora, la novedad que el Espíritu del
Señor suscitó en la vida de Francisco y de Clara. La Iglesia, hasta en sus más
altos vértices,22 comprendió y subrayó inmediatamente esta NOVEDAD; y la
comprendieron también los biógrafos y los testigos oculares del nuevo movi­
miento. Absolutamente el primero, Jacobo de Vitry-sur-Seine, un hombre muy
experto en las formas de vida religiosa: en su viaje a San Juan de Acre,
deteniéndose en Perusa para ser nombrado obispo, se cercioró acerca de la
realidad de aquellos pobres del Evangelio, como eran Francisco y Clara y sus
discípulos de los alrededores de Perusa. Muy experto, como decía, de las
nuevas formas de vida religiosa femenina, que se estaban organizando y poco
a poco siempre más atento a las nuevas experiencias de la Iglesia de su tiempo
—como la de las Beguinas de la diócesis de Lieja—, no se le escapa la NOVE­
DAD absoluta del «movimiento» de Clara y de las «mujeres» que conviven con
ella. Hay que advertir que hasta aquella fecha (1216) se trata sólo de «movi­
miento», y no de una Orden- religiosa. El asombro de Jacobo de Vitry es grande
y trasmite exactamente la medida de la novedad: «Las mujeres (¡as hermanas
pobres), en cambio (el contraste reside en las comparaciones con los hermanos
menores, que van de dos en dos por el mundo), moran juntas en algunos
hospicios no lejos de la ciudad y no aceptan ninguna donación, sino que viven
con el trabajo de sus propias manos. No menor es su disgusto y turbación,
viéndose honradas más de lo que quisieran por los clérigos y los laicos.»23
Mujeres pobres: es decir, sin rentas fijas que podrían ser abastecidas por
donaciones; mujeres que viven del trabajo de sus manos, viviendo en peque­
ñas ermitas fuera de la ciudad; mujeres que procuran ser humildemente
ignoradas. Jacobo no les repite —lo sobreentiende— todo lo que ya ha dicho
antes sobre el despego del mundo, sobre la renuncia de toda propiedad, sobre
la oración y contemplación como elección de vida bien de los hermanos como
de las hermanas pobres.24
Esta NUEVA forma de vida de Clara y de las Hermanas Pobres de San

21 T. M atura, en la Introduzione, por M.F. B ecktr, T. M atura, J.F. G odet, Clara


d'Assisi, Scritti, Vicenza, 1986, p. 36.
22 Respuesta del papa Honorio III al cardenal Hugolino Segni, del TI de agosto de
1218: BF, I, 1.2.
Carta primera, BAC 964.
24
Idem.
216 SOR CLARA AUGUSTA I.AINATI, CISC

Damián, en el modo en que aparece de improviso en la Iglesia del siglo xm,


suponía un problema jurídico-institucional de no fácil solución.
En efecto, el nuevo movimiento, que se inscribía entre tantos movimientos
espontáneos femeninos del momento, debía por fuerza apoyarse en una insti­
tución ya existente, si no quería desaparecer en la nada como sucedió con
tantos «movimientos» de entonces. Debía apoyarse o en la institución eremítica,
en la monástica o en la canonical (así lo imponía el c. 13 del IV Concilio de
Letrán.) La trabajosa historia de la Regla de Clara, desde la primitiva, breve y
simple, «forma de vivir» dada por Francisco poco después de su ingreso en
San Damián (1212-1213), hasta la aprobación definitiva del 9 de agosto de 1253,
la que publicamos, indica la enorme dificultad de integración del ideal clariano
de absoluta pobreza y minoridad, siguiendo las huellas de Cristo y de su
Madre pobrecilla, en la institución monástica. Dificultad que ha implicado a
Clara y a la Iglesia durante cuarenta años hasta la solución definitiva, que es
una «nueva creación» del Espíritu del Señor en la Iglesia y una plena realiza­
ción del carisma de Clara: una estructura eclesial monástica con una connota­
ción de evangelicidad completamente franciscana.
Lo que significa en la práctica es que las Hermanas Pobres son MON­
JAS a todos los efectos, pero monjas de tal manera obligadas al SEGUI­
MIENTO A LA LETRA del Evangelio, en la pobreza, en no poseer ni
siquiera en privado ni en común, en la minoridad, en la misma forma de
gobierno (no piramidal, pero que prevé dos autoridades para la tutela del
Evangelio, Francisco y Clara y en lo sucesivo, sus sucesores), en la fraterni­
dad, en la misma manera de rezar, que no se pueden vincular al monacato
tradicional a no ser por lo que respecta a la pureza del corazón y la ascesis
con la separación del mundo.

* * *

Ya la «conversión» de Clara con su manera de salir del mundo —en la


cuestión de su noble y acomodada casa paterna— para entrar en la vida de la
penitencia 25 de la misma manera que Francisco, aparece como algo NUEVO
en la Iglesia de 1212 (ó 1211): porque Clara escoge, como Francisco, pertenecer
a Cristo con un desposeimiento total desconocido en la Iglesia del Doscientos.
El hecho es que la pobreza que ella abraza no concierne solamente al ámbito
personal (en particular, en propiedad) con la cesión de los bienes a la institu­
ción o a la Orden monástica, cualquiera que sea, de la que se forma parte; sino
que concierne también a toda la comunidad que se está agrupando alrededor

25
RC1 VI, 1.
NOl7US ORD O , NOVA V IT A . UN NUEVO ORDEN, UNA NUEVA VIDA 217

suyo en San Damián. Es una pobreza en común. No sólo la hermana, pero ni


siquiera la comunidad posee o puede poseer.
No sólo: mas, para Clara, no se trata tampoco solamente de una elección
pauperística (¡cuántos movimientos pauperísticos ha alumbrado el tiempo de
Francisco y Clara!), sino que hay más: es querer entrar en una condición de
«humillada bajeza»,26 de marginalidad y de «no significación» en la sociedad
de su tiempo como era la de los pordioseros, de los mendigos, de los excluidos,
de los marginados; como para Francisco, cuya conversión, unida al beso del
leproso, «significaba no sólo la elección pauperística, sino el cambio de estado
social, el ingreso entre los que eran rechazados por todos por su condición de
repulsión».27
También por eso los padres de Clara se opusieron mucho cuando la vieron
en San Pablo de las Abadesas, donde se había refugiado inmediatamente
después de la Vestición en la Porciúncula: no sólo y no tanto por la elección de
la vida religiosa, sino porque —sin bienes como estaba, vendida la herencia y
distribuida evangélicamente a los pobres— había escogido, a imitación de su
padre san Francisco, sirviente en Vallingegno entre los Benedictinos, hacer de
sirvienta de las monjas, como todas las jóvenes desprovistas de la dote. Había
pasado de la parte de los poderosos, a quienes pertenecía, al lado de los sin
nombre, ni dignidad; y esta condición «vil» de Clara en el monasterio era un
ultraje, y no de poca monta, para los nobles.28 Es desde esta óptica como se
entiende también mejor el asombro de Jacobo de Vitry acerca de la elección de
estas Mujeres queriendo ser más bien despreciadas que honradas.
Menor, pues, de parte de los «menores», de quienes no cuentan, de los
mendigos, de los rechazados. Y sucede que en este descender siempre más
abajo de escalón en escalón, mediante «la pobreza, el trabajo, la tribulación, la
afrenta y el desprecio del mundo», como testimonia Clara en la misma Regla,29
hasta alcanzar el último peldaño de la escala de la sociedad, la pobreza se
convierte en un total compartir la vida de los verdaderos pobres (y la dificul­
tad ascética de la singular Hermana como de la Orden consistirá siempre en

26 Vilitas: LC1 9.
z7 R. M anselli-E. P asztor, U monachesimo ncl basso Medioevo en Dall'eremo ni cenobio.
La civilización monástica en Italia desde los orígenes a la época de Dante, Milano, 1987,
p. 101.
Acerca de la condición servil elegida por Clara, renuncando a la pobreza del
linaje, vean las concluyentes páginas de M. B artoli, Clara de Asís, Ed. Aránzazu, Oñati
1992, pp. 72-84.
29 RC1 VI, 2.
218 SOR CLARA AUGUSTA LAINATI, OSC

quererse transformar de «pobres voluntarios» en «pobres verdaderos»). Es un


compartir que Clara defiende de todas las formas, con uñas y dientes, si fuesen
expresiones tolerables en este contexto. Nadie, según Clara, puede poner en
discusión o en peligro, ni siquiera la Iglesia misma, esta elección: ahí reside la
raíz del «Privilegio de Ia pobreza», que tenemos en forma escrita en la Bula de
Gregorio IX, del 17 de septiembre de 1228,30 y que resplandece con otras
palabras, con fuerza todavía mayor por el estilo personal del lenguaje, en el c.
VI de la Regla de santa Clara.31 Lo tenían tan claro en San Damián que la
aprobación de la Regla de Clara significaba precisamente la aprobación del
«Privilegio de la pobreza», como un estilo de vida, aun antes que como
documento, que las palabras de las hermanas que testificaron en el Proceso de
canonización de Clara son semejantes. En resumen las palabras más bellas las
encuentra Clara misma al responder a Gregorio IX: «¡Santísimo Padre, a
ningún precio deseo ser dispensada del seguimiento indeclinable de Cristo!»32
La Regla traza una elección de vida absolutamente despojada de garantías
para el día de mañana, enraizada únicamente en la fe; un acogerse plenamente
a Dios con la confianza secreta y alegre de los pequeños, una fe ilimitada en las
promesas evangélicas hechas a los pobres: «Mirad a los pájaros del cielo...»,
«mirad a los lirios en los cam pos...»’3 Logra con eso un abandono definitivo y
sin cálculos en el «Padre de las misericordias», que es el «Dador de todo
bien»,31 un caminar —en estrecha clausura— como «peregrinas y forasteras»
en este mundo, sin nada, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna,3334* teniendo como
única riqueza la misericordia, «la limosna» del Señor, que vierte sobre el más
pequeño de sus hijos su inmensa riqueza.36

* * *

El primer fruto que nace de una observancia sin glosa del Evangelio, en un
grupo, es la caridad fraterna. El grupo es un grupo de hermanos y de herma­
nas que se quieren bien, en el cual cada uno quiere el bien del otro y se entrega
dando amor, recordando que: «Lo que querríais que hicieran los demás por
vosotros, hacedlo vosotros por ellos.»37 Porque el Espíritu del Señor habita en

30 BAC 236-237.
31 BAC 282-284.
32 LC1 14.
33 Mt 6,19-21; 25-34; Le 12,22-32.
34 TestCl 2, 58.
33 RC1 VIH, 1.
36 Idem.
37 Mt 7,12.
NOVUS ORD O, NOVA V ITA . UN NUEVO ORDEN, UNA NUEVA VIDA 219

vosotros. Y cuando el yo calla y muere continuamente a sí en la observancia de


la Palabra evangélica, resplandece el amor a Dios y al prójimo.
Este es el primer fruto de la pobreza-humildad a la que apremia la Regla
de Clara. «Tranquilizaos, rebaño pequeño, que es decisión de vuestro Padre
reinar de hecho sobre vosotros»:38 es decir, Cristo presente entre vosotros. En
el Evangelio de Lucas esta expresión cierra precisamente un discurso de la
pobreza, de pájaros que no siembran, ni siegan, sin embargo, Dios los ali­
menta; de lirios que no hilan, ni tejen, y a pesar de eso, visten más suntuosa­
mente que Salomón. Y esta expresión es preferida por la abadesa y madre del
monasterio de San Damián: que no sabe ver a su familia religiosa más que
como «una pequeña grey» destinada a tener las características, humildes y
pobres, sufrientes y a la vez resplandecientes de amor del Hijo de Dios y de
su Madre virgen.39
La comunidad es efectivamente un pequeño rebaño de Hermanas que
«viven unidas», como bien subrayaba Jacobo de Vitry en el ya citado testimo­
nio: mas su «vivir» unidas es el «morar» cristiano, o sea ofrecer espacio al
Espíritu del Señor y convertirse, bajo su acción, en morada de la Trinidad.40
«Así lo afirma la misma Verdad: "Quien me ama, será amado por mi Padre, y
yo lo amaré, y vendremos a él, y moraremos en él."»41
Las Hermanas Pobres, hijas y siervas del Padre, esposas del Espíritu Santo,
encarnan el Evangelio como está escrito: de ese modo su «morar unidas» está
visto en la RC1 como el cauce comunitario, el «lugar», el regazo en que nace el
Hijo de Dios y de María, el «Reino». En la práctica de una caridad fraterna, que
sacrifica todo con vistas a la unidad y al amor mutuo y de la paz.42
Toda la forma de vida se convierte así en un «modo de santa UNIDAD»,
como la define el cardinal Rainaldo de Ostia en la Bula inicial.43 Efectivamente
«obedecer» al prójimo, por bueno o malo que sea, no es fin en sí mismo: tiene
como punto de mira «LA UNIDAD» en la caridad, que es lo único que interesa
a Cristo Señor, jesús, en efecto, no hace cuestión de equivocación o de razón en
el Evangelio: («¿Hombre, quién me ha nombrado juez o árbitro entre voso­
tros?»):44 pero sí de la UNIDAD en la caridad. Hasta tal punto que: «Si yendo a

34 Le 12,32.
39 TestCl 46, 4 CtaCl 19-23.
40 «manere», «mansio»: Jn 14,23.
41 3 CtaCl 23.
42 RCi IV, 22; X, 6, 7.
43 BAC 271-272.
44 Le 12,14.
220 SOR CLARA AUGUSTA LAINATI, OSC

presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo


contra ti, deja tu ofrenda allí ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu
hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda».4" Quien de los dos tenía
razón, ni siquiera lo cuestiona: nunca. Lo que hay que recomponer, salvar,
vivir siempre y ante todo es sólo la caridad que es unidad.
«Padre Santo, protege tú mismo a los que me has dado, para que sean uno
como lo somos nosotros..., como tú Padre estás conmigo y yo contigo; que
también ellos estén con nosotros..., yo unido con ellos y tú conmigo, para que
queden realizados en la unidad.»4546
El maligno es aquel que tiene el poder de quebrar la unidad del grupo.47
En la Regla de Clara la Palabra de Dios modela en la concordia.48 Y de esta
«unidad de la mutua caridad, que es vínculo de la perfección»,49 derivan
también todas las normas, que frente al estilo piramidal de la construcción
comunitaria medieval, prevén la participación de toda la comunidad en las
diversas decisiones internas y externas para la utilidad y honestidad del
monasterio.

No sólo, sino el mutuo amor y la familiaridad en el trato entre las Herma­


nas llega a ser tranquila confianza que supera hasta la norma del silencio 50*y es
visto por Clara —siguiendo las huellas de Francisco, pero en un contexto más
amplio como el amor maternal que sabe prever, sostener, abrirse las propias
visceras para dar la vida: «Porque si la madre ama y nutre a su hija carnal,
¡cuánto más amorosamente deberá cada una querer y nutrir a su hermana
espiritual!»81

Nada debe oponerse a este mutuo amor, que es el Reino ya presente, el Hijo
de Dios hecho carne entre nosotros: esto es precisamente para lo cual la Regla
nació y a lo que tiende. Pero Clara sabe cuán difícil es vivir una para las otras, en
una minoridad que obedece continuamente: y le nace del corazón una diligente
y humilde advertencia que no encontramos en los escritos de san Francisco: «Se
guarden las hermanas de toda soberbia... disensión v división.»52

45 Mt 5,23-24.
46 Jn 17,11; 21-23.
47 Jn 17,15.
JS RC1IV, 3.
49 RC1 X, 7.
50 RC1 VIII, 15.
M Idem.
52
RC1 X, 6.
NOVUS ORD O , NOVA V IT A . UN NUEVO ORDEN, UNA NUEVA VIDA 221

La unidad necesita protección, la caridad ser alentada, la Palabra ser de


suma claridad en el momento oportuno. La «Ministra» de la fraternidad tiene
la tutela de la observancia del Evangelio. Clara en la Regla no está y no quiere
estar sola en este deber: pero sorprendentemente tiene a su lado al «ministro»
de las hermanas, el sucesor del bienaventurado Francisco, a un tiempo, directo
superior también de San Damián, tanto que las hermanas están obligadas a
obedecerle como a la misma Clara y a las abadesas que le sucederán: «Y las
demás hermanas estén siempre obligadas a obedecer a los sucesores del bien­
aventurado Francisco, a la hermana Clara y a las demás abadesas que,
canónicamente elegidas le sucedieren».53Desaparece la «prioridad» en el vérti­
ce para ceder el lugar a la señoría del Evangelio, verdadero «señor de casa»
entre las hermanas pobres. Y el orden piramidal se invierte: el primero es el
último y el siervo de todos: «Porque así debe ser, que la abadesa sea la sierva
de todas las hermanas.»54 También esto está en línea con el Evangelio: «.. .no ha
de ser así entre vosotros; al contrario, el que quiera subir, sea servidor vuestro,
y el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos, porque el Hijo del Hombre
no ha venido para que le sirvan, sino para servir...»55 y «el más grande entre
vosotros iguálese al más joven, y el que dirige al que sirve».56
La unidad es también compartir los bienes; excepcional la exquisitez de
Clara al respecto: «Y si los parientes u otras personas le mandan algo, haga la
abadesa que se lo entreguen. Y si ella tiene necesidad podrá utilizarlo; y si no,
compártalo caritativamente con la hermana que lo necesite...»57Norma inusi­
tada, si no se lee en aquel contexto de verdadera familiaridad, del mutuo
compartir los bienes —materiales, morales, espirituales— al modo de los
Hechos de los Apóstoles, donde no había ninguno que dijese que algo era suyo
propio, sino que todas las cosas eran comunes entre ellos.58 Se da por hecho lo
que no es siempre factible en la práctica. Pero, en la humildad por la que quien
recibe nunca lo recibe para sí, sino para todas, del Padre de las misericordias,
en la pérdida total del «yo» al que obliga la señora santa pobreza, esta partici­
pación de bienes, que supera al individuo, así como a quien preside la comuni­
dad como abadesa y madre, tiene el perfume del Evangelio. Posee el perfume
de la humildad de quien sabe que no tiene nada para sí y de la gratitud al

53 RC11, 5.
54 RC1 X, 5.
Me 10,42-45.
Le 22,26; Mt 20,24-28.
RC1 VIII, 19.10.
58
Hch 4, 32.
222 SOR CLARA AUGUSTA RAIN ATI, OSC

Padre de las misericordias, que cuida de su pequeño rebaño, donde cada una
es para todas y todas para cada una.

Participación de bienes, de necesidades, de sufrimientos, de alegrías, de


ansias de Dios. Unidad que se convierte en un solo Cuerpo, dentro del Cuerpo
Eucarístico del Señor Jesús.

* * 5f

El tiempo es tiempo de Dios y a Él, al Altísimo sin tiempo, pertenece el


primado absoluto del amor. Clara, como Francisco, utiliza el Libro entregado a
nosotros, pobres, por el mismo Dios. Día tras día, noche tras noche, el camino
del amor implica siempre más cercanía al Amado; no hay prisa en la oración,
como no hay piisa en el amor. Un paso tras otro, toda la vida se acompasa en la
plegaria hacia Él, que nos ha encontrado, que nos ha llamado, que no perdere­
mos más con tal que permanezcamos en la luz de su Rostro.
¡Y así realmente toda la vida, en la Regla, va al compás de la oración, en la
que casi no se habla!

Sm embargo no es difícil interpretar con delicadeza, después de la Regla


de Clara, ese hermoso documento que —junto a la «Forma de vivir» dada en
los inicios por Francisco y con el Privilegio de la pobreza— constituyó las
primeras bases de la actitud de Clara y de las hermanas en el comportamiento
comunitario: La Regla para los eremitorios,59 aquel modo de vivir que los herma­
nos menores están obligados a seguir cuando el deseo de oración y de relación
personal con lo Absoluto de Dios les aleja del mundo y les llama a una soledad
más profunda y silenciosa.

También la medida del tiempo, como la recitación del Oficio divino, de día
y de noche, en horas preestablecidas, imita la vida del eremotorio;60pero lo que
expresa la oración en Clara y esto también tiene sus raíces en la pequeña
Regla para los eremitorios— es su retiro del mundo: silencio y clausura 61 como
un sumergirse absolutamente en el misterio de Dios. Contemplación y partici­
pación de la radical e inefable soledad de Cristo: esto cierra el mundo a las
espaldas de Clara, pero al mismo tiempo le abre el umbral del misterio de Dios
y la introduce «en la secreta dulzura que Dios mismo ha reservado para los
que le aman».62

Regla para los eremitorios.


60 RC1III.
61 RC1V.
62 3 CtaCl 14.
NOVUS O RD O , S O V A V ITA . UN NUEVO ORDEN, UNA NUFVA VIDA 223

Asimismo, concisa en sus formulaciones, la RC1 tiene en sí fragmentos


contemplativos de inimitable belleza. No es por casualidad que, en el estilo de
Clara hecho de asonancias y de intuiciones imprevistas, casi deslumbrantes que
prenden en la mente y en el corazón, hasta una conversación sobre la pobreza se
ilumina de oración: como sucede en el c. II, 25, donde se exhorta a las hermanas
a que vistan siempre con «vestiduras viles». La genuina «vestidura» que la
memoria le evoca de pronto es la «vestidura de ella» del «Ave Domina, sancta
regina»: «Ave, suo vestimenta».63 Y toda la cuotidianidad se cubre en un instan­
te del estilo de María, vestidura del Hijo de Dios, nacido de su carne; de María,
pobre Madre del Señor, sorprendida en el instante en que deposita en el pesebre
a su Niño: «Y por amor del santísimo y amadísimo Niño, envuelto en pobres
pañales y recostado en el pesebre y de su santísima Madre, aconsejo, suplico
calurosamente y exhorto a mis hermanas a que vistan vestiduras viles.»64* La
oración es como una relación y unión continua con el Cristo que impregna la
vida. Clara ha aprendido de Francisco y tiene por costumbre recitar además del
Oficio de la Iglesia Romana, el Oficio de la pasión o de la cruz compuesto por
Francisco 66 y es allí precisamente donde la mirada se detiene con ternura sobre
El «porque se nos ha dado un niño santísimo amado, y nació por nosotros fuera
de casa y fue colocado en un pesebre.. ,66

* * *

De cualquier modo que se dispongan, sin un antes y un después, son la


pobreza como elección de minoridad, la fraternidad como construcción de
unión mutua y participación, la oración en el silencio de la clausura, las que
conforman el alma de la Regla de santa Clara como han constituido la vida. En
la «fidelidad a la Iglesia católica»: «Siempre sumisas y sujetas a los pies de la
misma santa Iglesia, firmes en la fe católica, guardemos siempre... el santo
Evangelio que firmemente prometimos. Amén.67
El amén final no es una simple conclusión.
Este AMÉN indica que, si se cumple cuanto está escrito en la Regla, el
Reino está consumado. De hecho es Cristo el AMÉN de Dios.68

Traducido por José Luis G. Rodrigo, ofm

63 SalVM 5.
64 RC1II, 24.
66 LC130.
66 OfP V, 7.
67 RC1 XII, 13.
68 2 Cor 1,19-20.
224 SOR CLARA AUGUSTA LAINATi, OSC

NOTA
Respecto a la traducción de la Regla de santa Clara, sor Clara A. Lainati
presenta el texto de la edición de Fontes Francescani, Asís 1995. Nosotros
presentamos la traducción de Fr. Joaquín M.a Beltrán, OFM. Este autor ha
tenido a la vista, particularmente para algunos puntos de mayor dificultad, las
traducciones más usuales entre nosotros, como son la del P. Ignacio
Omaechevarría, Escritos de santa Clara y documentos complementarios, Madrid,
BAC, 1993,3.a ed., y la del P. Lázaro Iriarte, Escritos de san Francisco y santa Clara
de Asís, Valencia, Ed. Asís, 1992, 3.a ed., así como algunas traducciones a otras
lenguas, entre las que hemos de destacar la de J.F. Godet al francés, Claire
d'Assise. Écrits, París, Ed. Du Cerf, 1985.
Fr. Joaquín Beltrán ha procurado que la traducción fuera fiel al texto
original, y, a la vez, correcta, clara y ágil en la medida de lo posible. De ahí que,
en líneas generales, la versión tiende más bien a ser literal, aunque no del todo.

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