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¿De dónde viene nuestra obcecación?

Siete puntos de vista diferentes han permitido demostrar que el


francés no viene del latín. ¿Cómo es posible que tal evidencia no
haya saltado a los ojos de los lingüistas? ¿Cómo es que nos repiten,
generación tras generación, contra toda lógica, que las lenguas
romances vienen del latín? ¿Por qué persiste esta obcecación?

La responsabilidad de los lingüistas


Han pasado los siglos, marcados por el desmantelamiento del
Imperio romano, las invasiones «bárbaras», la inestabilidad
económica y la instauración de un poder religioso. Tantos siglos
durante los cuales, al pasar de la “PAX ROMANA” a los años de
hambruna, de invasiones y de guerras civiles, la producción
literaria casi se extinguió.
La memoria colectiva no había olvidado que los romanos
habían aportado, al colonizar Europa, su organización, su sistema
de derecho, sus conocimientos y su lengua. Era admitido, por tanto,
de manera natural que las lenguas romances provenían también del
latín. No se necesitaba entonces la menor necesidad de un análisis
científico. Más tarde, este prejuicio se transmitió de generación en
generación.
A partir del siglo XIX, los lingüistas cargaron con una
responsabilidad muy importante en el oscurantismo lingüístico
reinante en el ambiente. Algunos, como Louis Hjemsllev, Jean
Perrot y Jozsef Herman, expresaron sus dudas pero nunca
cuestionaron la tesis oficial. Otros, como Antoine Meillet, Alfred
Ernout y André Martinet teorizaron sobre el origen latino del
francés. Utilizando varias ramas de la lingüística, como la
morfología y la fonética, dan un carácter culto a sus escritos, pero
confunden con frecuencia “declaración perentoria” y
“demostración”.

Esquisse d’une histoire de la langue latine, el libro de Antoine


Meillet, es el ejemplo del lirismo universitario totalmente anti-
científico. Extraigo algunas de sus afirmaciones, dentro de las más
significativas:

“El prestigio de la civilización griega no bastó en ninguna


parte para imponer el griego a las poblaciones que habitaban al
interior de sus tierras”. ¿Dónde se ha visto jamás que el prestigio
imponga lengua alguna?

“A la larga, la lengua culta, atacada sin cesar, no puede sino


sucumbir, al menos en el uso oral, aunque la lengua escrita cobre,
cada vez más, el carácter de lengua muerta, y por la misma razón,
actúa cada vez menos en el hablar cotidiano.” ¡Como si la lengua
escrita pudiera tener alguna influencia sobre la lengua hablada!

“El valor absoluto del latín disminuía, su valor relativo no


hacía sino aumentar.” ¡Eso suena muy hueco, pero no es sino
palabrería que no demuestra nada!
”Las innovaciones comunes resultan de la estructura del latín y
del hecho de que un mecanismo delicado y complejo ha sido
manejado por gente nueva de todo tipo”. He ahí la gran
explicación: gente nueva de todo tipo, incapaces de hablar una
lengua aristocrática, son responsables de la transformación del
latín. ¿Y cómo? Meillet nos dice que “por un mecanismo, delicado
y complejo”.
Nos parece oír a los médicos de Molière. Meillet es incapaz de
explicar cualquier cosa, y recurre también, según una de sus
costumbres favoritas, a un giro oscuro que no aporta nada. ¡Y
continúa!

«El deponente es, en una lengua, el tipo de complicación


inútil». ¡Fuera el deponente, es demasiado complicado para el
pueblo de bajo nivel!
«Al eliminar el neutro, el romance se deshizo de una categoría
que ya no tenía significado alguno desde hacía tiempo». He ahí la
explicación de cómo desapareció el género neutro de todas las
lenguas romances. ¡No tenia significado alguno desde hacía
tiempo! Los alemanes y los rusos, cuyas lenguas tienen los tres
géneros (masculino, femenino, neutro) y sus declinaciones (seis
casos en ruso, cuatro casos en alemán) serian, por tanto, menos
rústicos que los pobres descendientes de los romanos que no
supieron guardar la riqueza de la gramática latina.

«El latín vulgar se convirtió en algo que los hombres más


diversos y menos cultivados pudieran manejar, un instrumento
cómodo, bueno de usar para todas las manos.» Usted se acuerda
de esto: «gente de todo tipo».

No, en verdad que nada de eso es serio. En ninguna parte se


encuentra una rigurosa demostración. Toda la obra de Meillet está
hecha de formulas literarias, de encantamientos y de
declamaciones, con las cuales mezcla pseudo análisis gramaticales
de varias lenguas. En ciertos casos, como el “osco” y el “umbrío”,
se basa en lenguas que no se conocen sino de manera imperfecta a
través de algunos textos. Es un fárrago increíble que engaña y que
es demasiado enrevesado para dar pie a una comprobación
rigurosa. Hemos pasado de Littré, el literato puro, a Meillet, el
multilingüe barullero, sin avanzar ni un milímetro en el terreno
científico.
Antoine Meillet sabe, sin embargo, que las lenguas no
evolucionan rápidamente. “La estructura del árabe es aun
semejante a la de las lenguas semíticas de hace tres mil años.”
Como podríamos objetarle que sería curioso que el latín es una
excepción, se deshace del argumento al afirmar: “El turco de hoy
es el turco de hace mil años, el esquematismo rígido de la lengua
lo preservó del cambio.” Si el turco no ha cambiado en mil años se
debe a la rigidez de la lengua. ¡He aquí otra vez una nueva ley
lingüística! Habría, entonces, que distinguir entre las lenguas
rígidas que se conservan, y las otras. Por más que le moleste a
Meillet, todas las lenguas son rígidas.

«El valor duradero de la lengua latina se debe a que ella es la


expresión de un tipo de civilización rica y cuya influencia ha sido
decisiva.» Meillet tiene respuestas para todo, y con todo precisa
que “el latín guardó estabilidad durante unos ochocientos años”
Por tanto, el latín constituye una excepción por partida doble. No
solamente, contrario a lo que ocurre en todas las lenguas, el latín
pudo evolucionar fuertemente, sino que no lo hizo de manera
continua, ya que permaneció estable durante ocho siglos.
¡Maravilloso!

Yo me pregunto cómo esta jerga pudo ser la referencia de la


lingüística francesa durante tantos años. ¿Cómo hemos podido
aceptar esta retórica inconsistente? ¿Cómo es que nadie vio jamás
todas las incoherencias de sus razonamientos?
Hay quizá un respeto impecable de los doctos profesores y una
gran incapacidad para cuestionar el dogma, propios de la
universidad francesa. Para llegar a ser profesor, todo estudiante
debe practicar la religión de sus predecesores, que consiste en la
veneración de los antiguos y la adhesión al dogma. Sin ello, se
expone a no recibir la unción.

El parentesco indoeuropeo
Es inadmisible que los lingüistas se equivoquen sin cesar. En
cambio, es comprensible que se abuse del común de los mortales.
El latín y las lenguas romances, como vimos, salen de un tronco
común: el indoeuropeo. Entonces, existen necesariamente puntos
en común entre el latín y las lenguas romances. Pero parentesco
no quiere decir relación filial directa. El latín y las lenguas
romances tienen varios puntos en común, pero de ellos no se puede
concluir que la primera sea la lengua madre de las segundas.
Antes de entusiasmarnos con las raras (sí, ¡dije raras!)
semejanzas que existen entre el latín y las lenguas romances, hay
que profundizar un poco el análisis. Tales semejanzas entre el latín
y las lenguas romances, cuando hemos podido descubrir algunas,
son las que existen entre dos lenguas que poseen un origen común.
Menciono de nuevo que el alemán y el inglés son dos lenguas que
se parecen entre ellas mucho más de lo que se parecen el latín y el
francés y que, sin embargo, no son sino primos lejanos de la misma
familia.

La coexistencia de dos pueblos


Latinos e italianos cohabitaron durante siglos y aun cuando el
latín no se impuso como lengua vehicular, fue, en tanto que lengua
del poder, la lengua de la administración y del derecho. Además,
lengua de la cultura dominante, el latín fue utilizado para forjar el
vocabulario de todos los dominios científicos, artísticos y
religiosos. La presencia masiva de palabras latinas en el
vocabulario de las lenguas romances, aunque limitado a ciertos
dominios, da al observador poco perceptivo la impresión de una
filiación.
El fenómeno se encuentra bastante extendido por todo el
mundo. Todos los pueblos que estuvieron en contacto o vivieron
bajo la férula de un pueblo dominante absorbieron una parte
importante del vocabulario de éste. El vasco cuenta con una fuerte
proporción de palabras españolas. El inglés cuenta con miles de
palabras de origen francés. El persa ha absorbido mucho del árabe.
¡Y el latín del griego! Imaginamos con facilidad que una
cohabitación de alrededor siete siglos (desde la conquista de Italia
por los romanos hasta el desplome del Imperio romano) haya
dejado numerosas trazas. Más aún cuando, después de este primer
período, las lenguas romances van a conocer, durante algunos
siglos todavía, una aportación continua de palabras latinas, por el
doble canal de la Iglesia y de las universidades. Fueron miles de
palabras latinas relativas a la religión, a las artes y a las
ciencias que, una vez incorporada a las lenguas romances,
refuerzan la impresión de un alto grado de parentesco entre
éstas y el latín. Únicamente un análisis refinado del vocabulario de
base permite revelar una lengua desprovista de aportes latinos.
Si las lenguas romances tomaron prestadas muchas palabras del
latín, no es inverosímil establecer la hipótesis de que el latín haya
hecho lo mismo del romance, aun cuando, por reflejo aristocrático,
la nobleza sentía repugnancia de utilizar palabras romances cuando
hablaban latín. Petronio, en el Satiricón, hace decir a uno de sus
personajes: “Pero los espíritus bien nacidos sienten horror de las
palabras vacías […] En primer lugar, hay que cuidarse de todo
eso que yo llamaría un lenguaje facilón, y escoger sus términos
fuera del vocabulario de la plebe…”
Uno constata la unilateralidad de los intercambios en todos los
países bilingües, no multilingües como Suiza o Bélgica, sino
bilingües por el hecho de la presencia de una lengua colonial.
¿Cuántas palabras pasaron del hindi al inglés en la India? Casi
ninguna. ¿Cuántas palabras pasaron del árabe argelino al francés
hablado en Argelia? Unas pocas. ¿Cuántas palabras uolof (la
lengua mayoritaria del Senegal) pasaron al francés? Se las puede
contar con los dedos de una mano. A la inversa, las lenguas
dominadas tomaron empréstitos masivos de las lenguas
coloniales. En el árabe dialectal marroquí, por ejemplo,
“automóvil” se dice TOMOBIL (y no SAYARA), semana se dice SIMINA
(y no USBUA)

La ausencia de escritos en italiano antiguo


Es verdad: no hay la menor traza escrita en italiano antiguo. ¿Es
acaso ello una prueba de que el “italiano antiguo” no haya podido
existir? ¿No existen hoy en todo el mundo decenas de casos
similares en los que se utiliza una lengua para hablar y otra para
escribir? Ya he mencionado el caso del Magreb y de Quebec.
Menciono de nuevo, para insistir sobre este punto, que la lengua
mayoritariamente hablada en los países magrebíes es el árabe
dialectal: todo lo que se escribe en árabe, se hace en árabe clásico.
Dentro de varios siglos, o milenios, los historiadores o arqueólogos
no encontrarán la menor huella de escritos en árabe dialectal y,
como en este caso la confusión es total al llamar dos lenguas
árabes, designadas ambas de manera simplificada bajo el nombre
común de “árabe”, concluirán quizá que la lengua hablada en el
Magreb era el árabe clásico.
El ejemplo quebequense es igualmente interesante. Los
franceses llegados a Quebec vinieron con dos lenguas: una lengua
hablada, el francés de las regiones del oeste de Francia, de Poitou a
Normandía, que dio origen a una lengua franco-quebequense, y
una lengua escrita, el francés académico, utilizada únicamente para
los documentos, cualesquiera que éstos fuesen. Es por eso que, en
la literatura quebequense, antigua o contemporánea, no se
encuentra una sola palabra, una sola expresión de la lengua hablada
ya que, por convención, todo escrito se hacía en lengua francesa
clásica. Los investigadores no podrán jamás reconstruir la lengua
hablada en Quebec a partir de los escritos a su disposición.
En las Antillas, se necesitaron cuatro siglos para que el criollo
fuese reconocido como lengua y fuese objeto de las primeras
publicaciones. Pero el francés sigue siendo la lengua casi exclusiva
en la escritura.
En China, los ideogramas permiten la comprensión reciproca,
por medio de la escritura, de norte a sur del país, pero lo que se
habla en las diferentes provincias chinas son lenguas diferentes.
Dentro de algunos siglos o milenios, será imposible para los
investigadores, basándose únicamente en los escritos, descubrir
cuál era la situación lingüística de la China en el siglo XXI.
La situación es idéntica en el África negra, en la que, con la
excepción del suajili, las lenguas utilizadas por escrito son las
lenguas que fueron traídas por los colonizadores europeos: inglés,
francés y portugués, mientras que África cuenta con varios
centenares de lenguas autóctonas.
Nuestra tarea hubiese sido más simple si tuviésemos a nuestra
disposición textos escritos en italiano antiguo, o descripciones
precisas de la realidad lingüística de la Italia romana. Pero, ¿qué
escritor indio anglófono se preocupa de precisar en qué lenguas
hablan los héroes de sus novelas? Todos, aparentemente, hablan
inglés. ¿Qué escritor africano francófono aporta alguna vez la
menor precisión acerca de la lengua utilizada por sus personajes de
ficción? Todos, aparentemente, hablan francés.
La presencia de escritos no impide un mínimo de
circunspección. La lengua escrita refleja raras veces la lengua
hablada. Imagine que dentro de veinte siglos saquemos de las
ruinas de nuestras bibliotecas las obras de Rabelais, Racine, Víctor
Hugo, Baudelaire y Céline. ¿En qué conjeturas caerían los analistas
para llegar a desenredar la lengua hablada en Francia desde el siglo
XVI al siglo XX?

El enigma del «osco»


El descubrimiento en todas las regiones que van desde Umbría
hasta Lucánida, a grosso modo en un radio de unos doscientos
kilómetros alrededor de Roma, de inscripciones en los
monumentos y de placas de bronce en la que se utiliza más o
menos la misma lengua, bautizada “osco”, que no tiene nada en
común ni con el latín ni con el “italiano antiguo”, abre la
posibilidad para suponer la existencia de una lengua antigua,
hablada al inicio de la historia de Roma por todos los pueblos
de la mitad sur de Italia.
No sabemos casi nada de esta lengua, ya que los escritos que
nos han llegado son muy fragmentarios y nos impiden definir con
precisión la gramática y el vocabulario. De tan pocos restos a
nuestra disposición simplemente podemos concluir acerca de la
utilización, al escrito, de una lengua particular. ¿Cuál era la
extensión de esta lengua? ¿En qué regiones precisas se hablaba?
¿Cuándo se convirtió en una lengua muerta? No sabemos nada.
Existen algunas alusiones a esta lengua en la literatura latina1.
Pero, los que hablan de ella ¿la escucharon o sólo mencionan
testimonios más antiguos?
Esta lengua tiene la ventaja sobre el italiano antiguo» de haber
dejado trazas escritas y eso arroja un poco mas de confusión en los
espíritus, al punto de que ciertos investigadores piensan que esta
lengua se encontraba muy extendida, y que era incluso
comprendida por el pueblo de Roma en la época de César2.
Mi demostración sobre el origen italiano de las lenguas
romances hace del italiano la lengua de los romanos. Esta lengua
sumergió a todas las otras lenguas de la península italiana y por
tanto, al latín, al osco, al umbrío y al etrusco. El hecho de que
hayamos encontrado inscripciones en lengua osca puede indicar
simplemente la importancia cultural, incluso religiosa, de la lengua
osca antes de que el latín se impusiera como lengua de la cultura,
pero no le confiere el estatus de lengua vehicular de la Italia del sur
de antes de la expansión romana.

1
Tito Livio, Historia romana. Libro 10: “Poco antes de amanecer, envía hombres
que conocen la lengua osca…”
2
Cf. mis comentarios sobre la posición de Pierre de Klossowski en el capitulo
«Primera prueba».

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