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Trabajo practico de Ética.

Los griegos entendían la ética como el camino más corto hacia la felicidad.
Sócrates, por ejemplo, creía que la íntima satisfacción que experimentamos ante
una buena acción es lo más parecido a ese preciado bienestar que se puede
encontrar en este mundo. Este planteamiento, parece haberse difuminado en la
actualidad. El crecimiento económico nos ha hecho creer que solo vale lo que
produce dinero. El dinero se ha convertido asi en el baremo para tasarlo todo, del
mismo modo que se pretende que la economía es el único espejo que no devuelve
una imagen deformada de la realidad. Pero podemos constatar como se
multiplican los ejemplos de proyectos éticos de carácter solidario como se critica la
religión del becerro de oro o como aparece un renovado interés por la ética.
Problemas como: el enfrentamiento Norte/Sur, el paro, el consumo, el racismo, las
sectas, la corrupción, el enfrentamiento generacional, el sexo en los tiempos del
sida, las drogas, el ocio, la contaminación o la violencia. No podemos resolver los
conflictos más importantes del presente sin un claro cambio de actitud respecto a
lo que consideramos que está bien. Y para abordar esa renovación es evidente
que una mayor información es imprescindible.

Epicuro enseña que la felicidad implica serenidad y que se alcanza a través de los
placeres simples, los que preservan la salud corporal y la paz mental.

La teoría ética de Epicuro procede de la doctrina cirenaica formulada por Aristipo


(c. 435-356 a.C.) quien sostiene el principio hedonístico de que el placer es el bien
supremo. Aunque Epicuro y los cirenaicos tienen diferentes concepciones sobre el
placer el primero pone el énfasis en la paz mental y los segundos en los placeres
sensuales están de acuerdo con respecto a los principios generales. Ambos
sostienen que la naturaleza humana está constituida de tal forma que los hombres
siempre buscan lo que creen que les dará placer, y evitan lo que piensan que les
causará dolor, y que el placer es el único bien intrínseco y el dolor el único mal en
sí. Ambos están de acuerdo en que ningún placer es malo en sí mismo. Sin
embargo, nos recomiendan seleccionar cuidadosamente los placeres, ya que los
medios que producen algunos placeres traen con ellos algunos disturbios mucho
más grandes que los placeres.

Aristipo y Epicuro enseñan que la persona que desea ser feliz debe cultivar la
habilidad de seleccionar los placeres correctos, y sostienen que solo aquellas
acciones que traen disfrute a la persona tienen significado moral para ella. Epicuro
sostiene que la duración de los placeres es más importante que su intensidad para
alcanzar la felicidad. Afirma que los placeres mentales en general son superiores a
los físicos, ya que aquellos son más largos, aunque menos intensos.

La experiencia nos muestra que el de-seo de una vida llena de intensos placeres
sería frustrante, porque nunca tendríamos suficientes en el curso ordinario de la
vida. Además, los placeres derivados de objetivos tales como la fama, la salud y
similares, a menudo son sobrepasados por los sufrimientos requeridos para
alcanzarlos, y los dolores que sobrevienen a actividades tales como las fiestas, las
bebidas y la vida alegre cancelan los placeres o dejan un balance de dolor.

La diferencia principal entre el cirenismo y el epicureísmo radica en su diferente


concepción de la naturaleza del placer auténtico. Fundamental en este
desacuerdo es su distinción entre placeres activos o positivos, que proceden de la
gratificación de deseos y necesidades específicas, y placeres pasivos o negativos,
que son la ausencia de dolor. Aristipo pone como la meta de la vida el continuo
goce de los placeres activos, mientras Epicuro sostiene que los placeres activos
solo son importan-tes en cuanto sirven para terminar con el dolor que producen los
placeres inalcanzados. Para Epicuro, los placeres pasivos son más fundamentales
que los activos, ya que es a través de ellos como logramos la felicidad. El último
fin de un ser humano no es la sucesión constante de intensos placeres sensuales,
sino el estado de serenidad o ataraxia, el cual se define como ausencia de
problemas en la mente y de dolor en el cuerpo.

La calma y el reposo de la vida buena están al alcance de todos. Es necesario, sin


embargo, que mantengamos nuestros deseos al mínimo, y que distingamos los
deseos naturales y necesarios de los artificiales. Por contraste, la satisfacción de
los deseos naturales esto es, de los deseos que deben ser cumplidos para
preservar la salud corporal y la paz mental y la libertad del dolor que acompaña tal
satisfacción, lleva a la felicidad.

Epicuro nos dice que nuestro bien puede realizarse a través de la filosofía, de la
búsqueda del cono-cimiento. Se debe comprender, sin embargo, que la función de
la filosofía es sobre todo práctica. Por naturaleza, los hombres buscan placer, pero
por el conocimiento son guiados a seleccionar los placeres verdaderos. Epicuro
emprende la tarea de demostrar la falta de fundamento para los dos mayores
temores que atormentaban a sus contemporáneos: el miedo a la muerte y el
miedo al castigo divino.

Por otra parte, la doctrina epicúrea del alma contiene el argumento contra del
miedo a la muerte: el alma no es más que una colección de pequeños átomos
dentro del cuerpo, y la muerte es sólo la dispersión de los átomos del alma.
A pesar de la adecuación del atomismo de Demócrito como descripción de la
naturaleza, Epicuro cree que su teoría del movimiento es incompleta, en una
forma que tiene serias consecuencias para la ética.

La filosofía es útil: no es sólo una herramienta indispensable para llevar una vida
buena, sino que es la más placentera de las actividades: en todas las demás
ocupaciones el fruto viene con dolor, pero en la filosofía el placer viene junto con
el conocimiento.

Es necesario filosofar cuando se es joven y cuando se es viejo: en el segundo


caso para rejuvenecerse con el recuerdo de los bienes pasados, y en el primer
caso para ser, aún siendo joven, tan intrépido como un viejo ante el porvenir. Por
tanto hay que estudiar los métodos de alcanzar la felicidad, porque, cuando la
tenemos, lo tenemos todo, y cuando no la tenemos lo hacemos todo para
conseguirla.

En primer lugar, debes saber que Dios es un ser viviente inmortal y


bienaventurado, como indica la noción común de la divinidad, y no le atribuyas
nunca ningún carácter opuesto a su inmortalidad y a su bienaventuranza.

En segundo lugar, acostúmbrate a pensar que la muerte no es nada para


nosotros, puesto que el bien y el mal no existen más que en la sensación, y la
muerte es la privación de sensación. Un conocimiento exacto de este hecho, que
la muerte no es nada para nosotros, permite gozar de esta vida mortal
evitándonos añadirle la idea de una duración eterna y quitándonos el deseo de la
inmortalidad. Así pues, el más espantoso de todos los males, la muerte no es
nada para nosotros porque, mientras vivimos, no existe la muerte, y cuando la
muerte existe, nosotros ya no somos. Por tanto la muerte no existe ni para los
vivos ni para los muertos porque para los unos no existe, y los otros ya no son.

La mayoría de los hombres, unas veces teme la muerte como el peor de los
males, y otras veces la desea como el término de los males de la vida. [El sabio,
por el contrario, ni desea] ni teme la muerte, ya que la vida no le es una carga, y
tampoco cree que sea un mal el no existir. Igual que no es la abundancia de los
alimentos, sino su calidad lo que nos placer tampoco es la duración de la vida la
que nos agrada, sino que sea grata.

En tercer lugar, hay que comprender que entre los deseos, unos son naturales y
los otros vanos, y que entre, los deseos naturales, unos son necesarios y los otros
sólo naturales. Por último, entre los deseos necesarios, unos son necesarios para
la felicidad, otros para la tranquilidad del cuerpo, y los otros para la vida misma.
Una teoría verídica de los deseos refiere toda preferencia y toda aversión ala
salud del cuerpo y a la ataraxia [del alma], ya que en ello está la perfección de la
vida feliz, y todas nuestras acciones tienen como fin evitar a la vez el sufrimiento y
la inquietud.

Por ello decimos que el placer es el principio y el fin de la vida feliz. Lo hemos
reconocido como el primero de los bienes y conforme a nuestra naturaleza, él es
el que nos hace preferir o rechazar las cosas, y a él tendemos tomando la
sensibilidad como criterio del bien. Y puesto que el placer es el primer bien natural,
se sigue de ello que no buscamos cualquier placer, sino que en ciertos casos
despreciamos muchos placeres cuando tienen como consecuencia un dolor
mayor. Por otra parte, hay muchos sufrimientos que consideramos preferibles a
los placeres, cuando nos producen un placer mayor después de haberlos
soportado durante largo tiempo. Por consiguiente, todo placer, por su misma
naturaleza, es un bien, pero todo placer no es deseable.

A nuestro entender la autarquía es un gran bien. No es que debamos siempre


contentarnos con poco, sino que, cuando nos falta la abundancia, debemos poder
contentarnos con poco, estando persuadidos de que gozan más de la riqueza los
que tienen menos necesidad de ella, y que todo lo que es natural se obtiene
fácilmente, mientras que lo que no lo es se obtiene difícilmente. Por consiguiente,
cuando decimos que el placeres el soberano bien, no hablamos de los placeres de
los pervertidos, ni de los placeres sensuales, como pretenden algunos ignorantes
que nos atacan y desfiguran nuestro pensamiento. Hablamos de la ausencia de
sufrimiento para el cuerpo y de la ausencia de inquietud para el alma. Porque no
son ni las borracheras ni los banquetes continuos, ni el goce de los jóvenes o de
las mujeres, ni los pes-cados y las carnes con que se colman las mesas
suntuosas, los que proporcionan una vida feliz, sino la razón, buscando sin cesar
los motivos legítimos de elección o de aversión, y apartando las opiniones que
pueden aportar al alma la mayor inquietud.

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