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Capítulo 2: Violencia Obstétrica

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Capítulo 2: Violencia Obstétrica

Capítulo 2

Dr. Enrique Manuel Ramírez Gutiérrez

Violencia Obstétrica

La violencia obstétrica es una consecuencia casi inevitable de la aplicación del


paradigma médico vigente en casi todos los países de la región. Puede definirse
como el tipo de violencia ejercida por el profesional de salud sobre el cuerpo y los
procesos reproductivos de las mujeres.

Esta clase de violencia se expresa mayoritariamente aunque no con exclusividad


en el trato deshumanizado hacia la mujer embarazada, en la tendencia a
patologizar los procesos reproductivos naturales y en múltiples manifestaciones
que resultan amenazantes en el contexto de la atención de la salud sexual,
embarazo, parto y post parto.

a) A ser informada sobre las distintas intervenciones médicas que pudieren tener
lugar durante esos procesos de manera que pueda optar libremente cuando
existieren diferentes alternativas.

b) A ser tratada con respeto, y de modo individual y personalizado que le garantice


la intimidad durante todo el proceso asistencial y tenga en consideración sus
pautas culturales”

“c) A ser considerada, en su situación respecto del proceso de nacimiento, como


persona sana, de modo que se facilite su participación como protagonista de su
propio parto.

d) Al parto natural, respetuoso de los tiempos biológico y psicológico, evitando


prácticas invasivas y suministro de medicación que no estén justificados por el
estado de salud de la parturienta o de la persona por
nacer.

e) A ser informada sobre la evolución de su parto, el estado de su hijo o hija y, en


general, a que se le haga partícipe de las diferentes actuaciones de los
profesionales.

f) A no ser sometida a ningún examen o intervención cuyo propósito sea de


investigación, salvo consentimiento manifestado por escrito bajo protocolo
aprobado por el Comité de Bioética”

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“Se considerarán actos constitutivos de violencia obstétrica los ejecutados por el


personal de salud, consistentes en:

1. No atender oportuna y eficazmente las emergencias obstétricas.

2. Obligar a la mujer a parir en posición supina y con las piernas levantadas,


existiendo los medios necesarios para la realización del parto vertical.

3. Obstaculizar el apego precoz del niño o niña con su madre, sin causa
médica justificada, negándole la posibilidad de cargarlo o cargarla y
amamantarlo o amamantarla inmediatamente al nacer.

4. Alterar el proceso natural del parto de bajo riesgo, mediante el uso de


técnicas de aceleración, sin obtener el consentimiento voluntario, expreso e
informado de la mujer.

5. Practicar el parto por vía de cesárea, existiendo condiciones para el parto


natural, sin obtener el consentimiento voluntario, expreso e informado de la
mujer.

“Violencia obstétrica: aquélla que ejerce el personal de salud sobre el cuerpo y los
procesos reproductivos de las mujeres, expresada en un trato deshumanizado, un
abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales, de
conformidad con la ley. Esta definición incluye no sólo a los profesionales
actuantes durante el momento del parto, sino también a todo el personal que
forma parte de un servicio y que tiene trato con la mujer embarazada. También
especifica que la violencia obstétrica no sólo implica violencia física, sino también
violencia psíquica.

La violencia obstétrica en tanto violencia de género pone de manifiesto la


asimetría que existe entre hombres y mujeres en las relaciones de saber/poder y
que regula el conjunto de las prácticas concretas en los procesos reproductivos de
las mujeres.

Desde hace más de tres décadas, una serie de conferencias internacionales


realizadas en el marco del alcance de los derechos humanos como la Convención
Sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer
(1979), la Declaración de Naciones Unidas sobre la Eliminación de la Violencia
contra la Mujer (1993) conjuntamente con la Cuarta Conferencia Mundial sobre la
Mujer (1995) y la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar
la Violencia contra las Mujeres “Convención Belem De Pará” (1996)- han alertado
sobre la importancia del respeto de los derechos sexuales y reproductivos,
definiendo a la salud sexual y reproductiva como una parte inalienable, integral e
indivisible de los derechos humanos universales.

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No obstante los logros conseguidos a partir de estas iniciativas, las inequidades de


género siguen afectando los servicios de salud reproductiva en gran parte del
mundo. La violencia obstétrica constituye también una violación a los Derechos
Humanos, tanto como manifestación de la violencia de género contra las mujeres
como desde el enfoque del derecho a la salud como un derecho humano
(Villaverde, 2006).

El derecho a la salud está vinculado con el ejercicio de otros derechos humanos


de los cuales también depende. No puede ser tomado como un derecho aislado,
sino que debe ser comprendido desde una concepción integral de los Derechos
Humanos. La existencia de este derecho obliga a los Estados a propiciar las
condiciones en las cuales los ciudadanos puedan vivir lo más saludablemente
posible y estas condiciones incluyen el acceso a los servicios de salud, pero
también condiciones de trabajo saludables y seguras, alimentos nutritivos, trato
digno y otras condiciones que muestran que el derecho a la salud no se limita al
derecho a estar sano.

“Todos los derechos humanos son universales, indivisibles e interdependientes y


están relacionados entre sí” (Declaración y Programa de Acción de Viena, 1993).
Sin embargo, llama la atención la ausencia de referencias directas a la violencia
obstétrica en la gran mayoría de los textos sobre violencia hacia las mujeres. En
muchas instituciones de salud se violan sistemáticamente los derechos
reproductivos de las mujeres durante el parto convirtiéndolos en formas
naturalizadas de violencia.

Derecho a la integridad personal. Como se indica en el Art. 5 de la Convención


Americana sobre Derechos Humanos (CADH), es el derecho que poseen todas las
personas a que su integridad física, psíquica y moral sea respetada. El respeto a
este derecho implica que nadie debe ser lesionado o agredido físicamente, ni ser
víctima de daños mentales o morales que le impidan conservar su estabilidad
psicológica o emocional.

Dentro del marco de la violencia obstétrica, este derecho se ve violentado a través


de prácticas invasivas muchas veces innecesarias como las episiotomías, las
cesáreas que no están médicamente indicadas y las ligaduras de trompas sin
contar con el consentimiento de la mujer.

Derecho a la privacidad e intimidad. Este derecho presenta dos manifestaciones


complementarias, el límite a la intromisión y la libertad en relación con la vida
privada. El Art. 5 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (CADH)
señala que las personas poseen derecho al respeto de la honra y al
reconocimiento de la dignidad, así como a la protección de los ataques a la honra
y la reputación.

En la misma línea, el artículo 12 de la Declaración Universal de Derechos


Humanos estipula que “Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida

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privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o


a su reputación … ”. Este derecho se ve violado en las instituciones de salud a
través la exposición innecesaria del cuerpo de las mujeres, en especial de sus
órganos genitales, en el parto, en la consulta ginecológica y otras sin ofrecer a la
mujer la posibilidad de decidir sobre su cuerpo.

Muchas veces, las mujeres no reciben explicación alguna del porqué de estas
prácticas ni se les pide su acuerdo: “Me metieron mano, más o menos 13
estudiantes … me tapaba la cara con la sábana para que no me miraran”
(INSGENAR, 2003:20).

Derecho a la Información y a la toma de decisiones libres e informadas sobre su


salud. Como lo especifica el artículo 6 de la Declaración Universal sobre Bioética y
Derechos Humanos: “Toda intervención médica preventiva, diagnóstica y
terapéutica sólo habrá de llevarse a cabo previo consentimiento libre e informado
de la persona interesada, basado en la información adecuada …”. La violación de
este derecho toma la forma del paternalismo médico en su mayor expresión.

A las pacientes muchas veces se les realizan prácticas sin previa consulta y sin
ofrecerles ningún tipo de información sobre las implicancias de las mismas. En
consecuencia, lo que se hace es anular toda posibilidad de las mujeres de tomar
decisiones sobre su salud sexual y reproductiva. Frases como “firma acá”, “te
tengo que ligar las trompas”, “te tengo que hacer cesárea”, son un ejemplo
habitual de este tipo de prácticas. (INSGENAR,2003:21).

Derecho a no recibir tratos crueles, inhumanos y degradantes. De acuerdo con el


artículo 5 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH), el artículo 7
del Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos (PIDCyP) y el artículo
16 de la Convención contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos
o Degradantes los Estados deberán prohibir dichos tratos por parte de
funcionarios público o personas en el ejercicio de funciones oficiales.

Se consideran tratos crueles, inhumanos y degradantes todo tipo de abusos


(físicos o mentales), cualquier tipo de degradación, o la obligación de cometer
actos contrarios a las propias convicciones morales o culturales. La situación en la
que se detecta reiteradamente el maltrato hacia la mujer, por medio de agresión
verbal o psicológica, es en el momento del parto.

Estas agresiones se manifiestas a través de muestras de insensibilidad frente al


dolor de la mujer, manteniendo silencio frente a sus preguntas, a través de la
infantilización de la parturienta, los insultos y los comentarios humillantes del tipo
“Si te gustó aguantátela (haciendo referencia a los dolores de parto que
aparentemente la mujer debería soportar por haber sentido placer al momento del
acto sexual)”10 (INSGENAR,2003:19).

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Derecho a estar libre de discriminación. El artículo 11 de la Declaración Universal


sobre Bioética y Derechos Humanos (2005) establece que “ningún individuo o
grupo debería ser sometido por ningún motivo, en violación de la dignidad
humana, los derechos humanos y las libertades fundamentales, a discriminación o
estigmatización alguna”.

En relación con la atención en la salud, el artículo 12 de la Convención sobre la


Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer (CEDM, 1983)
declara que los Estados deben “garantizarán a la mujer servicios apropiados en
relación con el embarazo, el parto y período posterior al parto… ” con el fin de
asegurar las condiciones de igualdad entre hombres y mujeres en el acceso a
servicios de atención médica.

Gran parte de la población que acude a los servicios gratuitos de salud en


los hospitales públicos pertenece a sectores desaventajados desde una
perspectiva socioeconómica, lo que dificulta el conocimiento de los
derechos que poseen y, por tanto, anula casi por completo la posibilidad de
reclamarlos. Esto se pone de manifiesto en la falta de denuncias por malos
tratos recibidos en los servicios de atención médica: Si bien reconocían que
se sentían mal y humilladas, consideraban que eso es habitual y que no pueden
decir nada ni quejarse porque después tienen que volver al mismo lugar y
encontrarse con el mismo personal.

Esto marca una absoluta diferencia con quienes tienen la posibilidad económica,
sea por gozar de una obra social o sin ella, de elegir y abonar los servicios en
centros del sector privado y de la seguridad social” El recuento de estas
violaciones a los derechos humanos sufridas por mujeres que concurren a los
servicios públicos de salud reproductiva, en gran parte debido a su condición de
tales y por causa de presupuestos sociales que las ubican en lugares poco
privilegiados, muestra la necesidad imperiosa de revisar una situación que atenta
contra la protección de este grupo.

El mayor número de quejas por mala práctica médica que reporta la Comisión
Nacional de Arbitraje Médico en los años de 2000 al 2012 corresponden al área de
ginecobstetricia (2,877 quejas concluidas). De nueva cuenta: independientemente
de la resolución final adoptada para cada uno de estos casos, los números son
indicativos de que estamos frente a un frecuente problema de violación de
derechos de salud y de salud reproductiva de las usuarias, en el espacio de los
servicios de salud.

El discurso médico dominante concibe a estos problemas fundamentalmente como


cuestiones de “calidad de la atención”. Bajo esa perspectiva se lanzó la “cruzada
nacional por la calidad de la atención” desde la Secretaría de Salud (en el sexenio
2000-2006), y se han promovido múltiples cursos de “capacitación” y
“sensibilización” para el personal de salud, a fin de que pueda brindar un “trato
digno” a las usuarias.

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El fracaso de esta estrategia está a la vista como lo demuestra el creciente


número de quejas y denuncias en este campo. Las causas de este fracaso pueden
estudiarse científicamente. En efecto, desde hace más de 15 años hemos
señalado que es fundamental reconfigurar el objeto de estudio, sustraerlo de la
lógica de la “calidad” y construirlo como un objeto de estudio sociológico en el
marco de los derechos en salud.

No se trata de meros problemas de “calidad de la atención” sino de violaciones


de derechos básicos de las mujeres en el marco de los servicios de salud. Bajo la
perspectiva del estructuralismo constructivista de Bourdieu, sostenemos que es
necesario estudiar sistemáticamente el habitus profesional de los médicos, así
como las condiciones objetivas del campo médico, con el fin de identificar el origen
social del autoritarismo médico y vislumbrar, así, estrategias más eficaces para su
transformación.

Para enfocar así el problema, resulta de central importancia la noción de


ciudadanía en su aplicación a la salud reproductiva, tanto del lado de los
profesionales que la atienden como de las usuarias de dichos servicios.

En el caso de los prestadores de servicios de salud (médicos, enfermeras,


trabajadoras sociales, etc.), los derechos y las condiciones laborales constituyen
un punto medular de su práctica. En el caso de las usuarias, la ciudadanía
reproductiva es fundamental. La ciudadanía reproductiva se refiere a la capacidad
de las mujeres de apropiarse, ejercer y defender sus derechos en materia de salud
sexual y reproductiva. Entre ellos se incluye su capacidad de reclamar una
atención médica de calidad por parte de los servicios de salud, especialmente en
los casos de embarazos de alto riesgo.

En nuestro país México, amplias capas de la población permanecen excluidas de


un auténtico desarrollo de la ciudadanía en tanto condición subjetiva, personal,
esto es, en tanto capacidad efectiva de apropiación, ejercicio y defensa de los
derechos. En efecto, desde hace varios años se han venido acumulando una serie
de denuncias que señalan que en muchas instituciones de salud, tanto públicas
como privadas, con frecuencia se violan, bajo diversas formas, los derechos
reproductivos de las mujeres.

En este contexto, el Tribunal por la Defensa de los Derechos Reproductivos,


organizado por Red de Salud de las Mujeres del Distrito Federal en 1996,
constituyó un precedente que contribuyó a visualizar el problema de la violación de
los derechos de las mujeres en las instituciones de salud, si bien también quedó
claro que aún faltaba mucho por investigar y comprender en esa materia.

Bien se trate de formas ‘menores’ de maltrato, o bien se trate de claras violaciones


de los derechos de las mujeres en el espacio de la salud, estamos frente a lo que
el discurso médico hegemónico suele referir como un problema de “calidad de la
atención”. Dicha conceptualización resulta inadecuada pues remite a una

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perspectiva gerencial que presupone que las soluciones a este problema se


refieren a cuestiones meramente técnicas y de recursos.

El campo médico presenta una paradoja crucial: por una parte, las instituciones
públicas de salud son un espacio de ejercicio de la ciudadanía, en tanto que el
acceso a ellas constituye un derecho social; pero por otra parte, la participación de
las mujeres en estos espacios de salud es problemática, pues en ellas funciona
una estructura disciplinaria diseñada para ‘mejorar la eficiencia’ de la atención que
se brinda, dentro de la cual la posición subordinada de las mujeres se naturaliza y,
por ende, se mantiene invisibilizada.}

Con frecuencia, la atención en las instituciones que ahí transcurre es vivida en


términos despersonalizantes y la posibilidad de reclamar los propios derechos
reproductivos (i.e. trato de ciudadana, y no de subordinada) se ve reducida al
mínimo o eliminada.

Al mismo tiempo, la intensidad de las emociones y la dificultad para enfrentarlas,


junto a la carga de trabajo y las presiones con las que normalmente hacen su
trabajo, ponen al personal de salud en una situación complicada y lo orilla a
establecer rutinas tendientes a poner bajo control su proceso de trabajo.

Se trata entonces de dos lógicas-prácticas diferentes: la de las mujeres en


proceso de parto, o que buscan servicios de salud reproductiva y la de los
prestadores de servicios de salud. Cada una de ellas se expresa en prácticas
específicas que, cuando no coinciden entre sí, contribuyen a reproducir las
condiciones que permiten la existencia de un problema de mayor envergadura: la
“mala calidad” de la atención que reciben las mujeres durante el embarazo, el
parto y el puerperio, o la franca violación de los derechos de las mujeres (violación
de derechos que, ciertamente, puede estar vinculada de origen a la deficiencia en
las competencias técnicas y a omisiones o errores de juicio médico, pero que sin
duda es mucho más que sólo eso).

Dicho en términos más simples: la conducta regular de los actores es el resultado


del encuentro entre un habitus particular (es decir, las predisposiciones para
actuar de cierta manera), y un campo que le es propicio.

Las implicaciones de esta formulación son enormes, por cuanto nos obligan a
preguntarnos: ¿en qué medida es posible para los prestadores de servicios que
han incorporado en forma de habitus las relaciones de poder y de género del
campo médico; cuya “actitud natural” ante el mundo, en términos de Husserl, es
producto de la incorporación de un vasto sistema de jerarquías y, con frecuencia,
de abusos y maltratos sufridos durante los años de formación y reproducidos
puntualmente sobre las nuevas generaciones de residentes e internos a su cargo;
y que enfrentan múltiples presiones laborales para atender, con escasos recursos,
a una numerosa consulta en qué medida, decíamos, es posible para ellos
establecer relaciones ciudadanas con las usuarias de servicios de salud, es decir,

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relaciones basadas en la igualdad, en el conocimiento y el reconocimiento de los


diversos derechos de salud y reproductivos, en el trato igualitario.

Sólo rompiendo esa atadura, sólo objetivando a la “calidad de la atención”, como


un problema cuya génesis debe buscarse también fuera de lo que ocurre dentro
del consultorio; sólo concibiendo a la violación de derechos reproductivos de las
mujeres como un epifenómeno del campo médico que se manifiesta en las
prácticas cotidianas que resultan del rutinario encuentro entre la estructura de
poder de dicho campo y el habitus de los médicos, sólo en esa medida es posible
hacer una investigación sociológica auténticamente científica, con perspectiva de
género, en esta materia.

El día 30 de Abril del 2014 el senado aprobó leyes contra la violencia obstétrica
fueron aprobados tres dictámenes que modificaron en conjunto las leyes General
de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (LGAMVLV), General para
la Igualdad entre Mujeres y Hombres, y de Adquisiciones, Arrendamientos y
Servicios del Sector Público.

Con la aprobación del dictamen de las comisiones unidas para la Igualdad de


Género y de Estudios Legislativos se modificó el artículo sexto de la LGAMVLV,
para agregar que la violencia obstétrica también la constituyen el uso de métodos
anticonceptivos o la esterilización “sin que medie el consentimiento voluntario,
expreso e informado de la mujer”. También se definió como violencia obstétrica
cuando se obstaculiza sin causa médica justificada el apego precoz de la niña o el
niño con su madre, es decir, cuando se niegue a la mujer la oportunidad de
cargarlo o amamantarlo inmediatamente después de nacer.

Con otro dictamen también se avaló la modificación del artículo 11 de la


LGAMVLV, con lo que se determinó que constituye violencia laboral negarse a
contratar, no respetar permanencia u oportunidades de ascenso, así como
condiciones generales de trabajo a mujeres embarazadas, o exigirles la
presentación de certificados médicos de no embarazo.

También se definió como modalidad de esta violencia a “la descalificación del


trabajo realizado, las amenazas, la intimidación, las humillaciones, la explotación y
todo tipo de discriminación por condición de género”.

Del mismo modo, con lo reformado se señala que no se puede impedir a las
mujeres llevar a cabo el periodo de lactancia previsto en la ley. Finalmente, como
parte de otro dictamen y con el objetivo de incentivar la igualdad de género en la
actividad empresarial, se generaron incentivos para que las empresas se decidan
a “aprovechar las capacidades de su plantilla laboral sin importar su género”. Por
ello se reformó el párrafo segundo del artículo 14 de la Ley de Adquisiciones,
Arrendamientos y Servicios del Sector Público, para señalar que se otorgarán
“puntos” a las empresas que hayan aplicado políticas y prácticas de igualdad de
género conforme a la certificación correspondiente.

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Para incentivar a las empresas mediante la expedición de certificados de igualdad


(que avalan la calidad de la empresa y la califican mejor) también se modificó el
artículo 34 de la Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres.

Lectura Recomendadas

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Capítulo 2: Violencia Obstétrica

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