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El dominio del fuego interior

Thich Nhat Hanh


Capítulo 5. La comunicación compasiva. Pp. 107-110
Ediciones Oniro
2002

[…]

Hay una mujer francesa que fue guardando las cartas de amor que le enviaba su
esposo. Antes de casarse él le había escrito unas preciosas cartas de amor. Cada
vez que ella recibía una, carta suya, saboreaba cada una de sus frases –cada una
de sus palabras- porque eran muy dulces, comprensivas y estaban llenas de
amor. Siempre que recibía una carta de él, se ponía muy contenta y la guardaba
en una caja de galletas. Una mañana, mientras ordenaba el armario, descubrió la
antigua caja de galletas en al que guardaba todas las cartas de su esposo. Hacía
mucho tiempo que no las había visto. La caja de galletas le recordó una de las
épocas más maravillosas de su vida, cuando ella y su esposo eran jóvenes, se
amaban y creían que no podrían vivir el uno sin el otro.

Pero en los últimos años, tanto ella como su esposo habían sufrido mucho. Ya no
disfrutaban estando juntos, conversando, ni escribiéndose cartas. El día antes de
encontrar la caja, su esposo le había dicho que tenía que viajar por negocios. Ya
no disfrutaba estando en casa y quizá buscaba encontrar un poco de felicidad o de
placer en sus viajes. Ella lo sabía. Cuando su marido le dijo que tenía que ir a
Nueva York para una reunión de negocios, ella le respondió: <<Si tienes que
trabajar, por favor, hazlo>>. Ya se había acostumbrado a ello, era algo muy
corriente.

Cuando en lugar de volver a casa como estaba planeado, él le telefoneó diciendo:


<<He de quedarme dos días más porque me quedan aún varias cosas por
hacer>>, ella lo aceptó sin rechistar, porque aunque él estuviera en casa, ella no
era feliz.

Después de colgar el teléfono empezó a ordenar el armario y descubrió la caja.


Era una caja de galletas Lu, una marca muy famosa en Francia. Sintió curiosidad
porque hacía mucho tiempo que no la había abierto. Dejó el trapo de quitar el
polvo, abrió la caja y percibió el aroma de algo que le resultó muy familiar. Sacó
una de las cartas y se quedó allí plantada, leyéndola. ¡Qué dulce era! Su lenguaje
estaba lleno de comprensión y amor. Se sintió refrescada, como un trozo de tierra
seca que por fin hubiera recibido la lluvia. Abrió otra carta para leerla, porque eran
maravillosas. Al final dejó la caja sobre la mesa, se sentó y leyó, una tras otra, las
cuarenta y seis o cuarenta y siete cartas que había. Las semillas de su felicidad
pasada seguían estando allí. Habían estado enterradas bajo muchas capas de
sufrimiento, pero seguían allí. Mientras leía las cartas que su esposo le escribió
cuando era joven y estaba muy enamorado, sintió que se iban regando las
semillas de felicidad que había en ella.

Cuando haces algo parecido, riegas las semillas de felicidad que yacen en el
fondo de tu conciencia. Últimamente su esposo no se había expresado con esa
clase de lenguaje en absoluto, pero ahora, al leer las cartas, volvía a oírle hablar
de aquella forma tan dulce.

La felicidad había sido una realidad para ellos. ¿Por qué ahora vivían en una
especie de infierno? Apenas recordaba la última vez que le había hablado de
aquel modo, pero había sido una realidad para ellos. Su esposo era capaz de
hablarle con aquel lenguaje.

Regando las semillas de felicidad

Durante la hora y media que estuvo leyendo aquellas cartas, regó las semillas de
felicidad que había en ella. Comprendió que los dos habían sido torpes porque no
habían regado las semillas de felicidad que había en ellos, sino las semillas de
sufrimiento. Después de leer las cartas, sintió el deseo de sentarse para escribirle
una carta y contarle lo feliz que había sido en aquella época, al principio de su
relación. Le escribió que deseaba que volvieran a descubrir y recrear la felicidad
de aquellos años dorados. Ahora podía volver a llamarle <<querido mío>> con
absoluta honestidad y sinceridad.

Tardó cuarenta y cinco minutos en escribirle aquella carta. Era una auténtica carta
de amor, dirigida al encantador joven que le había escrito las cartas, que guardaba
en una caja. Leerlas todas y escribirle otra le llevó tres horas. Fue un tiempo de
práctica, pero ella no sabía que estaba practicando. Después de escribirle la carta,
se sintió muy ligera por dentro.

Aún no se la había mandado, él no la había leído aún, pero ella ya se sentía


mucho mejor porque las semillas de felicidad se habían despertado de nuevo,
habían sido regadas. Subió a la planta de arriba y dejó la carta sobre el escritorio
de su esposo. Y durante el resto del día se sintió feliz, porque las cartas habían
regado las semillas positivas que había en ella.

Mientras leía las cartas y escribía a su esposo, descubrió algunas cosas. Ninguno
de los dos había tenido suficiente destreza. Ninguno de los dos había sabido
conservar la felicidad que se merecían. Con sus palabras, con sus acciones,
habían creado un infierno para ambos. Los dos aceptaban vivir como una familia,
como un matrimonio, pero habían dejado de ser felices. Después de
comprenderlo, ella confió en que si los dos intentaban practicar, podían volver a
ser felices. Se llenó de esperanza y dejó de sufrir como lo había hecho en los
últimos años.

Cuando su esposo volvió a casa, subió al piso de arriba y vio la carta sobre el
escritorio. En la carta ella había escrito: <<Soy en parte responsable de nuestro
sufrimiento, de que no tengamos la felicidad que ambos merecemos. Empecemos
de nuevo para restablecer la comunicación entre nosotros. Hagamos que la paz, la
armonía y la felicidad vuelvan a ser una realidad>>. Él pasó mucho tiempo
leyendo la carta y observando a fondo lo que ella había escrito. No sabía que en
aquel momento estaba meditando, pero él también estaba practicando, porque al
leer la carta de su esposa las semillas de felicidad que había en él también
estaban siendo regadas.

Estuvo allí durante un buen rato, observando profundamente y descubriendo lo


mismo que ella había hallado el día anterior. Gracias a lo cual ambos tuvieron la
oportunidad de empezar de nuevo y recuperar la felicidad.

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