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25 de abril de 2018

Opinión

Damián y las tarifas


Por María Florencia Casamiquela

Damián tiene una panadería familiar en Ingeniero Allan, Florencio Varela, el barrio en el
que me crié. Es un barrio humilde, y la panadería abastece de pan y facturas a una
población de clase media baja. En el barrio hay empleados informales y muchos
desempleados. Se ubica en los confines del distrito. Casi no hay calles asfaltadas, faltan
jardines de infantes y la atención sanitaria no existe. En la pañería trabajaban él y sus
dos hermanos.

Hace año y medio Damián me contaba que tenía que afrontar la suba del precio del
aceite, de la harina y de los insumos. Intentó trasladar ese aumento de costos a los
precios. Pero tuvo un problema. Comenzó a vender menos pan.

Entonces llegaron los primeros aumentos tarifarios, y Damián decidió apretar los dientes
y afrontar los nuevos costos sin aumentar el precio del pan. La ganancia de la panadería
se achicó, y así fue como su hermana tuvo que alejarse de la panadería, porque ya no
podían sustentarse tres personas con los ingresos generados.

La demanda sufrió un lento declive. La caída de las changas, las paritarias por debajo
de la inflación, la pérdida de empleos… Todo eso redundó en un achicamiento del
mercado interno.

Ahora llegaron las nuevas facturas de gas y de luz. Y Damián ya no da más. Los
números no cierran, la panadería no puede continuar. Si traslada el costo de las tarifas
al precio del pan, los vecinos le compran menos. Si no traslada los costos, la panadería
da pérdida.

Damián tiene 30 años y dos hijos. Sus hermanos tienen historias de vida parecidas.
¿Cómo sigue la vida de mi amigo de la infancia? ¿Qué futuro le espera a mi amigo
luminoso, a mi amigo noble, a mi amigo hoy hecho un hombre y cabeza de familia?

¿Acaso la historia de Damián no me toca en lo más mínimo? ¿Podremos ser felices en


un barrio que no lo es y en un país que sufre?
Están los números de la macroeconomía. Los tecnócratas podrán enredarse en
discusiones respecto de algún decimal más o menos. Pero detrás de las cifras están las
historias de hombres y mujeres cuyas vidas han sufrido un vuelco significativo.
Necesitamos hacer algo.

Necesitamos que la rentabilidad de las empresas de servicios públicos no represente el


despojo de los ciudadanos. Necesitamos que las tarifas no hagan saltar por los aires al
sector productivo y del comercio. Necesitamos, en definitiva, un proyecto de Nación con
otra sensibilidad, con otra perspectiva. Necesitamos un proyecto de desarrollo
económico con un sector productivo vigoroso, capaz de generar riqueza y de liderar el
progreso de una Nación integrada geográfica y socialmente.

El cambio que prometieron es un cambio para mal. Es un cambio para peor. Ojalá
podamos corregir a tiempo tantos desaciertos y no profundizar el camino de la recesión,
del desempleo, del cierre de empresas y de comercios.

Ojalá Damián, con sus treinta años, tenga perspectivas de un futuro posible. No habrá
Patria sin Damián, sin Mache, sin Sole, sin los hombres y mujeres que representan lo
mejor que tenemos: nuestro Pueblo.

* Dirigente peronista de Cumplir.


OPINIÓN

Las tarifas de los servicios seguirán ocupando el


centro del debate político
Por María Herminia Grande 24 de abril de 2018
@mhgrande

Sin lugar a dudas la semana continuará con el tema tarifario. A la hora de las concreciones, el
radicalismo y Elisa Carrió poco lograron. El Gobierno no está dispuesto a demorar el camino hacia
la eliminación total de los subsidios en las tarifas al consumo eléctrico y gas. Eso sí, el Gobierno
centralista de Mauricio Macri se ha vuelto federal a la hora de repartir costos políticos y
económicos. Aspira a que las provincias cubran parte de los subsidios que la nación recorta y,
fundamentalmente, preparar el terreno ante posibles dictámenes jurídicos adversos. Para ello el
ministro Juan José Aranguren citó a sus pares provinciales.

Las protestas emanadas de sectores claramente votantes de Cambiemos no pasaron


desapercibidas. Lo incontrastable es que la totalidad del "ahorro" que el Gobierno obtuvo por la
quita de subsidios en las tarifas, más un plus superior a dos puntos, se destina al pago de los
intereses de la deuda interna y externa. El subsidio a las tarifas beneficiaba a 15 millones de
argentinos. El pago de los intereses beneficia a 250 mil personas, la mitad residen en el
exterior. Claramente los beneficios van hacia afuera y hacia arriba.

Como venimos diciendo, las tarifas no dejarán de aumentar. En el gas habrá un nuevo ajuste en
octubre del presente año, y en abril y octubre del 2019. En cuanto a la luz, será en agosto de este
año y en febrero del próximo año. Después, me comentaba Antonio Rossi, los aumentos serán
semestrales para reflejar la inflación. Lo cierto es que todos vamos a sentir en el bolsillo, entre el
invierno pasado y el que aún no comenzó, una diferencia en el aumento del gas de un 150%-200%
más. En cuanto a las tarifas sociales, el aumento será entre un 300-400 por ciento.

Ante semejante despropósito que aún no ha impactado de lleno en los hogares, cuesta entender
que no se elimine el componente impositivo que representa aproximadamente un 30% del
costo total de las facturas. Si de números hablamos, es sorprendente que el déficit estatal de un
año represente la totalidad de las reservas del Banco Central: 60 mil millones de dólares, y no se
logre el crecimiento buscado. Y que el propio ministro Caputo haya dicho que esta situación no es
sostenible ni siquiera por 5 años. La pregunta es: ¿De no cambiar el rumbo económico ahora, para
qué Macri aspira a la reelección?
La inflexibilidad en no adoptar el mecanismo de tarifas planas o realizar aumentos graduales tiene
como explicación del gobierno nacional la necesidad de dejar atrás, en junio, la categoría de país
fronterizo para pasar a integrar la tanda de países emergentes. Este cambio de categoría implica
la posibilidad de acceder a nuevos endeudamientos. El Gobierno nacional aduce que de esta
manera vendrán las inversiones. A esta altura debiese entender que las inversiones vienen cuando
hay un país que consume, un país que exporta o un país que da muchos subsidios.
Qué le enseñó a Macri el debate sobre el tarifazo

Fernando LabordaLA NACION


24 de abril de 2018 • 01:49
Mauricio Macri pudo sortear con relativo éxito el primer round de la nueva pelea en torno de los
aumentos en las tarifas de servicios energéticos, al aceptar un planteo de sus aliados del
radicalismo y la Coalición Cívica para prorratear en cuotas el incremento que experimentarán las
facturas de gas, prácticamente sin costo fiscal alguno. Pero el conflicto desatado la semana última,
junto a las protestas callejeras, dejó no pocas lecciones para el Gobierno y también para los
integrantes de Cambiemos .
El inusual mensaje presidencial grabado en Vaca Muerta y emitido por las redes sociales es
precisamente una reacción ante esas enseñanzas.
Hasta bien entrada la semana pasada, desde el Gobierno se insistía en que los cuestionamientos
a los aumentos tarifarios obedecían fundamentalmente a sectores de la oposición política,
encabezados por el kirchnerismo, que están complotando contra la recuperación económica. Cerca
del primer mandatario, se señalaba que esos grupos se agarrarían de cualquier cosa para que la
Argentina no consolide una senda de crecimiento.
Es indudable que hay dirigentes en la oposición que apuestan al fracaso del Gobierno. Pero
probablemente sea esa solo una parte del problema que se puso de manifiesto con la inquietud
que desató el tarifazo.
La otra parte del problema guarda vinculación con una cultura populista que continúa estando muy
presente en vastos sectores de la sociedad, e incluso en una porción de ciudadanos que apoyó
a Macri en el ballottage de noviembre de 2015 ante Daniel Scioli . Se trata de parte de un electorado
que quería dejar atrás la corrupción de la era kirchnerista pero que, a la hora de mirar su bolsillo,
sigue creyendo que el Estado debería ser quien se ocupe de llenarlo; por ejemplo, proveyéndole el
agua, la luz y el gas a cambio de unas pocas monedas, como durante la última década.
Igualmente, hay no pocos sectores, especialmente de clase media, acostumbrados durante años a
recibir facturas de servicios públicos que representaban un mínimo porcentaje de sus ingresos
mensuales. Ahora, al incrementarse el impacto de esas mismas facturas en el presupuesto familiar,
deben resignar otros gastos, y eso les provoca un notorio malestar.
Frente a esa situación, al Gobierno ya no le alcanzaba con acusar a la oposición de apostar a que
al país le vaya mal, sino que se imponía una explicación clara y a la vez profunda sobre la necesidad
de una normalización tarifaria, que permita reducir los subsidios del Estado y disminuir el déficit de
las cuentas públicas.
Macri comenzó a inmiscuirse en esa necesaria labor docente desde fines de la semana pasada,
cuando expresó ante periodistas su especial preocupación por la paradoja de que, aun con tarifas
más elevadas, el consumo de gas y electricidad de los argentinos no estaba bajando como hubiera
sido deseable. En las últimas horas, desde Vaca Muerta, con un llamativo mensaje de 13 minutos
-por demás prolongado para lo que el Presidente tiene acostumbrados a los argentinos- profundizó
esa idea.
Su discurso combinó un pedido de comprensión frente al nuevo cuadro tarifario con indicadores de
que el esfuerzo vale la pena y ya está dando frutos. Primero, destacó que en 2017 la Argentina
tuvo un déficit fiscal de 400.000 millones de pesos, de los cuales 125.000 millones correspondieron
a subsidios a la energía. Indicó que para pagar por la energía se debe pedir plata prestada y solicitó
que todos los argentinos asuman el desafío de consumir menos agua, luz y gas.
En contrapartida, destacó que llevamos siete trimestres consecutivos de crecimiento económico,
que se ha reducido el nivel de pobreza a razón de 5000 personas por día y que este año se
terminará una obra cada tres días, lo cual les cambiará la vida a millones de argentinos. También
recordó que uno de cada cuatro hogares de todo el país es acompañado con una tarifa social en
los servicios públicos.
Otra enseñanza que el gobierno de Macri pudo haber recogido del debate por las tarifas es que, si
bien admitir y enmendar errores es algo bien visto por la sociedad, cuando queda la sensación de
que este proceso se repite una y otra vez, puede transformarse en un factor de debilidad para el
propio Presidente.
Para vastos sectores de la opinión pública, quedó de nuevo la idea de que el Gobierno no sabe
frenar antes de chocar y que siempre termina corriendo detrás de los acontecimientos. Algo de eso
ocurrió al hacerse carne la percepción de que el jefe del Estado tuvo que corregir un error inicial
gracias a la intervención de Elisa Carrió y los radicales.
¿No hubieran podido los aliados de Macri en Cambiemos advertirle al Gobierno sus temores sobre
el malestar social que podría generar el aumento tarifario, antes de que el titular de la UCR, el
gobernador mendocino Alfredo Cornejo , saliera a decir que el ministro Juan José Aranguren "le
hizo meter la pata al Presidente"?
La respuesta de los aliados es que, muchas veces, para que el Gobierno los escuche, tienen que
plantear sus reclamos a través de los medios de comunicación. La otra respuesta posible es que
esto es política y tanto los radicales como la diputada Carrió requieren protagonismo y mostrarse
en una posición diferenciada de la intransigencia que, en ciertos temas, caracteriza al Presidente y
a su núcleo duro.
"No puede haber política sin diálogo, y mucho menos si formamos parte de un gobierno de
coalición", expresan dirigentes de la coalición ajenos al Pro. Pero también el conflicto por las tarifas
les dejó una enseñanza: es que el oficialismo precisa por parte de ellos una mayor labor docente
ante la ciudadanía, capaz de explicar que el retraso tarifario heredado de la gestión kirchnerista ha
sido destructivo para el sistema energético y para la situación fiscal de la Argentina. Macri se los
agradecería.

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