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Cn este libro se estudia el fundamento de los derechos de los

niños. Para ello se analizan en profundidad los que han sido y son
sus principales modelos de reconocimiento y protección.
El estudio y la reflexión crítica que se realizan en este libro de los
argumentos que se han utilizado y se utilizan para negar, justifi­
car, limitar, reconocer y proteger los derechos, permiten al autor
apuntar las principales líneas argumentativas que tendrían que
tenerse presentes en la construcción de una teoría adecuada de
los derechos de los niños, así como exponer una historia de los
mismos.

Ignacio
I Campoy
Cervera

La fundamentación de
los derechos de los niños
Modelos de reconocimiento
y protección

La Suma de Todos
2 Comunidad do Madrid

ISBN: 84-9772-889-0
DEPARTAMENTO DE DERECHO I Filosofía dykinson
INTERNACIONAL, ECLESIÁSTICO
Colección

D
Y FILOSOFIA DEL DERECHO
INSTITUTO DE DERECHOS HUMANOS
BARTOLOMÉ DE LAS CASAS
Derechos Humanos del Derecho I
788497 728898" UNIVERSIDAD CARLOS III DE MADRID
ÍNDICE

Págs..

PRÓLOGO.................................................................................. 21

INTRODUCCIÓN ..................................................................... 27

1.a PARTE
UN MODELO DE NEGACIÓN DE LOS DERECHOS
DE LOS NIÑOS

CAPÍTULO I. LA PREHISTORIA DE LOS DERECHOS


DE LOS NIÑOS ................................................................. 41
INTRODUCCIÓN ............................................................... 41
I. LA CONCEPCIÓN DEL NIÑO .................................. 45
1. Los principales elementos caracteri zadores de
la infancia ............................................................... 45
a) El niño como ser humano imperfecto ..... 45
b) La ausencia de la estimación de un valor
propio del niño .............................................. 53
2. La evolución en la concepción del niño.......... 59
a) La posición extrema: la concepción del niño
como «propiedad» ......................................... 60

9
índice
índice

E4gS...

2. La evolución seguida a la luz del interés del


b) La posición moderada: la consideración
niño ........................................................................... 172
del niño ............................................................ 69
a) La posición extrema: la ausencia de cual­
II. LAS RELACIONES ENTRE PADRES E HIJOS .... ' 81 quier interés propio del niño ...................... 173
1. La preeminencia de la consideración del má­ b) La posición moderada: el inicio de la esti­
ximo respeto debido a los padres como razón mación del interés propio del niño........... 176
justificativa última del poder de los padres so­ b.l) La consideración de que el niño tie­
bre la vida de sus hijos ......................................... 90 ne un interés de por sí: la lucha con­
2. Los principales rasgos distintivos en la evolu­ tra el infanticidio................................ 178
ción del poder reconocido a los padres sobre b.2) El sentimiento de empatia por los
la vida de sus hijos ................................................ 102 niños: la consideración de que
a) La posición extrema: el niño como «pro­ los niños también tienen intereses
piedad» de los padres .................................... 102 propios .................................................. 182
b) La posición moderada: el establecimiento b.3) Un ejemplo relevante de la estima­
de fines y límites al poder de los padres .. 109 ción del interés propio del niño: La
3. La evolución en el reconocimiento de las prin­ institución de los hospicios ............. 189
cipales potestades conformadoras del poder de IV. LA FORMACIÓN DEL CIUDADANO A TRAVÉS
los padres ................................................................. 122 DE LA EDUCACIÓN.................................................... 194
a) El derecho de vida y de muerte sobre los hi­ 1. La educación para el cumplimiento futuro de
jos. La potestad de la exposición ............... 122 unas predeterminadas funciones sociales ...... 196
b) La potestad de vender a los hijos............... 131 a) La vertiente sexual...................................... 196
c) El «derecho de corrección»......................... 135 b) La vertiente social.......................................... 204
d) Tres casos significativos de la potestad de b.l) La posición extrema: la predesti­
decidir sobre la vida de los hijos: la adop­ nación de la persona al cumpli­
ción, el matrimonio y la consagración a un miento de una determinada fun­
oficio religioso ................................................ 144 ción social ........................................... 205
d.l) La adopción .......................................... 145 b.2) La posición moderada: la apertura a
d.2) El matrimonio ..................................... 147 la elección de la función social a de­
d.3) La consagración a un oficio religioso... 154 sarrollar................................................. 212
e) La potestad de repudiar a los hijos .......... 158 2. La necesidad de aprovechar al máximo la niñez
III. EL MEJOR INTERÉS DEL NIÑO......................... 165 para la formación del futuro adulto................. 224
1. Los principales elementos caracterizadores: el 3. La consideración de que la educación se ha de
interés en el niño sin la participación del niño realizar, fundamentalmente, a pesar de la na­
en su determinación............................................. 165 turaleza del niño.................................................... 234

10 11
índice
Indice

PágS.
PágS.

III. EL MEJOR INTERÉS DEL NIÑO........................... 339


a) La posición extrema: la educación contra la
1. El contenido del concepto «mejor interés del
naturaleza del niño........................................ 235
b) La posición moderada: la educación a través niño» ........................................................................ 341
de una guía externa a la naturaleza del niño. 241 2. Las personas que han de determinar el mejor
4. La elección de los medios por su eficacia en la interés del niño ...................................................... 343
3. El posible conflicto de intereses entre el niño y
consecución de los fines propuestos con la edu­
cación ....................................................................... 246 sus padres ............................................................... 347
IV. LA FORMACIÓN DEL CIUDADANO A TRAVÉS
V. LOS DERECHOS DE LOS NIÑOS.......................... 255
DE LA EDUCACIÓN.................................................... 350
1. La formación del ciudadano libre como perso­
n.a PARTE na virtuosa .............................................................. 353
EL MODELO PROTECCIONISTA a) La vinculación de la formación del ciuda­
dano con el modelo de sociedad................ 353
CAPÍTULO II. LOS PLANTEAMIENTOS DE LOCKE b) La vinculación del modelo de sociedad con
COMO ANTECEDENTES DEL MODELO PRO­ la formación del ciudadano ........................ 363
TECCIONISTA .................................................................... 275 2. La educación para la libertad desde la educa­
ción en la sumisión .............................................. 367
INTRODUCCIÓN ............................................................... 275
V. LOS DERECHOS DEL NIÑO ................................... 384
I. LA CONCEPCIÓN DEL NIÑO .................................. 279 1. La importancia esencial del valor libertad en el
1. El niño como ser humano imperfecto ............ 279 reconocimiento de los derechos de los niños ... 385
2. La concepción de Locke sobre las imperfec­ 2. Los derechos reconocidos................................... 391
ciones propias del niño. Dos cuestiones sobre 3. El ejercicio de los derechos................................. 407
las posibles tendencias connaturales ............... 282
CAPÍTULO III. EL MODELO PROTECCIONISTA 421
II. LAS RELACIONES ENTRE PADRES E HIJOS ... 296
1. La concepción de Filmer..................................... 296 INTRODUCCIÓN ............................................................... 421
2. La concepción de Locke. La crítica a Filmer... 301
I. LA CONCEPCIÓN DEL NIÑO ................................. 427
a) El posible origen divino del poder monár­
1. La identificación de las características propias
quico ................................................................. 301
del niño .................................................................... 422
b) La distinción entre el poder paternal y el
a) Las características físicas............................ 432
poder político.................................................. 304
b) Las cualidades morales................................. 434
c) El poder paternal y el poder maternal...... 309
c) Las características intelectuales................. 439
d) El contenido del poder paternal................. 319
2. La diferente interpretación del proteccionismo
e) Las relaciones afectivas entre padres e hi­
«tradicional» y del «renovado» .......................... 440
jos ..................................................................... 329

12
índice índice

Págs Págs..

II. LAS RELACIONES ENTRE PADRES E HIJOS .... 444 a) Aspectos esenciales de la conexión entre li­
1. La justificación de los poderes de los padres ... 444 bertad y derechos de los niños................... 535
2. Distintos modelos reguladores de las relacio­ a. 1) La vinculación con el liberalismo clá­
nes paterno-filiales ............................................... 453 sico ......................................................... 535
a) Arbitrariedad en los medios para la conse­ a.2) La negación del niño como titular de
cución de los fines ........................................ 454 derechos morales................................ 548
b) Discrecionalidad controlada........................ 456 a.3) La negación del niño como titular
c) Potestad controlada...................................... 464 de derechos humanos ....................... 558
d) Control de la comunidad ............................ 475 a.4) La importancia central de los debe­
III. EL MEJOR INTERÉS DEL NIÑO........................... 477 res y la negación del niño como ti­
1. El conflicto entre los intereses del niño y los tular de derechos correlativos ........ 562
del Estado ............................................................... 481 b) El reconocimiento del niño como titular
a) Supeditación del interés del niño al del fu­ de derechos ..................................................... 569
turo adulto....................................................... 481 2. Los planteamientos del proteccionismo «reno­
b) La acción del Estado ante los menores de­ vado» ........................................................................ 576
lincuentes ......................................................... 482 3. La crítica a los planteamientos del proteccio­
c) La acción del Estado ante los menores que nismo «renovado». La aceptación del paterna-
no cuenten con la protección de los padres lismo de la «voluntad» y de los planteamientos
ni de terceros asimilados ............................ 486 de las teorías de la voluntad ............................... 592
2. El conflicto entre los intereses del niño y los
de sus padres .......................................................... 490
a) Los planteamientos del proteccionismo 111.a PARTE
«tradicional» ................................................... 490 EL MODELO LIBERACIONISTA
b) Los planteamientos del proteccionismo «re­
novado» ............................................................ 497 CAPÍTULO IV. LOS PLANTEAMIENTOS DE ROUSSEAU
COMO ANTECEDENTES DEL MODELO LIBERA-
IV. LA FORMACIÓN DEL CIUDADANO A TRAVÉS
DE LA EDUCACIÓN.................................................... 509 CIONISTA ............................................................................ 603
1. Los planteamientos del proteccionismo «tra­ INTRODUCCIÓN................................................................ 603
dicional» ................................................................... 510
I. LA CONCEPCIÓN DEL NIÑO.................................. 608
2. Los planteamientos del proteccionismo «reno­
1. La bondad natural del hombre.......................... 608
vado» .......................................................................... 522
2. La posibilidad de corromper la naturaleza del
V. LOS DERECHOS DE LOS NIÑOS.......................... 530 hombre: el uso de la libertad natural ............... 612
1. Los planteamientos del proteccionismo «tra­ 3. La evolución en las cualidades. La perfección
dicional» .................................................................. 535 del niño .................................................................... 615

14 15
índice

Págs.

4. La atención centrada en el niño......................... 617 V. EL CARÁCTER ESENCIAL DE LA LIBERTAD..... 727


5. Las cualidades de los niños................................. 622 1. El concepto de libertad........................................ 727
a) Cualidades físicas........................................... 623 2. La libertad en la infancia..................................... 732
b) Cualidades intelectuales................................ 627 a) La bondad natural del niño......................... 733
c) Cualidades morales: el amor de sí y la pie­ b) La atención centrada en el niño................. 740
dad...................................................................... 629 c) El surgimiento paulatino de las cualidades
II. LAS RELACIONES ENTRE PADRES E HIJOS ... 634 y capacidades morales e intelectuales en la
1. Funciones de los padres en la educación de los infancia............................................................. 742
hijos........................................................................... 637 d) El cometido de la autoridad ....................... 744
a) La madre como nodriza y como «niñera» .. 637 e) Algunos problemas (irresolubles) de la con­
b) El padre como preceptor ............................. 639 cepción rousseauniana de la libertad en la
b.l)La atención centrada en el hijo .......... 641 infancia ............................................................ 747
b.2) La dialéctica autoridad-libertad en f) Un apunte sobre el problema específico de
las relaciones padre-hijo................... 643 la libertad en las niñas ................................. 764
2. La familia rousseauniana ................................... 648
3. Funciones de los padres en el ámbito familiar CAPÍTULO V. EL MODELO LIBERACIONISTA .......... 769
y social ..................................................................... 655
a) El padre como «cabeza de familia»........... 655 INTRODUCCIÓN ............................................................... 769
b) La madre como «salvaguarda del hogar» .. 665 I. LA CONCEPCIÓN DEL NIÑO.................................. 772
4. Algunos problemas de la concepción rousse­ 1 • La vinculación entre la concepción del niño y
auniana ............................. 668 el establecimiento de determinadas relaciones
III. EL MEJOR INTERÉS DEL NIÑO........................... 672 jurídicas y sociales ............................................... 773
1. La importancia del interés del niño ................. 672 2. Las características de los niños ......................... 783
2. La determinación del interés del niño.............. 678 3. La superación de los planteamientos protec­
cionistas en la determinación de las caracte­
IV. LA FORMACIÓN DEL CIUDADANO A TRAVÉS
rísticas de los niños .............................................. 799
DE LA EDUCACIÓN........................................ 685
4. Las posibles diferencias según la edad ........... 805
1. La necesaria dirección en la formación de la
persona..................................................................... 686 II. LAS RELACIONES ENTRE PADRES E HIJOS ... 806
2. La educación del hombre natural y del ciuda­ 1. El modelo liberacionista de las relaciones en­
dano ........................................................................... 694 tre padres e hijos ................................................... 809
3. La formación de la mujer natural ..................... 702 a) La crítica al modelo proteccionista .......... 809
4. El proceso educativo para la formación ade­ b) Las relaciones familiares en el modelo li­
cuada ........................................................................ 709 beracionista .................................................... 814

16
índice índice

Págs. Págs.

b.l)
El conflicto entre los derechos y li­ b) La construcción de un mundo mejor como
bertades del niño y el poder de los causa del reconocimiento y la protección de
padres. La «autoridad natural» de los derechos de los niños ............................ 915
3. Argumentaciones vinculadas con los valores li­
los padres ............................................. 816
bertad e igualdad................................................... 916
b.2) La posibilidad de la extinción volun­
a) El valor libertad ............................................. 916
taria de las relaciones familiares.... 827
b) El valor igualdad. La arbitrariedad del cri­
b.2.1) La extinción de las relaciones terio de la edad ..............................................
familiares por los hijos ....... 827 934
b.l) El efecto beneficioso del ejercicio de
b.2.2) La extinción de las relaciones la libertad ............................................. 952
familiares por los padres .... 831 b.2) La corrección de la incapacidad..... 954
2. El planteamiento de Howard Cohén................ 837 b.3) Criterios complementarios en la de­
a) El sistema de control mediante privilegios... 838 terminación de la capacidad........... 960
b) El sistema de agentes.................................... 843 b.3.1) Criterios diferentes al de la
III. EL MEJOR INTERÉS DEL NIÑO........................... 848 edad ......................................... 960
b.3.2) Criterios complementarios a
IV. LA FORMACIÓN DEL CIUDADANO A TRAVÉS posteriori............ .................... 964
DE LA EDUCACIÓN.................................................... 858 b.3.3) Criterios combinados con el
1. La crítica a la formación del ciudadano en el sis­ de la edad ............................... 966
tema educativo existente...................................... 860
2. La formación de la persona a través de la edu­
cación en los planteamientos liberacionistas. IVa PARTE
La dirección y el control por el niño de su pro­ EPÍLOGO
pia educación.......................................................... 873
CAPÍTULO VI. APUNTES PARA LA CONSTRUCCIÓN
V. LOS DERECHOS DEL NIÑO ................................... 892 DE UN ADECUADO SISTEMA DE RECONOCI­
1. Argumentaciones causales.................................. 893 MIENTO Y PROTECCIÓN DE DERECHOS DE LOS
a) La denuncia de la situación de la infancia .. 897 NIÑOS ..................................................................................
b) La crítica de las teorías proteccionistas ... 899
I. LOS DERECHOS DE LOS NIÑOS..........................
c) La equiparación con otros movimientos li­
beracionistas ................................................... 904 II. LAS RELACIONES ENTRE PADRES E HIJOS ... 1002
2. Argumentaciones teleológicas ........................... 910 III. LA FORMACIÓN DEL CIUDADANO A TRAVÉS
a) El reconocimiento y la protección de los DE LA EDUCACIÓN.................................................... 1012
derechos de los niños como causa de un
mundo mejor .................................................. 910 BIBLIOGRAFÍA CITADA............................................. m?7

18 19
PRÓLOGO

No me parece exagerado afirmar que el siglo xx, principal­


mente en su segunda mitad, se ha caracterizado entre otras mu­
chas cosas, en materia de derechos humanos, por la atención a
los problemas de los derechos de los niños. La aparición de nor­
mativa internacional al respecto, apoyada en planteamientos
doctrinales, y la atención a la situación real en la que estos se en­
cuentran en determinados países, ha traído como consecuen­
cia que se trate de una cuestión presente, con mayor o menor
éxito, no sólo en el ámbito académico y científico, sino también
en la agenda política. Se trata, por otro lado, de una cuestión que
afecta a cuestiones políticas y sociales esenciales, y, en definiti­
va, al modelo de sociedad que queremos.
Como es sabido, es tradicional distinguir cuatro grandes
procesos en la historia de los derechos humanos: positivación,
generalización, intemacionalización y especificación. Este último
ha sido caracterizado por Norberto Bobbio como «el paso gra­
dual, pero cada vez más acentuado, hacia una ulterior deter­
minación de los sujetos titulares de los derechos». Y este mismo
autor señalaba como ejemplo de este proceso el reconocimien­
to de los derechos de los niños: «Esta especificación se ha pro­
ducido bien respecto al género, bien respecto a las distintas fa­
ses de la vida, bien teniendo en cuenta la diferencia entre estado
normal y estados excepcionales en la existencia humana. Res­
pecto al género, se han venido reconociendo progresivamente las

21
Prólogo Prólogo

diferencias específicas de la mujer respecto al hombre. En aten­ de los derechos del hombre», señaló: «el problema de fondo re­
ción a la varias fases de la vida, se han venido diferenciando lativo a los derechos humanos no es hoy tanto el de justificar­
poco a poco los derechos de la infancia y de la ancianidad de los como el de protegerlos, no es un problema filosófico sino
aquellos del hombre adulto. Respecto a los estados normales o político». Y más adelante, en otro trabajo («Presente y porvenir
excepcionales, se ha subrayado la exigencia de reconocer dere­ de los derechos humanos»), reiteraba: «tuve ocasión de decir
chos especiales a los enfermos, a los incapacitados, a los enfer­ en un tono algo perentorio (...) que el problema grave de nues­
mos mentales». Desde esta perspectiva, la aparición de Decla­ tro tiempo respecto a los derechos humanos no era el de fun­
raciones relativas a los derechos de los niños y, sobre todo, de damentarlos, sino el de protegerlos. Desde entonces no he teni­
la Convención sobre los derechos del Niño de la ONU de 1989, do razón alguna para cambiar de idea».
sería expresión de la necesidad de responder a ciertas situacio­ Más allá de las matizaciones que el mismo Bobbio realizó a
nes en las que se encuentra un colectivo específico como es el sus anteriores afirmaciones y de su significado concreto, dichas
de los niños. afirmaciones suelen estar presentes en algunos de los análisis re­
Independientemente de lo acertado de esa visión, me pare­ cientes de los derechos. Los problemas relativos al concepto y
ce oportuno señalar que el tratamiento de los derechos de los ni­ al fundamento de los derechos suelen ser dejados a un lado. En
ños no puede quedarse sólo en el ámbito del proceso de especi­ ocasiones se afirma que se trata de cuestiones imposibles de re­
ficación, sino que debe plantearse también en el llamado proceso solver, pero también hay quien opina que son problemas ya re­
de generalización. sueltos (máxime cuando existe una Declaración Universal de
Algunos pensarán que esta advertencia es sólo una preci­ derechos). Y existe, en todo caso, una cierta tendencia, sobre
sión academicista. Sin embargo, no creo que sea solamente eso. todo en el ámbito de la dogmática jurídica, a dejar a un lado es­
El proceso de generalización constituye el intento de extender tos temas afirmando que se trata de asuntos irrelevantes. En
los derechos humanos a colectivos que no disfrutaban de ellos, este sentido, suele ser habitual encontrarse con pronuncia­
y esta idea puede encontrar un buen acomodo cuando estamos mientos que subrayan que lo importante hoy en el tratamiento
abordando la cuestión de los derechos de los niños. En efecto, de los derechos es la cuestión de su protección. Sin embargo, la
una cosa es el reconocimiento de derechos específicos y otra es determinación de un concepto y de un fundamento de los de­
la generalización de los derechos. Aunque podamos encontrar rechos reviste gran importancia, claramente en materia de su in­
aspectos comunes en ambos fenómenos, no cabe duda que la jus­ terpretación, pero también en la solución de los problemas re­
tificación de uno y otro puede ser diferente. Y en este sentido, lativos a su efectiva garantía, tanto jurídica como social, e incluso
la caracterización del reconocimiento de los derechos de los ni­ en aspectos que tienen que ver con el propio catálogo de dere­
ños en el ámbito del proceso de especificación ahorra la reali­ chos.
zación de una serie de reflexiones sobre las que no puede re­ Y esa importancia está muy presente en lo que se refiere a
nunciar todo tratamiento teórico de los mismos. los derechos de los niños. No sin razón, Neil MacCormick es­
Ciertamente, para muchos, abordar la problemática de la cribió hace ya algún tiempo («Los derechos de los niños: una
infancia en clave de derechos desde un punto de vista teórico es prueba de fuego para las teorías de los derechos») que la cues­
una tarea prescindible, ya que lo importante en esta materia tión de los derechos de los niños es una de esas cuestiones que
(como en todo aquello que afecta a los derechos) es la cuestión ponen a prueba la teoría de los derechos humanos. En efecto,
de la garantía. De nuevo, para ilustrar esta visión, podemos apo­ para todos aquellos que nos dedicamos a cuestiones que tienen
yarnos en Bobbio, quien en su trabajo «Sobre el fundamento que ver con la teoría de los derechos humanos, el tratamiento

22 23
Prólogo
Prólogo

organizadas por él. Para mí, contar con su ayuda en mi traba­


de los derechos de los niños nos proyecta en cuestiones difíci­
jo universitario ha sido, y lo sigue siendo, fundamental. Cierta­
les de resolver, que afectan, básicamente, al desarrollo cohe­
mente, se trata de un componente esencial de un equipo de in­
rente de la propia teoría.
Pues bien, el libro de Ignacio Campoy, La fundamentación de vestigadores encabezado por el profesor Gregorio Peces-Barba.
los derechos de los niños, se adentra de manera clara y exhaus­ Ignacio Campoy tiene muchas de las virtudes del profesor
tiva en esta problemática, exponiendo los principales argumentos universitario. Es un trabajador incansable, riguroso, abierto
que en la historia han ido apareciendo en lo relativo al trata­ siempre a la discusión (a veces en exceso), muy dedicado a sus
miento de los niños y proponiendo una serie de modelos que estudiantes y sus clases, pero sobre todo, con una excelente pre­
permiten sistematizarlos. Aparte de la información que el libro disposición al trabajo en equipo. Aunque es cierto que, en oca­
trasmite, se trata de un nuevo ejemplo de cómo el estudio en siones, su rigurosidad deja de ser un rasgo virtuoso, como lo
clave histórica de los derechos es esencial para su correcta com­ demuestra la tardanza de cinco años en publicar este trabajo.
prensión. La fundamentación de los derechos de los niños, cubre un va­
La fundamentación de los derechos de los niños, es un traba­ cío muy importante en la literatura española sobre los derechos
jo que expresa toda una investigación doctoral desarrollada por de los niños, y creo que también en la internacional. Aunque,
Ignacio Campoy a lo largo de seis años y que culminó con la como señalaba al principio, el estudio de los derechos de los ni­
presentación de su tesis doctoral, en diciembre de 2000, titula­ ños ha sido objeto de innumerables análisis, se echaba en falta
da Dos modelos teóricos sobre el tratamiento jurídico debido a un trabajo como éste, capaz de sintetizar las principales posi­
los niños. Este libro da cuenta de una parte importante de las re­ ciones sobre el tratamiento jurídico de los niños, desde la Anti­
flexiones vertidas en aquella tesis doctoral que tuve la suerte de güedad hasta nuestros días. Ciertamente, sólo dos de estos tra­
dirigir en compañía del profesor F. Javier Ansuátegui. tamientos pueden ser descritos en clave de derechos. Se trata de
Conocí a Ignacio Campoy cuando inició sus estudios de Doc­ los modelos proteccionistas y liberacionistas que son analizados
torado, si bien mi relación con su trabajo doctoral comenzó a exhaustivamente y de manera crítica en este trabajo. El profesor
finales del año 1995, cuando formé parte del tribunal de tesina Campoy ha sabido, por otro lado, identificar aquellos aspectos
de Doctorado que juzgó su trabajo sobre los derechos de los ni­ esenciales de los que depende la concepción de los derechos de
ños en el ámbito del Derecho internacional. Recuerdo que fue los niños y con ella su catálogo, su garantía y su ejercicio. Aun­
Gregorio Peces-Barba, también miembro del tribunal, quien le que el trabajo está estructurado en clave histórica, el lector en­
ofreció a Ignacio Campoy enfocar su trabajo hacia la filosofía contrará todos y cada uno de los argumentos presentes en el de­
jurídica. A partir de ese momento, mi relación con el profesor bate contemporáneo sobre los derechos de los niños.
Campoy puede decirse que ha sido intensa. Para mí, compañero y amigo del profesor Campoy, es una
A lo largo de estos diez años, Ignacio Campoy se ha conver­ gran satisfacción ver por fin publicado este trabajo, como lo es
tido en un profesor esencial en el grupo de filósofos del Derecho para todo el grupo de filósofos del Derecho de la Universidad Car­
de la Universidad Carlos III de Madrid y en el Instituto de De­ los III de Madrid y para su Instituto de Derechos Humanos.
rechos Humanos «Bartolomé de las Casas» de esta Universidad.
Muchas de las actividades que se vienen desarrollando en este
Rafael de Asís
centro, de manera significativa las que se desenvuelven en la
Molino de la Hoz
Cátedra «Norberto Bobbio» de Igualdad y No Discriminación,
Diciembre de 2005.
han tenido su origen en propuestas de este profesor o han sido

25
24
INTRODUCCIÓN

Una de las denominaciones que tuvo el pasado siglo XX fue


la muy utilizada de «el siglo del niño» Y es cierto que en todos
los aspectos la realidad de los niños experimentó en ese siglo
unas transformaciones absolutamente radicales, que se siguen
notando en nuestro recién estrenado siglo. El mundo del Dere­
cho no ha sido —no podía ser— ajeno a esos cambios sociales;
sino que, al contrario, los profundos cambios relacionados con
los niños que se han producido en los sistemas jurídicos en to­
dos los ámbitos denotan claramente la intrínseca relación siem­
pre existente entre la realidad jurídica y los cambios sociales.
Sin embargo, el estudio de los derechos de los niños desde una
profunda reflexión que intente comprender el porqué de esa
evolución y el cómo se ha producido es algo relativamente
infrecuente. No obstante, es clara la importancia de ese tipo de in­
vestigaciones. Sus aportaciones permitirán una más adecuada
y completa comprensión no sólo de las distintas formas en que
históricamente se ha dado respuesta desde el Derecho a las cues­
tiones relacionadas con la realidad de los niños, sino también
de las que se dan actualmente en nuestras sociedades, y así, a

1 Fue Ellen KEY, quien escribió con el inicio del siglo, en 1900, un libro que
se titularía así The Century ofthe Child. (Puede consultarse el libro en la siguiente
dirección electrónica: http://www.socsci.kun.nl/ped/whp/histeduc/ellenkey/).

27
Introducción Introducción

través de su valoración y crítica, poder realizar las correspon­ El análisis de los argumentos teóricos de esos dos movi­
dientes mejoras. mientos y su repercusión en la evolución seguida en los orde­
La Filosofía del Derecho se presenta como uno de los cam­ namientos jurídicos en cuanto al reconocimiento y protección
pos del conocimiento idóneos para poder realizar un análisis de los derechos de los niños, es uno de los elementos centrales de
en esa línea de investigación. Desde esta disciplina el estudio este übro.
de los derechos de los niños puede llevar además a reflexiones El proteccionismo considera el Derecho como el instrumento
que se relacionan con cuestiones básicas tradicionalmente dis­ idóneo para conseguir esa pretendida protección, ya sea po­
cutidas por los filósofos del Derecho, tanto en el ámbito de la Teo­ niendo el énfasis en el reconocimiento directo de derechos de los
ría del Derecho cuanto en el de la Teoría de la Justicia, como niños o en el reconocimiento de deberes para con los niños. En
son, entre otras, las que afectan a las teorías de los derechos sus planteamientos se mantiene la idea de que el propio niño,
subjetivos, al patemalismo y al perfeccionismo moral, a los de­ debido a sus inherentes incapacidades, no puede ejercer libre­
rechos morales y a los derechos positivos, a la legitimación de mente sus derechos, su voluntad no debe tener en este sentido
ejercicio del poder político, a los valores superiores, a la relación carácter vinculante, pues el ejercicio sin control de sus dere­
entre Derecho y moral o a los derechos humanos. chos constituye un peligro tanto para terceros cuanto para él
El presente libro pretende ser una contribución a ese tipo de mismo. Por consiguiente, se estima que se han de articular me­
investigaciones sobre los derechos de los niños realizadas des­ didas paternalistas que permitan protegerlo de sí mismo, de sus
de la Filosofía del Derecho. propias actuaciones inconscientes, y que a la vez impidan el
Desde esa perspectiva, las radicales transformaciones habi­ perjuicio a terceros y de terceros. De este modo, se reconoce al
das en relación con los derechos de los niños en el siglo XX ad­ niño como titular de derechos, pero no se le reconoce capacidad
quieren un significado propio. Se puede claramente apreciar de ejercitarlos libremente. Para los liberacionistas, sin embar­
como en los ordenamientos jurídicos de las sociedades occi­ go, los niños tienen que tener reconocidos y protegidos los mis­
dentales se ha producido una evolución en cuanto a los sistemas mos derechos que se les reconocen y protegen a los adultos. Los
de reconocimiento y protección de los derechos de los niños; re­ niños han de poder, en este sentido, ejercer sus derechos en la
flejo, en realidad, de la aparición de teorías, valores y concep­ misma medida en que lo pueden hacer los adultos, lo único que
ciones en diferentes campos del conocimiento —de la educa­ cabe hacer es articular mecanismos que ayuden a los niños a su­
ción, la moral o el Derecho— y respecto a distintos ámbitos de perar las deficiencias que les son propias para poder ejercer li­
la realidad —la familia, la sociedad o la política—. Sin embar­ bremente sus derechos (lo mismo que algunos adultos necesi­
go, dos movimientos sociales tuvieron una especial importan­ tan, a veces, que se articulen determinadas medidas especiales
cia en esa evolución: el proteccionista y el liberacionista. El ob­ para poder ejercitar sus derechos).
jetivo principal, para los primeros, era proteger a los niños y su El movimiento liberacionista como tal tiene, en realidad,
desarrollo de las diferentes amenazas que provenían de la reali­ una trayectoria histórica bastante corta; más o menos, salvo al­
dad, de las estructuras sociales o de los perjuicios que les pu­ gunos significativos antecedentes y continuaciones, entre los
diesen ocasionar terceras personas o incluso ellos mismos a tra­ años sesenta y setenta de ese siglo XX, en las sociedades ingle­
vés de sus propias acciones; y para los segundos, era liberar al niño sa y estadounidense. Sin embargo, el proteccionismo tiene un
de la situación de opresión y dominación en que le habían si­ origen más difuso, que podemos concretar en el siglo xvn, y que
tuado los adultos con sus estructuras morales, jurídicas, socia­ en cierta manera —con grandes transformaciones desde sus orí­
les y políticas. genes— puede considerarse vigente en la actualidad. En todo

28 29
Introducción
Introducción

tenda hacer sobre los derechos de los niños habría de tener ne­
caso, esas transformaciones aconsejan hacer una distinción den­ cesariamente en cuenta todas estas cuestiones, siendo el análi­
tro del proteccionismo, que he querido significar distinguiendo sis conjunto de todas ellas el que constituye un esquema válido
entre un proteccionismo «tradicional» y un proteccionismo «re­ para la identificación, análisis y comprensión de un modelo de
novado». En cuanto al reconocimiento y protección de dere­ reconocimiento y protección de los derechos de los niños.
chos de los niños, el proteccionismo «tradicional» —el prime­ Por eso, en este libro se estudian los modelos proteccionis­
ro en surgir— procura resaltar la necesidad de ejercitar los
ta y liberacionista como modelos de reconocimiento y protec­
derechos en beneficio del niño, pero sin ninguna participación
ción de derechos de los niños a través de ese esquema.
del niño; mientras que el proteccionismo «renovado» —que em­
La definición y utilización de ese esquema me permitió tam­
pezaría a desarrollarse en las últimas décadas del siglo pasado,
bién identificar el pensamiento de dos grandes filósofos, Locke
recogiendo también en alguna medida las aportaciones del li- y Rousseau, como antecedentes teóricos de los dos modelos ana­
beracionismo— procura darle mayor relevancia jurídica a la vo­
lizados. Su estudio resulta, pues, necesario para hacer un más
luntad del niño, se subraya la importancia de que participe, y de completo análisis y, consiguientemente, tener una más certera
que se le dé la debida consideración a su opinión, en todas las
comprensión, de los principales argumentos teóricos utilizados
decisiones que se adopten sobre aquellos asuntos que directa­ en cada uno de los dos modelos identificados.
mente le afecten. Por otra parte, también es una investigación valiosa la uti­
En todo caso, como es evidente, los proteccionistas y los li- lización de ese esquema para cuestionamos sobre los derechos
beracionistas no sólo defienden dos diferentes sistemas de re­
de los niños antes de que surgiera el modelo proteccionista en
conocimiento y protección de derechos de los niños, sino que su­
el siglo XVII. El resultado obtenido ha sido la configuración de
ponen enfoques muy diferentes de la realidad que existe y de la lo que hay que entender como un modelo de negación de los
que debería de existir. Un análisis de los argumentos justifica-
derechos de los niños. Su análisis permite arrojar luz no sólo so­
torios que utilizan en sus planteamientos pone de manifiesto bre la realidad de la infancia antes del siglo XVII y lo que al res­
que hay cuatro cuestiones básicas que están necesaria y radi­
pecto significó la construcción de un modelo —como fue el pro­
calmente unidas en la construcción y justificación de cada sis­
teccionista— conforme al cual se constituyó propiamente un
tema de reconocimiento y protección de derechos de los niños:
sistema de reconocimiento y protección de derechos de los ni­
qué concepción se tiene del niño; qué tipo de relaciones debe­ ños, sino también sobre algunos planteamientos que todavía hoy
rían de existir entre los padres y los hijos; qué se entiende que
día vemos defendidos en relación con los derechos de los niños.
constituye el interés del niño, quiénes y cómo lo deciden, y cómo
De esta manera, con este libro se pretende avanzar en la
ha de solventarse el posible conflicto con otros intereses; y, fi­ identificación y análisis de los principales argumentos teóricos
nalmente, qué formación del adulto y del ciudadano se ha de rea­
que han servido para justificar cada modelo de reconocimien­
lizar a través de la educación que habría de recibir el niño.
to y protección de derechos de los niños; y, así, comprender me­
La identificación de esas cuestiones, y el análisis de las mis­
jor y valorar con criterio los actuales sistemas de reconocimiento
mas y de su relación con la cuestión principal sobre qué siste­
y protección de derechos de los niños.
ma de reconocimiento y protección de derechos de los niños
Como resultado de ese estudio propongo, en el último capí­
está más justificado, muestra que, en realidad, todas ellas ter­ tulo, lo que serían algunas ideas con las que pretendo realizar
minan por constituir una unidad, que es a la que me refiero
una aportación al actual debate sobre la construcción que se ha
como un modelo de reconocimiento y protección de derechos de
de hacer en nuestras sociedades de un adecuado sistema de re­
los niños. Es decir, que cualquier estudio completo que se pre­

31
30
Introducción Introducción

conocimiento y protección de derechos de los niños. La bús­ Este libro tiene un cambio importante respecto a la tesis
queda de la solución más acorde con nuestros contenidos de doctoral. En ella el primer capítulo lo dediqué a analizar el pen­
Justicia —con la consideración de la libertad como valor pree­ samiento de los dos filósofos griegos más importantes, Platón
minente, aunque conformada también por la igualdad, la soli­ y Aristóteles, apuntando como en ellos se encontraban los ele­
daridad y la seguridad—, ha de permitir que el libre desarrollo mentos suficientes de lo que serían las principales líneas argu­
de la personalidad sea un fin a alcanzar para toda persona, in­ mentativas de un modelo negador de los derechos de los niños'.
dependientemente de su edad. Y, de este modo, que toda res­ En la tesis señalaba que, aunque se alejaba de los objetivos
tricción en la libertad de cualquier persona ha de estar justifi­ que con ella pretendía conseguir, serían valiosos los estudios que
cada conforme a alguno de los anteriores valores, teniendo en permitiesen esclarecer la evolución que se había producido en
cuenta que el fin último de la sociedad será que el mayor número el ámbito jurídico respecto a los niños durante los siglos ante­
de personas posible consiga al máximo posible el libre desa­ riores al surgimiento del proteccionismo «tradicional» en el si­
rrollo de sus diferentes personalidades. Las ideas que en ese ca­ glo XVII. Por eso consideré que un esfuerzo que «tenía» que rea­
pítulo desarrollo son fruto de mi interpretación y valoración de
lizar era intentar identificar y analizar con mayor profundidad
los argumentos que he ido analizando en los cinco capítulos
ese modelo negador de los derechos de los niños conforme al mis­
precedentes. Pero de la lectura de los mismos el lector puede
mo esquema utilizado para los otros modelos. El resultado es el
sacar ideas muy diferentes. Todas podrán ser valiosas para cons­ primer capítulo de este libro.
truir un mundo mejor, en el que sepamos dar adecuadas res­
Es costumbre que la publicación de un libro que tiene su
puestas para la construcción de un sistema justo de reconoci­
origen en una tesis doctoral permita al autor cumplir con la dul­
miento y protección de derechos de los niños.
Este libro tiene su origen en mi tesis doctoral, Dos modelos ce y un poco amarga tarea de explayarse un poco en agradeci­
mientos personales. Dulce por poder dar constancia de lo mu­
teóricos sobre el tratamiento jurídico debido a los niños, dirigida
cho que debe a personas queridas que le han acompañado en la
por los profesores Rafael de Asís y Francisco Javier Ansuátegui,
y defendida en la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de elaboración del libro, y con un poco de amargor porque al echar
la vista atrás uno se da cuenta del tiempo pasado y lo que con
la Universidad Carlos III de Madrid, dentro del Doctorado en De­
él se fue inevitablemente.
recho: programa de Derechos Fundamentales, en mayo de 2001.
La tesis fue juzgada por un Tribunal compuesto por los profe­ Así, quiero expresar mis más sinceros agradecimientos a al­
sores Gregorio Peces-Barba, Ensebio Fernández, Liborio L. Hie­ gunas de las personas —para quienes sé que ver editado este li­
rro, María José Añón y Teresa Picontó, y obtuvo la calificación bro supone también una alegría— e instituciones sin cuya ayu­
de «Sobresaliente Cum Laude por Unanimidad», logrando pos­ da, apoyo, consejo o dirección este libro hubiese aumentado el
teriormente el Premio Extraordinario de Doctorado de la Uni­ número de los proyectos inconclusos. A la Universidad Carlos III
versidad Carlos III de Madrid. de Madrid, al Instituto de Derechos Humanos «Bartolomé de
Quiero hacer expresa mi gratitud a todos los miembros del las Casas» y al Departamento de Derecho Internacional, Ecle-
Tribunal. Todos ellos me hicieron valiosas sugerencias respec­
to a la investigación, antes, durante y después de su defensa.
1 Ese primer capítulo de lo que fue la tesis doctoral, con algunas modi­
Espero haber conseguido mejorar este libro con ellas. La manera
ficaciones, constituye una publicación independiente, actualmente en prensa,
en que todos ellos me han tratado y me siguen tratando da mues­ CAMPOY CERVERA, Ignacio: La negación de los derechos de los niños en Pla­
tra de lo mejor del espíritu universitario del profesorado. tón y Aristóteles, col. «Cuadernos "Bartolomé de las Casas”», Dykinson, Madrid.

32
Introducción Introducción

siástico y Filosofía de Derecho de dicha Universidad, a la Fun­ que se fueron, y a mis amigos, los de siempre y los que he teni­
dación Caja de Madrid, a la Dirección General de Universidades do la fortuna de ir encontrando. Sé que a todos, en mayor o me­
e Investigación de la Consejería de Educación de la Comunidad nor medida, les ha costado también sacrificios el que yo reali­
de Madrid (a través del proyecto 06/HSE/0147/2004) y a la Direc­ zase esta investigación, a todos les he quitado un poco del tiempo
ción General de Investigación del Ministerio de Educación y que les debo, todos han tenido que soportar mis momentos di­
Ciencia (a través del proyecto SEJ 2004-00618), por su necesa­ fíciles, y de todos he sacado fuerzas para superarlos. De entre
ria ayuda para que la investigación pudiese progresar hasta la ellos he de destacar a mis hijos, Guillermo y Andrés, y a Raquel,
realización del presente libro. A todos los miembros del Instituto que ha compartido conmigo todos los momentos de elabora­
de Derechos Humanos «Bartolomé de las Casas» y del Área de ción de este libro, desde sus inicios, hace ya casi diez años, has­
Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid, ta ahora. Su apoyo incondicional, su continuo estímulo y cari­
así como a los compañeros del mismo área de conocimiento de ño, ha sido una fuente inagotable; a ella le he pedido más de lo
otras Universidades con cuya amistad me honran, por la ayuda, que debía y de ella he obtenido más de lo que pedía.
el apoyo y los consejos que en todo momento he recibido de Y, finalmente, a mis padres, a quienes dedico este libro. Nun­
ellos. ca han desfallecido en su continuo sacrificio, apoyo y amor. En
De forma muy especial quiero agradecer todo lo que desde el momento de poner punto final a la larga etapa de investiga­
el principio de mi vida académica han realizado por mí los pro­ ción que culmina en este libro predomina un sentimiento de
fesores Gregorio Peces-Barba, Rafael de Asís y Francisco Javier nostalgia, por la ausencia siempre presente de quien sé que hu­
Ansuátegui. A Gregorio Peces-Barba le debo el haberme moti­ biese estado satisfecho con esta culminación de una obra que
vado suficientemente para iniciar y continuar con mi andadu­ siempre tuvo la paciencia de seguir y alentar.
ra universitaria. Su constante confianza en mí y su ejemplo per­
manente en lo académico y personal han sido causa, en una
gran medida, de que pudiese superar los obstáculos y desánimos
que haya podido tener. A mis dos directores de tesis, los profe­
sores Rafael de Asís y Francisco Javier Ansuátegui, les debo el
gran apoyo que en todos los ámbitos han supuesto para mí des­
de que comencé mis cursos de doctorado. Es de justicia reco­
nocer que desde que inicié esos cursos he encontrado siempre
en ambos soluciones a los problemas que les planteaba, res­
puestas a las cuestiones que les hacía y una recepción afectuo­
sa cada vez que algo les solicitaba o en cada ocasión en que nos
hemos tratado. Además, es muy de agradecer que en la elabo­
ración de mi tesis y de este libro haya podido desarrollar mis in­
vestigaciones con total libertad y con permanente ayuda. Fi­
nalmente, le agradezco también muy sinceramente al profesor
Rafael de Asís haber aceptado realizar el prólogo a este libro
En el ámbito estrictamente personal sólo quiero mostrar mi
profundo agradecimiento a toda mi familia, también a aquellos

34
Maxima debetur puero reverentia
JUVENAL, XTV
1.a PARTE

UN MODELO DE NEGACIÓN
DE LOS DERECHOS DE LOS NIÑOS
CAPITULO I
LA PREHISTORIA DE LOS DERECHOS
DE LOS NIÑOS

INTRODUCCIÓN

La negación del niño como sujeto titular de derechos y su


correspondiente sometimiento a terceros caracteriza la ma­
nera en que se habría de entender cuál era el trato jurídico que
los niños debían recibir en las sociedades anteriores al siglo xvn.
Eso no quiere decir que con anterioridad no existiese el reco­
nocimiento de algunos derechos de los que fuese destinatario
el menor, pero sí que no existe un sistema de reconocimiento
y protección de derechos de los niños. El primer modelo real
de un sistema de reconocimiento y protección de los derechos
de los niños será el proteccionismo, el modelo que se estudia­
rá en el siguiente capítulo, aunque las líneas maestras de su
construcción teórica se encuentran ya formuladas en el pen­
samiento del filósofo inglés del siglo xvn John Locke. Queda,
pues, fuera de los objetivos propuestos en este libro un estu­
dio en detalle de la situación jurídica del menor antes de ese
siglo XVII. Pero lo que sí que resulta muy conveniente para la
adecuada comprensión de lo que ha supuesto la construcción
de los modelos de reconocimiento y protección de los dere­
chos de los niños, es exponer cuáles fueron las líneas maes­
tras que explican la situación jurídica del menor antes de la
construcción de dicho modelo proteccionista. Es decir, la de una
situación de inexistencia de un modelo de reconocimiento y
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

protección de derechos de los niños; una situación, en este La justificación teórica de ese sometimiento pleno de los ni­
sentido, que se puede entender como de prehistoria de sus de­ ños a la voluntad de terceros competentes se puede encontrar
rechos. en la obra de los dos grandes filósofos de la Grecia Clásica: Pla-
En la Edad Antigua esa negación de derechos de los niños tón y Aristóteles. Y con tal intensidad que podemos entender
alcanzó sus posiciones más extremas al llegar a considerarles que sus planteamientos sirven para la construcción de un mo­
como una simple propiedad de terceros, sus padres o los re­ delo teórico de tratamiento jurídico debido a los niños que se ca­
presentantes de su comunidad política, a cuya voluntad se en­ racterizaría, precisamente, por la negación del reconocimiento
contraban completamente sometidos. Pudiendo disponer de de derechos a éstos. No es que estos filósofos construyesen de
ellos con una libertad en muchos aspectos semejante a la que se forma sistemática ese modelo, pero el hecho es que en la expo­
les reconocía para disponer de sus otras propiedades (entre las sición de sus planteamientos sobre los asuntos que centraban sus
que también cabría considerar a los esclavos). La rotundidad intereses, fundamentalmente la cuestión de determinar cómo
de esta afirmación puede resultar chocante si se tiene en cuen­ se había de construir la polis más perfecta posible, tuvieron
ta que, en realidad, también es cierto que en todo momento his­ que cuestionarse y dar respuesta a las cinco grandes cuestiones que
tórico del que tenemos constancia escrita existe la posibilidad en la Introducción General he señalado como los elementos con­
de señalar algunos elementos de protección de los niños que formadores de los distintos modelos de derechos de los niños.
podrían llegar a considerarse como derechos suyos, si estos se Los planteamientos de Platón y Aristóteles son, pues, relevantes
entendiesen como los correlativos a los deberes que se exigían para los propósitos de este libro por tres razones principales:
de terceros y de cuyo cumplimiento se habrían de beneficiar los por que en ellos se refleja la realidad vivida en la Atenas de su
niños. Sin embargo, lo cierto es que esas situaciones eran coe­ tiempo, que supone la plasmación de un pensamiento cuyas raí­
xistentes con tal dependencia de la voluntad de esos terceros ces se pierden en los tiempos antiguos, pero que, a su vez, po­
que se hace impropio hablar de un reconocimiento de derechos demos todavía ver presentes en otras ciudades de la Grecia clá­
de los niños, resultando más acorde con la realidad su consi­ sica (siendo en este sentido significativa la situación del menor
deración como propiedad. Y es que del mismo modo sería im­ en la otra gran polis, Esparta) y otras sociedades coetáneas,* I *
propio hablar de un reconocimiento de derechos de los esclavos,
cuando éstos estaban sometidos al dominio de personas que,
como dueños, podían actuar con ellos de forma semejante a la por un lado, una cierta adversión a la institución de la servidumbre, que lle­
varía a reconocer una serie de «derechos» de los siervos —como «el derecho»
que los propietarios están habilitados para hacerlo con sus pro­ de que dos siervos se casasen incluso con la oposición de sus señores, posibi­
piedades, aunque también siempre se puedan encontrar en las lidad que se reconoce en la Ley I del Título V de la Partida IV—, también re­
sociedades esclavistas cierta protección hacia los esclavos, lo conocería, por otra parte, que el esclavo, en realidad, no dejaba de ser una es-
que en su reflejo en sus respectivos textos jurídicos podría ver­ I pecie de propiedad de su dueño, como puede verse en la declaración que el
se, en algún sentido, como derechos, pero que entenderlo como legislador hacía al comienzo de ese mismo Título V. Una oposición que igual­
mente queda reflejada en la Ley VI del Título XXI de esa Partida IV, al esta­
tales supondría cambiar el auténtico sentido que hoy damos a blecer que si bien el señor tenía poder sobre el sietvo para hacer lo quisiese
este término ’. con él, sin embargo, existen límites a esa voluntad del señor, como matarle o
herirle. (Cito Las Siete Partidas por el libro: Códigos Antiguos de España. Co­
lección completa de todos los códigos de España, desde el Fuero Juzgo hasta la
1 Por poner un solo ejemplo, pero muy significativo, podemos observar £Novísima Recopilación, Tomo I, publícala Marcelo Martínez Alcubilla, Admi­
como el muy avanzado código alfonsí de Las Siete Partidas, si bien mostraría, nistración, Madrid, 1885).

42
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

como la romana; por la renovación y la profundidad que ad­ J LA concepción del niño
quiere ese pensamiento tradicional con el análisis y la justifi­
L Los principales elementos caracterizadores
cación de los dos grandes filósofos; y, por último, por la tras­
de la infancia
cendencia histórica que han tenido los planteamientos de estos
dos autores, con una proyección tan grande que incluso podre­ Lo que determina la concepción que del niño se mantiene du­
mos observar su influencia, en cuestiones que son directamen­ rante todo este extenso período de tiempo que va desde la An­
te de nuestro interés, todavía en la obra del autor inglés del si­ tigüedad hasta el siglo xvil es, por una parte, su consideración
glo XVII Robert Filmer, en contra de la cual surgirían parte de los de ser humano imperfecto, en la comparación que se realiza
planteamientos de Locke que servirían para construir el mode­ con el adulto, que sería el ser humano perfecto. Y, por otra par­
lo proteccionista2. te, aunque, como veremos, muy estrechamente unida a la an­
El objetivo principal de este primer capítulo será mostrar, terior consideración, estará la ausencia de la estimación de un
por una parte, que desde las sociedades antiguas hasta el siglo valor propio del niño, pues se entiende que el que tiene un va­
XVII, podemos identificar en la mentalidad y en la realidad ju­ lor propio por sí mismo es el adulto. Veamos como se entienden
rídica de las sociedades occidentales, de forma cada vez más y justifican estas consideraciones.
intensa, elementos que permiten ir recorriendo un camino que
iría desde el establecimiento de un trato jurídico al niño que
lo asemejaba a una propiedad, hasta su paulatino reconoci­ a) El niño como ser humano imperfecto
miento como sujeto de derechos. Y, por otra, que dichos ele­
La consideración de que el niño es un ser humano imperfecto,
mentos en ningún momento constituyeron, durante todo ese
ya que sólo se puede predicar la perfección del adulto, supon­
período de tiempo, un modelo acabado que permitiese hablar
drá, necesariamente, entender que es, en todo caso, un ser sus­
de un sistema de reconocimiento y protección de derechos de
ceptible de perfección (en la medida en que con el tiempo el
los niños. La forma en que pretendo mostrar dichas conclu­ niño puede llegar a ser ese pretendido adulto perfecto)3. Lo cual
siones es utilizando el esquema conceptual que he señalado
significará que se destaquen como negativas las cualidades que
como básico para entender lo que supone un modelo de reco­
son propias de la niñez y subrayar como positivas aquellas que
nocimiento y protección de derechos de los niños. Aunque, en
este caso, sea para constatar, precisamente, la ausencia de los
elementos necesarios para poder hablar de la existencia de un 3 Aunque, evidentemente, se puede hablar de distintos niveles de perfec­
modelo propio. ción en las distintas sociedades, dependiendo de cuáles fuesen los sujetos que
se comparasen. Así, es común que se considerase que la mujer era un ser hu­
mano imperfecto en comparación con el hombre, pero también que dentro de
los hombres se considerase que algunos podían adquirir mayores cotas de per­
fección que otros según se atendiese a un elemento relevantemente diferen-
ciador, como ha sido la raza, la nobleza de nacimiento, naturaleza virtuosa, etc.
2 En todo caso, el estudio en detalle sobre la identificación en las obras Pero, en todo caso, también respecto de cada una de esas diferentes categori-
de Platón y Aristóteles de los elementos constructores de un posible modelo de zaciones el niño adquiere su propia dimensión de imperfección. Es decir, que,
negación de los derechos de los niños, que como antes se indicó sí formaba par­ por ejemplo, aunque se considerase que el máximo nivel de perfección de la mu­
te de la Tesis doctoral que está en el origen de este libro, será objeto de una pu­ jer era inferior que el que podría alcanzar el hombre, la niña se consideraría
blicación separada. también como imperfecta con respecto de la propia mujer adulta.

45
44
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

le permiten abandonar su estadio de imperfección y alcanzar siendo relevante de esta concepción la forma de entender la
la perfección en la adultez, quedando ocultas, pues, las cualidades necesaria relación existente entre todas esas características,
que podrían considerarse como positivas y propias de la niñez. que de forma esencial se complementan en la naturaleza pro­
Esta idea de imperfección del niño queda bien reflejada ya eja de los niños. Así lo vemos, por ejemplo, en la obra de Pla­
en la propia creación del hombre según la interpretación que tón y en la de Aristóteles.
siempre se ha hecho del libro del Génesis de la Biblia. Pues es platón señala como cualidades físicas propias de los niños,
a un Adán adulto al que crea Dios a su imagen y semejanza, e «a causa de su fogosidad», su incapacidad «de guardar repo­
igualmente es a una Eva adulta a la que crea de la costilla de so ni en el cuerpo ni en la voz y que grita y salta siempre en de­
sorden». Y de ello infiere una carencia en las capacidades in­
Adán4. 5Es, pues, el adulto el que es creado como ser perfecto y
telectuales, pues aquellas denotan falta de razón: «lo que por
son sus características las que lo hacen semejante a Dios. Lo que
mi parte sé es que ningún ser vivo nace con la calidad y grado
no dejará de tener trascendencia en la cultura judeocristiana.
de inteligencia que le corresponde tener en su madurez; y en
También encontramos presente esa concepción, plenamen­
todo ese tiempo en que aún no ha logrado su propia discre­
te desarrollada, en la Atenas clásica. Y es que, como bien seña­
ción, está todo él loco y grita desconcertadamente; y en cuan­
la Golden, para los atenienses las características predominan­ to llega a mantenerse en pie, salta también sin orden ni con­
tes en los niños serían las que él denomina como «atributos cierto». Alcanzando la asociación al carácter de los niños, a
negativos». Es decir, que los niños eran considerados princi­ sus atributos morales, al entender Platón que el niño, del que
palmente por las carencias de cualidades que los adultos sí po­ antes argumentaba su falta de razón, estuviese gobernado pol­
seían, y, de esta manera, lo que de ellos se resaltaba era su de­ la parte irracional de su alma (como a continuación se verá
bilidad física, su incapacidad mental y su incompetencia moral3; para Platón se ha de considerar la existencia de una parte ra­
cional y una irracional del alma), y, consiguientemente, dirigido
a lo que dicha parte del alma procura: los deseos y los apeti­
4 Véase la creación de Adán y Eva en Génesis, 1, 26-27 y 2, 22. La edición tos, «y de cierto, los más y los más variados apetitos, concu­
por la que cito todas las referencias a la Biblia es en La santa Biblia, traduci­
piscencias y desazones se pueden encontrar en los niños»; por
da de los textos originales en equipo bajo la dirección del Dr. Evaristo Martín
Nieto, 3.a ed., San Pablo, Madrid, 1988. lo que, consecuentemente, se podría predicar del niño la defi­
5 Véase así en GOLDEN, Mark: Children and Childhood in Classical Athens, ciencia de carácter que supone la intemperancia, ya que «la
The Johns Hopkins University Press, Baltimore and London, 1990, p. 5. Ésta templanza es un orden y dominio de placeres y concupiscen­
y todas las otras citas que en el presente libro se realizan sobre obras de refe­ cia» del que según queda dicho carecería el menor»6. *Y, por su
rencia que estén en idiomas extranjeros son responsabilidad del autor. parte, Aristóteles, en el desarrollo de sus propias concepcio-
Sin embargo, Luis García Iglesias aporta unos matices discrepantes so­
bre esa concepción del niño, al apreciar en la obra de Heródoto consideracio­
nes también positivas sobre sus capacidades: «¿Qué es un niño o un mucha­
cho para Heródoto? (...) fundamentalmente, alguien que no puede luchar, de 6 Véase en PLATÓN: Las Leyes, 664e, 672b-c; y en PLATÓN: La repúbli­
quién se puede abusar; alguien que espera su tiempo y que se prepara para él. ca, 431c y 430e, respectivamente. Cito estas obras de Platón por las ediciones:
Pero no sólo cabe atribuirle negatividades de este tipo. Un niño da también PLATÓN: Las leyes, edición bilingüe, traducción, notas y estudio preliminar
para nuestro autor cotas de inteligencia y de superioridad moral que no al­ de José Manuel Pabón y Manuel Fernández-Galiano, Centro de Estudios Cons­
canzan los adultos [aunque no creo que esto pueda entenderse con una inter­ titucionales, Madrid, Tomo I, 1983 y Tomo ü, 1984 y PLATÓN: La república, trad.
pretación estricta los términos]». (En GARCÍA IGLESIAS, Luis: «Los menores José Manuel Pabón y Manuel Fernández-Galiano, Introducción de Manuel
de edad en las Historias de Heródoto», en Gerión, I, 1984, p. 107). Fernández-Galiano, Alianza Editorial, Madrid, 1994.

46
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

nes, coincidirá con el planteamiento de su maestro; conci­ observa la necesaria unión de ambos puntos de vista; la esencial
biendo también como relación lógica que el niño, regido por conexión entre las diferentes características de los niños y el
la parte irracional del alma, y carente pues de razón e inteli­ objetivo de conseguir la formación del mejor ciudadano. Un buen
gencia que van unidas a la parte racional todavía no desen­ ejemplo de ello lo tenemos en la forma en que se fijan en el llan­
vuelta, se encuentre dominado por la pasión, la voluntad y el to del niño, valorado de diferente manera por los dos autores,
deseo, lo que le impele a conseguir todo lo placentero y agra­ como lo son sus planteamientos de fondo, pero en ambos casos
dable; siendo, consecuentemente, la intemperancia la que pri­ guiados por el mismo propósito: saber si el hecho físico de llo­
me en su carácter7. rar es positivo o negativo para la formación del carácter de la
Otro aspecto fundamental, en el que también coinciden Pla­ persona adulta, y obrar en consecuencia8. * lo
tón y Aristóteles, es en considerar que es precisamente en la niñez ! ji. La misma idea de imperfección se puede apreciar, en el si­
donde hay que actuar para que queden superadas las deficien­
glo I d. C., incluso en la obra de dos autores, Plutarco y Quintiliano,
cias del hombre y se potencien las cualidades positivas que sólo
cuyo pensamiento resulta muy adelantado a su época en cuan­
como adultos podrán desarrollar y ejercitar plenamente. Con
to a la crianza y educación de los niños. Así, se puede observar
ello advertimos por primera vez el carácter esencial, perma­
nente en toda la obra política de estos dos autores, que tiene, res­ claramente esa concepción del niño como ser imperfecto y de­
pecto al trato que se ha de dar a los niños, la formación del ciu­ finido principalmente por atributos negativos en la definición
dadano ideal para la sociedad que se pretende configurar. Así, que dará Plutarco de un recién nacido, «Pues no existe nada más
los dos pensadores parten de la consideración de que cualquier desdichado que el hombre de todos cuantos seres respiran y cami­
reforma que se pretenda conseguir en el orden social habrá de nan sobre la tierra. Y en eso no miente el poeta si es que habla so­
empezar, si quiere construirse sobre bases firmes, con la buena bre el infante y recién nacido. Pues nada es tan imperfecto, sin
formación de los niños. Los niños son pues, pese a que no pue­
den dejar de verlos como seres defectuosos, quienes personifi­
can la única esperanza para la formación de la sociedad a la 8 Así, para Platón durante los tres primeros años el niño utilizará el llan­
to y el grito para manifestar su rechazo hacia las cosas que le desagradan, pero
que cabría aspirar; representan, en este sentido, la materia mol-
si el fin es desarrollar un carácter bondadoso no se le deberá al niño ni evitar
deable con la que los dos filósofos tratarán de configurar al adul­ todas las penas ni conceder todos los placeres posibles, ya que para formar ese
to poseedor de las mejores cualidades y ciudadano de la mejor carácter bondadoso es necesario mantenerse en un equilibrado término medio,
sociedad posible. Siendo ésta la razón principal por la que po­ siendo receptor de penas y de placeres; dando a entender Platón la conve­
demos encontrar en los planteamientos de ambos filósofos un niencia de ir extinguiendo en los niños su tendencia a llorar. Mientras que para
Aristóteles es conveniente dejar que el niño llore, aunque las razones que así
buen estudio de las características del niño. De esta manera, se
lo aconsejen no tengan nada que ver con el niño, sino que nuevamente el be­
neficiario de las medidas, como antes se indicaba, será el futuro adulto; en­
frentándose explícitamente a los planteamientos de su maestro: «respecto a
7 Véase al respecto en ARISTÓTELES: Política, 1334b; y en ARISTÓTELES: las rabietas de los niños y sus llantos, no aconsejan acertadamente los que las
Ética a Nicómaco, 1119b. (Cito ARISTÓTELES: Política, por la edición con prohíben en las Leyes', pues son convenientes para el desarrollo, ya que vienen
traducción, prólogo y notas de Carlos García Gual y Aurelio Pérez Jiménez, a ser en cierto modo un ejercicio para los cuerpos. En efecto, la contención del
col. El Libro de Bolsillo, Alianza Editorial, Madrid, 1991; y ARISTÓTELES: aliento les produce fuerza a los que realizan trabajos duros; y esto es lo que ocu­
Ética a Nicómaco, por la edición con traducción de María Araujo y Julián Ma­ rre también a los niños cuando se ponen en tensión». (Véase respecto a los
rías, Introducción y notas de Julián Marías, col. Clásicos Políticos, Centro de planteamientos de Platón, en PLATÓN: Las leyes, 791e-792d, 793e; y en La re­
Estudios Constitucionales, Madrid, 1985). pública, 604c-d; y la cita de Aristóteles, en ARISTÓTELES: Política, 1336a).

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Ignacio Campoy La Fundamentadon de los Derechos de los Niños

recursos, desnudo, informe y manchado como vm hombre al ser Por su parte, el pensamiento cristiano, que como se verá
contemplado en su nacimiento. A éste solamente la naturaleza tuvo una importancia decisiva en relación con el cambio de ac­
ni le dio apenas un camino puro hacia la luz, sino que empapa­ titud respecto a la infancia, también mantendría esta concepción
do de sangre, lleno de inmundicia, más semejante a un asesinado general de imperfección del niño. Así, lo podemos apreciar cla­
que a un nacido no es apropiado para tocar, coger, besar ni abra­ ramente en la obra de san Agustín uno de los principales im­
zar por nadie más que por quien le ama por naturaleza» 9. E pulsores del cristianismo de la Antigüedad, ya entrando en la
igualmente encontramos esa concepción de imperfección del Alta Edad Media. En su obra existe tanto la consideración del
niño en el pensamiento de Quintiliano. Pues si bien éste reconoce niño a partir, fundamentalmente, de la estimación negativa de
cualidades positivas en los niños, hay que entender que las mis­ aquello que lo caracteriza, como la consiguiente idea de su im­
mas sólo lo serán en la medida en que favorecen su formación perfección con respecto al adulto. Así, al resaltar el de Hipona
como adulto. La perfección está así, realmente, también para lo que consideraría como más identificador de su propio ca­
Quintiliano, en la adultez. Las cualidades que definen al niño no rácter infantil, prima en ello una visión general negativa de la
dejan de ser, en el mejor de los casos, signos de buenas expecta­ naturaleza infantil ", Y es que san Agustín, si bien, conforme a
tivas, como vemos en el inicio de sus Instituciones Oratorias'. su concepción cristiana de la bondad de Dios y de sus actos, ha
«Nacido el hijo, conciba el padre las mayores esperanzas de él, de encontrar también atributos positivos en los niños, final­
pues así pondrá mayor esmero desde el principio. Porque es fal­ mente parece que sólo los puede encontrar fuera de lo que es pro­
sa la queja de que son muy raros los que pueden aprender lo que piamente el carácter de los niños: en el cuerpo y en los instin­
se les enseña, y que la mayor parte por su rudeza pierden tiem­ tos 11
12. Por lo que sólo en la adultez es donde se puede alcanzar
po y trabajo; pues hallaremos, por el contrario, en los más faci­ la perfección. Incluso la del cuerpo, en la que pese a que sí apre­
lidad para discurrir y aprender de memoria, como que estas dos ciaba cierta armonía y hermosura en el niño, sólo se adquiría
cosas le son al hombre naturales. (...) nos es peculiar a los hom­
bres el ejercicio y perspicacia del entendimiento, por donde te­
nemos el origen del alma por celestial. (...) en los niños asoman 11 Dirá san Agustín: «entonces, yo no sabía más que mamar y deleitarme y
llorar las molestias que mi carne padecía. Nada más. Después comencé a reír, al
esperanzas de muchísimas cosas; las que si se apagan con la
principio durmiendo y después velando. Esto es lo que me han dicho que yo ha­
edad, es claro que faltó el cuidado, no el ingenio» l0. cía, y lo he creído, porque así veo que lo hacen los demás niños, pues yo de ello
no puedo acordarme. Poco a poco iba sintiendo dónde estaba. Quería manifes­
tar mis deseos a aquellos que los podían cumplir, y no podía. Porque los deseos
9 En PLUTARCO: «Sobre el amor a la prole», en Plutarco: Obras morales estaban dentro de mí, y ellos fuera, y por ninguna vía podían entrar en mi alma.
y de costumbres (Moralia) Vil, introducciones, traducciones y notas por Rosa Ma­ Agitaba mis miembros y daba gritos, acompasando los signos a mis deseos, los
ría Aguilar, col. Biblioteca Clásica Credos, Editorial Credos, Madrid, 1995, pocos que podía y como podía, sin que verdaderamente se les asemejaran. Y
pp. 210-211. Aunque conviene aclarar, como hace Rosa María Aguilar en una cuando no se hacía lo que yo quería o porque no me entendían o para que no me
nota a pié de página, que el verso de Homero que Plutarco cita pretendiéndo­ hiciera daño, me enfadaba con ñus mayores, porque no se me sometían, y con los
selo atribuir, y eso es lo que aquí más importa, al infante, es un verso de La libres, porque no me servían y me vengaba de ellos llorando. Así entendí cómo
¡liada XVII 446-447, que el poeta hace a propósito del cadáver de Patroclo. son los niños y que yo fui uno de ellos, habiéndolo aprendido más de ellos, que
10 En QUINTILIANO, M. Fabio: Instituciones Oratorias, traducción di­ no lo saben, que de los que me criaron sabiéndolo». (En AGUSTÍN, Santo: Con­
recta del latín por los Padres de las Escuelas Pías Ignacio Rodríguez y Pedro fesiones, prólogo, traducción y notas de Pedro Rodríguez de Santidrián, col. El Li­
Sandier, tomo primero, col. Biblioteca Clásica, Librería y Casa Editorial Her­ bro de Bolsillo, sección: Clásicos, Alianza Editorial, Madrid, 1994, p. 32).
nando S.A., Madrid, 1942, pp. 29-30. 12 Véase así en AGUSTÍN, Santo: Confesiones, cit., pp. 35 y 49-50.

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

realmente hacia los treinta años, y por eso será esta edad la edad ella en la que se habrán de resucitar los cuerpos. Incluso para san­
que, según san Agustín, tendrán los cuerpos resucitados B. De esa to Tomás esa idea de perfección en la adultez por la resurrección
manera, para san Agustín, si lo que habría de caracterizar a la del cuerpo a los treinta años habría que entenderlo en el sentido
niñez es la imperfección, es porque la perfección del ser humano más extenso posible, pues no es sólo el cuerpo el que adquiere la
sólo sería predicable del adulto, y concretamente habría que en­ perfección, sino que, en general, es toda la naturaleza humana la
tender que en la madurez adquirida hacia los treinta años, la edad que adquiere esa perfección. La única concesión importante será
en que desarrolló su principal actividad y murió Cristo. Esa idea para la ancianidad en cuanto a la sabiduría que se podría adqui­
sobre la imperfección de la niñez y perfección en la adultez se rir, pero incluso entonces se apresura en añadir que se entenderá
hace explícita cuando expone la necesidad de liberamos de esos evitando «el defecto de la ancianidad»15. En todo caso, para el de
atributos negativos que caracterizarían a la infancia: «¿Qué pe­ Aquino, la imperfección propia de la infancia es tal que conside­
cados eran los míos de aquel tiempo? ¿Acaso era pecado llorar ra que cabría predicar la misma incluso si el hombre hubiese per­
cuando deseaba el pecho? Porque, si ahora gritara ansiando no durado en el estado de inocencia previo al pecado original16.
ya el pecho sino los alimentos propios de mi edad, la gente se
reiría de mí y me reprendería. Luego entonces hacía cosas dig­
nas de reprensión; pero no tenía entendimiento para compren­ b) La ausencia de la estimación de un valor propio del niño
der la reprimenda y, por lo mismo, ni la costumbre ni la razón
consentían que fuera reprendido. La verdad es que, a medida que Como antes apuntaba, la consideración de que la niñez se
crecemos, extirpamos y arrojamos estas cosas de nosotros. Ja­ caracterizaba principalmente por atributos negativos que hacían
más he vasto a ninguna persona sensata cuando limpia alguna del niño un ser humano imperfecto iría durante muchos siglos
cosa, tirar lo bueno de ella» 14. unida a la idea de que, por consiguiente, dicho ser humano no
Y esa misma idea de imperfección del niño, que conforme tenía un valor propio por sí mismo l7, sólo lo podría tener en
a la argumentación de san Agustín cabría entender que ya está
presente en la Carta de san Pablo a los Efesios, es decir, en el ori­
gen del cristianismo, la encontramos igualmente presente, ya 15 Véase así en Suplemento, C. 81, art. 1. Cito por AQUINO, Tomás de:
en el siglo xm, en la doctrina del otro gran filósofo-teólogo del Suma Teológica, Tomo V, traducida directamente del latín por D. Hilario Abad
de Aparicio, revisada y anotada por el R. P. Manuel Mendía con la colaboración
catolicismo, Santo Tomás de Aquino, quien expresamente cita del R. P. Pompilio Díaz, precedida de un prólogo del M. R. P. Ramón Martínez
como argumentos de autoridad al mismo san Agustín y a la Car­ Vigil, Nicolás Moya, Madrid, 1883, pp. 457-458.
ta de san Pablo. Y también santo Tomás señala esa edad de los 16 Así, lo señala santo Tomás respecto del cuerpo de los niños, respecto
treinta años como la edad perfecta de la naturaleza humana; «de la condición de la prole en cuanto á la justicia» y con relación a la ciencia
y el uso de la razón. (Véase así, respectivamente, en 1, C. 99, art. 1; 1, C. 100,
pues, del mismo modo que el de Hipona, considera que será en arts. 1 y 2; y 1, C. 101, arts. 1 y 2. Cito por AQUINO, Tomás de: Suma Teológi­
ca, Tomo I, traducida directamente del latín por D. Hilario Abad de Aparicio,
revisada y anotada por el R. P. Manuel Mendía con la colaboración del R. P. Pom­
13 Véase así en AGUSTÍN, Santo: La ciudad de Dios, libro XXII, caps. 14 pilio Díaz, precedida de un prólogo del M. R. P. Ramón Martínez Vigil, Moya
y 15; cito por Agustín, Santo: La ciudad de Dios, traducción de Don José Cayetano y Plaza, Madrid, 1880, pp. 798-799; 801, 802; y 804, 805).
Díaz Bayral, revisada y anotada por Padres de la Compañía de Jesús, 3.a ed.. 17 Quizás pueda servir como ejemplo ilustrativo, aunque evidentemente
Apostolado de la Prensa, Madrid, 1941, pp. 989-990. sea muy incidental, de lo que representa esa ausencia de la estimación de un
14 En AGUSTÍN, Santo: Confesiones, cit., p. 34. valor propio del niño, en el hecho de que durante generaciones se haya consi-

52
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

cuanto representaba la materia prima con la que se podría lle­ i niño, individualmente considerado, depende, básicamente, de
gar a convertir en el ser humano perfecto: el adulto. Se entien­ las capacidades concretas que posea para convertirse en ese adul­
de, así, que el que tiene un valor por sí mismo es el adulto. In­ to valioso. Valoración que dependerá, a su vez, de la aportación
cluso, para ser más precisos, en las sociedades previas a la rqúe ese adulto (y, en alguna medida, el niño) sea capaz de hacer
Modernidad (es decir, antes de que el individuo pudiera imponerse en favor del grupo social en que se integre. El valor del niño es,
a ese «espíritu colectivo» que caracterizaba a las anteriores socie­ pues, indirecto, por sí mismo no tendría prácticamente valor al­
dades políticas y humanas), el que tiene un auténtico valor por guno. Por eso, como después veremos, una consecuencia lógica,
sí mismo es el grupo social en el que dicho individuo adulto se muy importante, de esa valoración del niño en cuanto su con­
integra, ya sea la familia, la gens, el clan, la polis, el gremio, el es­ versión en el futuro adulto pretendido, será la aplicación de me­
tamento o cualquiera de los otros grupos sociales que las vertebra­ didas eugenésicas que significaban la muerte o el abandono de
se 18.
* 13Y *es* que,
* * conforme al esquema teórico que aquí defiendo, aquellos niños que por sus deficiencias psíquicas o físicas no po­
resulta más acertado entender que, al considerarse que es el fu­ drían jamás llegar a convertirse en ese futuro adulto pretendido.
turo adulto el que tiene un valor pleno de por sí, el valor de cada En todo caso, la cuestión de la falta de valoración del niño
se conecta esencialmente con el tema de la falta de interés en el
niño, que será analizado en el tercer apartado, al que, por con­
derado la sabiduría del rey Salomón en la anécdota de que durante su famo­ siguiente, me remito. Lo que sí considero de interés señalar aquí
so juicio mandase, para saber quién era su auténtica madre, partir en dos al es que algunos historiadores achacan la razón fundamental de
niño vivo. Pero que la madre gritase con angustia que prefería que el niño va­
ríese aunque se lo llevase la otra mujer, deja claro que se tomaba muy en se­ esa falta de valorización del niño a la alta tasa de mortalidad
rio la amenaza del rey. Por lo que parece que el que éste pudiese, sin más, dar existente en esas sociedades; relacionando, como causa y efec­
muerte al niño entraba dentro de las acciones que se podría esperar del rey to, los problemas demográficos, es decir el gran número de
sabio. (Puede verse este juicio en Reyes, 3, 16-28). muertes que había entre la población infantil, con una menor vin­
13 Evidentemente, cualquier pretensión de realizar un estudio siquiera
culación emocional de los padres con sus hijos ’9. Sin embargo,
mínimamente riguroso de cada uno de esos grupos sociales queda fuera de los
propósitos que aquí se tienen. Sólo se tiene el proyecto de dar cuenta de la prin­
cipal forma de organización familiar que ha caracterizado, de forma general, a
las principales sociedades de nuestro ámbito cultural más estricto, y sólo en la LV I9 Señala Golden que historiadores como Philippe Ariés, Ivy Pinchbeck,
medida en que resulte un elemento importante para avanzar en el propuesto es­ ■ Margare! Ilewitt, Edward Shorter, y, sobre todo, Lawrence Stone, «han argu­
tudio de los derechos de los niños. Pero es claro que incluso en ese ámbito cul­ mentado que no se podía contar con el cariño y el amor en las poblaciones prein­
tural se podrían hacer muchas matizaciones que aquí se van a obviar, y que dustriales, porque la alta mortalidad hacían el compromiso emocional, espe­
existen otras relevantes estructuras familiares, incluso dentro de la propia so­ cialmente con los niños, demasiado peligroso para los individuos c insoportable
ciedad española, que ni siquiera se señalan, como, por ejemplo, las existentes - para sus sociedades». (En GOLDEN, Mark: Children and Childhood in Classical
en la España musulmana, pues como afirma Guichard: «Es en efecto incon­ Athens, cit., p. 82. Véase un interesante estudio de las distintas concepciones al
testable que, por el hecho de la conquista musulmana, de la instalación en el país respecto, y su relación con la práctica de la exposición de los hijos en la socie­
de elementos étnicos procedentes de Oriente y del Magreb y de la difusión de dad de la Atenas clásica, en GOLDEN, Mark: Children and Childhood in Classi­
la cultura arábigo-islámica, se introdujeron en España, directamente o por acul- cal Athens, cit., pp. 82 y ss. Aunque, en el caso de Ariés cabe señalar que en su
turación, formas de organización familiar ajenas a una cultura indígena mar­ pensamiento las tasas de mortandad infantil no son definitivas, aunque sí muy
cada por las influencias latinas y cristianas». (En GUICHARD, Fierre: «La Eu­ influyentes, en el surgimiento de un nuevo sentimiento hacia la infancia. Pues,
ropa bárbara», en Burguiére, Andró; Klapisch-Zuber, Christiane; Scgalen, Martine; aunque le soiprenda, constata como en el siglo XVII, cuando esas tasas de mor­
Zonabend, Frangoise (dirs.): Historia de la familia, prólogos de Glande Léri- tandad seguían siendo altas, ya se puede constatar el surgimiento del nuevo sen­
Strauss y Georges Duby, Tomo 1 «Mundos lejanos, mundos antiguos», cit., p. 339). timiento hacia la infancia. Como puede verse en lo expuesto en ARIÉS, Philip-

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Ignacio Campoy La Fundamentacicm de los Derechos de los Niños

Golden, basándose en estudios antropológicos modernos sobre razones permiten rechazar esa idea. Primero, que la existencia
sociedades con una alta tasa de mortalidad infantil, observa que de altas tasas de mortalidad infantil ha sido un mal que nuestras
en ellas existe una alta preocupación por sus niños; con lo Sociedades occidentales sólo ha empezado a superar en fechas
que concluye que existen más motivos que los demográficos *-uy recientes22, sin que ello haya supuesto que fuese acompa-
para establecer las relaciones afectuosas entre los padres y los
hijos. Y en el mismo sentido, para Golden otros estudios histó­
ricos hacen que resulte más que dudosa esa implicación entre - la muerte de un hijo. Con lo que explícitamente reconoce que ese es uno de los
la alta mortandad infantil y la despreocupación de los padres por mayores dolores que pueden sufrir los hombres, y que ese sentimiento fuerte
la muerte de los hijos*20. de amor de los padres por los hijos, incluso los de edad de nodriza, era muy
fuerte en su época. Todo lo cual no quiere decir que Montaigne tuviese un ver­
Por mi parte, entiendo, respecto a esa cuestión, que incluso dadero cariño por sus hijos, pues en otros pasajes también muestra su escasa
aceptando que una alta tasa de mortalidad fuese una razón para 'disposición a ese cariño y una escasa empatia hacía los más pequeños. (Véa­
entender que no se estimase en demasía la vida del niño en sus se al respecto en ARIÉS, Philippe: El niño y la vida familiar en el Antiguo Ré­
primeros años, no creo que la misma justifique plenamente esa gimen, cit., p. 179; y en MONTAIGNE, Michel de: Ensayos, Libro I, edición y tra­
ausencia de un valor propio de la persona de los niños21. Tres ducción de Dolores Picazo y Almudena Montojo, col. Letras Universales, Cátedra,
3.“ ed., Madrid, 1996, Cap. XIV, pp. 102 y 103; y en MONTAIGNE, Michel de:
Ensayos, Libro II, edición y traducción de Dolores Picazo y Almudena Monto-
jo, col. Letras Universales, Cátedra, 2.a ed., Madrid, 1993, Cap. VIII, p. 73).
pe: El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, versión castellana de Naty 22 Por otra parte, si bien en el texto principal me refiero a las sociedades
García Guadilla, col. «Ensayistas», Taurus, Madrid, 1987. pp. 65 y 69). occidentales, no quiero dejar de pasar este punto sin denunciar muy enérgica­
20 De este modo, aunque acepta que es precisamente la práctica de la ex­ mente el gran fracaso colectivo que supone que se sigan manejando cifras como
posición la que hace más difícil defender la vinculación afectiva de los padres las que señalaba UNICEF en su último informe del estado mundial de la in­
con sus hijos, acaba por determinar que tampoco la existencia de esa práctica fancia en 2005, la mortandad infantil supone que 29.158 niños y niñas mueren
(respecto a la que también cuestiona que realmente fuese tan extendida como a diario en el mundo antes de cumplir los cinco años (la mayoría por muertes
se puede suponer), puede anular las conclusiones que antes ha logrado dedu­ 'evitables), existiendo 1.000 millones de niños y niñas que viven en la pobreza,
cir. Y, en este sentido, se muestra rotundo este autor al argumentar, incluso, uno de cada dos. Esta situación no significa sólo una constante y formidable ne­
que la exposición de los hijos por los padres puede tener por causa el querer ofre­ gación de un auténtico compromiso ético de las sociedades, fundamentalmen-
cer el mayor cuidado al resto de los hijos. (Véase respecto a estas ideas en GOL- é¿las de los países más industrializados, que teniendo medios para paliar esa
DEN, Mark: Children and Childhood in Classical Athens, cit., pp. 86, 87 y 89). situación no actúan con la suficiente energía y determinación, sino también un
21 De hecho, resulta significativo señalar aquí la invalidez del ejemplo flagrante incumplimiento de los propios compromisos libremente asumidos
que Ariés utiliza, de la aparente manifestación de indiferencia por Montaigne, por las naciones. Así, cabría destacar, por una parte, que sólo 5 países (Dinamarca,
ya en el siglo XVI, ante la muerte de sus hijos, para ilustrar su argumentación ■Noruega, Suecia, Holanda y Luxemburgo) dan el 0,7% de su PIB como ayuda
sobre la ausencia de esa valorización del niño por sus padres. Pues, las pala­ oficial para conseguir un desarrollo sostenible de los países menos favorecidos,
bras de Montaigne, están, en realidad, sacadas de contexto (y los otros pasa­ cuando esa cifra del 0,7% es la que los propios países de la ONU acordaron dar
jes suyos a los que se refiere Ariés resultan incluso menos significativos en este en 1975, y después, otra vez, en la cumbre de Río de 1992. Y por otra, que to­
sentido); sirviendo precisamente el escrito de Montaigne, con el que princi­ dos los países de la ONU (con la vergonzosa excepción de los Estados Unidos
palmente justifica Ariés su conclusión, para concluir lo contrario. Pues no es de Norteamérica y de Somalia), han ratificado la Convención sobre los derechos
realmente por indiferencia ante la muerte de sus hijos por lo que Montaigne de los niños de la ONU de 1989, que en su Preámbulo reconoce: «la importan­
señala que las aceptó sin disgusto, sino que es una frase que se encuadra en un cia de la cooperación internacional para el mejoramiento de las condiciones
discurso en el que Montaigne pretende demostrar que los acontecimientos no de vida de los niños en todos los países, en particular en los países en desarro­
son ni buenos ni malos de por sí, sino que depende de cómo los aceptemos. Por llo», y en su artículo 4 establece taxativamente: «Los Estados Partes adoptarán
lo que su ejemplo sirve para mostrar que con una adecuada disposición del odas las medidas administrativas, legislativas y de otra índole para dar efecti­
ánimo se podría incluso aceptar sin gran disgusto un golpe tan duro como es vidad a los derechos reconocidos en la presente Convención. En lo que respec-

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

ñada en todo ese tiempo de una ausencia de valorización de la claro que las altas tasas de mortandad y las prácticas como el in­
persona del niño23. Segundo, que esas altas tasas de mortali­ fanticidio (u otras, como la exposición o el no reconocimiento de
dad no podrían justificar que la ausencia de ese valor por la per­ los hijos nacidos fuera del matrimonio), que igualmente cabe pre­
sona del niño se extendiese más allá de los primeros años de dicar desde los tiempos más remotos, apuntan a la ausencia de ese
vida, en los que existía la mayor tasa de morbilidad, y sin em­ afecto, al menos tal y como es entendido actualmente, que va es­
bargo la ausencia de valor propio podría entenderse que conti­ trechamente vinculada a la ausencia de valoración del niño por sí
nuaba durante toda la niñez, sólo el ser objeto de afectos, es­ mismo que caracterizaría a la Antigüedad y, en una buena medi­
fuerzos y expectativas les proporcionaba paulatinamente un da, también a la Edad Media. Por eso, respecto a la cuestión que
mayor valor al niño. Y, finalmente, que si esa fuese la razón no se trataba, se acerca más a la realidad deMause al entender que los
se explicaría la existencia de una práctica tan extendida en el padres de otras épocas amaban a sus lujos, explicando: «Cierta­
mundo antiguo como era el infanticidio. Pues, parece lógico mente no era la capacidad de amar la que le faltaba al padre de otras
pensar que la alta tasa de mortalidad lo que haría sería apre­ épocas, sino más bien la madurez afectiva necesaria para ver al
ciar enormemente la supervivencia del niño y, además, esa prác­ niño como una persona distinta de sí mismo»25. Es una idea que
tica muestra que independientemente de su supervivencia natural se relaciona, haciéndose compatible, con otras dos opiniones que,
el niño carecía de un valor que asegurase que no fuese sacrifi­ como después explicaré, están también presentes en esas socieda­
cado por la sociedad o sus propios padres.
des y que son aparentemente contradictorias con ese amor pater­
En este sentido, si bien parece claro que no se puede negar la
nal, tal cual lo entendemos actualmente: por una parte, la falta de
existencia en todo tiempo de un profundo sentimiento de amor
empatia hacia el niño y, por otra, la concepción del niño como par­
hacia los hijos que eran aceptados por los padres24, también parece
te del propio padre, como «propiedad» suya.

ta a los derechos económicos, sociales y culturales, los Estados Partes adopta­


rán esas medidas hasta el máximo de los recursos de que dispongan y, cuando 2. La evolución en la concepción del niño
sea necesario, dentro del marco de la cooperación internacional».
23 McLaughlin nos hace advertir una variante nueva, a este respecto, al se­ La concepción del niño que acabo de apuntar se mantiene
ñalar como las altas tasas de mortalidad de las sociedades de la Europa occi­
¿gente en las sociedades occidentales previas al siglo xvn. Siñ
dental entre los siglos IX y xm afectaban todavía de una manera muy grave a
la infancia, pero que hay que considerar que también afectaban a los adultos. bargo, es evidente que en todo ese tiempo se produjo una
Siendo evidente que ambos hechos están conectados en lo que respecta a las evolución en esa concepción del niño, que, en realidad, vendría
relaciones entre padres e hijos, y a la estimación que, finalmente, estos últimos eterminada por que los dos elementos caracterizadores de esa
habrían de recibir. (Véase a este respecto en McLAUGHLIN, Mary Martin: «Su­ concepción, el niño como ser humano imperfecto y la ausencia
pervivientes y sustitutos: hijos y padres del siglo IX al siglo XIII», en deMause,
Lloyd (ed.): Historia de la infancia, versión española de María Dolores López
Martínez, col. Alianza Universidad, Alianza Editorial, Madrid, 1994, p. 137).
2J Resulta significativo en este sentido que ya Homero, en uno de las po­ :25 En DcMAUSE, Lloyd: «La evolución de la infancia», en deMause, Lloyd
cas escenas de afectos íntimos de La litada, se centrase en la exposición preci­ d.): Historia de la infancia, cit., p. 37. También en esa línea, Bajo y Betrán re­
samente de la relación de I-Iéctor con su mujer e hijo, y mostrase explícitamente, tirán en distintas ocasiones que no se ha de dudar del sentimiento de amor
en ese bello pasaje, el profundo cariño que sentía el terrible guerrero por su e los padres hacia sus hijos en el mundo antiguo. (Véase así, por ejemplo, en
hijo, aunque éste todavía fuese un bebé. (Véase en HOMERO: La litada, VI, AJO, Fe y BETRÁN, José Luis: Breve historia de la infancia, col. Historia, Te­
399-485; cito por la edición de Cristóbal Rodríguez Alonso, Akal, Madrid, 1986). as de Hoy, Madrid, 1998, pp. 13, 20 y 44).

58 59
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

de la estimación de un valor propio del niño, fuesen asumidos Código se regulase el castigo por el rapto del hijo de uno de los
con mayor o menor rigurosidad. Esos dos elementos estarán «señores» (de la clase social de los awllum) en la ley del párra­
presentes en dichas sociedades durante todo ese período de fo 14, pues, conforme a lo señalado por el profesor Lara Peina­
tiempo, pero son elementos que no se complementan necesa­ do esta ley se sitúa entre las que el Código dedica a regular los
riamente, y eso explica que su vinculación haya tenido diferen­ «atentados contra la propiedad» 11. De esta manera, adquiere
tes grados. De hecho, el surgimiento de la nueva concepción del sentido la regulación que se realiza en otras leyes, como la del
niño que supondrá el proteccionismo puede entenderse por la párrafo 117, que establece la posibilidad de que un hombre sal­
pervivencia del primer elemento, la consideración del niño como de sus deudas con la venta temporal de sus hijos: «Si un señor
un ser humano imperfecto, pero la superación de la segunda, em­ ha sido apremiado por una obligación y (si éste) ha dado por pla­
pezando a estimar que el niño tiene un valor propio que ha de ta a su esposa, su hijo o su hija o bien (si los) ha entregado a ser­
ser necesariamente protegido. vicio, durante tres años trabajarán en la casa de su comprador
En lo que sigue vamos a ver, a grandes rasgos, cuál fue la o del que los tiene a servicio; al cuarto año recobrarán su liber­
evolución que siguió esa concepción del niño propia del perío­ tad»; o la de las leyes de los párrafos 116, 209-210 y 229 a 232,
do que aquí se estudia. Distinguiendo para ello dos momentos en las que queda claro como junto a la concepción penal de la
claramente diferenciados, uno, primero en el tiempo, que de­ : Ley del Talión, se entiende que entre las posesiones que uno tie­
nominaré como la posición extrema de esa concepción del niño ne que sacrificar por el daño producido a otro está, además de
y otro que, en comparación con ese primero, denominaré como la propia vida, la vida de sus hijos.
la posición moderada. Igualmente se aprecia esa concepción del niño como «pro­
piedad» de terceros, en este caso no de los padres sino de la co-

a) La posición extrema: la concepción del niño como «propiedad»


murabi, estudio preliminar, traducción y notas de Federico Lara Peinado, col.
Clásicos del Pensamiento, tecnos, Madrid, 1986, pp. LXVH-LXIX (todas las ci­
Esta posición extrema, que concebiría al niño como simple tas que en este libro hago con referencia al Código de Hammurabi serán a esta
«propiedad» de terceros, sería la que caracterizaría a las socie­ edición). Y sobre la vigencia e importancia del Código, puede verse en
dades más antiguas. En ella la consideración de las imperfec­ GLASSNER, Jean-Jacques: «De Sumer a Babilonia: familias para administrar,
ciones del niño va unida a una desvalorización tal de su perso­ familias para reinar», en Burguiére, André; Klapisch-Zuber, Christiane; Sega-
na que alcanza el máximo grado en la negación de cualquier len, Martine; Zonabend, Frangoise (dirs.): Historia de la familia, prólogos de Clau-
de Lévi-Strauss y Georges Duby, Tomo 1 «Mundos lejanos, mundos antiguos»,
valor propio de la persona del niño. Lo que, finalmente, supon­
traductores: «Prólogo» Gonzalo Gil, «Tiempos antiguos» Néstor Míguez, «Tiem­
drá una «cosificación» del niño, a la que irá unida la conside­ pos medievales» Rafael Tusón, «Tiempos lejanos» Víctor Luis Abellón, Alian-
ración de la libre disposición del mismo. Editorial, Madrid, 1988, p. 106; y en LARA PEINADO, Federico: «Estudio
Esa concepción del niño como propiedad la podemos apre­ reliminar», cit,, p. CVI. Aunque, en todo caso, y más allá de la aplicación con­
ciar ya claramente en el Código de Hammurabi, que se data ha­ creta y la extensión de la eficacia de sus leyes, creo que su importancia tam­
bién deriva de que son un claro reflejo de una época y una sociedad, de su for-
cia el 1753 a. C.26. De hecho, resulta muy significativo que en este
a de vivir y de sus creencias.
Sffitl27 Véase así en LARA PEINADO, Federico: «Estudio preliminar», cit.,
. LXXVII. También en este mismo estudio preliminar, p. XXDÍ, el profesor Lara
26 Sobre esta datación cronológica, y los problemas que conlleva, puede e refiere a este grupo de leyes en el que se encuadra la del párrafo 14 como
verse LARA PEINADO, Federico: «Estudio preliminar», en Código de Ham- «estatutos de la propiedad».

60 61
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

munidad política, en la práctica que se realizaba en Esparta, con­ planteamientos que los hacen diferentes en algunos aspectos,
forme a la cual la propia vida de los recién nacidos dependía de ambos autores coinciden en entender que el alma está dividi­
la decisión de una especie de Consejo de Ancianos28, vinculándose da en una parte racional y en otra irracional y que el niño se ve
la supervivencia a la capacidad para ser ciudadano. Lo que no dominado por la parte irracional31. Ese dominio significa la
deja de ser, en realidad, una manifestación de esa consideración I "imperfección del niño en todas sus características: físicas, in-
general del niño como patrimonio de la comunidad. Y así, se pue­ l^telectuales y morales, que para ambos filósofos van unidas,
de apreciar cuando el propio Plutarco señalaba explícitamente como antes señalé, en la constitución de un todo. La única ma­
en su exposición que «Licurgo no consideraba propiedad de los nera de salvar esa imperfección es con el adecuado desarrollo
padres a los niños, sino patrimonio de la ciudad»29. de la parte racional del alma para que consiga dominar a la
El mantenimiento en los pueblos de la Antigüedad de esa jarte irracional, lo que se conseguirá con una acertada educa­
concepción del niño como «propiedad» se realizaba sin nece­ ción. Mientras esa educación se completa el niño ha de estar so-
sidad de ser justificada con una teoría concreta. Su aceptación ' metido plenamente a la voluntad de terceros competentes, de
era plena y como algo natural, sobre lo que no se planteaba ni tal manera que queda justificada su consideración de «propie­
siquiera la necesidad de su cuestionamiento. En todo caso,
dad» de esos terceros.
como antes apunté, en la obra de los dos grandes filósofos de
la Antigüedad: Platón y Aristóteles, sí podemos encontrar los ele­
mentos necesarios para la construcción de una justificación teó­ ■ más de una adecuada educación, una excelente naturaleza; siendo, sin em­
rica de esa concepción del niño como «propiedad», que va acom­ bargo, las naturalezas de los ciudadanos de muy diferente valías. En todo
pañada de esa consideración del niño como ser imperfecto al caso, la idea que aquí se subraya es que Platón no pretende sólo la conse­
que hay que moldear, como el escultor el mármol, a fin de con­ cución del ciudadano perfectamente virtuoso, sino que entiende que la edu­
cación ha de ir dirigida a permitir que todo ciudadano pueda desarrollar al
seguir formar al adulto virtuoso, que para estos autores será el máximo las potencialidades de su naturaleza y participar así de la virtud en
ciudadano virtuoso30. Así, aunque existen dimensiones de sus la más amplia medida posible. En este sentido, ya al principio de Las leyes
jaüiere Platón dejar claro que el objetivo que ha de tener todo legislador es
Biícanzar la virtud, de la ciudad y de los ciudadanos, virtud que divide en
28 Pues como nos relata Plutarco el niño que no superara el examen, «si [ justicia, templanza, sabiduría y valor. Siendo así que también hacia el final
esmirriado e informe, lo enviaban hacia las llamadas «Apótetas», un lugar ba­ de la obra nos vuelve a recordar que ese fue el fin que el persiguió con sus
rrancoso por el Taígeto, en base al principio de que, ni para uno mismo ni para ¿ leyes. (Véase así en PLATÓN, Las leyes, 630a-c y 963a). Y respecto al pen­
la ciudad, vale la pena que vivía lo que, desde el preciso instante del naci­ samiento de Aristóteles, pueden verse, entre otros, los siguientes pasajes:
miento, no está bien dotado ni de salud ni de fuerza». (Véase en PLUTARCO: ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco, 1097b22-1098al9, 1104b4-l 105bl2,
Licurgo, 16, 1-2. Cito por Plutarco: Vidas paralelas I, Teseo-Rómulo / Licurgo- Ü53a24-35, 1172al9-26 y 1176b21-28 y ARISTÓTELES: Política, 1323b-
Nutria, Introducción general, traducción y notas por Aurelio Pérez Jiménez, 1324a.
col. Biblioteca Clásica Credos, Editorial Credos, Madrid, 1985). 31 Puede verse así en PLATÓN: La república, 439d (aunque. Platón, en
29 En PLUTARCO: Licurgo, 15, 14. A esta misma exposición de Plutarco 441a, señale también la existencia de una tercera parte, la irascible, que
se refiere Lacey al señalar que es en Esparta donde quizás más que en ningún Fres «auxiliar por naturaleza del racional cuando no se pervierta por una
otro sitio, los niños no eran posesión de los padres, sino posesión común del mala crianza») y en PLATÓN: Las leyes, 653a; y en ARISTÓTELES: Política,
Estado. (Véase así en LACEY, W. K.: The family in classical Greece, Comell Uni- 1334b (aunque, Aristóteles, realiza una división entre las partes irracional
versity Press, Ithaca, New York, 1968, p. 198). y racional del alma, como puede verse en ARISTÓTELES: Ética a Nicóma­
30 Aunque, en realidad, Platón considera que no todos los ciudadanos co, 1102a27-l 103al y 1139a4-15) y en ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco,
podrán alcanzar la perfecta virtud, ya que para alcanzar ésta es necesaria, ade- 1119b 1-12.

62
¡guació Campoy La Funda-mentación de los Derechos de los Niños

Si bien esas consideraciones apuntan temas que serán tratados las conclusiones de este planteamiento al llegar, incluso, a equiparar
en los apatados cuarto y segundo respectivamente (por lo que a ellos : esa «propiedad» con la que se puede tener de otros productos su-
me remito), en cuanto a la cuestión que aquí se trata son los plan­ lyps como el cabello o los dientes 2\ Aunque esta última manifes­
teamientos de Aristóteles los que se muestran más explícitos, al tación no se pueda entender en su sentido literal, pues es necesa-
considerar al niño como un ser imperfecto y, hasta que alcance su Inó advertir su absoluta desproporción. Y es que, de hecho, es
independencia, como una simple parte del padre, pudiendo con­ i contradicha por otros planteamientos de Aristóteles, como es, a lo
siderarse, en este sentido, como una «propiedad» suya. Así, tam­ que después me referiré, la consideración de que los padres han
bién puede llegarse a esa concepción del niño como ser humano i de gobernar a sus hijos con afecto y para el beneficio de éstos, o
imperfecto si consideramos otros planteamientos del Estagirita por algunas de sus manifestaciones de las que se pueda derivar la
como es su comprensión de que sólo al final del desarrollo de lo i apreciación del niño como beneficiario de consideraciones mo­
que algo está por naturaleza destinado a ser es cuando se alcanza líales3334.
la perfección; y eso será lo mejor del ser porque sólo entonces ad­ ¡ La difusión de las doctrinas cristianas supondrá un cambio
quiere su naturaleza propia. O igualmente se ha de inferir la im­ ; importante respecto a esa forma de concebir al niño. Sin em­
perfección del niño, si, como él comprende, es imperfecta la bargo, es importante destacar que esa concepción del niño como
participación que tiene de la parte racional del alma, y, consi­ «propiedad» de los padres perdurará de alguna manera duran­
guientemente, de la posesión de las virtudes; siendo así que, en su te todo el período de tiempo que en este capítulo se estudia35.
caso, éstas se han de relacionar con el adulto que se puede llegar
a ser, el que podrá llegar a tenerlas de forma perfecta. O, por último,
también se puede deducir del planteamiento de Aristóteles según 33 Véanse estas ideas en ARISTÓTELES: Política, i 323a; y en ARISTÓ­
TELES: Ética a Nicómaco, 1134b9-13, 1161M9-30 y 1162a26-29.
el cual lo más autosuficiente es mejor y más perfecto que lo me­
jt' 34 Así, por ejemplo, habiendo previamente señalado que «es raro entre los
nos; por lo que la imperfección del niño vendrá asimismo dada por hombres el brutal; se da sobre todo entre los bárbaros y en algunos casos apa-
la necesaria dependencia del que, durante todo su desarrollo, ha ; rece también como consecuencia de enfermedades y mutilaciones. También da-
de suplir sus carencias y guiar su vida de acuerdo con la razón32. : mos este nombre denigrante a los que por su maldad exceden los límites de lo
Y en cuanto a la consideración como parte, «propiedad», del 1 humano»; sólo puede calificar de brutales «disposiciones como la de la mujer
r.de quien dicen que abre a las preñadas y se come a los niños, o aquellas en que
padre, la misma también se puede apreciar claramente al enten­ láicen que se complacen algunos pueblos salvajes del Ponto (...) se entregan los
der que el hijo supone una mano de obra a la que los pobres ne­ ¡¿ñiños los unos a los otros para sus banquetes». (En ARISTÓTELES: Ética a Ni-
cesariamente han de recurrir, pues han de «servirse de sus muje­ ómaco, 1145a29-33 y 1148bl9-23 respectivamente).
res y niños como servidores, debido a su falta de esclavos»; un 35 Un curioso ejemplo de esa concepción del niño como «propiedad», di-
bien común del matrimonio que ayuda a mantenerlo unido; una clamente incluido en las doctrinas cristianas como también se fueron desa­
bollando en la práctica, lo encontramos en la pena que impone el canon X del
especie de alter ego de los padres, al percibirlo como una parte de
¡aveno Concilio de Toledo, celebrado en el año 655, por el hecho de que los clé-
ellos mismos con existencia propia; un simple producto de los pa­ ; figos de las órdenes mayores de la Iglesia, desde obispos hasta subdiáconos,
dres, a los que debe todo su ser al deberles su existencia misma; y, tuviesen hijos. Pues se establecía que también los niños habían de recibir un
así, una simple «propiedad» de los padres. Aristóteles lleva al límite i:castigo, por la culpa de su padre, negándoseles la herencia paterna y hacién­
doles, para siempre, siervos en propiedad de la iglesia del culpable de inconti-
f.nencia. (Y eso, por cierto, que conforme al canon LXI del cuarto Concilio de
Toledo, en el año 633, se había establecido que: «Los judíos bautizados, si por
32 Véanse estas ideas en ARISTÓTELES: Política, 1252b, 1259b-1260a,
haber prevaricado después contra Cristo, fueren condenados con cualquier
1261b; y en ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco, 1097b 15-17 y 1177a27-l 177bl.

64 65
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

Por eso, pese a las transcendentales modificaciones que, como -encía de distinguir entre el derecho paterno y el de señorío, vol-
se indicará, la misma sufrirá en los siglos posteriores, esos pen-- a utilizar la concepción de Aristóteles, y, conforme a ella,
samientos antes vistos de Aristóteles todavía los encontramos pre­ --amentará que «el derecho ó lo justo se dice por proporción
sentes y bien representados en el siglo XIII en el pensamiento otro, y otro puede entenderse de dos maneras (...) 2.a dícese algo
de santo Tomás de Aquino y en el siglo xvi (y en el capítulo si­ tíftp, no en absoluto (simpliciter), sino como siendo algo de
guiente veremos que incluso en el siglo XVll) por Domingo de to; y de este modo en las cosas humanas el hijo es algo del
adre, porque en cierto modo es parte de él, como se dice (Et-
Soto —y eso que, al tener que compatibilizarlos con la doctri­
t"F i. 8, c. 11 y 12), y el siervo es algo del señor, porque es su
na cristiana, se añaden límites a la potestad paterna, a los que
.ñstrumento (Polit. 1. 1, c. 3 y 4); y por tanto no hay compara­
después también me referiré, que no están, en realidad, pre­
ción del padre al hijo como á otro en absoluto: por cuya causa
sentes en el pensamiento del Estagirita—.
n0 hay allí justo simpliciter, sino cierto justo, esto es, lo pater­
Así, santo Tomás de Aquino, al argumentar porque «Los hi­
no; y por la misma razón ni entre el señor y el siervo, sino que
jos de los infieles no deben ser bautizados contra la voluntad de
’ ay entre ellos lo justo dominativo. (...) á la justicia pertenece dar
sus padres», dirá que: «repugna á la justicia natural. Pues el hijo
á cada uno su derecho, supuesta sin embargo diversidad del
naturalmente es algo del padre; y verdaderamente no se distin­
gue de sus padres en tanto que está en el seno de la madre; pero í] Tino al otro; pues, si alguien se da á sí lo que se le debe, esto no
se llama propiamente justo: y, por cuanto lo que es del hijo es
después, cuando sale de él, ántes de tener el uso de razón, pero el padre y lo que es del siervo es del señor, por esta razón no
manece bajo el cuidado de los padres, como bajo cierto seno
ay propiamente justicia del padre al hijo ó del señor al siervo.
espiritual; en tanto pues que no tenga uso de razón el niño, no ■’.'.) que el hijo en cuanto hijo es algo del padre, é igualmente el
difiere del animal irracional; por consiguiente como el buey ó "Ijyo en cuanto siervo es algo del señor; mas uno y otro, en
caballo pertenecen á alguien, para que se sirva de ellos á su ar­ anto se considera como cierto hombre, es algo subsistente
bitrio según el derecho civil, como propio instrumento; así por or sí distinto de otros: y por esto, en cuanto ambos son hom-
derecho natural el hijo, hasta que no tiene el uso de la razón, per­ ~s, se refiere á ellos de algún modo la justicia; y asimismo se
manece bajo la tutela de los padres. Por lo tanto sería contra 1;
justicia natural que el hijo, ántes de llegar al uso de la razón, fue
se arrebatado de la tutela de los padres, ó se-dispusiese de él Taza, Madrid, 1882, pp. (67-68) 75-76 [por un defecto de edición, las pági-
contra la voluntad de ellos»36. *Y después, al señalar la conve as que corresponderían a la numeración 75-76 constan como 67-68]. Aunque
'“"'este pasaje se hable simplemente de uso de razón hay que entender que el
e Aquino entendería que, por lo general, salvo excepciones, la edad en que de-
'rít reconocerse esa capacidad al niño para decidir sobre su estado (lo que
pena, sus hijos cristianos no se verán privados de los bienes de aquéllos, por se refiere a la capacidad de contraer matrimonio, bautizarse o ingresar en la
que está escrito: "El hijo no cargará con la iniquidad del padre."»). (Cito los con vida religiosa, aún en contra de la voluntad de sus padres) es la de la pubertad,
cilios visigóticos por el libro: Concilios visigóticos e hispano-romanos, edició torce años para los niños y doce para las niñas. Así, dirá explícitamente en
preparada por José Vives con la colaboración de Tomás Marín Martínez y Gon ) pasaje: «después de los años de la pubertad todo hombre libre lo es en lo
zalo Martínez Diez, col. España cristiana, Consejo Superior de Investigacione cerniente á la determinación de su estado, sobre todo en lo perteneciente
’ervicio divino». (En 2-2., q. 189, art. 6. Cito por AQUINO, Tomás de: Suma
Científicas Instituto Enrique Flórez, Barcelona-Madrid, 1963).
36 En 2-2, C. 10, art. 12. Cito por AQUINO, Tomás de: Suma Teológica lógica, Tomo IV, traducida directamente del latín por D. Hilario Abad de
Tomo m, traducida directamente del latín por D. Hilario Abad de Aparició aricio, revisada y anotada por el R. P. Manuel Mendía con la colaboración
revisada y anotada por el R. R Manuel Mendía con la colaboración del R. P. Pon R. P. Pompilio Díaz, precedida de un prólogo del M. R. P. Ramón Martínez
gil, Nicolás Moya, Madrid, 1883, p. 167).
pilio Díaz, precedida de un prólogo del M. R. P. Ramón Martínez Vigil, Mov

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66
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

dan también algunas leyes acerca de las cosas que son del pa­ partes. Por donde así como entre el hombre y sus miembros no hay
dre con respecto al hijo ó del señor al siervo: pero, en cuanto am­ propiamente razón de justicia, porque no son simplemente dos,
bos son algo del otro, en tal concepto falta allí la perfecta razón tampoco la hay del padre al hijo; Porque todo lo que proporcio­
de lo justo ó del derecho»37. na a éste, se lo proporciona a sí mismo; así como toda prosperi­
En la misma línea, Domingo de Soto, haciendo también ex­ dad y adversidad del hijo afecta también al padre. (...) se concede
plícitamente compatibles la concepción aristotélica con la doc­ que sea propio de la justicia dar a cada uno lo suyo, pero supo­
trina cristiana, afirmará: «Pues bien; el hijo [hay que entender el niendo que exista relación simplemente de uno a otro. Porque
hijo que vive bajo la tutela de los padres, que no es, pues, libre, ya cuando uno se da a sí mismo lo que se debe, como la comida, o
que señala diferencias respecto de las relaciones de este otro con el vestido, no practica simplemente la justicia, y por tanto tampoco
sus padres] no es distinto simplemente del padre, sino sólo en se practica cuando el padre da de comer al hijo»38
cierto modo, o sea, como parte de él, como consta en el 8 de los
Eticos, como un brote nacido de él. Por consiguiente entre el pa­
dre y el hijo no se da el justo simplemente, sino sólo en cierto sen­ La posición moderada: la consideración del niño
tido; y esto es lo que se llama particularmente justo paterno. (...)
Pero acaso preguntes si al decir que entre el padre y el hijo no Con la aparición del cristianismo lo cierto es que también em­
existe simplemente justicia, se entiende por parte de los dos tér­ pezaron a cuestionarse algunos de esos planteamientos, tradicio-
minos, es decir: tanto del padre para con el hijo, como del hijo ñalmente asumidos, que configuraban la concepción del niño
para con el padre. Y a esto se responde que se entiende de las dos como «propiedad»39. El cambio principal deriva de la apreciación
maneras, aunque no por igual razón. Porque del hijo al padre no de un valor intrínseco de la vida humana, y con él el que se fuese
se da simplemente la justicia, no sólo porque es una parte suya, abriendo paso, poco a poco, la idea de que también el niño merecía
sino también porque el hijo no puede corresponder equitativa­ una estimación propia, lo que necesariamente supondría la su­
mente con el padre. Y del padre al hijo no existe tampoco tal jus­ peración de la concepción del niño como «propiedad»40. Se pro-
ticia, no por la razón segunda, es decir, porque no haya razón de
deuda, sino por la razón primera, es decir, porque no dice orden
38 En SOTO, Domingo de: De la Justicia y del Derecho, Vol. II, versión es­
a otra cosa, puesto que se considera como el todo para con las
pañola de Marcelino González Ordóñez, introducción histórica y teológico-ju-
"dica por Venancio Diego Carro, col. sección de teólogos juristas, Instituto de
Estudios Políticos, Madrid, 1968, pp. 199-200.
37 En 2-2, C. 57, art. 4; en AQUINO, Tomás de: Suma Teológica, Tomo III, -(■ i 39 Como señala Lyman, aunque haya que tener en cuenta otras variables:
cit., p. 357. «La aparición del cristianismo no representó ciertamente el final del "oscu­
También en Las Siete Partidas encontramos un claro eco de esa concepción rantismo" para los niños, pero es muy posible que significara la introducción
aristotélica al decir en la Ley I del Título VII de la Partida II que: «E este amor de unas perspectivas un poco menos sombrías». (En LYMAN, Jr. Richard B.:
[el de los reyes, aunque se ha de entender que es el de los padres en general, «Barbarie y religión: La infancia a fines de la época romana y comienzos de la
hacia sus hijos], deuen auer por dos razones. La primera, porque vienen del, dad Media», en deMause, Lloyd (ed.): Historia de la infancia, cit., p. 94).
e son como miembro de su cuerpo. La segunda [que también muestra la idea 40 Lo que tiene una traducción muy relevante en la lucha contra las tra­
de que el interés en el niño está en su adultez, pues incluso el amor paterno tie­ dicionales y extendidas prácticas de la exposición y del infanticidio. No obs­
ne así causa en ese futuro previsto y no en el presente del niño], que por re­ tante, lo relacionado con esas dos prácticas será tratado en otros dos apar­
membranza, fincan en su lugar, después de su muerte para fazer aquellas coj tados, en los que más directamente se encuadra cada una de ellas. La práctica
sas de bien, que el era tenudo de fazer». e la exposición en el de las relaciones entre padres e hijos, pues era una

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

dujo, así, el inicio de un cambio trascendental (cuyas últimas con­ se desarrolla dentro del pensamiento cristiano, pero también
secuencias estarían incluso más allá del proteccionismo «tradi- qtros cambios que directamente afectaban a la infancia, como
cional»), conforme al cual la valorización de la persona del niño i ]a institución del aprendizaje y la incorporación de los niños
se iría desligando de su apreciación como futuro adulto, adqui­ .‘familias ajenas a la suya o en gremios.
riendo sentido propio la estimación del valor del niño sólo en tan­ Entre esas referencias del mundo antiguo destacan las re-
to en cuanto tal niño. En todo caso, en la etapa histórica que en exiones de Quintiliano. Parece clara esa valoración del niño
este primer capítulo se estudia lo único que existe es la construc­ n la exposición que haría el ilustre pedagogo de las razones
ción de un nuevo modelo de concepción del niño en el que éste ad­ por las que critica la práctica tan extendida y aceptada de azo­
quirirá un valor intrínseco por su humanidad41. Y con ello, aun­ tar a los alumnos. Además de señalar motivaciones sobre su
que el niño siguiese siendo definido principalmente por sus ineficacia como método educativo, da muestras evidentes de
carencias e incapacidades, también se empezarían a apreciar, cada que las mismas tienen como base un respeto por la propia per­
vez con más fuerza, cualidades positivas de la infancia. sona del niño, y, como consecuencia del mismo, se entiende
Aunque, como apuntaba, el pensamiento cristiano será tras­ también como muestra su repugnancia ante los actos sexuales
cendental en ese cambio, también se puede apreciar algún an­ a los que a veces se sometían a los niños con el abuso de dichos
tecedente de esa valoración del propio niño en cuanto tal en el castigos corporales42. Así, concretamente, dirá que rechaza los
mundo antiguo. Y es que, en realidad, esos referentes de la An­ azotes a los discípulos: «Primeramente porque es cosa fea y de
tigüedad adquieren una nueva dimensión, más importante, du- : esclavos, y ciertamente injuriosa si fuera en otra edad, en lo que
rante la Edad Media, y una gran fuerza en el Renacimiento, con convienen todos. (...) Añadamos a esto, que el acto de azotar
el pensamiento de los humanistas. Influirá en ello la evolución -ae consigo muchas veces a causa del dolor y miedo cosas feas
de decirse, que después causan rubor: la cual vergüenza que­
branta y abate al alma, inspirándola hastío y tedio a la misma
práctica que, en un principio, se entendía como una potestad de los padres,
uz. Además de lo dicho, si se cuida poco de escoger ayos y ma­
y la del infanticidio en el del mejor interés del niño, pues tras la lucha con­
tra esa práctica se encuentra el surgimiento de un nuevo interés en el propio estros de buenas costumbres, no se puede decir sin vergüenza,
niño. para qué infamias abusan del derecho y facultad de castigar en
41 De su lento progreso nos da una buena idea la afirmación que realiza esta forma los hombres mal inclinados, y cuán ocasionado es a
Tucker en su estudio de la situación de los niños menores de siete años en la veces a otros este miedo de los miserables discípulos. No me
Inglaterra de fechas tan avanzadas como los siglos XV y xvi: «conviene subra- '■
¿tendré mucho en esto: demasiado es lo que se deja entender,
yar que los hombres y mujeres de comienzos de la Edad Moderna, en la me­
dida en que pensaban en los niños lo hacían en términos jerárquicos. Los ni­ 'or lo que baste el haber dicho, que a ninguno se le debe per­
ños se hallaban en lo más bajo de la escala social. Raras veces se paraban a mitir demasiado contra una edad débil, y expuesta a la injuria».
pensar que eran seres humanos». Y eso a pesar de que el mismo Tucker reco- . Por eso no resultan nada extrañas las amargas quejas que rea-
nozca que, debido principalmente a la influencia del cristianismo, la concep­ iza este autor en el proemio a su libro sexto de esas sus Insti-
ción del niño como ser inocente también se habría paso en la mentalidad so­ iones Oratorias, ante la muerte de su segundo y último hijo.
cial y, en cierto sentido, se les valoraba, existiendo «una verdadera ambivalencia
con respecto a ellos». (En TUCKER, M. S.: «El niño como principio y fin: la in-, Así, al relatar también en ese proemio como en sus desgracias
fancia en la Inglaterra de los siglos XV y XVI», en deMause, Lloyd (ed.): Histo­
ria de la infancia, cit., pp. 257 y 258; también es interesante observar el interés
que se empieza a mostrar sobre los niños en el ámbito de los cuidados físicos, p42 Así lo señala deMause respecto de este pasaje de Quintiliano que aquí
como se afirma en pp. 262 y 285). se cita, en DeMAUSE, Lloyd: «La evolución de la infancia», cit., p. 78.

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

tuvo que sufrir antes la muerte de su joven esposa y la de su pri­ léús parecían muy categóricas a este respecto: «En aquel mo-
mer hijo, a los cinco años, podemos observar que aun llevado ento se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
por su amor paternal no duda en atribuir a ese niño pequeño cla­ "¿Quién es, entonces, el más grande en el reino de Dios?” Jesús
ros atributos positivos: «¿cómo podré yo disimular lo agra­ Igmó a un niño, lo puso en el centro y dijo: “Os aseguro que si
ciado de su cara, la gracia en el hablar, la viveza de su ingenio, nó cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de
lo excelente de aquella alma cándida, dotada de un entendi­ ios. El que se haga pequeño como este niño, ése es el más gran­
miento tan elevado, cual no me persuado pueda darse en la na­ de en el reino de Dios. El que acoge en mi nombre a un niño
turaleza? Niño de semejantes prendas, aunque fuera extraño, como éste, a mí me acoge”. Y en otro pasaje: "Entonces le pre-
entaron unos niños para que les impusiera las manos y rezase
arrebataría mi amor»43.
En todo caso, es en la evolución del pensamiento cristiano pór ellos”. Los discípulos los regañaban, pero Jesús dijo: “Dejad
que los niños se acerquen a mí y no se lo impidáis, porque de
donde más claramente se pasa de la consideración negativa de
los que son como ellos es el reino de Dios”. Y después de impo­
la infancia a la percepción de cualidades positivas y a su estima­
nerles las manos, continuó su camino»46.
ción, debido a un creciente sentimiento de empatia hacia ella.
En este sentido, incluso desde la misma aparición del cristia­
nismo se observan elementos favorecedores de ese cambio esen­ tar menos contaminados por este mundo pudieran ser unos mejores interme­
cial 44. De hecho, las palabras de Jesucristo fueron tradicional­ diarios con los designios del más allá. Esto significó una mayor participación
mente interpretadas como una defensa de la valía de cualidades del menor en las manifestaciones religiosas privadas y públicas; pero de allí tam­
bién se derivó algún pernicioso uso de los niños. Es esclarecedor en este sen­
propias del niño, principalmente su sencillez, su inocencia y pu­ cido el estudio de Bajo y Betrán, donde señalan que si bien en el período clá­
reza; lo que significaría que el niño debía también empezar a ser sico había una presencia bastante marginal de los niños en los cultos públicos
estimado por sus propias cualidades45. Y es que las palabras de (aunque no tan marginal en los ámbitos de la religión privada y la magia), con
la religión cristiana, desde la Edad Media hasta la Edad Moderna el papel de
¡jos niños aumentó significativamente de valor al irse imponiendo, poco a poco,
¡desde finales de esa Edad Media, la imagen de la pureza e inocencia infantil;
43 En QUINTILIANO, M. Fabio: Instituciones Oratorias, cit., pp. 49-50;
unque, a veces, como nos recuerdan estos autores, esa participación de los me-
y 325. ores en actividades relacionadas con la religión mostraba su cara menos ama­
44 Cristianismo que, como en otros muchos aspectos, se distancia de
le, pues «Con frecuencia, los propios niños se convertían en protagonistas
que suponía la tradición hebrea presente en el Antiguo Testamento. Y es que, ¡ctivos y peligrosos de esta violencia religiosa, desatada en ocasiones por al­
como señala Torrecilla: «Los sentimientos de empatia hacia los niños, eran
gunos predicadores con sus sermones antisemíticos. En algunas ciudades ita-
en el pueblo hebreo, al igual que en otros pueblos de la época, infrecuentes. El
ranas del Renacimiento como Florencia, Milán, Módena o Vcnccia, grupos de
libro de cabecera del pueblo hebreo, la Biblia, está lleno de relatos sobre sa­
-os armados se abalanzaban sobre los que habían suscitado la hostilidad
crificios de niños (...), lapidaciones de niños, administración de azotes a ni
de la comunidad urbana descuartizando sus cuerpos tras un recorrido ritual
ños; pero apenas existen líneas en las que podamos entrever algún tipo de em
or toda la ciudad». (Véanse los pasajes referidos a este respecto en BAJO, Fe
palia hacia las necesidades infantiles». (En TORRECILLA HERNÁNDEZ, Luis
BETRÁN, José Luis: Breve historia de la infancia, cit., pp. 239, 257 y 262-263).
Niñez y castigo. Historia del castigo escolar, serie Didáctica, núm. 5, Secretariado 46 En Mateo, 18, 1-5 y 19, 13-15. (Puede verse también la referencia a estos
de Publicaciones e Intercambio Científico, Universidad de Valladolid, Valla
asajes en Marcos, 9, 33-37; y 10, 13-16; y en Lucas, 9, 46-48; y 18, 15-17). A este
dolid, 1998, p. 32). -pecio, señala Delgado: «Los cristianos tuvieron presentes las referencias que
45 Pero esta nueva consideración del niño, caracterizado por su pureza y
os Evangelios recogieron respecto a la infancia, sobre todo las frases de cariño
su inocencia, tuvo también una clara vinculación con un mayor protagonism
Jesús presentando a los niños como ejemplo de sencillez e inocencia. El evan-
que se les fue dando en las cuestiones relacionadas con la magia, la religión
elista Marcos, discípulo del apóstol Pedro, coloca al niño en lo más alto de la es-
que en alguna dimensión siempre habían tenido. Pues se entendería que al es

72 73
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

En todo caso, conforme a los que antes decía, ha de enten­ ¡o, como un ser de "grandeza potencial” y una idea de la infancia
derse que la Edad Media resultará un período fundamental para orno etapa de la vida característica y formativa. Dado el ca­
el cambio en la concepción del niño. McLaughlin lo expresa nter de la sociedad medieval, no es de extrañar que el clero de-
bien al referirse a la trascendencia que tuvo el período com­ mpeñara un papel destacado en la difusión de actitudes e ideas
prendido entre los siglos EX y XIII, que él estudia, y en que se ob­ * ás humanas. Tampoco lo es que los intentos de poner en práctica
serva esa importancia del pensamiento surgido del cristianis­ as leyes y los preceptos fueran en esta esfera como en otras mu­
mo: «La idea del niño como posesión y propiedad de sus padres gías’ titubeantes y a menudo ineficaces»47.
siguió dominando las actitudes y los actos de éstos en la época ^También se ha de resaltar la importancia que tuvo para ese
estudiada como en los siglos anteriores y posteriores. Pero los mbio en la concepción del niño durante la Edad Media la con-
peligros inherentes a esta concepción habían sido ampliamen­ ideración que algunos menores empezaron a adquirir debido
te reconocidos, y la saludable intervención de las autoridades ex- a a su temprana incorporación como aprendices en familias aje­
temas a las familias había hecho algunos progresos modestos. as o en alguno de los diferentes gremios en los que se cstruc-
A esa concepción del niño como un bien se habían unido otras uraba gran parte de la sociedad medieval. El niño en la Edad
más favorables, una idea del niño como ser por derecho pro­ Media antes de la edad que permitiese su inclusión en el mun­
do laboral, y adulto, seguía sin tener un valor propio destacable,
imilar a la consideración existente en la Antigüedad, pero una
cala de valores cristianos y el modelo a imitar por los seguidores de la nueva doc­
trina». Pero, para deMause ni siquiera en estas frases del Evangelio podemos en­ vez que se incorporaba como aprendiz en una casa ajena o en
contrar un elemento que muestre un lado positivo del niño y de las actitudes ha­ un taller artesano, gremio u oficio, lo que podía ser a una edad
cia el niño. Pues según este autor «en ella [en la Biblia] se ha de hallar ciertamente tan temprana como los siete años, el niño superaba su primera
empatia respecto de las necesidades de los niños, pues ¿no se representa siempre etapa, la propiamente infantil, se encuadraba en una estructu-
a Jesús rodeado de niños? Sin embargo, cuando se leen las más de dos mil refe­
L;pa familiar y laboral diferente, en la que otra persona, el otro ca­
rencias a los niños enumeradas en Complete Concordance to the Bible, esas apa­
cibles imágenes no aparecen. Hay muchas sobre el sacrificio de niños, sobre la beza de familia o el maestro, ejercía las funciones de padre, y,
lapidación de niños, sobre la administración de azotes a los niños, sobre su obe­ obre todo, pasaba a una etapa en que se incorporaba al mun­
diencia estricta, sobre su amor a sus padres y sobre su papel como portadores del do adulto, en la que su trabajo tenía importancia y, consecuen-
nombre de la familia, pero ni una sola que revele empatia alguna respecto de sus ]
emente, él mismo adquiría una valoración propia.
necesidades. Incluso la conocida frase: "Dejad que los niños se acerquen a mí'' re­
sulta ser la práctica habitual en el Oriente Medio de exorcizar por imposición de
Resultan de interés, en este punto, las conclusiones de Ariés
las manos, práctica que aplicaban muchos santones con el fin de erradicar el mal ’eñalando la poca diferencia que existía en la Edad Media en-
inherente a los niños: "Entonces le fueron presentados unos niños para que les e la idea de aprendizaje tal cual la entendemos hoy día y la
impusiera las manos y orase... Y habiéndoles impuesto las manos, se fue de allí" fentrada en el servicio de otro cabeza de familia: «el servicio do-
(Mt. 19, 13)». Incluso al referirse después deMause a la inocencia del niño, pre­
éstico se confundía con el aprendizaje, forma muy general de
conizada por el cristianismo, señala su vinculación con la inocencia sexual y ob­
serva que pudo servir para la comisión de abusos sexuales sobre niños. Sin em­
bargo, frente a esta idea de deMause, hay que resaltar que, en todo caso, desde
la Iglesia se condenaría tempranamente la comisión de esos abusos sexuales de 'Íf>
los niños. Como podemos ver en el canon LXXI del Concilio de Elvira, que al co­ ’ucación, Ariel, 2.a cd„ Barcelona, 2000, p. 54; y en DeMAUSE, Lloycl: «La evo-
mienzo del siglo IV establecía: «A los estupradores de niños, niégueseles la co­ ución de la infancia», cit., pp. 36-37 y 82).
munión, aun a la hora de la muerte». (Véase los pasajes aquí referidos de Delga-^ 47 En McLAUGHLIN, Mary Martin: «Supervivientes y sustitutos: hijos y
do y deMause, en DELGADO, Buenaventura: Historia de la infancia, col. Ariel adres del siglo IX al siglo xm», cit., pp. 204-205.

74 75
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

la educación. El muchacho aprendía con la práctica, y esa prác­ Escolarización se extendió primeramente a las categorías in-
tica no se limitaba a una profesión, tanto más cuanto que no Híñedias de la jerarquía de las condiciones sociales; la alta no-
había entonces, ni hubo durante mucho tiempo, límites entre la leza y la artesanía mecánica permanecieron fieles al antiguo
profesión y la vida privada. (...) Además, a través del servicio rendizaje: los pajes de los grandes señores y los aprendices de
doméstico, el amo transmitía a un muchacho, y no precisamente os'artesanos. Entre los artesanos y los obreros, el aprendizaje
al suyo, el caudal de conocimientos, la experiencia práctica y el bsistirá hasta nuestros días. (...) Las supervivencias del anti-
valor humano que se suponía debía poseer. Toda la educación o aprendizaje en ambos extremos de la escala social no im-
se hacía, pues, mediante el aprendizaje, y se daba a esta noción idieron su decadencia: la escuela acabó por conseguir la au-
un sentido mucho más amplio que el que tomó posteriormen­ oridad moral»,|8.
te. No se conservaban los hijos en el hogar propio: se les envia­ j En ese sentido, podemos observar como esa temprana in-
ba a otras familias, con o sin contrato, para que permanecieran =pendencia del niño con su incorporación en el mundo labo-
y comenzaran allí su vida, o para aprender los modales de un ca- i ¡ adulto también tuvo su reflejo en el Renacimiento italiano,
ballero, un oficio, o incluso para asistir a la escuela e instruir­ mo se señala en el estudio de Ross sobre los niños de la cla-
se en las letras latinas. Hay que ver en este aprendizaje una cos­ ¿media urbana, al afirmar que: «Esa separación [la que se pro-
tumbre difundida en todas las clases sociales». Y así: «En uce de forma radical entre el muchacho y su familia] se produ­
resumen, en todos los sitios donde se trabajaba, y en todos los cía por lo general en la etapa siguiente, el aprendizaje con un
lugares donde la gente se divertía, incluso en las tabernas de ñércader, banquero, escultor, pintor, herrero o en casos más ra-
mala fama, los niños estaban siempre entre los adultos. Así ob, el ingreso en una escuela secundaria a fin de prepararse
aprendían a vivir por el contacto cotidiano. Las agrupaciones so- ; ara ser notario o para entrar en una universidad. Esta etapa de
cíales correspondían a encasillados verticales, que reunían a desarrollo, desde los diez o doce años, marca el comienzo de una
clases de edad diferente». Y por eso se podía decir también que ueva vida para el niño, una vida que conducía a una tempra­
«durante la Edad Media la educación de los niños estaba ase­ na madurez e independencia»49.
gurada por el aprendizaje al lado de los adultos, y que los niñosj j
De hecho, se siguen apreciando claramente esos elementos
a partir de los siete años, vivían fuera de sus familias, en fami­
"iluso en la sociedad preindustrial: «En el período que prece-
lias ajenas» Para el autor francés esta situación cambiaría por
ió a la revolución industrial, la unidad de producción era esen-
la introducción de los sistemas escolares de educación, pero
almente de tipo doméstico. La familia del maestro, artesano
también señala que: «Claro es que esta escolarización, tan grá- i
y'tendero, incluía, como hemos tenido ocasión de observar, tam-
vida de consecuencias para la formación del sentimiento fami­
ién sirvientes y aprendices. Éstos eran sobre todo muchachos,
liar, no se generalizó inmediatamente, ni mucho menos, y no
ometidos a la autoridad del jefe de familia como a la de un pa­
afectó a gran parte de la población infantil, que continuó edu­
re. Por regla general, los niños eran enviados a servir entorno
cándose según las antiguas prácticas del aprendizaje. En pri­
mer lugar, a todas las muchachas. Dejando aparte algunas de
ellas, a quienes se enviaba a las “escuelas menores" o a los con-|
4B Véanse estas citas de Ariés en ARIÉS, Philippe: El niño y la vida fami-
ventos, la mayoría se formaba en el hogar o, igualmente, en ho­ ¥- en el Antiguo Régimen, cit., pp. 485-486, 488, 489 y 491.
gares ajenos, de una pariente o de una vecina. La extensión de En ROSS, James Bruce: «El niño de clase media en la Italia urbana, del
la escolaridad a las muchachas no se difundió hasta el siglo xvm glo.xiv a principios del siglo XVI», en deMause, Lloyd (ed.): Historia de la in­
y principios del xrx. (...) En lo que se refiere a los muchachos, unda, cit., p. 253.

76 77
La Fundamentación de los Derechos de los Niños
Ignacio Campoy

$onas se hará de forma independiente de la que pudiesen tener


a los doce años, pero no era infrecuente que comenzaran a ha­ Ptr Su inclusión en un grupo social u otro, ya se llamase gremio,
cerlo a los seis u ocho años. Los padres estipulaban el contra­
familia o estamento; cada persona adquirirá importancia plena
to de servicio, fijando su duración para un determinado nú­ i a su propia humanidad, por su simple consideración de ser hu-
mero de años. Los pequeños sirvientes debían obediencia y
fidelidad al patrón al cual eran confiados y él, a cambio de su ftano. Este cambio de paradigma supondrá también un nuevo
rJámbio en la concepción que se ha de tener del niño, en la mayor
trabajo, debía considerarlos como personas de su casa, ade­
I consideración de su persona y de sus propias cualidades51. Así,
más de educarlos y criarlos, tratándolos de acuerdo a su edad.
Podía suceder, sin embargo, que las modalidades su contra­ si bien el niño todavía sigue siendo considerado como un ser hu-
: mano imperfecto, respecto a todas las capacidades, físicas, in­
tación no fueran establecidas por ley alguna, por lo que este
telectuales y morales, su simple consideración como ser huma­
tipo de cuestiones se acordaban oralmente entre los interesa­
dos. Los términos de la relación entre muchacho y patrón no, junto a la apreciación de ciertas cualidades propias de la
eran, en el caso de los sirvientes, bastante genéricos, al menos ¡infancia, ya le dotaba de un valor intrínseco que le hacía mere­
por lo que atañe a los deberes del patrón (...) Resultaba más cedor de un respeto hacia su persona incompatible con la sim­
«digna» la condición de los aprendices, también ellos mu­ plista consideración como propiedad de los terceros compe­
chachos colocados (o «puestos en aprendizaje») grosso modo tentes que le tuviesen a su cargo52. Una valoración de la persona
entre los doce y los catorce años, pero también antes, entre los
ocho y diez años». Siendo de interés para nosotros el hecho de
. - una manifestación de ese individualismo y de la importancia que adquiría
que Pancera subraye después que es precisamente esa valo­ cada persona, debiendo incluirse también la del niño, la podemos observar en
ración del niño por el trabajo que realiza lo que supone que i el mundo de la pintura. No es casualidad que sea precisamente en el Renaci­
ya no se le pueda considerar más como niño: «la inserción del miento cuando surgen los retratos individuales, y que, entonces y en los siglos
aprendiz en el proceso laboral puede ser vista también como ¡ en qUe se extiende su influencia, adquiera también importancia la representa­
un dispositivo de enmascaramiento de la infancia a través de ción del niño. Así, para Ross: «El reconocimiento pictórico del niño pequeño
' ";0m0 individuo con entidad propia surge en los siglos XV y XVI y llega a su cul-
su «adultización» forzada. De esta forma, la infancia no pue-.|
ninación en la obra de Tiziano en el decenio de 1540»; y para Ariés: «Se ha di-
de expresarse si no es saliendo de la ocultación mediante un ••‘cho muchas veces que el retrato manifestaba un progreso del individualismo. Pue-
disfraz acorde a la máscara que le ha sido impuesta. Esto da gag'ser, pero lo extraordinario es que refleje principalmente el enorme progreso
lugar, en cierto sentido, a una paradoja; la infancia en las ma­ 'del sentimiento de la familia». (En ROSS, James Bruce: «El niño de clase me­
nos de un adulto del «mundo artesano» acaba apronto: el adul­ dia en la Italia urbana, del siglo XIV a principios del siglo xvi», cit., p. 238; y en
to, en el momento en el cual valora al muchacho, lo niega en ' UÉS, Philippe: El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, cit., p. 460).
á todo caso, es interesante el profundo análisis que Ariés realiza sobre la im­
cuanto tal»50. portancia de las manifestaciones artísticas, principalmente la pintura, como re­
Finalmente, es también necesario destacar la importancia de­ flejo del descubrimiento del niño y de un nuevo sentimiento de la familia (que
cisiva del surgimiento del individualismo en la propia valoración pueden verse, respectivamente, en los capítulos ü, de la Primera Parte, y I, de la
del niño. El individualismo supondrá que la valoración de las per-j Tercera Parte, de este libro: El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen). En
el mismo se observa como en la evolución de esas manifestaciones artísticas iría
¡quedando reflejada una evolución en la concepción de la infancia que viene, en
¡buena medida, a coincidir con lo que apunto en el texto principal. (Pueden ver-
50 En PANCERA, Cario: Estudios de historia de la infancia, trad. Valeria
unos pasajes significativos en ese sentido en pp. 57-69).
Bergalli, col. LCT-50, serie: Historia de la Educación, PPU, Barcelona, 1993,
Un ejemplo que muestra bien ese cambio significativo respecto de la
pp. 29-30 y 41.

78
Ignacio Campoy La Fundamentado)! de los Derechos de los Niños

del niño que tendría también su manifestación en una concep­ "buena voluntad. Su encanto procede de la juventud, que es a
ción más amable de la misma, como podemos apreciar, por r mí a quien debe su gracia y descuidados atributos»53.
ejemplo, cuando un humanista de la talla de Erasmo, en su Elo­ ge
gio ele la locura, y pese al carácter satírico propio de esta obra,
muestra que es compatible una concepción del niño, y del joven, IgC LAS RELACIONES ENTRE PADRES E HIJOS
en la que se le caracteriza por la falta de juicio con una visión
más amable del mismo de las que, como hemos visto, se tenía Los tipos de relaciones entre padres e hijos existentes y teó-
en siglos anteriores. Así, hace decir a la «Locura»: «No hay duda •icamente justificadas en nuestras sociedades occidentales des­
de que la primera edad del hombre es la más amable y la más de la Antigüedad hasta el inicio del proteccionismo, en el si­
gentil de todas. ¿Por qué hay en los niños ese algo que nos lle­ nglo xvil, estuvieron inescindiblemente unidos, como no podía
va a acariciarlos, a abrazarlos, que nos enternece y nos hace ' ser de otra manera, a la concepción del niño que según se vio
creer que poseen una fuerza especial para desarmar al más te­ sn el apartado anterior predominó en ese extenso período de
mible enemigo? Ese algo es la locura. Es un don de la natura­ [tiempo.
leza para con los pequeñuelos. Y bien claro está que merced a A la consideración del niño como ser humano imperfecto,
ella se compensan los trabajos que los mayores encuentran en que debía superar las deficiencias propias de su edad y adqui­
la crianza y educación de los niños. La adolescencia es la edad rir la perfección en la adultez, le correspondía la consideración
que sucede a la niñez. ¡Cuán simpática es, cuán grata y agra­ de que un tercero competente fuese el encargado de conseguir
dable! Pero necesita ayuda y no hay nadie que no se la preste con i que el niño superase adecuadamente su niñez y se convirtiese
¡ en el adulto que tuviese perfeccionadas sus cualidades físicas,
intelectuales y morales. Y a la negación de un valor propio de
valoración del niño se puede apreciar si observamos como el mismo asunto: : ja persona del niño va unida la consideración de que ese tercero
la deformación de niños por los mendigos para obtener un mayor número de ^competente sólo ha de atender al objetivo de la consecución de
limosnas es tratado, aunque en los dos casos de forma indirecta, por un retó­
rico del cambio de era, de finales del siglo I a. C y principios del siglo I d.C., i 'ése futuro adulto. Y como también pasaba en relación con los
Séneca el Viejo, y por un humanista del siglo XVI, Luis Vives. Pues, mientras Idos elementos caracterizadores de la concepción del niño, aquí
que Marco Armeo Séneca lo que cuestiona es si el que deforma o corta miem­ lientras que la primera consideración se mantuvo sin modi il­
bros o ciega a niños expósitos que recoge para mendigar produce o no un daño iciones esenciales hasta su incorporación en el proteccionis-
al Estado (aunque en los argumentos que utilice en la controversia que plan­
ío «tradicional», la segunda consideración iría progresiva­
tea al respecto señale también algunos que nos hacen ver la conmiseración
que pueden producir esos niños así deformados o mutilados, pero también in­ mente perdiendo fuerza, dando cada vez más relevancia a la
cluso el daño que se puede producir a los padres que los abandonaron); sin propia persona del niño, hasta que en el modelo proteccionis-
embargo, en la expresión de Vives se observa claramente su indignación y un j ta se produciría una transformación esencial de su sentido pri­
fuerte reproche moral a esa horrible práctica todavía existente. (Véase en la con­ migenio. De esta manera, conforme a la concepción extrema del
troversia 4 del libro X de Marco Anneo Séneca, según cito por SENECA, the
liño como «propiedad» se entendería, desde posicionamientos
Eider: «Controversiae. Books 7-10. Suasoriae», en Declamations in two volu-
mes, Volumc 2, translated by M. Winterbottom, Harvard Univcrsity Press, Wi-
lliam I-Ieinemann LTD, 1974, pp. 420-449; y en VIVES, Juan Luis: «El socorro
de los pobres», en Vives, Juan Luis: El socorro de los pobres. La comunicación En ERASMO DE ROTTERDAM: Elogio de la locura, traducción y pró-
de bienes, estudio preliminar, traducción y notas de Luis Frayle Delgado, col. fgo de A. Espina, colección de bolsillo EDIME, Editorial Mediterráneo, 2.a
Clásicos del Pensamiento, tecnos, Madrid, 1997, p. 26). Ved. Madrid, 1973, p. 28.

80

I
.
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

también extremos, que ese tercero competente podría actuar iue lo que ha existido siempre para la determinación de esos tér­
como propietario-dueño de la persona del niño y, en este senti­ ros competentes ha sido la preponderancia de uno de los dos
do, se le reconocería absoluta libertad para, disponiendo de la pos de relaciones, las familiares y las sociales, según que se
vida del niño, determinar y ejecutar los medios que considera­ intendiese que el niño y el adulto desarrollaban su vida princi­
se adecuados para conseguir ese objetivo. Y conforme a la con­ palmente en el grupo familiar o en el social, pero sin que haya
cepción más moderada se entiende que el niño empieza a tener bido nunca una completa exclusión de la otra parte.
valor de por sí y que, por consiguiente, esos terceros han de po­ Así, ni en Esparta, que tradicionalmente se pone como ejem-
ner los medios adecuados para conseguir que se transforme en del modelo de colectividad social, existía una anulación com­
el adulto que puede llegar a ser; por eso se ponen límites a los jeta de los lazos familiares, ni en Atenas o en Roma, que sirven
poderes de disposición de esos terceros sobre la vida del niño, erfectamente como ejemplos del modelo de sociedad basada en
porque en su ejercicio no pueden destruir o limitar gravemente as organizaciones familiares, existía una anulación completa
la posibilidad de que se produzca dicha transformación en el e las potestades de los representantes de la sociedad55. En Es-
adulto pretendido.
La determinación de quiénes habrían de ser esos terceros
competentes estaría en función de la consideración del grupo so­ onizar la historia, frente a la disolución del individuo en las realidades co-
cial básico en que el niño y el futuro adulto se han de integrar. lunitarias o corporativas, propia de los tiempos anteriores al tránsito a la mo-
La norma general ha sido que esos terceros competentes hayan lernidad». (En PECES-BARBA MARTÍNEZ, Gregorio: «Tránsito a la Moder-
idad y Derechos Fundamentales», en Peces-Barba Martínez, Gregorio y
sido los padres, con preeminencia del padre sobre la madre.
-'emández García, Eusebio (dirs.): Historia de los derechos fundamentales. Tomo
Sólo en sociedades en las que ha primado un fuerte espíritu co­ 1?;.Tránsito a la Modernidad. Siglos XVIy XVII, Dykinson - Instituto de derechos
lectivista, a costa incluso de los lazos familiares, se ha impues­ ¡umanos «Bartolomé de las Casas» Universidad Carlos III de Madrid, Madrid,
to que esos terceros competentes fuesen directamente repre­ 998, p. 185).
sentantes de la sociedad. Pero esta primera, y en gran medida r55 Aunque es claro que existen diferencias, algunas muy importantes, en-
las dos ciudades, sus sociedades, y las dos formas de entender a la familia,
certera, aproximación ha de matizarse para tener una adecua­ fes, como nos explica Tilomas: «Hay que comprender que en Roma la enti-
da visión de la realidad. Primero, porque hay que tener en cuen­ política por excelencia es la familia tomada en su línea masculina. Decir
ta que los sistemas sociales de la Antigüedad y de la Edad Me­ ¡dé la ciudad que es un agregado de familias es decir poco: Aristóteles ya reco-
dia se caracterizan, en todo caso, porque en ellos hay, en mayor iocía estas unidades constitutivas, pero en el contexto en que, de lo domésti­
o menor grado, una prevalencia de la sociedad sobre el indivi­ co" a lo político, la diferencia era de esencia y no, como en Roma, de grado. El
Irden familiar es político: el padre, como tal, está investido de funciones dis-
duo, pues, como es bien sabido, la consideración de la impor­ ias que compiten con el castigo penal; solventa con su patrimonio, que
tancia central del individuo y sus relaciones con los otros indi­ ¡es el patrimonio único, los eventuales cargos públicos contra su hijo. Como
viduos sólo empezará a concebirse en el tránsito a la Idadanos de pleno derecho, el orden político sólo reconoce a los que, en su
Modernidad54. Y, además, porque sería más preciso entender sa, ejercen hasta su muerte un poder que jamás es calificado de privado: di-
jrencia fundamental y demasiado poco señalada con la ciudad griega, por no
ablar de nuestro Código Civil, Los hijos sólo son ciudadanos de segunda cia­
rse, y sobre todo a través de su padre: les falta ser sujetos de pleno derecho». Y
54 Así, el profesor Peces-Barba al analizar los rasgos de ese tránsito a iusselle, en su estudio de la familia romana del Imperio, en un pasaje más
Modernidad subrayará la trascendencia de ese individualismo: «El individua­ Iplio, se referirá a «la completa heterogeneidad de la familia griega y de la
lismo es la fuente y también la consecuencia de los demás rasgos de este tiem ¡Snilia romana». (En THOMAS, Yan: «Roma, padres ciudadanos y ciudad de
po. Representa la forma de actuación del hombre burgués que quiere prota- ¡os padres (siglo 11 a, C.-siglo II d. C.)», en Burguiére, André; Klapisch-Zuber,

82 83
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

parta, aunque había un predominio de los representantes de la ano bajo el control directo del Estado, ejercido por un magis-
sociedad para la toma de decisiones que afectaban a los niños do especial. Además, es de resaltar que ese tránsito no era
y éstos se incorporaban obligatoriamente a partir de los siete basco, ya que no sería hasta los doce años que el menor se veía
años en las estructuras militares, al menos antes de esa edad su bligado a abandonar de forma definitiva el ámbito familiar58,
vida transcurría en el ámbito familiar, normalmente bajo el cui-¡ '¡en Atenas, aunque había un predominio de los padres, antes
dado de sus madres. Es decir, que incluso en Esparta, aunque ue las madres, para la toma de decisiones que afectaban a los
existía una absoluta subordinación de todos los ciudadanos a los —os, también existían unos límites que aquellos no podían pa-
intereses últimos del Estado3Ó, debiendo considerarse que la ár y que los representantes de la sociedad se encargaban de
instrucción de los ciudadanos no acababa nunca, eso no impli­ ‘ácer respetar. E igualmente en Roma, la otra gran sociedad ar-
caba la absoluta desaparición de las relaciones familiares56
57. El 1 culada en tomo a los grupos familiares y al poder de los padres,
niño tenía su vida dividida en dos períodos: en el primero, que be destacar, con Yan Thomas, la relevancia pública que tenía
duraba hasta los siete años, su vida se desarrollaba en el seno .1 matrimonio y la paternidad en dicha sociedad59.
familiar bajo la autoridad materna; y en el segundo, en un pe­ Por otra parte, también conviene tener presente que la familia
ríodo que duraba hasta los veinte años, su vida transcurría en y la sociedad política no han sido, ni son, los únicos gmpos so­
organizaciones en las que se formaría como soldado y ciuda- ciales relevantes en los que el niño y el adulto han desarrollado
nncipalmente su vida. Lo que, evidentemente, también reper-
ute en la determinación de los terceros competentes para de­
Christiane; Segalen, Martine; Zonabend, Franqoise (dirs.): Historia de la fa­ cidir sobre la vida del niño. Así, desde la Antigüedad la familia
milia, prólogos de Claude Lévi-Strauss y Georges Duby, Tomo 1 «Mundos le uclear se integraba en estructuras familiares más complejas, la
janos, mundos antiguos», cit., p. 238; y en ROUSSELLE, Aliñe: «Gestos y sig: atria, la gens, el clan, etc., y eso tenía su traducción en el esta­
nos de la familia en el Imperio romano», en Burguiére, André; Klapisch-Zuber,
Christiane; Segalen, Martine; Zonabend, Fran^oise (dirs.): Historia de la fami­
blecimiento de límites a la libre disposición por parte del padre
lia, prólogos de Claude Lévi-Strauss y Georges Duby, Tomo 1 «Mundos lejanos e la vida del niño (como, por ejemplo, se estableció en distin­
mundos antiguos», cit., p. 242). as sociedades que el padre no pudiese disponer del patrimo-
56 Aunque, como es sabido, el término Estado es un concepto moderno o del niño proveniente de la dote de la madre, al considerar-
que fue utilizado por vez primera por Maquiavello en su obra El príncipe, sin e que pertenecía antes al grupo familiar extenso que al padre).
embargo, creo que no se defrauda al sentido que se quiere significar con dich
término si hablamos ya de la polis griega como ciudad-Estado, o incluso, sim­ J de la misma manera, como antes se vio, en la Edad Media el
plemente, como Estado. Así Wemer Jaeger señalará que «con la polis griega sur
gió, por primera vez, lo que nosotros denominamos estado -aun cuando la pá-
labra griega pueda traducirse lo mismo por estado que por ciudad». (En Puede verse, a este respecto, una referencia al cuidado de las madres
JAEGER, Wemer: Paideia: los ideales de la cultura griega, trad. de Joaquín tirante los primeros años en MONROE, Paul: Historia de la pedagogía, tomo
rau (libros I y II) y Wenceslao Roces (libros III y IV), Fondo de Cultura Eco d. María de Maeztu, col. De Ciencia y Educación, Ediciones de la Lectu-
nómica de España, Madrid, 1996, p. 84). ¡iMadrid, 1905, pp. 104 y 116; y un estudio crítico de todas esas etapas for-
57 Resulta interesante, en este sentido, la refutación que hace Lacey de 1 ativas dominadas por el espíritu militar en MARROU, Henry-Irenee: Histo-
opinión común, que apunta a esa casi desaparición de la familia como insti de la educación en la Antigüedad, trad. Yago Barja de Quiroga, Akal, Madrid,
ción en Esparta, indicando que si bien con las limitaciones que la estructura ‘¿5, pp. 39 y ss.
litar de Esparta imponía, sin embargo, la familia era, salvo en materia religi ____ Véanse unos significativos pasajes en este sentido en THOMAS, Yan:
sa, una institución fuerte también durante el período de esplendor de la ciudad orna, padres ciudadanos y ciudad de los padres (siglo II a. C.-siglo II d. C.)»,
(Véase en LACEY, W. K.: The family in classica! Greece, cit., pp. 207 y 208). it¿, pp. 235-237.

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

niño, una vez superada la primera infancia, ingresaba como En las familias atenienses y romanas encontramos un ma-
aprendiz o sirviente en otros grupos familiares diferentes del or poder centralizado en la figura del padre respecto de los
suyo de origen o en estructuras sociales diferentes de las pro­ liembros de la familia que en las sociedades posteriores, algo
piamente familiares, como los gremios o talleres, lo que tenía su ue seguramente va unido a la consideración de que el padre era
traducción en el reconocimiento de unas amplias potestades so- ‘"mbién el que dirigía el culto doméstico. La importancia deci­
bre el niño al nuevo cabeza de familia, al maestro del gremio o siva de este hecho la subraya Ludovic Beauchet al señalar que
¿orno consecuencia de las ideas religiosas que eran admitidas en
al del taller.
En todo caso, la idea que predominó en todo el período de j os pueblos primitivos de raza aria «en el interior de la familia,
tiempo que este capítulo trata (y, en general, también después, Qaban una autoridad absoluta al padre, mucho menos en su ca­
ndad de padre que en la de pontífice del culto doméstico». Y,
hasta nuestros días), es que el niño se ha de integrar primera y
"'corde con ello, resulta interesante constatar la peivivencia en
principalmente en la familia, y que son, pues, los padres, y funf
damentalmente el padre, los que han de considerarse compe­ el mundo antiguo de esa concepción del padre y su conexión
directa con la comprensión que se tenía de la patria potestad, se­
tentes para decidir sobre la vida del niño. Y digo que funda-:
ñalando Beauchet, en este sentido, que en el Derecho griego pri-
mentalmente el padre, porque es el que tradicionalmente ha
ocupado la posición central de poder en la familia, teniendo,'
así, una preeminencia absoluta en todas las relaciones familia­ iíés señalaré, es claro que existen diferencias importantes entre ambas); sien-
res y en todos los aspectos que a ella atañen; en la que hay que sólo con las Leyes de Toro, concretamente con lo establecido en la Ley XLVII,
incluir, por consiguiente, su prevalencia respecto de la madre y que se establecerá que el hijo que contrajese matrimonio para fundar una nue-
respecto a las tomas de decisiones que directamente afectaban ya familia dejaría de estar sujeto a la patria potestad de su padre. Pero el pres­
agio del viejo sistema patriarcal sería tan extenso que todavía en el siglo xvi
a la vida de los hijos60. '¿.seguirían defendiendo autores tan importantes como Bodino o Moro, para
su República de Utopía. (Véase la cita de Alfonso Otero en OTERO, Alfonso: «La
_jria potestad en el Derecho histórico español», en Anuario de Historia del
60 No obstante, también es interesante recordar que en el antiguo De __ 'irccho Español, Tomo XXVI, Instituto Nacional de Estudios Jurídicos, Madrid,
cho romano, como en el de muchos otros sistemas patriarcales de la Antigüe: '56, pp. 231 y 232; el texto de la ley XLVII de las Leyes de Toro y el comcnta-
dad, la patria potestad la ejercía el padre sobre todos los descendientes hasta >[que respecto a ella haría el Maestro Antonio Gómez dando noticia de la
el momento de su muerte, salvo que se produjese alguna de las escasas y regladas ivedad de que el hijo salga de la patria potestad por la contracción del ma-
causas que suponían la pérdida de la patria potestad. Es decir, que, en realid*" ~onio («casado y velado») en Compendio de los comentarios extendidos Por
la patria potestad era ejercida por el abuelo sobre los padres y los nietos, laestro Antonio Gómez a las ochenta y tres Leyes de Toro: En que con presencia
sólo, en general, con la muerte de aquél adquiría el padre la emancipación d .as Notas de su Adiccionador, queda comprehendido todo lo substancial de
esa patria potestad y, a su vez, la patria potestad plena sobre sus descendió ¿líos (.[.). Lleva también cinqüenta y dos Advertencias que explican, extienden, al­
tes. Incluso hay que considerar que esa misma concepción de la patria pot" teran ó corrigen las especies á que van llamadas. Escrito Por el Licenciado D. Pe­
tad de un hombre sobre sus descendientes por línea directa masculina pued dro Nolasco de Llano, Reproducción facsímil de la ed. de: Madrid: Imprenta de
encontrarse igualmente en los sistemas de tradición romanista, como pued Ó.Joseph Doblado, 1785, Editorial Lex Nova, Valladolid, 1981; y los textos res-
ser el de Las Siete Partidas, según lo establecen las Leyes I y II del Título XV_ tivos de Bodino y Moro en BODINO, Juan: Los Seis Libros de la República.
de la Partida IV (y así lo señala Alfonso Otero, al explicar que: «La recepción d iducidos de lengua francesa y enmendados catholicamente por Gaspar de
la patria potestad justinianea supone volver a poner en práctica aquel poder q1 (stro Isuazo, edición y estudio preliminar por José Luis Bermejo Cabrero,
se había difuminado por completo en su evolución dentro del ámbito pe_: tro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1992, p. 168, y en MORO, Tomás:
sular»; aunque para este autor Las Siete Partidas «recogen plenamente la f§Pfa‘ introducción, traducción y notas de Joaquim Mallafré Gavaldá, col.
tria potestas justinianea», una afirmación en realidad excesiva, pues, como d sfeos Universales Planeta, Planeta, Barcelona, 1984, pp. 64-65).

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

mitivo «el padre de familia aparecía ante todo como el jefe del ibdo aquello que atañe al gobierno general del Estado”] no es
culto doméstico y, especialmente en Atenas, los elementos de la ampoco contraria a la razón o a las palabras de San Pablo.
patria potestad son, salvo algunas diferencias de detalle, las mis­ Bajo diversos aspectos y en orden también a fines diversos
mas que en el derecho romano». Por eso, para Beauchet no tie­ perfectamente posible que el marido —en función del poder
ne sentido negar la posibilidad de hablar de la institución de la píe le corresponde por derecho de matrimonio— sea superior
patria potestad en el Derecho ático y defender el comienzo de jifia mujer —aunque sea reina— en los asuntos que afectan a
la misma en el Derecho romano, ya que para él la patria potes-' a vida matrimonial, gobierno de la familia, protección de la es-
tad tuvo originariamente el mismo carácter en ambos Derechos, bsa y educación de los hijos; y que la mujer, en cambio, en
siendo la figura del padre en ambos casos consideradas como íuanto reina, sea superior al marido en orden al gobierno del
jefes del culto doméstico. istado»6I.
En todo caso, la concepción del padre como cabeza de fami­ Por todo ello, son las relaciones entre padres e hijos las que
lia resultaría consolidada para el mundo occidental por la apor-í quieren una importancia decisiva para el niño, y su com-
tación fundamental del pensamiento cristiano. Pues, aunque en el írensión la que se hace necesaria para los objetivos del présen­
mismo se reconozca, conforme a lo establecido en el propio man-, le libro. Para su análisis he creído conveniente realizar una di­
damiento cuarto del Decálogo, que el niño también debe honor y visión en tres apartados. En el primero se trata de exponer cómo
obediencia a la madre, desde el principio se defiende la posición en el período de tiempo que en este primer capítulo se estudia
central del padre en la familia; una idea que habría de perdurar quiere una preeminencia prácticamente inalterada la consi-
en los siglos posteriores, hasta, como bien sabemos, fechas muy eración del máximo respeto debido por los hijos a los padres
recientes. En ese sentido, puede leerse en las epístolas de san Pa-:' 3tno razón justificativa última para reconocer el poder de los
blo: «Quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo; jadres sobre la vida de sus hijos. En el segundo se trata de se­
que la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo,6 ñalar los principales rasgos que permiten identificar dos mo­
Dios»; y: «Que las mujeres sean sumisas a sus maridos como si se'¡ mentos claramente diferenciados en la evolución de dichas re­
tratara del Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, del misl
aciones, que también aquí pueden denominarse como posición
mo modo que Cristo es cabeza de la Iglesia, cuerpo suyo, del cua’ trema y moderada, respectivamente. Finalmente, en el tercer
él es el Salvador. Así como la Iglesia está sujeta a Cristo, así tam arlado, se trata de explicar más detenidamente las principa-
bién las mujeres lo deben estar a sus maridos en todo. Maridos líneas de la evolución seguida en la forma de entender y ar-
amad a vuestras esposas, como Cristo amó a la Iglesia y se entr
gó él mismo por ella (...) Así los maridos deben también amar
sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer se Véanse los pasajes aquí referidos en BEAUCHET, Ludovic: Histoire
ama a sí mismo». Una concepción que calaría tan hondo en el du Droit privé de la République Athénienne, Livrc II «Le droit de famillc»,
pensamiento occidental que resulta curioso observar como en onevalier-Marescq et Cié, París, 1897, pp. 75, 80 y 81; en Primera carta a los
el tránsito del siglo XVI al xvn (es decir, al finalizar el período dé Corintios, 11, 3; en Carla a los Efesios, 5, 22-28; y en SUÁREZ, Francisco:
'¿Eegibus, estudio preliminar y edición crítica bilingüe por L. Pereña y V.
tiempo que en este primer capítulo se estudia), un autor tan i
pril, y la colaboración de C. Bacicro (et al.), serie Corpus Hispanorum de
portante como Francisco Suárez podía defender sin aparent 'ace, vol. XV, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto
problemas su compatibilidad con la aceptación del hecho Wíncisco de Vitoria, Madrid, 1975, pp. 124-125 —también pueden verse
que una mujer gobernase el Estado, ya que: «Esta forma de su­ «¿ pasajes muy significativos respecto a esta idea de Francisco SUÁREZ
jeción del varón a la mujer [la del rey consorte a la reina 'V

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La Fundamentación de los Derechos de los Niños
Ignacio Campoy

der que dicho poder se justifica porque los niños reciben la


ticular las relaciones entre padres e hijos a través del análisis de
los poderes concretos que conformarían el poder general reco­ r~'rla Pero también la crianza de sus padres. Esta división quizás
ás propia de un planteamiento analítico que histórico no deja
nocido a los padres sobre la vida de sus hijos.
Atener una gran importancia explicativa de la realidad. Como
-~mos incluso en autores, como Aristóteles, defensores de una
acepción «patrimonialista» del poder de los padres sobre los
1. La preeminencia de la consideración del máximo respeto
debido a los padres como razón justificativa última del líos si bien se encuentra plenamente justificado ese máximo
-eto de los niños a sus padres por los beneficios que de éstos
poder de los padres sobre la vida de sus hijos
tjben, fundamentalmente la vida y la crianza, eso no les impide
rmar también que el poder del padre incluye el de disponer de
Una de las constantes existentes en todas las sociedades an­
tiguas es la consideración de que el niño les debía el máximo res­ la misma vida del niño (lo que es evidente que impide la crian-
peto a sus padres, pues de ellos recibía la vida y la crianza. Un a). De hecho, los planteamientos que se encuadran dentro de lo
ue después denominaré como la posición extrema de conside­
respeto que se entendía que iba unido a un deber de obediencia,
lo que suponía el reconocimiento de unos poderes del padre so­ rar al niño como «propiedad» de los padres, tienden a subrayar
a justificación del poder de los padres en el máximo respeto de-
bre la vida de los hijos que tema su traducción en el ámbito del
3’do a los padres, y, en cambio, los planteamientos que se en­
Derecho.
madran dentro de lo que denominaré como posición moderada
En los siguientes apartados trataré de exponer la evolución
seguida en el reconocimiento de poderes paternales sobre la abrán de tomarse más en serio que el poder de los padres está
jistificado cuando lo ejercitan adecuadamente, en este sentido
vida de sus hijos, que, como se señalará, afecta tanto al funda- -
ando críen a sus hijos. La transformación esencial del pro-
mentó y al fin de ese reconocimiento de poderes cuanto a los pro­
ccionismo en este punto será cuando, como hará Locke, sejus-
pios poderes concretos que se reconocían. Pero aquí sólo quie­
• fique plenamente el poder de los padres en la crianza de los hi-
ro exponer que es posible encontrar una justificación última
os y se deje el respeto debido a los padres en el ámbito moral.
común para ese reconocimiento de los poderes paternos, aun-]
Por otra parte, hay que subrayar la permanente existencia de
que evidentemente incompleta por sí sola para explicar la evo­
lución sufrida a este respecto, y que es la consideración de que. o argumento justificativo del poder de los padres sobre la
'da de los hijos: la consideración de que existe un amor natu-
a la aceptación de que el niño le debe el máximo respeto a sus
padres ha de ir unida la idea de que el padre ha de tener recóL¡ (de origen natural o divino) de los padres hacia sus hijos de
jal intensidad que permite asegurar que, salvo casos aberrantes,
nocidos poderes decisivos sobre la vida de sus hijos (saber qué:
os padres ejercitarán su poder en beneficio de sus hijos62. Es una
poderes y con qué límites es lo que se expondrá en los siguien¡
tes apartados).
Pero, en todo caso, en las anteriores afirmaciones coexisten:
: 62 Aunque siempre se puede encontrar contraejemplos, como el que a
en realidad, dos argumentos diferentes, aunque hayan ido traj este respecto ofrece la Ley XIX del Título XVI de la Partida VI, donde tienen
dicionalmente unidos, para justificar el poder de los padres so ayor peso los prejuicios machistas propios de la época y la justificación del
bre la vida de sus hijos. El primero supone entender que dictó "tema patriarcal que Las Partidas recogen. En esta Ley se establece que el
poder se justifica simplemente del máximo respeto que los niño: ue ha de criar al huérfano ha de ser en principio el que establezca el padre o
deben a sus padres, lo que puede derivar simplemente por el h Él abuelo en el testamento, y aunque admite que sea la madre la que realice la
anza del huérfano, regula que se saque a éste de su poder si vuelve a con-
cho de haberles proporcionado la vida, y el segundo supone en!

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creencia que sirve como complemento justificativo de los ante­ ¡La idea básica del máximo respeto debido a los padres tuvo
riores argumentos, teniendo su carácter legitimador en la con­ máxima representatividad e importancia histórica con su re­
sideración de que el poder de los padres se justifica por los re­ conocimiento expreso en el Decálogo de la Biblia, al poner en
sultados derivados de su acción. Por eso, si bien está presente 6ca del mismo Dios de los israelitas: «Honra a tu padre y a tu
de una u otra manera en todo el período que aquí se estudia, su jnkdre para que tus días se alarguen sobre la tierra que el Señor,
mayor fuerza legitimadora del poder de los padres la adquirirá tú Dios, te da» w, que se complemente con lo que se dice en Si-
con el proteccionismo «tradicional», cuando se entienda que la ácida, 7, 27-28: «Honra a tu padre con todo tu corazón, y no ol­
adecuada crianza del hijo justifica el poder de los padres63. -j vides los dolores de tu madre. Acuérdate de que fuiste engen­
En todo caso, en este apartado trato de mostrar cómo el po­ drado por ellos; ¿cómo podrás pagarles lo que hicieron por ti?»64
65.
der de los padres se justifica de forma preeminente en la per­ Y sobre esta base se establecería esa vinculación directa con la
manente consideración de que los hijos les deben el máximo bligación de obedecer a sus padres, con el sometimiento de
respeto a sus padres. Entendiéndose así, de forma general, tan­ os hijos a la voluntad de ellos, una vinculación que será explí-
to que los hijos deben ese máximo respeto a los padres por que itamente reconocida en la Carta de san Pablo a los Elesios:
les deben los máximos beneficios: la vida y la crianza, cuanto Hijos, obedeced a vuestros padres por amor al Señor, porque
que existe una vinculación directa y necesaria entre el máxi­ esto es de justicia. Honra a tu padre y a tu madre (que es el pri-
mo respeto debido a los padres y el sometimiento de los hijos al er mandamiento con promesa), para que seáis felices y tengáis
poder de los padres. arga vida sobre la tierra»66.
Y aunque ese reconocimiento del respeto debido a los pa­
dres y la obligación de obedecerlos podría significar simple-
traer matrimonio, exponiendo en su justificación un desatinado y desconcer­ 'ií'ente una obligación moral para sus destinatarios, sin embargo
tante argumento: «porque dixeron los sabios: que la muger suele amar tanto a realidad histórica muestra claramente su traducción en con-
al nueuo marido, que non tan solamente le daría los bienes de sus fijos, mas
aun que consintiera en la muerte dcllos, por fazer plazer a su marido». ecuencias jurídicas concretas. A ellas me referiré en los si­
63 Así, aunque no se encuentre desarrollada, es posible apreciar desde la" lentes apartados, pero cabe aquí señalar algunas de las ma-
Antigüedad esa idea de que una guía válida para el ejercicio del poder de los "estaciones que más visiblemente muestran esas consecuencias
padres sobre sus hijos es el amor natural que aquéllos sienten por éstos, pu Micas derivadas de la desconsideración del máximo respe­
con ella se asegura que dicho poder, salvo casos excepcionales, se ejercit
en beneficio de los hijos, lo que, a su vez, justifica ese poder de los padres,
este sentido se puede observar, por ejemplo, en la Antigüedad, en las obras i ?
Homero, Platón, Aristóteles o Plutarco; en la Edad Media, en Las Siete Partí 64 En Éxodo, 20, 12. También en Deuteronomio, 5, 16.
tías; y en el tránsito a la Modernidad, en la obra de Bodino; en los siguientes Son muchos los pasajes de la Biblia en los que se puede constatar ese
pasajes, en HOMERO: Odisea, H, 232-234 ó V, 10-12, cito por la edición con tra­ eber principal de honrar a los padres durante toda la vida, aunque es de des­
ducción de José Manuel Pabón e Introducción de Manuel Femández-Galiano ear, por su extensión y fuerza, la amplia exhortación que se realiza en Sirá-
col. Biblioteca Clásica Credos, Editorial Credos, Madrid, 1986; en PLATÓN: Las "da, 3, 1-16.
leyes, 729b-c, y en PLATÓN: La república, 589c; en ARISTÓTELES: Polític 66 En Carta a los Efesios, 6, 1 -3. En el mismo sentido hay que entender la
1259a-1 259b; en PLUTARCO: «Sobre el amor a la prole», cit., pp. 210-21 ortación que realiza San Pablo en la Carta a los Colosenses: «Hijos, obedeced
—en donde habla preferentemente del amor natural de la madre—; en la Ley a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor». Y en el Evangelio de
del Título VII de la Partida II, la Ley III del Título XX de esa Partida II y' ¿cas se dirá del propio Jesús, con doce años de edad: «Jesús fue con ellos
Proemio y la Ley I del Título XIX de la Partida IV; y en BODINO, Juan: Los S Ai sus padres] a Nazaret, y les estaba sumiso» (En Carta a los Colosenses, 3,
Libros de la República. I, cit., pp. 180-181 y 187-188. 0; y en Lucas, 2, 51).

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to que había que proporcionar a los padres. Como lo es el he y, fundamentalmente, por la posición preeminente que te-
cho de que las leyes que castigaban los actos cometidos por los fa en las relaciones familiares el debido al padre69. Así, unas cla-
hijos contra sus padres hayan sido particularmente duras ya muestras de dicho respeto se pueden observar tanto en el
desde los primeros textos normativos, así se puede observar tan­ gcho de que en el examen que debían de realizar los que iban
to en el Código de Hammurabi, cuando establecía en la ley del
-ser elegidos arcontes en Atenas estuviese incluido el requisi-
parágrafo 195 que «Si un hijo ha golpeado a su padre, se le am­
de haber tratado bien a sus padres70, como en el hecho de que
putará su mano»67, como en la misma Biblia, cuando, por ejem­
entendiese que la consideración que los hijos le debían a los
plo, se señala en el «código de la alianza» que «El que hiera a
adres era la más importante que se había de tener después de
su padre o a su madre, será condenado a muerte. (...) Quien
que se debía a los dioses71.
maldiga a su propio padre o a su propia madre, será condena­
do a muerte»68. De hecho, esa consideración sobre el carácter esencial, in-
En la Atenas clásica las relaciones entre los padres y sus hi­ 'uso sagrado, del respeto que los hijos les deben a sus padres
jos también venían determinadas por la gran importancia que 'encontramos igualmente en los planteamientos de los dos
para los atenienses tenía el cuidado y el respeto a los progeni- andes filósofos de la esa Atenas clásica, Platón y Aristóteles.
En el pensamiento de Platón una de las ideas que se man-
persistentemente es la necesidad de resaltar que los hi-
67 Aunque respecto a esta ley es interesante observar que para el profe-! os han de respetar a sus padres. Sólo si ese respeto se produce
sor Lara: «Es de suponer que este castigo se llevaría a la práctica únicamente se podrán dar las correctas relaciones familiares y sociales;
en el caso de que el hijo hubiese golpeado muy violentamente a su padre. A te­ ;ólo la persona que vive conforme a él puede llegar a ser vir­
nor de lo dicho en el § 169 [al que después me referiré] podemos pensar que.
tuosa; y sólo los ciudadanos que lo acaten pueden construir las
en la vida real, el padre ofendido perdonaría a su hijo»; y: «en la ley hammu-
rabiana la madre no es mencionada, aunque suponemos que en la mente del ciudades proyectadas en La república o en Las leyes. Esa im-
legislador, a tenor de otras leyes mesopotámicas, estaba presente tanto el pa­
dre como la madre». (En Código de Hammurabi, cit., p. 156).
Además, es de resaltar, en este sentido, la dureza con la que el propio Cdí 69 Véase a este respecto en GOLDEN, Mark: Children and Childhood in Clas­
digo de Hammurabi castigaba las muestras de falta de respeto hacia los padres cal Athens, cit., p. 102. Aunque también Golden observa que, en todo caso, con
adoptivos cuando estos fuesen girseqqúm (una especie de cortesano) o zikru fin de obtener el respeto y la obediencia debida, y no necesariamente unida
(una especie de sacerdotisa), a los que, lógicamente, no se les debía el naci-’ a la labor de educar que sería más propia del padre que de la madre, estarían
miento, pero sí la crianza: «§ 192. Si el hijo (adoptivo) de un girseqqúm o el hij. acuitados ambos padres a usar el castigo corporal. (Véase así en GOLDEN,
(adoptivo) de una mujer zikrum ha dicho a su padre que le ha criado o a su ma­ ¡árk: Children and Childhood in Classical Athens, cit., p. 103).
dre que le ha criado "tú no eres mi padre", "tú no eres mi madre”, se le corta­ Véase al respecto en ARISTÓTELES: Constitución de los atenienses,
rá la lengua. § 193. Si el hijo (adoptivo) de un girseqqúm o el hijo (adoptivo) di •5,-3 (cito por ARISTÓTELES: Constitución de los Atenienses, Introducción, tra-
una mujer zikrum ha identificado su casa paterna y llega a odiar al padre que lücción y notas de Manuela García Valdés, col. Biblioteca Clásica Credos, Edi­
le ha criado o a la madre que le ha criado y marcha a su casa paterna, le sa­ torial Credos, Madrid, 1995).
carán un ojo». (Para una más exacta y adecuada aproximación al significado' -71 De esta manera, para Golden ese respeto debido a los padres había
de los términos girseqqúm y zikrum puede verse, respectivamente, las notas le entenderlo unido consustancialmente con el debido a los dioses, pudien­
del profesor Lara 534 y 507, en Código de Hammurabi, cit., pp. 152 y 147). ü te considerarse la falta de respeto hacia los padres como un ataque a los mis-
68 En Éxodo 21, 15 y 17; también puede verse a este respecto Levitico 20 nos dioses, lo que permite comprender la grave designación de impiedad que
9 y Mateo, 15, 4. En este sentido, resulta también esclarecedor de esa concepj; se atribuiría a los actos de ingratitud hacia los padres, actos que resultan cla-
ción Deuteronomio, 27, 16: «¡Maldito el que desprecie a su padre y a su madre! i'ente atentatorios al respeto que les es debido. (Véase así en GOLDEN,
Y todo el pueblo responderá: ¡Amén!». árk: Children and Childhood in Classical Athens, cit., pp. 101, 102 y 104).
La Fundamentación de los Derechos de los Niños
Ignacio Cainpoy

portancia fundamental que el respeto a los padres adquiere? m el planteamiento de Aristóteles se puede apreciar la si-
Wfite conexión de ideas: en virtud de la relación de amistad
en los planteamientos de Platón se nos muestra claramente]
en los pasajes en los que establece un orden jerárquico en las] átente entre padres e hijos, fundada en la superioridad de los
distintas sumisiones que afectan a las personas. En ellas se! peros respecto de los segundos, los niños reciben de sus pro­
ditores jos máximos beneficios que se puede recibir: la propia
observa como, en ocasiones, ha estimado superior a la de los;
iftencia, la crianza y la educación, y, en consecuencia, ad­
padres la veneración debida a los genios, a los héroes y a las]
imágenes privadas de los dioses ancestrales, o también a l|f ineren con ellos una deuda que, si bien es impagable en toda
debida a las leyes de la ciudad; pero de una forma nítida,'Ji Extensión, sí que exige que los hijos respeten y honren a sus
en toda ocasión, sólo la honra debida a los dioses es considey ¡re£ en justa proporción, hasta el límite de lo posible73. Este
rada como superior a la debida a los padres. E incluso esa ve-' nmo respeto que los niños deben a sus padres, que Aristó-
neración a los dioses ha de ser entendida en estrecha vincu-; equipara al debido a los dioses, en tanto en cuanto es gra-
lación a la debida a los padres, ya que no se podría dar a todos ellos que se reciben los máximos bienes, y con to-
correctamente la una sin la otra, teniendo para el hijo un ca?| Wse adquiere, en consecuencia, una deuda impagable, es,
rácter sagrado también las personas de sus progenitores72?! justo; siendo, así, considerado bueno el que los honra has-
Las causas que motivan los comportamientos indebidos de
los hijos respecto a sus padres, se deben, según Platón, a la ac­
«fddas las personas; incluido también el del delincuente. Comprende, en este
ción de una naturaleza corrompida, de un alma en la que exisg "ffido, que la comisión de delitos implica una mala disposición del alma que
te el desgobierno73. Además, también en el pensamiento dé! ■ dá'sanción adecuada puede corregir. La mayor gravedad de los delitos cometi-
ateniense se observa una gran severidad en las sanciones qué K ¡;se corresponde con una peor disposición del alma y hace necesaria que su
habrían de aplicarse a los hijos que ultrajen o violenten, en acción vaya unida a una pena más fuerte. Pero los crímenes graves come-
mayor o menor medida, a sus padres, consecuentemente cor s contra los padres, como los perpetrados contra los dioses o la ciudad, sólo
leden explicarse por la existencia de una naturaleza tan corrompida que ya no
la capital importancia con que concebía el respeto debido a losa _ ¡ esperarse su curación, por lo que se hace necesaria la imposición de la
padres y la corrompida naturaleza de aquél que osa afrenta ¡naide muerte. Aunque esta sanción de pena de muerte, junto a otros efectos
a sus progenitores74. jnbíén buscados, como es disuadir de la comisión del delito al resto de las
sorías y librar a la ciudad de un peligro cierto, entiende también Platón que
raé'nta para el propio reo el menor de los males, pues acaba con una xdda
72 Véase la importancia del respeto debido a los padres y la relación coi] lidiada, ya que para Platón el hombre justo es el mejor y también el más di-
la debida a los dioses en PLATÓN: La república, 378b, 386a, 425b y en PLATÓN gío; así como el más injusto es el peor e igualmente el más desdichado. (Vé-
Las leyes, 662e; la mayor honra debida después de a los dioses, a los genios, ¡ : estas ideas en PLATÓN: Las leyes, S54e-855a y 862e, y en PLATÓN: Im re-
los héroes y a las imágenes privadas de los dioses ancestrales en PLATÓN: í ílica, 410a, 580c y 591 b. Y también pueden verse unos pasajes determinantes
cto de la regulación de los delitos y las penas que castiga Platón por los ac­
leyes, 717b; la posible superioridad del respeto a las leyes puede deducirse dé
ometidos por los hijos contras sus padres, y por los padres contra sus hi-
lo indicado en PLATÓN: Las leyes, 701b-c.
gfn'PLATÓN: Las leyes, 868c-869c, 873a-c, 877b, 878c, 880e-881c y 932a-c).
73 En este sentido, resultan reveladores algunos de los pasajes en los qfl
Véanse respecto a estas ideas ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco,
muestra como el proceso de corrupción de los regímenes políticos y de los ¿a
jggn-27, 1159b34-l 160a5, 1161al5-25, 1161bl7-29y 1162a4-9. En todo
racteres de sus respectivos ciudadanos pueden explicarse conforme a las miá
mas pautas, en un escalonado proceso de degeneración de la calidad de las e ¡tcaso, al considerar Aristóteles superior el hombre a la mujer, el padre a la ma-
gja guarda de la debida proporción significa que también ha de ser mayor
ferentes naturalezas. (Véase a este respecto unos pasajes significativos^
por que se tribute al padre que el que se tribute a la madre. (Véase en este
PLATÓN: La república, 562e, 572c, 574a-c y 568e-569b). Hgp en ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco, 1165a 15-18 y 23-26).
74 Para Platón con las sanciones se ha de buscar, en general, el benefic

96
Ignacio Campoy
La Fundamen¡ación de los Derechos de los Niños

ta dónde puede76. Pero ese respeto también es necesario77,,y


i-gjrita de la mayor gravedad que tiene la acción afrentosa co-
con derivaciones prácticas concretas,s. En este sentido, advierte y:
etida contra los padres que la que pudiese realizar un ciudada-
a otro ciudadano amigo o la que se pudiese cometer contra un
-ero extraño. Y así, se llega a considerar que el hijo ha de supe-
76 Véase al respecto en ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco, 1163bl4-;
77 En este sentido, establece Aristóteles que el legislador ha de atender: • todas sus acciones a ese respeto, pues cualquier otro deber
la edad que deben de tener los padres, procurando que tengan edades semejan' ha de ser considerado inferior al que le vincula con sus padres,9.
y que además no sean ni muy mayores ni muy jóvenes; ya que, entiende que La consideración del respeto debido a los padres es una de
son demasiado jóvenes no podrán gobernar adecuadamente a los hijos po ideas que permanecerá prácticamente inalterada en los siglos
que éstos no les guardarán el suficiente respeto al verlos semejantes en edad
ellos. (Véase en ARISTÓTELES: Política, 1335a; y también puede verse al res- -¡entes. Alcanza un grado superlativo en la sociedad roma-
pecto en ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco, 1160a5-7). Sa:ro y también por la influencia del pensamiento cristiano, que
78 Así, por ejemplo, la traslación de estos planteamientos a la realidad1 lien ;|ne como base ese mandato divino del cuarto mandamiento de
una plasmación muy importante en la fundamental obligación que tenían los hij :nrar a los padres, se extiende sin problemas por todo el mun-
en la Grecia clásica, y continuarían teniendo en los siglos posteriores, de alimen
y dar alojamiento a los padres mientras viviesen y de proporcionarles un entie
lífluropeo occidental. Así, podemos observar claramente su
apropiado cuando muriesen; deberes que establecería Solón en una importante írvivencia en el siglo xm tanto en uno de sus principales tex-
pero que teman hondas raíces en la cultura griega, como, en general, en el resto os normativos, Las Siete Partidas de Alfonso X, cuanto en el
de pueblos de la Antigüedad. Unos deberes que afectaban a los hijos, claro es: Sisamiento de uno de sus principales autores, santo Tomás de
especialmente en su adultez, pero que, en realidad, lo hacían durante toda su vi
incluso desde el mismo momento en que se proyectaban esperanzas y deseos en quino. Las mismas ideas sirven de inspiración en los dos ca-
los hijos recién nacidos o por venir; y que se pueden observar en la Antigü "os. En la Ley III del Título XXIV de la Partida IV se señala que
por ejemplo, en la obra de Homero, Jenofonte o Aristóteles o también la ;es de la máxima importancia la deuda natural de los hijos con* 80
pero también mucho más allá. Y así, como nos señalan Bajo y Betrán, hay que en­
tender que el deber fundamental de los hijos de asistir a sus padres, cuando> éste
lo necesitasen, hasta su muerte, continuo como un deber legal en las leyes roí
de: Suma Teológica, Tomo ni, cit., pp. 183 y 638, y también en 2-2, C. 189, art. 6,
ñas, y perduró como deber moral durante la Edad Media. En realidad, fue un d
AQUINO, Tomás de: Suma Teológica, Tomo IV, cit., p. 166).
ber moral básico en esas sociedades, como lo podemos observar, por ejemplo, e
£?.. Véase en relación con esto en ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco,
la expresión de Cicerón respecto a la sociedad romana y de Santo Tomás de Aq
Ib30-1165a4 y 1110a23-28; y en ARISTÓTELES: Política, 1262a.
no respecto a la medieval; pero también hubo obligación legal de ello en la Edá
Media, como se puede obsetvar, por ejemplo, en la regulación legal que se hace 80 Como señala Rousselle en su estudio de la familia en el Imperio roma­
no: «La familia está por encima de la filosofía, el Padre por encima de la sabi-
Siete Partidas —en el proemio, en la Ley II, en la Ley IV y en la Ley VI del Tí
uría, el Padre es la ley definitiva: es la fundación del Imperio»; y eso aunque,
XIX de la Partida IV, en la Ley JJI del Título XXIV de esa Partida IV y en la
mo siempre, se pueda señalar alguna voz discordante: «Aulo Celio enseña la
XXXVI del Título XII de la Partida V—. (Véanse los pasajes aquí referidos en 1
iligación moral de desobedecer al padre si éste ordena "algo vergonzoso" y amar­
MERO: La ¡liada, cit., XVII, 302-303; en JENOFONTE: «Económico», en Jen
te el bien como para no llamar obediencia al cumplimiento de buenas ór-
fonte: Recuerdos de Sócrates, Económico, Banquete, Apología de Sócrates, In
-nes». Pero esa no fue la realidad histórica, como también nos confirman las
ducciones, traduccciones y notas de Juan Zaragoza, col. Biblioteca Clásica Gred
ntundentes palabras de Bodino: « Por estos dos exemplos se puede juzgar que
Editorial Credos, Madrid, 1993, p. 240; en ARISTÓTELES: Ética a Nicó.
manos hazían mayor estima de la autoridad paternal que de las mesmas
1165a20-23; en Primera Carta a Timoteo, 5, 4; en Mateo, 15,3-6; en BAJO, FeyB
'es, que ellos llamaban sagradas, (...) Porque teman ceydo que la justicia do­
TRAN, José Luis: Breve historia de la infancia, cit., p. 35; en CICERÓN: Sobre
méstica y la autoridad paternal era muy seguro fundamento de las leyes, de el
deberes, Libro I, 58 —cito por la traducción, introducción y notas de José Guill
ionor, de la virtud y de toda piedad». (En ROUSSELLE, Aliñe: «Gestos y sig-
Cabañero, col. El libro de bolsillo. Clásicos de Grecia y Roma, BT 8236, Ali
Editorial, Madrid, 2001—; y en 2-2, C. 26, art. 9 y C. ¡Ól, art. 2, en AQUEN O, OSlde la familia en el Imperio romano», cit., pp. 241 y 246; y en BOBINO,
uan: Los Seis Libros de la República. I, cit., p. 182).

98
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

los padres, de nuevo la mayor después de la debida a Dios, pue S|odavía en el último siglo del período que ahora estudiamos,
a ellos se les debe la vida y la crianza (así como los bienes que n'él siglo XVI, autores españoles tan destacados como lo fueron
habrían de heredar), y que se les debe por consiguiente arriar! Hfínmanista Juan Luis Vives o el confesor de Carlos I, Domin­
honrar y ayudar cuando fuese menester; y la idea de sumisiór ico de Soto, defendían esa misma idea del máximo respeto de-
del hijo a la voluntad del padre queda bien reflejada la Regla ] oído a los padres, sirviéndose para su argumentación tanto de
que se recoge en el Título XXXTV de la Partida VII8I, al estable lias-ideas que hemos visto que defendía Aristóteles cuanto de la
cer que, conforme a lo dicho antes por los sabios antiguos, el hij¿3 propia tradición cristiana que arrancaría del antedicho man­
que obedeciendo un mandato de su padre (al igual que el qué dato del Decálogo84. Y también en ese siglo XVI encontramos, en
obedeciese un mandato de su señor) hiciese algo por lo que mlg pensamiento de Bodino, explícita y enfatizadamente esa vin-
reciese una pena, no debe ser penado por ello «porque lo quei lúíación que se había venido produciendo durante todo el ex-
fizo fue fecho por voluntad de otri a quien era tenudo de obe nso período de tiempo que comprende este primer capítulo
descer, e es de creer que lo non fizo por la suya, e por ende deuec airé el máximo respeto debido a los padres, la obligación de obe-
dar la pena a aquel que lo mando»82. De la misma manera, era
el pensamiento de santo Tomás encontramos (con alusión exgj
presa a los preceptos del Decálogo y también a las concepcione sér mayor el amor debido al padre que a la madre, siempre que se hable en ge-
de Aristóteles) esa misma idea de obligación de máximo respe|J il, sin atender a las personas concretas que pueden hacerse más o menos
to debido a los padres, después del debido a Dios, como consé eédores a ello por sus propios merecimientos. Pueden verse como pasajes
minantes del pensamiento de Santo Tomás, 1-2, C. 100, art. 6 y 2-2, C. 26,
cuencia de la enorme deuda con ellos adquirida83. E igualmen
xts. 9 y 10, C. 101, art. 1 y C. 122, art. 5; en AQUINO, Tomás de: Suma Teológica,
|ómbs II y III, cit., pp. 673 y 182-183, 183, 637 y 740.
":M Véase así en VIVES, Juan Luis: «El socorro de los pobres», cit., p. 16;
81 Como se dice en el propio texto de Las Siete Partidas, al inicio de ese en VIVES, Luis: Diálogos sobre la educación, traducción, introducción y notas
Título XXXTV, «Regla es ley dictada breuemente con palabras generales, que Sé Pedro Rodríguez Santidrián, col. El Libro de Bolsillo, sección Clásicos, Alian-
demuestra ayna la cosa sobre que Tabla, e ha fuerqa de ley: fueras ende_i kditorial, Madrid, 1987, p. 108; y en SOTO, Domingo de: De la Justicia y del
aquellas cosas sobre que fablasse alguna ley señalada de aqueste nuestro 1 Wxho,'Vol. I, versión española de Marcelino González Ordóñez, introducción
bro, que fuesse contraria a ella. Ca estonce deue ser guardado lo que la le usfórica y teológico-jurídica por Venancio Diego Carro, col. sección de teólo-
manda, e non lo que la regla dize. E como quier que la fuerza e el entena ¡vgosijiiristas. Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1967, p. 148. Por otra pár­
miento de las reglas ayamos puesto ordenadamente en las leyes deste nuesti teles interesante apuntar que también Erasmo de Rótterdam, como buen hu-
libro segund conuiene, pero queremos aqui dezir de los exemplos que má Tgmista incluiría explícitamente el honor debido a los maestros después del
cumplen al entendimiento dellas, según los sabios mostraron, porque la nue iebido a Dios y a los padres, pero Vives incluso parece ir más allá en su Trata-
tra obra sea mas cumplida de entendimiento». TSe-ía enseñanza al apuntar una primacía del maestro sobre el propio padre,
82 También es interesante observar como en estas Siete Partidas se esfi go que sólo un humanista tan preocupado por la pedagogía como Vives po-
blece en la Ley XIX del Título XVIII de la Partida IV que incluso los hijos emar l(á decir, aunque sería más que dudoso que él mismo llegase a defender esa
cipados pueden volver al poder del padre si aquéllos los deshonrasen al serle .idea en un sentido pleno. (Véase al respecto en ERASMO DE ROTTERDAM: De
ingratos con sus palabras o actos y les desobedeciesen; y además de en lajti -Ja urbanidad en las maneras de los niños, traducción y presentación de Agustín
ferida Ley III del Título XXIV de la Partida IV, en la Ley III del Título XX de cía Calvo, edición y comentario de Julia Varela, edición bilingüe, col. Clá-
esa misma Partida IV, que se debe honrar y ayudar no sólo a los padres sing cós de educación, Servicio de Publicaciones del Ministerio de Educación y
también a quienes lo hayan criado, por el gran beneficio que a quien lo redi gjencia, Madrid, 1985, p. 67; y en VIVES, Juan Luis: «Tratado de la enseñan-
le supone y el sacrificio que a quien lo hace le significa, tanto, que incluso;)^ iza», en Vives, Juan Luis: Tratado de la enseñanza. Introducción a la sabiduría. Es­
ga a compararlo con el debido a los padres. trila del alma. Diálogos. Pedagogía pueril, estudio preliminar y prólogos por
83 Aunque, haya que señalar que también para el santo de Aquino ha < |&Manuel Villalpando, col. «Sepan cuantos...». Porrúa, México, 1984, p. 39).
La Fundainentación de los Derechos de los Niños
Ignacio Campoy

lad» de los padresS7, no obstante, la misma tiene ya un pia­


decerles y las consecuencias jurídicas que de ahí se derivarían fe desarrollo en la Atenas clásica, e incluso la podemos obser-
argumentando de nuevo y de forma expresa con los plantea clara mente en el Código de Ilammurabi, que en la ley antes
mi entos de Platón y los pasajes de la Biblia85. Tfa^del parágrafo 117 regularía la potestad del padre de ven-
e&temporalmente a sus hijos para el pago de sus deudas88, así
¡mo en las leyes mosaicas, donde se observa la sumisión total
2. Los principales rasgos distintivos en la evolución del
el hijo a la voluntad de los padres al establecerse incluso la
poder reconocido a los padres sobre la vida de sus hijos
fena de muerte para el hijo rebelde89.
a) La posición extrema: el niño como «propiedad» de los pad,
n Como nos recuerda el profesor Fuenteseca: «El paterfamilias no tenía
Esta posición implica la defensa de la idea de que los pa ligaciones respecto a los sometidos. Solamente surge la obligación de pres-
han de tener reconocida una casi ilimitada disposición sobre 1| ■ alimentos a hijos y nietos en época del Imperio y bajo el cauce procesal de
vida de sus hijos. Conforme a ella se estructurarían los principa Xraordinaria cognitio». (En FUENTESECA, Pablo: Derecho privado roma-
les modelos de relaciones entre padres e hijos en las sociedad- 2. Sánchez A., Fuenlabrada (Madrid), 1978, p. 349).
antiguas. Incluso, aunque, como después trataré de mostrar, re Aunque esa concepción común haya de compaginarse con claras d¡-
éncias que se reflejan en los respectivos sistemas jurídicos. Así, por ejemplo,
sulta evidente que existe una trascendental modificación de es j-como después señalaré, tanto en los Derechos ático y romano clásicos el
poder paternal en el período que en este primer capítulo se estü adre tiene la potestad de vender a sus hijos como esclavos y el derecho de
dia, lo cierto es que puede entenderse que existe una pervivend : muerte sobre ellos, estas potestades y derechos no se les reconocía a
de algunas de las características fundamentales de esa forma d ilos padres en el Código de Hammurabi. Lo que no quiere decir que conforme
entender el poder paternal hasta el siglo xvn, en que podemos si :’e no se le reconociese a los padres una potestad plena sobre sus hijos,
no lo harían también los Derechos ático y romanos incluso una vez que
tuar el comienzo del proteccionismo. En este sentido, puede i
iién en ellos se limitase y finalmente se prohibiese la venta de los hijos y
sultar interesante el pasaje de Bajo y Betrán en el que señalan, der decidir sobre su vida y muerte. En este sentido, es claro el profesor Lara
propósito de aclarar los derechos y los deberes de los padres có( vertir: «El padre tenía la plena potestad también sobre sus hijos,' tanto en
los hijos, que: «Pero durante mucho tiempo la concepción de" ersonas como en sus bienes, pero no llegaba hasta el extremo de poder ven-
autoridad del padre de familia, reflejo de la autoridad de Dio jos, aunque sí podía cederlos durante un cierto número de años (tres usual-
mismo, permaneció muy similar a la del antiguo derecho rom iite) a un acreedor para resolver sus deudas. (...) El padre tenía sobre los com­
itentes de su familia un vasto poder disciplinar, pero no derecho de vida o
no. No obstante, desde comienzos del siglo XVII fueron cada vg
pudiendo imponerles severos castigos, especialmente en los casos es­
más numerosos los reformadores católicos que evocaron, al ru­ tipulados por la ley (adulterio de la esposa, incestos, golpes del hijo al padre),
gen del cuarto mandamiento ("honrarás a tu padre y a tu j el padre renegaba del hijo, éste debía abandonar la casa perdiendo sus dc-
dre"), los deberes de los padres para con sus hijos»86. ¡ios familiares». (En LARA PEINADO, Federico: «Estudio preliminar», cit.,
Es la figura del paterfamilias romano la que nos ha llega <VI-LXXXVII).
?r5 Así, se establecerá en el Deuteronomio: «Si uno tiene un hijo indócil y
como más representativa de esa concepción del niño como «p
e, que no obedece a sus padres ni a fuerza de castigos, los padres lo lle-
ána los ancianos a las puertas de la ciudad y les dirán: Este hijo nuestro es
dócil y rebelde, no nos hace caso; es un libertino y un borracho. Entonces to-
85 Véase así en BODINO, Juan: Los Seis Libros de la República. I, í sus conciudadanos lo matarán a pedradas». Y aunque en el texto la deno-
pp. 179-180. máción de libertino y borracho hace pensar en un hijo mayor, Falk, refi-
86 En BAJO, Fe y BETRÁN, José Luis: Breve historia de la infancia, cit., p.-3.

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Ignacio Campoy
La Fundamentación de los Derechos de los Niños

Poro en lo que es la construcción teórica de esta concepció


del niño como «propiedad» de los padres, es necesario resaltari HBnadres e hijos91. Aristóteles, por el contrario, más preocupado
las aportaciones de Platón y Aristóteles. Pues ambos filósofos vie-i rSr dar soluciones reales y posibilitas a los problemas que se
y rentaba la polis griega, asume desde el principio la defensa
ron sus planteamientos influidos por la realidad social existen­
te y, a su vez, ambos consiguieron influir con ellos en dicha rea^ |3e ese modelo existente respecto al tipo de relaciones entre pa-
feres e hijos. En lodo caso, en los planteamientos de ambos au-
lidad, e incluso en otras sociedades y en tiempos posteriores!
ftores se pueden encontrar los principales elementos teóricos
En los planteamientos de ambos autores se observa una defen­
faue configurarían esa concepción del niño como «propiedad» de
sa de lo que sería una de las bases de la sociedad ateniense: la
Ife padres que habría de caracterizar a las relaciones entre pa­
consideración sobre el respeto reverencial debido por los hijos
isas e hijos en la Atenas clásica y que, en una muy amplia me-
a los padres y el gobierno consiguiente de los padres, conforme
jídlda, siguió vigente en Roma.
a su voluntad, de la vida de sus hijos. Si bien ambos autores se
distancian en su enfoque. Platón, en su afán de mostrar cuál lH platón prescribe que el hijo ha de considerar «que todo aque-
fnp'que posee y liene, todo es de los que le engendraron y cria­
habría de ser la ciudad ideal, no duda en sacrificar, en un pri-t
mer momento, en la constitución de su república, ese modelo ción, y ha de ponerlo a su servicio en la total medida de sus fuer-
! ¿as,’empezando por los bienes de su fortuna, siguiendo por los
existente en la sociedad ateniense respecto a las relaciones eme
tre los padres y los hijos*90. Sólo con la configuración, en Las le-]
yes, de una ciudad que él mismo consideraría más aceptable
Fffií Aunque, en todo caso, hay que entender que Platón no abandonaría
por la sociedad, defiende con fuerza ese tipo de relaciones en­ ,a supeditación última del ciudadano y de los niños a las leyes de la ciudad, a la
comunidad; pues en sus planteamientos la sumisión de los hijos a los padres,
¿el poder de éstos, tienen en ellas un fin y un límite determinantes. Esto no
riándose a este pasaje, señala que esa pena de muerte sería para el hijo rebel-! quiere decir, en modo alguno, que Platón no entienda que haya razones justi-
de «incluso aunque probablemente estaba por debajo de la edad de la puberjj ficatorias de esa sumisión y ese poder de los padres sobre los hijos, pero el que
tad». (En Deuteronomio 21,18-21; y en FALK, Zc'cv W.: Hebrew law in bíblical 'éste sea el modelo que desarrolle en Las leyes se debe, como apunto en el tex­
rimes. An introduciion, Wahrmann books, Jcrusalcm, 1964, p. 114). to principal, al intento, sin renunciar a la superioridad última de la comunidad,
90 Como señala Giulia Sissa, refiriéndose al modelo planteado por Platón: '¿■formular un modelo de sociedad más real que el propuesto en Im repúbli­
«en lugar de recibir un nuevo ciudadano de manos de su padre, la ciudad dé. ca,‘atendiendo así, necesariamente, a las relaciones familiares tan importan-
berá adueñarse de cada individuo desde que sale del vientre materno. El tras" fes en Atenas. En este sentido, es significativo que al explicar en Las leyes la ne­
trocamiento de las costumbres en vigor en el siglo IV a.C. es profundo: Pialó cesidad de que la educación sea obligatoria, exprese: «pero que no vaya a ser
era tan consciente de ello que propone esta idea como uno de esos sueños ocior que el padre que quiera, mande ai hijo y el que no, le haga renunciar a la edu­
sos a los que se abandona un paseante solitario». (En SISSA, Giulia: «La familia cación, sino que, lo dicho, todo hijo de vecino, dentro de lo posible, ha de ser
en la ciudad griega (siglos v-iv a.C.)», en Burguiére, André; Klapisch-Zube éducado de modo obligatorio como quien pertenece más a la ciudad que a sus
Christiane; Segalen, Martine; Zonabend, Frangoise (clirs.): Historia de la fami­ ¡propios progenitores». Como también resulta muy revelador del pensamiento
lia, prólogos de Claude Lévi-Strauss y Georges Duby, Tomo J «Mundos lejanos fjl'Platón en este sentido un pasaje del Critón, en el que, expone como con-
mundos antiguos», cit„ p. 184). Aunque también es cierto que otras voces co ¡rme a las leyes del Estado se podría reclamar obediencia, porque la patria está
etáneas a la de Platón también propugnaban por modelos sociales destructo­ por encima incluso de los propios padres, dramatizando como las leyes le po­
res del existente, basado en las relaciones familiares. Así, ocurría también < dríán decir a Sócrates: «Pues, entonces, si gracias a nosotras naciste y fuiste cria­
la perdida República del cínico Diógenes (de quien es bien conocido su en do y educado, ¿puede caber en ti ni por un momento la idea de que no eras hijo
frentamicnto radical con la moral y las costumbres de sus conciudadanos) se aun esclavo nuestro, tú y tus progenitores?» (Véase en PLATÓN: Las leyes, 804d;
gún nos señala Carlos García Cual en GARCÍA GUAL, Carlos: La secta delpé tén PLATÓN: Critón, 50c-51c, cito por la edición, traducción y notas, con es­
rro, col. El Libro de Bolsillo, Alianza Editorial, Madrid, 1988, pp. 56-57. tudió preliminar, de María Rico Gómez, col. Clásicos Políticos, Centro de Es-
udios Constitucionales, 3."' ed., Madrid, 1986).
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La Fundamentación de los Derechos de los Niños
Ignacio Campoy

"o no hay injusticia para con uno mismo, y, por tanto, tampo-
del cuerpo y terminando por los del alma» 92. Y en el mismo sen hay injusticia ni justicia política es esas relaciones»94.
tido se pueden entender otros pasajes de Platón, como cuand K 3ero esa concepción del niño como «propiedad» no se que-
habla de la necesidad de obedecerles, de impedir que les falt wjsj'ij-una simple construcción teórica, sino que tuvo su plas-
algo, de proporcionarles siempre el cuidado debido, de cump" ñ'ción real en las dos principales sociedades de la Antigüedad:
todos sus deseos al máximo, dándoles preponderancia sobre lo Lenas y Roma. En ambas sociedades el poder del padre se de-
de cualquier otro, incluidos los del propio hijo, o cuando seña­ ‘ría, principalmente, por su carácter absoluto, lo que se co-
la, incluso, la «necesidad de que uno sea esclavo de sus prog Lponde con esa idea de que los hijos no dejan de ser una «pro-
nitores» 93. f&ad» de los padres. Resultan esclarecedoras, en este sentido,
De la consideración por Aristóteles del niño como una pap ijás afirmaciones que el profesor Jacques Ellul realiza en su aná-
te del padre, que se relaciona con éste al modo en que la p; %[s de las sociedades antiguas griega y romana hasta el siglo l
irracional del alma lo hace con la racional, se deduce la impd * pues en ellas se puede observar claramente esa concepción
sibilidad de que en dicha relación se pueda dar un trato injus jpetida del carácter absoluto del poder del padre sobre los hi-
to del padre al hijo, como el que puede darse entre gobernado ps si respecto de la sociedad griega del siglo IX al siglo VI a. C„
y gobernantes en sentido propio. Pues, en los planteamiento irá que: «Se desarrolló la familia en sentido estricto, que cons­
de Aristóteles la justicia política sólo existirá entre personas qu umía una unidad jurídica; el padre era rey en su casa; el poder
tienen un principio de participación igual en las relaciones de g «oluto pasaba del jefe del «genos» al jefe de la familia, el cual
bierno, «en el mando y en la obediencia»; siendo así, sól iémpre tuvo un poder absoluto. Disponía, según el Derecho,
de alguna manera, semejante a esa justicia la que existe en 1 e Ja vida y la libertad de los miembros de la familia. Podía re-
relaciones paterno-filiales, pues: «La justicia del amo y la del udiar a su mujer y exponer o vender a sus hijos; era juez en su
padre no es la misma que la de los gobernantes, aunque es s ^a»95. Igualmente, al estudiar la sociedad romana, dirá el pro­
mejante. En efecto, no hay injusticia, de un modo absoluto,
pecio de lo propio, y la propiedad y el hijo, hasta que llega a
edad determinada y se hace independiente, son como partes véase en ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco, 1134b8-15. Aunque, en
uno mismo, y nadie se perjudica a sí mismo deliberadamente. Po ¡ pasaje posterior (en el que si bien no hay una referencia explícita a la rela­
jón padre-hijo, es evidente que la misma queda incluida en sus conclusiones,
ues no se puede dar, conforme a los planteamientos de Aristóteles, mayor im-
ancia a los deseos del esclavo que a los deseos, la voluntad, del niño), re­
92 En PLATÓN: Las leyes, 117b-c. cocerá el Estagirita que «metafóricamente, y por semejanza, puede hablar­
93 En PLATÓN: La república, 463d, donde también se hace referen le;.no de una justicia de uno para consigo mismo, sino de una justicia entre
al respeto y el cuidado debido. Véase lo referente a la necesidad de ob ¡értas partes de uno, no cualquier justicia, sino la del amo o la doméstica,
cerles y de impedir que algo les falte en PLATÓN: La república, 538b y lo- jies en esa relación está la parte racional del alma respecto de la irracional; y
ferente a la necesidad de dar cumplimiento a sus deseos en PLATÓN: Lad­ L" recisamente cuando se mira a esas partes cuando parece que es posible la
yes, 932a-b. Para Platón ese respeto y obediencia a los padres habría de d" justicia consigo mismo, porque esas partes pueden sufrir algo contra sus
toda la vida, sólo señala una causa para que el padre perdiese las potestad '’pios deseos, y, por tanto, parece que también ellas tienen entre sí una jus-
con las que gobierna en la familia: cuando, tras la denuncia del hijo del ciá como la que existe entre gobernante y gobernado». (En ARISTÓTELES:
estado mental del padre, por enfermedad o vejez, y tras el correspondí tica a Nicómaco, 1138b5- i 2).
proceso para constatar su veracidad, se determinase su incapacidad $ 95 En ELLUL, Jacques: Historia de las instituciones de la Antigüedad. Ins-
ejercerlas correctamente. (Véase así en PLATÓN: Las leyes, 932a-d y 929. ciones griegas, romanas, bizantinas y francas, traducción y notas por F. To-
respectivamente).
107
106
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

fcsor Ellul, refiriéndose al período comprendido entre el siglo fjgfra posición moderada: el establecimiento de fines y límites
y el año 134 a. C: «El pciter tiene una potestad absoluta. Las c qü poder de los padres
sas y las personas están bajo su manus. Es probable que, en u
principio, el poder fuera igual respecto a todos, pero en el sigl |omo antes apuntaba, esa posición que venía a considerat­
ni se distinguió entre la dominica potestas sobre los esclavos ¿ ivo como una simple «propiedad» de los padres fue predo-
mancipium sobre los alieni juris agregados a la familia por man nÜnte en la Antigüedad y algunos de sus elementos perdura-
cipatio, la patria potestas (strido sensu) sobre los hijos, y la mi Imucho más allá97, parte de esos elementos incluso se pue-
mis sobre la esposa. El pater, cualquiera que sea el nombre dé ín encontrar reflejados en manifestaciones teóricas y prácticas
tjlfa actualidad. Pero lo cierto es que ya desde el Imperio ro­
su poder, tiene una autoridad sin límite; puede, p. ej., reclama
judicialmente a los alieni juris que hayan huido, por medio dé ano esa posición fue perdiendo poco a poco su legitimidad y
la acción reivindicatoría empleada para defender la propiedad ffüerza. A ello me referiré a continuación, pero conviene sil­
Puede vender a sus hijos, bien como esclavos al extranjero bar ahora que significado tiene, respecto a la evolución de la
bien en Roma a otro pater (en cuyo caso los hijos están in man jrma de entender las relaciones entre padres e hijos, la que de-
cipio). Puede excluir a los hijos de la familia; puede entregar un omino como posición moderada. En términos generales, este
hijo a otro pater para compensarle de un delito cometido pof |jnbio trascendente supone pasar de esa consideración del hijo
ese hijo. Puede ordenar el abandono de los recién nacidos. Pue­ ¿mo simple «propiedad» de los padres, pudiendo éstos, consi-
de, en fin, condenar a muerte a un miembro de la familia, aun­ %ntemente, disponer libremente de la vida de aquéllos, a la
que para ello es necesario haber realizado una investigación
obtenido la opinión de los parientes cercanos, de los agnado =¿-y continuó prevaleciendo siempre, se extendía, más allá de los esclavos
(consilium propinquorum)»96. os bienes, a los descendientes reunidos bajo una misma autoridad. Se su-
nen, sin confundirse exactamente, nociones en las que se asocian cosas
Personas en una serie continua». (Véase en DELGADO, Buenaventura: His­
más y Valiente, col. Biblioteca Jurídica, Aguilar, Madrid, 1970, p. 36. Y aunqti pía de la infancia, cit., pp. 43-44; y en THOMAS, Yan: «Roma, padres duda­
a continuación añada: «Pero todo esto se atenuó progresivamente a lo largo d~ ras y ciudad de los padres (siglo ii a. C.-siglo n d. C.)», cit., p. 204).
siglo Vil. (...) y los hijos adquirieron a su vez cierta independencia jurídica, Es el sentido en que podemos interpretar, por ejemplo, las palabras de
caminaba hacia el individualismo». Esta última afirmación habría que enteu mez Morán al afirmar: «En términos generales, podemos decir que el De-
derla en su justa medida, y es que para los hijos menores de edad el poder d ‘ o histórico español recogió la patria potestad allí donde la dejaron los ra­
padre podría seguir entendiéndose sin problemas como absoluto. Pues el pro nos después de la invasión bárbara, siguiendo su evolución, en algunos ás­
pió Ellul, al referirse después (en ese mismo libro) a la sociedad ateniense d elos, un ritmo bastante lento. El Fuero Juzgo, primero de nuestros Cuerpos
«la época democrática (510-338 a. de J. C.)», expondrá resumidamente las p~ rgáhicos de Leyes, aparece influido por un concepto excesivamente despóti-
testades del padre que hay que entender como configuiadoras de un poder a o autoritario de la patria potestad; y aunque se advierte en él la existencia
soluto, en pp. 74-75. Jjügún progreso con relación al Derecho romano, debido a la influencia ejer-
% En ELLUL, Jacques: Historia de las instituciones de la Antigüedad. Ins da por el Catolicismo y el Derecho germano, forzoso es proclamar la super-
t¡tildones griegas, romanas, bizantinas y francas, cit,, p. 264. En este sentid vencia en el mismo de algunas formas jurídicas mal armonizadas con la cxal-
resultan también significativas las palabras de Delgado y Tilomas. El prime jción religiosa del momento en que se redactó, coincidente, sin duda alguna,
porque hace resaltar el carácter absoluto y, en este sentido, ilimitado del po n los reinados de Egica y Witiza». (En GÓMEZ MORÁN, Luis: La posición
der del padre sobre la vida de sus hijos; y el segundo porque resalta esa sem 'dica del menor en el Derecho comparado, Tesis doctoral de las Univcrsida-
janza de la condición del hijo a las propiedades del padre, pues «la palab es de Madrid y Coimbra, Instituto Editorial Rcus, Centro de Enseñanza y Pu­
que designaba el patrimonio, familia, donde la idea de tropa servil era la prin blicaciones, Florián Delgado, Madrid, 1947, p. 173).

108 109
Ignacio Campoy
La Fundamentación de los Derechos de los Niños

consideración de que los padres tienen que cumplir con ciertos


deberes de los que se han de beneficiar sus hijos, deberes que vie­ La posición moderada, sin embargo, va unida a esa conside­
nen determinados por el establecimiento de unos fines cuyo ración del propio niño. Y eso significará que los padres tienen la
cumplimiento se empieza a exigir, por entender que son los que obligación de cumplir con ciertos deberes que irían en beneficio
justifican los poderes que se les reconocen a los padres sobre la del hijo. Por eso, la justificación del poder paternal exigía, ade­
vida de sus hijos, y que, consiguientemente, suponen el esta­ más de la propia paternidad, el que con su ejercicio se permitiese
blecimiento de unos límites en el ejercicio de dichos poderes. alcanzar los fines previstos, que, en este sentido, no cambiarían
Pero ese cambio sólo se puede comprender correctamente si se en lo fundamental, pues seguiría siendo el principal el de con­
entiende que el mismo tiene como base esa nueva concepción seguir formar al adulto pretendido. En este sentido, se empeza­
del niño, a la que antes me referí, conforme a la cual la perso­ ría a reconocer que el ejercicio de la patria potestad tenía como
na del niño adquiere una consideración propia. Porque, si bien obligación fundamental, exigióle, pues, a todos los padres, la de
es claro que en todo momento de la Historia se ha entendido que criar y educar a sus hijos, entendiéndose que la misma compren­
los padres con el ejercicio de sus poderes sobre la vida de sus hi­ de otras obligaciones como son las de alimentarles, vestirles, cui­
jos habrían de conseguir unos determinados fines, concreta­ darles, etc. Eso supondría que si finalmente se entendiese que los
mente la formación de un adulto poseedor de las cualidades que padres ejercitaban su poder paternal de forma que impedían o li­
la sociedad correspondiente valorase en mayor grado, eso du­ mitaban gravemente la consecución de esos fines, se pudiese limitar
rante mucho tiempo iría unido a otras consideraciones que lo o incluso anular el consiguiente poder de los padres sobre la vida
hacían incompatible con esa consideración de un valor propio de sus hijos. Y, en esa misma línea, se entendería que, más allá de
del niño y, consiguientemente, con ese reconocimiento de deberes las decisiones de los padres, el niño de por sí merecería una con­
que han de cumplir los padres en el ejercicio de sus poderes pa­
ternos. Primero, porque la justificación del poder paternal no pro­
venía del cumplimiento de esos fines, sino que simplemente se jos sin preocuparse más por ellos. Por eso, coincidirá con la exposición cuan­
do el niño sea recién nacido y el abandono sea en un lugar público, pero abar­
entendía que la legitimidad de ese poder de los padres les pro­ ca además los casos en que el niño ya hubiese sido aceptado en la familia y pos­
venía del hecho de su misma paternidad. Segundo, porque se en­ teriormente se le abandonase y cuando se hiciese en un paraje ignoto. Sin
tendía que el cumplimiento de esos fines era lo deseable, pero embargo, no trato otros aspectos muy relacionados con el abandono, como
era algo que, finalmente, dependía de la propia voluntad de los puede ser la propia venta del niño como esclavo (que trato como un supuesto
padres. Y tercero, porque pese a que se señalasen esos fines, la aparte) o las tradicionales costumbres de dejar a los niños con nodrizas en los
primeros años o en casas ajenas para que trabajasen en las mismas como sir­
ausencia de reconocimiento de una estimación propia del niño, vientes (a la que ya me he referido). Estas dos últimas prácticas no han de ser
permitía su compatibilidad real con cualquier perjuicio para el consideradas como abandono, en tanto en cuanto el niño en ambos casos es­
niño; así, como vimos, se aceptaba sin problemas que si se pen­ taban en esa situación tras una especie de contrato entre los padres de los ni­
saba que el niño tenía defectos que le impedirían transformar­ ños y la nodriza o los padres de las otras familias y, además, el menor habría
de volver, al menos en teoría, a la familia de origen. Son prácticas cuya im­
se en el adulto pretendido se deshiciesen de ellos mediante la ex­
portancia para la vida de los niños durante muchos siglos es innegable (mu­
posición, el abandono98 o el infanticidio directo. chas veces se ha señalado como la crianza por nodrizas suponía en demasia­
das ocasiones incluso la propia muerte del niño), pero cuyo estudio queda más
allá de los objetivos que en este libro me he propuesto. En todo caso, de su co­
En lo que sigue, al referirme al abandono de los hijos pretendo seña­ nexión con la figura del abandono, su importancia y su extensión, nos da una
lar aquellas circunstancias en las que los padres dejaban a su suerte a sus hi- buena idea un autor tan importante como deMause, especialmente en
DcMAUSE, Lloyd: «La evolución de la infancia», cit., pp. 59-63.
110
111
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

sideración propia, un valor como ser humano que había que res­ La constitución de lo que aquí se ha denominado como la po­
petar. Así, conforme a estos dos últimos puntos, algunas potesta­ sición moderada en la forma de entender las relaciones entre
des tradicionalmente reconocidas a los padres empezarán a ser li­ padres e hijos es el producto de una lenta evolución en el pen­
mitadas, como el derecho de corrección de los hijos, y otras samiento occidental, en la que tuvo una importancia determi­
empezarán a ser limitadas y, finalmente, prohibidas, como el de­ nante la expansión de las ideas cristianas y cuyos orígenes más
recho a disponer sobre la vida y muerte de los hijos o el derecho a claros los podemos situar hacia el final del Imperio Romano de
venderles como esclavos. Aunque, como también veremos, las po­ Occidente, ya en los siglos de la decadencia del Imperio y qui­
testades que todavía conservarán los padres para poder decidir so­ zá con una especial relevancia en el siglo IV. Pues, aunque se
bre la vida de sus hijos seguirán siendo muya amplias y la consi­ pueden encontrar algunos elementos resquebrajadores del an­
deración del niño no alcanzaba al entendimiento de que todo niño tiguo poder paternal absoluto en fechas anteriores, como, por
merecía por su especial indefensión una especial protección —un ejemplo, lo hace Gómez Morán al atender a lo que implicaría
planteamiento que será característico del proteccionismo «tradi­ para el hijo la regulación de las leyes de las XII Tablas l0°, o el
cional», ya en el siglo xvn—. En todo caso, es necesario advertir, aun­ profesor Ellul al apuntar la existencia de un cambio significativo
que este tema lo desarrollaré en un sentido más general el tercer en el período que va desde el año 14 al 306 d. C. I0‘; es claro
apartado de este capítulo, que ese cambio en la forma de concebir que todavía en esas fechas, principalmente antes del siglo II d. C.,
las relaciones entre los padres y los hijos no será sólo un cambio habría de mantenerse un poder del padre sobre la vida de sus hi­
jurídico, de concepciones teóricas y realidades prácticas sobre las jos tan extenso que podría entenderse en buena medida como
relaciones entre padres e hijos, sino que la profundidad del cam­ absoluto. Será en un momento posterior cuando se produzca
bio únicamente adquiere pleno sentido cuando se entiende que un cambio trascendental en la concepción de la patria potestad
supone, a su vez, una transformación en el desarrollo de un cada romana, que coincidirá con esa denominada visión moderada
vez mayor sentimiento de empatia de los padres hacia sus hijos99. de la forma de entender las relaciones entre padres e hijos. El
propio Ellul explicará que ese cambio, que empezaría a darse en
el período antes señalado, se acrecienta en el que va desde el
99 De hecho, la evolución en este sentimiento de empatia estará detrás de 306 al 476 d. C.: «El poder del pater fue regulado por las Cons­
todas las transformaciones en la forma de entender las relaciones entre pa­ tituciones. Ya vimos que el pater no podía ahora condenar a su
dres e hijos que en los siguientes capítulos se señalaran respecto a los mode­ hijo (desde el 319) ni abandonarle (desde el 374), si bien, por el
los proteccionista y liberacionista. En este sentido, es muy significativo el es­ contrario, podía venderlo legítimamente. Pero la patria potes­
tudio de deMause, en el que al exponer una «periodización de las formas de
relaciones paternofiliales», se puede observar esa evolución del sentimiento tad tiende a ser simplemente un derecho a educar a los hijos» l02.
100 101
de empatia de los padres hacia sus hijos; evolución que, como en él se indica, Resultan, en este sentido, muy esclarecedoras la exposicio­
continúa hasta nuestros días. Así, aunque advierte que «La periodización que nes que realizarían los historiadores Jéróme Carcopino y Al­
se hace a continuación debe considerarse como una indicación de los tipos de
relaciones paternofiliales que se daban en el sector psicogénicamente más
avanzado de la población en los países más adelantados», hay que subrayar que:
100 Véase al respecto en GÓMEZ MORÁN, Luis: La posición jurídica del
«La serie de seis tipos representa una secuencia continua de aproximación en­
menor en el Derecho comparado, cit., pp. 171-172.
tre padres e hijos a medida que, generación tras generación, los padres supe­
101 Véase al respecto en ELLUL, Jacques: Historia de las instituciones de
raban lentamente sus ansiedades y comenzaban a desarrollar la capacidad de
la Antigüedad. Instituciones griegas, romanas, bizantinas y francas, cit., 376-377.
conocer y satisfacer las necesidades de sus hijos». (En DeMAUSE, Lloyd: «La
102 En ELLUL, Jacques: Historia de las instituciones de la Antigüedad. Ins­
evolución de la infancia», cit., p. 88).
tituciones griegas, romanas, bizantinas y francas, cit., 442.

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La Fundamentación de los Derechos de los Niños
Ignacio Campoy

un crimen. Antes de que Constantino calificara de parricidio el


fonso Otero, el primero apuntando más al cambio en la realidad asesinato de un hijo por su padre, Adriano ya había deportado
jurídica y social y el segundo apuntando más al cambio en la for­
a una isla a un paterfamilias que, en el transcurso de una cace­
ma de entender el poder de los padres sobre la vida de sus hi­
ría había matado a su hijo por haber deshonrado sus segundas
jos. Por eso, resulta conveniente citar ambas en extensión. Para
nupcias. El emperador Trajano obligó a otro, que simplemente
Carcopino, ya en la sociedad romana del siglo II se puede ob­
había maltratado al suyo, a emanciparlo enseguida y a renun­
servar la desaparición de la antigua concepción de la patria po­
ciar a cualquier posible herencia que pudiera recibir en el fu­
testad del paterfamilias; pero, conforme a su exposición, vemos
turo». Y es que, como después señala este autor, «la opinión pú­
que todavía en ese siglo no está asentada, aunque sí apuntada,
blica, que censuraba la atroz severidad del pasado, en tiempos
la posición moderara a la que aquí me refiero respecto a la for­
de Trajano y Adriano exigía, ya no la omnipotente autoridad pa­
ma de entender las relaciones entre padres e hijos. Así, dirá Car-
terna, sino la ternura piadosa a la que hacía alusión un juris­
copino: «los dos rasgos esenciales de la patria potestas, la auto­
ridad absoluta del padre sobre sus hijos y la autoridad absoluta consulto del siglo m» 103.
del marido sobre la mujer que tenía a su cargo (in manu), como Y por otra parte, si bien me parece acertada, en general,
la exposición que realizaría Alfonso Otero de ese cambio en la
si se tratara de una de sus hijas (loco filiae), se habían ido des­
dibujando gradualmente. En el siglo II de nuestra era práctica­ concepción de la patria potestad, creo que respecto a la misma
mente habían desaparecido. El pater familias dejó de tener so­ habría que hacer tres consideraciones previas. Primero, que
bre sus hijos el derecho de vida y muerte que las Doce Tablas y habría que reducir la excesiva «confianza» que pone en la ide­
las leyes sagradas, pretendidamente reales, les habían otorgado. ología y la práctica del cristianismo 104. Segundo, habría que
Es cierto que aún poseía el terrible derecho, del que gozará has­ atender a otras razones, ajenas a la consideración del propio
ta el año 374 de nuestra era, momento en que quedaría abolido niño en sí, como motivadoras de esa transformación de la pa­
gracias a la influencia del cristianismo, de abandonar a sus re­ tria potestad. Y tercero, habría que advertir que la transfor­
cién nacidos en los vertederos públicos, donde perecían de ham­ mación que se señala en dicha patria potestad, en ocasiones da
bre y de frío si la piedad de un transeúnte, mensajero e instru­
mento de la bondad divina, no los salvaba a tiempo. Es de
suponer que, cuando se trataba de alguien pobre, era fácil que 103 En CARCOPINO, Jéróme: La vida cotidiana en Roma en el apogeo del
Imperio, col. Historia, temas'de hoy, Madrid, 2001, pp. 110-111 y 112.
recurriera más o menos gustosamente a esta forma de infanti­ I0J Excesiva «confianza» que se pone de manifiesto cuando afirma, den­
cidio legal. Por ello, a pesar de las aisladas protestas de algu­ tro de la exposición que señalo en el texto principal, que «La familia cristiana,
nos predicadores estoicos como Musonius Rufus, el pater fami­ centrada no sobre el poder jurídico del paterfamilias, sino sobre el matrimonio
lias siguió abandonando sin remordimientos a sus hijos, sobre concebido como sacramento, tiene una finalidad exclusivamente ética. En su
todo a los bastardos y a las hijas (...) Pero, desde el momento en ámbito nunca fue anulada la autonomía y la personalidad de sus componentes,
y únicamente por estos fines éticos es reconocido un poder del pater sobre los
que los tomaba bajo su protección, el pater familias ya no podía filii. Las relaciones ente pater y filii ya no son reguladas por el concepto jurídi­
desembarazarse de ellos; no podía decidir su venta, o mancipa­ co y unilateral que supone por una parte poder y por otra sujeción, sino única­
do, situación que en otros tiempos les condenaba sin remedio mente por \apietas, que es la ley universal y humana». (En OTERO, Alfonso: «La
a la esclavitud, ya que solo estaba tolerada con fines de adopción patria potestad en el Derecho histórico español», cit„ p. 213. Puede verse un es­
o de emancipación; ni su ejecución capital, que tolerada aún en tudio, a través de un análisis de distintos fueros extensos, sobre la patria potestad,
o sobre la inexistencia de la misma tal cual se había venido entendiendo, des­
el siglo I a. C., tal como lo demuestra la suerte de un cómplice
de el final de la Monarquía visigoda hasta las Partidas en pp. 221-232).
de Catilina, Aulus Fulvius, en el siglo n estaba considerada como
115
114
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

la impresión de dar por concluido muy tempranamente un pro­ officium, esto es, en un deber en interés del sometido, y sólo
ceso que, como aquí defiendo, duraría, al menos, hasta el si­ para tal fin le son atribuidos poderes al pater» 10S. *
glo xvil. Así, expone Otero: «La patria potestas, en su estructu­ En la Edad Media se continuará defendiendo y ampliando
ra originaria, supone poder y no deber hacia los sometidos, a esa forma de entender las relaciones entre padres e hijos que
no ser en la esfera moral. El Derecho se detiene ante la patria aquí he denominado como posición moderada y que, como he­
potestas y no atraviesa el umbral de la familia. Pero existe toda mos visto, ya se estructurará en los últimos siglos de la Anti­
una evolución histórica por la cual, a través de graves restric­ güedad. En este sentido, uno de los textos jurídicos que mejor
ciones en los poderes e imposición de obligaciones, la patria reflejan ese progreso en la posición moderada y que, a su vez,
potestas se comienza a concebir como officium, es decir, como permite observar algunas carencias que impiden hablar todavía
un deber de protección y de asistencia. A pesar de que el prin­ de la implantación del proteccionismo, es el Código de Alfonso X
cipio general de que la patria potestas es un poder absoluto, la de Las Siete Partidas. En sus leyes, de evidente y explícita ins­
evolución histórica llega a transformarlo en un poder de co­ piración cristiana, se muestra claramente como en el siglo XIII
rrección de los hijos. La evolución de la patria potestas es pa­ se establecía la obligación moral y jurídica de los padres de dar
ralela a la de la familia romana. (...) Lo que cuenta no es la re­ «crianza» a sus hijos, entendiendo dicha crianza de una forma
lación de matrimonio o de filiación, sino la sujeción al pater. La muy amplia. Así, en la Ley' II del Título XIX de la Partida IV se
síntesis de la noción de familia y de paterfamilias se encierra, establecía que: «Claras razones e manifiestas son porque los pa­
todavía en tiempo de Ulpiano (D. 50, 16, 195, 2), en dos simple dres, e las madres son tenudos de criar a sus fijos. La vna es,
proposiciones: sujeción y poder. Ninguna otra cosa hay jurídi­ mouimiento natural, porque se mueuen todas las cosas del mun­
camente apreciable. (...) Son varias las causas que fueron mo­ do, a criar e guardar lo que nasce dellas. La otra es por razón del
dificando la institución. (...) Pero, sobre todo, ha debido de in­ amor que han con ellos naturalmente. La tercera es, porque to­
fluir el cristianismo, con su nueva concepción de la familia. dos los derechos temporales e spirituales se acuerdan en ello. E
(...) La patrística, desarrollando las enseñanzas de San Pablo, la manera en que deuen criar los padres a sus fijos, e darles lo
presenta una nueva concepción de la familia y de la patria po­ que les fuere menester, maguer non quieran es esta: que les
testas. Esta nueva concepción penetra en la legislación a par­ deuen dar que coman: e que beuan, e que vistan, e que calcen:
tir de Constantino. (...) Después de las profundas transforma­ e lugar do moren: e todas las otras cosas que le fuere menester
ciones operadas en el campo del ius vitae ac necis, del ius sin las quales non pueden los ornes biuir. E esto deue cada vno
vendendi, del ius exponendi y de la noxae deditio, la patria po­ fazer, segund la riqueza e el poder que ouiere, catando todavía
testas asume otro carácter y otra función. Sólo considerando esta la persona daquel que lo deue recebir, en que manera le deuen
transformación radical se puede decir que la institución mo­ esto fazer. E si alguno contra esto fiziere, el judgador de aquel
derna tenga impronta romana, como hace Windscheid. No es logar lo deue apremiar prendándolo, o de otra guisa: de mane­
ya un poder absoluto y total atribuido en interés del pater o del ra que lo cumpla, assi como sobredicho es». Y lo «sorprenden­
grupo, sino deber de corrección, asistencia y protección, que co­ temente moderno» de la regulación de esta obligación de los
rresponde a una nueva concepción de las relaciones entre pa­ padres de dar una amplia crianza al niño, se ha de comple­
dres e hijos. No se trata ya de la subordinación jurídica total a
la voluntad del pater, sino del deber de honrar al progenitor y
de obedecerle. Lo que antes eran deberes solamente éticos se tor­ 105 En OTERO, Alfonso: «La patria potestad en el Derecho histórico es­
nan deberes jurídicos. La patria potestas se convierte en un pañol», cit., pp. 212-214.

116 117
Ignacio Campoy
La Fundamentación de los Derechos de los Niños

mentar todavía con lo establecido en las dos Leyes siguientes.


las razones fundamentales que explican esa diferente forma de
Pues conforme a ellas los menores de tres años debían de ser cria­
proteger al niño. Así, la concepción cristiana del valor de toda
dos, en principio, por la madre, así como los mayores de esa
vida humana y la protección consiguiente de los niños queda
edad por el padre, estableciéndose una especie de lo que en tér­
minos actuales podríamos entender como una «obligación de bien de manifiesto no sólo en la regulación antes referida que
hacía la Ley II de ese Título XIX de la Partida IV, sino sobre
prestación de alimentos» del padre o, en su caso, la madre para
todo por la propia Ley V de ese mismo Título, en la que si bien
la crianza de los hijos l06.
No obstante, esa regulación tan «moderna» de la patria po­ se excluía la obligación de los padres de criar a los hijos que no
testad debe de ser rápidamente matizada. Pues hay que desta­ sean los antedichos, obliga, sin embargo, a realizar esa crianza,
car que, conforme a la Ley V del Título XIX de la Partida IV, la siempre que tuviesen recursos para ello, a la madre y a sus as­
obligación de los padres de realizar esa crianza se establecía cendientes por línea paterna. Sin embargo, las razones que el le­
sólo para los hijos considerados por el legislador como legítimos gislador da en esa Ley V para excusar a los padres de la crian­
y los tenidos con mujeres que de forma manifiesta eran tenidas za de sus posibles hijos: «E esto es por esta razón, porque la
como si fuesen sus mujeres legales, aunque legalmente no lo madre siempre es cierta del fijo que nace della, que es suyo lo
fuesen y siempre que no hubiese algún impedimento legal en que non es el padre de los que nascen de tales mugeres», no per­
su relación. La regulación de Las Siete Partidas resulta muy in­ mite comprender bien todas las razones del legislador. Pues,
teresante en este aspecto, porque la misma permite comprender conforme con lo dicho en la Ley III del Título XIV de esa Parti­
que a las antedichas reflexiones, que mostraban el hecho de que da IV, parece claro que una de las preocupaciones fundamentales
la ideología cristiana y el valor que en la misma adquiría toda del legislador es la protección y conservación del linaje fami­
vida humana fue un importante motor de esa transformación so­ liar, pues en ella la exclusión de la crianza del hijo es motivada
bre la concepción del niño y la forma de entender la patria po­ por la mezcla de la sangre familiar de los «ornes nobles, e de
testad, deberíamos añadir ahora (como en el último apartado de gran linaje» con otra que se viene a considerar como si fuese
este capítulo expondré con algo más de detalle) que hay que en­ impura por provenir de madres consideradas como «viles», «Ca
tender que esos cambios también traen causa en consideracio­ non seria guisada cosa, que la sangre de los nobles fuesse em­
nes externas al propio niño. Consideraciones que hacen que el bargada, nin ayuntada a tan viles mugeres». Y, conforme a lo
niño sea indirectamente receptor de unos beneficios que sólo señalado en la Ley II del Título XVII y en la Ley III del Título XV
en cierta manera puedan ser entendidos como «derechos». En de esa misma Partida IV, se observa como son consideraciones
el presente caso el interés en conseguir la protección del linaje, morales, como es el rechazo de las relaciones incestuosas (a las
antes que la protección del niño en sí, se presenta como una de que después me referiré con más detenimiento) o las tenidas
con las «barraganas», las que impiden que el hijo sea conside­
rado bajo la patria potestad así como que reciba la herencia o
106 En este mismo sentido, un autor tan importante de ese siglo xm como las honras de sus padres y abuelos, o aún perder las propias dig­
fue santo Tomás de Aquino, vendrá a reconocer también, aunque más escue­ nidades y honras que ellos mismos hubiesen alcanzado 107. In­
tamente, esa obligación de los padres de criar a sus hijos, y es que para el de
Aquino esa obligación de los padres hacia con los hijos es de tal naturaleza
que se habría de imponer incluso al deseo del padre de entrar en la vida reli­
giosa. (Véase en 2-2, qs. 101 y 189, arts. 2 y 6, respectivamente; en AQUINO, 107 Una ideología que volvemos a ver compartida en el pensamiento del
Tomás de: Suma Teológica, Tomos III y IV, cit., pp. 638 y 166). insigne autor de la época santo Tomás de Aquino. Para éste habría que distin­
guir entre cuatro posibles estados de los hijos: «algunos son naturales y legíti-

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119
La FundametUación de los Derechos de los Niños
Ignacio Campoy

se disponer como quisiese. Sin embargo, también habría que


cluso, aunque como antes veíamos, en todo caso se imponía la concluir, conforme al análisis realizado, que en ese siglo XIII to­
obligación a las madres, y sus ascendientes por línea paterna, davía se estaría muy lejos de conseguir una auténtica protec­
de cuidar a esos hijos suyos que el padre estaba eximido de criar, ción del niño, de todo niño, una protección que, en realidad,
en la Ley XI del Título XIII de la Partida VI observamos que, fi­ sólo cabe entender que se da plenamente con el modelo pro­
nalmente, tampoco todos esos hijos son aceptados para poder he­ teccionista que luego analizaré. Nos encontramos, pues, en una
redar a la madre, sino que, de nuevo, y pese a las consideracio­ posición intermedia, la aquí denomino como «moderada», en la
nes iniciales que se hace del derecho que tienen todos los hijos que no se puede hablar de un sistema de reconocimiento y pro­
a heredar en igualdad de condiciones de los bienes de la madre tección de derechos de los niños, pero en la que sí se considera
por que ésta puede estar segura de su maternidad, otras consi­ el valor propio del niño. Y así, conforme antes apunté, esa exi­
deraciones morales respecto al nacimiento de algunos de ellos, gencia realizada a los padres de crianza y educación de sus hi­
los nacidos por relaciones incestuosas, de religiosas o de putas, jos supondría que a aquellos, en el caso de que se entendiese
hace que éstos sean excluidos de esa paridad en la herencia ma­ que en el ejercicio del poder que se les reconocía sobre la vida
terna. Son, pues, todas esas razones morales y el deseo de pro­ de sus hijos estuviesen impidiendo o limitando gravemente la
teger y conservar el linaje familiar, y no la inseguridad sobre la consecución del fin de formar al adulto pretendido, se les pu­
filiación, las que motivan que el hijo no sea criado, no reciba la diese limitar o anular dicho poder. Sólo con este enfoque se
herencia familiar, ni sea considerado dentro del linaje familiar. pueden entender bien hechos como el que en estas socieda­
Por eso, si bien esa obligación de los padres de criar a los hi­ des, donde los hijos estaban sometidos en primer lugar y prin­
jos antedichos, que hemos visto que establecían Las Siete Parti­ cipalmente al poder de los padres, sin embargo, se regulase
das, permite descartar que los mismos puedan ser concebidos que la incompetencia manifiesta de éstos para la consecución
como una simple «propiedad» del padre, de la que éste pudie- de ese futuro adulto pretendido fuese causa suficiente para
que el niño se apartase de los padres y la colectividad asumie­
se esa función. Es el caso de las acciones de los hospicios, pues,
17ios; como aquellos que nacen de verdadero y legítimo matrimonio', otros natu­ como señalan Bajo y Betrán, a mediados del siglo xiv, debido
rales y no legítimos, como los hijos que nacen de la fornicación simple; cier­ a la «gran cantidad de niños en la calle sin recursos ni espe­
tos legítimos y no naturales, como los adoptivos, y algunos ni legítimos ni na­
ranzas (...) las corporaciones ciudadanas se esforzaron por re­
turales, como los espúreos nacidos de adulterio ó de estupro, porque los tales
nacen contrariamente á la ley positiva y espresamente contra la ley de la na­ coger a los pequeños mendigos —a veces separándolos de sus
turaleza. (...) se dice que alguno sufre un daño por consecuencia de algo de padres— para colocarles como aprendices de un oficio con el
dos modos: 1,° porque se le sustrae lo que le era debido, y de este modo el hijo fin de romper así el círculo vicioso de la pobreza. Los motivos
ilegítimo no incurre en pérdida alguna: 2.° porque no le es debido algo que po­ de estas corporaciones eran sin duda meritorios, aunque ello
dría serle de otro modo; y en este concepto el hijo ilegítimo sufre dos clases de implicaba apartar a muchos niños de sus familias con las que
daño; uno porque no es admitido á los actos legítimos, como á los oficios ó dig­
no necesariamente eran desgraciados, y que constituían, ade­
nidades que requieren alguna honestidad en aquellos que los ejercen, otro por­
gue no sucede en la herencia paterna. Sin embargo, los hijos naturales pueden ser
más, sus vínculos afectivos más estrechos» 108.
herederos en la sexta parte únicamente, los espúreos en ninguna; aunque por de­
recho natural los padres estén obligados á proveerles de las cosas necesarias.
Por lo cual pertenece al cuidado de los obispos, el que obliguen á sus padres á 108 En BAJO, Fe y BETRÁN, José Luis: Breve historia de la infancia, cit.,
que les provean en sus necesidades». (En Suplemento, C. 68, arts. 1 y 2; en p. 61.
AQUINO, Tomás de: Suma Teológica, Tomo V, cit., pp. 352-353).
121
120
Ignacio Campoy
La Fundamentación de los Derechos de los Niños

Una vez señalados los principales elementos configuradores


En Atenas, como en Romal09, la familia era la base sobre la
de las dos posiciones que claramente se pueden diferenciar en
que se sustentaba toda la estructura social, aunque finalmente
la evolución seguida en la forma de entender y articular el
friese la sociedad política la que debería de primar110. 111
Confor­
*
poder de los padres sobre la vida de sus hijos en el período his­
me a ello, la sociedad conservará siempre ese amplio poder re­
tórico que en este primer capítulo se estudia, es el momento
gulador de la vida ciudadana que caracteriza al mundo antiguo,
para exponer con más detalle como se desarrolló dicha evo­
pero igualmente hay que tener presente que la institución fa­
lución respecto de las principales potestades que constituye­
miliar va a adquirir un lugar decisivo en esa construcción social.
ron ese poder.
De esta manera se explica que todo individuo había de someterse
a dos procesos de aceptación para poder ser miembro de las
dos instituciones básicas en las que se desarrollaban sus vidas:
3. La evolución en el reconocimiento de las principales
la familia y el Estado. Es, consecuentemente, la primera acep­
potestades conformadoras del poder de los padres
tación, la del recién nacido en el seno familiar, la que supone un
paso necesario para la aceptación del niño en la sociedad; y para
En este apartado pretendo exponer las principales potestades
que esa aceptación como miembro de la familia se produjese
con las que tradicionalmente se ha distinguido al poder del pa­
habían de seguirse en los primeros días de nacimiento unas ce­
dre sobre la persona del hijo. Quedan fuera, así, algunas potes­
remonias marcadas por su carácter religioso (en la sociedad
tades que en determinadas sociedades se les reconocían a los
ateniense se distinguía, así, entre la aceptación por el padre en
padres pero que no poseen la misma trascendencia, como la ca­
la Amphidromia y la aceptación por la fratría en la Apatouria),
pacidad de designar en el testamento un tutor para el hijo o las
en las que el padre, que las dirigía, mostraba su aceptación del
potestades del padre sobre los bienes de sus hijos (asunto este úl­
recién nacido, pero si el niño no era aceptado por el padre, en­
timo al que me referiré al tratar la posible consideración de de­
tonces se procedía a su exposición11Y aunque la exposición del
rechos de los niños, pues, como se verá, en cierta medida son
precisamente los bienes de los niños los que reciben una mayor
protección frente a la acción del padre).
109 Estas serían las principales sociedades de la Antigüedad de las que se
poseen referencias que confirman que se producía de forma extendida la prác­
tica de la exposición, pero en otras sociedades podían existir notables dife­
a) El derecho de vida y de muerte sobre los hijos. rencias, como nos advierten Bajo y Betrán respecto a una civilización tan im­
La potestad de la exposición portante en el mundo antiguo como era la egipcia: «En Egipto, por el contrario,
el nacimiento de una niña era tan bien recibido como el de un niño. La mujer
Aunque es evidente que ambas potestades, la capacidad de egipcia tenía una alta consideración social y disfrutaba de una libertad de mo­
vimientos muy superior a la de las mujeres atenienses o romanas. (...) Y pare­
exponer al recién nacido y la posibilidad de dar muerte al hijo,
ce que fue excepcional el abandono de hijos, a diferencia de lo que sucedía en
son diferentes, y que, además, no eran entendidas como igua­ Grecia o en Roma». (En BAJO, Fe y BETRÁN, José Luis: Breve historia de la in­
les en las distintas sociedades en las que se reconocían a los pa­ fancia, cit., pp. 17-18).
dres, creo que hoy sí tiene sentido tratarlas de forma conjunta, 1,0 Es la idea que podemos observar en autores tan significativos de cada
pues ambas potestades comparten un elemento esencial de una de esas sociedades como son Aristóteles y Cicerón. Así, en ARISTÓTE­
unión: la posibilidad de decidir sobre la vida de los hijos de for­ LES: Política, 1252a-1253a; y en CICERÓN: Sobre los deberes, Libro I, 54-57.
111 Respecto a las dos ceremonias que se podrían distinguir en la Amphi­
ma que se produzca su muerte.
dromia, puede verse en GOLDEN, Mark: Children and Childhood in Classical

122 123
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

menor no llevaba aparejada necesariamente la muerte, sí pare­ le había depositado la comadrona: gesto de apropiación que le
ce que es la muerte, o al menos la desaparición del niño, lo que introducía en su derecho, pues tollere liberos quiere decir tam­
en la mayor parte de los casos se pretendía y se conseguía "2. bién “adquirir la potencia paterna". Si se trataba de una hija, or­
En todo caso, hay que constatar que ya desde el inicio se ha­ denaba simplemente que la madre le diese el pecho. Así, "ali­
cían distinciones, respecto a la aceptación o la exposición, entre mentar” (ali jLibere) una hija era una manera de decir que se la
varones y hembras. Pues, como se sabe, la vida de las niñas y de dejaría vivir, mientras que el primer alimento del hijo era con­
los niños, como la de las mujeres y de los hombres, vendrían secuencia de un gesto por el cual el padre lo integraba en la se­
marcadas por importantes diferencias tendentes a asegurar la rie de los poderes heredados y transmitidos» “4.
preeminencia familiar y social del varón sobre la mujer. Así, por Esa era la primera y esencial potestad que se le reconocía al
señalar aquí simplemente una diferencia simbólica, pero im­ cabeza de familia, el Kyrios ateniense o el paterfamilias romano:
portante, en esos actos de aceptación del recién nacido (ob­ la aceptación o no del neonato como miembro de la familia.
Una potestad que se caracterizaba, precisamente, por la liber­
viando, pues, otras consideraciones importantes, como el que,
tad con que los padres de familia podían ejercitarla l15; 116
pues la
de hecho, las niñas tenían más posibilidades de sufrir la expo­
no aceptación y la consiguiente exposición o abandono del re­
sición que los niños varones y fuesen peor atendidas incluso
cién nacido era una práctica no sólo aceptada jurídicamente "6,
una vez aceptadasl13), señala Yan Tilomas que en la familia ro­
mana: «Al nacer, el padre levantaba al niño de la tierra, donde
114 En THOMAS, Yan: «Roma, padres ciudadanos y ciudad de los padres
(siglo II a. C.-siglo n d. C.)», cit., p. 206.
Athens, cit., pp. 23 y 24; y respecto a la trascendencia básica de esa ceremonia 115 Pues eran tan numerosas las razones para la aceptación o el rechazo
de la Amphidromia no sólo para la aceptación primera del niño sino también, y la consiguiente exposición, que, en realidad, sólo se pueden comprender si
y derivado de ello, para toda su vida futura como ciudadano, y la necesidad de entendemos que el único elemento necesario para que aquélla se produjese
pasar por un reconocimiento intermedio por la familia más extensa, que su­ era la voluntad del padre. Así, por ejemplo, parece que lo entiende Monroe,
pondría su inscripción en la fratría, que se produce a través de la Apatouna, para respecto de la sociedad ateniense, al exponer que: «en Atenas el padre ejercía
que se pudiese producir el posterior reconocimiento como ciudadano en SIS- este derecho con una mayor libertad, guiado por la prudencia, por motivos
SA, Giulia: «La familia en la ciudad griega (siglos V-IV a.C.)», cit., pp. 177 y 178; económicos o por mera indiferencia»; y Delgado, respecto de la sociedad ro­
respecto a la consecuencia de la exposición del niño, su no acogimiento en el mana, cuando afirma: «El derecho a exponer al hijo recién nacido (Ius expo-
hogar familiar, al considerarse que existe una no aceptación del padre por la nendi) facultaba al padre a abandonarlo con cualquier pretexto». (En MONROE,
no celebración en tiempo de la Amphidromia, en BEAUCHET, Ludovic: Histoire Paul: Historia de la pedagogía, tomo I, cit., p. 116; y en DELGADO, Buenaven­
du Droit privé de la République Athénienne, Livre II «Le droit de famille», cit., tura: Historia de la infancia, cit., p. 45).
p. 87; y respecto de las ceremonias rituales que se producían en la sociedad ro­ 116 En realidad, esa capacidad del padre para poder exponer a su hijo re­
mana, puede verse una descripción en DELGADO, Buenaventura: Historia de cién nacido no estuvo regulada en ninguna ley ateniense. Por lo que su ejerci­
la infancia, cit., pp. 45-46. cio le era al menos permitido, al no ser prohibido legalmente. Aunque las con­
112 Y, sin embargo, como señala el profesor Beauchet, la exposición en Ate­ clusiones de un autor como Beauchet van más lejos de ese simple permiso,
nas no conllevaba la pérdida de la patria potestad del padre, que, en cualquier pues para él consistiría en un derecho el padre que derivaría «de la soberanía
momento, mediante la prueba de la filiación, podía volver a ejercerla. Lo que absoluta que el padre de familia debió poseer originariamente, como nosotros
impedía que adquiriesen firmeza acciones como la adopción o la venta como lo hemos admitido, en Atenas como en Roma, sobre todos los miembros de la
esclavo del niño recogido. (Véase en BEAUCHET, Ludovic, Histoire du Droit pri­ familia, soberanía que es mantenida en el derecho ático en todos los aspectos
vé de la République Athénienne, Livre II «Le droit de famille», cit., pp. 88-89). en que el legislador no haya limitado. (...) Pero ninguna disposición legislati­
113 Sobre este último punto puede verse una referencia en GOLDEN, va jamás prohibió ni tampoco limitó en Atenas el derecho de exposición. Con­
Mark: Children and Childhood in Classical Athens, cit., pp. 94-95. secuentemente todo ciudadano conservó siempre la plena y entera facultad de

124 125
La Fundamentación de los Derechos de los Niños
Ignacio Campoy

La aceptación generalizada que existía en las sociedades ate­


sino que también gozaba de un amplio consenso social "7, por niense y romana sobre la práctica de la exposición se fue res­
lo que no es de extrañar que fuese ampliamente utilizada en di­ quebrajando en los siglos siguientes, en que se empezó a prohi­
chas sociedades "8. bir, primero moral y después jurídicamente. Prohibciones que,
En todo caso, la existencia de esa práctica de la exposición en todo caso, no impidieron que dicha práctica continuase, cada
muestra que tanto en Atenas como en Roma se negaba al niño el vez con menor intensidad, incluso hasta nuestros días —como
primer derecho básico que hoy se reconoce a todo recién nacido: muestran también las distintas medidas que en las sociedades
el derecho a la vida. El niño nacía tan desnudo física como jurí­ de los siglos posteriores se tomaron para proteger a los niños ex­
dicamente, y sólo tras su aceptación en la comunidad en la que iba pósitos y abandonados (a las que después habré de volver a refe­
a desarrollar su existencia se podía empezar a considerar como per­ rirme)—. Ese cambio que se produce con la prohibición y per­
sona para dicha comunidad. De esta manera es más fácil enten­ secución de la exposición y el abandono de los hijos estará
der como el niño llegaba a ser considerado como «propiedad» de directamente vinculado con el nuevo valor que se le irá reco­
aquél que le había admitido en la comunidad; el niño pasaría, así, nociendo a la vida humana en general y, consiguientemente, a
en Atenas y en Roma, primeramente a ser posesión del padre, al la del niño en particular.
que le debía no sólo la vida física sino también la social.117 * Pero el hecho es que incluso la condena de esa práctica ha­
bría de ir durante muchos siglos unida a una aceptación implí­
cita de la misma, y una buena prueba de ello la podemos en­
exponer a sus hijos». En todo caso, lo que resulta evidente es que la exposición contrar, por ejemplo, en el Derecho medieval español. Así, si bien
de los hijos era una práctica comúnmente aceptada en Atenas y que de su ejer­
cicio no derivaba ninguna clase de sanción para el padre. (Véase la cita en podemos observar ya la condena de esa práctica en el Derecho
BEAUCHET, Ludovic: Histoire du Droit privé de la République Alhénienne, Liv- visigodo, pues el Fuero Juzgo, cuyo título IV del Libro IV estaba
rc II «Le droit de famillc», cit., p. 91). dedicado a los niños expósitos, calificaba explícitamente dicho
117 Para Beauchet la práctica en la sociedad ateniense era defendida por acto como un pecado, sin embargo, el castigo que se establecía
la opinión pública y los mismos filósofos, por razones como evitar un exce­ sólo afectaba a los padres que reconociendo a su hijo expósito no
dente de nacimientos que se consideraba potencialmente peligroso para las
lo redimiesen del que lo tuviese en su poder, e incluso en la ex­
ciudades, o simplemente por que así se evitaba la división del patrimonio pa­
ternal; aunque, como antes indicaba, las razones que se daban hacia que, en posición del niño por medio de un siervo del padre sólo aquél era
todo caso, fuesen las niñas las que más frecuentemente sufriesen la exposi­ castigado. Una mayor reprensión de esa práctica la encontra­
ción. (Véase así en BEAUCHET, Ludovic: Histoire du Droit privé de la République mos en el Fuero Real, pues aunque todavía se puede seguir apre­
Alhénienne, Livre II «Le droit de famille», cit., p. 86. También Golden remar­ ciando en este texto jurídico un reconocimiento implícito de esa
ca la mayor probabilidad de la exposición de las niñas en GOLDEN, Mark:
capacidad de los padres, a diferencia de lo que vimos en la re­
Children and Childhood in Classical Arhens, cit., pp. 87 y 94).
"s Lo que, evidentemente, venía facilitado por la propia concepción que gulación que ya hacía de la exposición el Derecho ático, aquí,
se tema del recién nacido. Así, por ejemplo, Plutarco, en una de las posibles ex­ conforme regulan las Leyes I y II del Título XXIII del Libro IV,
plicaciones que da al hecho de que a los varones se les diese el nombre a los el padre sí pierde la patria potestad sobre el hijo desechado —sólo
nueve días y a las hembras a los ocho, dirá: «el séptimo [día] es peligroso para no la perdería si el padre no hubiese tenido parte en ello—, e in­
los recién nacidos, entre otras razones, también por la del cordón umbilical.
cluso, seguramente a consecuencia de una mayor preocupación
Pues en la mayoría de los casos se separan el séptimo día, y hasta que queda
libre, el recién nacido se asemeja más a una planta que a un niño». (En PLU­ por proteger la vida del niño, se castigará, en la Ley III de ese Tí­
TARCO: «Cuestiones romanas», en Plutarco: Obras morales y de costumbres tulo XXII, con la pena de muerte si el niño desechado muriese
(Moralia) V, introducciones, traducciones y notas por Mercedes López Salvá, por ello. Por último, en Las Siete Partidas, si bien existe una me-
col. Biblioteca Clásica Credos, Editorial Credos, Madrid, 1989, p. 95).

127
126
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

ñor regulación de las consecuencias de dicha exposición, cabe en­ De forma paralela a esa evolución seguida en tomo a la prác­
tender que se sigue en la misma línea que la marcada en el Fue­ tica de la exposición, habría que señalar la seguida respecto de
ro Real; como en éste se critica fuertemente dicha práctica, ex­ la potestad reconocida a los padres de un derecho de vida y
poniéndose en la Ley IV del Título XX de la Partida IV que sólo de muerte sobre los hijos. Así, esta potestad paterna si bien, se­
se puede hacer por vergüenza, crueldad o maldad, y también se gún Beauchet, llegó a ser contemplada en algún momento pol­
sigue con la misma regulación sobre la pérdida de la patria po­ la legislación ateniense, dejaría de tener vigencia temprana­
testad para aquellos padres que abandonasen a sus hijos, con la mente, al menos tras las reformas de Solón120. *No
* obstante, ese
misma excepción de que los padres no tuviesen parte en ellol19. derecho es uno de los que expresamente se han señalado como

119 Cito el Fuero Juzgo por el libro: Fuero Juzgo ó Libro de los jueces, co­ dad de reducir ese cobro o de anularlo en función del trabajo que el mozo hu­
tejado con los más antiguos y preciosos códices por la Real Academia Española biese hecho.
Madrid por Ibarra, impresor de cámara de S.M. 1815, Lex-Nova, Valladolid, En todo caso, hay que señalar que interpreto en el sentido antes expuesto
1990; y cito el Fuero Real por el libro: Fuero Real del Rey Don Alfonso el Sabio, la antedicha Ley III del Fuero Juzgo, aun cuando lo que en ella se regula es el
copiado del códice del Escorial señalado ij.z.-8 y cotejado con varios códices supuesto de que el padre diese para crianza a su hijo; pero al encuadrarse en
de diferentes archivos por la Real Academia de la Historia de orden y a ex­ un Título dedicado a los niños expósitos parece que debe entenderse lo mismo
pensas de S.M. Madrid en la Imprenta Real año de 1836, Lex-Nova, Vallado- para éstos. Igualmente es una buena muestra de esa concepción del niño como
lid, 1979. propiedad del padre, pues indicaría la capacidad del padre de dejar a su hijo
Por otra parte, es de resaltar que la vida de los niños expósitos que sobre­ al servicio de otro hombre para que éste pueda servirse de él, pudiendo inclu­
vivían no debía de ser muy fácil durante esos siglos medievales. Pues, confor­ so quedar el niño como siervo suyo, como castigo al padre —ya que, como des­
me a lo regulado tanto en el Fuero Juzgo, en la Ley III del título IV del libro IV, pués señalaré, el padre no podía vender a su hijo—, pero con un castigo que
como en el Fuero Real, en la Ley II del Título XXIII del Libro IV, cabria entender repercute directamente en el niño. Y, por otra parte, sorprende que se señale
que los padres para recuperar a su hijo debían pagar una cantidad de dinero en esa Ley la edad de los diez años, cuando la Ley XVII del Título I del Li­
al que le crió teniendo en cuenta sólo lo que debió suponer el coste de la crian­ bro X, al regular cómo deben partirse los señores los hijos de los siervos sien­
za hasta los diez años, ya que a partir de esa edad se tenía por compensado su do cada uno de los padres de un señor distinto, señala la edad de los doce años
coste por los servicios que el niño realizaba. Un avance en este punto lo pode­ como la edad en la que empiezan a poder realizar servicios.
mos apreciar en Las Siete Partidas, donde se establece, en las Leyes III y IV del 120 Aunque, en realidad, no parece que las justificaciones que ofrece
Título XX de la Partida IV, que, en principio, el que críe a otro no debe de te­ Beauchet permitan, como él hace, afirmar sin reparos la existencia de ese de­
ner ningún derecho de servidumbre sobre él, ni éste le debe pagar —econó­ recho de los padres. Así, con respecto a las hijas señala simplemente un testi­
micamente— los gastos de su crianza, sólo si el que lo habría de criar dice pre­ monio de Esquino que admitiría la posibilidad de que el padre condenase a
via y expresamente que se ha de cobrar sus cuidados tendrá luego derecho a muerte a la hija que hubiese sido seducida, y respecto a los hijos indica que el
que el que ha sido criado se los pague en cuanto pueda; y si son los padres los mismo se deduce del derecho de exposición de los recién nacidos. Argumento
que deciden recuperar al hijo abandonado sin su conocimiento, éstos sólo ha­ éste que no deja de sorprender ya que: en primer lugar, no parece que las jus­
brían de pagar esos gastos de crianza si el que lo había criado así lo exige, al tificaciones que estarían tras el derecho de exposición pudieran justificar igual­
no haber hecho esa crianza sólo «por amor de Dios». Y en el mismo sentido pue­ mente ese derecho de vida y muerte sobre el niño, aunque sólo sea porque en
de verse como en la Ley XXXV del Título XII de la Partida V se establece que este último caso el hijo ya estaría incorporado al culto familiar y el recién na­
el que por piedad recoge a un huérfano desamparado no puede luego cobrar­ cido todavía no; y, en segundo lugar, porque mientras que el derecho de expo­
se en sus bienes los gastos de su crianza, y la Ley XXXVII de ese mismo Títu­ sición sí que continuará tras las reformas de Solón, sin embargo, conforme
lo XII señala la posibilidad de los padrastros (y en general «de todos los otros reconocía el propio Beauchet, esa extensión no se podía predicar del otro de­
ornes que gouernaren, o que pensaren de los mofos estraños, e que recabda- recho, por lo que no parece nada claro ese tipo de conexión entre ambos. (Véa­
ren sus cosas») de cobrarse los gastos en la crianza de sus hijastros de los bie­ se en BEAUCHET, Ludovic: Histoire du Droit privé de la République Athénienne,
nes del mozo si así lo hubiesen declarado y ése los tuviese, e incluso la necesi- Livre II «Le droit de famille», cit., pp. 82 y 83).

128
129
Ignacio Campoy La Fundamentación de ¡os Derechos de los Niños

característicos del paterfamilias romano l2\ que según nos se­ marido y de la familia en su conjunto l23. Por último, es intere­
ñala el profesor Fuenteseca tiene su base en la autoridad religiosa sante señalar como una manifestación de la pervivencia de esa
del paterfamilias y «perdura teóricamente hasta época de Cons­ concepción sobre el ilimitado poder que los padres podían ejer­
tantino» l22. En todo caso, la extinción de esa potestad paterna cer sobre los hijos la encontramos todavía en el siglo XVI en un
no debe de hacernos olvidar que la misma fue ampliamente autor tan significativo como Bodino, quien aún argumentaba a
aceptada en los pueblos de la Antigüedad y que respondía a una favor de la conveniencia de la reimplantación de aquél derecho
concepción profunda sobre el poder que los padres podían ejer­ de los padres para decidir libremente sobre la vida y la muerte
cer sobre los hijos, que si bien fue limitándose no dejaría de es­ de sus hijos 124.
tar en alguna medida presente en los siglos posteriores. Así, por
ejemplo, si bien en el Fuero Juzgo y, después, el código de Las Sie­
te Partidas se prohibía y castigaba con la misma pena (aunque b) La potestad de vender a los hijos
en Las Siete Partidas al castigar la tentativa de asesinato sólo
señala la del hijo hacia el padre), la de muerte en principio, al Junto al derecho de vida y de muerte, la potestad reconoci­
padre que matase a su hijo que al hijo que matase a su padre (del da a los padres en el mundo antiguo de poder vender a sus hi­
mismo modo que entre otros parientes); sin embargo, también
se mantenía esa potestad del padre, ya reconocida en el Derecho
ático, de matar a su hija cuando ésta fuese sorprendida en adul­ 123 Véanse, en este sentido, la Ley V del Título IV del Libro III y las Leyes
terio (en su casa, o en la del yerno se añade en Las Siete Parti­ XVII, XVIII y XIX del Título V del Libro VI del Fuero Juzgo', y de Las Siete Par­
das), lo que, en realidad, trae causa tanto en la concepción de tidas, la Ley XII del Título VIII de la Partida VII y la Ley XIV del Título XVII de
la hija como «propiedad» del padre como en una determinada esa misma Partida VII (por otra parte, es interesante observar, en cuanto a la
concepción del honor defendida, que el legislador, en la Ley III del Título VIII
concepción de protección del honor del padre, además de la del de la Partida VII, resalta esa idea del deshonor recibido incluso cuando de lo que
se trataba no era de un adulterio sino de que se había forzado a la mujer).
124 Sus palabras también resultan de interés porque muestran la extensión
121 Véase así, por ejemplo, en DELGADO, Buenaventura: Historia de la in­ con que tradicionalmente se había aceptado esa potestad de los padres en el
fancia, cit., p. 44. mundo antiguo: «Todo lo que he dicho, y los exemplos nueuos que he traydo, se­
122 Véase así en FUENTESECA, Pablo: Derecho privado romano, cit., p. 342. ntirán de mostrar que es necessario en la República bien ordenada restituir a los
Aunque después añadirá unas importantes matizaciones sobre esta potestad pa­ padres la autoridad de la vida y de la muerte que la ley de Dios y la natura de ley
terna: «En la práctica el castigo a muerte del hijo no se realizaría más que en que ha sido la más antigua de quantas a hauido, común a los persas y a los pue­
casos muy excepcionales, puesto que parece obligatoria la consulta al tribunal blos de la alta Assia, vsada entre los romanos, hebreos, celtas, y platicada en to­
doméstico (de parientes y amigos de la familia) por parte del paterfamilias an­ das las Indias Occidentales antes que fuesen sujetadas de los españoles. De otra
tes de tomar una decisión de tal gravedad. El mencionado tribunal no actua­ suerte no se puede esperar que florezcan las buenas costumbres, la honrra, la vir­
ba como un órgano de justicia, pese a ser denominado iudicium domesticum, tud, ni el antiguo resplandor de las Repúblicas. Porque Iustiniano y los que si­
sino como institución familiar consuetudinaria cquilibradora del poder pa­ guen su opinión se han engañado en dezir que no había pueblo que tuuiese tal
terno. Por otra parte, el censor podía desautorizar mediante la nota censoria autoridad sobre sus hijos sino los romanos. Tenemos la ley de Dios, que es san­
los abusos cometidos por el paterfamilias». Y: «Respecto a los menores de tres ta e inuiolable a todas las naciones. Tenemos el testimonio de las Historias grie­
años no regía este principio, hecho que algunos autores consideran como un gas y latinas, que hazen mención de persianos, romanos, y celtas. Y a César, que
síntoma del carácter punitivo del mismo. El paterfamilias dispuso, en cambio, en sus Comentarios dize: los galos tiene autoridad de la vida y de la muerte so­
de la facultad de exposición o renuncia respecto de los recién nacidos». (Véa­ bre sus hijos y mugeres, de la mesma manera que sobre los esclabos». (En BO-
se así en pp. 345 y 346). DINO, Juan: Los Seis Libros de la República. /, cit., p. 181).

130 131
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

jos como esclavos es la que denota más claramente esa con­ bidón que se hizo de la misma tras sendas reformas legislativas,
cepción del niño como «propiedad» de los padres, e igualmen­ las de Solón respecto al Derecho ático y las de Justiniano respecto
te su posterior limitación muestra la creciente preocupación al Derecho romano, no lo fue de forma absolutal27.
por la vida de los niños. Así, esa potestad de los padres la en­ En los textos de la Edad Media encontramos también pre­
contramos ya reconocida en la Biblia, al decirse en Éxodo, 21, sente esa proscripción de la venta del hijo por el padre, es una
7: «Si uno vende a su hija por esclava» l25; e igualmente en los manifestación de la ya señalada mayor preocupación por la vida
primitivos Derechos ático y romano se encuentra aceptada esa del niño, pero la perdurabilidad de la concepción del niño como
potestad de los padres de vender a sus hijosl26, e incluso la prohi- «propiedad» de los padres y la falta de consideración del niño
como titular de derechos, hace que esas prohibiciones no ter-

125 Si bien es cierto que la esclavitud en el Antiguo Testamento no estaba


regulada con tanta dureza como lo sería para otras sociedades de la Antigüedad te a esa potestad de los padres al establecer que: «Si el padre de familia ha ven­
y mucho más suave era en el caso de que el esclavo fuese un hebreo (para el que, dido tres veces al hijo, sea el hijo libre de la potestad paterna». Un texto que, en
en todo caso, la esclavitud duraba un máximo —si así lo quería el propio es­ todo caso, no ha tenido una interpretación pacífica en la doctrina romanista.
clavo— de siete años o hasta el año jubilar). En este sentido, resulta interesan­ Así, por ejemplo, pueden verse dos interpretaciones bien diferentes en MIQUEL,
te constatar como Santo Tomás al interpretar el pasaje de la Biblia citado en el J.: Historia del Derecho romano, PPU, segunda edición, revisada y actualizada,
texto principal (que continúa: «Si uno vende a su hija por esclava, ésta no sal­ Barcelona, 1990, p. 56; y en FUENTESECA, Pablo: Lecciones de historia del De­
drá de casa, como salen los esclavos. Si no agrada a su amo y no la toma por recho romano, El autor, Madrid, 1978, pp. 45-46. El texto de las doce tablas lo
esposa, éste permitirá que sea rescatada; pero no la puede vender a gente extraña cito por DOMINGO, Rafael (coord.): Textos de Derecho Romano, col. Códigos Bá­
por no haberle mantenido la promesa. Pero si la destina para su hijo, la trata­ sicos Aranzadi, Aranzadi, Pamplona, 1998 [edición septiembre 2001], p. 24.
rá según los derechos de los hijos. Si toma para él otra mujer, no negará a la es­ 127 Para el Derecho ático la prohibición, según Beauchet, suponía también
clava su alimento, vestido y lecho. Y si no hace ninguna de estas tres cosas, la la supresión del derecho del padre de dejar al niño en prenda por una deuda
esclava podrá irse sin rescate, sin pagar nada»), señalará que no es como «sier­ contraída. Pero, para ser exactos, hay que entender que la reforma de Solón no
vo en absoluto; sino que era siervo circunstancialmente, como el mercenario está supuso una prohibición absoluta de la venta de los hijos como esclavos en to­
como asalariado por tiempo» que habría que entender esa venta de la hija (y del dos los casos, ya que, como señala Giulia Sissa, la misma subsistió para la hija
hijo, añade el de Aquino, entendiendo, además, que la venta se producirá por­ «cuyo padre o hermano descubren que ha mantenido una relación sexual an­
que el padre judío se encuentra obligado a ello por la pobreza). Pero, en todo tes del matrimonio».
caso, al justificarlo, asimilándolo a la posibilidad que todo hombre tema tam­ Y tampoco en el caso de la reforma de Justiniano la prohibición fue ab­
bién de venderse a sí mismo, «más bien como mercenario que como siervo» soluta, pues resulta interesante constatar con el profesor Delgado, respecto de
(Levit. 25, 39), en realidad está también respondiendo a esa concepción del niño la evolución sufrida en el Derecho romano, que: «Si la Ley de las XII Tablas es­
como propiedad del padre, ya que encuentra justificado que éste pueda dispo­ tablecía la pérdida de la patria potestad a quien vendiera por tercera vez a su
ner de la vida de aquélla, así como de la del hijo, como puede disponer de la suya hijo, práctica a la que posteriormente se pusieron cortapisas, la crisis del siglo ni
propia. Y, por otra parte, también parece claro que en la necesidad de justificar y la extrema pobreza volvió a resucitar este viejo derecho. No obstante, el em­
esa venta lo más posible, como lo es el hecho de interpretar que aquélla sólo se perador Justiniano estableció que el derecho de venta de los hijos sólo podía
produciría por estar el padre «obligado por la pobreza», demuestra el nuevo realizarse en caso de extrema necesidad paterna, con la facultad de poder re­
sentimiento que existirá en el siglo xrn de mayor preocupación por la vida de cuperar la libertad del hijo vendido mediante el pago del rescate». (Véanse los
los niños. (Véanse los pasajes citados en Éxodo, 21, l-ll;yen 1-2, C. 105, art. 4. pasajes aquí referidos en BEAUCHET, Ludovic: Historie du Droit privé de la
Cito por AQUINO, Tomás de: Suma Teológica, Tomo II, traducida directamen­ République Athénienne, Livre II «Le droit de famille», cit., p. 95; en SISSA, Giu­
te del latín por D. Hilario Abad de Aparicio, revisada y anotada por el R. R Ma­ lia: «La familia en la ciudad griega (siglos v-iv a.C.)», cit., p. 197 (puede verse
nuel Mendía con la colaboración del R. P. Pompilio Díaz, precedida de un pró­ también, en ese sentido señalado por Giulia Sissa, las reflexiones que, con base
logo del M. R. P. Ramón Martínez Vigil, Moya y Plaza, Madrid, 1881, p. 754). en Plutarco, realiza Beauchet en el libro citado en pp. 94 y 95); y en DELGA­
126 Si bien, ya desde las XII Tablas, en el siglo V a. C., se pusiese un lími- DO, Buenaventura: Historia de la infancia, cit., p. 61).

132 133
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

minen de ser ni absolutas ni eficaces. Así, podemos señalar como raíces en la concepción del niño como «propiedad» habría de ser
existe de forma clara en nuestro Derecho visigodo la prohibición larga y costosa; de hecho, según señala deMause: «En muchas
de vender a los hijos como esclavos, pues conforme a lo esta­ regiones la venta de niños continuó practicándose esporádica­
blecido por la Ley XIII del Título IV del Libro V del Fuero Juz­ mente hasta la época moderna, y por ejemplo, en Rusia no se
go: «Los padres non puedan vender los fiios, ni dar, ni empen- prohibió legalmente hasta el siglo XIX» l29.
nar; ni aquel que los recibiere non deve aver nengun poder
sobrellos. Mas el que comprar los fiios del padre pierda el pre­
cio; é si fueren empennados, pierda lo que dió sobrellos». Y, sin c) El «derecho de corrección»
embargo, hay que constatar también, a tenor de lo que apuntan
Bajo y Beltrán, por una parte, que esas prohibiciones no signi­ Con este denominado «derecho de corrección» hago alusión
ficaron la desaparición de esa práctica de la venta por los padres a la potestad tradicionalmente reconocida al padre de poder va­
de sus hijos como esclavos, pues según estos autores en la Es­ lerse del ejercicio de una serie de acciones, vedadas en las rela­
paña visigoda los padres con dificultades económicas preferían ciones con otras personas, con el objetivo de conseguir su for­
vender a sus hijos como esclavos, ya que esto podía suponer su mación como persona; lo que habría de incluir tanto su
propia supervivencia, y, por otra parte, que incluso en el tercer educación como la imposición de castigos, por ciertas acciones
de los hijos, que quedarían fuera de una simple labor educati­
Concilio de Letrán, en 1179, lo que se condenó fue simplemente
va. La existencia de ese «derecho» en todas las sociedades que
la práctica de vender los hijos a los sarracenos o a los judíosl28.
comprenden el período histórico aquí estudiado no parece con­
De igual manera, si el Fuero Real, en la Ley VIII del Título X
trovertible, así no lo es la aceptación de algunas de las acciones
del Libro III, prohibía la venta de los hijos: «Et maguer que el
como el que el padre pudiese castigar físicamente al hijo a fin
padre aya grant poder sobre los fijos, non queremos que los pue­
de hacerse obedecer; pero, en todo caso, lo que sí podría resul­
da vender, nin empennar nin dar: et qui contra esto los com­
tar controvertible sería establecer qué acciones concretas en­
prare o los recibiere en peños, pierda el precio, e los fijos non
trarían dentro de ese «derecho de corrección», pues parece cla­
ayan ningúnn daño; et si fuere dado en donadío non vala». Sin ro que ese contenido habría de variar en buena medida en
embargo, no parece que todavía el paso fuese definitivo, pues en función de la evolución a la que antes me referí, desde la pri­
ese mismo siglo XIII se permitía en Las Siete Partidas, concreta­ migenia concepción extrema del niño como «propiedad» hasta
mente en la Ley VIII del Título XVII de la Partida IV, que en el advenimiento del proteccionismo ya finalizando el período
caso de extrema necesidad, cuando no tuviese el padre que co­ al que aquí me refiero. Y es que si, conforme a lo que acabo de
mer y no pudiese recurrir a otra cosa, el padre pudiese vender apuntar, hay que entender que la principal y más extendida ma­
o empeñar a los hijos. Y es que, como antes señalaba, la lucha nifestación de este «derecho de corrección» es el reconocimiento
contra una práctica destructora de la infancia y que hunde sus de que el padre pudiese valerse del castigo físico a fin de ha­
cerse obedecer, también cabe observar que esa potestad se vio
igualmente afectada por la evolución sufrida en la forma de en­
128 Véase en BAJO, Fe y BETRÁN, José Luis: Breve historia de la infancia,
tender las relaciones entre padres e hijos.
cit., p. 168. Una situación que explica también que en ese mismo siglo XII el ar­
zobispo de Canterbury, Teodoro, pudiese decretar «que un hombre no podía ven­
der a su hijo como esclavo después de la edad de siete años». (En DeMAUSE,
Lloyd: «La evolución de la infancia», cit., p. 60). 129 En DeMAUSE, Lloyd: «La evolución de la infancia», cit., p. 60.

134 135
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

Es lógico, conforme a la mentalidad del mundo antiguo, que movilizarle mediante una traba de cobre; si se mostraba recal­
el «derecho de corrección» de los padres implicase la posibili­ citrante, podía ponerle una marca en la cabeza o encerrarle en
dad de utilizar castigos corporales de una forma casi ilimitada, una celda, probablemente una habitación de la casa que servía
sólo dejada a la limitación que se supone que el propio padre de­ a tal efecto» 13°. También podemos ver en distintos pasajes del An­
bía establecer conforme a su presupuesta inclinación natural tiguo Testamento como es expuesto con dureza ese «derecho de
a actuar en beneficio de su hijo. Así, si bien esas amplias fa­ corrección», que se considera necesario para conseguir la for­
cultades con las que tradicionalmente se ha dotado a ese «de­ mación adecuada de la persona (un tema al que después habré
recho de corrección» de los padres han venido siempre acom­ de volver a referirme): «El que no usa la vara odia a su hijo,
pañadas de la consideración de que las mismas debían de ser pero el que le ama le prodiga la corrección»; «No ahorres a tu
usadas adecuadamente en la consecución de los fines para los
hijo la corrección; aunque le castigues con la vara, no morirá.
que eran reconocidas (los fines de formación de la persona, en
Golpéale con la vara, y librarás su alma del abismo»; o «La vara
un sentido amplio, y, en su caso, el castigo del que se hubiese he­
y la corrección dan sabiduría, el muchacho consentido es la ver­
cho merecedor el hijo con su acción), lo que finalmente garan­
güenza de su madre. (...) Corrige a tu hijo y te dará descanso, será
tizaba ese uso adecuado de las facultades de los padres sería el
las delicias de tu alma»; «¿Tienes hijos? Edúcalos y doblega des­
amor natural que se presupone que éstos sienten hacia sus hi­
de su juventud su cuello. ¿Tienes hijas? Vigila su cuerpo, y no les
jos (aspecto al que antes me referí). Como se verá esa concep­
muestres rostro muy sonriente»; y, de forma muy contundente,
ción general va evolucionando en dos sentidos diferentes, aun­
«El que ama a su hijo no le escatimará los azotes, para que al
que esencialmente unidos, por una parte, las facultades que se
fin pueda complacerse en él. (...) Quien mima a su hijo tendrá
le reconocen a los padres derivadas de ese «derecho de correc­
ción» serán cada vez menores, mientras que, por otra parte, lo después que vendarle las heridas; a cada grito suyo se estreme­
que cada vez serán mayores serán los límites jurídicos que se es­ cerán sus entrañas. Un caballo no domado se toma indócil, y un
tablecerán para asegurar el adecuado ejercicio de esas faculta­ hijo abandonado se toma díscolo. Mima a tu hijo y te hará tem­
des. Una evolución que culminará, con el proteccionismo, en el blar, juega con él y te hará llorar. No te rías con él para que no
reconocimiento del niño como sujeto titular de unos derechos te haga sufrir y acabes rechinando los dientes. No le des liber­
que darán contenido y limitaran el ejercicio de esas potestades tad en su juventud, y no cierres los ojos a sus faltas. Doblega su
de los padres. cerviz en su juventud y túndele las espaldas de muchacho, no sea
Pero en las sociedades antiguas en las que primaba la con­ que se vuelva díscolo y desobediente y sufras la pena de ello.
cepción del niño como «propiedad» de los padres, lo que ca­ Corrige a tu hijo y fórmalo, no sea que su insolencia te afrente»130
131.
racterizaba a los castigos que les eran permitidos a los padres De igual modo, es la amplitud de las potestades reconoci­
en el ejercicio de ese «derecho de corrección» era su severidad. das a los padres en el ejercicio de ese «derecho de corrección»
Una buena prueba de ello y de su ancestral y extendida acepta­ lo que caracterizaría tanto al Derecho ático como al romano.
ción la podemos encontrar en el reconocimiento que del mismo Una circunstancia que, conforme a lo señalado por Beauchet, se
se hacía tanto en Mesopotamia como en el Antiguo Testamen­
to. Así, si respecto de la sociedad mesopotámica, señala Glass-
ner: «Desgraciadamente, no tenemos ninguna información so­ 130 En GLASSNER, Jean-Jacques: «De Sumer a Babilonia: familias para
administrar, familias para reinar», cit., p. 130.
bre su educación [la del hijo varón] salvo en lo que respecta a
131 Véanse, respectivamente, en Proverbios, 13, 24; 23, 13-14; y 29 15-17;
los castigos. Si desobedecía a su padre, éste podía azotarle o in­ y en Sirácida, 7, 23-24; y 30, 1-13.

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

explica en la concepción que se tiene de la figura del padre ate­ En todo caso, es interesante resaltar que el reconocimiento
niense como equiparable, al menos originariamente, a la del jurídico de posibles contenidos y límites del «derecho de co­
paterfamilias romano. Para Beauchet se ha de derivar, en ese rrección» responde a un amplio consenso en las justificaciones
sentido, de la condición del padre como jefe del culto domés­ teóricas que sustentan el «derecho de corrección», que respon­
tico su función de juez doméstico y, así, comprender el reco­ den a la existencia de un pensamiento colectivo propio de dichas
nocimiento que tenía de la potestad para juzgar los actos rea­ sociedades ,35. Pero, como antes apuntaba, también a este res­
lizados por los miembros de la familia, al menos los cometidos pecto se habrá de producir una evolución que supondrá una va­
dentro de la familia. Un razonamiento que permite entender, por riación en la comprensión por la sociedad y por el Derecho de
una parte, que dentro del «derecho de corrección» se pueden in­ cuál es el contenido de ese «derecho de corrección» de los padres
cluir todas aquellas facultades que como juez doméstico tenía y cuáles han de ser los consiguientes límites en su ejercicio. Una
evolución que hay que situar en la misma línea que la seguida res­
reconocidas originariamente el padre y que posteriormente no
pecto a la concepción del niño y a la comprensión del contenido
le hubiesen sido sustraídas por las otras instituciones, funda­
y la función general de la patria potestad, y que vendrá marcada
mentalmente por el Estado, en aquéllas que afectan al orden pú­
por.una moderación, cada vez mayor, en el ejercicio justifica­
blico l32; y, por otra parte, que ciertas acciones en ningún caso
do de las potestades que se reconocen dentro de ese «derecho de
podían entenderse como propias de ese «derecho de correc­
corrección», principalmente del castigo físico a él anejol36.
ción» (ni de ninguna de las otras potestades que se considera­
Dentro de esa línea de moderación habría que situar parte
rían integrantes de la patria potestad). Es una manifestación del
del influyente pensamiento cristiano, y así, en las cartas de San
contenido y también de los límites en que se iban entendiendo
esas potestades paternas, y que encontramos presentes en am­
bos Derechos; tanto en el ático, en el que, como señala Beau­ 135 Así, por ejemplo, la creencia de que la indulgencia de los padres en la
chet, la prostitución del hijo por el padre habría de suponer un educación de los hijos, como consecuencia de que no sean corregidos, no de­
abuso manifiesto de lo que era la patria potestad 133, como en jaría de traer consecuencias nefastas para éstos, la podemos ver ya claramente
el romano, en el que se ha de entender que ya con Trajano se presente en las fábulas de Esopo de «la madre y el hijo ladrón», «la mona y sus
hijos», o «los dos perros». (Pueden verse en ESOPO: Fábulas completas, prólo­
obligaría «al padre a la emancipado del filias objeto de malos
go Rosario de la Iglesia, col. Poesía y Prosa Popular, Busma, Madrid, 1984,
tratos» l34. pp. 100, 114 y 127. Aunque, en todo caso, conviene tener presente que, como se
sabe, si bien es cierto que las fábulas de Esopo eran ampliamente conocidos en
la Grecia Clásica, la datación de los textos esópicos plantea numerosos proble­
132 De este modo, adquiriría sentido que el padre conservase la posibili­ mas a los especialistas. Y así García Iglesias no duda en señalar como postclá­
dad de imponer sanciones tan graves como la que antes señalaba de vender sico el epimitio, o mensajes moralizantes, de la fábula de los dos perros, y sin
a la hija que encontrase en falta. (Véase en BEAUCHET, Ludovic: Histoire embargo duda respecto de la del hijo ladrón, señalando que podría ser de la
du Droit privé de la République Athénienne, Livre II «Le droit de famille», cit., época helenística; en GARCÍA IGLESIAS, Luis: «Los niños en las fábulas de
pp. 95 y 96). Esopo», en Cuadernos de Filología Clásica, Vol. XX, 1986-87, pp. 255-256).
133 Añade Beauchet, siguiendo a Esquino, como una ley sobre la prosti­ 136 Aunque, evidentemente, eso no implica una evolución lineal y conti­
tución establecía incluso la pena de muerte para aquéllos, entre los que no hay nua. Así, por ejemplo, la visión más extrema en ese sentido se puede seguir
razones para no incluir a los padres, que abandonasen a la disolución a una mu­ observando en la sociedad francesa de los merovingios, en la que: «El padre tie­
jer o a un niño libre. (Véase en BEAUCHET, Ludovic: Histoire du Droit privé ne el derecho de corrección, que puede alcanzar en casos graves hasta la pena
de la République Athénienne, Livre II «Le droit de famille», cit., pp. 96 y 97). de muerte». (En ELLUL, Jacques: Historia de las instituciones de la Antigüedad.
134 Véase así en FUENTESECA, Pablo: Derecho privado romano, cit., p. 346. Instituciones griegas, romanas, bizantinas y francas, cit., p. 548).

138 139
«Sjgggaw HflB
Ignacio Campoy La Fnndanieittaciói! de los Derechos de los Niños

Pablo a los Efesios y a los Colosenses, obsedamos que después penas que se imponen por su mal usolj?. En todo caso, también
de haberles pedido a los hijos obediencia a sus padres, exhorta es importante tener presente que esa limitación de las potesta­
a éstos diciéndoles: «Y vosotros, padres, no exasperéis a vues­ des que los padres tenían reconocidas en el ejercicio del «dere­
tros hijos, sino educadlos en la disciplina y en la corrección cho de corrección» hay que contextualizarla; pues, como se pue-135
como quiere el Señor», y «Padres, no exasperéis a vuestros hi­
jos, para que no se desalienten» l37. Y en esa evolución sufrida
respecto al «derecho de corrección», resulta muy significativa la 135 Son muy significativos, en ese sentido, los textos de las Leyes XVIII del
Título XVI11 de la Partida IV y IX del Título VIII de la Partida VIL El primero
regulación que del mismo se hace en Las Siete Partidas. Pues si
dirá: «Fallamos quatro razones, porque pueden constreñir al padre, que saque
bien es clara la importancia que se le da a esa potestad del pa­ de su poder a su fijo (...) La primera es, quandol padre castiga el fijo muy cruel­
dre de castigar a sus hijos, de modo que incluso al señalar en que mente, e sin aquella piedad quel deue auer, segund natura. Ca el castigamien­
se diferencia la potestad paterna de otras potestades, en la Ley III to deue ser con mesura e con piedad. La segunda es, si el padre fiziesse tan granel
del Título XVII de la Partida IV, definirá la patria potestad des­ maldad que diesse carreras a sus fijas de ser malas mugeres de sus cuerpos, apre­
miándolas que fiziessen a tan grand pecado». Y conforme al segundo se esta­
tacando: «E a las vegadas se toma esta palabra potestas, por li­ blece que: «Castigar deue el padre a su fijo mesuradamente, e el señor a su sie­
gamiento de reuerencia, e de subiecion, e de castigamiento, que nto, o a su orne libre, e el maestro a su discípulo. Mas porque y ha algunos
deue auer el padre sobre su fijo» l3s. Sin embargo, en la regula­ dellos crueles, e tan desmesurados en fazer esto, que los fieren mal con piedra,
ción que se hace de ese «derecho de corrección» se aprecia cla­ o con palo, o con otra cosa dura, defendemos que lo non fagan assi. Ca los que
contra esto fizieren, e muriesse alguno por aquellas feridas, maguer non lo fi­
ramente ese carácter de moderación tanto en la finalidad con la
ziesse con intención de lo malar, deue el matador ser desterrado por cinco
que se concibe la posibilidad de usar de esa potestad de co­ años en alguna ysla. E si el que castiga le fizo a sabiendas aquellas feridas con
rrección, en los límites que se imponen para su uso, como en lasIS intención de lo matar, deue auer pena de homicida»
Una regulación ésta que casa bien con la visión más suave que ya se ha­
bía mostrado en Las Siete Partidas al trataren el Título VII de la Partida II de
IS' En Carra a los Efesios, 6, 4; y Carta a los Colosenses, 3,21; respectiva­ la educación de los hijos de los reyes (que, por lo que aquí importa, cabe ex­
mente. tender al resto de los niños, con la matización de que en esto se presupondrá
O también respecto del judaismo se puede observar esa evolución con una un buen natural del niño que haría más fácil esa crianza y educación). Así,
interpretación más moderada de los pasajes antes referidos del Antiguo testa­ aunque existe, en las Leyes IX y XIII, un reconocimiento expreso de ese dere­
mento; según señala Torrecilla a este respecto: «Sin embargo con el transcur­ cho de corrección de los padres, y la idea de que su uso es esencial para la co­
so de los años los métodos disciplinarios se suavizaron algo. El TALMUD re­ rrecta educación del hijo, se puede observar esa regulación más amable de la
comienda no dar castigos corporales a los alumnos mayores por temor a que educación de los hijos en la elección de la nodriza, en la Ley III, en donde se­
se vuelvan rebeldes y díscolos. Aconseja no castigar a ciertos muchachos ya ñala la importancia de que no sea sañuda, ya que «si non fueren sañudas, criar­
que la causa de su falta de estudio no es la pereza o la desgana sino su poca ca­ los han mas amorosamente, e con mansedumbre, que es cosa que han mucho
pacidad para el estudio. (...) El TALMUD recomienda en fin que hay que cas­ menester los niños para crcsccr ay na. Ca de los sosaños c de las feridas, podrían
tigar a los niños con una mano y acariciarlos con las dos. Se toleraba le casti­ los niños tomar espanto, porque valdrían menos, e rescibirian ende enferme­
go corporal sólo para los niños mayores de once años». (En TORRECILLA dades, o muerte»; y después, en la Ley VIH, al señalar la necesidad de que los
HERNÁNDEZ, Luis: Niñez y castigo. Historia del castigo escolar, cit., p. 33). ayos les enseñen a los hijos de los reyes a tener buen continente, con lo que ter­
1,8 Aunque, los profesores Francisco López y María Teresa López dan a minará la exposición de un breve listado de algunas de las enseñanzas que han
ese término de «castigamiento» el significado de «aviso, consejo». (Véase en Al­ de inculcarle los ayos, concluirá diciendo que: «E todo esto que diximos, les
fonso X El Sabio: tais Siete Partidas. Antología, selección, prólogo y notas de Fran­ deucn mostrar los ayos, mansamente, e con falago. Ca los que de buen lugar
cisco López Estrada y María Teresa López García-Berdoy, col. «Odres nuevos». vienen, mejor se castigan por palabras, que por feridas, e mas aman por ende
Editorial Castalia, Madrid, 1992, p. 295). aquellos que assi lo fazcn, c mas gelo agradescen, quando han entendimiento».

140 141
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

de ver en la misma Ley EX del Título VIII de la Partida VII que tían pensadores nostálgicos del antiguo modelo, como Bodi-
acabo de citar, lo que se persigue son los castigos crueles y des­ no, que reclamaba, incluso por el bien de la República, el res­
mesurados y llevados a efectos con objetos contundentes, sólo tablecimiento de la autoridad paterna del antiguo Derecho ro­
castigándose explícitamente cuando muere el niño a conse­ mano, con todas las potestades de los primeros tiempos, y así,
cuencia de los mismos. Por eso, no es de extrañar que, por ejem­ seguía defendiendo el reconocimiento de una potestad abso­
plo, en ese mismo siglo xiii se considerase compatible esa idea luta del padre para la corrección de los hijos, propugnando
de moderación en el ejercicio del «derecho de corrección» y el también el restablecimiento del mismo «derecho de correc­
que dentro de ese «derecho» entrase la posibilidad de azotar a ción» que reconoció el antiguo Derecho romanol42. Pero, como
los hijos, una concepción que santo Tomás de Aquino recono­ antes señalaba, hay que poner las luces en el pensamiento que
cería explícitamente, también con la exclusión de que con el continuaba, cada vez con mayor fuerza, en esa línea evoluti­
castigo se les pudiese matar o mutilarl40. va de moderación que, como vemos, ya empezó en la Anti­
No obstante, es en la continuación en la moderación en la güedad, y en la que hay que situar, como ejemplo elocuente,
forma de entenderlas potestades que componían el «derecho el pensamiento de otro autor de ese siglo XVI: Domingo de
de corrección», en la que hay que situar el pensamiento filo- Soto. Pues este autor, si bien es continuador en muchos as­
sófico-jurídico y social más progresista del final del período pectos de las doctrinas de Santo Tomás y, consecuentemente,
al que aquí nos referimos. Y, sin embargo, hay que tener pre­ también de las de Aristóteles, sin embargo, al hablar de las
sente que todavía en el siglo xvi la realidad mostraba lo hon­ potestades de los padres hacia sus hijos vinculadas a un «de­
damente enraizada que estaba en la mentalidad de las perso­ recho de corrección», y aunque él no lo señale expresamente,
nas la comprensión de la potestad de los padres para utilizar incorpora elementos nuevos que suponen un paso más en
largamente los castigos corporales sobre sus hijos para con­ la antedicha línea evolutiva de moderación en la forma de
seguir la pretendida obediencia y realizar la pretendida for­ entender ese «derecho de corrección», sin que por ello se deje
mación del niño en adulto. Los límites jurídicos suponían más
el impedimento de acciones de los padres que ya se conside­
raban inclasificables dentro de lo que podría ser un «derecho en realidad tanto el Derecho como la acción de los tribunales encargados de
de corrección», antes que acciones positivas que se exigiesen conocer de los asuntos relacionados con la familia, no suponían ningún an­
a los padres en beneficio de los hijos 14‘; y todavía incluso exis­ tecedente de lo que sería un sistema de protección legal de los menores, pues,
incluso limitaciones al poder parental que existían en el Derecho canónico,
no eran puestas en práctica por los tribunales de la Iglesia; sino que ese De­
recho y la acción de esos tribunales tenían como objetivo fundamental man­
''10 Véase así en AQUINO, Tomás de: Suma Teológica, 2-2, C. 65, art. 2, en tener la autoridad parental sobre los hijos. Autoridad que no se consideraba
Aquino, Tomás de: Suma Teológica, Tomo III, cit., p. 413. que pudiese ser vulnerada tanto por las acciones de los padres cuanto por
141 Y es que la protección legal podría considerarse muy rudimentaria, las acciones ofensivas de los hijos hacia sus padres; por lo que, consecuen­
como vemos en el estudio que realizase Helmholz sobre la violencia domés­ temente, debían hacer actos públicos que permitiesen restablecer dicha au­
tica entre padres e hijos en Inglaterra entre los años 1400 y 1640, a través toridad. (Véase en HELMHOLZ, R. H.: «And wcre there children’s rights in
del análisis de cientos de actas de los «tribunales espirituales» (spiritual courts, early modern England? The canon law and «intra-family violence» in En-
los tribunales de la Iglesia, que eran los que de manera principal se encargaban gland, 1400-1640», en The International Journal of Children’s Rights, núm. 1,
de la jurisdicción relativa a las cuestiones que afectaban al Derecho de familia). 1993, pp. 23-32).
En él se señala cómo pese a que se pudiesen encontrar normas legales y 142 Puede verse un pasaje en este sentido en BODINO, Juan: Los Seis Li­
acciones de los tribunales que apuntasen a la defensa de derechos de los niños. bros de la República. I, cit., p. 186.

142 143
Ignacio Campoy La Fitndamentación de los Derechos de los Niños

de justificar la posibilidad de que el padre haga un uso de la d.l) La adopción


fuerza que hoy nos parecería claramente excesivo c incluso
delictivo l43. La adopción fue una institución ampliamente aceptada por to­
das las civilizaciones del mundo antiguo, siendo generalmente
obviada la voluntad del adoptado. Pues, aunque se podría apun­
el) Tres casos significativos de la potestad de decidir sobre la vida tar la existencia ya en el Código de Hammurabi (principalmente
de los hijos: la adopción, el matrimonio y la consagración a leyes de los párrafos 185 y 186) de una apertura a la necesidad de
un oficio religioso contar con la voluntad manifestada por el adoptado, en ningún
caso debe entenderse que la misma tuviese una fuerza real para
Es característico de todo el período histórico al que me re­ modificar esa situación por la que el adoptado pasaba sin más bajo
fiero en este primer capítulo el que se reconozca a los padres una la potestad del padre adoptivo, lo que estaría en consonancia con
gran, a veces prácticamente irrestricta, libertad a la hora de de­ esa concepción imperante del niño como «propiedad» del padre.
cidir sobre la vida de sus hijos. En este sentido, hay tres facul­ También en la Atenas clásica existía, la institución de la adop­
tades concretas que dan una muy clara idea de la extensión de ción, pero quizás lo que más interese aquí, respecto a la forma
las potestades que se les reconocían a los padres. Esas tres fa­ en que era regulada, sea resaltar su directa vinculación con la
cultades son: la potestad de darles en adopción, la potestad de institución de la herencia144 y, en este sentido, observar cómo que­
darles en matrimonio y la potestad de consagrarles a algún ofi­ daba también vinculada con la otra facultad del padre a la que
cio religioso. Y entiendo que son tres facultades muy significa­ a continuación me referiré, la de dar a la hija en matrimonio. Así,
tivas, primero, porque las mismas se mantienen de algún modo siguiendo el análisis de Giulia Sissa, se observa que si «la filia­
durante todo el período histórico aquí estudiado (aun siendo ción es consentida por la ley únicamente a falta de hijos legíti­
todas ellas objeto de modificaciones en función de la evolución mos del sexo masculino», debe comprenderse que la razón de
ello está en la consideración de que «[e]l hijo adoptivo debe tra­
que estamos viendo que se produjo respecto a la forma de en­
tar de que no desaparezca un segundo linaje y, sobre todo, no
tender todas las potestades parentalcs), y, segundo, porque los
debe permitir que el patrimonio vaya a extraños». Por lo que, «si
tres casos se refieren a decisiones que si bien son de las más
un hijo adoptivo es recibido en una casa donde hay una hija le­
personales que pueda tomar una persona y que le afectarán de
gítima (que se convierte así en su hermana adoptiva) debe to­
una forma trascendental durante toda su vida, sin embargo, son
marla por esposa; es la condición necesaria para que sus hijos
tomadas no por la propia persona sino por sus padres, lo que de­
puedan heredar a su abuelo materno, que es al mismo tiempo
muestra claramente el alcance del poder de estos sobre la vida el padre adoptivo de su padre»; y es así que se entiende que «la
de sus hijos.

IJJ Aunque, en todo caso, esta vinculación directa entre la adopción y la


1,3 Véase un significativo pasaje de ese pensamiento en SOTO, Domingo búsqueda de un heredero es (como señalaré en el último apartado de este pri­
de: De la Justicia y del Derecho, Vol. III, versión española de Marcelino González mer capítulo) igualmente asumida en otras sociedades y una muestra más de
Ordóñez, introducción histórica y teológico-jurídica por Venancio Diego Carro, que muchas de las instituciones que hoy nos pueden parecer protectoras de la
col. sección de teólogos juristas, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1968, infancia respondían, en la realidad de su momento, a otros intereses diferen­
pp. 412-414. tes, en este caso a la perpetuación de la herencia familiar.

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propia adopción no tendría ningún valor legal si el testador no Durante el feudalismo, según señalan Bajo y Betrán, empe­
dispusiese de su hija al mismo tiempo que de sus bienes» I45. zaría un declive de la institución de la adopción que la dejaría,
Consideraciones todas éstas que resultan muy esclarecedoras en líneas generales, en una situación marginal tendente a la de­
de la especial supeditación de las hijas y de la asimilación de su saparición, no volviendo a incorporarse a los Ordenamientos
condición a la de «propiedades» de sus padresl46. jurídicos europeos hasta finales del siglo xrx y principios del XX148.
En el Derecho romano es cierto que sí se reconocería el que Sin embargo, puede ser interesante observar como en uno de
se exigiese el consentimiento del muchacho para la adopción, nuestros principales textos jurídicos del medievo, sino el prin­
pero en la práctica, como advierten Bajo y Betrán, dicho con­ cipal, Las Siete Partidas, se reconoce esa figura distinguiendo, y
sentimiento era casi siempre soslayado, y, en todo caso, en estableciendo regímenes diferentes, entre la arrogación y la
el período de la República romana la exclusión de la necesi­ adopción del hijo que estuviese todavía en poder de su padre. Y
dad de contar con ese consentimiento del adoptado era cla­ aunque en ambos casos se señalase la necesidad de contar con
ra, pues como expresamente afirma Ellul, refiriéndose al pe­ el consentimiento del adoptado, se deja también claro que es
riodo comprendido entre el siglo V y el año 134 a. C.: «no se en el primer supuesto en el que se exige que ese consentimien­
to sea expresamente manifestado149.
pedía el consentimiento del alieni juris adoptado» 147.

145 En SISSA, Giulia: «La familia en la ciudad griega (siglos v-iv a.C.)», d.2) El matrimonio
cit., pp. 181-183.
146 Y así, respecto a la herencia, señala también Giulia Sissa que «una Esta capacidad de los padres, que en realidad tiene un al­
hija legítima no es uno de los destinatarios virtuales de una herencia, sino que cance pleno en el caso de las hijas y no tanto en el caso de los
forma parte de la herencia. Su padre, en el momento de nombrar un herede­
varones, la podemos apreciar, de nuevo, ya en el Código de
ro en sustitución del hijo que le falta, no debe olvidar legarla a su sucesor adop­
tivo, con el patrimonio. En caso de transferencia del patrimonio que deja un
intestado, muerto sin hijos varones, la hija no está en absoluto entre los dere-
chohabitantes, sino con los bienes, del lado de las cosas. (...) En resumen, el des­ 148 Véase en este sentido en BAJO, Fe y BETRÁN, José Luis: Breve histo­
tino de "un hijo de sexo femenino" coincide exactamente con el que está re­ ria de la infancia, cit., p. 38.
servado a los bienes. No hay leyes sobre las hijas epicleras, sino una legislación 149 Así se señalaba en la Ley I del Título XVI de la Partida IV. De hecho,
sobre la sucesión y el testamento cuyos objetos son el kléros y el épikleros, bi­ la menor relevancia del consentimiento del hijo que todavía esta en poder
nomio indisociable tanto para los oradores como para Aristóteles. Un mismo del padre queda clara si comparamos las dos cartas que habrían de dar fe de
título, kurios, es decir, "dueño" designa la posición del heredero con respecto los dos distintos modos de adopción, pues mientras que en ése no se alude
a la herencia en su conjunto, incluida esa propiedad animada que es una hija. al consentimiento del hijo, pareciendo que sólo las voluntades de los dos pa­
Sólo se requiere una única gestión para reclamar ante el arconte la sucesión, dres, el natural y el adoptante, tienen importancia, en el otro hay una alusión
con o sin el suplemento femenino: la épidiskastia o entrega de la sucesión (Iseo, expresa a la necesidad del consentimiento del adoptado; lo que puede verse
III, 74). La ley ni siquiera menciona el matrimonio, que es en realidad la ma­ conforme a lo establecido en la Ley XCI del Título XVIII de la Partida III y
nera particular en que un kurios toma posesión de la epielera; indica simple­ en la Ley XCII de ese Titulo XVIII de la Partida III. Y la necesidad de ese
mente que los hijos de sexo femenino, si los hay, deben ser agregados al lote». consentimiento del que ha de ser adoptado y no tiene padre, lleva al legisla­
(En SISSA, Giulia: «La familia en la ciudad griega (siglos v-iv a.C.)», cit., p. 193). dor de Las Siete Partidas, en la Ley IV del Título XVI de la Partida IV, a ne­
147 Véase en BAJO, Fe y BETRÁN, José Luis: Breve historia de la infancia, gar la posibilidad de la adopción del menor de siete años, y sólo con el cum­
cit., p. 37; y en ELLUL, Jacques: Historia de las instituciones de la Antigüedad. plimiento del especial requisito de contar «con otorgamiento de Rey» al menor
Instituciones griegas, romanas, bizantinas y francas, cit., p. 265. de catorce y mayor de siete.

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

Hammurabi así como en el Antiguo Testamento. En el primero concluir, conforme a lo que señala Yan Thomas, que en la rea­
se reconoce, en las leyes de los párrafos 155 y 156 (que, como des­ lidad era la voluntad de los padres la que resultaba finalmente
pués señalaré, están relacionadas con el castigo de las relaciones determinante: «Una enorme literatura romanista se ha dedica­
incestuosas), que es el padre el que elige esposa para su hijo, y, do al consentimiento de los esposos. Pero, ¿qué dicen los ca­
en las leyes de los párrafos 160 y 161, la facultad del padre de dar suistas? Que exige el consentimiento de todos: de los que se ca­
en matrimonio a su hija. Y conforme a lo establecido en el An­ san, ciertamente, pero sobre todo de aquellos en cuyo poder
tiguo Testamento, según Falk, «Los padres, es verdad, todavía están. Más aún, el acuerdo de los hijos e hijas siempre se pre­
muy frecuentemente eligen una esposa para su hijo, aunque al­ supone: "Si un hijo desposa a una mujer bajo la coacción de su
gunas veces el hijo mismo contrataba el matrimonio (Gen. xxvi padre, el matrimonio es válido, aunque no pueda casarse con­
34, xxvii 46; Jud. xiv 2, 7). Por otra parte, la hija era en la mayo­ tra su voluntad: sin embargo, se supondrá que ha preferido acep­
ría de los casos casada por su padre, excepto, quizás, cuando se tar" (Digesto, 23, 2, 22). Sólo el hijo emancipado puede pres­
casaba por segunda vez (Gen. xxxiv 12; Ex. xxii 16)» 15°. cindir de la voluntad paterna. En cuanto a la hija, es realmente
En la Atenas clásica si bien a los hijos varones la patria po­ ridículo ver, en los manuales de derecho romano, como se re­
testad no les afectaba en este punto, pues la edad requerida para cuerda su consensus: "Se considera que la hija que no se resis­
el matrimonio era la misma que la que ponía fin a la patria po­ te abiertamente a la voluntad de su padre ha consentido; y la re­
testad l5‘, siendo así que una vez que para ellos ésta terminaba, sistencia sólo es tolerada si el novio que su padre le destina es
ya no era necesario el consentimiento del padre para poder ele­ de una conducta disoluta o infame" (Digesto, 23, 1, 12)» l53. * *
gir esposa. Sin embargo, en el caso de las hijas «no solamente Además, a esa potestad paterna de las sociedades griega y ro­
ellas no pueden casarse sin el consentimiento paternal, sino que manas de casar a sus hijas, hay que añadir el hecho de que la cor­
su padre puede, sin consultarlas, darlas en matrimonio al yer­ ta edad en que se desposaban las mujeres, niñas o adolescentes
no que él haya elegido» l52.
150 E151
igualmente en Roma habría que

mite separarla arbitrariamente del marido que él le había elegido y darla a otro
150 En FALK, Ze’ev W.: Hebrew law in biblical times. An introduction, cit., como esposa». Una inconsistencia que, conforme a lo señalado por Giulia Sis-
sa, parece que tiene su razón de ser en la necesidad que se establece sobre la
p. 162.
continuidad del patrimonio del padre en el ámbito familiar regido por los varo­
151 Aunque, en la práctica la edad del matrimonio de los hombres ronda­
nes. Así, Giulia Sissa, que reconoce explícitamente al marido como Kyrios de la
ra los treinta años y la de las mujeres estaría en tomo a los quince. (Veáse así,
mujer, señala: «Entre su padre y su marido, entre su marido y su hijo, la mujer-
por ejemplo, en GOLDEN, Mark: Children and Childhood in Classical Athens,
herencia nunca abandona su carácter de objeto que se da o se toma y que cir­
cit., p. 98). cula en el seno de la parentela. En general, la autoridad masculina sobre un hijo
152 En BEAUCHET, Ludovic: Histoire du Droit privé de la République de sexo femenino es poderosa, porque una mujer nunca llega a la mayoría de edad.
Athénienne, Livre II «Le droit de famille», cit., p. 97. El padre tiene derecho a recuperar a la hija que ha dado en matrimonio (...) Y
Se produce así una curiosa inconsistencia sobre la potestad que se ejerce so­ aunque está casada regularmente, una mujer que se convierte en epiclera en el
bre la mujer casada, entre el marido, que será su actual Kyrios, y por lo tanto jefe momento del deceso de su padre puede ser reclamada por el pariente más cer­
de la familia y del culto doméstico, y el padre, que aunque ya no sea su Kyrios cano (Iseo, ni, 64-65)». (Véase así en GOLDEN, Mark: Children and Childhood
mantiene, sin embargo, una amplia potestad sobre su hija ya desposada. Los in Classical Athens, cit., pp. 48 y 49; en BEAUCHET, Ludovic: Histoire du Droit
términos de esta inconsistencia se pueden confirmar al observar que si bien Gol- privé de la République Athénienne, Livre II «Le droit de famille», cit., pp. 97 y 98;
den es muy claro en la sustitución del padre por el marido como nuevo Kyrios y en SISSA, Giulia: «La familia en la ciudad griega (siglos v-rv a.C.)», cit., p. 197).
de su mujer, Beauchet, por su parte, dirá que «los poderes del Kyrios continúan 153 En THOMAS, Yan: «Roma, padres ciudadanos y ciudad de los padres
perteneciendo al padre incluso después del matrimonio de la hija lo que le per- (siglo II a. C.-siglo II d. C.)», cit., pp. 235-236.

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en realidad, pues la edad solía oscilar entre los doce y quince hacerlo dos años después. Según las leyes, las niñas seguían bajo
años l54, suponía en la práctica un simple manejo de la vida de la tutela de los parientes masculinos, mientras que los niños pro­
éstas por los padres, y, en ocasiones, por los esposos. La niña aca­ bablemente podían establecerse por su cuenta»; o Bajo y Betrán,
baba así muchas veces su infancia por una decisión del padre para quienes «Las esposas-niñas continuaron existiendo en el
que la situaba en poder de otro hombre que la tomaba como mundo bizantino y en el Occidente medieval», «Esta práctica
mujer155. Aunque esa práctica no fuese privativa de las socieda­ comenzó a ser fruto de reflexión a partir del siglo xiv. (...) Por lo
des griega y romana, pues, de hecho, la temprana edad de los demás, el derecho canónico permitía casarse ya en la pubertad:
esposos sería ampliamente aceptada tanto en sociedades ante­ a los catorce años los varones y a los doce las niñas» l56.
riores como posteriores a la griega y la romana. Así nos lo con­ En la Edad Media seguiría vigente esa potestad paterna de
firman, por ejemplo, el profesor Delgado, al recordarnos que decidir la persona con la que habrían de desposarse sus hijos. Y
«En Mesopolamia las niñas eran consideradas adultas a los doce así, lo observamos en la España visigoda, en la regulación que se
años, edad en la que podían casarse, mientras los niños podían hace en el Fuero Juzgo, de influencia jurídico romana, en la Ley
II del Título I del Libro III, que expresamente dirá: «Si alguno
desposar la manceba de voluntad de su padre, é la manceba con­
154 Es, en este sentido, muy significativo el pasaje en que Jenofonte nos tra voluntad de su padre quisiere casar con otro, é non con aquel
cuenta como su personaje Isómaco recibió en su casa a su esposa cuando ésta «aún á quien la prometió su padre, aquesto non lo sofrimos por nen­
no había cumplido los quince años»: «cuando ya se había familiarizado conmi­
go y estaba lo bastante dócil como para mantener una conversación, le hice las guna manera que ella lo pueda fazer»; y conforme establece la
siguientes preguntas: «Dime, mujer, ¿te has dado ya cuenta del motivo por el que Ley VIII de ese mismo Título I del Libro III, en caso de falleci­
te tomé por esposa y tus padres te entregaron a mí? (...) Yo, por mi parte, pen­ miento del padre será la madre la que tenga potestad para casar
sando en mi interés, y tus padres en el tuyo, deliberando sobre quién sería mejor a los hijos e hijas (regulándose después otros supuestos por si la
como consorte para el hogar y los hijos, te escogí a ti, y tus padres, por lo visto,
me eligieron a mí entre todos los partidos posibles». Por otra parte, refiriéndose
madre también muriese o se casase con otro)157. *Aunque,
* «Desde
a la Grecia clásica, el profesor Buenaventura Delgado, que señala como los ma­ mediados del siglo XH el consentimiento paterno no era consi­
trimonios eran concertados por los padres, sin participación de los esposos, apun­ derado por el derecho canónico, como lo había sido hasta en­
ta las edades para el matrimonio, generalmente, entre los catorce y dieciséis años. tonces, esencial para la validez del matrimonio de muchachos o
Y respecto a la sociedad romana, Yan Thomas señala que la edad media de las mu­ muchachas, pero, como señala René Metz, las muchachas fueron
jeres al casarse sería de quince años, pero que seguramente algunas serían en­
tregadas en matrimonio antes de los doce, aunque «los juristas teman el pudor
de escribir que, hasta los doce años, una muchacha dada por su padre no era
más que la "novia" (sponsa) del hombre bajo cuyo techo vivía». (Véanse estas ci­ 156 En DELGADO, Buenaventura: Historia de la Infancia, cit., pp. 18-19; y
tas en JENOFONTE: «Económico», cit., pp. 239-240; en DELGADO, Buenaven­ en BAJO, Fe y BETRÁN, José Luis: Breve historia de la infancia, cit., pp. 221-223.
tura: Historia de la Infancia, cit., p. 38; y en THOMAS, Yan: «Roma, padres ciu­ 157 También en este sentido, hay que señalar el supuesto regulado en la
dadanos y ciudad de los padres (siglo n a. C.-siglo n d. C.)», cit., p. 232). Ley VIII del Título II de ese Libro III: «Si la muicr libre quiere casar con omne
155 Rousselle, refiriéndose a la alta sociedad del Imperio, expone duramente libre, el marido dolía debe fablar primeramientre con su padre: é si la pudiere
esa realidad: «Generalmente amada por su padre, es dada a un marido antes aver por mugier, dé las arras al padre assí cuerno es derecho. E si la non pu­
de la pubertad. Su matrimonio, muy precoz, es consumado: Nerón, festejan­ diere aver, finque la mugier en poder del padre. E si ella casar sin voluntad del
do sus bodas homosexuales, dice Suetonio, llegó hasta "imitar los gritos y ala­ padre ó de la madre, y ellos non la quisieren recebir de gracia, ella nin sus fiios
ridos de las vírgenes cuando son desfloradas": la consumación brutal, pues, non deven heredar en la buena de los padres, porque se casó sin vountad de-
era la norma». (En ROUSSELLE, Aliñe: «Gestos y signos de la familia en el Im­ llos. Mas sil quisieren dar los padres alguna cosa, bien lo pueden fazer, é da-
perio romano», cit., p. 251). quello puede ella fazer su voluntad».

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las más beneficiadas por esta nueva concepción, que penetró en mismas Leyes antes referidas se establecía la potestad del padre
el derecho matrimonial de la Iglesia a través de la doctrina más de desheredar a la hija o el hijo que no le obedeciese dando cum­
que a través de la legislación y que sólo gradualmente pasó a la plimiento a la promesa de matrimonio que él hubiese dado cuan­
práctica». No obstante, hay que observar que esa apreciación, do se considerase que el mismo resultaba conveniente para el hijo
que McLaughlin realiza en nota a pie de página, va acompañada o la hija; y, conforme a lo regulado en la Ley V del Título VII de
en el texto principal de un reconocimiento de la pervivencia de esas la Partida VI y en la Ley III del Título VI de la Partida VII, se de­
capacidades del padre: «el matrimonio en edad temprana era el duce claramente que se entendía que era el padre el que debía
destino de las muchachas que no adoptaban la vida religiosa, y casar a sus hijas, pues, en ambas leyes es a los padres a los que
en uno u otro caso la elección raras veces dependía de ellas; eran se sanciona por no haberlo hecho adecuadamente (en la pri­
sus padres quienes casi siempre tomaban la decisión, en la que mera no pudiendo desheredar a la hija que soltera a los veinti­
pesaban más las consideraciones y ventajas de orden práctico cinco se casase contra la voluntad del padre o se dedicase a la
que los sentimientos y deseos de sus hijas» l5S. Siendo, pues, evi­ prostitución, porque para el legislador tiene culpa de ello el pa­
dente que este primer paso todavía estaría muy lejos de suponer dre por no haberla casado antes, y en la segunda se sanciona con
una solución al problema que suponía esa capacidad reconocida la pena de la infamia al padre que casase a su hija antes de que
a los padres de decidir sobre el matrimonio de sus hijas. pasase un año de la muerte del yerno —eximiéndose de esa pena
Un nuevo avance lo podemos encontrar en Las Siete Partidas, al que se casase por mandato del padre, o del abuelo, bajo cuyo
donde, conforme a lo establecido en las Leyes X y XI del Títu­ poder estuviese—). Y esa regualación de Las Siete Partidas pa­
lo I de la Partida IV, se exige el consentimiento de ambos cón­ rece casar con la solución que también se ofrecería en ese si­
yuges para que se celebre el matrimonio158 159, 160
pudiendo éstos ca­ glo XIII en la doctrina tomista: «£7 padre no puede obligar al hijo
sar incluso contra la voluntad del padre. Por lo que las promesas por mandato á contraer matrimonio. Puede inducirle por una
de matrimonio que los padres puedan realizar sobre sus hijas e causa racional á contraer»; y: «Requiriéndose para el matrimonio
hijos no tienen fuerza vinculante para éstos, que deberán pres­ un consentimiento que produce una obligación perpetua, es nulo
tar necesariamente su consentimiento tanto para el desposorio si se contrae ántes de la edad de la pubertad, á menos que el vigor
como para el casamiento. Sin embargo, hay que contar con que de la naturaleza y de la razón suplan el defecto de la edad» l6°.
los padres disponían de muchos medios para poder obligar a
sus hijos a cumplir su voluntad en este terreno. De hecho, en las
160 En Suplemento, Cs. 47 y 58, arts. 6 y 5; en AQUINO, Tomás de: Suma
Teológica, Tomo V, cit., pp. 228 y 294. Aunque, en todo caso, hay que apuntar
158 En McLAUGHLIN, Mary Martin: «Supervivientes y sustitutos: hijos y que, como nos recuerda Martínez Vigil, en la «Introducción» a la edición de la
padres del siglo IX al siglo XIII», cit., p. 171. Suma Teológica por la que aquí se cita, en realidad santo Tomás de Aquino sólo
159 Aunque es claro que en principio se exigía el consentimiento de los pa­ pudo dictar hasta la Cuestión 90 de la Tercera Parte, y «Como la obra queda­
dres para la celebración del matrimonio, pues, de hecho, la Ley I del Título III se incompleta, las cuestiones que faltaban se tomaron [se suele apuntar que fue
de la Partida IV señalaba como uno de los tres supuestos de matrimonios que su secretario, amigo y confesor Fray Reginaldo de Pipemo] literalmente de la
se consideraban hechos de forma encubierta, lo que conllevaba una serie de des­ exposición del mismo Santo Doctor sobre el libro 4.° de las Sentencias, y en for­
ventajas sobre el que se realizase de forma manifiesta: «quando los fazen ante ma de Suplemento se agregaron á la Tercera Parte. De manera que el Angélico
algunos, mas non demandan la nouia a su padre, o a su madre, o a los otros Doctor es el autor de toda la Tercera parte, como han probado suficientemen­
parientes que la han en guarda, nin le dan sus arras ante ellos, nin les fazen las te los antiguos controvertistas». (En MARTÍNEZ VIGIL, Ramón: «Introduc­
otras honrras que manda santa eglesia». ción», en Aquino, Tomás de: Suma Teológica, Tomo I, cit., p. XLI).

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

Finalmente, esa tendencia se confirmaría por la Iglesia ca­ segundo Concilio de Toledo, celebrado en el año 527, se esta­
tólica en el Concilio de Trento, que condena con excomunión a blecía que: «Respecto de aquellos que fueron consagrados a la
los que niegan que pueda ser válido el matrimonio celebrado vida clerical desde los primeros años de su infancia por volun­
sin el consentimiento de los padres —así como los que consideran tad de sus padres, decretamos que se observe lo siguiente: que
que los padres puedan hacerlos válidos o inválidos— (aunque en una vez tonsurados y entregados para el ministerio de los ele­
seguida advirtiese que: «la Iglesia de Dios no obstante los ha de­ gidos, deben ser instruidos por el prepósito que les ha sido se­
testado y prohibido en todos tiempos con justísimos motivos») '6I. ñalado, en las cosas de la Iglesia bajo la inspección del obispo,
Y, sin embargo, también podemos seguir considerando que en y cuando llegaren a cumplir dieciocho años se les preguntara si
la realidad la práctica del matrimonio «impulsado» por los pa­ quieren o no casarse. A los cuales si por inspiración de Dios Ies
dres seguiría siendo lo habitual. Y así, nos advierte, por ejem­ agradare la gracia de la castidad y prometieren que guardarán
plo, Ross, en su estudio de la infancia de las clases medias en las el voto de continencia sin lazo conyugal, éstos como aspirantes
ciudades del norte y el centro de Italia desde el siglo xrv a prin­ de una vida más austera serán puestos bajo el yugo suavísimo
cipios del XVI, que: «La muchacha ideal de esta época está bien del Señor y primeramente recibirán, cumplidos los veintiún
representada en un tema religioso predilecto, el de la Virgen años, el subdiaconado, una vez que hayan probado la sinceridad
niña (...) En este estado virginal querían los padres entregar a de su profesión. (...) Pero aquellos a los que en el momento de
sus hijas de trece a dieciséis años a unos esposos maduros que ser interrogados, su propia voluntad les infundiese el deseo de
en muchos casos les doblaban la edad» ’62. casarse, no podemos negarles la facultad que les fue concedida
por los apóstoles, de tal modo que una vez que hayan alcanza­
do la edad madura, viviendo en el matrimonio, si de común
d.3) La consagración a un oficio religioso acuerdo prometieren renunciar a las obras de la carne, puedan
aspirar a los grados eclesiásticos». Una regulación que se en­
También la potestad paterna para poder consagrar a sus hi­ dureció en el siglo siguiente, al establecerse en el canon sexto del
jos a una vida religiosa hunde sus raíces en la Antigüedad. Y así décimo Concilio de Toledo, celebrado en el 656, por una parte,
en la ley del párrafo 181 del Código de Hammurabi se reconoce la imposibilidad de rechazar, de por vida, la vida religiosa a la
explícitamente la posibilidad de que el padre consagre a su hija que cualquiera de los padres, por consentimiento expreso o tá­
como sacerdotisa de un dios. Pero es en la tradición cristiana, cito, destinase a sus hijos o hijas menores de diez años, y, por
imperante en occidente durante tantos siglos, en la que podemos otra, permitir que el niño o la niña de diez años decidiese, incluso
ver más claramente el reconocimiento de esta potestad así como sin el consentimiento de sus padres, seguir de por vida la pro­
la preocupación sobre su abuso. Así, ya en el primer canon del161 162 * fesión religiosa.
Durante los siglos siguientes la decisión de los padres se­
guiría siendo determinante en la práctica. Así, si, como antes
161 Véase así en el Capítulo I de la Sesión 24, celebrada el 11 de noviem­ se observaba en el pasaje citado del estudio de McLaughlin, eran
bre de 1563; en El sacrosanto y ecuménico Concilio de Trento, traducido al idio­ los padres los que en general decidían finalmente sobre el hecho
ma castellano por D. Ignacio López de Ayala, agrégase el texto latino corregi­
do según la edición auténtica de Roma, publicada en 1564, nueva edición,
de que las hijas adoptasen la vida religiosa, en otro pasaje señala
Librería de Rosa y Bourel, París, 1860, pp. 305-306. también este autor como igualmente decidían sobre la incor­
162 En ROSS, James Bruce: «El niño de clase media en la Italia urbana, poración de sus hijos varones a la vida monástica: «muchos de
del siglo Xiv a principios del siglo XVI», cit., p. 243. ellos estaban destinados a esta vida desde el principio y entra­

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ban en religión como "oblatos", niños ofrecidos a los monaste­ siglo XIII, santo Tomás de Aquino. Para éste habría que esta­
rios por sus padres, por lo común en edad temprana. (...) a fi­ blecer la línea de distinción en la pubertad (lo que también casa
nes del siglo XI, la práctica del ofrecimiento de los niños a los mo­ con su idea de que antes de la pubertad los niños no deberían
nasterios estaba ya en decadencia, y su brusco descenso durante de jurar), que para el de Aquino sería a los catorce años para los
los cincuenta años siguientes es otro síntoma de las transfor­ niños varones y doce para las niñas. Los impúberes no podían
maciones de la época. Pero por lo menos durante dos siglos y qui­ obligarse por voto alguno, pues sería inválido si no tuviese el
zá más, la ofrenda de los hijos de los nobles por sus padres ha­ uso de razón y en caso de tenerlo y de hacer el voto éste podría
bía sido un importante medio, y quizá el principal, de selección ser anulado por sus padres o tutores (siendo válido, en su caso,
para el monacato» l63. sólo ante Dios); y, en todo caso, sería nula la profesión religio­
Pero esa decadencia, a finales del siglo XI, de la práctica del sa que realizasen, aunque sí que podrían, con el consentimien­
ofrecimiento de los niños de la que nos da cuenta McLaughlin, to de los padres, ser admitidos en la vida religiosa. Sin embar­
no señala en realidad, ni mucho menos, el final de la capacidad go, los púberes (con uso de razón) podrían obligarse por los
de los padres de decidir sobre la consagración de sus hijos a la votos religiosos que hiciesen, incluso en contra de la voluntad
vida religiosa. Así se puede observar como en el siglo xill, en de sus padres o tutoresl64.
Las Siete Partidas de Alfonso X, más concretamente en las Le­ Y todavía podemos observar que la práctica de consagrar a
yes IV y V del Título VII de la Partida I, se seguía defendiendo los hijos e hijas a los oficios religiosos se siguió produciendo en
esa capacidad de los padres de consagrar a sus hijos a los ofi­ siglos posteriores. Como indica Ross, esta vez con base en un es­
cios religiosos, aunque con la importante matización de que el tudio demográfico de Richard C. Trexler: «Se ha señalado con
menor a los quince años pudiese decidir si seguir la vida religiosa frecuencia que los padres toscanos temían que les nacieran ni­
o abandonarla. Y es que la edad en que se consideraba que los ñas debido a la creciente cuantía de las dotes, y que cuando las
niños varones habrían de entrar en una orden religiosa sería la hijas eran demasiadas se las metía pronto en un convento»;
de los catorce años y la de las niñas los doce. Y se entendía que apuntando también a este respecto que «los datos revelan un
la capacidad del padre también para poder sacar al hijo del mo­ gran aumento del número de monjas en el siglo xv y comienzos
nasterio en que hubiese entrado terminaba cuando éste cum­ del xvi en Florencia, procedentes en su mayoría de familias de
plía esa edad, incluso se establecería que si el menor ingresaba clase media de economía modesta. El destino de las niñas se
antes de esa edad el padre sólo dispondría de un tiempo para po­ decidía hacia los seis años, en gran parte atendiendo a su salud
der sacarle de dicho monasterio, normalmente un año después y a sus encantos; hacia los ocho años las menos favorecidas en­
de conocer su ingreso. Esta regulación en buena medida venía traban en el claustro y a los trece tomaban los votos, con lo cual
a coincidir con la solución adoptada por el gran teólogo de ese la transferencia de la hija se efectuaba antes de la pubertad» l65.

163 En McLAUGI-ILIN, Mary Martin: «Supervivientes y sustitutos: hijos y IM Véase a este respecto en 2-2, qs. 88, 89 y 189, arts. 9, 10 y 5; en AQUINO,
padres del siglo IX al siglo xni», cit., p. 180; y el pasaje antes citado (nota 158), Tomás De: Suma Teológica, Tomos III y IV, cit., pp. 556-557, 573 y 164-166.
en p. 171. Y, por su parte, Bajo y Betrán, señalarán de forma explícita: «la vo­ 165 En ROSS, James Bruce: «El niño de clase media en la Italia urbana,
luntad del niño era ignorada; bastaba el deseo de los padres para que el niño del siglo XIV a principios del siglo XVI», cit., p. 239. Aunque también es cierto
tuviera que seguir el camino de la formación como eclesiástico». (En BAJO, Fe que a continuación matice Ross: «Sin embargo, en otras fuentes se observa
y BETRÁN, José Luis: Breve historia de la infancia, cit., p. 118). una amplia gama de actitudes con respecto a las hijas y a su educación».

156 157
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

Es en ese siglo XVI que el Concilio de Trento vendría a estable­ (lo que adquiría gran trascendencia en esas sociedades en las que
cer —respectivamente, en los Capítulos XV y XVII de la Sesión la familia era su institución básica), y, sobre todo, lo que era
XXV, celebrada los días 3 y 4 de diciembre de 1563—, que la normalmente la finalidad pretendida, desheredaba al hijo de
entrada en la vida religiosa habría de ser producto de una de­ los bienes paternales. Por eso, es comprensible que haya existi­
cisión voluntaria tomada no antes de los dieciséis años, pre­ do una doble tensión respecto a esta figura. Por una parte, la gra­
tendiéndose garantizar la consciencia y voluntariedad de la de­ vedad de las consecuencias que se podían derivar de ese repu­
cisión con la exigencia de un año de noviciado, y que en el caso dio hizo que desde su primera regulación se pusiesen algunos
de las niñas mayores de doce años se averiguase si esa era real­ límites a su posible ejercicio, siendo quizás la razón más im­
mente su voluntad y se volviese a inquirir antes de la profe­ portante para los mismos la protección de la condición de he­
sión l66. Lo que parece poner de manifiesto que existía la dispo­ redero del hijo. Pero, por otra parte, la concepción del niño
sición de la Iglesia católica de garantizar la voluntariedad en la como «propiedad» del padre funcionaba, también desde el prin­
asunción de la profesión religiosa167, *pero también una prácti­ cipio, a favor de la libre disposición del padre para tomar dicha
ca, que habría que entender que estaba movida principalmen­ decisión. En todo caso, lo que aquí interesa destacar es que den­
te por las decisiones paternas, que hacía dudosa la efectividad tro de las amplias potestades que se le reconocen a los padres
de esa voluntariedad, con la posibilidad de tomar las niñas el há­ sobre la vida de su hijo también estaba la de expulsarlo de la
bito religioso ya a los doce años. estructura de la familia nuclear y desheredarlo de sus bienes
(los límites derivados de la condición de heredero del hijo serán
tratados en el apartado quinto en relación con la posible consi­
e) La potestad de repudiar a los hijos deración de derechos de los niños).
También esta potestad puede encontrarse ya regulada en el
Finalmente, conviene hacer referencia a otra potestad que tra­ Código de Hammurabi, que en las leyes de los párrafos 168 y
dicionalmente se les ha reconocido a los padres, como es la de 169 establece: «§ 168. Si un señor se propone desheredar a su
poder repudiar a sus hijos. Al ejercitarla el padre daba por con­ hijo (y si) dice a los jueces: "Quiero desheredar a mi hijo", los jue­
cluida su relación con su hijo, extinguiéndose así la patria po­ ces investigarán sus antecedentes; y si el hijo no cometió una fal­
testad, expulsando al hijo de la estructura de la familia nuclear ta (lo bastante) grave para ser excluido de la herencia, el padre
no podrá desheredar a su hijo. § 169. Si ha cometido contra su
padre una falta (lo bastante) grave para ser excluido de la he­
166 Véase en El sacrosanto y ecuménico Concilio de Trento, cit., pp. 381 y rencia (los jueces) le perdonarán en la primera ocasión; si incurre
383-384. en falta grave por segunda vez, el padre podrá excluir a su hijo
167 También puede resultar de interés respecto a esa preocupación de que de la herencia» 16S.
realmente fuese libremente elegida la vida religiosa (que también inspira las re­
gulaciones del capítulo XVIII y XIX) la exigencia que se establece en el Capítu­
lo XVI de esa misma Sesión XXV: «tampoco den los padres ó parientes, ó cura­
dores del novicio ó novicia, por ningún pretexto, cosa alguna de los bienes de estos 168 Esta regulación la compara el profesor Lara en la nota 484 (en Códi­
al monasterio, á excepción del alimento y vestido por el tiempo que esté en el no­ go de Hammurabi, cit., p. 144; ver también, en este sentido, en su «Estudio pre­
viciado; no sea que se vean precisados á no salir, por tener ya ó poseer el mo­ liminar» en p. CXII) con la regulación que se haría de la forma de rechazar los
nasterio toda, ó la mayor parte de su caudal, y no poder fácilmente recrobarlo padres a los hijos rebeldes en Deuteronomio 21,18-21. Sin embargo, las dife­
si salieren». (En El sacrosanto y ecuménico Concilio de Trento, cit., p. 382). rencias con lo establecido en ese pasaje (en el que se exige la intervención, que

158 159
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

En Atenas la institución que reconocía esa facultad del pa­ bunales ordinarios, y sin que ese control judicial resultase ne­
dre de dar por concluida la patria potestad se denominaría apo- cesario para dar validez al acto, sino que el tribunal sólo se pro­
kéryxis ,o;. Si bien es cierto que su importancia práctica no pa­ nunciaba si el hijo impugnaba la existencia de una justa causa
rece que fuese alta, al menos en la época clásica*170 y sobre todo para el repudio, pero no se había de pronunciar si se sometía a
para los hijos menores de edad, lo que tiene sentido porque, la inhabilitación pronunciada contra éll73. *Es interesante ob­
como afirma Beauchet, la renuncia al hijo supondría un casti­ servar, asimismo, que, en todo caso, el padre, finalmente, tam­
go tan fuerte que cuesta creer que un menor ele edad se hiciese bién tenía la posibilidad de poner fin a las consecuencias deri­
merecedor de él, estando más pensada para la desheredación vadas de su repudio restituyendo al hijo a su situación original
del hijo mayor de edad1'1. Y, en todo caso, con ese repudio lo que y que, respecto a las razones que avalaban esta institución, po­
se rompía era con la línea paren tal paterna, pero no suponía la demos encontrar su justificación por razones morales en la obra
ruptura, pese a la voluntad del padre, de los otros vínculos que de Aristóteles. Pues el cstagirita, al tratar las distintas clases de
ya se habían podido crear con el hijo, primero con la fratría, y, amistad, señalaría como en el trato entre desiguales, en el que
en su caso, con el Estado, pues, al menos desde las reformas de se ha de incluir el de los padres e hijos, el hijo nunca podrá dar­
Clístenes, dicho repudio no tendría ningún efecto sobre los de­ le a sus padres el honor que estos merecen, por lo que no es lí­
rechos de ciudadanía del hijol72. De todas formas, la decisión de cito pensar que un hijo pueda repudiar a su padre, y, sin em­
repudiar al hi jo era una decisión que dependía de la voluntad del bargo, el padre sí que podría repudiar al hijo, ya que «el hijo
padre, adquiriendo validez con el simple hecho de hacerla pú­ está en deuda y debe pagar, pero nada puede hacer que corres­
blica mediante su proclamación a través de un heraldo. Sólo a ponda a lo que por él ha hecho su padre, de modo que siempre
posteriori se podía someter dicha decisión al control de los tri­

1,3 Véase así en BEAUCHET, Ludovic: Hisioire du Droit privé de la Répu­


no aparece como activa, de los representantes de la comunidad para aplicar una blique Athénienne, Livre II «Le droit de famille», cit., p. 139. Waltcr Jones, sin
sentencia de muerte sobre el hijo declarado indócil y rebelde por los padres), embargo, señala sus dudas sobre si era necesaria la existencia de una decisión
al que antes me he referido para constatar la concepción del niño como «pro­ judicial previa, como sucedía en las leyes de Babilonia, si debía de hacerse
piedad» de los padres, son muy significativas; de modo que no aprecio en ese la proclamación ante la asamblea pública, o incluso que pudiera ser necesaria
pasaje del Antiguo Testamento la figura del repudio del hijo tal y como aquí la la intervención de la fratría. Pero, a este respecto, es interesante observar que
estoy exponiendo. Platón aceptaría dicha institución en la nueva ciudad que trata de formar en
“’9 Aunque esta institución no era propia sólo de Atenas, sino que, por Las leyes, aunque señala la introducción de algunas modificaciones respecto a
ejemplo, Beauchet señala que también existía de forma parecida en Esparta. su funcionamiento; siendo una de ellas, precisamente, la exigencia de que para
(Véase así en BEAUCHET, Ludovic: Hisioire du Droil privé de la République que se produjese el repudio se siguiese un procedimiento ante un tribunal fa­
Athénienne, Livre II «Le droit de famille», cit., p. 147). miliar. Y es por eso que, según Beauchet, «se ha dicho sin embargo que la re­
170 Lo que también explicaría que esa institución fuese sólo conocida por nuncia debe ser precedida de una deliberación del consejo de familia. Pero
testimonios oscuros e incompletos. (Véanse estas ideas en BEAUCHET, Lu­ esto es una pura hipótesis que lleva al derecho positivo las reglas reformadoras
dovic; I-Iistoire du Droil privé de la République Athénienne, Livre II «Le droit de propuestas por Platón». (Véase así en JONES, J. VValter: The Law and Legal
famille», cit., pp. 144 y 129). Theory of the Greeks. An introduction, Clarcndon Press, Oxford, 1956, p. 289; y
1,1 Véase así en BEAUCHET, Ludovic: Hisioire du Droil privé de la Répu­ en BEAUCHET, Ludovic: Hisioire du Droit privé de la République Athénienne,
blique Athénienne, Livre II «Le droit de famille», cit., pp. 133-134. Livre II «Le droit de famille», cit., p. 138. Pueden verse las referencias de Pla­
172 Véanse estas consideraciones en BEAUCHET, Ludovic: Hisioire du tón a esta institución del repudio en PLATÓN: Las Leyes, 928, e y 929, a-d).
Droit privé de la République Athénienne, Livre II «Le droit de famille», cit., 174 Véase así en BEAUCHET, Ludovic: Hisioire du Droit privé de la Répu­
pp. 141-142. blique Athénienne, Livre II «Le droit de famille», cit., p. 143.

160 161
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

es deudor. Los acreedores, empero, pueden perdonar la deuda, otilaba la posibilidad de desheredar al hijo sólo cuando éste co­
y el padre también» l75. 176 metiese una ofensa grave contra los padres o abuelos. En el
En Roma, aunque con alcance diferente, también se reco­ Fuero Viejo de Castilla se daba una unión entre esta potestad
noció la potestad del padre de desheredar al hijo, aunque: «Lo de los padres y la ya referida de poder decidir sobre el matri­
esencial es, sin embargo, el carácter excepcional, dramático, monio de las hijas. Pues si bien conforme a las Leyes I y II del
de la desheredación. (...) desheredar a un hijo exigía que se Título V del Libro V se habilita a los parientes más cercanos a
diese la razón de tal medida. Tanto en Cicerón como en Vale­ desheredar a la mujer que se casase o se fuese con un hombre
rio Máximo, en Plinio al igual que en el Digesto, el heredero sin su beneplácito (siempre que esa negación no pretendiese
externo sólo aparece en ausencia de parientes cercanos, y la simplemente heredar su parte), conforme a lo regulado por la
desheredación, que provocaba gran escándalo, sanciona ne­ Ley II parece claro que en el caso de que viviesen los padres
cesariamente una falta grave: es un procedimiento puniti­ serían éstos los que tendrían esas potestadesl/S. E igualmente,
vo» ,76. Para VValter Jones, sería en el año 288 d. C. cuando se en Las Siete Partidas se reconocería la posibilidad de deshere­
hizo necesario declarar expresamente que mientras esa insti­ dar al hijo, y se seguiría concibiendo como un acto excepcional,
tución de la apokéryxis era practicada por los griegos en las pro­ que suponía un fuerte castigo ante una falta grave cometida
vincias del Imperio romano, sin embargo, no era aprobada por los hijos lo suficientemente mayores como para poder co­
meter con la debida consciencia esa falta, y se exigía para su efi­
por la ley romana l77. *
cacia una serie de requisitos en los que los jueces debían de to­
Pero, en todo caso, lo cierto es que esa potestad paterna
mar parte. Así, ya en la Ley VI del Título V de la Partida VI se
perduraría, con modificaciones, durante los siglos siguientes.
establecía que ese desheredación sólo podía darse cuando el
Así, en la Ley I del Título V del Libro IV del Fuero Juzgo se re­
hijo menor de catorce años hubiese cometido una ofensa gra­
ve contra sus padres y se señalaba explícitamente que el niño
175 Véase en ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco, 1163b. Beauchet se apo­
había de contar al menos la edad de diez años y medio, pues an­
ya en este texto para reconocer al repudio como causa de extinción de las obli­ tes no se consideraba que tuviese la capacidad suficiente como
gaciones alimentarias que el padre tema respecto al hijo, pero no de la que el para que el daño que produjese a sus padres fuese hecho con
hijo mantiene respecto al padre. Sin embargo, no parece claro que el texto de malicia, que sería el único caso en que fuese merecedor de ese
Aristóteles sirva para apoyar la tesis de Beauchet, pues aquél continúa: «al mis­ castigo. Aunque a regular la desheredación se dedicaba expre­
mo tiempo, parece probable que ningún padre se separaría de su hijo de no ser
éste extraordinariamente malvado, pues, aparte de la amistad natural entre samente el Título VII de esa Partida VI, señalándose en las res­
ellos, es humano no rechazar la asistencia del hijo». Frase ésta a la que no alu­ pectivas Leyes IV, V, VI y VII cuáles eran las graves causas que
de Beauchet en su libro, y que parece indicamos que, al separarse del hijo, el posibilitaban ese desheredación de los hijos (que iban desde
padre estaría rechazando también su asistencia, dentro de la cuál no parece des­ causas «tradicionales», como eran los ataques físicos o a la hon­
cabellado que se entendiesen incluidas las obligaciones alimenticias que el hijo ra de a los padres, a causas que respondían a motivaciones más
tenía respecto al padre. (Véase la opinión de Beauchet en BEAUCHET, Ludo-
vic: Histoire du Droit privé de la République Athénienne, Livre II «Le droit de fa- propias del legislador, como era el que el hijo se hiciese here-
mille», cit., pp. 140-141).
176 En THOMAS, Yan: «Roma, padres ciudadanos y ciudad de los padres
(siglo II a. C.-siglo II d. C.)», cit., p. 217. 178 Cito el Fuero Viejo de Castilla por el libro: Códigos Antiguos de Espa­
177 Véase así en JONES, J. VValter: The Law and Legal Theory of the Gre- ña. Colección completa de todos los códigos de España, desde el Fuero Juzgo has­
eks. An introduction, cit., p. 289. ta la Novísima Recopilación, Tomo I, cit.

162 163
Ignacio Campoy La Fundameníaciún de los Derechos de los Niños

je, judío o moro). Causas que, como se señala en la Ley VIII, son III. EL MEJOR INTERÉS DEL NIÑO
tasadas y han de ser necesariamente probadas; es decir, que el
hijo sólo podría ser desheredado si se probase que incurrió en 1. Los principales elementos caracterizadores: el interés en
alguna de las faltas que expresamente se indicaban. Pero en la el niño sin la participación del niño en su determinación
Ley X se añadía otro requisito que se había de cumplir, salvo ra­
ras excepciones ’79, para que se diese esa desheredación, y era Un rasgo que caractcriz.a este extenso período de tiempo que
que el padre mencionase expresamente en su testamento al hijo se prolonga desde la Antigüedad hasta el comienzo del protec­
o hijos a los que desheredaba y porqué motivo lo hacía; por lo cionismo en el siglo xvil es la ausencia de la consideración del
que se sigue regulando como una posibilidad del padre si bien niño como persona con intereses propios, así como del niño
reglamentada y con control judicial. Sorprende, sin embargo, como persona que tiene un interés propio en cuanto tal niño. Lo
de la regulación de Las Siete Partidas, que aunque esa posibili­ que existe es simplemente un interés en el niño, es decir, un in­
dad de desheredamiento de los hijos no se pueda equiparar ple­ terés en la persona del niño, fundamentalmente como sujeto re­
namente con lo que antes señalaba que constituía la posibilidad ceptor de las esperanzas e ideales que los adultos proyectan so­
de los padres de repudiar a los hijos, en todo caso se reconociese bre él, así como receptor de un interés más inmediato, como
en la Ley XVI del Título XVIII de la Partida IV la posibilidad de sujeto del que se pueden esperar beneficios directos para los
que el padre pudiese emancipar a su hijo de siete años, exi­ padres o para la colectividadIS0. Lo relevante es, pues, que en nin­
giéndole sólo que una carta del rey se lo permitiese realizar, gún caso existía una preocupación en identificar qué es lo que
aunque, en general, para que la emancipación se llevase a cabo puede resultar en interés del niño, y menos aún en conseguir la
se exigía el consentimiento tanto del padre como del hijo y en satisfacción de aquello que pudiese resultar sólo en interés del
la Ley X del Título XVI de la Partida VI se establecía la obliga­ niño. El interés fundamental en el niño responde a la idea de que
ción de que el padre le tuviese en guarda al menos hasta que sólo actuando en la persona desde el principio de su vida (incluso
cumpliera catorce años. en el feto y, más allá, en el propio acto de la procreación) se pue­
de conseguir formar el adulto deseado. El interés principal en
el niño se encuentra, así, proyectado hacia el futuro: sólo el fu­
179 Y es que en las Leyes V y VI, respectivamente, se señala que tanto en
turo adulto tiene un interés propio. En ningún momento se pien-180 *
el caso en que el padre «furioso o loco, de manera que andouiesse desmemo­
riado, e sin recabdo» fuese abandonado por los hijos y recogido por un terce­
ro, como en el caso de que el padre (si bien la Ley se refiere también en este
supuesto a la madre) estando cautivo fuesen los hijos negligentes en su resca­ 180 Podemos apreciar bien la unión de ese interés en el niño que combi­
te y muriese durante el cautiverio, se produciría el desheredamiento de los hi­ na la proyección en el futuro y el interés más inmediato en el mismo en el si­
jos aunque el padre muriese sin hacer testamento o incluso si en un testamento guiente pasaje de Bajo y Betrán, en el que estos autores tienen la intención de
hecho con anterioridad a que el padre se encontrase en uno de esos estados hu­ mostrar como esa situación era compatible con la existencia del amor pater­
biese nombrado a sus hijos como herederos. Aunque también en estos su­ no hacia su progenie: «En las sociedades antiguas, un hijo era generalmente
puestos se exige para el desheredamiento que el hijo que hubiese cometido considerado o un bien material, por ser una fuerza potencial de trabajo entre
cualquiera de esos actos de abandono del padre tuviese dieciocho años. En las clases humildes, o bien un instrumento indispensable para perpetuar el
todo caso, parece evidente que la decisión del legislador se basa en la consi­ nombre y el patrimonio familiar para las clases pudientes. Este principio ge­
deración de que en esos supuestos los hijos habían dañado gravemente al pa­ neral no significa, en ningún caso, la carencia de afecto y amor paterno con el
dre y éste no había tenido la posibilidad de desheredarlos en su testamento que el niño era recibido la mayoría de las veces». (En BAJO, Fe y BETRÁN, José
desde que aquéllos cometieron tales acciones. Luis: Breve historia de la infancia, cit., p. 29).

164 165
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

sa, pues, en producir un beneficio que se agote en la propia ni­ conseguir que cuando se alcanzase la madurez se hubiese con­
ñez; ésta se entiende como un simple período formativo, ca­ seguido formar la persona pretendida conforme a unos designios
racterizado, como antes se vio, por deficiencias y carencias, del previamente establecidos, se trataba, pues, de aprovechar la ni­
que parece que lo mejor que puede decirse es que, finalmente, ñez con la adecuada manipulación de aquellas características que
la persona lo supera181. En este sentido, si se analizaban las ca­ fuesen propias del niño y resultasen útiles para ese fin. Cuál sea
racterísticas del niño, era, simplemente, para poder realizar con ese adulto pretendido habría de variar en cada sociedad en fun­
la mayor eficacia posible la labor formativa de la persona, nun­ ción de los valores últimos que imperasen en ellal82; pero sí pue­
ca para determinar qué era lo que podría constituir un interés de decirse que lo que resultaba característico de toda la Edad An­
propio del niño. Lo único que tenía realmente importancia era tigua, y también la Edad Media, era el fuerte colectivismo de
las sociedades humanas, por lo que igualmente puede enten­
derse que el adulto pretendido sería el que se adecuase a los va­
131 Incluso la famosa sentencia de Juvenal «a los niños se les debe el má­ lores propios de la colectividad183 —y así, en realidad, también
ximo respeto», con la que abro este libro —que ha quedado como un clásico
de la defensa de los niños, y en este sentido la utilizo—, no significaba, en re­
el interés del adulto quedaba en buena medida relegado ante el
alidad, la manifestación de un interés en el propio niño, sino que su intención interés propio de la colectividad, que sería el que finalmente ha­
era exhortar a los padres de su época para que tuviesen cuidado con dar mal bría de predominar184—.
ejemplo a los hijos, porque lo que éstos les viesen hacer repetirían en su adul­
tez. Es, pues, un ejemplo del interés puesto en el adulto que se ha de formar y
no tanto en el propio niño; e incluso, conforme a lo que después dirá, será la
182 En todo caso, el análisis de las ideas relacionadas con la labor for­
formación del futuro ciudadano la que adquirirá una importancia especial:
mativa de la persona se realizará en el siguiente apartado, relativo a la forma­
«Los ejemplos de los vicios nos corrompen más rápidamente cuando se nos dan
en casa, pues nos penetra en el ánimo el prestigio de sus autores. (...) De modo ción del ciudadano a través de la educación.
183 Es en este sentido que cabe interpretar el que Bajo y Betrán nos ad­
que abstente de lo condenable. Para ello dispones como mínimo de una razón
viertan de que: «En general, el niño interesaba relativamente poco a los anti­
de peso, evitar que los que han nacido de nosotros sigan por nuestras fechorías.
guos. En el mejor de los casos, podían ver en él a un futuro adulto más o me­
Todos imitamos dócilmente los ejemplos torpes y depravados. (...) En el caso
nos útil a la sociedad y el fin que justificaba, en última instancia, el matrimonio».
de que prepares algo torpe, a los niños se les debe el máximo respeto: tu, pues,
(En BAJO, Fe y BETRÁN, José Luis: Breve historia de la infancia, cit., p. 15).
ten muy en cuenta los años de tu hijo, y que tu niño de corta edad te prive de
184 Esta supremacía de los intereses de la colectividad sobre los del pro­
cometer pecado. (...) Será de agradecer que hayas dado un ciudadano al pue­
pio individuo es una de las razones que impiden hablar con propiedad de de­
blo y a la patria si haces que sea idóneo para ella, útil para labrar los campos
rechos humanos antes del tránsito a la modernidad. (Véase en este sentido en
y útil para las cosas de la paz y las de la guerra. Pues será de la máxima im­
PECES-BARBA MARTÍNEZ, Gregorio, Curso de derechos fundamentales. Teo­
portancia ver en qué artes y en qué costumbres le educas». (En JUVENAL:
ría general, col. R. Asís, C. Fernández Liesa y A. Llamas, Boletín Oficial del Es­
«Sátiras (Sátira XTV)», en Juvenal • Persio: Sátiras, introducciones generales de
tado-Universidad Carlos III, Madrid, 1995, pp. 113 y ss., especialmente en pp.
Manuel Balasch y Miquel Dolg, introducciones particulares, traducción y no­
132-133). Pero eso no debe impedir observar con claridad la diferencia existente
tas de Manuel Balasch, col. Biblioteca Clásica Credos, Editorial Credos, Ma­
drid, 1991, pp. 414-416). entre la protección de los intereses de los adultos, que eran individuos inte­
grantes y participantes en las diferentes colectividades, pudiendo determinar­
Lyman incluso interpreta esas famosas consideraciones que hará Juvenal
se, en este sentido, derechos y deberes de los mismos; y la determinación de
en la Sátira XIV sobre las motivaciones que los padres han de tener para com­
cuáles eran y cómo se habían de conseguir los intereses de la colectividad. La
portarse correctamente de forma que: «No cabe duda de que se trata de senti­
situación de los niños, sin embargo, sólo podría equipararse, quizás, a la de aque­
mientos centrados en el padre, que revelan que el objeto esencial del hijo (va­
llos otros grupos humanos excluidos de dicha participación, como eran las
rón) es deparar placer y honor al padre». (En LYMAN, Jr. Richard B.: «Barbarie
mujeres o los esclavos, de quienes también podía ser predicable su considera­
y religión: La infancia a fines de la época romana y comienzos de la Edad Me­
dia», cit., p. 101). ción como «propiedad» de los ciudadanos, hombres adultos y libres.

166 167
Ignacio Cawpoy La Fundameniación de los Derechos de los Niños

De esta manera, ese desconocimiento del niño como persona Para Delgado, esa misma falta de interés por el niño y la infan­
que tiene un interés propio en cuanto tal niño venía a coincidir con cia podía predicarse de la sociedad romana, incluso de un autor
esa concepción del niño, a la que antes me referí, como ser im­ tan tradicionalmente considerado como proclive a la infancia
perfecto, caracterizado por deficiencias y carencias, que sólo al­ como Quintiliano, pues dirá: «Para Catón, para Cicerón, para
canza la perfección, y tiene interés como persona, en la adultez. Quintiliano y para el resto de pedagogos y escritores romanos,
Por eso es una actitud ampliamente compartida en las sociedades la infancia no existió con entidad sustancial. Para ellos era una
antiguas la de desconsiderar cualquier valor de la infancia, lo que etapa por la que había que pasar con la mayor rapidez posible,
explicaría el escaso apego con que frecuentemente era observada apresurándola y sustituyéndola por las pautas de conducta adul­
la infancia y el que se entendiese que ése era un período sin inte­ tas. Para la mayoría, por no decir para todos los romanos, la in­
rés propio del que lo mejor que se podía esperar era que pasase fancia era una etapa sin importancia de la vida, que había que su­
pronto. Golden lo dirá expresamente: «Los griegos del período perar cuanto antes. No obstante, algunos intuyeron la
clásico generalmente no sentían nostalgia por la infancia. Era un trascendencia que para la vida adulta tienen estos primeros años
privilegio de los dioses, o de aquellos a quienes querían de forma y lo hicieron constar en sus escritos» l89. Y de la misma manera,
especial, pasar rápidamente por la infancia, nacer con muchos en el siglo iv, san Agustín se mostrará contundente al afirmar, al
de los poderes de los que podrían dar prueba cuando crecie­ tratar «De las penas temporales de esta vida, a que está, sujeta la na­
sen» l85. Idea que también expone claramente Buenaventura Del­ turaleza humana» y tras recordar los castigos corporales que los
gado al afirmar, tras referirse a la importancia de la mitología ho­ niños solían sufrir (y de los que, como después señalaré, él man­
mérica en el imaginario del mundo griego y el reflejo que la tenía un vivo y pavoroso recuerdo) para estudiar unas ciencias
infancia tiene en alguno de sus pasajes, «que indica el afán de los cuyo estudio a veces les resultaba más doloroso que las mismas
adultos en quemar cuanto antes la etapa infantil considerada inú­ penas que les infligían, que: «¿Quién no se horrorizará y querrá
til y sin valor» 1S6, y, en el mismo sentido, al decir respecto a la antes morir si le dan a escoger una de dos cosas: o la muerte, o
opinión de Aristóteles, que en realidad no habría problema en en­ volver otra vez a la infancia? La cual no da principio a la vida
tender que en este punto sería la opinión compartida por sus riendo, sino llorando, sin saber la causa, anunciando así los males
coetáneos, «Para él el niño se reduce a un mero proyecto de hom­ en que entra. (...) los mismos niños que están libres ya del víncu­
bre, a una posibilidad de escaso valor» 1S7. De la concepción del niño lo, que sólo tenían por el pecado original, por virtud del bautis­
en Aristóteles ya hablé con anterioridad, pero en este punto resulta mo, entre otros muchos males que padecen, algunos también
clarificador de su pensamiento a este respecto recordar como, son acosados y molestados en ocasiones por los espíritus malig­
efectivamente, para él: «nadie elegiría vivir toda la vida con la in­ nos. Aunque no creemos que este padecimiento puede ofender­
teligencia de un niño aunque fuera disfrutando en el más alto les después que acaban la vida por causa de él en dicha edad» l9°.
grado con aquello de que disfrutan los niños» l8S. Y a esa misma idea básica de desprecio por lo que constituye
la infancia en sí misma, habría que considerar que responden

185 En GOLDEN, Mark: Children and Childhood in Classical Athens, cit.,


pp. 4 y 5. 189 En DELGADO, Buenaventura: Historia de la infancia, cit., p. 47.
15,1 En DELGADO, Buenaventura: Historia de la infancia, cit., p. 26. 1,0 En AGUSTÍN, Santo: La ciudad de Dios, libro XXI, cap. 14; en Agus­
IS' En DELGADO, Buenaventura: Historia de la infancia, cit., p. 31 tín. Santo: La ciudad de Dios, cit., pp. 929-930. Y en el mismo sentido, puede
188 En ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco, 1 174a2-4. observarse otro pasaje en libro XXT, cap. 15; en p. 931.

168 169
Ignacio Campoy Ut Fundamentación de los Derechos de los Niiios

igualmente las ideas que expresan una separación tajante entre el servar todavía incluso en el pensamiento de los humanistas, al
niño y el adulto, como si no fuesen finalmente la misma persona, finalizar el periodo aquí estudiado. Así, en Erasmo, que al refe­
sino que fuesen etapas diferentes en la que se quema una para rirse en su obra satírica del Elogio de la locura a los males que
pasar a la otra, abandonándose el estado de imperfección infan­ sufre el ser humano durante su vida, no duda en destacar los que
til para alcanzar el de la perfección adulta. Un planteamiento que se pasa durante la infancia y, sin embargo, excluye la edad de la
puede tener un ilustre antecedente en las palabras de san Pablo, adultez anterior a la vejez que parece que es, así, la única en la
que el ser humano puede realmente ser feliz, en la que se pue­
en su Primera caria a los Corintios, cuando al hablar de la eterni­
dad del amor y hacer referencia a estados de imperfección que se de estar, pues, en un estado de perfección; o en Vives, quien en
sus Diálogos muestra el ansia del niño por llegar a la adultez, y
verán superados por otros de perfección, dice: «Cuando yo era
lo que es más importante, señala como es el desarrollo de la ra­
niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como
zón y la educación lo que realmente diferencia al hombre de las
niño. Cuando llegué a hombre, desaparecieron las cosas de niño»191.
bestias, por lo que parece clara que la perfección humana sólo
Y del cual son significativas las afirmaciones de san Agustín, como,
se puede alcanzar en la adultez, aunque, como buen humanis­
por ejemplo: «pero mi infancia hace tiempo que murió y yo sigo
ta, Vives haga hincapié en la necesidad de la educación para al­
vivo»; pero también cuando al señalar que no tiene recuerdo de
canzar dicha perfección; y así, igualmente observamos también
su primera infancia parece asemejar su posible correspondencia
que la educación tiene, junto a la edad y la experiencia, la vir­
con su ser actual a la que pudiese tener con otra vida anterior
tud de transformar al niño en algo completamente distinto: en
de la que tampoco guardaría recuerdo; o la ya referida conclu­
el hombre 19'’.
sión: «La verdad es que, a medida que crecemos, extirpamos y
Finalmente, resulta de una gran relevancia subrayar que ese
arrojamos estas cosas de nosotros. Jamás he visto a ninguna per­
desconocimiento del niño como persona con intereses propios,
sona sensata cuando limpia alguna cosa, tirar lo bueno de ella»l92.
junto al hecho de que se destacase la existencia de profundas de­
La perdurabilidad de esa actitud hacia la infancia se man­
ficiencias en el carácter y la voluntad del menor como caracte-
tendrá en los siglos siguientes. Así, por ejemplo, Philippe Ariés rizadoras de la concepción del niño, estarían en la base de la
al comentar la ausencia durante el románico de la representa­ justificación de que el niño se viese sometido durante toda su in­
ción de los caracteres propios de la infancia, señalará: «Sin duda fancia a la voluntad de terceros, que, como vimos, serían fun­
alguna, eso significa que los hombres de los siglos Xy xino per­ damentalmente sus padres. Y es que dichas deficiencias y ca­
dían el tiempo con la imagen de la infancia, la cual no tenía rencias del niño implicaban la comprensión de la imposibilidad
para ellos ningún interés, ni siquiera realidad. Ello sugiere ade­ de que el niño pudiese saber qué es lo que le convenía (es decir,
más que, en el terreno de las costumbres vividas, y no única­ habiéndose negado que algo le pudiese convenir sólo en cuan­
mente en el de una transposición estética, la infancia era una épo­ to niño, saber qué es lo que resultaba conveniente para su for­
ca de transición, que pasaba rápidamente y de la que se perdía mación futura); y, menos aún, que pudiese actuar correctamente
enseguida el recuerdo»193. *Y una idea muy parecida podemos ob­ para su consecución. De este modo, se hacía absolutamente ne­
cesario, primero, que fuese una persona adulta la que determi-
191 En Primera carta a los Corintios, 13, 11.
192 Véase en AGUSTÍN, Santo: Confesiones, cit., p. 32-34.
193 En ARIÉS, Philippe: El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, 194 Véase así en ERASMO DE ROTTERDAM: Elogio de la locura, cit.,
cit., p. 59. p. 58; y en VIVES, Luis: Diálogos sobre la educación, cit., pp. 36, 39 y 197.

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170
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Diños

nase cual era su auténtico interés (el que le permitiría esa con­ que la estimación por la sociedad de la existencia de un interés
secución de su adecuada formación), y cómo conseguirlo; y, se­ en el niño en cuanto tal es un proceso largo, en el que los ele­
gundo, que la dirección y gobierno del niño por ese adulto fue­ mentos conformadores van surgiendo y casando a lo largo de mu­
se completa, pues en nada le podía «ayudar» el niño. De nuevo chos siglos.
los Diálogos de Vives nos sirven para constatar la plena vigen­ Los cambios más significativos vendrán acompasados por la
cia de estas ideas cardinales todavía en el sislo XVIl95. * * * valoración que se va produciendo en la tradición humanista del
propio ser humano. Una tradición que si bien hunde sus raíces
en las corrientes filosóficas de la Antigüedad, entre las que des­
2. La evolución seguida a la luz del interés del niño taca el estoicismo, adquirirá, respecto de los niños, una impor­
tancia esencial con el impulso que recibirá desde el cristianismo.
También respecto de esas consideraciones que podemos ha­
cer a la luz del concepto moderno del mejor interés del niño
existe una cierta evolución durante el período temporal que en a) La posición extrema: la ausencia de cualquier interés propio
Bi este capítulo se trata. Aunque en ningún caso esa evolución su­ del niño
ponga una transformación significativa en los elementos ca-
racterizadores básicos que se acaban de señalar; pues, de he­ Esa falta de consideración de que el niño pueda tener algún
íi> - cho y como veremos en los capítulos siguientes, los mismos interés propio, por sí mismo, tendrá como resultado más terri­
continuarán en buena medida vigentes en lo que será el pro­ ble el que se facilitase, por la ausencia de estar perjudicando
teccionismo «tradicional». Y es que hay que ser conscientes de algo realmente valioso, las prácticas del infanticidio y el aban­
dono de niños. Siendo, evidentemente el colectivo más perju­
dicado por ello los niños que por sus deficiencias psíquicas o
195 Así, es muy significativo el diálogo en el que Vives, a través del perso­ físicas no podrían jamás llegar a convertirse en el futuro adul­
naje Sofóbulo, intenta mostrar al todavía niño príncipe Felipe el camino adecuado to pretendido por la sociedad o por sus padres. Si el interés ra­
para su formación, señalando que sería el que marcarían los «ancianos de gran dica únicamente en el niño porque se le pueden exigir determi­
juicio, experiencia y prudencia», a los que reconocerá cuando su «juicio sea ma­
yor y más sólido», pero «Mientras llega el discernimiento, confia y entrégate to­
nadas actividades, como ayudas en ciertos trabajos, y, sobre
talmente a tu padre y a aquellos que él te ha dado como tutores, maestros y di­ todo, porque se pueda convertir en el proyectado adulto acor­
rectores de tus débiles años, los cuales te llevarán como de la mano por un de con los ideales de los padres o la colectividad correspon­
camino que no has pisado. Pues has de saber que tu padre te ama más que a sí diente, cuando las carencias del niño hagan imposible esos ob­
mismo. Y por eso no sólo siguió su propio consejo, sino el de hombres sabios». jetivos entonces no tendría sentido seguir preocupándose más
E igualmente resulta interesante, en este sentido, el último diálogo de Vives; en
por él. Pero la extensión de dichas prácticas fue durante siglos
el cual (haciendo incluso una expresa mención al pensamiento de Platón como
antecedente de sus ideas) se muestra como el joven a falta de ese suficiente jui­ mucho más allá de los niños afectados por alguna discapaci­
cio, y el consiguiente dominio de su voluntad por las pasiones, ha de estar so­ dad, la consecuencia lógica de no considerar que el niño tuvie­
metido en todo a los juicios de sus padres, maestros y educadores (aunque, en se ningún interés como tal niño supondría que cualquier inte­
realidad, el sometimiento alcanza a los mayores en general), incluso para la elec­ rés que se tuviese por los padres o la sociedad habría de
ción de los propios amigos, pues «Ellos se conducen por la razón a la hora de
elegir, nosotros siempre somos arrastrados por la pasión y el placer». (Véanse es­
prevalecer sobre la vida del niño.
tos diálogos en VIVES, Luis: Diálogos sobre la educación, cit., pp. 159-167 —el Ésa es la posición que caracterizaría a la Antigüedad. Como
pasaje citado en pp. 161-165— y 203-209 —el pasaje citado en p. 208—). señalan Bajo y Betrán: «El rechazo de determinados hijos era

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

para ellos [los antiguos] una forma de control de natalidad ne­ prensión de cuál había de ser la forma con la que los padres de­
cesaria (...) La eugenesia era una preocupación primordial y de­ bían gobernar a sus hijos. Así, si bien señalé antes cómo ambos
cidía la vida o muerte del recién nacido». Lo que también se ha coinciden tanto en la completa sumisión de los niños a sus pa­
de vincular con la apreciación que señalan después, que hace re­ dres, cuanto en que en el ejercicio de su gobierno éstos han de
ferencia a la idea de la consecución de la perfección en el futu­ procurar hacer lo que consideren que es lo mejor para el niño,
ro adulto: «Las taras físicas fueron siempre consideradas fía- ahora se puede comprender en qué sentido entienden lo que es
casos irreversibles que alejaban al niño de lo que era el modelo mejor para el niño, así como quién es el que ha de determinar
de hombre. Un defecto físico de nacimiento equivalía a una obra qué es lo mejor para el niño y cómo se ha de conseguir. En todo
incompleta de la naturaleza. Y esa misma idea pervivió en el caso, no hay que olvidar que el fin principal de ambos autores
mundo romano donde se consideraba obligado desprenderse es encontrar el mejor sistema político para la ciudad y que es con
de los niños nacidos con taras físicas porque eran señal de un ese fin que se trata la formación del ciudadano, por lo que el
mal augurio» l96. Un buen ejemplo de esa realidad lo encontra­ interés superior para ambos será el de la ciudad no el de cada
mos en la Esparta de Licurgo, en la que, como antes se señaló, persona individualEsto adquiere una importancia especial
todo niño para poder integrarse en la comunidad ciudadana te­ en relación con los niños, pues determina los planteamientos
nía que ser aceptado por un Consejo de Ancianos, de forma que que ambos filósofos realizan en torno a la necesidad de articu­
si éstos no quedaban convencidos de la viabilidad física del niño, lar medidas eugenésicas 199200 y de control de la población201. En
de su salud y fuerza, podían condenarlo a muertel97; aunque es este sentido, se puede encontrar en los planteamientos de am­
claro que podrían ponerse muchos otros ejemplos del segui­ bos autores una justificación, con el fin de conseguir formar el
miento de esa práctica en la Antigüedad, como hace de mane­ ciudadano de la ciudad que se pretende construir, de medidas
ra muy explícita el profesor Delgado al resaltar el caso de Roma: que suponen la absoluta negación de cualquier consideración so­
«Existía en Roma la costumbre de asesinar a los niños con de­ bre un posible interés del niño en cuanto tal niño. Primero, al
ficiencias o enfermos» 19s. justificar la necesidad de controlar, incluso desde antes del na­
Pero me interesa resaltar que, de nuevo, en la formación y cimiento, la «calidad» de la naturaleza del niño, mediante el
justificación teórica de los ideales que están tras esas prácticas, control sobre la unión de los que han de procrear202, así como
que representan la postura extrema en este punto, encontramos
los planteamientos de Platón y de Aristóteles, y que esos plan­
teamientos casan perfectamente con los argumentos que am­ 199 El ejemplo de Esparta al que antes me referí, en el que los niños dé­
bos utilizaban para defender la concepción del niño y su com- biles eran sacrificados, ofrecen un buen ejemplo de la normativa de otra ciu­
dad que responde a los mismos planteamientos básicos al respecto.
200 Aunque aquí fuerzo un poco el término para significar aquellas medidas
que se tomarían antes e incluso después de la procreación, para conseguir el me­
156 Véanse estas citas en BAJO, Fe y BETRÁN, José Luis: Breve historia joramiento de los ciudadanos en las cualidades físicas, intelectuales y morales.
de la infancia, cit., pp. 15 y 16. 201 Quizás en estos planteamientos se observa, mejor que en otras cues­
197 Según Lacey se podría deducir de la obra del propio Plutarco que esa tiones, como los pensamientos relacionados con el régimen político adecuado,
decisión del Consejo de Ancianos atañía, en todo caso, a los niños, siendo las no superan, en ninguno de los dos autores, el ámbito físico y espiritual de la
niñas entregadas para su cuidado a las mujeres de la casa. Pero eso, final­ ciudad; siendo, así, que la determinación de lo que es mejor para ésta habrá
mente, no cambiaría en nada el sentido de lo que aquí se afirma. (Véase en de suponer un criterio válido conforme al cual juzgar otros posibles intereses,
LACEY, W. K.: Thefamily in classical Greece, cit., p. 197). como podrían ser los de los niños.
198 En DELGADO, Buenaventura: Historia de la infancia, cit., p. 46. 202 Puede verse a este respecto lo referido en PLATÓN: La república, 391d,

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Ignacio Campoy La Ftindamentación de los Derechos de les Niños

del número de niños que ha de nacer*203,20mediante


* políticas abor­ rectamente vinculada en sus inicios con la comprensión de la ex­
tivas 20" o, en su caso, fomentadoras de la procreación205. Y des­ cesiva crueldad de los castigos corporales de los que eran obje-
pués, al justificar la necesidad de controlar la vida del niño ya
nacido con medidas que incluyen el deshacerse de los hijos que
no nacieron según las previsiones del legislador206, el abandono deración del interés del niño y el cambio ya visto que se produjo en la con­
de los niños que superen el número de nacimientos previsto, así cepción de la patria potestad, que, evidentemente, suponía una mejor protec­
ción del interés del niño. Esta idea puede verse reflejada, por ejemplo, en la ex­
como el de los que nacieron con malformaciones 207. posición de Alfonso Otero (que, como vimos, situaba ese cambio en la patria
potestas en el Bajo Imperio romano, con la legislación constantina, precisamente
en ese siglo IV en el que adquirirá peso la condena del infanticidio): «El Dere­
b) La posición moderada: el inicio de la estimación del interés cho visigodo recoge la idea de patria potestas tal y como se concebía después
propio del niño de aquella profunda transformación que hemos visto operarse en el Derecho
romano. Por esto, no puede sorprender que en otras leyes se hable también de
naturalis píelas y se procure la protección de los intereses de los hijos. Así,
Dos son las principales vías que habrían de confluir en el
pues, de la misma manera que en el Derecho postclásico, la patria potestad de
inicio de una estimación propia del niño, la primera procede la legislación visigoda se concibe como un officium en interés de los hijos. Esta
de la consideración de que todo ser humano liene valor por sí concepción de la patria potestad visigoda se ve confirmada por la actitud de la
mismo y, por consiguiente, que también el niño tiene un interés, legislación frente a las manifestaciones del poder absoluto del padre [por lo que
un valor en este sentido, de por sí; la segunda procede del cre­ habría que entender que al menos en una medida significativamente importante
seguía vigente]. Se combate el ias vitae ac necis, sancionándose la muerte del
cimiento de un sentimiento de empatia hacia el niño y, por este
hijo, y el infanticidio; el derecho de exposición; e incluso el ias vendeitdi, adop­
camino, se abrirá paso la idea de que el niño tiene también in­ tando así una posición más radical que el Derecho justinianco».
tereses propios, intereses que se agolan en la propia niñez. De Aunque, en todo caso, para una correcta comprensión de esa vinculación
acuerdo con las consideraciones que se establecen conforme a entre la protección del interés del niño y el cambio en la concepción de la pa­
la primera vía adquiere una importancia esencial la lucha para tria potestad habría que tener en cuenta todo lo expuesto respecto a las rela­
ciones entre padres c hijos. Es decir, que se ha de relativizar mucho esa pre­
erradicar la práctica del infanticidio208. *La segunda vía está di­ tensión de búsqueda y protección del interés del niño, pues la misma se ha de
entender necesariamente encuadrada dentro de las amplias facultades que,
como vimos, eran reconocidas como configtiradoras de la patria potestad. Un
407d, 459b, 459d-e, 460d-e y 495d-496a; en PLATÓN: Las leyes, 63Id, 674b, buen ejemplo de ello lo podemos encontrar en el hecho de que muchos de los
773b-d, 774a-c y 775b-e; y en ARISTÓTELES: Política, 1334b-1335b. propios autores católicos, cuya doctrina sirvió de manera importante en la lu­
20i En PLATÓN: La república, 372c. y 460a; en PLATÓN: Las leyes, 737c- cha contra el infanticidio, considerasen que un impedimento para poder bau­
e, 784c, y 930c-d; y en ARISTÓTELES: Política, 1265a-1265b, 1266b, 1270a- tizar a los niños estuviese en la libre disposición que los padres tenían en esa
1270b, 1276a, 1326a-b. materia conforme al ejercicio de su patria potestad. Es decir, que aunque para
201 En PLATÓN: Ijx república, 461a-c.; y en Aristóteles: Política, 1335b. ellos la muerte del niño sin bautizar significaba su condenación eterna, ese in­
205 En PLATÓN: Las leyes, 7S3d-784d y 929e-930b. terés del niño no podía ser defendido porque había de prevalecer el ejercicio
206 En PLATÓN: La república, 459d-460c y 461a-c; y en PLATÓN: Las le­ por sus padres de la patria potestad. Este es el sentido en el que todavía se ma­
yes, 740b-74 la (en donde se establecen medidas más suaves, como es el envío nifestaba el teólogo más importante del siglo XIH, santo Tomás de Aquino, aun­
a colonias, para resolver los problemas de exceso de población). que también señalara otras motivaciones para no permitir esc bautizo y ponía
207 En ARISTÓTELES: Política, 1335b. el límite en el uso de la razón del niño. No obstante, es interesante resaltar que
™ Aunque es claro que también se podría seguir desde otras perspecti­ la prevalencia que le daba a esc ejercicio de la patria potestad sobre ese inte­
vas esa evolución en el reconocimiento del interés que de por sí tiene el niño. rés del menor que todavía no tenía el uso del libre albedrío, no se debía a ta­
Así, a través de la vinculación existente entre la evolución seguida en la consi- zones de tipo prudencial, políticas, jurídicas o sociales, sino que simplemente

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

to los niños. Por último, como resultado de la unión de esos dos tra la práctica del infanticidio, y es que, como señala Lyman,
diferentes, pero estrechamente vinculados, procedimientos cabe «[e]s significativo que estas leyes [se refiere a dos leyes del Có­
entender el surgimiento y desarrollo de las instituciones que digo de Teodosio], que ponen de manifiesto la continuidad de
tratarían de asilar a los niños abandonados y sin amparo. medidas crueles y desesperadas contra los niños [se refiere a
las prácticas de la realidad frente a las que se articulan las leyes],
no se promulguen hasta principios del siglo IV, por lo cual ha de
b. 1) La consideración de que el niño tiene un interés de por sí: resultar difícil para cualquiera sostener la ingenua y piadosa
la lucha contra el infanticidio creencia de que con la expansión del cristianismo mejoró au­
tomáticamente la situación de los niños. El infanticidio no fue
Conforme a lo que antes apuntaba, el valor que adquiría en declarado delito punible con la pena capital hasta el año 374, con
el pensamiento occidental, de manera fundamental con la ex­ lo cual, por supuesto, no se puso fin a esta práctica cuando el
tensión del cristianismo, la vida humana en general y, consi­ cristianismo pasó a ser la religión del Estado»210. En todo caso,
guientemente, también la de los niños, implicaría la lucha por parece claro que en la pugna existente entre la nueva concepción
acabar con la práctica del infanticidio, tan extendida en la An­ impulsada por el cristianismo, de la que se empezaba a hacer eco
tigüedad y que con distintas formas y también diferente inten­ el legislador, y la pervivencia de esas arraigadas costumbres,
sidad habría de perdurar prácticamente hasta nuestros días 209. poco a poco, en un muy lento avance, sería la primera la que fue­
Pero, no será hasta el siglo IV que se regule enérgicamente con- se ganando terreno e imponiéndose en la legislación y en la so­
ciedad a partir de ese siglo IV211. Efectivamente, la apreciación
de ese valor intrínseco de la vida impulsado por el cristianismo
entendía que ese era el orden natural, que era la propia razón natural la que puede observarse ya claramente en el Concilio de Elvira, cele­
dictaminaba esa prevalencia. (Véase en OTERO, Alfonso: «La patria potestad
brado al comienzo del siglo IV, en cuyo canon LXIII se estable­
en el Derecho histórico español», cit., pp. 216-217; y un pasaje muy significa­
tivo del pensamiento referido de Tomás de Aquino en 3, C. 68, art. 10; en AQUI- cía que «Si alguna mujer, ausente su marido, concibiere adúl­
NO, Tomás De: Suma Teológica, Tomo IV, cit., p. 720). teramente y diere muerte al fruto de su crimen, tenemos por
209 Actualmente esta práctica no puede creamos sino sentimientos de ho­ bien no se la dé la comunión, ni aun a la hora de la muerte, por
rror y repugnancia, pero hay que constatar su atraigo entre las prácticas tra­ haber incurrido en una doble maldad»; y en el canon LXVIU: «La
dicionales de las sociedades humanas. Para Claude Massot: «de todos los me­
dios de actuar sobre la fecundidad, el más simple y difundido sigue siendo sin catecúmena que concibiere adúlteramente, y ahogare al feto,
duda el infanticidio, practicado tanto por los esquimales, los bosquimanos y tenemos por bien no sea bautizada, ni aun a la hora de la muerte».
los aborígenes de Australia como por pueblos tan evolucionados como los de Con todo, esas condenas desde la Iglesia católica y desde el
la Grecia clásica o de la China contemporánea. Observado también entre nues­ propio Derecho positivo, no supusieron, ni mucho menos, que
tros primos los chimpancés en la selva y en muchas otras especies animales,
el infanticidio quizá constituyó, desde las épocas más remotas de la prehisto­
ria, el medio por excelencia del control demográfico». (En MASSET, Claude:
«Prehistoria de la familia», en Burguiére, André; Klapisch-Zuber, Christiane; 210 En LYMAN, Jr. Richard B.: «Barbarie y religión: La infancia a fines de
Segalen, Martine; Zonabend, Frangoise (dirs.): Historia de la familia, prólogos la época romana y comienzos de la Edad Media», cit., p. 105.
de Claude Lévi-Strauss y Georges Duby, Tomo 1 «Mundos lejanos, mundos an­ 211 Puede verse al respecto en DeMAUSE, Lloyd: «La evolución de la
tiguos», cit., p. 91. Y De Mausc nos da una idea clara de la amplia extensión infancia», cit., pp. 49-52; y en LYMAN, Jr. Richard B.: «Barbarie y religión:
del infanticidio durante la Antigüedad y la Edad Media en Occidente en Dc- La infancia a fines de la época romana y comienzos de la Edad Media», cit.,
MAUSE, Lloyd: «La evolución de la infancia», cit., 47-59). pp. 113-114.

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

no se produjesen retrocesos; el primer paso importante se ha­ viviera todavía la extensión de esa práctica junto a las condenas
bía dado, pero la lucha contra la práctica del infanticidio y por jurídicas y un cada vez mayor rechazo moral. Así, siguiendo el
la consideración del interés del niño, que como vimos se sus­ estudio de McLaughlin referente a los siglos comprendidos en-
tentaban en concepciones de hondo arraigo sociocultural, habría - tre el LX y el xin, se puede constatar que durante esos siglos las
de continuar en los siglos siguientes. Y entre esos retrocesos exhortaciones desde elementos del cristianismo contra el in­
destaca el que la propia Iglesia católica atenuase la pena ecle­ fanticidio chocaban todavía con lo extendido de la práctica; «A
siástica en los Concilios posteriores de Lérida, del año 546, y el lo largo de estos siglos, la mayor parte de nuestros datos sobre
segundo de Braga, del año 572. Pues, en el canon II del prime­ prácticas de exterminio procede de fuentes, principalmente ecle­
ro sólo se castigaba a los que matasen a «sus hijos concebidos siásticas, cuyo objeto era desaprobarlas, impedirlas o eliminar­
en pecado y nacidos del adulterio» a no recibir la comunión ni las, o atenuar los sufrimientos de las víctimas, y esas fuentes
admitírseles en el coro durante siete años —si se arrepintiesen- dan una idea de las dimensiones del problema con que se en­
y no volver a ayudar en el altar. Y en el segundo Concilio de Bra­ frentaban las autoridades y de la efectividad de los diversos in­
ga, en los «Capítulos de los concilios de los Padres orientales tentos de resolverlo. (...) Aunque el infanticidio en sus diversas
reunidos y ordenados en el concilio Lucense por el obispo Mar­ formas, cuando era cometido por los padres, solía considerar­
tín», en el canon LXXVII sólo se condena a la mujer que mata se como un pecado, no como un delito, cuya sanción corría a car­
a su hijo tenido fuera del matrimonio a diez años de penitencia. go de las autoridades eclesiásticas, a principios del siglo xil se
Sin embargo, la posición cada vez de mayor peso será la que promulgó, también en Inglaterra, la primera legislación secular
aprecia el valor de la vida del niño y condena el infanticidio. La en la que la muerte o asfixia involuntaria del hijo de otra per­
propia Iglesia católica condenará con fuerza el infanticidio en sona por una nodriza o un maestro se castigaba de la misma
ese mismo siglo VI, en el canon XVII del tercer Concilio de To­ manera que el homicidio de un adulto»2I2.
ledo, del año 589, y en el siglo VII, en la Ley VII del Título III del Y al finalizar ese periodo, en el siglo XIII, encontramos otra
Libro VI del Fuero Juzgo. En ambos casos se observa claramente vez una fuerte condena del infanticidio en un texto jurídico de
un rechazo moral (vinculado a la concepción religiosa cristiano- tanta relevancia como fue el de Las Siete Partidas, que en la Ley
católica) a tal práctica del infanticidio —que en el texto del Con­ IX del Título VIII de la Partida VII establecía la pena de homi­
cilio une a la del adulterio—, con fuertes y explícitas palabras al cida para el padre que al castigar a su hijo lo matase intencio­
respecto, y se establece una condena muy dura para la misma, nadamente. Y de la dureza con que se castigó en algunas leyes
en el Concilio señalando la unión que los obispos tienen que de siglos posteriores el infanticidio, nos dan cuenta Bajo y Be-
hacer con los jueces para castigar a los culpables con las penas trán, al señalar que: «En el Sacro imperio Romano, en base a una
más severas excepto la de muerte y en el Fuero Juzgo castigán­ ley del año 1532, la madre de un hijo ilegítimo al que se encon­
dose tal delito con la pena de muerte o ceguera para los padres trara muerto era condenada culpable a menos que pudiera pro­
culpables. En todo caso, también en ellos se aprecia, precisa­ bar que el niño había nacido muerto o hubiera perecido de
mente, lo extendida que todavía estaba en la sociedad esa prác­ muerte natural; la pena era su propia muerte sepultada viva.
tica del infanticidio, siendo de interés resaltar las declaraciones (...) También en Inglaterra, a partir de mediados del siglo xvi, se
expresas que hacen en ese sentido, pues muestran con claridad
la poca eficacia de las anteriores condenas y lo arraigado de la
práctica en la sociedad. 212 En McLAUGHLIN, Mary Martin: «Supervivientes y sustitutos: hijos y
Por eso, no es de extrañar que en los siglos posteriores con­ padres del siglo rx al siglo xrn», cit., pp. 157-159.

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

trató de acabar con el infanticidio aplicando penas más seve­ fue haciendo que se cambiase la actitud hacia ellos. Un cambio
ras hasta que una ley de 1629 introdujo la pena de muerte»2I3. 214 que, a su vez, implicaba, de forma indirecta, la consideración de
Pero, en todo caso, y pese a esas condenas morales y jurídicas que había que tener presentes a los niños como sujetos con in­
del infanticidio hay que entender que su extensión como prác­ tereses propios. Pues esta aproximación a la realidad del niño
tica ejercida en nuestras sociedades todavía perduraría duran­ significaba que el trato que se le había de dispensar tenía que ir
te todo el período de tiempo al que nos referimos en este primer más allá de la consideración del fin de la formación del preten­
capítulo, e incluso después. Pues conforme señala deMause: dido adulto, al hacerse necesario considerar también sus sufri­
«Ahora se están empezando a hacer estudios detallados, pero mientos presentes durante la propia niñez. Es decir, que lo que
es posible que antes del siglo xvi el infanticidio sólo se castiga­ también significaba era que se hacían partícipes, en cierto modo,
ra espontáneamente. (...) Lo que sí es cierto es que cuando la do­ de sus sentimientos, e intereses, como niños. Y es que, de hecho,
cumentación es mucho más completa, hacia el siglo xvrn, resulta la aceptación del sufrimiento del otro es uno de los caminos
incuestionable que la tasa de infanticidio era bastante elevada que en muchas ocasiones ha servido, e incluso puede enten­
en todos los países de Europa»2M. derse que es necesario, para marcar el inicio del reconocimien­
to de la personalidad del otro, digna también, pues, de estima,
como lo es la del que así lo juzga, que comprende que compar­
b.2) El sentimiento de empatia por los niños: la consideración te con el otro una misma naturaleza, con todo lo que eso con­
de que los niños también tienen intereses propios lleva.
Un inicio de lo que significará en el futuro ese trascenden­
La segunda de las vías a las que antes me refería señalando tal cambio del desarrollo del sentimiento de empatia por los ni­
su trascendencia para el inicio de una estimación propia del ños lo podemos apreciar ya en la crítica que realizara Quintiliano,
niño viene representada por el surgimiento del sentimiento de el pedagogo más famoso de Roma, a la utilización que se hacía
empatia que se desarrolla hacia los niños. Es, en este sentido, la en su época de los castigos corporales en las escuelas. Es cier­
percepción de los sufrimientos que padecían los niños la que to, como después señalaré, que Quintiliano destaca expresa­
mente para su rechazo la inconveniencia de los mismos para la
educación, pero en su exposición se observa claramente un cier­
213 En BAJO, Fe y BETRÁN, José Luis: Breve historia de la infancia, cit., to respeto por la persona del niño que pone de manifiesto esa
pp. 21-22. empatia de Quintiliano ante el dolor y la humillación que a con­
214 En DeMAUSE, Lloyd: «La evolución de la infancia», cit., pp. 53-54. secuencia de los mismos sufrían los niños de su época215.
Como se puede apreciar claramente, junto a algunas de las causas comunes que
En el pensamiento cristiano se puede observar una aproxi­
explicaban el infanticidio y la concepción del niño existente como ser inocente,
en el pequeño trabajo satírico y mordaz de Swift, «Humilde propuesta», sobre mación a esa empatia en los recuerdos de san Agustín de los su­
el lamentable estado de la infancia en la Irlanda de principios del siglo xvm: frimientos que para él supusieron los castigos que sus maestros
«evitará esos abortos voluntarios y esa horrible práctica, tan frecuente entre no­ le proporcionaron en su infancia. En ellos se puede advertir ese
sotros, de que las mujeres asesinen a sus hijos bastardos, sacrificando así pobres sentimiento de empatia al que lleva la percepción de los sufri­
criaturas ¡nocentes y, me temo, más para ahorrarse gastos que para cubrir su
mientos que padecían los niños, algo que, como él mismo señala,
vergüenza; es una práctica que provocaría lágrimas y compasión en el corazón
más empedernido e inhumano». (En SWIFT, Jonathan: «Humilde propuesta»,
en Swift, Jonathan: Obras selectas, prólogo, traducción y notas de Emilio
Lorenzo, col. Austral Summa, Espasa Calpe, Madrid, 2002, pp. 702-703). 215 Véase en QUINTILIANO, M. Fabio: Instituciones Oratorias, cit., pp. 49-50.

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¡guació Campoy Le. Fundamentación de los Derechos de los Niños

estaban muy lejos de compartir sus maestros, sus propios padres de de ellos. Y nadie tiene lástima de los unos ni de los otros, a
y hay que entender que, en general, la sociedad en la que vivía. no ser que algún buen árbitro tuviese por bueno el que yo fue­
Así, aunque su pensamiento todavía estuviese lejos de conside­ ra azotado porque jugaba a la pelota, juego que me impedía
rar a los niños como sujetos con intereses propios dignos de es­ aprender más rápidamente las letras con las que de mayor ha­
timación, no deja de suponer un paso en esa dirección. En todo bía de jugar menos limpiamente. ¿El maestro que me vapulea­
caso, la fuerza impactante con la que expone el horror de los ba hacía algo diferente de mí?»216.
recuerdos de los castigos recibidos en su infancia no podía de­ Es, pues, la administración de esos castigos en la educación
jar indiferente al que lo leyese, sintiendo así también el dolor y de los niños (cuestión a la que volveré a referirme en el siguiente
el miedo que dichas prácticas causaban en los niños: «Para esto apartado), la que nos muestra ahora las dos tendencias exis­
me enviaron a la escuela a aprender las letras y, yo, miserable, tentes respecto del interés del niño. Por una parte, la práctica ha­
no sabía el provecho que había en ellas. Con todo, me azotaban bitual de la sociedad, consentida, aceptada y justificada, por la
cuando era descuidado en aprenderlas. Este sistema era alaba­ mayoría de los coetáneos217, 218y, por otra, la opinión de un autor
do por los mayores, muchos de los cuales que llevaron este es­ que clama contra las mismas haciendo patente los sufrimientos
tilo de vida antes de nosotros, habían abierto caminos trabajo­ que ocasiona al niño. Son las mismas tendencias que podemos
sos por los que nos obligaban a pasar, multiplicando así el trabajo
ver a lo largo de los siglos. Y así, otra vez, en el siglo xi, si bien
y el dolor de los hijos de Adán. (...) Era todavía un muchacho
se sigue utilizando prácticas crueles con los niños en su pre­
cuando comencé a invocarte como mi auxilio y refugio. Rompí
tendida educación, será san Anselmo el que, ahora sí de forma
las ataduras de mi lengua con tu invocación y, aunque yo era pe­
explícita, dé una muestra evidente del necesario sentimiento de
queño, te suplicaba con no pequeño afecto que no me azotasen
empatia por el subimiento de los niños, al reprender a un abad
en la escuela. A veces, para mi propio bien, no me escuchabas,
siendo objeto de la risa no sólo de los mayores sino también de que le comentaba como no podía dominar a los niños aunque
mis padres —que no querían me sucediera mal alguno cuando les castigaba para ello día y noche, «Pero en nombre de Dios, res­
me azotaban—, cosa que era para mí entonces un mal grande póndame, ¿qué razón tenéis para ensañaros así contra ellos?
y grave. ¿Existe, Señor, algún alma tan grande, unida a ti con un ¿No son de la misma naturaleza que nosotros? Si estuvierais en
gran afecto, un alma, digo —aunque los hay especialmente es­ su lugar, ¿os gustaría que os tratasen de la misma manera?»2IS.
túpidos—, un alma, repito, que esté unida a ti con tan piadoso
afecto y con tal grandeza de ánimo que desprecie los potros y gar­
fios de hierro y demás instrumentos de martirio? ¿Un alma que 216 En AGUSTÍN!, Santo: Confesiones, cit., pp. 37-38.
217 Pues no hay que olvidar que para la mayoría le sería extraño la con­
se ría de estos tormentos —por huir de los cuales se te dirigen sideración de un interés propio del niño. Por eso, refiriéndose al período que
súplicas en todo el mundo— y que amen a los que temen estas va del año 200 al 800 d. C., dirá claramente Lyman que: «en esas épocas la in­
torturas, como se burlaban nuestros padres de los tormentos fancia no presenta interés por sí misma. Los comentarios acerca de los hijos,
con que siendo niños nos afligían nuestros maestros? Porque de los padres y en particular de la infancia suelen ser incidentales a otros te­
en verdad, ni los temíamos menos, ni te suplicábamos menos que mas». (En LYMAN. Jr. Richard B.: «Barbarie y religión: La infancia a fines de
la época romana y comienzos de la Edad Media», cit., p. 95).
nos librases de ellos. (...) Pero me fascinaba el juego y me cas­ 218 Esta respuesta está sacada de un pasaje de la «Vida de San Anselmo
tigaban justamente los que jugaban como nosotros. Pero los por su discípulo Eadmero», que aquí se cita por ALAMEDA, Julián: «Intro­
juegos de los mayores llámanse negocios y los juegos de los mu­ ducción general», en .Anselmo, Santo: Obras completas de San Anselmo, vol. i.
chachos son castigados por los mayores sin que nadie se apia- Traducidas por primera vez al castellano. Texto latino de la edición crítica del

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

Y McLaughiin, que se referirá precisamente a esa respues­ pequeños, de interés por las fases de su desarrollo, de concien­
ta de san Anselmo como «una exposición enormemente positi­ cia de su necesidad de afecto y de sensibilidad activa respecto
va de un planteamiento nuevo y más humano de la crianza de de esa "hermosura de la infancia" de que había hablado antes
los niños» (aun reconociendo la existencia de antecedentes «en Juan de Lodi» 221. Una evolución en el sentimiento hacia la in­
las ideas de algunos de sus predecesores de la Patrística y en par­ fancia en la que adquiriría un lugar especial la labor de los hu­
ticular de los carolingios»)2,9, señalará también: «Aunque son manistas del siglo XVI. Así, por ejemplo, podemos observar cla­
ciertamente admirables, la bondad empática y la comprensión ramente la asimilación positiva de esa preocupación por el
de san Anselmo no eran en modo alguno excepcionales y las interés de los niños cuando el holandés Erasmo afirma que «En­
imágenes familiares que son frecuentes en las descripciones de tre un príncipe y un tirano hay la misma diferencia que entre un
las grandes personalidades monásticas de este período indican padre bondadoso y un dueño despótico. Aquél desea incluso en­
hasta qué punto algunas de ellas habían asumido papeles pa­ tregar la vida por sus hijos, éste no mira ninguna otra cosa más
ternales y adquirido cualidades no sólo paternales sino mater­ que su provecho y hace su capricho sin atender al bien de los su­
nales. (...) Si es en el marco de la vida monacal y en las palabras yos» 222. Pero hay que destacar la presencia de esa nueva sensi-
y los actos de hombres como san Anselmo, Ailred de Rievaulx
y Hugo de Lincoln donde apreciamos los primeros signos cla­
ros de una nueva benevolencia y simpatía para con los niños, es 221 En McLAUGHLIN, Mary Martin: «Supervivientes y sustitutos: hijos y
también ahí donde podemos seguir la evolución de las nuevas padres del siglo IX al siglo xm», cit., p. 150. (En todo caso, conviene advertir
que Juan de Lodi utilizó esa expresión para referirse a un momento de la pri­
formas de piedad y devoción en las que los anhelos, privaciones mera infancia de Pedro Damián, nacido en el 1007, en su «Vida de San Pedro
y pérdidas de generaciones de niños tal vez encontraran una ex­ Damián», biografía escrita no mucho después de la muerte de Damián, de
presión más satisfactoria. (...) Difundida primero en el medio mo­ quien fuera discípulo, en el 1072, y que McLaughiin toma junto a las «Memo­
nástico, la nueva piedad, con su "talante de ternura emotiva" y rias» de Guibert de Nogent como principales guías en este estudio suyo).
su hincapié en la humanidad del Niño Jesús y la amorosa bon­ No obstante, lo señalado a este respecto en el texto principal no debe ha­
cernos olvidar que todavía la forma de tratar a los niños dista mucho de lo que
dad de su Madre, fueron penetrando gradualmente en esferas hoy nos parecería que se habría de corresponder con un adecuado desarrollo
cada vez más amplias de la sociedad occidental» 219 220. de ese sentimiento de empatia por ellos; así como tampoco debe hacernos ol­
Ese todavía incipiente sentimiento de empatia por los niños vidar que, en todo caso, el interés último seguía estando en el futuro adulto. Así,
se desarrollaría, poco a poco, en los siglos siguientes. Así, el pro­ podemos encontrar en el siglo xm un buen ejemplo de esa compatibilidad en
pio McLaughiin, nos dirá como «hay también signos evidentes, la forma en que la Ley X del Título VII de la Partida H de Las Siete Partidas se
refiere a la importancia de criar al niño (en este caso refiriéndose a los hijos
especialmente a partir del siglo XH, de ternura hacia los niños de los reyes) de forma que éste esté alegre (consideración en principio empá­
tica con el niño), pero señalando en seguida la pretensión de conseguir con
ello esa formación del adulto pretendido (lo que hace que esa crianza feliz sólo
P. Schmidt, O.S.B., Introducción general, versión castellana y notas teológi­ lo sea «mesuradamente»): «E deuenles acostumbrar que sean alegres mesura­
cas, sacadas de los comentarios del P. Olivares, O.S.B., por el P. Julián Alame­ damente e guardarles de tristeza quanto mas pudieren, que es cosa que non dexa
da, O.S.B., Biblioteca de Autores Cristianos, La Editorial Católica, Madrid, crescer a los mogos ni ser sanos». (Véase el pasaje de McLauglin en McLAUGH-
1952, p. 22. LIN, Mary Martin: «Supervivientes y sustitutos: hijos y padres del siglo IX al si­
219 Véanse estas observaciones en McLAUGHLIN, Mary Martin: «Super­ glo xm», cit., p. 154).
vivientes y sustitutos: hijos y padres del siglo rx al siglo xm», cit., p. 186. 222 En ERASMO DE ROTTERDAM: Educación del príncipe cristiano, es­
220 En McLAUGHLIN, Mary Martin: «Supervivientes y sustitutos: hijos tudio preliminar de Pedro Jiménez Guijarro, traducción de Pedro Jiménez Gui­
y padres del siglo ix al siglo xm», cit., pp. 188-190. jarro y Ana Martín, col. Clásicos del Pensamiento, léenos, Madrid, 1996, p. 40.

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

bilidad en el inglés Moro*223,*quien


* en su correspondencia privada nados en nobles principios que necesitan ser aprendidos; vuestro
se califica a sí mismo (justamente) como un padre indulgente y agradable modo de hablar, modelado para ser claro; y vuestro cui­
amoroso, en una sublime carta dirigida a sus propios hijos, que dado en sopesar cada palabra. (...) Por tanto, hijas e hijos todos míos
por ello merece ser citada aquí en extensión: «Por ellos [los ver­ queridísimos, continuad haciéndoos querer así por vuestro padre
sos que componen la carta] tendréis una indicación de lo que vues­ y, por razón de los mismos logros adquiridos que me hacen pen­
tro padre siente por vosotros: cómo os ama más que a sus propios sar que no os amaba antes, hacerme pensar desde ahora en ade­
ojos (...) No es extraño que os quiera con todo mi corazón pues ser lante (pues bien podéis hacerlo) que tampoco os amo ahora»22J.
padre no es un lazo que pueda ser ignorado. La sabiduría de la na­
turaleza ha unido al padre con su hijo y los ha atado con un nudo
hercúleo. Este nudo es el origen de mi preocupación por vosotros b.3) Un ejemplo relevante de la estimación del interés propio
y de mi respeto por vuestras mentes inmaduras, un respeto afec­ del niño: La institución de los hospicios
tuoso que me lleva a abrazaros tan a menudo. Este nudo es la ra­
zón por la que solía con regularidad alimentaros con pasteles y da­ Como antes apuntaba, un resultado importante y muy sig­
ros manzanas maduras y peras exquisitas. Este nudo es la razón nificativo de ese nacimiento de la estimación del interés propio
por la que solía vestiros con vestidos de seda y por la que nunca del niño fue el que se empezasen a crear y rápidamente se ex­
pude soportar oíros llorar. Sabéis, por ejemplo, con qué frecuen­ pandiesen los hospicios, donde se recogían a los niños huérfa­
cia os besaba, pero muy rara vez os pegaba. Mi azote era siempre, nos y abandonados 22\ Esa realidad sólo puede entenderse ade­
sin excepción, la cola de un pavo real. Y aun así lo blandía incierto cuadamente atendiendo a las dos diferentes vías que acabamos
Y con suavidad de modo que la pesarosa azotaina no fuera a des­ de ver: la consideración de que todo niño, como ser humano
figurar vuestros tiernos traseros. El padre que no llora al ver las que es, tiene valor por sí mismo y la existencia de un creciente
lágrimas de su hijo es un bruto e indigno de ser llamado padre. No sentimiento de empatia hacia el niño. Una evolución que tendría
sé como se comportan otros padres, pero vosotros conocéis bien un momento culminante en el siglo VIII, concretamente en el
qué suave y devota es mi conducta hacia vosotros: he amado a año 787, cuando el obispo Dateo de Milán fundó la primera in­
mis hijos siempre y de todo corazón, y siempre he sido un padre clusa, a la que siguieron fundaciones de instituciones similares
indulgente —como deberían serlo todos los padres. Sin embargo, en los siglos medievales posteriores 226.
mi amor está aumentando tanto en estos mismos momentos que
me parece que nunca os he amado antes nada. Este sentimiento
mío lo produce vuestro comportamiento responsable y adulto, 324 En MORO, Tomás: Un hombre para todas las horas. La conesponden-
cia de Tomás Moro (1499-¡534), selección, traducción, introducción y notas de
adulto a pesar de vuestra tierna edad; vuestros instintos, entre­ Alvaro de Silva, Rialp, Madrid, 1998, pp. 137-138; carta citada: «A Margare!,
Elizabeth, Cecilyy John. Hacia 1519».
"5 Para Torrecilla esa creación de hospicios llegó a ser tan relevante que
!!1 Aunque, hay que tener presente que su pensamiento es en esta mate­ afirmará que «representan la gran industria del período [el Renacimiento] si
ria, como en otras, de los más avanzados de su sociedad. De hecho, según nos nos atenemos al gran número de ellos que se crearon en toda Europa y muy
dice Tucker: «Moro fue quizá el padre más cariñoso de su generación»; y, des­ especialmente en España». (En TORRECILLA HERNÁNDEZ, Luis: Niñez y
pués: «Tomás Moro estaba muy interesado en la infancia y en los juegos de los castigo. Historia del castigo escolar, cit., p. 73).
niños». (En TUCKER, M. S.: «El niño como principio y fin: la infancia en la In­ 226 Véase a este respecto en McLAUGIlLIN, Mary Martin: «Supervivien­
glaterra de los siglos XV y XVI», cit., p. 280 y 284). tes y sustitutos: hijos y padres del siglo rx al siglo xni», cit., pp. 160, 162 y ss.

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

De este modo, cabe apreciar, por una parte, la unión entre o de un castigo divino por los pecados de los padres. Así, se con­
la ya comentada doctrina condenadora del infanticidio de la denaba al niño y a los padres a una vida de sufrimiento y mar-
Iglesia católica durante la Edad Media, resultado de la consi­ ginación» 227.
deración del carácter sagrado de la vida humana, y su labor en : Pero también cabe apreciar, por otra parte, la unión entre el
la fundación de instituciones de acogida de niños abandona­ creciente sentimiento de empatia hacia los niños y la fundación
dos. Una unión que encuentra su explicación también en una re­ de esas mismas instituciones de acogida de niños abandonados
lación de causa y efecto, junto a los procesos que sólo resultan en las palabras de McLaughlin al tratar, en su estudio entre los
inteligibles atendiendo a las peculiaridades económicas e ideo- • sidos ix y xm, el tema precisamente de la institución de hospi­
lógicas de la época, conforme a la exposición de Bajo y Betrán: cios y acciones de caridad en relación con los niños: «Los más
«Cuando en la Edad Media la Iglesia prohibió el infanticidio y positivos y prácticos de los ejemplos de labor caritativa men­
cionados aquí sólo podían llegar al umbral —difícilmente hu­
el aborto, recordaba constantemente que éste era el mensaje
bieran podido llegar a las causas— de la falta de cuidados, los
cristiano frente a los paganos (...) La política de la Iglesia, for­
abusos y el abandono de los niños durante estos siglos. No obs­
malmente contraria al infanticidio, favoreció de forma indirec­
tante, deben incluirse entre los primeros frutos de una toma de
ta, en los casos de indigencia, el abandono de niños. En varios
conciencia de los sufrimientos de los pobres y los débiles, y por
concilios y, en concreto, en las actas conciliares compiladas por
lo tanto entre los signos más visibles de esos grandes “mouve-
el abad Réginon hacia el 906, se aconseja que se deje a los be­
menls de profondeur”, los largos y lentos procesos de evangeli-
bés a las puertas de las iglesias o en lugares públicos a fin de que
zación y educación a través de los cuales fueron penetrando
puedan ser encontrados con seguridad. Esta alternativa al in­
gradualmente ideales y valores más humanos no sólo en las mi­
fanticidio fue tan practicada que se construyeron, en casi toda
norías dominantes en esta sociedad, sino también en alguna
Europa, hospicios especiales para acoger a los niños abando­
medida en sus masas más silenciosas. Pero hay otros muchos tes­
nados. En los siglos XII y xm se difundió la orden del Santo Es­
timonios de las diversas formas en que esta "revolución secre­
píritu destinada a este fin. La mejora de las condiciones de aco­
ta” de la conciencia y la sensibilidad influyó en la experiencia y
gida auspiciadas por esta orden disparó el número de abandonos en el trato de los niños durante este período» 228.
pues, para muchas familias con dificultades económicas, estos En todo caso, aunque es cierto el hecho de que el impulso fun­
establecimientos eran la tabla de salvación para sus hijos. La
damental en la creación de los hospicios fue dado en primer lu­
Iglesia prohibía el infanticidio en caso de deformidad o tara del gar desde el cristianismo, hay que resaltar que eso no significa,
niño, pero su interpretación no era muy diferente a la de las an­ en absoluto, que hubiese un monopolio por su parte de todo ese
tiguas supersticiones. Las malformaciones congénitas eran en­ sentimiento de empatia hacia los niños y sus consecuencias
tendidas como una consecuencia de la intervención del diablo prácticas; como se demostraría, respecto a esa creación de hos­
picios, en las iniciativas que se fueron tomando por los poderes
Y aunque, también se podría señalar, conforme nos apunta Torrecilla en un
breve resumen de leyes romanas que de alguna manera protegían a los niños,
que ya con Trajano hubo un inicio de esa protección de los niños abandona­ 227 En BAJO, Fe y BETRÁN, José Luis: Breve historia de la infancia, cit.,
dos, en todo caso, no parece que dichas leyes fuesen unidas a un sentimiento pp. 20-21.
de empatia por los niños. (Puede verse al respecto en TORRECILLA HER­ 228 En McLAUGHLIN, Mary Martin: «Supervivientes y sustitutos: hijos y
NÁNDEZ, Luis: Niñez y castigo. Historia del castigo escolar, cit„ p. 58). padres del siglo IX al siglo XIII», cit., pp. 166-167.

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Ignacio Canipoy La Fundamentaciún de los Derechos de los Niños

públicos en los siglos posteriores. Así, en España, es destacable que la existencia de esos orfanatos, pese a la intención de pro­
el que «Para proteger a los niños huérfanos o abandonados, en tección de los niños desamparados, no garantizasen en absolu­
la primera mitad del siglo xrv, Pedro III el Ceremonioso conce­ to no sólo una mínima calidad de vida sino la propia supervi­
dió al reino de Valencia un privilegio por el que se constituía el vencia de los menores acogidos (un mal que se arrastró incluso
pare orfens, cuya misión era recoger los niños abandonados, hasta el siglo xx, y que ya empezó con las primeras institucio­
huérfanos e indigentes, a los que debía procurar un sustento y nes) 23°; ni que en la proliferación de esas instituciones de pro­
una ocupación digna»; o que, al finalizar el periodo que aquí se tección de niños abandonados se encontrasen otras motivacio­
estudia, se crearan «centros de acogida de niños expósitos du­ nes diferentes de lo que sería una preocupación real por ese
rante el siglo xvi en Sevilla, Madrid, Toledo, Valladolid, Sala­ interés propio del niño, como era la defensa de la propia socie­
manca, Córdoba, Barcelona y Santiago de Composlela. En mu­ dad del peligro que veían en esos niños abandonados231. 20 Un
chas de estas fundaciones de la Europa meridional la buen ejemplo de la concurrencia de ambas motivaciones lo po­
organización civil resultó mucho más atractiva que la religiosa. demos encontrar en los planteamientos del humanista Juan Luis
El organismo directivo estaba constituido en general por con­ Vives, en los que se observa claramente tanto la empatia por los
sejos de laicos que consultaban con la Iglesia. Esta laicización niños cuanto la búsqueda de beneficios morales y sociales en­
de las instituciones de caridad no puede desvincularse del con­
tre los fines perseguidos para la creación de instituciones que pro­
texto de la reforma de la asistencia que recorrió Europa en los
decenios siguientes a 1520 y que afectó a pobres y mendicantes».
Y es que, como nos recuerda el profesor Delgado, por esa épo­ 2i0 Así, señalarían, por ejemplo. Bajo y Belrán: «Durante la época caro-
ca «Existe un cambio de política a partir del reinado de los Re­ lingia, se construyeron orfanatos destinados a recoger a los niños abandona­
yes Católicos, respecto a la infancia urbana marginada. En vez dos; eran poco numerosos y con difíciles condiciones de vida, puesto que el 40
de perseguir la mendicidad y la marginación social con medi­ por ciento de los niños moría antes de cumplir un año. Las duras condiciones
das coactivas (azotes, cortes de orejas, destierro, prisión, etc.), climáticas, los escasos medios materiales y la vida comunitaria en espacios re­
ducidos hacían a estos lugares sensibles a las epidemias hasta el punto de que
se tiende a la reeducación, creando nuevas instituciones para eran conocidos como "casas de la muerte". El número de orfanatos se multi­
la recogida de niños abandonados y procurando al mismo tiem­ plicó a partir del siglo xm, mantenidos por institutos religiosos y corporacio­
po racionalizar el funcionamiento y el coste de la beneficencia nes ciudadanas. Esparcidos por toda Europa, buscaron moderar la práctica
pública. Los tratados sobre la pobreza de Vives, de Domingo de! infanticidio e impedir la muerte de niños expuestos». (En BAJO, Fe y BE-
Soto, de Giginta y de otros muchos ayudaron a cambiar la sen­ TRAN, José Luis: Breve historia de la infancia, cit., pp. 60-61).
251 De nuevo, podemos observar bien esta idea en la exposición de Bajo
sibilidad y propiciaron nuevas medidas en la legislación» 229. y Belrán, al manifestar que: «Los niños constituían un porcentaje elevado de
No obstante, a pesar de la innegable importancia de esas ese mundo marginal al que las autoridades del siglo XVI trataban de controlar
iniciativas prácticas, es conveniente recordar que esa estima­ en beneficio del orden público»; y más adelante: «Los datos europeos de­
ción del interés propio del niño estaba, por decirlo de una ma­ muestran que los niños constituían una parte fundamental del problema de la
pobreza durante la Edad Moderna: el 25 por ciento de la población indigente
nera gráfica, en sus albores. Y por eso no debe extrañarnos, ni
durante los siglos XVI y xvu tenía menos de diez años. Tanto en el mundo pro­
testante como en el católico los hospicios respondían a la idea de que sólo la
educación en el trabajo podía combatir y extirpar la ociosidad, la vagancia y
229 Véanse eslas citas en DELGADO, Buenaventura: Historia ele la infan­ el vicio, de tal manera que cada un de los acogidos había de ganarse, en la me­
cia, cit., pp. SI y 122; y en BAJO, Fe y BETRÁN, José Luis: Breve historia de la dida de sus posibilidades, su mantenimiento». (En BAJO, Fe y BETRÁN, José
infancia, cit., p. 22. Luis: Breve historia de la infancia, cit., pp. 22 y 61).

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

tejan a los niños abandonados. Así, al referirse al cuidado de tiempo el niño puede llegar a ser ese pretendido adulto perfec­
los niños expósitos, en su obra de 1526 El socorro de los pobres, to, ahora tiene pleno sentido observar cómo sería precisamen­
dirá: «Los niños expósitos deben tener sus propios hospitales te con la educación, entendida ésta en un sentido amplio, con
[que eran establecimientos para la recogida y cuidado de los la que se habría de poder conseguir ese «perfeccionamiento»
necesitados] donde sean criados; los que tengan madre conoci­ en cada individuo. Es cierto que no en todo ese período de tiem­
da deben ser criados por ella misma hasta los seis años; des­ po, ni en todas las diversas sociedades existentes en nuestro en­
pués deben ser trasladados a la escuela pública para aprender torno cultural del occidente europeo, puede señalarse que el ob­
las primeras letras y las buenas costumbres y sean allí mante­ jetivo fuese formar un ciudadano perfecto, pero eso sólo es
resultado de la primacía que tuvieron en ocasiones otros grupos
nidos. En cuanto sea posible, dirijan estas escuelas varones de
sociales frente a la sociedad política. En las sociedades en las que
buena familia y esmerada educación, que con sus costumbres
la comunidad política era la predominante, como eran las de la
ejemplares informen esta escuela difícil, pues a los hijos de los
Esparta o la Atenas clásicas, la formación del ciudadano era la
pobres de ningún sitio le viene mayor peligro que de una edu­
que realmente adquiría la consideración preferencial en la edu­
cación sórdida e incivil; los magistrados no escatimen gastos
cación de los niños; cuando ese predominio no existía, ese ca­
en la contratación de tales maestros. Harán un gran servicio a la
rácter preferencial lo adquiría, en todo caso, la formación del
ciudad con poco gasto. Los niños deben aprender a vivir sobria­ niño como futuro miembro, con todos sus privilegios y obliga­
mente, pero con aseo y limpieza, y a contentarse con poco (...) ciones, del grupo dominante correspondiente, ya fuese éste la fa­
No sólo deben aprender a leer y escribir, sino también la piedad milia, el clan, el gremio, el estamento o cualquier otro.
cristiana en primer lugar, y a juzgar rectamente de las cosas»232. En esa formación del ciudadano, o del miembro del grupo
predominante, existen cuatro notas que se mantienen práctica­
mente durante todo el período de tiempo aquí referido —solo en
IV. LA FORMACIÓN DEL CIUDADANO A TRAVÉS el Renacimiento se producirán los cambios más significativos
DE LA EDUCACIÓN en las mismas— y que prevalecen sobre las demás (notas que,
como se verá, incluso continuarán caracterizando en buena me­
Si antes señalaba que la concepción del niño que se man­ dida al proteccionismo «tradicional»). Esas cuatro notas tie­
tiene durante todo este extenso período de tiempo que va des­ nen como esencial elemento común que las une el ideal de que
de la Antigüedad hasta el siglo xvn venía caracterizada por su con la educación se ha de conseguir formar el adulto pretendi­
consideración como ser imperfecto, en la comparación que se do conforme a los valores prevalentes en la sociedad —confor­
realiza con el adulto que sería el ser humano perfecto, y, así, me a unos valores, pues, externos en principio al propio indivi­
por ser susceptible de perfección, en la medida en que con el duo que se forma—, de tal manera que el individuo los asuma,
finalmente, como propios, conformando, así, con ellos su per­
sonalidad. La primera de esas notas se refiere a la vinculación
232 En VIVES, Juan Luis: «El socoito de los pobres», cit., pp. 92-93. Y la de la educación y las funciones sociales a desarrollar por el fu­
misma unión de motivaciones la podemos observar cuando antes, en esa mis­ turo adulto (y, por lo tanto, la que merecerá una explicación
ma obra (en las pp. 75-78 de la edición citada), Vives se refiere a la atención
más detallada); la segunda, a la necesidad de aprovechar al má­
que se había de dar a los pobres en general de la ciudad, señalando las razo­
nes que las autoridades debían de tener en cuenta para que no hubiese pobres ximo el periodo de la niñez para la formación del futuro adul­
en las ciudades. to; la tercera, a la consideración de que la educación se ha de

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos cíe los Niños

realizar, fundamentalmente, a pesar de la naturaleza del niño; y no quiere decir que no existan diferencias entre los muy distin­
la cuarta, a la preponderante aceptación del criterio de la eficacia tos modelos sociales que se podrían identificar en la predeter­
para la elección de los medios con los que conseguir los fines pro­ minación de las funciones a desarrollar por sus miembros. Eso
puestos con la educación. es particularmente cierto respecto de la vertiente sexual2j3, pues
es claro que la tónica general durante todo ese período de tiem­
po era que la mujer fuese excluida de las funciones públicas,
1. La educación para el cumplimiento futuro de unas aunque algún sistema social, como en cierta medida lo harían
predeterminadas funciones sociales el espartano o el sumerjo 234, o algún pensamiento relevante,
como el que expondría Platón en La república y en menor me­
La idea que prevalecería en la mayor parte de las sociedades dida en Las leyes, supusiesen la inclusión de la mujer, junto a los
sería que con la educación se ha de formar a la persona de ma­ hombres, en las funciones públicas. Es en este sentido que se han
nera que ésta consiga desarrollar las cualidades que la hagan de entender mejor las apreciaciones que antes realizaba de la si­
apta para ejercer adecuadamente las funciones que habrá de tuación de la niña, y de la mujer, en la Atenas clásica, respecto
desarrollaren el futuro, en su adultez, cuando sea un auténtico al hecho de que las niñas tuviesen más posibilidades de pade­
miembro del grupo social. Eso supone entender que cada per­ cer la exposición que los niños23s, y que incluso cuando eran
sona tiene predeterminadas desde su nacimiento, en muy am­
plia medida, las funciones que habrá de ejercer de adulto en la
sociedad. Una predeterminación de funciones que tendría dos 233 De hecho, la persistencia de esta división de funciones tiene hondas
vertientes fundamentales. La primera sería una vertiente sexual, raíces en las tradiciones culturales de las sociedades humanas. Conforme al es­
según la cual la niña / mujer estaría destinada a tener una labor tudio de Massct, se ha de entender que la antigüedad de este reparto de las fun­
ciones que se corresponde con la división sexual del trabajo se extiende hasta las
fundamentalmente doméstica, una función procreadora y de
primeras sociedades, en la época de los «cazadores y primeros agricultores»; en
trabajos que se realizan en el hogar, de puertas adentro; mien­ las que las mujeres se encargaban del cuidado de los hijos, del mantenimiento
tras que el niño / hombre estaría destinado a las funciones pú­ del fuego y de labores de recolección, mientras que los varones se encargaban
blicas, como miembro activo de la sociedad y colaborando en el de la caza, para la que estaban mejor preparados que las mujeres. (Véase, en
sostenimiento de la familia fundamentalmente con los trabajos este sentido, en MASSET, Claude: «Prehistoria de la familia», cit., pp. 92-94).
que se realizan de las puertas del hogar afuera. La segunda se­ 2,4 En este sentido, puede verse una referencia a la mayor autonomía de
las mujeres sumerjas durante el segundo tercio del tercer milenio, pero sin que
ría una vertiente social, según la cual el niño / hombre (aquí uti­ eso Ies evitase su tradicional destino de madres o mujeres dedicadas a la vida
lizados estos términos en su sentido genérico) estaría destina­ religiosa en GLASSNER, Jean-Jacques: «De Sumera Babilonia: familias para
do a diferentes funciones sociales según la clase social a la que administrar, familias para reinar», cit., p. 126, 127 y 130.
perteneciese. 255 La mayor probabilidad de exposición, junto al infanticidio, de las ni­
ñas que de los niños hay que entenderla como una consecuencia más de la
conjunción de los dos elementos a los que me refiero en el texto principal como
falta de interés en la persona del niño en cuanto tal y la formación de un adul­
a) La veniente sexual to perfecto conforme a los ideales del grupo. Por eso, el hecho de que en esas
sociedades el ideal estuviese principalmente en el adulto de sexo masculino
No existe, respecto de esta primera nota apuntada, una evo­ que pudiese servir bien en el trabajo y en el ejército conllevaba que se prefiriese
lución significativa, que permita apreciar diferencias relevan­ a los niños «sanos» y se desestimase en mayor medida la crianza de niñas o ni­
ños considerados en esas sociedades como imperfectos. Son causas y conse­
tes, en el periodo de tiempo que tomamos de referencia; lo que cuencias que perdurarán en los siglos posteriores junto a la pervivencia de la

197
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

admitidas en la familia su situación continuase siendo clara­ ral el lugar de la mujer ateniense era la casa. Esto era especial­
mente inferior a la del varón, pues, de hecho, en la sociedad ate­ mente así para una mujer joven (...) Para una chica soltera sa­
niense la mujer se encontraba durante toda su vida sometida a lir en público era quizás particularmente indecoroso» 237. *
la decisión de su Kyrios, como en una minoridad permanen­ En este sentido, el texto paradigmático donde se exponen
te *236. Y así, conforme a esos planteamientos, se asumía la ne­ mejor esas diferencias en la educación de los hijos e hijas en
cesidad de dar una preparación diferente a los hijos y a las hi­ función de las labores a las que estaban destinados, lo que ca­
jas. Golden es claro al respecto: «hay, no obstante, una clara racteriza esta primera nota que denomino como vertiente se­
sensación de que las niñas no estaban admitidas con una igual xual, lo encontramos en el Económico de Jenofonte23S. Así, a
participación en la ancha extensión de actividades que los Ate­ través de su personaje Isómaco, al ser demandado por Sócrates
nienses describían como educación, o en la vida comunitaria sobre por qué es considerado por la gente como un «hombre de
para la cual era en parte una preparación», y es que «en gene­ bien», expondrá Jenofonte tanto el ideal de la educación de la
niña que debe ser educada por el marido, pues llega muy joven
al matrimonio, todavía sin cumplir los quince años 239, *como
* el
validez de dichas concepciones en las distintas sociedades. Por eso es com­ propio ideal de las distintas funciones que han de realizar cada
prensible que en el estudio que realizase McLaughlin respecto a los siglos com­ sexo en el matrimonio, que más allá de las concretas tareas que
prendidos entre el IX y el xiii observase que «En todo caso, hay considerables Jenofonte les asigna (así, por ejemplo, al marido viajar, guerrear,
indicios, en especial en los primeros siglos de la Edad Media, de que siempre
que operaban factores de selección u omisión, tendían a operar en detrimento
las labores del campo, etc., y a la mujer, la crianza de los recién
de las niñas, a las que no se daba gran valor en una sociedad predominantemente nacidos, vigilar los víveres y los esclavos domésticos, etc.), lo
militar y agrícola, y más radicalmente aún en detrimento no sólo de los hijos más relevante es atender a la piedra angular en tomo a la que
ilegítimos, sino de los minusválidos y retrasados mentales, de aquellos niños que ese ideal gira: «Por ello, ya que tanto las faenas de dentro como
eran considerados como "engendros", criaturas de otro poderoso enemigo de las de fuera necesitan atención y cuidado, la divinidad, en mi opi­
los niños, el Demonio». De hecho, esta concepción vendría a coincidir a un mo­ nión, creó la naturaleza de la mujer apta desde un principio
delo de tratamiento de las personas con discapacidad que podría entenderse
como de «prescindencia» de las mismas. (Véase la cita en McLAUGHLIN, Maiy
para las labores y cuidados interiores, y la del varón para los
Martin: «Supervivientes y sustitutos: hijos y padres del siglo IX al siglo xm»,
cit., pp. 156-157. Y sobre el modelo de «prescindencia», puede verse la intere­
sante investigación que ha realizado del mismo la profesora Palacios, junto a 237 En GOLDEN, Mark: Children and Childhood in Classical Athens, cit.,
los modelos «rehabilitador» y «social» —realizando un estudio apartado en pp. 96 y 122. Y en el mismo sentido puede verse en DELGADO, Buenaventu­
cada uno de ellos del tratamiento que en cada cual se proporcionaba a los ni­ ra: Historia de la infancia, cit., p. 38. También Bajo y Betrán serán muy explí­
ños con deficiencias—, en PALACIOS, Agustina, La discapacidad frente al poder citos sobre esa educación de la niña para el cumplimiento de las funciones de
de la normalidad. Una aproximación desde tres modelos teóricos, Madrid, 2004). madre y esposa en las sociedades griega y romana en BAJO, Fe y BETRÁN, José
236 Véase en este sentido en BAJO, Fe y BETRÁN, José Luis: Breve histo­ Luis: Breve historia de la infancia, cit., pp. 201 y 204.
ria de la infancia, cit., p. 200. 238 Libro que para el profesor Buenaventura Delgado supone «Un ejem­
En Roma la situación de la mujer, si bien seguía sometida a la autoridad plo clásico, en la cultura occidental, respecto a las costumbres establecidas en
masculina durante toda su vida, cambiaría en el siglo I a. C. Pues mientras que las relaciones entre hombre y mujer (...) fuente de inspiración para todos los
en la República pasaría a la autoridad del marido, después, incluso casada tratadistas de la educación femenina posteriores. (...) En función de este ideal
continuaría bajo el dominio de su padre. (Véase en ROUSSELLE, Aliñe: «Gestos de esposa, madre y administradora de la economía doméstica debían ser edu­
y signos de la familia en el Imperio romano», cit., p. 246; y en THOMAS, Yan: cadas las niñas griegas». (En DELGADO, Buenaventura: Historia de la infan­
«Roma, padres ciudadanos y ciudad de los padres (siglo II a. C.-siglo II d.C.)», cia, cit., pp. 38-40).
cit., pp. 209-210). 239 Véase en JENOFONTE: «Económico», cit., p. 238-239.

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Ignacio Campoy La Fundamenlación de los Derechos de los Niños

trabajos y cuidados de fuera. (...) Y entonces, una vez que sa­ que habrían de dirigir la ciudad, serían accesibles tanto para
bemos, mujer, qué deberes nos ha asignado a cada uno de no­ varones como para mujeres 242. La justificación de esta exten­
sotros la divinidad, debemos esforzamos cada uno en cumplir sión está de acuerdo, como no podía ser de otra manera, con el
nuestras obligaciones de la mejor manera posible. La ley opina fin social que se busca: si se beneficia a las mujeres haciéndo­
lo mismo al unir bajo un mismo yugo a un hombre y a una muí las partícipes de la educación es porque de ello derivará un be­
jer. (...) Además, la ley declara que son honorables las ocupa­ neficio para la ciudad en su conjunto. Así, considera que si las
ciones para las que la divinidad dio a cada uno de nosotros mal mujeres pueden participar en todas las labores que realicen los
yor capacidad natural. Para la mujer, en efecto, es más honroso hombres, aunque, debido a su naturaleza más débil, sean su­
permanecer dentro de casa que estar de cotilleo en la puerta, peradas por los varones en todas ellas, eso implica que han de
mientras que al hombre le resulta más impropio estar dentro recibir la misma crianza y educación que ellos, con lo que se
que cuidarse de los trabajos de fuera. Si un hombre actúa comí conseguirá que la ciudad no desperdicie su contribución 243.
tra la naturaleza que le dio la divinidad, no pasa inadvertida a Aristóteles, sin embargo, se mantiene dentro de la opinión
los dioses su deserción y sufre el castigo por haber abandona-^ mayoritaria y sigue defendiendo este prejuicio que implica la
do su trabajo o desempeñar el de su mujer» 240. que he denominado como vertiente sexual. Así, aunque es co­
De esta forma se entiende mejor el alcance que tendrían las1' rrecto entender que, conforme a sus planteamientos, la educa­
pretendidas medidas reformadoras de Platón, quien llega a con­ ción resulta necesaria para alcanzar la virtud, también lo es que,
siderar que no debe de haber diferencias en la educación entre por una parte, las aptitudes naturales limitan la posible parti­
niños y niñas, sino que todos deben ser partícipes de los mismos cipación de la virtud que se tenga, y, por otra, que determinadas
cuidados y ser adiestrados en las mismas materias, incluso en actividades contrarias a la virtud imposibilitan, consecuente­
la enseñanza militar. Es, pues, remarcable la extensión de la mente, su posesión. De este modo, así como no se puede en­
educación a las mujeres que propone Platón, en clara contra­ tender que los esclavos por naturaleza pudieran ser virtuosos
posición con lo que era la práctica de la Atenas de su tiempo. Es aunque se les intentase educar, tampoco las mujeres pueden ser
decir, que en el sistema de Platón todas las materias que comí virtuosas en la misma medida que los hombres, aunque reci­
pondrían el programa educativo habrían de ser impartidas a to­
das las niñas, en principio en igual forma que a todos los ni­
ños 241; incluso las educaciones especiales que señala para los 242 Véase así en PLATÓN: La república, 540c.
243 Véase así en PLATÓN: La república, 451e-452a, 455c-456a; y en PLA­
TÓN: Las leyes, 805a-b, 806a-c, 813e-814b. Como es lógico, Platón es cons­
ciente de que su pretensión de que las niñas sean educadas igual que los hom­
240 En JENOFONTE: «Económico», cit., pp. 241-243. bres choca con la realidad ateniense (conforme a la cual, como antes señalé,
241 Véase en este sentido en PLATÓN: Las leyes, 804d-805a, 805c-d. Y res­ la vida de las mujeres fundamentalmente transcurría durante toda sus vidas den­
pecto a la preparación también de las mujeres en los ejercicios físicos, según tro del hogar, y más concretamente dentro del gineceo). Y por eso, en otro pá­
lo establece en la regulación de los concursos gimnásticos, en PLATÓN: Las le­ rrafo, donde expresa la conveniencia de que también las mujeres realizasen
yes, 832d-834d. Si bien, esa extensión de todas las materias a las niñas no quie­ comidas en común, manifiesta su preocupación por el rechazo que esa vida pú­
re decir una identificación del programa educativo. Y, en este sentido, esta­ blica de las mujeres va a recibir. Pero, pese a ello, no deja de creer que, en todo
blece Platón que a partir de los seis años se eduque separadamente a los niños caso, esa dificultad constituye un obstáculo que necesariamente se ha de su­
y a las niñas, cada uno con maestros de su sexo y con una adaptación cuando perar. (En PLATÓN: Las leyes, 780d-78 Id. Véase también esta desconfianza en
sea preciso de las diferentes enseñanzas a las peculiaridades de sus naturale­ las medidas concernientes a la educación de las mujeres en PLATÓN: La re­
zas. (Véase así en PLATÓN: Los leyes, 794c, 802d-e y 813b). pública, 452a-d).

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Ignacio Campoy la Fundamentación de los Derechos de los Niños

biesen la misma educación. La inferior virtud de las mi -ign la que el autor ya advertía en el capítulo primero que a
supone su supeditación por naturaleza al dominio de loslil " chacha: «no queremos tanto hacerla letrada ni bien ha-
bres, debiendo desarrollar las funciones que les sean projT^ ¡íno buena y honesta» 247. Por eso, al exponer luego más
conforme a ellas ser preparadas. Así, aunque no hay que?|l _*éto cuál habría de ser la educación que se tendría que
^F norcionar a la niña, queda clara la continuación de la ideo-
en las leyes de la ciudad la regulación de los hábitos yify
W| propia de la concepción que he denominado como la ver-
cación de las mujeres si se quiere formar correctamentela| JUie sexual en la predeterminación de las funciones que se han
dad 244, no parece que la misma educación que han de récíl H^alizar de adulto, aunque exista una interesante y destacable
varones alcanzase a ser extensible a las mujeres 245. íúra a la educación en letras248, que sería una novedad pro­
También en la sociedad de la Edad Media, en la que lo! eje autores humanistas (sin que esto represente, en absoluto,
bitos familiares no existían como mundos apartados déla] jperación de la concepción machista de la inferioridad de la
ciedad, sino que existía una casi continuidad entre ambós'rjjfjj Raleza femenina que se seguía defendiendo plenamente) 249,
dos, era la mujer la que tenía encomendada las funcionej|$ii
se desarrollaban de puertas adentro y el padre las que si
zaban de puertas afuera 246. E igualmente se sigue en la IVÍp, W :gn VIVES, Juan Luis: Instrucción de la mujer cristiana, col. Austral,
nidad con esa concepción que destinaría a la mujer, y porcl i Calpe, Buenos Aires, 1940, p. 9. Y es que, como señalan Bajo y Betrán,
siguiente a la formación de la niña, a realizar las funéF^ ¡ido Juan Luis Vives publicó en 1523 su famoso tratado De la institución
s tnujeres cristianas, era plenamente consciente de abordar "algo sin tratar”,
domésticas y de madre. Es muy significativa, en este perioqqaai júe tanto reformadores como católicos revalorizaron el papel de la ins-
obra de Juan Luis Vives De la institución de las inujeresferistt ;¡¿n femenina, lo hicieron desde la perspectiva interesada de una formación
.Qviéra como fin último la educación de futuras esposas y madres». (En
JO, Fe y BETRÁN, José Luis: Breve historia de la infancia, cit., pp. 139-140).
244 Véase al respecto en ARISTÓTELES: Política, 1260b y 1269b/''” Kj?4í En este sentido, resulta también interesante observar lo que se supo-
verse también una alusión a la necesidad de que las mujeres, comolc ■ .ñe que son las líneas básicas para la iniciación de una educación literaria de
bres, ejerciten sus cuerpos conforme a «las actividades propias de los’liqn “Miña, en la carta que en 1523 enviaba Vives a la reina Catalina, esposa de En-
libres» en ARISTÓTELES: Política, 1335b. ' ffiueVIU, para ayudar en la educación de su hija María. Una carta que «cons-
245 En este sentido, critica Aristóteles los planteamientos de Platón; pues b ¡tgfye una introducción a la cultura humanística, a partir del cultivo de la len-
le parece absurdo concluir, como aquél hace en La república al comparar ataslT | gua, como camino insuperable del saber». (Véase así en VILLALPANDO, José
mujeres con las hembras de los animales, que las mujeres pueden ocupm ¡mel: «Prólogo», en Vives, Juan Luis: «Pedagogía pueril. Educación de la in-
los mismos asuntos que los hombres; argumentando al respecto el Est¡' a», en Vives, Juan Luis: Tratado de la enseñanza. Introducción a la sabiduría.
que las hembras de las otras especies animales no han de ocuparse Üe i del alma. Diálogos. Pedagogía pueril, cit., p. 299; y en VIVES, Juan Luis:
nistrar la casa. Razonamiento que es conforme con otro también defej agogía pueril. Educación de la infancia», cit., pp. 301-309).
por él, según el cual cada persona de la casa participa de la virtud cor______ _ _ _ i Igualmente, otro de los grandes humanistas, Tomás Moro, aun con
la función que ha de desempeñar, siendo el hombre el que por su superiónniLj jíeas muy avanzadas para su época, que fue plenamente innovador en la edu-
turaleza ha de mandar sobre la mujer. De lo cual, si se relaciona con la edúf| jtSn quc dio a sus hijas —con una educación versada en las letras y humá­
parece lógico inferir que las mujeres no necesitarán recibir la misma edttc is que no difería de la que proporcionó a su hijo, formando todos parte
que los hombres, en cuanto que también sus funciones en la familia yienla so­ ^«escuela» que estableció en su propio hogar—, no puede librarse del todo
ciedad serán diferentes. (Véase en ARISTÓTELES: Política, 1264b y 1260a,; i arraigado perjuicio de considerar inferior al sexo femenino, e incluso de
respectivamente). • pensando en la conveniencia de que el mismo se encargue de realizar
246 Puede verse al respecto en McLAUGHLIN, Mary MartimoáSBSSl eas domésticas. (Así, pueden verse estas ideas, respectivamente, en las
vientes y sustitutos: hijos y padres del siglo IX al siglo Xitl». cit., p. •"S- U'íjjj tientes cartas correspondientes a la correspondencia privada de Tomás

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

así como a una educación en valores, propia del humanismo bargo, esta posición moderada, que se va abriendo paso desde
cristiano, para cuyo perfeccionamiento es para lo que servirá, ese siglo V a. C. con algunos elementos fundamentales como es
precisamente, el que la mujer se eduque también en las letras 25°. la mayor extensión de la educación, estará mejor representada
a partir de la creación de las Universidades en la Edad Media.
b) La vertiente social
b. 1) La posición extrema: la predestinación de la persona al
En la vertiente social sí podemos apreciar una mayor discri­
cumplimiento de una determinada función social
minación temporal. Pues, aunque parece claro que todas las so­
ciedades se distinguen por la rigidez en los cambios de clase so­
El pensamiento de Platón y Aristóteles resulta paradigmáti­
cial, siendo lo característico el desarrollo de toda la vida dentro de
co de esta posición extrema porque ambos autores establecen no
la misma clase en la que se ha nacido, según nos vayamos acer­
sólo un rígido sistema de clases sociales al que vinculan una edu­
cando al individualismo propio de la Modernidad encontraremos
cación diferente según la función que cada individuo, como in­
una mayor apertura al posible cambio de clase social. Esta evo­
lución significa pasar del establecimiento de una educación dife­ tegrante de la clase social a la que pertenece, va a desempeñar en
rente para cada clase social, adecuada a la función que habrá de el futuro como adulto-ciudadano, sino que incluso llegan a se­
desarrollar la persona en la adultez, conforme sean las funciones ñalar que la propia naturaleza de cada persona, que le hace más
propias de su clase social, a una educación más universal, a la que o menos capaz de adquirir la virtud 252, viene determinada por la
puedan acceder miembros de diferentes clases sociales. La posi­ clase social a la que pertenece, pues la naturaleza de los hijos vie­
ción extrema nuevamente la ejemplificaré con los pensamientos ne en muy amplia medida determinada por las de los padres 253.
de Platón y Aristóteles, en los que está presente el pensamiento tra­
dicional helénico, aunque también existan en sus planteamientos
pero también un acercamiento al entendimiento de la posible enseñanza de
algunos elementos de lo que sería la posición moderada251. Sin em- los valores formativos. (Véase en JAEGER, Werner: Paideia: los ideales de la
cultura griega, cit., pp. 27, 47, 79 y 281).
252 Entiendo, en este sentido, como virtud el término griego arelé. Aunque
Moro: MORO, Tomás: Un hombre para todas las horas. La correspondencia de queda clara la complejidad de dar una adecuada definición de este término tan
Tomás Moro (1499-1534), cit., «A William Goncll. En la Corte, 22 de mayo de relevante, en la opinión manifestada por la alta autoridad en esta materia que
1518» y «De Erasmo a Guillaume Budé. Anderlccht, hacia septiembre de 1521»; es Werner Jaeger: «El tema central de la historia de la educación griega es más
«A Margaret Ropcr. ¿Woodstock? Otoño de 1523»; y «De Erasmo a Ulrich von bien el concepto de arelé, que se remonta a los tiempos más antiguos. El caste­
Hutten. Antwerp, 23 de julio de 1519»). llano actual no ofrece un equivalente exacto de la palabra. La palabra «virtud»
250 Resultan muy reveladoras de la unión de todos estos planteamientos en su acepción no atenuada por el uso puramente moral, como expresión del más
las palabras de Vives en VIVES, Juan Luis: Instrucción de la mujer cristiana, cit., alto ideal caballeresco unido a una conducta cortesana y selecta y el heroísmo
pp. 15-30. Planteamientos que mantendrá Vives en otra obra posterior, «El so­ guerrero, expresaría acaso el sentido de la palabra griega. Este hecho nos indi­
corro de los pobres», de 1526; en la que regulará una expresa diferencia entre ca de un modo suficiente dónde hay que buscar su origen. Su raíz se halla en las
la educación que habrían de recibir los niños y las niñas expósitas en las dife­ concepciones fundamentales de la nobleza caballeresca. En el concepto de la
rentes escuelas públicas a las que debían de acudir. (Véase en VIVES, Juan arelé se concentra el ideal educador de este período en su forma más pura». (En
Luis: «El socorro de los pobres», cit., p. 93). JAEGER, Werner: Paideia: los ideales de la cultura griega, cit., pp. 20 y 21).
251 Como nos advierte Jaeger, en ambos filósofos se puede apreciar la in­ 253 Para Platón la naturaleza de las personas vendrá determinada, en gran
fluencia de elementos propios de la ética aristocrática de la Grecia arcaica, medida, por los caracteres heredados de los antepasados de cada uno. De ahí

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

Por eso, para estos autores son los hijos de las clases superiores superior. Pues al ser entre los miembros de estas clases entre
los que han de recibir una educación completa, una educación los que se hallarán aquellos que puedan participar en mayor
medida de la virtud, y por ello los que habrán de ocupar las al­
tas magistraturas de la ciudad, resulta necesario que sean ellos
deriva la distinta calidad de la naturaleza de cada persona. Así, en el mito de las los que reciban una educación que les habilite para el adecua­
almas que Platón usa, las habrá de hierro y bronce, de plata y de oro (no obs­ do ejercicio de las altas funciones que habrán de desempeñar;
tante, en la exposición del mito se ve como la determinación de la naturaleza idea que se complementa con la consideración de que es con la
de los hijos por la de los padres no llega a ser absoluta: «aunque generalmente
educación con la que se trata de conseguir que cada persona
ocurra que cada clase de ciudadanos engendre hijos semejantes a ellos, puede
darse el caso de que nazca un hijo de plata de un padre de oro o un hijo de oro pueda participar de la virtud al máximo de sus posibilidades234.
de un padre de plata o que se produzca cualquier otra combinación semejante Por eso, si bien en los planteamientos del ateniense no hay,
entre las demás clases»). Conforme con esos planteamientos, para el ateniense como antes señalaba, una discriminación educativa con causa
también existen naturalezas que son inferiores, respecto a otras, per se, como en el sexo de los educandos, sí que se apunta a ella en relación con
la de las mujeres a la de los hombres, por lo que las mujeres no podrán alcan­
zar los mismos niveles de virtud que los hombres, y la de los esclavos a la de las
las clases sociales. La justificación está nuevamente en conseguí r
personas libres, aunque no se manifiesta el ateniense rígidamente en contra de una ciudad en la que domine la justicia; y esto significa que cada
la capacidad de los esclavos para participar de alguna manera de la virtud. E parte de la ciudad, cada clase, debe de realizar las funciones que
igualmente, para Platón los metecos y las personas dedicadas a los oficios ma­ le son propias *255. El planteamiento se mantiene inalterable en La
nuales sólo podrán adquirir la virtud en un grado menor. (Véase sobre el mito
república y en Las leyes-, sin embargo, hay una diferencia esen­
de la naturaleza de las almas en PLATÓN: La república, 415a-c; sobre la infe­
rioridad de la naturaleza de la mujer respecto a la del hombre en cuanto a la vir­ cial en las mismas que afecta, de manera directa, a la educación.
tud en PLATÓN: Las leyes, 781b; sobre la inferior naturaleza de los esclavos en En La república las clases sociales están marcadas por la co­
PLATÓN: Las leyes, 776b-778a o también en PLATÓN: Las leyes, 720b; y sobre munidad de los guardianes; pueden existir traspasos de una cla­
las personas dedicadas a trabajos indignos de los ciudadanos libres, como la ar­ se a otra, pero, en circunstancias normales, será de la selección
tesanía o el comercio, trabajos que en La república los ejercen la clase excluida
de la educación y en Las leyes se reservan a los metecos o extranjeros, en PLA­
realizada entre los hijos de los guardianes de la que salgan los si­
TÓN: La república, 590c-d y en PLATÓN: Las leyes, 74le, 846d, 919d y 920a). guientes guardianes, y será de la misma clase de los guardianes
En cuanto al pensamiento de Aristóteles respecto a la vinculación que ne­ de la que se haga la definitiva selección de los mejores para sel­
cesariamente se entiende que se da entre virtud, naturaleza y educación, resulta los filósofos-gobernantes. Así, la educación que le interesa a Pla­
de interés hacer explícito que junto a supuestos como los esclavos, las muje­
tón es la de estos guardianes, y esa será la que desarrolle en La
res y los artesanos que sólo podrán participar de la virtud, en la medida en que
sus diferentes naturalezas se lo permitan, de manera limitada y para ejercer las república; pues la importancia de la función que los guardianes
funciones que les son propias, también había que entender que, en general, la han de ejercer en la ciudad planeada determina la necesidad de
naturaleza de cada persona la hace más o menos apta para alcanzar la virtud. que se regule lo mejor posible su educación, ya que el éxito o el
(Véase en ARISTÓTELES: Política, 1259b-1260b. También pueden verse otras fracaso del modelo dependerá de ella 256. Y la de la clase inferior,
alusiones a las diferencias en la naturaleza de las personas en ARISTÓTELES:
Política, 1267b y en ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco, 1150b 1-17. Y, más con­
cretamente referidas a las relaciones entre virtud, felicidad, naturaleza y edu­
cación en ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco, 1099b9-20, 1103al4-26, 1154a31- 25J Resultan interesantes en este sentido los siguientes pasajes de La re­
34; y en ARISTÓTELES: Política, 1337a. Y otros pasajes respecto a las pública de Platón, 383c, 395d, 423e, 441e-442b, 455b, 475c, 486c, 521c.
consideraciones sobre el menor grado de virtud del que en principio participan 255 Véase así en PLATÓN: La república, 434c.
los trabajadores manuales (artesanos, jornaleros y obreros), en ARISTÓTE­ 256 Más concretamente la exposición sobre la educación de los guardia­
LES: Política, 1277a, 1278a y 1328b-1329a). nes empieza en PLATÓN: La república, libe. Y así, aunque muchas de las pres-

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

dado la debilidad de sus naturalezas, no considera que sea de Aristóteles, en sus planteamientos, vincula de manera esen­
gran relevancia, aunque no niega que exista alguna educación; y cial la educación, la virtud y el mantenimiento del régimen po­
en este sentido, también se habría de entender la alusión que lítico de una ciudad. Podría resumirse muy someramente esa vin­
hace a la enseñanza por los artesanos de sus oficios a sus hijos257. 258
~' culación considerando que toda ciudad necesita que sus
Sin embargo, en Las leyes la ciudad que se pretende construir ciudadanos compartan unos valores básicos que permitan un tra­
no ha de contar con esa comunidad de guardianes, sino que los bajo y una vida en comunidad; resultando necesario, así, que los
gobernantes serán elegidos y provendrán de la ciudadanía; por ciudadanos adquieran unas virtudes conforme a las que ejer­
ello se hace imprescindible que se extienda la educación a la cerán sus funciones; y la única forma de que posean esas virtu­
clase ciudadana antes excluida 255. Así, la interiorización de los des es adquiriendo, a su vez, los hábitos apropiados. De esta
valores sociales, y la mayor participación posible en la virtud, per­ manera, la educación, que se entiende como el mejor medio
mitirá tanto que los elegidos para ocupar las magistraturas las para enseñar los hábitos adecuados y para desarrollar las virtudes
ejerzan correctamente, cuanto que los ciudadanos se encuentren en cada persona al máximo, se constituirá en la forma idónea
más capacitados para ser gobernados 259, para ejercer correcta­ para hacer que los ciudadanos adquieran las virtudes y valores
mente sus funciones 26°, y, además, para poder elegir lo mejor po­ pertinentes para la supervivencia de la ciudad, así como para la
sible a los que'hayan de ocupar las magistraturas261. La mayor propia vida virtuosa de cada persona 263. Para el Estagirita la
o menor educación recibida no dependerá en Las leyes, pues, importancia que va a adquirir para el político, el legislador, el
de una exclusión a priori de una clase social de los programas que los ciudadanos sean virtuosos y obedezcan las leyes vendrá
educativos, sino que sólo la propia naturaleza de cada persona
hará que se detenga en un punto u en otro de la educación. Exis­
263 Es esencial, pues, la imporlancia que adquiere en el pensamiento del
tirá un mínimo en cada materia, pero será conforme a la natu­ estagirita la educación. Ya que es con base en ella que se aprenden todas las
raleza de cada individuo que se le imponga un máximo 262. cosas, unas por hábito y otras por instrucción (planteando como una cuestión
diferente saber si las personas han de ser educadas antes con la razón o con
los hábitos). Aunque es cierto que también en Aristóteles esa vinculación tie­
cripciones que después se hacen son extensibles a cualquier educación, porque ne unos límites, pues reconoce que pueden existir naturalezas lo suficiente­
se enmarcan en el concepto general de educación que Platón maneja, el con­ mente perversas que ni la educación pueda corregir —admitiendo explí­
junto de la exposición sólo adquiere pleno sentido si se entiende que va diri­ citamente, en este sentido, su coincidencia con el planteamiento que exponía
gida a una clase en particular. el Sócrates de La república—. En todo caso, y pese a esas posibles excepciones,
257 Véase respecto a estas ideas en PLATÓN: La república, 405a-b, 456d, la unión existente entre educación y virtud supone, consecuentemente, que la
495d-496a; 522b; y 466e-467a. educación ha de participar, como primer medio, y a través de la formación de
258 Véase en este sentido en PLATÓN: Las leyes, 809e. ciudadanos virtuosos, en el mismo fin que pretendía el legislador de mantener
259 Véase así en PLATÓN: Las leyes, 643e. unida la ciudad y, más concretamente, de conservar el régimen político de su
260 Y, así, entiende en Las leyes que es el conjunto de la ciudadanía el que ciudad. (Véanse estas ideas en ARISTÓTELES: Política. 1332a-1332b; 1334b;
ha de recibir una educación, siempre encaminada a la virtud, en la que, además, 1316a; 1310a y 1337a; y en 1260b; respectivamente). A este respecto es intere­
los ciudadanos se formarán para poder ejercer después sus oficios adecuada­ sante constatar la contundencia con que expone García Gual: «Para Aristóte­
mente, siendo estos oficios todos los no considerados indignos, mencionando les existe una relación clara entre la prosperidad de la polis y la vida virtuosa
Platón, a modo de ejemplo, al guerrero, pero también al arquitecto y al labra­ de los ciudadanos (...) Por eso para él la educación es ante todo formación de
dor. (Véase en PLATÓN: Las leyes, 643b-e). buenos ciudadanos. El oficio por excelencia del hombre libre es la dedicación
261 Véase en PLATÓN: Las leyes, 751c-d. a esa vida ciudadana, el portarse como un perfecto ciudadano». (En GARCÍA
262 Véase en PLATÓN: Ims leyes, 810a-b y 818a-d. GUAL, Carlos: «Introducción», en Aristóteles: Política, cit., pp. 24-25).

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Ignacio Campoy La Fundamentación de ¡os Derechos de los Niños

dada en la medida en que se considera necesario para la super­ Incluso, consecuente con esta línea argumentativa, si en una
vivencia de esa comunidad cívica que es la ciudad —siendo ésta ciudad las personas ejercen distintas funciones, no todos po­
la comunidad que considera superior por naturaleza—, incluso, drán tener la misma virtud, sino que cada una tendrá la virtud
más concretamente, para que se mantenga el régimen político que sea acorde con la función que ha de ejercer26'. Así, pues, el
que existe en la ciudad concreta que se trate y que el legislador alejamiento de concepciones utópicas como la de Platón y un
defiende 264. compromiso con la realidad le acerca a planteamientos más
Pero, si como es palmario existen distintos tipos de regíme­ contemporizadores con los regímenes que estudia, adquiriendo
nes políticos, la cuestión que se plantea es saber cómo pueden una importancia decisiva la propia conservación de la ciudad,
formarse ciudadanos virtuosos y, a la vez, obedientes de las le­ y resultando también adecuado, por eso, que cada persona ad­
yes de cada sistema político. La solución que nos ofrece Aristó­ quiera la virtud conforme a la función que ha de desarrollar en
teles pasa por entender que, en realidad, normalmente no coin­ la ciudad que se trate.
cide el buen ciudadano con el buen hombre. Sólo en la mejor De esta manera, se puede responder a la cuestión de quién
ciudad posible el buen ciudadano sería a la vez el buen hombre, podría acceder, conforme a los planteamientos de Aristóteles, a
o, según la otra cara de esta moneda, si todos los ciudadanos fue­ la educación, apuntando que, como observación general, no se
sen virtuosos se conseguiría, además, la constitución de la ciu­ encuentra en los mismos una defensa de la extensión de la edu­
dad perfecta265. Sin embargo, en general, hay que diferenciar en­ cación, sino que ésta quedaría, en general, reducida a los niños
tre ambas virtudes, y la propia del buen ciudadano es la que y jóvenes varones, y de una clase social media-alta. En una pri­
resulta necesaria para la conservación del régimen político 266. mera aproximación a los razonamientos del Estagirita parece que
se determina una extensión de la educación conforme a la de la
ciudadanía que se produce en los distintos regímenes políticos.
264 Conclusiones que pueden justificarse con lo manifestado por Aristó­ Como antes señalaba, el legislador ha de procurar que todos los
teles en distintos y significativos pasajes. Así, por ejemplo, señala que el que es ciudadanos sean virtuosos, buenos y obedientes a las leyes; y
político de verdad quiere que los ciudadanos sean buenos y obedientes a las le­ así conseguir una ciudad en la que se ejerza la virtud, que se
yes, en ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco, 1102a 7-9 —y, con el mismo senti­
do, en ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco, 1099b30-32, 1103b2-6—; y que el le­ mantenga unida y que conserve el régimen político conforme al
gislador —y la legislación se considera como una parte de la política— es el que que se legisla y conforme al que se educa también para su pro­
hace a los hombres buenos mediante las leyes, en ARISTÓTELES: Ética a Ni­ pio mantenimiento. Lo que supone, por una parte, que las mu­
cómaco, 1180b23-33 —y, con el mismo sentido, en ARISTÓTELES: Política, jeres, al constituir la mitad de la población, resultan necesarias
1280b, 1327b y 1333b—. Aunque no parece que esa facultad le quepa a cual­ para el mantenimiento del régimen, y su educación conforme a
quier legislador, por lo que resulta más comprensible que el Estagirita se refiera
en otro pasaje al filósofo político como aquél al que al corresponderle el estu­
él resulta pues igualmente imprescindible; y, por otra parte, que
dio del placer y el dolor, y puesto que es a éstos a los que se refieren la virtud conforme se vaya aumentando la ciudadanía con los campesi­
y elvicio moral, se le ha de considerar también capacitado para determinar el nos, los trabajadores manuales o los hijos de los esclavos, estos
fin que permita saber de cada cosa lo que es bueno o malo en sentido absolu­ nuevos ciudadanos tendrían que recibir una educación confor­
to. (Véase así en ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco, 1152b 1-6). me con su nueva condición. Pero también hay que entender
265 Véase al respecto en ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco, 1130b27-30 y
1169a8-12; y en ARISTÓTELES: Política, 1323a y 1323b-1324a; donde se reali­
que, conforme al estagirita, los trabajos que realizan los cam-
za un paralelismo entre el ciudadano y la ciudad en tanto en cuanto a los dos al­
canzarán el mejor fin si consiguen que sus acciones sean ejercicios de la virtud.
266 Véase en ARISTÓTELES: Política, 1276b. 267 Véase en ARISTÓTELES: Política, 1276b-1277a.

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Ignacio Campoy La Fundainentación de los Derechos de los Niños

pesinos, obreros, artesanos, jornaleros y trabajadores manuales descrito, empezando lo que será una evolución, muy lenta en
en general, les inhabilita para la consecución de la virtud, aun­ su avance, en la que, sin embargo, sólo adquirirá pleno sentido
que sean considerados ciudadanos en las democracias; por lo que hablar de una apertura a la elección de la función social a
tampoco se puede entender que la educación que los mismos re= desarrollar en el Renacimiento. No obstante, he preferido señalar
ciban sea equiparable a la educación propiamente dicha 268.; en este apartado lo que serán quizás los principales elementos,
previos al Renacimiento, que se encuadran en esa evolución y
en la superación, pues, de la posición extrema.
b.2) La posición moderada: la apertura a la elección Uno de esos elementos, ya aludido, lo encontramos en la
de la función social a desarrollar Atenas del siglo V a". C., el cambio fundamental fue superarla idea
de que la virtud sólo era transmisible entre las naturalezas su­
Como antes apunté, ya en la Atenas del siglo v a. C. podemos periores y empezar a considerar que la virtud era enseñable a una
encontrar signos de la superación de ese modelo extremo antes generalidad de individuos. Es decir, la superación del ideal edu­
cador de la aristocracia griega, que hundía sus raíces profun­
------------ -■«* damente en la tradición histórica, de que la transmisión de va­
268 Así, argumentando de forma paralela a como se realizaba al enten­ lores sólo se puede realizar de una naturaleza noble a otra igual
der que si en las democracias se extendía la ciudadanía a estos sectores, se se­
a través de una íntima relación entre el transmisor y el receptor,
ñalaba que la virtud propia de los ciudadanos no podía ser la misma que la que
se consideraba propia de los ciudadanos de los regímenes más perfectos. De es decir, entre el iniciador y el iniciado, entre el adulto y el jo­
la misma manera, si se ha de hablar de una educación de esos nuevos duda-- ven, en el que la transmisión de conocimientos y valores iba ne­
danos, no se podrá referir con ella a la educación propiamente dicha, que co­ cesariamente unida a una consideración de clase y a un afecto
rresponderá a la recibida por las clases superiores en los mejores regímenes po­ especial que podía tener su reflejo en la práctica pederástica269. * * *
líticos (Véase al respecto en ARISTÓTELES: Política, 1299b y 1317b). De ese
modo adquiere un sentido particular la exclusión como materia de educación
Y el establecimiento de un ideal educador de raíz más popular,
que el Estagirita hace de los conocimientos necesarios para los trabajos in­ que supone que la transmisión de valores puede realizarse a
dignos de los hombres libres, entre los que hay que entender las ocupaciones todo aquél que esté dispuesto a recibirlos, existiendo siempre la
asalariadas y similares, que embrutecen a los que los realizan al imposibili­ posibilidad de enseñarlos, lo que significará el surgimiento y
tarles la práctica y el ejercicio de la virtud. Por lo que hay que entender no sólo
desarrollo de la institución de la escuela 27°, con la figura del
que estos trabajadores no pueden ser virtuosos, sino también que la educa-:,
ción auténtica se contrapone a los conocimientos que se requieren para ejcr-i
cer su labor. Y, por otra parte, también resulta significativo que no consideré
a la inspección de niños para ser una de las magistraturas que se han de dar 269 Las palabras de Jaeger sobre el ideal educador que para la nobleza
en todo caso en las ciudades; sino que entiende que es una de las que sólo sé aristocrática existía tras estas prácticas resultan muy elocuentes. Así como es
daría en las ciudades con suficientes recursos y preocupación por el buen or­ clara también esta idea de la pederastía como práctica educativa en Marrou,
den para poder permitirse tenerlas. Es, en este sentido, una magistratura pro­ que dedica el capítulo tercero de su ya citada Historia de la educación en la An­
pia de las ciudades aristocráticas, pero no de las democráticas, en las que la po­ tigüedad a «la pederastía como educación» —siendo, además interesante cons­
breza de los padres hacía necesario que usasen a sus hijos para realizar el tatar cómo para este autor «la edad teórica del eromeneo oscila entre los quin­
trabajo de los esclavos que no tenían; lo que parece indicar claramente que ce y los dieciocho años»—. (Véase en JAEGER, Wemer: Paideia: los ideales de
esos niños no podrían recibir una adecuada educación. (Véase en ARISTÓ­ la cultura griega, cit., pp. 188-189; y en MARROU, Henry-Irenee: Historia de la
TELES: Política, 1337b; y respecto a la inspección de los niños y la regulación educación en la Antigüedad, cit., p. 47).
que hace de la misma como magistratura, en ARISTÓTELES: Política, 1299a- 2,0 Marrou, con base en un pasaje de Plutarco, afirma con convicción
1300a, 1322b-1323ay 1336a). que en Atenas «puede darse por cierta la existencia de una enseñanza prima-

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

maestro, acorde con esos planteamientos que abogaban por) iinjentos básicos, como podía ser el saber leer y escribir 273,
superación de los estrechos límites impuestos por las conceé ero su aprendizaje podía muy bien realizarse en el ámbito fa-
clones aristocráticas y más proclives a una extensión de la edu iniliar; siendo conocimientos más profundos, que tradicional-
cación a las otras clases ciudadanas. -nente versarían sobre gramática, gimnástica, música y dibujo,
El cambio es radical, aunque, como antes he apuntado, no los que se enseñarían en la escuela. En todo caso, en cuanto al
se produce de forma drástica271. Los ideales aristocráticos de objetivo buscado con las enseñanzas que se impartían, se pue­
la enseñanza pervivirán durante mucho tiempo. Y a ellos res^ de entender que la pretensión última era conseguir una forma­
ponde la perdurable concepción del necesario mantenimiento ción completa del ciudadano. Para ello, además de las ense-
de una estrecha relación entre maestro y discípulo. Pero dos sel - panzas útiles para la vida cotidiana, y para un mejor ejercicio
nales indican claramente el avance sin retomo de una concep­ de sus profesiones, se entendió la necesidad de atender tanto a
ción a otra, en el que destaca la labor de la escuela sofista272: uno la formación física cuanto a una instrucción adecuada de la in­
será el pago de los servicios del educador, con la inevitable quier teligencia, para poder ser capaces de acceder a conocimientos su-
bra de la relación entre el enseñante y el educando; y el otro, de f perfores, de disfrutar de la belleza, de realizar un correcto uso del
mayor trascendencia, será la creación de escuelas como centros ocio, de, finalmente, poder vivir una vida feliz y dichosa274.
donde se produzca la transmisión del saber, de los conocimientos Ahora bien, lo que no puede también presuponerse es que
y los valores a un elevado número de jóvenes. todo ciudadano ateniense pudiese mandar a sus hijos a las es­
La existencia de estas escuelas permitiría garantizar una ma­ cuelas a adquirir dicha formación. Más bien, si tenemos en cuen­
yor divulgación entre los ciudadanos de la educación. Sin em­ ta que la asistencia a las escuelas no era obligatoria, que no es­
bargo, en realidad, con su constitución se quedaba lejos de ase­ taban organizadas por el Estado, aunque sí las regulase, sino
gurar una universalización de la cultura. Parece claro que en la que eran instituciones privadas 275,*y que los niños con cierta
Atenas Clásica a todo ciudadano se le presuponían unos cono- frecuencia tenían que trabajar, sobre todo en labores del cam­
po, para ayudar a sus familias, podremos concluir que un ele-

ría desde la época de las guerras médicas en adelante». Y nos señala después
la existencia de dos testimonios, uno de Herodoto y el otro de Pausarías, que 273 Véase una alusión directa al respecto en BAJO, Fe y BETRÁN, José Luis:
vienen a situar la aparición de la escuela hacia principios del siglo v a. C. Gol- Breve historia de la infancia, cit., pp. 111-112.
den añade a estas referencias evidencias arqueológicas como es la existencia 274 Véase así respecto a los fines que para la educación marca Aristóte­
de vasos áticos con escenas de escuelas que dan testimonio de las mismas en les dentro de su estudio de la ciudad ideal en ARISTÓTELES: Política, 1337b
el siglo V a. C. Aunque, fuera del mundo helénico, la existencia de la primera y 1338a. Además, es interesante constatar que aunque Golden resalta la im­
escuela la sitúan Bajo y Betrán en la ciudad de Mari, en la Alta mesopotamia, portancia que tenía la transmisión de valores militares a través de la educación,
hacia el año 2000 a. C. (Véase así en MARROU, Henry-Irenee: Historia de ¡a edu­ sin embargo, la autorizada opinión de Marrou permite entender mejor la im­
cación en la Antigüedad, cit., p. 67 y 461; en GOLDEN, Mark: Children and portante evolución seguida en la educación ateniense, siendo para el autor
Childhood in Classical Athens, cit., p. 62; y en BAJO, Fe y BETRÁN, José Luis: francés en la educación ateniense, «en algún momento del siglo VI», cuando se
Breve historia de la infancia, cit., p. 109). abandona el carácter militar y se opta por el desarrollo de otros valores de un
271 La evolución que al respecto se siguió en el pensamiento griego está tenor más intelectual. (Véase en GOLDEN, Mark: Children and Childhood in Clas­
extensamente explicada en la obra ya citada de JAEGER, Wemer: Paideia: Los sical Athens, cit., p. 64; y en MARROU, Henry-Irenee: Historia de la educación
ideales de la cultura griega, a ella me remito para su estudio en profundidad. en la Antigüedad, cit., pp. 58-59, 67 y 86).
272 Resultan esclarecedoras, en este sentido, las afirmaciones de Marrou 275 Véase en este sentido GOLDEN, Mark: Children and Childhood in Clas­
en MARROU, Henry-Irenee: Historia de la educación en la Antigüedad, cit., p. 74. sical Athens, cit., p. 62.

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

vado número de familias habrían de renunciar a mandar a sus antiguas, las desigualdades sociales eran enormes. La educa­
hijos a las escuelas 276. Por otra parte, ya que la enseñanza se re­ ción era una evidencia más de la diferencia de oportunidades.
solvía mediante acuerdos privados con los maestros, sería con­ Puesto que el acceso a la educación era costoso, los niños ricos,
secuente entender que la educación que cada niño recibiría se que podían cubrir incluso las etapas superiores, accedían igual­
habría de adaptar al nivel económico de su familia. Además, es mente a los puestos más importantes de responsabilidad social,
necesario volver a señalar que, en concordancia con lo que an­ lo que contribuía a seguir reproduciendo las mismas desigual­
tes he denominado como la vertiente sexual de esta primera dades generación tras generación»; aunque, haya también que
tener en cuenta que en las sociedades griega y romana «Puesto
nota, hay que tener presente la exclusión que también en esta ma­
que los hijos de campesinos o artesanos no solían acceder a la
teria era objeto la población femenina, siendo norma general
enseñanza secundaria, a partir de los diez años se introducían
la omisión de una enseñanza escolar para las niñas27'.
plenamente en el trabajo paterno. Si el padre podía proporcio­
En todo caso, y pese a esos significativos avances, la exis­
nar alguna mejora para el futuro de sus hijos, los colocaba como
tencia de la vertiente social, que muestra la vinculación entre la
aprendices en algún taller profesional para que conocieran un
educación y las funciones sociales a desarrollar por el futuro
trabajo que parecía más ventajoso que el propio»219.
adulto, se mantiene de forma clara durante toda la Antigüe­
En la Edad Media se producirán otros pasos significativos
dad278. 279
Y así,
280señalarán Bajo y Betrán que: «En las sociedades
en esa evolución propia de la posición moderada, que permiti­
rán, pues, una mayor apertura a los cambios entre clases so­
ciales en el desempeño por los individuos de sus trabajos. Hay
276 A pesar de lo cuál, lo cierto es que este tipo de enseñanza gozó rápi­
damente de una amplia aceptación en la sociedad ateniense. Así, por ejemplo, que destacar el surgimiento de las Universidades, que va unida
de la obra de Aristófanes se puede deducir la temprana asistencia de numero­ a la mayor extensión de la educación, y la institución del apren­
sos niños a las escuelas, pues señala como ya respecto a la educación de la ge­ dizaje para la incorporación en los distintos gremios existentes
neración que luchó en Maratón (490 a. C.) «los muchachos del mismo barrio, en la sociedad medieval2S0. Tanto las Universidades, a las que acu-
para ir a casa del citarista, tenían que andar por las calles en grupo y con or­
den». (En ARISTÓFANES: Ims Nubes, 965. Cito por la edición con Introduc­
ción, traducción y notas de Elsa García Novo, col. El Libro de Bolsillo, Alian­
za Editorial, Madrid, 1994). ve en el pensamiento pedagógico de los humanistas —no en vano gozó su obra
277 Así, advierte Golden: «no es probable que ellas asistiesen a la escuela de gran predicamento en el Renacimiento—. (Véase así en QUINTILIANO, M.
fuera de casa. Es verdad que al menos algunas mujeres atenienses eran alfa- Fabio: Instituciones Oratorias, cit., pp. 31 y 113-114).
betas funcionales, y hay jarrones que muestran niñas instruyéndose en la dan­ 279 En BAJO, Fe y BETRÁN, José Luis: Breve historia de la infancia, cit.,
za y en «mousike», tocando la flauta, la cítara o la lira. Pero las lecciones po­ pp. 156-157 y 171. Resulta interesante también aquí el estudio que realiza Yan
dían muy bien haberse estado tomando en casa». (En GOLDEN, Mark: Children Thomas de la familia en Roma durante los siglos n a. C. y II d. C., al dejar bien
and Childhood in Classical Alhens, cit., p. 73). clara la idea de que formación del niño, incluso la que se haga por los propios
273 Claro que también se pueden apuntar aquí pensamientos que inten­ padres, ha de ser para el bien de la sociedad y para el ejercicio de las funcio­
tan superar la realidad social. Es el caso del ilustre pedagogo Quintiliano en cuya nes sociales que habrá de desempeñar en el futuro. (Véase en THOMAS, Yan:
exposición sobre sus consejos para la formación del orador perfecto encon­ «Roma, padres ciudadanos y ciudad de los padres (siglo II a. C.-siglo u d. C.)»,
tramos como, en su opinión, se habría de procurar tanto que todo los niños pu­ cit., p. 238).
diesen acceder a la educación, como que la formación del niño fuese la más con­ 280 Puede ser interesante señalar, en este sentido, como la consideración
forme con sus aptitudes naturales, lo que redundaría en beneficio del adulto de puntos comunes entre ambas instituciones puede verse reflejado en el he­
y del mejor desempeño de la función social que habría de ejercer en el futuro; cho de que ambas respondiesen en principio a la misma denominación de Uni­
adelantándose así quince siglos a una idea que, como veremos, resultará cla- versidad, como nos expone Antonio García: «La palabra Universidad significaba

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if

estis
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

dían alumnos desde los catorce años, cuanto el aprendizaje e que, precisamente, se caracterizaba por su división en diferen­
los gremios, implicaron, aun con el mantenimiento de las dif tes grupos sociales (estamentos, gremios, etc.), tenía que tener
rendas sociales, el inicio de un mayor flujo social y la adqujs-‘ vigencia, necesariamente, la consideración de que la educación
ción de nuevos conocimientos por personas que antes no teñí que se había de recibir fuese la que permitiese desempeñar ade­
acceso a ello281. cuadamente al adulto el rol que éste tuviese en los grupos sociales
No obstante, estas consideraciones no nos deben hacer pen en los que desarrollaría su vida, que por norma general eran los
sar que no siguiese vigente también durante toda la Edad mc mismos grupos y oficios en los que habían vivido y ejercido sus
Me­ padres 282; acorde con lo cual se encontraba también la confi­
dia la idea básica de que el niño se tenía que formar para curti
guración de las escuelas primaria y secundaria 283.
plir las funciones sociales a las que estaba «destinado» por s
No obstante, como antes apuntaba, hay que entender que
pertenencia a una determinada clase social. En una sociedad
será con el Renacimiento cuando se dé realmente el paso a lo
que he apuntado como la posición moderada de esta vertiente
en la Edad Media cualquier estamento o gremio como era la corporación de social. Y es en la unión del incipiente individualismo con el Hu­
los albañiles (universitas muratorum), de los laneros (universitas lanificum)' manismo donde se ha de encontrar el elemento más importan­
de los alumnos (universitas scholarium), de la universidad de los citramonta­ te en este sentido: el surgimiento de una pedagogía dirigida a
nos (universitas citramontanorum)...». (En GARCÍA Y GARCÍA, Antonio: «De aprovechar las cualidades que fuesen propias de cada niño y no
las escuelas visigóticas a las bajomedievales. Punto de vista histórico-jurídi- a las que estuviese previamente destinado por la profesión a la
co», en Iglesia Duarte, José-Ignacio de la (Coord.): La Enseñanza en la Edad Me-
dia: X semana de estudios medievales, Nájera, 1999, Gobierno de la Rioja-Ins- que le destinaban sus padres y su condición social 284. Es cierto
tituto de Estudios Riojanos, Logroño, 2000, p. 40).
281 Así- respecto a la Universidad, es esclarcccdora la división que reali::
za Claramunt de cinco grupos —si bien no estancos— entre el alumnado me­ 282 Puede verse, por ejemplo, claramente reflejada esta idea en 2-2, C.
dieval, especialmente en los siglos xn y xm, diferenciados por sus edades, sus 189, art. 5; en AQUINO, Tomás De: Suma Teológica, Tomo IV, cit., p. 165.
recursos económicos, su clase social y por los estudios que realizarían. Y res­ Y en el mismo sentido, señalará Delgado: «Antes del Renacimiento los mo­
pecto al funcionamiento de la institución del aprendizaje, habría que entender delos pedagógicos se reducían a satisfacer las necesidades de los diferentes es­
que el funcionamiento de los gremios y talleres de oficio en esa Edad Media, tamentos sociales. Se educaba de modo distinto a los reyes, a los caballeros, a
y también en el principio de la Edad Moderna, cumplían una clara función so- los monjes, a los clérigos, a los burgueses y a los campesinos, no de acuerdo
cializadora y de asunción de valores y conocimientos necesarios para el cum­ con sus condiciones naturales, sino con la profesión a la que sus padres y su
plimiento de las funciones que el entonces aprendiz habrá de desarrollar en esa condición social les destinaban. Los diferentes tratados pedagógicos exponían
sociedad en el futuro. Muy claramente queda expuesta esa idea en el análisis los diversos paradigmas del príncipe, del obispo, del primer ministro, del letrado
que hace Pancera —aunque éste se refiera ya a la sociedad preindustrial pro­ y del magistrado, prescindiendo de toda individualización y personalización».
pia de los siglos XVII y xvm—, para quien en ese proceso de socialización (aun­ (En DELGADO, Buenaventura: Historia de la infancia, cit., p. 110).
que cabía la posibilidad de que dicho mecanismo socializador no consiguiese 28i Se puede apreciar bien esa conexión señalada en el texto principal con
sus objetivos, eso suponía la marginación del que se evadía) se termina inclu­ la evolución de la educación primaria durante la Edad Media en BAJO, Fe y BE-
so por conseguir que el propio aprendiz, que solía provenir de un estrato so­ TRÁN, José Luis: Breve historia de la infancia, cit., pp. 117-119, 152-153 y 158.
cial más bajo que el de su maestro, conformase su realidad con las expectati­ 28,1 En este sentido, dirá el profesor Delgado: «Durante el Renacimiento,
vas que la sociedad tenía de su condición. (Véase en CLARAMUNT en cambio, todos los tratadistas coincidieron en subrayar las diferencias indi­
RODRÍGUEZ, Salvador: «La transmisión del saber en las universidades», en Igle­ viduales de cada uno de los educandos. No todos sirven para las mismas co­
sia Duarte, José-Ignacio de la (Coord.): La Enseñanza en la Edad Media: Xse­ sas. Unos están mejor dotados para unas profesiones que para otras, por lo
mana de estudios medievales, Nájera, 1999, cit., pp. 133-136; y en PANCERA, Car­ que el primer cuidado de padres y maestros será descubrir las aptitudes de
io: Estudios de historia de la infancia, cit., pp. 7, 15 y 109-110). cada uno para que puedan orientarles en la profesión adecuada. En este sen-

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Ignacio Campoy Im Fundamentación de los Derechos de los Niños

~mf
que todavía estamos lejos de la superación de la idea principé ” ara el que esté más capacitado. La formación del hombre cam-
de que con la educación lo que se ha de hacer es formar alí iaba porque, aun cuando persistía la comprensión de que la
persona de manera que ésta consiga desarrollar las cualidad ducación servía para formar al niño de acuerdo con los valo­
que la hagan apta para ejercer adecuadamente las función nes predominantes en la sociedad, con el individualismo propio
que habrá de desempeñar en el futuro; incluso se podría en de la Modernidad, el Humanismo y las transformaciones que
tender que aunque se muestra un interés por adecuar la educa conllevó el Renacimiento, los ideales de la sociedad habían cam­
ción a las características propias del niño, esta idea, en re~' biado286. Y estos cambios conllevaban, necesariamente, un nue-
dad, ya se señalaba también en los planteamientos de Platón y jvo paso en la demanda de una educación más universal, a la
Aristóteles. Sin embargo, sí se produce un cambio trascendería que pudiesen acceder miembros de las diferentes clases socia­
tal respecto a planteamientos anteriores, que supone un pasó; les287, tanto en las escuelas como en las nuevas Universidades288.
en la superación de esa vertiente social y, en la medida, peque­
ña en realidad, que afectasen a las mujeres, igualmente un paso
más para superar la que antes denominé como vertiente sexual. , - Como señala Nava Rodríguez: «Las circunstancias político-sociales
Un cambio que tiene dos aspectos fundamentales. llevaron al individuo a creerse eje y medida de todas las cosas, capaz de dominar
la naturaleza. Ello explica porqué la infancia y su formación se convierten en
Por una parte, existe una mayor apertura entre las clases so­ foco de interés para reformadores religiosos y hombres políticos; esta sociedad
ciales 285, el niño no está tan predeterminado como antes para naciente aspiraba ante todo a formar hombres libres, ciudadanos activos uni­
realizar de adulto la función social de sus padres, sino que ha­ dos por una cultura común y capaces de compartir ideales’ de tolerancia, pro­
brá de realizar la más adecuada según sus capacidades; por lo yectos de estados perfectos y sueños de universalidad. (...) Por otra parte, los
humanistas contemplan un ideal integral de educación que abarca tanto las fa­
que el mejor desarrollo de esas cualidades se convierte en un cultades propiamente intelectuales como las estéticas o incluso las físicas; por­
fin de la educación, aunque sólo fuese para conseguir formar un que el nuevo hombre renacentista no sólo debe aspirar a la perfección inte­
adulto que pueda responder mejor a lo que de él demandará la rior, sino saber actuar correctamente en cualquier plano de la vida comunitaria,
sociedad. Es decir, que se entiende que la mejor forma de utili­ desde la política a los negocios». (En NAVA RODRÍGUEZ, María Teresa: La
zar todos los recursos disponibles del capital humano de esa so­
tesis, Madrid, 1992, pp. 24-25).
ciedad es permitiendo que cada uno pueda realizar el trabajo 282 Véase así, por ejemplo, en DELGADO, Buenaventura: Historia de la in­
fancia, cit., p. 111.
288 Así, por una parte, cabe destacar el auge que, conforme advierte José
tido se recuerda la sentencia de Aristóteles alii ad alia apli nati sumas, es de­ Manuel Villalpando, tuvieron en esas universidades las humanidades y el que
cir, "cada uno ha nacido para cosas distintas"». (En DELGADO, Buenaventu­ con ello se fomentase que los jóvenes que podían acudiesen a ellas, abandonando
ra: Historia de la infancia, cit., pp. 110-111). el campo, en busca de esa formación en letras. Por otra, es interesante obser­
285 Podemos apreciar bien el ideal de esa posibilidad de cambio social en var como un autor tan importante como Vives, al determinar, en su Tratado de
la organización que hace Tomás Moro de la sociedad en su isla de Utopía. Don­ la enseñanza, cómo han de ser las escuelas, indica ese cambio que de hecho se
de establece que de la educación en los distintos oficios participan tanto mu­ iba produciendo en su sociedad, no dejando de señalar que son los jóvenes con
jeres como hombres, aunque a las mujeres se les destine a los oficios menos fa­ insuficientes recursos económicos los que suelen acudir al estudio y abogan­
tigosos: e igualmente, pese a que persiste la idea de que los hijos normalmente do por que se les ayude en ello en lo que precisan. Y de la misma manera, pue­
seguirán los oficios de los padres y en la necesidad de aprender el oficio que den verse bien reflejadas en el pensamiento de Pérez de Mesa esas nuevas ideas
se habrá de desempeñar de adulto, defiende la educación universal de la infancia —aún con una visión demasiado optimista de la realidad de su sociedad, a fi­
y deja abierta la posibilidad del cambio de oficio. (Véase en este sentido en nales de ese siglo XVI—, sobre la posibilidad del cambio social a partir de la ex­
MORO, Tomás: Utopia, cit., pp. 59-60, 62 y 76-77). tensión de la educación, y la creencia en que redundará en el bien del Estado

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Ignacio Campoy La Funda-mentación de los Derechos de los Niños

Y, por otra parte, como consecuencia directa de la corrien­ nales sería la que, precisamente, aseguraría también el mejor
te humanista, surgirá la preocupación fundamental de conseguir' desempeño de las funciones sociales que el individuo hubiese de
con la educación el mayor y mejor desarrollo de la personalidad realizar. Así, para Erasmo esa compenetración entre la forma­
del individuo2S9. Es cierto que en esta ocasión esa educación no ción interior del individuo y formación del buen ciudadano, se
estaba directamente dirigida al ejercicio de la futura función ha de conseguir en todos, incluso en la máxima autoridad de la
social, sino fundamentalmente al desarrollo de las virtudes y república: la del príncipe que la ha de gobernar —aunque es de
cualidades personales que haga de cada uno el mejor hombre po­ destacar su espíritu fuertemente humanista al dar también aquí
sible 290; no obstante, también hay que entender que para los prevalencia a la formación interior de la persona sobre la fun­
humanistas ese desarrollo de las virtudes y cualidades perso- ción social que se ha de desempeñar, por alta que ésta sea—,
afirmando en su Educación del príncipe cristiano: «Lo primero
que debe advertir el príncipe llamado-a gobernar es que la prin­
el que las personas puedan desarrollar sus virtudes y cualidades naturales cipal esperanza de una república se halla en la correcta educa­
(Véase en VIL LA I. PAN D O, José Manuel: «Estudio preliminar», en Vives, Juan
Luis: Tratado de la enseñanza. Introducción a la sabiduría. Escolta del alma.
ción de la infancia», y «No hay ningún príncipe bueno, si no es
Diálogos. Pedagogía pueril, cit., p. XVIII; en VIVES, Juan Luis: «Tratado de la un buen hombre. Si puedes al mismo tiempo ser príncipe y hom­
enseñanza», cit., p. 24; y en PÉREZ DE MESA, Diego: Política o razón de Es­ bre bueno, realiza tan bella función; pero si no, rechaza el prin­
tado, edición crítica por L. Pereña y C. Bacicro, y la colaboración de V. Abril cipado antes que por su causa te conviertas en hombre malo»291.
(et al.), serie Corpus Hispanorum de Pace, vol. XX, Consejo Superior de In­ Y Vives, si en su pedagogía señala la necesidad de que la edu­
vestigaciones Científicas, Escuela Española de la Paz, Madrid, 1980, p. 293).
li> Es revelador, en este sentido, que al inicio de su pequeño tratado De cación que ha de recibir el alumno se adapte a sus capacidades,
la urbanidad en las maneras de los niños, exponga Erasmo el siguiente orden señala también que, además de la consabida formación inte­
de preferencia en al educación que se ha de recibir: «Ahora bien, el cargo de rior292, se procure que se forme al joven para contribuir al bie­
formar a la niñez consta de muchas partes, de las cuales la que es tanto prin­ nestar de la comunidad, para el buen ejercicio de un oficio y
cipal como primera consiste en que el ánimo temezuelo se embeba de las aguas
para ser un buen ciudadano 293, al que sus capacidades, aptitu­
seminales de la divina piedad; la siguiente, que, tomando amor a las enseñan­
zas liberales, las aprenda bien; es la tercera que se instruya para los deberes y
oficios de la vida; la cuarta, que en seguida ya desde los primeros rudimentos
se acostumbre a la urbanidad en las maneras». (En ERASMO DE ROTTERDAM: 291 En ERASMO DE ROTTERDAM: Educación del príncipe cristiano, cit.,
De la urbanidad en las maneras de los niños, cit., p. 19). pp. 112 y 79. También puede observarse en la obra de su amigo Moro este ideal
2,0 As*. para Montaigne (al aconsejar sobre la educación que la condesa de buscar el mejor desarrollo de la personalidad del individuo y conseguir a su
de Gurson habría de darle a su hijo), finalmente, «El beneficio de nuestro estu­ vez la formación del buen ciudadano, en MORO, Tomás: Utopía, cit., pp. 64
dio es habernos hecho mejores y más sabios con él»; y para Tomas Moro —que y 115-116.
proporcionaría en su casa una educación también a sus hijas, además de a su 292 Aunque quizás sea Vives el humanista que más se despreocupa por la
hijo, en letras y humanidades—, el principal propósito de la misma es la for­ formación del ciudadano y subraya la importancia de la formación interna de
mación interior de la persona, en virtud y costumbres, que son las que dan la la persona. Así, por ejemplo, podemos observar como en su diálogo sobre «Los
felicidad, «que entre todos los bienes pongan a la virtud en primer lugar, y a preceptos de la educación» esa formación ciudadana queda ausente de sus
la educación en segundo; y que por encima de toda otra cosa estimen en sus principales preocupaciones sobre lo que se ha de conseguir con la educación.
estudios todo lo que les enseñe piedad hacia Dios, caridad con todos, y modestia (Véase en VIVES, Luis: Diálogos sobre la educación, cit,, p. 205. E igualmente
y humildad cristiana consigo mismos». (En MONTAIGNE, Michcl de: Ensayos, es claro en ese sentido en VIVES, Juan Luis: «Tratado de la enseñanza», cit.,
Libro I, Cap. XXVI, cit., p. 205; y en MORO, Tomás; Un hombre para todas las pp. 33; o en VIVES, Juan Luis: «El socorro de los pobres», cit., pp. 32).
horas. Im correspondencia de Tomás Moro (1499-1534), cit., p. 126; carta cita­ 293 Véase así en VIVES, Juan Luis: «El socorro de los pobres», cit., pp. 21,
da: «A William Gonell. En la Coite, 22 de mayo de 1518»), 47, 78-79 y 121.

223
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

des y disposiciones le hagan más apto 294; por lo que parece cla­ esta concepción, se ha de aprovechar ese período de la minoría
ro que conforme a esa concepción se terminaría igualmente por de edad para conseguir que el niño desarrolle las cualidades fí­
producir la desvinculación entre las condiciones del nacimien­ sicas, intelectuales y morales que los adultos consideren perti­
to y el oficio a ejercer en la adultez. nentes, aquéllas que, según las estimaciones del grupo social
dominante, le harán ser un miembro apto para desempeñar las
funciones que habrá de ejercitar en el futuro 297. De esta mane­
2. La necesidad de aprovechar al máximo la niñez ra, la educación se entiende exclusivamente como un proceso en
para la formación del futuro adulto el que el niño es el sujeto pasivo que será manipulado por los su­
jetos activos pertinentes, sus educadores (que pueden ser los
La idea principal de esta segunda nota es la percepción de padres, los maestros, los representantes del grupo social, etc.),
la extrema importancia de aprovechar al máximo el periodo para que pueda desarrollar esas cualidades y, así, vaya asu­
de la infancia para la imposición desde fuera de los valores, co­ miendo también los valores del grupo conforme a los que se le
nocimientos y habilidades esenciales para conseguir formar al está formando. Es una educación, pues, que proviene toda des­
deseado futuro adulto y ciudadano 295. Es decir, se entiende que
la pretensión de que con la educación el futuro adulto, el que real­
mente tenía importancia, se formase adquiriendo los conoci­ riéndose a la educación en Roma: «En Roma, pedagógicamente no existe el niño.
Existe el alumno, al que hay que transformar en adulto cuanto antes». (En
mientos y habilidades conforme a lo que se estimaba como apro­
DELGADO, Buenaventura: Historia de la infancia, cit., pp. 47).
piado por el grupo —sin que para su consecución tuviese 297 En el texto principal me refiero simplemente a la educación intelec­
relevancia propia la persona del niño—, solamente era posible tual y moral del niño, que es la más interesante; sin embargo, la misma con­
si se conseguía aprovechar el periodo de la niñez al máximo, de sideración imperaba en esas sociedades para pretender modelar el cuerpo del
manera que cuando la persona adquiriese la mayoría de edad ya niño. De hecho, quizás éste resulte un elemento altamente significativo de lo
se hubiese formado como el adulto proyectado. Lo cual supom'a, que también se pretendía hacer con la mente y el espíritu del niño. Y, en este
sentido, destaca entre todas la práctica del enfajamiento, que se ha ido repro­
en realidad, considerar a la educación en la infancia como una duciendo prácticamente en todas las sociedades desde la Antigüedad hasta
especie de contrarreloj, una lucha contra el tiempo 296. Según momentos todavía muy recientes en algunas sociedades occidentales. De la
extensión de la práctica del enfajamiento valga por todas la opinión de De
Mause; quien, además, en su análisis expone la interesante idea de que la fal­
294 Véase así en VIVES, Juan Luis: «Tratado de la enseñanza», cit., pp. 28, ta de empatia por el sufrimiento del niño era una causa necesaria para que di­
32-33 y 37. cha práctica pudiese llevarse a cabo durante tanto tiempo y con tanta fre­
2,5 En todo caso, es importante hacer una advertencia previa. Y es que en cuencia (aunque también De Mause apunta otra causa, «La creencia de que los
este apartado (creo que más que en ningún otro) expreso lo que es el punto de niños estaban a punto de convertirse en seres absolutamente malvados», que
vista de los principales pedagogos, antes que la realidad de la infancia, que, si bien no considero suficientemente justificada). No obstante, por poner un ejemplo
influida por éstos, distaba mucho de ser objeto de las tempranas atenciones que detallado de cómo se lleva a cabo esa obsesión por modelar el cuerpo del niño
aquí se apuntan. Quizás una de las causas principales estuviese en que las altas para convertirlo en el adulto pretendido, resulta muy esclarecedora la exposi­
tasas de mortalidad infantil no permitían abrigar demasiadas esperanzas de que ción que realiza Rousselle sobre las manipulaciones realizadas en los niños
ese niño fuese a sobrevivir y de que, por consiguiente, los esfuerzos dedicados desde el nacimiento en la alta sociedad romana del Imperio, al observarse tam­
en su formación resultasen, finalmente, fructíferos; aunque no hay que descar­ bién en ella que en ocasiones la modelación del cuerpo y del espíritu tenían pun­
tar otras razones más vinculadas con ideas que ya he expuesto en cuanto a la con­ tos fuertes de unión. (Véase en DeMAUSE, Lloyd: «La evolución de la infan­
cepción del niño, las relaciones entre padres e hijos y el interés en el niño. cia», cit., pp. 29 y 36; y en ROUSSELLE, Aliñe: «Gestos y signos de la familia
296 Una idea que queda bien reflejada en la afirmación de Delgado, refi- en el Imperio romano», cit., pp. 247-248).

225
Ignacio Campoy
La Fundamentación de los Derechos de los Niños

de fuera de la persona, en la que el niño debe ser guiado y for­ Por ello, lo más acertado sería empezar lo antes posible, des­
mado conforme a los valores predominantes en el grupo social de la primera infancia; apuntando, incluso, la conveniencia de
en el que vive de manera que éstos terminen por constituir su trabajar con el feto para lo que prescribe que la mujer emba­
personalidad como adulto 298.
razada empiece a educar al feto, con paseos y con el manteni­
En el pensamiento de Platón se manifiestan muy claramen­ miento de un adecuado equilibrio entre los placeres y los do­
te estas ideas. Así, junto a la evidente conexión entre la educa­ lores. En este sentido, para Platón sólo se podrá llegar a ser
ción de los ciudadanos y el destino que ha de tener la ciudad299, un experto en cualquier materia, o asimilar cualquier valor, si
se señala la consideración de que para la consecución de la ade­
se práctica o se instruye en ellos a la persona desde la niñez;
cuada educación hay que atender no sólo a su contenido o a la for­ ya sea en la medicina, en cualquier arte, en la comprensión de
ma en que ha de realizarse sino, también, al momento en que se
lo bello, en la interiorización del debido respeto a los padres,
ha de empezar. Las características que ya hemos visto que Platón en la consecución de la virtud o, incluso, en un simple juego301.
distinguía en el niño propician que su carácter todavía pueda ser
Pero esas mismas características del niño le hacían vulnera­
formado y, en alguna medida, modificado por la educación 30°. ble a una posible deformación por la mala educación 302. De
esta manera, en los planteamientos del ateniense se conside­
ra que si el fin que se ha de conseguir es la formación de unos
298 Es reveladora de la extensión durante el periodo de tiempo que aquí
se estudia de esta concepción (aunque, es cierto que también se mantendrá ciudadanos virtuosos en una sociedad justa, y se parte de la
igualmente en los siglos siguientes en muy buena medida), que supone que consideración de que los caracteres de los niños son fácilmente
con la educación se ha de anular la voluntad del menor y conseguir su sumi­ moldeables, la consecuencia habrá de ser que se ha de procu­
sión a la voluntad de los adultos, que son los que han de dirigir su vida con­ rar por todos los medios que los niños interioricen, hasta for­
forme a sus propios valores, el siguiente pasaje de Bartolomé de Las Casas;
mar parte de su propia naturaleza, los valores sociales consi­
pues nos permite observar como esa concepción era igualmente defendida por
los espartanos del siglo vil a. C., por un autor cristiano de principios de la Mo­ derados esenciales por el legislador para conseguir el fin
dernidad, e incluso por las sociedades indias precolombinas —que son las que pretendido. Y, así, que una vez se haya descubierto ese méto­
el fraile dominico trataba de defender—: «Y si toda la crianza y principal dis­ do apropiado, se mantenga inalterable; de manera que todas
ciplina, por las leyes de Licurgo, a que supiesen obedecer como a fin se ende­ las generaciones futuras se eduquen conforme a las mismas
rezaba, nunca naciones jamás —según lo que habernos leído— se hallaron en
leyes, respetando los mismos valores 303. Así, pues, en primer
el mundo que a sus padres y a sus reyes y señores y gobernadores así supiesen
simplicísimamcnte obedecer, negada toda su voluntad, como éstas, y por obras lugar, se establece la necesidad de que la educación sea públi­
y por palabras». (En LAS CASAS, Bartolomé de; Obras completas. S, edición de ca, y en la mayor medida posible dirigida y controlada por los
Vidal Abril Catelló (et al.). Alianza Editorial, Madrid, 1992, p. 1395).
299 Véase en este sentido en PLATÓN: Las leyes. 813c-d. También Brenda
Cohén subraya exph'citamente, al tratar la educación de La república, que la pre­ 301 Véase en PLATÓN: La república, 374c-d, 395c, 401b-d, 463d, 558b,
tensión de Platón es formar un tipo de ciudadano ideal a través de la educa­ 582b; y en PLATÓN: Las leyes, 643b, 765e, 788c-790c, 942a-d.
ción, en COHEN, Brenda: Introducción al pensamiento educativo: Platón, Rous­ 302 Así en PLATÓN: Las leyes, 766a. Estando la misma idea en otros pa­
seau, Froebel, Dewey, col. ciencias de la educación, Publicaciones Cultural, sajes, como cuando estudia en La república el proceso degenerativo de los sis­
México, 1976, p. 31. temas políticos y los caracteres de sus ciudadanos (así puede verse en PLA­
100 Véase así en PLATÓN: La república, 377a-b, 395d, y en PLATÓN: Las TÓN: La república, 552e, 554b-c y 560b-c); o en Las leyes el ejemplo de los hijos
leyes, 747b, 765e. (Puede observándose también, de manera paralela, la posibi­ de Ciro y Darío, con las nefastas consecuencias que trajo para los educandos
lidad de conformar los cuerpos con mayores perfecciones en PLATÓN: Las le­ un tipo de mala educación (véase en PLATÓN: Las leyes, 694a-696a).
yes, 788c-d). 303 Véase en este sentido en PLATÓN: Las leyes, 798a-b.

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

gobernantes. En la sociedad más perfecta, la de la comunida Aristóteles, por su parte, al entender que en las personas se
de mujeres e hijos de La república, esto implica que toda 1¿ da antes el nacimiento del cuerpo que el del alma, y el de la par­
educación de los niños, desde su nacimiento, se realiza en con? te irracional de ésta que el de la racional; y que, por otra parte,
junto y es completamente intervenida y supervisada por 1¿ el fin de la naturaleza humana es la razón y la inteligencia. Es­
gobernantes. En la segunda ciudad en excelencia, la que se tablece un programa educativo que atiende primero al cuerpo,
proyecta en Las leyes, se admite la existencia de familias, pero en función del alma; y después a los apetitos, que es la par­
por tanto, que parte de la educación se tiene que hacer dentro te irracional del alma, pero en función de la inteligencia, que
de ellas 304; pero aun así, se pretende que en los más mínimos forma la parte racional 307. En sus planteamientos se señala
detalles los ciudadanos sean educados de igual forma: se es* tanto la rapidez en empezar la educación, que también para el
tablece la conveniencia de que incluso las embarazadas sigan Estagirita, con el cuidado del cuerpo, habría de comenzar con
en este sentido las indicaciones del legislador, la existencia de el cuidado del feto, y, en este sentido, ya las embarazadas deberán
inspectoras de crianza que vigilen directamente a los niños de atender a su alimentación y al ejercicio que hagan30S, cuan­
desde los tres años, y una educación común y pública para to­ to la importancia de transmitir desde un principio los valores
dos los ciudadanos desde los seis años 305. En el extremo de apropiados para las funciones que los niños habrían de desarro­
llar de adultos; y así, respecto a la educación del alma, se puede
esta concepción, y dando buena muestra de ella, se sitúa la hi­
considerar la conveniencia de que los niños escuchen en su pri­
pótesis que realiza en La república señalando como método
mera infancia los relatos, verdaderos o míticos, en los que se
más adecuado para realizar la ciudad que proyecta el expulsar
atenderá principalmente a esa adecuación para las funciones
de la ciudad a todos los mayores de diez años excepto a los fi­
que los niños habrían de ejercer en el futuro309. De igual modo,
lósofos gobernantes que se encargarían de la formación de
si se considera que los niños tienen desde que nacen deseos y vo­
esos niños. Y, en este sentido, entiende que «¿No es éste el pro­
luntad, acorde con el dominio que en ellos se da de la parte irra­
cedimiento más rápido y simple para establecer el sistema que
cional del alma, es preciso, conforme a los planteamientos de
exponíamos de modo que, siendo feliz el Estado, sea también
Aristóteles, extraer tres consecuencias. Primera, que la ense­
causa de los más grandes beneficios para el pueblo en el cual
ñanza para que adquieran los hábitos adecuados ha de empezar
se dé?» 306. desde el mismo momento del nacimiento. Segunda, que estos há­
bitos habrán de tener como causa aquello por lo que el niño
puede actuar, es decir por los placeres y los dolores; y como fin
304 Es interesante observar, en este sentido, como, conforme a la función
preponderante que Platón reconoce al padre dentro de la familia, también se­
conseguir que el niño sienta placer y dolor de forma apropiada
ñala que la educación del niño ha de contar necesariamente con la participa­ y por los motivos adecuados. Y tercera, que la estrecha unión en­
ción de aquél. Así, existe igualmente una crítica al modelo educativo de Atenas, tre los placeres y los dolores y la naturaleza de las personas, su­
que hacía recaer la educación dentro de casa fundamentalmente en las ma­ pone que ese aprendizaje que desde niños se hace de los hábi­
dres y los criados, en el ejemplo ya apuntado de la educación recibida por los tos correspondientes, se convierte, definitivamente, en un
hijos del rey persa Ciro, dónde señala Platón entre las causas que produjeron
esa mala educación el que, debido a las continuas ausencias del padre, se hu­
biese dejado la misma en manos de las mujeres y las criadas. (Véase en PLA­
TÓN: Las leyes, 694c-e). 307 Véase así en ARISTÓTELES: Política, 1334b.
305 Puede verse a este respecto PLATÓN: Las leyes, 788c-794d y 809e-810a 308 Véase al respecto en ARISTÓTELES: Política, 1335b.
«nTCT/lTCICC. »
306 En PLATÓN: La república, 541 a.

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

elemento de primer orden para determinar la actuación y el ca­ Y del mismo parecer serán sus coetáneos Juvenal, al seña­
rácter de las personas3I0. lar la primera infancia como período en el que se forma inde­
La misma idea principal de aprovechamiento de la infancia leblemente el carácter de las personas, y Quintiliano, como se
como periodo para formar al adulto y ciudadano ideal lo en­ observa en distintos pasajes de su obra magna Insituciones Ora­
contramos siglos después en el influyente pensamiento de Plu­ torias, ya en el proemio —dirigido a Marco Marcelo Victorio—,
tarco; quien, al aconsejar que sean las propias madres las que en el primer capítulo en su exhortación de la conveniencia de pre­
críen a sus hijos dándoles el pecho, y que si eso no fuese posi­ parar al niño desde el principio para aquello para lo que va a ser
ble se hiciese, en todo caso, cuidadosamente la elección de la no­ educado —en su caso su formación como orador—, cuando, al
driza —algo extendido durante siglos en el pensamiento de los igual que Juvenal, critica la educación excesivamente condes­
que habrían de dar indicaciones sobre la crianza de los niños—, cendiente con el niño y el mal ejemplo que éstos reciben de los
añade: «Pues así como es necesario, inmediatamente después del padres, o cuando al señalar, como Plutarco, la necesidad de aten­
nacimiento, formar los miembros del cuerpo de los hijos, para der cuidadosamente a la elección de las ayas, afirma: «Porque,
que éstos crezcan sanos y derechos, del mismo modo conviene naturalmente, conservamos lo que aprendimos en los primeros
desde el principio dirigir los caracteres de los hijos. Pues la ju­ años, como las vasijas nuevas, el primer olor del licor que reci­
ventud es dúctil y flexible y en las almas de éstos, aún tiernas, bieron, y a la manera que no se puede desteñir el primer color
penetran profundamente las enseñanzas; pero todo lo que es de las lanas. Y cuanto estos resabios son peores, tanto más fuer­
duro difícilmente se ablanda. Porque, así como los sellos se im­ temente se nos imprimen»3I2. *
primen en ceras blandas, del mismo modo las enseñanzas se La misma idea, incluso con la misma imagen que utilizase
imprimen en las almas de los que aún son niños»3". Plutarco, dando así muestra de su pervivencia en los siglos, la

310 Véanse estas ideas en ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco, 1104b4-16, Editorial Credos, Madrid, 1992, p. 53. Pasaje en el que, por cierto, también
1119b5-15, 1172a 19-26; y en ARISTÓTELES: Política, 1334b. Directamente re­ se observa una alusión a la tradicional defensa de la práctica del enfajamien­
lacionado con la educación a través de la adquisición de los hábitos apropia­ to de los bebés y su comparación con la necesaria formación que hay que
dos se podría considerar a la imitación de los ejemplos con los que el niño está hacer del carácter del infante. Aunque, sobre la autenticidad de que esta obra
en contacto, a la que también Aristóteles reconoce una importante función en sea de Plutarco existe una antigua polémica, lo que no obsta para la trascendencia
la formación del carácter. (Una buena referencia a la importancia de la imita­ que la misma ha tenido en la Historia. Así, en la «Introducción» señalará José
ción, puede verse en ARISTÓTELES: Política, 1336a-1336b). García López: «falta este opúsculo en el llamado "Catálogo de Lamprias". La duda
También se puede apreciar, en el propio resumen que realiza Delgado de sobre su autenticidad se remonta al siglo XVI debido a Muretus en su Var. lect
la opinión de Aristóteles, la vinculación entre esa forma de educación de los plan­ XIV, 1 (1559), y llega hasta nuestros días. (...) Las razones esgrimidas por los que
teamientos de Aristóteles y la segunda de las notas que señalo en el texto se­ niegan la autoría de Plutarco son, principalmente, de tipo formal. (...) colo­
ñalo como caracterizadora del período que aquí se estudia: «En resumen, Aris­ cándonos (...) al lado de los que no creen que esta pequeña obra sea de Plutar­
tóteles prefiere una educación inicial dura, sin contemplaciones, tendente a co ni siquiera un producto de su juventud. (...) Por último, diremos que la in­
inculcar en los niños un conjunto de virtudes que no son innatas, sino que se fluencia de este pequeño tratado ha sido grande ya desde la Antigüedad (...)
adquieren con esfuerzo, repitiendo acto tras acto, hasta conseguir el hábito, que Junto con la Institutio oratoria de Quintiliano fue una obra que influyó gran­
demente en la pedagogía del Renacimiento». (En GARCÍA LÓPEZ, José: «In­
se convierte en una segunda naturaleza». (En DELGADO, Buenaventura: His­
toria de la infancia, cit., p. 32). troducción», en Plutarco: «Sobre la educación de los hijos», cit., pp. 44 y 45).
311 En PLUTARCO: «Sobre la educación de los hijos», en Plutarco: Obras 312 Véase así en JUVENAL: «Sátiras (Sátira XIV)», cit., pp. 413-414; y en
morales y de costumbres (Moralia) I, introducciones, traducciones y notas por QUINTILIANO, M. Fabio: Instituciones Oratorias, cit., pp. 22, 32-33, 40-41 y 30,
Concepción Morales Otal y José García López, col. Biblioteca Clásica Credos, respectivamente.

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

seguirá utilizando Alfonso X en sus Siete Partidas, al señalar en la correcta educación del príncipe la adecuada elección de sus
la Ley IV del Título VII de la Partida II la trascendencia que tie­ nodrizas y de su preceptor, indicando algunas breves conside­
ne que los Reyes (pero cabe entender que habría que extender­ raciones a las que se habría de atender a ese respecto), advier­
lo a todos los padres que pudiesen seguir el consejo, pues es de te: «inmediatamente y desde la misma cuna, según dicen, la
la mejor educación de los hijos de lo que en realidad se trata) eli­ mente del futuro príncipe, vacía y todavía ruda, deberá ser ocu­
jan bien a los ayos para la educación de sus hijos: «E ayo tanto pada por saludables opiniones. Y, desde el principio, en el cam­
quiere decir en lenguaje de España, como orne que es dado para po sin cultivar del pecho pueril debe arrojarse la semilla del
nudrir mogo, e ha de auer todo su entendimiento, para mos­ bien que paulatinamente con la edad y la práctica germinará y
trarle como faga bien. E dixeron los sabios, que tales son los llegará a su plena madurez y que permanezca para toda la vida
mogos, para aprenderlas cosas, mientra son pequeños, como la la semilla que en un breve plazo se arrojó. Pues nada tan pro­
cera blanda, quando la ponen en el sello figurado porque dexa
fundamente penetra ni se adhiere como aquello que se intro­
en el su señal. E por ende los ayos, deuen mostrar a los mogos
duce en los primeros años»; e igualmente, después: «Las buenas
mientra son pequeños, que aprendan las cosas segund conuie-
opiniones deben ser inculcadas inmediatamente. Emprenda el
ne. Ca estonce, las aprenden ellos mas de ligero, quando las res-
preceptor pronto su tarea para inculcar la semilla de las virtu­
ciben en uno con la crianga, e fincanseles siempre mas en las vo­
des en las mentes todavía tiernas, mientras su espíritu dista de
luntades para se les venir emiente. Ma si gelas quisiessen mostrar
todos los vicios y, dócil hacia cualquier influencia, obedece a
quando fuessen mayores, e comengassen ya a entrar en man­
los dedos del que le da forma» 3M. Igualmente puede verse en
cebía, non lo podrían fazer tan de ligero a menos de los em-
Montaigne, que aprecia que es en la primera infancia cuando la
blandescer, de grandes premias, e aunque las aprendiessen es­
tonce, oluidarlas y an mas ayna, por las otras cosas que aurian naturaleza del niño se muestra con más claridad y puede ser
ya vsadas»3I3. manipulada más eficazmente*315; *o en Vives, quien en la Ins­
Finalmente, hay que señalar que esa misma idea, de apro­ trucción de la mujer cristiana muestra esa tradicional idea, que
vechar necesariamente al máximo la infancia para conseguir él mismo remite explícitamente a Quintiliano, de aprovechar
una adecuada educación del niño, se seguirá defendiendo du­ desde el primer momento para educar en la virtud a la niña y fu­
rante el humanismo del siglo xvi. Así, por ejemplo, Erasmo, que tura mujer, y aconseja, como también hiciera Juvenal, que evi­
en su Educación del príncipe cristiano (donde, conforme a este ten los padres, y demás gente, dar mal ejemplo3'6.
punto de vista señalará también, como hemos visto que se ha­
cia tradicionalmente desde Platón, la importancia que tiene para
3H En ERASMO DE ROTTERDAM: Educación del príncipe cristiano, cit.,
pp. 13 y 21.
315 Véase así, en MONTAIGNE, Michcl de: Ensayos, Libro I, cit.. Cap.
313 Idea que casa plenamente con la advertencia que realizase el rey sa­ XXIII y Cap. XXVI, pp. 157-158 y 218. Lo cual no quiere decir que Montaigne
bio en la Ley anterior sobre la conveniencia de elegir también cuidadosamen­ pensase que fuese fácil descubrir esas inclinaciones naturales. De hecho, en otro
te a las nodrizas, al convenir «darles amas sanas, e bien acostumbradas, e de pasaje señala incluso que ante la dificultad de esa empresa lo más adecuado
buen linaje, ca bien assi como el niño se gouierna, e se cria en el cuerpo de la sería educarles para lo que se considere mejor y más provechoso antes que
madre fasta que nasce, otrosí se gobierna y se cria del ama, desque le da la teta, para lo que podría parecer que fuesen sus inclinaciones naturales. (Véase así
fasta que gela tuelle: e porque el tiempo desta crianga, es mas luengo, que el en MONTAIGNE, Michel de: Ensayos, Libro I, cit.. Cap. XXVI, p. 201).
de la madre, por ende, non puede ser que non reciba mucho del contenente e de 3,6 Véase así en VIVES, Juan Luis: Instrucción de la mujer cristiana, cit.,
las costumbres del ama». pp. 7, 9 y 11-13.

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Ignacio Campoy La Fandamentación ele los Derechos de los Niños

3. La consideración de que la educación se ha de cristianismo317, sin embargo, las posiciones más significativas
realizar, fundamentalmente, a pesar de la naturaleza respecto a esta tercera nota hay que buscarlas en la doctrina
del niño cristiana, con sus consideraciones, por un lado, sobre el peca­
do original y, por otro, sobre la inocencia y pureza del niño.
Con esta tercera nota quiero significar que a la compren­
sión de que la educación ha de tener como fin la formación
del adulto y ciudadano pretendido conforme a unos valores a) La posición extrema: la educación contra la naturaleza
externos al propio individuo que se forma, de tal manera que del niño
el individuo los termine asumiendo como propios y conforme
con ellos su propia personalidad, va unida la consideración de Es claro que, en realidad, no se puede hablar de una única
que no se ha de conseguir una ayuda significativa para dicha doctrina cristiana del pecado original, sino de distintas doctri­
educación en la naturaleza del niño. No obstante, también en nas del pecado original. Incluso soy consciente de que hasta ese
este punto hay que realizar una división entre una posición sislo xvi, en el que acabaría el periodo de tiempo al que me re­
más extrema, que se caracteriza por que se entiende que la na­ fiero en este primer capítulo, existió, a través de los siglos, una
turaleza propia del niño es refractaria a formarse conforme a larga y profunda polémica sobre el significado y sentido del pe­
la adecuada educación, por lo que ésta habrá de realizarse con­ cado original, de la que ni siquiera puedo apuntar aquí con un
tra la naturaleza del niño, oponiéndose a ella, venciendo las
resistencias que el niño pondrá debido a las características
propias de su naturaleza infantil; y una posición más moderada, 317 Así, por ejemplo, en la posición extrema cabe situar los planteamientos
que se caracteriza por que se entiende que la naturaleza del de Platón y Aristóteles. Pues, aunque también cabe observar en el pensamien­
to de los dos filósofos alguna dimensión de la versión más moderara, en el sen­
niño se define, principalmente, por su inocencia y pureza, y
tido de que para ambos se pueden apreciar desde la primera infancia cieñas
la educación lo que debe hacer es reprimir las peores cualida­ cualidades positivas del niño (si bien sólo para que, dándoles la trascendencia
des del niño, pero también aprovechar las buenas, y, sobre pertinente, puedan aprovecharse para dirigir adecuadamente su educación), en
todo, saber guiarle y formarle durante la minoridad para que todo caso, en sus pensamientos adquieren un mayor peso las ideas propias de
vaya por el camino correcto y consiga convertirse en el adul­ la posición más extrema. Pues, conforme a sus concepciones del niño, antes se­
to pretendido. ñaladas, consideran que la parte del alma que en los niños predominaba era
siempre la irracional sobre la racional y, así, dado que la irracional procura la
En realidad, ambas posiciones no tienen por qué excluirse satisfacción de deseos impropios, habrá que dominar a ésta con la parte racional,
necesariamente, de hecho es difícil encontrar una sin la con­ y ya que no con la suya, que no tiene todavía desarrollada, tendrá que ser a tra­
currencia de la otra, pero lo que sí existirá, según las diferen­ vés de la acción de terceros competentes.
tes concepciones, será un predominio de la una sobre la otra. Y sin embargo, también podemos encontrar en autores de la Antigüedad
En todo caso, también aquí puede observarse, como en las consideraciones propias de la posición más moderada, pues, conforme a ellas,
el niño era visto más bien como un ser inocente al que hay que guiar con la edu­
otras ocasiones, una evolución temporal desde la posición ex­ cación por el recto camino. En este sentido, se podría observar, por ejemplo,
trema a la moderada, aunque no sea en una constante línea la afirmación de Juvenal: «Hay que respetar la tierna infancia: su médula to­
recta, sino más bien de preponderancia de los elementos pro­ davía no se empapó del veneno de una maldad madura»; o la de Quintiliano,
pios de la segunda respecto a los que caracterizan a la prime­ en un pasaje al que después me referiré más extensamente: «Aprenden esto
ra. En la defensa de estas posiciones podemos señalar los pun­ los infelices antes de saber que es malo». (En JUVENAL: «Sátiras (Sátira XIV)»,
cit., p. 424; y en QUINTILIANO, M. Fabio: Instituciones Oratorias, cit., p. 41).
tos de vista de distintos pensadores de la Antigüedad ajenos al

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Ignacio Catnpoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

mínimo de rigurosidad las principales líneas argumentativas- De la creencia en la dominación de la naturaleza del niño por
sin embargo, sí puedo señalar la existencia de una especie de mí­ el pecado antes del bautismo, no deja ninguna duda el siguien­
nimo ideario común, que perduró durante el periodo de tiem­ te revelador pasaje de deMause: «El bautismo solía incluir el
po aquí estudiado y que manifiesta bien lo que significó esa doc­ exorcismo del demonio, y la creencia de que el niño que llora­
trina en cuanto a la posición extrema de esta tercera nota. Este"
ideario común consistiría en considerar que el pecado original
supuso la corrupción del alma y el cuerpo, de la naturaleza hu­ do por la primera culpa, lo testifica esta misma vida, si debe llamarse vida; la
que está llena de tantos y tan molestos trabajos. Porque, ¿qué otra cosa nos ma­
mana, en todos los descendientes de Adán; lo que implicaba nifiesta la horrible profundidad de la ignorancia, de donde resulta todo el error
(además de otros efectos, como eran el de la condenación eter­ que acoge y recoge a todos los liijos de Adán en tenebroso seno, de donde el hom­
na para el que muriese con él y la necesidad de que todo hom­ bre no puede salir y librarse sin penalidad, dolor y temor? ¿Qué otra cosa nos
bre hubiese de morir) una cierta tendencia de la naturaleza hu­ demuestra el mismo amor y deseo de tantos objetos vanos y perjudiciales, y los
mana al mal. En este sentido, se entendería que el niño antes del daños que de ellos dimanan; los cuidados penosos, las turbaciones, tristezas,
miedos; (...) latrocinios y todo lo que de semejantes males no me ocurre aho­
bautismo tendía, por su naturaleza humana pecadora, al mal; ra a la memoria, y, sin embargo, no faltan en esta vida de los hombres? Y aun­
pero, también, que esa tendencia al mal perduraba, aunque ami­ que estas maldades son propias y características de los hombres malos, no
norada por el bautismo, en la naturaleza del hombre también obstante, proceden de aquella raíz del error y del perverso amor y deseo con
después del bautismo. Y esa consideración unida a la concep­ que nacen todos los hijos de Adán. ¿Y quién hay que no sepa con cuánta ig­
norancia de la verdad, que en los niños se advierte, y con cuánta redundancia
ción, ya vista, del niño (que le caracterizaba por sus carencias), de vana codicia, que en los muchachos comienza ya a pulular y descubrirse,
suponía entender que éste no podría por sí sólo luchar contra entra el hombre en esta vida, de manera que si le dejan vivir como quiere y ha­
esas tendencias pecaminosas y que, por lo tanto, era necesaria cer todo los que se ofrece a su capricho, viene a caer en esto vicios y excesos,
una rigurosa guía exterior para dirigirle por el buen camino. De en todos o en muchos de los que he nombrado y en otros que no he podido ex­
poner? Pero como la Providencia divina no desampara del todo a los conde­
este modo, también se justificaría la utilización de los métodos
nados, y Dios no detiene en su ira sus misericordias, en los mismos sentidos
que se considerasen necesarios, incluyéndose así por ejemplo los de los hombres están velando la ley y la instrucción contra estas tinieblas en
castigos corporales (aunque este aspecto lo desarrollaré en el que nacemos, y se oponen a sus ímpetus, aunque ellas también están llenas de
siguiente punto), pues al fin y al cabo se estaba luchando nada trabajos y dolores. Porque, ¿de qué sirven tantos miedos fantásticos y de tan
menos que por la salvación de su alma318. * raras especies que se aplican para refrenar las vanidades y afectos de los mu­
chachos? ¿De qué los ayos, los maestros, las palmetas, las correas, las varillas?
¿De qué aquella disciplina con que dice la Sagrada Escritura que se deben sa­
cudir los costados del hijo querido, porque no se haga indómito, y estando
318 Ideas que casan muy bien con concepciones que, como ya vimos, se duro, agestre e inflexible, con dificultad pueda ser domado o quizá no pueda?
encontraban presentes en el Antiguo Testamento (así, puede verse claramente ¿Qué se pretende con todos estos rigores sino conquistar y destruir la igno­
en los pasajes ya citados de Proverbios, 23, 13-14; y Sirácida, 30, 1-13), y que rancia, refrenar los malos deseos y apetitos, que son los males con que naci­
también se pueden apreciar claramente (de hecho existe una alusión al pasa­ mos al mundo? Porque, ¿qué quiere decir que con el trabajo nos acordamos y
je de Sirácida, 30) en el siguiente pasaje que a continuación transcribo de San sin el trabajo olvidamos, con trabajo aprendemos y sin trabajo ignoramos, con
Agustín, quizás el principal autor cuya doctrina sobre el pecado original se si­ trabajo somos diligentes y sin trabajo flojos? ¿Acaso no se ve en esto adónde,
túa en lo que aquí denomino como posición extrema. Por eso, merece ser ci­ con su propia gravedad, se inclina la naturaleza viciosa y corrompida y de
tado en extensión este pasaje, que pertenece a su obra La ciudad de Dios y ar­ cuántos auxilios tiene necesidad para librarse de ello? El ocio, flojedad, pere­
ticula al tratar el tema más amplio «De las miserias y penalidades a que está za, indolencia y negligencia, vicios son, en efecto, con que se huye del trabajo,
sujeto el hombre por causa de la primera culpa, y cómo ninguno se libra de ellas que aun siendo útil es penoso». (En AGUSTÍN, Santo: La ciudad de Dios, libro
sino por la gracia de Cristo»: «Que todo el linaje de los mortales fué condena- XXII, cap. 22; en Agustín, Santo: La ciudad de Dios, cit., pp. 998-1000).

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La Fundamentación de los Derechos de los Niños
Ignacio Campoy

potestad del demonio en el hombre en cuanto á la mancha del


ba al ser bautizado dejaba salir de sí al demonio persistió durante pecado, y el reato de la pena, hasta que es quitado el pecado por
mucho tiempo después de la supresión formal del exorcismo en el bautismo, y según esto dice San Cirpirano (Epist. 7, 1.4)
la Reforma»3I9. En este sentido, resulta muy significativa la jus­
"sabe que la malicia del diablo puede subsistir hasta que se re­
tificación que daba en el siglo Xlil un autor tan importante en
cibe el agua de la salud; pero que en el bautismo pierde toda su
la doctrina católica como fue santo Tomás de Aquino sobre la
necesidad de realizar ese exorcismo previamente al bautismo: perversidad". El otro impedimento es intrínseco, esto es, según
que el hombre á causa de la infección del pecado original tiene
«el diablo es el enemigo de la humana salvación, la cual se da
cerrados los sentidos para percibir los misterios de la salva­
al hombre por el bautismo; y tiene alguna potestad, sobre el
hombre, por el hecho mismo que está sometido al pecado ori­ ción» 32°. la creencia de que en el niño (en la naturaleza huma­
ginal, ó también al actual. Luego convenientemente ántes del Sobre
bautismo, son espelidos los demonios por los exorcismos, para na) incluso después del bautismo perduraba, aunque aminora­
que no impidan la salvación del hombre, cuya expulsión signifi­ da, una tendencia al mal, resulta muy esclarecedora la doctri­
ca el soplo. (...) se dicen energúmenos, como trabajando inte­ na del mismo santo Tomás de Aquino. En su concepción del
riormente por la operación intrínseca del diablo; y aunque no pecado original, santo Tomás de Aquino, hace una interpretación
todos los que se acercan al bautismo sean atormentados cor­ propia de la concepción de un autor claramente situado en esta
poralmente por él, sin embargo todos los no bautizados están so­ posición extrema, como es san Agustín, y de la de un autor que
metidos á la potestad de los demonios al menos á causa del rea­ estará en la senda de la posición moderada, como es san An­
to del pecado original. (...) los exorcismos destruyen la potestad selmo (a cuya concepción me referiré después). De esta mane­
del demonio, en cuanto impide al hombre la percepción del sa­ ra, para santo Tomás la esencia del pecado original está com­
cramento. (...) algunos dijeron que las cosas que se hacen en el puesta de la parte formal, que la toma de la doctrina de san
exorcismo, no producen efecto, sino que solo son significativas. Anselmo, y de la parte material, que la toma de la doctrina de
Mas esto aparece ser falso, por cuanto la Iglesia usa en el exor­ san Agustín; y, así, afirma que «Elpecado original es formalmente
cismo, para destruir la potestad del demonio, de palabras im­ la falta de justicia original, y materialmente es la concupiscen­
perativas, como cuando dice: Sal, pues, de él, maldito diablo. Y cia» 321. Conforme a este planteamiento, para el de Aquino el pe­
por tanto debe decirse que producen algún efecto, pero de otra ma­ cado original supondrá una mala disposición de la naturaleza
nera que el bautismo; porque por el bautismo se da al hombre que, afectando primordialmente a la voluntad, significa tam­
la gracia para la plena remisión de las culpas; y por las cosas que bién, aunque sea de forma indirecta, una disposición a cometer
se hacen en el exorcismo, se alejan dos clases de obstáculos para —<1 ocurrí pn a dos 322* 321
. *Pero es que, además, las otras virtudes
1 « r _^ _
la percepción de la gracia saludable. El uno de ellos es estrínseco,
según que los demonios intentan impedirla salvación del hom­
bre; y este impedimento se quita por medio de los soplos, con
los que se espele la potestad del demonio, como consta por la au­ izo En 3, C. 71, arts. 2 y 3; en AQU1NO, Tomás De: Suma Teológica,
toridad citada de San Agustín, esto es, en cuanto no presta im­
orno
321IV, cit., pp.
d,Véase al 741-743.
respecto en 1-2, C. 82, art. 3. Cito por AQULNO, Tomás De:
pedimento para recibir el sacramento. Queda, si embargo, la
unía Teológica, Tomo II, cit., pp. 547-548. AnitiNin Tomás
322 Víaw en
• ~ ~ i " 1-7 C. 83. art. 3; en
En DcMAUSE, Lloyd: «La evolución de la infancia», cit., pp. 27-28.

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

éste a las correspondientes facultades del alma, concluyendo, en la Iglesia Católica. Pues, aunque en él se señala explícitamente
este sentido, que: «Las cuatro llagas infeiidas en toda la naturale­ que el niño después del bautismo ha de ser considerado como
za humana por el pecado de Adan y efectos también de los pecados un ser inocente, al habérsele borrado todo reato del pecado ori­
actuales son: ignorancia en el entendimiento, malicia en la volun­ ginal, sin embrago, también se entiende que en el niño, en la
tad, debilidad en la potencia irascible y concupiscencia en la con­ naturaleza humana, queda esa concupiscencia que si no es ade­
cupiscible». Y todavía, en cuanto a lo que aquí más interesa su­ cuadamente controlada llevará, por el impulso que supone su ten­
brayar —que es esa posible tendencia natural del hombre al mal—, dencia al mal, a la comisión de pecados 325.
explicará que: «la malicia no se toma aquí por pecado, sino por
cierta propensión de la voluntad al mal, conforme á lo que se dice
b) La posición moderada: la educación a través de una guía
(Gen, 8, 21): los sentidos del hombre están propensos al mal desde
externa a la naturaleza del niño
su juventud»; aunque esto haya de entenderse, en todo caso, com­
patible con la existencia de ciertas inclinaciones naturales al bien, La posición moderada también tiene, como antes advertía,
a las que se refiere al tratar el tema de la ley natural 323. sus mejores exponentes en el pensamiento cristiano, en una co­
Y es de acuerdo con esa concepción, que defenderá también rriente de pensamiento que va desde algunos significativos pa­
santo Tomás la idea de que incluso después del bautismo se­ sajes del Nuevo Testamento 326 a las ideas defendidas dentro del
guía remanente en el ser humano la concupiscencia, que seguía
manteniendo en la naturaleza humana (es decir, en el niño) cier­
ta tendencia, aunque disminuida, al mal 324. Lo que, evidente­ 325 Así, el dogma V de la sesión V, celebrada el 17 de junio de 1546, dirá:
mente, abriría paso a la justificación de que el niño, aún bautiza­ «Si alguno niega que se perdona el reato del pecado original por la gracia de
do, debería ser guiado por el adulto (por el padre, principalmente) nuestro Señor Jesucristo que se confiere en el bautismo; ó afirma que no se qui­
ta todo lo que es propia y verdaderamente pecado; sino dice, que este sola­
para evitar que la tendencia a lo concupiscible, propia de la na­ mente se rae, ó deja de imputarse; sea excomulgado. (...) Confiesa no obstan­
turaleza humana, sin la rigurosa guía de una adecuada razón ma­ te, y cree este santo Concilio, que queda en los bautizados la concupiscencia,
dura le llevase a actuar conforme a su inclinación al mal. ó fomes, que como dejada para ejercicio, no puede dañar á los que no con­
Y es esa doctrina de santo Tomás la que definitivamente con­ sienten, y la resisten varonilmente con la gracia de Jesucristo: por el contrario,
aquel será coronado que legítimamente peleare. La santa Sínodo declara, que la
firmaría, en el siglo XVI, el Concilio de Trento como dogma de
Iglesia católica jamás ha entendido que esta concupiscencia, llamada alguna
vez pecado por el Apóstol san Pablo, tenga este nombre, porque sea verdadera
y propiamente pecado en los renacidos por el bautismo; sino porque dimana
323 Véase respecto a estos planteamientos en 1-2, C. 85, art. 3 y 1-2, C, 94, del pecado, é inclina á él. Si alguno sintiese lo contrario; sea excomulgado». Y
art. 2; en AQUINO, Tomás De: Suma Teológica, Tomo II, cit., pp. 562-563 y 622. eso aunque, como se señalase en el Capítulo IV de la Sesión XXI, celebrada el
324 Es cierto que santo Tomás acepta que el niño por el bautismo adqui­ 16 de julio de 1562: «Enseña en fin el santo Concilio, que los párvulos que no
ría la gracia y las virtudes, c incluso la «fecundidad» para realizar buenas obras, han llegado al uso de la razón, no tienen obligación alguna de recibir el sa­
pero también aceptará que queda ese remanente de la concupiscencia que, cramento de la Eucaristía: pues reengendrados por el agua del Bautismo, é in­
aunque no domine, no se quita del todo con el bautismo y hace que en la na­ corporados con Cristo, no pueden perder en aquella edad la gracia de hijos de
turaleza humana subsista una tendencia al mal; así como entenderá que el Dios que ya lograron». (Cito por El sacrosanto y ecuménico Concilio de Trento,
niño no tiene el acto de la voluntad requerido para realizar los actos de las vir­ cit., pp. 42-43 y 225).
tudes, aunque sí la potencia de la voluntad requerida para el hábito de las vir­ 326 A los que ya me referí en el apartado sobre la concepción del niño;
tudes. (Véase así en 3, C. 69, arts. 5, 6, 4 y 6; en AQUINO, Tomás De: Suma Teo­ véanse en Mateo, 18, 1-5 y 19, 13-15 (pasajes también referidos en Marcos, 9,
lógica, Tomo IV, cit., pp. 729, 728-729, 727-728 y 729-730). 33-37; y 10, 13-16; y en Lucas, 9, 46-48; y 18, 15-17).

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

humanismo cristiano en el siglo XVI. Conforme a esta posición, las que resaltaban su pureza e inocencia 328. Es interesante, en
del niño se pueden seguir predicando cualidades negativas, pero este sentido, la obra de san Anselmo, pues en ella se puede apre­
también hay que valorar cualidades positivas, y, en todo caso, lo ciar la compatibilización de una doctrina del pecado original
que caracteriza principalmente su naturaleza es la inocencia y con la defensa de la inocencia de la infancia. En la doctrina de
la pureza, que pueden ser fácilmente dañadas; de este modo, san Anselmo se parte de la necesidad de entender que el niño
y dado que su inmadurez le inhabilita para tomar decisiones, re­ nace con la culpa del pecado original, culpa que es inherente a
sulta necesaria una guía externa que, a través de la educación, la naturaleza racional del hombre, que le viene transmitida por
le lleve por el camino correcto, de manera que se pueda conse­ el pecado de Adán, y que hace que el niño que muriese antes de
guir su adecuada formación 327.323 * * * haber recibido el bautismo fuese irremisiblemente condena­
En realidad, del hecho de que podamos situar en las palabras do 329; pero esas consideraciones no implican una tendencia al
de Jesucristo la comprensión del niño como ser inocente y puro,
propio de la posición moderada, sólo podemos deducir la con­
sideración, antes apuntada, de que durante siglos esa concepción 323 Es interesante, en este sentido, observar como san Agustín —que como
convivió con la doctrina, recién expuesta y propia de la posi­ antes he señalado es uno de los principales representantes de la posición ex­
trema y de la consiguiente concepción del pecado original— dejará muy claro
ción extrema, del pecado original y la inclinación al mal de la que para él es un error entender que existe alguna inocencia en el niño; dan­
naturaleza del niño (de la naturaleza humana). Pero hay que do, en todo caso, otras interpretaciones (más compatibles con sus otras con­
entender que en este periodo de tiempo que aquí se trata, la doc­ sideraciones) en que se podría entender esa supuesta «inocencia del niño», o
trina claramente dominante, aun sin encontrar un dominio ab­ bien por la flaqueza de su cuerpo, pero no de su espíritu, o bien por su menor
capacidad de daño, pero entendiendo que a su escala tiene la misma malicia
soluto y constatando una evolución hacia una mayor presencia
que un adulto. (Véanse unos muy significativos pasajes en este sentido en
de la posición moderada, fue la del pecado original propia de la AGUSTÍN, Santo: Confesiones, cit., pp. 34, 35 y 49).
posición extrema, quedando las consideraciones propias de Y esa evolución en el pensamiento cristiano de la doctrina del pecado ori­
la posición moderada eclipsadas, en buena medida, por aquélla. ginal, propia de la posición extrema, a la concepción de la inocencia y la pu­
En todo caso, conviene tener presente que la antedicha evo­ reza del niño, propia de la posición moderada; así como su inevitable conexión
con la evolución experimentada en cuanto a la concepción del niño, puede ver­
lución fue directamente acompañada, como no podía ser de
se muy bien reflejado en la exposición que realizan Bajo y Betrán en BAJO, Fe
otra manera, por ese cambio de mentalidad que vimos que se pro­ y BETRÁN, José Luis: Breve historia de la infancia, cit., pp. 248-251.
duciría en el pensamiento cristiano medieval en cuanto a la con­ 329 Sin embargo, para otros autores de la época, como el mismo San An­
cepción del niño, que suponía, a muy grandes rasgos, pasar de selmo reconoce para refutar su opinión, la inocencia del niño superna que incluso
una visión negativa del niño, definido por incapacidades y por los muertos con el pecado original no serían condenados por Dios. Mientras que
para otros, como santo Tomás, incluso los niños muertos en pecado original an­
esa tendencia al mal que conllevaba el pecado original, a una vi­ tes de la llegada de Cristo no fueron libertados por Cristo del infierno cuando,
sión positiva del mismo, definido por cualidades positivas, entre según la tradición católica, bajó después de su muerte a los infiernos. (Véase, res­
pectivamente, en ANSELMO, Santo: «De la concepción virginal y del pecado
original», en Anselmo, Santo: Obras completas de San Anselmo, vol. II, Traduci­
327 Pueden verse estas ideas reflejadas en el siglo XIII en el pensamiento das por primera vez al castellano. Texto latino de la edición crítica del P. Schmidt,
de Bartolomé el Ingles, a quien McLaughlin se refiere como «exponente del O.S.B., versión castellana y notas teológicas, sacadas de los comentarios del P.
planteamiento de los clérigos», según se señala en McLAUGHLIN, Mary Mar­ Olivares, O.S.B., por el P. Julián Alameda, O.S.B., Biblioteca de Autores Cristia­
tin: «Supervivientes y sustitutos: hijos y padres del siglo IX al siglo xm», cit., nos, La Editorial Católica, Madrid, 1953, pp. 71-73; y en 3, C. 52, art. 7; en AQUI-
pp. 197-198. NO, Tomás De: Suma Teológica, Tomo IV, cit., pp. 578-580).

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

mal del niño, sino que la naturaleza injusta de todo niño, que humanistas, en este punto hay que destacar a Montaigne, y subra­
hace a su persona pecadora, viene derivada de ese pecado vo­ yar la ruptura que suponen sus planteamientos con esa tradicional
luntario de Adán que privó de justicia a su propia naturaleza, ha­ forma de entender la educación basada en la imposición de valo­
ciendo pecadora a la naturaleza del hombre. En este sentido, res ajenos al propio niño, en la que éste asumía una posición me­
para san Anselmo se ha de entender que lo que prima en la na­ ramente pasiva, que hacía que su naturaleza se conformarse de
turaleza infantil es la falta de voluntad, que si bien le impide acuerdo a esos valores que la autoridad externa consideraba positi­
cometer justicia (al entender como tal «la rectitud de la volun­ vos. En el pensamiento de Montaigne, el niño deja de ser un sujeto
tad observada por sí misma») también le impide cometer in­ pasivo de la educación pata empezar a adquirirun preponderante pa­
justicia (pues la injusticia predicable de ellos antes del bautis­ pel activo332, e incluso la educación debe dejar de consistir en esa
mo no es por ninguna acción que ellos hayan cometido); y es por
ello (y por la gracia de Cristo y de la Iglesia) que, para san An­
selmo, el niño muerto después del bautizo (con el que se le li­ tar marcada por su creencia en la doctrina del pecado original. Y así, pese a que
bera de esa injusticia de su naturaleza adquirida por el pecado su visión del niño resulta en buena medida marcada por el afecto —prueba de
original) no podría ser condenado. De esta manera, se entien­ ello son sus recuerdos y personajes de los Diálogos—, sin embargo, en su Tra­
de que es la inocencia lo que habría de caracterizar al niño. Una tado de la enseñanza podemos leer también una frase de tono muy acre sobre
inocencia que proviene de la irresponsabilidad que deriva del he­ la naturaleza los niños, que quizás sacada de su contexto (al señalar la incon­
veniencia de fomentar la ambición y la soberbia en los certámenes educativos
cho de que todavía no estuviese formada su voluntad 33°. que se celebren en las escuelas) muestra una concepción del niño que real­
En todo caso, y aun con la importancia de planteamientos como mente no defendería plenamente, pero que no deja de denotar pane de su pro­
los de san Anselmo, será de nuevo en el Renacimiento, y con el Hu­ pia concepción: «A no haberlo experimentado, nadie creería cuán crueles pa­
manismo de raíces cristianas, cuando la posición moderada en­ siones se anidan en el corazón de! niño, a modo de víbora cobijada en su
contrará el mejor desarrollo —aunque eso no suponga, como ya pecho». (Véanse estos pasajes referidos en VIVES, Juan Luis: «Tratado de la en­
he apuntado, una definitiva superación de la teoría del pecado ori­ señanza», cit., pp. 10 y 53; en VIVES, Juan Luis: «El socorro de los pobres», cit.,
p. 20 (en este mismo sentido, puede verse un significativo pasaje sobre la exis­
ginal propia de la posición extrema331—. Y dentro de esos pensadores tencia en el niño de una mala inclinación que le afecta en su educación. en VI­
VES, Luis: Diálogos sobre la educación, cit., p. 98); y en FRAYLE DELGADO,
Luis: «Estudio preliminar», en Vives, Juan Luis: El socorro de los pobres. La co­
3,0 Véase en este sentido en ANSELMO, Santo: «De la concepción virgi­ municación de bienes, cit., pp. XXI-XXII. Y una interpretación sobre la con­
nal y del pecado original», cit., pp. 61-63 y 71-77. junción de estas ideas en Vives puede verse en HERMANS, Francis: Historia doc­
331 Es interesante, en este sentido, observar que un humanista tan im­ trinal del humanismo cristiano, tomo primero, traducción de Carlos Lluch,
portante como fue Vives, que advertía capacidades positivas de la naturaleza Fomento de Cultura, Valencia, 1962, p. 317).
del niño —así en ese mismo Tratado de la enseñan señalaba que existe «en no­ 332 Dirá Montaigne: «No dejan [los preceptores y maestros de la época]
sotros cierta potestad e inclinación espontánea hacia aquellos primeros y sim- de gritamos en los oídos como quien vierte por un embudo y no nos toca más
plicísimos elementos: la voluntad, hacia lo bueno de toda evidencia; la mente, que repetir cuanto nos han dicho. Desearía que corrigiese ese aspecto y que em­
hacia las verdades más evidentes también»—; sin embargo, también aceptaba pezando con buen pie, de acuerdo con el alcance del espíritu que tiene entre
plenamente la doctrina del pecado original, en una visión propia de la posición sus manos, empezase a ponerle a prueba haciéndole gustarlas cosas, elegirlas
extrema, como podemos apreciar en diferentes pasajes de su obra, así por y discernirlas por sí mismo; abriéndole camino a veces, dejándoselo abrir,
ejemplo al definir al hombre «inclinado al mal y de ánimo depravado y sober­ otras. No quiero que invente y hable sólo él; quiero que a su vez escuche a su
bio por la mancha original». Y es que Vives en este punto, conforme aprecia discípulo. (...) es propio de un alma elevada y muy fuerte, el saber ponerse a
el profesor Luis Fraylc Delgado, sería un autor todavía vinculado con las con­ su altura pueril para guiarlo». (En MONTAIGNE, Michcl de: Ensayos, Libro I,
cepciones medievalistas. Quizás por eso su concepción del niño no deje de es- cit.. Cap. XXVI, pp. 202-203).

244 245
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

formación de acuerdo con los valores de la autoridad externa (1¿¡ aquí estudiado, en la formación del adulto y ciudadano preten­
que no quiere decir abandonar la idea de que se ha de formar al nifi0 dido a través de la educación, se refiere a la consideración ge­
conforme a unos valores determinados) y debe significar tambié neralizada de que a fin de conseguir la formación de la perso­
la formación de un espíritu libre 333. No es que estos plantea­ na con las predeterminadas cualidades físicas, intelectuales y
mientos de Montaigne tuviesen un seguimiento real en la prácti­ morales (con la consiguiente asimilación de los correspondien­
ca educativa de su sociedad, ni tampoco en la de los siglos posteriores tes valores), que se consideran adecuadas en cada sociedad, no
pero es importante apuntar que alguna de sus ideas la podemos importan los medios que se utilicen. O por decirlo con mayor
encontrar en el pensamiento de Rousseau, que será el que sí exactitud, lo único que hace que unos medios sean elegidos y
suponga un cambio real, al dar pie a que parte de la sociedad? otros rechazados en la educación es su mayor o menor efecti­
empiece a comprender y practicar una nueva forma de educar334. vidad para la consecución de los fines formativos de la persona
pretendida. En este sentido, el dato más significativo lo repre­
senta la amplia asunción de la idoneidad del castigo corporal
4. La elección de los medios por su eficacia en la como medio para conseguir ese desarrollo pretendido de la per­
consecución de los fines propuestos con la educación sona, para conseguir que el niño —y, finalmente, el adulto— ad­
quiera las cualidades y asuma como propios los valores que el
La cuarta nota predominante, durante el período de tiempo grupo estima prevalentemente.
Es cierto que también en este punto se puede apreciar una
muy relevante variación en el tiempo. Desde la posición más
333 Así, puede verse al respecto en MONTAIGNE, Michel de: Ensayos, Li­ extrema, que acepta casi cualquier medio en la formación del pre­
bro I, cit.. Cap. XXVI, pp. 202-204. Y pueden verse algunos pasajes en los que tendido adulto, incluida la propia extinción de la vida del niño
defiende la educación en unos determinados valores, en MONTAIGNE, Michel que no es deseado como futuro adulto, así como la utilización
de: Ensayos, Libro I, cit., Cap. XXVI, pp. 208-209 ó 224). de castigos corporales sin atención al sufrimiento del propio
334 Aunque Montaigne no fuese propiamente un pedagogo, algunas de sus
ideas sobre la educación de los niños resultarían muy adelantadas a su época niño; a la versión más moderada, que asume la importancia de
(pudiéndose apreciar su influencia en los dos grandes autores cuyo pensamiento la persona del niño y la necesidad de moderar el uso de los cas­
expondré detalladamente: Lockc y Rousseau). De hecho, lo novedoso de su pen­ tigos corporales, auspiciada también por la estimación que se
samiento se puede apreciar mejor si lo comparamos con lo defendido a este hace del sufrimiento del menor.
respecto por otros grandes humanistas como son Erasmo y Vives. Por citar, en Los elementos principales de esa evolución (así, el infanti­
este sentido, un pasaje que sea significativo del pensamiento de cada uno, po­
demos ver que Erasmo da muestra de ideas más acordes con las tradicionales
cidio, el sentimiento de empatia por la persona del niño, el uso
de adoctrinamiento externa al niño cuando, al regular cuál habría de ser la edu­ de los castigos corporales -—dentro del «derecho de corrección» de
cación del príncipe cristiano, determina, para el niño-adolescente, que: «no es los padres para educar a sus hijos—,...) ya los he analizado en
suficiente transmitir principios que le aparten de lo torpe o le inviten a lo ho­ los apartados anteriores, por lo que también me remito a ellos.
nesto, hay que clavárselos, hay que metérselos, hay que inculcárselos y de una Pero el aspecto novedoso de esa evolución, que es el que más me
y otra forma hay que refrescarlos en su memoria»; y Vives muestra igual de cla­
interesa resaltar aquí, es que con la misma fue calando en la so­
ramente en su Tratado de la enseñanza la sumisión que, en su opinión, ha de te­
ner el alumno a las doctrinas que le proporciona le maestro: «todo cuanto se es­ ciedad (aunque todavía con muy poca intensidad) una idea pe­
cuche al profesor debe tenerse como un oráculo completo y perfecto, en cualquier dagógica básica, como es que el uso excesivo de los castigos
aspecto que sea». (En ERASMO DE ROTTERDAM: Educación de!principe cris­ corporales era una mala técnica para la consecución de la pre­
tiano, cit., p. 19 y en VIVES, Juan Luis: «Tratado de la enseñanza», cit., p. 49). tendida educación. Y son, en este sentido, cinco, aunque estre-

246
La Fundamentación de los Derechos de los Niños
Ignacio Campoy

Por eso, incluso en los planteamientos de Platón o san Agustín,


chámente vinculados, los puntos que conviene subrayar al res­
en los que si bien, como antes expliqué, existe una negación del
pecto. interés del niño en cuanto tal niño, sin embargo, también hay
El primero, es que esa idea hay que situarla en el pensa­
un rechazo a que se recurra con exceso al castigo corporal para
miento de los pensadores que tenían las ideas pedagógicas más educar al niño. Y así, el ateniense, aunque considera la necesi­
avanzadas para su época. Y el segundo, intrínsecamente co­ dad de utilizar el castigo físico para la formación de los hábitos
nectado con el anterior, es que el planteamiento de esa idea no adecuados, al entender que sólo lo aprendido con gusto forma
se correspondía con la realidad. Ninguna de esas voces que des­
a la persona, que por la fuerza nada se interioriza, advierte que
de la Antigüedad clamaron contra el uso que se hacía del casti­
esta capacidad correctora hay que utilizarla con mucho cuida­
go corporal supuso un cambio en la realidad de esa práctica, do. Y, por ello, señala que con los castigos lo que se ha de intentar
que respondía a las creencias de la mayoría 33\ Sobre la gran
es evitar la adquisición de hábitos perjudiciales, pero no sirven
aceptación y extensión del uso, y abuso, de los castigos corpo­ para hacer asimilar los buenos, y en ningún caso puede humi­
rales en la educación de los niños durante todo el periodo de
llarse al niño con ellos, pues eso sería más nocivo que beneficioso
tiempo que se estudia en este primer capítulo no debe quedar en la formación de su carácter337. *Y*el de Elipona aun aceptan­
ninguna duda*336. Precisamente la expresión de esas novedosas
do también la necesidad de los castigos físicos, señalaría lo con­
ideas por los pocos pedagogos que las hacían suyas, iba siem­ veniente de los otros más amables métodos educativos que él mis­
pre acompañada de una dura crítica a la habitual y excesiva mo, junto a los terribles castigos que sufrió en la escuela, había
práctica que sus coetáneos hacían de los castigos corporales en también experimentado en su niñez: «Tampoco siendo niño sa­
las escuelas. bía latín, pero lo aprendí sin miedo y sin castigos prestando un
El tercer punto, es la esencial comprensión de que la críti­ poco de atención entre las caricias de las nodrizas, las bromas
ca a la utilización que se hacía en sus sociedades del castigo
de los que se reían y las alegrías de los que jugaban. Lo apren­
corporal era, fundamentalmente, porque quienes lo hacían en­ dí sin verme forzado a ello por amenazas de castigo, impulsa­
tendieron que ese uso del castigo corporal no resultaba un buen do únicamente por mi corazón, que me empujaba a expresar
medio, sino todo lo contrario, para la consecución del fin per­ sus conceptos. Y nunca habría podido hacer tal cosa si no hu­
seguido con la educación. biera aprendido algunas palabras, no de los maestros sino de
la gente que me hablaba y escuchaba, en cuyos oídos intentaba
poner lo que sentía. Esto demuestra claramente que para apren­
335 En este sentido, lo señala explícitamente Delgado respecto de una voz
tan autorizada como la del pedagogo romano Quintiliano (aunque, para él, su
der tiene más fuerza la libre curiosidad que la necesidad me­
inaplicación perduraría, en realidad, incluso en escuelas del siglo XX), en drosa. Pero tu ley, Señor, permite que el libre flujo de la curio-
DELGADO, Buenaventura: Historia de la infancia, cit., p. 51.
336 Así, si Torrecilla advierte que el castigo corporal como método educativo
está presente ya desde la primera escuela de la que se tiene noticia escrita, en 337 Véanse estas ideas en PLATÓN: La república, 536d-e, y en PLATÓN: Las
Summer, en el tercer milenio antes de Cristo, De Mause confirma su extensión leyes, 793e, 808e. En este sentido resulta interesante también observar como
hasta el siglo xvm, aunque en el siglo xvn ya se empezase a intentar limitar el Platón, en dos pasajes diferentes, se fija en la vida cotidiana ateniense para
uso del castigo corporal. (Véase en TORRECILLA HERNÁNDEZ, Luis: Niñez criticar la utilización de la fuerza y las reprimendas en la educación de los ni­
y castigo. Historia del castigo escolar, cit., p. 22 —libro en el que podemos en­ ños, en vez de usar la persuasión y el ejemplo, que sería la forma de conseguir
contrar numerosas muestras de la dureza y permanencia del castigo físico que ésa fuese adecuada y eficaz. Véase así en PLATÓN: La república, 548b-c y
como método idóneo para conseguir el desarrollo pretendido de la persona—; en PLATÓN: Las leyes, 729b-c.
y en DeMAUSE, Lloyd: «La evolución de la infancia», cit., pp. 72 y 76).

249
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

sidad sea constreñido por la fuerza. Desde la férula de los ma­ derecho de corrección de los padres, un sentimiento de empa­
estros a las torturas de los mártires, tus leyes mezclan suaves tia por el niño, etc., menos se apreciará, más reprobable se con­
amarguras en los deleites ponzoñosos que nos apartan de ti, ha­ siderará, un uso generalizado del castigo corporal.
ciéndonos volver a ti»33S. En este sentido, se puede observar como el crecimiento del
E igualmente, en la opinión de los dos principales autores que sentimiento de empatia por los niños fue decisivo a este res­
en la Antigüedad abogaron contra el uso del castigo corporal pecto. Así, para deMause: «Incluso un acto tan simple como
en las escuelas, Plutarco y Quintiliano, vemos que su rechazo lo sentir empatia hacia los niños que sufrían golpes era difícil para
justifican por las nefastas consecuencias que produce en la for­ los adultos en otras épocas. Los pocos educadores que antes de
mación del niño y por su ineficacia para los fines pretendidos. la época moderna aconsejaban que no se pegara a los niños, ge­
Dirá Plutarco: «Yo afirmo también que es necesario que los ni­ neralmente se valían del argumento de que ello tendría malas
ños sean conducidos hacia los buenos hábitos con consejos y consecuencias, no que haría daño al niño. Sin embargo, sin este
razonamientos, pero no, por Zeus, con golpes y ultrajes. Pues pa­ elemento de empatia, el consejo no surtía efecto alguno y los
rece, de alguna manera, que estas cosas convienen a esclavos niños continuaban recibiendo golpes como antes»3J0. No obs­
más que a hombres libres. Sin duda se embotan y tiemblan ante tante, como ya apunté antes, en algunas personas significati­
los trabajos, en parte por los dolores de los golpes, en parte por vas, fundamentalmente —pero no exclusivamente— dentro del
la injuria. En cambio, las alabanzas y los reproches son más pensamiento cristiano, sí se encuentran ya esos primeros pasos
útiles a los hombres Ubres que cualquier ultraje, porque los unos en la empatia por el niño, que les hacen capaces de ser sensibles
estimulan a las cosas buenas y los otros apartan de las cosas a los dolores que para el niño suponía el castigo corporal tradi­
vergonzosas». Y Quintiliano: «El azotar a los discípulos, aun­ cionalmente utilizado para alcanzar el fin educativo persegui­
que está recibido por las costumbres, y Crysipo no lo desaprueba, do. Es muy significativo, en ese sentido, el pasaje, al que antes
de ninguna manera lo tengo por conveniente. (...) En segundo me referí, de la «Vida de San Anselmo por su discípulo Eadme-
lugar, porque si hay alguno de tan ruin modo de pensar que no ro», en el que san Anselmo reprochaba a un abad la forma en
se comja con la reprensión, éste también hará callo con los azo­ que éste tenía de educar a los niños a base de severos castigos
tes, como los más infames esclavos. Últimamente, porque no se corporales. En él se puede ver claramente esa confrontación de
necesitará de este castigo, si hay quien les tome cuenta estrecha las dos perspectivas sobre los niños y su educación340 341. La del
de sus tareas» 339. abad, que representaría un modelo tradicional extremo, y con­
El cuarto punto al que hacía referencia, es la consecuencia forme a él dirá: «Indícame, te suplico —le dice a Anselmo—,
de la evolución experimentada a favor de la infancia en todos los qué regla hay que observar con ellos, porque son perversos e in­
órdenes en lo que he denominado en los distintos apartados corregibles. Día y noche los castigamos, y, sin embargo, cada
como posiciones moderadas, y que hace que se haya de matizar vez son peores». Y la de san Anselmo, que sería la de un modelo
lo afirmado en los dos puntos anteriores. Es claro que cuanto más moderado, que si bien también terminará por aceptar un uso co­
se aprecie la persona del niño, la necesidad de poner límites al rrecto de los castigos corporales («¿Es que no queréis formar-

338 En AGUSTÍN, Santo: Confesiones, cit., pp. 43-44. 340 En DeMAUSE, Lloyd: «La evolución de la infancia», cit., p. 36.
339 En PLUTARCO: «Sobre la educación de los hijos», cit., pp. 66-67; y en 341 Véase en ALAMEDA, Julián: «Introducción general», en Anselmo, San­
QUINTILIANO, M. Fabio: Instituciones Oratorias, cit., pp. 49-50. to: Obras completas de San Anselmo, vol. I, cit., pp. 22-23.

250 251
Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

los en las buenas costumbres más que a fuerza de golpes y lati¿


quellas feridas; ó el padrón mata á aquel que aiuda por ocasión,
gazos? (...) Para dar una forma conveniente al precioso metal
le oprime y golpea dulcemente con algún instrumento, después 5 el sennor mata el mancebo que lo sirve; si el maestro ó el pa­
drón, ó el sennor no lo fizo por ninguna malquerencia, ni por nin­
le coge con tenazas más delicadas y le moldea con más suavidad
gún odio, non deve seer penado ni desfamado por el omezilio:
aún. Vosotros igualmente, si queréis que vuestros niños ad­
ca así cuerno dize la sancta escriptura: Mal aventurado es qui non
quieran buenas costumbres, debéis templar las correcciones
quiere disciplina». En Las Siete Partidas todavía se puede apre­
corporales con una bondad paternal, con una asistencia llena de
ciar una gran permisión en el uso de los castigos corporales.
suavidad»), no sólo señala la ineficacia del método («vosotros,
Pues, pese a que se señala que se debe castigar con mesura, sólo
por el temor, las amenazas, los golpes, Ies tenéis tan oprimidos,
se sanciona a aquéllos que con sus castigos produjesen la muer­
que no pueden tener ninguna libertad. Tratados de esa manera, te o dejasen lisiado al escolar o aprendiz. Además, en la Ley XI
acumulan, acarician y alimentan en su seno malos pensamien­
del Título VIII de la Partida V se deja muy indeterminada la
tos, que se entrelazan como espinas, lo que no sirve más que sanción que se habría de imponer, e incluso diferiría según si el
para desechar con terquedad lo que podría servir para su co­
niño fuese libre o siervo, sancionándose en el primer caso con
rrección»), sino que también muestra una clara empatia por el la enmienda que considerase adecuada el juez, y los buenos
sufrimiento de los niños («Pero en nombre de Dios, respónda­
hombres, y si fuese siervo sólo con penas económicas, pagando
me, ¿qué razón tenéis para ensañaros así contra ellos? ¿No son al dueño del siervo las pérdidas que éste hubiese sufrido por
de la misma naturaleza que nosotros? Si estuvierais en su lugar,
ello (siendo significativo también que esta Ley esté situada en
¿os gustaría que os tratasen de la misma manera?»). la regulación de supuestos en que los distintos profesionales
Un planteamiento, el de san Anselmo, que, como expone por culpa suya causasen daños en las «propiedades» que utili­
McLaughlin, sería recogido en los siglos siguientes; y así seña­ zan en su oficio, estableciéndose en cada caso la obligación de
la como en el siglo xm algunos clérigos propugnaban «la mo­
pagar por ello). Y sin embargo, cabe apreciar una evolución pre­
deración en la instrucción y la disciplina, en lo cual podemos per­
cisamente en el hecho de que en la citada Ley IX del Título VIII
cibir la importante asimilación y difusión de las ideas expresadas
de la Partida VII, tras señalar que los maestros debían de casti­
por san Anselmo y sus contemporáneos siglo y medio antes. En­ gar a sus discípulos mesuradamente, establecía, para aquellos
señar sin castigo corporal es el ideal formulado por todos» 342. maestros que hubiesen matado a un discípulo a consecuencia de
De esta manera, de la extendida aceptación, uso y dureza del las heridas producidas con los objetos contundentes utilizados
castigo corporal, pero igualmente de ese muy lento avance que en sus castigos, a una pena de destierro de cinco años en una isla
se iba produciendo en su rechazo durante la Edad Media, nos cuando el maestro no hubiese tenido la intención de provocar
da buena prueba la regulación legal de que fue objeto en nues­
esa muerte y con la pena de homicida cuando el maestro sí hu­
tro Fuero Juzgo así como en Las Siete Partidas. El primero, si biese tenido intención de matarle.
bien, como antes señalé, castigaba muy duramente el infantici­ El quinto, y último, punto es la necesaria aclaración de que,
dio, sin embargo, a este respecto, establecería que «Si el maes­ en todo caso, lo que se critica es el uso desmedido y excesivo de
tro que castiga su diciplo locamientre, si por ventura muere da- los castigos corporales, pero no el uso moderado de ellos, sobre
cuya necesidad habría un casi absoluto consenso.
Es cierto que con el pensamiento humanista del Renaci­
En McLAUGHLIN, Mary Martin: «Supervivientes y sustitutos: hijos y miento serán ya muchas las voces que clamarán contra esa prác­
padres del siglo ix al siglo xm», cit., pp. 199.
tica habitual del uso del castigo corporal como método educa-
La Fundamentación de los Derechos de los Niños
Ignacio Campoy

rechazo a la práctica que todavía se mostraba extendida en las


tivo; pero, incluso dentro del pensamiento de los pedagogos hu­
escuelas de su época, así como su fuerte defensa de lo inade­
manistas más progresistas, el rechazo de esa práctica, que con­
cuada que resultaba para conseguir una buena formación del
tinúa utilizándose con profusión, sigue yendo unida a una de­
niño, sin abrir tampoco la puerta a la justificación de su utili­
fensa del uso en ciertas ocasiones del castigo corporal como
zación en menor medida, criticando explícitamente «toda vio­
técnica pedagógica adecuada 343. Una buena muestra de ello nos
lencia en la educación de un alma tierna a la que se forma para
la ofrece el pensamiento de Juan Luis Vives; pues si bien re­
el honor y la libertad» 345.
chaza en muchas partes de su obra el castigo corporal tal cual
era usado en las escuelas de su época —incluso no parece que
dé cabida al castigo corporal cuando nos hace ver lo que para V. LOS DERECHOS DE LOS NIÑOS
él constituiría la mejor forma de educar—, sin embargo, también
termina por asumir su utilización en caso necesario. Incluso Conforme a lo que señalé en la Introducción a este primer
puede apreciarse que, finalmente, su pensamiento venía a coin­ capítulo, lo que caracteriza a este extenso período de tiempo
cidir con la idea tradicional de que si se había de evitar el uso que va desde la Antigüedad hasta el siglo XVII es, precisamente,
del castigo corporal era, fundamentalmente, porque éste no re­ la negación del niño como sujeto titular de derechos, del niño
sultaba eficaz para la educación pretendida, pero que no vería como persona que se incorpora, con una consideración propia,
mal su uso (aunque no su abuso) cuando su utilización fuese el a un sistema de reconocimiento y protección de derechos. De las
medio eficaz para lograr dicha educación344. consideraciones hechas en los apartados anteriores se deduce que
No obstante, quizás pueda señalarse el pensamiento de Mon­ si bien es cierto que poco a poco se van incorporando elemen­
taigne como excepción significativa a esa corriente imperante so­ tos que serán necesarios para construir un sistema de recono­
bre el uso del castigo corporal en la educación. En sus plantea­ cimiento y protección de derechos de los niños, todavía no exis­
mientos (que vendrían a casar con su propia experiencia, pues, te, en ningún caso, esa construcción. Las posiciones más
según nos recuerda, él mismo había ya experimentado en par­ extremas que se han expuesto en cada apartado vienen a coin­
te de su propia educación la aplicación de unos nuevos y más cidir con la posición más extrema en la negación de derechos de
amables métodos educativos) se puede apreciar un encendido los niños, así como las posiciones más moderadas significarán
esa incorporación de elementos que irán teniendo en conside­
ración la persona del menor de manera que la hagan, final­
343 Puede verse al respecto en ROSS, James Bruce: «El niño de clase me­ mente, receptora de derechos.
dia en la Italia urbana, del siglo XIV a principios del siglo XVI», cit., pp. 251 y A este respecto, hay que subrayar la enorme evolución que
252; y en DeMAUSE, Lloyd: «La evolución de la infancia», cit., p. 75.
344 Puede verse un muy significativo pasaje en este sentido en VIVES, significó pasar de las posiciones más extremas, conforme a las
Juan Luis: «Tíatado de la enseñanza»; cit., pp. 54-55. También puede verse otro cuales el niño era considerado como una simple «propiedad»
pasaje interesante en el mismo sentido en p. 32; incluso en otro pasaje (véase de terceros, sus padres o los representantes de la comunidad a
en p. 38) parece indicar que para él existe una clase especial de niños con los
que había que utilizar, al parecer irremisiblemente, el castigo corporal. El pa­
saje donde parece señalarnos lo que constituiría para él la mejor forma en que
345 Véase la cita y unos muy significativos pasajes en este sentido en
la educación se podría realizar, puede verse en p. 39; y sobre su rechazo del uso
que se hacía del castigo corporal en su época, pueden verse algunos pasajes en MONTAIGNE, Michel de: Ensayos, Libro D, cit., Cap. VIII, pp. 75-76 y en MON­
esa misma obra en pp. 29, 30 y 54. TAIGNE, Michel de: Ensayos, Libro I, cit., Cap. XXVI, pp. 221 y 231.

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

la que perteneciesen, de la que se podía disponer libremente, cierto que pese a las amplias restricciones legales que afecta­
como del resto de las propiedades, a las posiciones más mode­ ban al niño durante toda la minoría de edad, éste tenía vincu­
radas, que, como consecuencia, fundamentalmente, de una va­ laciones con la comunidad, más allá de sus vínculos familiares,
loración de la propia persona del niño, consideraban que éste te­ que se han de entender en clave de derechos y deberes34'. Pero,
nía que tener reconocida una cierta protección en determinados y esto es importante subrayarlo, en ningún caso se puede con­
aspectos, protección que podríamos reconducir al reconoci­ siderar que dichos derechos tuviesen su fundamentación en la
miento de ciertos derechos a ese respecto. propia consideración de la persona del niño.
En todo caso, es necesario aclarar que incluso la defensa y De esta manera, es claro que en alguna medida se podría
la plasmación práctica de la posición extrema, en la que el niño hablar de que en todas las sociedades ha existido siempre la po­
era considerado como una «propiedad» —y sin olvidar que, con­ sibilidad de que los niños pudiesen, con más o menos limita­
forme a ella, en determinados momentos la libre disposición ciones, adquirir ciertos derechos y deberes. Y, sin embargo, hay
del padre o la comunidad sobre los hijos era prácticamente to­ que resaltar, conforme a lo antes apuntado, que lo que caracte-347
tal—, también fue compatible con la existencia de unos dere­
chos que eran predicables de la persona del menor. Así, cabe
destacar la existencia de derechos de los niños incluso en la Ate­ 347 Es interesante destacar, en este sentido, la importante obligación que
nas clásica, en la que, igual que en Roma, como ya se señaló, la se reconocía de proteger a los huérfanos; ya que conecta con la larga tradición
práctica de la exposición de recién nacidos era una práctica existente en los pueblos de la Antigüedad, y que se extenderá hasta nuestros días,
aceptada legal y socialmente y la propia consideración del niño de proteger a huérfanos y viudas. Así, se puede encontrar ya en el «Epílogo»
del Código de Hammurabi: «Para que el fuerte no oprima al débil, para hacer
por la comunidad social pasaba por la previa aceptación por el
justicia al huérfano (y) a la viuda», o en el propio «Código de la alianza» de la
padre, lo que claramente significaba que el niño no tenía dere­ Biblia, en Éxodo, 22, 21-23: «No maltratarás a la viuda ni al huérfano. Si mal­
chos de por sí, pues si no le reconocía el padre no había ningu­ tratas, él clamará a mí y yo escucharé su clamor; mi ira se encenderá y os ma­
na protección del mismo por la sociedad, ya que antes de ese re­ taré a filo de espada; vuestras mujeres serán viudas y huérfanos vuestros hijos»
conocimiento tampoco existía ningún vínculo con la sociedad3"16. (o también, por ejemplo, en Deuteronomio, 27, 19). En la Atenas clásica, el Es­
E incluso cuando, aun con la aceptación del niño, los padres tado tema la obligación de mantener a los huérfanos de guerra, así como se es­
tableció que, entre las causas públicas y privadas que eran instruidas por el
mantenían unos amplísimos poderes sobre la vida de sus hijos arconte epónimo y luego llevadas por él ante un tribunal, estaban, junto a los
durante toda su minoridad. Sin embargo, también resulta cla­ malos tratos a los padres, los malos tratos de los tutores a los huérfanos,
ro que en la sociedad ateniense existía una cierta protección del los malos tratos de los tutores o de los maridos a las lujas herederas (las hetarias),
menor que se articulaba a través del reconocimiento de lo que el daño por los tutores a la hacienda del huérfano, y, en general, las que afec­
hoy podríamos considerar como derechos. Y es que también es tasen a los huérfanos en relación con sus personas y tutorías, y a las personas
y bienes de las hetarias. (Véase al respecto en ARISTÓTELES: Constitución de
los atenienses, 24, 3 y 56, 6-7). En general, puede verse los supuestos de inca­
pacidades que conlleva la minoría de edad en Atenas (de los hombres, pues,
346 En este sentido, refiriéndose a esa Atenas clásica, es explícito Beau- como ya se señaló, las mujeres eran consideradas, en este sentido, como me­
chet: «El niño, en efecto, sólo formaba parte de la comunidad política desde nores durante toda la vida), así como esa vinculación más directa de los menores
el momento en que el padre lo introducía en ella mediante una declaración con el Estado, de la que se deriva la existencia de esos deberes —o responsa­
formal. A falta de esta declaración, la ciudad ignoraba en cierto modo la exis­ bilidades al menos— que el menor adquiere en relación con la sociedad en la
tencia del niño y, por lo tanto, no podía pensar en protegerlo». (En BEAU- que vive, y de derechos —o pretensiones al menos— que el Estado está en obli­
CHET, Ludovic: Histoire du Droit privé de la République Athénienne, Livre II «Le gación de satisfacer, en GOLDEN, Mark: Children and Childhood in Classical
droit de famille», cit., p. 91). Athens, cit., pp. 38 y ss.

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

riza principalmente este periodo que aquí se analiza es que esos miento y florecimiento de la ciudad, la interiorización y consi­
derechos no les eran reconocidos a los niños de forma directa, guiente perpetuación de los valores del grupo dominante o el
por la valoración de la propia persona del menor, sino de forma mantenimiento del peculio familiar348
349. No obstante, también es
indirecta, pues son causas externas al propio niño las determi­
nantes de esa protección34S. Los niños tienen reconocidos al­
349 Un ejemplo interesante de cómo ha funcionado a lo largo de esos si­
gunos derechos como resultado de los deberes que se imponían glos este modelo de reconocimiento de beneficios para los niños por causas ex­
a terceros, que se estimaban necesarios para conseguir otros ternas al propio niño lo encontramos en las razones que existían, todavía en
fines superiores, que son los auténticamente perseguidos, los los siglos XVI y xvn, tanto en autores protestantes como católicos, para exten­
der el reconocimiento del derecho a la educación. Es muy revelador en este sen­
que tienen importancia autónoma, como podía ser el manteni­ tido el análisis que realizan Bajo y Betrán. Respecto de los primeros, al tratar
las motivaciones que Lulero exponía en «1524, en el estudio dirigido A los re­
gidores de todas las ciudades de Alemania para que establezcan y mantengan es­
348 En la Antigüedad, como sabemos, existieron voces, tan autorizadas cuelas cristianas», para exhortar «a los príncipes alemanes a implantar un sis­
como las de Plutarco o Quintiliano, que se acercaron en sus planteamientos a tema de enseñanza obligatoria, estatal y gratuita para todos sus súbditos. Varias
algunas de las posiciones moderadas y que no dejaron de tener su importan­ eran las razones expuestas por Lulero para justificar tal petición: el cumpli­
cia y una influencia que se haría notar muchos siglos después, principalmen­ miento de un designio divino, pues los jóvenes podrían penetrar en el sentido
te con el desarrollo del humanismo y el Renacimiento. Pero lo cierto es que esas de las Escrituras y obtener una verdadera formación religiosa; también el pro­
opiniones, siempre críticas con la realidad que vivían, no pudieron conseguir porcionar ciudadanos instruidos y seguros en sus principios religiosos que se
un cambio significativo en la misma, ni, consiguientemente, en la vivida por integrarían mejor en la sociedad civil, favoreciendo la ley, la paz, el buen go­
los propios niños. La comparación que realiza Lyman entre la situación en bierno y, en definitiva, el progreso material y espiritual de la nación; final­
Roma y la opinión de Quintiliano, resulta muy ilustrativa de esa compatibili- mente, el obtener un beneficio económico, pues estos individuos librarían al
dad histórica entre esas opiniones más proclives a la infancia y una realidad pueblo, más crédulo e ignorante, de pagar los tributos e impuestos que tradi­
en la que los pocos niveles de protección de la infancia se debían, en todo caso, cionalmente recaudaban los clérigos católicos, asentando de paso las bases de
a motivaciones ajenas a la propia consideración del niño: «Muchas de las con­ rechazo a una posible reconquista católica». Además, añaden después estos
sideraciones referentes a los niños en los estudios históricos sobre Roma de­ autores: «podría pensarse que Lulero estaba ofreciendo a cada hombre, con in­
rivan de la preocupación de los antiguos por la fecundidad, la patria potestad dependencia de su condición social, la posibilidad de instruirse. Pero, con toda
y las normas de educación. Estas cuestiones se planteaban en muchos casos de-- probabilidad, su intención no era incluir en este proyecto educ'ativo al con­
bido al interés del adulto por la reforma económica y social. Así, la legislación junto de la población». Pero igualmente hay que entender que en las filas del
de Augusto sobre el adulterio sin duda guardaba más relación con la tasa de catolicismo la extensión de la educación buscaba fines que resultaban exter­
natalidad de las clases superiores que con la compasión por la situación de los nos al propio niño: «Del mundo de Trento surgieron otras propuestas educa­
hijos nacidos fuera del matrimonio, y los escritos de Columela en el siglo I, tivas que no compartían el enfoque elitista del modelo jesuítico, y que tendrían
sobre los hijos de los esclavos, reflejan el prolongado esfuerzo realizado para por finalidad el cuidado de los sectores más populares. En este sentido pueden
reactivar y regular la agricultura en Italia sobre una base económicamente só: ser consideradas las principales novedades postconciliares en el panorama
lida. Sin embargo, con Quintiliano (m. alrededor del año 100) queda expuesj educativo. Destacaron por su labor los Oratorios de Felipe Neri en Florencia,
to específicamente el argumento de que los niños deben ser considerados des­ uno de los primeros precedentes de educación popular. (...) Pero fueron las ex­
de el nacimiento como seres dotados de plena capacidad de crecimiento». (En periencias de San José de Calasanz y sus escuelas pías en Italia en la primera
LYMAN, Jr. Richard B.: «Barbarie y religión: La infancia a fines de la época ro­ mitad del siglo xvn y las de Juan Bautista La Salle (salesianos) en Francia en
mana y comienzos de la Edad Media», cit., pp. 103-104. También puede verse, la segunda mitad de aquella centuria, las que para muchos autores funda­
por ejemplo, la opinión de Plutarco sobre la importancia que tiene la educa­ mentan el nacimiento de la escuela popular moderna. A la vez que se radica­
ción para lograr el máximo beneficio para la propia persona y la necesidad d lizan los principios de tipo religioso, la escolarización de los más pobres apa­
que los padres se la proporcionen a sus hijos, en PLUTARCO: «Sobre la edu­ rece en primer término como una obra de policía. A los ojos de los reformadores
cación de los hijos», cit., pp. 57 y 59). católicos, la ignorancia provocaba el ocio y el libertinaje, aspectos que mina-

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

cierto que, según se fueron consolidando las consideraciones Para terminar este primer capítulo voy a explicar mejor como
de lo que he denominado como posiciones moderadas, algunos funcionaba ese reconocimiento indirecto de derechos a los niños,
de esos derechos que se reconocían a los menores también te­ refiriéndome a tres casos muy significativos. Cada uno preten­
nían a la valoración de la persona del propio niño como razón de ilustrar un aspecto relevante en este periodo aquí estudiado*351. * *
que los justificaba. Pero, en todo caso, incluso con esa evolu­ Con el primero, señalo el punto de vista extremo, en el que se
ción en el reconocimiento de los derechos de los niños, no hay puede ver una protección del menor simplemente como reflejo
que pensar que existe durante este periodo un sistema de reco­ de la protección de la «propiedad» de un tercero y como medio
nocimiento y protección de los derechos de los niños; para que de conseguir el adulto pretendido. Con el segundo, al fijarme en
el mismo se diese era necesario un cambio de mentalidad, que el rechazo del incesto, pretendo mostrar como la protección del
solo se produjo en la construcción de lo que en el próximo ca­ hijo (en este supuesto se incorporan los mayores de edad) tam­
pítulo denomino como proteccionismo «tradicional» -’:0. bién era el reflejo de las consideraciones morales de la sociedad,
y de manera importante del honor debido a los padres. Con el ter­
cero expondré como la protección que durante siglos ha tenido
ban la base del orden social». (En BAJO, Fe y BETRÁN, José Luis: Breve his­ el niño en su condición de heredero respondía antes que a la
toria de la infancia, cit., pp. 127-128 y 131-132). protección del niño a la protección del patrimonio personal y
350 Unos buenos ejemplos de como funcionaban esas nuevas considera­ familiar, así como a su libre disposición por el adulto.
ciones en la protección del niño nos los ofrecen la Ley IV del Título XIX de la
En este sentido, es interesante observar que incluso en la
Partida VI, en relación con la ¡dea de la inocencia sexual del niño, y la regula­
ción que se hizo respecto a una especial protección del menor en la celebración posición extrema, de considerar al niño como «propiedad» de
de contratos, en relación con la inocencia por la inmadurez del niño. Así, en terceros, se puede identificar una cierta protección del niño;
dicha Ley IV se establecía que, conforme a una concepción de la responsabi­ pero hay que entender que esa protección no era, entonces, sino
lidad por los actos basada en la atribución de consciencia sobre los mismos, un reflejo de la protección de la propiedad del hombre-padre o
el niño tendría inocencia sexual hasta los catorce años, por lo que no podía ser
de la comunidad en su conjunto. Pensamiento que también te-
acusado antes de esa edad ni de adulterio ni de otro delito de «lujuria», y, sin
embargo, sólo tendría la consideración de inconsciencia para no ser conde­
nado por los actos constitutivos de delitos como el homicidio o el hurto hasta
los diez años y medio (aunque en este supuesto se estableciese también una pena nuación señalaré, es una de las causas que proporcionaron una protección in­
menor que la prevista para los mayores). Y respecto a la especial protección de directa al menor en su condición de heredero. (Puede verse respecto a esa es­
la que se beneficiaban los menores de edad en la regulación que se hacía de la pecial protección en la celebración de contratos, en GÓMEZ MORÁN, Luis: La
celebración de contratos, en el Derecho romano y en las Siete Partidas se esta-, posición jurídica del menor en el Derecho comparado, cit., pp. 253-254; y las le­
blecía que los hombres entre doce y catorce años y las mujeres de más de doce, yes referidas a este punto en las Siete Partidas la Ley LLX del Título XVIII de
en el Derecho romano, y desde los catorce años y durante la minoridad, en las la Partida III, las Leyes IV y V del Título XI de la Partida LV, y la Ley VI del Tí­
Siete Partidas, podían hacer contratos obligatorios si les favorecía e invalidar­ tulo XIX de la Partida VI.)
los si les perjudicaba. Y en las Siete Partidas también se establecía que el con­ 351 Pues es claro que con ellas no se agotan todas las posibles motivacio­
trato realizado por un menor de catorce años y mayor de siete sólo sería váli-, nes que se podrían encontrar en las distintas medidas proteccionistas que te­
do en lo que le beneficiara y, de la misma manera, en la Ley VII del Título XI nían como beneficiario al niño. Así, por ejemplo, De Mause nos habla de otra
del Libro I del Fuero Real se establecía que los menores de dieciséis años no po­ diferente, en la protección del derecho a la vida, cuando señala: «la oposición
dían realizar pleitos válidos si les perjudicaban pero sí si les beneficiaban. Y en j al infanticidio, incluso por parte de los Padres de la Iglesia, muchas veces pa­
esa regulación se puede apreciar que la razón de la protección está en la in-V recía estar basada más bien en la preocupación por el alma de los padres que
madurez del menor que, en este sentido, puede ser engañado, pero segura­ por la vida del niño». (En DeMAUSE, Lloyd: «La evolución de la infancia»,
mente también en la protección del patrimonio familiar, que, como a conti- cit., pp. 52-53).

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Minos

nía una estrecha vinculación con la consideración, ya analiza­ Por otra parte, respecto a la protección del menor para la
da en el apartado anterior, de la necesidad de proteger al niño consecución del adulto pretendido, lo más importante es que el
no por él mismo, sino porque es la única manera de poder con­ interés último a proteger estaba o en los padres o en la comuni­
seguir que se desarrolle el adulto pretendido, el que se piensa que dad, independientemente de cuál fuese ésta. La única diferencia
será beneficioso para los padres o para la comunidad. Ya me he es que según de que comunidad se tratase el individuo que se
referido en los apartados anteriores a la persistencia que tuvie­ intentaba proteger estaría determinado por diferentes cualidades.
ron esas concepciones en el tiempo que aquí se analiza, ahora Pero siempre de lo que se trataba era de proteger a un miembro
sólo quiero subrayar como las mismas también supusieron una de la comunidad, ya fuese un ciudadano32'1, un creyente *355 356
o un
cierta protección para los niños. aprendiz de un gremio336, nunca al niño por sí mismo.
En el Código de Hammurabi vemos bien reflejado lo que
quiero decir con este primer punto de vista de la protección del
niño como simple protección de la «propiedad» de terceros, en 15J Es, en este sentido, muy esclarecedor el pasaje de DeMausc al que ya
este caso del padre. Así, la ley del párrafo 14 (a la que ya me re­ me referí, al referirse al derecho básico que es el derecho a la propia vida: «En
los dos siglos siguientes a la época de Augusto se hicieron algunos intentos en­
ferí en el primer apartado) establecía: «Si un señor roba el niño
caminados a pagar a los padres para que conservaran vivos a sus hijos a fin de
menor de (otro) señor, recibirá la muerte». Y aunque pueda en aumentar la población romana en descenso». Pero también lo es observar como
un principio parecer que con ello se trataba de proteger al niño, todavía en el siglo XV! —ya finalizando el periodo de tiempo que en este capí­
evitando que fuese raptado, hay que entender que lo que se pro­ tulo se estudia— el humanista Vives defendía la idea —más propia de autores
tegía era al menor sólo en tanto en cuanto hijo de otro hom­ y sociedades de la Antigüedad— del establecimiento de un riguroso control de
la vida privada de las personas, y muy especialmente de los niños, que, en todo
bre352; es decir, que lo que se protegía en realidad no era al me­
caso, supondría un claro sacrificio de una posible libertad del menor —de la
nor en cuanto tal sino al menor en cuanto formaba parte de la protección de un posible derecho a la intimidad— en aras de la consecución
«propiedad» del padre 353. del bien del Estado con la formación del ciudadano adecuado. (En DeMAUSE,
I-loyd: «La evolución de la infancia», cit., p. 52; y véase el planteamiento de
Vives en VIVES, Juan Luis: «El socorro de los pobres», cit., pp. 94-95.).
552 Incluso, según nos señala el profesor Lara en sus notas, a quien se 355 Puede ser significativo, a este respecto, el canon LX del cuarto Con­
cilio de Toledo, en el año 633. De acuerdo con el cual, dentro de lo que sería la
protegía era al hijo del señor (o a la «propiedad» del señor) pero no a los hijos
lucha por conseguir la unidad católica en España, la comunidad cristiana asu­
de los miembros de las otras dos clases sociales: «El artículo alude sólo a los
mía la protección de los niños por encima de la patria potestad de los padres
niños de los señores (awTlum) debido a que los hijos de los esclavos no perte­
judíos. Aunque, conforme al canon LXIII, hay que entender que la comunidad
necían a sus padres, sino al dueño de ellos. No se contempla tampoco el rap­
cristiana sólo se haría cargo de los niños en caso de que ambos padres profe­
to del hijo de un subalterno (muskemun)»; y, después: «Al no contemplarse el sasen la fe judía, sino los hijos continuarían con el padre o con la madre que
robo de hijos de esclavos o de inuskénu, la ley no puede fijar castigo para es­ profesasen la fe cristiana.
tos supuestos no recogidos en el articulado». Por lo que se observa mucho más 356 La figura del aprendiz muestra bien una protección del menor que se
claramente la idea de que lo que se trata de proteger es la «propiedad» de los produce más allá de sus vínculos familiares y por razones, en realidad, exter­
señores y en ningún caso la persona del niño. (Vcase las citas de las notas en nas al propio niño. Pues antes que proteger al niño lo que se pensaba era en la
Código de Hammurabi, cit., p. 91). necesaria protección que se había de proporcionar al aprendiz como pieza cla­
353 De hecho, es la misma concepción que lleva a proteger en las leyes de ve en los gremios en los que se estructuraría la sociedad medieval. Así, seña­
los párrafos siguientes la «propiedad» de los esclavos. Así, por ejemplo, en la lan Bajo y Betrán: «A partir de los siglos XIII y xrv, cuando comenzó el auge de
del párrafo 15 se establecería que: «Si un señor ayuda a escapar por la gran puer­ las ciudades, los niños participaron en el renacer económico de éstas como
ta (de la ciudad) a un esclavo estatal o a una esclava estatal o a un esclavo de vendedores o como aprendices, trabajos que se reglamentaban mediante con­
un subalterno o a una esclava de un subalterno recibirá la muerte». tratos (...) en los que se establecían los derechos y deberes del aprendiz. (...) Con-

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

Con el segundo tema señalaba la tradicional y permanente lícitas o aceptadas de hecho» 357. Por lo que no es la protección
existencia de estimaciones morales de determinados actos por de la hija (aunque, como a continuación señalo, sí la había le­
la sociedad —así la cuestión del honor, familiar o personal de galmente), hijastra, etc., lo que se busca. Y las leyes de los pá­
los padres— como causas que tradicionalmente han funcio­ rrafos 155 y 156, por una parte, y 154, 157 y 158, por otra, ter­
nado en el origen real de la protección de la que se beneficia­ minan de aclarar la cuestión. Pues en las primeras se hace
rían, de modo indirecto, los niños. Un buen ejemplo de cómo depender la magnitud del castigo para el padre culpable de acos­
funcionaba, en este sentido, la protección del niño (aunque tarse con la novia elegida para su hijo (que va, nada menos, que
también se incorpora aquí a los hijos mayores de edad) es el re­ desde su muerte a la simple devolución de la dote de ella) sólo
chazo que en nuestras sociedades ha tenido desde siempre el in­ de si el hijo había yacido o no previamente con ella; y en las se­
cesto. Así, si ya en el Código de Hammurabi se castigaba el in­ gundas, si bien se castiga el incesto, la pena es independiente de
cesto, en su regulación claramente se observa la existencia de la protección de los hijos, siendo mucho mayor si se atiende a
una vinculación entre el castigo del incesto y la protección de consideraciones morales como el que se ultrajase el honor del
consideraciones morales, entre las que destaca el honor debi­ padre 358. *Y*en
* el mismo sentido podemos también apreciar las
do al hombre, fundamentalmente al padre, que denota una pre­ prescripciones que encontramos en la Biblia al castigar las prác­
ocupación por la protección de esas consideraciones morales an­ ticas incestuosas; pues si en Levítico, 18, 7 se dice que: «No ten­
tes que por la protección de la persona del hijo o de la hija, que drás relaciones sexuales con tu madre, pues es de tu padre y,
es obviado. Es ilustrativa, en este sentido, la advertencia que re­ además, es tu madre», en Levítico, 20, 11, cuando se condena a
aliza el profesor Lara respecto a la ley del párrafo 154: «Lite­ muerte al hombre que se acuesta con la mujer de su padre (al
ralmente DUMU.SAL-síí / it-ta-ma-ad (Rev. IX, 68-69) "a su hija igual que lo será ella), la razón que se aduce es que «deshonra
/ ha conocido”. Tanto el Código de Hammurabi como la Biblia a su propio padre».
utilizan el término "conocer” para designar las relaciones se­ De hecho, es el rechazo del incesto por su inmoralidad la
xuales, por lo común legítimas, y el de "yacer en su seno”, "acos­ idea que parece predominar desde la Antigüedad. De nuevo, se
tarse" para indicar las ilegítimas. El verbo aquí utilizado, la- puede apreciar muy claramente esa vinculación directa con las
madu, "conocer (sexualmente)" es correcto, toda vez que las consideraciones morales de la sociedad en los planteamientos
relaciones entre padre-hija, tío-sobrina, suegro-nuera, padras­
de Platón; ya que para éste las relaciones incestuosas estarían
tro-hijastra no eran consideradas del todo incestuosas, siendo,
más allá de la discusión legal porque su prohibición estaría asu­
cuando se cometían, muy poco castigadas e incluso, a veces,
mida por todas las personas por algo más fuerte de lo que po­
dría suponer una norma escrita: la comprensión por toda la so­
suela pensar que, ante los abusos de algunos maestros artesanos, los mucha­
chos podían defenderse con denuncias ante las corporaciones o ante la justi­
cia». Y es que, como explícitamente advierte Pancera en sus estudios acerca de 357 En Código de Hammurabi, cit., p. 139.
la sociedad preindustrial: «En líneas generales, los gremios de artes y oficios 358 Concretamente, las leyes de los párrafos 154, 157 y 158 establecen,
vigilaban de diferente forma el correcto funcionamiento del aprendizaje, en respectivamente, que: «Si un señor cohabita con su hija, se le hará salir a ese
cuanto que éste era considerado esencial para el futuro de la profesión (sin señor de la ciudad»; «Si un señor, después de su padre, yace en el seno de su
demasiadas preocupaciones acerca del aprendiz como persona)». (En BAJO, madre, se les quemará a ambos» y «Si un señor, después de su padre, ha sido
Fe y BETRÁN, José Luis: Breve historia de la infancia, cit., pp. 178-179; y en PAN­ (sor)prendido en el seno de la esposa principal, la cual tuvo hijos, ese señor será
CERA, Cario: Estudios de historia de la infancia, cit., p. 65). arrancado de la casa paterna».

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ciedad de lo absolutamente aberrante del acto hace que la ma­ cestuosa. Así se puede ver claramente en Las Siete Partidas 362,
yor parte de las personas, incluso los criminales, no se plan­ donde se une a la concepción del pecado de las relaciones in­
teen la posibilidad de su comisión. Y esa misma idea es lo que, cestuosas un claro perjuicio para los hijos nacidos de las mis­
según Platón, permite entender adecuadamente la defensa de mas363, al quedar éstos excluidos (como lo son los otros hijos que
la protección entre los miembros de la familia, estableciéndose el legislador no considera legítimos) de la patria potestad y de
que cualquiera de sus miembros puede matar a otra persona, sin recibir la herencia paterna, así como de la posibilidad de re­
que con ello cometa injusticia alguna, si es en defensa de otro partir la materna en paridad con los otros hijos, incluso los ile­
miembro familiar o también si aquél ha violado a una mujer o gítimos, de la madre364. Y, todavía al final del período que aquí
a un niño de la familia 359. se estudia, observamos en los planteamientos de Bodino la mis­
Es sabido el tradicional rechazo que el incesto ha tenido en ma ausencia de consideración por el propio niño en el rechazo
la moral cristiana (podemos observarlo, por ejemplo, en el ca­ del incesto, uniendo al rechazo por consideraciones morales la
non LXVI del concilio de Elvira, al comienzo del siglo IV, o en aceptación del perjuicio que, conforme a ellas, se derivaba para
el canon IV del Concilio de Lérida, en el año 546); pero intere­ el niño nacido del mismo: «admitiendo que no sean conceui-
sa destacar aquí que entre las razones que ofrece alguien tan
influyente en la doctrina católica como es santo Tomás de Aqui­
no está todavía muy presente la protección al honor del padre. 362 Aunque sobre los actos constitutivos de incesto el legislador no se
Así, entre los argumentos que usa el de Aquino para rechazar muestra muy preciso en este código, habiendo de entenderse que se refiere
toda relación incestuosa (que en un pasaje define como «el abu­ al hecho de yacer con parienta o esposa de pariente hasta el cuarto grado, y
so de mujeres unidas por consanguinidad ó afinidad» 36°), con­ que asemeja su gravedad al hecho (que a veces identifica) de yacer con una
sidera que esas relaciones suponen una ofensa al honor debido religiosa.
363 En la Ley XIII del Título II de la Partida IV también se castigaba a los
a los padres, «y por consiguiente á los demas consanguíneos», que lo cometieron, estableciendo que no se debían casar (aunque si se casasen
entendiendo que serían especialmente repugnantes las habidas se consideraría válido el matrimonio), con la excepción «que fuessen tan man­
entre padres e hijos y, en menor grado, las habidas con mujeres cebos que non pudiessen mantener castidad puedeles la eglesia otorgar que
unidas por afinidad361. casen». Aunque hay otra excepción mucho más importante, que regula la Ley II
Un último aspecto que hay que apuntar a este respecto, que de ese mismo Título, y que va unida a la ya comentada concepción que existía
también muestra que ese rechazo del incesto se realizaba más en este código de la inocencia sexual infantil, y es que «puede ser acusado des­
te yerro todo orne que lo fiziere: fueras ende mogo menor de catorze años, e la
allá de la consideración por los propios niños, es que incluso se
moga menor de doze».
trasladase ese rechazo moral al niño nacido de la relación in- 364 Véase así en la Ley II del Título XVII de la Partida IV y las Leyes X y
XI del Título XIII de la Partida VI. Aunque la Ley III del Título XVIII de la Par­
tida VII estableciese una posible excepción, al señalar que los hijos del matri­
359 Véase así en PLATÓN: Las leyes, 838a-c y 874c-d. monio, en grado de parentesco prohibido, pueden heredar si el matrimonio
360 En 2-2, C. 154, art. 1; en AQUINO, Tomás De: Suma Teológica, Tomo EH, hubiese contado con la dispensa papal. Pero, en todo caso, de la considera­
cit., p. 894. ción de la gravedad del incesto no hay duda. Y, así, si se subraya la seriedad de
361 Véase en 2-2, C. 154, art. 9; en AQUINO, Tomás De: Suma Teológica, su naturaleza pecaminosa en el inicio y en la Ley I del Título XVIII de la Par­
Tomo III, cit., pp. 905-906. (Siendo también de interés observar que el ejem­ tida VII, en la Ley VI del Título XVIII de la Partida IV se establece que el mis­
plo que usa de Aristóteles (sacado de De animal, 1. 9, c. 47) para ilustrar su pen­ mo era causa incluso de la pérdida de la patria potestad de los hijos que el pa­
samiento, era porque mostraba que «áun en algunos animales hay cierta na­ dre hubiese tenido previamente de manera legítima con su anterior y fallecida
tural reverencia á los padres»). esposa.

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dos por incesto, que a éstos las leyes diuinas y humanas los han Del mismo modo, habría que entender que la capacidad que
tenido siempre en abominación»3&>. se les reconoce a los niños en los ordenamientos jurídicos des­
La tercera manifestación de ese reconocimiento indirecto de la Antigüedad de ser receptores de algunas cantidades de di­
de derechos de los niños, a la que antes me refería, es la pro­ nero, antes que un derecho que se les quisiese reconocer, no de­
tección que desde la Antigüedad ha tenido el niño en su condi­ jaba de ser un reflejo de la importancia que se daba a la
ción de heredero. Una protección que respondía antes a la pro­ posibilidad de que el adulto pudiese disponer de su patrimonio,
tección del patrimonio personal y familiar, a la libre disposición de tal manera que no se desnaturalizase la voluntad del padre,
por los adultos de ese patrimonio, que a una auténtica protec­ de la madre (también la de la familia materna de donde proce­
ción del niño. Así, si, como se apuntó en el apartado de las re­ día su propio patrimonio) o de la persona que le hiciese un le­
laciones entre padres e hijos, la condición de heredero del hijo gado o donación al menor. Y, de esta manera, pese a las amplias
suponía un límite para el posible repudio que el padre quisiese potestades que, como ya vimos, los padres tenían sobre sus hi­
hacer del hijo, lo que bien podría entenderse como un derecho jos en el Derecho ático, en el romano o, incluso, en el Fuero Juz­
del hijo, ahora es el momento de señalar que esa limitación, en go o en las Siete Partidas, sobre sus bienes no tenían la disponi­
realidad, atendía antes a la protección del uso permitido del pa­ bilidad que en un principio parece que podría deducirse de
trimonio económico de las personas o las familias. atender a esas otras potestades que sí que teman reconocidas so­
En el mismo Código de Hammurabi, si antes señalaba la pro­ bre su persona; siendo así que la regulación común era que los
tección que se hacía del heredero en las leyes de los párrafos padres sólo podían administrar y disponer en una especie de
168 y 169 —exigiéndose que hubiese habido repetición de fal­ usufructo, en tanto en cuanto durase la minoridad, de los bie­
tas graves contra el padre y el control por los tribunales de jus­ nes que los hijos hubiesen recibido por herencia materna o por
ticia para que el padre pudiese desheredar a su hijo—, ahora donación o legado367.
cabe observar que en él la protección de la condición de here­
dero del hijo supone la protección de la dote materna y que esa
protección es antes de la condición de heredero que del propio tima instancia (caso de que la hermana hubiese ingresado en el cuerpo sacer­
niño en cuanto tal. Pues, por una parte, en la ley del párrafo dotal —se exceptuaban los altos cargos— o hubiese contraído matrimonio) le
162 se establece que: «Si un señor ha tomado esposa, (si) ella le revertía tal parte de herencia. Sin embargo, las hijas en sustitución de esa por­
ción de la herencia recibían con ocasión de su matrimonio o su consagración
da hijos (y) luego esa mujer muere, su padre no podrá reclamar al sacerdocio una dote (Seriqtum) que era de su exclusiva propiedad, pudién­
su dote; su dote pertenece (exclusivamente) a sus hijos». Y, por dola entregar, en el caso de las sacerdotisas, a quien quisieran, si el padre les
otra, en la ley del párrafo 181 se hace plenamente compatible el había autorizado por escrito tal posibilidad, pero no así las desposadas, cuyos
que se proteja la herencia de la hija y que el padre pueda disponer bienes se vinculaban automáticamente a sus hijos». (En LARA PEINADO, Fe­
derico: «Estudio preliminar», cit., p. XC).
libremente de su vida consagrándola como sacerdotisa 365 366.
367 Puede verse, así, por ejemplo, respecto al Derecho ático, en BEAU-
CHET, Ludovic: Histoire da Droit privé de la République Athénienne, Livre II «Le
droit de famille», cit., pp. 98-99; respecto al Derecho romano, en FUENTE-
365 En BODINO, Juan: Los Seis Libros de la República. I, cit., p. 187. SECA, Pablo: Derecho privado romano, cit., pp. 348-349; respecto al Fuero Juz­
366 Si bien hay que entender, conforme señala el profesor Lara, que: «Las go, la regulación establecida en las Leyes XIII y XTV del Título II del Libro IV;
hijas, que no tenían carácter legal de herederas, puesto que el patrimonio era y respecto a las Siete Partidas, la regulación establecida, fundamentalmente, en
propiedad exclusiva de los varones, recibían usualmente partes variables de la la Ley V del Título XVII de la Partida IV, que hay que entender complementa­
herencia en usufructo, siempre inferior a la de los hermanos, a quienes en úl- da por lo establecido en las dos siguientes Leyes —o también el análisis de las

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Ignacio Campoy La Fundamentación de los Derechos de los Niños

De hecho, la importancia que siempre tuvo la protección del zar el período de tiempo que en este primer Capítulo se ha tra­
patrimonio familiar está también detrás de otras de las prácti­ zado, podemos observar como el humanista Juan Luis Vives cri­
cas que ya hemos visto que afectaban al niño, como podían ser ticaba como en su sociedad esa defensa de la herencia del hijo
el ofrecimiento de los hijos para llevar una vida monacal 368 o, tenía tras de sí valores que, como la inmortalidad del linaje,
de forma muy importante, la adopción 369. Y todavía al finali­ iban más allá de lo que era la consideración de su persona. Para
el ilustre valenciano lo que habría que tener más en cuenta era
el auténtico bien para la persona del hijo, señalando que, en el
Sieie Partidas en OTERO, Alfonso: «La patria potestad en el Derecho históri­ caso de que éste tuviese mala índole y se fuese a corromper por
co español», cit., pp. 236-237—. el dinero recibido, se le pudiese administrar la herencia por ter­
368 Así, al referirse a esa práctica en la alta Edad Media, será muy claro ceros o incluso desheredar. Por lo que, en todo caso, tampoco
McLaughlin al afirmar: «la historia de esta práctica y los motivos que la ins­ Vives entendería que el uso del patrimonio de la herencia pudiera
piraron son sumamente reveladores de las actitudes de los padres y de la ex­
periencia de los hijos durante este período (...) sus nobles padres, pertene­ ser, simplemente, un derecho del niño3'0.
cientes a una clase para la cual las exigencias de la familia o el linaje y la
conservación de su patrimonio trascendían en mucho los deseos e intereses
de los más jóvenes, y para la cual también los usos sociales y la inestabilidad
de la vida y de la suerte de la familia favorecían la inmediata determinación del
futuro de sus hijos. Para esos padres, especialmente antes de que los cambos
sociales y la expansión militar abrieran más amplias oportunidades, los mo­
nasterios ofrecían una solución muy satisfactoria al problema de mantener a
aquellos hijos para los cuales no había otras posibilidades adecuadas». (En
McLAUGHLIN, Mary Martin: «Supervivientes y sustitutos: hijos y padres del
siglo ix al siglo xm», cit., pp. 181-182).
369 La consideración que tradicionalmente se hacía de que el fin princi­
pal de la adopción era el buscar un heredero, deja muy claro cuál era el inte­
rés prcvalente, que no era, pues, la protección del adoptado. Una idea que se
mantiene en el tiempo, si observamos como esa la pretensión de tener un hijo
adoptado-heredero, es muy clara la afirmación de Ellul en referencia a la adop­
ción en la sociedad romana de la República (concretamente en el periodo que
va del siglo v al año 134 a. C.): «La adopción era el acto por el cual un pater fa­
milias tomaba bajo su potestas a un alieni juris de otra familia en calidad de hijo
o de hija. Lo más frecuente era que un pater realizase la adopción cuando no
tuviera él ningún hijo legítimo, con el fin de asegurar un heredero que llevara
su nombre y asegurara la continuidad del culto a los sacra». Pero también en lugar, quien herede sus bienes». E incluso en la doctrina tomista (donde tam­
la Edad Media, en el Fuero Real, cuando al comenzar la regulación de las adop­ bién se señalen otras causas para la adopción, como el que sirva «para consuelo
ciones, en la Ley I del Título XXI del Libro IV, establece que: «Mandamos que de la pérdida de los hijos») se afirma también que: «la adopción se ordena á la
todo orne varón que aya hedat, que non oviere fijos o nietos legítimos, o dend sucesión de la herencia, y por eso compete á solos aquellos que tienen la po­
ayuso, que pueda recebir por fijo a quien quisiere, quier varón, quier muger, testad de disponer de sus bienes». (Véanse las citas de Ellul y Tomás de Aqui­
sol que sea tal que pueda heredar: et si después que lo oviere recebido, oviere no en ELLUL, Jacques: Historia de las instituciones de la Antigüedad. Institu­
fijos legítimos, tal recibimiento non vala, mas los fijos legítimos hereden lo ciones griegas, romanas, bizantinas y francas, cit., p. 265; y en Suplemento, C.
suyo, e de su quinto dé al fijo que recibió lo que quisiere»; o en Las Siete Par­ 57, art. 1; en AQUINO, Tomás De: Suma Teológica, Tomo V, cit., p. 286).
tidas, cuando en la Ley VU del Título VII de la Partida LV se dice que las adop­ 370 Véase en VIVES, Juan Luis: «El socorro de los pobres», cit., pp. 35 y 48.
ciones las «fazen los ornes entre si, con grande desseo que han de dexar en su

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