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VELVET: CARTAS DE ALBERTO A ANA.

Londes, 10 de Marzo de 1958

Ana,

Hace años que no notaba esta extraña sensación que tengo ahora, la de
enfrentarme a un folio en blanco con la intención de hablar contigo… con la
completa certeza de que esta carta nunca llegaría a tus manos.

Han pasado varios años y te vuelvo a escribir, sin la seguridad de que tú vivas
todavía en Madrid. Conociéndote, me imagino que ya no. Eras una chica
inquieta, decidida… y seguro que ya estás en París, triunfando como
diseñadora, como siempre quisiste. A mi despacho llegan revistas de moda de
todo el mundo, y cada temporada las abro con la ilusión de encontrar algún día
tu sonrisa desde el otro lado de las fotografías.

Sin embargo, Ana, esta carta es bastante diferente a todas las que hace años
te enviaba. No te preocupes, no hay reproches, puedes seguir leyendo. Sólo te
escribo para anunciarte que mi padre me ha pedido que regrese a España para
el acto de presentación de la nueva colección… Todavía no le he contestado a
mi padre o… quería antes avisártelo a ti.Tú tenías que ser la primera en
enterarse de que vuelvo a Madrid.

Qué curiosa es la vida a veces, ¿verdad? La última vez que estuve en las
galerías, tuve que salir por la puerta de atrás. Por la del callejón. Ahora mi
padre quiere que vuelva a entrar en las Galerías Velvet por todo lo alto: fiesta
de gala, champagne, periodistas…

En unos minutos, en cuanto acabe de escribirte esta carta, doblaré el papel con
cuidado, y construiré con él un avión como los que te enviaba de pequeño. Lo
meteré en un sobre y de esta manera este avión volará hasta Madrid… y
llegará días antes que yo. Y con el avión, quiero enviarte una invitación, Ana.

¿Nos vemos en la azotea? Aunque sólo sea por los viejos tiempos.

Un saludo afectuoso.

Alberto
Londres, 6 de diciembre de 1952

Ana,

He recibido una carta de tu tío. Hace un mes le escribí para pedirle ayuda.
Quería saber la verdadera razón de tu silencio. En su carta, tu tío me dice que
si en todo este tiempo no he obtenido ninguna respuesta… es porque tú ya no
quieres saber nada de mí. Que me has olvidado. Tú ya te habías puesto las
gafas de colores… ya habías adoptado una nueva manera de ver la vida.
Estabas ya en otra dimensión.

Así que supongo que por mucho que me duela eso es lo que también he de
hacer yo. No hay motivo por el que dudar de lo que me ha escrito tu tío.
Después de todo este tiempo sin ninguna noticia de ti… no tengo más remedio
que creerle. Por eso esta es la última carta que te escribo, Ana. La carta de mi
despedida. Durante este tiempo pensé que a lo mejor esta distancia nos iba a
hacer bien… que fortalecería nuestro amor. Tonto de mí.

Pero no te guardo rencor, Ana. Creo en ti, sé que vales mucho. Espero que la
próxima vez que nos veamos… te hayas convertido en la modista que siempre
has anhelado ser. Quiero ver tus diseños triunfando en los desfiles de París,
esos con los que siempre has soñado. Confío en ti, espero que la suerte te
salude con la más amplia de las sonrisas. Ana, te deseo lo mejor.

Hoy hace una mañana fría y gris en Londres. Desde hace unos días, una
espesa niebla cubre toda la ciudad... Las autoridades cierran hospitales,
teatros, colegios… Ahora mismo, a través de mi ventana, no puedo ver nada
más allá del cristal. Tan solo una densa capa de humo gris, impenetrable… Así
que ahora, en cuanto termine de escribirte estas palabras, saldré fuera y
buscaré a tientas el buzón que se encuentra al final de la calle. Allí dejaré esta
carta. Y después, Ana, al fin… desapareceré de tu vida, envuelto para siempre
entre la niebla de Londres.

Adiós, Ana.

Te quiero… a pesar de todo.

Alberto
Londres, 11 de noviembre de 1952

Apreciado Don Emilio,

Sé que lo último que Usted se podría esperar es recibir una carta mía, pero
creo que Usted es la única persona que me puede ayudar en este momento.
Por favor, lea estas palabras con la misma dedicación con la que yo las estoy
escribiendo. Son palabras que hablan sobre lo único que Usted y yo podemos
tener en común: Ana, nuestra Ana.

En los últimos meses me han dicho muchas veces que Ana y yo pertenecemos
a dos mundos diferentes, pero siempre que me lo dicen, respondo que ellos no
conocen a Ana como lo hago yo. Si así lo hicieran sabrían, como también lo
tiene que saber Usted, que Ana es esa mujer inteligente, amable, honesta,
divertida… que parece que sólo yo en mi familia sé ver. Si Ana y yo
pertenecemos a dos mundos diferentes, es porque el mundo de Ana es mucho
mejor.

Cada mes de los que he pasado en Londres he escrito una carta dirigida a Ana.
Pero esas cartas nunca han tenido respuesta. Esto me ha hecho tener los
peores pensamientos: que Ana nunca haya recibido mis cartas, que Ana haya
sufrido algún accidente… que Ana me haya olvidado.

Por eso le escribo a Usted. Por favor, si Usted alguna vez amó a alguien con
todas sus fuerzas, si alguna vez sintió que la vida sólo tenía sentido si era en la
compañía de esa persona… Dígame a qué se debe este silencio. Sé que Usted
tampoco ha aceptado nunca nuestra relación. Pero si en algo le he podido
conocer durante todos estos años, es para tener la certeza de que Usted, Don
Emilio, ha sido siempre un hombre honesto e íntegro.

Espero ansioso su respuesta.

Con afecto

Alberto Márquez
Londres, 5 de Septiembre de 1952

Querida Ana,

En el almacén en el que he trabajado de aprendiz todo este verano, están


preparando el desfile de la nueva temporada. Aquí soy uno más. Nada de
señorito Alberto, he vivido durante estos tres meses la vida que tú siempre has
llevado en las galerías. Y gracias a eso me he acostumbrado a pensar en ti de
otra manera, una manera que además, me duele menos... Ahora no sólo
intento recordar tu cara. Ahora pienso en ti observándolo todo a través de tus
ojos. La vida… a través de tu mirada, Ana.

¿Te acuerdas? Hace años, un día me dijiste “vas a tener que enseñarme tú”. Y
eso intento, aprender para luego poder compartirlo todo contigo. Así que me he
hecho experto en moda, Ana, quién te lo iba a decir. De moda… y de todo lo
que se pueda vender. Esto es otro mundo. Aquí no sólo puedes comprar ropa o
perfumes, aquí lo puedes encontrar todo. ¡Coches! ¡Lavadoras! ¡Televisores!
Esto es el futuro, todo el futuro, en un solo edificio. Ojalá estuvieras aquí para
verlo.

No quiero olvidarte… Tampoco podría. Pero empiezo a sospechar que quizás


tú… tú sí me has olvidado. Es extraño que en todo este tiempo no hayas
intentado, de la manera que sea, ponerte en contacto conmigo. Si tú sintieras
también lo que yo siento aquí solo, sin ti… esta pena, este vacío… harías todo
lo posible para hacérmelo saber… ¿Me has olvidado, Ana? ¿Te han dicho algo
malo de mí… te han hecho pensar que yo no quiero saber nada de ti?

No puedo olvidarte, Ana… pero a veces pienso que estaré mejor si algún día
llego a lograrlo. Por favor, no dejes que eso ocurra nunca.

Te quiero.

Alberto.
Londres, 22 de mayo de 1952

Querida Ana,

Fíjate en la imagen de la postal que te envío. ¿Ves ese buzón que aparece al
final del puente? Desde ese buzón te enviaré esta carta en unos minutos, justo
cuando acabe de escribirla. Hoy tengo tarde libre y he venido a conocer el Big
Ben. ¿Te puedes creer que he estado todos estos meses en Londres y nunca
había venido a ver el Big Ben? Es como estar en París sin ver la Torre Eiffel…
Es como estar en Madrid y no entrar en nuestras galerías… esto le gustará
leerlo a mi padre, o al que sea que lea estas cartas.

Estos días me están acompañando los Otegui, unos amigos de mi padre. Han
venido a pasar unos días aquí, y se empeñan en invitarme a cenar todas las
noches, me llevan a pasear, al teatro. Han venido con sus dos hijos, que no se
despegan de mí. Como si fueran dos pequeños espías que hubiera contratado
mi padre.

Además los Otegui me han traído una carta de mi padre. Me da la


enhorabuena por las notas que estoy sacando. Me dice que esas notas
demuestran el interés que puedo poner en las cosas cuando quiero, y que por
eso me ha conseguido un puesto de aprendiz en unos almacenes que hay aquí
en Londres. ¿Sabes lo que significa eso, verdad? Me voy a quedar todo el
verano aquí.

Los Otegui dicen que tendría que estar muy ilusionado… pero tú y yo sabemos
bien por qué han organizado todo esto. Para que me olvide de ti. Y yo no me
olvido de ti, pero Ana, he de decirte que a veces pienso que tú sí lo has hecho
de mí.

Este silencio duele mucho. Mucho.

Escríbeme, Ana, escríbeme… no me olvides.

Alberto.
Londres, 25 de abril de 1952

Querida Ana,

Han pasado dos meses desde mi última carta. No es que no haya querido
escribirte durante este tiempo… es que no podía. Desde que me trajeron aquí a
Londres he estado ahorrando. Ahorrando para escaparme de aquí, para viajar
a París, para ir a buscarte…

Todos estos meses he estado sin ir al cine los domingos, sin fumar, guardando
en una caja todo el dinero que mi padre me enviaba para mis gastos. Hasta
había empeñado los regalos que Gloria me había hecho estas Navidades. Y a
finales de febrero exploté.

Aproveché una tarde que teníamos libre para escaparme a la estación y coger
el primer tren que salía hacia Dover. Mi idea era llegar allí coger el ferry que
lleva a Calais, y después viajar a París… Sí, ya sé lo que estás pensando, tú te
habrías dado cuenta antes que nadie. ¡El pasaporte! Vaya hombre de mundo
estoy hecho… Sólo me di cuenta segundos antes de pedir el billete para el
barco. A partir de ahí fue todo muy rápido. La policía, la llamada al internado, el
tren de vuelta, mi padre al teléfono… Imagínate el resto.

Hasta mi padre ha venido a verme. Que esto no puede seguir así, que tengo
que madurar, que te tengo que olvidar… ¿Olvidarte? No saben lo ridículos que
me parecen cuando me dicen que te olvide. Te quiero, Ana. No te olvido,
porque no sé cómo hacerlo… ni tampoco quiero.

Alberto.
Dublín, 14 de febrero de 1952

Querida Ana,

Como has podido ver en el remite, no te escribo desde Londres. Desde hace
una semana estoy de viaje de estudios en… ¡Irlanda! Irlanda es un país mucho
más rural que Londres y ún más lluviosa. Creo que debe parecerse mucho a tu
pueblo, Ana, por cómo me lo describías.

Mateo quiere que hoy vayamos a un bar típico irlandés. Dice que conoce a
alguien que conoce a alguien… Pero antes quería preparar esta carta y
enviarte el pequeño regalo que le acompaña. Imagino que no te habrás
resistido y habrás abierto el sobrecito… Si no lo has hecho, hazlo ahora.
Vamos… es para ti. ¿Lo estás viendo? ¿Lo tienes en la mano? Es un anillo…
pero no uno cualquiera. Es el anillo de Claddagh. Lo compré en Galway, donde
nació la leyenda del anillo.

Dicen que un hombre de allí llamado Richard Joyce emigró para trabajar con la
esperanza de casarse con su amada a su regreso. Sin embargo, el barco fue
capturado durante la travesía y Joyce fue vendido como esclavo a un orfebre
musulmán con el que aprendió este oficio. Cuando el rey Guillermo III subió al
trono, solicitó la liberación de todos los prisioneros británicos. Richard Joyce
quedó en libertad después de catorce años… y Joyce volvió a su hogar para
casarse con su amada. Por eso diseñó un anillo como símbolo de su amor. En
cuanto el dependiente me contó la historia, compré uno. Me dijo que si se lo
regalaba a la mujer que amaba, era lo mismo que decirle que la amaba para
siempre, pasase el tiempo que pasase, sin importar la distancia.

Te quiero.

Alberto.
Londres, 10 de enero de 1952

Hace un mes creía que ahora mismo estaríamos tú y yo lejos de todo. Juntos.
Que este año sería el nuestro. Pero todo ha salido mal, Ana.

No viniste. Estuve esperando más de cuatro horas y no apareciste.

Para colmo, mi familia descubrió que me había escapado y al volver, tuve un


enfrentamiento con mi padre. Él me decía que me habías olvidado, que lo
asumiera y siguiera con mi vida. Pero no le creí. Estaba furioso y le dije que
ojalá se hubiera muerto él y no mi madre. Me cruzó la cara, Ana. Nunca antes
me había pegado. Yo… no debí decir algo así, pero no me he disculpado.
Tampoco él lo ha hecho.

Las vacaciones han sido un infierno. Estaba cabreado con el mundo y contigo.
Incluso había pensado no volver a escribirte, hasta que comprendí algo: estas
cartas las está leyendo alguien más, no cabe duda. ¿Cómo si no iba a saber mi
padre que quería verte el día de Nochebuena? Aun así, he decidido seguir
escribiéndolas… con la esperanza de que algún día, quizás una de ellas,
aunque sea una, llegue a tus manos.

Por suerte, Londres tiene la energía que me falta. A veces creo que la ciudad
no se acaba nunca. Mateo ha conseguido un pequeño trabajo como recadero
en el Ambassadors Theatre, donde están preparando una obra de teatro de…
¡Agatha Christie! Cuando ha terminado de hacer los recados, voy a verle. Nos
subimos al gallinero y nos tragamos los ensayos. Es de las pocas veces que
me olvido de todo. De lo que odio a mi padre, de lo solo que estoy aquí… Pero
no de ti Ana. No te me vas de la mente.

Te quiero.Alberto.

PD: Feliz 1952


Londres, 5 de diciembre de 1951

Querida Ana,Ha pasado un nuevo mes y sigo sin recibir noticias tuyas. A pesar
de que cada vez más me resulta más difícil no voy dejar que la falta de noticias
pueda conmigo. Este mes lo veo todo muy distinto. Debe ser porque la Navidad
está a la vuelta de la esquina.

En Londres la Navidad es muy distinta, hay muchas más luces y colores por
todos lados. En las calles, en los escaparates…

Pero preferiría estar viviendo allí las vísperas de las fiestas, contigo. Tomar las
castañas asadas que comprábamos en la Plaza de Oriente, el turrón que nos
daba tu tío que le mandaba su amigo de Valencia… Pero me niego a no poder
darte un regalo este año. Necesito verte.

Por eso, de aquí a final de trimestre voy a ser el alumno perfecto y el hijo
perfecto. He empezado a hablar con mi padre otra vez. Quiero que baje la
guardia y poder poner en marcha mi plan sin riesgos. Porque Ana, tengo un
Plan.

Mi padre me ha dicho que estas navidades las pasaremos en la sierra. No


quiere que pise las galerías, pero pasaré por Madrid. No voy a dar más detalles
por si acaso. Es suficiente que sepas que estaré a las 12 del día de
Nochebuena en el mismo sitio donde te cogí la mano por primera vez.

Si estás leyendo esta carta, no me falles. Es mi última esperanza.

Te quiero y cuento los días hasta que llegue ese momento…

Alberto
Londres, 9 de noviembre de 1951

Querida Ana:

Llevo tres meses aquí y no me canso de recordarte y de quererte. Siento no


haberte escrito antes pero hasta hoy no me han levantado la prohibición de
enviar cartas. Y eso que hace más de cinco días que terminó mi último castigo.
¡Por fin!

Durante tres semanas lo único que he hecho ha sido ir a clase, estudiar, limpiar
encerados, sacar brillo a los suelos de las aulas… así, día tras día. Me aislaron
en uno de los cuartos y no tenía compañeros de habitación. Pero eso no ha
sido lo peor. Mi padre se empeñó en que el castigo fuera ejemplar y no he
podido cruzar palabra con ninguno de mis compañeros. Creí que me volvía
loco, Ana. Con el único que pude comunicarme fue con Mateo.
Aprovechábamos la hora del almuerzo. Yo me sentaba solo en una mesa y
cuando él pasaba a mi lado, negaba con la cabeza. Era su forma de decirme
que no habías escrito. Y todos los días el mismo gesto.

¿Por qué no me escribes?, ¿por qué? Tu recuerdo me ha dado fuerzas durante


este tiempo pero cada día que pasa, me cuesta más soportarlo. Si solo supiera
que tú también piensas en mí, que no me has olvidado… Solo con eso podría
aguantar mil castigos como este.

He dejado de hablar con mi padre. Este mes ha estado llamando pero me he


negado a ponerme al teléfono. Ayer se presentó aquí con mi hermana y Gloria.
Pasé el día por la ciudad con ellos, pero te juro que ni le miré a la cara. Él está
muy furioso e insiste en que entre en razón… que si me estoy comportando
como un niño caprichoso… que si mi cabezonería me va a costar más de lo
que creo… pero yo no digo nada. Mi silencio es mi respuesta. Sé que esta
indiferencia le hace daño pero es lo que se ha buscado al separarnos. Si no
quiere que esté en Madrid, no tendrá hijo… no hay nada más que decir.

Estoy cansado de que nadie entienda que lo que por ti no se puede cambiar de
la noche a la mañana. No lo entendía tu tío, ni mi padre… pero tampoco lo
hace Mateo. Ayer Mateo me insistió en salir a dar una vuelta y como se puso
tan pesado, acepté. Cuando estábamos en la esquina de la calle me pidió que
esperara porque iba a unirse más gente. Al cabo del rato, llegaron dos chicas
del internado cercano con las que Mateo había quedado y me di cuenta. Era
una encerrona. Discutí con él y volví a mi habitación. Según Mateo, la doble
cita era para ayudarme a olvidarte. Si hubiera estado enamorado de verdad,
igual que yo lo estoy de ti, sabría que eso es imposible. Aún así le he
convencido para nos ayude. No sé si es a mí al que no le llegan tus cartas, así
que si me escribes, hazlo a nombre de Mateo Ruiz, a la misma dirección que a
mí. Si él recibe tu carta me la entregará.

Te quiero, y nada ni nadie podrá cambiar eso.

Alberto
Londres, 15 de octubre de 1951

Querida Ana,

Hace casi un mes que te escribí la primera carta y no sé nada de ti... No sé si la


has recibido pero imagino que no... No puedo pensar que lo hayas hecho y no
quieras saber nada de mí... Me niego a pensar eso porque estoy seguro de que
estarás echándome de menos tanto como yo a ti. Que también te cuesta dormir
por las noches y te falla el apetito, y.... que cuando la gente te pregunta por qué
ya no sonríes, la respuesta es siempre la misma... Todo me recuerda a ti.

Le he pedido a un amigo que te envíe esta carta... Sé que en cuanto veas a


Philipe Ray en el remite sabrás que soy yo. Espero que eso haga que la
recibas... Si no ya no sé qué voy a hacer, Ana...

Supongo que por ahí ya habrán empezado a planear el nuevo desfile de


temporada. Mi padre debe estar muy ocupado eligiendo patrones... Pensando
en eso me acordé de la primera vez que te vi. Cuando llegaste con tu tío y te
lancé aquel avión de papel... Y de la primera vez que nos besamos... En la
barandilla mientras presentaban abajo los modelos... Lo recuerdo como si
hubiese sido ayer y ya hace un año..

Yo llevo casi todo el mes castigado en el aula de estudio. Dos horas más todas
las tardes... No sirven de nada... Creía que así iba a conseguir que me echasen
de la escuela pero mi padre se ha asegurado de que no sea así. Dice que
puedo repetir veinte cursos, Ana... que no va a dejar que vuelva.

Lo único bueno de todo este tiempo es que he hecho un amigo: Mateo.


También es de Madrid. Lo había visto alguna vez en las fiestas a las que me
obligaba a ir mi padre pero nunca habíamos hablado... Este es su segundo año
en Londres... Coincidí con él en el aula de castigo. Nos mandaron a ambos por
mi culpa. Estaba en clase de matemáticas y no era capaz de atender la
pizarra... así que me puse a hacer aviones de papel: acordándome de ti...
Mateo los cogió e intentó lanzárselos por la ventana a unas chicas que
pasaban por la calle... Le pegué un puñetazo... Debes pensar que estoy loco
por lo que te estoy contando, pero... Sentí que me quitaba lo único que tenía de
ti. Aún tiene el ojo morado... Pero nos hemos hecho amigos. Es divertido...
Supongo que mi padre pensaría que también me equivoco buscándome estos
amigo pero... A ti te caería bien. Seguro. Lo único malo es que no hace más
que intentar ligar con las chicas del colegio de al lado... y no entiende por qué
no le sigo... Es igual. Tampoco necesito que lo entienda... Lo entiendo yo y eso
basta.

El tiempo se me hace eterno. Sueño con que vienes a verme y que yo te digo
que vuelvo contigo a las Galerías, que somos felices, que nada ni nadie se
interpone entre nosotros… y entonces me despierto y me doy cuenta de que lo
único real es que sigues siendo lo mejor de mi vida.

Espero que puedas escribirme pronto. Cuando lo hagas, por favor, envíame
una foto. Necesito tenerte cerca como sea.

Te quiero, y no dejo de pensar en ti. Alberto.


Londres, 17 de septiembre de 1951

Querida Ana,

Acabo de llegar a Londres y lo único que pienso es que no estás aquí... La


ciudad es fea, no para de llover, y yo no paro de pensar que ahora mismo, si no
fuera por mi padre, podríamos estar los dos juntos, en París.... Lejos de todos.
Y sobre todo lejos de ellos... Lo odio tanto, Ana.... Odia tanto a mi padre... Que
no creo que pueda perdonarle nunca haberme mandado aquí sin dejarme ni
siquiera despedirme de ti.

El colegio es casi peor que la ciudad. Solo me dejan escribir una carta y hacer
una llamada al mes.... Ayer te llamé a las Galerías, pero me pasaron
directamente con mi padre, así que supongo que la próxima vez que lo intente
harán lo mismo. Pero ¿sabes qué?, da igual lo que haga... Él, Gloria... o tu tío.
Da igual cuanto me separen de ti, porque eso no va a hacer que deje de
quererte. Y te juro que pronto voy a encontrar la manera de que podamos estar
juntos...

Me da igual si tengo que hacer que me echen del colegio... Voy a hacer lo que
sea para salir de aquí y estar contigo.

Pero mientras prométeme que no vas a olvidarme... Que cada vez que subas a
la azotea vas a pensar en mi... Porque es lo único que me da fuerzas.
Acordarme de eso... de nuestra canción y de todo lo que ha pasado este año...
Porque ha sido el más feliz de mi vida... Y sé que no puede acabarse así.

Sé que piensan que no sé lo que hago... Pero sí lo sé... Y no me importa quién


sea tu tío... Ni si tú eres una aprendiz o... una costurera... Él no lo entiende
porque no ha sentido por nadie lo que yo siento por ti. Solo le importa el
negocio, y el dinero... pero sabes que a mi eso me da igual si estamos juntos.
No me importa si tengo que trabajar de recadero, o de lo que sea, para estar a
tu lado... Porque sé que sería mucho más feliz. En cualquier sitio, contigo.
Porque eres lo mejor que me ha pasado nunca...

Me siento solo. No tengo a nadie a quien contarle todo esto y te echo de menos
todos los días. Echo de menos que me enseñes los dibujos de los trajes que
vas a hacer cuando trabajes con un gran diseñador... Y me hables de Doña
Blanca y de lo mal que se porta contigo... Echo de menos tu sonrisa, tus
besos... Tu cara... Ni siquiera he podido traerme las fotos que me regalaste por
mi cumpleaños... Pero me acuerdo de cada cosa, Ana. Voy a volverme loco de
tanto recordarlo.

Escríbeme, por favor, escríbeme y dime que me estás esperando... Y que tú


tampoco me vas a olvidar pase lo que pase... Que me necesitas tanto como yo
a ti aunque estemos lejos. Y que vamos a vernos pronto. Porque no sé cuánto
tiempo puedo estar lejos de ti.

Te quiero, Ana... Te quiero más de lo que nunca he querido a nadie.

Alberto

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