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Bibliografía: Chamberlain, M.E: La Descolonización. La caída de los Imperios Europeos.

España, Ariel, 1997. pp.78-82

Kenia

Este territorio le planteó al gobierno británico una prueba mucho más dura. Desde el punto de
vista climático era un lugar adecuado para los asentamientos europeos, y, a finales del siglo
XIX, los británicos se convencieron de que estaba lleno de zonas extensas y escasamente
pobladas; resumiendo, que se trataba de una «nueva Australia», para utilizar la entusiasta
fraseología de la época. Incluso, y durante breve tiempo, llegaron a pensar que podía convertirse
en la «residencia nacional» del pueblo judío. Los colonos británicos fueron llegando en pequeña
cantidad inmediatamente antes y después de la primera guerra mundial, y ya en una cuantía muy
superior al acabar la segunda, momento en el que algunos ciudadanos se cansaron de la
austeridad de posguerra o de la política del gobierno laborista. La comunidad británica
expatriada en Kenia en el período de entreguerras constituyó aquella clase disipada que tan bien
retrató James Fox en su obra White Mischief (1982), pero introdujo en la zona una agricultura de
plantación, dedicada a la producción de café y té, que tuvo gran éxito.

Los colonos británicos no albergaban ninguna duda de que el país les pertenecía y esperaban
que prosperase una forma de gobierno similar a la de Canadá o Australia, pero recibieron un
jarro de agua fría en forma de «libro blanco» de Devonshire, de 1923. (El duque de Devonshire
era el ministro de Colonias en el gobierno de Bonar Law.) En ese libro blanco se les
comunicaba lisa y llanamente que la concesión de un gobierno responsable para un futuro
próximo estaba «fuera de discusión». Y añadía: «En primer lugar, Kenia es un territorio africano
y el gobierno de su majestad considera que es necesario, de manera definitiva, recordar según su
opinión más considerada que los intereses de los nativos africanos deben ser lo más importante,
y que, en el momento en que sus intereses y los intereses de las razas inmigradas entraran en
conflicto, prevalecerían los de aquéllos.» Es cierto que, en los años que siguieron, el gobierno
británico no siempre habló con tanta claridad, pero continuó manteniendo el principio esencial.
El «libro blanco» de Devonshire hacía referencia a razas inmigradas en plural, y la situación se
complicó aún más a causa de la existencia de una comunidad asiática que había entrado en aquel
territorio no, como en algunos casos afirma la leyenda, para construir la red de ferrocarriles,
sino, y más a menudo, para aprovecharse de esos ferrocarriles con el fin de transportar
mercaderías hasta el corazón del continente africano. La asiática se transformó en una
comunidad muy próspera, y, en ocasiones, sus miembros se convirtieron en prestamistas. Como
consecuencia de ello, eran odiados por los africanos tanto en Kenia como en Uganda. Inspirados
en el ejemplo de la India, en Kenia los asiáticos se movilizaron, en los años que siguieron al
final de la primera guerra mundial, para conseguir vina ampliación de los privilegios que ya
poseían. En 1906 se estableció un consejo legislativo, y en 1927 se reestructuró de tal manera
que ahora contaba con una veintena de miembros, de los cuales once eran europeos electos,
cinco indios también por elección, un árabe electo y un único miembro por nominación para
representar a los africanos.

En esta época los africanos apenas habían comenzado a organizarse, pero alguna forma de
organización existía ya entre la etnia kikuyu; este pueblo, que no había sido dominante en Kenia
con anterioridad, a la manera en que lo habían sido los pastores masai, era de agricultores en la
zona en que se había establecido la capital, Nairobi. Se habían visto más afectados por los
problemas derivados de la propiedad de sus tierras que las demás tribus, pero también es cierto
que tuvieron mayores posibilidades de entrar en contacto con las ideas y la educación europeas.
Jomo Kenyatta, quien, andando el tiempo, se convertiría en su líder, había recibido su primera
educación en la escuela de una misión presbiteriana. La primera organización africana, la
Asociación Kikuyu, se fundó en 1920, pero se trataba de un organismo muy moderado,
compuesto sobre todo por ancianos y por jefes.
En 1921 se creó la Joven Asociación Kikuyu (después se convertiría en Asociación Central
Kikuyu), fundada por jóvenes, educados como el propio Kenyatta en las escuelas de las
misiones, que estaría definida por un temperamento mucho más radical.
Kenyatta estuvo en el extranjero entre 1929 y 1946. Al regresar se encontró con que la
Asociación Central Kikuyu había sido condenada por sedición durante la guerra y con que
parecían haberse hecho muy escasos avances en cuanto al progreso constitucional. Aunque en
1948 había una mayoría no oficial en la asamblea legislativa, los cuatro miembros africanos aún
lo eran por designación. No sería hasta 1952 cuando los africanos comenzaron a formar parte
del consejo por elección y siguiendo para ello un complicado sistema indirecto.

Los primeros años de la década de 1950 (1952-1955) fueron testimonios de la aparición de


acciones ejecutadas por terroristas, conocidos de manera general como Mau Mau. Sus
componentes eran integrantes de la tribu kikuyu, y su nacimiento parecía haber estado mucho
más relacionado con tensiones económicas y con temores provocados por discusiones acerca de
la propiedad de las tierras que con reivindicaciones políticas. Sus espantosos juramentos, y, en
ocasiones, sus atrocidades, extendieron el terror entre la comunidad europea, aunque, de hecho,
la mayor parte de tales atrocidades las cometieron tomando como víctimas a jóvenes africanos.
Nunca ha quedado claro si Kenyatta tenía alguna clase de relación con el Mau Mau, pero fue
arrestado y confinado en la zona norte de la colonia.

Los colonos blancos no podían derrotar al Mau Mau por sí mismos y se vieron obligados a pedir
el envío de tropas de refuerzo procedentes de Gran Bretaña. Es posible que John Hatch esté en
lo cierto cuando afirma que esta necesidad de pedir tropas británicas acabó finalmente con
cualquier pretensión que aún pudiera quedarles a los colonos de que serían capaces de gobernar
un Estado independiente (Hatch, 1965, p. 334).
En medio de los problemas que planteaba el Mau Mau en Kenia, entró en vigor otra nueva
Constitución, la Lyttleton (por el nombre del ministro de Colonias británico de aquel momento,
Oliver Lyttleton). Planteaba un sistema extremadamente complejo diseñado con el fin de
permitir que los africanos adquirieran cierta experiencia ministerial. A ella se opusieron
duramente los colonos más reaccionarios; pero, al mismo tiempo, Michael Blundell creaba un
nuevo partido entre los europeos, el Partido del País Unido, con el objetivo de trabajar en pro de
una sociedad que sería multirracial, al tiempo que salvaguardaría los derechos políticos y los
derechos sobre la tierra de los europeos.

Pero incluso estas propuestas se vieron abocadas a la ruina. La tendencia del momento se
inclinaba con toda firmeza a favor de hacer de Kenia un país africano independiente, aunque la
Constitución Macleod, de 1960 (que tomaba también el nombre del secretario colonial del
momento, lain Macleod), reservaba algunos escaños del consejo legislativo a varios grupos
minoritarios, incluidos los europeos.

Los africanos habían fundado dos principales partidos políticos: la Unión Nacional Africana de
Kenia (KANU), que basaba su fuerza en la participación de las tribus kikuyu y luo y que
favorecía, por lo general, un sistema centralizado de gobierno, y la Unión Democrática Africana
de Kenia, apoyada por los masai y por un cierto número de tribus de menor población, que
hubieran preferido un sistema más federal. El KANU, dirigido por Kenyatta, ganó las elecciones
de 1963, las últimas con anterioridad a la independencia, que tuvo lugar el 12 de diciembre de
1963. Lo mismo que Tanzania con Nyerere, Kenia con Kenyatta comenzó a transformarse en un
Estado pacífico, si bien con un sistema de partido único en la práctica. (Oficialmente se
convirtió en un Estado de partido único en 1982, tres años después de la muerte de Kenyatta.)
Bibliografía: Bertaux, Pierre: África. Desde la prehistoria hasta los estados actuales. España,
Siglo Veintiuno Editores, 1970. pp-277-282

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