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FIDEL OÑORO, CJM ©

ENTRE LA GRACIA Y LA LIBERTAD:


LAS TRES RAÍCES DE LA VIDA DE MARÍA (LC 1, 28)

En Lc 22, 28, la identidad del discípulo en Lucas se expresa en términos de perseverancia,


de fe inquebrantable, de solidez en el seguimiento de Jesús, en última instancia se trata de
una cualidad: “Ustedes son los que han perseverado conmigo en mis pruebas” (Lc 22, 28).

Para comprender mejor el discipulado de María, la manera como ella se sitúa en el camino
de Jesús y de su Evangelio, vamos a volver sobre el relato de su vocación. En él podemos
ver la tarea que recibió y el puesto que ocupa en la historia de la salvación, pero también
descubriremos elementos que nos hablan de nuestra propia relación con Dios y que animan
nuestro esfuerzo por la fidelidad.

El relato de Lc 1, 26-38 es quizás uno de los más conocidos de los Evangelios y de toda la
Sagrada Escritura. Aparece una y otra vez en la Eucaristía de muchas fiestas marianas. Lo
recordamos en el comienzo de cada Ave María.

En nuestra Lectio, vamos a detenernos sobre todo en el comienzo del relato:“Alégrate,


llena de gracia, el Señor está contigo” (1, 28). Estas palabras forman un arco dialogal que
desemboca en la frase final de María: “He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu
palabra” (1, 38). Ambas frases contienen elementos únicos y particularmente importantes.
En el centro está ciertamente Jesús y el anuncio de su nacimiento, pero la escena enfoca su
atención también en la persona de María y las bases sobre las que comienza a construirse el
perfil de su discipulado.

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”

El saludo del Ángel contiene tres elementos: (1) la exhortación a la alegría, (2) la
descripción de la relación de Dios con María y (3) la seguridad de la ayuda de Dios.

Comencemos con el tercer elemento.

1. “El Señor está contigo”

La expresión es familiar para nosotros ya que la repetimos en la liturgia: “El Señor esté con
ustedes”. Sus raíces están en una expresión bíblica. Sin embargo, ¿estamos conscientes del
significado de esta expresión?

El uso de este saludo en la Biblia nos permite ver la hondura de su significado.Vamos a


examinar dos datos, a partir de ellos veremos el alcance de esta expresión en la vida de
María.
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(1) Primer dato: en los anuncios de nacimiento en la Biblia no se le dice a nadie “El
Señor está contigo”

Los anuncios de nacimientos no son frecuentes en la Biblia. Tenemos los siguientes casos:
- Agar, la criada de Sara, recibe el anuncio del nacimiento de Ismael (Gn 16, 11).
- Abraham recibe el anuncio del nacimiento de Isaac en dos ocasiones (Gn 17, 19; 18,
10. 14).
- La mujer estéril de Manóaj escucha el anuncio del nacimiento de su hijo Sansón (Jc
13, 5).
- El profeta Isaías le comunica al rey Ajaz el nacimiento de un niño (Is 7,14).
- En el Nuevo Testamento, a José recibe instrucciones sobre el nacimiento de Jesús
(Mt 1, 21).
- Zacarías recibe el anuncio del nacimiento de su hijo Juan (Lc 1, 13).

Los términos de todas estas comunicaciones tienen mucho en común entre sí y con el relato
de la anunciación a María (Lc 1, 31-33). Sin embargo, ninguno de todos estos anuncios
contiene la frase: “El Señor está contigo”. Sólo María recibe esta expresión de ayuda de
parte de Dios; Dios está con ella en el acontecimiento del nacimiento de Jesús.

¿Por qué esta excepción?

(2) Segundo dato: en los relatos vocacionales en los que Dios dice “El Señor está
contigo” ninguno tiene que ver con un nacimiento

La expresión “El Señor está contigo” aparece en una serie de pasajes vocacionales, pero
éstos no tienen que ver con un nacimiento. Veamos:
- Cuando Dios se le aparece a Moisés y lo llamada desde la zarza ardiente, Dios le
asigna una tarea: “Ahora, pues, ve; yo te envío al faraón para que saques a mi
pueblo, los israelitas, de Egipto” (Ex 3, 10). Sin embargo, Moisés pone una
objeción: “¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los israelitas” (3, 11).
Entonces Dios le responde: “Yo estaré contigo” (3, 12).
- Cuando Josué recibe su tarea de parte de Dios, se le dice: “Pasa ese Jordán, tú con
todo este pueblo, hacia la tierra que yo les doy” (Jos 1, 21). Al mismo tiempo Dios
le asegura: “Lo mismo que yo estuve con Moisés estaré contigo; no te dejaré ni te
abandonaré” (1, 5).
- Cuando Jeremías es llamado, Dios le dice:”Yo profeta de las naciones te constituí”
(Jr 1, 5). El profeta pone objeción: “Ah, Señor Yahvé! Mira que no sé expresarme,
que soy un muchacho” (1, 6). Entonces Dios le dice: “No les tengas miedo, que
contigo estoy para salvarte” (1, 8).
- Cuando Jesús envía a sus discípulos en misión, les infunde confianza: “Y yo estaré
con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

En estos casos vemos dos cosas:


- Que la expresión siempre proviene de Dios, con ella manifiesta su intervención
definitiva y extraordinaria a favor de su pueblo:
o el pueblo que sale de Egipto y entra a la tierra (Moisés y Josué),
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o el pueblo que había perdido la fe y regresa a su Señor (Jeremías y otros


profetas),
o todos los pueblos que deben ser conducidos a Jesús, el Hijo de Dios
crucificado y resucitado (Mateo).
- Que las personas a quienes se les dice la expresión comprometen completamente y
para siempre sus vidas en una misión. Frente a ella, ellos se percatan de su debilidad
e incapacidad.

Pues bien, Dios no sólo da una tarea sino también la fuerza necesaria para poder llevarla a
cabo. Así es la fidelidad de Dios: no abandona a quienes llama, ni los empuja por el túnel
de un fracaso por causa de su tarea, más bien permanece con ellos sosteniéndolos con su
divino poder. Dios en persona viene en ayuda de su pueblo a través y junto con aquellos
que él ha llamado y elegido para una tarea específica en la historia de la salvación.

(3) Cómo ocurre de forma concreta esa asistencia del poder divino

Volvamos al relato de la anunciación. Cuando el Ángel le dice a María “El Señor está
contigo”, Dios le está asegurando la especial asistencia de su poder porque a ella se le dará
una tarea especial. Desde el puro comienzo María se caracteriza porque “Dios está con
ella”.

Apenas el Ángel le ha dado esta seguridad a María, enseguida le anuncia en qué consiste la
tarea especial para la cual fue escogida:
“Concebirás y darás a luz un Hijo, al cual le pondrás el nombre de Jesús. Será
grande y será llamado Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David
su Padre y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 31-33).

María ha sido elegida para ser la Madre de aquel que es Hijo del Altísimo, a quien Dios
enviará como Mesías, como el último y definitivo rey de su pueblo, y a través de él Dios
concede a todos la plenitud de la vida y la salvación. El interés de Dios por la salvación de
su pueblo es el trasfondo en el cual María ejercitará su rol específico.

La pregunta de María: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (1, 34), expone
que ella está consciente de su incapacidad para llevar a cabo esta tarea, dada su condición
virginal ella no lo puede hacer por su propio poder.

El ángel continúa y le comunica de forma más concreta lo que ya estaba implicado en la


frase “El Señor está contigo”:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder el Altísimo te cubrirá con su sombra,
por eso el que va a nacer será Santo y reconocido como Hijo de Dios” (1, 35).

Es gracias a una libre decisión que Dios envía a su Hijo y es de esta única manera que se
dirige a la humanidad para entrar en comunión con todas las personas. Todo proviene Dios
y de Dios depende. María llega a ser Madre, no por la cooperación de un hombre, sino por
la obra del Espíritu Santo, es decir, por el poder creador de Dios. Su tarea es acoger en ella
esta acción divina para llegar a ser la virginal Madre del Hijo de Dios.
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Todo lo que Dios hace por medio de aquellos a quienes les promete su presencia y
asistencia (“Yo estaré contigo”) es una preparación de su obra. A través de María, Virgen y
Madre, Dios comienza el cumplimiento de su obra de salvación y envía su Hijo al mundo
como Salvador y Señor (Lc 2, 11).

(4) Consecuencias. Una tarea única, envolvente e irrepetible en el marco de la historia


de las relaciones de Dios con la humanidad: la madre virginal del Hijo de Dios

a. Donde está María está Dios

La frase “El Señor está contigo” se refiere a la manera como María concibe virginalmente a
su Hijo y se convierte en la madre del Hijo de Dios.

La concepción es sólo el comienzo de una tarea y de una relación que no terminará nunca.
En consecuencia, el poder de Dios acompañará a María durante toda su vida. Siempre la
podremos reconocer como una persona con la que Dios siempre está, y lo está en relación
con su rol de Virgen Madre del Hijo de Dios. Nadie más puede compartir este rol con
María y éste es su servicio al pueblo de Dios.

b. Dios acompaña a María en todas las etapas de su maternidad y la capacida

Con la concepción comienza la misión de María de ser la Madre del Hijo de Dios. Pero ella
también lo acompaña en todas las fases de su desarrollo humano. Puesto que los deberes de
una madre cambian según la etapa del desarrollo en que se encuentre su hijo, María tiene
una tarea que nunca acaba y que implica la persona entera de ella, todas sus energías y
capacidades.

El rol de María, como el de toda madre, no consiste en una acción externa y transitoria, sino
que involucra todo el ser de la madre y deja una profunda huella, un gran efecto, en toda su
vida. Por tanto, la frase “El Señor está contigo”, que le asegura a María que la poderosa
asistencia de Dios en todos los detalles de su vida, quiere decir, en última instancia que en
su Hijo, el Hijo del cual se ocupa por encargo de Dios, en este Hijo el Señor está con ella.

c. Lo extraordinario e inédito de la misión de María

Pero todavía hay más. En el conjunto de textos que vimos antes y que nos ayudan a
contextualizar la frase nos permitió ver: (1) que en ningún anuncio de nacimiento en la
Biblia se le dijo a nadie “El Señor está contigo” y (2) que en todos los relatos vocacionales
en los que siempre apareció el “El Señor está contigo”, ninguno de ellos tenía que ver con
un nacimiento. Entonces podemos decir con absoluta certeza que:

- [En común con todos] María está al nivel de las grandes vocaciones y tareas que Dios
asigna en el Antiguo Testamento. Con ella, como ocurrió con los otros vocacionados,
Dios hizo avanzar la historia de la salvación.
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- [A diferencia de todos] El servicio específico para cual Dios la elige no tiene parangón,
no tiene antecedentes ni puede ser repetido. Cuando llega la plenitud de los tiempos
Dios envía a su Hijo (Gal 4, 4) por medio del nacimiento en una mujer, no por medio
del oficio de un varón. Dios llamó a María para ser la madre virginal de aquel que es el
único nacido como Hijo de Dios y a través de quien Dios quiso permanecer unido de
forma inseparable a la humanidad.

Es así como Dios nos da la plenitud de la vida y de la alegría.

2. “Llena de gracia”

Anotación previa. El “Ave María”, en el que se combinan el saludo del Ángel (1, 28) con el
Isabel (1, 42), comienza diciendo: “Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor está
contigo”. Aquí insertamos el nombre de María, aunque el Ángel dice nada más “llena de
gracia”, el Señor está contigo”. El Ángel no usa el nombre propio de María sino que hace
referencia a una cualidad particular de la persona. Además de éste, sólo tenemos otro texto
bíblico en el que se saluda a una persona con un calificativo: “El Señor está contigo,
hombre fuerte y valiente” (Jueces 6, 12), le dice el Ángel a Gedeón.

El significado de la expresión

¿Cuál es el significado del “llena de gracia”? Yendo al grano, enseguida podemos decir que
esta expresión no es una traducción literal del original griego, donde leemos
“Kejaritomene” (el participio perfecto pasivo del verbo “Jaritóo” que significa: “hacer
bella” o “amable” a una persona). En el saludo de Isabel, tenemos el término “Eulogemene”
(también un participio perfecto pasivo, en este caso del verbo “eulogeo”, “bendecir”), en
cuyo caso la traducción exacta: “Bendita tú eres entre todas las mujeres”.

a. La prioridad de Dios: La acción de Dios en la persona de María

Para entender estas expresiones un poco más, tenemos que recordar la costumbre judía de
los tiempos de Jesús: no se pronunciaba el nombre de Dios, en cambio acudía a ciertos
eufemismos con el darle una vuelta al problema. Una de las formas para evitar el nombre
divino es el uso del pasivo (lo llamamos “pasivo divino”): en vez de decir “Dios te ha
bendecido”, se dice “Bendita” (o “tú eres bendita”); de esta manera se evitaba la
pronunciación del nombre del autor de la bendición. Por tanto, al comienzo de su saludo,
Isabel expresa cómo Dios ha obrado en María: “Dios te ha bendecido entre todas las
mujeres”.

De la misma manera, el Ángel se refiere a la acción de Dios en la persona de María y le


dice: “Dios se ha complacido contigo… Dios te ha hecho hermosa, encantadora”. La
cualidad que caracteriza a María es precisamente ésta. De ahí que el saludo “Llena de
gracia” no sea un vago cumplido sino la referencia una acción de Dios específica. El Ángel
expresa dos veces seguidas y complementarias, con dos títulos diferentes, cómo es la
relación que Dios tiene con María: “Dios te ha hecho agraciada, el Señor está contigo”.
Claro está, estas dos expresiones están a la base de la exhortación: “Alégrate”.
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b. Primero es la gracia, no el mérito… La fidelidad fundante

María es agraciada a los ojos de Dios. El amor, la gracia, la benevolencia, la complacencia


de Dios se encuentra en ella. El Ángel del Señor le dice con autoridad que ella puede estar
segura de eso, que el ser amada por Dios de esta manera, no es el resultado de sus méritos o
de su comportamiento previo ante Dios, sino de la obra de Dios: “¡Dios te ha hecho así!”.
Entonces no depende de María sino completamente del don de Dios, es entonces un dato
del que se puede estar cierto.

Y, por supuesto, este hecho se convierte en una fuente inmensa e inagotable de María, es
parte del misterioso designio de la elección de María: Dios la ha creado de tal manera que
su amor y su benevolencia están dirigida hacia ella como no lo ha hecho con ninguna otra
criatura, que es de esta manera que ella está unida a Dios.

c. Un nombre nuevo: La persona y la misión

El “Llena de gracia” sustituye el nombre de María, ella se llama simplemente: “Llena de


gracia”, la única que sido creada así, completamente llena, colmada, impregnada hasta lo
más profundo de su ser por el infinito amor de Dios.

En el mundo bíblico el nombre generalmente expresa una característica de la persona, de


ahí que el Ángel deje claro el hecho ésta sea la característica más destacable de María. Uno
puede decir, como lo anotamos al principio, que “María” es el nombre que María recibió de
sus familiares y que “Llena de gracia” es el nombre que Dios le dio.

Tanto el “Llena de gracia” como “El Señor está contigo” establecen las coordenadas de la
relación de Dios con María, teniendo en vista que su vida es una referencia hacia el Hijo
con el cual tiene una tarea de servicio encomendada por este mismo Dios. Ahora podemos
decir que el “Lena de gracia” tiene en vista a la persona de María y que “El Señor está
contigo” a su rol en el plan de salvación.

La primera, “Llena de gracia” sólo está dirigida a María y describe la acción y la actitud de
Dios hacia ella. La segunda, “El Señor está contigo”, también aparece en otros lugares de la
Sagrada Escritura, donde se asigna una tarea especial en la historia de salvación, siendo un
respaldo divino a la persona que necesitará de la poderosa ayuda de Dios para poder
cumplir con su misión. En ambos casos el Evangelio nos invita a contemplar admirados y
agradecidos la manera como Dios se inclina hacia la persona de María y de qué manera ella
entra en relación con él.

3. “Alégrate”

Otra anotación previa. La primera palabra que el Ángel le dirige a María aparece en griego
como “Jaire”, literalmente: “Alégrate” o “regocíjate”. La traducción latina dice “¡Ave
María!”, retomando el saludo habitual latino y no propiamente el texto bíblico. La
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diferencia se puede explicar en el hecho de que “Jaire” (y “Jaírete”) es la forma como se


saluda en el mundo griego, la cuale no es traducidas al latín sino sustituida por la que en
esta lengua se usaba: “Ave”. No es traducción literal sino funcional.

Pero dejemos de lado esa anotación inicial y veamos más bien el sentido de la exhortación
del Ángel a María: ella es invitada a la alegría (y más adelante será fuente de alegría: por lo
que le ocurre a Isabel y a Juan en la visitación y por lo que ella misma dice en el
Magníficat: “Todas las generaciones me llamarán dichosa”).

Antes de la entrada de Jesús en el mundo, Dios envió a su Ángel tres veces: a Zacarías, a
María y a los pastores. La primera y la tercera, el Ángel aparece explícitamente como un
mensajero de alegría:
- A Zacarías le dice: “Será para ti gozo y alegría y muchos se gozarán en su nacimiento”
(1, 14).
- A los pastores les dice: “No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para
todo el pueblo” (2, 10).

En este contexto uno no puede pensar que el Ángel, realizando su misión más importante,
quiera empezar su tarea con un saludo banal. Por tanto, en conformidad con la naturaleza
de la misión de María, el anuncio de alegría ya es parte del mensaje, o mejor, el anuncio
está permeado por este sentimiento. Todo lo que el Ángel le anuncia a maría es una razón
de regocijo para María misma y para toda la humanidad.

Este llamado a la alegría muestra que Dios no ve a María como si fuera un instrumento
impersonal e insignificante para el cumplimiento de su plan divino. Todo lo contrario: Dios
involucra a María como persona, su humanidad es respetada completamente. La alegría es
una de las emociones más vibrantes e íntimas de una persona. El llamado a la alegría es la
invitación para participar de forma personal e intensa en la misión que ha recibido y no
cumplirla como una tarea impuesta desde fuera. La misión involucra todas las dimensiones
de la persona de manera profunda e íntima, es un motivo de inmensa alegría.

El Ángel invita a María a alegrarse. Sin embargo su primera reacción no es la alegría, sino
la sorpresa, el estupor. María se pone a reflexionar sobre el significado del saludo recibido.
Es que la alegría no puede ser impuesta, no es un mandato. María necesita tiempo para que
brote, crezca y se desarrolle en ella la alegría. Especialmente, necesita reflexión y
comprensión.

Es por eso que María se pregunta por el sentido del saludo. Su gozo se va haciendo cada
vez más intenso y profundo, y por lo tanto real, en la medida en que penetra en la
comprensión de la tarea que el Señor le ha confiado.

Un primer momento culminante del regocijo de María ocurre cuando su corazón vuela en
las hermosas palabras del Magníficat: su espíritu se alegra, su corazón exulta de alegría.
Esta alegría se manifiesta en palabras de alabanza y glorificación a Dios porque su divino
poder está actuando en ella (1, 46-49).
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Algunas sugerencias para la reflexión…

En primer lugar, pongámonos ante la obra de Dios con María, admirados y gozosamente
agradecidos ante tamaña manifestación del poder de Dios: lo que Dios ha hecho en ella es
único. Dios está unido a María de una manera especial, ella tuvo una misión particular al
convertirse en la Madre Virginal del Hijo de Dios.

En segundo lugar, reflexionemos en presencia de Dios sobre nuestra propia vocación y


misión. Aunque la vocación de María es única, también los tres elementos fundantes de su
discipulado tienen que ver con nosotros:

(1) “El Señor está contigo”. El Señor nos confío una misión y una tarea específica,
dentro de las circunstancias de nuestra vida, como un servicio al pueblo de Dios y la
humanidad. No vivimos para nosotros mismos sino para Dios quien espera de
nosotros la prontitud y la responsabilidad de los siervos. Es posible que sintamos
que no contamos con todos los recursos, pero no estamos solos para llevar a cabo la
tarea, siempre podemos contar con la ayuda de Dios. En todas las dificultades, y
frecuentemente a la hora de los grandes problemas o cuando las responsabilidades
parezcan superarnos, pidamos la ayuda del Señor y confiémonos en sus manos. El
Señor nunca nos pedirá hacer algo sin darnos la gracia que necesitamos para
llevarlo a cabo.

(2) “Llena de gracia”. También esto es propio de la relación de Dios con María. Sin
embargo, Dios no nos ve a ninguno de nosotros de forma genérica o impersonal, él
nos mira uno por uno con cuidado y amor. La prueba más sencilla y elemental es el
e hecho de nuestra existencia: existo ante todo porque Dios lo quiso. En nuestra
vida, sin duda alguna, hay muchos signos del amor de Dios, tenemos que
descubrirlos. Tenemos que estar atentos para descubrirlos y ponderarlos con
gratitud. Hay que tener los ojos abiertos en todo momento para ver y recibir ese
amor de Dios que en cada instante viene a nuestro encuentro. Así nuestra vida es un
continuo abrazo con Dios.

(3) “Regocíjate”. La vocación de María se situó bajo el signo de la alegría. No hay un


motivo más auténtico ni un fundamento más seguro que el gozo ilimitado que
proviene del abrazo de la divina gracia, del amor y del apoyo de Dios. Cuando se
pierden motivos para la alegría se comienza a perder la llama interna de la vocación
(=de la respuesta a la vocación, porque la fidelidad es indestructible) y nos
precipitamos por la ruta segura del fracaso. La llamada es para una tarea particular,
sin embargo está ante todo y en primer lugar la relación con Dios que es la fuente
primera de la alegría. No hay llamada de Dios que no sea en primer lugar un
llamado a la plenitud de vida y, por tanto, a la alegría. Tenemos que descubrir todos
los días la alegría de nuestra vocación y de nuestra misión, lo mejor que nos ha
podido suceder es haber sido llamados como ministros del Señor. La alegría de una
persona que ha sido llamada al servicio del Señor muestra cuán sensible es hacia su
vocación, o más exactamente hacia la presencia de Dios en su vocación. La atención
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vigilante, la comprensión que profundiza y la gratitud por todo lo que


experimentamos deben marcar el camino de la alegría, como nos enseña María.

P. Fidel Oñoro, cjm


Centro Bíblico del CELAM
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Segunda parte
La fidelidad de María con Dios: la respuesta de María (1, 38)

“He aquí la esclava del Señor,


hágase en mí según tu Palabra”

El saludo que el Ángel Gabriel le dirige a María es único: “Alégrate, llena de gracia, el
Señor está contigo” (1, 28). De la misma manera, la manera como María termina el
encuentro es único: “He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu Palabra” (1, 38).

La expresión “la esclava del Señor”, aplicada a una mujer, no encuentra en ninguna otra
parte de la Biblia, sólo aquí. María dice cómo entiende su relación con Dios y también que
consiente llegar a ser la madre virginal del Hijo de Dios. Sólo María y ninguna otra mujer,
es llamada “la esclava del Señor”.

Esto nos permite comprender cómo María no es una más entre otros servidores del Señor,
sino que tiene una posición única en cuanto “esclava del Señor”. Si nosotros queremos
entender el significado de este título, tenemos que estudiar cómo la Biblia habla de siervos
en relación con Dios.

1. El título “siervo” en la Biblia

1.1. En el Nuevo Testamento

La palabra griega para referirse a una mujer esclava es “doulé” y aparece sólo tres veces en
el NT, mientras que término masculino equivalente, que es “doulos”, lo encontramos 124
veces en el NT. “Mujer sierva” se usa siempre para hablar de la relación de una mujer con
Dios.

Ya conocemos la expresión única que usa María: “He aquí la esclava del Señor”. En otra
ocasión, María se describe a sí misma como sierva en relación con Dios: “Ha mirado la
humildad de su esclava” (1, 48). En el otro texto, en la predicación en el día Pentecostés,
Pedro interpreta los acontecimientos refiriéndose al mensaje de Dios por medio del profeta
Joel: “Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu y ellos
profetizarán” (Hch 2, 18; Joel 3, 2). En este caso no llama a un individuo “siervo del Señor”
sino a muchos, y el término no expresa una relación particular con Dios sino que se refiere
a todas las personas sobre las cuales se derramará el Espíritu Santo.

Podemos que sólo María es la única mujer llamada “sierva del Señor”; también es la única
persona cuya relación con Dios es cualificada por el término “sierva”. Hay que tener
presente que es María quien se llama a sí misma en estos términos. Ella misma tiene esta
intuición por el Espíritu Santo.

1.2. “Sierva” en el Antiguo Testamento


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La palabra para denominar a una mujer como “sierva” sólo aparece cinco veces en el AT,
también aquí describe la relación con Dios. Siempre aparece usada en conexión con una
oración de súplica. Un hombre que está haciendo una súplica usa el término “siervo” para
describir su relación con Dios; textos de este tipo son frecuentes. Al usar este término, el
orante no está expresando una relación de subyugación sino de pertenencia. Refiriéndose a
sí mismo como “siervo” el orante le está recordando a Dios que le pertenece a su Señor,
para quien no es como un extranjero sino uno al que le tiene gran confianza. El siervo
puede contar con la asistencia poderosa de su Señor. Muchos Salmos usan este término y
todo israelita se siente capacitado para hablarle a Dios de esta manera.

Rara vez una mujer se denomina a sí misma “sierva” con relación al Señor Dios. Tenemos
el caso de Ana, la estéril que fue madre de Samuel. Ella se dirige a Dios de esta manera:
“¡Oh Yahveh Sebaot! Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y acordarte de mí,
no olvidarte de tu sierva y darle un hijo varón, yo lo entregaré a Yahveh por todos
los días de su vida y la navaja no tocará su cabeza” (1 Sam 1, 11).
Con la misma confianza, la reina Ester va ante Dios:
“Señor y Dios nuestro, tú eres mi único.
Ven en mi ayuda, que estoy sola
y no tengo socorro sino en ti,
y mi vida está en peligro…
Que tu sierva no ha comido a la mesa de Amán…
Que no tuvo tu sierva instante de alegría,
desde su encumbramiento hasta el día de hoy,
sino sólo en ti, Señor y Dios de Abraham” (Ester 4, 17 l.x.y)

La confianza y la sinceridad con que estas mujeres se llaman a sí mismas siervas e intensa
la intensidad con que se dirigen a Dios. Jesús nos enseñó a tener esta misma confianza,
seguridad y sinceridad en la relación con Dios nuestro Padre.

La expresión “hijo de tu sierva” se encuentra en algunas oraciones de súplica:


“Mas tú, Señor, Dios clemente y compasivo,
tardo a la cólera, lleno de amor y de verdad,
¡vuélvete a mí, tenme compasión!
Da tu fuerza a tu siervo,
salva al hijo de tu sierva”
(Sal 86, 15-16; cf. Sal 116, 6; Sab 9, 5).
El orante describe su propia conciencia y comprensión de Dios. Quien ora expresa el hecho
de que pertenece a este Señor compasivo y misericordioso, y procede así usando la frase “tu
siervo”; esto es reforzado por la expresión paralela “el hijo de tu sierva”. De esta forma
declara que pertenece a este Señor bajo un doble título: (1) por su propia cuenta (tu siervo),
y (2) a través de su madre (el hijo de tu sierva), desde el principio de su vida y desde las
raíces de su existencia. Por tanto su confianza muy grande e intensa.

Por lo anterior podemos ver que la palabra, aplicada a una mujer “sierva”, en conexión con
Dios, se encuentra en el AT solamente en oraciones de súplica. Este trasfondo muestra con
claridad la forma inédita como María habla ante el Ángel. El término “sierva del Señor”,
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que se aplica a sí misma, es única. También es única la circunstancia en que habla; no lo


hace en medio de una oración de súplica sino en su respuesta al Ángel del Señor (1, 38) y
en himno de júbilo y alabanza dirigido al Señor (1, 48). No se puede dudar que María,
como la otra mujer orante, quería reconocer a Dios como su Señor, o sea, que ella estaba
íntimamente unida con él y que ella había puesto toda su confianza en él.

Sin embargo, podemos todavía preguntarnos si puede haber otro significado en esta
expresión única. Buscando una respuesta, vamos a ampliar nuestro estudio, hasta ahora
restringida a la palabra femenina “sierva”, examinando el término en masculino, más
precisamente la expresión “el siervo del Señor”.

2. El título “siervo del Señor” en la Biblia

2.1. En el AT

Esta expresión se con relativa frecuencia de varias formas en el AT: “El siervo de Yahvé”,
“el siervo del Señor”, “el siervo de Dios”. Sin embargo, no se usa de forma indiscriminada
por parte de cualquier mimbro del pueblo de Dios. Aparece fuera del contexto de la oración
y se aplica especialmente hombres a quienes Dios le ha confiado una tarea importante a
favor de su pueblo. Estos hombres son principalmente Moisés, David y, en plural, los
profetas. Tenemos el caso especial de Isaías 40-55, en que Dios llama al entero pueblo de
Israel “Su siervo” y donde se pueden encontrar los famosos cánticos del siervo de Yahvé
(42, 1-9; 49, 1-9; 50, 4-9; 52, 13 – 53, 12), que tanta influencia han tenido en la
comprensión de la pasión de Jesús.

Con relación a Moisés hay un texto que dice:


“Allí murió Moisés, servidor de Yahveh, en el país de Moab, como había dispuesto
Yahveh” (Dt 34, 5).
La carta a los Hebreos contrasta a Moisés el siervo con Cristo el Hijo:
“Ciertamente, Moisés fue fiel en toda su casa, como servidor, para atestiguar cuanto
había de anunciarse, pero Cristo lo fue como hijo, al frente de su propia casa, que
somos nosotros, si es que mantenemos la entereza y la gozosa satisfacción de la
esperanza” (Hb 3, 5-6).
Conocemos el llamado de Moisés en la zarza ardiente (Ex 3,1 – 4,7): su gran tarea con el
pueblo de Israel consiste en sacarlo de Egipto hasta el Jordán.

Con relación a David, recordamos el día de su unción (1 Sm 16, 1-13). Dios manifiesta la
tarea luego en 2 Sam 3, 18: “Yahveh ha dicho a David: Por mano de David mi siervo
libraré a mi pueblo Israel de mano de los filisteos y de mano de todos sus enemigos”.

Con relación a los profetas, su tarea es reconducir al pueblo a la fidelidad a la Alianza


recordándoles los mandamientos y decretos del Señor:
“Yahveh advertía a Israel y Judá por boca de todos los profetas y de todos los
videntes diciendo: Volveos de vuestros malos caminos y guardad mis
mandamientos y mis preceptos conforme a la Ley que ordené a vuestros padres y
que les envié por mano de mis siervos los profetas” (2 Re 17, 13).
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En la base de los textos en que encontramos la expresión “siervo del Señor”, podemos
comenzar a formular una definición. Un siervo del Señor es una persona extraordinaria a la
cual Dios ha escogido y llamado a su divino servicio. A esta persona le es dada una tarea
especial que debe sacar adelante en función del pueblo de Dios y para la obra de salvación.

También podemos observar que estas personas llamadas “siervos del Señor” son casi
idénticas a las que recibieron la promesa:”El Señor está contigo”. Esto destaca la
coherencia interna del relato de la vocación de María.

2.2. En el Nuevo Testamento

La expresión aparece como “siervo de Dios”, “siervo del Señor”, “siervo de Jesucristo” (o
similar), diez veces en singular y cuatro veces en plural en el NT. En singular siempre se
refiere a una persona que anuncia el evangelio, excepto en el caso de Apocalipsis 15, 3,
donde Moisés es llamado “siervo de Dios”, siguiendo el uso del AT. El término s usado al
principio de seis cartas paulinas en las cuales el autor se presenta a sí mismo.

Es típico el comienzo de la carta a los Romanos: “Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado
para ser apóstol, puesto aparte para anunciar el Evangelio de Dios” (1, 1). Pablo se describe
a sí mismo con tres características y justifica su escrito a los Romanos por medio de ellas.
Al comienzo puntualiza su relación con Jesús, denominándose “siervo de Cristo Jesús”.
Expresa su fe en Jesús como Señor y Cristo y afirma que él es su siervo. Las dos
expresiones siguientes muestran que el término “siervo” no es genérico sino que tiene un
significado específico. Pablo afirma su llamado y delinea su tarea. Dios, mediante una
intervención especial, lo ha llamado para ser apóstol (cf. Gal 1, 15-17) y le ha asignado la
tarea de anunciar el Evangelio.

Estos puntos, de forma condensada, traen a la mente los elementos esenciales de las
grandes vocaciones del AT. Cuando Pablo se llama a sí mismo siervo del Cristo Jesús, no
está siendo de forma imaginaria sino que está encuadrando con precisión las bases de su
identidad y autoridad. Pablo también usa el término “siervo del Señor” (o similar) fuera de
la apertura de sus cartas pero sólo para referirse a aquellos que proclaman el Evangelio (Gal
1, 10; Col 4, 12; 2 Tm 2, 24) y no para aquellos a lo que les escribe, el creyente que
pertenece a la comunidad cristiana. Estos posteriormente son llamados “amados de Dios y
santos” (Rm 1, 7; cf. 1 Cor 1, 2; 2 Cor 1, 1; Ef 1, 1; Col 1, 2). El término “siervo del Señor”
describe una relación muy especial con Cristo, basada en el llamado a la actividad
apostólica, y sienta al mismo tiempo las bases de su autoridad apostólica. (Sería interesante
mirar el comienzo de otras cartas: Flp 1, 1; Tito 1, 1; Santiago 1, 1; 2 Pe 1, 1; Judas 1).

Nuestro estudio bíblico del uso de este título “siervo del Señor” en el NT nos muestra que
éste conserva un significado técnico. No es un término genérico para expresar modestia o
humildad, sino que está basado en un llamado específico y está conectado con una tarea
precisa. Este acuerdo con su uso en el AT no hay que dejarlo de lado cuando tratamos de
entender el término “siervo del Señor” cuando está en labios de maría. Tenemos también el
hecho que, de tiempo en tiempo, en lugar de la frase “siervo del Señor” encontramos
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“siervo de Cristo Jesús” (cf. Rm 1, 1; Flp 1, 1; St 1, 1), cuando Cristo Jesús es sustituido
por Dios, siendo considerado igual a Dios. Esto debería hacernos reflexionar sobre el
significado del papel de María, llamada a ser la madre de Jesús.

3. María, la “sierva del Señor”

¿Cuál es el resultado de nuestro análisis del significado de estos términos diferentes? Queda
claro que la expresión “siervo del Señor” es aparentemente simple, es bien conocida y por
eso se pasa de largo fácilmente, pero es absolutamente única. La única mujer en la Biblia
que es llamada así es María y es ella quien se lo aplica a sí misma. Cuando aparece aplicada
a un varón, el término “siervo del Señor” aparece con mayor frecuencia en la Biblia, en
ambos testamentos, y tiene un significado preciso: se refiere a una persona al servicio de
Dios, a quien Dios ha elegido para una tarea particular e importante que repercute en
beneficio de su pueblo.

Es improbable que el término pueda tener un significado diferente en el caso de María. Con
todo, podemos notar otro aspecto único del uso de término por parte de María. Moisés y las
otras figuras notables bíblicas que fueron llamadas por Dios, no se aplican la expresión a sí
mismas, sino que es usada por Dios, por el narrador o por otros. María, por su parte, se lo
aplica a ella misma (Lc 1, 38, 48) y muestra que ella está consciente de su propia vocación.

Lucas presenta a María como una persona que actúa proactivamente en el encuentro con el
Ángel del Señor: reflexiona (1, 29), pregunta (1, 34) y da su consentimiento (1, 38). María
muestra que recibe la comunicación con total atención y comprensión inteligente. Sólo
cuando ha entendido la tarea confiada por su Dios para ser la madre virginal del Hijo de
Dios, ella da su consentimiento.

María comprende que su tarea no es privada sino de gran significado para el pueblo de Dios
y se ubica así entre las grandes figuras de la Biblia:
- Moisés, quien actuó como mediador entre Dios y el pueblo y lo guio a la libertad de la
tierra prometida.
- David, tuvo la tarea de salvar a Israel de las manos de sus enemigos.

El rol de María es algo diferente, pero no menos importante, y tiene un significado definido
que conduce al cumplimiento de la obra de Dios: como madre virginal, María da al pueblo
de Dios al verdadero Hijo de Dios. En el Hijo, Dios se une definitivamente con su pueblo, y
junto con toda la humanidad, libres liberándolos del pecado y de la muerte para conducirlos
a la vida eterna, que consiste en compartir la vida divina. Como madre, María es llamada a
dar vida y acompañar en el camino humano de maduración a aquel a través de quien Dios
ofrece a la humanidad la plenitud de la vida y del amor.

Con su consentimiento libre y personal, María acepta en fe (cf. 1, 45) este rol y abre el
camino para el acto definitivo de salvación por parte de Dios. Como Dios se ha involucrado
amorosamente en la vida de su pueblo a través de sus siervos Moisés y David, y muchos
profetas, así a través de su sierva María, Dios conduce a la plenitud de la salvación por
medio de su Hijo Jesús. El servicio de Moisés y David promovió el bien de todos los
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israelitas y, al mismo tiempo, el servicio de María abre a todo ser humano el camino de
salvación.

Puede parecer que nuestro punto de vista es estrecho al interpretar la respuesta de María de
esta manera y atribuirle a ella esta comprensión de su tarea. Sin embargo, debemos tener
presente que Lucas presenta a Isabel como una mujer con la misma inteligencia y claridad.
Llena del Espíritu Santo, Isabel felicita a María y dice: “Bendita tú eres entre todas las
mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! Quién soy yo, para que venga a mí la madre de
mi Señor?” (Lc 1, 42-43). Si Isabel afirma y reconoce que María es la madre de su Señor,
no veo por qué María no podría tener igualmente una conciencia clara de su rol y de su
posición en la historia de salvación.

Con sorprendente certeza María afirma en su himno de Alabanza: “de generación en


generación me llamarán bienaventurada, porque el Poderoso ha hecho grande obras en mi”
(1 48-49). María no sufre de falsa humildad sino que reconoce la realidad. Las grandes
cosas que el Todopoderoso ha hecho en ella, es real; no se trata de perfecciones o méritos
logrados por sí mismo. Estas grandes cosas son la razón por las que ella será llamada
bienaventurada.

En conclusión, el Himno mariano de alabanza remite explícitamente a la historia de


salvación: “Ayudó a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como había
anunciado a nuestros padres, a favor de Abraham y de su linaje por los siglos (1, 54-55).
Cuando María se autodenomina “sierva del Señor”, ella simplemente apunta a su lugar en
esta historia de salvación, de la cual ella está verdaderamente consciente.

Anotación complementaria

Como ésta es la última conferencia, permítanme terminar con esto:

Desde niño, siempre me ha resonado con una música especial el Salmo 43. El
descubrimiento de la hermosura del sacerdocio por medio del sacerdote de mi parroquia
donde era monaguillo estaba acompasada por un canto de entrada, precisamente este
Salmo, que se repetía mucho: “Me acercaré al altar de Dios, la dicha de mi juventud”.

El Salmo dice:
“Envía tu luz y tu verdad, / ellas me escoltarán, / me llevarán a tu monte santo, / hasta
entrar en tu Morada.
Y entraré al altar de Dios, / al Dios de mi alegría. Te alabaré gozoso con la cítara, / oh Dios,
Dios mío”
(vv. 3-4)

Cuando llega a la meta anhelada del Templo, el peregrino siente que tiene dos amigos que
lo toman de ambos brazos y lo conducen hasta la presencia de Dios. Estos dos apoyos se
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llaman: Tu Luz y Tu Verdad. Hoy me atrevería a hacer una ligera modificación al texto
diciendo que los dos apoyos que me acompañan son la “Fidelidad de Cristo” y la
“Fidelidad de María”.

Le pido a él y a ella que me tomen en sus manos y sostengan los pasos vacilantes de mi
fidelidad en la subida hasta el altar, hasta el Dios de mi alegría, sobre todo hasta la gozosa
meta, cuando llegue el día en que no soltaré jamás la citará en la alabanza gozosa de mi
Señor.

Amén.

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