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Castro Muñoz, Bárbara

Universidad de Concepción
Asignatura: Temas de Historia Medieval y Moderna
Curso: 3º / Año Académico: 2017
Profesor: Sanyar Lagos Vigouroux

Paul VEYNE: “El Imperio Grecorromano”. ¿Qué Era un Emperador Romano? Akal
Universitaria. Madrid, 2009, pp. 11- 68.

RESUMEN
No obstante, siempre “suponemos” que es el término “Emperador Romano”, ¿pero estamos
totalmente seguros de su verdadero significado? y/o de ¿cómo se llegaba hacer emperador? Paul
Veyne da respuesta a tales cuestiones –y varias más– en el primer capítulo de su libro titulado: El
Imperio Grecorromano. Precisamente, en este capítulo nos inserta desde el principio sobre cómo los
llamados emperadores a diferencia de lo que fueron las monarquías de la realeza medieval y
moderna, el régimen de los cesares fue muy diferente de aquellas. El emperador romano ejercía un
oficio bastante arriesgado: el de mandatario de la colectividad, siendo totalmente diferente al
monarca del antiguo régimen. Paulatinamente, Veyne, nos inserta de lleno en lo que eran las
sucesiones de los césares: “el trono [dice Veyne] no era propiedad de nadie, ni de un individuo ni de
una dinastía” (P. 13), por tanto podrían crearse conflictos fácilmente por la sucesión al trono y por
sobre todo al riesgo que se tenía de una guerra civil. Sin embargo, la transmisión de todo emperador
era preparar la siguiente sucesión a su hijo de manera pacífica, ya que sería la opción menos
discutible y a la que pocos aspirantes tendrían la valentía de oponerse, es por ello que Veyne nos
demuestra otra cosa, que claramente existe una contradicción con respecto a la transmisión del
poder, en este caso del emperador, ya que se supone que es “elegido por la soberanía de todos”, aun
así, este no deja de transmitir el poder a su hijo, y el pueblo y el senado lo acepta.
A lo largo del capítulo, hace mención a las diferencias entre el Imperio y el Senado y como
el prínceps deja de pertenecer a la nobleza senatorial, pasa a convertirse en señor de todos sus
súbditos y que desde el 212 d.C eleva a todos aquellos habitantes no esclavos del imperio en
ciudadanos romanos. Desde aquí, mantiene Veyne que los príncipes se habrían conformado e
infundado a través de sus hábitos y excentricidades, que el pueblo y el senado habían aceptado,
aunque habitualmente a este tipo de comportamientos en cuanto eran excesivos solemos llamarlo
como Megalomanía, que caracterizo a algunos emperadores de buena forma por ser buenos
emperadores, a los otros no fue así como el caso de los malos emperadores. Además, hace total
apreciación a lo que fueron los llamados “césares locos”: Calígula, Nerón y Cómodo. Cada uno de
estos casos fue diferente a raíz de una megalomanía personal, aunque esto fue una gran utopía de la
época, sin embargo, por medio de este capítulo, Veyne nos lleva más allá de las excentricidades de
estos emperadores, ya que a través de los éxitos militares o diplomáticos, es que se da la
confirmación de que a pesar de sus megalomanías, estos emperadores confirmaban su grandeza
innata sobre todo a partir de una “política exterior brillante”. No obstante, igualmente a estos
cesares “locos” fueron igualmente derrocados y asesinados, aunque “en realidad [dice Veyne] no
hacían mucho daño” (P. 48) sino que desde “su imagen” era el único escandalo verdadero y por el
cual se les ha llamado “césares locos”. Pues dentro de esta obra y el siguiente trabajo, iremos
viendo lo que era y cuál era la vida de un “Emperador Romano”.

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IDEAS PRINCIPALES Y SECUNDARIAS

 Sucesión de los cesares: A diferencia de lo que fueron las monarquías de la realeza


medieval y moderna, el régimen de los cesares fue muy diferente de aquellas, ya que en ellas existía
una conexión mayor, existían lazos “familiares” a diferencia de la “ausencia de una autentica
herencia familiar del trono” por parte de los cesares. Tal hecho se produce porque el emperador
romano ejercía un oficio bastante arriesgado: el de mandatario de la colectividad, siendo totalmente
diferente al monarca del antiguo régimen, en cual este por herencia es propietario de un reino y el
cual es parte de su patrimonio familiar. El emperador en cambio, es el encargado de dirigir la
Republica. El poder imperial, a su vez, era “[dice Veyne] una delegación, una misión encomendada
a un individuo supuestamente elegido o aceptado por el pueblo romano” (P. 12), es por ello que no
existían prácticamente estos lazos familiares, sino que más bien era una sucesión de cesares como
una continua “cadena de delegaciones” que se transformaba en una discontinuidad institucional
frecuente.

-“el emperador no es un rey” dice Veyne, ya que desde un principio queda establecido que
todas las medidas que haya tomado un soberano, estas no siguen siendo válidas a su muerte a menos
a que su sucesor las valide: esta discontinuidad que se crea entre soberanos sucesivos, no es que
suceda automáticamente el actual emperador desde su padre por derecho hereditario, sino que sólo
en la sucesión de su puesto, lo que hace que se establezca cualquier ciudadano adicto a pretender la
salvación común del trono, en este caso algún senador y siempre y cuando no fuera de origen griego
u germánico. Sin dudas, en realidad era que “el trono [dice Veyne] no era propiedad de nadie, ni de
un individuo ni de una dinastía” (P. 13), por tanto podrían crearse conflictos fácilmente por la
sucesión al trono y por sobre todo al riesgo que se tenía de una guerra civil.

 Transmisión del trono: no existía y nunca se pudo establecer una regla de acceso al
trono que impusiera la elección del sucesor, ya que semejante regla habría “ofendido [dice Veyne]
la idea todopoderosa de soberanía popular y habría hecho de Roma un reino” (P. 13) a lo que se
sabe que nunca fue así; pues al senado y al pueblo no les quedaba más remedio que legitimar estos
golpes victoriosos en nombre de la soberanía del pueblo o en establecer un consenso final. No
obstante, a pesar de este ficción creada, existía un principio, con el cual todo emperador se hiso del
poder: tuvo el derecho y posiblemente “el deber [dice Veyne] de traspasar el trono a su hijo, natural
o adoptivo y, llegado el caso, reivindicar este derecho” (P.14). A diferencia de lo que se debía llevar
a cabo, todo era o parecía natural en el cual no hay caso en que un príncipe haya excluido a su hijo
del trono, por tanto, la transmisión de todo emperador era preparar la siguiente sucesión a su hijo de
manera pacífica, ya que sería la opción menos discutible y a la que pocos aspirantes tendrían la
valentía de oponerse. Por lo tanto, a pesar de que no existiera regla alguna para la sucesión legal de
padres a hijos, tanto naturales como adoptivos –este vínculo era tan sólido como el consanguíneo–
la sucesión del trono para alivio general del emperador se consideraba como la culminación de un
reinado satisfactorio.

-Sin duda existe una contradicción con respecto a la transmisión del poder, en este caso del
emperador. Se supone que es “elegido por la soberanía de todos” pero que no es así, ya que este no
deja de transmitir el poder a su hijo, y el pueblo y el senado lo acepta; todo esto se da, sin embargo,
más bien por ser miembro de un clan, de una gens apoyada en fieles tales como la guardia imperial
o las legiones, que habían puesto al emperador en el poder y a su clan. Con ello, en cada cambio de
emperador había una “nueva gens”, que entraba en escena con un nuevo príncipe que transmitirá su
poder a alguno de sus descendientes ya fuera natural o adoptivo.

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 La importancia de los ejércitos y la ocupación/ cargo del “Emperador”: este cuerpo
de oficiales sin duda se acrecentó más durante el siglo IV. Sin embargo, bajo el consenso de todos
los ciudadanos es que se ha convertido en el consenso de todos estos soldados, a diferencia de lo
que era el rango imperial este era el rango más alto dentro de la jerarquía de los oficiales, pero aun
así, esta elección se ve reflejada “por [dice Veyne] un comité de especialistas estaba avalada por el
senado e incluso por los comicios del pueblo” (P. 22), el que pasa entonces como realidad a que el
poder queda en manos del “generalísimo” –sea de origen romano o germánico– que este caso es el
mismo “emperador detrás del cual reinara”. Así mismo, es como se van apoyando –el principado–
en esta farsa en la cual se dice que “los emperadores [dice Veyne] son elegidos libremente y
ratificados legalmente” (P.22), ya que no ocurre así, pues existe un signo revelador como se hace
mención en que a pesar que los gobernantes dejen su legado del poder a su descendencia, esta no
llega más allá de la segunda generación; jamás pudo pasarse una tercera generación, ya que existía
de forma principal la ocupación por las tentativas de usurpación y descontento que se podían dar
que sin duda era lo que se calificaría como que había fracasado en su misión.

-Una principal diferencia entre los emperadores y bajo el Antiguo Régimen, era que en el
antiguo régimen, tanto reyes como súbditos, eran pertenecientes a dos grupos totalmente diferentes:
“se nacía rey [dice Veyne], no se llegaba hacerlo” (P.23). En el caso de Roma, cualquiera estaba en
su derecho o pretendido derecho a poder reclamar “el trono [dice Veyne] a condición de
predominar sobre otros aspirantes y, en primer lugar, con la condición absoluta de ser Senador”
(P.23). Es por ello, que un emperador nunca será igual a los reyes, ya que los reyes están totalmente
tranquilos con ser propietarios legales y hereditarios de su poder, con la seguridad de poder
permanecer con vida y en el trono tranquilos, contando con la total fidelidad de sus súbditos; en
cambio, el cesar o los cesares que si alguna vez fueran vencidos por los bárbaros “no es [dice
Veyne] un príncipe desdichado, sino un hombre incapaz al que es imprescindible reemplazar” lo
antes posible.

 Diferencias entre el Imperio y el Senado: a diferencia de lo que se creía, el Senado


no es que no pudiera tener un papel político importante sino que no quería tenerlo. Este supuesto
conflicto entre el emperador y el senado nunca se basó en dos poderes en una diarquía. Por el
contrario, el senado no quería tomar este papel político, ya que “habría sido [dice Veyne] peligroso
y contrario a su dignidad” (P. 30). En teoría, no querían ser el consejo del prínceps, aunque si lo
tenía por otra parte. El Senado –a diferencia del consejo de Versalles – era diferente por el hecho
de que en su oficio formaban una casta privilegiada, que tenía su propia realidad y doctrina; no se
reducía hacer un mero consejero del emperador. Un magistrado senatorial a diferencia de un
procurador imperial no le rinde cuentas al monarca, ni a la corona, sino que al Estado y si se
insultaba a un senador, en este caso fuera el emperador, era un insulto hacia la República.

-Existía, sin embargo, entre el Príncipe y el Senado un acuerdo, un compromiso en que el


emperador podía gobernar tranquilamente según la nobleza –Senado–, a cambio, de que el príncipe
los dejara gobernar tranquilamente en sus altas funciones administrativas y en que el emperador los
tratase como a sus iguales; Sin embargo, “[dice Veyne] sin dárselas de rey; por su parte, los nobles
lo tratan como a un rey” (P. 31). Sin duda, este intercambio entre el emperador y el senado era más
bien por un interés de clase dirigente, en el que el juego era el interés político y no económico, ya
que si “el príncipe adoptaba ademanes de rey o dios vivo” la nobleza se veía amenazada en sus
intereses: el de seguir manteniéndose como clase dirigente y este “arrogancia imperial”, sin duda
sería una amenaza de forma directa. Por ello existía también la diferencia entre los buenos y los
malos emperadores.

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 Desde que el prínceps deja de pertenecer a la nobleza senatorial, no es el primero
entre sus iguales, sino que este pasa a convertirse en “señor de todos sus súbditos” y que desde 212
d.C eleva a todos aquellos habitantes no esclavos del imperio en ciudadanos romanos; ya no
existirán privilegiados, sino que todos bajo el mandato del emperador será “el pueblo”. Desde esta
distinción, y en cuanto al régimen imperial, es que los emperadores, no habían nacido bajo tradición
o modelos extranjeros en que existiera un papel con “el [dice Veyne] que los príncipes se habrían
conformado sin ellos saberlo y habría limitado sus hábitos y excentricidades” (P. 43). El emperador,
a pesar de ser constantemente amenazado –por su poder y propia vida– aun así tomaba decisiones o
conductas que eran “revolucionarias” y que no por ellas fueran menos obedecidos. Tras esta
concepción imperiosa del imperium, disuadía al Senado de participar en el gobierno, ya que “el
poder absoluto [dice Veyne] al que la nobleza no tenía capacidad de servir de contrapeso no tenía
otros límites que los aspirantes rivales,[…]las intrigas palaciegas” (P. 44); todo esto es cuando se
dispone de cierta omnipotencia sin control, en el que al final se salen cediendo tanto a los caprichos
como a los sueños de grandeza de los emperadores, todo esto provenía desde que para la masa de la
población “el [dice Veyne] príncipe no era un mandatario, ni por otra parte un dios, pero no por eso
era menos un ser superior por naturaleza para sus súbditos” (P. 44), por tanto, el prínceps podía ser
el más pacífico de los hombres pero que podía transformarse en el ser más déspota ante tanto poder,
caprichos, etc.

-A diferencia de los reyes del Antiguo Régimen, estos solían llamarse entre ellos “primo
mío” y solían tener a sus primos como modelos; en cambio, el soberano romano, debía o podía de
hacer cosas extraordinarias. Habitualmente a este tipo de comportamientos en cuanto eran excesivos
solemos llamarlo como Megalomanía, que si bien caracterizo a algunos emperadores de buena
forma –por ser buenos emperadores–, a otros no les fue así –el caso de los malos emperadores–.otra
de las grandes diferencias entre el rey y el emperador era, que el primero vivía: “rodeado por sus
cortesanos, por su nobleza, vivía en compañía de sus pares, de miembros de la clase dirigente […] y
adoptar una actitud conveniente” (P.45); los emperadores, en cambio, “no estaban rodeados de
senadores; se limitaban a invitarlos a cenar. Vivian en compañía de subordinados: […] todas ellas
personas que dependían de ellos y que los apoyaban en sus excesos o excentricidades, cosa que les
permitía hacerse indispensables para su amo” (P. 45)

 Los llamados “césares locos”: césares locos o megalomaníacos entre los tres más
grandes se encuentran Calígula, Nerón y Cómodo. Cada uno de estos casos fue diferente a raíz de
una melomanía personal –Calígula y su demencia precoz por ejemplo–, cada una de estas
megalomanías se fueron desarrollando y prosperando en el llamado terreno de la omnipotencia, del
imperium, o a través del culto imperial, etc. No obstante, el caso de estos cesares locos fue más allá:
“la gloria [dice Veyne] con la que se adornan ya no es la de los romanos, sino la del propio príncipe.
Saber que su soberano es espléndido basta para la felicidad de sus súbditos” (P.48) aunque esto fue
una gran utopía de la época, sin embargo, a través de los éxitos militares o diplomáticos, es que se
da la confirmación de que a pesar de sus megalomanías, estos emperadores confirmaban su
grandeza innata sobre todo a partir de una “política exterior brillante”. Sin embargo, a estos cesares
locos fueron igualmente asesinados y derrocados, aunque “en realidad [dice Veyne] no hacían
mucho daño. No fueron en absoluto los asesinos en masa que serían los «césares locos» del siglo
XX” (P.49- 50). Su imagen era el único escandalo verdadero y por el cual se les ha llamado
“césares locos”.

-Como ya hemos visto, el poder imperial era solo una delegación y nada más a ojos de
miembros de la clase dirigente, pero a ojos de los simples ciudadanos, el emperador no tenía nada
de un mandatario; estos lo veían como “el hombre más rico y poderoso del mundo”, en que los
habitantes estaban llenos de admiración por las grandes cantidades de oro que su gobernante podía
llegar a obtener. Es así, como esta admiración por parte del pueblo, alzaba al emperador a suscitar

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aún más su poder y su riqueza. Sin embargo el emper4dador solo era un benefactor, ajeno a toda
generalidad de leyes y reglamentos, pues este solo hace de beneficiador por individualidades:
hombres libres, ciudadanos o personas que estuvieran de paso por alguna ciudad o provincia
imperial, podía tener relación directa con el emperador; el príncipe “era [dice Veyne] el padre de la
patria y la palabra del padre era la última palabra del derecho y la justicia” (P. 55). No obstante, esta
relación entre el poder y la población, dio un mayor vinculo, ya que prestaban juramento al
emperador, por lo tanto, siempre se vio entre las amenazas de su poder y vida, así como de gozar
con el cumplimiento de sus caprichos y desfachatez, a través del pueblo y de este culto imperial que
se le era proclamado, pero que según Veyne era: “algo institucional”, sin embargo, igual se les era
divinizados.

ANALISIS Y COMENTARIO CRÍTICO

Paul Veyne, es un arqueólogo e historiador francés, especialista en la antigua Roma.


Profesor honorario en el Collège de Francia y defensor del narrativismo dentro de la epistemología
histórica. Veyne, se caracterizó por ser el tajante con respecto a los implantes rejuvenecedores de la
historiografía tradicional. Paul Veyne es uno de los historiadores de la antigüedad clásica más
importantes del mundo, en el cual sus trabajos siempre tienen sugerencias imaginativas y de
profunda erudición, que raramente se encuentran.

Si es visto desde el punto historiográfico y actual, esta obra nos aporta un gran material,
porque es analizada profundamente desde un conocimiento previo, y el cual Veyne aporta con sus
conocimientos posteriores, también siendo visto de otra forma, no es cualquier capítulo de un libro
de introducción a la historia grecorromana, ya que sutilmente conlleva a que los conocimientos
expuestos en ella el lector se supone debería ya, de contar con ellos previamente o de creer tener
conocimiento sobre el mundo romano, por el hecho de que al ir pasando página a página, el texto
debe ser leído detenidamente, debido a que el autor nos expone sus conocimientos de la materia
extraordinariamente y apabullantemente; así mismo suelen ser sus obras con sus sugerencias
imaginativas –como lo expusimos en el párrafo anterior– al máximo. Pues, a lo largo del capítulo
“¿Qué era un emperador romano?” al igual que como muchos de sus artículos están guiados por el
intento de explicar la singularidad de cada uno de sus temas: partiendo con este capítulo –
mencionado con anterioridad– analiza exhaustivamente la figura del emperador en todas sus
dimensiones, realizando una exploración alrededor de su figura e imagen, así como de la visión
desde las clases populares, en cuanto a su función en el imperio, el origen y la inestabilidad en el
poder como a su divinidad, y por sobre todo el desmentir cualquier tipo de relación con otros
gobernantes –por medio de un ejercicio comparativo– sean: reyes –del Antiguo Régimen– o
dictadores –referidos a los del siglo XX–. Da a comprender, que el cargo del emperador, es el
máximo cargo, pero dejando en claro que es una delegación del pueblo romano a un ciudadano,
que él a su vez la expone como una simple ideología, que por lo general estaba vinculada a las
relaciones de poder, fueran con el senado o el propio pueblo romano –relaciones individuales–. En
cuanto a las fuentes históricas, comenta bajo un análisis crítico y de variados ángulos de tratamiento
del emperador. Paul Veyne, realiza este trabajo bastante meticuloso, en que se enfrenta a diversas
fuentes de cada época, haciendo de este un trabajo de gran envergadura. Trabaja usando una
bibliografía que abarca desde Mommsen –un clásico– hasta estudios más recientes, pero que sabe
utilizar a su favor.

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