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Dios

tiene
la última palabra





Albert Simpson





Dios tiene
la última palabra




Albert Simpson




Simpson, Albert
Dios tiene la última palabra : cuando Dios irrumpe en tu vida no hay imposibles . - 1a ed. - Buenos
Aires : Publicaciones Alianza, 2011.
92 p. ; 21x15 cm.

ISBN 978-950-759-109-9

1. Vida Cristiana. 2. Liderazgo. I. Título
CDD 248.5

DIOS TIENE LA ÚLTIMA PALABRA


1º edición

©Copyright 2011 por Publicaciones Alianza (Fundación Alianza)
Washington 2945
1430 Buenos Aires, Argentina

ISBN 978-950-759-109-9
Hecho el depósito que marca la ley 11.723.

Queda prohibida la reproducción total o parcial de
este libro sin previa autorización de la Editorial.

Impreso en Argentina - Printed in Argentina.
Impreso en mayo de 2011 en Roberto Grancharoff e Hijos,
Tapalqué 5868, Buenos Aires, Argentina.
Contenidos







PREFACIO9

1.EL DIOS DE ELÍAS11

2.EL DIOS DE PABLO25

3.EL DIOS DE JACOB39

4.EL DIOS DE ESTER53

5.LA VISIÓN DE DIOS67

6.EL SECRETO DE LA VISIÓN81

PREFACIO
El tema de este libro es el más importante del mundo. “Lo he perdido todo
–me dijo una vez una mujer afligida–; todo, excepto a Dios”. Esta frese abarcaba
todo un cielo y eclipsaba todo lo que había perdido, porque si la mujer tenía a
Dios, era como si no hubiera perdido nada y lo hubiera ganado todo.
La mayor necesidad de nuestros tiempos y de todos los tiempos, la
necesidad más grande de todo corazón humano, es conocer los recursos y
posibilidades de Dios.
El apóstol nos pinta un arco iris en el cielo nublado y tempestuoso. Después
de describir la condición perdida e impotente de los pecadores, muertos en sus
transgresiones y pecados, hijos de ira, de repente se para y pronuncia dos
palabras: “Pero Dios…”, “que es rico en misericordia, por el gran amor con que
nos amó cuando aún estábamos muertos en pecado…”.
El mismo apóstol de nuevo nos da la clave de la vida de verdadera santidad
en su antítesis breve y sorprendente: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en
mí”.
Otro caso es Pedro cuando fue encarcelado. Las palabras destacan la clave
de la providencia divina cuando leemos la historia del encarcelamiento de Pedro
y su próxima sentencia, cuando Herodes estaba esperando que llegara la mañana
para ejecutarlo. Entonces sigue esta simple frase: “Pero se hacía oración sin
cesar a Dios por él.” Y este pequeño “pero” fue más poderoso que la cólera de
Herodes o la iracundia de los fariseos o las rejas y cerrojos de su prisión.
Estas palabras se destacan tremendas y solemnes otra vez en el caso del necio
aquel de quien contó el Señor, que lo había invertido todo en la vida, en los
bienes de este mundo, habiendo consultado a otros para aumentar sus planes y
placeres, cuando una ráfaga helada de muerte y juicio le llegó con la terrible
sentencia: “Pero Dios le dijo: ¡necio!”. Las páginas que siguen son un esfuerzo
para desplegar ante el lector la suficiencia y variedad infinita de los recursos de
Dios.
1. EL DIOS DE ELÍAS
¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías? (2º Reyes 2:14)


Siempre me ha gustado el hecho de que cuando Elías fue arrebatado al cielo
Eliseo no preguntara “¿Dónde está Elías?” al ver que su mentor y guía no se
hallaba a su lado. Había perdido a su amigo y padre espiritual y si en alguna
situación hubiera sido justificada la exclamación, dadas sus circunstancias,
habría sido en este caso. Pero la idea que primero se le ocurrió a Eliseo fue la del
Maestro, no la del discípulo. El clamor profundo de su alma no fue de mera
simpatía humana, sino de búsqueda de la manifestación del poder sobrenatural y
la presencia de Dios. La necesidad profunda de la vida de Eliseo fue la necesidad
profunda de cada alma sincera de hoy en día: la revelación de Dios, la
comprensión de lo sobrenatural.
Eliseo estaba pensando en todo lo que Dios había sido para Elías, y
anhelaba que fuera lo mismo para él. ¡Oh que nuestro corazón pueda sentir el
mismo anhelo de conocer al Dios de Elías, al Dios de Eliseo!

El Dios de Elías
¡Cuánto había representado y sido Jehová para el siervo a quien había
transportado a la gloria de su presencia! Llamado de las soledades y yermos de
Galaad, este hombre extraño y adusto cuya vida y carácter parecen haber sido
moldeados entre la majestad de la naturaleza, a solas con Dios, irrumpió de
súbito en medio de una sociedad de maldad y en un escenario de lujo y
refinamiento impíos. La hermosa capital del reino de Israel se hallaba bajo el
dominio del malvado y vulgar Acab, cuya conducta y cetro estaban por completo
bajo el dominio de una mujer infame, cuyo nombre ha sido desde entonces
epítome de toda maldad: Jezabel, la idólatra de Sidón.
El profeta de Galaad, sin ayuda, enfrentó a las fuerzas combinadas de una
corte viciosa, un sacerdocio idólatra y mercenario y un pueblo entero que había
sido desviado del camino de la piedad y se había hundido en el pecado y la
apatía. La situación habría sido desesperada de no haber sido por los recursos de
Dios. Con una valentía que no le falló una sola vez, el profeta encaró la situación
y puso en acción la plenitud de su equipo divino. A su palabra los cielos
quedaron sellados y la cosecha se marchitó y a su palabra se abrieron las
compuertas de la lluvia y el suelo volvió a dar su fruto. Los cuervos de las
cañadas acudieron a suministrarle ayuda y la escasa provisión de harina y aceite
de la viuda fue multiplicada hasta que pasaron los meses de hambre.
Por fin todo Israel se reunió a sus órdenes en una misma magna asamblea
en el Monte Carmelo, y allí estaba él para reivindicar el nombre de Jehová
contra la perversa Jezabel y el iracundo Acab, los cuatrocientos cincuenta
profetas de Baal y los millares del pueblo de Israel. El altar estaba preparado; las
zanjas abiertas y llenas de agua; los vanos intentos de los profetas paganos se
repitieron una y otra vez para estrellarse en un fracaso rotundo. Entonces, al
final, vino la prueba solemne y Elías invocó el poder del Omnipotente para que
enviara fuego del cielo. Como un rayo cayó el fuego y devoró los sacrificios,
lamiendo las aguas de las zanjas y deslumbrando los ojos asombrados de los
millares reunidos hasta que la intensa emoción no pudo ser contenida y como un
trueno resonó la exclamación: “¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!”
Rápidamente se llevó la victoria a su inevitable y triste término. Los
profetas de Baal fueron degollados antes de que pudiera tener lugar una
represalia. Luego, postrado en una oración de agonía ante Dios, el profeta rogó
en una escena culminante que los cielos fueran abiertos y descendiera la lluvia.
Y la lluvia descendió a torrentes. Ceñidos sus lomos corrió delante del carro de
Acab hasta las puertas del palacio. La nación entera se regocijó de que al fin
hubiera llegado juicio y sentencia y el pueblo hubiera vuelto su corazón a Dios.
Pero mayor aun que esto fue la revelación del poder de Jehová en la vida de
Elías. A él le fue permitido participar de algo espectacular, antes que a ningún
otro mensajero de Jehová. Terminada su labor, todavía le esperaba un triunfo
mayor, porque él fue el primero que fue levantado sin que la muerte pusiera
sobre él su dedo y fue arrebatado a lo alto en un carro de fuego con caballos de
fuego.
El Señor Dios de Elías es el Dios de la vida y de la muerte, el Dios de cielos
y la tierra, el Dios de las naciones, príncipes y reyes, el Dios de la naturaleza y
de la gracia, el Dios de los juicios y los galardones, el Dios que es un fuego
consumidor, más poderoso que las fuerzas de la naturaleza, del hombre y del
infierno. Este Dios poderoso cuyas obras Eliseo había presenciado al lado de su
maestro y cuya presencia él mismo invocó, le mostró sus recursos infinitos al
discípulo durante su vida, en formas aún más maravillosas que lo que él había
presenciado en la vida de Elías.

El Dios de Eliseo
La proyección de la vida de Eliseo fue aún más amplia que la de Elías.
Aunque el profeta del fuego fue una figura más sorprendente y quizá, en
ocasiones, alcanzó vuelos más altos que los de su sucesor, con todo, la esfera de
acción de Elías tomó un perfil más cercano a la humanidad y más beneficioso a
las personas comunes y corrientes.
Sería de desear que el lector le dedicara una semana y leyera un capítulo
cada día de la historia de Eliseo. Podría empezar con el segundo capítulo del
Segundo Libro de Reyes hasta el capítulo séptimo, concluyendo luego, el
séptimo día, con el trece, que nos da las últimas escenas de su vida. Este repaso
nos traería a Dios más cerca de nuestro modo de pensar, despertaría en nosotros
un deseo intenso por una vida vivida junto a Él, como la de Eliseo, y nos
impulsaría a exclamar con frecuencia preguntando: “¿Dónde está Jehová, el Dios
de Elías?” Demos una mirada a algunas de estas escenas.

1. Dios interviene en la historia personal.
Volviendo hacia atrás a los últimos días de la vida de Elías y a la transición
del ministerio del mismo a su sucesor, nos impresiona ver que la primera de las
ilustraciones de los recursos de Dios es la manera maravillosa en que Jehová
muestra su habilidad para elegir sus agentes y proveer el obrero que más se
necesita en todo momento de crisis y apuro en la historia de su reino. Elías había
fracasado y había huido de Jezabel en el mismo momento de su triunfo.
Demasiado entusiasmado quizá, había venido la reacción antes de que estuviera
preparado para contrarrestarla, oportunidad en que “viendo el peligro, se levantó
y se fue para salvar su vida”.
Pero ¡con qué delicadeza y ternura lo trató Dios! Le dejó marchar por el
desierto hasta que se agotó, se puso a descansar debajo de un enebro y allí le
quedó dormido; entonces le ofreció una y otra vez refrigerio hasta que recobró el
ánimo. Luego lo envió a Horeb para darle allí las últimas instrucciones. Una de
ellas fue relevarle el trabajo en el que por un momento se había sentido
abrumado y le indicó quién tenía que sucederlo. “Vé, vuélvete por tu camino,
por el desierto de Damasco”, fue el mensaje de Dios, “y llegarás y ungirás a
Hazael por rey de Siria. A Jehú, hijo de Nimsi, ungirás por rey de Israel y a
Eliseo, hijo de Safat de Abel-mehola ungirás para que sea profeta en tu lugar”.
¡Cuán rápidamente había encontrado Dios su sucesor! ¡Cuán fácil es para Dios
recorrer la corte de un reino lleno de pecado, o ir a un campo de labranza donde
un humilde Eliseo está arando con yuntas de bueyes y llamarlo para ser el
instrumento que necesita en el momento requerido. ¡Cuán claramente humilla
esto nuestra arrogancia y sentimiento de rango y categoría! Dios no necesita
nuestros talentos; somos nosotros los que recibimos un gran honor y privilegio si
nos permite que lo sirvamos. Tengamos mucho cuidado en no cansarnos pronto,
no sea que seamos relevados. Dios puede tomar en serio nuestra exhibición de
desánimo y flaqueza y poner a otro en nuestro lugar.

2. Dios elije sus instrumentos.
Tenemos otra ilustración en 1 Reyes 22:34 en la que vemos cuán fácil es
para Dios elegir un instrumento, incluso instrumento inconsciente para llevar a
cabo su obra y sus planes. Mucho antes de eso Dios había decretado y anunciado
el castigo de Acab por sus crímenes y su longanimidad había esperado y había
perdonado la vida al malvado rey varias veces. Por fin había llegado el día del
juicio y la forma elegida para realizarlo se destaca por su simplicidad: Acab
estaba saliendo del campo de batalla en que había escapado de los asaltos de sus
enemigos e iba parado en su carro, lejos del peligro, cuando “un hombre disparó
su arco a la ventura e hirió al rey de Israel por entre las junturas de la armadura”.
El hombre no tenía la menor idea de que su flecha hubiera dado en ningún
blanco importante. Pero el rey se dio cuenta de que estaba herido y le dijo a su
cochero: “Da la vuelta y sácame del campo, pues estoy herido”. Al hundirse el
sol en el occidente desapareció su último aliento de vida, “porque la sangre
corría por el fondo del carro”. ¡Cuán fácil había sido para Dios derrocar a su
enemigo! ¡Cuán poco deberíamos preocuparnos nosotros de nuestros enemigos!
“Amados, no os venguéis… porque escrito está: Mía es la venganza; yo pagaré,
dice el Señor”.
Se dice que un hombre impío que una vez estaba regresando de una fiesta
que había celebrado con unos amigos en la plaza del mercado de una aldea de
Inglaterra: allí él había desafiado a Dios diciéndole que si existía, lo demostrara
haciéndolo caer muerto. Como no le había ocurrido nada, él y sus compañeros
regresaban jactándose de su acto blasfemo e insensato. Mientras cabalgaban por
un camino rural, de repente se cayó del caballo presa de convulsiones y al acudir
todos para ayudarlo vieron que estaba dando las últimas bocanadas y se caía
muerto delante de ellos. No pudieron ver nada que pudiera haber causado su
muerte. Cuando le hicieron una autopsia encontraron en su tráquea una especie
de minúscula mosca, una de las más pequeñas criaturas que Dios ha puesto en el
mundo, que había sido mandada por él como verdugo para ejecutar la sentencia.
Un reflejo nervioso en la laringe del blasfemo causado por la presencia de la
mosca lo había asfixiado. No habían transcurrido muchas horas cuando la
blasfemia fue vengada por una criatura al parecer inofensiva. Ésta es una
muestra de los juicios de Dios, el Dios de Eliseo, nuestro Dios. Confiemos en él.
Temámoslo. Pongamos en sus manos fieles el cuidado de nuestras almas.

3. El Dios de Eliseo es el Dios que puede apartar los obstáculos más
formidables de nuestro camino.
En el momento en que el profeta recibió el poder del Espíritu de Dios
prometido, se topó no con una bienvenida de huestes angélicas, sino con la hosca
negativa de la corriente del Jordán que rehusaba dejarlo pasar al otro lado, donde
estaba el campo de su futuro ministerio. Estaban allí los hijos de los profetas, o
sea los estudiantes, que lo miraban con actitud crítica para ver qué haría en
semejante situación. Exclamando “¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías?”,
golpeó las aguas del Jordán e invocó así los recursos poderosos del
Omnipotente. Las aguas se separaron a uno y otro lado y él cruzó el río en seco;
los estudiantes que lo miraban exclamaron asombrados: “El espíritu de Elías
reposó sobre Eliseo”.
Amados en el Señor: lo primero con que nos vamos a encontrar cuando uno
de nosotros eche mano de alguna nueva forma de bendición o poder de Dios será
algún Jordán crecido u otro obstáculo insuperable. ¿Qué vas a hacer entonces?
No puedes hacer otra cosa que recordar que Dios puede hacerlo todo y acudir a
su fuerza poniendo de lado tu debilidad, las dudas y las dificultades. Entonces
podrás gritar: “¿Quién eres tú, oh gran monte? Delante de Zorobabel (o del Dios
de Eliseo) vendrás a ser una llanura” (Zacarías 4:7).

4. El Dios de Eliseo puede enseñorearse de las fuerzas de la naturaleza.
En 2 Reyes 2:20 y en 4:42 hay dos hermosos ejemplos del poder de Dios
obrando por medio de Eliseo en el mundo natural. En el primero vemos que las
aguas malas y la tierra estéril son sanadas por medio de un puñado de sal. En el
segundo ocurre la multiplicación de veinte pequeños panes de cebada que fueron
suficientes para cien hombres, el mismo fenómeno con el que más adelante junto
a la orilla del mar de Galilea el Maestro alimentó a cinco mil hombres, sin contar
las mujeres ni los niños.
Todavía tenemos a un Dios que puede ayudarnos en el campo, en la cocina,
que puede hacer un suelo fértil, proteger nuestras cosechas y enviar fruto, darnos
el pan de cada día y multiplicar lo poco que una ama de casa tiene a disposición
para que alcance para toda la familia. De modo que Dios está andando hoy junto
a más de un santo humilde en su lugar de trabajo y de tribulaciones.

5. El Dios de Eliseo es un Dios de casos apurados.
En el tercer capítulo de 2 Reyes se nos cuenta de una sequía en el valle de
Edom y de la liberación maravillosa que tuvo lugar mediante Eliseo. “Así ha
dicho Jehová” fue la respuesta del profeta a la incredulidad de Joram y los
temores de Josafat. “No veréis viento ni veréis lluvia; pero este valle será llenado
de agua y beberéis vosotros, y vuestras bestias y vuestros ganados. Y entregará
también a los moabitas en vuestras manos.” El Dios de Eliseo puede enviar agua
cuando no hay viento ni lluvia ni señal alguna de ellos. Él puede socorrer cuando
todos los recursos humanos fallan. Puede incluso ayudarnos cuando nos
hallamos en un sitio en que no deberíamos estar, como era el caso de Josafat. Es
muy fácil para Dios hacer las mayores señales a favor de aquellos que confían en
él. Sus recursos son tan abundantes que nunca podemos agotarlos y cuando hace
algo por nosotros eso no es más que un modo de estimularnos a que le pidamos
que haga más.

6. El Dios de Eliseo es un Dios de gracia así como de bienes temporales.
El capítulo cuarto de 2 Reyes nos cuenta el incidente del aceite de la viuda
y la maravilla que ocurrió cuando ella fue echando de la vasija de aceite para
llenar otras vasijas vacías, cómo la vasija siguió manando hasta que no hubo más
vasijas vacías, cómo pudo con el aceite pagar a sus acreedores y vivir ella y sus
hijos con lo que quedó. El aceite, como sabemos, era el símbolo del Espíritu
Santo, y la lección que aprendemos es que si tenemos al Santo Espíritu en
nuestros corazones y en nuestra casa él nos proveerá de todo lo que necesitemos
y nos garantizará toda bendición.
Todo lo que tenemos que hacer es usar lo que tenemos y presentarle a él las
tribulaciones y necesidades como vasijas vacías, para que él las llene con su
plenitud, y transforme toda dificultad en ocasión de bendición y alabanza.

7. El Dios de Eliseo es el Dios de la salud y las sanidades.
No hay mejor ejemplo de la provisión de Dios para la curación de nuestras
enfermedades físicas que la historia de Naamán y su curación en las aguas del
Jordán. No fue Eliseo que lo curó. Fue simplemente el poder de Dios que tocó al
enfermo en el momento en que confió y obedeció, y su inmersión en el Jordán
no fue nada más que un acto de fe consumado, que cumplió exactamente la
palabra de Dios y mostró que hay que perseverar en una actitud de fe hasta que
llegue la bendición. El mismo Dios espera todavía para curar a todos los que
acuden a él con fe persistente, paciente y triunfante.

8. El Dios de Eliseo es el Dios de lo sobrenatural.
El incidente del capítulo seis de 2 Reyes es un hermoso ejemplo del
principio de lo sobrenatural. Bajando al Jordán con los estudiantes o “hijos de
los profetas” para construir una cabaña junto a la orilla, uno de ellos dejó caer el
hacha de hierro en el agua. El profeta resolvió el problema haciendo flotar el
hierro, mostrando con ello que el poder de Dios es superior a las leyes de la
naturaleza. Esto es lo que la resurrección y ascensión de Jesucristo demuestran y
hacen practicable para nosotros también. Todavía tenemos un Dios que puede
obrar por encima de las leyes que él mismo ha promulgado cuando el interés de
sus hijos lo requiere. Un Dios que es “cabeza de todas las cosas para la iglesia,
que es su cuerpo, cuya plenitud llena a todos en todo” (Ef. 1:22,23).
¿Dónde está el Dios de Elías y de Eliseo? Está por allí donde su pueblo
necesita manifestaciones de su presencia y de su poder. En los momentos más
difíciles y en una época saturada de pecado, él es todavía lo que era en los
tiempos de Jezabel y Acab. Es el Dios no sólo de unos pocos y de circunstancias
trascendentales, sino que es un Dios en el cual, como en el caso de Elías,
podemos confiar para que nos dé nuevas experiencias, como las del Monte
Carmelo, o en la batalla, o en la cabaña de la viuda, dondequiera que se necesite,
siempre que haya fe y confianza.
Eliseo fue un hombre del pueblo y su vida nos enseña que nuestro Cristo es el
Cristo de la gente sencilla todavía y su promesa y su gracia son para todas las
ocasiones y para todos sus hijos que sufren. Él se halla donde la fe confía en él,
la oración espera en él, el Padre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, “el
mismo, ayer, hoy y por los siglos” (He. 13:8). ¡Señor, ayúdame a entenderte
mejor y a confiar más en ti!
Capítulo 1.
Preguntas para reflexionar y
conversar sobre este capítulo:

1.¿Cómo es el Dios de Elías?




















2.Señale tres características de Elías que se muestran en este capítulo.

a.________________________________________

b.________________________________________

c.________________________________________


3.¿De qué manera Dios suple las debilidades y necesidades de Elías?











4.¿Cuáles son nuestras principales debilidades y necesidades hoy en Día?










5.¿De qué modo Dios puede suplir esas debilidades y necesidades?
2. EL DIOS DE PABLO

“Pero mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades conforme a sus riquezas


en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:19)


Éste es el legado de Pablo a sus discípulos y amigos. Él nos deja a su Dios y
a todo lo que su propia vida y su experiencia han revelado de su infinita
suficiencia. Esta maravillosa frase empieza con “Dios” y termina con “Cristo
Jesús”, y entre estos dos extremos se halla, primero: “todas vuestras
necesidades”, y segundo: “sus riquezas en gloria”. No se trata de un billete de
banco, sino de un banco con todos los recursos del propietario a nuestra
disposición.
La mayor necesidad de la vida del cristiano es conocer a Dios y sus
recursos. La Biblia es precisamente una revelación de la total suficiencia de Dios
por medio de los cauces e instrumentos que él ha usado para revelarse a sí
mismo. Las vidas y personajes presentados en las Escrituras no son notables por
sí mismos sino que lo son por la divina presencia que está detrás de cada uno de
ellos. La diferencia entre los héroes humanos y los personajes bíblicos consiste
en esto: él es solo un hombre, pero detrás del varón de Dios está Dios mismo,
mayor que el personaje, y haciéndole sombra con su presencia gloriosa e
infinita.
Cuando regresa a la patria uno de los grandes héroes nacionales se le rinden
grandes honores; detrás de él, naturalmente, se hallan sus hazañas y la gloriosa
enseña del país que representa. Pero esto es todo. Durante unos días es una
personalidad sobre la que se concentran todos los ojos y los corazones. Pero
detrás de Enoc está el Dios de Enoc. Detrás de Elías está el Dios de Elías. Detrás
de Moisés está el Dios de Moisés, mucho más poderoso que el caudillo
libertador. Detrás de Pablo está la maravillosa presencia que es revelada en su
vida y cuya última voluntad y testamento Pablo pone a disposición de todo
corazón cristiano. De pie ante el umbral de su nueva vida y apenas repuesto del
sorprendente final de su mentor promovido a la gloria, Eliseo se dirigió hacia el
hosco Jordán y luego a las tareas más importantes de su ministerio divino. Pero
estamos contentos de que no preguntara por Elías. Preguntó por el Dios de Elías.
Y de la misma manera Pablo, separado de sus queridos amigos en Filipos,
no trata de consolarlos con meras promesas de su presencia terrenal -porque sabe
que incluso ésta sería temporal- sino que les entrega su Dios. Condensado en una
frase está la síntesis de sus experiencias y de las infinitas riquezas de Dios: “Mi
Dios proveerá a todas vuestras necesidades conforme a sus riquezas en gloria en
Cristo Jesús”.
Cada una de estas vidas representativas nos revela a Dios bajo una luz
sobrenatural y así el Dios de Pablo se halla delante de nosotros con una luz tan
distintiva y gloriosa como la de Eliseo o la de Elías. ¿Cuáles son las lecciones
que nos enseña la vida de Pablo sobre la total suficiencia de Dios? Con
frecuencia hemos mirado a Pablo, ahora miremos a su Dios maravilloso.

1. Dios alcanza al pecador y lo transforma.
Primero vemos que el Dios de Pablo es un Dios que puede salvar el mayor
pecador y alcanzar al caso más endurecido por la incredulidad. Pablo se presenta
a sí mismo como un pecador típico. Con profunda humildad y sin embargo con
naturalidad, nos cuenta no sólo sus características como pecador sino también
como candidato al perdón. Se considera como un pecador típico para demostrar
que Dios puede salvar a cualquiera, puesto que lo ha salvado a él. “Por esta
causa –dice– recibí misericordia, para que en mí, primero, Jesucristo pueda
mostrar su longanimidad como ejemplo de aquellos que más adelante creerán en
él para vida eterna”. Después de Pablo, cualquiera.
La peculiaridad del caso de Pablo, lo que lo hacía especialmente difícil, era
el hecho de que Pablo no era ya un pecador malo, sino bueno. Era un hombre
moral, justo, sin tacha, concienzudo, religioso, un obrero diligente por la causa
religiosa en que creía. No había coyunturas dislocadas en su armadura por donde
pudiera penetrar la flecha y dejarlo convicto de descarrío. Había vivido “en
buena conciencia delante de Dios” como religioso judío hasta el día de su
conversión. Un hombre así no era fácil de alcanzar. Ante él cualquier llamado al
arrepentimiento se deslizaría como sobre hielo. Los avisos severos de Dios no le
harían mella no penetrarían en su alma acorazada.
Y con todo, un destello de la luz reveladora de Cristo, una mirada a su
rostro de paciente y compasivo amor, hizo pedazos su alma dura y obstinada y lo
cambió para una vida de amor agradecido y poder constreñidor. Amado, ¿estás
en este momento orando por algún caso difícil, algún alma endurecida, dura
como el pedernal? Recuerda que Dios salvó a Pablo, sigue orando y no
desmayes.

2. Dios muestra en Pablo su poder maravilloso.
El Dios de Pablo es capaz de elevarnos a la mayor santidad, porque Pablo
no es sólo un pecador prototípico sino también un ejemplo de santo. Se atreve a
decir: “Todas las cosas que ustedes han aprendido, recibido, oído y visto en mí,
eso hagan” (Fil. 4:9). Pero la característica primaria de su santidad es que es
como Cristo. Nunca se pone delante, sino que se coloca detrás de la gracia del
Salvador. El mismo “santo y seña” de su vida es: “Con Cristo estoy juntamente
crucificado; y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gál. 2:20). Esta es la
forma más elevada y al mismo tiempo la más humilde de un carácter santo. Si
pudiéramos impresionar a la gente con el hecho de que somos santos en grado
preeminente, los desanimaríamos, porque ellos compararían su vida con la
nuestra y verían el contraste en forma desfavorable; pero si les decimos que nos
damos cuenta en nuestra vida de nuestras debilidades pero somos capaces de
recibir de otro fuerzas que no teníamos, justicia que nosotros no podríamos tener
por nosotros mismos, hermosura ajena a nuestra naturaleza, que este Otro puede
ser por su gracia lo mismo para ellos que ha sido para nosotros, los demás se
sentirán animados y estimulados.
La historia de la experiencia espiritual de Pablo es una revelación constante
de Jesús y de su proximidad a él, de su suficiencia para un corazón débil, el
santo más humilde, la vida más atribulada y acorralada.
Hay tres cosas que marcan especialmente la santidad de Pablo.
La primera es lo que podríamos llamar su justicia o rectitud, la calidad de
íntegro, el fundamento esencial de toda experiencia más profunda y más elevada,
una vida recta para con Dios y para con los hombres.
Pero eso no es todo. Hay una segunda cualidad más elevada de dulzura y
hermosura cristianas. En uno de los pasajes más sorprendentes contrasta la vida
del justo con la del hombre meramente bueno. El justo es como una roca de
granito, duro aunque verdadero. Pero el bueno es como el musgo que cubre la
ladera del monte, esmaltado de flores y manantiales que saltan por las laderas,
verdadero, pero también hermoso. “Apenas daría uno su vida por un justo, pero
para una persona buena, quizás alguno se atrevería a morir” (Ro. 5:7,8). Pablo
nos exhorta a combinar estos dos elementos. “Todo lo que es justo”, nos dice en
una frase. “Todo lo que es amable”, nos dice en otra, y nos manda que las
combinemos (Fil. 4:8). En su propia vida estaban combinadas a la perfección. Su
propia santidad no es áspera, inaccesible, hosca, sino mansa, amable, amorosa,
considerada, simple como la de un niño, tierna como la de una madre, afectuosa
como la de un padre, con lágrimas siempre dispuestas a ser vertidas y un corazón
pronto para palpitar con humanidad y santidad. Ésta es la vida que gana a otros:
procede de una fuente superior, del corazón de Jesús. Fue el que escribió sobre el
amor y también lo vivió, para que podamos poner la palabra “Cristo” donde él
puso la palabra “amor” en el capítulo 13 de 1ª Corintios.
Pero hubo un tercer elemento en el carácter de Pablo para el cual Cristo le
bastaba también y es el carácter práctico, de sensatez, de buen juicio, de
equilibrio de carácter. “Dios nos ha dado –dice– el espíritu (…) de poder, de
amor, de santo juicio” (2 Ti. 1:7). Fue esta integridad, este ser cabal que dio
fuerza a cada parte de su vida extraordinaria. Cuando Dios le ha hecho lo que es,
está esperando que pueda ser para nosotros ejemplo si nosotros estamos
dispuestos a pasar las mismas pruebas y seguir lo que nos dice.
Y además el Dios de Pablo es capaz de dar fuerza en los días de
sufrimiento. En uno de los pasajes más notables de sus cartas habla de sí mismos
como de un “espectáculo” expuesto a los ojos del mundo para demostrar lo que
Dios puede hacer en una vida humana (1 Co. 4:9). Había sufrido las pruebas más
severas a las que se puede someter la vida humana. Miremos la lista de 2
Corintios capítulo 11: “De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes
menos uno. Tres veces he sido azotado con vara; una vez apedreado; tres veces
he padecido naufragio en alta mar; en viajes, muchas veces; en peligros de ríos,
peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles,
peligros de la ciudad, peligros en el campo, peligros en el mar, peligro entre
falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchas noches pasadas en vela, en
hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras
cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día; la preocupación por todas las iglesias.
¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hacer tropezar y yo no me
indigno? Si es necesario gloriarse, me gloriaré en lo que es de mi debilidad” (vs.
24-30).
Tenemos otra descripción casi tan extraordinaria como ésta en 1 Corintios
4:9-13: “Porque según pienso, Dios nos ha asignado a nosotros, los apóstoles,
los últimos lugares como sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser
espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres. Nosotros somos insensatos
por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo; nosotros débiles, mas
vosotros fuertes; vosotros honorables mas nosotros despreciados. Hasta el
momento presente padecemos hambre, tenemos sed, andamos mal vestidos,
somos abofeteados y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con
nuestras propias manos; nos maldicen y bendecimos; padecemos persecución y
la soportamos. Nos difaman y exhortamos; hemos venido a ser hasta ahora como
la escoria del mundo, el desecho de todos.”
Aquí nos dice que, como en los juegos romanos, el brutal maestro de
ceremonias reservaba para el final la tragedia sangrienta y después de haber
jugado con las vidas de las víctimas por un rato, finalmente la sed de sangre era
satisfecha y algún gladiador perdía su vida en la arena; por ello dice: “Dios nos
ha asignado a los apóstoles los últimos lugares, como a sentenciados a muerte”.
Luego habla de diversas formas de privaciones, sufrimientos y aflicciones, todo
lo que resulta del abuso físico, la pérdida de amigos y de vidas, la cruel
deserción de amigos queridos, la furia de los elementos, los peligros del mar, la
furia de Satanás y las cargas que se le vienen encima debido a su naturaleza
sensible. Es como si dijéramos que Pablo llevó sobre sí toda la carga del cuerpo
del Cristo sufriente y parecía como si hubiera sido nombrado para resistir lo que
faltaba de las aflicciones de Cristo en su cuerpo, la iglesia.
Con todo, ¡cómo reacciona ante esta prueba horrorosa! No sólo la aguanta,
sino que es más que vencedor; no sólo la sufre con paciencia, sino que se gloría
en ella con gozo triunfante. Escúchalo mientras proclama: “Estamos atribulados
en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas
no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre
por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se
manifieste en nuestros cuerpos (2º Corintios 4:8-10). Escuchémosle otra vez:
“Como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí
vivimos; como castigados, mas no entregados a la muerte; como entristecidos,
mas siempre gozosos; como menesterosos, mas enriqueciendo a muchos; como
no teniendo nada, mas poseyéndolo todo” (2º Co 6:9-10).
Oigámosle otra vez cuando dice a los ancianos de Éfeso no sólo lo que ha
sufrido, sino lo que le anuncia el Espíritu Santo: “Sé que el Espíritu Santo por
todas las ciudades me da testimonio solemne, diciendo que me esperan cadenas
y tribulaciones” (Hch. 20:23) Y con todo esto, añade: “De ninguna de estas cosas
hago caso”. Es como si dijera: “No hago caso, no me desanimaron, no me
quitaron la fuerza ante las necesidades de los otros y las demandas del trabajo”.
“Ni cuento mi propia vida como importante para mí, con tal que pueda terminar
mi carrera con gozo y el ministerio que he recibido del Señor Jesucristo para
testificar del evangelio de la gracia de Dios” (v. 24).
¿Cuál era el secreto de la paciencia maravillosa, de este sufrimiento
victorioso? Nos dice en otro lugar qué es lo que Dios le había contestado cuando
le había pedido que la gran carga de su sufrimiento le fuera quitada. La respuesta
había sido: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”
“Por tanto, de muy buena gana me gloriare más bien en mis debilidades, para
que habite en mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me complazco
en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en estrecheces,
porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (2 Co. 12:9 y 10). Estas cosas
pasaron a ser para él vasijas en las que podía retener más gracia de Señor, de
modo que no sólo las sufría, sino que las recibía con alegría y las transformaba
en victoria y alabanza por medio de la suficiente gracia de Jesucristo.
Y además, en cuarto lugar, el Dios de Pablo es un Dios que puede dar
fuerza y sostener el cuerpo del que sufre. La experiencia de Pablo lo revela en
dos frases. La primera es la curación directa de su enfermedad real por medio de
la manifestación inmediata del poder de Dios en su cuerpo. Leemos de una de
estas curaciones en 2 Co. 1:8-10: Aquí nos dice de un caso en que “estábamos
abrumados sobremanera por encima de nuestras fuerzas” de manera que
desesperaba incluso de la vida. Pero Dios lo libró en una respuesta directa a su
oración.
Se nos relata un incidente similar en los Hechos de los Apóstoles, en que
había sido apedreado, al parecer hasta la muerte, en Listra, y mientras sus
discípulos lo estaban rodeando, se levantó y se fue sigilosamente a trabajar como
si nada hubiera ocurrido.
Pero tenemos una segunda frase de la vida sobrenatural de Pablo, revelada
en 2 Co. 4. Ésta fue no ya una curación inmediata, sino un hábito permanente de
sacar de la vida fuerzas de Cristo directamente y hallar en ella una experiencia
constante en la vida mortal que le permitía levantarse por encima de sus
debilidades naturales y actuar en la vida con un cuerpo débil, pero con una
fuerza sobrenatural. El mismo Dios puede aun hacer lo mismo en nosotros en
nuestra carne mortal como en la vida espiritual.
Finalmente, el Dios de Pablo es suficiente para hacer posible todo el
servicio que reclama de nosotros. La vida de Pablo fue una vida de servicio de
modo preeminente. “He trabajado más abundantemente que todos ellos”, pudo
decir, y luego añade: “Pero ya no yo, sino la gracia de Dios que está en mí” (1
Co. 15:10). Él sacaba la fuerza de Jesús y del Espíritu Santo para cada tarea y
contaba que con ello podía emprender cualquier tarea. En realidad, cada
situación en que se encontraba era para él una oportunidad para el servicio. Si
estaba en la prisión, inmediatamente empezaba a trabajar para la salvación de los
otros presos. Si le enviaban guardias a su residencia para vigilarlo, antes de la
mañana ya estaban convertidos, y escribiendo a los Filipenses desde Roma les
dice que todos los que estaban en el cuartel habían aceptado a Jesucristo.
Mirémoslo en su viaje a Roma. Vemos a un misionero que se dirige al mayor
campo misionero del mucho, después de haberse hecho cargo del mando del
barco, por haber salvado las vidas y luego las almas de los que estaban a bordo.
Mirémoslo también en Roma, ante el emperador, arrastrado probablemente al
Coliseo para ser despedazado por los leones. ¿Cómo consideraba estas cosas?
Simplemente como una oportunidad de predicar el mensaje de salvación a los
tiranos que disponían de su vida, olvidando los rugidos de los leones que habrían
intimidado a otro más débil.
Y luego añade: “Fui librado de la boca del león” (2º Ti. 4:16) Su deber era
predicarle a Nerón; la parte de Dios consistía en vigilar la boca del león.
A pesar de las desventajas con que trabajaba Pablo, sin que hubiera iglesias
ni juntas denominacionales que se hicieran cargo de él, en el curso de una sola
vida este hombre maravilloso llevó el evangelio a todas las ciudades importantes
del mundo de entonces y fundó iglesias de las que procede toda la cristiandad.
¿Cuál fue el secreto de todo ello? “Mi Dios” y “sus riquezas en gloria por Cristo
Jesús”. Amado, ¿no querrás tener el mismo Dios de Pablo y usar los infinitos
recursos para una vida de santidad, de sufrimiento victorioso y de servicio santo
como la suya?
Capítulo 2.
Preguntas para reflexionar y
conversar sobre este capítulo:

1.¿Cuáles son las principales características de Dios que vemos en
este capítulo?












2.¿Qué aspectos de la ayuda de Dios vemos con mayor énfasis en la
vida de Pablo?















3.¿Cuáles características de Dios que señalamos en la pregunta uno
necesitamos enseñar y proclamar hoy?
















4.¿Cuáles características de Dios que señalamos en la pregunta uno
necesitamos que Dios manifieste?


3. EL DIOS DE JACOB
“No temas, gusano de Jacob” (Is. 41:14)
“Yo, Jehová, soy tu Salvador y tu Redentor, el Fuerte de Jacob” (Is. 49:26)


¡Qué combinación! ¡Gusano de Jacob y el Fuerte de Jacob! ¡Un gusano
asociado a la omnipotencia! ¿Qué hay más débil y pobre que un gusano? ¿Qué
hay más poderoso que el Fuerte de Jacob? Aquí se nos cuenta la historia no de
Jacob, sino del Dios de Jacob; no del hombre, sino de un Dios suficiente con su
infinita plenitud.
Hemos visto algo de los recursos de Dios en la historia de Elías, la de
Eliseo y la de Pablo. Pero alguien podría objetar que todo esto ocurría en vidas
de héroes y gigantes; pero, ¿cómo puedo yo, un hombre débil y pobre, alcanzar
cimas tan elevadas de victoria y de gloria?
Por ello volvemos la mirada ahora a la vida de uno débil e impotente, para
poder mostrar que Dios se una a éstos también para hacer de ellos ejemplos
peculiares de su gracia y su suficiencia. La lección de la vida de Jacob es la de la
gracia soberana de Dios. Hemos visto ya que ésta era una lección de vida de
Pablo y que el pensamiento más elevado y profundo de su testimonio era: “Ya no
yo, sino Cristo vive en mí”.
Si ha existido alguien alguna vez que merezca ser llamado gusano era el
suplantador, el hijo pequeño de Isaac. Y con todo, éste fue el hombre que Dios
seleccionó de entre todos los patriarcas para hacerlo cabeza de las tribus de
Israel y el fundador real del Pueblo del Pacto a quien fueron entregados los
oráculos divinos. Por tanto, Jacob está especialmente equipado para mostrar la
gracia de Dios mejor que ningún otro de los personajes de la Biblia. Demos una
mirada a las lecciones que su vida ilustra con respecto a los recursos de nuestro
Dios.
Vemos en la vida de Jacob que Dios puede elegir y usar vidas y personajes
deficientes y poco atrayentes. Nosotros habríamos preferido al espontáneo e
impulsivo Esaú. Su padre le prefería y procuró darle su bendición paterna y el
derecho de primogenitura divino. Había muy poco en Jacob que le hiciera
simpático o noble. Era un hombre codicioso, avaro, una máquina de calcular sus
conveniencias. Jacob era egoísta y engañoso en extremo, dispuesto a sacar
ventaja de las debilidades o las desgracias de los demás. Apenas hay un tipo de
ser humano que por consentimiento común se considere como más detestable
que un avaro, frío, sin entrañas, calculador. Muchos le consideran inferior al
hombre sensual que busca los placeres del cuerpo sin moderación y sin
escrúpulos. Y con todo, Dios eligió a este hombre a fin de demostrar que no hay
clase humana tan desagraciada que no esté dentro del alcance de la gracia
soberana; en realidad, Dios ama a estas personas también, porque “donde el
pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Ro. 5:20).
Si hay alguien que está leyendo estas líneas y que considera que no hay
esperanza para él, recuerde a Jacob y luego recuerde al Dios de Jacob, el que
eligió a un gusano para hacer de él un príncipe ante Dios y los hombres; al que
está todavía diciendo: “Dios eligió lo necio del mundo para avergonzar a lo sabio
y lo débil del mundo para avergonzar a lo poderoso” (1 Co. 1:27).
El Dios de Jacob es un Dios que puede discernir elementos buenos y
posibilidades de grandes cosas en las vidas que parecen más descorazonadas. En
la ruindad de Jacob había algo que tenía en sí los elementos de poder y
bendición y en la apariencia noble de Esaú había algo rastrero incapaz de
elevarse. No sin razón dijo Dios de estos dos hombres: “A Jacob amé, pero a
Esaú aborrecí” (Ro. 9:13). ¿Qué había en Jacob que Dios había amado y que
pasó a ser el punto de contacto con su gracia? Había un elemento que podemos
llamar espiritual. Era una peculiar comprensión de las cosas elevadas, que
discierne y elige lo mejor. Tal vez una especie de intuición, un instinto espiritual,
el germen, de hecho, de la naturaleza más elevada. Esto le permitió a Jacob
descubrir, apreciar y desear intensamente todo lo que significaba la divina
primogenitura, mientras que a Esaú le faltaba este sentido, y esta característica
hizo que despreciara la primogenitura. Esaú sólo se preocupaba de la
satisfacción de sus apetitos naturales. Era un animal espléndido; eso era todo.
Cuando estaba hambriento quería comida y no le importaba nada el modo en que
la conseguía. No tenía el poder de comprender o apreciar las bendiciones
elevadas que eran suyas por derecho natural. En la hora de su desvarío Esaú se
habrá dicho a sí mismo: “Yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá mi
primogenitura?” Aquél era el momento en que más debía haberle importado,
porque le garantizaba el favor de Dios del Pacto, una parte entre el pueblo del
pacto y el gran honor de encabezar el linaje que iba a conducir a la simiente
prometida, el venidero Mesías. Aunque tenía dignidades y privilegios elevados
relacionados con ella, era eminentemente espiritual en su significado y valor. Y
con todo, Esaú no comprendió ninguna de estas cosas, e inconsciente y ciego lo
echó todo a perder por un “guiso rojo” que le satisfizo el hambre. El autor
sagrado cristaliza el drama en una simple frase: “Así menospreció Esaú la
primogenitura”.
Ahora bien, aquello por lo que Dios se complació en Jacob era la calidad de
apreciar, desear y elegir lo mejor. Dios lo amó por eso y le concedió lo que
deseaba. “Tienen su premio”, es la tremenda sentencia que dijo Cristo sobre la
humanidad. Los hombres y las mujeres tienen generalmente lo que desean. Si
“buscan… primeramente el reino de Dios y su justicia… serán saciados” (Mt.
6:33).
Es verdad, con frecuencia, que lo peor y lo mejor muchas veces están muy
cerca en la naturaleza humana. El pecador más desesperante lo es muchas veces
porque el diablo ha visto su locura y ha pervertido el capullo haciendo de él una
espina. Dios lo ve todo pasando a través de la costra del mal y se nos acerca y
satisface el deseo velado de algo profundo que anhela lo mejor. Es consolador el
saber que tenemos un Dios que no busca el mal que hay entre nosotros, sino el
bien que procura establecer contacto con cosas mejores, buscando en cada alma
humana un lugar en que amarrar la cuerda de misericordia con la que nos
elevamos al cielo. Amigo, si estás lejos de Dios y eres consciente de tu nulo
valor, quisiera hacerte una pregunta: ¿Quieres tener el amor de Dios en tu
corazón? ¿Quieres elegir el hacer su voluntad si se te ofrece la oportunidad?
¿Estás dispuesto a separarte de todo con tal de alcanzar lo mejor y más elevado?
Si es así, entonces tienes aquello que Dios amó en Jacob, aquello que irá
buscando a Dios hasta que lo encuentre.
En tercer lugar, vemos en el Dios de Jacob que puede revelarse a un alma
que está en completa ignorancia de él. Cuando Jacob salió de la casa de su padre
y de los brazos de su madre, había puesto su corazón sobre las mejores cosas que
él conocía y consiguió el pacto por medio de una transacción indigna, pero hasta
aquel momento no había tenido la menor experiencia con respecto a Dios.
Vemos esto en la confesión en la cueva de Betel, cuando dijo: “Ciertamente,
Jehová está en este lugar y yo no lo sabía” (Gén. 28:16).
Vemos también la falta de todo amor filial y de confianza. “¡Cuán terrible
es este lugar!” Era un corazón duro, entenebrecido, natural, que se retraía de la
presencia de Dios, sin saber nada de la confianza y el amor. Pero a este corazón
pobre, oscuro y solitario se acercó Dios y se dio a conocer en aquella visión de
luz y revelación divinas, que pasó a ser no sólo para él, sino para todas las
generaciones venideras, una escalera que alcanzaba el cielo desde el lugar más
bajo y humilde. Recuerdo el día en que yo visitaba las ruinas de Betel,
cabalgando a lo largo de un estrecho sendero, parándome de vez en cuando ante
las numerosas cuevas a lo largo del camino y preguntándome en cuál de ellas
habría puesto Jacob su cabeza sobre una piedra, como sobre una almohada, la
primera noche después de abandonar su casa. Mi guía me indicó un punto a
través del valle y me dijo: “Ésta es la cueva en que durmió Jacob, porque desde
allí se pueden ver en la ladera rocosa, los grandes peldaños de piedra que se
levantan uno tras otro como escalones gigantescos, y en la semioscuridad le
pareció a Jacob que era una escalera porque llegaba al cielo”. Mi guía había
resultado un maestro de la alta crítica. Creía que podía explicar la Biblia sin
necesidad del elemento sobrenatural. Le dije que yo sabía más cosas. Que la
escalera que vio Jacob no eran los cantos escalonados en la ladera, sino que era
una escalera invisible que mi fe y la tuya han visto muchas veces desde
entonces, que desde nuestra impotencia nos abre el camino hasta el cielo y por la
que descienden los ángeles de Dios con sus mensajes de ayuda y bendición. Ésta
fue la primera vez que Jacob se encontró con Dios.
Llega un momento así en la vida de todo creyente. Lo conocías, lo habías
elegido, le habías entregado el corazón, pero nunca habías llegado a tener una
verdadera experiencia personal. Y fue que una noche solitaria, en un momento
de profunda tribulación, alguna crisis te forzó a orar y encontrarte a un Dios que
se te reveló como el gran hecho de tu vida, aquel con el cual permanecerás en
contacto íntimo, que será tu Dios del Pacto, tu Amigo, que te dirá, como a Jacob:
“He aquí, yo ya estoy contigo y te guardaré por dondequiera que fueres, y
volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que hayas hecho lo que te
he dicho” (v. 15). Puedes elegirlo si quieres. Depende de él el hacerse conocer y
su promesa eterna es: “Probadme ahora en esto” (Mal. 3:10). Entonces sabremos
si lo seguimos para conocer al Señor o solamente por lo que nos da.
En cuarto lugar, el Dios de Jacob sigue a sus hijos incluso durante años de
imperfecciones y descarríos mientras estamos alejados de él. Porque Jacob a
partir de la visión fue un hombre nuevo y un varón de Dios, pero todavía estaba
lleno de sus viejas artimañas, era egoísta y amaba los fraudes. Y así lo vemos,
dedicándose a sus trampas, haciendo de las suyas, intrigando contra Labán y
tratando de habérselas con él, pagando su astucia con la misma moneda. Lo
vemos tratando de conseguir esposa, haciendo trampas y al final abandonando el
país de su adopción temporal, dueño de inmensas riquezas, aunque, con todo, era
el mismo viejo Jacob en muchos aspectos. No se había olvidado de Dios. Había
orado con frecuencia. Le había pedido que prosperara sus argucias y sus planes.
Pero todavía era Jacob, el gusano de Jacob, el suplantador. Sin embargo Dios no
lo había abandonado en todos estos años, lo había seguido, lo había amado,
bendecido, prosperado y a su debido tiempo iba a llamarlo a cosas mejores.
Y así, querido amigo, Dios te ha seguido a ti en medio de tus descarríos. Él
no te quería allí donde estabas; pero no te dejó solo. Como siguió a Israel por el
desierto, de la misma manera va contigo en tu presente itinerario. En todas tus
aflicciones te ha guardado y te ha conducido todos los días. Es así que Dios ama
todavía a sus hijos imperfectos. Él no olvida al hijo cuando se equivoca y comete
locuras, sino que es todavía un Dios de infinita longanimidad y paciencia,
ternura y amor paternos. Esto no debería ser un estímulo para menospreciar
nuestros elevados privilegios, sino para ser agradecidos en amor, para seguirlo
de cerca y decidir hacer su voluntad.
Luego vemos en el Dios de Jacob que al fin supo poner sobre éste la
presión que había de traer la gran crisis de su vida. Había llegado el tiempo para
una experiencia nueva y más profunda, de modo que Dios lo hizo regresar a su
antiguo hogar. Es el viejo Jacob que regresa. Tiene numerosos rebaños, esclavos
y familia. Vemos también su previsión y consejo tratando de proteger sus
propiedades y sus feudos, y cuando sabe que su hermano, a quien considera
indignado, se le acerca con una banda armanda, agota todos los recursos de su
ingenio para evitar una confrontación violenta. Divide a su familia en dos
campamentos, le envía regalos. Finalmente se da cuenta de que todo es inútil y
que se halla completamente indefenso, sólo protegido por la misericordia y el
poder de Dios.
El camino se ha ido estrechando y es ahora un sendero por el que sólo
pueden andar al lado Dios y Jacob. Pasó el vado de Jaboc y bajo el cielo
estrellado de Oriente, Jacob hizo frente a la gran crisis de su vida. En ella iba a
hundirse o a alcanzar su mayor elevación. Iba a ser, o bien su clímax, o su ruina.
Y su instinto religioso le hace elevar la mirada al cielo. Jacob ora como nunca
había orado antes.
Pero hay otro conflicto. Dios está luchando con Jacob más que lo que Jacob
está luchando con Dios. Se nos dice con mucho significado que “luchó con él un
varón hasta que rayaba el alba” (32:24). Era el Hijo del hombre. Era el Ángel del
Pacto. Era Dios acorralando al viejo Jacob y a su vida de antes. Y antes de que
rayara el alba, Dios había prevalecido y Jacob tenía el muslo descoyuntado. Pero
al caer, cayó en los brazos de Dios y siguió luchando hasta que llegó la
bendición; la nueva vida nació en él y se levantó de lo terreno a lo celestial, de lo
humano a lo divino, de lo natural a lo sobrenatural. Aquella mañana era un
hombre débil y quebrantado, pero Dios había proclamado: “No se dirá más tu
nombre Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres y has
prevalecido” (v. 28).
Amigo, ésta debe ser una escena que ha de tener lugar en toda vida
transformada. Llega un momento de crisis a cada uno de aquellos a los que Dios
ha llamado a lo más elevado, a lo mejor. Cuando todos nuestros recursos fallan
en el momento en que hacemos frente a la ruina o a algo tan superior que nunca
habíamos ni soñado; cuando necesitamos ayuda infinita de Dios, pero antes de
poder conseguirla tenemos que soltar algo que se interpone, hemos de rendirnos
por completo, hemos de dejar de hacer uso de nuestra sabiduría, fuerza y justicia
y hemos de ser crucificados con Cristo y vivir en él. Dios sabe cómo guiarnos en
la crisis una vez que nos ha llevado a ella. Amado, ¿te conduce Dios así? ¿Es
éste el significado de tu profunda tribulación, de tu ambiente difícil, de esta
situación imposible o este lugar de prueba del que no puedes salir sin él y, con
todo, no estás tan cerca de él como para que te dé la victoria?
¡Oh, vuélvete al Dios de Jacob! Échate a sus pies. Muere para tu fuerza, tu
sabiduría, y lánzate a sus brazos de amor, como Jacob, para recibir de él la fuerza
y suficiencia. No hay otra manera de salir de este paso estrecho, sino hacia la
cumbre. Debes obtener tu liberación elevándote y alcanzando una nueva
experiencia con Dios, que te lleve a todo lo que significa la revelación del Fuete
de Jacob.
En sexto lugar, vemos en el Dios de Jacob a un Dios que sabe terminar su
trabajo por medio de la disciplina lenta del sufrimiento. Esta experiencia en
Jacob fue la crisis verdadera; pero el cumplimiento de la labor requirió los años
que siguieron. Hay muchas cosas que Dios puede hacer sólo con el tiempo. Hay
procesos de gracia que requieren ser seguidos durante largos años de disciplina.
Hay un fuego lento que disuelve y consume como ningún horno ardiente puede
conseguirlo en un corto tiempo. Hay un Dios que es el Refinador y Purificador
de la plata, a lo largo de los años, terminando su labor sólo cuando puede ver su
imagen en el metal que ha sido fundido. Éste es el Dios de Jacob. Y así, en los
cuarenta años que siguieron, condujo a Jacob por largas, lentas y difíciles
pruebas. Y ¡qué vivo fue el fuego!, ¡qué sensible el espíritu que Dios trabajó!
Del mismo modo se acerca a ti, en el lugar que más te duele. A veces en las
afecciones más profundas de tu corazón. Raquel murió, el orgullo familiar fue
herido por la deshonra de la hija; José, el hijo de Raquel, fue arrancado de su
presencia en medio de escenas de horror brutal. Los años se arrastraron con su
sombra lenta de aprehensión y agonía, hasta que al fin exclamó: “Todas estas
cosas son contra mí”. Pero a lo largo de todo ello, el viejo Jacob declinaba y
Dios crecía. Y cuando al fin le encontramos en el plácido ocaso de su vida, el
que en otro tiempo había sido astuto y sagaz, confiado en sí mismo, dijo algo
distinto “En tu salvación he esperado, ¡oh! Jehová” (49:18). Y vemos que el
dolor se había convertido en gozo. Vemos que las sombras se desvanecen y el
arco iris se remonta sobre las nubes. Oímos el canto al término de su vida
victoriosa: “El Dios en cuya presencia anduvieron mis padres, Abraham e Isaac,
el Dios que me mantiene desde que yo soy hasta este día, el ángel que me liberta
de todo mal…” (48:15,16). Vemos que incluso José le es restablecido y toda su
aflicción se transforma en gozo mientras que la lección espiritual permanece
para siempre en la vida transformada del venerable patriarca. De esta manera, el
Dios de Jacob sabe cómo probarnos y librarnos de la prueba. “Amados, no os
sorprendáis de la hoguera que se ha prendido en medio de vosotros para
probaros, como si os aconteciese alguna cosa extraña”, pero “para que la prueba
de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual parece, aunque se prueba
con fuego, se halle que resulta en alabanza, gloria y honra en la revelación de
Jesucristo” (1 Pe. 4:12,13).
El séptimo punto que consideraremos es que el Dios de Jacob es un Dios
que quiere usar el instrumento o persona que ha preparado. No fue Abraham, el
gran creyente, ni fue Isaac, el hijo manso, sino Jacob, el suplantador
transformado, a quien Dios destinó para ser la cabeza de las tribus de Israel y el
fundador del pueblo elegido, quien, en su lecho de muerte, pronunció la
bendición profética sobre su simiente que a través de los siglos se ha ido
cumpliendo. Hasta este día, la nación lleva el nombre de Israel y la simiente de
Jacob.
Y así Dios tomará nuestras vidas cuando las haya preparado en proporción
a lo que le han costado. El grade de poder que sale de un elemento es medido por
el grado de poder que entra en él. El poder que mueve los barcos y los trenes
procede del combustible, pero antes, en los tiempos primitivos, procedió del sol,
que hizo crecer bosques vírgenes inmensos.
Del mismo modo, Dios ha imprieso en una vida por medio de largos y
difíciles procesos de pruebas y disciplina, la influencia de su gracia y el poder de
su Espíritu transformador. Luego quiere sacar de esta vida el mismo poder y
usarlo sobre otros. La fuerza nunca se pierde, y así, la que recibimos de la
plenitud de Dios no podemos menos que pasarla a otros, como hace el sol al
brillar. Por ello, el Dios de Jacob nos tomará, nos sostendrá, nos llenará y luego
nos usará, sin lugar a dudas Y ya sea como sal, haciendo una labor silenciosa, o
como luz, que irradia sobre la tierra y el cielo, seremos fuerzas para el bien e
instrumentos para la gloria de Dios y bendición de nuestros prójimos, y toda
carne conocerá que “Jehová es nuestro Salvador y Redentor, el Fuerte de Jacob”.
Capítulo 3.
Preguntas para reflexionar y
conversar sobre este capítulo:

1.¿Cómo es el Dios de Jacob?













2.¿De qué maneras especiales Dios se manifestó a Jacob?
















3.¿De qué maneras cambió Jacob?
















4.¿De qué formas nos llena de esperanzas que Dios nos cambia?



4. EL DIOS DE ESTER
“Ciertamente, el furor del hombre te reporta alabanza; te ceñirás de él como un
ornamento” (Sal. 76:10)
“Porque si callas absolutamente en este tiempo, vendrá de alguna otra parte
respiro y liberación para los judíos; pero tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y
quién sabe si para una ocasión como ésta has llegado a ser reina?” (Est. 4:14)

Hemos venido considerando el carácter divino y sus recursos según lo
ilustran las vidas de hombres notables que ocupan un lugar elevado en la escena
histórica y del reino de Dios. Daremos una mirada ahora a la relación de Dios
según aparece en una situación única y muy diferente, en la vida de una joven
sola y un hombre despreciado, apartados de la simpatía e influencia, y llamados
a enfrentarse con grandes dificultades y terribles peligros. La historia de Ester
nos ilustra cómo Dios puede tocar una vida así y hacer que la ira de los hombres
acabe proclamando su alabanza.
La historia se cuenta rápidamente. Es una de las historias de amor de la
Biblia. Es un capítulo del reinado de Jerjes, el rico y magnífico rey de Persia,
cuyo ejército fue derrotado por los griegos. El drama se abre con una espléndida
fiesta que habría costado muchísimo dinero.
En el ápice de la alegría el rey mandó a llamar a su esposa favorita para que
apareciera ante los comensales. Totalmente borracho, pretendía que ella
apareciese en medio del banquete, mostrando su hermosura para satisfacer la
curiosidad y lujuria de ellos, en un acto que para la mujer oriental era un
sacrificio de pudor. Vasti rehusó, fue depuesta de su alto lugar en la corte y se le
buscó sucesora.
En la familia de un judío recto llamado Mardoqueo había una hermosa
doncella, su sobrina, a quien cupo por providencia divina el honor de heredar la
corona de Vasti y pasar a ser la reina de Persia.
El favorito de Jerjes era un hombre orgulloso llamado Amán. Amán se
sentía humillado y herido por la negativa de Mardoqueo de inclinarse ante él,
obediencia que exigía del pueblo. Mardoqueo rehusó degradarse a los pies de
otro hombre, por lo que Amán trató de destruirlo. El plan de Amán avanzó con
fuerza dramática. Amán era demasiado orgulloso como para descargar su
venganza sólo sobre Mardoqueo y decidió ejecutar una venganza estupenda: la
destrucción de toda la nación judía, esparcida por todo el imperio persa, cuyo
número alcanzaba posiblemente a millones. En una hora amarga para ellos,
consiguió el consentimiento de Jerjes y se promulgó el decreto, sellado por el
sello del rey (lo que hacía que no pudiese ser retractado), para que cierto día toda
la nación judía fuera exterminada simultáneamente, con sanción oficial. Además
de esto, el plan para la destrucción de Mardoqueo, de modo especial, llevó a la
erección de una horca, en la que iba a ser ejecutado.
Pero la providencia se puso en marcha. Primero hizo que Mardoqueo fuera
el instrumento para salvar la vida del rey al revelar un complot secreto contra su
vida, y después de haber sido olvidado este hecho durante mucho tiempo, de
repente, Dios puso en el corazón del rey el recuerdo de aquel acto. El resultado
fue que emitió un decreto real que Amán mismo se vio obligado a ejecutar
rindiendo tributo público de honor a Mardoqueo, a la vista de toda la población.
Mardoqueo no se quedó inactivo, sino que inmediatamente llamó a Ester a que
se pusiera a la altura de las circunstancias y cumpliera el gran propósito para el
que había sido exaltada a tan alta posición junto al rey. Esto significaba nada
menos que el hecho de que Ester debía presentarse ante el rey en súplica por las
vidas de su pueblo. Esto era difícil por el hecho de que no había sido solicitada
su presencia ante el rey desde hacía varios días y el hacerlo sin ser requerida le
podía costar la vida. Fue entonces que Mardoqueo le dirigió el solemne mensaje
del texto. “Si callas absolutamente en este tiempo, vendrá de alguna otra parte
respiro y liberación para los judíos; pero tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y
quién sabe para una ocasión como ésta has llegado a ser una reina?
Esto fue decisivo. Pidió a su tío que la ayudara con sus oraciones y se
atrevió a presentarse delante del rey. Dios estaba con ella. El cetro de oro fue
extendido y su real señor le dijo que podía pedir incluso la mitad de su reino.
Ester, diplomáticamente, no presentó su petición inmediatamente, sino que
solicitó del rey que asistiera a un banquete aquel día e invitó a Amán a que lo
acompañara. Acudieron los dos al banquete, pero Ester esperó aún hasta el día
siguiente. Todo empezó a ponerse en marcha. Aquel día Mardoqueo recibió el
honor público al que nos hemos referido. Amán acababa de rendírselo cuando
fue llevado a la presencia de su rey y la reina, y entonces fue cuando Ester,
volviéndose indignada contra él, pidió al rey protección para ella y para su
pueblo contra Amán. El rey se levantó y salió de la habitación tremendamente
enojado. Amán sin querer, suplicando misericordia a Ester, al volver a entrar
cometió una acción que el rey consideró un insulto contra la reina, y la ejecución
de Amán fue ordenada inmediatamente por el rey. Luego la reina, aunque no
pudo obtener la anulación del decreto de la matanza, cosa imposible bajo las
leyes de Persia, consiguió otro decreto sellado por el rey que permitía a los
judíos defenderse con la aprobación real. Esto cambió las cosas, y fueron los
judíos los que destruyeron a sus enemigos. Fue un día de liberación, honor y
triunfo para los judíos. La fiesta de Purim se celebra en recuerdo de esta gran
liberación hasta el día de hoy y es una de las fiestas más solemnes en el
calendario hebreo
Esta romántica historia está llena de lecciones espirituales y revelaciones de
Dios.

1. Dios es soberano sobre todo el mundo.
Nos enseña que Dios gobierna los asuntos de las naciones y controla los
sucesos políticos para que redunden en su gloria y en el establecimiento de su
reino. Por encima del trono del rey de Persia estaba la autoridad de Rey de reyes
y el Señor de señores. “Cristo es la cabeza sobre todas las cosas en la iglesia”
(Ef. 1:22) y el gobierno de las naciones y los sucesos providenciales no son más
que la voluntad de Dios, el armazón sobre el cual él está edificando su reino
espiritual y su propósito eterno para su pueblo. El mismo rey de Persia se
levantó en cumplimiento de la profecía de Daniel. El mismo trono de Jerjes fue
un fundamento sobre el cual Dios había construido la historia de Ester y de su
pueblo. Dios usó el reino de Persia para que fuera a la vez un refugio para su
pueblo, una disciplina para ellos debido a sus pecados y una ocasión para uno de
sus más grandes actos providenciales libertadores.

2. Dios puede usar todo para sus propósitos.
Vemos los planes y placeres de los impíos usados por Dios para su
propósito más alto. El costoso y lujoso banquete, la deposición de la reina e
incluso el deseo del rey de poseer la doncella más hermosa de su imperio; todo
esto fueron eslabones de la providencia de Dios para traer a Ester a la primera
fila y usarla para la gran misión que luego iba a ejecutar para librar a su pueblo.
Y así, los negocios, la pompa y el placer del mundo son simplemente
oportunidades para que Dios introduzca la historia de su propio pueblo en el
esquema de algún plan de mayor envergadura. De la misma manera que la corte
de Persia era el hogar de Nehemías y la casa del Faraón el hogar de Moisés para
que fuera entrenado, el trono de Jerjes fue la puerta providencial por la que Ester
pasaría al escenario de la providencia y realizaría su hermosa y gloriosa carrera
de fe y victoria para su pueblo.

3. Dios es soberano sobre cada vida.
Nuestros dones, cualidades, talentos y status en la vida, son todos parte de
un plan divino, elementos que Dios nos concede para que los usemos a favor a
los suyos. La belleza de Ester no era suya, pues se la había dado Dios. La
posición elevada de Ester no fue la ocasión para que gozara una vida egoísta y
espléndida, sino una puerta de servicio para Dios y su pueblo. Su influencia
sobre el rey no fue usada para engrandecerse, sino para el servicio a Dios y su
pueblo, o sea: su influencia sobre el rey no fue usada para engrandecerla a ella
misma, sino para ayudar a la causa de Jehová. Y así nuestras cualidades
personales, nuestras riquezas, posición social, planes, posición pública de poder
o influencia, todo esto son medios sagrados que Dios ha puesto en nuestras
manos para que los usemos a favor suyo, pues como se dijo a Ester: “¿Quién
sabe si has sido hecha reina para una ocasión como esta?”

4. El Dios soberano está sobre cada historia personal.
Aprendamos de la historia de Ester que Dios permite a veces que ocurran
cosas y luego parece que las olvida, pero tienen el propósito de usarlas más
adelante como eslabones de un plan providencial. El pequeño incidente de
Mardoqueo en que salvó la vida del rey, hizo posible su reconocimiento y honra,
al punto que cambio el destino de Mardoqueo. Con ello se le preparó para el
puesto de honor y confianza que recibió. Si Dios permite que haya sucesos en
nuestra vida que parece que han sido olvidados, actos de obediencia, fe,
sacrificio y aun ni nosotros mismos los recordamos, a su debido tiempo la rueda
de la providencia irá rodando y volverán a presentarse delante de Dios, quien las
usará para alguna nueva ocasión y oportunidad.
No consideramos nada como insignificante. Dios está obrando en todo y
mucho más allá de todo lo que podamos ver. Vigilemos el cumplimiento de su
plan y siempre veremos actos providenciales.

5. Dios usa incluso a quienes no lo conocen.
Dios, con frecuencia, pone una carga en el corazón de personas que no lo
conocen y los usa para que ejecuten sus planes. “Yo te he puesto nombre, aunque
tú no me has conocido” (Is. 45:4), fue su palabra a Ciro, el gran rey que fue
instrumento en las manos de Dios para llevar a cabo directamente uno de sus
mayores planes, aunque él mismo era un pagano ignorante y supersticioso. Y así
habló a Jerjes y lo hizo comprender su voluntad en una noche en que el rey no
podía conciliar el sueño; mandó a sus consejeros que consultaran los anales y
buscaran qué galardón se le había dado el fiel Mardoqueo por su servicio.
¡Qué comprensión nos da esto sobre los misterios del gobierno divino!
¡Qué significado añade al poderoso anuncio de nuestro rey!: Puede mover los
corazones de los hombres en defensa nuestra, según sea su voluntad, mientras
nosotros esperamos en calma, mirando como él obra. He conocido a personas no
creyentes que se han visto impulsadas a entregar una gran cantidad de dinero a
alguno de los hijos de Dios que sufrían; esas personas no pudieron descansar
hasta que hubieron cumplido con este acto, aunque no podían comprender por
qué razones obraban de esta manera. Una de las mayores donaciones en este país
para las misiones procedió de un hombre que nunca había tenido mucho interés
en las mismas hasta que en sus últimos días Dios lo impulsó a hacerla, como
resultado de las peticiones de algunos amigos de que Dios enviara ayuda para su
causa. Tenemos un Dios que puede alcanzar todos los corazones y hay personas
a quienes nosotros no podemos alcanzar directamente, pero a quienes podemos
alcanzar por los medios de Dios.

6. Dios tiene todos los recursos para alcanzar sus propósitos y cumplir sus
planes.
A veces Dios permite que los malos triunfen durante un tiempo y que la
causa de su pueblo llegue a una fase de crisis. ¡Cuán inminente el peligro de
Ester y de su pueblo! ¡Cuán rápida y certera la interposición de Dios y la
liberación para la nación condenada! Parecía que las cosas ya habían ido
demasiado lejos. Sólo la mano divina podía evitar la catástrofe. Pero, ¡qué
sorpresa! La verdad es, sin duda, más sorprendente que la imaginación. Las
historias de la fe son las más extraordinarias y sublimes de todas. Amigo, ¿te
está probando Dios? ¿Van tus dificultades y tus enemigos en aumento? Hay
alguien que debería haber entrado ya en acción, que se demora tanto que parece
que llegará tarde. Pero confía en él. Su camino es el torbellino y la tormenta. Las
nubes son el polvo de sus pies. Él no permitirá que la promesa quede
incumplida. “Aunque tarde, esperaré en él; vendrá y no tardará” (Hab. 2:3).

7. Dios es soberano sobre el diablo también.
Dios tiene sus planes preparados de antemano con respecto a las maniobras
del diablo y sus instrumentos elegidos preparados para contrarrestar los
designios del maligno. Zacarías nos dice en una de sus visiones que había cuatro
cuernos que el enemigo había enviado para dispersar el pueblo de Dios, pero que
cuatro obreros los seguían para desbaratarlos. De la misma manera, aquí, donde
el diablo tenía al débil y poco escrupuloso Jerjes preparado por su decreto
precipitado de destruir una nación, Dios tenía al recto y sensato Mardoqueo, en
el lugar de la fe y la influencia, preparado para contrarrestar la locura. El diablo
tiene a su siervo Amán, pero el Señor tiene a su sierva Ester un poco más cerca
del cetro de poder para que se interpusiese en el momento oportuno. No hay
sorpresas en el gobierno de Dios. Él está siempre preparado para enfrentar al
enemigo y si permanecemos en él y lo seguimos de cerca, no habrá poder en la
tierra o en el infierno que pueda dañarnos.

8. Dios espera obediencia y dependencia de nuestra parte.
Aunque Dios está siempre vigilando y obrando para defender a su pueblo y
su causa, sin embargo espera de él cooperación pronta, obediente y decidida en
el momento de la crisis. Hay ocasiones en que no podemos hacer otra cosa que
esperar, pero hay otras en que se necesita acción prudente y rápida, y entonces
no hay lugar para vacilaciones o desmayos. Un momento así le llegó a Ester
cuando su tío le dijo que se presentara ante el rey. Era natural que vacilara, pero
habría sido una locura el desobedecer. Como le dijo Mardoqueo, Dios podía
valerse de otros medios si ella hubiera fallado, pero ella habría quedado hundida
en la ignominia. Hay momentos, amigo, en que debo hablar alto por la justicia,
incurrir en prejuicios infundados y malas interpretaciones de la gente, pero lo
mejor es ser valeroso y sincero. No vacilemos nunca en arriesgar ya sea los
intereses, la amistad e incluso la vida, por causa de la verdad y la obra de Dios.
Es necesaria la prudencia, es necesaria la sabiduría para distinguir entre “Estáte
quieto y espera la salvación de Jehová” y “Habla a tu pueblo”, pero cuando
vemos claro lo que hemos de hacer no hemos de vacilar un solo instante.

9. Dios cuida a los suyos.
Dios nos salva no sólo de los malvados, sino que a ellos les deja caer en sus
propias trampas. La horca que Amán había erigido para Mardoqueo acabó
sirviendo para su propia ejecución. El decreto que promulgaba la matanza de los
hebreos acabó resultando en la destrucción de sus enemigos. El hombre que los
conspiradores querían hundir fue levantado para ocupar el lugar de honor. El
camino de los impíos fue atajado. Es algo terrible el oponerse a Dios y a su
pueblo. Cristo considera la persecución de sus hijos como propia. El odio a la
causa de Cristo y a sus siervos es considerado como lucha contra Dios, y es una
cosa horrible caer en las manos del Dios vivo. Hemos de ser conciudadanos con
los ungidos de Dios. Las armas empuñadas contra ellos se volverán contra sus
perseguidores. Nunca se puede ser demasiado cuidadoso en hablar contra los
hijos de Dios. Muchas veces, cuando no tenemos nada que elogiar de ellos, lo
mejor es guardar silencio.
Finalmente hay tiempos de crisis en la historia de los individuos y de los
movimientos religiosos y estos son momentos de especial responsabilidad. Una
ocasión de esta clase apareció en la vida de Ester y en este momento convergió
todo el significado de su vida y toda la preparación de la providencia divina en
años anteriores. Sin duda, si ha habido alguna vez momentos de crisis en la
historia del mundo, éste fue uno de ellos. Amados, recordemos que nosotros
hemos entrado en el Reino para ocasiones así. Todas las cosas se proyectan en la
luz de las crisis presentes, que como fogonazos, irrumpen en la humanidad una
tras otra. Dios nos ha dado el Reino, la oportunidad, la capacidad natural, el
ambiente providencial y los dones espirituales para que los usemos en estas
ocasiones solemnes para cumplir nuestra responsabilidad. ¡Que él nos ayude a
“redimir el tiempo” verdaderamente!
Capítulo 4.
Preguntas para reflexionar y
conversar sobre este capítulo:



1.¿Qué situaciones especiales le tocaron vivir a Ester?











2.¿Cómo se manifestó Dios en esa situación histórica especial?
















3.¿De qué maneras vemos la soberanía absoluta de Dios en la historia?















4.¿De qué maneras oramos para que Dios se manifieste en nuestra
situación histórica hoy?

5. LA VISIÓN DE DIOS

“De oídas te conocía; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto, me retracto de mis
palabras y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:5,6)


El libro de Job es el poema más antiguo que se conserva y nos presenta
alguna de las enseñanzas más profundas de la revelación divina. Es un drama
inspirado y su objetivo es doble: primero, mostrar los principios del gobierno
moral de Dios en sus tratos con el hombre; segundo, mostrar lo inadecuado de la
naturaleza humana para resistir las pruebas de la vida sin una comprensión
espiritual profunda.
La figura principal del drama es un hombre que descuella en su generación
con las cualidades más hermosas del carácter humano. Por testimonio divino era
un buen hombre, el mejor de la tierra, que “temía a Dios y evitaba el mal”. Sin
duda, era siervo de Dios y podríamos llamarle hoy convertido. Pero no había
pasado todavía por la experiencia profunda de la crucifixión propia que lleva al
alma al conocimiento de la naturaleza divina y a la experiencia de la verdadera
santificación.
Dios permitió que este hombre sufriera pruebas severísimas. La primera
parte del drama aparece en las preguntas y requisitorias de sus amigos y
consejeros para intentar dilucidar las causas y explicaciones de su prueba
peculiar. Tres amigos le visitaron, tres eminentes filósofos y moralistas, que
representaban la flor y nata de la sabiduría del mundo. Sus nombres eran un
compendio del honor. La fuerza, la riqueza, la belleza y la sabiduría del mundo.
Día tras día, a lo largo de los prolongados y penosos sufrimientos de Job,
estuvieron sentados a su lado tratando en vano de instruirlo en los principios del
gobierno divino y de mostrarle que tenía que ser culpable de alguna gran
iniquidad; de otro modo, Dios no le habría afligido de aquella manera. Cada uno
de ellos tuvo tres ocasiones para hablar y Job a su vez contestó a cada uno en
cada ocasión. Pero cuando llegó al final, la luz sobre el caso no había aumentado
un ápice. Job estaba por completo insatisfecho con su consuelo y sus
exhortaciones y los despidió con sus sarcásticas palabras: “Consoladores
molestos sois todos vosotros” (16:2)
Estos amigos representaban la mejor filosofía y sabiduría del mundo de
entonces, pero demostraron una total incapacidad de la mente humana a pesar de
sus esfuerzos para “hallar a Dios”.
La prueba demuestra también otro hecho y este hecho es el fracaso de Job.
El buen hombre pronto se sintió quebrantado bajo la prolongada aflicción y
empezó a justificarse a sí mismo y a proyectar sobre Dios la severidad y aún la
injusticia de la pena.
Luego aparece un cuarto personaje en escena, Eliú, cuyo nombre implica
“relación directa con Dios como su siervo y mensajero”. Éste vino con un
mensaje enteramente nuevo, a saber, la inspirada Palabra de Dios mismo. Habló
dos veces y Job le respondió también, pero toda su profunda enseñanza espiritual
cayó en vano sobre los oídos del atribulado Job. Era necesaria una influencia
mayor, un toque divino, para que su corazón se rindiera y pudiera aprovechar la
lección.
Al final llegó la revelación directa de Dios mismo. Después de haber
hablado todo y de que Job hubiera repetido sus quejas y sus justificaciones
personales, Dios apareció de repente en escena en una visión sublime de poder y
majestad y le habló en medio de un torbellino. El mensaje se presenta en dos
secciones interrumpidas por una breve pausa y una expresión de sumisión ante la
reprensión de Dios: “¿Contenderá el discutidor con el Omnipotente? El que
disputa con Dios responda a esto”. Y Job contestó: “He aquí que yo soy vil; ¿qué
te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca. Una vez hablé, mas no
responderé; aun dos veces, mas no volveré a hablar” (40:2-5).
Luego Dios en su mensaje, que ocupa los dos capítulos siguientes, le
presenta a Job su majestad y gloria en la creación natural, mencionando las
fuerzas de la naturaleza, las estrellas en sus cursos, las leyes celestes, las nubes y
los relámpagos para las necesidades de todos los seres vivos, los instintos de los
pájaros, las poderosas criaturas que pueblan el mar y los bosques. Y ante la
visión desplegada de la magnificencia divina, este humillado penitente vio
deshacerse todo su orgullo, su deseo de reivindicación se desvaneció y exclamó:
“De oídas te conocía; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto, me retracto de mis
palabras y me arrepiento en polvo y ceniza”.
Éste fue el final de la crisis de la vida espiritual de Job. Ésta fue la muerte
de su yo y el principio de la vida de Dios en él y a partir de este momento el
curso de la historia cambia completamente: toda la experiencia de Job es
transformada. En el momento en que se condenó a sí mismo, Dios empezó a
justificarlo. En el momento en que se hundió en el polvo, Dios empezó a
levantarlo. En el momento en que cesaron sus argumentos y su litigio con los
amigos y empezó a orar por ellos, vio a sus amigos en actitud humilde ante él,
pidiéndole perdón. Job oró por ellos y Jehová aceptó la oración de Job. A partir
de aquel momento incluso sus circunstancias temporales cambiaron, terminó su
tribulación y todo lo que se le había quitado le fue restaurado doblemente. A
partir de aquel momento la vida fluyó en un nuevo plano de resurrección, de
poder, de gloria y bendición. Miremos, pues, más de cerca lo que ocurrió en este
punto crucial, esta crisis de una vida, este gran ejemplo que Dios nos presenta en
la historia de su siervo de antaño.

1. La Revelación de Dios es fundamental para nuestras vidas.
Una de las palabras del texto nos recuerda el valor de la revelación de la
verdad divina. “De oídas te conocía”. Esto describe la revelación, que nos llega
por el oído externo, y la natural inteligencia que representa. En el drama del libro
de Job, Eliú representa la revelación de la Palabra de Dios que nos llega al oído
y la mente. Ahora bien, no debemos negar que la revelación de la voluntad y el
propósito de Dios es absolutamente necesaria y es el fundamento de todas las
revelaciones más profundas para el alma, pero al mismo tiempo, la revelación de
la verdad no basta, a menos que tenga lugar la revelación más profunda de Dios
mismo en el espíritu interior por medio del Espíritu Santo. Se requiere la mente
espiritual para comprender las enseñanzas del Espíritu. El intelecto natural y frío
no puede recibir las cosas de Dios meramente por el oído. Por tanto, muchas de
las mentes más brillantes y profundas han fracasado en su intento de comprender
las profundas enseñanzas de las Escrituras, y a causa de su propia crítica se han
convertido en enemigos de la Biblia y han interpretado mal el libro que ellos
presuntamente respetan y pretenden explicar y dilucidar. La mayor debilidad del
cristianismo hoy consiste en el hecho de que muchos de sus seguidores sólo
saben de Dios de oídas.

2. Siempre necesitamos conocer más a Dios.
En el texto se nos enseña la necesidad de una revelación más profunda de
Dios mismo. “Ahora mis ojos te ven”, exclama Job. No es la verdad, sino el
Dios de la verdad. No es el libro, sino el autor e inspirador del libro, con quien
tenemos que habérnoslas. La misión del Espíritu Santo es revelarnos a Dios por
medio de la verdad y respaldar la verdad al alma sincera que inquiere. Ésta es la
experiencia que Job tenía que pasar y que quebrantó su corazón, humilló su
orgullo, eliminó su autosuficiencia e hizo lugar en su corazón y su vida para
Dios.
Éste ha sido el punto crucial, la encrucijada de cambio en toda vida
espiritual profunda. Se nos dice que en Mesopotamia “Dios en su gloria se
apareció a Abraham” y que a partir de aquel momento empezó toda la historia de
su fe. Le fue fácil abandonar su país y su hogar. Le fue fácil dirigirse a un futuro
desconocido. Estaba con él, a partir de aquel momento, Aquel a quien había
conocido personalmente y cuya aparición había transformado todo lo demás en
humo y polvo. Dios se le había aparecido
Más tarde vemos otra figura que aparece en escena, en una crisis aún
mayor, en la historia de la redención. Es el legislador y caudillo Moisés. Pero el
secreto de la vida de Moisés se nos da en una corta frase: “Se mantuvo firme,
como viendo al invisible” (He.11:27). Se había encontrado con Dios. Lo había
visto y la invocación más profunda del corazón y la vida de Moisés salió en su
oración: “Te ruego, muéstrame tu camino”. “Si tu presencia no hay de ir
conmigo, no nos saques de aquí. ¿Y en que conocerá aquí que he hallado gracia
antes tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros?” (Éx. 33:14-
15)
La próxima vida que se destaca y adquiere relieve es la de David y la
característica predominante y decisiva de su vida fue la piedad. “He puesto
siempre al Señor delante de mí”, es el lema de toda su experiencia. Isaías pasó
por esta situación cuando dijo: “Vi al Señor sentado sobre un trono alto y
sublime” (cap. 6), y luego sigue contando algo que es equivalente a lo que dice
Job.
Pero el personaje más grande de la Escritura después del Señor Jesús es el
gigante Pablo, que empieza su nueva carrera en el momento en que tuvo la
visión del Señor, y a partir de aquel momento hubo un Rostro, una Forma, una
Presencia, un Pensamiento que dominó su vida: la visión, la presencia, la
voluntad de su Maestro.
El momento culminante en toda vida es aquel en que Jesucristo se hace
presente e intensamente real y vívido en la consciencia de la persona. ¿Ha
llegado para ti este momento? ¿Has pasado del mero estadio de conocimiento
intelectual con Cristo al de la intimidad personal? ¿Es al Cristo histórico, o es al
Cristo de hoy al que te refieres cuando dices como uno de los escritores
alemanes más devotos dijo: “Me parece como si Jesucristo hubiera sido
crucificado ayer”?
El efecto de la visión de Dios en Job fue marcado de inmediato.
Trajo la muerte para su yo. El resplandor de aquel destello de gloria divina
cegó en él toda otra fuente de luz y por tanto toda otra vista, especialmente la
vista de sí mismo. Todas sus justificaciones, complacencias y reivindicaciones
desaparecieron. A la luz de la gloria de Dios sólo podía verse como sin valor y
vil y ya deseaba perder de vista su propio yo y no verse más a sí mismo. No
solamente se retractó de sus palabras, sino también repudió sus actos, se
aborreció y renunció a sí mismo. La negación propia no es renunciar a unas
pocas cosas, es el rehusar a reconocernos más a nosotros mismos, renunciar a
vivir por nosotros mismos, no esperar nada bueno de nosotros. Este efecto fue el
de la visión de Dios en Isaías: Cuando vio a Jehová en su gloria exclamó: “¡Ay
de mí! que muerto estoy; porque siendo hombre inmundo de labios, han visto
mis ojos al Rey, Jehová, de los ejércitos”. Cuando Daniel vio su visión, nos dice:
“Y no quedó fuerza en mí; se demudó el color de mi rostro hasta quedar
desfigurado; y perdí todo mi vigor” (Dn. 10:8). Éste es el único modo en que el
yo puede morir: la visión de Cristo, y sobre todo, la recepción de Cristo para
vivir y reinar en la voluntad, el corazón, la vida, echará todo rival, especialmente
al peor de todos, nuestra voluntad propia, la confianza en nosotros mismos,
nuestra justicia y amor propios.
El segundo efecto de la revelación de Dios fue la elevación de su corazón a
un plano más elevado de la vida divina. Inmediatamente lo hallamos orando por
sus adversarios. Si hay un milagro mayor que otros es el que ocurre cuando el
aborrecimiento se transforma en amor celestial. Nada hay más difícil que el amar
realmente a personas que nos han exasperado, atormentado, hostigado, como
habían hecho los amigos de Job con él, en nombre de la religión. Pero la visión
de Dios elevó a Job a este plano. Hubo una avalancha de vida y amor divino en
su alma que cambió a partir de aquel momento todas sus percepciones. Cuando
el corazón recibe a Cristo lo ve todo y ve a cada uno bajo la luz de Cristo;
entonces el hombre ama no como hombre, sino como Dios ama.
El tercer efecto de la revelación de Dios es que Job fue reivindicado por
Dios mismo. Job no necesitaba reivindicarse ante los hombres que lo habían
dañado, porque Dios los llamó a cuentas y los hizo arrepentirse y aceptar
humildemente su error, ofrecer un sacrificio a Dios y pedir a Job ser un medio de
bendición para ellos. Cuando morimos al yo y pasamos a ser uno con Dios, éste
hace incluso que nuestros enemigos estén en paz con nosotros, saca bien del mal
y vuelve la maldición en bendición. “En el día que te habré limpiado de todas tus
iniquidades te haré habitar en las ciudades y los lugares desiertos serán
edificados. Y la tierra desolada habrá pasado a ser como el Jardín de Edén” (Ez.
36:35).
Finalmente Dios mismo restauró a Job el doble de todo lo que había
perdido antes. Le devolvió la salud por medio de un milagro y añadió a sus días
el doble de los años anteriores, pues vivió hasta los ciento cuarenta años, con lo
que probablemente alcanzo los doscientos años, una edad superior a la de
Abraham mismo.
Le dio nuevos hijos e hijas y se hace especial mención de que no había
mujeres más hermosas en la tierra que las hijas de Job y sus nombres indican la
cualidad de su persona y de su corazón.
Le devolvió sus propiedades, de modo que tuvo en cada especie de
animales el doble de lo que había poseído antes. Dios bendijo las postrimerías de
Job más que su primer estado.
Todo esto es verdadero: “Buscad primeramente el reino de Dios y su
justicia; y todas las demás cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33). No tiene por qué
ser en este mundo, ya que la prosperidad terrenal no puede ser medida en
proporción a los bienes espirituales, pero antes de que la verdadera vida vea su
círculo completo, pasará a ser una realidad, porque esta vida no es sino un
pequeño fragmento del total. Será cuando él vuelva otra vez que todas las
promesas de su bendición serán recibidas por el alma consagrada; entonces
“todas las cosas serán añadidas”; “todo aquel que haya perdido su casa o sus
tierras por amor de Cristo” recibirá en proporción del ciento por uno, no ya el
doble. Entonces, las personas que hayan muerto para el yo y el pecado se
sentarán en el Trono con él y recibirán el “poder de la vida perdurable”, por cada
cruz una corona, “un alto grado y eterno peso de gloria” y una “herencia
incorruptible, inmarcesible y eterna en los cielos”
Capítulo 5.
Preguntas para reflexionar y
conversar sobre este capítulo:



1.¿Cómo el autor presenta y describe a Dios en este capítulo?














2.¿De qué maneras podemos llegar a conocerlo mejor?













3.¡Haga un plan! Piense en pasos prácticos que puede dar para conocer
mejor a Dios en los próximos seis meses.

a.Principales acciones
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b.Plan para el mes 1:
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c.Plan para el mes 2:
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d.Plan para el mes 3:
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e.Plan para el mes 4:
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f.Plan para el mes 5:
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g.Plan para el mes 6:
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6. EL SECRETO DE LA VISIÓN

“¡Quién me diera el saber donde hallar a Dios! (...) Pero me dirijo al oriente, y
no lo hallo; y al occidente, y no lo percibo; si muestra su poder al norte, yo no
lo veo; al sur me vuelvo, y no lo encuentro” (Job 23:3, 8-9)

Éste es el clamor del alma que anhela a Dios y busca a Dios por si puede
encontrarlo. Es el grito profundo del verdadero espíritu, la profunda necesidad
de toda vida humana y la mayor oración que Dios puede contestar para un alma.
Porque “esta es la vida eterna, que te conozcan como el único Dios verdadero, y
a Jesucristo, a quien tú has enviado” (Jn. 17:3).
¿Cómo podemos encontrar a Dios? ¿Cómo puede pasar a ser en nuestra
consciencia más real y satisfactorio que cualquier otra personalidad y cualquier
otra necesidad?

1. Podemos hallar a Dios en la naturaleza.
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de
sus manos. Un día comunica el mensaje a otro día, y una noche a otra noche
declara sabiduría” (Sal. 19:1,2).
La naturaleza sola no puede revelarnos el carácter pleno de Dios, su gracia,
que es lo que el alma pecadora necesita conocer de él. Pero después de conocerlo
por medio de su Palabra, la naturaleza es la más plena de las benditas
ilustraciones de su carácter y el más vívido despliegue de su amor y su poder; y
todavía la creación pasa a ser para el alma consagrada un gran templo que tiene
los cielos azules por bóveda, las estrellas resplandecientes como lámparas, los
prados en primavera por pavimento de esmeralda y el bramar del océano, el
trueno y los sonidos de toda la creación como himnos de loor y adoración
incesante. En un sentido podríamos decir que todo lo que vemos en este mundo
no es sino una letra del gran abecedario de la verdad, hablándonos de Aquel que:
“Brilla en el sol, refresca en la brisa, resplandece en las estrellas, brota en los
árboles. Vive en toda la vida, se extiende por los espacios e indivisible actúa sin
agotarse”.
Siento lástima por el hombre que no puede ver a Dios en el rostro
caleidoscópico de la naturaleza y no puede oír su voz en cada nota del gran
órgano de este mundo.

2. Hallamos a Dios en su Palabra.
La Naturaleza sólo nos dice la mitad de la frase y proclama constantemente
que “Dios es…”, pero nos deja en blanco el resto, como una interrogación. Sólo
la Biblia puede acabar la frase y darnos la completa revelación de que “Dios es
amor”. El Salmo 19, que hemos citado recién, rápidamente pasa de lo natural a
lo sobrenatural y al testimonio que da su Palabra con respecto a los atributos y la
gloria de Dios. Mientras que los cielos declaran la gloria de Dios y la tierra
anuncia las obras de sus manos, “la ley de Jehová es perfecta, que reconforta el
alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los
mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de
Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que
permanece para siempre; los preceptos de Jehová son verdaderos, todos justos”
(vs. 7-9).
Este Libro es el espejo de Dios. En cada una de sus páginas
complementamos su faz. En Génesis vemos algo que no sabíamos: que es el Ser
supremo y que el universo brota de su mano creadora y es sostenido por su
providencia omnipotente. La caída del hombre malogra el benéfico plan, pero
aparecen los recursos maravillosos de su redención. Se nos cuenta la historia en
cada una de sus páginas: en todas ellas brilla la presencia de Dios. El personaje
más famoso y brillante del mundo de antes del diluvio, el santo Enoc, es
distinguido por el hecho de que anduvo con Dios. Pero vemos muchísimo más.
Abraham es como un niño que se dirige hacia lo desconocido de la mano de
Dios. Vemos a José, a Moisés, a Josué, a Samuel, a David, cada uno de ellos
reflejando la presencia y la personalidad de un Dios infinito y siempre presente.
Toda la historia de la Biblia es una constante revelación de Dios en medio de las
cambiantes escenas y su soberanía sobre los elementos y las fuerzas del bien y
también del mal. El Nuevo Testamento nos da la visión del rostro de Jesucristo y
nos deja con el Espíritu Santo como Presencia perpetua de Dios en el corazón y
la vida de cada creyente.
Pero el Dios de la Biblia es más que esto. Para los creyentes no es sólo
Dios, sino nuestro Dios. Este Libro es más que un espejo. Es una carta de amor
con tu nombre escrito en ella; es un libro de cheques que puedes firmar y retirar
lo que desees del depósito de sus grandes promesas. La mejor manera de hacer la
Biblia interesante es leerla con tu nombre escrito en ella y ver en cada una de sus
promesas un mensaje directo para ti. ¿Te gustaría estar un día en la presencia de
Dios? Acude a la preciosa Biblia y cada mañana o cada noche puedes encontrar
en ella palabras dirigidas a ti personalmente. Aprenderás a valorarlas, a
marcarlas como un recuerdo de las horas de crisis de la vida y como una historia
de tu propia experiencia.

3. Dios está presente providencialmente cada día.
Podemos encontrar a Dios y su providencia en las cosas que nos suceden
día tras día. La fe aprende a reconocer a Dios en todo, en un sentido u otro,
incluso en las cosas que proceden de este mundo hostil y enemigo. Cada
dificultad que encontramos es un estímulo para demostrar los recursos de
nuestro Padre celestial, un vaso en el que podemos recoger su bendición, una
ocasión para mostrar que no hay nada demasiado difícil para él, ninguna
empresa demasiado grande para que nos abstengamos de emprenderla, nada
demasiado pequeño como para que él no se interese por ello. Así que podemos
encontrar a Dios no sólo en sus bendiciones, como nosotros las llamamos, y en
sus muestras evidentes de dones de su bondad, sino también en las cosas que son
bendiciones disfrazadas: las pruebas, las aflicciones, los obstáculos, las
circunstancias adversas, las mismas tentaciones y conflictos con que el enemigo
implacable, Satanás, nos confronta. Es posible que aprendamos a mirar todas
estas cosas como pruebas que no vienen de la mano del Padre y oportunidades
para mostrarnos su amor y ayudarnos; si las recibimos así, serán experiencias y
recuerdos placenteros en nuestras vidas, porque las pruebas habrán pasado a ser
bendiciones y triunfos. Aprenderemos a mirar por encima de la cabeza del diablo
y a ver a Dios detrás y por encima, y poco a poco acabaremos teniendo la
impresión de que, después de todo, es en realidad nuestro aliado, pues Dios hace
prisionero a nuestro enemigo y lo hace pelear en nuestras batallas y acarrear
nuestras cargas. Ésta es la mayor humillación para el diablo y la mayor gloria de
Dios.
Se cuenta la historia de una ancianita que pedía pan en oración, en un
período de gran escasez. Unos muchachos la oyeron orar y, pensando burlarse de
ella, compraron un pan y llamando a la puerta, lo dejaron dentro y se marcharon.
La anciana recogió el pan e inmediatamente se puso de rodillas dando gracias a
Dios por haber contestado su oración. Los muchachos se quedaron atónitos, así
que entraron en la casa de la anciana y le dijeron que se estaba engañando, que
no era Dios quien le había mandado el pan sino que habían sido ellos. “¡Ah! –
dijo la ancianita–, muchachos, esto yo lo sé mejor que ustedes. Fue el Señor que
lo envió, aunque fuera el diablo el que lo entregó”. Y así hay muchas cosas que
el diablo nos trae, pero el hijo de Dios puede ver que quien se las manda es Dios.
Amados, nos perdemos la disciplina de la vida y las victorias de la fe si no
buscamos y encontramos a Dios en todas las situaciones difíciles en que nos
encontramos cada día; y aprendemos a levantarnos por encima de ellas hasta
alcanzar nuestras victorias más sublimes. Hemos de recoger las piedras de
tropiezo que el diablo nos echa en el camino y construir con ellas una torre que
nos permita llegar al cielo. Si quieres encontrarte con Dios esta semana puedes
hallar centenares de lugares que te esperan, en que puedes o bien rendirte a las
dificultades o confiar que tu Padre te dé la victoria, y seguirás luego adelante con
agradecimiento y alabanza.
4. Podemos hallar a Dios entre su pueblo.
Porque la Iglesia de Cristo es su cuerpo y representa los mismos rasgos que
su gloriosa cabeza. Es, “con todos los santos” que aprendemos a “conocer la
altura, la profundidad, la longitud y la anchura del amor de Cristo” (Ef. 3:18). Es
el arte divino de aprender a reconocer el rostro del Maestro en las caras de sus
hijos y la presencia del Maestro en las cosas comunes de cada día.
Se dice de un artista distinguido que una vez fue contratado para pintar el
retrato de una emperatriz. La mujer no era hermosa, pero se esperaba de él que
haría un hermoso retrato. Visitó todo el imperio y retrató a las mujeres más
hermosas de diferentes ciudades y con estos hermosos retratos compuso uno que
representaba las facciones más hermosas de cada uno de ellos. Luego, con un
exquisito toque de artista, le dio la expresión del rostro de la emperatriz; este
algo sutil y peculiar que hace que una cara refleje la personalidad de su
poseedor. Era la expresión de la emperatriz, pero los rasgos eran los de
diversidad de bellezas que halló en el país.
En un sentido más elevado, cada uno de los hijos de Dios es una imagen del
Maestro, y si tenemos su fe y su amor no nos será difícil hallarlo a él en sus
discípulos más humildes. A menudo, cuando estábamos cansados del servicio y
sin saber qué presentar al trono de la gracia como expresión de nuestras
necesidades, hemos visitado a una persona enferma y visto junto a la cama el
Cristo que estábamos buscando; hemos encontrado en alguna expresión simple,
un incidente, una palabra en un mensaje, algún maravilloso ejemplo del
sufrimiento del paciente o la fe victoriosa que era lo mismo que necesitábamos.
Hemos encontrado a Dios. Hemos recibido al mensajero. Hemos recibido más de
lo que ofrecimos, y nos hemos ido, comprendiendo que hemos estado con Jesús
y que hemos visto al Señor.


5. Podemos encontrar a Dios en su casa.
Podemos encontrar a Dios en las ordenanzas de su Casa, en el culto de
adoración en la iglesia, en el partimiento del pan y la participación del vino, en
la hora de oración unida en el altar de la congregación pública, en la unción de
un servicio de bautismo y en los ministerios y servicios del salón de cultos. Hay
un sentido especial en que esta promesa recibe realización: “Allí donde están dos
o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18:20).
No nos equivoquemos olvidando reunirnos con nuestros hermanos porque
aunque él está presente en los corazones y los hogares de los suyos, ama las
puertas de Sion más que todas las moradas de Israel.

6. Podemos encontrar a Dios en nuestros corazones.
Podemos reunirnos con Dios en los lugares secretos del corazón y tener
visión limitada del espíritu que espera. Éste es el templo predilecto de Dios.
Aunque el cielo es su trono y la tierra es estrado de sus pies, su santuario es el
corazón humilde y contrito al que él acude “para reavivar el espíritu del humilde
y para vivificar el corazón del contrito”. Dios está esperando siempre encontrar
al espíritu devoto en la cámara interior del alma cuando nos acercamos a él en
nombre de Jesús.
Pero hay algunas cosas que tenemos que recordar y hacer si queremos
realmente encontrarnos con Dios en el lugar secreto del alma.
Hemos de mantener el rostro y la mirada fijos en la gloria del Señor. Hay
muchas cosas que interfieren en la visión. Una de ellas es el amor al mundo. El
corazón centrado en los placeres de este mundo y los deleites de la tierra es
incapaz de ver a Dios.
Los telescopios potentes en los observatorios astronómicos deben ser
situados en las alturas, donde no interfieran en la visión las nieblas y
contaminación del aire circundante. Abajo, en la llanura de Sodoma, Lot no tenía
visión de Dios, pero sí en las alturas de Betel, Abraham no tenía mucho que ver
con la tierra; entonces podía preocuparse de Dios. Allí fue que recibió la
promesa del pacto y la visión celestial.
Los ciudadanos de este mundo y las ansiedades de la vida son poderosos
obstáculos que nos impedirán la visión de Dios. Hay muchos, leyendo estas
líneas, que están preocupados y distraídos por mil dificultades y ansiedades en
su corazón, y esto les hace difícil fijar sus ojos en Jesús y contemplar la visión
de su amor. Una mirada a él, aunque sea fugaz, quitaría nuestras ansiedades y
nos daría la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento. Miremos más allá de
nuestras preocupaciones con la visión libre y digamos: “He echado mi carga
sobre Dios y él me sustenta”.
En otras ocasiones la falta es algún pecado burdo. El corazón se halla
saturado de pasión terrenal, pensamientos impuros, fantasías, deseos, odio,
amargura e impureza. Estas cosas impiden ver a Dios. “Sin la santidad nadie
verá a Dios” (He. 12:14). “Bienaventurados los puros de corazón porque ellos
verán a Dios” (Mt. 5:8).
Tenemos que tener no sólo la mirada libre, sino también el oído
desembarazado para cuando Dios quiera hablarnos; él nos hablará si estamos
dispuestos a escuchar. Y así hallamos a Habacuc que dice: “Estaré en mi puesto
de guardia y sobre la fortaleza afirmaré el pie, y velaré para ver lo que mi dirá, y
qué responderá tocante a mi queja” (Hab. 2:1). Estaba dispuesto a escuchar y por
ello Dios le dijo algo. Esperaba que sería reprendido, pero en vez de ello recibió
mensajes de promesa que fueron puntos de apoyo para la fe de la iglesia de Dios
en las edades siguientes. Dios nos hablará si queremos escuchar, y siempre nos
hablará palabras de amor.
Necesitamos abrir el corazón, porque él ha dicho: “He aquí, yo estoy a la
puerta y llamo: si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con
él, y él conmigo” (Ap. 3:20). Dios está dispuesto no sólo a sentarse con nosotros
y cenar con nosotros, sino a llevarnos al banquete celestial, pero conviene
primero que nosotros cenemos con él que él con nosotros. Para eso hemos de
abrir la puerta. El corazón deberá estar esperándole.
Hemos de tener una voluntad dispuesta a la obediencia. “Por ello –dice el
apóstol–, no fui rebelde a la visión celestial” (Hch. 26:19). Dios viene no sólo
para decirnos las cosas que hemos de hacer, sino para asegurarse de que las
hagamos. Su visita y sus mensajes tienen un propósito práctico, y espera una
respuesta práctica. ¿Hemos obedecido siempre lo que se nos ha dicho? ¿Estamos
dispuestos a recibir su mensaje y a responder: “¡Habla, Señor, que tu siervo
oye!”? (1 Sa. 3:9). Ésta fue la respuesta del pequeño Samuel. Samuel estaba
dispuesto a obedecerlo. Dios vendrá a ti si sabe que en tu corazón estás dispuesto
a obedecerlo.
Finalmente, Dios nos muestra la visión de su gracia y de su gloria para que
recibamos todo lo que nos muestra y reclamemos todo lo que nos promete.
“Toda esta tierra que ves –le dijo a Abraham– te la daré…”. “He recibido… el
espíritu que es de Dios –dice el apóstol, y añade como un eco de la misma
verdad– para que podamos conocer las cosas que Dios nos da gratuitamente”.
Sabemos lo que son por la revelación del Espíritu, primero, y luego nos las
apropiamos por un acto de fe. De modo que él está esperando para mostrarnos la
visión de su infinita gracia y poder, y luego para darnos todo lo que nos muestra.
Levanta tus ojos, amado, y mira lejos y con firmeza. Abarca mucho espacio,
porque todo lo que veas es lo que Dios te dará. Mira los puntos difíciles en tu
vida y contempla cómo él los transforma en victoria. Abarca la circunferencia
entera de sus recursos y promesas y luego di: “Todo es mío”. Es un padre que
hace contemplar a su hijo todos sus tesoros, admirables a la vista deseable en
grado sumo, y luego entregándole la llave le dice: “Todo lo que ves es tuyo”.
Miremos bien, aceptémoslo, y luego usemos la plenitud de su bendición para él
y para aquellos a quienes quiere que demos testimonio de su gracia y de su
bendición.
Capítulo 6.
Preguntas para reflexionar y
conversar sobre este capítulo:



1.Enumere cómo podemos encontrarnos con Dios.
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2.¿De qué manera usted encontró a Dios? Escriba un breve testimonio
en el espacio asignado, de modo que pueda luego compartirlo con
otras personas.

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