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Clase 8: Las cortes virreinales.

Desde los años 90 se han ensayado varias propuestas historiográficas


que, apoyándose en la profunda revisión de la que ha sido objeto la cultura
política de Antiguo Régimen, han intentado caracterizar la naturaleza de la
extensa monarquía hispánica y sus mecanismos de articulación territorial. A
comienzos de esa década, John Elliott dio una nueva vida a un esquema de
interpretación propuesto en los años 60 por Helmut Koenigsberger. En un
artículo muy citado por los investigadores Elliott subrayó el carácter compuesto
de la monarquía de los Austrias y derivó una serie de consideraciones de esta
singularidad entre las que destacó su capacidad de adaptación. Según este
autor, dentro de este cuerpo político compuesto tenían lugar relaciones
sumamente dinámicas entre el centro –la corte de Madrid- y la periferia –élites
de los reinos integrantes de la unión- por medio de las cuales se intentaba
alcanzar un punto de equilibrio tolerable para las aspiraciones de cada uno de
sus componentes. Precisamente, según afirmara Elliott, sería en esta estructura
compuesta donde residía una de las claves de la continuidad y la permanencia
del imperio español en coyunturas tan desfavorables como la crisis de 1640
(Elliott 1992).
Si bien esta lectura tuvo una fuerte incidencia, lo cierto es que
recientemente se ha visto revisada en lo que respecta al énfasis puesto en la
relación centro-periferia. En su lugar, la propuesta del policentrismo,
probablemente el patrón interpretativo más vigoroso de la actualidad, entiende a
la monarquía como “un conglomerado de centros en competición que si eran
inestables en su definición política en el conjunto dependiendo de la geopolítica,
de su relación con el poder real, de la coyuntura (...) y también en la posición
jerárquica entre ellos, no por eso dejaban de ser los espacios donde se definía el
sentido mismo de la dominación monárquica a través de la identificación y de la
apropiación de los fenómenos que conllevaba una política imperial más o menos
común y que se traducían tanto por la fiscalidad y la consecuente movilidad
social, cuanto por la relación con el exterior” (Ruiz Ibáñez 2016).
Ahora bien, independientemente de las distinciones entre ambas lecturas,
lo cierto es que en buena medida las explicaciones sobre la articulación
territorial de la monarquía apuntaron a resaltar el papel desempeñado por las
cortes, hasta el punto de que una porción de la bibliografía habla de una

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“monarquía de cortes” con el fin de enfatizar su protagonismo en la
estructuración política de los reinos y de los conglomerados políticos modernos.
En esta línea, la enorme pujanza experimentada desde los años ochenta por los
trabajos sobre las cortes de la Edad Moderna han puesto de manifiesto sus
múltiples funciones tanto desde el punto de vista simbólico, como también por
su carácter de instrumentos centrales del ejercicio del poder (Martínez Millán
2006).
Como se sabe, la agregación de reinos a la monarquía hispánica supuso
que se recurriese a espacios cortesanos preexistentes con el objetivo de articular
la relación política, como ocurrió en Nápoles, Palermo, Milán, Bruselas y Lisboa.
También que se erigieran cortes de nuevo cuño, tal como sucedió en el mundo
americano. De esta manera, para propiciar el gobierno de posesiones alejadas y
neutralizar las consecuencias del absentismo de la persona real y de la
dispersión de los territorios se produjo lo que Jon Arrieta calificó como
virreinalización de la monarquía (Arrieta).
En términos historiográficos, la constatación analítica de la expansión del
fenómeno virreinal se ha saldado, entre otras cosas, con la vinculación de las
experiencias a ambos lados del Atlántico, diluyéndose el carácter singular de
cada una de ellas (Cardim-Palos 2012, 15-16; Rivero 2011). En el caso concreto
de Lima y México, podemos afirmar que su naturaleza cortesano ha sido un
operación historiográfica reciente (Buschges 2002; Latasa 2002 y 2004), de la
que indudablemente aún no se han sacado todas sus posibles implicancias,
máxime si se tiene presente, como puntualiza Eugenia Bridikina, la coexistencia
de varias morfologías distintas de corte existentes en los territorios
transatlánticos –al igual que lo que ocurría en Europa-.
Aún así, la adjudicación de una condición cortesana a espacios que con
frecuencia han sido designados como capitales virreinales ha tenido un gran
impacto interpretativo que se constata desde varias perspectivas. Es claro que
estos centros constituyeron una instancia fundamental del entramado
institucional de los virreinatos. Sin embargo, la corte fue un modelo de
organización política muy distinto del estatal y las dinámicas de gobierno,
políticas, sociales y culturales generadas a su alrededor estaban en consonancia
con su naturaleza compuesta que reproducía el modelo cortesano castellano. Las
cortes eran las cabezas de sus respectivos reinos y asientos de los virreyes, de
su casa –este es un elemento que no se debe soslayar- y de los numerosos

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organismos de la administración real, de la república y eclesiásticos. Todos estos
elementos estaban fuertemente relacionados entre si y hacían posible la gestión
de un espacio político con un modelo aproximado al doméstico que no solo se
extendía a la jurisdicción de la ciudad en la que se asentaba la corte sino
también, con mayor o menor intensidad, a buena parte del reino.
Las cortes era instancias fuertemente ritualizadas en las que el rey se
hacía presente por medio de numerosas ceremonias y representaciones que
recordaban a los súbditos su papel político eminente. Si bien eran espacios en
donde solían tener lugar disputas de poder, operaban fundamentalmente como
sitios de integración en torno a la figura del virrey, alter ego real. En la práctica,
estos ámbitos tendieron a encauzar los enfrentamientos y las tensiones de los
súbditos indianos con el poder real en unos límites precisos, acotados y
formalizados. Así, conviene tener presente que fueron el lugar que permitió a las
élites mantener una relación muy estrecha con la autoridad real, hasta el punto
de que las cortes virreinales han sido contempladas como espacios de
negociación que funcionaban como cámaras de compensación entre las
aspiraciones de la Corona y los intereses grupos elitistas (Amadori 2013).
La proximidad, sus atribuciones respecto del ejercicio del patronazgo y su
representación simbólica permitieron a los virreyes propiciar un sistema de
dominación que fortaleció las interrelaciones, vínculos y dependencias de las
élites con la Corona, ya que su desempeño preservaba las bases de una
sociedad jerarquizada y reproducía o creaba privilegios, al tiempo que por sus
atributos mediaba en sus disputas. Esta funcionalidad se apoyó también en la
consolidación del espacio cortesano como centro productor de una cultura
especifica e hizo posible agilizar los procesos de socialización en el conjunto de
la comunidad y de los reinos.
Además de instancias de exaltación del poder real, las cortes virreinales
pueden ser comprendidas como centros de intercambios de bienes y servicios de
diversa naturaleza entre el rey/virrey y numerosos agentes pertenecientes a
distintos sectores sociales (nobles, comerciantes, juristas, religiosos, ) -y de
estos entre sí- a partir de la cultura de la gracia y del don en medio de una
lógica clientelar en la cual la gestión política se nutría de la gestión doméstica y
de la administración de las relaciones interpersonales. Aquí el elemento más
importante fue la distribución de oficios y mercedes por parte de los virreyes,

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auténtico campo de tensión entre los criollos beneméritos y los allegados de
dichos dignatarios.
Pese a que buena parte de la historiografía ha subrayado la capacidad de
integración política de la corte, lo cierto es que no conviene sobredimensionar su
alcance en América. Lima y México no solo eran ciudades con una naturaleza
excepcional en el universo colonial, sino que además habría que atender a la
singularidad del espacio americano. Como señala Hespanha, “la propia
centralidad de la corte, en relación con el conjunto de intercambios políticos en
el espacio, más vasto del reino, puede variar en función de sus posibilidades a la
hora de establecer canales de comunicación e intercambio entre centro y
periferia” (Hespanha 1993, 197). Ante la lejanía entre las cortes virreinales y las
regiones periféricas y la inexistencia de una nobleza con extensa distribución
territorial, había espacios que se encontraban lejos de la articulación política de
la corte y se vinculaban directamente –y casi exclusivamente- con Madrid, como
podría el caso de Buenos Aires.

Bibliografía obligatoria:

Ø Rivero Rodríguez, Manuel (2011), La edad de oro de los virreyes. El


virreinato en la Monarquía Hispánica durante los siglos XVI y XVII, Madrid,
Akal, capítulo 4: “La edad de oro”, pp. 133-174.

Ø Torres Arancivia, Eduardo (2006), Corte de virreyes. El entorno del poder


en el Perú del siglo XVII, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú,
capítulo 2: “Caracterización de la corte virreinal peruana”, pp. 63-108.

Bibliografía de referencia:
Arrieta Alberdi, Jon (2004), “La dimensión institucional y jurídica de las cortes
virreinales en la Monarquía Hispánica”, en Cardim, Pedro y Joan-Lluís Palos,
eds., El mundo de los virreyes en las monarquías de España y Portugal, Madrid-
Frankfurt, Iberoamericana Vervuert, pp. 33-70.
Bridikina, Eugenia (2007), “La ciudad y la corte como espacios de poder en
Hispanoamérica. La Plata colonial”, Revista de Indias, LXVII, 240, pp. 553-572.
Büschges, Christian (2002), “La Corte Virreinal En La América Hispánica Durante
La Época Colonial”, en en Dos Santos, Eugénio, ed., Actas do XII Congresso
Internacional de AHILA, vol. II, Porto, Centro Leonardo Coimbra, pp. 131-140.
Cardim, Pedro y Palos, Joan-Lluís (2012), “El gobierno de los imperios de España
y Portugal en la Edad Moderna: problemas y soluciones compartidos”, en
Cardim, Pedro y Joan-Lluís Palos, eds., El mundo de los virreyes en las

4
monarquías de España y Portugal, Madrid-Frankfurt, Iberoamericana Vervuert,
pp. 13-30.
Elliott, John H. (1992), “A Europe of Composite Monarchies”, Past and Presente:
A Journal of Historical Studies, 137, pp. 48-71.
Hespanha, Antonio Manuel (1993), “La corte”, en La gracia del derecho.
Economía de la cultura en la Edad Moderna, Madrid, Centro de Estudios
Constitucionales.
Latasa Vasalo, Pilar (2002), “La corte virreinal novohispana: el virrey y su casa.
Imágenes distantes del rey y su corte”, en Dos Santos, Eugénio, ed., Actas do
XII Congresso Internacional de AHILA, vol. II, Porto, Centro Leonardo Coimbra,
pp. 463-492.
Latasa Vasallo, Pilar (2004), “La corte virreinal peruana: perspectivas de análisis
(siglos XVI y XVII)”, en Barrios, Feliciano (ed.), El gobierno de un mundo, edited
by Feliciano BARRIOS, pp. 341-373.
Martínez Millán, José (2006), “La corte de la monarquía hispánica”, Studia
Historica, Historia Moderna, 28, pp. 17-61.
Vázquez Gestal, Pablo (2005), El espacio del poder: la corte en la historiografía
modernista española y europea, Valladolid, Secretariado de Publicaciones e
Intercambio Editorial, Universidad de Valladolid.
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