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Los profesionales de la muerte en el campo de concentración.

Martin Descalzo escribe: "En 1948 tuve la fortuna-desgracia de visitar el campo de concentración
de Dachau. Entonces apenas se hablaba de estos campos, que acababan de descubrirse, recién
finalizada la segunda guerra mundial Ahora todos los hemos visto en mil películas de cine y
televisión. Pero en aquellos tiempos un descubrimiento de aquella categoría podía destrozar los
nervios de un muchacho.

Sobre todo me impresionó algo que por aquellos días leí, escrito por una antigua residente del
campo, maestra de escuela. Comentaba que aquellas cámaras de gas habían sido construidas
por ingenieros titulados; que los niños recién nacidos eran asfixiados por asistentes sanitarias
competentes; que inyecciones letales las ponían médicos o enfermeras profesionales. Y concluía:
"Desde que me di cuenta de eso, sospecho del valor de la educación que estamos partiendo en
nuestras escuelas".

La simple instrucción no disminuye los grados de barbarie de la humanidad. Pueden existir


científicos y laureados en todas las asignaturas que son a la vez monstruos en humanidad.

No es el saber que hace al hombre humano sino el amor. Para los filósofos griegos la perfección
más elevada del hombre era el saber. Aristóteles definía al hombre como: animal racional, dando
a entender que la racionalidad, el pensar y el saber eran la cumbre de todas las cualidades del
hombre

Pero el cristianismo cambió totalmente el punto de vista de la filosofía griega y puso en la voluntad
libre y en el amor la máxima perfección del hombre. "Homines sunt voluntates" escribía S. Agustín:
es decir, los hombres valen por su capacidad de amar. El verdadero hombre realizado es el que
más se acerca a Dios que es Amor.

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