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BLOQUE 1. EL ORIGEN DE LA FILOSOFÍA. LA FILOSOFÍA ANTIGUA.

(Profesor: José Antonio Morán)

1.3. DEL GIRO SOCRÁTICO AL DUALISMO PLATÓNICO.

A. EL GIRO SOCRÁTICO.
- Los sofistas.
- Sócrates.

B. EL DUALISMO PLATÓNICO.
1. Contexto hitórico-cultural y filosófico.
2. El dualismo platónico.
3. De la ética a la política.

C. ANEXOS.

A. EL GIRO SOCRÁTICO.

A partir del siglo V a. C. -motivado por las circunstancias socio-políticas- se produce


un cambio de perspectiva en la filosofía que se conoce como giro socrático y que se se
manifiesta en tres aspectos. En primer lugar el centro de interés filosófico ya no será el
universo en general (macrocosmos) sino el hombre (microcosmos); en segundo lugar no
se interesarán tanto por verdades que lo expliquen todo sino que buscarán fines
prácticos (enseñar a vivir y a gobernar), y finalmente, frente al método deductivo de los
presocráticos (buscar un principio y de ahí deducirlo todo), ahora serán más inductivos
(tendrán más en cuenta la experiencia en la que viven). Los primeros a quienes
encontramos en esta nueva forma de entender la filosofía es a Sócrates (por eso el giro
se llama socrático) y a los sofistas, aunqeu ambos están enfrentados y difieren en todo
menos en los aspectos antes señalados. Conozcamos qué nos dicen porque este
enfrentamiento traerá consecuencias posteriores.

Comenzando por los sofistas diremos que son un conjunto de filósofos griegos que
aparecen en la segunda mitad del siglo V a.C. Siguen la tradición de los poetas al ir
enseñando por los pueblos, aunque cobran por ello (son los primeros profesionales de la
enseñanza). Quieren formar al hombre dentro de sus problemas concretos, no en
abstracto, y pondrán patas arriba la cultura griega al criticarla en sus fundamentos, por
lo que van a ser muy mal vistos por el resto de filósofos. Entre lo que enseñan incluyen
un conjunto de disciplinas humanísticas como retórica, derecho, moral, política... los
más destacados entre ellos fueron Gorgias y Protágoras. Los rasgos más sobresalientes
del pensamiento sofístico son los siguientes:

1- Son relativistas (no hay verdad absoluta) y escépticos (si la hubiera no la


podríamos conocer). El relativismo de los sofistas con respecto al conocimiento
se refleja en la idea de que no hay verdad absoluta y en la siguiente frase,
atribuida a Protágoras, queda muy claro: “el hombre es la medida de todas las
cosas”. En el relativismo sofístico parece que influyó la diversidad de teorías
opuestas e incompatibles que habían sostenido los presocráticos acerca de la
naturaleza. El relativismo lleva a la idea de que no se puede afirmar que las ideas
y costumbres de un pueblo sean las verdaderas o que sean superiores a otras.

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Veamos un par de textos sofistas al respecto: “Los masagetas hacen pedazos los
cadáveres de sus progenitores y se los comen considerando su estómago la mejor
tumba; en Grecia serían condenados a muerte”. “Los macedonios consideran
bello que las muchachas sean amadas y se acuesten con un hombre antes de
casarse, y feo después de que se hayan casado; para los griegos es feo tanto lo
uno como lo otro”.

2- Cuando la gente les paga por sus enseñanzas, ellos les enseñan la areté que
consiste en que cada uno llegue al máximo de sus posibilidades, es decir, que
triunfe en la vida. Por ejemplo si uno quiere gobernar la polis o si quiere ser un
buen comerciante los sofistas les enseñan técnicas sobre cómo convencer o
manipular a la gente para que acepte sus ideas o compre sus productos. No les
importa si lo que la gente hace con sus conocimientos es justo o injusto, entre
otras cosas porque todo es relativo. Esta postura les enfrenta con la sociedad
tradicional griega porque en ella los poderosos eran los que recibían el poder a
través del linaje, mientras que ahora, cualquiera que tenga la capacidad para
convencer se puede situar en su lugar. Para enseñar la areté parten del supuesto
de que no hay verdades absolutas y de que las opiniones humanas son
modificables.

3- Investigan si las leyes sociales son physis (es decir si son leyes naturales y por
tanto inquebrantables) o nomos (costumbres sociales y por tanto variables).
Llegan a la conclusión de que en cuestiones sociales todo es nomos, y por tanto
relativo y fruto de acuerdos entre la gente. Todo esto choca con sociedades que
interpretan las costumbres como si fueran leyes naturales, por ejemplo las que
entienden como physis y no como nomos el que haya ricos y pobres, libres y
esclavos, diferencias entre hombres y mujeres para que unos estén por encima, o
formas únicas de entender la sexualidad. Pero el que los sofistas justifiquen este
relativismo del nomos no significa que prescindan de la importancia del respeto
y la justicia puesto que con ellos se vive mejor que sin ellos; por ejemplo, dicen
que una sociedad es mas justa en la medida en que sus leyes sirvan para el
progreso de todos y no de unos pocos (que es lo que ocurría en Grecia y sigue
ocurriendo hoy).

4- Se dan cuenta que el lenguaje es la clave de una sociedad comerciante,


democrática y relativista. Por eso enseñan el arte de vencer en las discusiones
con independencia de que sus afirmaciones sean verdaderas o falsas; es decir,
que dominaban el arte de la retórica (también llamada oratoria). Entendieron que
la palabra es un instrumento de polémica y de poder, que no tiene por qué
representar necesariamente a la realidad y puede servir para manipular. “La
palabra –dijeron- es un poderoso tirano, capaz de realizar las obras mas divinas a
pesar de ser el más pequeño e invisible de los cuerpos. Puede apaciguar el miedo
y eliminar el dolor, producir alegría y excitar la compasión”.

Y ahora conozcamos a Sócrates (470-399 a. C.). Fue un ateniense ejemplar y uno de los
filósofos más admirados de la época. Vivió el florecimiento y la decadencia de Atenas y
no escribió nada puesto que pensaba que lo escrito puede comunicar una doctrina, pero
no estimular la investigación, que era lo que él pretendía. Por eso lo que sabemos de
Sócrates, es a través de referencias, sobre todo las de su discípulo Platón. De padre
escultor y madre partera o comadrona (a cuya profesión ponía en paralelo con la

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filosofía ya que ambas consisten en ayudar a traer a la luz lo que alguien lleva dentro).
Colaboró con el gobierno de los 30 tiranos hasta que comenzaron a cometer sus
crímenes y los políticos le acusaron de impiedad con los dioses y de corromper a la
juventud, aunque le perdonaban la vida si declaraba a favor de los tiranos; como
Sócrates se opuso, terminó muriendo con cicuta (en Grecia se concedía a los reos de
muerte el privilegio de envenenarse ellos antes de ser matados por otros). Por vivir y
morir por sus ideas es por lo que Sócrates pasó a la historia como un hombre ejemplar.
Con los sofistas comparte su interés por el hombre y las cuestiones morales y políticas,
pero en la forma concreta de afrontar estos asuntos difiere radicalmente de ellos.
Veamos:

1- No cobra por enseñar, y su método es la mayéutica que consiste en sacar las


verdades que uno lleva dentro (hay que recordar aquí lo de las parteras) a través
del diálogo. Y si las verdades están dentro de uno, lo importante es conocerse a
uno mismo; de ahí la trascendencia de su famosa frase: “Conócete a ti mismo”

2- Arremete contra el relativismo moral y el escepticismo de los sofistas. Dice que


si cada uno entiende cosas distintas sobre lo que es bueno, no habría forma de
entenderse en las asambleas, cuando la realidad es que la gente se entiende. Ello
le indica que si los sofistas no han encontrado la verdad de los término y dicen
que todo es relativo, es por su torpeza, pero no porque esta verdad no exista o no
pueda ser descubierta. De hecho él también utiliza el lenguaje como vehículo,
aunque a diferencia de los sofistas, como vehículo para intentar definir con rigor
los conceptos morales.

3- Para llegar a tener sabiduría es imprescindible comenzar reconociendo la propia


ignorancia; sólo si me doy cuenta de lo que me falta por saber podré avanzar. De
ahí la frase que pasaría a la historia que dice “sólo sé que no sé nada”. Éste es el
ejemplo de mayor sabiduría, y sólo a partir de ahí se podrá continuar con el
proceso de hacer y hacerse preguntas. Esta actitud de interrogarse en vez de
afirmar es lo que se llamó ironía (cosa que desconcertaba a sus adversarios).

4- Partiendo de la ignorancia y aplicando el método adecuado de preguntar y


responder se acabará sabiendo lo que es bueno y justo. Y sólo si sabe lo que es
bueno y justo se podrá obrar bien. Esta postura que identifica saber con virtud es
la que se conoce como intelectualismo moral. Da por supuesto que quien obra
mal es porque desconoce lo que es bien ya que si lo conociera lo practicaría; por
tanto no hay culpa sino ignorancia, y en consecuencia no debería haber prisiones
sino escuelas.

5- Y si conocemos lo que es el bien y obramos bien, conseguimos aquello para lo


que está hecho el hombre: la eudaimonía o felicidad. Para llegar a ser feliz da
ciertas normas como saber orientar y conducir los placeres para que sea uno
quien los dirige y evitar así que te esclavicen; hay que dominar tanto a los
placeres internos (las pasiones) como a los externos (por ejemplo la opinión de
los demás). En el fondo Sócrates trata de buscar la armonía del hombre desde el
dominio interior con uno mismo, con los demás y con el universo. Criticaba a
los sofistas diciéndoles que intentaban consolar al hombre con el placer
inmediato, lo que en el fondo era un imposición o una esclavitud a la que el
hombre se sometía.

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6- Pero Sócrates aún da un paso más y no se conforma con que individualmente la
gente sea feliz, sino que entiende que en la medida en que las personas lo sean,
ello repercutirá positivamente en la polis, donde a su vez los individuos vivirán
mejor en la medida en que ésta sea más justa; los hombres no somos seres
aislados porque necesitamos a los demás y nuestras acciones repercuten también
en ellos. Es decir, en el fondo Sócrates, como más tarde veremos con su
discípulo Platón, enlaza la ética ( lo individual) con la política (lo social o
colectivo).

B. EL DUALISMO PLATÓNICO.

Aunque estamos a principio de curso, miremos al retrovisor por un momento para situar
nuestro relato. Vimos cómo en la explicación mítica, se recurría a los dioses para
explicar el universo. Frente a ella, en el VI a. C. se busca una explicación racional, y así
surge la Filosofía. Los filósofos presocráticos se van a preguntar por el arjé, intentando
solucionar el problema de la naturaleza porque su filosofía es una filosofía de la physis.
En el siglo V, con Sócrates (maestro de Platón) y los sofistas se produce un giro
motivado sobre todo por la aparición del sistema democrático en Atenas que exige una
preocupación sobre aspectos más prácticos relacionados con el hombre, la ética y la
política. Es en este contexto donde surge el pensamiento de Platón, el principal
discípulo de Sócrates.

1. Contexto histórico-cultural y filosófico.

A   nivel   histórico­cultural,  el   pensamiento   de   Platón  (427­347),  se   enmarca


dentro del siglo V a.C., una época de gran esplendor y  de fuertes convulsiones,
aspectos   ambos   que   la   dotan   de   un   clima   fantástico   para   que   resulten
apasionantes las reflexiones filosóficas que de allí surgieron. El siglo comienza
con el enfrentamiento entre los griegos y los persas (a los que se les denominaba
como medos y por eso estas guerras se conocen como  Guerras Médicas)  que se
resolvió a favor de los griegos. Tras eliminar el hostigamiento persa, Atenas se
convierte en el centro hegemónico de Grecia y de todo el Mediterráneo oriental.
Se   convirtió   en   el   foco   cultural   del   mundo   griego:   allí   aparecen   los   poetas
trágicos   (Esquilo,   Sófocles   y   Eurípides),   los   autores   de   comedias   como
Aristófanes, los escultores Polícleto y Praxíteles que diseñan el canon de belleza
humano, se levanta y embellece la Acrópolis destacando el Partenón decorado
por Fidias, y se mejora el sistema democrático. En este período de esplendor es
en el que dio sus primeros pasos Platón.

Pero el predomino de Atenas fue breve porque pronto llegaron las guerras civiles
del Peloponeso que enfrentaron durante 30 años a Esparta y Atenas con dos
modelos distintos de entender la política (Atenas más democrática, Esparta más
aristocrática) de donde saldría victoriosa Esparta. La juventud de Platón viene a
coincidir con esta guerra en la que ambas partes quedaron tan agotadas por la
lucha que ninguna se recuperó nunca por completo. Tras la derrota ateniense se
instauró en Atenas la Tiranía de los Treinta, escogidos entre los que  mostraban

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una postura más antidemocrática y más a favor de Esparta; fueron apoyados por
los espartanos y encabezada por familiares de Platón. En definitiva, la guerra del
Peloponeso marca el fin de la plenitud del siglo V a.C., de la Grecia Clásica, y
Platón asiste a la decadencia de esa plenitud. 

Platón,   que   había   vivido   casi   toda   su   infancia   y   juventud   en   una   ciudad   en
guerra, ve al principio con buenos ojos la llegada de los Treinta Tiranos porque
esperaba que trajeran paz y reformas sociales. Pero el régimen de terror que
instauraron le desilusionó y se puso del lado de una revuelta que restauró una
democracia   moderada,   hasta   que   abandonó   completamente   la   política   y   se
dedicó a la filosofía después de que estos nuevos políticos condenaran a muerte
de forma injusta a su maestro Sócrates. 

Todas estas convulsiones históricas que Platón vivió le influyeron en su filosofía
porque no dejaba de preguntarse sobre cómo Atenas había llegado a ese grado
de desmoronamiento después de una época tan esplendorosa. Creyó encontrar la
causa   de   ese  desastre   al  pensar   en   la  ignorancia  de   los   ciudadanos  y   de  los
políticos sobre qué es la justicia; de ahí que el único remedio para que un estado
esté   bien   gobernado   pasa   por   la   educación   filosófica   de   sus   gobernantes   y
ciudadanos, y a eso dedicó una buena parte de su vida. De hecho para eso fundó
la Academia (tras ser detenido, convertido en esclavo y liberado en un viaje a
Siracusa) que puede ser considerada como la primera universidad europea.

A nivel filosófico, es heredero de todas las problemáticas que hemos visto surgir
y tendrá que dar respuesta sobre todo a dos planteamientos contrapuestos.

En   primer   lugar   tendrá   que   decantarse   ante   las   posturas   contrapuestas   de


Heráclito (que habla del devenir, del cambio, de lo múltiple, de los sentidos, del
fluir..) y de  Parménides  (que se refiere a lo uno, a la esencia, a la razón, a lo
estable, inmutable y eterno). Aunque optará claramente por Parménides, no lo
quedará otro remedio que situar también a Heráclito en su filosofía porque al
menos   algo   de   lo   que   dice   tiene   sentido.   De   este   enfrentamiento   saldrá   la
postura dualista de Platón tanto en su concepción de la realidad del mundo,
como del hombre.

En segundo lugar se situará ante la polémica entre los sofistas y Sócrates y aquí
se decantará claramente por su maestro ya que quiere buscar valores eternos,
identificar  la  virtud   con  el conocimiento,  formar  a  los  ciudadanos  y   huir  del
relativismo   sofista.   De   Sócrates   también   recibe   la   importancia   del   diálogo
(preguntas y respuestas) para alcanzar la verdad, la preocupación por la política
frente a la naturaleza, la correcta utilización del lenguaje y la importancia de la
sabiduría que uno lleva dentro.

Con  independencia  de  estas  dos  polémicas  que  tendrá  que   resolver,   hay   que
resaltar   la   influencia   en   Platón   de   otros   presocráticos.   Por   ejemplo   de  los
pitagóricos, a los que conoció personalmente y que le influenciaron a lo largo de
su vida y especialmente al final de ésta. En concreto, adoptó la importancia que
ellos concedían a las matemáticas (en su última época las sitúa Platón incluso

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por encima del Bien), la creencia en la inmortalidad del alma,  la doctrina de la
reencarnación,   y   la   concepción   dualista   del   hombre.   También   de  Anaxágoras
recibió   la   influencia   del   Nous   que   Platón   traspasó   al   Demiurgo,   y   de   los
atomistas  (Demócrito) tomó la concepción que tenía de la materia como una
masa caótica, informe y en continuo movimiento.

Digamos   también   que   a   Platón   se   le   conoce   como   el  filósofo   de   las   esencias


porque quiere encontrar la verdad de las cosas, una verdad que no cambie, que
vaya más allá de las apariencias de movimiento y pluralidad, es decir, seguirá el
camino   de   su   maestro   con   el   objetivo   de     hacer   de   los   hombres   buenos
ciudadanos que vivan dentro de un buen sistema político. Si una cosa debemos
tener   clara   de   Platón   desde   el   principio   es   que   su   pensamiento  es
    dualista,
término   que   significa   que   para   explicar   un   determinado   orden   de   algo   se
necesita combinar dos principios opuestos entre sí. Veamos cómo llega a este
dualismo.

2. El dualismo platónico.

a- Dualismo ontológico

Como vamos viendo, el punto de partida de Platón es el enfrentamiento que se da entre


Heráclito y Parménides, y él deduce que de alguna manera los dos tienen razón a pesar
de decir cosas contrarias; es decir, por una parte es cierto que los sentidos nos muestran
un mundo heracliteano de cambio, de devenir, de pluralidad, etc. pero también es cierto
que el hombre continuamente con su razón busca lo que no cambia, lo universal, las
esencias, las leyes, lo eterno, lo que da unidad, en definitiva, un mundo parmenídeo.
Platón ve que el mundo de Heráclito describe el mundo físico, pero que el de
Parménides nos indica hacia otro mundo distinto del físico porque buscamos algo que
no está aquí, y por tanto presupone la existencia de otro mundo diferente, al que llamará
mundo de las ideas. Por tanto, la gran afirmación inicial de Platón es que existen dos
mundos distintos (por eso Platón es dualista porque postula la existencia de la
duplicidad del mundo), el físico o sensible y el de las ideas (también llamado de las
esencias), y con ello resuelve la incógnita de la dicotomía entre Heráclito y Parménides
(al situar a cada uno en uno de los mundos y decir que ambos tienen parte de la verdad).
Como consecuencia, el verdadero conocimiento, el que no cambia, el de las verdades
eternas, no está en este mundo sensible sino en el otro, en el de las ideas; allí reside la
verdadera ciencia donde se encuentra no sólo el fundamento del mundo sensible, sino
también el de los valores morales, esos que necesitamos para ser felices y para vivir en
una comunidad lo más justa posible. La tarea de Platón es la de buscar el camino o la
forma para acceder , desde el mundo sensible al mundo de las ideas. Resumiendo, que
para Platón, existen dos mundos, el sensible y el de las ideas, lo que significa que tiene
una visión dualista al respecto, de la misma forma que -como iremos viendo- la tendrá
también en su concepción del hombre que estaría dividido en cuerpo y alma.

Por   tanto,   afirma   Platón   que   existe   un   conocimiento   verdadero   de   verdades


absolutas; y más aún –y esto si que es sorprendente­ estas verdades son ideas
con   existencia   propia,   es   decir   con   independencia   de   nuestros   pensamientos.
Platón dice que las ideas (situadas en el mundo de las ideas) no existen solo

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porque las pensemos, no son meramente contenidos mentales que representan a
los objetos reales (por ejemplo la idea de perro representa mentalmente al perro
pero sin ser el perro), no son fruto exclusivo de nuestra reflexión o de nuestra
invención; no, las ideas existen con independencia de que las pensemos, son la
causa y no el efecto de todo lo que existe (si existe el perro en el mundo sensible
es debido a la idea de perro del mundo de las ideas), las podemos descubrir (en
el mejor de los casos)  pero nunca formar ni inventar, no dependen de nuestras
decisiones o caprichos sino que es el pensamiento el que depende de ellas. Y
como   existen  por sí   mismas,  podemos  concluir  que  son  sustancias.  Matiza  el
filósofo   que   son   inespaciales,   intemporales,   eternas,   universales,   carentes   de
movimiento....en definitiva, son el ejemplo más claro de la teoría de Parménides;
son todo lo contrario al mundo sensible, que es cambiante, temporal, particular,
etc.

¿Qué indicios tiene Platón para pensar así? Pues se fija en cómo el hombre anda
errante entre el mundo de los sentidos (que es cambiante, fragmentario, plural,
relativo,  etc.)  buscando  conocimientos universales que  no   cambien  (busca en
definitiva “ciencia”), y además se da cuenta de que hasta en el mismo hecho de
nombrar a los seres ­por ejemplo al árbol­ se percibe cómo esa idea que tenemos
sobre ellos (la idea del árbol) no la hemos podido adquirir de lo que captamos
por los sentidos ya que dicha idea es universal e inmóvil, mientras que nuestros
sentidos   se   mueven   entre   particulares   en   movimiento;   y   más   aún,   cuando
hablamos sobre conceptos como la bondad, la justicia o la belleza (que no son
materiales) tenemos presentes de alguna manera al Bien, la Justicia o la Belleza
en sí mismas, al margen de lo que vemos, sentimos o pensamos. Aquí está ya
incubada la teoría platónica de que a todo nombre común de nuestro lenguaje le
corresponde una entidad única a la que se hace referencia en todos los usos del
nombre.

Platón dice también que en el mundo de las ideas hay una jerarquía de las ideas.
Según él, no todas las ideas tienen el mismo valor: hay ideas subordinadas a
otras, ideas inferiores que dependen de otras superiores que les sirven de soporte
y fundamento. Y en la cúspide de todas las ideas habita la idea del Bien, de la
que dependen todas las demás. Del Bien dimana todo, incluso la Belleza y la
Justicia, que son las ideas inmediatamente inferiores a la del Bien.  Y argumenta
que   pone   en   la   cima   de   la   pirámide   la   idea   del   Bien   porque   éste   orienta   la
conducta moral ya que lo bueno es a lo que se aspira y lo que se desea, porque
es   la   máxima   perfección,   y   también   ­tal   como   nos   relata   en   el  mito   de   la
caverna­  el   Bien   es   comparable   con   el   sol   en   cuanto   que   es   la   luz   que   nos
permite que todo sea visible y comprensible. Cabe señalar que al final de su vida,
y por influencia pitagórica, cambió la cúspide de la pirámide de las ideas y puso
a las Matemáticas allá donde antes estaba el Bien.

Y la última cuestión que nos queda es preguntarnos aquí es sobre cómo se formó
el mundo sensible ya que es imitación o participación del de las ideas, y por
tanto   posterior   a   aquel.   Platón   viene   a   decir   que   desde   siempre   (hay   que
recordar que los griegos no tienen el concepto de creación, éste viene con los
cristianos) existen cuatro “cosas”: el mundo de las ideas, un espacio vacío, una

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masa material caótica, y  el  Demiurgo (hay  que aclarar que el Demiurgo está
tomado del Nous de Anaxágoras, y es una especie de inteligencia superior cuya
función es la de ordenar lo que existe, nunca crear). Pues el Demiurgo lo que
hace es fijarse en el mundo de las ideas y convertir la masa material caótica en
un mundo lo más parecido posible al de las ideas pero hecho con materia, e
introducirlo   en   el   espacio   vacío,   y   así   nace   el   mundo   sensible   como   copia   o
participación del mundo de las ideas.

Repitamos la idea principal: Platón concluye que además de las cosas (mundo
sensible), existen lo que él denominó ideas o universales, que son las auténticas
esencias de las cosas materiales. Estas ideas no son simplemente conceptos, sino
realidades que existen con independencia de las cosas y de nuestra mente.

b­ El dualismo epistemológico.

Pero Platón, dando un paso más, nos dice que cada idea (que es única, eterna,
inmutable e inmóvil) sólo se capta con la inteligencia (o razón) porque las ideas
son realidades inteligibles, pero no sensibles (no captadas por los sentidos). Y
más aún, estas ideas o esencias ya las tiene en su mente el hombre al nacer
porque   están   en   el   alma   de   forma   innata   (lo   deduce   del   conocimiento   que
tenemos de ellas y que no nos puede venir de lo cambiante y particular) y se las
puede llegar a conocer tan pronto como sepamos desprendernos del apego al
mundo sensible aunque nos cueste esfuerzo. ¿Ahora bien, cómo podemos lograr
este conocimiento de las ideas?

Platón responde que podemos llegar a conocer las ideas mediante  la dialéctica
que será el método de ascenso desde lo sensible (particular y concreto) hasta lo
inteligible   (universal),   o   lo   que   es   lo   mismo   desde   la   ignorancia   hasta   el
conocimiento. A lo largo de este camino, la mente humana atraviesa dos campos
principales,   el   de   la  doxa    (lo   cotidiano,   la   opinión,   la   creencia)   y   el   de   la
episteme  (conocimiento   verdadero   que   no   viene   del   mundo   sensible).   Platón
traza una línea divisoria entre ambos mundos, dejando claro que solamente el
mundo de la ideas puede recibir propiamente el nombre de saber. La doxa versa
sobre   "imágenes",   mientras   que   la   episteme   versa   sobre   los   originales   o
"arquetipos". Por tanto, la dialéctica es ese método mediante el que partiendo de
la doxa, y a través del diálogo (preguntas y respuestas) se va ascendiendo de lo
particular (mundo sensible) a lo universal hasta llegar a la episteme o ciencia
(mundo de las ideas).

A su vez Platón subdivide cada uno de los tipos de conocimiento trazando otra
línea  en  cada  uno   de  ellos  ya  que  –afirma­,  tanto  la  doxa  como   la  episteme
tienen dos grados de conocimiento. La doxa se subdivide en  imaginación  que
consiste en imágenes, sombras de los objetos materiales, y reflejos de éstos en el
agua, y certeza cuyo objeto son las cosas materiales mismas, es el conocimiento
perceptual   y   sensible   del   mundo   material.   Los   grados   de   la   episteme   son   la
reflexión  cuyo   objeto   son   las   entidades   matemáticas   que   ocupan   un   lugar
intermedio entre el mundo sensible y el de las ideas, y la inteligencia cuyo objeto

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son las ideas, a las que el alma del hombre está capacitada para llegar a conocer
y   contemplar   a   través   de   un   correcto   razonamiento   (que   hemos   llamado
dialéctica). 

Dicho de otra manera, nuestro autor se plantea qué es lo que podemos conocer
los humanos y responde que podemos conocer dos mundos diferentes (el de los
sentidos donde está la doxa  y el de las ideas donde está la episteme) pasando
del primero al segundo a   través de la dialéctica. Pues bien, esta división del
conocimiento en dos mundos es otra forma de dualismo al que denominamos
dualismo   epistemológico   (aprendamos   este   importante   concepto   filosófico   de
epistemología sabiendo que es esa rama de la filosofía encargada de estudiar el
conocimiento, o lo que es lo mismo, cuánto podemos conocer, cómo podemos
conocer y hasta dónde podemos conocer).

Una cuestión relacionada con el conocimiento del mundo de las ideas es la de
preguntarnos por qué identificamos en los objetos de la realidad material lo que
ésta tiene de idea; es decir, cómo es que cuando vemos un perro por ejemplo,
enseguida   nos   viene   la   idea   general   de   perro   aunque   el   que   vemos   es   uno
concreto y particular; en definitiva, lo que aquí nos preguntamos es cómo el
hombre es capaz de conocer. La respuesta de Platón la encontramos en su teoría
de la reminiscencia  (o recuerdo) que dice que nuestra alma, antes de nuestro
nacimiento,   vivía   en   el   mundo   de   las   ideas,   y   que   por   determinadas
circunstancias (circunstancias que no explica) cayó a un cuerpo en el momento
del nacimiento, y al caer se le olvida todo lo que conocía; pero el contacto con
los objetos y las cosas del mundo sensible le harán ir recordando todo aquello
que previamente había conocido. Por tanto, el hombre es un ser que vive en un
mundo (el sensible) pero añorando otro (el de las ideas en el que ya vivió), y
para acercarse a él, lo que debe hacer es recordar lo que previamente conoce (la
dialéctica le ayuda a ello). La teoría de la reminiscencia, por tanto nos conduce a
una existencia previa del alma, esto es, a la reencarnación. Puede verse aquí la
influencia de su maestro Sócrates cuando decía que para conocer hay que mirar
en el interior; Platón especifica que conocer es recordar. Por tanto, conocemos el
mundo sensible porque a través de  él recordamos el mundo de las ideas donde
previamente hemos vivido.

c­ El dualismo antropológico.

Para nuestro filósofo, en el hombre también se aprecia el dualismo ya que es una
especie   de   unidad   formada   por   dos   elementos   contradictorios   como   son   el
cuerpo y el alma. El alma es la posesión más valiosa del hombre, y por eso la
principal   ocupación   del   hombre   debería   consistir   en   que   su   alma   llegue   a
conocer la verdad. El cuerpo ­del que apenas se ocupa­ sería como la cárcel del
alma: es un mal por las necesidades que crea al alma (enfermedades, deseos,
temores,   pasiones,   etc...)   que  le   impiden   buscar   la  verdad.   El   cuerpo   es   una
pesada carga de la que el hombre tiene que liberarse poco a poco, de la que
tiene que purificarse para tener acceso a la contemplación de las ideas. El cuerpo

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es el que fuerza al alma a tener posesiones materiales, a ambicionar cosas del
mundo sensible, es el que le impulsa a las guerras y a toda clase de violencias.

El alma es completamente superior al cuerpo, tiene primacía sobre él y debe
gobernarlo. El cuerpo es movido por el alma. A pesar de la influencia negativa
que el cuerpo ejerce sobre el alma, ésta es capaz de regir el cuerpo y sus deseos.

¿Es posible una unión entre dos naturalezas tan distintas, una tan superior y otra
de rango tan inferior? Platón traslada su teoría de las ideas a la realidad del
hombre y abre un abismo entre el mundo del espíritu (o mente) y el mundo del
cuerpo, a semejanza del abismo que estableció entre el mundo inteligible y el
sensible,   abismo   que   perdurará   por   siglos   hasta   nuestros   días,   y   del   que   el
cristianismo tomó buena nota  

En la República, uno de sus libros,   Platón, tras despreciar al cuerpo,  divide el
alma en tres partes (una inmortal y dos mortales) situando a cada una de ellas
en  una   parte  del  cuerpo  y   confiriéndole  a  su  vez   una  virtud   propia.   Son  las
siguientes:

­La racional: es el puro pensar, con ella se llega al verdadero conocimiento, es
de naturaleza divina, inmortal y distingue al hombre del resto de los animales;
está representada en la cabeza y la virtud que más le caracteriza es la sabiduría
(que lleva implícita la prudencia o inteligencia práctica).

­La irascible: es la fuente de las pasiones nobles (valor, esperanza, ambición) y
aliada natural de la razón. Es mortal e inseparable del cuerpo; es la que nos da
ánimos para avanzar; está representada en el  tórax, y su virtud principal es  la
valentía (fuerza para luchar en la vida).

­La  concupiscible:  es la fuente de las pasiones innobles que conciernen a los


deseos del cuerpo, a lo fisiológico, sensual y natural; es también mortal. Situada
en el vientre tiene como principal virtud la templanza (no obrar en exceso).

En el Fedro, otro de sus libros, aparece el  "Mito del carro alado",  donde se


muestra la célebre comparación del elemento racional con un auriga y de las
otras dos partes del alma con un tiro de dos caballos. Uno de los caballos es
blanco y bueno (alma irascible), el otro es negro y malo (alma concupiscible).
Mientras que el buen caballo es guiado fácilmente porque acata las órdenes del
auriga,   el   otro   caballo   es   indócil   y   tiende   a  obedecer   las   voces   de   la   pasión
sensual, por lo que hay que castigarlo y refrenarlo con el látigo. El principal
interés de Platón con la utilización de toda esta simbología es, desde luego, el
interés ético, que consiste en insistir que el elemento racional tiene derecho a
gobernar  a los  otros  elementos;  solo   si   el  hombre se  deja guiar  por  la parte
racional del alma, se dará cuenta que el placer no es el fin último del hombre y
que quien se deja llevar por él es menos inteligente que quien obra siguiendo a
la razón, que es la auténtica naturaleza del hombre; sólo así éste podrá hacerse
interiormente   bello.  Por   tanto,   el   elemento   racional   tiene   una   afinidad
connatural con el mundo inteligible, mundo que esta parte del alma es capaz de

1
contemplar,   mientras   que   los   otros   elementos   o   partes   del   alma   están
esencialmente   ligados   al   cuerpo,   es   decir,   esencialmente   ligados   al   mundo
material, y como no tienen parte directa en la actividad racional, no pueden
contemplar el mundo de las ideas.

Con esta teoría del alma, Platón también trata de alejarse de los sofistas, ya que
para ellos –según Platón­ lo importante era satisfacer los deseos y necesidades,
mientras   que   en   realidad   la   satisfacción   de   éstos   le   destruye   y   le   impide
convertirse en   un verdadero hombre cuya riqueza está  en su interior donde
habita un deseo de hacer justicia y de hacer el bien; y en esta tarea entran en
juego también los otros hombres (uno no puede ser feliz prescindiendo de los
demás), lo que equivale a decir que Platón relaciona la ética (lo personal) con la
política (la polis).

3. De la ética a la política.

Como decimos, la teoría política de Platón se desarrolla en íntima conexión con
su ética. La vida griega era esencialmente una vida comunal, vivida en el seno de
la ciudad­estado (polis), hasta el punto de que a ningún griego se le hubiese
ocurrido nunca que alguien pudiera ser un hombre perfectamente bueno y cabal,
manteniéndose lejos del Estado y la sociedad. Esto lleva implícita la doctrina de
que la sociedad organizada es una institución natural, de que el hombre es un
animal social por naturaleza, doctrina que es común a Platón y a su discípulo
Aristóteles.

Por consiguiente para Platón, que se interesaba en todo lo relativo a la felicidad
y a la vida verdaderamente buena para el hombre, era una necesidad imperiosa
determinar la  genuina naturaleza y función  del Estado. Esto  implica, que los
principios de la Justicia son los mismos para el individuo que para el Estado. Si
el individuo vive su vida  como miembro del Estado, y si la Justicia del uno y del
otro está determinada por la Justicia ideal, entonces ni el individuo ni el Estado
se libran del sometimiento de los principios inmutable de la Justicia en sí.

Ahora bien, es totalmente evidente que ninguna constitución ni gobierno alguno
de los de la realidad encarnan el principio ideal de la Justicia; pero lo que le
interesa a Platón no era ver qué son los Estados reales, sino lo que el Estado
debería ser, y así, en la República  se propone descubrir el Estado ideal, a cuyo
modelo todo Estado de los de la realidad debería parecerse en la medida de lo
posible.

El Estado existe para servir a las necesidades de los hombres. Los hombres no
son independientes unos de otros, sino que necesitan la ayuda y cooperación de
los demás para todo lo que les hace falta en la vida. El mejor Estado sería aquel
que estuviera dividido en las siguientes tres clases sociales:

­Productores: cuya actividad propia será la productiva para satisfacer las
necesidades   de   la   polis.   Constituyen   la   clase   social   más   baja,   es   decir,
comerciantes,   campesinos   y   artesanos.   Les   está   permitido   poseer   propiedad

1
privada, riquezas y mujeres; su virtud fundamental es la templanza (hacer lo que
les corresponde y no lo que les apetece, obedeciendo a los “sabios”).

­Guardianes:  son los hombres que mantienen la convivencia social y el
territorio   en   caso   de   necesidad;   son   escogidos   de   entre   los   artesanos   por   su
valentía y amor a la verdad. Estos guardianes deberán ser valerosos y también,
en cierta medida, filósofos, en el sentido de que habrán de saber quiénes son los
enemigos del Estado. Por tanto, habrán de someterse a cierto proceso educativo.
Separados del resto, sin mujeres ni hijos propios, ni riquezas, porque “sólo quien
no   posee   nada   puede   servir   a   la   comunidad”.   Su   virtud   fundamental   es   la
valentía.

­Gobernantes:  se  les  escogerá   cuidadosamente  de  entre  la  clase  de  los
guardianes. No han de ser jóvenes, deben ser los mejores, inteligentes y fuertes y
que procuren los intereses públicos como idénticos a los suyos propios. Serán los
elegidos   para   dirigir   el   Estado.   Tanto   los   guardianes   como   los   gobernantes
(elegidos   entre   los   primeros),   no   han   de   poseer   bienes   privados   ni   formar
familias, pues el egoísmo y la rivalidad entre las familias provocaría la desunión
de la clase dirigente. Son los que más saben, son los filósofos. Su finalidad es
velar por la ley, buscar la verdad e impartir la justicia.

Tras esta división del Estado conviene aclarar tres cosas. 

La primera  es que el Estado no sirve simplemente para cubrir las necesidades
económicas   del   hombre,   sino   para   hacerle   feliz,   para   que   el   hombre   pueda
desenvolverse   llevando   una   vida   recta,   de   acuerdo   con   los   principios   de   la
Justicia. De aquí la  necesidad de la educación, puesto que los miembros del
Estado son seres racionales. Mas no hay educación alguna que lo sea de veras si
no es para la verdad o el bien. Quienes rigen la vida del Estado y determinan los
principios   de   la   educación   y   distribuyen   las   tareas   dentro   del   Estado   a   sus
diferentes miembros han de saber qué es lo realmente verdadero y bueno, en
otras   palabras,   deben  ser   filósofos.  De   este   modo,   los   escogidos   como
gobernantes   serán   instruidos   en   diversas   materias,   como   en   matemáticas   y
astronomía. El Bien absoluto al que se aspiren será el modelo al que han de
atenerse en la ordenación del Estado y en la ordenación de sus propias vidas,
haciendo   de   la   filosofía   su   ocupación   principal.   El   hombre   que   posee   el
conocimiento   de   la   Verdad   es   el   verdadero   filósofo   y   el   que   debe   dirigir   el
Estado.

Lo segundo que conviene aclarar es que Platón establece la justicia en el Estado
en  paralelismo a la justicia en el individuo; así, si cada parte del alma se
ordena según la disposición o virtud que le es propia, la justicia en el Estado
consiste en que cada una de las tres clases de ciudadanos se atenga al cometido
que   le   es   propio.   Así,   la   sabiduría   del   Estado   reside   en   la   clase   de   los
gobernantes; la fortaleza en los guardianes y la templanza en los artesanos. Con
lo que también se establece un paralelismo entre las virtudes propias de cada
parte del alma, y las virtudes que corresponden a las diferentes clases sociales.

1
Lo mismo que el individuo es justo o prudente cuando los elementos de su alma
funcionan en la debida armonía y con la subordinación propia de lo inferior a lo
superior, también el Estado es justo y conforme a derecho cuando las clases y los
individuos que las componen cumplen debidamente sus cometidos.

La tercera  aclaración es para remarcar lo anterior, es decir, que para Platón  la


política es continuación de la ética, y las dos se retroalimentan; o lo que es lo
mismo, el individuo es ético en la sociedad (y vive mejor en la medida en que en
ésta prime la Justicia y el Bien), y la sociedad es ética a través de los individuos
(una sociedad es mejor si sus individuos concretos son justos y buenos). De aquí
una vez más la importancia de una buena educación para alcanzar el Bien y la
Justicia,   y   de  aquí   también  que   –como   señalábamos  más   arriba­   la   tarea   del
filósofo no es quedarse en la contemplación del Bien, sino “retornar a la caverna”
para   enseñar   a   los   ciudadanos   a   fundar   una   comunidad   lo   más   justa   y   feliz
posible

Terminemos diciendo que Platón tiene poca fe en la democracia al considerarla
una forma degradada de gobierno porque según él su fauna característica son los
sofistas  y  demagogos,  y  porque  entiende  que  el  igualitarismo   democrático  es
irracional ya que lleva al gobierno de los incompetentes (El ingeniero no se elige
por aclamación popular, diría Platón).

C. ANEXOS: 

ANEXO 1.

“Todos  estos  individuos  asalariados  a   los  que   la   gente   denomina   sofistas,   no


enseñan otra cosa que las opiniones que la gente profiere en las asambleas y
llaman a tales opiniones  saber.  Como si alguien hubiera llegado a conocer los
instintos y apetitos de una bestia enorme y poderosa, por dónde acercarse a ella
y por dónde agarrarla, y en qué ocasiones y por qué motivos se excita o amansa,
y qué sonidos acostumbra a proferir en cada caso y ante qué sonidos proferidos
por otros se tranquiliza y enfurece, y tras aprender todo esto a base de tiempo y
contacto   con   la   bestia,   ese   individuo   lo   denominara   ciencia   y   pretendiera
enseñarlo   como   un   saber   sistemático;   y,   sin   saber   en   absoluto   qué   hay   de
hermoso   o   vergonzoso,   bueno   o   malo,   justo   o   injusto   en   tales   ocasiones   y
apetitos,   utilizara   estos   nombres   de   acuerdo   con   las   opiniones   de   esa   bestia
enorme, denominando bueno a lo que a ésta le produce placer y malo a lo que le
produce dolor; todo ello careciendo de fundamentos racionales y limitándose a
denominar  bueno   lo   que es impulso  irresistible,  sin  haber captado  cuál  es la
diferencia entre éste y el bien, y sin ser capaz de mostrar tal diferencia a los
demás. Un individuo tal, por Zeus ¿no te parece un extraño educador?”

                                                                        (PLATÓN: República, VI, 483 A­C)

1
ANEXO 2.

“Sócrates: Afirmabas que incluso en relación con la salud el orador será más
persuasivo
                  que el médico.
Gorgias:    Lo será, efectivamente, pero ante una multitud.
Sócrates:   ¿Ante una multitud, o sea, ante los que no saben? Porque no va ser
más 
                  persuasivo que el médico ante los que saben.
Gorgias:    Así es.
Sócrates:     Por consiguiente, si es más persuasivo que el médico, resulta más
persuasivo
                  que el que sabe.
Gorgias:    Sin duda.
Sócrates:   Y sin ser médico. ¿No es así?
Gorgias:    Sí.
Sócrates:   Y el que no es médico ignora las cosas que el médico sabe.
Gorgias:    Efectivamente.
Sócrates:   Por consiguiente, ante los que no saben, el que no sabe resulta más
                  persuasivo que el que sabe….”

                                                                         (PLATÓN: Menón, 459 A­B)

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