372 Jorge Luis Borges
bio, como a los hindiies, las circunstancias y las fechas,
dela filosofia no le importaron, pero sila filosofia. Fue
fil6sofo, porque anhelaba saber quiénes somos (si €
que alguien somos) y qué o quién es el universo. Fue
poeta, porque sinti6 que la poesia es el procedimiento
iis fil para transcribir la realidad. Macedonio, pien=
fo, pudo haber escrito un Quijote cuyo protagoni
iera con aventuras reales més portentosas que las qi
Je prometieron sus libros. Fue novelista, porque sind
que cada yo es tnico, como lo es cada rostro, aund
razones metafisicas lo indujeron a negar el yo. Metafi-
sicas 0 de indole emocional, porque he sospechado q
negé el yo para ocultarlo de la muerte, para que,
existiendo, fuera inaccesible a la muerte.
“Toda su vida, Macedonio, por amor de la vida,
temeroso de la muerte, salvo (me dicen) en las tli
hhoras, en que hallé su coraje y la esperé con tranquil
ros, Ignacio del Mazo, Carlos Mendiondo, Julio M
Vedia, Arturo Miscari y mi padre; hacia 1921, de vu
deSuiza y de Espatia, heredé esa amistad. La Repabl
‘Argentina me pareci6 un terrtorio insipid, que no
ya, la pintoresca barbarie y que asin no era [a cult
pero hablé un par de veces con Macedonio y com
A que ese hombre gris que, en una mediocre p
del barrio de los Tribunales, descubria los probl
sternos como si fuera Tales de Mileto o Parménii
podia reemplazarinfintamente los siglos y los rei
Te Europa, Yo pasaba los dias leyendo a Mauthner
Borges en Sur (1931-1980) 373
claborando dtidos y avaros poemas de la secta, de la
equivocacién, ultraista; la certidumbre de que el siba-
do, en una confiteria del Once, oirfamos a Macedonio
explicar qué ausencia 0 qué ilusién es el yo, bastaba, lo
recuerdo muy bien, para justificar las semanas. En el
decurso de una vida ya larga, no hubo conversacién que
me impresionara como la de Macedonio Fernandez, y
he conocido a Alberto Gerchunoff y a Rafael Cansinos
‘Assens, Se habla de la irreverencia de Macedonio. Este
pensaba que la plenitud del ser esté aqui, ahora, en cada
individuo; venerar lo lejano le parecia desdefiar o ig-
norar la divinidad inmediata; de ese recelo procedieron
sus burlas contra viejas cosas ilustres.
‘Los historiadores de la mfstica judfa hablan de un tipo
de maestro, el Zaddik, cuya doctrina de la Ley es menos
importante que el hecho de que él mismo es la Ley. Algo
de Zaddik hubo en Macedonio. Yo por aquellos afios lo
imité, hasta la transcripci6n, hasta el apasionado y devoto
plagio. Yo sentia: Macedonio es la metafsica, esl litera-
tua. Quienes lo precedieron pueden resplandecer en la
ria, pero eran borradores de Macedonio, versiones
imperfectas; y previas. No imitar ese canon hubiera sido
tuna negligencia increible.
Las mejores posibilidades de lo argentino —Ia luci-
dez, la modestia, la cortesia, la intima pasién, la amistad
genial se realizaron en Macedonio Fernandez, acaso
con mayor plenitud que en otros contemporineos fa-
mosos. Macedonio era criollo, con naturalidad y aun
con inocencia, y precisamente por serlo, pudo bromear
(como Estanislao del Campo, a quien tanto queria) so-