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Cuando la quietud mental de la cuarta fase se prolonga, la impresión de silencio se

transforma, por sí sola, en la percepción de una oscuridad creciente y de una vacío cada
vez más activo. La gran fuerza viviente que se empezó a sentir en la cuarta fase,
adquiere aquí un extraño vigor, aparentemente negativo. Es, en efecto, algo que parece
negar toda noción de vida; es grande e inmenso; vacío y oscuro; vivo y poderoso;
inaprensible e ininteligible.

La mente tiende a agarrarse a las viejas experiencias y a los estados habituales, pero no
obstante, siente la urgente necesidad de ir adelante, de soltar todo cuando está retenido y
de penetrar, sea como sea, en este nuevo mundo misterioso y desconocido. Cuando la
mente afloja un poco más se tiene la impresión de que se está cayendo en un abismo
negro y sin fondo.

Otra cosa son ciertos sonidos que pueden presentarse cuando más atento y tranquilo se
está. Estos sonidos, que tienen varias modalidades, pueden no ser producto de ninguna
actitud errónea, sino que pueden corresponder a la actividad vibratoria de determinados
centros superiores, y son bien conocidos por los practicantes adelantados de yoga y por
cuantos se dedican seriamente a la meditación. Una de las formas de saber con certeza si
se trata de esta clase de sonidos, es comprobar lo siguiente: 1) cuanto más claro,
despierto y tranquilo se está, más claro también se percibe el sonido; 2) cuando más
claro e intenso se percibe el sonido, se tiende de un modo natural a un mayor
recogimiento y elevación de la mente. Si ello no es así, entonces conviene aplicar lo que
hemos dicho en el caso de las visiones. Si con esto no desaparecen los ruidos conviene
dejar la práctica de la relajación y se debe consultar a un neurólogo.

En el caso de que se trate efectivamente de esta clase de sonidos de tipo positivo,


entonces pueden utilizarse con provecho como base para fijar la atención, en lugar de
utilizar el centro del impulso respiratorio.

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