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El Derecho
penal constitucional.
Ideas condicionantes del Derecho penal: respeto a la dignidad del ser humano, libertad,
racionalidad, igualdad ante la ley, reserva. Análisis y consecuencias.
El Derecho penal, basado en la Constitución nacional, debe respetar la dignidad del ser
humano, lo que está implícito en el art. 18 en cuanto prohíbe la aplicación de la pena de
muerte por causas políticas (veda extendida a la pena capital, cualquiera fuese la razón que
se invocare para imponerla, tal como consta en el Pacto de San José de Costa Rica, hoy
incorporado al bloque constitucional argentino), toda especie de tormento y los azotes. En
cuanto a las cárceles deben ser un lugar que sirva para la seguridad; no para el castigo de
“los reos detenidos en ellas” (art. 18 C.N. in fine)
La igualdad ante la ley está expresamente garantizada por el art. 16 C.N. lo que –en cuanto
al orden penal respecta- significa que las normas prohibitiva o imperativas rigen para todos
quienes las infrinjan en el ámbito que fija el art. 1 C.P.; además la amenaza de aplicar
sanciones por esos hechos se dirige a la generalidad, y se harán efectivas sin distinción de
ningún tipo (art. 16 C.N.).
En cuanto al Principio de reserva se le llama así porque hace reserva de la zona de libertad
en la que el Estado no puede penetrar (art. 19 C.N.). E incluso en la otra, en la que sí puede
actuar (relacionada con el orden y la moral públicos o el perjuicio a terceros) debe hacerlo
mediante leyes.
El Principio de legalidad (ley previa al hecho que se quiere juzgar: nullun crimen, nulla
poena sine lege; no hay crimen ni pena sin ley) aparece junto al Principio del debido proceso
legal (juicio como antecedente de la condena) aparece en el art. 18. La ley, única fuente del
Derecho penal, a la que se refiere la norma es la ley sancionada por el Congreso siguiendo el
procedimiento que fija la Constitución. Jamás una norma punitiva puede ser generada por el
Poder Ejecutivo; tampoco mediante el sistema de los “decretos de necesidad y urgencia”,
que están prohibidos en materia penal por el mismo texto, que se refiere a ellos, introducido
en 1994.
Legalidad implica entonces: la existencia de una ley penal previa, escrita, estricta y cierta.
Se habla así en primer término, de ley en sentido formal, es decir la emanada del Congreso
de la Nación conforme el procedimiento establecido por la C.N. para la sanción de leyes
(Art. 75, inc. 12º). Luego, esa ley deberá ser previa, anterior a los hechos que se investigan,
se aplica la ley vigente al momento en que aquéllos acontecieron. El requisito de ley previa
prohíbe la retroactividad de la ley penal, excepto que estemos ante un caso de ley penal más
benigna (art. 2 C.P.). Además, la ley penal debe ser escrita, excluyéndose así en este ámbito
toda posibilidad de acudir a criterios informales de incriminación o a la costumbre como
fuentes del derecho punitivo. Y requiere ser asimismo estricta, la ley penal tiene que
desarrollar con exactitud y claridad los términos de la imputación, y el juez al interpretarla
debe ajustarse a su texto. Finalmente, el principio de legalidad exige que se trate de una ley
cierta, prohibiendo la indeterminación o el carácter difuso de la norma penal.
Esta concepción fue confirmada –y sus términos ampliados- con la incorporación, en 1994,
de los Pactos Internacionales al texto de la Constitución argentina sancionada en 1853, con
las reformas introducidas entre ambos extremos temporales.
De manera que será inconstitucional toda ley, toda norma –en general- y toda sentencia
judicial, que se opongan a la idea de persona, entendida a partir del Derecho que emana de la
Ley suprema; tanto sea para degradarla en la consideración que merece como para hacer
recaer sobre ella las consecuencias de la conducta ajena.
En materia criminal sólo se puede aplicar pena a un individuo sobre el cual puede hacerse el
juicio de reproche que determine la culpabilidad sobre una conducta propia. Así se
desprende del art. 18 C.N. cuando alude a la persona sometida a quien se incrimina
(“Nadie”) y a la obligación de instaurar contra ella un “juicio previo” a la aplicación de una
pena; proceso en el que deberá establecer si es culpable o no. Esto por su conducta propia;
sin que resulte salpicado siquiera por el actuar ajeno.
Con esta limitación está asegurado el paralelismo entre delito y pena; lo que confirma el art.
119 cuando, refiriéndose al delito de traición a la patria (interpretación extensible a todos los
demás) sostiene que “la pena del reo no pasará de la persona del delincuente”, confirmado
por el art. 5.3 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos: “La pena del reo no
puede trascender de la persona del delincuente”. Sobre esta norma resulta interesante
recordar que, cuando el 14 de agosto de 1894, el Gobierno de nuestro país firmó el
instrumento de ratificación de ese pacto, formuló la siguiente reserva: “El art. 5 inc. 3 debe
interpretarse en el sentido de que la pena no puede trascender directamente de la persona del
delincuente, esto es, no cabrán sanciones penales vicariantes”.
De este esquema no caben excepciones, pues ellas deberían estar consagradas –a su vez y en
su caso- por la misma Constitución nacional la que no las contempla. Por lo mismo, toda
norma y toda sentencia que infrinja el principio es inconstitucional. Corresponde al intérprete
plantearlo, ya sea en forma genérica (doctrina) o de manera puntual en el proceso y los
magistrados resolverlo así para asegurar la vigencia plena de las garantías consagradas por la
Ley Suprema.
Queda así excluida la responsabilidad penal por las acciones de otros y por hechos cometidos
sin los presupuestos subjetivos de la responsabilidad penal. En este ámbito resulta
inconcebible cualquier tipo de responsabilidad similar a la responsabilidad objetiva del
Derecho civil (art. 1113 C.C. y concordantes). Es decir, que se afirma en el Derecho penal el
Principio de culpabilidad: sólo se puede ser responsable por una actitud subjetiva de falta
de respeto a la ley, no obstante la posibilidad personal de acatarla.
Por supuesto que solamente los jueces tienen la facultad de aplicar este tipo de sanciones
(Principio de judicialidad) como que el art. 18 C.N. habla del “juicio previo” y éste es un
proceso que se debe llevar a cabo ante los tribunales de justicia.
El Principio de resocialización. Implica que la pena debe tener por finalidad que el
condenado vuelva a la vida en comunidad (si hubiese sido privado de su libertad) poseyendo
la convicción de que debe respetar la ley, pues ésta es la condición necesaria para que las
relaciones grupales se desarrollen armónicamente.
Este principio está reconocido en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de
1966, art. 10 (ley 23.313) y en la Convención Americana sobre Derechos Humanos de 1969,
art. 5 (ley 23.054) ambos incorporados en la reforma constitucional de 1994 en el art. 75 inc.
22 y que aluden a “reforma y readaptación social” de los penados o condenados.
Se ha criticado esta teoría de la pena diciéndose que constituye una injerencia inaceptable en
los derechos individuales: se exige que el sujeto incline su voluntad a los patrones
valorativos dominantes.
Además, llevada a sus últimas consecuencias, puede el afán de lograr la reinserción (meta
utópica) respaldar condenas a penas privativas de libertad de duración indeterminada y, en
algunos casos tan largas que contradicen implícitamente la propia idea resocialización, pues
imposibilitan el necesario regreso al seno de la comunidad.