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ar/2130709-como-cure-el-autismo-de-mi-hija-
cocinando
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8 de mayo de 2018
Darse cuenta
Maia nació en España en 2008. Su mamá, Macarena Oyarzo,
había ido a probar suerte allá como muchos otros cocineros: se
había recibido en el Instituto Gastronómico del Sur de Quilmes
unos años antes. Make (nadie le dice Macarena a Make) empezó a
notar en un momento que Maia respondía cada vez menos a los
estímulos y que tenía infecciones e inflamaciones a repetición. La
lenta incorporación de los alimentos empeoró las cosas. El
nacimiento de Malena, la segunda hija, un año después, le servía
de comparación: Maia tardaba mucho más que su hermana menor
para todo. Make empezó entonces un raid binacional de médicos -
en el medio se volvió a la Argentina y se separó del padre de las
nenas- hasta que, a los 17 meses, dice Make que Maia "se apagó".
-Fijate que ahora el papá se ríe y ella lo mira. Ahí está. ¿Ves?
Conectaba la mirada.
Make se conoce de memoria los videos. Nos pasa a casi todos los
padres, pienso. Pero las imágenes que veo yo, Make las vio mil
veces porque necesitaba pruebas de algo que sabía: que el autismo
de Maia era adquirido. Y esa obsesión la llevó a leer montañas de
artículos y papers y a mirar decenas de conferencias. Así dio con
las investigaciones de la conexión intestino-cerebro.
Make con sus dos hijas:
Maia, de celeste, y Male. Fuente: Brando - Crédito: Vera Rosemberg
-Esa noche nos cambió la vida a las tres. Los primeros cuatro días
fueron de locos, hubo momentos en que con Male nos encerramos
en el baño porque Maia estaba furiosa. Revoleaba todo. Me
mordió, arañaba el revoque de las paredes. Era síndrome de
abstinencia de los lácteos.
Con la misma perseverancia
que usó para entender el cuadro de Maia, Make armó un recetario de más de 150
platos. Fuente: Brando - Crédito: Vera Rosemberg
La mañana posterior a los cuatro días de furia, Make fue a
despertarla y vio una imagen que, dice, no olvidará jamás. Maia
tenía la carita apoyada en uno de los travesaños de la escalera de
la cama y la miró fijo a los ojos por primera vez en años. Al
reconocerla, le hizo una sonrisa. Make supo que por ahí iba la
cosa.
Maia no se acuerda nada de eso. Era muy chiquita y además su
cerebro vivió un tormentón. Pero sabe que tiene que seguir su
dieta. No se encapricha con otras cosas, no se desbanda.
-Sí, dicen que tengo una dieta rara. Pero cuando les convido, todos
la comen.
-¿De quién?
Volver a casa
Tengo varios casos más o menos cercanos de TEA con mayor o
menor severidad. Por eso, las conversaciones con Maia me
conmueven tanto. Pero ni yo ni nadie en mi entorno habíamos
escuchado hablar de la dieta biomédica, que, en el peor de los
casos, mejora la calidad de vida del paciente. ¿Cómo puede ser? La
conspiranoia se apodera de mí: se trata de un tratamiento muy
barato, que no solo otorga un papel menor a la industria
farmacéutica, sino que pone el foco sobre el potencial peligro de la
alimentación contemporánea. ¿Es posible que ese sea el motivo de
la poca difusión de esta terapia? Solo lo sabremos difundiéndola
más, me digo.
A la semana de aplicar la
dieta, Pamela notó que su hijo, Manu, reconectaba. Fuente: Brando - Crédito: Vera Rosemberg
Tirando del mismo piolín me encuentro con el caso de Agustín,
que tuvo un desarrollo similar a los niños de su edad hasta los tres
años y, a partir de ese momento, sus habilidades -incluida el
habla- empezaron a debilitarse y a perderse. "No toleraba algunas
comidas, lo que ocasionaba vómitos y deshidrataciones cíclicas.
Cada tres meses lo teníamos que internar", recuerda hoy la madre.
A los tres años y seis meses le diagnosticaron TGD. Sus padres,
Gaspar y Jessica, comenzaron a buscar tratamientos
alternativos porque tenían mucha resistencia a
suministrarle Risperidona, un medicamento
antipsicótico muy cuestionado. En esa búsqueda dieron con
el equipo TEA Enfoque Integrador del Hospital de Clínicas. "Le
sacamos el gluten, la leche de vaca, los conservantes y aditivos y
de a poco empezamos a ver los cambios", cuenta Gaspar. Claro
que no dejaron nunca de estimularlo con equinoterapia,
fonoaudiología, e incluso lo mandaban a clases de inglés antes de
que recuperara el habla, como estimulación. De a poco fue
recuperando todas las habilidades que había perdido. Al mes ya
tenía contacto visual. "A medida que avanzaba, también nosotros
nos fuimos acomodando a la dieta, investigando, aprendiendo -
dice Jessica-. Al principio nos costaba mucho conseguir los
alimentos, teníamos que pedirlos por internet, hacer compras
grandes, pero por suerte eso también se va resolviendo". Ya hay
una mayor cantidad de proveedores de productos para esta
comunidad, aunque -previsiblemente y al igual que en el caso de
Make- muchos son padres que atravesaron este calvario. Un
ejemplo: los productos de limpieza industriales tienen infinidad
de metales pesados que afectan a muchos niños con TEA. Unos
padres ya los elaboran de manera artesanal para el resto de las
familias que los necesitan. El crecimiento de este esquema de
comercialización es también un buen indicador de la cantidad de
personas que encontraron en este tratamiento un alivio al menos.