Rumiando prejuicios, me acerqué a ti. Las advertencias
que salían de la desgastada rutina, no fueron lo suficientemente fuertes para impedir a las dos piernas accionarse hacia tu persona. Sentí el impulso eléctrico que recorrió mi espalda, debido a la cercanía, y fue tan fuerte, que sólo tosí; como para deshacerme de un golpe de todas mis dudas bailarinas. El ruido no surtió el efecto deseado inconscientemente, y tú, continuabas ignorándome. Mis ojos usaron todo su magnetismo para que reaccionaras, pero qué lástima; eso sólo funciona en las películas de Hollywood. Con mucha imaginación recorrí tu cuerpo y, a falta de palabras, te tuve que describir al mejor estilo de Corín Tellado. ¡Me sentí tan cursi! Estuve a punto de abandonar el intento. Imaginaba eso de "tu pecho como plancha de acero, y yo escondida, con cara de libidinosa, entre tus dos fornidos brazos ausentes de vello. Portaba un vestido color rosa mexicano, amplio; con unas discretas gladiolas, rosas, alcatraces, chaquira, lentejuelas rojas e hilos de perlas en toda la cintura; medio busto de fuera, el pelo salvajemente revuelto, los ojos al borde del orgasmo. Tú, seguramente serías hijo de algún príncipe francés, casi no tenías dinero, con excepción de tus castillos en España, la colección de autos clásicos, los dos mil ciento cincuenta y cuatro obras de arte del medievo, las joyas que te heredó tu madrina la reina de Austria para que se las dieras a la mujer adecuada, tus casinos en las Vegas, unas acciones de Televisa, etcétera, etcétera". Ya lo sé. Tanto leer porquerías han hecho de mí una exagerada; pero ¿qué importa?, la portada estaba lista. Utilicé toda la concentración y pujé. Mentalmente te mandaba mensajes continuos: "Voltea, pendejo". Me esforcé tanto, que estuve a punto de romper el vestido. Como no volteaste, tras el titánico esfuerzo de ejercicio mental, suspiré y comencé la retirada. A medio giro, el inoportuno estómago chilló, de hambre. Me quedé petrificada. Pero dio resultado. Tu angelical cara y esos ojos burlones se posaron en mi incómoda posición. Esbocé una sonrisa llena de seducción y disculpas. Contuviste la carcajada, se te notó. Regresé a la posición inicial de ataque. Alcé el busto y te reté a que me invitaras una copa. Funcionó. Tu voz estuvo a punto de romper la imagen que tanto trabajo me costó crear. Era algo chillona, nasal, o más bien, desagradable. Pero, gracias a Dios, la música comenzó a sonar muy fuerte en el bar. Me senté ensayando las poses de artistas que tanto he estudiado. Crucé las piernas, haciendo rechinar un par de medias negras dignas de cualquier vampiresa, y de paso las rompí; pero no te fijaste en eso, creo. Me apoyé sobre el codo derecho y alcé la ceja como mi maestra María Félix. Me dolió la cara, pero valió la pena. Te sorprendí. Ya de cerca no lucías tan guapo, pero tu nariz recién operada eran un buen trabajo y esos lentes pasados de moda te daban un aire poco común. En general estabas bastante encamable. Me ofreciste un cigarro y acepté. No reconocí la marca ni la forma; pero siempre me he considerado mujer de mundo, así que lo prendí; aspiré tan hondo que tuve que utilizar hasta las orejas para sacar el humo. Marihuana no era, de eso estoy segura. Tal vez cubanos. La copa llegó y la tomé con indiferencia, me arrepentí en cuanto la probé. Mi conciencia ardió. Utilizando técnicas del Oriente controlé los espasmos y lo dejé pasar, yo creo que se llevó las cuerdas vocales de un jalón. El estómago me dedicó una soberana mentada de madre, por el atrevimiento. Pero así son las dietas, estrictas: comer en todo el día sólo cinco zanahorias y dos litros de agua. La plática era tan aburrida, que opté por no escucharte o caería en trance cual bella durmiente en plena barra del bar. Las mujeres que revoloteaban por ahí te distraían, así que aproveché para bostezar. Pensé mil pretextos para zafarme, pero ya era muy tarde. Tus ojos estaban posados en mi escote y tus manos sobaban mis rodillas con maestría. De pronto hiciste un mutis y te lo agradecí. Me besaste tan fuerte que todo mi lápiz labial de importación desapareció. Hasta desperté. Sentí la erección de los pezones, las piernas se hicieron un hilo; los brazos sólo pudieron reaccionar pidiéndote otro beso, o lo que se te antojara. Ahora sé que pecas de gula. Me duele cada centímetro de hueso y piel. Los músculos ruegan les dé paz; pero valió la pena. Contemplándote dormido como si nada hubiese pasado, hasta dan ganas de pedirte otro round. Mi gato -Williams- sigue escondido, el pobre se asustó por tanto grito, aunque también ellos son unos escandalosos, pero siempre ha sido un animal antisocial y egoísta, cree que el único macho que puede rondar esta casa es él; niño, malas noticias, te desbancaron. Esto es un verdadero semental, ¡qué bárbaro! Me pusiste en tantas posiciones que, por un momento, creí que querías matarme con alguna llave de lucha libre. ¿Dónde habrás aprendido? Qué bueno que te puse condón, con eso del SIDA más vale ser precavida, aunque, sinceramente, por otra arrastrada contigo bien valdría la pena morir. ¡Ay Dios!, no me puedo ni mover. Y este infeliz ronca con singular alegría, como si estuviera exento de culpa. No logro acordarme de su nombre. Qué oso cuando despierte, ni modo que le diga "buenos días mi amor". Según una encuesta, esas palabras tan confianzudas asustan a los hombres, los hacen sentirse comprometidos. Mejor reviso su cartera, basta ver la licencia. ¡Ay no!, si me cacha va a pensar que le estoy cobrando la noche y antes que puta, ignorante. Ya me las ingeniaré y le saco el nombre; además, no creo que se despierte en menos de tres horas. Grave error, ya abrió los ojos y esa mirada no me da buena espina...¡quiere el mañanero! Bueno, éste no se cansa. No conforme con dos en la cama, uno en la bañera y otro en la sala, insistió en la cocina, la puerta, el pasillo, junto al teléfono, y, si lo hubiera dejado, hasta en el elevador. Me siento como después de seis horas de hacer ejercicio. Nunca imaginé que mis piernas fueran tan flexibles, y qué decir de la columna vertebral. Si para dentro de dos horas estoy en silla de ruedas le prendo una vela a la Virgen por seguir viva, al menos. Se acabó toda mi dotación de condones del mes. Bien invertidos, eso sí. Amenazó que viene por la noche. Se fue tan fresco que hasta pensé: seguro es extraterrestre. Lo malo es que nadie me lo va a creer. Tengo miedo. ¿Y si no viene? ¿Y si fui aventura de una noche? ¿Y si quiere otra sesión de sexo aeróbico triple A? ¿Aguantará mi maltratado cuerpo? ¿Y si me embaraza? ¿Y si me enamoro? ¿Y si ya me olvidó? ¿Dónde se consiguen estos animales? Williams, ¡ayúdame! Mejor veo televisión. No puedo concentrarme, sólo pienso en él. Ya parezco canción ridícula. Oigo pajaritos y mi corazón me duele de tanto brinco cada que escucho pasos por la puerta. Apenas son las cuatro de la tarde y dijo que llegaba a las diez. ¿Qué voy a hacer? Me repitió su nombre y no recuerdo ni la primera letra. ¿Me habrá hipnotizado? ¿Y si es un maniático sexual? Tal vez sea su método de matar. Sin huellas ni testigos. "Se suicidó con sus propias piernas". Ese va a ser el dictamen del forense. ¡Qué horror! Me van a tener que cortar en trozos para desenredarme. Qué espectáculo, Dios mío... ¿Vendrá? ¿ Y si se pierde en otro planeta? Son las cuatro de la tarde, aún. El tiempo se está volviendo haragán en este cuarto, y yo me convierto en una madeja de preguntas; estoy asfixiándome. Son las cuatro y uno. Ya barrí tres veces, sacudí, cambié los muebles de lugar, regué las plantas; me bañé, puse cortinas nuevas, perfumé el cuarto, acomodé los libros por orden alfabético, lavé la ropa limpia, conté las grietas del techo, pulí la tina de baño, escuché treinta discos, bailé con el gato, jugué maratón con él (ganó), vi dos películas y apenas son las nueve de la noche. Falta una larga y tortuosa hora, con todo y sus pinches sesenta minutos, sus malditos trescientos sesenta segundos y los no sé qué más. ¿Me estaré poniendo neurótica? Tengo treinta y nueve años y ya me siento menopáusica, carajo. Contrólate. Ya van seis veces que te cambas de ropa; sinceramente no sé para qué te preocupas si en cuanto llegue el animal te la a va a quitar de un zarpazo. Si llega, claro está. Son las nueve y veinticinco. Las horas comienzan a acelerarse. Dios, no tan rápido. Dame chance de aclarar mis ideas (¿Cuáles?). Me muero. Nueve treinta y dos. Me muero en serio. La garganta se está cerrando y no es mi mórbida imaginación. Ya está: "Fallece de pura espera" - ¿Qué dictamen es ese? "Deceso por angustia" - Claro, simbólico. Bueno, siempre hay una primera vez. "Mujer muerta, bien muerta, fue hallada en el piso de su acogedor departamento, con la cara torcida por el rictus de dolor; el amante se dio a la fuga. Se cree que huyó, con un gato, en una nave espacial sin placas con rumbo desconocido". ¡Qué bárbara!, voy a salir en todos los noticiarios y periódicos del país. Madre del cielo, son las nueve cincuenta y ocho. ¿Y mis latidos? Ya no oigo a mi corazón. ¿Me morí? ¿Es un sueño? ¿El minino es culpable? Lo que me faltaba, el reloj se descompuso. Sólo a éste se le ocurre pararse a las diez en punto. ¿Será el magnetismo de su nave interespacial? ¿Será la pinche pila? Ya no siento nada. Estoy como drogada. Floto en medio de la sala. Contemplo al gato y el piso tan cerca, tan cerca... ¡Ay Williams! Ahora voy a tener que trapear la sangre; me chorrea la boca. Cómo duele el amor. Ya está. Se acabó mi sueño de cenicienta. Según la radio son las diez y diez. No vino. No vendrá. Lo sabía. Tantos años de marquesa y ahora resulta que olvidé cómo mover el abanico. Pequé de ingenua, peor que provinciana. Me doy asco. ¡Que pena! Claro, diez y veinte y nada. ¿Qué esperaba? ¿Qué llegara por la ventana, con treinta rosas de otro planeta, caja de chocolates y churumbela de diamantes? No, la realidad es otra. Y tu, pinche animal de la sección de los felinos, búscate algo que hacer, no sé, mata ratas o limpia tus patas, pero deja de mirarme así. Para qué me quejo, estoy pagando mi pasado. Yo también me comporté como una maldita con los humanos; los lastimé, les rompí la billetera y el corazón. Eso si, nunca los forniqué como éste lo hace. Reconozco mis pecados. Soy culpable, ¡castígame Dios! ¿Por qué no vino el cabrón? ¡Tocan a mi puerta¡ Me acabo de mear. ¿Y ahora qué hago?, ¿limpio primero y luego abro? , ¿al revés? No puedo hablar. Se me atoran las palabras en la punta de la lengua. Sirve para algo, ¡maúlla cabrón! Aunque sea un grito, por favor. Falsa alarma. Si seré pendeja. Pobre de mi vecino. La cara que puso cuando le azoté la puerta llorando. Ha de pensar que soy una orate, operada del cerebro. Qué me importa. ¡Jesús!, capaz que me traía un recado de él. Seguro son amigos de la oficina. Si no me acuerdo de su nombre, menos de lo que platicó de su vida. Y habló toda la noche, no paraba de reírme, de eso estoy segura, pero son tan raros los hombres que hablan de su vida en la primera cita y menos los que te divierten. ¿Cómo le pregunto? Vecino, ¿traes alguna noticia del hombre más agradable y caliente que he conocido en toda mi vida? Me voy a suicidar, no hay remedio. No puedo ser amor de una sola noche. Mira micifuz y aprende la lección. "Amante arrepentido se da un balazo ante el cuerpo inerte y despedazado de su mujer ideal. La pobre enamorada se tiró del onceavo piso, en el suelo fue arrollada por un autobús, dos automóviles y una bicicleta". ¡Qué tragedia! Menos palabras y más acción. ¿Escribo una nota? Es lo típico ¿no? Mejor una carta. No, me tiro y los reporteros se encargan de la historia. Bueno, un aviso no me cuesta nada, así de paso, me pongo otra ropa más adecuada para la ocasión. Qué bruta, treinta hojas y ninguna me convence. Ya me duele la mano de tanto escribir recados patéticos. Mejor sigo el modelo. "Sr. Juez: no se culpe a nadie de mi muerte. Soy una mujer enamorada sin futuro. Conocí el paraíso por una sola noche, en brazos de el hombre más simpático, ardiente y amoroso. Y lo perdí. Por lo cual, me mato. Adiós". Elena. P.D.: De preferencia que lo lea una juez mujer. ¿Dónde la pongo? ¿Y si se la roban? ¿Y si se vuela con el viento? ¿Y si el policía que la encuentre no sabe leer? ¿Y si se la come Williams? Mejor me tiro con el gato y que sea lo que Dios quiera. Madre, sigo tu sabio consejo: "Hija, nunca uses calzones rotos, qué pena que te pase algo, te lleven al hospital y se enteren de tus vergüenzas". Traigo lencería nueva. El vestido también. Lo pensaba usar para la boda de mi amiga Alina. Ni modo. Me veo como Andrea Palma en "La Mujer del Puerto". Ella se tiró al mar salado, yo al mar del tráfico. Sólo falta que se escuche una voz "in off" relatando mi final. ¿Con o sin zapatillas?. ¿Y si se me caen en el trayecto? Qué frío hace. ¿Y si nos congelamos antes de llegar al suelo? Mejor me pongo el abrigo. Ahora sí, nada ni nadie me detiene. Desgraciado, hasta en el último momento pienso en ti. Que conste. No te prometo hacerlo mientras caigo. ¡Pinche timbre!. Qué susto me dio. ¿Y Williams? Ahora resulta que no es cierto eso de que caen parados, pobre. ¡Señores de la manifestación no lo pisen!, bueno, espero que eso de las nueve vidas sí sea verdad, aunque ya parece calcomanía. ¡Ya voy!, si es el vecino, lo tiro junto conmigo. Es de pésima educación interrumpir a un suicida... La vida es bella. Contemplando tus nalgas perfectas me arrepiento de lo que estuve a punto de hacer. Cuando abrí la puerta, dispuesta a usar mi mejor repertorio de majaderías y te vi, sonriendo con la cara de excitación que te es propia, no supe si desmayarme o cobrarte el gato. Qué bueno que tomaste las riendas del asunto. Los pretextos que pusiste ni los escuché. Que si el tráfico, el trabajo. Llegaste ¿no? y la traías atrasada. Ahora si estoy segura de obtener mi diploma en gimnasia. Recorrimos toda la alfombra, de extremo a extremo, nunca me imaginé que Wiliams tirara tanto pelo. No hubo mueble que no derrumbáramos, lástima que la pared sea tan fría y dura. La cama nos recibió con las sábanas abiertas; ya llevábamos kilometraje recorrido, pero no hay nada como terminar sobre un cómplice colchón. Después de la quinta entrada ya no conté. ¿Para qué? Cada orgasmo lo tengo dibujado en la cara, parezco mapa de gran ciudad. Si me muriera en este precioso instante, la sonrisa que traigo no cabría en el ataúd. Ya me tragué los aretes. Y este desgraciado dolor de cabeza, me está matando. Bueno, ¿cómo no me va a doler?, si en plena emoción, me ensartaste contra la cabecera sin perder el ritmo. Claro que en ese momento crucial ni me quejé. Pero ahora que siento cada chichón, me dan ganas de torcerte el pito en desquite. En fin, con dos aspirinas lo resuelvo. Maravilloso invento de hombre blanco. Espero que ocho no sean un exceso. El colmo sería que ahora que estoy en el limbo muriese de sobredosis. ¡Dios, ahí voy de nuevo...! ¿Y si se va para siempre? ¿Y si sólo se le antojó repetir? ¿Y si es casado? ¿Y si en su planeta la infidelidad se castiga con la muerte? ¿Y si pregunta por el gato? ¿Qué hago? No puedo dejarlo ir. Un día más sin él y me encuentran interrumpiendo el tráfico. Piensa mujer, piensa. Aunque sea por una vez en tu vida toma una decisión. ¿Lo amarro? ¿Llamo a un juez y que nos case? ¿Lo secuestro? ¿Se lo corto? ¿Lo drogo? ¿Le digo que estoy embarazada? ¿Lo diseco? ¿Lo acuso de asesino de gatos? ¿Traerá pistola de rayos paralizantes? Más vale que piense algo rápido, por que si se despierta este animal de monte, me va a agarrar de trapeador por un mínimo de dos horas. Ya me cansé de dar vueltas a la sala y no concluir nada. ¡Qué ironía!, a mi edad apasionarme de un marciano. ¿Estará disfrazado?... ¡Qué bonito día! No hay nada como despertar junto al ser amado. Tú y yo nacimos para estar unidos. Así lo marcó el destino. Todavía me queda un poco de angustia, por el mal rato que pasamos; pero ¿qué relación está exenta? Cuando vi que estabas a punto de partir, me enojé. Perdí el control. Por cierto, perdóname por lo que te grité. Yo sé que esa cara de asombro, cuando te llamé asesino, travesti extraterrestre, fue para despistarme. No te preocupes, sé guardar un secreto. ¿Hay periódicos en tu planeta? Imagínate el encabezado. "Distinguido marciano muerto a sartenazos". Habría que explicarle a tus congéneres qué es un sartén, ¿no crees? Aunque la denominación correcta, según mi abuela, es comal. Sirven para hacer quesadillas, entre otras cosas. Son negros y duran una eternidad. Pensé que ustedes no sangraban... ¿Y si se me echa a perder?