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Julián Varo: ¿Y si me enamoro?

Rumiando prejuicios, me acerqué a ti. Las advertencias


que salían de la desgastada rutina, no fueron lo
suficientemente fuertes para impedir a las dos piernas
accionarse hacia tu persona. Sentí el impulso eléctrico que
recorrió mi espalda, debido a la cercanía, y fue tan fuerte,
que sólo tosí; como para deshacerme de un golpe de todas
mis dudas bailarinas.
El ruido no surtió el efecto deseado inconscientemente, y
tú, continuabas ignorándome. Mis ojos usaron todo su
magnetismo para que reaccionaras, pero qué lástima; eso
sólo funciona en las películas de Hollywood. Con mucha
imaginación recorrí tu cuerpo y, a falta de palabras, te tuve
que describir al mejor estilo de Corín Tellado. ¡Me sentí tan
cursi!
Estuve a punto de abandonar el intento. Imaginaba eso de
"tu pecho como plancha de acero, y yo escondida, con cara
de libidinosa, entre tus dos fornidos brazos ausentes de
vello. Portaba un vestido color rosa mexicano, amplio; con
unas discretas gladiolas, rosas, alcatraces, chaquira,
lentejuelas rojas e hilos de perlas en toda la cintura; medio
busto de fuera, el pelo salvajemente revuelto, los ojos al
borde del orgasmo. Tú, seguramente serías hijo de algún
príncipe francés, casi no tenías dinero, con excepción de tus
castillos en España, la colección de autos clásicos, los dos
mil ciento cincuenta y cuatro obras de arte del medievo, las
joyas que te heredó tu madrina la reina de Austria para que
se las dieras a la mujer adecuada, tus casinos en las Vegas,
unas acciones de Televisa, etcétera, etcétera".
Ya lo sé. Tanto leer porquerías han hecho de mí una
exagerada; pero ¿qué importa?, la portada estaba lista.
Utilicé toda la concentración y pujé. Mentalmente te
mandaba mensajes continuos: "Voltea, pendejo". Me esforcé
tanto, que estuve a punto de romper el vestido. Como no
volteaste, tras el titánico esfuerzo de ejercicio mental,
suspiré y comencé la retirada. A medio giro, el inoportuno
estómago chilló, de hambre. Me quedé petrificada. Pero dio
resultado. Tu angelical cara y esos ojos burlones se posaron
en mi incómoda posición.
Esbocé una sonrisa llena de seducción y disculpas.
Contuviste la carcajada, se te notó. Regresé a la posición
inicial de ataque. Alcé el busto y te reté a que me invitaras
una copa. Funcionó. Tu voz estuvo a punto de romper la
imagen que tanto trabajo me costó crear. Era algo chillona,
nasal, o más bien, desagradable. Pero, gracias a Dios, la
música comenzó a sonar muy fuerte en el bar. Me senté
ensayando las poses de artistas que tanto he estudiado.
Crucé las piernas, haciendo rechinar un par de medias negras
dignas de cualquier vampiresa, y de paso las rompí; pero no
te fijaste en eso, creo. Me apoyé sobre el codo derecho y
alcé la ceja como mi maestra María Félix. Me dolió la cara,
pero valió la pena. Te sorprendí.
Ya de cerca no lucías tan guapo, pero tu nariz recién
operada eran un buen trabajo y esos lentes pasados de moda
te daban un aire poco común. En general estabas bastante
encamable.
Me ofreciste un cigarro y acepté. No reconocí la marca ni
la forma; pero siempre me he considerado mujer de mundo,
así que lo prendí; aspiré tan hondo que tuve que utilizar
hasta las orejas para sacar el humo. Marihuana no era, de
eso estoy segura. Tal vez cubanos. La copa llegó y la tomé
con indiferencia, me arrepentí en cuanto la probé. Mi
conciencia ardió. Utilizando técnicas del Oriente controlé los
espasmos y lo dejé pasar, yo creo que se llevó las cuerdas
vocales de un jalón. El estómago me dedicó una soberana
mentada de madre, por el atrevimiento. Pero así son las
dietas, estrictas: comer en todo el día sólo cinco zanahorias
y dos litros de agua.
La plática era tan aburrida, que opté por no escucharte o
caería en trance cual bella durmiente en plena barra del
bar. Las mujeres que revoloteaban por ahí te distraían, así
que aproveché para bostezar. Pensé mil pretextos para
zafarme, pero ya era muy tarde. Tus ojos estaban posados
en mi escote y tus manos sobaban mis rodillas con maestría.
De pronto hiciste un mutis y te lo agradecí. Me besaste tan
fuerte que todo mi lápiz labial de importación desapareció.
Hasta desperté. Sentí la erección de los pezones, las piernas
se hicieron un hilo; los brazos sólo pudieron reaccionar
pidiéndote otro beso, o lo que se te antojara.
Ahora sé que pecas de gula. Me duele cada centímetro de
hueso y piel. Los músculos ruegan les dé paz; pero valió la
pena. Contemplándote dormido como si nada hubiese
pasado, hasta dan ganas de pedirte otro round. Mi gato
-Williams- sigue escondido, el pobre se asustó por tanto
grito, aunque también ellos son unos escandalosos, pero
siempre ha sido un animal antisocial y egoísta, cree que el
único macho que puede rondar esta casa es él; niño, malas
noticias, te desbancaron.
Esto es un verdadero semental, ¡qué bárbaro! Me pusiste
en tantas posiciones que, por un momento, creí que querías
matarme con alguna llave de lucha libre. ¿Dónde habrás
aprendido?
Qué bueno que te puse condón, con eso del SIDA más vale
ser precavida, aunque, sinceramente, por otra arrastrada
contigo bien valdría la pena morir.
¡Ay Dios!, no me puedo ni mover. Y este infeliz ronca con
singular alegría, como si estuviera exento de culpa. No logro
acordarme de su nombre. Qué oso cuando despierte, ni
modo que le diga "buenos días mi amor". Según una
encuesta, esas palabras tan confianzudas asustan a los
hombres, los hacen sentirse comprometidos.
Mejor reviso su cartera, basta ver la licencia. ¡Ay no!, si
me cacha va a pensar que le estoy cobrando la noche y antes
que puta, ignorante. Ya me las ingeniaré y le saco el
nombre; además, no creo que se despierte en menos de tres
horas.
Grave error, ya abrió los ojos y esa mirada no me da
buena espina...¡quiere el mañanero!
Bueno, éste no se cansa. No conforme con dos en la cama,
uno en la bañera y otro en la sala, insistió en la cocina, la
puerta, el pasillo, junto al teléfono, y, si lo hubiera dejado,
hasta en el elevador. Me siento como después de seis horas
de hacer ejercicio. Nunca imaginé que mis piernas fueran
tan flexibles, y qué decir de la columna vertebral. Si para
dentro de dos horas estoy en silla de ruedas le prendo una
vela a la Virgen por seguir viva, al menos. Se acabó toda mi
dotación de condones del mes. Bien invertidos, eso sí.
Amenazó que viene por la noche. Se fue tan fresco que
hasta pensé: seguro es extraterrestre. Lo malo es que nadie
me lo va a creer.
Tengo miedo. ¿Y si no viene? ¿Y si fui aventura de una
noche? ¿Y si quiere otra sesión de sexo aeróbico triple A?
¿Aguantará mi maltratado cuerpo? ¿Y si me embaraza? ¿Y si
me enamoro? ¿Y si ya me olvidó? ¿Dónde se consiguen estos
animales? Williams, ¡ayúdame!
Mejor veo televisión. No puedo concentrarme, sólo pienso
en él. Ya parezco canción ridícula. Oigo pajaritos y mi
corazón me duele de tanto brinco cada que escucho pasos
por la puerta. Apenas son las cuatro de la tarde y dijo que
llegaba a las diez.
¿Qué voy a hacer? Me repitió su nombre y no recuerdo ni
la primera letra. ¿Me habrá hipnotizado? ¿Y si es un
maniático sexual?
Tal vez sea su método de matar. Sin huellas ni testigos.
"Se suicidó con sus propias piernas". Ese va a ser el dictamen
del forense. ¡Qué horror! Me van a tener que cortar en
trozos para desenredarme. Qué espectáculo, Dios mío...
¿Vendrá? ¿ Y si se pierde en otro planeta? Son las cuatro de
la tarde, aún. El tiempo se está volviendo haragán en este
cuarto, y yo me convierto en una madeja de preguntas;
estoy asfixiándome.
Son las cuatro y uno. Ya barrí tres veces, sacudí, cambié
los muebles de lugar, regué las plantas; me bañé, puse
cortinas nuevas, perfumé el cuarto, acomodé los libros por
orden alfabético, lavé la ropa limpia, conté las grietas del
techo, pulí la tina de baño, escuché treinta discos, bailé con
el gato, jugué maratón con él (ganó), vi dos películas y
apenas son las nueve de la noche. Falta una larga y tortuosa
hora, con todo y sus pinches sesenta minutos, sus malditos
trescientos sesenta segundos y los no sé qué más. ¿Me estaré
poniendo neurótica? Tengo treinta y nueve años y ya me
siento menopáusica, carajo.
Contrólate. Ya van seis veces que te cambas de ropa;
sinceramente no sé para qué te preocupas si en cuanto
llegue el animal te la a va a quitar de un zarpazo. Si llega,
claro está.
Son las nueve y veinticinco. Las horas comienzan a
acelerarse. Dios, no tan rápido. Dame chance de aclarar mis
ideas (¿Cuáles?).
Me muero. Nueve treinta y dos. Me muero en serio. La
garganta se está cerrando y no es mi mórbida imaginación.
Ya está: "Fallece de pura espera" - ¿Qué dictamen es ese?
"Deceso por angustia" - Claro, simbólico. Bueno, siempre hay
una primera vez.
"Mujer muerta, bien muerta, fue hallada en el piso de su
acogedor departamento, con la cara torcida por el rictus de
dolor; el amante se dio a la fuga. Se cree que huyó, con un
gato, en una nave espacial sin placas con rumbo
desconocido". ¡Qué bárbara!, voy a salir en todos los
noticiarios y periódicos del país.
Madre del cielo, son las nueve cincuenta y ocho. ¿Y mis
latidos? Ya no oigo a mi corazón. ¿Me morí? ¿Es un sueño? ¿El
minino es culpable?
Lo que me faltaba, el reloj se descompuso. Sólo a éste se
le ocurre pararse a las diez en punto. ¿Será el magnetismo
de su nave interespacial? ¿Será la pinche pila? Ya no siento
nada. Estoy como drogada. Floto en medio de la sala.
Contemplo al gato y el piso tan cerca, tan cerca...
¡Ay Williams! Ahora voy a tener que trapear la sangre; me
chorrea la boca. Cómo duele el amor.
Ya está. Se acabó mi sueño de cenicienta. Según la radio
son las diez y diez. No vino. No vendrá. Lo sabía. Tantos años
de marquesa y ahora resulta que olvidé cómo mover el
abanico. Pequé de ingenua, peor que provinciana. Me doy
asco. ¡Que pena!
Claro, diez y veinte y nada. ¿Qué esperaba? ¿Qué llegara
por la ventana, con treinta rosas de otro planeta, caja de
chocolates y churumbela de diamantes? No, la realidad es
otra. Y tu, pinche animal de la sección de los felinos,
búscate algo que hacer, no sé, mata ratas o limpia tus patas,
pero deja de mirarme así. Para qué me quejo, estoy pagando
mi pasado. Yo también me comporté como una maldita con
los humanos; los lastimé, les rompí la billetera y el corazón.
Eso si, nunca los forniqué como éste lo hace. Reconozco mis
pecados. Soy culpable, ¡castígame Dios!
¿Por qué no vino el cabrón?
¡Tocan a mi puerta¡ Me acabo de mear. ¿Y ahora qué
hago?, ¿limpio primero y luego abro? , ¿al revés? No puedo
hablar. Se me atoran las palabras en la punta de la lengua.
Sirve para algo, ¡maúlla cabrón! Aunque sea un grito, por
favor.
Falsa alarma. Si seré pendeja. Pobre de mi vecino. La cara
que puso cuando le azoté la puerta llorando. Ha de pensar
que soy una orate, operada del cerebro. Qué me importa.
¡Jesús!, capaz que me traía un recado de él. Seguro son
amigos de la oficina. Si no me acuerdo de su nombre, menos
de lo que platicó de su vida. Y habló toda la noche, no
paraba de reírme, de eso estoy segura, pero son tan raros los
hombres que hablan de su vida en la primera cita y menos
los que te divierten. ¿Cómo le pregunto? Vecino, ¿traes
alguna noticia del hombre más agradable y caliente que he
conocido en toda mi vida? Me voy a suicidar, no hay remedio.
No puedo ser amor de una sola noche. Mira micifuz y
aprende la lección.
"Amante arrepentido se da un balazo ante el cuerpo inerte
y despedazado de su mujer ideal. La pobre enamorada se
tiró del onceavo piso, en el suelo fue arrollada por un
autobús, dos automóviles y una bicicleta". ¡Qué tragedia!
Menos palabras y más acción. ¿Escribo una nota? Es lo
típico ¿no? Mejor una carta. No, me tiro y los reporteros se
encargan de la historia. Bueno, un aviso no me cuesta nada,
así de paso, me pongo otra ropa más adecuada para la
ocasión.
Qué bruta, treinta hojas y ninguna me convence. Ya me
duele la mano de tanto escribir recados patéticos. Mejor sigo
el modelo.
"Sr. Juez: no se culpe a nadie de mi muerte. Soy una
mujer enamorada sin futuro. Conocí el paraíso por una sola
noche, en brazos de el hombre más simpático, ardiente y
amoroso. Y lo perdí. Por lo cual, me mato. Adiós". Elena.
P.D.: De preferencia que lo lea una juez mujer.
¿Dónde la pongo? ¿Y si se la roban? ¿Y si se vuela con el
viento? ¿Y si el policía que la encuentre no sabe leer? ¿Y si se
la come Williams? Mejor me tiro con el gato y que sea lo que
Dios quiera.
Madre, sigo tu sabio consejo: "Hija, nunca uses calzones
rotos, qué pena que te pase algo, te lleven al hospital y se
enteren de tus vergüenzas".
Traigo lencería nueva. El vestido también. Lo pensaba
usar para la boda de mi amiga Alina. Ni modo. Me veo como
Andrea Palma en "La Mujer del Puerto". Ella se tiró al mar
salado, yo al mar del tráfico. Sólo falta que se escuche una
voz "in off" relatando mi final.
¿Con o sin zapatillas?. ¿Y si se me caen en el trayecto? Qué
frío hace. ¿Y si nos congelamos antes de llegar al suelo?
Mejor me pongo el abrigo.
Ahora sí, nada ni nadie me detiene. Desgraciado, hasta en
el último momento pienso en ti. Que conste. No te prometo
hacerlo mientras caigo.
¡Pinche timbre!. Qué susto me dio. ¿Y Williams? Ahora
resulta que no es cierto eso de que caen parados, pobre.
¡Señores de la manifestación no lo pisen!, bueno, espero que
eso de las nueve vidas sí sea verdad, aunque ya parece
calcomanía. ¡Ya voy!, si es el vecino, lo tiro junto conmigo.
Es de pésima educación interrumpir a un suicida...
La vida es bella. Contemplando tus nalgas perfectas me
arrepiento de lo que estuve a punto de hacer. Cuando abrí la
puerta, dispuesta a usar mi mejor repertorio de majaderías y
te vi, sonriendo con la cara de excitación que te es propia,
no supe si desmayarme o cobrarte el gato. Qué bueno que
tomaste las riendas del asunto. Los pretextos que pusiste ni
los escuché. Que si el tráfico, el trabajo. Llegaste ¿no? y la
traías atrasada. Ahora si estoy segura de obtener mi diploma
en gimnasia. Recorrimos toda la alfombra, de extremo a
extremo, nunca me imaginé que Wiliams tirara tanto pelo.
No hubo mueble que no derrumbáramos, lástima que la
pared sea tan fría y dura. La cama nos recibió con las
sábanas abiertas; ya llevábamos kilometraje recorrido, pero
no hay nada como terminar sobre un cómplice colchón.
Después de la quinta entrada ya no conté. ¿Para qué? Cada
orgasmo lo tengo dibujado en la cara, parezco mapa de gran
ciudad. Si me muriera en este precioso instante, la sonrisa
que traigo no cabría en el ataúd. Ya me tragué los aretes. Y
este desgraciado dolor de cabeza, me está matando. Bueno,
¿cómo no me va a doler?, si en plena emoción, me ensartaste
contra la cabecera sin perder el ritmo. Claro que en ese
momento crucial ni me quejé. Pero ahora que siento cada
chichón, me dan ganas de torcerte el pito en desquite. En
fin, con dos aspirinas lo resuelvo. Maravilloso invento de
hombre blanco. Espero que ocho no sean un exceso. El colmo
sería que ahora que estoy en el limbo muriese de sobredosis.
¡Dios, ahí voy de nuevo...!
¿Y si se va para siempre? ¿Y si sólo se le antojó repetir? ¿Y
si es casado? ¿Y si en su planeta la infidelidad se castiga con
la muerte? ¿Y si pregunta por el gato? ¿Qué hago?
No puedo dejarlo ir. Un día más sin él y me encuentran
interrumpiendo el tráfico.
Piensa mujer, piensa. Aunque sea por una vez en tu vida
toma una decisión.
¿Lo amarro? ¿Llamo a un juez y que nos case? ¿Lo
secuestro? ¿Se lo corto? ¿Lo drogo? ¿Le digo que estoy
embarazada? ¿Lo diseco? ¿Lo acuso de asesino de gatos?
¿Traerá pistola de rayos paralizantes?
Más vale que piense algo rápido, por que si se despierta
este animal de monte, me va a agarrar de trapeador por un
mínimo de dos horas.
Ya me cansé de dar vueltas a la sala y no concluir nada.
¡Qué ironía!, a mi edad apasionarme de un marciano.
¿Estará disfrazado?...
¡Qué bonito día! No hay nada como despertar junto al ser
amado. Tú y yo nacimos para estar unidos. Así lo marcó el
destino.
Todavía me queda un poco de angustia, por el mal rato
que pasamos; pero ¿qué relación está exenta? Cuando vi que
estabas a punto de partir, me enojé. Perdí el control. Por
cierto, perdóname por lo que te grité. Yo sé que esa cara de
asombro, cuando te llamé asesino, travesti extraterrestre,
fue para despistarme. No te preocupes, sé guardar un
secreto.
¿Hay periódicos en tu planeta? Imagínate el encabezado.
"Distinguido marciano muerto a sartenazos". Habría que
explicarle a tus congéneres qué es un sartén, ¿no crees?
Aunque la denominación correcta, según mi abuela, es
comal. Sirven para hacer quesadillas, entre otras cosas. Son
negros y duran una eternidad.
Pensé que ustedes no sangraban...
¿Y si se me echa a perder?

FIN

Julián Varo - Escritor y ensayista mexicano

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