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El Pigmalión de la América

Por: Joaquín E. Espinosa Aguirre


Por otra parte, está el caso de Agustín de Iturbide, comandante de la provincia de
Guanajuato. Este criollo que surgió de las milicias de Valladolid, su ciudad natal, fue
escalando militarmente desde el inicio de la guerra. En 1813 fue puesto en dicho cargo
por el jefe político superior de Nueva España, Félix Calleja, quien tenía apenas unas
semanas de haber asumido como tal.
Luego de tres años de estar al frente de esa comandancia, a Iturbide se le señaló por
una serie de malos manejos, entre los que estaban el enriquecimiento ilegal, ser
excesivamente violento y cruel, así como abusar de su mando militar. Y aunque había
tenido mucho éxito en su lucha contra los rebeldes, todo cambió el 31 de enero de 1816,
cuando el virrey Calleja le recriminó en una carta reservada los “continuos clamores” de
la gente de Guanajuato, y lo llamó a la capital novohispana en abril siguiente para que
rindiera cuentas.
El cura de Guanajuato, Antonio Labarrieta, condensó en un informe al virrey las
acusaciones que se le imputaron al coronel. El clérigo señaló que las fuerzas de Iturbide
habían saqueado las haciendas de Copal, Mendoza y el Molino; que había
monopolizado el comercio del azúcar, la lana, el aceite y los cigarros, mediante la
detención de los convoyes que llevaban los productos de otros vendedores para
introducir los suyos e incrementar su precio; que actuaba despóticamente ante los
cabildos de León, Silao y Guanajuato; que publicaba leyes sin autoridad y que había
extraído de las cajas reales alrededor de tres millones de pesos. Según el informe, era el
peor infortunio de la provincia; incluso lo llamaba “Pigmaleón [sic] de la América” y
presumía que había hecho más insurgentes con sus manejos que los que había destruido
con las armas.
En respuesta a tales acusaciones, Iturbide se defendió en una extensa misiva enviada
a Calleja y fechada el 14 de agosto de 1816; además le hizo llegar su hoja de servicios.
Pero, a pesar de que el virrey lo eximió de manera pública el 12 de septiembre, sucedió
lo peor que Iturbide hubiera podido imaginar: Calleja fue sustituido por Juan Ruiz de
Apodaca y el coronel se quedó sin su protector principal.
La llegada del virrey Apodaca hizo que la exoneración que Calleja había dado a
Iturbide se cambiara por la destitución oficial de su cargo militar. Y aunque en el papel
éste ya estaba absuelto, pues la Ordenanza militar mandaba que “en caso de salir
absuelto el reo, o reos procesados, se hará pública en todas las provincias la declaración
de su inocencia, para indemnización de su opinión” (absolución que Calleja publicó en
la Gaceta de México), la realidad fue otra.
Podría pensarse que la política que tenía planeada imponer el nuevo virrey era
menos agresiva que la de su predecesor y que por ello se alejó de figuras que causaban
tanta polémica y mala imagen, como Iturbide. También se puede presumir que Calleja
era algo más que condescendiente con sus subalternos, por lo que no luce tan
descabellada la afirmación del cura Labarrieta, quien aseguraba en su informe que
Iturbide tenía “protectores de alta jerarquía interesados en sus aprovechamientos”,
refiriéndose sin duda a Calleja y al auditor de Guerra, Miguel Bataller, quien a la vez
era padrino de Iturbide. Incluso, el propio oficial criollo, en la serie de impugnaciones
posteriores que hizo, se escudaría ante Calleja señalando que éste tenía “el debido
conocimiento” sobre todas “las medidas que he tomado” y, por lo tanto, también era en
parte responsabilidad suya. En caso de ser culpable Iturbide, el exvirrey compartía esa
carga.

Esta publicación es un fragmento del artículo “El Pigmalión de la América” del


autor Joaquín E. Espinosa Aguirre y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e
Historias en México, núm. 93.

Ix Chel. La diosa lunar (Diosa I; Diosa O)


Por: Con información de Arqueología Mexicana

Esta deidad femenina, igual que la Luna (u’ o uh), a la cual estaba íntimamente
asociada, era un ser multifacético. Sus imágenes la muestran como una mujer joven
(Luna creciente) o como una anciana (Luna menguante). Era patrona de los oficios
característicos de su género, especialmente los relacionados con la concepción, el
embarazo y el parto, pero igualmente era deidad de la medicina, los textiles, la pintura,
las aguas, el arco iris, la fertilidad de la tierra y la noche. Como diosa vieja también
tenía un aspecto destructivo que provocaba catástrofes e inundaciones.

Fue esposa de Itzamnaaj (así se muestra en las vasijas policromas), por lo que se le
identifica como una diosa madre. Con estos atributos, pero sin relación lunar, en los
textos del Templo de la Cruz en Palenque se menciona a Muwaan Mat como
progenitora de los tres dioses (GI, GIII y K’awiil).

En el Clásico se representó como una mujer joven dentro de un signo lunar y, en


alguno de los casos, cargando un conejo, símbolo por excelencia de la Luna. Su
importancia es evidente en las imágenes pintadas en vasijas, en las que aparece
participando en varios acontecimientos míticos. Además, se considera que muchas de
las numerosas figurillas femeninas estilo Jaina y Jonuta son expresión de su culto.

Sin embargo, es en los códices del Posclásico donde encontramos la mayor


diversidad de sus imágenes, acciones y atributos. Conocemos varios nombres, acordes
con sus advocaciones: Sak U’ Ixik (Señora Luna Blanca); Chak Chel (Arco Iris
Grande); Ix Chebel Yax (Señora del Primer Pincel), e Ix Chel (Señora Resplandeciente
o Señora del Arco Iris).
¿Quiénes firmaron el Acta de
Independencia de México?
Los padres de la Patria que no fueron
Por: Alfredo Ávila
El Acta de Independencia de México es un documento
desconocido para la mayoría de los mexicanos. Esto se
debe, en buena medida, a que el régimen al que dio
origen fue una monarquía que tuvo una duración muy
corta.

Tras el establecimiento de la república y, en especial, cuando los liberales derrotaron a las fuerzas
conservadoras con la caída del imperio de Maximiliano en 1867, la memoria de aquel documento
empezó a borrarse. A comienzos del siglo XX se hicieron algunas impresiones de la declaración, a la que
se le cambió el nombre por el de Acta de Independencia de la República de México, pero ni esto ayudó a
que el público conociera a los signatarios del documento.

Si en otros países los autores de la declaración de independencia son recordados como “padres de la
patria”, en México poco se sabe de ellos. Aunque parezca extraño, algunos nacieron en España y otros
en América del Sur: en Caracas y Buenos Aires. La mayoría era de la ciudad de México y casi todos
eran “letrados”, es decir, habían estudiado Derecho y formaban parte del Colegio de Abogados. No
representaban a las provincias del país ni fueron electos, sino que el propio Agustín de Iturbide los
designó. Por supuesto, casi todos eran de su confianza, seleccionados para que representaran a la Iglesia,
el Ejército, los mineros, los terratenientes, los comerciantes y, como ya mencioné, a los letrados.

Poco tiempo después, cuando se discutía la formación del primer Congreso constituyente, Iturbide
insistió en que la mejor manera de elegir representantes de la nación era por ocupación y no por el
número de personas que habitaban en cada distrito o provincia. Por esto, la Junta Provisional
Gubernativa que elaboró el Acta de Independencia estaba integrada por personas que representaban,
desde el punto de vista de quien las eligió, las principales ramas que generaban la riqueza de México,
además de los eclesiásticos y los letrados, por sus conocimientos.

Por supuesto, se trató de una forma de representación muy discutible y arbitraria. Ya en su propia
época tuvo críticos. No obstante, permite ver que las formas de representación política no estaban
definidas. Después de todo, la experiencia que había entonces era muy limitada. El Congreso de
Chilpancingo (1813), por ejemplo, tenía un único diputado electo por una provincia, mientras que los
demás fueron designados primero por José María Morelos y después por los mismos diputados. Años
después, fray Servando Teresa de Mier propondría que el presidente Guadalupe Victoria designara a
varias personas para que formaran una asamblea legislativa. Lo que hizo Iturbide no era excepcional.

En las fotografías se presenta una tabla con las personas que integraron aquella Junta que elaboró el
Acta de Independencia, con algunos datos sobre su origen y ocupación.

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