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Conferencia Mons.

José Rodríguez Carballo, ofm

TENTACIONES Y CAMINOS DE FUTURO


PARA LA VIDA CONSAGRADA HOY

+ Fr. José Rodríguez Carballo, ofm


Arzobispo Secretario de la CIVCSV A

La Vida Consagrada en estos 50 años que nos separan del Concilio Vaticano II ha recorrido
un largo y fructuoso camino. Mucho se debe a la gracia misma del Concilio, asumido como
verdadera brújula1 en su etapa postconciliar. En efecto, gracias al Vatiano II, primer
Concilio que trató la Vida Consagrada en una Constitución dogmática, Lumen Gentium2,
ésta encontraba su lugar propio dentro de la Iglesia Pueblo de Dios y en la llamada
universal a la santidad3. Por otra parte, guiados por el Vaticano II, “la grande gracia de la
que se benefició la Iglesia del siglo XX” y cuyos documentos, después de años siguen
conservando su pleno valor4, los consagrados no ahorraron energías para llevar a cabo la
adecuada renovación que les había pedido el decreto Perfectae Caritatis.

En ese camino hubo tropiezos, no todo fue positivo. Lo reconoce muy acertadamente Juan
Pablo II: “En estos años de renovación la vida consagrada ha atravesado, como también
otras formas de vida en la Iglesia, un período delicado y duro. Ha sido un tiempo rico de
esperanzas, proyectos y propuestas innovadoras encaminadas a reforzar la profesión de los
consejos evangélicos, pero ha sido también un período no exento de tensiones y pruebas, en
el que experiencias, incluso siendo generosas, no siempre se han visto coronadas por
resultados positivos”5. De todos modos, contra lo que piensan algunos, el balance del
Concilio Vaticano II y de la renovación que la Vida Consagrada llevó a cabo en estos años
no puede ser sino muy positivo.

Compartimos plenamente cuanto afirma el papa Francisco al respecto: “Le damos gracias
de manera especial por estos últimos 50 años desde el Concilio Vaticano II, que ha
representado un ‘soplo’ del Espíritu Santo para toda la Iglesia. Gracias a Él, la Vida
Consagrada ha puesto en marcha un fructífero proceso de renovación con sus luces y sus
sombras. Ha sido un tiempo de Gracia, marcado por la presencia del Espíritu”6.

Los tiempos han pasado. Atrás quedan los primeros años del postconcilio en los que se
multiplicaban las reuniones para ver el mejor modo de actuar la deseada renovación de la
Vida Consagrada, tanto en sus principios teológicos, como disciplinares. ¡Cuánto trabajo
para renovar las Constituciones de acuerdo con las indicaciones conciliares! Hoy aquellos
pioneros de la renovación o murieron o están avanzados en años, y el entusiasmo de
aquellos años dejó paso, en muchos casos, a la frustración, al cansancio, a la resignación. Y
aparecen los nostálgicos para los cuales el pasado era mejor, algunos de ellos tan jóvenes
que no han conocido dicho pasado, y echan de menos las cebollas que nunca comieron,
pues aún no habían nacido; cebollas que daban seguridad a las instituciones y a los más
frágiles: el gran número de vocaciones, las grandes obras, el reconocimiento social... Y
aparecen las tentaciones de volver la mirada atrás. No faltan incluso quienes reniegan del
Concilio, considerándolo la causa de todos los males. Son losprofetas de desventuras,
contra los cuales nos alertaba el Papa Benedicto XVI, poco antes de renunciar a la Sede de
Pedro7. Ciertamente éstos no entienden lo que significa primerear8, abrir veredas, iniciar
caminos, reconocer posibilidades y no solo problemas, más bien son arqueólogos y
cultivadores de inútiles nostalgias9.

A Dios gracias tampoco faltan profetas de esperanza, aquellos que, sin negar los errores
que se han cometido, ocasionados tal vez por la prisa en actuar la renovación pedida por el
Concilio, fijos los ojos en el Señor, para el cual nada hay imposible (cf. Lc 1, 47), abren
caminos de futuro y siguen apostando por una Vida Consagrada evangélicamente
significativa para nuestros días. Estos no renuncian al pasado, sino que mirándolo con
gratitud, redescubren en él “la chispa inspiradora, los ideales, los proyectos, los valores que
las han impulsado”10, y, tomando ejemplo de ese pasado, tratan de “reproducir con valor la
audacia, la creatividad y la santidad de los fundadores y fundadoras, como respuesta a los
signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy”11.

En lo que sigue, señalaré algunas tentaciones de la vida consagrada hoy, y algunos caminos
de futuro para que la vida de los consagrados tenga cada día más vida y sea cada vez más
consagrada. Sobra decir que mi intención al señalar las tentaciones y los caminos de futuro
es la de rechazar las primeras y potenciar los segundos.

I. Tentaciones de la vida consagrada hoy

Entre las muchas tentaciones que sufre en el día de hoy la Vida Consagrada señalo tres: la
autoreferencialidad, la lucha por la supervivencia, y el poner el vino nuevo en odres
nuevos.

1. La autoreferencialidad
La autoreferencialidad en la vida consagrada es sinónimo de una Vida Consagrada
encorvada sobre sí misma, y parte de una concepción según la cual los consagrados son
autosuficientes y, en el fondo, son superiores a los demás. Lo mismo se diga de cada
Instituto que, renunciando a la minoridad evangélica, se cree el mejor y el más capacitado.
La autoreferencialidd lleva a situarse a la defensiva y a cerrarse en lo propio, en el propio
“nido”, como diría el Papa Francisco, para no contaminarse. Tales comportamientos vienen
de tiempos pasados en los que los Institutos, especialmente los grandes, se consideraban
autosuficientes para llevar a cabo su misión, dado el elevado número de mano de obra;
tiempos pasados en los que se insistía en que los religiosos vivían un estado de mayor
perfección que los laicos y que prácticamente tenían el monopolio de la santidad. Por otra
parte, la identidad carismática venía definida por lo que separaba a unos carismas de los
otros. Era una identidad por exclusión.
Hoy ambos puntos de partida están superados. El primero porque la mano de obra escasea,
por la disminución de vocaciones y por le edad avanzada de los consagrados. El segundo
porque está claro que todos estamos llamados igualmente a la santidad y que ésta no es
monopolio de nadie en particular. Por otra parte la propia identidad carismática se define,
como la persona misma, en base a la relación con los demás.

Cerrándose en lo propio, uno renuncia a la riqueza que viene de la comunión con la Iglesia
y de la comunión con los otros carismas. Cerrándonos en lo propio, se olvida que todos los
carismas provienen del mismo Espíritu y que Éste los da para la edificación de la Iglesia y
para que juntos, brille con mayor intensidad su belleza. Cerrándonos en lo propio, se olvida
que la belleza de lo propio solo es posible experiementarla y trasmitirla cuando se vive la
comunión con la Iglesia particular y universal, y con los demás carismas. Cerrándonos en lo
propio facilmente terminamos siendo “nómadas sin raíces”12.

Los consagrados hemos de estar muy atentos para no caer en esta tentación, que antes o
después nos lleva al aislamiento y a la muerte. Antes bien hemos de crear lugares de
encuentro en los que sea posible el diálogo, la escucha, la ayuda mútua13. Es el momento de
sumar fuerzas y no de restar, es el mometo de la comunión y de “la sinergía sincera entre
todas las vocaciones en la Iglesia”. Es el momento de “salir con más valor de los confines
del propio Instituto patra desarrollar juntos, en el ámbito local y global, proyectos comunes
de formación, evangelización e intervenciones sociales”. Hemos de recordar lo que con
fuerza nos dice el Sucesor de Pedro y hermano en la consagración religiosa, el Papa
Francisco: “La comunión y el encuentro entre diferentes carismas y vocaciones es un
camino de esperanza. Nadie construye el futuro aislándose, ni solo con sus propias fuerzas
[...] No os repleguéis sobre vosotros mismos, no dejéis que las pequeñas peleas de casa os
asfixien, no quedéis prisioneros de vuestros problemas. Estos se resolverán si vais fuera a
ayudar a otros a resolver sus problemas y anunciar la Buana Nueva. Encontraréis la vida
dando la vida, la esperanza dando esperanza, el amor amando”14.

2. Luchar por la simple supervivencia


Ante la escases de vocaciones y por tanto de relevos, ante las muchas obras que hay que
gestionar y a las cuales no se quiere renunciar, muchos son los que parece que han optado
por luchar a cuerpo descubierto por la supervivencia, por tirar adelante, cueste lo que
cueste, sacrificando incluso valores esenciales como la vida fraterna en comunidad o la
misión fraterna. Olvidamos que lo nuestro no es simplemente sobrevivir, sino vivir de tal
modo que tengamos y trasmitamos “vida y vida en abundancia”.

Esta lucha por la supervivencia está pasando elevadas facturas a la vida consagrada,
poniendo en peligro la significatividad evangélica y la profecía propia de los consagrados15,
poniendo en peligro el testimonio de la vida, “una vida en la que se transparente la alegría y
la belleza de vivir el Evangelio y de seguir a Cristo”16. Sí, la angustia por la supervivencia ,
por el mantenimiento de las obras, así como por la eficacia apostólica que hacemos
depender del poderío de lo medios, nos está robando la alegría, nos está robando la vida.
Otra de estas facturas es en lo referente al discernimiento vocacional. Ante el apetito
desordenado de vocaciones y la necesidad de mano de obra para gestionar las obras del
Instituto, con demasiada frecuencia se olvidan las exigencias mínimas del necesario
discernimiento, acogiendo en la vida consagrada personas que jamás deberían entrar en
ella, sencillamente porque no han sido llamados a dicha forma de seguimiento de la persona
de Cristo. En este contexto es bueno recordar que así como la Vida Consagrada no es para
todos, tampoco cualquiera es para la Vida Consagrada. Ante la tentación del número y de la
eficacia, se impone un serio discernimiento que ayude a cada uno a encontrar su lugar
dentro de la Iglesia Pueblo de Dios, teniendo y respetando el proyecto de Dios sobre él: “Es
necesario poner en marcha un discernimiento sereno, libre de las tentaciones del número o
de la eficacia, para verificar, a la luz de la fe y de las posibles contraindicaciones, la
veracidad de la vocación y la rectitud de intenciones”17. Viendo la realidad de muchos de
los candidatos que llaman hoy a las puertas de la vida consagrada, y no solo, ¡qué sabia esta
indicación!

A este respecto es bueno escuchar también lo que dice el Papa Francisco hablando de las
vocaciones al sacerdocio: “No se pueden llenar los seminarios con cualquier tipo de
motivaciones, y menos si éstas se relacionan con inseguridades afectivas, búsquedas de
formas de poder, glorias humanas o bienestar económico”18. Teniendo en cuenta el gran
número de abandonos de la Vida Consagrada, muchos se evitarían si desde un principio se
hiciese un sano discernimiento. Quien tiene la responsabilidad del acompañamiento ha de
acompañar, ante la tentación de un fácil abandono, a quedarse a los llamados, mientras,
contra la tentación de quedarse, ha de acompañar a salir a quienes no han sido llamados a
esta forma de vida.

Cuando hablamos de falta de discernimiento pensamos también al no siempre atento


discernimiento para la erección de nuevos Institutos19, motivada por otros intereses que
están muy lejos de ser los del Reino. Que el discernimiento no siempre es el más adecuado,
son los 15 casos de investigación sobre la vida de los Fundarores de Institutos recientes que
se están llevando a cabo en estos momentos. En este contexto habría que prestar más
atención al can. 579 del Derecho Canónico, que la CIVCSVA ya pidió revisar, pero que por
el momento “no se ve conveniente”, según la respuesta que se ha recibido.

Otra factura cuyo coste no es menos elevado es en lo que se refiere al estilo de vida y
misión que han de caracterizar la vida y misión de quienes han recibido la gracia de seguir
“más de cerca” a Cristo. La lucha por la supervivencia lleva muchas veces a conjugar en
todos sus casos la mediocridad y a instalarse en ella, como forma estable de vida. Llegados
a ese punto, cuando la mediocridad se convierte en la medida de todo, todo se ve como algo
natural, cuando de natural tiene bien poco. No es raro que esa mediocridad desemboque en
la doble vida, verdadero cáncer de la Vida Consagrada.

Como recuerda el Papa Francisco, la Vida Consagrada exige vivir el Evangelio en fidelidad
creativa, en “sinceridad” y en “radicalidad”, lo cual no resulta fácil, pues “el Evangelio es
exigente”20, exige, como veremos luego, optar por la profecía. La mediocridad, y no se diga
la doble vida, lleva a la acedia en todas sus manifestaciones21; a la falta de mística, es decir:
a una Vida Consagrada aburrida y desmotivada, cargada de rutina; a una Vida Consagrada
que produce “vidas a medias”, asfixiadas por la inercia de un orden inamobible y unas
tradiciones que no se cuestionan; a vidas que vidas no son, por estar supedidatas al
funcionamiento de las instituciones; a una vida más profesionalizada que testimonio del
Dios de la vida que genera pasión, esperanza y alegría, que despierta fuerte atractivo,
gracias y simpatía, que interpela, cautiva y seduce; a una Vida Consagrada más interesada
por la seguridad que puede dar la frecuentación de lo de siempre –“siempre se hizo así”, se
dice con frecuencia-, que en ir a las frontetas existenciales de hoy.

La lucha por la supervivencia lleva también a conjugar la fragilidad en todos los casos en
que se presenta22, echando remiendos en lugar de tomar las decisiones apropiadas para
estos tiempos delicados y duros en que nos ha tocado vivir23. En este sentido hay que
denunciar el que muchos se lavan las manos ante situaciones que exigen tomar decisiones
impopulares, en lugar de lavar los pies y “coger el toro por los cuernos”, como se dice
popularmente.

3. Poner el vino nuevo en odres viejos


Siendo como es la Vida Consagrada fruto de “la acción de Dios que en su Espíritu, llama a
algunas personas a seguir de cerca a Cristo, para traducir el Evangelio en una particular
forma de vida, a leer con los ojos de la fe los signos de los tiempos, a responder
creativamente a las necesidades de la Iglesia”24, no cabe duda alguna de que en la Vida
Consagrada hay buen vino; y dado que los dones del Espíritu nunca se hacen viejos –y la
Vida Consagrada es un don del Espíritu a la Iglesia y al mundo-, el vino de los distintos
carismas, por añejo que sea, es siempre nuevo. Corresponde a cuantos han recibido el don
de gustar el buen vino la responsabilidad de dar vida a “nuevos modos de actuar el
carisma”, con “nuevas iniciativas y formas de caridad apostólica”25, de forma que se
mantenga siempre actual. En eso consiste la fidelidad creativa y dinámica a la que los
consagrados están llamados26.

Hemos de constatar, sin embargo, que muchas veces los consagrados ceden a la tentación
de poner el vino nuevo en odres viejos, con lo cual el buen vino se pierde o al menos pierde
su sabor, y la Vida Consagrada deja de tener el atractivo y la significatividad evangélica
que la deberían cualificar.

Vino nuevo son muchas formas en las que se encarna el carisma. La primera y principal es
la vivencia radical del Evangelio y la “búsqueda de la conformación cada vez más plena
con el Señor”27, en la mayoría de los consagrados, y que se traduce en santidad y
vitalidad28.

Vino nuevo es el modo evangélico de vivir el servicio de la autoridad, a ejemplo de Jesús


que vino “a servir y no a ser servido” (Mt 20, 28); un servicio que se manifiesta en lavar los
pies a los hermanos y hermanas que les han sido confiados29, como Jesús con sus Apóstoles
(cf. Jn 13, 1ss) y en mostrar el rostro misericordioso del Padre a cuantos pecaren30.
Vino nuevo es la sed de radicalidad evangélica que esperimentan muchos de los
consagrados y que se traduce en un serio esfuerzo por encarnar el propio carisma en el
presente, con clara opción por los más pobres y por salir del propio nido hacia las distintas
periferías existenciales.

Vino nuevo es la formación por la que muchos han apostado: una formación integral,
contínua y acompañada; una formación en la que la formación continua aparece como
paradigma, como matriz y humus, de la formación inicial. Vino nuevo es la espiritualidad
de comunión que alimenta y da vigor a la vida de muchos consagrados, llevándoles a
abrirse a los “otros”, “a los de lejos y a los de cerca” (cf. Ef 2, 17).
Vino nuevo es la auténtica vida fraterna en comunidad que “alimenta nuestra alegría, que
muestra entrega total al servicio de la Iglesia, las familias, los jóvenes, los ancianos, los
pobres, nos realiza como personas y da plenitud a nuestra vida”31.

Vino nuevo es la vivencia de una espiritualidad holística que viven muchos consagrados y
que, sin dejar de tener los ojos fijos en el Señor, les lleva a no despreciar nada de lo que le
es propio al hombre y a la mujer, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 27).
Vino nuevo es la simplificación de las estructuras, dando prioridad a la persona sobre ellas y
poniéndolas al servicio de la misión.

Vino nuevo es la mirada “simpática”, abierta y dialogante sobre el mundo de muchos


consagrados.

Vino nuevo es la clara conciencia de la eclesialidad que muchos consagrados tienen de su


vida, sin que por ello renuncien a la profecía dentro y fuera de la Iglesia.

Pero la tentación es la de poner esta cantidad desbordante de vino nuevo” en “odres viejos”
incapaces de contener la fuerza del vino nuevo.

Odres viejos son las estructuras cuando no están al servicio de la persona, del carisma y de
su misión; “estructuras que ya no son cauce de vida en el mundo actual”32.

Odres viejos son algunos modos de ejercer el servicio de la autoridad, como el


autoritarismo, el poder o el simple dejar hacer para no complicarse la vida.

Odres viejos es la formación cuando ésta no responde a las necesidades de la persona o se


ve como un simple endoctrinamiento y como un proceso de transformación en Cristo33.

Odre viejo es una vida de comunidad que no es ni humana ni humanizante, basada en la


“observancia” de las normas y de los reglamentos, generalmente impuestos, y en la que no
hay espacios para el diálogo, para la confrontación serena, para la correspondabilidad, y
para la fiesta.
Odres viejos son todos aquellos elementos en la vida de los consagrados que no dejan
trasparentar la belleza, la alegría y el dinamismo del Evangelio y del seguimiento de
Cristo34, que no permiten “experimentar y demostrar que Dios es capaz de colmar nuestros
corazones y de hacerno felices, sin necesidad de buscar nuestra felicidad en otro lado”35.

La vida consagrada de nuestros días tiene ante sí un gran desafío: poner el vino nuevo en
odres nuevos (cf. Mc 2, 22). En la respuesta a este desafío se juega mucho su credibilidad y
su significatividad evangélica. Todo ello comporta una revisión profunda de las estructuras
de muerte pues condicionan el dinamismo propio de quien se debe mover al soplo del
Espíritu, así como una innovación de las demás estructuras, recordando que éstas “sirven
cuando una vida las anima, las sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico espíritu
evangélico [...] cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo”36. El Año de la
Vida Consagrada nos ofrece una buena oportunidad para hacer una seria evaluación de
nuestra misión y para preguntarnos: “nuestros ministerios, nuestras obras, nuestras
presencias, ¿responden a lo que el Espíritu ha pedido a nuestros fundadores, son adecuados
para abordar su finalidad en la sociedad y en la Iglesia de hoy? ¿Hay algo que hemos de
cambiar?”37.

Parafraseando unas palabras del Papa Francisco sobre las estructuras eclesiales, bien
podemos decir que también nosotros soñamos una Vida Consagrada en la que las
estructuras se conviertan en cauces adecuados para trasmitir la belleza del seguimiento de
Cristo en la forma de Vida Consagrada, más que para la autopreservación38.

II. Caminos de futuro para la Vida Consagrada


Al señalar las tentaciones, directa o indirectamente, ya hemos señalado algunos caminos de
futuro para que la Vida Consagrada tenga vida y, por lo mismo, futuro. De todos modos por
motivos pedagógicos podríamos ahora señalar tres grandes caminos: Revisitar la propia
identidad, volver a lo esencial, y refundación de las personas y de las estructuras.

1. Revisitar la propia identidad


Hablar de identidad es hablar de un camino, de un proceso nunca terminado. La identidad
de los consagrados, como la identidad de todo bautizado, es una identidad itinerante, que se
va adquiriendo en la medida en que la persona se deja hacer por Cristo y va dejando que
Cristo tome forma en su vida y ésta sea trasparencia, icono de la vida de Cristo. La
identidad dejará de ser itinerante cuando, por misericordia, podremos decir: “Vivo, pero no
vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20).

Por otra parte la identidad del consagrado está llamada a responder a las exigencias del
momento presente, caracterizado por cambios rápidos y profundos. El consagrado debería
ser un experto en “tomar conciencia de los retos del propio tiempo, captando su sentido
teológico profundo mediante el discernimiento efectuado con la ayuda del Espíritu
Santo”39. Todo esto comporta una revisitación constante de la propia identidad, o lo que es
lo mismo: una conversión permanente.
En este sentido, a los consagrados son perfectamente aplicables las palabras de Pablo VI
sobre la Iglesia: “La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma [...] De esta
iluminada y operante conciencia brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente
de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a
modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí”40. También
son aplicables a la Vida Consagrada lo que el concilio Vaticano II dice sobre la conversión
eclesial, como apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo: “Toda
renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación
[...] Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia
misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad”41. Cuando
hablamos de identidad no hablamos por tanto de arqueología o de inútiles e insanas
nostalgias, que nos podrían llevar a fundamentalismos peligrosos, sino de una respuesta a la
eterna novedad del Evangelio, a la permanente creatividad del Espíritu, y a las cambiantes
situaciones de nuestro tiempo.

Esta revisitación de la identidad, si es hecha en docilidad al Espíritu, nos llevará


a centrarnos, concentrarnos y des-centrarnos.

Centrarnos en lo esencial, en nuestro caso en Cristo, razón de ser de la vida del


consagrado, y en el Evangelio, “Regla y vida” por excelencia de todos ellos42. Cuando
hablamos de centrarnos en el Evangelio hemos de tener bien presente que el carisma no es
otra cosa que una palabra del Evangelio declinada con particular fuerza por los
Fundadores/as, y llamada a ser declinada con la misma fuerza por cuentos han sido
llamados a vivir dicho carisma. Es necesario tener también bien presente que el Evangelio
se identifica con Cristo, Evangelio por excelencia del Padre a la humanidad, y que si Cristo
no es una simple idea, sino una persona a cuyo seguimiento el consagrado ha sido llamado,
tampoco el Evangelio es una ideología de la que echar mano cuando convenga y según el
viento que sople, sino una forma forma vitae.

Esto explica el por qué el criterio fundamental del discernimiento vocacional en los
primeros siglos del monacato era la voluntad de conformar la propia vida a la vida de Jesús,
tal como la presentan los Evangelios (cf. Mt 19, 21; Jun 1, 35-42).

La Vida Consagrada de hoy está llamada a centrarse en Cristo y en el corazón mismo del
Evangelio, respetando la jerarquía de valores que en él se contienen43. Solo así los
consagrados podrán presentar a sus contemporaneos el sentido, la hermosura y el atractivo
de su vida y misión.

Concentrarnos en los elementos esenciales de la Vida Consagrada y del propio carisma.


Gracias a la reflexión llevada a cabo en los años del postconcilio, los elementos esenciales
de la vida consagrada se pueden reducir a tres: consagración, vida fraterna en
comunidad y misión44.
La consagración comporta reproducir el modo de vivir de Jesús a través de los tres votos:
obediencia, pobreza/vivir sin nada propio, y en castidad. Aun cuando se ha hecho mucho en
este sentido, todavía hay que seguir revisitando los votos en cuanto al modo de vivirlos y de
comprenderlos. Los votos no son una negación, aunque comportan renuncias, sino una
afirmación de la libertad plena de lo que somos, sentimos y tenemos. La consagración
también comporta ser testigos de la trascendencia, lo que, a su vez, supone una
espiritualidad unificada: ser hijos del cielo-hijos de la tierra; una espiritualidad dinámica:
mísiticos-profetas; una espiritualidad de presencia: testigos-misioneros.

La vida fraterna en comunidad, además de lo dicho anteriormente, está pidiendo el que


los consagrados cultiven asiduamente la espiritualidad de comunión y se rijan por la ley de
la comunión, hasta ser expertos de comunión45.

La auténtica vida de fraternidad en comunidad está pidiendo un intenso y serio trabajo por
parte de todos, de tal modo que “el ideal de fraternidad perseguido por los fundadores y
fundadoras crezca en los más diversos niveles, como en círculos concéntricos”46.

Los consagrados están llamados a hacer que la vida fraterna en comunidad se convierta en
una verdadera profecía: profecía en cuanto convoca e invita a otros a sumarse en esta
hermosa aventura de sentir que el otro me pertenece y que yo le pertenezco; profecía en
cuanto anuncia la belleza del vivir unidos en el respeto de las diversidades y en la
aceptación de los dones específicos de cada uno; profecía, en fin, en cuanto denuncia todo
individualismo que solo cuenta con el otro cuando se trata de sacar provecho; que denuncia
toda marginación del que es distinto y cualquier manifestación de la llamada “cultura del
desecho”.

Finalmente, la misión es parte constitutiva de la identidad de todo consagrado. No hay


vocación sin misión, así como no hay misión sin vocación. Como la misión hace la Iglesia,
así la misión hace la Vida Consagrada.

Esta misión es participación de la missio Dei: como el Padre envía al Hijo, y el Padre y el
Hijo envían al Espíritu Santo, así somos enviados todos los bautizados y en modo particular
los consagrados.

En la misión es importante prestar atención a algunos peligros que nos señala el Papa
Francisco. Uno de ellos, tal vez el más grave, es el de separar la misión de la vida, como si
aquella fuera un apéndice de ésta. Otros males que afectan, y mucho, a la misión y que se
alimentan entre sí, son: el individualismo, la crisis de identidad y la caída del fervor47.

El Papa Bergoglio señala otro peligro que hay que evitar: el relativismo práctico que
consiste en “actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran,
soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no
existieran”48.
Otros peligros que ponen en peligro la misión sobre los que insiste Francisco son: la acedia,
de la que ya hablamos anteriormente; el inmediatismo ansioso que no acepta “la costosa
evolución de los procesos y querer que todo caiga del cielo”, que no sabe esperar y quiere
controlar el ritmo de la vida; el apego “a algunos proyectos o sueños de éxitos imaginados”
por la propia vanidad; la falta de pasión por el Evangelio; el desarrollo de la “psicología de
la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo”; el “pesimismo
estéril” que lleva a ver en nuestros tiempos sólo “prevaricación y ruina”; la “conciencia de
derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados, con cara de vinagre”; la
“tristeza dulzona”, “el más preciado de los elixires del demonio”; la mundanidad espiritual,
modo sutil de buscar los “propios intereses y no los de Cristo” (Fil 2, 21), estrechamente
emparentada con la apariencia.

Además de evitar todo ello, para el Papa Francisco la misión exige paciencia, dedicarle
tiempo, sin querer dominar el ritmo de los tiempos de Dios. La misión pide, además,
personas que no se dejen robar la alegría evangelizadora, ni el entusiasmo misionero, ni la
esperanza; personas de fe, que en medio del desierto indiquen con su vida el camino hacia
la Tierra prometida; “personas-cántaro que se sientan llamadas a dar de beber a los demás”.
La misión exige también mantener contacto real con el pueblo, un contacto que nos permita
“descubrir y trasmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de
tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede
convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una
santa peregrinación”; un contacto real que lleve a valorar a los otros y aceptarlos como
compañeros de camino, sin resistencias internas”, descubriendo en los demás el rostro de
Jesucristo, en su voz, en sus reclamos.

La misión pide, sobre todo, cultivar una verdadera y profunda espiritualidad misionera que
“alimente el encuentro con los demás, el compromiso con el mundo, la pasión
evangelizadora”; una espiritualidad misionera incompatible con la “privacidad cómoda”
que lleva al repliegue, y con una forma de “consumismo espiritual a la medida de un
individualismo enfermizo; una espiritualidad misionera que lleve a “responder
adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en
propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro; una
espiritualidad misionera que lleve al misionero al “encuentro con el rostro del otro, con su
presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en
un constante cuerpo a cuerpo”; una espiritualidad misionera que “sane, libere, y llene de
vida y de paz” y que invita siempre a la “revolución de la ternura”; una espiritualidad
misionera que nos lleve a tomar conciencia de que la misión no consiste “en escapar de una
relación personal y comprometida con Dios” y que “al mismo tiempo nos comprometa con
los otros”49.

Seguro que la misión nunca fue fácil y tal vez hoy menos todavía. Los desafíos son
muchos, pero “están para superarlos”. Como afirma el Papa Francisco: “seamos realistas,
pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la
fuerza misionera!”50.
El tercer movimiento consiste en des-centrarnos. El Papa Francisco pide constantemente a
la Iglesia que salga, que salga a las periferías, allí donde es necesaria la luz del Evangelio.
Lo mismo pide a la Vida Consagrada: “Hay toda una humanidad que espera: personas que
han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro
alguno, enfermos y ancianos abandonados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío,
hombres y mujeres en busca del sentido de la vida, sedientos de los divino... No os
repleguéis en vosotros mismos...”51. El Papa insiste en una Iglesia missionera, prefiriendo
“una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia
enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”52. Seguro
que otro tanto pide a los consagrados.

Pero el mismo Papa Francisco nos advierte que “salir hacia los demás para llegar a las
periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido”53. En la
misión es necesario saber de dónde partimos, cómo vamos, hacia donde vamos, a quiénes
vamos, por qué vamos y qué pretendemos. Partimos de Jesús, Buena noticia para nosotros y
para todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Vamos/salimos en actitud de servir:
como siervos de la Palabra que ilumina nuestros pasos y como siervos de todos,
haciéndonos “todo para todos” (cf. 1Cor 9, 20-22), en actitud de servir y no de ser servidos
(cf. Jn 13, 12-15). Vamos/salimos a las periferias existenciales, allí donde falta la luz del
Evangelio, la única capaz de iluminar una vida y darle el sentido más profundo. Vamos a
todos, sin excluir a nadie, “a los de lejos y a los de cerca” (Ef, 2, 17), pero dando
preferencia a los preferidos por Jesús (cf. Lc 4, 18),”a los pobres y enfermos, a esos que
suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que “no tienen con qué recompensarte” (Lc
14, 14)”54 Salimos porque sentimos la urgencia de evangelizar: “¡Ay de mí si no
evangelizare!” (1Cor 9, 16). Vamos/salimos con la única pretensión de comunicar a Ctristo,
para “ofrecer a todos la vida de Jesucristo”55, primero con nuestra vida y luego, cuando
veamos que place al Señor también con nuestra palabra 56.

Salimos permaneciendo y permaneciendo salimos. Sabedores de que el futuro de la misión


pasa necesariamente por la contemplación57, permanecemos, como María, a los pies de
Jesús, escuchando su Palabra (cf. Lc 10, 39), permanecemos para estar con él (cf. Mc 3,
14). Salimos porque nos sentimos enviados para servir a la Palabra que ha sido derramada
en nuestros corazones (cf. Mc 3, 14). Permanecemos para permitir a Cristo que entre en
nuestros corazones y para mantener siempre la puerta abierta y acoger a tantos hijos
pródigos que esperan que alguien les acoja con los brazos abiertos (cf. Lc 15, 20). Salimos
para “acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las
personas que se van constuyendo día a día”58. Permanecemos para dejar que la Palabra
queme nuestros corazones (cf. Lc 24, 32) y salimos para acompañar al que se quedó al
costado del camino”.

2. Dicernir con lucidez y audacia


Son muchos los que piensan que la vida consagrada está en crisis. No tengo dificultad
alguna en unirme a los que así piensan con tal que al término crisis le demos el significado
etimológico: momento o situación en la que hay que tomar decisiones.
La crisis en realidad no es ni positiva ni negativa. Será positiva o de vida si las decisiones
que tomemos son las adecuadas para responder a los grandes desafíos que tenemos delante,
será negativa o de muerte, si las decisiones que se tomen no son las adecuadas para
alcanzar tal objetivo.

Dicernir
En la Carta Apostólica el Papa Francisco, hablando sobre lo que espera de los consagrados
en este Año dedicado a la Vida Consagrada, afirma: “Espero que toda forma de Vida
Consagrada se pregunte sobre lo que Dios y la humanidad de hoy piden”59. El
discernimiento, que empieza por esa pregunta, ha de llevarnos a “esclarecer aquello que
pueda ser un fruto del Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios”60. En
palabras de san Juan Pablo II, el discernimiento es separar –este es el significado
etimológico de la palabra discernir, diacrisis en griego-, lo que viene de Dios y lo que le es
contrario61, haciendo clara opción por lo que viene de Dios, para que podamos, en palabras
de san Francisco de Asís, “hacer lo que sabemos que quieres [Señor] y querer siempre lo
que te agrada” 62.

Dados los grandes desafios a los que se enfrentan los consagrados, pues también
ellos caminan en la fe y no en la visión (cf. 2Cor 2, 7), hoy el discernimiento se presenta
como un elemento imprescindible del camino de futuro para la Vida Consagrada. Sin él
iremos dando bandazos, según el viento que sople, pero no edificaremos futuro. No
podemos darnos el lujo de improvisar. Ni los tiempos que estamos atravesando,
tiempos delicados y duros, ni la seriedad del proyecto de vida que hemos asumido por la
profesión religiosa lo permiten.

De todos modos, hablando del discernimiento es necesario tener presente algunos aspectos
fundamentales:

1.- El discernimiento presupone apertura incondicional al Espíritu, que sopla donde quiere
y cuando quiere (cf. Jn 3, 7); indiferencia espiritual, hasta el punto de no desear otra cosa
sino cumplir en todo la voluntad del Señor63; disponibilidad para dejarse hacer y
transformar, de tal modo que podamos llegar a la identificación con la persona de Cristo y
con sus sentimientos (cf. Fil 2, 5), y poder decir con Pablo: “Vivo, pero no vivo yo, es
Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). El discernimiento exige también “ver” con los ojos
del corazón, o mejor aún, con los ojos del Espíritu, tener una mirada de fe sobre la realidad
que nos rodea y que nos lleva a hacer experiencia real del Dios que está en nosotros
(cf. Sal 139, 1ss), y camina con nosotros (cf. Gn 28, 16). En definitiva, el discernimiento
exige la desapropiación total, el “vivir sin nada propio”, el amor gratuito, la humildad de
quien busca y considera el hallazgo como una gracia, no como un premio, y la obediencia
caritativa64.

2.- La fuente última del discernimiento no somos nosotros, sino el Espíritu que purifica,
ilumina y enciende y nos capacita para “nacer de nuevo” (cf. Jn 3, 5ss). El Espíritu es el
verdadero protagonista del discernimiento, ya que solo él da un amor y un conocimiento tal
que transforma al cristiano en una persona capaz de moverse al soplo del Espíritu, de
escrutar y seguir los caminos del Señor; caminos que no siempre, o casi nunca, coinciden
con nuestros caminos(cf. Is 55, 8)

Por ello, en el discdernimiento es imprescindible “tener el Espíritu del Señor y su santa


operación”65, pues es el Espíritu el que da un amor y un conocimiento tal que transforman
al cristiano en una persona espiritual (cf. Rom 5, 1-5; 1Cor 1, 12), permitiéndole “juzgar
(anakrinei) todas las cosas”, examinarlo todo y quedarse con lo bueno (cf. 1Tes 5, 22),
gracias a la misteriosa sabiduría divina escondida a los sabios según el mundo y revelada a
los humildes y sencillos (cf. Mt 11, 25-30), en los que no hay dolo; los únicos capacitados
para escrudiñar el sentido profundo de las Escrituras (cf. Hch 17, 1-5), ponerse a la
escucha, y así “conocer todo lo que Dios nos ha dado” (cf. 1Cor 1, 7. 12).

3.- El discernimiento ha de hacerse desde una vida en tensión escatológica, en una actitud
de progresivo encuentro con los valores definitivos, los que de verdad cuentan, aquellos
que nadie puede robar, ni la polilla puede estropear (cf. Mt 6, 19), los únicos que pueden
justificar el haberlo dejado todo para seguir a Jesús.

4.- El discernimiento ha de hacersae a nivel personal y a nivel comunitario. A nivel


personal ha de responder a una pregunta: “¿Señor, qué quieres que haga?”66. A nivel
comunitario la pregunta es la que aparece en el libro de los Hechos de los Apóstoles: “¿Qué
tenemos que hacer, hermanos?” (Hch 2, 37).

El discernimiento a nivel personal comporta un adecuado conocimiento de sí mismo, de su


propia identidad. A nivel comunitario el discernimiento pide comunidades/fraternidades
abiertas a la lectura de los signos de los tiempos; comunidades/fraternidades en las que
predominen rasgos de madurez e integración afectiva, con capacidad de enfrentarse a los
conflictos desde la reflexión y el diálogo; comunidades/fraternidades con un conocimiento
adecuado de su identidad humana, cristiana y carismática. Ambos niveles de discernimiento
no pueden separarse.

En este contexto son claramente aplicables a la Vida Consagrada las palabras del Papa
Francisco en Evangelii gaudium: “Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda
comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasía
[...] Lo imporante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos [...] en un sabio y
realista discernimiento...”67.

5.- El discernimiento, para que sea evangélico y propio de los consagrados, ha de hacerse a
la luz del Evangelio, del propio carisma, y de los signos de los tiempos.

A la luz del Evangelio, pues como ya hemos dicho, por ser la Regla suprema de los
consagrados, llamados, en último término, a ser “exégesis viviente” del mismo68, para lo
cual han de “dejarse interpelar por la Palabra de Dios” y verse constantemente a su luz69,
particularmente por el Evangelio, “corazón de la Palabra de Dios”70. La vida consagrada no
puede prescindir del Evangelio a la hora de iniciar un proceso serio de discernimiento. Es
de él de donde “sacará la luz necesaria para aquel discernimiento individual y comunitario
que le ayude a buscar en los signos de los tiempos los caminos del Señor”71. El Evangelio
ha de considerarse el primer y fundamental criterio de discernimiento: todo lo que desde él
se pueda justificar será justificable en la vida consagrada. Al contrario, todo lo que no se
pueda justificar desde el Evangelio no será justificable para la Vida Consagrada.

A la luz del propio carisma. Es la pluralidad de carismas la que forma el hermoso mosaico
de la Vida Consagrada. Dado que los carismas son todos ellos dones “del Espíritu Santo
que actúa siempre en la Iglesia”72; y puesto que la Vida Consagrada con sus respectivos
carismas “es un don para la Iglesia, nace en la Iglesia, crece en la Iglesia, está totalmente
orientada a la Iglesia”73, ésta debe “saber acoger, hacer florecer, examinar, autenficar,
custodiar, defender, ayudar a madurar con gratitud y reconocimiento”74, y los pastores han
de tener “una solicitud especial para promover en sus comunidades los distintos carismas,
sean históricos, sean carismas nuevos, sosteniendo, animando, ayudando en el
discernimiento...75. Si esto corresponde a la Iglesia en general y a los pastores en particular,
es especial responsabilidad de los consagrados vivir en fidelidad creativa el propio carisma
para que brille en cada uno de ellos y de todos en comunión, la belleza y la santidad de la
Iglesia.

A la luz de los signos de los tiempos, en cuanto son acontecimientos de vida que marcan
una determinada época de la historia y a través de los cuales el cristiano, y en nuestro caso
el consagrado, se siente interpelado por Dios y llamado a dar una respuesta evangélica. Los
signos de los tiempos son, así, ráfagas de luz presentes en la noche oscura de nuestras vidas
y de nuestros pueblos, faros generadores de esperanza, en cuanto nos permiten escuchar la
voz del Señor y detectar su presencia en los acontecimientos de la historia. Si para todo
cristiano saber interpretar los signos de los tiempos es una exigencia (cf. Lc 12, 56), los
consagrados no pueden hacer menos que interpretarlos y dar una respuesta desde su propio
carisma76. Ello le impediría a los consagrados el no caer en la tentación de instalarse y
repetirse, y les posibilitaría, en cambio, “reproducir con valor la audacia, la creatividad y la
santidad de sus fundadores”77, asegurándoles así su caracter profético y la posibilidad de
“despertar al mundo”78. Los consagrados deberían ser en la Iglesia los grandes expertos en
la lectura, la interpretación y en dar respuesta a los signos de los tiempos.

Con lucidez y audacia


El discernimiento que se nos pide, y del que hemos hablado, ha de ir acompañdo de gran
lucidez y santa audacia. La lucidez o sinceración es esencial si queremos hacer verdad
sobre nuestra vida y misión en estos momentos, desafío propedeutico que llaman algunos79,
pues nos abre la puerta a otros muchos que de ello se derivan.

La lucidez y sinceración comporta superar el discurso meramente estético sobre la Vida


Consagrada, discursos a nivel de utopías; comporta superar la simple formulación del ideal
de la misma para dar pasos concretos en la realización de esos ideales80; comporta
adentrarnos en el análisis, muchas veces crudo y duro, de la situación actual de la Vida
Consagrada, asumiendo con sano realismo que está viviendo una situación crítica que pide
tomar decisiones valientes, aunque muchas veces no sean populares81

La lucidez y sinceración comporta ir más allá de la búsqueda de ciertas explicaciones sobre


las causas de la situación por la que está atravesando hoy la Vida Consagrada, incluso ir
más allá de los simples diagnósticos. La lucidez y sinceración comporta dar pasos, por
pequeños que sean, para salir de esas situaciones críticas. Basta de análisis y dignósticos
que nos llevan a adoptar posturas realistas asfixiantes –aquí no hay nada que hacer, postura
de los profetas de desventuras que no faltan dentro de la misma Vida Consagrada-, sí a los
diagnósticos que nos llevan a reaccionar en positivo y a actuar aun en medio de dudas e
incertidumbres.

La lucidez y sinceración comporta también superar la tentación de la exculpación para


asumir la propia responsabilidad en la situación que estamos viviendo. Una situación
peligrosa y bastante frecuente, que paraliza el presente y compromete el futuro, es la de
buscar culplables, crear chivos expiatorios. Frente a esa situación hemos de recordar que la
situación que vive actualmente la vida consagrada es tan compleja que en ella confluyen
muchos factores y muchos agentes, entre los que nos encontramos cada uno de los
consagrados, y no solo.

La lucidez y sinceración comporta, finalmente, no detenernos en meros ejercicios de


supervivencia, sean estos institucionales o personales, como podrían ser: ocuparse solo de
la reparación de la planta física de nuestras estructuras; complacernos en escribir y
reescribir la grandiosa historia del pasado, sin darnos cuenta que la Vida Consagrada,
además de todo ello, ha de escribir una historia igualmente grandiosa en el presente82;
contentarnos con producir hermosos documentos; ocultarnos en el activismo desenfrenado,
o en la huída que supone una pseudo espiritualidad. Todo ello podría llevar a los
consagrados a distraerse en la tarea de fundamentar su vida y misión en lo essencial.
También podría llevarles a confundir los deseos e ideales con la realidad.

Solo si la vida consagrada asume este desafío con seriedad, el de hacer verdad sobre su vida
y misión, podrá vivir este tiempo marcado por la crisis y que hemos llamado también
momento crítico, como un kairós, una oportunidad de gracia.

La lucidez y sinceración deben ir acompañada de la valentía y la audacia. Si queremos


responder positivamente a la crisis por la que estamos pasando hemos de correr riesgos.
Nunca tendremos al cien por cien la seguridad de acertar en las decisiones que tomemos,
pero es necesario ponernos en camino, pues quien camina se puede equivocar, quien no
camina ya se ha equivocado.

La valentía y la audacia de la que hablamos no es sinónimo de correr aventuras. La valentía


y la audacía tienen que ser evangélicas y por lo tanto despegar desde la fe y de la confianza
en que Dios hace cosas grandes a través de signos bien pequeños83. La valentía y la audacia
brotan y crecen allí donde hay una fe que lleva al creyente a experimentar que “para Dios
nada hay imposible” (Lc 1, 37), y ante las dificultades a confesar en alta voz: “Sé de quien
me he fiado” (2Tm 1, 12).

De la fe parte el actuar valiente y audad de los profetas, denunciando abiertamente el


pecado del pueblo (cf. Jr 11ss) y particularmente de los gobernantes (cf. 2Sam 12,
1ss; 1R 21, 19ss). Desde la fe los profetas interceden sin descanso por el pueblo, haciendo
propios sus sufrimientos, y poniéndose entre la obstinada rebelión del pueblo y la mayor
obstinación todavía de Dios por atraerlos y usar con ellos misericordia (cf. 1R 18, 42ss).
Desde la fe, los profetas recuerdan al pueblo que tienen derecho a la esperanza (cf. Is 11,
1ss). Desde la fe, los profetas abren caminos nuevos, primerean, reconocen posibilidades
de futuro y no solo problemas en el momento presente84.

Desde la fe también los consagrados están llamados a ser valientes y audaces, a ser
profetas, vocación a la que nunca deben renunciar85 por difícil que sea llamar, anunciar,
denunciar, interceder, y sembrar esperanza, misiones todas ellas del profeta. Desde la fe los
consagrados sabrán mantener una profunda comunión con la Iglesia, sin renunciar a la
dimensión profética que le es propia también en la Iglesia, y a ser en ella “centinelas de la
mañana”, centinelas que “vigilan por la noche y saben cuando llega el alba” (cf.Is 21, 11-
12)86. Desde la fe los consagrados serán hombres y mujeres libres, una libertad que les
viene de saber que a nadie más que a Dios han de rendir cuentas y de no tener otros
intereses más que los de Dios, y que les lleva a denunciar el pecado y las injusticias, donde
quiera que se den. Desde la fe los consagrados tomarán la parte de los pobres, de los Nabot
y de los Urías de todos los tiempos, porque saben que son los preferidos de Dios (cf. Lc 6,
20). Desde la fe los consagrados abrazan el futuro con esperanza, pues no confian en los
carros y caballos, en sus fuerzas, sino en Aquél que una y otra vez dice a cuantos le siguen:
“No gengáis miedo, que yo estoy contigo” (Jr 1, 8).

Valentía, audacia, fe/esperanza son las virtudes que permitirán a los consagrados a
los sueños del Papa Francisco para este Año de la Vida Consagrada: vivir con gozo y
alegría la propia vocación y misión, despertar al mundo con su vocación y misión
proféticas, ser expertos de comunión, vivir la audacia misionera que les lleve a salir a las
periferias existenciales del hombre y de la mujer de hoy, y vivir en constante
discernimiento para conocer lo que Dios y la humanidad les están pidiendo en el momento
actual87.

¿Tiene futuro la vida consagrada?


La pregunta no es retórica, desde el momento en que muchos profetas de desventuras están
cansados de gritar: Esto se acaba. El último que apague la luz y cierre la puerta.

Estos profetas no solo están fuera de la Vida Consagrada, sino que también los hay dentro
de ella. Es por ello que el mismo Papa Benedicto XVI pedía a los consagrados de no
alistarse en sus filas88. Estos profetas de desgracias y desventuras forman parte de esa
legion de demonios –no por ser numerosos, sino por la fuerza con la que intentan imponer
su visión catastrófica de la realidad-, a los que hay que exorcizar y de los cuales hay que
huir para no contagiarse con su falta de fe y de esperanza.

Volviendo a la pregunta que nos hemos formulado y para poder ofrecer una respuesta
autorizada, nada mejor que las palabras de Benedicto XVI en la audiencia a los obispos de
Brasil con motivo de la Visita ad limina: “... la Vida Consagrada en cuanto tal tuvo su
origen con el mismo Señor que escogió para sí esta forma de vida virginal, pobre y
obediente. Por esto la Vida Consagrada no podrá nunca faltar ni morir en la Iglesia”89.

Sí, la Vida Consagrada tiene futuro, pero ciertas formas de vida consagrada anacrónicas,
obsoletas, anticuadas, que dicen bien poco o nada al hombrre y a la mujer de hoy, no
permanecerán, aunque aparentemente tengan cierto éxito por lo que conllevan de seguridad
y de poder. La Vida Consagrada tiene futuro en la medida en que venza las tentaciones de
las que hemos hablado y abra caminos de futuro que la hagan significativa,
evangélicamente hablando, dé respuestas a los signos de los tiempos y con fidelidad
creativa cultive las raíces carismáticas propias y releer dichos carismas en el humus de la
cultura actual. El futuro de la vida consagrada, que ciertamente está en las manos de Dios,
depende también en gran medida de la capacidad de los consagrados mismos en re-crearla,
re-novarla y re-fundarla.

Ello comporta:
Una Vida Consagrada que sea profecía viviente, experimentando aquellos valores del Reino
que, sin ser exclusivos de la Vida Consagrada, ésta debe, sin embargo, acentuarlos como
provocación. Entre esos valores cabe señalar: la búsqueda apasionada de Dios, el amor
gratuito y sin límites, la solidaridad y comunión con los pobres, desde una vida sencilla,
modesta, gozosa, fraterna, que estimula, sostiene y perdona.

Una Vida Consagrada que comparta la misión de Jesús que llama a trabajar en su viña al
servicio del Pueblo de Dios que camina, lucha, sufre y espera, en una incondicional
obediencia al Espíritu que crea, re-crea y hace nuevas todas las cosas.

Una Vida Consagrada que asuma con audacia este período delicado y duro, como
un kairós de purificación y una ocasión propicia para volver a lo esencial, de tal modo que
la crisis que está viviendo sea un momento del cual salga más fortalecida en su dimensión
mística y profética.

Una Vida Consagrada que favorezca una experiencia atractiva y fundante del Dios de la
historia, el encuentro cara a cara con Dios (cf. Ex 34, 29) (dimensión mística), y trabaje
incansablemente en la promoción integral de la persona humana, anunciando el sueño de
Dios para el hombre, y denunciando los sueños inhumanos de tantos hombres sobre sus
semejantes (dimensión profética); una vida consagrada que sienta y trasmita la pasión por
Dios.
Una Vida Consagrada con sed de Dios, centrada en Él, animada por la búsqueda constante
de un Dios que se deja encontrar y que nos implica en su presencia en el mundo. Una vida
consagrada fortalecida por una sólida espiritualidad apostólica, animada por una
espiritualidad encarnada que se transforma en profecía, y caracterizada por una
espiritualidad holística que, teniendo los ojos y el corazón fijos en el Señor, no desprecian
nada que sea propio del hombre y de la mujer creados a imagen y semejanza del Señor.

Una vida consagrada que dé testimonio de Jesucristo mediante una vida en pobreza que no
necesite de muchas explicaciones; vivida en clave de libertad evangélica (“sin nada
propio”), solidaridad, comunión y justicia; a través de una vida sencilla y modesta; con
una celibato por el Reino que nos haga afectuosos y cercanos, pero sin depender o crear
dependencias, personas integradas, armoniosas, disponibles y gozosas; con
una obediencia que nos haga más libres, responsables y adultos; con una vida fraterna en
comunidad más humana y humanizante; con una misión arriesgada y valiente por la causa
del Reino, en “salida”, especialmente hacia los que forman parte de la cultura de desecho.

Una Vida Consagrada con sed de vida fraterna en comunidad y con deseos de re-crearla,
haciéndola cada vez más legible para el hombre y la mujer de hoy. Una vida fraterna en
comunidad animada por el diálogo y el discernimiento fraternos, facilitadora de procesos de
correspondabilidad y co-participación entre todos sus miembros. Una vida fraterna en
comunidad que sea escuela de humanidad y de vida cristiana auténtica. Una vida fraterna
en comunidad con fuertes señales de sana autonomía personal en comunión fraterna. Una
vida fretarna en comunidad en la que se acepta la diversidad como un don del Espíritu, por
incómoda que pudiera ser. Una vida fraterna en comunidad que trabaje los vínculos
duraderos, y no tanto los funcionales y productivos.

Una vida fraterna en comunidad que se rija por la ley de la comunión. Una Vida
Consagrada fecundada por una viva espiritualidad de comunión que lleva a abrirse al
“otro”, al diferente, tanto en el seno de la Vida Consagrada misma, como en la Iglesia y
fuera de ella

Una Vida Consagrada que esté dispuesta a dejarse rehacer, re-crear por Dios, “como la
arcilla en manos del alfarero” (cf. Jr 18, 1-6).

Una Vida Consagrada con mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del
prójimo y descubrir la presencia de Dios en cada ser humano; una Vida Consagrada que
sabe abrirse al amor de Dios; una Vida Consagrada regida por la fe compartida y
enriquecida.

Una Vida Consagrada que da prioridad a la persona, y que tiende a una simplificación de
estructuras, poniendo éstas al servicio de las persona y del carisma y de la misión propia de
cada Instituto, sin quedarse anclada en la nostalgia de estructuras y costumbres que ya no
son cauce de vida en el mundo actual90, ni cauces apropiados para trasmitir el carisma
propio de un Instituto.

Una Vida Consagrada que acepte como mandato el primerear91: abrir veredas, iniciar
caminos, reconocer posibilidades y no solo problemas; una Vida Consagrada que habla, con
signos y palabras, del Señorío de Dios en la historia de cada hombre y de cada mujer.

Una Vida Consagrada des-centrada, en salida hacia las periferías existenciales y del
pensamiento, que sabe a dónde va92. Una Vida Consagrada samaritana, que se detiene e
intenta responder a las emergencias misioneras del momento actual, y sabe re-calcular y re-
programar desde ellas sus actividades. Una Vida Consagrada hábil en dejar a las 99 ovejas
y salir en busca de la oveja perdida (cf. Lc 15, 3-7), en barrer toda la casa para encontrar la
dracma perdida (cf. Lc 15, 8-10). Una Vida Consagrada que tenga siempre las puertas
abiertas” para acoger sin presupuestos, ni prejuicios93.

Una Vida Consagrada profética, que llama, reclama y anuncia, e intercede, que hace ruído y
despierta al mundo94, resaltando los valores evangélicos y manteniendo la originalidad
evangélica de la vida fraterna en comunidad como signo profético contracultural que evoca
el Reino.

Una Vida Consagrada que no se deje robar la esperanza95, aunque tenga que vivir desde
la minoridad; que no se deje robar la gratudidad, que no se deje robar la comunidad y el
ideal del amor fraterno96, que no se deja robar la juventud, que no se deje robar el
entusiasmo, la fuerza misionera y la alegría evangelizadora97, que no se deja robar el
Espíritu, que no se deja robar el Evangelio98.

Una Vida Consagrada preocupada por ofrecer una formación adecuada al momento actual y
que prepare a la lectura de los signos de los tiempos: una formación integral, permanente,
acompañada; una formación humana, cristiana y carismática.

Una Vida Consagrada que mira al mundo no como un peligro y una amenaza, sino como su
propio “claustro” y su campo propicio de misión; una vida consagrada que proyecta sobre
el mundo una mirada abierta, dialogante e inculturada.

Una Vida Consagrada con clara conciencia de eclesialidad, sin renunciar a su carácter
profético y a un sano espíritu crítico dentro de la Iglesia.

Una Vida Consagrada consciente de los muchos desafíos a los que tiene que enfrentarse y
que los enfrenta desde el realismo, pero también con alegría, audacia y entrega
esperanzada; una Vida Consagrada que no acepta ser un museo que se admira, pero en el
que nadie quiere vivir, consciente de ser llamada a dar respuesta a los “signos de los
tiempos” desde los que habla el Espíritu, interpelándola sin cesar.
Que la Vida Consagrada sea una profecía viva haciendo experiencia de ciertos valores del
Reino que, sin ser exclusivos de la Vida Consagrada, ella debería acentuarlos
provocativamente, tales como: la búsqueda apasionada de Dios; el amor gratuito y sin
fronteras; el compartir en solidaridad y comunión desde una vida sencilla, modesta y
gozosa, la fraternidad cálida que acoge, apoya, estimula, perdona... Que la Vida
Consagrada comparta la misión de Jesucristo, que llama a trabajar en su viña a tiempo al
servicio del Pueblo de Dios que camina, lucha, sufre y espera, en obediencia incondicional
al Espíritu, que crea, recrea y hace nuevas todas las cosas.

Que la Vida Consagrada sea capaz de vivir un talante alternativo y contracultural, que no
domestique su función profética, no desdibuje su talante simbólico, ni pierda su garra
escatológica.

Una Vida Consagrada vivida en radicalidad y sin protagonismos, en comunión y


complementariedad, en apertura y disponibilidad, sin miedos y sin rigideces, abierta al
Espíritu que “sopla donde quiere” (Jn 3, 8), cambia el corazón, nos libra de nuestros
miedos, frustraciones, desencantos, nos lanza a los demás y nos conduce a una estrecha
unidad entre el ser y el hacer, entre lo personal y lo comunitario.

Una Vida Consagrada que cuide y vele por la calidad evangélica de la vida de los
consagrados, sin caer nunca en la tentación del número y de la eficiencia99.

A modo de conclusión
La Vida Consagrada tiene delante de sí muchos retos y desafíos, llamada como está vivir el
presente con pasión y abrazar el futuro con esperanza100. Pero como nos recuerda el Papa
Francisco, los desafíos no nos deben desanimar, sino que están para buscar darles una
respuesta. El mismo Papa Francisco ha puesto a la Vida Consagrada delante de algunos de
esos desafíos: una Vida Consagrada en la que no falte la alegría, una Vida Consagrada que
“despierte el mundo” con la profecía, una Vida Consagrada experta en comunión, una Vida
Consagrada en “salida”, una Vida Consagrada en permanente discernimiento101.

Frente al miedo, al desánimo y a la tentación de huir, el Papa Francisco recuerda a los


consagrados que no están solos, pues también a ellos el Señor les dice, como un día dijo al
profeta Jeremías: “No tengas miedo... pues yo estoy contigo para protegerte” (Jr 1, 6). Con
esta certeza escuchemos al Señor que nos dice: Ánimo, levántate y camina.
1 San JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte (= NMI), 6 de enero de 2001, 57.

2 No fue fácil introducir el tema de los religiosos en la Constitución dogmática sobre la


Iglesia. De hecho, si bien aparecía en el capítulo V del primer esquema De Ecclesia (1962),
en el segundo esquema, presentado un año más tarde, el 24 de enero de 1963, el tema de los
religiosos había desaparecido. Fue el Cardenal Suenes quien, en la sesión del 28 de marzo
de 1963, defendió que el tema de los religiosos debería tratarse al hablar de la santidad en la
Iglesia. Sobre el particular cf. LINO PIANO, La posizione della vita consacrata nella
Chiesa alla luce del Vaticano II, Elledici, Torino 2014.

3 Diversos Concilios se habían ocupado de la Vida Consagrada, pero siempre desde un


punto de vista disciplinar. Entre otros cabe recordar: el can. 4 del Concilio de Calcedonia
(451), que pide el consentimiento del obispo para eregir un monasterio; las constituciones;
n. 12 y 13 del Concilio Lateranense IV (1215): la primera impone a los monjes y canónigos
regulares la celebración del Capitulo general cada tres años, y la segunda prohibe la
fundación de nuevas órdenes religiosas con regla propia; el can. 23 de 2º Concilio de Lión
(1274) que prohibe la fundación de nuevas órdenes religiosas y suprime aquellas que
nacieron después del Concilio de Letrán, a no ser que fueran aprobadas por la Santa Sede;
el decreto De Regularibus et Monialibus del Concilio de Trento (1563), el cual prescribe
numerosas normas para los religiosos y para las monjas; y el Schema constitutionis
dogmaticae de Ecclesia del Concilio Vaticano I (1870), que hacía una breve mención de los
religiosos en el cap. XV, que habla de un estado de perfección y de la estima que todos
deben mostrar hacia la vida religiosa. Es de notar que este esquema no llegó a discutirse ya
que el Concilio fue suspendido a causa de la guerra franco-prusiana.

4 Cf. San JUAN PABLO II, NMI, 57.

5 San JUAN PABLO II, Vita consecrata (=VC) 13.

6 Papa FRANCISCO, Carta Apostólica a los Consagrados (= CA), 21 de noviembre de


2014, I, 1.

7 BENEDICTO XVI, Homilía del 2 de febrero de 2013.

8 Papa FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium (=EG), 24 de noviembre


de Roma 2013, 24.

9 Papa FRANCISCO, CA, I, 1.

10Idem.

11 Cf. San JUAN PABLO II, VC 37.

12 Papa FRANCISCO, EG 29.


13 Cf. Papa FRANCISCO, CA, II, 3.

14 Idem.

15 Cf. Papa FRANCISCO, CA, II, 2; Encuentro con los Superiores generales, Roma 29 de
noviembre de 2013.

16 Papa FRANCISCO, CA, II, 2.

17 CIVCSVA, Caminar desde Cristo, Roma 2002, 18.

18 Papa FRANCISCO, EG, 107.

19 Desde el 2008 al 2013 la CIVCSVA ha aprobado 20 nuevos Institutos de derecho


pontificio: 3 masculinos y 17 femeninos, de ellos 3 en África, 7 en América, 3 en Asia y 7
en Europa. A estas aprobaciones hay que añadir la aprobación de 4 sociedades de vida
apostólica: 2 mascualinas y 2 femeninas, 3 en América y 1 en Europa; y también 3
Institutos seculares, todos ellos femeninos. En América y en Asia. Cabe señalar la apertura,
en el mismo arco de tiempo, de 111 monasterios. A estas aprobaciones hay que añadir los
muchos Institutos de derecho diocesano. En este caso la responsabilidad de la erección
canónica de un Instituto recae sobre el Obispo diocesano.

20 Cf. Papa FRANCISCO, CA I, 2.

21 El Papa Francisco define la acedia como “descontento crónico que seca el alma” (EG
277), que “paraliza” cualquier ingtento de “fidelidad crativa” (cf. EG 81), que produce un
cansancio tenso, pesado e insatisfecho, que domina el ritmo de la vida por el deseo de un
imediatismo ansioso que no tolera contradicción, fracaso, crítica, cruz (cf. EG 82)

22 La fragilidad tiene su primera manifestación en el reducido número de miembros de un


Instituto. Según los datos de que disponíamos a finales del 2012, en ese momento había 28
Institutos religiosos y 2 Sociedades de vida apostólica, todos de varones y de derecho
pontificio, que no llegaban a 100 miembros, y 36 Institutos religiosos y 2 Sociedades de
vida apostólica, también todos ellos de varones y de derecho pontificio, que no superaban
los 50 miembros. En cuanto a los Institutos religiosos y Sociedades de vida apostólica
femeninos, siempre de derecho pontificio, ese mismo año había 212 Institutos religiosos y 3
Sociedades de vida apostólica con menos de 100 miembros, y 161 Institutos religiosos y 1
Sociedad de vida apostólica con menos de 50. A este dato hay que añadir la avanzada edad
de muchos de ellos. Esta fragilidad, de por sí seria, aumenta si tenemos en cuenta las
ausencias de la casa religiosa y las exclaustraciones. Entre el 2008 y el 2013 han sido
autorizadas por la CIVCSVA 761 ausencias de la casa religiosa, a las que hay que añadir
las que se dan sin la debida autorización y 2.152 exclaustraciones, de las cuales 99 han sido
impuestas. Otro signo de fragilidad importante son los 1.075 decretos de dimisión y los más
de 2.000 abandonos de la Vida Consagrada por año. La fragilidad es la que está a la base
también de muchas de las fusiones o de las supresiones de Institutos. Desde el 2008 al
2013, el Dicasterio de Vida consagrada y Sociedades de Vida apostólica ha acompañado 23
fusiones y 3 supresiones, así como la supresión de 121 monasterios y la supresión de 2
Federaciones monásticas. Otro signo de fragilidad son los Institutos o monasterios
comisariados, en este momento tenemos al rededor de 40 los Institutos comisariados; así
como las Visitas Apostólicas en acto, al rededor de 132 a Institutos de vida religiosa y 37 a
monasterios contemplativos. Finalmente cabe señalar como signo de fragilidad el cambio
de relevo generacional, lo que lleva a perpetuarse en el “servicio” de la autoridad, cuando
no en el poder. Baste pensar que, entre 2008 y 2013, la CIVCSVA ha aprobado 488
postulaciones de abadesas y ha impuesto 99 abadesas de otra comunidad.

23 Cf. San JUAN PABLO II, VC, 13.

24 Papa FRANCISCO, CA, I, 1.

25 Cf. Idem.

26 San JUAN PABLO II, VC, 37.

27 Idem.

28 Refiriéndose al Año de la Vida consagrada, el papa FRANCISCO en CA I, 1 afirma que


es “una ocasión para proclamar al mundo con entusiasmo y dar testimonio con gozo de la
santidad y vitalidad que hay en la mayor parte de los que han sido llamados a seguir a
Cristo en la vida consagrada”. Esto con frecuencia se olvida ya que, como afirmaba
Benedicto XVI en repetidas ocasones, “un árbol que cae hace más rumor que un bosque
que se mantiene en pie”. Un signo de la vitalidad de la vida consagrada en la Iglesia y en el
mundo es el numeroso ejército de mártires, de ayer y de hoy, con que cuenta.

29 San FRANCISCO DE ASÍS, Admonición, 4.

30 Cf. San FRANCISCO DE ASÍS, Carta a un Ministro, 1ss.

31 Papa FRANCISCO, CA, II, 1.

32 Papa FRANCISCO, CA, 108.

33 El Papa Francisco diría que el simple adoctrinamiento lleva a la formación de


monstruos. La formación, como afirma el Papa san JUAN PABLO II, mira a la
transformación en Cristo y tiene como objetivo el tener los mismos sentimientos de Cristo
hacia el Padre: cf. VC, 65. Para que la formación responda a este objetivo, además de ser
integral, acompañada y continua, ha de tocar los cuatro centros vitales de la persona:
Inteligencia, con la adquisición de conceptos apropiados; el corazón, donde se da la
transformación de los sentimientos; las manos, es decir: ha de ser práctica; y los pies, en
cuanto que ha de partir de la realidad de la persona en formación.

34 Cf. Papa FRANCISCO, CA, II, 1.

35 Idem.

36 Papa FRANCISCO, EG 26.

37 Papa FRANCISCO, CA, I, 2.

38 Cf. Papa FRANCISCO, EG 27.

39 San JUAN PABLO II, VC, 73.

40 PABLO VI, Carta enc. Ecclesiam suam, 6 de agosto de 1964, 3.

41 CONCILIO VATICANO II, Decreto Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 6.

42 San FRANCISCO DE ASÍS, Regla bulada 1, 1; cf. BENEDICTO XVI, Verbum


Dominun, 30 de septiembre de 2010, 83; Papa FRANCISCO, CA, I, 2.

43 Cf. Papa Francisco, EG, 34 - 39.

44 Hablando de la misión indico ya los elementos que caracterizan el des-centrarse al que


están llamados los consagrados.

45 Cf. San JUAN PABLO II, NMI, 43.

46 Papa FRANCISCO, CA, II, 3.

47 Papa FRANCISCO, EG 78.

48 Papa FRANCISCO, EG, 80

49 Cf. Papa FRANCISCO, EG, 76ss

50 Papa FRANCISCO, EG, 109.

51 Papa FRANCISCO, CA, II, 4.

52 Papa FRANCISCO, EG 49.

53 Papa Frncisco, EG, 46.


54 Papa Francisco, EG 48.

55 Papa FRANCISCO, EG 49.

56 Cf. San FRANCISCO DE ASÍS, Regla no bulada, XVI, 7.

57 Cf. San JUAN PABLO II, Redentoris missio......

58 San JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Familiaris consortio, 20 noviembre de
1981, 34.

59 Papa FRANCISCO, CA, ii, 5.

60 Papa FRANCISCO, EG, 51.

61 San JUAN PABLO II, VC, 73

62 San FRANCISCO DE ASÍS, Carta a toda la Orden, 50.

63 En momentos en que necesita discernir cuál era la voluntad del Señor sobre su vida,
Francisco de Asís, verdadero maestro en el discernimiento, oraba así: “Oh alto y glorioso
Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón, dame fe recta, esperanza cierta, caridad perfecta,
sentido y conocimiento Señor, para que cumpla siempre tu santa y veraz voluntad”, Cf.
FRANCISCO DE ASÍS, Oración ante el Cristo de San Damián.

64 Cf. San FRANCISCO DE ASÍS, Admonición 1; JULIO HERRANZ, El discernimiento


en Francisco de Asís, Vitoria 2009, Frontera 66, 60ss.

65 San FRANCISCO DE ASÍS, Regla bulada, 2, 9.

66 Es la pregunta que acompañó el proceso de “conversión” de san Francisco de Asís y


seguramnente de tantos otros.

67 Papa Francisco, EG, 33.

68 Cf. BENEDICTO XVI, Verbum Domini, 83.

69 Cf. San JUAN PABLO II, VC, ns. 81. 85 y 73.

70 Catecismo de la Iglesia Católica, 125.

71 San JUAN PABLO II, VC, 94.


72 PABLO VI, Evangelica testificatio, 11; cf. CONCILIO VATICANO II, Lumen
gentium 4; 12; 43-45; Perfectae caritatis 1-5; 15; San JUN PABLO II, vc, 36.

73 Papa FRANCISCO, CA, III, 5.

74 ANTONIO ROMANO, Carisma, en Diccionario teológico de la vida consagrada, edc.


Claretianas, Madrid 1990, 150.

75 Papa FRANCISCO, CA, III, 5.

76 Cf. CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes, 4.

77 San JUAN PABLO II, VC, 37.

78 Papa FRANCISCO, CA, II, 2.

79 Cf. FELICIANO MARTÍNEZ, Situación actual y desafíos de la vida religiosa, Vitoria


2004, Frontera 44, pags. 13ss.

80 Dice del Papa Francisco: “Me espero, no que tengáis vivas las utopías, sino que sepáis
crear otros lugares en los que se viva la lógica evangélica del don, de la fraternidad, de la
acogida de la diversidad, del amor recíproco”, Carta Apostólica a todos los consagrada, II,
2.

81 La crisis que está viviendo la Vida Consagrada, como la crisis misma de la Iglesia con la
que comparte la situación crítica, no es de tipo moral (aunque haya problemas de este tipo),
sino más bien existencial, de identidad, de significado, de sentido y de misión. Por otra
parte, cuando hablo de medidas no populares que se deben tomar me refiero a la innovación
de estructuras formativas, de presencias...

82 San JUAN PABLO II, VC, 110

83 Elías solo ve una “nubecilla como la mano de un hombre” y anuncia que está a punto de
llegar una lluvia torrencial (cf. 1R , 41-45)

84 Cf. Papa FRANCISCO, EG 24.

85 Cf. Encuentro del Papa Francisco con los Superiores Generales el día 29 de noviembre
de 2013.

86 Papa FRANCISCO, CA, II, 2.

87 Papa FRANCISCO, CA, ii, 1-5.


88 Cf. BENEDICTO XVI, Homilía del 2 de febrero de 2013.

89 Bendedicto XVI, A los Obispos de Brasil, 5 de noviembre de 2010.

90 Cf. Papa Francisco, EG, 108.

91 Cf. Papa Francisco, EG, 24.

92 Cf. Papa Francisco, EG, 46.

93 Cf. Papa Francisco, EG, 46. 47.

94 Cf. Papa Francisco, Carta a todos los consagrados, II, 2.

95 Cf. Papa Francisco, EG, 86.

96 Cf. Papa Francisco, EG, 92. 101.

97 Cf. Papa Francisco, EG, 80. 83. 109.

98 Cf. Papa Francisco, EG, 97.

99 CIVCSVA, Caminar desde Cristo, Roma, 2002, 18.

100 Cf. Papa Francisco, Carta Apostólica a todos los consagrados, I.

101 Cf. Papa Francisco, Carta Apostólica a todos los consagrados, II.

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