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La Vida Consagrada en estos 50 años que nos separan del Concilio Vaticano II ha recorrido
un largo y fructuoso camino. Mucho se debe a la gracia misma del Concilio, asumido como
verdadera brújula1 en su etapa postconciliar. En efecto, gracias al Vatiano II, primer
Concilio que trató la Vida Consagrada en una Constitución dogmática, Lumen Gentium2,
ésta encontraba su lugar propio dentro de la Iglesia Pueblo de Dios y en la llamada
universal a la santidad3. Por otra parte, guiados por el Vaticano II, “la grande gracia de la
que se benefició la Iglesia del siglo XX” y cuyos documentos, después de años siguen
conservando su pleno valor4, los consagrados no ahorraron energías para llevar a cabo la
adecuada renovación que les había pedido el decreto Perfectae Caritatis.
En ese camino hubo tropiezos, no todo fue positivo. Lo reconoce muy acertadamente Juan
Pablo II: “En estos años de renovación la vida consagrada ha atravesado, como también
otras formas de vida en la Iglesia, un período delicado y duro. Ha sido un tiempo rico de
esperanzas, proyectos y propuestas innovadoras encaminadas a reforzar la profesión de los
consejos evangélicos, pero ha sido también un período no exento de tensiones y pruebas, en
el que experiencias, incluso siendo generosas, no siempre se han visto coronadas por
resultados positivos”5. De todos modos, contra lo que piensan algunos, el balance del
Concilio Vaticano II y de la renovación que la Vida Consagrada llevó a cabo en estos años
no puede ser sino muy positivo.
Compartimos plenamente cuanto afirma el papa Francisco al respecto: “Le damos gracias
de manera especial por estos últimos 50 años desde el Concilio Vaticano II, que ha
representado un ‘soplo’ del Espíritu Santo para toda la Iglesia. Gracias a Él, la Vida
Consagrada ha puesto en marcha un fructífero proceso de renovación con sus luces y sus
sombras. Ha sido un tiempo de Gracia, marcado por la presencia del Espíritu”6.
Los tiempos han pasado. Atrás quedan los primeros años del postconcilio en los que se
multiplicaban las reuniones para ver el mejor modo de actuar la deseada renovación de la
Vida Consagrada, tanto en sus principios teológicos, como disciplinares. ¡Cuánto trabajo
para renovar las Constituciones de acuerdo con las indicaciones conciliares! Hoy aquellos
pioneros de la renovación o murieron o están avanzados en años, y el entusiasmo de
aquellos años dejó paso, en muchos casos, a la frustración, al cansancio, a la resignación. Y
aparecen los nostálgicos para los cuales el pasado era mejor, algunos de ellos tan jóvenes
que no han conocido dicho pasado, y echan de menos las cebollas que nunca comieron,
pues aún no habían nacido; cebollas que daban seguridad a las instituciones y a los más
frágiles: el gran número de vocaciones, las grandes obras, el reconocimiento social... Y
aparecen las tentaciones de volver la mirada atrás. No faltan incluso quienes reniegan del
Concilio, considerándolo la causa de todos los males. Son losprofetas de desventuras,
contra los cuales nos alertaba el Papa Benedicto XVI, poco antes de renunciar a la Sede de
Pedro7. Ciertamente éstos no entienden lo que significa primerear8, abrir veredas, iniciar
caminos, reconocer posibilidades y no solo problemas, más bien son arqueólogos y
cultivadores de inútiles nostalgias9.
A Dios gracias tampoco faltan profetas de esperanza, aquellos que, sin negar los errores
que se han cometido, ocasionados tal vez por la prisa en actuar la renovación pedida por el
Concilio, fijos los ojos en el Señor, para el cual nada hay imposible (cf. Lc 1, 47), abren
caminos de futuro y siguen apostando por una Vida Consagrada evangélicamente
significativa para nuestros días. Estos no renuncian al pasado, sino que mirándolo con
gratitud, redescubren en él “la chispa inspiradora, los ideales, los proyectos, los valores que
las han impulsado”10, y, tomando ejemplo de ese pasado, tratan de “reproducir con valor la
audacia, la creatividad y la santidad de los fundadores y fundadoras, como respuesta a los
signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy”11.
En lo que sigue, señalaré algunas tentaciones de la vida consagrada hoy, y algunos caminos
de futuro para que la vida de los consagrados tenga cada día más vida y sea cada vez más
consagrada. Sobra decir que mi intención al señalar las tentaciones y los caminos de futuro
es la de rechazar las primeras y potenciar los segundos.
Entre las muchas tentaciones que sufre en el día de hoy la Vida Consagrada señalo tres: la
autoreferencialidad, la lucha por la supervivencia, y el poner el vino nuevo en odres
nuevos.
1. La autoreferencialidad
La autoreferencialidad en la vida consagrada es sinónimo de una Vida Consagrada
encorvada sobre sí misma, y parte de una concepción según la cual los consagrados son
autosuficientes y, en el fondo, son superiores a los demás. Lo mismo se diga de cada
Instituto que, renunciando a la minoridad evangélica, se cree el mejor y el más capacitado.
La autoreferencialidd lleva a situarse a la defensiva y a cerrarse en lo propio, en el propio
“nido”, como diría el Papa Francisco, para no contaminarse. Tales comportamientos vienen
de tiempos pasados en los que los Institutos, especialmente los grandes, se consideraban
autosuficientes para llevar a cabo su misión, dado el elevado número de mano de obra;
tiempos pasados en los que se insistía en que los religiosos vivían un estado de mayor
perfección que los laicos y que prácticamente tenían el monopolio de la santidad. Por otra
parte, la identidad carismática venía definida por lo que separaba a unos carismas de los
otros. Era una identidad por exclusión.
Hoy ambos puntos de partida están superados. El primero porque la mano de obra escasea,
por la disminución de vocaciones y por le edad avanzada de los consagrados. El segundo
porque está claro que todos estamos llamados igualmente a la santidad y que ésta no es
monopolio de nadie en particular. Por otra parte la propia identidad carismática se define,
como la persona misma, en base a la relación con los demás.
Cerrándose en lo propio, uno renuncia a la riqueza que viene de la comunión con la Iglesia
y de la comunión con los otros carismas. Cerrándonos en lo propio, se olvida que todos los
carismas provienen del mismo Espíritu y que Éste los da para la edificación de la Iglesia y
para que juntos, brille con mayor intensidad su belleza. Cerrándonos en lo propio, se olvida
que la belleza de lo propio solo es posible experiementarla y trasmitirla cuando se vive la
comunión con la Iglesia particular y universal, y con los demás carismas. Cerrándonos en lo
propio facilmente terminamos siendo “nómadas sin raíces”12.
Los consagrados hemos de estar muy atentos para no caer en esta tentación, que antes o
después nos lleva al aislamiento y a la muerte. Antes bien hemos de crear lugares de
encuentro en los que sea posible el diálogo, la escucha, la ayuda mútua13. Es el momento de
sumar fuerzas y no de restar, es el mometo de la comunión y de “la sinergía sincera entre
todas las vocaciones en la Iglesia”. Es el momento de “salir con más valor de los confines
del propio Instituto patra desarrollar juntos, en el ámbito local y global, proyectos comunes
de formación, evangelización e intervenciones sociales”. Hemos de recordar lo que con
fuerza nos dice el Sucesor de Pedro y hermano en la consagración religiosa, el Papa
Francisco: “La comunión y el encuentro entre diferentes carismas y vocaciones es un
camino de esperanza. Nadie construye el futuro aislándose, ni solo con sus propias fuerzas
[...] No os repleguéis sobre vosotros mismos, no dejéis que las pequeñas peleas de casa os
asfixien, no quedéis prisioneros de vuestros problemas. Estos se resolverán si vais fuera a
ayudar a otros a resolver sus problemas y anunciar la Buana Nueva. Encontraréis la vida
dando la vida, la esperanza dando esperanza, el amor amando”14.
Esta lucha por la supervivencia está pasando elevadas facturas a la vida consagrada,
poniendo en peligro la significatividad evangélica y la profecía propia de los consagrados15,
poniendo en peligro el testimonio de la vida, “una vida en la que se transparente la alegría y
la belleza de vivir el Evangelio y de seguir a Cristo”16. Sí, la angustia por la supervivencia ,
por el mantenimiento de las obras, así como por la eficacia apostólica que hacemos
depender del poderío de lo medios, nos está robando la alegría, nos está robando la vida.
Otra de estas facturas es en lo referente al discernimiento vocacional. Ante el apetito
desordenado de vocaciones y la necesidad de mano de obra para gestionar las obras del
Instituto, con demasiada frecuencia se olvidan las exigencias mínimas del necesario
discernimiento, acogiendo en la vida consagrada personas que jamás deberían entrar en
ella, sencillamente porque no han sido llamados a dicha forma de seguimiento de la persona
de Cristo. En este contexto es bueno recordar que así como la Vida Consagrada no es para
todos, tampoco cualquiera es para la Vida Consagrada. Ante la tentación del número y de la
eficacia, se impone un serio discernimiento que ayude a cada uno a encontrar su lugar
dentro de la Iglesia Pueblo de Dios, teniendo y respetando el proyecto de Dios sobre él: “Es
necesario poner en marcha un discernimiento sereno, libre de las tentaciones del número o
de la eficacia, para verificar, a la luz de la fe y de las posibles contraindicaciones, la
veracidad de la vocación y la rectitud de intenciones”17. Viendo la realidad de muchos de
los candidatos que llaman hoy a las puertas de la vida consagrada, y no solo, ¡qué sabia esta
indicación!
A este respecto es bueno escuchar también lo que dice el Papa Francisco hablando de las
vocaciones al sacerdocio: “No se pueden llenar los seminarios con cualquier tipo de
motivaciones, y menos si éstas se relacionan con inseguridades afectivas, búsquedas de
formas de poder, glorias humanas o bienestar económico”18. Teniendo en cuenta el gran
número de abandonos de la Vida Consagrada, muchos se evitarían si desde un principio se
hiciese un sano discernimiento. Quien tiene la responsabilidad del acompañamiento ha de
acompañar, ante la tentación de un fácil abandono, a quedarse a los llamados, mientras,
contra la tentación de quedarse, ha de acompañar a salir a quienes no han sido llamados a
esta forma de vida.
Otra factura cuyo coste no es menos elevado es en lo que se refiere al estilo de vida y
misión que han de caracterizar la vida y misión de quienes han recibido la gracia de seguir
“más de cerca” a Cristo. La lucha por la supervivencia lleva muchas veces a conjugar en
todos sus casos la mediocridad y a instalarse en ella, como forma estable de vida. Llegados
a ese punto, cuando la mediocridad se convierte en la medida de todo, todo se ve como algo
natural, cuando de natural tiene bien poco. No es raro que esa mediocridad desemboque en
la doble vida, verdadero cáncer de la Vida Consagrada.
Como recuerda el Papa Francisco, la Vida Consagrada exige vivir el Evangelio en fidelidad
creativa, en “sinceridad” y en “radicalidad”, lo cual no resulta fácil, pues “el Evangelio es
exigente”20, exige, como veremos luego, optar por la profecía. La mediocridad, y no se diga
la doble vida, lleva a la acedia en todas sus manifestaciones21; a la falta de mística, es decir:
a una Vida Consagrada aburrida y desmotivada, cargada de rutina; a una Vida Consagrada
que produce “vidas a medias”, asfixiadas por la inercia de un orden inamobible y unas
tradiciones que no se cuestionan; a vidas que vidas no son, por estar supedidatas al
funcionamiento de las instituciones; a una vida más profesionalizada que testimonio del
Dios de la vida que genera pasión, esperanza y alegría, que despierta fuerte atractivo,
gracias y simpatía, que interpela, cautiva y seduce; a una Vida Consagrada más interesada
por la seguridad que puede dar la frecuentación de lo de siempre –“siempre se hizo así”, se
dice con frecuencia-, que en ir a las frontetas existenciales de hoy.
La lucha por la supervivencia lleva también a conjugar la fragilidad en todos los casos en
que se presenta22, echando remiendos en lugar de tomar las decisiones apropiadas para
estos tiempos delicados y duros en que nos ha tocado vivir23. En este sentido hay que
denunciar el que muchos se lavan las manos ante situaciones que exigen tomar decisiones
impopulares, en lugar de lavar los pies y “coger el toro por los cuernos”, como se dice
popularmente.
Hemos de constatar, sin embargo, que muchas veces los consagrados ceden a la tentación
de poner el vino nuevo en odres viejos, con lo cual el buen vino se pierde o al menos pierde
su sabor, y la Vida Consagrada deja de tener el atractivo y la significatividad evangélica
que la deberían cualificar.
Vino nuevo son muchas formas en las que se encarna el carisma. La primera y principal es
la vivencia radical del Evangelio y la “búsqueda de la conformación cada vez más plena
con el Señor”27, en la mayoría de los consagrados, y que se traduce en santidad y
vitalidad28.
Vino nuevo es la formación por la que muchos han apostado: una formación integral,
contínua y acompañada; una formación en la que la formación continua aparece como
paradigma, como matriz y humus, de la formación inicial. Vino nuevo es la espiritualidad
de comunión que alimenta y da vigor a la vida de muchos consagrados, llevándoles a
abrirse a los “otros”, “a los de lejos y a los de cerca” (cf. Ef 2, 17).
Vino nuevo es la auténtica vida fraterna en comunidad que “alimenta nuestra alegría, que
muestra entrega total al servicio de la Iglesia, las familias, los jóvenes, los ancianos, los
pobres, nos realiza como personas y da plenitud a nuestra vida”31.
Vino nuevo es la vivencia de una espiritualidad holística que viven muchos consagrados y
que, sin dejar de tener los ojos fijos en el Señor, les lleva a no despreciar nada de lo que le
es propio al hombre y a la mujer, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 27).
Vino nuevo es la simplificación de las estructuras, dando prioridad a la persona sobre ellas y
poniéndolas al servicio de la misión.
Pero la tentación es la de poner esta cantidad desbordante de vino nuevo” en “odres viejos”
incapaces de contener la fuerza del vino nuevo.
Odres viejos son las estructuras cuando no están al servicio de la persona, del carisma y de
su misión; “estructuras que ya no son cauce de vida en el mundo actual”32.
La vida consagrada de nuestros días tiene ante sí un gran desafío: poner el vino nuevo en
odres nuevos (cf. Mc 2, 22). En la respuesta a este desafío se juega mucho su credibilidad y
su significatividad evangélica. Todo ello comporta una revisión profunda de las estructuras
de muerte pues condicionan el dinamismo propio de quien se debe mover al soplo del
Espíritu, así como una innovación de las demás estructuras, recordando que éstas “sirven
cuando una vida las anima, las sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico espíritu
evangélico [...] cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo”36. El Año de la
Vida Consagrada nos ofrece una buena oportunidad para hacer una seria evaluación de
nuestra misión y para preguntarnos: “nuestros ministerios, nuestras obras, nuestras
presencias, ¿responden a lo que el Espíritu ha pedido a nuestros fundadores, son adecuados
para abordar su finalidad en la sociedad y en la Iglesia de hoy? ¿Hay algo que hemos de
cambiar?”37.
Parafraseando unas palabras del Papa Francisco sobre las estructuras eclesiales, bien
podemos decir que también nosotros soñamos una Vida Consagrada en la que las
estructuras se conviertan en cauces adecuados para trasmitir la belleza del seguimiento de
Cristo en la forma de Vida Consagrada, más que para la autopreservación38.
Por otra parte la identidad del consagrado está llamada a responder a las exigencias del
momento presente, caracterizado por cambios rápidos y profundos. El consagrado debería
ser un experto en “tomar conciencia de los retos del propio tiempo, captando su sentido
teológico profundo mediante el discernimiento efectuado con la ayuda del Espíritu
Santo”39. Todo esto comporta una revisitación constante de la propia identidad, o lo que es
lo mismo: una conversión permanente.
En este sentido, a los consagrados son perfectamente aplicables las palabras de Pablo VI
sobre la Iglesia: “La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma [...] De esta
iluminada y operante conciencia brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente
de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a
modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí”40. También
son aplicables a la Vida Consagrada lo que el concilio Vaticano II dice sobre la conversión
eclesial, como apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo: “Toda
renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación
[...] Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia
misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad”41. Cuando
hablamos de identidad no hablamos por tanto de arqueología o de inútiles e insanas
nostalgias, que nos podrían llevar a fundamentalismos peligrosos, sino de una respuesta a la
eterna novedad del Evangelio, a la permanente creatividad del Espíritu, y a las cambiantes
situaciones de nuestro tiempo.
Esto explica el por qué el criterio fundamental del discernimiento vocacional en los
primeros siglos del monacato era la voluntad de conformar la propia vida a la vida de Jesús,
tal como la presentan los Evangelios (cf. Mt 19, 21; Jun 1, 35-42).
La Vida Consagrada de hoy está llamada a centrarse en Cristo y en el corazón mismo del
Evangelio, respetando la jerarquía de valores que en él se contienen43. Solo así los
consagrados podrán presentar a sus contemporaneos el sentido, la hermosura y el atractivo
de su vida y misión.
La auténtica vida de fraternidad en comunidad está pidiendo un intenso y serio trabajo por
parte de todos, de tal modo que “el ideal de fraternidad perseguido por los fundadores y
fundadoras crezca en los más diversos niveles, como en círculos concéntricos”46.
Los consagrados están llamados a hacer que la vida fraterna en comunidad se convierta en
una verdadera profecía: profecía en cuanto convoca e invita a otros a sumarse en esta
hermosa aventura de sentir que el otro me pertenece y que yo le pertenezco; profecía en
cuanto anuncia la belleza del vivir unidos en el respeto de las diversidades y en la
aceptación de los dones específicos de cada uno; profecía, en fin, en cuanto denuncia todo
individualismo que solo cuenta con el otro cuando se trata de sacar provecho; que denuncia
toda marginación del que es distinto y cualquier manifestación de la llamada “cultura del
desecho”.
Esta misión es participación de la missio Dei: como el Padre envía al Hijo, y el Padre y el
Hijo envían al Espíritu Santo, así somos enviados todos los bautizados y en modo particular
los consagrados.
En la misión es importante prestar atención a algunos peligros que nos señala el Papa
Francisco. Uno de ellos, tal vez el más grave, es el de separar la misión de la vida, como si
aquella fuera un apéndice de ésta. Otros males que afectan, y mucho, a la misión y que se
alimentan entre sí, son: el individualismo, la crisis de identidad y la caída del fervor47.
El Papa Bergoglio señala otro peligro que hay que evitar: el relativismo práctico que
consiste en “actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran,
soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no
existieran”48.
Otros peligros que ponen en peligro la misión sobre los que insiste Francisco son: la acedia,
de la que ya hablamos anteriormente; el inmediatismo ansioso que no acepta “la costosa
evolución de los procesos y querer que todo caiga del cielo”, que no sabe esperar y quiere
controlar el ritmo de la vida; el apego “a algunos proyectos o sueños de éxitos imaginados”
por la propia vanidad; la falta de pasión por el Evangelio; el desarrollo de la “psicología de
la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo”; el “pesimismo
estéril” que lleva a ver en nuestros tiempos sólo “prevaricación y ruina”; la “conciencia de
derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados, con cara de vinagre”; la
“tristeza dulzona”, “el más preciado de los elixires del demonio”; la mundanidad espiritual,
modo sutil de buscar los “propios intereses y no los de Cristo” (Fil 2, 21), estrechamente
emparentada con la apariencia.
Además de evitar todo ello, para el Papa Francisco la misión exige paciencia, dedicarle
tiempo, sin querer dominar el ritmo de los tiempos de Dios. La misión pide, además,
personas que no se dejen robar la alegría evangelizadora, ni el entusiasmo misionero, ni la
esperanza; personas de fe, que en medio del desierto indiquen con su vida el camino hacia
la Tierra prometida; “personas-cántaro que se sientan llamadas a dar de beber a los demás”.
La misión exige también mantener contacto real con el pueblo, un contacto que nos permita
“descubrir y trasmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de
tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede
convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una
santa peregrinación”; un contacto real que lleve a valorar a los otros y aceptarlos como
compañeros de camino, sin resistencias internas”, descubriendo en los demás el rostro de
Jesucristo, en su voz, en sus reclamos.
La misión pide, sobre todo, cultivar una verdadera y profunda espiritualidad misionera que
“alimente el encuentro con los demás, el compromiso con el mundo, la pasión
evangelizadora”; una espiritualidad misionera incompatible con la “privacidad cómoda”
que lleva al repliegue, y con una forma de “consumismo espiritual a la medida de un
individualismo enfermizo; una espiritualidad misionera que lleve a “responder
adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en
propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro; una
espiritualidad misionera que lleve al misionero al “encuentro con el rostro del otro, con su
presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en
un constante cuerpo a cuerpo”; una espiritualidad misionera que “sane, libere, y llene de
vida y de paz” y que invita siempre a la “revolución de la ternura”; una espiritualidad
misionera que nos lleve a tomar conciencia de que la misión no consiste “en escapar de una
relación personal y comprometida con Dios” y que “al mismo tiempo nos comprometa con
los otros”49.
Seguro que la misión nunca fue fácil y tal vez hoy menos todavía. Los desafíos son
muchos, pero “están para superarlos”. Como afirma el Papa Francisco: “seamos realistas,
pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la
fuerza misionera!”50.
El tercer movimiento consiste en des-centrarnos. El Papa Francisco pide constantemente a
la Iglesia que salga, que salga a las periferías, allí donde es necesaria la luz del Evangelio.
Lo mismo pide a la Vida Consagrada: “Hay toda una humanidad que espera: personas que
han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro
alguno, enfermos y ancianos abandonados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío,
hombres y mujeres en busca del sentido de la vida, sedientos de los divino... No os
repleguéis en vosotros mismos...”51. El Papa insiste en una Iglesia missionera, prefiriendo
“una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia
enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”52. Seguro
que otro tanto pide a los consagrados.
Pero el mismo Papa Francisco nos advierte que “salir hacia los demás para llegar a las
periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido”53. En la
misión es necesario saber de dónde partimos, cómo vamos, hacia donde vamos, a quiénes
vamos, por qué vamos y qué pretendemos. Partimos de Jesús, Buena noticia para nosotros y
para todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Vamos/salimos en actitud de servir:
como siervos de la Palabra que ilumina nuestros pasos y como siervos de todos,
haciéndonos “todo para todos” (cf. 1Cor 9, 20-22), en actitud de servir y no de ser servidos
(cf. Jn 13, 12-15). Vamos/salimos a las periferias existenciales, allí donde falta la luz del
Evangelio, la única capaz de iluminar una vida y darle el sentido más profundo. Vamos a
todos, sin excluir a nadie, “a los de lejos y a los de cerca” (Ef, 2, 17), pero dando
preferencia a los preferidos por Jesús (cf. Lc 4, 18),”a los pobres y enfermos, a esos que
suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que “no tienen con qué recompensarte” (Lc
14, 14)”54 Salimos porque sentimos la urgencia de evangelizar: “¡Ay de mí si no
evangelizare!” (1Cor 9, 16). Vamos/salimos con la única pretensión de comunicar a Ctristo,
para “ofrecer a todos la vida de Jesucristo”55, primero con nuestra vida y luego, cuando
veamos que place al Señor también con nuestra palabra 56.
Dicernir
En la Carta Apostólica el Papa Francisco, hablando sobre lo que espera de los consagrados
en este Año dedicado a la Vida Consagrada, afirma: “Espero que toda forma de Vida
Consagrada se pregunte sobre lo que Dios y la humanidad de hoy piden”59. El
discernimiento, que empieza por esa pregunta, ha de llevarnos a “esclarecer aquello que
pueda ser un fruto del Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios”60. En
palabras de san Juan Pablo II, el discernimiento es separar –este es el significado
etimológico de la palabra discernir, diacrisis en griego-, lo que viene de Dios y lo que le es
contrario61, haciendo clara opción por lo que viene de Dios, para que podamos, en palabras
de san Francisco de Asís, “hacer lo que sabemos que quieres [Señor] y querer siempre lo
que te agrada” 62.
Dados los grandes desafios a los que se enfrentan los consagrados, pues también
ellos caminan en la fe y no en la visión (cf. 2Cor 2, 7), hoy el discernimiento se presenta
como un elemento imprescindible del camino de futuro para la Vida Consagrada. Sin él
iremos dando bandazos, según el viento que sople, pero no edificaremos futuro. No
podemos darnos el lujo de improvisar. Ni los tiempos que estamos atravesando,
tiempos delicados y duros, ni la seriedad del proyecto de vida que hemos asumido por la
profesión religiosa lo permiten.
De todos modos, hablando del discernimiento es necesario tener presente algunos aspectos
fundamentales:
1.- El discernimiento presupone apertura incondicional al Espíritu, que sopla donde quiere
y cuando quiere (cf. Jn 3, 7); indiferencia espiritual, hasta el punto de no desear otra cosa
sino cumplir en todo la voluntad del Señor63; disponibilidad para dejarse hacer y
transformar, de tal modo que podamos llegar a la identificación con la persona de Cristo y
con sus sentimientos (cf. Fil 2, 5), y poder decir con Pablo: “Vivo, pero no vivo yo, es
Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). El discernimiento exige también “ver” con los ojos
del corazón, o mejor aún, con los ojos del Espíritu, tener una mirada de fe sobre la realidad
que nos rodea y que nos lleva a hacer experiencia real del Dios que está en nosotros
(cf. Sal 139, 1ss), y camina con nosotros (cf. Gn 28, 16). En definitiva, el discernimiento
exige la desapropiación total, el “vivir sin nada propio”, el amor gratuito, la humildad de
quien busca y considera el hallazgo como una gracia, no como un premio, y la obediencia
caritativa64.
2.- La fuente última del discernimiento no somos nosotros, sino el Espíritu que purifica,
ilumina y enciende y nos capacita para “nacer de nuevo” (cf. Jn 3, 5ss). El Espíritu es el
verdadero protagonista del discernimiento, ya que solo él da un amor y un conocimiento tal
que transforma al cristiano en una persona capaz de moverse al soplo del Espíritu, de
escrutar y seguir los caminos del Señor; caminos que no siempre, o casi nunca, coinciden
con nuestros caminos(cf. Is 55, 8)
3.- El discernimiento ha de hacerse desde una vida en tensión escatológica, en una actitud
de progresivo encuentro con los valores definitivos, los que de verdad cuentan, aquellos
que nadie puede robar, ni la polilla puede estropear (cf. Mt 6, 19), los únicos que pueden
justificar el haberlo dejado todo para seguir a Jesús.
En este contexto son claramente aplicables a la Vida Consagrada las palabras del Papa
Francisco en Evangelii gaudium: “Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda
comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasía
[...] Lo imporante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos [...] en un sabio y
realista discernimiento...”67.
5.- El discernimiento, para que sea evangélico y propio de los consagrados, ha de hacerse a
la luz del Evangelio, del propio carisma, y de los signos de los tiempos.
A la luz del Evangelio, pues como ya hemos dicho, por ser la Regla suprema de los
consagrados, llamados, en último término, a ser “exégesis viviente” del mismo68, para lo
cual han de “dejarse interpelar por la Palabra de Dios” y verse constantemente a su luz69,
particularmente por el Evangelio, “corazón de la Palabra de Dios”70. La vida consagrada no
puede prescindir del Evangelio a la hora de iniciar un proceso serio de discernimiento. Es
de él de donde “sacará la luz necesaria para aquel discernimiento individual y comunitario
que le ayude a buscar en los signos de los tiempos los caminos del Señor”71. El Evangelio
ha de considerarse el primer y fundamental criterio de discernimiento: todo lo que desde él
se pueda justificar será justificable en la vida consagrada. Al contrario, todo lo que no se
pueda justificar desde el Evangelio no será justificable para la Vida Consagrada.
A la luz del propio carisma. Es la pluralidad de carismas la que forma el hermoso mosaico
de la Vida Consagrada. Dado que los carismas son todos ellos dones “del Espíritu Santo
que actúa siempre en la Iglesia”72; y puesto que la Vida Consagrada con sus respectivos
carismas “es un don para la Iglesia, nace en la Iglesia, crece en la Iglesia, está totalmente
orientada a la Iglesia”73, ésta debe “saber acoger, hacer florecer, examinar, autenficar,
custodiar, defender, ayudar a madurar con gratitud y reconocimiento”74, y los pastores han
de tener “una solicitud especial para promover en sus comunidades los distintos carismas,
sean históricos, sean carismas nuevos, sosteniendo, animando, ayudando en el
discernimiento...75. Si esto corresponde a la Iglesia en general y a los pastores en particular,
es especial responsabilidad de los consagrados vivir en fidelidad creativa el propio carisma
para que brille en cada uno de ellos y de todos en comunión, la belleza y la santidad de la
Iglesia.
A la luz de los signos de los tiempos, en cuanto son acontecimientos de vida que marcan
una determinada época de la historia y a través de los cuales el cristiano, y en nuestro caso
el consagrado, se siente interpelado por Dios y llamado a dar una respuesta evangélica. Los
signos de los tiempos son, así, ráfagas de luz presentes en la noche oscura de nuestras vidas
y de nuestros pueblos, faros generadores de esperanza, en cuanto nos permiten escuchar la
voz del Señor y detectar su presencia en los acontecimientos de la historia. Si para todo
cristiano saber interpretar los signos de los tiempos es una exigencia (cf. Lc 12, 56), los
consagrados no pueden hacer menos que interpretarlos y dar una respuesta desde su propio
carisma76. Ello le impediría a los consagrados el no caer en la tentación de instalarse y
repetirse, y les posibilitaría, en cambio, “reproducir con valor la audacia, la creatividad y la
santidad de sus fundadores”77, asegurándoles así su caracter profético y la posibilidad de
“despertar al mundo”78. Los consagrados deberían ser en la Iglesia los grandes expertos en
la lectura, la interpretación y en dar respuesta a los signos de los tiempos.
Solo si la vida consagrada asume este desafío con seriedad, el de hacer verdad sobre su vida
y misión, podrá vivir este tiempo marcado por la crisis y que hemos llamado también
momento crítico, como un kairós, una oportunidad de gracia.
Desde la fe también los consagrados están llamados a ser valientes y audaces, a ser
profetas, vocación a la que nunca deben renunciar85 por difícil que sea llamar, anunciar,
denunciar, interceder, y sembrar esperanza, misiones todas ellas del profeta. Desde la fe los
consagrados sabrán mantener una profunda comunión con la Iglesia, sin renunciar a la
dimensión profética que le es propia también en la Iglesia, y a ser en ella “centinelas de la
mañana”, centinelas que “vigilan por la noche y saben cuando llega el alba” (cf.Is 21, 11-
12)86. Desde la fe los consagrados serán hombres y mujeres libres, una libertad que les
viene de saber que a nadie más que a Dios han de rendir cuentas y de no tener otros
intereses más que los de Dios, y que les lleva a denunciar el pecado y las injusticias, donde
quiera que se den. Desde la fe los consagrados tomarán la parte de los pobres, de los Nabot
y de los Urías de todos los tiempos, porque saben que son los preferidos de Dios (cf. Lc 6,
20). Desde la fe los consagrados abrazan el futuro con esperanza, pues no confian en los
carros y caballos, en sus fuerzas, sino en Aquél que una y otra vez dice a cuantos le siguen:
“No gengáis miedo, que yo estoy contigo” (Jr 1, 8).
Valentía, audacia, fe/esperanza son las virtudes que permitirán a los consagrados a
los sueños del Papa Francisco para este Año de la Vida Consagrada: vivir con gozo y
alegría la propia vocación y misión, despertar al mundo con su vocación y misión
proféticas, ser expertos de comunión, vivir la audacia misionera que les lleve a salir a las
periferias existenciales del hombre y de la mujer de hoy, y vivir en constante
discernimiento para conocer lo que Dios y la humanidad les están pidiendo en el momento
actual87.
Estos profetas no solo están fuera de la Vida Consagrada, sino que también los hay dentro
de ella. Es por ello que el mismo Papa Benedicto XVI pedía a los consagrados de no
alistarse en sus filas88. Estos profetas de desgracias y desventuras forman parte de esa
legion de demonios –no por ser numerosos, sino por la fuerza con la que intentan imponer
su visión catastrófica de la realidad-, a los que hay que exorcizar y de los cuales hay que
huir para no contagiarse con su falta de fe y de esperanza.
Volviendo a la pregunta que nos hemos formulado y para poder ofrecer una respuesta
autorizada, nada mejor que las palabras de Benedicto XVI en la audiencia a los obispos de
Brasil con motivo de la Visita ad limina: “... la Vida Consagrada en cuanto tal tuvo su
origen con el mismo Señor que escogió para sí esta forma de vida virginal, pobre y
obediente. Por esto la Vida Consagrada no podrá nunca faltar ni morir en la Iglesia”89.
Sí, la Vida Consagrada tiene futuro, pero ciertas formas de vida consagrada anacrónicas,
obsoletas, anticuadas, que dicen bien poco o nada al hombrre y a la mujer de hoy, no
permanecerán, aunque aparentemente tengan cierto éxito por lo que conllevan de seguridad
y de poder. La Vida Consagrada tiene futuro en la medida en que venza las tentaciones de
las que hemos hablado y abra caminos de futuro que la hagan significativa,
evangélicamente hablando, dé respuestas a los signos de los tiempos y con fidelidad
creativa cultive las raíces carismáticas propias y releer dichos carismas en el humus de la
cultura actual. El futuro de la vida consagrada, que ciertamente está en las manos de Dios,
depende también en gran medida de la capacidad de los consagrados mismos en re-crearla,
re-novarla y re-fundarla.
Ello comporta:
Una Vida Consagrada que sea profecía viviente, experimentando aquellos valores del Reino
que, sin ser exclusivos de la Vida Consagrada, ésta debe, sin embargo, acentuarlos como
provocación. Entre esos valores cabe señalar: la búsqueda apasionada de Dios, el amor
gratuito y sin límites, la solidaridad y comunión con los pobres, desde una vida sencilla,
modesta, gozosa, fraterna, que estimula, sostiene y perdona.
Una Vida Consagrada que comparta la misión de Jesús que llama a trabajar en su viña al
servicio del Pueblo de Dios que camina, lucha, sufre y espera, en una incondicional
obediencia al Espíritu que crea, re-crea y hace nuevas todas las cosas.
Una Vida Consagrada que asuma con audacia este período delicado y duro, como
un kairós de purificación y una ocasión propicia para volver a lo esencial, de tal modo que
la crisis que está viviendo sea un momento del cual salga más fortalecida en su dimensión
mística y profética.
Una Vida Consagrada que favorezca una experiencia atractiva y fundante del Dios de la
historia, el encuentro cara a cara con Dios (cf. Ex 34, 29) (dimensión mística), y trabaje
incansablemente en la promoción integral de la persona humana, anunciando el sueño de
Dios para el hombre, y denunciando los sueños inhumanos de tantos hombres sobre sus
semejantes (dimensión profética); una vida consagrada que sienta y trasmita la pasión por
Dios.
Una Vida Consagrada con sed de Dios, centrada en Él, animada por la búsqueda constante
de un Dios que se deja encontrar y que nos implica en su presencia en el mundo. Una vida
consagrada fortalecida por una sólida espiritualidad apostólica, animada por una
espiritualidad encarnada que se transforma en profecía, y caracterizada por una
espiritualidad holística que, teniendo los ojos y el corazón fijos en el Señor, no desprecian
nada que sea propio del hombre y de la mujer creados a imagen y semejanza del Señor.
Una vida consagrada que dé testimonio de Jesucristo mediante una vida en pobreza que no
necesite de muchas explicaciones; vivida en clave de libertad evangélica (“sin nada
propio”), solidaridad, comunión y justicia; a través de una vida sencilla y modesta; con
una celibato por el Reino que nos haga afectuosos y cercanos, pero sin depender o crear
dependencias, personas integradas, armoniosas, disponibles y gozosas; con
una obediencia que nos haga más libres, responsables y adultos; con una vida fraterna en
comunidad más humana y humanizante; con una misión arriesgada y valiente por la causa
del Reino, en “salida”, especialmente hacia los que forman parte de la cultura de desecho.
Una Vida Consagrada con sed de vida fraterna en comunidad y con deseos de re-crearla,
haciéndola cada vez más legible para el hombre y la mujer de hoy. Una vida fraterna en
comunidad animada por el diálogo y el discernimiento fraternos, facilitadora de procesos de
correspondabilidad y co-participación entre todos sus miembros. Una vida fraterna en
comunidad que sea escuela de humanidad y de vida cristiana auténtica. Una vida fraterna
en comunidad con fuertes señales de sana autonomía personal en comunión fraterna. Una
vida fretarna en comunidad en la que se acepta la diversidad como un don del Espíritu, por
incómoda que pudiera ser. Una vida fraterna en comunidad que trabaje los vínculos
duraderos, y no tanto los funcionales y productivos.
Una vida fraterna en comunidad que se rija por la ley de la comunión. Una Vida
Consagrada fecundada por una viva espiritualidad de comunión que lleva a abrirse al
“otro”, al diferente, tanto en el seno de la Vida Consagrada misma, como en la Iglesia y
fuera de ella
Una Vida Consagrada que esté dispuesta a dejarse rehacer, re-crear por Dios, “como la
arcilla en manos del alfarero” (cf. Jr 18, 1-6).
Una Vida Consagrada con mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del
prójimo y descubrir la presencia de Dios en cada ser humano; una Vida Consagrada que
sabe abrirse al amor de Dios; una Vida Consagrada regida por la fe compartida y
enriquecida.
Una Vida Consagrada que da prioridad a la persona, y que tiende a una simplificación de
estructuras, poniendo éstas al servicio de las persona y del carisma y de la misión propia de
cada Instituto, sin quedarse anclada en la nostalgia de estructuras y costumbres que ya no
son cauce de vida en el mundo actual90, ni cauces apropiados para trasmitir el carisma
propio de un Instituto.
Una Vida Consagrada que acepte como mandato el primerear91: abrir veredas, iniciar
caminos, reconocer posibilidades y no solo problemas; una Vida Consagrada que habla, con
signos y palabras, del Señorío de Dios en la historia de cada hombre y de cada mujer.
Una Vida Consagrada des-centrada, en salida hacia las periferías existenciales y del
pensamiento, que sabe a dónde va92. Una Vida Consagrada samaritana, que se detiene e
intenta responder a las emergencias misioneras del momento actual, y sabe re-calcular y re-
programar desde ellas sus actividades. Una Vida Consagrada hábil en dejar a las 99 ovejas
y salir en busca de la oveja perdida (cf. Lc 15, 3-7), en barrer toda la casa para encontrar la
dracma perdida (cf. Lc 15, 8-10). Una Vida Consagrada que tenga siempre las puertas
abiertas” para acoger sin presupuestos, ni prejuicios93.
Una Vida Consagrada profética, que llama, reclama y anuncia, e intercede, que hace ruído y
despierta al mundo94, resaltando los valores evangélicos y manteniendo la originalidad
evangélica de la vida fraterna en comunidad como signo profético contracultural que evoca
el Reino.
Una Vida Consagrada que no se deje robar la esperanza95, aunque tenga que vivir desde
la minoridad; que no se deje robar la gratudidad, que no se deje robar la comunidad y el
ideal del amor fraterno96, que no se deja robar la juventud, que no se deje robar el
entusiasmo, la fuerza misionera y la alegría evangelizadora97, que no se deja robar el
Espíritu, que no se deja robar el Evangelio98.
Una Vida Consagrada preocupada por ofrecer una formación adecuada al momento actual y
que prepare a la lectura de los signos de los tiempos: una formación integral, permanente,
acompañada; una formación humana, cristiana y carismática.
Una Vida Consagrada que mira al mundo no como un peligro y una amenaza, sino como su
propio “claustro” y su campo propicio de misión; una vida consagrada que proyecta sobre
el mundo una mirada abierta, dialogante e inculturada.
Una Vida Consagrada con clara conciencia de eclesialidad, sin renunciar a su carácter
profético y a un sano espíritu crítico dentro de la Iglesia.
Una Vida Consagrada consciente de los muchos desafíos a los que tiene que enfrentarse y
que los enfrenta desde el realismo, pero también con alegría, audacia y entrega
esperanzada; una Vida Consagrada que no acepta ser un museo que se admira, pero en el
que nadie quiere vivir, consciente de ser llamada a dar respuesta a los “signos de los
tiempos” desde los que habla el Espíritu, interpelándola sin cesar.
Que la Vida Consagrada sea una profecía viva haciendo experiencia de ciertos valores del
Reino que, sin ser exclusivos de la Vida Consagrada, ella debería acentuarlos
provocativamente, tales como: la búsqueda apasionada de Dios; el amor gratuito y sin
fronteras; el compartir en solidaridad y comunión desde una vida sencilla, modesta y
gozosa, la fraternidad cálida que acoge, apoya, estimula, perdona... Que la Vida
Consagrada comparta la misión de Jesucristo, que llama a trabajar en su viña a tiempo al
servicio del Pueblo de Dios que camina, lucha, sufre y espera, en obediencia incondicional
al Espíritu, que crea, recrea y hace nuevas todas las cosas.
Que la Vida Consagrada sea capaz de vivir un talante alternativo y contracultural, que no
domestique su función profética, no desdibuje su talante simbólico, ni pierda su garra
escatológica.
Una Vida Consagrada que cuide y vele por la calidad evangélica de la vida de los
consagrados, sin caer nunca en la tentación del número y de la eficiencia99.
A modo de conclusión
La Vida Consagrada tiene delante de sí muchos retos y desafíos, llamada como está vivir el
presente con pasión y abrazar el futuro con esperanza100. Pero como nos recuerda el Papa
Francisco, los desafíos no nos deben desanimar, sino que están para buscar darles una
respuesta. El mismo Papa Francisco ha puesto a la Vida Consagrada delante de algunos de
esos desafíos: una Vida Consagrada en la que no falte la alegría, una Vida Consagrada que
“despierte el mundo” con la profecía, una Vida Consagrada experta en comunión, una Vida
Consagrada en “salida”, una Vida Consagrada en permanente discernimiento101.
10Idem.
14 Idem.
15 Cf. Papa FRANCISCO, CA, II, 2; Encuentro con los Superiores generales, Roma 29 de
noviembre de 2013.
21 El Papa Francisco define la acedia como “descontento crónico que seca el alma” (EG
277), que “paraliza” cualquier ingtento de “fidelidad crativa” (cf. EG 81), que produce un
cansancio tenso, pesado e insatisfecho, que domina el ritmo de la vida por el deseo de un
imediatismo ansioso que no tolera contradicción, fracaso, crítica, cruz (cf. EG 82)
25 Cf. Idem.
27 Idem.
35 Idem.
58 San JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Familiaris consortio, 20 noviembre de
1981, 34.
63 En momentos en que necesita discernir cuál era la voluntad del Señor sobre su vida,
Francisco de Asís, verdadero maestro en el discernimiento, oraba así: “Oh alto y glorioso
Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón, dame fe recta, esperanza cierta, caridad perfecta,
sentido y conocimiento Señor, para que cumpla siempre tu santa y veraz voluntad”, Cf.
FRANCISCO DE ASÍS, Oración ante el Cristo de San Damián.
80 Dice del Papa Francisco: “Me espero, no que tengáis vivas las utopías, sino que sepáis
crear otros lugares en los que se viva la lógica evangélica del don, de la fraternidad, de la
acogida de la diversidad, del amor recíproco”, Carta Apostólica a todos los consagrada, II,
2.
81 La crisis que está viviendo la Vida Consagrada, como la crisis misma de la Iglesia con la
que comparte la situación crítica, no es de tipo moral (aunque haya problemas de este tipo),
sino más bien existencial, de identidad, de significado, de sentido y de misión. Por otra
parte, cuando hablo de medidas no populares que se deben tomar me refiero a la innovación
de estructuras formativas, de presencias...
83 Elías solo ve una “nubecilla como la mano de un hombre” y anuncia que está a punto de
llegar una lluvia torrencial (cf. 1R , 41-45)
85 Cf. Encuentro del Papa Francisco con los Superiores Generales el día 29 de noviembre
de 2013.
101 Cf. Papa Francisco, Carta Apostólica a todos los consagrados, II.