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A n to n io Q u in e t

LAS CUATRO
CONDICIONES
DEL ANALISIS

Atuel
Serie Impar
Dirigida por Germán L. Garda
Traducción del portugués: Ricardo Gallego
Título del original:
Aí 4+1 Condigoes da Análise
Jorge Zahar Editor. Rio de Janeiro, Brasil, 19.91.

:ÍSBN ^87-9006-31-3 .
0 1996ATUEL
Pichincha .19014oA
(1.249) Cap. Federal. Argentina
Telefax: 381-7107
Impreso en la Argentina / Piinted in Argentina
Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723
Sumario

Introducción....... ,.................... ................................. 9


I. Las funciones de las entrevistas preliminares.... 17
II , El diván ético........................................................ 49
III. ¿Qué tiempo para el análisis?............................ 69
IV. Capital y libido...................................................... 103
V. El acto psicoanalítico y el fin de análisis............ 135
Introducción

Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era


infinitas cosas, porque yo claramente la veía
desde todos los puntos del universo. Vi la tar­
de, vi las muchedumbres de América, vi una
plateada telaraña en el centro de una pirá­
mide, vi un laberinto roto...
ElAleph, Borges
E n el principio del psicoanálisis era el acto-el acto inaugu­
ral de Freud al inventar el psicoanálisis y abrir el inconscien­
te a su formalización. Acto que marca un antes y un después,
que trae en sí la discontinuidad y como tal tiene la estructu­
ra de corte. Acto fundador que se renueva en cada psicoaná­
lisis, habiéndonos legado Freud la incumbencia de reinven-
tarlo cada vez que, como psicoanalistas, autorizamos el co­
mienzo de un análisis.
Dar inicio a un psicoanálisis, a pardr de la demanda de al­
guien, depende del psicoanalista con su acto de decisión. Pe­
ro, ¿qué fundamenta esa experiencia? ¿Será el dispositivo
técnico inventado por Freud? Sabemos que existen aquellos
para quienes la respuesta es evidente: al dispositivo freudia-
no cuyo centro irreductible es la asociación libre se debe
sumar el "contrato'' que fija el llamado setíing analítico deter­
minando el tiempo de las sesiones, su frecuencia, etc., como
garantía de su buen funcionamiento. Cualquier pequeña
modificación en ese registro es supuesta como fatalmente
amenazadora para la experiencia psicoanalítíca. De ahí que
la sociedad psicoanalítíca tipo ipeísta (de la IPA - Internatio­
nal Psychoanalytical Association) se instituye como un Otro
del analista que supuestamente garantiza la ejecución de su
práctica por intermedio de ia imposición de reglas que de­
ben ser cumplidas y propuestas por medio de un contrato a
los analizantes.
Pero, ¿cómo podemos proponer al analizante una espe­
cie de concretización del Otro, sabiendo que en un análisis
conducido a su término, el sujeto es llevado a confrontarse
con la falta del Otro [S(/03 justamente porque el Otro fal­
ta? En lugar de las normas que dicho contrato que pretende
figurar el Otro establece, Lacan introduce el concepto de ac­
to psicoanalítico•>retirando al psicoanálisis del ámbito de las
reglas para situarlo en la esfera de la ética. Es el analista que
con su acto-da existencia al inconsciente, promoviendo el
psicoanálisis en lo particular de cada caso. Autorizar el ini­
cio de un análisis es un acto psicoanalítico -tal la condición
dei inconsciente cuyo estatuto no es, por lo tanto, ónáco, si­
no ético, pues depende de ese acto del analista-. El concep­
to de acto analítico devela que dicho "contrato" de inicio de
ánálisis exime al analista de la responsabilidad de su acto
-trátase de un contra-ácto-.
Mi propósito en este libro es interrogar el conjunto de
"normas" que se puso como cojnyención en llamar setting
analítico, a partir deí texto de Freud "El inicio del tratamíen-
tó'V dónde las encontramos bajo ía: designación de candido-
nés. '
Éste texto de Freud fue publicado inícíalmente en Inter-'
naíionak Zeiisckriftfür Psychoanalyse en dos partes: la primera,
en eneró de 1913, titulada "Nuevas observaciones sobre la
técnica del psicoanálisis: I. El inicio de tratamiento"; la se­
gunda, en marzo, con ei mismo título seguido de "La cues­
tión de las primeras comunicaciones - La dinámica de la
transferencia". El presente libro se centra sobre todo en ia
primera parte del referido texto fren diano, cuyas partes fue­
ron reunidas en un solo texto, tal como aparece en sus
Obras Completas. La siguiente frase concluye esa parte ini­
cial: "Pues bien, una vez reguladas de 1a manera dicha las
condiciones de 1a cura, se plantea esta pergunta: ¿En qué*
punto y con qué material se debe comenzar el tratamien­
to?"3. Pues son justanjente las condiciones (Badingungen)
de análisis establecidas por Freud que aquí enfocaremos: el
tratamiento de ensayo, el uso del diván, la cuesdón del tiem­
po y la cuestión del dinero.
Se trata de condiciones y no de reglas o normas impues­
tas por Freud, el cual estableció apenas una única regla pa­
ra el psicoanálisis: la asociación libre, que es la respuesta a la
pregunta sobre el inicio del tratamiento.
Si 1989 fue el año del cincuentenario de la muerte de
Freud, fue también el dei aniversario de 1a única regla pre­
sente en la experiencia analídca: el centenario de la "regla
fundamental", "la regla de oro" del psicoanálisis, dictada a su
fundador en el día 12 de mayo de 1889 por boca de Emmy
von N< Freud interrumpe el relato de esta paciente bajo hip­
nosis, para indagar sobre el origen de ciertos síntomas.
"Aproveché también la oportunidad para preguntarle por­
qué sufría de dolores gástricos y de dónde provenían. Su res­
puesta, dada a disgusto, era que no sabía. Le solicité que tra­
tase de recordar para decírmelo el día siguiente. Me dijo en­
tonces, en un claro tono de queja, que no debía continuar
preguntándole de dónde provenía eso o aquello, sino que la
dejase contar lo que tenía para decirme."2
La aceptación de la propuesta de Frau Emmy von N. y su
1Freud, S., “O inicio do (racamento”, ESB (Edifáo Standard Brasileña das
obras psicológicas computas de Sigmund Freud, Rio, Imago, 1975-80), vol XII,
pp. 163-187.
2Freud, S., “Frau Emmy con N.”, SEB, vol. II, p. 107.
generalización por parte de Freud lo hacen postular la inclu­
sión del saber en los dichos del analizante para construir el
análisis como taík'mg cure-la cura por el habla, el tratamien­
to de la palabra-." El paciente -escribe Freud en el final de
su obra- debe decirnos no solo lo que puede decir intencio-
nalmente y de buena voluntad» cosa que le proporcionará
tun alivio semejante al de una confesión, sino también todo
lo que su autoobservación le provee, todo lo que le viene a
la cabeza aunque le sea desagradable decirlo, aunque le pa­
rezca sin importancia o realmente absurdo. Si después de es­
ta inducción consigue poner su autocrítica fuera de acción,
nos presentará una masa de material “pensamiento,
ideas, recuerdos- que ya está sujeta a la influencia del in­
consciente”.3
Es ésta, por lo tanto, ía única regía del psicoanálisis. Ella
no está deí lado del analista y sí del analizante. Trátase de
una regla correlativa a la propia estructura del campo psi­
coanalítico abierto por Freud. Es la asociación libre que
marca el inicio deí psiconálisis y también eí inicio de cada
psiconáíisis; es el punto en que el análisis debe comenzar.
Del lado deí analista, salvo el precepto de la atención flo­
tante, no hay reglas, sino ía ética del psicoanálisis, regida por
el deseo deí analista.
Nuestro objetivo es el de señalar, a partir de la enseñanza
dejacques Lacan» los fundamentos de esas cuatro condicio­
nes enumeradas por Freud. Lejos de pretender agotar el te­
ma, este trabajo es sólo una introducción a las condiciones
del análisis, y conserva el estilo de conferencia en el cual fue
elaborado. Trátase de verificar en la experiencia psicoanalí-
tica cuánto de esas condiciones son determinadas por los
propios fundamentos del psicoanálisis.
La ÍPA transformó esas condiciones en regias sometidas al
3 Freud, S. “Esbozo de psicoanálisis”, ESE, vol. XXIII, p. 201.
control institucional, sobre todo en lo que se refiere a los
"análisis didácticos", reduciendo la experiencia psicoanalíti­
ca a un estandar, en ía cual el analista es un mero empleado
del dispositivo. En el capítulo sobre la práctica analítica y sus
condiciones, en un documento elaborado por una sociedad
de psicoanálisis ligada a la ÍPA, denominado "Presentación
para el uso de un lector lego" (donde se busca informar al
público sobre qué es-ei psicoanálisis y la formación de psicoa­
nalista), las condiciones enumeradas por Freud son erigidas
en reglas, colocadas al mismo nivel de la asociación Libre,
que en vez de regla de oro es considerada una condición
igual a las otras. Defínese también el marco (cadre, setting)
analítico: "El rigor respecto ai número, la regularidad y la du­
ración de ía sesión, que es fija: nada de lo que el paciente es
llevado a decir, bajo la regla fundamental, es susceptible de
disminuir o aumentar su tiempo de discurso o de silencio."4
Colocándose como el Otro del analista, la institución pene­
tra a tal punto en un espacio en principio inviolable, que son
exigidos de los "didactas" informes periódicos sobre el "pro­
greso" de sus analizantes.5
Recolocar esas reglas, impuestas en el ámbito de condi­
ciones, es someter el dispositivo analítico a la experiencia
deí inconsciente y a la particularidad de cada análisis e inclu­
so hasta de cada sesión.
Desde hace casi cuarenta años, a partir de Lacan, se prac­
tican las sesiones cortas. Muchas veces esta práctica es viven-

4 Donnet, J-L. “La psychanalyse et la Société psychanalyque de Paris en


1988 - Présentation a l’usage d’lecteur profane", Revue Francaise de Psycha­
nalyse, nQm , Paris, PUF, 1988.
5 Cf. “Les recommendations d’Edimbourg de 2/8/61”. condiciones para
que la Société Francaise de Psychanalyse sea aceptada como institución-
miembro de la IPA (una de ellas siendo la exclusión de Lacan de la lista
de los didactas) - y “L ’excommunicatim", Ornicar?, París, Navarin, 1977, pp.
19-21.
ciada externamente como moda, sobre todo por aquellos
que buscan una garantía en el tiempo fijo de cincuenta mi­
nutos; otras, criticada de tíme ís money: "¿A quién no le gusta­
ría ganar la misma cantidad de dinero en menos tiempo?".
Ese razonamiento de la sociedad de consumo, organizada
para"TT7ervicio de los bienes, es absolutamente contrario a
ía ética de facques Lacan, que nunca abandono esa práctica
por estar fundamentada en la experiendaTdel inconsciente,
incíuso contra viento y marea, llegando por esto a ser ex­
cluido de la función de formación de la sociedad a ía que
pertenecía.6 Tiempo v dinero están disociados en la expe­
riencia analítica. Son condiciones que se deben correspon­
der y someter, cada una de ellas, a la lógica del psicoanálisis
que rige el dispositivo inventado por Freud.
El rigor no se encuentra en las condiciones erigidas en re­
glas, sino en ía conducción deí anáíisis sobre el cual el analis­
ta debe saber responder. De ahí ía exigencia establecida por
Lacan de un trabajo previo a la decisión de aceptar un pa­
ciente en análisis: las entrevistas preliminares, que denen sus
funciones diagnóstica, sintomaí y transferencial. Ellas corres­
ponden a lo que Freud denominó tratamiento de ensayo.
Tampoco eí uso deí diván debe erigirse en regía. Tratare­
mos, por lo tanto, de buscar las bases de esa práctica del di­
ván y saber a lo que ella responde en el ámbito del campo
freudiano.
Si no son las condiciones elevadas artificialmente al esta­
tuto de reglas^jjqué puedecaíifícar al psicoanalista^ La res­
puesta sólo pueclé ser una: es el pasajecte analizante a ana­
lista eh el interior del propio proceso analítico -pase que es
correlativo aí final de análisis-.

®Cf. “Directive de Stockhoim” (Lacan “no se resigna a las recomendacio­


nes de Edimburgo en su práctica analítica con ios candidatos en forma­
ción"), "L exconmmnication” Ornicar?, París, Navarin, 1977, pp. 81-62.
Es esa condición que es introducida corno más tena, en es­
te trabajo, que se sirve de ese significante propuesto por La­
can al estructurar la composición y el funcionamiento del
cartel.* El +2 es el elemento que pertenece al conjunto, te­
niendo la función de constituirlo y de hacerlo funcionar. Se
puede también aquí evocar la fórmula borromeana del car­
tel: x+1, en que al retirarse el +i del nudo borromeano se
obtiene la individualización completa de los elementos.7
El pasaje de analizante a analista en el final de análisis es
parte, como el del cartel, de las condiciones de análisis
enumeradas en el texto freudiano. Verificando:
1) Una no homogeneización entre ellas -cada condición
se cuenta y se fundamenta una a una, cada cual debe ser
considerada individualmente y en relación a las otras-,
2) Una estructura borromeana a esas cuatro, sin la cual
ellas no representan nada y no forman un encadenamiento
-las condiciones de análisis están sometidas a su estructura-.
3) Una limitación en el tiempo, incluyendo lafmitud que
es el propio final de análisis donde hay disolución del víncu­
lo analítico, cuya duración no puede ser prevista, al contra­
rio del cartel que tiene su dempo delimitado.
La condición de término de análisis como +1, de ía mis­
ma forma que en el cartel, es responsable por el "buen an­
dar" de las otras condiciones: en la decisión de dar inicio al
análisis, incluyendo desde entonces su fin; en la utilización
del diván, al posibilitar al analista soportar el objeto a para
el analizante; no dejarse llevar por el capital libidinal del su­
jeto, en el corte de la sesión, interrumpiendo la cadena de
significantes dei analizante. "El acto psicoanalítico, ni visto
* Cartel-modalidad de agntpamiento de personas inventado por Lacan
para estudiar psicoanálisis en que cuatro se reúnen y escogen un quinto
llamado -f1 para empreder un trabajo en común. El cartel constituye el ór­
gano de base de la Escuela de Lacan.
7Jomadas de Carteles 1975, Lettres de I'EjF.P., n518.
ni conocido fuera de nosotros, esto es, jamás discernido y
mucho menos todavía colocado en cuestión, es lo que noso­
tros suponemos a partir del momento electivo en que el psi-
coanalizante pasa a psicoanalista."8 Esta condición +1 es la
condición sine qua non para que eí analista conduzca el aná­
lisis de un sujeto, dei inicio al fin.

8 Lacan, J.5 “Comptes rednus d’enseignemerm - í’Acte psychanalyüque”


(1967-1968), Omicart, n 29, París, Navarin, 1984.
capítulo I
LAS FUNCIONES DE LAS
ENTREVISTAS
PRELIMINARES
Cuando curiosamente te preguntaran, buscando sa­
ber qué es aquello,
no debes afirmar o negar nada.
Pues lo que quiera que sea afirmado no es la verdad,
Y lo que quiera que sea negado no es verdadero,
¿Cómo alguien podrá decir con certeza lo que
Aquello pueda ser
Mientras que por sí mismo no haya comprendido
plenamente lo que Es?
Y, luego de haberlo comprendido, ¿qué palabra de­
be ser enviada de una Región
Donde el carruaje de la palabra no encuentra una
huella por donde pueda seguir?
Por lo tanto, a tus cuestionamientos ofréceles ape­
nas el silencio,
Silencio - y un dedo apuntando el camino.
Verso budista
E n su texto "El inicio del tratamiento", Freud declara tener
la costumbre de practicar lo que llama de tratamiento de en­
sayo: tratamiento psicoanalítico de una o dos semanas antes
del comienzo del análisis propiamente dicho. Esto serviría,
según él, para evitar la interrupción de análisis luego de un
cierto tiempoTTreud n<Tespe^caTno obstante, por qué ese
^atamiento se interrumpiría. Veremos más adelante que su
continuación está absolutamente relacionada con la cues­
tión de la transferencia.
En ese mismo texto, Freud anuncia que ía primera meta
del análisis es la ele relacionar el paciente a su tratamiento y
a la persona del analista, siendo más explícito en relación a
por lo menos una función de ese tratamiento de ensayo: la
' del establecimiento del diagnóstico yen particular la del diagnós­
tico diferencial entre neurosis y psicosis.
La expresión entrevistas preliminares corresponde en Lacan
al tratamiento de ensayo en Freud. Esta expresión indica que
existe un umbral* una puerta de entrada al análisis totalmen­
te distinta a la puerta de entrada del consultorio del analista.
Se trata de um tiempo de trabajo previo al análisis propia­
mente dicho, cuya entrada es concebida no como continui­
dad, sino -como el propio nombre tratamiento de ensayo pa­
rece sugerir- como una discontinuidad, un corte en relación
a lo que era anterior y preliminar. Este corte corresponde a
atravesar el umbral de los preliminares para entrar en el dis­
curso analítico. Este preámbulo a todo psicoanálisis es erigi­
do por Lacan en posición de condición absoluta: "no hay en­
trada en análisis sin las entrevistas preliminares".1
En la práctica comprendemos, sin embargo, que no siem­
pre es posible demarcar nítidamente este umbral de análisis.
Esto ocurre porque tanto en las entrevistas preliminares co­
mo en el propio análisis lo que está enjuego es la asociación
libre.
"Este ensayo preliminar", dice Freud, es propiamente el
inicio de un análisis y debe adecuarse a sus reglas. Se puede
quizás hacer la distinción de que durante esta fase se deja al
paciente hablar casi todo el tiempo y no se explica nada más
que lo absolutamente necesario para hacerlo proseguir en
lo que está diciendo. Tenemos, por lo tanto, la indicación de
que, en ese momento, la tarea del analista es apenas la de re­
lanzar el discurso del analizante. Freud, entretanto, dirá que

1 Lacan, J,, “El Saber del Psicoanalista” (ciclo de conferencias inédito), 2


de diciembre de 1971.
"hay razones diagnósticas para hacer ese tratamiento de en­
sayo”. Este es el momento en que, por principio, la cuestión
diagnóstica está en juego.
Las entrevistas preliminares tienen la misma estructura
de análisis, pero son^jistmtáiTde^^
situación es colocada a nivel de una paradoja que puede ser
escrita así:
EP = A <->EP*A
y que se lee: entrevistas preliminares son iguales al análisis,
implicando que entrevistas preliminares son diferentes del
análisis. De esto se concluye que:
1 - La asociación libre mantiene la identificación de las
entrevistas preliminares con el análisis (EP-A).
2 - Ese tiempo de diagnóstico hace que se distinga entre­
vistas preliminares de análisis (EP^A),
El analista está sometido a esta paradoja, a partir de ía
cual decidirá si aceptará o no aquella demanda de análisis.
Desde el punto de vista deí analista, las entrevistas prelimi­
nares pueden ser divididas en dos tiempos: un tiempo de
comprender y un momento de concluir,2 en el cual él toma
su decisión. Eí acto psicoanalítico se sitúa en el momento de
concluir, asumido por ei analista, de transformar el trata­
miento de ensayo en análisis propiamente-dic.h^.
En El diván ético (cap. II) veremos cómo el corte que im-
plica ese pasaje es un acto que puede ser significados! suje-
que el analizante se
hueste. Ese corte es ía señal dada por eí analista ai candida­
to a análisis, de que lo acepta en análisis. Indicación impor­
tante, pues el hecho de recibir a alguien en su consultorio
no significa que el analista lo haya aceptado en análisis. El
2ver capítulo III, “¿Qué tiempo para análisis?".
sujeto sabe que es candidato a analizante y se encuentra con
ia expectativa de que el analista que eligió confirme que
también lo eiigió a él: para que el análisis se desencadene es
necesario, además de la elección del candidato, 1a elección
por parte del analista. En ia constitución de esta,^^!^»^^-
ción, el sujeto será impelido a elaborar su demanda de aná­
lisis, lo que es verificado, como veremos en ía práctica, como
un factor de histerización ($ —» Sj) en la producción del sín­
toma analítico.
ToHemos^vidir en tres las funciones de las entrevistas
preliminares, cuya distribución es lógica antes que cronoló­
gica:
1 - La función sintomal (sinto-mal),
2 - La función diagnóstica.
S - La función transferencia!,

1 - IA FUNCION' SINTOMAL (SINTO-MAL)


La demanda de análisis puede ser considerada en térmi­
nos de su producción, siendo un producto de la oferta del
psicoanalista. "Conseguí, en suma, dice Lacan, lo que en el
comercio común quisieran poder realizar tan fácilmente:
con 1a oferta, creé ía demanda".3 Hay una corriente de refle­
xión psicosocioiógica asolando nuestros trópicos que se
preocupa por las condiciones de creación de esa demanda
por la difusión del psicoanálisis. Esa orientación, al acentuar
la dimensión de la oferta para denunciar una supuesta facti-
cidad de la difusión del psicoanálisis como una moda, lleva
al desprecio y la desconsideración de la propia clínica analí­
tica, donde lo que importa es cómo ía demanda se particu­
5 Lacan, J., Ecñts, Senil, París, p. 617.
larizará en un sujeto, que se presenta al analista representa­
do por su síntoma.
La demanda en análisis no debe ser aceptada en estado
bruto, sino cuestionada. La respuesta de un analista a al~
guieliquelTeg^ explícita de análisis no pue­
de ser, por ejemplo, la de abrir la agenda y proponer un ho­
rario y un contrato. Para Lacan sólo hay una demanda ver­
dadera para dar inicióla, un análisis: la de desprenderse de
un síntoma. Para alguien que viene a pedir un análisis para
conocerse mejor, la respuesta de Lacan es clara: "yo lo des­
pacho".4 Lacan no considera ese "querer conocerse mejor”
como algo que tenga status de una demanda que merezca
respuesta.
Ia demanda de análisis es correlativa a la elaboración del
síntoma en tanto "síntoma analítico". Lo que está en cues­
tión en esas entrevistas preliminares no es si el sujeto es ana­
lizable, si tiene un yo fuerte o débil para soportar las aspere­
zas del proceso analítico. La analizabüidad está en función del
analizabilLdad^d^smtmnjaum^s
un atributo o caM cajim jg-éate,^como algo que le fuese pro-
pio: elia(c[ebe ser buscada>para que el análisis se inicie v
transformar el síntoma del cual el sujeto se queja en sínto­
ma analítico.
Ese sujeto puede presentarse al analista para quejarse de
su síntoma y hasta pedir para desprenderse de él, pero eso
no basta. Es p reciso que esa queja se transforme en una de­
manda dirigida.aLanaliacá v que el síntoma pase del estatuto
de respuesta al estatuto de pregunta para el sujeto, para que
éste sea instigado a descifraHa^ErTese trabajo preliminar, el
síntoma será cuestionado por el analista que procurará sa­
ber a qué responde ese síntoma, qué goce viene a delimitar.^ Esa
4 Lacan, J., “Conférences et entretiens dans les uníversités nord-américa-
•nesn, Scilicet N2§/7, Seuil, París, 1976, p. 33.
problemática puede ser formulada en términos freudianos
de la siguiente forma: ¿Qué hizo fracasar la represión y sur­
gir el retorno de lo reprimido para que fuese constituido el
síntoma?
La (feudayel Hombre de las Ratas, por ejemplo, se pre-

bilidad de pagarla.
En el caso de un paciente que se presenta al analista con
una idea obsesiva que lo hace sufrir, es necesario que ese sín­
toma, que es un significado para el sujeto, readquiera su di­
mensión de significante, que implique al sujeto y al deseo. El
síntoma aparece como un significado del Otro -s(A)~, está di­
rigido por la cadena de significantes al analista, que está en
el lugar del Otro -(A)-, y debe transformar ese síntoma en la
pregunta que Lacan denomina "¿Qué quieres?" (che vuoi?),
pregunta llamada deseo. El deseo es, pues, una pregunta
que cabe al analista introducir en esa dimensión sintomaí.
Che Vuoi?
s(A) (A)
Para dar otro ejemplo, cito un caso descripto en un artí­
culo de Marie-Héléne Brousse, titulado "El Destino del Sín­
toma”, donde vemos esos tiempos bien destacados.5 Se trata
de una mujer en cuya vida emergió un goce, bajo forma de
angustia, cuando fumó hachís por primera vez. Este goce es­
taba acompañado de una sensación de muerte inminente,:
5 IRMA, Clínica Lacaiñana, textos de la revista Ornicar? reunidos por Ma­
nuel Barros de Motta, jorge Zahar Editor, 1989, pp. 69-79.
de caída y un grito: "Voy a morir, ¿ustedes no ven que voy a
morir?". A partir de entonces, esta mujer presentó un sínto­
ma: eíía iría a repetir esa caída con un nombre encontrado
en e! saber médico: "espasmofUia". Se presentó al analista
con ese síntoma ya establecido. A partir de ese encuentro, el
síntoma sería elevado al estatuto de enigma para luego desa­
parecer y volverse otro tipo de síntoma, la depresión.
La constitución del síntoma analítico es correlativo al es­
tablecimiento de ía transferencia que hace emerger el suje-
m"supuesto saben pivote de la transferencia. El momento en
que el síntoma es transformado en enigma es de histeriza-
ción, ya que el síntoma^epiies^eiita-^aíiLiajclivisión del sujeto
(f) En tanto el síntoma es parte de la vida del sujeto -vida
corTla cual se acostumbró antes del encuentro con el analis­
ta™puede ser considerado como un signo (o señal): aquello
que representa alguna cosa para alguien. Cuando ese sínto­
ma es transformado en pregunta, aparece como ía propia
expresión de la división del sujeto. En el momento que el
síntoma encuentra la dirección correcta, el analista se torna
síntoma propiamente analítico. Eso es lo que Lacan quiere
decir con la formulación 'LeLanalista completa el síntoma"
-que corresponde al discimQ^^cüiistériai-
$ —> S,
a S2
Omaotenci^
Con ese síntoma, el sujeto se dirige al analista con una
pregunta -¿Qué quiere decir esto? ¿Qué significa eso? Esta
posición incluye un saber, pues supone que el analista deten­
ta ía verdad de su síntoma bajo la forma de una producción:
el sujeto histérico arrincona al amo (Sj) para que produzca
un saber (S2). Saber sobre el goce que está en causa y que
viene a mostrar la verdad escamoteada del síntoma. Manio­
bra predestinada ai fracaso debido a la impotencia deí saber
en dar cuenta de la verdad dei goce (a), constituyendo, en­
tretanto, un lazo sociai por la propia definición de discurso
para Lacan,
El enigma ($) es dirigido al analista (Sj), que es el su­
puesto detentor del saber: de esta forma el analista es inclui­
do en ese síntoma, completándolo. En las entrevistas preli­
minares se trata, por lo tanto, de provocar la histmzaáón del
dividido,
o sea, el propio inconsciente en ejercicio.*3

2 - LA FUNCION DIAGNOSTICA
La cuestión del diagnóstico diferencial sólo se coloca en
psicoanálisis como fundón de la dirección de análisis: diag­
nóstico y análisis (en sentido de proceso analítico) se encuen­
tran en una relación lógica, llamada de implicación: D A
(si D entonces A). El diagnóstico sólo tiene sentido si sirve
de orientación para la conducción del análisis. Por lo tanto,
el diagnóstico sólo puede ser buscado en el registro simbóli­
co donde son articuladas las preguntas fundamentales del
sujeto (sobre el sexo, la muerte, la procreación, la paterni­
dad) en ocasión de la travesía del complejo de Edipo: la ins­
cripción del Nombre del Padre en el Otro del lenguaje tie­
ne como efecto la producción de la significación fálica, per­
mitiendo al sujeto inscribirse en la división de los sexos.
A partir de lo simbólico puede hacerse el diagnóstico di­
ferencial estructural por medio de los tres modos de nega­
ción de Edipo -negación de la castración del O tro- corres­
pondientes a las tres estructuras clínicas. Un tipo de nega­
ción niega ei elemento, pero lo conserva, manifestándose de
6 Lacan, J., “Radiophcmíe”, Scilicet n° 2/3, Senil, París., 1970, p. 89.
dos maneras: en la represión (Verdrangung) del neurótico
que niega conservando el elemento en el inconsciente y en
la desmentida ( Verleugnung) del perverso que lo niega con­
servándolo en el fetiche. La forclusión (Verwerfung) del psi-
cótico es un modo de negación que no deja trazo o vestigio
alguno: ella no conserva, arrasa. Los dos modos de negación
que conservan implican la admisión del Edipo en lo simbó­
lico, lo que no sucede errla forclusión.
Cada modo de ne^acioryes concomitante aun tipo de..ce&
torno de lo que es negado. En la represión, lo que es nega­
do en lo simbólico retorna en lo simbólico bajo la forma de
síntoma: el síntoma neurótico. En la desmentida, lo que es
negado es concomitantemente afirmado y retorna en lo sim­
bólico bajo la forma del fetiche del perverso. En la psicosis,
lo que es negado en lo simbólico retorna en lo real como au­
tomatismo mental, cuya expresión más evidente es la aluci­
nación. Como el retorno se da en lo real, es decir, fuera de
lo simbólico, se emplea el neologismo "forclusión” como
versión dél término francés forclusión, utilizado en el ámbito
jurídico para referirse a un proceso prescripto, o sea, aquel
del que ya no se puede más hablar porque legalmente no
existe más. El término forclusión como forma de negación
indica por sí mismo ese lugar de retorno, la "inclusión" fue­
ra de lo simbólico.
Estructura clínica forma de negación lugar de retomo fenómeno
Neurosis represión
(Verdrangung simbólico síntoma
Perversión desmentida
(Veiieu.gnung) simbólico fetiche
Psicosis forciusión
(Venoerfung) rea! alucinación
¿Cómo se manifiesta ese diagnóstico diferencial estructu­
ral en la clínica?
En la neurosis, el complejo de Edipo, nos dice Freud, es
víctima de un naufragio, que equivale a la amnesia histérica.
El neurótico no recuerda lo que sucedió en su infancia (am­
nesia infantil), pero la estrutuctura edípica se hace presente
en el síntoma. Un ejemplo es la idea obsesiva del Hombre de
las Ratas, formulada en la frase: "si veo una mujer desnuda,
mi padre debe morir". La represión de la representación del
deseo de muerte del padre retorna en lo simbólico bajo la
forma de síntoma: la idea obsesiva, expresada en esa frase,
denota su estructura edípica, o sea, la prohibición, conecta­
da al padre, de ver una mujer desnuda. El síntoma provee
así un acceso a la organización simbólica que representa al
sujeto.
En la perversión, hay admisión de la castración en lo sim­
bólico y concomitantemente un rechazo, una desmentida.
Ese mecanismo, así como los otros modos de negación, ocu­
rre en función del sexo femenino: por un lado, existe la ins­
cripción de la ausencia del pene en la mujer, por lo tanto, de
la diferencia sexual; por el otro, esa inscripción es desmen­
tida. El retorno de ese tipo de negación particular del per­
verso es cristalizada en el fetiche, cuya determinación simbó­
lica puede ser aprehendida a través de su estructura de len­
guaje, como se ve en el ejemplo con que Freud inicia su ar­
tículo "El Fetichismo”. Lo curioso es que no recurre a los fe­
tichistas clásicos, a los que adoran pie, bombacha o cual­
quier otro objeto más próximo del sentido común. Freud ex^
pone el caso de un paciente cuya condición de deseo está re-?
lacionadaaun determinado "brillo en la nariz" del otro. El
análisis revelará un juego de palabras translingüístico que
permite entender este enlace: brillo, en alemán glanze, es
homófono a glanceque, en inglés, significa mirar. El secreto
de ese fetiche residía en el hecho de que este sujeto vivió los
primeros años de su infancia en un país de lengua inglesa.
Esta es la pista de la constitución del fetiche que demuestra
su determinación por las coordenadas simbólicas de la his­
toria del sujeto, denotando, como todo fetiche, el objeto
pulsional en cuestión (la mirada).
En la psicosis, el significante retorna en lo real, apuntan­
do la relación de exterioridad del sujeto con el significante,
como aparece de una for-ma general en los disturbios de len­
guaje constatables por cuaiqiii£i_jdm^^ confronte
con un psicótico: su paradigma son las voces alucinadas. Se
encuentran también intuiciones delirantes, en las cuales el
sujeto atribuye una significación enigmática a un determina­
do acontecimiento que no consigue explicar; ecos de pensa­
miento, donde el sujeto escucha sus pensamientos repeti­
dos, y puede atribuir a alguien esa resonancia; pensamientos
impuestos, en los cuales el sujeto no reconoce como suya la
cadena de significantes, que adquiere una "autonomía" que
refiere como obra de otro. En suma, todo el cortejo que Cié-
rambauk llamó de automatismo mental. Son ideas no dialec-
tizableSj que por no poder ser sometidas a dudas o cuestio-
namiento se imponen como bloques monolíticos, como cer­
tezas, La duda es característica del neurótico porque denota
una división del sujeto,«donde hay un sí y un no. En la psico­
sis, la certeza -certeza delirante por excelencia- ya muestra,
por lo tanto, un disturbio en el lenguaje. Por otro lado, la
forclusión del Nombre-clel-Padre implica la "cerificación"
deljsignificante fálico ( N P o ( p o ), teniendo como efecto la
imposibilidad de situarse en la división de los sexos como
hombre o mujer, efecto que podrá manifestarse en una serie
de fenómenos, que van desdeJa.áv£iicia de castración hasta
la transformación en mujer.
Freud describe la función del diagnóstico en el texto "El
inicio del tratamiento", con respecto al análisis de psicótícos:
"Sé que ciertos psiquiatras dudan menos que yo en hacer un
diagnóstico diferencial, pero pude convencerme que tam­
bién ellos se engañan con frecuencia. Sin embargo, es preci­
so notar que, para el psicoanalista, el error comporta más
consecuencias deplorables que para dicho psiquiatra clínico
[...]. En un caso difícil en que el analista cometió tal error
de orden práctico, provocando muchos gastos inútiles, é l
Done
l^""1
en descrédito sumé r.óH^dX}ratamierito F...1. Cuando
el paciente no es acometido por histeria o neurosis obsesiva,
i, -- L jimii r ii._j.inw iim i " 'iiinm 'm w w nw

sino por parafrenia, el médico se encuentra en la imposibi­


lidad de sustentar su promesa de cura y es por esto que tie­
ne todo el interés en evitar un error de diagnóstico". En re­
lación a la cura, como efecto terapéutico esperado en un
análisis, concordamos con Lacan cuando dice que un sujeto,
como tal, es incurable7: él no puede ser curado de su incons­
ciente. Por más análisis que se haga, incluso atravesando la
fantasía y llegando hasta el final, el inconsciente no va a de­
jar de manifestarse: el sujeto está barrado ($), como atesti­
guan la persistencia de los lapsus, sueños y chistes en los su­
jetos ya analizados.
Entonces, ¿cuál es la promesa de cura que el psicoanalis­
ta no puede sostener en el caso de la psicosis? Sólo hay una
respuesta a esa pregunta: el analista no puede prometer in­
cluir al psicótico en la norma falica; no puede hacerlo ''nor­
mal", incluirlo en la norme rnáfe. La norma esta regida por el
Edipo y por el complejo de castración, cuyo producto es el
significante fálico, prioridad para ambos sexos. La forclu-
sión del Nombre-del-Padre (NP) excluye al sujeto de la nor­
ma fálica (NPo -$■ <po), anulando cualquier, esperanza del
analista de hacerlo bascular para el lado de la neurosis. No
se puede, por lo tanto, volver neurótico a un psicótico. He
aquí lo que se puede deducir de la advertencia freudiana,
7 Lacan, J. “Compres rendas d’enseignements - l’Acte psychanalytíque”
(1967-1968), Ovnicari n 29, París, Navarin, 1984, p. 18.
confirmada por ia continuidad que Lacan dio a su enseñan­
za, así también como por la propia experiencia analítica.
Si el sujeto es psicótico, es importante que el analista lo
sepa, pues la conducción del análisis no podrá tener como
referencia al Nombre-deI-Padre o la castración. De ahí la im­
portancia de detectar la estructura clínica del sujeto en las
entrevistas preliminares.
Otra manera de interpretar el texto freudiano es conside­
rar que, para Freud, hay una contra-indicación de psicoaná­
lisis para psxcóticos. En Lacan, hay algunas indicaciones que
señalan como mínimo, cierta prudencia. Sin embargo deja
a cargo de cada analista la resolución de aceptar o no al psi­
cótico en análisis. "Sucede que aceptamos pre-psicóticos en
análisis y sabemos en lo que eso va a dar: va a dar en psicoti-
coVH&Tañálisis, como Iug?r rte 1? pi^rU
desencadenar una psicosis hasta entonces no declarada. En­
contramos, entre tanto, indicaciones de otro tipo. "La para­
noia, quiero decir ía psicosis, es para Freud absolutamente
fundamental- La psicosis es aquello delante _de_Jo que un
analista no debe, en ningún caso, retroceder."9 En esos ca­
sos^ podemos m terpretsrqae; ff^TTfe^lJHa psicosis ya desen­
cadenada, no habría por qué no acoger la demanda de aná­
lisis de ese sujeto. Lacan da otras indicaciones sobre la es­
tructura de la transferencia del psicótico que muestran que
su posición no es la de contra-indicación.10
En cuanto a la cuestión más general del diagnóstico, La­
can llega a decir: "Existen tipos de síntomas, existe una clí­
nica. Sólo que ella es anterior al discurso analítico y si el dis­
curso analítico trae una luz a la clínica, esto es seguro, pero

6 Lacan, J. Le Séminaire, livre III (1955-1956), París, Seuil, 1981, p, 285.


9 Lacan, J., “Overtttre de la Section Clinique”, Omicar?, n° 9, Senil, 1977,
p. 12.
10 Cf. Quinet, A., Cttnica da Psicose, Fator, Salvador, 1990.
no es cierto."11 ¿Qué clínica existe antes del discurso analíti­
co si rio la clínica psiquiátrica? Lacan recurre a ella sirvién­
dose, por ejemplo, del concepto de automatismo mental pa­
ra el diagnóstico psicoanalítico de la psicosis, que encuentra
su fundamento en la lógica del significante.
La clínica a partir dei discurso analítico es, por lo tanto,
algo que debe ser construido. En esa clínica, sólo hay un ti­
po clínico posible de ser afirmado, la histeria: "que los tipos
clínicos resultan de la estructura, ha aquí lo que puede escri­
birse, aunque no sin dudar. Sólo hay certeza y sólo es trans­
misible para el discurso de la histeria."12 La transmisibilidad
en análisis siempre fue una preocupación para Lacan. Es lo
que aparece bajo la forma de materna, cuya etimología nos
indica aquello que se aprende, o que se enseña. El único ti­
po clínico transmisible a nivel de una conceptualización for­
mal es la histeria. A pesar de eso, Lacan nunca dejó, a lo lar­
go de toda su enseñanza, de intentar situar los otros tipos clí­
nicos a partir de la'experiencia analítica.
En las entrevistas preliminares es importante, en lo refe­
rente a la dirección del análisis, traspasar el plano de las es­
tructuras clínicas (psicosis, neurosis, perversión) para llegar
al plano de los tipos clínicos (histeria - obsesión), aunque
"no sin dudar", para que el analista pueda establecer la estra­
tegia de la dirección de análisis, sin la cual queda a la deri­
va.
La base de la estrMggia-éel^nalista en la dirección del
análisis se refiere a lá^ansferencm 13 con la cual el diagnós­
tico debe estar correlacionado.
Dado que el analista será convocado a ocupar en la trans­

11 Lacan, J., “Introducao á edicao alema de um primeiro volume dos Es­


critos” (Walter Veiiag), Falo n° 1, Salvador, Fator, 1988, p. 10.
12 Und.
13 Lacan, J., Ecñts. p. 589.
ferencia el lugar del Otro del sujeto a quien son dirigidas sus
demandas, es importante detectar en ese trabajo previo la
modalidad de la relación del sujeto con el Otro.
Para el obsesivo, el Otro goza, como lo ilustra en el caso
d e l( ^ ^ ^ ^ ^ d ^ S ^ S ^ la figura del capitán cruel que trae
a escena, con su relato del suplicio de las ratas, un goce te­
rrible y mortificados Ese Otro del obsesivo es patente en el
personaje del Padre de horda primitiva del mito de Tótem
y Tabú, que es, como dice Lacan, un mito de obsesivo. Se tra­
ta de un Otro detentor de goce, que impide su acceso al su­
jeto, Es un Otro a quien nada falta y que no debe, por lo tan­
to, desear: el obsesivo anula el deseo del Otro. Se instala en
ese lugar del Otro marcando su deseo por la imposibilidad.
Trátase de un Otro que manda, legisla y lo vigila constante­
mente. La fantasía del obsesivo trae la marca del imposible
desvanecimento del sujeto para escapar del Otro.H
En la tentativa de dominar el goce del Otro para que és­
te no emerja, el obsesivo no sólo anula su deseo sino tam­
bién pretende llenar todas las lagunas con significantes para
impedir ese goce: no para de pensar, dudar, calcular, contar.
Al situar al Otro como amo y señor, el obsesivo acaba en la
posición de esclavo, trabajando y esforzándose en engañar al
señor demostrando buenas intenciones manifestadas en su
trabsyo.15 Con todo, él mismo se engaña al creer que es "su
trabajo que le debe dar acceso al goce".16 El mito del amo y
del esclavo es para Lacan un mito de obsesivo.
Encontramos en la clínica del obsesivo la conjugación en
el Otro de dos significantes:¿el padre y la muerte, denotan­
do la articulación de la ley con el a^^inato^telpadre en la
constitución de la deuda simbólica. Esto aparece en los im­
14 Ibid, p. 315.
15 Ibid, p. 811.
16 Ibid, p. 824.
pases dei obsesivo relativos a la paternidad, al dinero, al tra­
bajo, a la justicia y a la legalidad. SLel obsesivo es aquel que
garantiza al Otro, siendo por lo tan t^uT TadorJ7 su deseo es-
tá^ndicio n ad o ”por_e 1 c 6 j5 ¿ b a n d ^ ~
Para La histérica, el Otro es el Otro del deseo, marcado
por la falta y por la impotencia para alcanzar el goce, tal co­
mo demuestra el padre de Dora, cuyo deseo va a sostener
|con su síntoma de afonía (determinado por la fantasía de
felatio): $ 0 a s(A).
La histérica confiere al Otro el lugar dominante: en la es­
cena de seducción de su fantasía, en que figura el encuentro
con ei sexo, ella no está presente como sujeto, sino como ob­
jeto: "No fui yo, fue el Otro". Eso aparece en Ía clínica como
una reivindicación al Otro, a quien, a diferencia del obsesi­
vo, no debe nada: es ei Otro quien le debe. Si el obsesivo es­
camotea la inconsciencia del Otro suponiéndole ei goce, pa­
ra la histérica el Otro no üene falo. Sí tampoco ella lo posee,
debe asumir, entonces, la función dXparecer ser el falo!
La histérica, no es esclava: ella desenmarcara iaJim dón
iel señor haciendo huelga. Sin embargo." está siempre en ía
bjusqueda de un dueño, de un amo: inventa un amo, no pa­
ra someterse a él. sino para reí nanapuntando las fajías de su
dominación y maestría.18 La histérica estimula el deseo del
Otro y_se hurta como .objeto: es lo oue confiere a su deseo Ja
marca de_Lasatisfacción.1^
LosQípos clínicos) también se sitúan distintamente en
cuanto aT deseo quese estructura, no como una respuesta si­
no como una pregunta inconsciente que se sitúa en eí nivel
de "¿Quién soy yo”?. Para el obsesivo, se trata de una pregun­
ta sobre la existencia (¿estoy vivo o muerto?); para ía histéri­
17 Ibid, p. 633.
18 Lacan, J., Le Séminaire, livre XVU -Lenvers de la psychanalyse, Seuil, 1991,
p. 150.
19 Lacan, J., Ecrits, p. 284.
ca, sobre el sexo (¿soy hombre o mujer?) que es tomada por
la cuestión -tanto para el hombre como para la mujer histé­
rica- "¿qué es ser mujer?"20 Esta interrogación será hecha a
partir de la otra mujer, como es el caso de la Sra. K para Do­
ra y de la vecina de la bella carnicera.
Freud basa su diagnóstico de Dora en la connotación de
desplacer (en el caso, la repugnancia) conferida al goce se­
xual. "Sin duda, consideraría histérica a una persona a quien
una ocasión para excitación sexual despertase sensaciones
que fueran preponderantemente o exclusivamente desagra­
dables, fuese o no esta persona capaz de producir síntomas
somáticos."21
E&a^oonnotación del goce sexual, apuntada por Freud, de
m enos placer en la his¿eáeal»y'.tk> mar. placen,en el .obsesivo,
se encuentra desde el manuscrito K de su correspondencia
con Fliess, donde, con intención de establecer la etiología
de las neurosis, procura diferenciar histeria, neurosis obsesi­
va y paranoia a partir de la modalidad del goce vivenciado
en el primer encuentro con el sexo y de la vicisitud de la re­
presentación vinculada a esa experiencia.22 Esa modaliza-
d ja p ^ d d -^ c e j^ iia L m i^ criterio diag­
nóstico determinado por la fantasía fundamental que no de-
be ser dejada cTeladó en las entrevisTaspreliminares.

20 Lacan, J., Le Séminaire, livre III, Seuil, 1981, pp. 191-192 e 283.
21 Freud, S., “Fragmento de análise de um caso de histeria”, ESB, vol. VII,
p. 26.
22 Cf. Freud, S., “Manuscrito K”, ESB, vol. I.
3 - LA FUNCION TRANSFERENCIAL
"En el comienzo del psicoanálisis está la transferencia",
nos dice Lacan, y su pivote es el sujeto supuesto saber.23 El
surfflmiento^^!^^Q_ bajo transtei^ncía e$TF°gue~dala se~
nal de entrada en análisis y esefsujeto) es vinculado al saber
Es lo que comprendemos en la propíafor mu lacio n de la re-
gla de asociación libre por Frau Emmy von N., cuando pide
que Freud se calle: para ella hav un saber presente en sus
propios dichos.
La resolución de buscar un analista está vinculada a la hi­
pótesis de que hay un saber en juego en el síntoma o en
aquello de lo que la persona quiere desprenderse. Es lo que
Jacques-Alain Miller llama de jo,re-ín tero re tación hecha por
el sujeto de su síntoma.24
^HETestaWeci mi entonele la transferencia es necesario pará
que un análisis se inicie: es lo que denominamos ía función
transferencial de las entrevistas preliminares. Pero la transfe­
rencia no es condicionada o motivada por ei analista. "Ella
esta ahí, dice Lacan en la 'Proposición', por gracia del anali­
zante. No tenemos que darnos cuenta de lo que la condicio­
na. Aquí esta ella desde el inicio." La transferencia no es, por
lo tanto, una función del analista, sino del analizante. La
función del analista es
L a^^n era form uladór^e esa cuestión puede ser encon­
trada eri eTaítfeulo^d^E^an "Función y campo de la pala­
bra y del lenguaje”, cuando habla de transferencia de saber. Se
trata de una ilusión en la cual el sujeto cree que su verdad se
encuentra ya en el analista y que éste la conoce de antema­
no. Este "error subjetivo" es inmanente a la entrada en aná-
23 Lacan, j., “Proposition du 9 octobre de 1967 sur ie psychanalyste de l’E-
cole”, Scilket n % Seuil, 1968, pp. 14-30.
24 Miller, J.-A. “Entrada em análise”, Falo n° 2, Fator, 1988.
iisis. La subjetividad en cuestión es correlativa a los efectos
constituyentes de la transferencia, que son distintos a los
efectos ya constituidos antes de ese momento. Esa subjetivi­
dad correlativa al..saber como efecto constituyente de la
transferencia es lo que Lacan formulará como sujeto supuesto
saber. "Cada vez, dice éí en eí Seminario XI, que para el sujeto
esa función del sujeto supuesto saber está encarnada por
quien quiera que sea, 'analista o no, eso significa que la trans­
ferencia ya esta estabrecida."
Si el analista pr.e¿ia^s.U4 ).ei^ojia paralencarnar%se sujeto
ber puesto que es un error, una equivocación. La posición
dei analista no es la de saber, ni tampoco la de comprender
al paciente, pues si hav algo que.xle.be.saber es que la comu­
nicación está í^asada..e.iLjeÍ^ii.alei]XfendidQ. Su posición, mu­
cho más que la posición de saber, es una posición de igno­
rancia, no la simple ignorancia ignara, sino la docta imoran-
Este es un término de Nicolau di Cusa (siglo XV) que es
definido como "un saber más elevado y que consiste en co­
nocer sus límites". La docta ignorancia no sólo es una invita­
ción a la prudencia, sino también a la humildad: una invita­
ción a precaverse contra ío quélería la posición de un saber
absoluto: contra ía posición del analista de aceptar esa impu­
tación de saber que el analizante le hace. El saber está pre­
supuesto a j^ jy^-gión^iel analista.
El Sujeto mfm^süTmSer^l^ñ m d o por Lacan, en el inicio
de su enseñanza, como "aquel que está constituido por el
analizante en la figura de_s.LL..analis.ta". más tarde lo hará
» l nnaiuiiji»n"'i mui ■■»»*—>i■»» — » . 11
.

equivaler a Dios PadreP Identificarse con esta posición es


transformar el análisis en una práctica basada en una teoría
(o una teología) que no incluye la falta.
25 Lacan, J., “La méprise du sujetsupposé savoir”, Scilicet n° 1, Seuil, 1968,
p. 39.
La (clisyunción de la función del sujeto supuesto saber de la
persona del analista^ a aparecer de forma patente enla for­
malizad ón de Lacan de la entrada en análisis, formalización
que está hecha con el algoritmo de la transferencia
S Sq
s (Sp S2, ... Sn)
Algoritmo, según la definición del Diáonário das matemá­
ticas de A. Bouvier y M. George, es una "referencia de reglas
a ser aplicadas en un orden determinado a un número fini­
to de datos, para llegar con certeza a cierto resultado, inde­
pendientemente de los datos. Un algoritmo no resuelve só­
lo un problema, sino toda una clase de problemas, dife­
renciados por los datos y gobernados por las mismas pres­
cripciones”. Algoritmo es, por lo tanto, una fórmula cual­
quiera.
El algoritmo da la transferencia es el materna de la mirada en
análisis', es la for mali zaci ó n q u e está en resonancia con lo
que Freud postula en la apertura del texto "El inicio del tra­
tamiento", cuando hace la famosa comparación del psicoa­
nálisis con el juego de ¿yedrez: "Todo aquel, que espera
aprender el noble juego de ajedrez en los libros, pronto des­
cubrirá que solamente las aperturas y los finales de los jue­
gos admiten una presentación sistemática exhaustiva y que
la infinita variedad de jugadas que se desenvuelve después
de la apertura desafía cualquier descripción de este tipo".
Freud dirá entonces que formulará algunas reglas para el
inicio del tratamiento. Ese al^oritm/j^le^ki^anskmiida^Ao
un esfuerzo de formalización, indepen-
diente ,de^las^aFt(cu!irTHa3eF^Tada c t — uno,--------
a la ipropia
A es-
tructura ¿eJa^ntrada en análisis.
26 Lacan, J., “Proposition”, op. di.
La "S" dei numerador de esa fracción es el llamado signi­
ficante de la transferencia: un significante del analizante sel
dirige a un significante cualquiera. .6Scp^c[ue viene a repre^
sentar al analista. Este si unifican te(fabricad\ por el analizan­
te será con el que elije a aquel amdista: puede ser el nombre
propio o alguüJtrazo-pag-t-k-ulaii Esa elección del anaíísta*es
formalizada por Lacan como una articuladójuieukis^ignifi-
cantes que corresponden^L^sJ^blecmiiento de la .transfe-
rencia. El efecto de esa transferencia significante es un suie-
to, representado en la fórmula por s (significado), que está
correlacionado a los significantes del saber inconsciente
|fc||f 1 ■' i»n«i'ntnwwrtnM»'ii^ «fto n»»« i r « m ^ « ... „.... r— Ml ,n>M
|) l,,,,, , |M

(estos significantes Sp S9.„ Sn, dispuestos en una cadena,


------- — »' ‘ n i- — ■».^ i iT--rim '-i-fi- T r i iTtii.il>-l-|.V ,.l|lr^ ^ - . Tri|. ~

que representan un conjunto de-¿ig,£tificantes del saber in­


conciente) . La articulación del significante déla"transieren-
cia con el significante cualquiera del analista "elegido" por
el analizante tiene com(5^fecto’l a producción del sujeto:
aqu^ii6r-^s^4 in significante representa para otro significan-
(Ҥl ^ j Ese sujeto no es real, cida co.mq.sig-
nificado7(s)ar ticu lado a través de una suposición de saber
inconsciente, Se trata de la institución del sujeto de la lihr_e
asociación inaugurada por la articulación significante
(S —» Sq^)que es el propio sujeto del inconsciente represen-
tacTo~en la fórmula de la fantasía ($ 0 a). Es este sujeto que
será destituido al término de la relación transferencia!: "la
c ^ i t uciM ^bjetiva, dfcdL aca& jaaiaJE ^^
cripta en el ticket de entrada". Ese sujeto supuesto saber, aquí
representado por el denominador, no es necesariamente im­
puesto el analista por el analizante. Lo que importa es la r ^
lación que fue esjLahierida-pjctnjdLanalizante entre.eLanalista
y gUujeto.suBU£m ¿aber.
"El sujeto supuesto saber, fundando los fenómenos de
transferencia, no trae ninguna certeza al analizante de que
el analista sepa mucho ¡lejos de eso! El sujeto supuesto saberj
es perfectamente compatible con el hecho de que sea con­
cebible para eí analizante que el saber del analista es bastan­
te dudoso,"2'
Evidentemente, en el inicio el analista nada sabe respec­
to del inconsciente del analizante. Eso está mostrado clara­
mente en el algoritmo en el cual ese significante cualquiera
(Sq), que representa al analista, no tiene relación con el sa­
ber inconsciente. Encontramos aquí formalizada la afirma-
icioh de Freud de que todo paciente nuevo implica la consti­
tución del propio psicoanálisis: el saber que se tiene sobre
otros casos no vale nada, no puede ser transpuesto para
aquel caso. Cada caso es, oor ío tanto, un nuevo caso y como
ta^ debe ser abordado.
El/algoritmo de latransferencia |está construido a partir
de otro algaritmo que se encuentra en su base: el algoritmo
saussuriano S/s, que implica el referente del signo lingüístico,
esto es, aquello a lo que el signo lingüístico se remite: el ele-
mentó del mundo que es designado por ese signo.
En el algoritmo dé la transferencia, la significación del sa­
ber inconsciente corresponde al lugar del referente en el
signo saussuriano, sólo que aquí esa significación del saber
es latente, sin dejar, sin embargo, de ser referencíal. Lacan
articula ese saber del sujeto en su particularidad con el saber
textual, dado que el "psicoanálisis debe su consistencia a los
textOLS de Freud". A través del algoritmo de la transferencia,
Lacan vincula el psicoanálisis en intensión al psicoanálisis en ex­
tensiónpues apuesta en la transmisión del saber particular
por vía de su articulación con los textos de Freud.
¿Cuál ejfefecto jftel establecimiento de ese sujeto supues­
to saber? Es Con el surgimiento del amor se da la
transformación de ía demanda, una demanda transitiva (áe-
manda de algo, como por ejemplo, librarse de su síntoma')

27 Lacan, J., “Le savoir du psychanaiyste” (ciclo de conferencias inédito).


se vuelve demanda intransitiva (demanda de amor, de presen­
cia, ya que el amor demanda amor).
El amor es el efecto de la transferencia, pero efecto bajo
ej^p^G-^d^R^siítencia al deseo camo,.d&s.eo del Otro. Fren-
te al surgimiento del cléséo, bajo ía forma de pregunta, el
analizante responde con amor; cabe al analista hacer surgir
en esa demanda la dimensión del deseo, que es también co­
nectado al establecimiento del sujeto supuesto saber. Este
corresponde, condicionándolo, a un sujeto supuesto desear.
He aquí1 la articulación con la^fim^é^si^Qmal, ipues hacer
................... .............
aparecer ía dimensión del deseo es hacerlo surgir como de­
seo del Otro, llevando el síntoma a la categoría de enigma
por la relación iniplí.cita„áef^eséoToja^saber.
No basta la demanda de desprenderse de un síntoma; es
preciso que éste aparezca al sujeto como una cifra -por lo
tanto, algo a ser decifrado- en la dinámica de la transferen­
cia, por intermedio del sujeto supuesto saber.
;Oué quiere ese amor de transferencia? El quiere saber.
Ahora, la propia transferencia es definida por Lacan como el
"amor que se dirige al saber". No obstante, su finalidad, co­
mo la de todo amor, no es el saber, sino q1 objeto causa del
deseo. Ese objeto (el objeto a) es lo que coni^reji-la 4mQS'-
ferencia su aspecto real: de real del sexo. Trátase aquí de la
vertiente de la transferencia como la puesta en acto de la
r^aUd^d deUnconsciente. A la transferencia como re­
petición en que los significantes de la demanda son dirigi­
dos al Otro del Amor donde es colocado el analista, viene a
contraponerse la transferencia como un encuentro del or­
den de lo real del sexo. Es el objeto a que, al venir a obturar
la falta constitutiva del deseo, se vuelve ese objeto maravillo-
para ¿Uceila ^ ^ :
aquel que nunca pretendió saber nada, más allá de lo que di­
ce respecto a Eros.28 Es por estar en el lugar del sujeto su­
puesto saber sobre el deseo que el discurso de Alcibíades se
dirige a él.
La demanda dirigida al analista en posición de sujeto su­
puesto saber se presenta como demanda de transferencia de
saber. Esto es ilustrado en el inicio del Banquete, cuando
Agatón se dirige a Sócrates que está entrando: "Aquí, Sócra­
tes! Reclínate a mi lado, a fin de que en tu contacto disfrute
de la sabia idea que se te ocurrió en frente de casa. Pues es
evidente que la encontraste y que la tienes, pues no habrías
desistido antes." [l75d], A lo que Sócrates, despreciando
irónicamente esa suposición de saber v apimtandix al en­
gaño de una supuesta transferencia de saber, replican "Sería
bueno, Agatón, si de tal naturaleza fuese la sabiduría, que
del más lleno escurriese al más vacío, cuando uno al otro,
nos tocásemos, como el agua de los vasos que por un hilo de
lana se escurre del más lleno al más vacío. Si es también así
la sabiduría, mucho aprecio reclinarme a tu lado, pues creo
que de ti seré acumulado por una vasta y bella sabiduría* La
mía sería un tanto ordinaria, dudosa como un sueño, en
cuanto la tuya es bpJfentfcv muy desarrollada".
El discurso de'^lcibíades^cuando éste compara a Sócra­
tes con un sileno. nos revela que la suposición de saber es co-,
rrelativa a la atribución al Otro de la transferencia del obje­
to precioso que causa el deseo. Dice Alcibíades: "Afirmo en^
tonces que él es- muy semejante a esos silenos colocados en
los talleres de los orfebres, que los artistas representan cog.
un pífano o una fiaütaTTos cuales abiertos por el medio, se
ve que tienen en su interior estatuillas de dioses (asahnata
theon)". Los silenos tienen dos acepciones: eran divinidades
del séquito de Dionisio figurados con cola y cascos de buey
28 Platón.
o de chivo y rostro humano singularmente feo; eran tam­
bién pequeños embalajes para ofrecer regalos, cajas de jo­
yas. Más adelante, en su discurso, Alcibíades vuelv'e a insistir
en esa comparación, destacando lo que se encuentra en el
interior de Sócrates más allá de su (fea) apariencia: "Una
vez, sin embargo, que Sócrates está serio y se abre, no sé si
alguien ya vio las estatuas (agalmata) allá adentro; yo por mi
parte una vez las vi y tan divinas ellas me parecieron, con
tanto oro, con una belleza tan completa y tan extraordinaria
que yo sólo tenía que hacer inmediatamente lo que me man­
dase Sócrates,'1Son esos agalmata que Alcibíades quiere reci­
bir bajo la forma de saber cuando se encontró a solas con él
"como si estuviese a mí alcance [...] oír todo lo que él sabía"
-esperanza sustentada en la equivalencia del sujeto supues­
to saber con el sujeto supuesto desear- "juzgando que él es-
^ b^n^jesada^KL^ñi belleza." r2i2dJ.
El establecimiento de la transferencia en el registro del
saber a través de su suposición,
¿ es<2orrelaüv<5
i r-r"—"ii 1 a la delegación
°
de un bien precioso que causa el deseo, causando, por lo
tanto,
Para^acak, hay una identidad entre el algoritmo de la
II —P^UJI.TJ|Vl -■■■' —................................-
.

transferencia (donde sólo aparecen significantes) y lo que es


connotado como agahna, en el Banquete de Platón. Si en la
transferencia hay presentiíicación de la realidad del incons­
ciente en cuanto sexual, es por causa de ese objeto maravi­
lloso: agahna.
El discurso de amor que Alcibíades dirige a Sócrates co­
mo aquel que contiene el objeto precioso de su deseo, tiene
como respuesta la salida de Sócrates de esa posición de de­
seable -Sócrates va a señalar, para Alcibíades, que es Agatón
el objeto de su deseo, Sócrates sabe que no tiene ese objeto
precioso y que detenta su significación. Rechaza, sin embar­
go ese simulacro, diciéndose indigno del deseo de Alcíbía-
des. En relación a Sócrates, el analista debe asumir una po-
sición diferente -el analista debe consagrarse ai agalrncb- la
esencia del deseo. El analista debe estar dispuesto a pagar el
precio de verse reducido, él y su nombre, a un significante
cualquiera, en nombre de ese agahna, en el cual Lacan reco­
noció el objeto a como un "plus-gozar en Übeiiaá^íle con­
sum o m ás corto".29
El surgimiento de ese sujeto supuesto saber es correlativo
al objeto a, del cual el analista, a diferencia de Sócrates, de­
be “hacer semblante", provocando así la torsión de los térmi­
nos de lo que era el discurso histérico y haciendo que el can­
didato al análisis entre en el discurso analítico propiamente
dicho. El^orte^>romovido por la entrada en análisis se da
cuando hav un giro de los elementos y el sujeto pasa a prc>-
ducir los significan tes-amos ÍS.,') de su sometimiento al Otro.
$ Sj ci $
ci S9 S9 S^
LA RECTIFICACION SUBJETIVA
En el tiempo preliminar al análisis propiamente dicho'
podemos incluir un tipo de interpretación dei analista, de­
signado por Lacan como rectificación subjetiva. Al criticar
los autores que tienen como meta de análisis la relación con
la realidad, o sea, el fin de análisis como£tdaptacion)a la rea­
lidad, llama la atención sobre el hecho de que Freud proce-
da^con el Hombre de las Ratas en sentido inverso: "O sea, él
comienza por introducir al paciente a un primer discerni­
miento (repéragé) de su posición en lo real, aunque éste aca­
rree una precipitación, no dudamos en decir, una sistemati­
zación de síntomas."30
“2Í>Lacan, j.f “Radiophonie", Scilicet 2/5, p. 89.
50 Lacan, J., Ecrits, p. 546.
La rectificación subjetiva que Freud provoca en el Hom­
bre de las Ratas, considerada por Lacan como jQterpreta-
ción decisiva, se encuentra en la parte F, "La causa precipita-
clora déTiTenfermedad'^ cuando le dice que el conflicto en­
tre su proyecto de casarse con una joven pobre v el provec-
to familiar de casarlo con una joven rica, como el padre, es
resuelto por la enfermedad: "cayendo enfermo evitará la ta­
rea de resolverlo en la vida real1’. Freud (fectifioyasí el orden
de las cosas modificadas por el sujeto, cuySrrfeurosis impedía
la decisión de la elección entre su amor (liebe) por la dama
y la voluntad (xdllé) del padre, mostrándole que ésta fue la
solución encontrada para no escocer y por lo tantp, no pro­
ceder "En reaTMsdTTÍtce^FVeud, lo que parece ser la conse­
cuencia es la causa o el motivo de estar enfermo". Esta recti­
ficación introduce la causalidad de la neurosis en la no elec­
ción entre la joven rica y la joven pobre, apuntando a la di­
visión del sujeto. El comentario de Freud en esa rectifica­
ción, de que 'l os resultados de„una enfermedad de esa natu-
Eale?.a nunca^son involuntariosl\ p r o ^ u ^
ponsabilizadón del sujeto en la elección deJa-neurosis. En
la rectificación subjetiva hay, por lo tanto, introducción de la
dimensión ética -de la ética del psicoanálisis, que es la ética
del deseo- como respuesta a la patología del acto que la
neurosis intenta solucionar, escamoteándola.
Otro ejemplo de rectificación subjetiva de Freud, califica­
do por Lacan como notorio, es "cuando obliga a Dora a
constatar que, de ese gran desorden del mundo de su padre
cuyo daño es eí objeto de su exclamación, ella hizo más qu«
participar, que ella se había constituido como la clavija dí
ese desorden y que éste no podría haber continuado sin su
condescendencia". Más adelante, Lacan continúa: "Subrayé
hace mucho tiempo el procedimiento hegeliano de esa in
versión de las posiciones de la bella alma á la realidad quf
ella acusa. No se trata de adaptarla a ésta, sino de mostrarle
que está justam ent^adaptada de má^, visto que colabora pa­
ra su fabricación.”
Esareferencia concierne al texto "intervención sobre la
transferencia", de 1951, en el cual Lacan define a la expe­
riencia analítica a partir de la intersubjetividad -la "relación
de sujeto a sujeto"- como experiencia dialéctica, privilegian­
do el discurso en la medida en que es constituyente del su­
jeto gracias a la presencia del analista, blanco de su direccio-
namiento.31 A partir de la dialéctica hegeliana, Lacan se de­
dica en el caso Dora a destacar tas estructuras donde se
transmuta la verdad para el sujeto a través de "inversiones
dialécticas". LatreHIlicacIón subie tivaVor responde a la pri-
mera inversión dialéctica operada por Freud. Dora se queja
de ser víctima del asedio dei Sr. K propiciado por la relación
amorosa de su padre con la Sra. K., situación que es presen­
tada por ella como un hecho objetivo de la realidad, que
Freud no puede modificar. La rectificación subjetiva de
Freud consiste en preguntar "¿cuál es su participación en el.
desorden del cual usted se queja?".
En la situación descrípta por Dora, encontramos la afir-~
mación de la situación deplorable en la cual está incluida la
negación implícita de que tenga cualquier partipación en la
determinación de ese desorden, o sea, negación de su posi­
ción subjetiva (de sujeto deseoso), presentándola como ipso
fado y la negación de la negación operada por Freud por inter­
medio de la rectificación subjetiva. Su efecto es la emergen­
cia de la participación de Dora en el asedio del Sr. K, y de su
complicidad como propiciadora del romance del padre con
la Sra. K., develando la estructuración de su deseo.
A partir de esas intervenciones de Freud, podemos infe­
rir dos vertientes de la rectificación subjetiva según el tipo
clínico.
31 Lacan, }.,Ecrits, pp. 215-226.
Con eKneurótico obsesivó) ella se sitúa en el plano de la
rectificación de la causalidad, que se presenta como conse-'
cuencia: su imposibilidad de actuar gne es correlativa a su
modalidad de sostener al deseo como imposible. Esta corre­
lación es ilustrada por otra rectificación de Freud al Hombre
de las Ratas, en que supone una interdicción del padre al
amor dei sujeto por la dama. hacim do’surm rla^unH isi^
del Otro como ellpaiR-absoiutoT”
^ C ^ ^ T í ^ é i i ^ ^ l ^ ^ c a c í ó n subjetiva apunta a la im-
piicaidánjieLsujeto en su reivindicadáa-dirigida al Otro, ha­
ciéndolo >osición de víctima sacrificada a la de
agente de la intriga de ia cual se queja y que sostiene su de
seo en ía insatisFáíxiiSTr:""!^’
TT LO qiltí UtfD'KTiyrrCíar el sujeto pa­
ra desprenderse de su papel de la 'bella alma' es precisamen­
te, dice Zizek, un tal sacrificio de sacrificio: nr> orifi­
car todo*, es preciso todavía renunciar a la economía subje­
tiva en que el sacrificio trae el goce narcisista.”32
En estas dos modalidades, se trata de introducir al sujeto
en su responsabilidad en la elección de su neurosis v en su
sumisión al deseo como deseo del Otro. La rectificación sub­
jetiva apunta a mostrar que allí donde eí sujeto no piensa^ es­
coge; allí donde piensa, es determinado, introduciendo al
sujeto érflá dimensiontfel O tro-

32 Zizek, Z., Le plus sublime des hystéñques-Hegel passe, Poim Hur Ligne, Pa­
rís, 1988, p. 107. Ed. bras.: O mais subUme dos histéricos-Hegel com Lacan, Jor­
ge Zahar Editor, Rio, 1991.
capítulo II
EL DIVÁN ÉTICO
Que coisas incapazes de olhar estao olhando para
mim?
Quem espreita de tudo?
As arestas fitam-se,
Sorriem realmente as paredes lisas.
Sensacao de ser só a minha espinha.
As espadas."
A Múmia - V. Femando Pessoa

ÜI diván, esa pieza de mobiliario, se tornó hace mucho


tiempo en un símbolo de un psicoanálisis, o hasta de El psi­
coanálisis. Como significante, representa para el Otro social
al psicoanalista, calificado de heredero de Freud. Hasta hoy,
los freudianos continúan, haciendo acostar a sus analizantes :
Lacan no quita el diván del dispositivo analítico. Para la IPA,
se trata de una norma estandarizada de la cura-dpo, la otra
norma es la imposición de la duración de por lo menos cua­
renta y cinco minutos por sesión, sin mencionar la regla­
mentación de la frecuencia de las sesiones por semana.
Con Lacan, se barre la tipificación -el setíing analítico es
roto para que el analista pueda manejar la sesión de acuer­
do con la única regla impuesta al analizante: la libre asocia­
ción-. Con todo, Lacan conservó la condición de diván así co­
mo las entrevistas preliminares: dos condiciones íntimamen­
te ligadas, una vez que la indicación del diván puntualiza el
fin de esas entrevistas, marcando la entrada en análisis. El
hecho de indicar a los pacientes que deben acostarse. ¿Será
un procedimiento meramente técnico? Es lo que puede pa­
recer a primera vista. Sin embargo, con el retorno a Freud
promulgado por Lacan, aprendemos que ese retorno está
orientado: se trata de buscar el fundamento ético a todo y
cualquier procedimiento técnico para remitirlo a la estruc­
tura en causa. El diván tampoco debe escapar a eso.
La justificación de Otto Fenichel de ese "detalle práctico"
que es el diván, en su texto "Problemas de la técnica analíti­
ca", de 1951, resume bien la noción que pasó al sentido co­
mún: relajamiento para el paciente y alivio para el analista
de la incomodidad de ser mirado. A esas ventajas él opone
el carácter ceremonial y el efecto de una impresión mágica
sentida por el analizante. De ahí su reserva en cuanto a una
rigidez técnica: "Todo está permitido con la condición de
que se sepa la razón" -se puede dispensar la condición del
diván, según Fenichel, en caso de rechazo del paciente o
cuando él se encuentre muy deseoso por acostarse-.1

Las "PÍP"

En 1963 esa cuestión vuelve a ser evocada en momentos


en que los analistas europeos de lenguas románicas de la IPA
se reúnen para habilitar, en espejo con sus colegas nortea­
mericanos, las "PIP", o sea, las Psicoterapias de Inspiración
Psicoanalítica.2 Se trata de variantes de la cura-tipo que reci­
1 Fenichel, O., “Problemes de techniques psychanalytique”, RevueFrancaí-
se de Psudianalyse, t. 15, pp, 159-161, 1951,
2 Held, R.. “Rapport Clinique sur les psychothérapies d’inspiration psy-
chanaiytique freudienne (XXIVo Congres des psychanaiystes de langue
romaine - París, juillet 1963)”, Reime Francaise de Psychanalyse, número es­
pecial, pp. 64-65.
bieron en ese congreso no sólo la señal verde y la bendición
de la comunidad europea, sino también su estandarización.
La orientación lacaniana no sólo se opone totalmente a
las PIP, sino también al propio concepto de variantes de la
cura-tipo, título de un artículo de Lacan hecho por enco­
mienda en 1955 para la Encylo-pédie médico-chiriirgicale1, título
que calificará de abyecto. En ese artículo, él combate la idea
de estandarización y la de cariantes del psicoanálisis, pues la
cura, el tratamiento que se espera de un psicoanalista, es jus­
tamente un psicoanálisis, experiencia del inconsciente, tri­
butaría de la función del habla y del campo del lenguaje.
Las PIP son efectivamente un producto de privilegio con­
ferido al Yo (ego) en la teoría psicanalítica, pues son indica­
das "sobre todo en pacientes con el Yo débil". Según el au­
tor del informe referente a las PIP, la promoción de éstas no
es nada más que el resultado de la evolución constante del
psicoanálisis, o sea, el descubrimiento del yo que tomó la de­
lantera en relación al inconsciente, el palidecimiento de
Edipo delante de la riqueza que se descubre en la relación
madre-hiio, etc. En suma, nuevos males, nuevos remedios.
f 3
Se puede leer en ese informe que la "calificación de una au­
— |MI |M "■■" ■■■»■- m A .»- .......... - ............. .....

téntica psicoterapia de inspiración psicoanalítica sólo podría


ser efectuada considerándose la singularidad de ese doble
movimiento temporal y espacial que llevó el paciente en un
primer movimiento de evolución técnica de cara a cara y del
sillón al diván y al aislamiento visual; en un segundo movi­
miento lo hace retornar del diván al sillón y al cara a cara".
A partir de ahí fue definida una estandarización: para la cu­
ra-tipo, el par diván-sillón; para las psicoterapias simples, el
par sillón-sillón; para las psicoterapias de inspiración psicoa­
nalítica, la "dialéctica diván-sillón y sillón-sillón". En ese in­
forme nos previenen acerca de los peligros de hacer acostar
3 Lacan, J., “Variantes de la cure-type”, Ecrits, p. 323 e seg.
al paciente, pues éste podría "sentir la mirada del analista
pesando sobre sí por detrás, penetrar en ia nuca, etc., reac­
tivar temores arcaicos relativos, al mismo tiempo, a la más
completa y animalesca necesidad de seguridad (comer-ser
comido) y miedos más elaborados de ser 'descubierto' y juz­
gado en el plano placer-desplacer y no del amor - pérdida de
amor". Y en el caso del Yo débil, eí paciente puede tener
miedo de despersonalización, de despedazamiento y de
muerte cuando "la regresión habrá llevado al paciente a las
fronteras del pre-verbar. Son esos peligros que justifican la
técnica de las PIP.
En reciente publicación de la Société Psychanalytique de
París - "Presentación de la SPP para uso de un lector lego”, el
setting analítico de ía cura-tipo se define por ser estricto, carac­
terizándose antes que todo por el "dispositivo diván-sillón" y
en seguida por el "rigor en cuanto al número, regularidad y
duración de las sesiones"4. Lo que para ellos define eí dispo­
sitivo freudismo no es, pues, ía libre asociación sino, entre
otras cosas, el mobiliario, el par diván-sillón. Esto no impide
a algunas personas originales proponer algunas variaciones
del setting analítico, como es descripto en un texto presenta­
do en el Congreso de los Psicoanalistas de Lengua Francesa
de los Países Románicos realizado en el mes de mayo de 1989
en París. Paulette Letarte colocó su sillón de tal manera que
el analizante pudiese sentarse confortablemente para que su
mirada y la del analista convergieran en un punto de encuen­
tro, produciendo de esta forma una escena imaginada en
que el analista designa con la mano los personajes a los cua­
les hace referencia en su interpretación. Este especie de psi-
codrama imaginado recibe una justificación que es totalmen­
te opuesta, como veremos enseguida, a la discusión de Freud

4 Donnet, J. L. “La psychanalyse et la Société Psuchanalytique de París em


1988”, Revae Francai.se de Psychanalyse, n° III, 1988, pp. 687-700.
sobre la cuestión del diván en lo que atañe a la relación del
habla con las imágenes que desfilan delante dei sujeto duran­
te la sesión. Ese palco de haz-de-cuenta es un "lugar al que
podemos apelar para evitar la devoración recíproca, para
fantasiar el pasaje al acto e interpretarlo por anticipación en
lugar de prohibirlo, para alejar las sombras del pasado y
transformarlas en imágenes visibles, para negociar las tensio­
nes de la transferencia, pues se trata siempre de devolver al
paciente, de forma enriquecida, lo que proyectó en noso­
tros".5 Por no tener a su disposición la categoría de simbóli­
co para lidiar con el concepto de transferencia, situando la
experiencia analídca en el campo del lenguaje, la autora se
pierde y se enmaraña todavía más en la trampa imaginaria al
intentar escapar con una medida técnica: moviendo el diván.

El corte en el espejo
El uso del diván tiene, en primer lugar para Freud en su
texto "El inicio del tratamiento", una significación histórica:
es el vestigio de la hipnosis. Si insiste en la posición acostada
durante el análisis es para que el analista permenezca senta­
do detrás del analizante de "manera de no ser mirado”.
Enuncia entonces diversas razones para conservar el diván.
Primero, por no soportar ser mirado durante ocho o más
horas por día. Podríamos, efectivamente, convocar aquí las
modalidades de la pulsión escópica en el sujeto Freud, y re­
tomar sus sueños tales como Porfavor cerrar un ojo, o Non vi-
xit donde se encuentran los ojos aniquiladores de Brüke, o

5 Letarte, P., “Voir on ne pas voir... De la diversité des techniques de l'a-


nalyste dans Pentrerien individuel”, comunicado previa para O Con-
gresso dos Psicanalistas de Língua Francesa dos Países Románicos, París,
maio 1989.
también Conde de Thun, donde el hombre anciano viene a
ser el padre de Freud que tuvo glaucoma, etc. Nos repugna
hacer de analista de Freud, No se trata, para nosotros, de
analizar sueños y detectar fantasías de Freud para justificar
eí origen de ía condición del diván en la experiencia psícoa-
nalítica. Nos interesa, antes que nada, su punto de enuncia­
ción para decir Ía estructura, en otros términos, como dice
Lacan, el decir de Freud: "lo que importa en lo real" (impor­
ta tiene aquí eí sentido de importancia y de importación).
Idiosincrasia freudiana aparte, se trata de un hecho experi­
mentado por más de un analista.
Freud no se detiene, sin embargo, en ese motivo personal
y explica no querer que la expresión de su rostro pueda pro­
veer al analizante ciertas indicaciones susceptibles de ser in­
terpretadas o que influyan su discurso, "insisto, con todo, en
este procedimiento, dice Freud, que tiene como objetivo y
como resultado impedir que ía transferencia se mezcle im­
perceptiblemente con las asociaciones dei paciente aislando
la transferencia, de manera tal que la vemos aparecer, en un
determinado momento, en estado de resistencia". La princi­
pal razón del diván en el análisis no es, por lo tanto, ni de
orden histórica ni personal: ella se debe a ía estructura de la
transferencia. Trátase de una táctica, cuyo objetivo es disol­
ver la pregnancia del imaginario de la transferencia, para
que el analista pueda distinguirla en eí momento de su pu­
ra emergencia en los dichos del analizante. La Shauplatz no
es el consultorio, ella es el Otro del significante. Si eí analis­
ta es agente por efecto de la transferencia, él no es absoluta­
mente actor -el analista no debe prestarse al espectáculo
(dar show), ni tampoco tender a salidas espectaculares-. Su
lugar es el de ía invisibiíidad -la medida de su acto es real y
no actuación- En oposición a ía representación, la indica­
ción del diván en la entrada en análisis es un acto analítico
que reproduce en cada análisis el inicio del psicoanálisis:
Freud rechaza el espectáculo de las histéricas al develar la
Otra Escena. Condición favorable para aislar la transferen­
cia en los significantes: atacar ei muro narcisista figurado
por el eje a - á del esquema L, para que el análisis ocurra en
el eje simbólico entre S y A, allí donde se encuentra el obje­
to.
S

En otros términos, se trata de desvanecer la transferencia


imaginaria para favorecer la emergencia de la transferencia
en el significante -lo que podemos ver en el algoritmo de la
transferencia, donde sólo hay significantes-.
Privilegiar el habla se acompaña, por lo tanto, de la re­
ducción visual, que Lacan designa como el campo ejemplar
de la trampa del deseo, en la medida en que es protegido
por la imagen [i(a)]. El ojo instituye, en la relación deí suje­
to con el otro imaginario, el desconocimiento que bajo ese
deseable hay un deseante. Cabe a esa función llamada por
Lacan "deseo del analista", ir contra ese desconocimiento y
mostrar con que, bajo ese objeto de deseo que detenta el
analista, surje para el analizante la interrogación sobre su
propia posición en relación al deseo del Otro.
Con el dispositivo de hacer acostar al analizante en el di­
ván, se desvanece la imagen del otro, i (a), que representa la
persona del analista e I(A), el ideal del Otro, tenderá a ocu­
par su lugar.
La primera vez que un analizante histérico se acostó -era
su primer análisis- fue acometido por un mareo acompaña­
do de angustia que lo hizo sentir como "en un barco sin re­
mos a la deriva en el mar". A su tentativa de levantarse para
reencontrar su equilibrio, agarrándose en la imagen del
otro, la negativa del analista se reveló como un empuje a la
deriva significante. No poder ver el efecto de sus palabras en
la expresión del analista, no tener ese punto de apoyo en la
reciprocidad las miradas, le hace perder literalmente el apo­
yo, sintiéndose a la deriva. Como efecto de eso, surgió el
aturdito como síntoma transitorio: él se encuentra aturdido
por sus dichos. Se trata aquí de un síntoma como mensaje
del Otro s(A), cuyo desciframiento hace emerger la conjun­
ción de la falta de apoyo paterno con la queja dirigida a él
I(A) bajo la forma de un Papá, ¿no me estás viendo? en la ac­
tualidad de la transferencia.

La disminución de la pregnancia de lo imaginario por


ese procedimiento freudiano del diván, no tiene otro objeti­
vo que el de desaceleraria función de desconocimiento del
yo para hacer emerger el discurso del Otro -incluso que es­
to no es ni suficiente ni indispensable, una vez que se instau­
ra la regla fundamental-. La posición acostada introduce,
sin embargo, la diferencia entre "el lugar desobstruido para
el sujeto sin que él lo ocupe'1 y el "yo que viene a alojarse
ahí”.6
La correlación, que aparece en el caso de ese sujeto his­
térico, entre ir al diván y la libre asociación, puede también
ser ilustrada con el hecho de que la privación de la visión del
analista es acompañada por la invitación a la autoobserva-
ción; algo así como: vamos a apagar la luz para ver mejor la pe­
lícula. Freud utiliza una metáfora ferroviaria al enunciar la
regla fundamental: "Compórtese como un viajante, sentado
a la ventanilla de un vagón, que describe el paisaje que va
cambiando, a una persona que se encuentra detrás de él".
Esa comparación admite menos una apología de una visión
interna -el célebre "insight”- que la obligación dé hacer pa­
sar las imágenes por el habla. Con la relevancia dada a la co­
locación del imaginario en significantes -como es ilustrado
en La interpretación de los sueños donde Freud hace pasar sus
imágenes por el relato dei sueño-, ei insight es un sucedáneo
del estadio del espejo: "hay una inyección de la libido en ese
campo del insight, cuya visión especuiarizada da la forma"'.
Freud privilegia al sujeto del habla, que es el sujeto de la
enunciación y no el sujeto del insight, que es el equivalente
del sujeto de la comprensión, o sea, el yo.
Privación de la Schaulust
El analizante, dice Freud, generalmente considera "esa
posición como una privación y se subleva contra ella, sobre
todo cuando la pulsión 'escópica desempeña un papel im­
portante en su neurosis. [...] Un número particularmente
grande de pacientes no quiere que les sea pedido acostarse,
mientras que el médico se sienta detrás de él, fuera de su vís­
ta. Piden que les sea concedido realizar el tratamiento en
otra posición, en la mayoría de los casos por estar ansiosos al
haber sido privados de la visión del médico". Y agrega con
vehemencia: "ese pedido es siempre rechazado". Ninguna
concesión debe ser hecha a la Schautriek ¡Noí a la Schaulust,
a la satisfacción pulsional. La pulsión escópica es aquí para-
‘ Ibid,. Le Séminaire - VAngoisse (inédito).
digma del manejo del goce pulsional en la experiencia ana­
lítica: debe excluírselo y mantener su privación. La utiliza­
ción deí diván es, por lo tanto, una modalidad de la regía de
abstinencia: un no al goce pulsional en análisis, una vez que
el "tratamiento analítico debe efectuarse lo máximo posible
en un estado de frustración, de abstinencia".8
Esa problemática es abordada de pase, por Lacan, en el
Seminario XI a propósito de ía pulsión escópica y de la mira­
da como objeto a, cuando resalta que el plano de reciproci­
dad del mirar-mirado es, para el sujeto, lo más propicio a
una coartada. Sería conveniente, por lo tanto, por medio de
nuestras intervenciones en la sesión, no dejarío establecerse
en ese piano. Sería preciso, por ío contrarío, desgarrarlo de
ese último punto de mirar que es ilusorio... No decimos a to­
da hora al paciente: -Pero, ¡estás con una coral- ¡El primer bo­
tón de su chaleco está desabrochadol No es por nada que el aná­
lisis no se hace cara a cara’’.9 De ahí que el diván sea un cor­
te en el ojo~en eb-ojo, en ese cuerpo a cuerpo de las entre-vistas
preliminares. Ese corte en la reciprocidad implica una pos­
tura ética, pues no hay simetría entre el sujeto y el Otro, cu­
ya relación debe ser favorecida. Se trata de abatir el plano
geometral de la percepción para acentuar ía lógica.signifi­
cante en los entre-dichos, allí donde eso está. En análisis, no
estamos en una txuo-body psychology, en un ojos en fas ojos. Cor­
tar ía reciprocidad es todavía elidir el "él mira" para dar re­
levancia al "hacerse mirar", en que se manifiesta en eí nivel
escópico ía actividad de la pulsión sexual.
Por ía íógica deí proceso anaíítico, el analista será coloca­
do en el lugar deí Vigía que se confunde, de hecho, con el
punto de donde ei sujeto se ve amable, o sea, el ideal del yo.

s Freud, S., “Les voies nouvelles de la thérapeutiqne psychanalytique”, La


(echnique psychanalytique, PUF, 1981, p. 735.
9 Lacan, J., Le Séminaire, l'mre XI, Senil, 1973, p. 74.
El hecho de acostarse en el diván no impide al paciente si­
tuarse en un "mostrar-se", pues, cuando es el ideal del yo que
dirige el habla, el sujeto se encuentra en posición de mos­
trarse amable para el Otro.
El amor como dirigido al saber establece la equivalencia
entre el ideal del yo y el sujeto supuesto saber: el sujeto se
muestra, se hace ver, pues se ve amable; donde él se hace sa­
ber, se presta al saber del ©tro. Esa analogía de la estructu­
ra permite que el amor de transferencia, como corolario del
sujeto supuesto saber, engañe teniendo en cuenta el enmas­
caramiento del ello mira, cuya angustia es testigo de la pre­
sencia del objeto.
Hay una báscula operada entre el Otro vigilante y el Otro
del amor, conjunción cuya estructura se debe a la superposi­
ción del ideal del yo con la función de observación del super-
yo ~esa mirada que posa sobre el sujeto y lo mide con el ideal:
"último punto de mirar, dice Lacan, del cual se debe desga­
rrar el sujeto": 1ÍAI. Objeto que en el inicio de análisis es la­
tente y que el analista debe tornar patente separándolo del
Ideal del yo, con el objetivo de vaciarlo de su goce. Así, colo­
car en el diván ya es un no a la confusión entre I (A) y (a), dis­
junción que debe ser vista en la dirección del análisis.10
El paradigma de la sobreposición del ideal al objeto a
puede ser encontrado en la mirada del hipnotizador. El po­
der de sugestión de la hipnosis es el resultado de la conjun­
ción de SI (el lugar del líder de ese grupo de dos) con la fas­
cinación de la mirada. Poner al paciente en el diván es ir en
el sentido del análisis como el reverso de una hipnosis, una
vez que se promueve la disjunción del ideal del yo y del ob­
jeto plus-de-gozar.
Esa articulación se develó no tanto como sugestión, sino
como síndrome de influencia, en el caso de una mujer que
10 Ibid, p. 345.
virio a habiarme sobre el desmoronamiento de su matrimo­
nio. Luego de un relativo apaciguamiento de su desaliento
al cabo de algunas entrevistas, decido derivarla a una colega.
Al día siguiente, la paciente llama por teléfono para decirme
que la había hipnotizado, "actuado en su subconsciente",
pues, según ella, yo la habría mirado fijamente queriendo
hacerla pasar por lesbiana. El significante ideal Doctor; por el
cual ella me llamaba, venía en el mismo lugar de ese objeto
de goce que me confería el poder de videncia y manipula­
ción de su cráneo a través de los ojos; poder que me atribuía,
en su visión, el calificativo de lacraniano.
Esta situación ilustra dramáticamente la sobreposición
del Otro al objeto, conjunción que el analista es llamado a
encarnar, con la particularidad de que, en este caso, el obje­
to mirada no es latente sino patente.

La Vergüenza

En la práctica psicoanalítica, no es raro que el propio pa­


ciente, al final de algunas entrevistas preliminares, pida pa­
ra acostarse en el diván cuando es afectado por la vergüenza
-vergüenza asociada a hechos o principalmente a fantasías
de deseo, particularmente íntimas y secretas- En efecto,
Freud observó que el "adulto tiene vergüenza de sus fanta­
sías y las disimula frente a los otros, tratándolas como lo que
le es más íntimo, prefiriendo confesar sus faltas a contar sus
fantasías". La vergüenza, como dice Lévy-Strauss al comentar
la desgracia en que cayeron los rivales de Quesalid, es por
^excelencia un sentimiento social.11 Se trata del afecto corre­
lativo a una mirada emergiendo del campo del Otro y que
mira al sujeto -como Freud evoca a propósito de los sueños
u Lévy-Strauss, C., “Le sorcier et sa magie”, Antliopobgie Structurale, Plon,
1958/74, p. 207.
de desnudez en la Interpretación de los sueños-} ~ La señal de
la presencia de esa mirada, que no se ve, es el afecto de la
vergüenza, y provoca en el sujeto la política del avestruz: ce­
rrar los ojos para no ser visto. No hay mayor ultraje que
aquel que "prohíbe al culpado esconder su rostro cuando es­
tá avergonzado", escribe Nathaniel Hawthorne13. En su libro
La letra escarlata, ia exposición en plaza pública de Hester
Prynne, llevando en su pe^ho la letra "A" de su goce adúlte­
ro, demuestra que la vergüenza toca al ser. La demanda de
acostarse bajo el efecto de la vergüenza es una tentativa de
hurtarse a la mirada del analista, de no ver el efecto que su
relato produce en él, para esquivar de una eventual mirada
crítica.
La vergüenza es un indicio de transferencia, pues el ana­
lista es colocado en el lugar dei público. Pero -y esto puede
parecer paradójico- la demanda de acostarse, en este caso,
ocurre cuando hay separación, distancia entre el Otro, que
se manifiesta en el discurso del analizante y la persona del
analista. Esta distancia es posible al neurótico pues él sabe,
de alguna forma, que la transferencia como repetición es
error de persona y que el Otro no existe. En el caso de psi­
cosis, la no disjunción de la persona del analista y la figura
del Otro implica una transferencia en que, contrariamente
a la neurosis, no hay error, sino acierto, encuentro. La ver­
güenza es, pues, un afecto del neurótico: es al mismo tiem­
po señal de satisfacción pulsionai y barrera a ésta, provocan­
do la división del sujeto allí donde es simultáneamente im­
pedido de exhibirse e impelido a desnudarse. El diván per­
mite al analizante, con su política de avestruz, vencer la ver­
güenza de la exhibición para obedecer la regla fundamen­
tal. Pero, lejos de impedir, favorece el "hacerse mirar" por el
12 Freud, S., llnterprélalion de reves, PUF, 1980, p. 213.
13 Hawthorne, N., La iettre écaríate, Gallimard.
Otro -la vergüenza es la señal de la actividad pulsional ex­
presada por la pulsión escópica-.

La imagen y la mancha
¿Cuál es la relación de la mirada con la imagen especu­
lar? Conocemos la metáfora empleada por Freud del analis­
ta-espejo: el analista debe comportarse como un espejo que
refleja lo que le es mostrado.14 Sobre ella, Lacan dirá que se
trata de un espejo no especular a pesar de permitir la fija­
ción de la imagen especular, i (a), o sea, lo que el sujeto ve
en el Otro. Pero el verdadero secreto de la captura narcisis-
ta es el objeto mirada, cuya función es latente a la imagen es­
pecular, que encierra y esconde esa función de (a). Pode­
mos escribir así la relación de la imagen especular (i(a)) con
(a):i(a)/a.1::>En efecto, para Lacan, el obstáculo en cuestión
en la problemática del objeto ay de la división del sujeto es
la imagen especular -obstáculo debido al papel particular
de la mirada como objeto-. El analista en ese sitio de donde
se refleja i (a) debe preferentemente reducirse a la mancha,
allí donde se encuentra la función de tykhe en el campo es-
cópico, pues para rasgar lo que hay de ilusorio en el eidos vi­
sual basta una mancha. Hacer de objeto a en ese campo es
ser una mancha en el mundo de las representaciones del
analizante.
Esa mancha tiene la función de tela ele los agalmata depo­
sitados por el analizante en el analista, denotando la ambi­
güedad de la joya: encubre y refleja esa "maravilla de las ma­
ravillas", objeto precioso que es agalma, (a/-(p). Esaambigüe-

H Freud, S., “Conseil aux médicins sur le tratement analytique”, La lechni~


que psychanalytique. PUF, 1981, p. 69.
15 Lacan, J., Le Séminaire - L'objet de la psychanalyse (inédito).
dad es duplicada en la transferencia, pues la mancha atrae
por ser lo que tiene el analista de deseable y retorna sobre
el sujeto connotando al Otro como deseante, haciendo de él
su objeto. Agahna es el brillante que confiere su carácter a lo
Bello y que es el objeto de encanto-ese encanto inconvenien­
te al analista: él participa de la trampa en que consiste agat­
ina: trampa de la mirada- El encanto (Reize), según Freud
en los Tres ensayos sobre sexualidad, es la cualidad que el ojo
como zona erógena transmite al objeto sexual y "que nos da
el sentimiento de belleza’’. A l" "¡deja ver!" que el analizante
dirige al analista como deseable, éste responde con un "us­
ted no me ve de donde lo miro", abriendo la dimensión del
deseante, ¿Qué quiere el Otro? "Gozar de mí", es la respues­
ta del superyó que sólo puede aparecer en la caída de agal-
m.a, cuando se separa (a) de ~<p. Respuesta a-moral y obscena
que el deseo del analista no permite al analizante. El diván
es, por lo tanto, ético: él promueve el desvanecerse del ana­
lista del campo de la fascinación en el sentido de separar (a)
de -~9 , para que el objeto aparezca con su fase de plus gozar
y el sujeto pueda experimentarse como falta en su ejercicio
del habla.

El diván: lecho de hacer amor de transferencia

Evocaré en líneas generales una entrada en análisis para


acentuar mejor el carácter particular del pasaje al diván.
Pues el hecho de haber intentado deducir aquí lo universal
de la estructura que condiciona el uso del diván en psicoa­
nálisis no significa que ese pasaje no sea siempre particular.
Aprehender lo particular de cada caso es el único procedi­
miento que tenemos para no hacer una tipificación del uso
del diván, así como con cualquier otro aspecto de la expe­
riencia analítica.
Después de la primera entrevista conmigo, durante la
cual escupió un pedazo intragable de su historia, Joana, que
vino a hablarme de sus desventuras conyugales, se queda
afónica, lo que la hace faltar a la segunda entrevista. Esa afo­
nía se tornó rápidamente un síntoma analítico cuya super-
cleterminación tuvo como denominador común la demanda
de presencia dirigida al padre, que murió cuando era pe­
queña. El pedazo intragable en cuestión constituía también
un apelo al padre: cuando niña, al saltar una fogata, su ves­
tido se incendió. Ella se volvió una antorcha viva cuyo fuego
fue rápidamente apagado. Eí vestido chamuscado se pegó a
su piel y su madre, al intentar quitarlo, arrancó retazos de
piel pegados a los harapos del vestido. En ese cuerpo a cuer­
po de horror con la madre, su padre estaba ausente. En se­
guida, fue al único que ella permitió que hiciese los curati­
vos; el único con quien comía durante el período de anore­
xia que sucedió a la cura de las quemaduras; el único que
cuidaba de sus innumerables anginas que cuando niña la de­
jaban afónica.
El síntoma de la afonía actualizado durante las entrevis­
tas preliminares muestra que se dirige al analista como subs­
tituto del padre e indica la emergencia de la transferencia.
Ella confiesa sentirse muy inhibida de mirarme mientras ha­
blaba e hizo alusión al hecho de que podría acostarse en el
diván -a lo que no respondí-. Comenzó a partir de ahí, a evi­
tar mi mirada. Un día llegó diciendo, muy confusa, que es­
taba sucediendo en ella la transferencia y me contó con mu­
cho esfuerzo un recuerdo de infancia en que realizaba jue­
gos sexuales con el hermano -tratábase de voyerismo-exibi-
cionismo en torno de un juego de strip tease- y que un día co­
locó su sexo en el de ella. Interrumpió entonces su relato pa­
ra hablar de su dificultad en contar eso mirándome. En ese
momento indiqué el diván sugiriéndole acostarse, lo que
ella rechazó a pesar de mi insistencia. La dejé continuar; ella
retomó deciéndome que en el entierro de su padre no con­
siguió mirar al hermano, pues le venía a la mente el juego
sexual en cuestión -recuerdo que la dejó avergonzada du­
rante todo el entierro-. En las entrevistas siguientes, conti­
nué insistiendo para que se acostase. En vano: mi insistencia
sólo hacía acentuar mi impotencia. "No lo consigo", decía y
agregaba que, sin embargo, hacía todo para agradar a Los
hombres (!). Decidí salir de esa posición de amo en que ella
me había colocado con su provocación y dejarla cara a cara
en las entrevistas posteriores. Fue en este momento que me
contó que la semana anterior había ido a la cama con cinco
hombres diferentes “todos impotentes-. Y agregó que siem­
pre procuraba hombres como su padre. Interrumpí la se­
sión diciéndole: "Está bien, pero yo no soy su padre". En la
sesión siguiente, ella pudo decirme que se sentía excitada se-
xualmente en mi presencia, consiguiendo finalmente acos­
tarse.
Esta pequeña secuencia no es sino la manifestación de lo
obvio: el diván es un lecho de hacer amor -amor de transfe­
rencia-. Lecho del cual toda satisfacción es excluida: lecho de
suspiros, de suspirar por el Uno, de transpirar lo peor, pues
ahí no tiene padre que venga a adormecer el deseo. El diván
no está hecho para eí relajamiento ni para dormir: al entor­
pecimiento hipnótico se opone el despertar del deseo. ”La clí­
nica está siempre ligada al lecho, dice Lacan... Y no se encon­
tró nada mejor que hacer acostar a los que se ofrecen al psi­
coanálisis Es en posición acostada que el hombre hace mu­
chas cosas, el amor en particular y el amor lleva a todo tipo de
declaraciones."16 En el caso de esta analizante, fue en el diván
que la mirada como objeto causa de deseo latente, tanto en la
imagen especular soportada por el analista como en la reci­
procidad de los juegos sexuales infantiles, dio lugar a la mira­
da como objeto de un goce mortífero de ía madre. Ella era
objeto para la madre, cuya mirada durante el arrancamiento
de retazos de carne connotaba que el Otro ahí gozaba. Si el
goce está deí lado de ía Cosa inhumana, el decir cualquier co­
sa -dizvao- de la regla fundamental es la dirección para que el
diván del amor no sea un lecho de muerte. Lo que no signifi­
ca que no pueda adquirir esa, o cualquier otra significación,
como la de Sardanapal de Delacroix en su lecho de muerte,
rodeado por sus objetos de goce: collares, joyas, vasos, tejidos,
esclavos, caballos y mujeres; o como la Ofelia, pintada por
John Everett Millais, resplandeciente en su lecho de flores ba­
jo las aguas transparentes de un río mortal ~es acostado que
yace el cadáver-. Si ei diván puede tomar la significación fú­
nebre de un funesto destino, es por ser ahí que el sujeto ex­
perimenta la mortificación de los significantes que sujetaron
su vida, cuyo resto pulsa en el silencio de la pulsión de muer­
te.
Entre las Preciosas se encuentra un pudor en nombrar la
cama, el lecho, que es designado por la función de ser el lu­
gar de dormir, como encontramos en el Gran Diccionario de
las Preciosas (Ribson, 1600) o La llave de la lengua de las calle­
juelas. el "viejo soñador", el "imperio de Morfeo".
Si la cama es ei lecho del sueño, el diván no es para que-
darse acostado en la espléndida cuna de las regresiones a un
infantilismo de la libido. Si la cama es para dormir y soñar, el
diván es para relatar y despertar. Diván es un término persa
que designa efectivamente un lugar para hablar: la sala guar­
necida de almohadas en que se reunía el consejo del sultán
en ei imperio otomano. En inglés, it is not bed\bad: es couch cu­
yo verbo designa hacer a alguien acostar y también expresar
en palabras, frasear. El diván es, en suma, el lecho del río en
que pasó mi vida y mi corazón se dejó contar.
capítulo III
¿QUÉ TIEMPO PARA EL ANÁLISIS?
Cuantos minutos gastam naquele jogo? Só os relógios
do céu terao marcado esse tempo infinito e breve. A
etemidade tem os seus péndulos; nem por nao acabar
nunca deixa de querer saber a dura^áo das felicidades
e dos suplicios.
Machado de Assis

Cinco proposiciones sobre el tiempo en psicoanálisis:

1° proposición. El tiempo en psicoanálisis debe correspon­


der a la estructura del campo freudiano. Este aspecto no es
meramente técnico o empírico, sino que responde a con­
ceptos fundamentales del psicoanálisis.
2- pro-posición: Las sesiones psicoanalíticas sin tiempo de­
terminado se establecen en un plano que no es el de la bu­
rocracia, sino el de ía lógica del inconsciente y la ética del
psicoanálisis.
3~ proposición: Las sesiones psicoanalídcas sin tiempo de­
terminado encuentran su lógica en dos diferentes definicio­
nes de estructura, que implican dos aspectos dei sujeto.
A) La estructura del campo psicoanalítico es equivalente
a la estructura del lenguaje. El sujeto es definido a partir de
su determinación por el significante, definición correlativa a
la formulación del inconsciente estructurado como lengua­
je-
B) La estructura no es sólo definida por el lenguaje ("si
todo es estructura, dice Lacan1, no todo es lenguaje"), sino
también a partir del objeto a, real, exterior al lenguaje y que
está fuera del significante. Se trata de la estructura del acto
psicoanalítico. "Acto que fundamento, dice Lacan, a partir
de una estructura paradojal en que el objeto sea activo y el
sujeto subvertido,t: (a $) .2
4 ~proposición: El tiempo en análisis debe ir contra el tiem­
po del neurótico.
5~ proposición. El tiempo de la sesión debe incluir en sí
mismo y en cada sesión la finitud del análisis. De este modo,
cada sesión de análisis contiene el final de análisis.
¿Qué tiempo para análisis? "\Ande\" es la respuesta de
Freud, basada en la fábula de Esopo, en su texto ”EI inicio
del tratamiento”. Respuesta correlativa a la de Lacan cuan­
do inicia su enseñanza (1953) con un seminario sobre la téc­
nica psicoanalítica: "El maestro interrumpe ei silencio con
cualquier cosa, un sarcasmo, um puntapié."3 Es así que pro­
cede, en ía búsqueda de sentido, un maestro budista, según
la técnica zen. Cabe a los propios alumnos indagar las res­
puestas de sus propias cuestiones.
Sabemos que la cuestión del tiempo en análisis ha sido
1 Lacan, J.f “Fonction et champ de la parole et du langage”, Eaits, Seuil,
París, 1966.
2 Lacan, J., “La méprise du sujet supposé savoir”, Sdlicei n° 2, Seuil, 1968,
p. 34.
una cuestión polémica en la historia del movimiento psicoa-
nalítico, fundamentalmente bajo dos aspectos:
- El primero se refiere a la duración del análisis, donde es­
tá en juego el final de análisis y el "volverse analista".
- El segundo se refiere a la cuestión de ía duración de la
sesión psicoanalítica. Lacan introdujo esta cuestión del tiem­
po de la sesión, arrancándolo de la tipificación de los 50 mi­
nutos determinados por la IPA, para resituar la experiencia
psicoanalítica en la función del habla y en el campo del len­
guaje.
Se trata de lo que Lacan siempre llamó sesiones cortas,
que en el Brasil es denominado "trabajar con tiempo lógico"
en referencia al artículo de Lacan de 1945, Le temps logiqae el
Vassertion de certitude anteápée. Sabemos que Lacan jamás de­
sistió de las sesiones cortas, mostrando siempre que ellas "no
están desprovistas de sentido".4
Con el concepto de final de análisis propuesto por Lacan,
la duración de la sesión es una función del análisis en la me­
dida en que ella es terminable. En ese sentido, el final de
análisis debe estar inscripto en cada sesión y esto desde el
inicio.
No es casual que esa cuestión de fin de análisis sea ya evo­
cada por Freud en "El inicio del tratamiento". La aborda por
su lado problemático: "En los primeros años de mi clínica
psicoanalítica, solía tener extrema dificultad en persuadir a
mis pacientes a continuar su análisis. Esta dificultad hace
mucho tiempo fue substituida y hoy tengo el mayor trabajo
para inducirlos a abandonarla”. Este tema será retomado
por Freud en 1937, en Análisis terminable e interminable, moti­
vado justamente por esa dificultad en hacer terminar los
análisis. Como vemos, este problema se fue agravando desde
4 “Pierre de rebut du pierre d’angle, notre fort est de n’avoir jamais cédé
sur ce point”, (nota 1965) in Ecrits, Seuil, París, 1966, p. 315.
su constatación en 1914 hasta tornarse crucial para Freud en
el final de su vida, situación que se mantiene para todo el
resto de la comunidad analítica hasta hoy y que será aborda­
da en el último capítulo de este libro.
En "El inicio del tratamiento", ¿cuál es la posición de
Freud sobre el tiempo de la sesión? Relata que planificaba
las sesiones, fijando su número (seis veces por semana, me­
nos domingos y feriados), el horario y la duración de una
hora. Cada analizante tendría, así, una hora diaria de sesión,
de la cual podría disponer como quisiese, viniese o no a la
sesión.
A pesar de que Freud hizo resaltar que se trataba de re­
glas que le convenían, ellas fueron erigidas en normas de ti­
pificación por la IPA que realizó, sin embargo, algunas co­
rrecciones convenientes como: mínimo tres veces por sema­
na (a diferencia de las seis veces semanales) y una reducción
en el üempo de la sesión, que pasó de 60 a 50 minutos, sin
que nunca fuese dada una justificación para esta modifica­
ción.
Desde 1953, esa obsesión fue denunciada por Lacan en
su enseñanza. En contraposición a esas normas establecidas,
propone que el analista se oriente sólo por la palabra deí
analizante para conducir el análisis, que es esencialmente
una experiencia del habla en el campo del lenguaje. Lo que
hoy nos parece evidente, dada la difusión de la enseñanza de
Lacan, no lo era en 1953, ya que en esa época el psicoanáli­
sis estaba dominado por la técnica de análisis de las resisten­
cias.
¿Qué es ese tiempo, que no es un tiempo tipo, cronome­
trado, sino un tiempo de acuerdo con el inconsciente? Y si
el inconsciente es atemporal, como dice Freud, ¿cómo regu­
lar la sesión a partir dei inconsciente?
Tal cuestión no podrá ser resuelta sin recordar la prime­
ra novedad traída por Lacan cuando inició su enseñanza a
partir del axioma: El inconsciente está estructurado como un len­
guaje. Lacan señala que el inconsciente no está dentro ni
fuera, sino en el propio discurso del analizante, cabiendo al
analista hacer que ese inconsciente exista. ¿Cómo hacer eso?

Puntuación y retroacción

La primera propuesta de Lacan es: puntuar. Es por inter­


medio de la puntuación del texto del analizante que el ana­
lista hará que el inconsciente exista: a través de una puntua­
ción, el discurso común es transformado en manifestación
del inconsciente. Eso entra en oposición con la técnica que
busca provocar la "toma de consciencia", sea a través de in­
terpretaciones del tipo: "¿está dándose cuenta de lo que me
dice?", o con interpretaciones extraídas de una especie de
hermenéutica, incluso siendo una hermenéutica edípica o
pre-edípica, como la del buen o mal objeto.
La suspensión de la sesión obedeciendo, no al dempo del
reloj, sino a la trama del discurso del analizante, responde a
un esquema de comunicación evidenciado por Lacan y que
se encuentra no sólo en el análisis sino también en la expe­
riencia cotidiana dej día-a-día.
Para entender una frase es preciso esperar que ella termi­
ne. De esta forma, si yo dijera "ahora voy", nadie entenderá.
Sólo cuando diga la frase entera: "ahora voy al pizarrón a es­
cribir lo que estoy diciendo", es que se entenderá el sentido
del "ahora voy". Si consideramos la frase como la cadena de
significantes, es cuando ésta termina que vamos a encontrar
el sentido del inicio de la frase, en una retroacción.
Ese esquema de comunicación corresponde al Nachtrálich
freudiano, es decir, la retroacción, o el a posteriori o el "sólo
después". Así, sólo después de ser terminada una frase es
que se entenderá su sentido.
Ese esquema de retroacción es fundamental en psicoaná­
lisis, pues corresponde al esquema de la constitución del
trauma. Para que haya trauma son necesarios dos tiempos. Si
tomamos al trauma por excelencia, el de la castración, ten­
dremos: el primer tiempo, cuando en la masturbación infan­
til, el niño escucha amenazas reales de castración. Esas pala­
bras provocarán angustia cuando el niño se confronte con la
falta de pene de la mujer (de la madre), o sea, cuando se
confronte con la castración del Otro. El efecto de amenaza
adquiere su sentido en ese proceso de retroacción, en que la
primera experiencia será resignificada.
Ese esquema de retroacción será colocado por Lacan co­
mo un esquema fundamental del Edipo; será la matriz del
futuro grafo del deseo, llamado punto de capitoné (poiní de
capitón). Este término es utilizado en Ía confección de almo­
hadones: es un punto que, cuando es hecho, la trama del al­
mohadón toma determinado formato. Este punto de capito­
né permitirá, en términos de estructura, la propia fabrica­
ción del propio sentido -sentido éste que a partir de Freud
será siempre sexual-.
A partir del Edipo freudiano podemos inscribir ei punto
de capitoné tal como Lacan propone: la inclusión del Nom-
bre-del-padre en el Otro corresponde al advenimiento de la
significación fálica, lo que dará sentido a su connotación se­
xual.
Vamos a tomar este gráfico, que es una matriz simple, co­
mo si fuese la propia "experiencia psicoanalítica. El individuo
tiene en su historia puntos enigmáticos, condensados de for­
ma tal que apuntan a un determinado goce, lo que hace que
ese punto vuelva siempre en su discurso. Ese punto enigmá­
tico retorna en la compulsión a la repetición, emergiendo
en el habla que el sujeto dirige al Otro donde coloca al ana­
lista. Ese punto, aparentemente sin sentido para él, es un
enigma y como todo enigma pleno de sentido. El sujeto co­
mienza entonces a conferir un sentido a ese acontecimiento
para, más adelante, atribuirle otro sentido; tiempo después
conferirá todavía otro sentido y así en adelante.
Sabemos que el análisis, como una experiencia de resig­
nificación, va a permitir diversas interpretaciones del mismo
acontecimiento, o sea, diversos otros significantes pueden
ser asodados al acontecimiento, por tener una estructura
significante.

x- Punto enigmático en la historia del


sujeto, que es resignificado a partir
de diferentes interpretaciones.
Existen dos términos que Lacan utiliza en relación a ca­
da momento de esa interpretación de un acontecimiento
psíquico: resubjetivación y reestructuración.5
El ejemplo dado por Lacan de esa estructura es el análi­
sis del Hombre de los Lobos que producirá una serie de
reestructuraciones retroactivas de un acontecimiento para
él fundamental: la escena primitiva del coito anal. Eso per­
mitirá al sujeto asumir su historia, o sea, incluir en ella su
propia participación; historia construida por medio de ese
habla dirigido al analista, posibilitando varias resignificacio­
nes.
El corte de la sesión ya es en sí una forma de interpreta­
ción, interpretación en acto que va a decidir ei sentido. "La
suspensión de la sesión, dice Lacan, no puede ser indiferen­
te a la trama del discurso y desempeña en la sesión el papel
de una escansión, que tiene todo el valor de una interven­
ción para precipitar momentos concluyentes."6
Esa escansión, en el medio psicoanalítico lacaniano, vino
a ser sinónimo de corte, no confundirse, sin embargo, con
él. Escansión es un término del análisis poético que signifi­
ca puntuar, subrayar, ritmar, pronunciar destacando las síla­
bas o los grupos de palabras. Veremos posteriormente cómo
es importante que ese corte tenga una estructura de escan­
sión.
Al situarse el analista como aquel que va a suspender la
sesión en un determinado momento (o sea, el que dará el
punto final en la frase), debe señalarse que es el analista
quien decidirá, quien es siempre el sentido deí Otro. El ana­
lista es, bajo este aspecto, el amo de la verdad, desmitifican­
do así la supuesta neutralidad del analista.

5 Lacan, J., Ectits, p. 256.


6 Ibid, p. 252.
A - Analista en el lugar del Otro; corte de la sesión.
s(A) - Sentido del Otror
Basado en este esquema, eí analista, como el inconscien­
te, no se preocupa por el tiempo, pero corta la sesión en fun­
ción del habla del analizante. Sin embargo, si ei analista no
se preocupa por el tiempo del reloj, sería falso afirmar que
no se encuentra presente en el análisis la dimensión tempo­
ral y esto sucede bajo dos aspectos.

Tiempo y lenguaje

El primer aspecto es la propia dimensión temporal de la


cadena de significantes; ella, como decir propiamente di­
cho, implica temporalidad. Por otro lado, sólo es posible
concebir el tiempo á partir del lenguaje tal como él aparece
al nivel de la gramática -pasado/prese nte/fu tur o- y en to­
dos sus modos: indicativo, subjuntivo, imperativo, etc. Así,
no sólo la cadena de significantes tiene una temporalidad,
una diacronía presente, sino que también el propio tiempo
implica el lenguaje. Como dice Lacan: "el a-b-c de la tempo­
ralidad exige la estructura de lenguaje".7
¿Qué hace Lacan cuando utiliza la lingüística, sino intro­
ducir ía temporalidad en eí algoritmo saussuriano?
Algoritmo de Saussure:
5 (Significante)
s (Significado)
Esto implica una cadena de significantes que correspon­
da, punto por punto, a una cadena de significados.

ssss---------------
Lacan, tomando el algoritmo de Saussure, incluye la di­
mensión del tiempo representándolo por medio de dos vec­
tores que se intercomunican (la cadena de significantes, que
es por la cadena de significados):

Introduciendo el tiempo en el algoritmo saussuriano, La­


can produce la matriz del grafo del deseo. Esa orientación
temporal determinará el propio concepto de sujeto en La­
can, pues él incluye la noción del tiempo,8lo que se corrres-
ponde a las resubjetivaciones que ocurren en un análisis, cu­
yo esquema es análogo al de las resignificaciones de un
acontecimiento en ía historia del sujeto.
Simplificando todavia más este esquema, podemos decir
que el encadenamiento de significantes (que simplificada-
mente representaremos a través de una matriz simple de dos
8 Soller, G., “O tempo era analísele”, Falo n° 1, Fator, 1987, pp. 81-91.
significantes (Sj y S9) es lo que retroactivamente producirá
el sujeto.

$
El sujeto, que no admite que ningún significante último
diga lo que él es, es producido por el desenrollo de la cade­
na significante. Se marca así, la importancia de una puntua­
ción que producirá el sujeto. El sujeto es un efecto de la
orientación en el tiempo de la cadena de significantes, o sea
un efecto retroactivo.
En "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo", Lacan
indica ía matriz primaria del grafo del deseo como siendo la
sumisión del sujeto al significante, que se "produce en el cir­
cuito que va de s(A) a A para volver de A a s(A)”.9 El insiste
sobre la asimetría de esos dos puntos de cruzamiento: A(el
Otro) es un lugar (el lugar del tesoro de significantes) y s(A)
es un momento: escansión-puntuación en que la "significa­
ción se consdtuye como producto acabado". En esta matriz,
el Otro, definido como lugar del tesoro de significantes, exi­
ge que la totalidad de la batería significante sea instalada en
A - lo que es imposible debido a que el Otro es incompleto,
faltándole el significante que le conferiría el carácter de lo
verdadero sobre lo verdadero.
Lacan indicará ese Otro ya no como lugar de código sino
como "sido previo al puro sujeto del significante": el lugar
del habla. El lugar de donde parte el primer dicho que "de­
creta, legisla", confiriendo al otro real (la madre, por ejem­
plo) su oscura autoridad y provocando el fantasma (fantó-
me) de la omnipotencia del Otro en que se instala la deman­
da del sujeto.
El sujeto trae en el trazo unário la marca que lo aliena "en
la primera identificación que forma el ideal del yo" [I (A) ].
Es lo que aparece en eí grafo siguiente, donde notamos un
cambio de lugar del sujeto en relación al primero.

st
Significante yo

I(A)
El analista viene así, "naturalmente", a ocupar el lugar del
Otro, por la vectorizacrón del habla del analizante en la
constitución de la transferencia. Es al analista como Otro al
que el sujeto va a dirigir sus demandas.
El analista, respondiendo desde ese lugar, acentúa la su­
misión del sujeto a sus primeras identificaciones, conducien­
do al analizante a la idealización comandada por I (A) y al
desconocimiento de su falta-de-ser que el ideal escamotea.
Podríamos pensar que fue, a fin de evitar que el analista
venga a ocupar este lugar estructural de la omnipotencia del
Otro, que la IPA, en una vana tentativa, propuso su contrato
de tiempo cronometrado de la sesión.
El tiempo para cada sesión de análisis no puede ser exter­
no a la experiencia analítica, que es una experiencia dei len­
guaje, como si él fuese un Otro del analista, a quien éste estu­
viese sometido y de quien el analizante recibiese una garantía
contra sus caprichos.
Suponer entonces que el analista sea sometido a tiempo
fijo es suponer que existe un Otro del Otro. Ahora, porque
no podemos decir cuál es la significación de Ía significación,
por no haber sentido final -por no existir un sentido abso­
luto, ni lo que en una perspectiva hegeliana sería el Saber
Absoluto- no existe, por lo tanto, ninguna garantía en cuan­
to a ese Otro: S(JÍ). Es incorrecto decir que existe un Otro
del Otro porque al Oteosle falta justamente un significante
que pueda responder por un yo soy. No existe, a nivel de len­
guaje, un significante que sea un atributo cualquiera que
pueda fijar el sujeto para todo o siempre, fijar aquello que
sería su ser. No hay un Otro, por más institucionalizado que
éste sea, que pueda garantizar la existencia del Otro a quien
dirijo mis demandas: no existe la transferencia de la transfe­
rencia ni tampoco lo verdadero sobre lo verdadero.10
Del mismo modo que no existe un Otro del Otro, no exis­
te un Tiempo del Tiempo, Y ¿qué sería el Tiempo del Tiem-
po?
Si pensamos en la experiencia analítica de tiempo fijo, el
tiempo del reloj puede ser considerado como el Tiempo del
Tiempo, ese Otro del Otro. Como el Otro es inconsciente, el
tiempo de análisis, para ser rigurosos, sólo puede ser un
tiempo intrínseco a éj mismo.
La escansión de los significantes por el corte de la sesión
debe ir en el sentido de la desidentificación para promover la
suspensión del yugo del sujeto a aquel significante que la se­
sión escandió.
El sujeto dirige, entonces, su habla al Otro. Será por inter­
medio de su respuesta, como no-respuesta a la demanda que
implica esa habla, que el analista hará surgir la dimensión
del deseo, que se presenta siempre como un enigma, una
10 Lacan, J., “Comptes rendus d’enseignement - l’Acte psychanalitiqué”
(1967-1968), Ornicar?n° 29,1984, p. 25.
pregunta sobre un deseo que aparece como deseo del Otro.
Al nivel más fenomenológico de la experiencia, se podría
formular una pregunta como: "¿Por qué me paró ahí?" o "
¿Por qué me cortó cuando dije eso? ¿Qué dije tan importan­
te? o también "¿será porque estaba siendo pesado hablan­
do estupideces?".
Es entonces, a partir del corte de la sesión que va a surgir
la dimensión del deseo como pregunta, lo que aparece en el
grafo del deseo propuesto por Lacan como "Che Vuoi?",
Grafo del deseo

A
En ese sentido, el corte de la sesión como escansión va a
introducir la dimensión del deseo inconsciente que surge co­
mo enigma: función deí deseo del analista, que se presenta
como una x, como una incógnita a descifrar. Constatamos en
la clínica que, muchas veces, la última frase o palabra emitida
inmediatamente antes del corte de sesión permanece insis­
tiendo después de ella, haciendo al analizante asociar, lo que
coloca en funcionamiento el deslizamiento de los significan­
tes también por afuera de la sesión analítica. De ahí que el
corte de la sesión tenga una función de interpretación como
enigma, llevando a la producción de significantes.
"Precisamos referenciar todo, dice Lacan, todo a la fun­
ción deí corte en el discurso, siendo lo más fuerte aquello
que produce la barra entre eí significante y el significado.
Ahí se sorprende al sujeto que nos interesa."11 La suspensión
de la sesión como corte apunta a suspender las conexiones
habituales.de! significante y del significado, haciendo surgir
el sujeto suspendido a pura dimensión significante de aque­
llos significantes que lo determinan.

Tiempo de lógica

El segundo aspecto de la dimensión temporal es articula­


do por Lacan "a ía necesidad de la conjetura del tiempo in­
tersubjetivo para que el psicoanálisis asegure su rigor”. La
cuestión del tiempo conferirá, por lo tanto, al psicoanálisis
su rigor como ciencia conjetural abriendo la perspectiva de
un cálculo del sujeto.
Ese tiempo será descripto en el sofisma de los tres prisione­
ros, que aparece en el artículo sobre el tiempo lógico.12 La­
can introduce aquí la función de la prisa que será transpor­
tada al interior de la propia sesión de análisis.
Veamos el sofisma: Un director de prisión escoge tres pri­
sioneros y les dice que agraciará a uno de ellos con la liber­
tad. El agraciado será el que venza en un juego de adivinan­
za que les será propuesto. Les informa que hay cinco discos:
tres blancos (o) y dos negros (•) y que pegará uno de ellos
aleatoriamente en ía espalda de cada uno de los prisioneros.
Dicho esto, el director de la prisión prende los tres discos
blancos en la espalda de íos tres prisioneros, que sin cono­
cer cada uno el suyo, son dejados sueltos en una celda.
Prisioneros Discos
A
B ooo ®®
C
De hecho: ooo (tres discos blancos)
A(o);B(o);C(o)
i2 Ibid, pp. 197-213.
El director dice entonces que aquel que saiga primero de
la celda, pudiendo explicar lógicamente como llegó a dedu­
cir el color del disco pegado en su espalda, será el victorio­
so, obteniendo la libertad. Luego de cierto tiempo, salen los
tres juntos dado que se trata aquí de un apólogo, de un ra­
ciocinio lógico, pues, en verdad, sólo hay un sujeto real. Di­
gamos que quien sale es el prisionero A respondiendo: yo
soy blanco y lo sé porque veo que B y C son blancos.
A se justifica: poniéndome yo A en el lugar de B y C y ra­
zonando como ellos io harían (en este caso) pensé que si yo
fuera negro ambos se reconocerían como blancos y saldrían.
Como no lo hicieron, concluí que no soy negro y sí blanco.
Veamos cómo se descompone el raciocinio de A:
1) Si yo A fuese negro («) y me pongo en el lugar de B
pensaría: si yo fuese negro el C vería dos discos negros y sal­
dría, concluyendo que el B es blanco.
A(®)
(?) B
C(o)
2) Si yo A fuese negro (®) y me pusiese en el lugar de C
pensaría: si yo fuese (®), el B vería dos (®), concluyendo que
es (o) y saldría.
AC)
(?) C
B(o)
Luego, como ninguno de los dos salieron, yo (A) sólo
puedo ser blanco -acertando así, el sofisma-.
Según Lacan trátase aquí de un sujeto de pura lógica; lo
que determina el juzgamiento del sujeto es la no-acción de
los otros dos, el tiempo de parada de B y C.
Lacan irá, entonces, a descomponer el sofisma en tres
momentos en que la instancia temporal irá a presentarse de
un modo diferente en cada uno, apareciendo así la disconti­
nuidad de esos tres momentos lógicos:
- Primera evidenáa de radodnio:
Estando delante de'dos negros, se sabe que se es un blan­
co, o sea: •• o, lógica exclusiva y que tiene el valor instan­
táneo de su evidencia. Se describe ese momento con un tér­
mino interesante: es el momento de fulguración, donde el
tiempo es igual a cero. Ese es eí instante de mirar.
- Segunda mridmcia de radodnio:
Se trata del segundo momento en que se cristaliza propia­
mente una hipótesis, o sea, el atributo ignorado del sujeto
(aquí en el sofisma: yo soy blanco). Esa hipótesis será formu­
lada así: "si yo fuese negro, los dos blancos que veo no tarda­
rían en reconocerse como blancos". Ese es considerado el
tiempo de comprender, que supone la duración de un tiempo
de meditación: el raciocinio de A que viene a colocarse en el
lugar de los otros y a reflexionar. Así, el tiempo de compren­
der es de los otros. Lacan dice que ese tiempo así objetivado
es inconmensurable y que puede reducirse al instante del
mirar. "La objetividad de ese tiempo vacila con su límite.”
- Tercera evidev.áa de radodnio:
"Me apresuro a afirmarme como blanco para que esos
blancos que veo no se adelanten reconociéndose como
aquello que no son." Ese momento es llamado por Lacan mo­
mento de concluir; que es, en verdad la prosecución del tiem­
po de comprender. Esta, que resurge para él en una refle­
xión -y que podemos hacer corresponder al imight freudia­
no de un sujeto de pura lógica-, se presenta subjetivamente
como si fuese un tiempo de atraso en relación a los otros, de
ahí la prisa. Se presenta lógicamente como la urgencia del
momento de concluir. Lacan describe ese momento como
una iluminación que eclipsa la objetividad del tiempo para
comprender.
En el sofisma, ése es el momento de concluir y actuar. Si
no concluye rápidamente, podrá ser sobrepasado por los
otros dos y no podrá llegar a concluir que es blanco, per­
diendo así su oportunidad. Si los otros salieran, él no ten­
dría ya tiempo para nada. Es, por lo tanto, en la urgencia del
movimiento lógico que el sujeto precipita su juzgamiento y
su acto. Esta es la función de la prisa.
En ía aserción subjetiva (yo soy blanco), el sujeto alcanza
la verdad de ese atributo que le fue conferido y que es tan
fundamental para su vida.
¿Cómo esa aserción será verificable? Ella sólo podrá ser
verificada en la certeza, pues sí eí sujeto entrara en duda
(¿soy blanco o soy negro?) jamás podrá llegar a constataría.
De ahí el término propuesto por Lacan de certeza anticipada,
pues sólo se verifica en ella misma.
En este apólogo vemos que la motivación de ía conclu­
sión es correlativa a la angustia; así, si me apresuro a con­
cluir es por temor a que el atrasó me acarree error y que ese
error sea fatal para mí (en el sofisma, permanecería preso
por tiempo indefinido). La angustia, que es ese afecto que
no engaña, trae en sí la certeza.
Con el acto, se busca arrancar a ía certeza de esa angus­
tia y es eso lo que está implicado en el acto del momento de
concluir.
En ese texto de 1945, Lacan propondrá un tipo de sujeto
para cada momento.
1 - En el instante de mirar, el sujeto en cuestión es el sujeto
gnóstico, impersonal El sujeto de la aserción es: se sabe que
hay dos negros, entonces, uno será blanco. Hay un agente
impersonal (se sabe) en ese instante de la mirada.
2 - El tiempo para comprender, tal como vimos, es el tiempo
que se abre en el raciocinio de A (pensando como si fuese B
y G) como sujeto indefirúdo, recíproco, que aparece pareado,
pues implica esos otros dos (los blancos que ve). Se introdu­
ce aquí la dimensión imaginaria del otro -ese otro como pu­
ra reciprocidad, pues sólo uno puede reconocerse en el
otro- Tenemos aquí un sujeto indefinido, que es mucho
más del orden del yo imaginario, que se refleja en el otro.
3 - En el momento de concluir, el sujeto del enunciado (yo
soy blanco) coincide con el sujeto de la enunciación. Es
aquel que declara lo que es.
En ese texto, Lacan propone esos tres momentos como el
movimiento lógico de la génesis del sujeto. "Yo me apresuro
a afirmarme como blanco", momento que marca la constitu­
ción del sujeto.
Lo que nos interesa para nuestro tema es la estructura de
esa certeza anticipada que existe en la aserción en que el su­
jeto se declara. Lo que constituye la singularidad del acto de
concluir en la aserción subjetiva es el anticipar la certeza de­
bido a la tensión temporal presente en ía situación. La prisa
tiene la función de precipitar ese acto de declaración.
El sujeto aprendió el momento de concluir (que él es
blanco) frente a la evidencia subjetiva de un tiempo de atra­
so que lo apresura a salir. Si él, como dice Lacan, no apre­
hende ese momento, quedará, frente a la evidencia objetiva
de la salida de los otros, con la conclusión errada de que es
negro.
El acortamiento de la sesión, tal como Lacan teoriza, no
apunta a otra cosa que a precipitar en el sujeto el momento
de concluir, para que el sujeto se declare. De hecho, el aná­
lisis nos enseña que la prisa es amiga de la conclusión.

El tiempo del neurótico y la prisa

La introducción en la sesión analítica de la estructura


temporal de la certeza anticipada define el tiempo en el aná­
lisis como contrapunto del tiempo del neurótico. No es ca­
sual que los neuróticos se revelen contra las sesiones cortas.
El drama de Hamlet nos revela la dificultad del neurótico
para actuar: es siempre demasiado tarde o todavía no ha lie-
gado la hora.
La cuestión del tiempo del neurótico está asociada a la es­
tructura de su deseo, en la medida en que éste está marcado
por sus impases: deseo insatisfecho en la histeria, deseo im­
posible en la neurosis obsesiva. "Pero hay, dice Lacan, más
allá de esos dos términos, una relación inversa en un caso y
en el otro con el tiempo: el obsesivo posterga, porque siem­
pre anticipa demasiado tarde, mientras que el histérico repi­
te siempre lo que hay de inicial en su trauma, o sea, algo co­
mo demasiado temprano, una inmadurez fundamental."13
Para el neurótico, nunca llega la "hora de la verdad" de
su deseo: hay siempre una fuga, una vacilación, una escapa­
da, una postergación. Si el neurótico esta siempre perdien­
do la hora es por estar supeditado a la hora del Otro, lo que
es correlativo a su deseo de estar supeditado al deseo del
Otro: ei neurótico desea como Otro.
El obsesivo, como el esclavo de la dialéctica hegeiiana, se
encuentra en el momento anticipado de la muerte del amo

13 Lacan ,J., “Hamlet” (O objeto Ofelia). Ornicar?, n° 25, Seuil, 1982.


a partir de la cual él vivirá... esperando.14 “Estoy esperando
la muerte de mi abuelo -m e decía un analizante- para que
la historia recomíence”, haciendo así aparecer su posición
de petrificación en la espera de la muerte del Otro. Abuelo
que se presenta para el sujeto como amo de su deseo, sus­
pendiéndolo en la duda y en la postergación para remitir
ese deseo al imposible de su realización, en una infinitiza-
ción del tiempo de actuar.
En la fantasía histérica del trauma, el Otro sedujo al suje­
to aprovechándose de su inmadurez y él no pudo reaccio­
nar, siendo víctima del deseo del Otro. Pero es el sujeto his­
térico quien seduce para -a la "hora de la verdad”- esquivar­
se como objeto y mantener su deseo sostenido por la insatis­
facción.15 Es esa relación del sujeto en relación al deseo del
Otro que marcará con el tiempo, las dificultades del neuró­
tico.
"En eí neurótico, dice Lacan, la demanda del Otro toma
la función de objeto en su fantasía.”16 En la experiencia ana­
lítica, la cuestión del tiempo es situada por el neurótico en
el registro de la demanda. La interrupción de la sesión es vi-
venciada como un no a su demanda -que es siempre deman­
da de presencia-, correspondiendo al dempo que le es ne­
gado: nunca es suficiente. La histérica procurará provocar la
falta en el Otro con sus atrasos y sus faltas. El obsesivo se es­
merará en el trabajo de analizante para seguir mejor el tiem­
po del Otro, sublevándose violentamente contra ese Otro
irrespetuoso de un tiempo supuesto uniforme, cuyos capri­
chos y tiranía aparecen en la figura del Padre gozoso del mi­
to fre udiano de Tótem y Tabú.
En el transcurso del análisis, constátase que esa queja es

14 Lacan, J., Eaits, p. 314.


15 Ibid, p. 824.
16 Ibid, p. 823.
sobrepasada por el alivio causado por la caída de las identi­
ficaciones, ya que el corte de la sesión apunta siempre para
la falta: falta-de-ser del sujeto; falta de un significante que di­
ga lo que él es, lo que el sujeto declara ser nunca es suficien­
te. Es bajo la tensión de la prisa que se realiza lo que se tie­
ne que hacer. Estamos preguntando siempre por qué deja­
mos todo para última hora. Es justamente la última hora, la
prisa, que nos hace actuar.
Todo lo que es del orden de la creación, dice Lacan, se
da en la discontinuidad y bajo el imperio de la urgencia. Hay
entonces, una desvalorización del tiempo para comprender
y una valorización del tiempo para concluir, que será el mo­
mento de concluir el tiempo para comprender, que será re­
ducido a tan poco como la fulguración del instante de mirar.
El apólogo de ios tres prisioneros muestra la interdepen­
dencia de la acción de los individuos, o sea, que la acción de
uno se ordena a la acción del otro, develando, según Lacan,
la propia lógica de la psicología de masas. Estando el neuró­
tico supeditado al tiempo del Otro, es la acción y la no-ac-
ción de aquel que ocupará el lugar que provocará su deci­
sión de declararse en la producción de significantes por in­
termedio de la certeza anticipada. La cuestión para Lacan es
cómo el analista puede a través de sus intervenciones cortar
las vacilaciones del sujeto y precipitar un efecto de verdad.
La práctica de las sesiones cortas implica, por lo tanto,
dos aspectos: el análisis no se reduce en absoluto al tiempo
de las sesiones, es en cambio un proceso continuo, en el que
la sesión es descontinuidad, puntuación,, ruptura en el dis­
curso: inscribiéndose la sesión en el proceso analítico como
un corte, siendo el analista el depositario de las elaboracio­
nes y asociaciones que el paciente realiza fuera de la sesión.
Así, la elaboración se sitúa fuera de las sesiones y es una
tarea del analizante. Lacan usó varias expresiones para refe­
rirse a esa función del analista -papel de grabación, testigo,
depositario, referencia, guardián, notario, escriba-.17 Pun­
tuar, cortando el discurso del analizante, puede constituir al
analista en amo de la verdad, pero no en amo de la situa­
ción, de modo que, al causar una ruptura, hace que el orden
de la elaboración recaiga en el analizante, atentando contra
el sujeto supuesto saber encarnado por el analista.
Al entrar a una sesión sin saber cuánto tiempo durará, se
está bíyo el impacto de ia*prisa, lo que precipita el momento
de concluir. Este primer aspecto, relacionado a la cadena de
significantes, es correlativo aí deseo y está vinculado al enig­
ma y al sentido. Es el aspecto que se refiere al sujeto determi­
nado por el significante.
El segundo aspecto está relacionado al acto, que está fue­
ra del significante y se relaciona al objeto a. Es a ese aspecto
del acto, presente en el corte de la sesión, al que podemos
asociar la técnica zen, a la cual Lacan se refiere en Función y
campo del de la palabra y del lenguaje, cuando aborda la cues­
tión del tiempo lógico.

La técnica zen
La utilización del "-tiempo lógico" en el análisis se alia a la
técnica zen con la cual Lacan lo compara. El procedimiento
de las sesiones cortas tiene, dice él, un "sentido dialéctico pre­
ciso en su aplicación técnica. Y no fuimos los únicos en hacer
la observación de que él se encuentra, en el límite, con la téc­
nica designada con el nombre de Zen y que es aplicada como
medio de revelación del sujeto en el ascetismo de ciertas es­
cuelas de Extremo Oriente'’.18
El objetivo del Zen es llevar el sujeto al Satori: experien-
17 Ibid, p. 313.
18 Ibid, p. 315.
cia espiritual de revelación, iluminación. Es una experiencia
súbita que es descripta como una "reversión de la mente", en
la cual se experimenta una vivencia de total liberación carac­
terizada por la certeza. "Si existiera la menor duda, el menor
sentimiento de 'esto es demasiado bueno para ser real’, en­
tonces el Satori es apenas parcial, ya que todavía implica un
deseo de apegarse a la experiencia, si no ella sería perdida y
hasta que ese deseo no sea superado, la experiencia no po­
drá ser completa."19
La experiencia zen es descripta por el maestro Hui-neng:
"Ver dentro de la naturaleza-propia es, por lo tanto, ver den­
tro de la nada”.20 Ella se reduce al instante de mirar, que
aquí no es vinculado a la acción sino a la falta absoluta de re­
presentación.
Se trata de una experiencia que es siempre descripta por
su carácter abrupto, súbito, en que el sujeto se encuentra de­
lante del vado de todas las cosas. "Eso no es resultado de racio­
cinio, dice D.T. Suzuki, sino que ocurre justamente cuando
se desiste de él, cuando se percibe que él no tiene sentido y
cuando, psicológicamente, se agotó toda la fuerza de volun­
tad."21
Lo que es visto en la doctrina zen es algo que podríamos
situar como lo que está fuera de la cadena significante del
pensamiento, tanto consciente como inconsciente. Esa doc­
trina es indisociable de la técnica zen que va a ser el medio
utilizado por el maestro para llevar al discípulo al abandono,
a la liberación de la cadena significante, que sería una tenta­
tiva de buscar la liberación del sujeto de ios significantes que
lo determinan. En ocación del encuentro con un budista
erudito, que buscaba obtener del maestro Yeii-kuan Ch'an la
19 Watts, A., O espíritu do Zen, Cultrix, Sao Paulo, 1988, pp. 78-80.
20 Suzuki, D.T., A doctrina zen da nao-mente. Editora Pensamento, Sao Pau­
lo, 1989, p. 29.
21 Ibid, p. 47.
respuesta a una cuestión, éste le interrumpe los pensamien­
tos y clice: "el pensamiento deliberado como también la
comprensión discursiva no valen nada; ellos pertenecen a
una casa mal alumbrada: son como una lámpara en plena
luz del día; no proporcionan ninguna luz."2-
Lo que le interesa a Lacan en el Zen no es tanto la viven­
cia de esa experiencia de iluminación, también llamada de
despertar, sino la técnicajempleada para alcanzarla. Es con
ésta y no con la mística, que él compara el procedimiento de
las sesiones cortas.
En los ejemplos de Lacan, se resalta la intervención del
maestro en su encuentro con el discípulo: "el maestro Zen
interrumpe el silencio con cualquier cosa, un sarcasmo, un
puntapié"23.
Los antiguos maestros del Zen encontraron un método
de transmitir sus enseñanzas que no puede ser explicado: el
koa% que significa literalmente "documento oficial". Koan es
un problema, absurdo o paradójico, formulado bajo la for­
ma de una pregunta, que el maestro coloca para que el dis­
cípulo de Zen lo resuelva.
Ejemplos: "Un sonido es producido cuando aplaudimos.
¿Qué sonido es producido cuando aplaudimos con una sola
mano?"24 "Cuál era su .rostro original, aquel que poseía an­
tes de nacer?"25
A partir de esta formulación, el discípulo, a través de la
meditación sobre el koan, procurará su significación colo­
cando en circulación todas las asociaciones provocadas por
esa búsqueda. De tanto en tanto, tendrá entrevistas con el
maestro que verificará el desarrollo de su proceso de desci­
framiento.
22 Ibid, p. 76.
23 Lacan, J., Le Sémhiaire, lixne XX, Seuil, París, 1978, p. 104.
24 Watts, A., op. cit., p. 80.
25 Capra, F., O tao da física,. Cukrix, Sao Paulo, 1987, p. 25.
Estas entrevistas se caracterizan por su brevedad tanto en
el tiempo como en el diálogo, durante el cual el discípulo,
luego de intensa elaboración, llega a una formulación extre­
ma de su situación actual. La respuesta del maestro puede
llevar al relámpago de iluminación cuando el discípulo
constata que su mente y su cuerpo fueron barridos de la
existencia junto con el kocm. Esto es conocido como "soltar
el punto de apoyo1'.26 Se trata finalmente de llegar a la cons­
tatación de que el Koan está desprovisto de sentido. Pero, la
mayoría de las veces, esa intervención induce en el discípu­
lo a la perplejidad, la vacilación: es aquí donde se situará la
intervención del maestro, quebrando el silencio con cual­
quier cosa y suspendiendo la entrevista. Ese acto del maestro
como, por ejemplo, el acto de dar un puntapié es, según Su­
zuki, "realmente el acto de ver, por tanto ambos brotan de la
naturaleza propia y la reflejan. Una vez reconocida esa iden­
tidad, el acto gana un desarrollo sin fin; no hay solamente
un puntapié, sino también la palmada, la bofetada, el empu­
jón, el berrido, etc., como se puede encontrar en la literata-
ra zen. it97
Lacan advierte que el analista no debe llegar a esas inter­
venciones extremas: preconiza una "aplicación discreta" del
principio de la técnica Zen en el análisis, que le parece "más
admisible que ciertos modos llamados de análisis de las re­
sistencias, en la medida en que ella representa ningún peli­
gro de alienación del sujeto".28.
Esa observación es una advertencia contra el haz-de-
cuenta en el acto psicoanalítico: la actuación del analista
que quiere imitar un supuesto y anecdótico Lacan maestro
Zen.29
26 Watts, Op. cii.f p. 83.
27 Suzuki, D.T., op. cit.. p. 72.
28 Lacan, J., Eaits, p. 316.
29 Cf. Capítulo V “Ato psicoanalítico e fim de an alise”.
Las actitudes del maestro apuntan siempre al no sentido,
fuera del significante, al nivel de algo del orden de lo real y
no del orden del desciframiento, que presentifica con su ac­
to.

La presencia del analista

La analogía entre la entrevista zen y la sesión analítica


nos lleva a considerar la interrupción de ésta como una mo­
dalidad en que el analista viene a hacer de objeto a, siendo acti­
vo dentro de esa estructura paradójica del acto psicoanalíti­
co que subvierte al sujeto; el objeto forma parte de esa es­
tructura siendo, sin embargo, exterior al lenguaje.
El objeto a es aquel objeto que, estando fuera de la cadena
significante, la orienta. Es el objeto que sustenta la meto­
nimia del discurso, de significante en significante. Es el ob­
jeto que da la característica del deseo como "siendo siempre
deseo de otra cosa", objeto que rueda en la cadena y que só­
lo puede corresponder al intervalo significante (o sea, al
que esta entre los significantes).
(a)
$ S' — S" — $'"
El objeto a lleva en sí la estructura del corte, así, un objeto
sólo puede ocupar la función de objeto ciú es pasible de ser re­
cortado de la superficie del cuerpo, adquiriendo valor de ob­
jeto destacado, perdido. "Observemos que ese trazo de corte
(Lacan se refiere al que caracteriza la zona que la pulsión ais-
la) no es menos prevaleciente en el objeto, como la teoría
analítica describe: pezón, falo (objeto imaginario), flujo uri­
nario (lista indispensable si acrecentamos el fonema, la voz, la
nada), pues no se ve que el trazo parcial -ajusto título resal­
tado en los objetos- no se aplique apenas ai hecho de ellos
formar parte de un objeto total que sería el cuerpo y sí por re­
presentar apenas parcialmente la función que los produce".30
Sabemos que a partir del seminario sobre la angustia, La­
can reducirá a cuatro las modalidades del objeto a. objeto
oral, objeto anal, mirada y voz -objeto real fuera de la cade­
na significante-. El corte de la cadena significante, que re­
presenta la suspensión de la sesión a partir de la trama del
discurso del analizante, será equivalente a la presencia del
analista, presencia ésta como "hace-de-cuenta" de objeto a,
objeto opaco, que resiste a la representación.
La relación entre la presencia del analista y la interrupción
del discurso del analizante -manifestada en el ejemplo inte­
rrumpiendo el silencio del discípulo- es apuntada por Freud
como la manifestación de la transferencia. Esta situación se
verifica en el momento de aproximación al núcleo patogéni­
co, donde la resistencia se hace sentir nítidamente: "Cuando
algo, entre los elementos del complejo, es susceptible de refe­
rirse a la persona del médico, ocurre la transferencia; ella
produce la asociación siguiente y se manifiesta bajo la forma
de resistencia, por ejemplo de una interrupción de las asocia-
ciones.’’31 Este trecho es ampliamente comentado por Lacan,
que destaca el aspecto de la realización de la transferencia co­
mo actualización de la presencia del analista,32 cuya brusca
percepción fuera del ámbito de los sentidos es frecuentemen­
te acompañada de angustia, demostrando la presencia del ob­
jeto a. El corte de la sesión es del orden de la interpretación
en la medida en que observa el objeto causa del deseo.
La suspensión de la sesión por la intervención del analista
tiene por objeto la actualización de la transferencia, no como

30 Lacan, J., Eaits, p. 877.


31 Freud, S., “A dinamica da transferencia”, ESB, vol. XII, p. 138.
32 Lacan,}., 0 Seminario, Liwo I. Jorge Zahar, pp. 51-54.
repetición significante (automaton) en que el analista viene a
ocupar un lugar en la serie de las figuras del Otro del sujeto
sino como encuentro (tykhe) por definición fracasado que
constituye el centro del núcleo patogénico: el objeto a. Es esa
presencia física del analista que permite haber análisis, dado
que ella, según Freud, es imposible in absentia o in effigie.
Con su acto de corte de la sesión, el analista atestigua la
función del objeto a coraq agente de la certeza anticipada del
tiempo lógico. En la práctica, el efecto sorpresa, la perpleji­
dad de cualquier otro tipo de reacción, no indican otra co­
sa que la división del sujeto (a —» $).
La función de la prisa, dice Lacan, “es ese pequeño a que
transforma la prisa de la situación de los tres prisioneros en
juzgamiento, aquel que se coloca de manera absoluta inde­
pendientemente de otras aserciones”. El reinterpretará, en­
tonces, el sofisma del tiempo lógico ya no a partir de la sub­
jetividad, sino a partir del objeto a: "lo que merecería ser mi­
rado más de cerca es lo que soporta cada uno de ios sujetos,
no ser uno entre los otros, sino ser, en relación a los otros
dos, aquel que está enjuego en el pensamiento de ellos. Ca­
da cual interviniendo en este término a título de ese objeto
a que él es bajo la mirada de los otros".
"En otros términos, continúa Lacan, ellos son tres, pero
en realidad son dos más c l Esos dos más a , en el punto de a,
se reduce, no a los otros dos, sino a Uno más a [...] En la me­
dida en que, por la a minúscula, ios dos son tomados como
Uno más a, es que funciona lo que puede ocurrir como una
salida en la prisa."33
Lacan se esfuerza en ese Seminario XX en mostrar que
Uno no es el Otro, que hay una autonomía del significante
(Sj) en relación al conjunto de significantes (Sj-S2) y que
hay una antinomia entre el y el objeto a (en el apólogo la
mirada del Otro). El Uno en cuestión en el apólogo indica
que sólo hay un sujeto empujado por la prisa de actuar del
objeto a (a —» $),
La suspensión de la sesión, realizada por el analista en su
acto, es una manera de "hacer-de-cuenta" de objeto a, acto
que remite al concepto del acto analítico desarrollado por
Lacan en 67/68, como el momento de fin de análisis. Es por
haber rodado y rodado por sus significantes en busca de
aquel que le diría lo que es sin haberlo encontrado,, que el
analizante podrá buscar la certeza en el otro polo de la es­
tructura -que es ese objeto- donde se encuentra la designa­
ción de su ser como objeto tal como esta explicitado en su
fantasía ($ 0 a).
Es solamente despues de este pasaje -momento de pase
en el análisis- de experimentarse como objeto que, en el
momento de concluir, el analizante se torna analista. Es por
haber hecho ese pasaje en su análisis que el analista podrá
dirigir los análisis de sus analizantes hacia ese punto fuera
del significante.
La certeza que implica el acto analítico sólo es posible del
lado del objeto, debiendo el analista llevar al analizante a ese
punto de certeza, donde se encuentra su ser, cuya consisten­
cia es apenas lógica, dado que el psicoanálisis no es una on-
tología. La paradoja del psicoanálisis consiste en llegar a ese
ser por vía del lenguaje: él es lo que resta del proceso como
imposible de ser dicho.
El corte de la sesión, al ser equivalente al corte de la ca­
dena significante, hace surgir, por lo tanto, la dimensión de
ese intervalo entre los significantes, constituyendo esa sus­
pensión de la sesión en una escansión -en el propio sentido
de subrayar, acentuar-, no del significante sino de su inter­
valo, apuntando al no-sentido y a la falta en el Otro, allí don­
de queda el objeto como referente.
La suspensión de la sesión contiene un aspecto paradóji­
co: el analista al puntuar el final de la sesión aparece como
amo de la verdad, pero abriendo el intervalo entre los signi­
ficantes apunta hacia un agujero que, como un agujero en
un tonel, lo vacía de sentido. El corte de la sesión, por la in­
tervención del analista con su presencia en el discurso del
analizante, hace aparecer esa dimensión fuera del significan­
te, o sea, del objeto en torno del cual pivotean todas sus re­
presentaciones.
La presencia del analista, con su corte interrumpiendo el
desarrollo sin fin de la cadena significante, incluye en sí mis­
ma la estructura que va a permitir la finitud del análisis,
arrancando al sujeto de una temporalidad infinita. El final
de análisis es así incluido en cada sesión.
capítulo IV
CAPITAL Y LIBIDO
The French are glad to die for love
They delight in fighting dueis
But I prefer a man who lives
And gives
Expensive jewels
A kiss on the hand
May be quite continental
But diamonds are a girl's best fiiend
A kiss may be grand
Butwon 't pvay the rental
Of your hurable flat
Men grow alive coid
Girls grow oíd
And you are losing your charm in the end
But square or pear-shaped
Those rocks don’t lose their shape.
Diamonds are a girl's best fiiend,
de la película Los hombres las prefieren mbias

Üil título Capital y Libido me fue inspirado por el libro de


Y?

Betch Cleinman Capital da libido, cuyo subtítulo es Los Estados


Unidos en Marilyn Monroe.1 Se trata de una publicación realiza­
da a partir de una tesis sobre cine e historia, en la que la au­
tora se propone mostrar, basándose en el análisis de las pelí­
1 Cleinman, B., Capital da Libido - os EUA ern M. M., Rio de Janeiro, Achia-
mé, 1982.
culas de Marilyn Monroe, cuál es la ideología que sus perso­
najes pretenden difundir entre el público de posguerra, épo­
ca justamente del gran desarrollo del psicoanálisis en el mun­
do a partir de los Estados Unidos. Este es el momento de uno
de los grandes desvíos del psicoanálisis apuntados por Lacan,
o sea, el de un psicoanálisis en que son favorecidos el ego y la
adaptación a la realidad en vez de ocuparse de las formacio­
nes del inconsciente y de su descifrado. Se trata de la llamada
Psicología del Ego, cuyos principales representantes son Hart-
maii, Kris y Loewenstein. A través de ese psicoanálisis adapta-
tivo, correlativo a la sociedad floreciente donde el American
way of Ufe determina el human mgineering2, es solidificado el
concepto time is money (tiempo es dinero).

Capital y libido
El título de ese libro conjuga dos significantes: Capital, en
el sentido de ciudad más importante del país, su centro ad­
ministrativo y libido, en la acepción latina de voluntad, de­
seo. La capital de la libido es irónicamente Hollywood y es
Marilyn Monroe quien la representa paradigmáticamente
más allá de los personajes ingenuos que encarna en las pelí­
culas de humor bien adaptado. Y en esa capital, la libido es
el capital.
La frase que puede colocarse como subtítulo de una con­
ferencia sobre el dinero en psicoanálisis es aquella que re­
presenta el capital de la libido: Diamonds are a ghí's bestfriend
(El mejor amigo de una mujer son los diamantes).
El diamante sólo como mejor del sujeto revela que éste
sólo no es otra cosa que un objeto en el cual el capital de su
libido está invertido: el objeto di-amante. Marilyn Monroe,
2 Lacan, j .?Eaits, p. 246.
fabricada por Hollywood, así como la experiencia psicoana-
lítica, muestra que la libido es contabilizable.
El psicoanálisis nos devela que, de hecho, el capital es tra­
tado por la libido del sujeto. Pero, el capital sólo es libido si
está contabilizado y, como veremos, lo está.
El time is money, que evidencia la contabilización del tiem­
po de trabajo, escamotea la libido en causa -el goce devela­
do por Marx con el concepto de plus-valía-. Con Freud, po­
demos decir que capital es libido.
La libido es definida por Freud como energía, como la
grandeza cuantitativa -a pesar de inconmensurable- de las
pulsiones que se refieren a todo lo que podemos entender
bajo el nombre de amor,3 es la "manifestación dinámica en
la vida psíquica de la pulsión sexual".4 Esa definición de
Freud va más allá de su definición anterior, propuesta a par­
tir de Introducción al Narcisismo, que se refiere a la partición
de la libido del ego y libido de objeto. Ella concierne explíci­
tamente a la pulsión, yendo más allá de su concepción rae-
tapsicológica, o sea, su representación en el inconsciente.
En la Metapsicología, Freud devela que en el inconsciente
solo se encuentra de la pulsión la Vorstellungsre-prasentam, el
representante representadvo de la pulsión, aquello de la
pulsión que es del orden del significante, tal como se puede
leer en el materna de la pulsión: ($ 0 D) donde (D) se refie­
re a los significantes de las demandas orales, anales, etc. re­
lativos a las pulsiones correspondientes. Pero la grandeza
cuantitativa de la pulsión que es la libido no tiene represen­
tación en el inconsciente.

s Freud, $., “Psychologie des foules et analyse du mol”, Essais de psychanaly-


se, pbp, 1981, p. 150.
4 Freud, S., “Psicoanálise y teona da libido” (verbetes de enciclopédia),
ES£, vol. XVIU, p. 297.
Significante (representante

I
representativo de la pulsión)

Libido (magnitud cuantitativa)


La libido es lo que se aprehende en su "manifestación di­
námica” como Befnedigung (satisfacción). Satisfacción que
aparece tanto en el sueño como en el síntoma, como tam­
bién, en su clímax, en la propia alucinación, trayendo para­
dójicamente displacer al sujeto. La satisfacción de la pulsión
entendida como satisfacción plena y que la extinguiría al al­
canzar su objetivo, es imposible, pues el objeto que podría
satisfacerla es perdido desde y para siempre. La pulsión sólo
puede satisfacerse parcialmente a nivel sexual. Debido a esa
imposibilidad, la pulsión encuentra derivaciones (denomi­
nadas por Freud de vicisitudes o destinos) ordenadas por la
red de significantes que constituye el conjunto de los repre­
sentantes de la representación de la pulsión en eí incons­
ciente. De ahí la pulsión se satisface, por ejemplo, en el sín­
toma, en el sueño, en la sublimación. Esta característica de
plasticidad de la pulsión hace que Lacan la denomine deriva,
en el sentido de derivativo de la satisfacción sexual directa y
también en el sentido de estar a la deriva. El goce es el con­
cepto que Lacan propone para abarcar los conceptos freu-
dianos de libido y Befnedigung que no tiene representación
inconsciente.
Los significantes de la pulsión son los que constituyen,
por ejemplo, la demanda oral al Otro (el famoso modelo del
bebé pidiendo el pecho a la madre) y la demanda anal del
Otro (el no menos famoso modelo de la madre pidiendo las
heces al bebé) que son actualizadas de diversas formas en la
transferencia durante un análisis por la demanda de amor,
de interpretación y por el dinero. Lo que es efectivamente
sexual en el hombre es lo que es marcado por la significa­
ción fálica. El falo como faltante, o sea, la castración simbó­
lica, dará a las pulsiones oral, anal, etc. su característica se­
xual. Pero si lo que recibe la significación fálica puede ser re­
presentado en el inconsciente bajo la forma de significado,
hay siempre un goce en causa, que es, hablando con propie­
dad, la energía pulsional, su "magnitud cuantitativa" deno­
minada por Freud de libido.
La pulsión sexual tiene, por lo tanto, dos aspectos: su re­
presentación inconsciente y su manifestación dinámica, o
sea, la libido, que Freud, yendo contra Jung, siempre consi­
deró de naturaleza sexual
No todo en la pulsión, sin embargo, está articulado al sig­
nificante. Hay un resto que es, hablando con propiedad, el
objeto causa del deseo hacia el cual la pulsión se dirige sin si­
quiera alcanzarlo, consiguiendo apenas contornearlo. Es lo
que Lacan designó por objeto a, que no puede ser explícita-
do por la pulsión sexual, por no tener representación psíqui­
ca, siendo implícito a ella: es el objeto condensador de goce.
Los significantes de la demanda representativos de la pul­
sión son reprimidos y cifrados en el inconsciente. Para que
el proceso analítico sea el de desciframiento es necesario
postular que algo se encuentra cifrado. Este aspecto de la
pulsión es lo que hace que el síntoma sea analizable, por ser
del orden del lenguaje y como tal, una formación del in­
consciente.
La libido es lo que se satisface en el síntoma, es lo que
constituye su resistencia bajo dos aspectos: resistencia al des­
ciframiento y resistencia del sujeto a abandonar su síntoma,
el goce del síntoma.
Ahora, el dinero en el análisis se encuentra exactamente
en esa conjunción entre lo que pertence al orden del cifra-
miento y lo que pertenece al orden de esa energía cuantifi-
cable que tiene un valor inestimable para el sujeto y que
Freud designó como libido. Así, el dinero puede permitir
amonedar ese capital del sujeto que es la libido. Si lo que es
del orden del ciframiento puede equivaler, a nivel del in­
consciente, a la propia cifra (monto de las operaciones co­
merciales) , podemos hacer un paralelo y decir que, en aná­
lisis, la cifra, así como el símbolo monetario, vienen a repre­
sentar el monto de las operaciones Hbidinales.

Capital, valor y dinero


"Capital, según el diccionario Le Littré, es el conjunto de
medios de satisfacción resultante de un trabajo anterior; es
el fruto de un trabajo." En su acepción corriente, capital es
el conjunto de las riquezas poseídas y en sentido figurado, es
el conjunto de bienes (intelectuales, espirituales o morales)
que un individuo o un país posee.
La moneda, o sea, aquello que por exelencia tiene valor de
cambio, se acumula o se dispersa y puede funcionar como
metonimia de ese capital (como parte de éste) o como metá­
fora (lo que viene a substituir ese capital, representándolo).
"El capital, dice Marx, aparece como una fuente misterio­
sa, creadora de lucro y fuente de su propio crecimiento. La
cosa (dinero, mercadería valor) como tal ya es del capital y
el capital se revela como una cosa simple". El capital es el
móvil del trabajo. "Todas las fuerzas productivas del trabajo
social se presentan como siendo las del capital, de la misma
manera que la forma social del trabajo en general aparece
en el dinero como la propiedad de una cosa."5 Lo que con­
fiere valor a un objeto es el quántum de trabajo o el "tiem­
po de trabajo necesario, en una sociedad dada, a la produc­

5 Marx, K-, Le Capital citado en Argent el psycharmlyse de Pierre Martin, Na-


varin, 1984.
ción de un artículo”. Así, el time is money condensa esa defi­
nición marxista.
La diferencia entre el valor atribuido al trabajo abstracto
y el valor de uso, correspondiente al trabíyo concreto, equi­
vale a la explotación del trabajo: la plus-valía o el beneficio
de un sobretrabajo que no es pago. En nuestro sistema, es
ese valor que existe como resto de la ecuación time=money,
valor que es extraído al trabajador. El time is money del capi­
talismo escamotea la plus-valía, pues disimula que hay un ti­
me que no es money, o sea un tiempo no contabilizado.
La plus-valía como "gran secreto de la sociedad moderna"
nos es develado por Marx como rigiendo las relaciones del
capitalista con el proletario: es un "plus" que escapa a la
ecuación valor = tiempo de trabajo. "La producción de la
plus-valía es, por lo tanto, apenas la producción de valor pro­
longada para más allá de cierto punto. Si el proceso de tra­
bajo sólo dura hasta el punto en que el valor de la fuerza de
trabajo pago por el capital es substituido por un equivalente
nuevo, hay hasta ahí simple producción de valor; cuando él
supera este límite, hay producción de plus-valía.”6
El dinero, para Marx, se cambia por la totalidad del mun­
do objetivo del hombre y de la naturaleza. El sirve para cam­
biar todo y cualquier cosa, teniendo la cualidad de comprar
todo y apropriarse de todo. El dinero es el objeto privilegia­
do de la poseción.
No obstante, lo que se cambia verdaderamente es la falta-
de-gozar. El objeto de cambio es, simultáneamente, aquello
de lo que uno de ios socios de intercambio puede gozar, pe­
ro no quiere gozar, pues su valor de uso no lo satisface y por
eso quiere deshacerse -de él-, es aquello que el otro socio
quiere, pero de él no puede gozar, pues su valor de uso le fal­

6 Mark, K., Le Capital iivro I, 3 secao, Cap. VI, Gameir-Flammarion, p. 51.


ta por no poseer el objeto. Donde para ambos socios el valor
de cambio de una mercadería es una falta-de-gozar.'
Todas las mercaderías pueden ser cambiadas unas por
otras. Aquella que esta excluida del conjunto de las merca­
derías se torna el "equivalente general'' para todas ellas y de
esa posición de excepción constituye todas mercaderías en
su conjunto. "El equivalente general, el dinero, se torna en­
tonces el representante universal de la falta-de-gozar."8
La plus-valía que es producida por la sobrecarga de traba­
jo en la prolongación de la duración de la jornada del pro­
letario es un plus de gozar para el Otro. Ella es la "causa del
deseo de la cual una economía hace su principio: aquel de
la producción extensiva, por lo tanto insaciable, de la falta-
de-gozar".9
El dinero es lo que siempre falta, aquello que nunca se
tiene en medida suficiente. Esto hace a Lacan decir que el
rico es inanalizable, ya que para él nada falta, pudiendo ob­
tenerlo todo.

Plus-valía en análisis

En psicoanálisis, el trabajo, como por ejemplo el del sueño,


el de la elaboración, es el trabajo del significante sobre el go­
ce, o sea, la significación de ese goce. ¿Cuál es el producto
de ese trabajo que corresponde al trabajo de ciframiento?
El trabajador común actúa sobre la materia bruta produ­
ciendo un objeto que será de alguien. A partir del psicoaná­
lisis, planteamos la cuestión: ¿El sujeto sólo puede disfrutar
del objeto con la condición de no poseerlo?"
7 Naveau, pp.f “Marx e o sin toma", Falo n° 3. Salvador, jul. dez 88, pp. 112-
114.
s Ibid.
9 Lacan, J., “Radiophone”, Scilicet n° 2/3, Seuil, p. 87.
La respuesta es el objeto a, producto del trabajo del signi­
ficante sobre el goce que sólo va a funcionar como objeto
plus de gozar mientras sea objeto perdido. El objeto a -el ob­
jeto propriamente de la pulsión- es función de la renuncia
al goce. Al tomar como modelo el trabajador y la dialéctica
del señor y del esclavo, el objeto a es función de la renuncia
al goce bajo el efecto del orden del discurso.
Lenguaje —» a
goce
El objeto a es el efecto del lenguaje sobre el goce, lo que
puede ser escrito, según la fórmula propuesta por Jacques-
Alain Miller:-^-”* a (donde A se refiere al Otro y Ja l go­
ce) . La metaforización del goce tiene como producto un res­
to que es el objeto a. El trabajo de ciframiento del goce por el
significante condene una plus-valía no contabilizada: el ob­
jeto a dicho como objeto plus de gozar. El análisis, además
de su trabajo de desciframiento, debe llevar ese proceso de
ciframiento hasta las últimas consecuencias: "Hacer pasar el
goce al inconsciente, esto es, a la contabilidad ",10 o sea, de­
cir hasta no poder más. De los dichos en la experiencia psi-
coanalítica sobra un resto imposible de ser cifrado, el objeto
a, objeto sin substancia, es el producto final del proceso ana­
lítico. "El objeto a es ciertamente un objeto, pero sólo en la
medida en que es substituido definitivamente por toda no­
ción en que el objeto es soportado por un sujeto. Si él es par­
ticularmente producto del saber está excluido que él sea so­
metido al conocimiento. Tan pronto se manifiesta, él no es
más que un reflejo ya desvanecido.”11

10 Ibid, p. 72,
11 lacan, J., “Le savoxr du psychanalyste”, conferencias en el Hospital Saim-
Anne, 2/12/71 (inédito).
En la tentativa de situar la cuestión del dinero, tomemos
todavía la estructura de los cuatro discursos:
[el agente] [el otro]
[la verdad] [la producción]
Tenemos un agente que, basado en una verdad, actuará
sobre alguien para obtener una producción.
Si tomamos el Disamo delA?no tendremos: un agente, que
llamaremos patrón (o señor), Sj, actuará sobre S2, el esclavo
haciéndolo trabajar. Tendremos como producto el objeto a
que tendrá un valor (la plus-valía) al que el esclavo renuncia
para el goce del señor como sujeto.
Discurso del Amo:

$ a
Lacan identifica ese discurso del amo con el discurso del
propio inconsciente, que es una cadena de significantes de
cuya existencia sólo tomamos conocimiento a través de sus
formaciones (chistes, juegos de palabras, sueños y síntoma).
Estas formaciones del inconsciente "hablan" sobre la verdad
del sujeto del deseo: donde hay formación del inconsciente
hay un efecto del sujeto. Eso tiene como producto una plus­
valía (un plus de gozar), evidenciada en el chiste, en el go­
ce producido en la carcajada y también en el sueño en la me­
dida en que es realización del deseo: Wuncherfullung. El in­
consciente es un operario que funciona Full time: es el traba­
jador ideal 12
El inconsciente es ese trabajador incansable que hasta

12 Lacan, J., Televisión, París, Senil, 1974, p. 26.


cuando dormimos trabaja. Es el trabajador que el capitalis­
mo considera ideal: no piensa, ni juzga, ni calcula, sólo tra­
baja. Quien calcula y cuenta es la libido, o soa, el goce en su
proceso de airamiento.
El análisis sitúa ese objeto plus de gozar en la función de
agente para que $ produzca los significantes primordiales
(Sj) que lo alienan como sujeto, teniendo este lazo social el
saber depositado en la experiencia como su verdad.
Discurso analídco
a $

En el mercado de trabajo, Marx muestra la función de la


plus-valía, traducida por Lacan como renuncia al goce. Esta
renuncia va a aparecer en la función del plus de gozar del
objeto a. En ese mercado del Otro, hay un plus de gozar que
se establece y será captado por algunos. La posesión por al­
gunos es fundón de la renuncia al goce por otros.
Lacan se refiere al objeto a como perdido, objeto renun­
ciado, siendo, sin embargo, un plus de gozar. Pero, plus de
gozar ¿para quién? ¿Será para el Otro? Podemos decir que
sí, una vez que la fantasía que explica la relación del sujeto
con ese objeto es una respuesta al deseo como deseo del
Otro. De una cierta forma ese objeto a, objeto de la pulsión,
es siempre un objeto del Otro, en la medida en que el suje­
to lo supone ser del Otro. El proceso de análisis pretende lle­
var al sujeto a saber que ese Otro tampoco detenta el objeto
que le escapa, puesto que el Otro está agujereado.
Este rápido panorama sitúa nuestra entrada en el asunto
propiamente dicho. Teniendo como tesis general capital y
libido, así como libido es capital, el dinero es aquello que, en
análisis, puede venir a representar ese airamiento de goce.
He aquí lo que nos dice Freud sobre el dinero, esa cuar­
ta condición de análisis, en "El inicio del tratamiento": ”el
próximo punto a ser decidido en el inicio del tratamiento es
el dinero, o sea, los honorarios del médico. Un analista no
discute que el dinero debe ser considerado, en primera ins­
tancia, como medio de autopreservación y de obtención de
poder, pero sustenta que, al lado de esto, poderosos factores
sexuales se encuentran envueltos en el valor que le es atri­
buido". Esta frase de Freud condensa todas las cuestiones re­
feridas al dinero, pudiéndonos servir de guía en su aborda-
je.
Freud, al hablar de la condición del dinero, destaca, en­
tonces, la autopreservación —que traduzco en algo del orden
de la necesidad-, el poder y el factor sexual.
A partir de la necesidad (base indispensable para cam­
biar de registro), se pasa a la cuestión del poder y a la cues­
tión sexual, teniendo en cuenta que para Freud lo sexual se
divide en amor y deseo. El amor se encuentra en el registro de
la demanda del/al Otro y el deseo (Wunsch) es lo que, en
Freud, es propiamente sexual.
* D(A)
Necesidad Sexual
t ^ d
poder
En un intento de situar la cuestión del dinero, desdoble­
mos en cinco sus funciones: necesidad, poder, demanda, de­
seo y goce, el cual se encuentra presente en las cuatro pri­
meras.
1) "Prirnum viveré' (primero, vivir).
El dinero se refiere aquí al orden de la necesidad: es pre­
ciso tener dinero para vivir (habitar, comer, vestirse, tener pla­
cer, etc...).
2) Si la seal o signo (signe) es, según Lacan, aquello que repre­
senta alguna cosa para alguien, el dinero puede ser señal de
poder, pero es también §ímbolo de poder ya que recibe la
marca fálica. El dinero -así como las cosas que permite com­
prar y acumular- es símbolo fálico representando el goce
del haber, escamoteando la falta-de-ser, o sea, enmascarando
la castración y otorgando la ilusión de que todo se puede
con el dinero.
El rico que se adorna con lanchas, anillos, caballos, etc.,
muestra que esos objetos se presentan como símbolos de po­
der por ser insignias fálicas. El falicismo del poder del capital
puede ser ilustrado en la ostentación de riqueza del nouveau
riche y en la actitud de la mujer rica que trata a los hombres
como objetos de cambio.
3) El dinero puede ser una señal de amor. En menor medi­
da cuando el dinero es dado que cuando es pedido, como
una demanda del Ot^o -cuyo prototipo encontramos en la
situación de la madre pidiendo al hijo sus heces-. Dar dine­
ro no es tanto una señal de amor, en la medida en que amor
es dar lo que no se tiene, a no ser cuando se da dinero que
no se tiene, aquel que hace falta.
El que especifica el dinero en este registro no es algo del
orden del dar amor, sino de demanda de amor. El dinero en­
tra aquí como uno de los objetos que pueden ser pedidos:
objeto de la demanda que adquiere un valor que lo trans­
forma en señal de amor.
4) En el nivel del deseo el dinero aparece como significante
que se inscribe en una cadena asociativa del sujeto, como ve­
remos a continuación.
5) El goce del dinero es lo que designamos por la libidiniza-
ción del capital en el ser hablante - el "factor sexual" propia­
mente dicho que es del orden de la pulsión.
Para el hombre, lo que es del orden de la necesidad pasa
por el registro de la demanda y del deseo. El prototipo de
ese pasaje forzado es el hambre que, siendo del registro de
la necesidad, adquiere a partir del lenguaje la dimensión de
la pulsión (pulsión oral). La propia enunciación" ¡estoy
hambriento!" se sitúa en la dimensión del Otro, escapando
al registro del animal que cuando tiene hambre, se alimen­
ta y asunto acabado.
Freud jamás negó el registro de la necesidad en el hom­
bre, al punto de hablar de pulsiones de autopreservación en
un momento de su obra. Sin embargo, el imperativo de la
necesidad (si el hombre no come, muere) pasa al registro de
la demanda y al registro del deseo. Si para la necesidad exis­
te siempre un objeto específico (para la necesidad de respi­
rar, el objeto específico es el oxígeno, para la sed, el líquido,
etc...), en el ser hablante la significación de la necesidad y su
articulación con la pulsión hace del objeto específico un ob­
jeto perdido y siempre buscado por el deseo constante e in­
destructible.
La entrada en la cultura implica que la necesidad pasa a
través del lenguaje, arrancando al dinero del registro inme­
diato de la necesidad. La propia noción de dinero ya denota
el cambio de objetos y bienes marcados por la simbolización:
el dinero sólo existe en función del lenguaje. Decir que el po­
bre no puede hacer análisis es tratarlo como a un animal, si­
tuando su cuestión de dinero apenas en el registro de la ne­
cesidad. En verdad, el rico es más inanalizable que el pobre,
si llamamos rico a aquel que no tiene falta.
La necesidad hace aparecer la dimensión de la falta-de­
tener, la demanda y el deseo hacen aparecer otro registro de
la falta -la falla-de-ser. Falta-de-ser ese objeto que comple­
mentará al Otro, falta-de-ser ese objeto que al Otro le gusta­
ría que yo fuese.
El dinero vinculado al deseo entra en circulación marca­
do por la falta. Encontramos, en efecto, el dinero como par­
te de la serie de equivalencias simbólicas deducidas por
Freud entre los objetos que caen: seno, pene, excremento,
dinero, niño, regalo, etc., objetos marcados por la castración
y por lo tanto, suceptibies de entrar en esa serie fálica.
El dinero no sólo entra en esa serie de objetos imagina­
rios marcados por la falta, sino también como aquello que
permite un ciframiento del goce. Es esto lo que posibilita al
hombre de las ratas hacer equivaler tantos florines a tantas ra­
tas, fórmula llave de su neurosis obsesiva. Para ese paciente
de Freud, las ratas, productos de su obsesión, son acuñadas
como dinero - ligazón posibilitada por la homofonía en ale­
mán (Ratten = ratas y Raten = cuotas) y evidenciada en su di­
ficultad en pagar su deuda, dificultad que toma la forma de
síntoma.
La gran aprehensión obsesiva del hombre de las ratas es
centrada en el suplicio relatado por el capitán cruel, que
consistía en amarrar la víctima e introducir un embudo en
su ano en el cual eran colocadas ratas que cavaban un cami­
no hasta penetrar en el intesdno. La idea obsesiva es la de
pensar que esa tortura estaba ocurriéndole a una persona
querida del paciente. El goce de ese síntoma es aprehendi­
do por Freud a través de la expresión del rostro del pacien­
te durante su descripción -lo que traducía el “horror de un
goce por él mismo ignorado”- y por lo que en el análisis se
devela como la actividad del erotismo anal que desempeña­
ra en su infancia un papel fundamental alimentado por la
existencia de vermes intestinales durante largos años.
El análisis permite descifrar de la conexión entre esa idea
y el síntoma de deber pagar una deuda imposible. A partir
de la ecuación significante rata-cuota, Freud puede estable­
cer la conexión rata-dinero-herencia paterna. Otra cadena
de significantes es también develada, o mejor, producida en
análisis: rata-infección sifilítica-padre-pene-verme intestinal.
Esta última es una serie fálica, pues muestra, nos dice Freud,
la significación fálica de la rata. Sin embargo, él insiste en el
desciframiento del goce de la cadena: se trata de ia actividad
del erotismo anal.13 El "complejo de dinero" del paciente ad­
quiere un carácter obsesivo por el goce anal ahí implicado;
el dinero es del orden pulsión al.
Por lo tanto, como hablante, es decir, como substituto del
objeto que representa la falta, esto es, la castración (-<p), el
dinero entra en la serie de los objetos destacados del cuer­
po.
Seno, .heces, pene, dinero
-<p -<p -<p -<p
Esta sería su vertiente metafórica: el dinero metaforiza la
falta implicada en el deseo.
Otra vertiente es el deseo como metonimia del capital,
donde lo que aparece es ese deseo siempre como deseo de
otra cosa, etc..., deslizándose de objeto en objeto, objetos
del mundo sensible, objetos comprables.
Sería una ilusión creer que los objetos deseables y com­
prables no tienen relación con. el objeto a. No es preciso ir a
Amsterdam y ver las prostitutas en las vidrieras para inferir
la relación entre los objetos expuestos en una tienda y el ob­
jeto a, explotada en la apelación al consumo de los anuncios
15 Freud, S.> “L’homme aux ratsn. Cinq psychanalyses. París, PUF, 1979, pp.
238-239.
publicitarios. Los objetos de consumo pueden representar,
ser sustitutos como objetos imaginarios del objeto a, o sea,
i (a) /-<p. El dinero como metonimia del capital aparece siem­
pre como sustituto de ese objeto a.

La fantasía de la prostitución

Un breve comentario sobre la frase de Freud: "el dinero


envuelve poderosos factores sexuales". Esto significa decir
que el dinero es libidinal.
Siempre fue posible cambiar dinero por sexo: ayer, las
prostitutas: hoy, las/los masajistas. En las relaciones con los
profesionales del ramo, el amor no está enjuego. Se paga no
sólo por querer separar el amor de estas relaciones, sino so
bre todo para que alguien se someta a las fantasías del
cliente, sin manifestarse como sujeto deseoso. El profesional
del sexo tiene toda una serie de juegos, instrumentos que
tienen por objetivo colocar en escena la fantasía del cliente,
dando acceso, de esta forma, al placer fálico. Es para obte­
ner ese goce que el sujeto paga. Se paga para que el Otro no
haga surgir la dimensión enigmática de su deseo, que es el
instrumento de la función designada por Lacan como el de­
seo del analista. Es muy común en análisis que en el propio
gesto del pago el analizante se sienta a sí mismo o al analis­
ta como prostituta. Pero el analista a diferencia de la prosti­
tuta va contra la fantasía del sujeto. Lejos de someterse a ese
encuadramiento en que el individuo, en una riqueza de de­
talles sabe exactamente lo que precisa para gozar, él hace
surgir la dimensión del deseo del Otro como enigmática, co­
mo una x El analista va contra la fantasía del sujeto así co­
mo va contra el placer, en la intención de hacer surgir la di­
mensión del deseo marcado por la falta.
El gesto del analista de cobrar muestra que él no esta allí
gratuitamente y que no está interesado en hacer del anali­
zante un objeto de su goce, de sus investigaciones, objeto en
fin de su experiencia clínica para, por ejemplo, ingresar co­
mo miembro en una sociedad psi coana lírica, tener éxito en
unas jornadas clínicas etc. Ese pagar muestra que algo del
deseo del analista es también valuable como dinero y que el
análisis está colocado dentro de un lazo social
Al cobrar, el analista va contra el goce del sujeto de dos
maneras: no sometiéndose a la fantasía del cliente y mos­
trando no gozar de él El dinero en análisis tiene, por lo tan­
to, una función de para-goce, como se dice para-golpe.

División del sujeto y ética del analista

"El analista, continúa Freud en el texto 'El inicio del tra­


tamiento', puede indicar que tas cuestiones de dinero son
tratadas de la misma manera que las cuestiones sexuales,
con la misma incoherencia, pudor e hipocresía."
Incoherencia es el término utilizado en la traducción brasi­
leña de la Imago para la palabra alemana iuiespaUigkeiím cu­
ya mejor traducción sería duplicidad, que designa la cualidad
de estar dividido, partido en dos, donde se encuentra la raíz
de Spáltung que Lacan traduce como división del sujeto.
Las cuestiones, de dinero y las de sexo dividen al sujeto.
Las respuestas a las cuestiones de dinero, así como a las de
sexo, son siempre individuales: no existen dos personas que
tengan la misma relación con el dinero.
Siguiendo el texto, Freud dice: "El analista, por lo tanto,
está determinado desde el principio a no concordar con es­
ta actitud, y en sus negocios con los pacientes, a tratar los
asuntos de dinero con la misma franqueza natural con que
desea educarlos en las cuestiones relativas a la vida sexual
Demostrándoles como él mismo rechazó una falsa vergüen-
m
za sobre estos asuntos al decirles voluntariamente el precio
en que valúa su tiempo". Contra el pudor, Freud indica re­
chazar la falsa vergüenza y contra la hipocresía, demostrar
franqueza. Freud no toca la cuestión de la duplicidad, por
ser ella inherente al sujeto: lo quiere-no quiere, ligado al deseo
y el soy rico-soy pobre, ligado al dinero, están siempre presen­
tes. Esa división se manifiesta, por ejemplo, en la duda de el
Hombre de las Ratas: escoger entre la mujer rica y la mujer
pobre, donde se manifiesta su sfxiltung.
En cuanto a la hipocresía, Freud rechaza la posición de fi­
lántropo desinteresado, mostrando así que el analista se sen-
dría perjudicado, viniendo a situar así al analizante en el pa­
pel de perseguidor, o sea, de aquel que lo explota, pues ima­
ginaría ese otro (el analizante) como alguien a quien estu­
viese prestando un favor.
Freud hará a continuación todo un desarrollo contra el
análisis gratuito, enfatizando sus maleficios. Termina dicien­
do que "nada en la vida es tan caro como la enfermedad y la
estupidez". Establece pues, nítidamente, no sólo que el pre­
cio del análisis puede equivaler al precio de la enfermedad,
sino que uno puede amonedarse por el otro.
La estupidez puede transformarse en una cuestión del psi­
coanálisis, pero en principio no es abordada frontalmente
por Freud. Si él trata de algo parecido a la estupidez es cuan­
do aborda la inhibición en la neurosis. Por otro lado, la cues­
tión de la debilidad mental es tratada por Lacan en el Semina­
rio XI, principalmente a partir de su analogía con la psicosis,
dado que en ambos se encuentra la holófrase de Sj y S2.
La enfermedad, diferente de la estupidez, es una cues­
tión del psicoanálisis. A Freud le interesa saber cómo la en­
fermedad y el síntoma, en particular, pueden ser amoneda­
dos por el dinero. El síntoma es caro para el sujeto. Si para
el personaje de Marilyn el "diamante es el mejor amigo de la
mujer", el síntoma es el mejor amigo del neurótico.
El lucro del síntoma

El neurótico ama su síntoma como a sí mismo porque és­


te le es caro -lo que es constatable, en el análisis, en su difi­
cultad en abandonarlo-, dado que su capital está invertido
en el síntoma. Entramos aquí en el segundo sentido de la pa­
labra caro; el primero es caro como amante (el mejor amigo)
y el segundo es caro porque ahí se encuentra su capital, o
sea, es ahí que su libido está invertida. Es lo que Freud de­
nomina beneficio primario del síntoma y que Lacan llama
goce del síntoma.
El neuróüco, con su síntoma, obtiene dos tipos de bene­
ficio (lucro) en la economía libidinal:
El beneficio primario, en el que el síntoma es una satis­
facción libidinal sustitutiva, siendo la mejor inversión del ca­
pital del sujeto. Caer enfermo, dice Freud, envuelve una
economía de esfuerzo psíquico.14 La enfermedad es una ma­
nera de hacer economía: es la solución más conveniente
cuando hay conflicto mental. Estar enfermo es invariable­
mente la obtención de alguna ventaja. Es la fuga en la enfer­
medad.
El beneficio secundario concierne a la transformación ele la
relación del sujeto con su síntoma. Este es sentido inicial­
mente como un cuerpo extraño (o huésped indeseable, se­
gún otra metáfora utilizada por Freucl), pero en seguida el
sujeto acaba encontrando medios de obtener más ventajas
de él, además de la satisfacción pulsional que el síntoma pro­
porciona.
La metáfora utilizada por Freud para referirse al benefi­
cio secundario concierne nada más y nada menos que a un
beneficio pecuniario. El utiliza como ejemplo el caso de al­
14 Freud, S., “Fragmento da analise de um caso de histeria” (nota acres-
centado em 1923), ESB.. vol. VII, pp. 40-42.
guien que, a consecuencia de un accidente, quedó deficien­
te, pasando a vivir de ia mendicidad .15 Al proponérsele una
cura al deficiente a través de una cirugía, el primer impulso
del sujeto es recusarla para no perder el beneficio. El sínto­
ma entra, entonces, en la intersubjedvidad, encontrando un
lugar y el sujeto lucra con eso. La falta de piernas del hom­
bre mutilado representará el sujeto para el Otro social.
Cambiar esa coyuntura significa quitar lo que representa el
sujeto (Sj/$).
El beneficio secundario del síntoma está, por lo tanto, di­
recta y explícitamente vinculado por Freud a la cuestión del
dinero.

La transferencia de capital

En el análisis, vemos la transferencia del capital del sínto­


ma hacia un objeto: el analista. En vez de beneficiarse el su­
jeto recibiendo una pensión de invalidez por su síntoma, él
paga y su capital es transferido al analista. Además de esta
transferencia de capital en forma de dinero, hay transferen­
cia de libido, aquí tratada de la misma manera.
El primer efecto de la cura analítica es ese quiebre, ese
corte perpetrado en la economía de goce del sujeto, instan­
do al sujeto a renunciar a parte de su capital pecuniario. Sá­
bese lo difícil que es hacer que los analizantes vengan más
veces a análisis, o sea, hacerlos transferir todavía más capital
para el analista. Esa resistencia puede estar ligada al registro
de la necesidad, pero ciertamente está conectada al registro
de la libido, al goce asociado al síntoma. El concepto de re­
sistencia, que Freud atribuye inicial mente al consciente -re-
15 Freud, S.( “La nemosité commune”, Introduction a la. psydmnalyse (24),
Pbp, p. 362.
sistencia al trabajo analítico de desciframiento del incons­
ciente- encontrará, a partir de la segunda tópica, su funda­
mento no más al nivel del yo. Freud descubre que la resisten­
cia más poderosa proviene de ello: resistencia en renunciar
al goce incluido en la enfermedad, impidiendo los efectos
terapéuticos del análisis, pudiendo hasta llevar a la ruptura
del vínculo analítico.
En el análisis, el sujeto paga por esa transferencia de un
banco seguro llamado síntoma a un Otro sin garantías. Por
mejores que sean las indicaciones, por más amor que el sa­
ber supuesto le confiera, este Otro es siempre sin garantías.
Es natural que el sujeto resista a pagar con dinero y a aban-
donar la seguridad del banco en que su libido está invertida.
Si el dinero sirve para amonedar el capital de la libido, el
precio a ser pagado más allá del registro de la necesidad no
puede ser regateado. Es sólo cuando el precio es elevado pa­
ra el sujeto que puede equivaler al precio del síntoma, te­
niendo cada analizante, por lo tanto, su precio. El analista
no puede tener un precio fijo para todo y cualquiera que lle­
gue a golpear a su puerta, pues esto sería situar su praxis no
en el registro de la libido y sí en el de la prestación de servi­
cios, en el registro de tim,e is money.

Pagar el precio

Si el síntoma es la mejor inversión de capital del sujeto,


¿qué lo lleva a buscar el análisis?
A partir de la cuesdón del capital, podemos tentar formu­
lar la constitución de la demanda de análisis.
En un primer momento, el sujeto considera que el precio
que paga por su síntoma le es demasiado caro (en el sentido
de alto precio y no de alta estima). El goce del síntoma es
paradójico: la satisfacción libidinal ahí implicada se revela
corno imposible de soportar cuando se rompe la formación
de compromiso del conflicto enjuego en el síntoma. Se tra­
ta del momento en que el beneficio secundario se deshace y
lo real del síntoma imposible de soportar pasa a superar la
satisfacción producida por eí síntoma. Cuando esto ocurre,
el sufrimiento causado por ese desequilibrio de la economía
libidinal puede llevar al sujeto a pensar en buscar un análi­
sis. Sin embargo, muchas veces esto no basta para que al­
guien llegue a un analista.
En un segundo momento, el sujeto opta por el descifra­
miento de esta cifra, suponiendo un saber en el síntoma del
cual él es sujeto.
Podemos situar el efecto terapéutico verificado en la clí­
nica al iniciarse un análisis en los tres registros: imaginario,
simbólico y real. Ese efecto puede aparecer como el senti­
miento de alivio que el analizante experimenta en ese mo­
mento. Más allá del sufrimiento, que es la señal de ruptura
del compromiso, es necesario para que el individuo busque
el análisis que suponga en el síntoma una cuestión a ser des­
cifrada, cuestión que hable respecto a su posición como su­
jeto -sobre el sexo, sobre la vida, tal como la cifra de su des­
tino-. Esa suposición posibilitará la elección del sentido pro­
pio del sujeto a la operación de causación, denominada por
Lacan en el Seminario XI, alienación. El sujeto opta por des­
cifrar su alienación al Otro del significante.
En el registro imaginario, podemos decir que se trata del
amor de transferencia-el registro de la reciprocidad, de amar
y de ser amado- y que el sujeto ama y se siente tomado en
consideración en sus quejas y sus sufrimientos. En el registro
simbólico, se trata de la entrada del sujeto en la cadena signi­
ficante propiamente dicha, o sea, de la entrada en la asocia­
ción libre: el sujeto encuentra en el analista el Otro a quien
dirigir su producción significante. El efecto real es una trans­
formación de la libido. Se trata de la transferencia del sufri­
miento por el precio pagado con el síntoma para eí sufri­
miento del bolsillo, pues pagar implica también sufrimiento,
privaciones, sacrificios, cálculos, etc. Se trata de fabricar un
objeto llamado analista y el dinero se presta bien a eso, pues
se paga al analista para disfrutar de él. Eí analista se vende co­
mo un objeto que dene valor inicialmente contabiiizable: tan­
to por sesión. Así, el analista es un objeto libidinaimente in­
vertido y que va a amonedarse con el dinero. Por el artificio
de la transferencia, el analista es un objeto de alquiler: él es
alquilado por el analizante que paga por sesión, por cada "al­
quiler”. Ypara eso no cabe hacer economía, pues la economía
de dinero representa la economía de goce que se expresa por
una retención que infringe la regla de oro de la asociación li­
bre, que va absolutamente contra cualquier tipo de reten­
ción.
Sólo hay una manera de hacer análisis: inviniendo todo.
Así, nada puede quedar fuera del análisis. El gasto de dine­
ro debe acompañar al gasto de la libido que corresponde a
una hemorragia inicial del goce del síntoma concomitante a
su transferencia hacia el analista. La transferencia en análi­
sis, más allá de ser transferencia de significante, como lo ex­
plícita el algoritmo formalizado por Lacan, es transferencia
del capital de la libido.

¿Por qué el analista cobra?

"Si no cobrásemos, entraríamos en el drama de Atreo y


de Tiestes, que es el de todos ios sujetos que nos vienen a
confiar su verdad.”16 No cobrar es entrar en la tragedia del
analizante como depositario de una carta robada de la cual
él quiere desprenderse. Al recibir las tragedias del analizan­
16 Lacan, J., O Seminario, livro IIfJorge Zahar Editor, p. 257.
te y al hacerlo pagar por ellas, el analista pone su cuerpo fue­
ra de la jugada .17
La tragedia de Crebillon del siglo XVIII "Aireo Tiestes" es
escandida por el estribillo: "Un designio tan funesto si no es
digno de Atreo es digno de Tiestes." En ella se relata el caso
de Atreo traicionado por el hermano y luego asesinado por
el supuesto hijo y el caso de Tiestes que come sus propios hi­
jos.
Se trata de una leyenda de la antigüedad en que dos her­
manos enemigos luchan por el trono de Micenas. Son her­
manos fraticidas, pues bajo el estímulo de la madre mataron
a su medio-hermano, hijo del padre con una ninfa.
En Micenas, cuando queda vacío el trono, un oráculo
aconseja al pueblo escoger a uno de los dos hermanos. Ca­
da uno de ellos propone, entonces, una apuesta. Tiestes pro­
pone que sea rey aquel que consiga mostrar un vellón de
oro. Atreo acepta inmediatamente, pues existía un carnero
en su rebaño que poseía un vellón de oro, que él había man­
dado cortar y guardaba en un cofre. Atreo, sin embargo, no
sabía que su mujer, amante de su hermano Tiestes, lo había
robado y ofertado al amante. Atreo pierde cuando Tiestes
muestra el vellón de oro,... pero no descubre nada.
Zeus apiádase de Atreo y "le sopla" para que éste propon­
ga -pues es su turno de proponer una apuesta- que el ver­
dadero rey sea aquel que mude el curso del sol. Zeus realiza
la proeza y Atreo, gracias al favor divino, se torna rey y des­
tierra a Tiestes.
Más tarde, cuando Atreo toma conocimiento de la trai­
ción fraterna, finge reconciliarse con el hermano y lo man­
da a llamar. Mata en secreto tres hijos de Tiestes, descuarti­
za los despojos y hace con los pedazos un magnífico banque­
te que ofrece al supuesto hermano pródigo. Despues de
17 n>hl p. 256.
Ti es tes deleitarse, Atreo muestra las cabezas de los tres hijos
y lo destierra nuevamente.
La tragedia de Crebillon termina aquí, pero la leyenda
cuenta que Tiestes se refugia en Sicyane y engendra un hijo,
Egisto, con su propia hija Pelópia, sin que ésta lo perciba (!).
Pelópia se casa en seguida con su tío, Atreo y éste confía a
Egisto la misión de matar a Tiestes. Pero Egisto descubre a
tiempo que Tiestes es su padre, retorna a Micenas, mata a
Atreo y da el trono a Tiestes.
No cobrar significaría entrar en el drama de Atreo y Ties­
tes como depositario dei secreto valioso sin poder hacerlo
circular. Al hacer pagar al analizante, se trata de transformar
alaro dei orden del destino en objeto de cambio -los sienifi-
cantes empleados para cifrar ese goce, contando cuantas ve­
ces fuera necesario el horror de su tragedia-. El destino aquí
es figurado por una orgía sanguinolenta de goce incestuoso,
como en el fondo son todas las historias o por lo menos co­
mo son vivenciadas por aquellos que las narran.
El sujeto viene a prestar cuenta de sus crímenes y para
ello él paga con dinero, pone en movimiento la deuda sinir
bólica -deuda que el sujeto paga para entrar en el simbolis­
mo-.
Al hacerse pagar, el analista muestra que no esta allí por
amor, por sacrificio, o por ideal y mucho menos para gozar
de las historias escabrosas de los pacientes. Esto es importan­
te, sobre todo en lo que atañe al amor de transferencia en
que -como se verifica en la clínica del amor- amar es querer
ser amado. Desde que despunta el amor de transferencia
surge la demanda de amor. Más allá de ese amor de transfe­
rencia, lo que está en juego es la esencia del amor: o sea, la
pregunta "¿qué soy como objeto para el Otro?", cuando el analis­
ta será convocado a ese lugar dei Otro que goza dei sujeto
como un objeto. Hacerse pagar es significar que el analista
no se interesa por el sujeto como objeto, sino que es el de­
positario de las historias de alto valor del sujeto. El quiere di­
nero con el cual podrá escoger los objetos que él quiera.
El analista es depositario de las cartas robadas de los ana­
lizantes: cartas que no llegarán a su destinado y que son
transferidas al analista. El peso de responsabilidad de ser de­
positario de esas cartas es contrabalanceado por el dinero,
pues al hacernos pagar neutralizamos la responsabilidad, de
esa transferencia haciéndola equivaler al significante más
aniquilador de significación: el dinero.
El analizante paga con dinero y "paga al contado" al ana­
lista el precio debido por haberlo constituido en cofre pre­
cioso de sus males y bienes. El precio "tiene como función
amortiguar algo infinitamente más peligroso que pagar con
dinero, que consiste en deber algo a alguien ".18
El analista también paga, nos dice Lacan en La dirección
de la cara y los principios de su poder.19 El paga en los tres regis­
tros: Simbólico, Imaginario y Real.
S ~ con palabras - la interpretación.
I - con su persona - prestándose a los fenómenos recu­
rrentes de la transferencia, borrándose como yo.
R - con su ser - en su acto anulándose como sujeto en el
haz-de-cuenta del objeto a.
Y} ¿qué es lo que el analizante y el analista dan?
Podríamos decir que el analizante da su amor, el amor de
transferencia. Sólo que en la dinámica del amor y en la dia-
lécdca del dar, el amor es dar lo que no se tiene: dar, por
ejemplo, su tiempo cuando no se tiene para nada o dar la
eternidad como André Gide para Madeleine. Pero el amor
de transferencia es efecto de la demanda intransitiva que el
Ibid, p. 267.
19Ibid-, Écñts, p. 597.
analizante dirige al analista: amar es demandar amor. De ahí
el "dar amor" de la transferencia se reduce a la otra fase de
la demanda que cabe al analista soportar como insatisfecha
con su rechazo, para que desfilen los significantes en que se
detuvieran las frustraciones del analizante.
Pero no es con amor que se paga el amor. Pues si amar es
dar lo que no se tiene, lo que el analista tendría para dar es
nada. Pero esa nada, dice Lacan, él no la da. Y paradójica­
mente para esa nada que él no da, el analista hace al anali­
zante pagar y pagar bien, sino el analizante no lo juzgaría
precioso .20 El analista como el Otro del amor a quien el ana­
lizante dirige sus demandas es valioso por ser supuesto de-
tentor del objeto precioso causa de su deseo (a). Es por ese
objeto valioso, cigalma, que el analista es supuesto detentor,
siendo sin embargo que él no sólo no la da sino que tampo­
co la posee y es por ese objeto que es nada que el analizan­
te paga.

Esto se resume en la frase evocada en el Seminario XI, ilus­


trando el amor de transferencia: 11Yo te amo, pero como, inexpli­
cablemente, amo en ti algo más que a ti, el objeto a, yo te mutilo."-1
La obsesión por el pago como si fuese un salario recibido
a fin de mes por servicios prestados, es correlativa a la prác­
20 llnd, Écrits, p. 620.
21 ibid, Le Séminaire - üvre XI, Seuil, 1973, p. 241.
tica del contrabando -modulación dei deseo del obsesivo-
en la qual se tienta, para eludir al Otro, entrar en una nego­
ciación del tipo "una parte con recibo, otra parte sin recibo",
etc.
En análisis, solo hay un recibo: es la forma con que cada
analista significa al analizante que lo que fue dicho esta di­
cho, sin poder ser desdicho: el sujeto es responsable por sus
dichos. He aquí lo qüe*el psicoanalista anuncia con su pun­
tuación o corte de la sesión significa haber recibido. En últi­
ma instancia, el recibo del analista es el propio corte de la
sesión. Por intermedio del corte él significa haber recibido
aquello que el analizante le depositó. En ese sentido, el reci­
bo viene antes del gesto de pago.
capítulo V
EL ACTO PSICOANALÍTICO
Y EL FIN DE ANÁLISIS
Casi parece como si el análisis fuese la tercera de
aquellas profesiones imposibles en las cuales de an­
temano se puede estar seguro de llegar a resultados
insatisfactorios. Las otras dos, conocidas hace mu­
cho tiempo, son la educación y el gobierno. Eviden­
temente, no podemos exigir que el analista en pers­
pectiva sea un ser perfecto antes que asuma el aná­
lisis, o, en otras palabras, que solamente personas
de alta y rara perfección ingresen en la profesión.
Pero, ¿dónde y cómo puede el pobre infeliz adqui­
rir las calificaciones ideales que necesitará su profe­
sión? La respuesta es: en el propio análisis, con el
cual comienza su preparación para la futura activi­
dad.
Análisis terminadle e interminable, Sigmund Freud

Para Freud, todo análisis es terapéutico, tanto para aquel


que quiere curarse de algo como para aquel que se propone
ser analista. Por lo tanto, la distinción entre analistas-tera­
peutas y analistas-didactas, análisis y análisis .didáctico, en
uso en las sociedades ipeístas y similares, merece ser interro­
gada. Para Lacan, todo análisis es didáctico cuando es lleva­
do a su término, pues él produce un analista.
Si con Freud aprendemos que el propio análisis del ana­
lista es la condición para su ejercicio, con Lacan descubri­
mos que el proprio proceso analítico puede conducir al su­
jeto a un punto en que de analizante se torna analista, supo­
niendo que la superación de ese "momento de pase”, corres­
ponde ai final del análisis, es la condición del acto de tornar­
se analista. El acto psicoanalítico por excelencia es aquel en
que el analizante pasa a analista. De esto se deduce que sólo
es posible encontrar el acto analítico en el inicio del análisis
de cada paciente, en caso de haberse realizado para aquel
analista en el final de su propio análisis. Al dirigir un análi­
sis, los actos del analista traen la marca de ese pasaje, inclu­
so cuando la travesía fracasa y desemboca en el haz-de-cuen-
ta del acto psicoanalítico.
En este capítulo, proponemos la hipótesis de que el mo­
do de salir de análisis del analizante determinará su modo
de actuar como analista, siendo necesario, por lo tanto, arti­
cular la doctrina del final de análisis con la del acto psicoa­
nalítico.
El seminario sobre el Acto psicoanalítico es contemporá­
neo de la llamada "Proposición del 9 de octubre" de 1967,
texto en que Lacan extrae consecuencias institucionales de
la teoría del fin de análisis, sosteniendo que la calificación
del psicoanalista sólo puede tener soporte en la tarea termi­
nada del analizante. El acto psicoanalítico es el acto realiza­
do a partir del advenimiento del sujeto como objeto, cuan­
do el sujeto se destituye como analizante para instituirse co­
mo analista, puede sostener el simular ser el objeto causa del
deseo para el analizante. Es este mismo acto que, una vez de­
puesto el sujeto supuesto saber encarnado por el analista,
hará a ese analizante reinstaurarlo ya como analista para
otro sujeto, al dar inicio a un análisis. El acto psicoanalítico
provee la estructura de la sentencia lacaniana de estilo pre-
socrático: el analista sólo se autoriza por sí mismo. Es esa es­
tructura del acto analítico en el final de análisis o que se
opone al final de análisis por la identificación con el psicoa­
nalista.
En su texto sobre la cuestión del final de análisis, Freud
hace desembocar a la experiencia psicoanalítica en el "peñas­
co de la castración": angustia de castración para el hombre y
envidia del pene (Penisneid) para la mujer. Para Freud, lo que
se encuentra en ei horizonte del análisis es una falta, que de­
vela la negativización 4 el falo para ambos sexos.
Ese impase de castración es, sin duda, inadmisible para el
sujeto. Lacan, al preguntarse si tal impase es realmente in-
transponiblé propone una teoría de su atravesamiento, a
partir del concepto de fantasía que sustenta el deseo para el
sujeto, constituyendo la ficción ("fijación") del goce al cual
está subordinado .1
El dispositivo freudiano de la libre asociación es lo que
responde ai estatuto del inconsciente, estructurado como
un lenguaje, imponiendo al analizante la tarea del
desciframiento del saber inconsciente, sustentada, en la
transferencia, por el analista. En la libre asociación, el anali­
zante se experimenta como sujeto que ningún significante
es capaz de representar a no ser para otro significante, pues
ningún significante es capaz de decir lo que es el sujeto, que
es, él mismo, significante tachado de la cadena ($). En ese
ejercicio del cumplimiento de la regla fundamental, el suje­
to se experimenta como faltante bajo dos aspectos. Por un
lado, falta el significante que diría lo que él es. Los signifi­
cantes identificatorios del sujeto tienen eri análisis el destino
de perder su función (o por lo menos de tener su función,
revelándose tal como son: significantes que no definen al su­
jeto, pero a ios cuales él esta sujetado. No le falta sin embar­
go al sujeto sólo el significante que lo definiría, sino el pro-
1 Lacan, J., Le Séminaire - L’angoísse (inédito) (5/12/62; 9/1/63;
30/1/68,15/5/63).
pió ser: el sujeto es falta-de-ser. Llevar el sujeto al punto de
experimentarse como falta corresponde a llegar a lo que
Freud designó como "peñasco de la castración": el punto in­
curable del sujeto.2 Para Lacan, se trata menos de un impa­
se que de un punto de llegada del proceso: el sujeto no se
cura de su división. "Hacer de la castración sujeto" es el de­
ber del analista. Este ser que le falta es lo que su fantasía ($
0 a) le indica como siendo el objeto con el cual él, como su­
je tó le encuentra en conjunción (A) y disjunción (v) - obje­
to condensador de goce: objeto (a).
La vertiente de análisis implica el desciframiento del in­
consciente y el sujeto como efecto del significante es inter­
minable. Jamás podrá saberse todo debido a la represión pri­
maria. Sólo a partir del punto de la estructura fuera del sig­
nificante, donde se denota el ser del sujeto,, es que un final
de análisis es posible. Llegar a ese punto es la condición del
acto analítico en que "el objeto es activo y el sujeto subverti­
do". A partir de esa definición podemos escribir el materna
del acto analítico con la parte superior del discurso del ana­
lista: a —» S, en que el objeto a es el agente operador del ac­
to analítico. Para que el analista en su acto haga que el obje­
to sea activo en la experiencia, él mismo como "ser" en el
haz-de-cuenta y no como sujeto, debe presentificar ese obje­
to para el sujeto del analizante. ¿Cómo cumplir esa función
sin haber él mismo pasado por la experiencia en su propio
análisis de reconocerse como objeto de goce, causa de ho­
rror y deseo? Es a partir del objeto a que se sitúa la vertien­
te terminal del análisis. Al preparar al nuevo analista, el final
de análisis trae en sí ese pase, cuyo momento Lacan propo­
ne aprehender a través de un disposiúvo institucional parti­
cular, del mismo nombre, fuera de la transferencia.
2 Lacan, J., “Comptes rertdus de Fenseignement - l’Acte psychanalytique”,
Omicar? n° 29,1984.
El dispositivo de pase

El pase es, por lo tanto, el nombre de ese momento del


final de análisis en que el analizante tórnase analista y es
también el nombre del procedimiento inventado para que
el testimonio de ese pasaje sea acogido por la institución psi- p
coanalítica, o sea, por una Escuel-a de psicoanálisis.
En octubre de 1967, tres años después de haber fundado
la École Fmtdienne de París, Lacan hizo su famosa proposición
de instaurar a nivel institucional un dispositivo complejo que
respondiera a la manera por la cual una persona se torna ana­
lista. Es en torno del pase que es articulada en la Escuela de
Lacan la cuestión de la garantía institucional por la vincula­
ción de análisis personal con la transmisión del psicoanálisis,
o sea, el análisis en intensión y el análisis en extensión.
Los principios de funcionamiento del pase fueron vota­
dos y adoptados en 1969 en Asamblea General a partir de un
texto escrito por Moustapha Saphouan y colaboradores.3
Ese dispositivo tiene por función brindar autenticidad al pa­
se experimentado en el análisis y producir un saber sobre él,
siendo, en cierta forma, el contrapeso institucional (y para­
dójico) al aforismo "el analista sólo se autoriza por sí mis­
mo". Contrapeso con el cual la Escuela, junto a la designa­
ción de AME (Analista Miembro de la Escuela) -título con
que reconoce los miembros que hayan dado prueba de ser
analistas-, garantiza la "relación del analista con la forma­
ción que ella provee ."4 El pase, sin ser obligatorio, es el dis­
positivo que permite la verificación de que el analista sólo se
autoriza por intermedio del analizante que el fue y por el pa~
s “Principes concernant l’accession au títre de psychanalysta dans I’Ecole
Freudiene de París” (pvoposidort A), Scilicet 2/3, Seuil, Paiis, 1970, p. 30 e
seg.
4 “Proposition du 9 octobre 1967 sur la psvchanalvsta de l’Ecole”, Scilicet
2, Seuií, París, 1968, p. 15.
so dado al decidir colocarse en el lugar de analista para otro
sujeto. Aquellos que dan su testimonio de ese momento de
pase, verificado y autenticado por un jurado, reciben el títu­
lo de AE -Analista de la Escuela. El principio consiste en que
un sujeto designado pasante dé testimonio de su análisis a
dos pasadores escogidos por sorteo en una lista, los que a su
vez, transmitirán lo que escucharon al jurado, a quien cabe
la decisión de la nominación. El pasante no conoce aquellos
que autenticarán o no su pase con el título de AE. El pasa­
dor es designado, sin haber sido consultado, por su analista,
por encontrarse en el momento de pase en su propio análi­
sis, estando, por lo tanto, apto para recoger la palabra de los
pasantes y transmitirla al jurado.
El pase subvierte totalmente lo que, hasta entonces, cons­
tituía en las sociedades ipeístas la cuestión de la formación
del analista, basada en una pre-selección de los candidatos,
en la indicación de analistas didactas debidamente habilita­
dos y en el testimonio del analista sobre el desempeño del
analizante. El pase propone que el analizante sea él mismo
el testigo de su proceso y que elabore un saber sobre su pa­
saje a analista. La cuestión de la selección previa a la candi­
datura del analista se desplaza hacia la cuestión de una de­
claración, seguida de verificación posterior al análisis, basa­
da no en un saber previo, sino en un saber a ser elaborado
sólo después de terminada la experiencia psicoanalítica.
La "Proposición", dice E. Roudinesco, "constituye sin du­
da uno de los actos más innovadores de la historia del psi-
coanális en materia de formación [...]. Lacan quiere así rein-
troducir lo que se enseña o transmite en el diván como úni­
co principio de acceso a una función que tendía hasta enton­
ces a no tener nada más en común con la especificidad del
psicoanálisis."5 Desde su invención, el pase siempre fue cau­
5 “Roudinesco, E., Historia de la Psychanalyse en France, París, 1986, p. 455.
sa de debates, polémicas y hasta de escisiones, como la sali­
da en 1968 de ios analistas de la EFP que fundaron el Cuar­
to Grupo, liderado por P. Aulagnier, F. Perrier y J.-P, Valabre-
ga. Tanto bullicio, ¿no será por que el pase es el dispositivo
institucional que se propone acoger algo del real -imposible
de soportar- enjuego en el análisis y por lo tanto en la for­
mación del analista, para a partir de ahí elaborar un saber?
Despues del diagnóstico de Lacan, en Deauville, en 1078,
de que el pase en ia EFP era un fracaso y su posterior diso­
lución, la Escuela de la Causa Freudiana (ECF), fundada ba­
jo el signo de la contra-experiencia, decidió rehabilitarlo en
1983, retomando los principios de la "Proposición", pero in­
troduciendo modificaciones a partir de las indicaciones de
Lacan, del 22 de diciembre de 1980, a Claude Conté yjac-
ques-Alain Miller.6 Así, 1) El antiguo jurado fue sustituido
por una doble comisión dei pase, constituida por dos carteles
del pase que tienen la función de recibir la declaración de los
pasadores, deliberar y nominar o no al pasante con el título
de AE. Ellos se renuevan cada dos años, según el principio
de ia permutación, estando cada cartel compuesto por cin­
co personas (4+1) de las cuales tres son analistas (entre ellos
por lo menos uno es AE) y dos pasadores; 2) AE, que era en
la EFP título permanente, pasó a ser título provisorio (para
evitar la constitución de una "casta") con una duración de
tres años, durante los cuales, conforme a la "Proposición", él
"atestigua ios problemas cruciales en los puntos vivos en que
se encuentran para el psicoanálisis"; 3) Los pasadores serán
designados por los AME, los cuales a su vez serian nomina­
dos por una Comisión de garantía; 4) Fué constituido un se-

Ed. Bras: Historia da Psicanálise na Franca - A batalha dos cem anos, vols
1 e 2. Jorge Zahar Editor, 1989/1988.
6 Miller, J-A , "Des données sur la passe”, La lettre mensuelle (ECF), n° 9,
abril 1982, p. 9.
cretariado de la comisión del pase que debía recibir las de­
mandas de pase y establecer la lista de los pasadores indica­
dos .7
No es nuestro propósito discutir aquí las cuestiones insti­
tucionales que se presentaron y que se presentan actualmen­
te en la ECF en relación al pase, sino solamente indicar su
actual funcionamiento, ya que nada garantiza que no se mo­
difique en función de la experiencia. Pero es importante
señalar que tal dispositivo, cuya complejidad es evidente, no
podría haber sido inventado de no existir concomitante^
mente una elaboración de saber sobre el final de análisis,
aunque éste precisase aún ser confirmado, por las diversas
instancias del dispositivo (principalmente los carteles del pa­
se y los AE), "Es inútil indicar, dice Lacan, que esta proposi­
ción implica una acumulación experiencia, su recolección y
su elaboración, un ordenamiento de su variedad, una anota­
ción de sus grados."
La Escuela de Lacan, como institución psicoanalítica que
garantiza la formación de los analistas, es solidaria, por lo
tanto, con la concepción de que tornarse psicoanalista no es
una elección profesional, sino un pasaje que se realiza en el
interior de un proceso analítico que puede ser verificado
por un dispositivo institucional (conforme a la estructura de
pase usada en el dispositivo analítico).
El pase como dispositivo tiene el carácter de proposición,
no siendo en absoluto una obligación para nadie, pero la Es­
cuela debe ofrecerlo a quien quiera utilizarlo. El pase "no es
prescripto como un deber, es ofrecido como un riesgo. El su­
pone que se confíe en la teoría del pase, en los pasadores, en
el jurado, en Lacan, en la Escuela y hasta en el "espíritu del
psicoanálisis”8. La apuesta de Lacan en el pase era tan vehe-
7 “Reflexions sur l’Ecole", La lettre mensuelle (ECF), n° 69, París, mayo 1988.
8 Miller, J.-A.. “Introcmíon aux paradoxes de la passe”, Omicar?, n° 12/13,
dic. 1977, pp. 103-116.
mente que llegó a proponer en 1974 a un grupo de italianos
la constitución de una Escuela cuyo acceso fuese posibilitado
por intermedio de ese dispositivo, inclusive corriendo el ries­
go de que nadie entrase y no se constituyese la institución.9
En ese mismo año de 1974, él decía en su Seminario que
su formulación ("el psicoanalista sólo se autoriza por sí mis­
mo”) debería recibir complementación dado que "si es cier­
to que 110 se puede ser,nominado para el psicoanálisis, esto
no quiere decir que cualquiera pueda entrar en él como un
elefante en un bazar". Y no escondía que esperaba mucho
de su Escuela con referencia a la cuestión sobre lo que cons­
tituye a un analista: "Espero que alguna cosa sea inventada".
¿No estaría Lacan enfatizando ahí el papel de la institución
en el psicoanálisis en intensión? El llego a indicar (a partir
de los cuantificadores lógicos empleados en las fórmulas de
la sexuación), que "incluso autorizándose por sí mismo, él
no puede, por eso, igualmente dejar de autorizarse por in­
termedio de otros."10 Este aspecto paradójico de la autoriza­
ción del analista -apuntado, elaborado yjamás abandonado
por Lacan- revolucionó enteramente la manera de pensar,
la formación del psicoaanalista y la estructura de las institu­
ciones psicoanalíticas: sus efectos se hacen sentir hasta hoy
en las sociedades más tradicionales de los países en que hay
una difusión de la enseñanza de Lacan. Cabe decir que to­
davía hoy el desafío y las paradojas del pase están lejos de ha­
ber dado todos sus frutos.

El fra de la partida

En la "Proposición", en que Lacan articula el pase y su


9 Lacan, J., “Letire aux italiens*, Letlre mensuelle, n° 9, ECF, 1982.
10 Ibid. Le Séminaire - Les non-dupes árente (inédito), (9/4/74).
dispositivo, él elabora las coordenadas lógicas y clínicas del
inicio y del final de análisis.
Como vimos en el primer capítulo, el materna del inicio
de análisis es el algoritmo de la transferencia. Entretanto, no
encontramos en la obra de Lacan nada parecido a un mate­
rna de fin de análisis, sólo algunas indicaciones precisas y un
dispositivo institucional para que un saber sobre ese fin pue­
da ser constituido a partir de la experiencia del pase.
El inicio de análisis, con la articulación significante de la
transferencia (S Sq), es marcado por la institución del su­
jeto supuesto saber como efecto de significado que es, al
mismo tiempo, el propio pivote de la transferencia. A esa
transferencia de significante corresponde la lógica de agal-
ma delegada al analista en la posición del Otro del amor y
del saber. Agahna es lo que sustenta en la transferencia la
conjunción del sujeto supuesto saber con el sujeto supuesto
desear.
El fin de la partida, cuando se da la "metamorfosis del su­
jeto", puede ser articulado al acto analítico a partir de dos
expresiones utilizadas por Lacan: la destitución subjetiva y la
travesía de la fantasía.

La destitución subjetiva

En análisis sólo hay lugar para un sujeto: el sujeto del in­


consciente que habla por boca del analizante. El analista no
debe, por lo tanto, compedr con el analizante por ese lugar
echando mano, por ejemplo, de los efectos del discurso del
analizante sobre su persona, esto es, su división, o, en otros
términos, su contratransferencia. Lo que permite al analista
abdicar de su condición de sujeto en la conducción de aná­
lisis es el proceso que en su propio análisis lo llevó a la desti­
tución subjetiva en el final
La destitución subjetiva corresponde a la caída de los sig­
nificantes-amos que representaban el sujeto, significantes de
la identificación ideal provenientes del Otro [I(A)]. No es
raro que ese proceso de desindentificación sea experimenta­
do como un momento de despersonalización, por verse con­
mocionados los anclajes simbólicos del sujeto que es libera­
do del juego de las identificaciones. Los significantes no
cumplen más la función de responder (taponando) la cues­
tión del" ¿Quién soy? "que es transmutada en "¿Qué soy pa­
ra el deseo de Otro?”. Perdiendo los significantes que lo
sojuzgar (-^j,), eí sujeto es reducido a su división y lo que se
presentifica1 es el objeto que él es y fue estructuralmente pa­
ra el Otro. El sujeto se sabe, entonces, "pura falta en cuanto
(-cp)" y "puro objeto en cuanto (a)'1. Esa falta correlativa a la
castración y ese objeto causa de deseo tiene la misma estruc­
tura: la que "condiciona la división de ese sujeto ".11
La destitución subjetiva corresponde al advenimiento del
ser. Siendo eí sujeto falta -a-tener y falta-a-ser, en el final de
análisis es en (-9 ) o en (a) que aparece su ser, dice Lacan en
la primera versión de la "Proposición", agregando que es en
ese “ser del agalmade 1 sujeto supuesto saber que se remata
el proceso del psicoanalizante en una destitución subjetiva”.
Ella es correlativa ai desvanecimiento del Otro: el sujeto se
para con la castración, con la falta del Otro que devela su in­
consistencia: la barra es colocada en el Otro (#), es del
"Otro, continúa Lacan, que cae el (a) y es en el Otro que se
abre la hiancia de (-9 )". Esto implica que, desde el punto de
vista del analizante, el analista es en su dimensión de Otro,
apareciendo cada vez más en la posición de resto, reducién­
dose a un significante cualquiera. La destitución subjetiva es
también destitución del sujeto supuesto saber, pivote de la
transferencia, lo que promueve la disipación del amor trans-
11 Ibid, “Propositíon... premiere versión”, Analytica n° 8,1978.
ferencial, perdiendo el analista la causa de la transferencia,
su agatina. El analista pierde el valor de objeto precioso que
maravilla para adquirir el valor de deyecto, sobra del proce­
so analítico. El advenimiento del ser correlativo a la destitu­
ción subjetiva del analizante corresponde en el analista a un
efecto de - ser dejado, dejado como ser por el analizante. Es
en ese final de análisis cuando el analizante "sabe ser una so­
bra"12} condición para que él, cuando sea analista y conduz­
ca el análisis de otros sujetos, pueda también ser dejado en
el final como deyecto de la experiencia.

Travesía de la fantasía

Otra manera de abordar esa metamorfosis del sujeto es lo


que Lacan designó como travesía de la fantasía. Atravesar la
fantasía fundamental no significa eliminarla como si fuese
una piedra en el riñón o hacerla desaparecer pulverizándo­
la, sino recorrerla para que el sujeto pueda experimentarse
en los dos polos que ella encierra: el del sujeto y el del obje­
to ($ 0 a).
Como sujeto, fue eso lo que él hizo todo el tiempo de
análisis: experimentarse como faltante, como aquel a quien
falta el complemento que la fantasía ocupa. La travesía de la
fantasía corresponde a la destitución subjetiva pues significa
esencialmente ir más allá de ella, para que el sujeto se reco­
nozca como un "soy" conectado al objeto - objeto que sub­
vierte al sujeto. "La destitución subjetiva, dice Colette Soler,
es hacer al sujeto reconocerse como objeto ."13 La travesía de
la fantasía corresponde a la destitución subjetiva: la posición
del sujeto en la fantasía, o sea, que su relación con el objeto
12 Ibid, “Lettre aux italiens”, op. cit.
13 Soier, C., Imrvencao na “Tetrade”, París, octubre 1989, (inédito).
es asegurada por sus identificaciones.14 La fantasía es lo que
da el marco de la relación del sujeto con la realidad: su ven­
tana para el mundo. Es de ella que el sujeto toma la seguri­
dad para hacer delante de las situaciones que la vida le pre­
senta. El análisis, al llevar al sujeto a atravesar la fantasía,
promueve una conmoción y una modificación en las relacio­
nes del sujeto con la realidad, llevándolo a una zona de in-
certidumbre, pues él es soltado por el ancla de la fantasía, li­
berado de las amarras de las identificaciones que situaban su
realidad. En ese momento, nada puede escamotear su cas­
tración. Ese sujeto destituido encontrará su certeza en su ser
de objeto.
"Soy esa voz de la garganta afónica del Otro; esa mierda
eyectada por su agujero; ese objeto a devorar por su boca;
esa mirada penetrante que me fusila." Revelación de un ser
en contraposición al sujeto que, al obedecer al "diga todo"
de la regla fundamental, sólo aparece como falta-de-ser todo
aquello que es dicho. A partir de esa experiencia de ser, el
sujeto podrá vaciar ese objeto deí goce del Otro que le sus­
tenta la fantasía. El objeto se devela como no presentando
consistencia alguna, a no ser lógica, como producto de ela­
boración en el final de análisis. Con esa operación de yaci­
miento de goce, el sujeto puede saberse una sobra y lidiar
con su ser de objeto para poder separarse de él. Ese objeto,
una vez separado, decaído, "pierde todo privilegio y literal­
mente deja al sujeto solo "15 Se trata aquí de una desustantifi-
cadón del objeto donde lo que cuenta "no es el propio objeto,
sino la función de ese objeto en su relación con la división
del sujeto."16

14 Legiiil, F., “La quesüon de la fin de la cure” (conferencia pronunciada


en Rennes, 16/5/87).
15 Lacan, J., Le Séminaire - L ’objet de la psychanalyse (inédito), (12/1/66).
16 Morel, G., “Trois déviadons”, L 'Ane n5 42, París, Junio 1990.
Lo que está en juego en la travesía del fantasma en el fi­
nal de análisis es la pérdida del ser de toda su sustancia de
objeto. El fin del análisis debe permidr al sujeto renunciar a
lo que en su fantasía daba la impresión de ofrecerle ese com­
plemento de ser.
La travesía del fantasma implica su construcción axiomá­
tica, cuyo modelo se encuentra en el "golpéase a un niño"
donde Freud nos revela, en su deconstrucción, un sujeto en
la posición de objeto de malos tratos del Otro. Ese doble mo­
vimiento de construcción y deconstrucción permitirá que
"la experiencia del fantasma fundamental, como dice Lacan,
se torne la pulsión ".17 El aspecto acéfalo de la pulsión, don­
de no se encuentra el sujeto, es correlativo a la acentuación
del circuito pulsional alrededor del objeto.

En el final del análisis, es presentificado el trayecto pul­


sional que, rematando su cierre, subvierte ese sujeto hacien­
do de él el objeto de la pulsión. En ese fin, los enunciados
del analizante y los sueños giran en torno de los significan­
tes de la pulsión, constituyendo un remolino en torno del
vacío innominable de su ser de objeto.

El acto psicoanalítico

La destitución subjetiva y la travesía del fantasma crean la


condición para la posibilidad del acto analítico, dado que en
el acto no hay sujeto. El acto analítico presenta las mismas
características de cualquier acto, desarrolladas por Lacan en
su seminario sobre el tema: 1 ) El acto presenta una dimen­
sión de lenguaje, tal como se encuentra en la descripción
17 Ibid, Le Séminaire - livre XI, Seuil, París, p. 245.
por Freud tanto del acto fallido -un habla reprimida- como
agieren, con su aspecto de habla imposible y por eso mismo
actuada.
2) El acto es promotor del franqueamiento, provocando un
cambio radical en el sujeto, pues, en lo que se refiere a él,
nada será como antes. 3} El acto es acéfalo, pues el sujeto no
es agente de su acto. £§tas tres características se encuentran
condensadas en la reseña de ese Seminario: El acto viene en
el lugar de un decir por el cual él cambia el sujeto.iS
Ese sujeto caracterizado por el pensamiento, que es el su­
jeto del inconsciente y cuya libre asociación lo devela como
falta-de-ser, está ausente del acto psicoanalídco. El sujeto
que piensa no actúa. El acto está del lado del ser y es corre­
lativo a un "no pienso", que completamos con el lacaníano
"no pienso, luego soy". No existe, por lo tanto, subjetivación
del acto a no ser a posteriori: sólo después del acto el analista
podrá interrogarse sobre lo que lo hizo actuar y dar la razón
de ese acto en una construcción.
Si el acto es desvinculado del pensamiento es por ser in­
compatible con la vacilación que denota la división del suje­
to. Para el neuróüco, como nos enseña Hamlet, el acto es di­
fícil de ser realizado; o bien lo posterga como hace el obsesi­
vo que, en vez de realizar el acto, piensa bajo la forma de du­
da; o bien ya perdió la oportunidad como es el caso de la his­
térica, que también en vez de actuar piensa, pero bajo la for­
ma de queja de haberla dejado pasar.
No hay saber del acto analítico. Este se realiza en un mo­
mento en que el sujeto no se encuentra ahí. El aspecto acé­
falo del acto analídco es correlativo del acéfalo de la pul­
sión. El sujeto, en verdad, es siempre superado por su acto,
18 Ibid, “Comptes rendus d’enseignemerm - l’Acte psycanalytíque”, Orní-
carl n° 24, 1984.
que, como tal, es tan incalculable como incontrolable. Se­
gún Lacan, sí un sujeto es superado por su acto no es nada,
pero si el sujeto supera su acto se trata de incompetencia del
psicoanalista. Sobrepasar su acto es determinarlo de ante­
mano, preverlo y hasta cronometrarlo. Encuéntrase, enton­
ces, excluido del ámbito de análisis todo tipo de previsión,
de timing, de fijación previa de plazo, por ejemplo, para ter­
minar el análisis. Lo que regula el acto está del lado del ser,
del "soy donde no pienso" y por lo tanto, del no saber a prio-
ri, dado que el saber está del lado del "pienso", o sea, allá
donde se encuentra el inconsciente. Como dice Freud en
Psicopatología de la vida cotidiana "El sujeto realiza el acto sin
pensar en nada, de una manera puramente accidental".
Dar alta de análisis contraría el acto analítico, pues impli­
ca considerar que el analista sabe, demostrando que el suje­
to supuesto saber ahí no fue tocado. Mientras que el acto
analítico es aquel que es realizado por el analizante en el
momento del pase, en que ocurre la desuposición del saber
que el analizante deposita en el analista, "El acto psicoanalí­
tico, escribe Lacan, es promotor de escándalo, pues revela la
falla entrevista del sujeto supuesto saber."
En suma, el acto psicoanalítico sólo encuentra su princi­
pio en otro acto: el del analizante que él fue. Y cada acto deí
analista renueva ese acto inaugural.
Pero es un hecho que abrir un consultorio, aceptar de­
mandas de análisis, declararse psicoanalista y comenzar a
atender, en la mayoría de los casos, es un acto anterior al fi­
nal de análisis y al pase propiamente dicho. Sólo después, el
analista encontrará la razón de ese acto en su propio análisis
cuando sobrevenga el acto analítico en el momento de con­
cluir. ¿Será que un sujeto puede funcionar como psicoanalis­
ta si su fantasma no fue tocada en análisis? ¿Qué hará con sus
analizantes? Si su fantasma no fue atravesado en el sentido de
una desarticulación entre sujeto y objeto, el analista tenderá
a situarse en uno de sus polos colocando al analizante en el
otro. Si él se sitúa como sujeto, el analizante deberá ocupar el
lugar del objeto de su fantasía ($ 0 a), acentuando la densi­
dad fantasiosa con que el neurótico se defiende de la con­
frontación con el deseo enigmático del Ou~o. Si el analista se
sitúa como objeto y el analizante como sujeto (a 0 $), se esta­
rá reproduciendo la estructura de la fantasía perversa.19 Ocu­
par el lugar de objeto £le la fantasía para el analizante es dis­
tinto a sostener objeto en el haz-de-cuenta ocupando el lugar
de agente dei discurso analítico (a —» $).
En la hipótesis de que el analizante interrumpiera su aná­
lisis sin haber atravesado la fantasía, pero provocando tin
cortocircuito en la misma, tendríamos en vez del acto aná4jr
üco eTaciing-oui o^eípasaje el acto. Esa hipótesis va al en­
c e n tro de la experiencia dejo Attié como miembro del car­
tel del pase (en el cual ningún pasante fue nominado AE).
Según él, a partir de los testimonios de los pasadores, son
encontradas esas dos modalidades del acto en un supuesto
final de análisis.20
La interrupción de análisis por un acting-ou.t, que es una
transferencia sin análisis, llevará a una perennización de la
transferencia ,21 pues no fue operada la disolución del sujeto
supuesto saber que es su pivote. El acting-out, siendo un men­
saje dirigido al Otro, implica siempre al sujeto supuesto sa-
ber. En esta modalidad de interrupción, el sujeto trae a es­
cena el objeto de su fantasma, en una actuación.
Una analizante histérica llegó, por ejemplo, a un punto
de su análisis en que la vivencia.de la falta-de-ser concomi­
tante a la angustia que la acompañaba era escamoteada por
50 Ibid, Eaiis, p. 774.
20 Attié, J., “La passe, constants et questions”, Ornicar? n° 44, Navarin,
1988.
21 Tardits, Anníe, “La passe du transferí a l’acte”, A des de VE.C.F. XIII, L'Ac-
te et la répétition, París, 1987.
las quejas relacionadas a la falta-de-tener. Hasta el momento
en que se encontró con el agujero en lo real provocado por
la muerte de una figura del Otro, reactualizando la fantasía
de devoración por la mirada. Luego de la ausencia necesaria
para, en otro país, participar de los ritos funerarios, volvió
dispuesta a interrumpir el análisis, pero a "continuar viéndo­
me" proponiendo la solución de "comer afuera". Ante mi
negativa, no volvió más. Esa interrupción de análisis trajo a
escena el objeto de la pulsión ilustrando la comparación que
Lacan hace entre el acting-out y el caso de los espectadores
que suben al palco.
Suponemos que la modalidad de interrupción de análisis
por el analizante marcará sus actos como analista. Así el
"analista del acüng-out", al acentuar el objeto a en una repre­
sentación, produce con su acto, un dirigirse al Otro para de­
volverle el objeto que le pertenece. El analista situaría en­
tonces al analizante en el lugar del Otro, a quien él dirige el
mensaje cifrado de su actuación, en una muestra de su pro­
pia pulsión. Si el "acto analítico está a merced del acting-oufé
es, a nuestro"parecer, por el hecho ae estar el analista tanto
en uno como en otro lado del objeto, siendo que toda dife­
rencia reside entre soportar el (a) del primero y el mostrar el
(a) del segundo.
Respecto al pasaje al acto, el sujeto sale fuera de escena
por estar esfumado por la barra en un momento de gran
confusión. El analista del lado del sujeto esfumado, tachado
de su fantasma, tenderá a transformar sus actos en un pasa­
je al acto, situando al analizante como objeto de su división,
de su confusión. El pasaje al acto del analista se da cuando
éste esta afectado por el analizante. En otros términos, cuan­
do el analista actúa y no calla, su contratransferencia.
22 Lacan, J., “Comptes rendus d’enseignements-l’Acte anallytique, op. cit.,
p. 23.
En ambos casos, el analista actúa movido no por la certe­
za del acto psicoanalítico, sino por la seguridad que le garan­
tiza su fantasma. "Sólo la seguridad dei fantasma podrá su­
plir la certeza del acto."23

El deseo de saber

El final del análisis es contemporáneo de la destitución


del sujeto supuesto saber. Si el sujeto, como vimos, es desti­
tuido de sus identificaciones y del objeto que lo complemen­
ta en el fantasma, él también es desvinculado del saber.
¿Cuál es el destino del saber en el final del análisis?
Antes dei análisis la represión determina el horror de sa­
ber: "no quiero saber de qué trata mi síntoma". La instaura­
ción del sujeto supuesto saber en la entrada de análisis pro­
mueve a la transformación del horror en amor que se dirige
al saber: la transferencia. En el final de análisis, con la caída
dei sujeto supuesto saber, el otro se desvanece por no ser
más depositario de ese amor, pues ei analista perdió agahna.
Por parte del analizante, el "ser del deseo reencuentra el
ser del saber", constituyendo una cinta de Móebius donde se
inscribe la falta que sustenta el agalma.24 Esa vinculación ha­
ce emerger el deseo de saber. "No hay analista, dice Lacan, ■£
no ser que ese deseo fuera a él"25 definiendo al analista co­
mo el sujeto a quien advino, en el final de análisis, el deseo
de saber, que es el nombre más apropiado, más adecuado
para designar eí deseo del analista.26

23 Soler, C., “L’acte analytique”, Dcsir el acte-BuUetin.; du Sécretariat de VEco-


le déla Cause Freudienne á Anger, octubre 1988.
24 Lacan, J., “Proposidon", op. cit.
25 I b id y “Lettre atix itaiiens”, op. cit
26 Miller, J.-A. “Le banquee des analystes”, curso 1989-1990 (inédito).
En 1964-, Lacan definía, en el Seminario XI el deseo del
analista como un "deseo de obtener la diferencia absoluta”,
o sea, de llevar al sujeto a^e&ofrontarse con el signifícante-
amo al cual está sujetadá^<£UEn 1974, el deseo del analis­
ta es definido como desbride saber, que paradójicamente
está relacionado a saber ser un resto, pudiendo el analista
hacer-de-cuenta de (a) par a ótro*sufe to: condición del acto
analítico.
^ ~ Si no hay saber del acto analítico, éste no deja de estar en
relación con urv#$f>e?\
1) El saber adquirido en el propio análisis personal en
que el analista como analizante se experimentó como obje-
to y se separó de él, vaciándolo dé goce Y también saber re­
lativo a lo imposible de ser dicho, de lo imposible de la rela­
ción sexual.
2) Saber adquirido acerca del inconsciente de su anali­
zante que va depositándose en aquel análisis específico y que
podríamos denominar como el saber que envuelve las rela­
ciones del sujeto con el objetcTa. j ts el saber que venara* a
ocupar la verdad, que sustenta el acto analítico, tal como es­
tá formulado en el materna del discurso analítico.
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Lacan nos dejó como tarea la investigación sobre el final
de análisis para intentar responder estas preguntas:
-¿Qué hace a u n sujeto, al haberse experimetnado como
objeto y haberse separado de su goce, querer ser ese objeto
para otro sujeto?
-¿Qué hace a un sujeto, luego de haber percibido la futi­
lidad de la suposición de saber atribuida al Otro, restituir el
sujeto supuesto saber en lugar de analista para un sujeto?
El pase como dispositivo no es sólo una posibilidad de ve­
rificación de final de análisis y elaboración de saber transmi­
sible sobre los destinos del sujeto en análisis, sino un dispo­
sitivo capaz de recoger un nuevo saber sobre un deseo iné­
dito: el deseo del analista.
Este libro es el resultado de un trabajo de elaboración
realizado a partir de una serie de conferencias dadas en
1989, en medio del torbellino de entusiasmo provocado por
la construcción del Corte Freudiano Asociación Psicoanalí-
tica (el debate público sobre la constitución de esta asocia­
ción de psicoanalistas fue realizado en el segundo semestre
de 1989 en torno del Forum de Construcción del Corte
Freudiano; cf. "Corte Freudiano", Agenda de Psicoanálise,
Rio de Janeiro, Relume Dumarém 1990, pp. 159-162). Agra­
dezco a los amigos Maria Elisa Delacave Monteiro, María
Anita Lima Silva y Romildo do Regó Barros el estímulo para
su publicación, como asimismo por su interlocución cons­
tante y aguda; a Diana por la paciencia en la digitación y a
Betch por ser simplemente insustituible.
n Arí6s Gráficas D efsu r
Santiago del Estero 1961 - Avellaneda

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