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SAN JUAN EUDES

EL REINO DE JESUS

EN LAS ALMAS

CRISTIANAS
Donde se con t i e n e lo q ue debemos
hace r en toda n u estra v i d a , para vi v i r
crist i a n a m e n t e , y para forma r , hacer
v i v i r y rei n a r a J esús en nosotros

Trad ucción de D . Germán J i ménez

Serie
Grandes Maestros
N.03

APOSTOLADO MARIANO
Recaredo, 44
41003 SEVILLA
-
Con licencia eclesiástica
ISBN: 84-7770-214-5
Depósito legal: B-23.644-91
Printed in Spain
Impreso en España
PROLOGO

Ni un momento dudamos en aceptar la amable invita­


ción que nos dirigió el docto traductor de esta obra al
presentarla a sus lectores con unas líneas nuestras de pró­
logo. lCómo no aceptarla muy gustosamente? Se trataba
de un Sacerdote bien conocido por su celo por la salva­
ción y santificación de las almas, que había traducido el
precioso libro por entender «que las almas buenas mucho
se pueden aprovechar, tratándose de libro tan sólido y
práctico». Se trataba del amable San Juan Eudes, el gran
enamorado y apóstol del Sagrado Corazón de Jesús, a
quien «se le ha de mirar como padre, doctor y apóstol»
de esta devoción.
Mas no lo hubiéramos hecho de no conocer de ante­
mano y estimar en lo que se merece este admirable libro.
Su contenido lo anuncia bien claramente el subtítulo. En
él «Se contiene lo que debemos hacer en toda nuestra
vida para vivir cristianamente y para formar, hacer vivir
y reinar a Jesús en nosotros».
Casi al comenzar el capítulo primero y después de ci­
tar el famoso texto de San Pablo: «Nosotros los que com­
ponemos la Iglesia somos miembros de su cuerpo, forma­
dos de su carne y de sus huesos» (Ef. 5 , 30), añade hermo-

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samente: «Estando, por consiguiente, unidos a É l con la
más íntima unión que puede darse, como es la de los
miembros con su cabeza; unidos a É l espiritualmente por
la fe y por la gracia que se nos ha dado en el Santo Bau­
tismo, y corporalmente por la unión de su Santísimo
Cuerpo con el nuestro en la Sagrada Eucaristía, síguese de
aquí necesariamente que, así como los miembros están
animados del espíritu de su cabeza y viven de su vida, de
igual manera debemos nosotros vivir la vida de Jesús y
estar animados de su espíritu, caminar tras sus huellas,
revestirnos de sus sentimientos e inclinaciones, realizar
todas nuestras acciones con las mismas disposiciones e
intenciones con que Jesús realizaba las suyas; en una pa­
labra, continuar, haciendo nuestra la vida, religión y de­
voción que É l practicó en la tierra».
Y amplificando estas preciosas ideas, dice en el capí­
tulo siguiente: «Por aquí veis lo que es la vida cristiana:
una continuación y complemento de la vida de Jesús. Es
decir, que nuestras acciones deben ser la continuación de
las acciones de Jesús; que debemos ser otros tantos Jesús
para continuar en la tierra su vida y sus obras y para ha­
cerlo y sufrirlo todo santa y divinamente con el espíritu
de Jesús; o sea, con las disposiciones e intenciones santas
y divinas con que el mismo Jesús se conducía en todas
sus acciones y sentimientos ...».
«Estas son las grandes verdades, las importantes ver­
dades y dignas de toda nuestra consideración, que nos
obligan a algo grande y que deben ser constantemente
meditadas por cuantos desean vivir cristianamente.
»Pensad, por lo tanto, en ellas muchas veces y con
atención, y aprended de aquí que la vida, la religión, la
devoción y piedad cristianas consisten propia y verdade­
ramente en continuar la vida, devoción y religión de Je­
sús en la tierra; y que por ello no solamente los religiosos
y religiosas sino también todos los cristianos están obliga-

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dos a l l evar una vida completa mente santa y divina y a
practicar todas sus obras santa y divinamente. Lo cual no
es imposible, n i siquiera tan d ifici l como muchos se l o
i magi nan , antes m u y dulce y fác i l para l o s q ue tienen cui­
dado de elevar con frecuencia su espíri tu y su corazón a
Jesús y de entregarse y unirse a É l en todo l o q ue ha­
cen» .
Es de notar que en el lenguaj e de San Pablo «cuerpo
místico» no q u iere dec ir algo tan recóndito y elevado que
sea medio enigmático e inasequible, sino cuerpo no mate­
rial, sino moral. U n colegio, una fami l ia , i era forma un
cuerpo místico, moral.
De l a i mportancia de esta preci osa obra de San J uan
Eudes decía el Padre Lebrún, doctor en T eología, después
de haber hecho largos estudios sobre ella: «El Venerable
(ahora Santo) ha condensado en ella con l uminosa preci­
sión sus ideas sobre l a vida cristiana, su naturaleza , sus
fundamentos y su expansión completa en la práctica de
l as virtudes . Con piedad tan ardiente como penetrante ha
formulado los actos y ejercicios que deben ali mentarla y
desenvolverl a. N inguna otra de sus obras presenta seme­
jantes ventaj as» . Así pensaba de e l la su mismo i lustre au­
tor.
El Reino de Jesús lo publ icó en Caen el año 1 6 3 7 ,
cuando contaba 3 6 años de edad , en p l ena j uventud . Tan
favorable fue la acogida que el pueblo fiel le di spensó,
que hubo de hacer su autor en Caen y Rouen , París y
Lyon , siete copi osas ediciones en solo treinta y tres años.
Los H ij os del Santo autor fueron naturalmente los q ue
pri mero y más constantemente l o l eyeron . A éstos s iguie­
ron muchos M onasterios de Benedicti nos , Carmelitas ,
U rsul inas . M uchas al mas piadosas del siglo hici eron de él
su libro preferido y alcanzaron una e levada santidad con­
formando con sus enseñanzas su vida cotidiana. U na de
las más célebres Comunidades de Francia, al decir de al-

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guno, decidió no ad mitir a ni nguna postulante q ue no l l e­
vara consigo el precioso libro. En el pasado sigl o el Car­
denal Merm i l l od lo tenía en tanta esti ma q ue pensó pu­
bl icar una n ueva edici ón.
«Uno de l os más excel entes l ibros que se han publ ica­
do» lo l l ama el P. Herambourg y añade: «Merece el nom­
bre de emanación del cielo que han dado l os fi l ósofos a la
miel , este l icor del ici oso q ue ali menta y da sa l ud . Es en
verad un libro q ue conviene a peq ueños y grandes , a sen­
cillos y sabios , a j ustos y pecadores . Los unos aprenderán
en él el modo de hacer que mazca Jesús en sus al mas y
l os otros el de hacer q ue crezca y se afirme de día en día.
Parece su doctri na común y vulgar a l os que l o l een dis­
traídamen te, pero l os que pi ensan en él un poco y lo me­
ditan , lo encuentran ll eno de los mi steri os de la teol ogía
mística, expl icados y descubiertos con una sencil lez ase­
quible a todas las i ntel igencias. Leyéndolo se aprende en
poco ti empo a sant(ficar a N uestro Señor en el fondo de
su propio Corazón , como lo desea el Apóstol . Sin rebajar
en nada el mérito de tantos y tantos l i bros excel entes cada
uno en su género, se puede aseverar q ue no hay uno solo
q ue enseñe con tanta claridad y brevedad el secreto de la
vida interi or como e l Reino de Jesús e n las a lm as cristia­
nas».

* * *

iLásti ma grande ! Con razón se lamenta el cel oso tra­


ductor de que entre nosotros sean tan poco conocidos el
l ibro y el autor. Por eso ha hecho una obra muy meri toria
que le han de agradecer todas las al mas q ue q u ieren ser
cristianas de veras. Nos presenta el preci oso l ibro francés
vestido con la hermosa l engua de Castilla en una trad uc­
ción correct ísima , reflej o fi el de las ideas del autor, nítida ,

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flu ida, corri ente, q ue se l ee con ta nto gu sto como prove­
cho.
¿os extrañaréis q u izás, pi adosos l ectores, de no en­
con tra r en sus pági nas e l nombre bend it ísi mo del Sagrado
Cora zón de J e s ú s'? No está, es cierto, expresamente con­
signado, pero sí está i m pl íci to en todas e l l as. En e l Reino
de Jesús e n las almas cristianas está ya en germen lo q ue
e l gran Santo escri bi ría sobre e l Di v i no Corazón. De est e
l i bro al d e l «Corazón ad m i rabl e» no hay más q ue u n
paso. Leed Corazón de Jesús donde é l d ice s ó l o Jesús y
tendréis u n l i bro m u y sól ido y devoto d e la gran d e voci ón
de n uestros d ías.
¿No había dicho el Apóstol de l a s Gen tes en q u ien
con p referenci a se i n spi ra San J uan E udes: Fomentad en
vuestros corazon es los m ism os sentim ientos que Jes ucris­
to fomentó en el suyo? ¿pues qué es esto sino decir: Amad ,
hon rad, i m i tad a l Corazón de l Sal vador'? ¿No d i rá poco
después Santa M a rgari ta M aría q ue l a preciosísi ma de­
voción ha de ser ante todo imitación de las virt udes y sen ­
t i mi e n tos de l m i smo a mant ísi mo Corazón?
Por otra parte, «no d i fie ren esenci a l mente», ha p roba ­
do el a utori zado P . Ba i n vel, S. J. , la de voci ó n eudista y l a
ma rgarita n a . l l am é mosl as a s í, al D i v ino Corazón . Ci erto
q ue la Vi rgen de Paray fue la evange l i sta y l a a póstol ofi­
cial de esta de voci ón: pero ta mbién lo es q ue San J uan
E udes fue «su auxiliar y precursor». «No sin algún modo
de i n s p i ración d i v i n a tuvo el pri mero l a i dea de un cu l to
p úbl ico en su honor>> asegura e l Breve de Beatificaci ón.
H agamos q u e sea una verdad cada d ía más e x acta el
Reinado de Jesús en nuestras almas: q u e e n tonces re ina­
rá pl e n a m e n te en nosotros e l aman t í si mo Corazón. E st e
re i n ado entero, absol uto, a moroso, será e l más espléndido
mon u mento q u e l e pod e mos e ri g i r.

José ,\1." Sáenz de Tejada. S. J.

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PRIMERA PARTE

La vida cristiana y sus fundamentos

CAPITULO I

Que la vida cristiana debe ser una continuación


de la vida santísima que Jesús hizo en la tierra

Jesús, H ij o de Dios e H ij o del hombre , Rey de los


hombres y de l os ángeles, no solamente es nuestro Dios ,
nuestro Sal vador y soberano Señor, sino también nuestra
cabeza, y nosotros sus miembros y su cuerpo, como d ice
San Pablo: «Nosotros, los que componemos la Iglesia , so­
mos miembros de su c uerpo, formados de su carne y de
sus huesos» ( l ). Estando, por consiguiente, un idos a É l
con la más ínti ma unión que darse p uede, como es l a de
l os miembros con su cabeza ; un idos a É l espiritual mente

1 . «Membra sumus corporis ejus, de carne ej us, et de ossibus ejus».


Eph., V. 3 0 .

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por la fe y por la gracia q ue se nos da en el santo bauti s­
mo, y corporal mente por la u n ión de su santísimo c uerpo
con el n uestro en la sagrada E ucari st ía, síguese de aq u í
necesari amente q ue, así como los miembros está n anima­
dos del espírit u de su cabeza, y viven de su vida, de igua l
manera debemos nosotros vivir la vida de Jesús y estar
ani mados de su espírit u , caminar tras sus huellas, reves­
ti rnos de sus senti mi entos e incl inaci ones, real izar todas
nuestras acci ones con las mismas disposiciones e i nten ­
ci ones c o n q ue Jesús real izaba las suyas; e n una pa labra ,
conti nuar, hacer nuestra la vida, religi ón y devoción que
É l practicó en la tierra .
Esta afi rmaci ón es muy fundada , porq ue tiene en su
apoyo no pocos l ugares de las sagradas páginas, donde
habla Aq uél q ue es la mi sma verdad. ¿No l e oís cómo
dice en di versos l ugares del evange l i o? «Yo soy la vida» .
«Yo he ven ido para que tengáis v ida» . «Yo vivo y voso­
tros viviréis. Entonces conoceréis vosotros que yo estoy
en mi Padre , que vosotros está is en mí, y yo en vosotros»
(2 ). Es decir, que como yo estoy en mi Padre, vi viendo de
la vida q ue É l de conti nuo me comun ica , así vosotros es­
tai s en mí y vi vís mi prop ia vida, y yo vivo en vosotros , y
vosotros conmigo y en m í viviréis.
Y su amado discípulo ¿no nos dice a voces «que Dios
nos ha dado una vida eterna y q ue esta vida está en su
H ijo, y que quien tiene al H ij o de Di os tiene la vida»; y,
por el contrari o, «que q u ien no ti ene al H ijo, no tiene la
vida» y «que Dios envi ó a su Hij o un i génito al m undo,
para q ue por É l tengamos la vida , y q ue «somos n osotros

2. «Ego sun .. vita» . Joan . X I V . 6. «Ego ven i ut vitam habeant» . Joan .


X . 1 0 . «Et non vultis venire ad me ut vita m habeatis». Joan. V . 40 . «Ego
vivo et vos vivetis. In i l l o die vos cognoscet is quia ego sum in Patre meo, et
vos in me, et ego in vobis». J oan , X I V . 1 9 , 2 0 .

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en este mundo como É l lo fue durante s u vida (3); es de­
cir. que aq uí nosotros oc upamos su l ugar y debemos vivir
en este mundo como É l vivió.
Y en su apocal ipsis lno nos declara el mismo apóstol
q ue el esposo amado de n uestras al mas , q ue es Jesús, cla­
ma si n cesar, diciéndonos: «Venid , ven id a mí. El q ue tie­
ne sed que venga; y el q ue q u iera , tome de balde el agua
de vida (4); es decir, que pueda dar dentro de mí con el
agua de vida verdadera?». Lo cual está conforme con lo
q ue cuenta el santo Evangelio, que un día el H ij o de
Dios, puesto en pie en medio de una gran m uchedu mbre ,
decía en alta voz : «Si alguno tiene sed , venga a mí y
beba» (5 ).
Y lqué es lo q ue a todas horas nos predica el apóstol
San Pablo? «Que estamos m uertos y q ue n uestra v ida está
escondida con Jesucri sto en Dios» (6 ). «Que el Padre
Eterno nos dio vida j untamente en Cri sto y con Cri sto»
(7); es deci r. q ue no solamente nos ha hecho vivir con su
Hij o , si no tambi én en su H ij o y de la vida de su H ij o»;
q ue la vida de Jesús debe man i festarse también en nues­
tros c uerpos (8); que «Jesucri sto es nuestra vida» (9 ); que
É l está y vive en nosotros. «Vivo yo, dice de sí el Apóstol ,

3. «Vitam aeternam dedit nodis Deus. Et haec v ita in Filio ejus est. Qui
habet Filium, habet vita m ; qui non habet Fi l i u m , vitan non habet>> . 1 Joan . ,
V, 11, 1 2 . - «Filium suum unigenitum misit i n mundum, u t vivamus per
eum» . 1 Joan I v, 9. - S icut ille est, et nos sumus im h oc mundo. ibid . , 1 7 .
..

4 . «Ven i .. ven i . Et q u i sitit ven i at : et qui vult. accipiat aquam vitae gra­
ti s». Apoc . , X X I I . 1 7 .
5. «Si q u is si ti t. ven iat ad me et bibat>>. Joan, V I I . 3 7 .
6. « M ortui est is e t vita vestra abscondita est cum Cristo i n Deo» . Col . ,
I I I, 3 .
7 . « Deus autem . . con vivificavit nos i n Cristo». E p h . , 1 1, 5 . «Et vos . . con­
vi vificavit cum i l lo». Col . , 11, 1 3 .
8 . «Et vita Jesu manifestetur in corporibus nostriS>>. 1 1 Cor., I V, 1 0 , 1 1 .
9. «Cum Cri stus apparueri t, vita vestra>>. Col . , I I I, 4 .

1 1
o más bien , no soy yo el q ue vive, sino que Cri sto vive en
m í» (10). Y, si bien meditais todo el capítulo en que él
expone estas palabras, os convenceréis de que no habla
solamente de sí mi smo y en su nombre , sino en el nom­
bre y persona de todo cri stiano. Y, finalmente, hablando
en otro l ugar a los cristianos, dice : «que ora sin cesar por
ellos , para que Dios les haga dignos del estado a que les
ha l lamado, y cumplan todos l os designios que su bondad
tiene sobre ellos y hagan con su poder fecunda su fe en
buenas obras, a fin de que sea glorificado en ellos el nom­
bre de N. S. Jesucristo y e l l os en É l» (11).
Todos estos sagrados textos nos demuestran con toda
evidencia que Jesucri sto debe vivir en nosotros , que noso­
tros no debemos vivir sino en É l , y q ue su vida debe ser
nuestra vida, q ue nuestra vida debe ser una conti nuación
y expresión de su vida; y que para ninguna otra cosa tene­
mos derecho a vivir en la tierra, si no es para llevar, santi­
ficar, glori ficar y hacer vivir y reinar en n osotros, el nom­
bre, la vida, l as cual idades y perfecciones , l as disposicio­
nes e i ncl inaci ones, las virtudes y acci ones de Jesús.

CAPITULO I I

Confirmación d e la verdad precedente

Para entender más c lara mente, y para ci mentar con


más firmeza en nuestras al mas esta verdad fundamental

1 0 . «Vivo autem, j am non ego, vivit vero in me Cristus». Gal., 11, 2 0 .


1 1 . «Üramus semper pro vobis: u t dignetur vos vocatione sua Deus nos­
ter, et i mplea t omnem vol untatem bonitatis, et opus fidei in virtute, ut clari­
ficetur nomen Domini nostri Jesu C hristi in vobis, et vos in i llo» . 11. T hess,
l, 1 1 . 1 2.

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de la vida , rel igión y devoción cri stianas, tened a bien re­
parar y considerar q ue N . S . Jesucri sto tiene dos clases de
cuerpos y dos clases de vidas: Su pri mer cuerpo es el
cuerpo natural que tomó de la Santísi ma V irgen ; y su pri­
mera vida es l a vida que tuvo en este mi smo cuerpo,
mientras estuvo en la tierra. Su segundo cuerpo es su
cuerpo místico, l a Igl esia , a l a que San Pablo l lama «cor­
pus Christi» ( 1 ), el cuerpo de Jesucristo; y su segunda
vida , la vida q ue tiene en este c uerpo y en todos l os ver­
daderos cristianos , q ue son mi embros de este cuerpo.
La vida pasible y temporal q ue Jesús tuvo en su cuer­
po natural, terminó por completo en el momento de su
muerte; pero quiere É l conti nuar esta mi sma vida en su
cuerpo místico, hasta la consumaci ón de l os siglos , para
gl ori ficar a su Padre , con las acciones y sufrimientos de
una vida mortal , l abori osa y pasible, no sol amente duran­
te el espacio de trei nta y cuatro años (2 ) sino hasta el fin
del mundo. Esta vida de Jesús en su cuerpo místico, esto
es, en l os cristi anos, si bien es verdad que no l l ega aún a
su total cump l i m iento, l lénase, no obstante, de día en día,
y se compl etará con entera perfección al fin de l os tiem­
pos.
Por eso dice San Pablo: que «él está compl etando en
su carne l o que queda por padecer a Cri sto en sus mi em­
bros, sufri endo trabaj os en pro de su cuerpo místico, que
es la Iglesia» (3). Y lo que San Pablo dice de sí mismo,
puede decirse de cada cri stiano verdadero, cuando sufre
algo con espírit u de sumisión y de amor a Dios . Y l o que
San Pablo dice de l os sufri mi entos, puede decirse de todas

1 . 1 Cor. , X I I, 27.
2 . Más común es la opi nión de l os que creen que Jesucristo N . S. vivió
en este m undo treinta y tres años. Nota del traductor.
3 . «Adimpleo ea, q uae desunt passionum Christi , in carne mea pro cor­
pore ej us, quod est Eccl esia>>. Col . , 1 , 2 4 .

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l as demás acciones que un cri stiano real iza en la tierra.
Porque así como San Pablo nos asegura que él completa
l os sufri mientos de Jesucristo, de igual manera puede de­
cirse con toda verdad q ue un cri stiano verdadero, por ser
miembro de Jesucristo y por estar unido a É l por la gra­
cia, conti nua y completa con l as acci ones que real iza ani­
mado del espíritu de Jesucri sto, las acciones que el mis­
mo Jesucri sto ej ecutó, durante el ti empo de su vida pasi­
ble en l a tierra.
De suerte que, cuando un cri stiano ora , conti núa y
completa la oración q ue Jesucri sto hizo en l a tierra; cuan­
do trabaja, conti núa y completa la vida l aboriosa de Jesu­
cri sto; cuando trata con el prój i mo con espíritu de cari­
dad , continúa y completa la vida de comunicación de Je­
sucristo; cuando come o reposa cristianamente, conti núa
y completa l a suj eción q ue Jesucri sto quiso tener a estas
necesidades; y así podríamos decir de todas l as demás ac­
ciones cri stianamente practicadas.
En este sentido nos man i fi esta San Pablo que «la Igle­
sia es el complemento o l a perfecci ón de Jesucri sto, en
cuanto É l es su míst ica cabeza y l o l lena todo en todos ,
formando un todo cump l ido y perfecto y comunicando a
todos sus miembros el ser y l a vida» (4). Y en otro l ugar
nos da a entender q ue «todos n osotros trabajamos en la
edi ficación del cuerpo místico de Jesucristo, hasta q ue
l l eguemos a l a medida de l a edad perfecta de Jesucri sto
(5); es decir a la edad según la cual Jesucristo se ha de for­
mar m ísticamente en nosotros, lo cual no se cumpl irá
en toda su perfección si no en el día del j uicio.

4 . « E t ipsum dedit caput supra omnem Eccl esia m . q uae est corpus ip­
sius, et plenitudo ej us, q ui omnia in omnibus adi mpletuo>. Eph., 1 , 22, 2 3 .
5. «Et ipse dedit q uosdam apostolos . . . i n aedi ficationem corporis C hristi ;
donec occurramus omnes in unitatem fidei , et agn i tionis Filii Dei , in virum
perfectum, in mensuram aetati s plenitudinis Christi». Eph . , IV, 1 1 - 1 3 .

L1
Porque siendo este divino Jesús n uestra cabeza y no­
sotros sus miembros . unidos a É l con una unión incom­
parabl emente más estrecha, más n oble y el evada q ue la
unión que existe entre la cabeza y l os mi embros de un
cuerpo natural , síguese forzosamente que debemos estar
ani mados de su espíritu y vi vir de su vida, más part icular
y perfectamente q ue l os miembros de un cuerpo natural
están ani mados y vi ven de su cabeza.
Estas son las grandes verdades � las i mportantes verda­
des y dignas de toda nuestra consideración , que nos obl i­
gan a algo grande y que deben ser constantemente medi­
tadas por cuantos desean vivir cri stianamente.
Pensad , por lo tanto, en e l l as muchas veces y con
atención y aprended de aq uí: q ue la vida, la religión, l a
devoción y piedad cristianas consisten propia y verdade­
ramente en conti nuar la vida, devoción y religi ón de Je­
sús en la tierra , y q ue por el l o , no solamente los rel igiosos
y religi osas, si no también todos los cri stianos están obl i­
gados a l l evar una vida compl etamente santa y di vina y a
practicar todas sus obras santa y di vi namente. Lo cual no
es imposible, ni siq uiera tan di fici l como muchos se lo
i magi nan , antes muy dulce y fácil para l os q ue tienen cui­
dado de el evar con frecuencia su espíritu y su corazón a
Jesús y de entregarse y unirse a É l en todo l o q ue hacen .

CAPITULO I I I

Cuatro fundamentos de l a vida cristiana


Primer fundamento: LA FE

Asentado ya q ue no tenemos derecho a v1vir en el


mundo sino para conti nuar l a vida santa y perfecta de

15
nuestra cabeza, que es Jesús , cuatro cosas debemos consi­
derar frecuentemente, adorar en l a vida que Jesús tuvo en
la tierra y esforzarnos, cuanto nos sea dado con la ayuda
de su gracia, por expresarlas y conti nuarlas en n uestra
vida, cuatro cosas q ue son como otros tantos fundamen­
tos de l a vida cristiana, y sin l as cuales, por consigu iente,
es i mposible ser verdadero cri sti ano. Por esto, es necesa­
ri o deci ros aq uí algo de cada una de el las en particular.
El pri mer fundame n to de la vida cristiana es la fe .
Porq ue San Pablo nos man i fi esta «que si queremos ir a
Dios y l l egarnos a su divi na Majestad , el pri mer paso que
hemos de dar es creer» ( 1 ) y que «si n fe es i mposible agra­
dar a Dios» (2 ). «La fe, dice el mismo apóstol , es el fun ­
damento de las cosas q ue esperamos» ( 3 ) . Es l a piedra
fundamental de la casa y del reino de Jesucristo. Es una
l uz celestial y divina, una participación de la l uz eterna e
inaccesible, un rayo del rostro de Dios; o, para hablar un
l enguaj e más conforme a l a Escritura , la fe es como un di­
vino sel l o por e l cual l a l uz del rostro de Dios q ueda im­
presa en n uestras al mas (4).
Es una comunicación y una como extensión de la l uz
y c iencia divina q ue fue i n fundida en el a l ma santa de Je­
sús, en e l momento de su Encarnación. Es la ciencia de la
sal vación, l a ciencia de l os santos , l a ciencia de Dios q ue
Jesucristo ha sacado del seno de su Padre y nos la ha traí­
do a la tierra, para di sipar nuestras tinieblas , para il umi­
nar n uestros corazones, para darnos l os conocimientos
necesarios a fin de servir y amar a Dios perfectamente,
para someter y subyugar nuestros esp íri tus a l as verdades
que É l nos enseñó y nos enseña aún por É l m ismo y por

1 . «Crederi en i m oportet accedentem ad De um» . Heb . , II. 6 .


2. «Sine fide autem i mpossibile est placere Deo. Ib id.».
3 . «Est a utem fides sperandarum substant ia rerum». Heb., I I , 1.
4. «Signatum est super nos l umen vultus t u i , Domine». Ps . 4, 7.

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medio de su Iglesia , y así e xpresar, conti n uar y compl etar
en nosotros la sumisión, la docil idad y el rendi miento vo-
1 untari o y sin sombras que su esp íritu humano tuvo con
respecto a las l uces q ue su Eterno Padre le comunicó
y a l as verdades que le fueron enseñadas� toda vez que la
fe , que nos ha sido dada para suj etar y hacer cautivo
nuestro espíritu a la creenci a de las verdades que se n os
mani fi estan de parte de Dios , es una conti nuación y com­
plemento de la sumi sión amorosa y perfectísima q ue el
espíritu humano de Jesucri sto tuvo a l as verdades q ue su
Padre Eterno le mani festó.
Esta l uz y ciencia di vina nos da un perfecto conoci­
miento, en la med ida q ue se puede tener en este mundo,
de todas l as cosas que están en D ios y fuera de Dios.
La razón y l a ciencia humana las más de las veces nos
engañan ; ya porq ue son débiles y l i mitadas en sus l uces
para alcanzar el conocimiento de l as cosas de Dios , i nfi­
nitas e i ncomprensibles; como también , porque la ciencia
y l a razón humana están envueltas en t inieblas y osc uri­
dades, como consecuencia de la corrupción del pecado,
para poder tener siquiera un conoci miento verdadero de
las cosas que están fuera de Dios. Pero l a l uz de l a fe ,
siendo, como es, una participaci ón de la verdad y l uz de
Dios, no nos puede engañar, sino q ue n os hace ver l as co­
sas como Dios las ve, es decir, en su propia verdad y
como son a los oj os de Dios.
De suerte , que si miramos a Dios con l os oj os de la fe ,
le veremos en su propia verdad , tal como É l es , y en cier­
ta manera como cara a cara. Porq ue, aunque bien es ver­
dad q ue la fe va unida a la oscuridad y nos hace ver a
Dios, no con la c laridad con que se le ve en el cielo, sino
oscuramente y como a través de una nube, sin embargo,
no humi l la su suprema grandeza , como hace l a ciencia,
entregándose al a lcance de nuestro espírit u , sino que, a
través de sus sombras y oscuridades penetra hasta la i nfi-

17
nitud de sus perfecci ones y nos le hace conocer tal como
É l es: i n fi n ito en su ser y en todas sus di vinas perfeccio­
nes .
E l l a nos d a a conocer que todo l o que hay e n Dios y
en Jesucristo, H ombre-Dios , es i n fi n itamente grande y
admirable, i n fi n itamente adorable y amable, e i n fi n ita­
mente digno de ser gl ori ficado y amado por sí mismo.
Ella nos hace ver que Dios es veracísi mo y fide l ísimo en
sus pal abras y promesas, q ue es todo bondad , todo dulzu­
ra y todo amor para con l os que le buscan y ponen en É l
su confianza, así como todo rigor, espanto y severidad
para con los q ue le abandonan , siendo cosa espantosa­
mente terri ble caer en las manos de su j usticia. E l l a nos
da a conocer con compl eta seguridad que la divina Provi­
dencia guía y gobierna , santa y sapientísi mamente y del
mej or modo posible, todo cuanto ocurre en el mundo;
providencia que merece ser i n fi n itamente adorada y ama­
da por todos l os seres que e l l a ordena , sea en su j usticia,
sea en su mi sericordia, en el cielo, en la tierra y en el in­
fierno;
Si miramos a la Igl esia de Dios a la l uz de la fe , vere­
mos que teniendo a Jesucri sto por su cabeza y al Espírit u
Santo por su gu ía , es i mposible que pueda en cosa alguna
apartarse de la verdad ni en cal lar a la mentira; y q ue, por
consiguiente, todas las ceremonias , usos y funciones de la
Iglesia han sido santamente instituidos , q ue cuanto ella
prohíbe y manda , muy legíti mamente queda prohibido y
mandado. que tod o l o que enseña es i n falibl emente ver­
dadero, que hemos de estar dispuestos a morir mil veces
antes que apartarnos lo más mínimo del mundo de verda­
des q ue nos comun ica , y, que en fi n , estamos obl igados a
hon rar y reverenciar de una manera particular todas l as
cosas que están en la Iglesia , como cosas santas y sagra­
das.
Si n os vemos a nosotros mi smos y a todas las cosas del

18
mundo con los oj os de l a fe , veremos con toda claridad
que, de nosotros m ismos , no somos más que nada, peca­
do y abominación, y q ue todo l o que hay en el mundo,
no es sino humo, ilusi ón y vanidad .
Así hemos de mirar todas l as cosas, no en la vanidad
de nuestros sent idos, ni con l os oj os de la carne y de la
sangre , ni con l a pobre y engañosa vista de la razón y de
la ciencia humana, si no en la verdad de Dios , y con los
oj os de Jesucri sto, con aquel la l uz que É l sacó del seno de
su Padre, con l a que mira y conoce todas l as cosas , l uz di­
vina que É l nos ha comunicado, a fin de que mirásemos y
conoci ésemos todas l as cosas como É l las mira y conoce.

CAPITULO IV

Que la Fe debe ser norma de todas


nuestras acciones

Así como debemos mirar todas l as cosas a la l uz de la


fe para conocerlas con verdad , de igual manera debemos
practicar todas n uestras acciones, guiados por esta mi sma
l uz para real izarlas santamente. Porq ue, como Dios se
conduce por su di vina sabiduría; los ángel es, por su inte­
ligencia angél ica; l os hombres pri vados de la luz de la fe,
por l a razón ; las personas del mundo, por las máximas
q ue en él se siguen ; l os vol uptuosos , por sus sentidos; así
l os cristianos, de q uien Jesucri sto es la cabeza , deben
guiarse por la m isma l uz q ue a Jesucri sto guió; es dec ir,
por la fe, que es una part i 'paci ón de l a ciencia y l uz de
Jesucri sto.

10
Para ello, debemos esforzarnos, con toda cl ase de me­
di os, por aprender bien esta divina ciencia y por no em­
prender nada q ue se desvíe de esta santa norma. A este
efecto, al comenzar nuestras acciones, sobre todo las más
i mportantes , pongámonos a l os pies del H ijo de Di os ,
adorémosle como autor y consumador d e la fe y como a
quien es Padre de l as l uces , l uz verdadera q ue ilumina a
todo hombre que viene a este mundo.
Reconozcamos que, de nosotros mismos, no somos
más q ue t inieblas y que todas l as l uces de la razón , de l a
ciencia y hasta de la experiencia h u mana no son , con har­
ta frecuencia, más que oscuridades e i l usiones, en las que
no debemos tener confianza alguna. Renunci emos a la
prudencia de la carne y a la sabiduría del mundo; pida­
mos a Jesús que l as destruya en nosotros como a verdade­
ros enemigos, que no permi ta que sigamos sus l eyes, sus
máxi mas y consej os; antes , por el contrari o, q ue nos ilu­
mine con su l uz cel estial , q ue nos guíe con su divina sabi­
duría, que nos dé a conocer lo que l e es más grato, q ue
nos conceda gracia y fortaleza para asenti r inquebranta­
bl emente a sus palabras y promesas, para cerrar constan­
temente los oídos a toda consideración , y para preferi r
con valentía las verdades y máxi mas de la fe que É l nos
enseña por su Evangel io y por la Iglesia , a todas las razo­
nes y di scursos de l os hombres que se conducen según las
máxi mas del mundo.
A este fin, muy bu�o sería, contando con el permi so
de quienes lo puedan dar, leer todos l os d ías de rodillas
un capítulo de la vida de Jesús contenida en el N uevo
Testamento, a fin de aprender cuál ha sido la vida de
n uestro Padre y de advertir cuidadosamente, consideran­
do las acciones que É l obró, las virtudes q ue ejercitó y las
pal abras que profiri ó, las reglas y máxi mas por las q ue É l
se condujo y quiere q ue nosotros nos cond uzcamos . Por­
que la prudencia cri stiana consiste en ren unciar a las má-

20
ximas de l a prudencia h umana, en invocar el esp íritu de
Jesucristo, a fin de q u e nos ilumine, nos cond uzca según
sus máximas y nos gobiene, conforme a las verdades q ue
É l nos ha enseñado y l as acci ones y virtudes que É l prac­
t icó. Esto es conducirse según el espíritu de la fe .

CAPITULO V

Segundo fundamento de la vida cristiana:


El odio y el apartamiento del pecado

Si estamos obl igados a conti nuar en l a ti erra la vida


santa y divina de Jesús , debemos también revestirnos de
l os senti mientos e i ncl inaciones del mismo Jesús, según la
enseñanza de su Apóstol : «Hoc sentite in vobis et in
Chri sto Jesu» ( 1 ) . Habéis de tener en vuestros corazones
l os mismos senti mientos que tuvo Jesucri sto en el suyo.
A hora bien , Jesucri sto tuvo dos clases de sentimientos
en extremo contrari os , a saber: un senti miento de amor
infinito, por lo que mira a su Padre y a nosotros. y un
senti miento de sumo odio a todo l o q ue es contrari o a la
gloria de su Padre y a n uestra sal vación , es decir, a todo
lo que respecta al pecado.
Ama a su Padre , y lo mismo a nosotros, con amor in­
finito; del mismo modo, odia al pecado infi nitamente. Y
ama tanto a su Padre y a nosotros, que ha hecho cosas in­
finitamente grandes , ha sufrido tormentos sumamente do-

1 . Phil i p . , 2 , 5 .

21
torosos , y ha sacri ficado su vida soberanamente preciosa
por la gl ori a de su Padre y por nuestro amor.
Por el contrari o, es tal el horror que tiene al pecado,
que baj ó del cielo a la tierra , se anonadó a sí mismo to­
mando la forma de siervo, vivió trei nta y cuatro años (2 )
en la tierra una vida l l ena de trabaj os, de desprecios y su­
fri mientos , derramó hasta la últi ma gota de su sangre, y
murió con la más afrentosa y cruel de todas l as muertes;
todo ello, por el odio que tiene al pecado y por el deseo
supremo q ue alberga en su corazón de destruirl o en noso­
tros .
Debemos, por l o tanto, conti nuar en nosotros estos
mismos senti m ientos q ue Jesús tuvo para con su Padre y
en orden al pecado, declarándol e l a guerra que É l l e de­
claró mientras estuvo en la tierra; porque, si estamos
obl igados a amar a Dios sobre todas las cosas y con todas
nuestras fuerzas, tambi én lo estamos a od iar i n fi n itamen­
te, o cuanto podamos, al pecado.
Para l l egar a esto, mirad desde ahora al pecado, no
como lo miran l os hombres, con oj os carnales y cegados,
si no como lo mira Di os , con oj os esclarecidos con su l uz
di vina , con los oj os de la fe.
Veréis a esta l uz y con estos oj os, q ue si endo el pecado
en cierta manera i n fi n itamente contrario y opuesto a
Dios y a todas sus divinas perfecciones y supon iendo la
pri vación de un bien i n fi n ito, como es Di os, entraña en sí
una mal icia, una locura , una fealdad , una miseria tan
grande como Di os , i n fi n ito en bondad , en sabiduría, en
hermosura y en santidad (3 ); y que debe ser, por consi­
gu iente, en algún modo tan od iado y perseguido como
Dios merece ser buscado y amado. Veré is que el pecado
es cosa tan horrible que no puede ser borrado si no con
la sangre de un Dios; tan detestable q ue no puede ser des-

2. Véase la nota (2 ) de la pági na 24.

2?
truido sino por la muerte y destrucc ión de un Hombre­
Dios; tan abomi nable que no puede dej ar de existir sin o
por el anonadamiento del Hij o único de Di os; tan execra­
ble ante Dios, a causa de la inj uri a y des honor in fi n ito
q ue le infiere, q ue tal inj uria y deshonor no puede ser dig­
namente reparado sino con los trabaj os, sufrimientos,
agon ías , con la m uerte y méritos i n fi n itos de un Dios.
Veréis q ue el pecado es un cruel homicida , un deicida
espantoso, y la más horrible destrucción de todas las co­
sas. Es un homicida , puesto q ue es la única ca usa en el
hombre de la muerte de su cuerpo y de su a l ma j unta­
mente. Es un deicida , porq ue el pecado, el pecador hizo
morir a Jesucristo en la cruz y todavía le cruci fica cada
día en sí mismo. Es además, la destrucción de la naturale­
za, de la gracia, de la gloria y de todas las cosas , porq ue
destruyendo, en cuanto en él está , al autor de l a naturale­
za, de la gracia y de la gloria, destruye en cierta manera
todas estas cosas.
Veréis también , que el pecado es tan destestabl e ante
Dios , que la pri mera, la más noble y q uerida de sus cria­
turas , el ángel , así q ue cayó en un sol o pecado. y él nada
más de pensamiento, un pecado de un momento, le prec i­
pitó desde lo más alto del cielo a lo más profundo de l os
infiernos, sin darle un solo momento de tiempo para ha­
cer peni tencia, por indigno e incapaz (4) de el la; y cuando
se enc uen tra a u n alma a la hora de l a m uerte con un pe­
cado mortal , a pesar de ser todo bondad y amor para con
su criatura, no obstante el deseo supremo q ue tiene de
sal var a todo el m undo, y a este efecto haber derramado
su sangre y dado su vida, se ve obligado por su j usti-

3. « Peccatum contra Deum comm isssum q uandam infin itatem habet, ex


infinitate d i vi nae maj estat is: tanto en i m otTe nsa est gravior, q uanto major est
ile in q uem del inq uitur». St. T h . 111, I, 2. ad 2m.
4 . Cf. S. T h . , 1 , 64 , 2.

23
cia a pronunciar una sentenc ia de eterna condenación
contra esta alma desventurada . Pero, l o más asombroso
de todo esto es: Que el Padre Eterno, viendo a su propio
Hijo, a su Hij o único amadísimo, santísi mo e inocentísi­
mo, cargado de pecados aj enos, «no le ha perdonado, dice
San Pablo, sino q ue l e ha entregado por nosotros a la cruz
y a la m uerte» ( 5 ) .
i T a n abomi nable y execrable ante É l e s e l pecado!
Veréis además que el pecado está tan l l eno de mal ic ia
q ue transforma a l os servidores de Dios en esc lavos del
diablo, a l os h ij os de Dios en h ij os del diablo, a los miem­
bros de Jesucristo en miembros de Satanás y hasta a l os
q ue son dioses por gracia y por participación en diablos
por semej anza e imitación , según la palabra del que es l a
misma verdad , q uien hablando de u n pecador, le l lama
diablo: «unus ex vobis diabol us est>> (6 ) .
Conoceréis , e n fi n , q ue el pecado e s el mal de l os ma­
les y la desgracia de l as desgracias; el manantial de todos
los males y desgracias q ue cunden por la tierra y col man
el i n fi erno. En verdad q ue no hay sino este solo mal en el
m undo q ue p ueda ser l lamado mal , entre todas l as cosas
terribles y espantosas, la más terrible y espantosa; más
horrible q ue la muerte, más espantable que el diablo, más
pasmoso q ue el infierno, puesto q ue todo lo q ue hay de
horrible, espantable y pasmoso en la m uerte, en el diablo
y en el infiern o, procede del pecado.
iOh pecado, q ué detestabl e eres! iAh si los hombres te
conociesen! Es preci so decir bien claro que hay a lgo en ti ,
i n fi n itamente más horrible q ue cuanto se puede decir y
pensar, porq ue el alma manc hada con tu corrupción no
puede q uedar l i mpia y puri ficada sino con la sangre de un

5 . « Proprio F i l i o s u o n o n pepercit, d e s pro nobis omnibus tradidit


i l l um». Rom. V I I I, 32.
6 . Joan, 6 , 7 1 .

24
Dios, y tú no puedes ser destruido y aniq uilado sino por
la muerte y anonadamiento de un Hombre-Dios.
iOh gran Dios! no me asombra q ue tanto odi eis a este
monstruo i nfernal y q ue le castiguéis con tanto rigor.
Asómbrense los q ue no os conocen y l os q ue no conocen
la inj uria q ue se os hace con el pecado. En verdad , ioh
Dios mío! q ue no seríais Dios si no odiaseis in fi n itamente
la i n iquidad . Porq ue, viéndoos fel izmente necesitado de
amaros a Vos mi smo, como a bondad i n fi n ita q ue sois ,
con i n fin ito amor; estais igual santamente obligado a abo­
rrecer infinitamente lo q ue os es, en cierto modo, i n fi n ita­
mente contrari o.
iOh cri stianos q ue léeis estas cosas, fundadas todas
ellas en la palabra de la eterna Verdad ! , si aún os q ueda
alguna centel l ita de amor y de celo por el Dios q ue ado­
ráis , aborreced lo que É l tanto aborrece y le es tan contra­
rio. Temed al pecado y huid de él más q ue de l a peste ,
más q ue la muerte, más que de todos l os males imagina­
bles. Conservad siempre en vosotros una inq uebratable
resolución de sufrir mil m uertes con toda cl ase de tor­
mentos, antes que separaros j amás de Dios por un pecado
mortal .
Y, a fi n de q ue Dios os preserve de semenj ante desgra­
cia, cuidad también de evitar, cuanto podáis , el pecado
venia l . Porq ue debéis recordar, q ue fue preciso q ue Nues­
tro Señor derramase su sangre y sacri ficase su vida para
borrar tanto el pecado mortal como el venial ; y q ue el
que descuida el pecado venial , caerá pronto en el morta l .
S i no sentís e n vosotros estas resol uci ones rogad a Nues­
tro Señor que os l as i mprima en vuestra al ma, y no ten­
gais un momento de reposo hasta q ue os encontreis con
el las . Porque, m ien tras no esteis en la d isposición de mo­
rir y de sufrir toda clase de desprecios y tormentos antes
q ue cometer pecado alguno, sabed que no sois verdadera­
mente cristiano; que si por desgraci a acontece q ue caye-

25
rais en alguna falta, esforzaos por levantaros cuanto an ­
tes, por medio de la contrición y confesión y vol ved nue­
vamente a vuestras pri meras disposici ones.

CAPITULO VI

Tercer fundamento de la vida cristiana:


El desprendimiento del mundo y de las
cosas del mundo

No basta a un cristiano estar desprendido del vicio y


aborrecer toda clase de pecados , además de esto es nece­
sari o que trabaj éis cuidadosa y varonil mente por mante­
neros en un perfecto desprend i m iento del mundo y de to­
das l as cosas del mundo. Entiendo por mundo: la vida co­
rrumpida y desarreglada q ue se ll eva en el mundo, el es­
p íri tu reprobable q ue en él rei na, l os senti mientos e incl i­
naciones perversas que all í se siguen , y las l eyes y máxi­
mas perniciosas por las q ue el mundo se gobierna. En­
tiendo por cosas del mundo: todo l o que el mundo tanto
esti ma y ama y con afán busca , a saber: l os honores y ala­
banzas de los hombres , l os vanos placeres y contenta­
mi entos, las riq uezas y comodidades tempora l es, las
ami stades y afici ones fundadas en la carne y en la sangre,
en el amor propio y en el propio i nterés.
Ojead la vida de Nuestro Señor Jesucri sto y encontra­
réis que É l vivió en la tierra dentro del más perfecto des­
prendi miento y pri vación de todas las cosas . Leed su
Evangel io, escuchad su palabra y aprenderéis: «q ue el que
no renuncia a todas las cosas no puede ser su discípulo».
Por esto, si deseái s ser verdaderamente cristian o y discí-

26
pulo de Jesucri sto, si deseáis conti nuar y reprod uci r en
vosotros su vida santa y desprendida de todas l as cosas ,
es preci so que os esforcéis por manteneros en este des­
prendi m iento absol uto y uni versal del m undo y de todas
l as cosas del mundo.
Para ello, debéi s considerar con frecuencia; q ue el
mundo ha sido y será siempre contrari o a Jesús, q ue
siempre l e ha perseguido y cruci ficado y l e perseguirá y
cruci ficará sin cesar hasta la consumación de l os sigl os,
q ue l os senti mi entos e incl inaciones, las leyes y máximas,
la vida y el espíritu del mundo, de tal manera son opues­
tos a l os sentimi entos e incl inaci ones, a las leyes y máxi­
mas , a la vida y esp íritu de Jesús , q ue es i mposible pue­
dan subsistir j untamente. Porq ue todos l os senti mientos e
incli naciones de Jesús no se encaminan si no a la gloria de
su Padre y a nuestra santi ficaci ón , y l os sentimientos e in­
cl inaciones del mundo no tienden más q ue al pecado y a
la perdición.
Las l eyes y máximas de Jesús son dulcísi mas , muy
santas y razonabl es; las l eyes y máxi mas del mundo son
l eyes y máxi mas de i n fi erno, compl etamente di aból icas,
tiranas e insoportables . ¿puede haber nada más diabólico
y ti ran o q ue l as l eyes execrables de esos mártires del
m undo q ue se obligan , según sus reprobables máxi mas, a
sacri ficar su bienestar, su al ma y su sal vaci ón a Satanás ,
por un maldito punt i l l o de honor? Y l o q ue es más horri­
ble aún, es que están obligados por la tiran ía rabiosa de
las leyes abomi nables del m undo, si se les llama por se­
gunda vez , a batirse a veces a sangre fría , si n obj eto y
sin razón , por la pasión y l ocura de un i mpertinente, que
l es es indi ferente, con el mayor de sus enemigos y cl avarle
a menudo la espada en su seno, dándole muerte, arran­
cando el alma del cuerpo para entregarla a Satanás en las
l l amas eternas. iQué rabia y crueldad ! iOh Dios mío!
¿Pude verse nada más duro y tirán ico?

27
La vida de Jesús es una vida santa y adornada de toda
clase de virtudes; l a vida del m undo es una vida deprava­
da, l lena de desórdenes y de toda clase de vicios. El espí­
ritu de Jesús en orden a Dios, es espíritu de l uz , de ver­
dad , de piedad , de amor, de confianza, de cel o y de reve­
rencia; el esp íritu del mundo es un espíritu de error, de
incredu l idad , de tinieblas, de ceguera, de desconfianza, de
alboroto, de imp iedad , de irreverencia y de d ureza para
con Dios y las cosas de Dios.
El espíritu de Jesús es un esp íritu de humildad , de
modestia, de desconfianza de uno mismo, de mortifica­
ción y abnegación , de constancia y firmeza, con relación
a nosotros mismos; por el contrari o, el espíritu del mun­
do, es un espíritu de orgullo, de presunción, de amor de­
sordenado de sí mismo, de l igereza e inconstancia. El es­
píritu de Jesús, con relación al prój i m o , es un esp íritu de
misericordia, de caridad , de paciencia, de dulzura y de
un ión; el espíritu del mundo es un espíri tu de venganza,
de envidia, de impaciencia, de cólera, de murmuración y
de di visión.
En fin, el esp íritu de Jesús es el espíritu de Dios, espí­
ritu santo y divi no, espíritu de toda clase de gracias , de
virt ud y de bendici ón, espíri tu de paz y de tranquilidad ,
espíritu q ue no busca más que los i ntereses de Dios y de
su gloria; por el contrario, el espíritu del mundo es el es­
píritu de Lucifer; porq ue siendo Luci fer príncipe y cabeza
del m undo, síguese necesariamente q ue el mundo está
animado y regido de su espíritu ; espíritu terreno, carnal y
animal , esp íritu de maldición y de toda clase de pecados,
espíritu de turbación y de inquietud , espíritu de borrasca
y tempestad , «spi ritus procel l arum» ( l ), espíritu q ue no
busca más que su propia comod idad , sus gustos e i nte­
reses. J uzgad ahora si es posible q ue el espíritu y la vida

l . Ps., X , 7 .

28
del m undo pueda compartir con el espíritu y l a vida cri s­
tiana, q ue no es otra cosa q ue el espírit u y la vida de Jesu­
cristo.
Por todo lo dicho, si deseáis ser verdaderamente cris­
tianos , es dec ir, si deseáis pertenecer perfectamente a Je­
sucristo, vivir su vida , estar animados de su espíritu y
conduciros según sus máxi mas, es de todo punto necesa­
rio q ue os propongáis ren unciar enteramente y dar un
eterno adi ós al m undo. No q u iero decir q ue sea necesari o
q ue abandonéis el mundo para encerraros entre cuatro
paredes, si Dios no os l l ama a ello; pero sí q ue os esfor­
céis por vivir en el m undo, como si no fuerais del mundo,
esto es , q ue hagáis profesión públ ica generosa y constante
de no vivir más la vida del mundo y de no conduciros en
adelante por su espíritu y por sus l eyes; q ue no os aver­
goncéis, antes por el contrario, q ue os gloriéis santamente
de ser cristianos, de pertenecer a Jesucristo y de preferir
l as santas máximas y verdades q ue É l nos ha dej ado en su
Evangelio a las pern iciosas máxi mas y falsedades q ue el
mundo enseña a sus discípulos ; y que, a l o menos, tengáis
tanto ánimo y firmeza para renunciar a l as l eyes, senti­
mientos e incl inaciones del mundo y para despreciar por
virt ud todos sus vanos d iscursos y engañosas opiniones ,
como temeridad e i mpiedad él alardea tener en despreciar
perversamente l as l eyes y máxi mas crist ianas y en enojar­
se impertinentemente con l os q ue las siguen .
Porq ue en esto consiste el verdadero valor y la perfec­
ta generosidad ; y lo q ue el m undo l l ama val or y espíritu
fuerte, no es más q ue cobard ía y debilidad de corazón.
He aq uí lo q ue yo l l amo desprenderse del mundo y vi­
vir en el m undo como si en él no se estuvi ese.

29
CAPITULO VII

Continuación de la materia precedente,


sobre el desprendimiento del mundo

Es necesari o, a fin de grabar mej or en vuestra alma


este desprendi m iento del mundo, que no os l i m itéi s en
vuestro empeño a apartaros de él , sino también que le
aborrezcáis como Jesucristo le aborreció. Pues bien, Jesu­
cri sto de tal manera aborrece al mundo q ue no sól o nos
exhorta por su disc ípul o amado a q ue «no amemos al
mundo ni las cosas q ue hay en el m undo» (1 ), sino q ue
nos declara además por su apóstol Santiago que «la amis­
tad de este mundo es para É l enemistad» (2 ), es decir, que
tiene por enemigos suyos a cuantos aman al m undo. Y
por sí mismo nos asegura «q ue su reino no es de este
mundo; como tampoco l o son , ni É l , ni l os q ue su Padre
le ha dado» ( 3 ) . Y, lo q ue es m ucho más formidable, pro­
testa altamente, y esto al tiempo y en el día en que da a
conocer l os mayores excesos de su bondad , la víspera de
su muerte, cuando se d ispone a dar su sangre y su vida
por la sal vación de l os hombres; protesta , digo, altamente
«q ue É l no ruega por el mundo» (4) ; y con esto, fu l mi na
un espantoso anatema , una maldición y excomunión
contra el mundo, declarándole i ndigno de la participa­
ción de sus pl egari as y de sus mi sericordias.

1 . «Nolite diligere m undum neq u e e a q uae i n mundo sunt». 1 Joan , 11,


1 5.
2 . «Nescitis q uia a m icitia h ujus mundi i n i m ica est Dei? Quicumq ue ergo
vol uerit amicus esse saecul i huj us, ini micus Dei const ituitur» . Jac . , I V , 4 .
3 . Regn um meun n o n est d e hoc mundo. Joan., X V I I I, 3 6 .
«Quos dedisti m i h i custodivi . . . non sunt d e m undo sicut e t ego non sum
de mundo. N on rogo ut tol l as eos de mundo, sed ut serves eos a malo. De
m undo non sunt , sicut et ego non sum de mundo». Joan . X V I I , 1 2 - 1 6 .
.

4 . Ego pro eis rogo; non pro mundo rogo». Joan . X V I I . 9 .


.

30
N os asegura , fi nal mente , <<q ue el m undo está ya juzga­
do, q ue el príncipe de este mundo ha sido lanzado fuera»
( 5 ) . En efecto, tan pronto como el mundo cayó en la co­
rrupción causada por el pecado, l a divina justicia l o j uzgó
y condenó a ser abrasad o y consumido por el fuego. Y,
aunq ue el efecto de esta sentencia se di late, se resol verá,
no obstante , en la consu mación de l os siglos. En conse­
cuencia de lo cua l , Jesucristo m ira al mundo como el ob­
jeto de su odio y de su maldici ón , como cosa q ue intenta
y desea pasarlo por el fuego el día de su furor.
Penetrad , pues, en estos senti mi entos y afectos de Je­
sús con respecto al m undo y a todas las cosas del mundo.
M irad en adelante al mundo como Jesús l o mira , como el
objeto de su odi o y maldición. Mirad l e como cosa q ue É l
os prohíbe amar, bajo pena de incurrir en su enemi stad ;
como cosa que É l ha condenado y maldito por su propia
boca , con el q ue, por consiguiente, no nos es permitido
comun icarnos si n part ic ipar de su maldición ; miradle
como cosa q ue É l q uiere abrasar y red ucir a cen izas. Mi­
rad todas las cosas que el m undo tanto ama y esti ma: l os
placeres, l os honores , las riq uezas , las ami stades y aficio­
nes m undanas y demás cosas semejantes , como cosas de
puro paso, según el orác ulo divino: «M undus transit et
concupiscentia ejus» (6), el m undo pasa, y pasan también
con él todos sus atract ivos; cosas q ue no son más q ue
nada y humo, engaño e i l usión, van idad y afl icc ión de es­
p íritu. Leed m uchas veces y considerad atentamente estas
verdades; pedid todos l os días a N uestro Señor q ue os las
impri ma en vuestro corazón .
Y , a fin de disponeros a e l l o , tomad todos l os d ías al­
gún ti empo para adorar a Jesucri sto en el perfect o des-

5. « N unc j udicium est mundi: n unc princeps huj us m und i ej icietur fo­
ras» . Joan . X I I, 3 1 .
.

6 . 1 Joan J I. 1 7 .
. .

31
prendimiento q ue tuvo del mundo y supl icadle que os
desprenda de él por completo e i mpri ma en vuestro cora­
zón , odi o y aborrecimiento a todas las cosas del m undo.
Guardaos, por vuestra parte , de no comprometeros
con las vi si tas y conversaci ones i n útiles q ue se estilan en
el m undo. Si estáis l igados a ellas, romped ipor Dios! a
cualq uier precio vuestros compromisos y huid más que
de la peste, de l ugares, personas y compañías en l as q ue
no se habla más que del m undo y de l as cosas del mundo.
Porq ue, como de estas cosas se habla con aprecio y consi­
deración, es muy dificil q ue l as conversaci ones que en el
mundo se tienen no dej en alguna mala impresión en
vuestro espíritu . Y fuera de esto, no ganaréis más q ue una
pel igrosa pérdida de tiempo; no encontraréis más q ue una
triste di sipación y aflicción de espíritu ; no reportaréis
más q ue amargura de corazón , enfriamiento de l a pie­
dad , apartamiento de Dios y mil otras faltas q ue comete­
réis.
Y mientras busq uéis y améis l a conversación del mun­
do, Aquél que tiene sus delicias en estar con l os hij os de
los hombres, no l as tendrá en vosotros y no os hará gustar
l as d ulzuras q ue comunica a l os q ue ponen todas sus del i­
cias en conversar con É l .
Huid, pues, del mundo, os l o digo una vez más; huid
de él y aborreced su vida, su espíritu y sus máxi mas, y no
hagáis ami stad ni tengáis comunicaci ón , en cuanto os sea
posible, sino con l as personas q ue podéis o que os pueden
ayudar y ani mar, con su ej emplo y su palabra, a amar a
nuestro amabi l ísi mo Jesús , a vivir de su espíritu y a detes­
tar cuanto le es contrario.

32
CAPITULO VIII

Del desprendimiento de sí mismo

M ucho es haber ren unciado al mundo, de la manera


que acabamos de dec ir, pero esto no es aún bastante para
l l egar al perfecto desprendi mi ento, que es uno de los
principales fundamentos de la vida cri sti ana. Porq ue
N uestro Señ or Jesucristo clamó en alta voz q ue «q uien
qu iera ir en pos de É l , renuncie a sí m ismo y le si ga» ( 1 ).
Por lo tanto, si queremos seguir a Jesucri sto y pertenecer­
le, es preci so renunciamos a nosotros m ismos, es decir, a
n uestro propio espíri tu, a n uestros propios sentidos, a
nuestra propia vol untad , a nuestros deseos e incl inaci ones
y a nuestro amor propio que nos l l eva a odi ar y evitar
todo lo q ue ocasi ona cualq u ier pena y morti fcación al es­
píri tu y a la carne, y a amar y buscar lo q ue l es propor­
ci ona algún placer y contentam iento.
Dos razones nos obl igan a esta abnegación y ren uncia
de nosotros m ismos:
I .ª Porq ue c uanto hay en nosotros de tal modo está
desarreglado y vic iado, como consecuencia de la corrup­
ción del pecado, que no hay nada nuestro en nosotros q ue
no sea contrari o a Dios , q ue no entorpezca sus santos de­
signios y no se oponga al amor y a la glori a q ue le debe­
mos. Por esto, si deseamos ser de Dios , es de toda necesi­
dad ren unciamos a nosotros mi smos, olvidarn os, odi ar­
nos, perseguirnos y anonadarnos .
2 . ª Porq ue N uestro Señ or Jesucri sto, que es nuestra
cabeza y n uestro model o, en q u i en nada h ubo q ue no fue­
se santo y divino por compl eto, vivió, sin embargo, con

1. «Si quis vult post me venire, abneget semetipsum et tollat crucem


suam et seq uat ur me» . Matt h . , XV I , 24.

33
ta l desprend i m iento de sí m is m o y con ta l anonadamien­
to de s u esp íri t u h u ma n o . de s u prop i a vol u ntad y del
amor de s í m is m o . que j a más h izo nada por su prop i o es­
p í ri t u y h u ma n o senti m i ento. sino guiado del esp í ri t u de
su Pad re: n unca sigu i ó su prop i a vol u n tad . si no la de su
Pad re : se cond ujo cons igo m i s m o como q u ien n o se t iene
amor a l guno. antes od i o extremad o. p ri vánd ose en est e
m u ndo de una glori a y fe l icidad i n fi n itas y de todos l os
placeres y conten tam ien t os h u manos . y buscando y abra­
zando todo aq uel l o q ue pod ía proporci onarl e s u fri m i ento
en su c uerpo y en su a l ma.
Por esta razón . si somos con verdad sus m i e m bros.
debemos penetra rn os de sus senti m ientos y d isposic i ones .
y toma r una fi rme resol ución de v i v i r en l o suces i \o con
un completo desprend i m iento y od i o d e nosot ros m i s­
mos.
A este e fect o . tened c u idado de adorar frec uente mente
a Jesús en este desprend i m iento de s í m ismo y de ent rega­
ros a É l . s u p l icá ndol e q ue os despegue entera mente de
vosotros m is mos . d e v uestro prop i o espírit u . d e v uestra
propi a vol u n tad y de vuestro a m or prop i o . pa ra u n i ros
perfectamente a É l y regiros en t odas l as cosas. segú n su
esp íri t u . según s u vol u n tad y s u p u ro a mor.
Al dar comienzo a v uestras obras. e l evad a J esús vues­
tro corazón de este m odo: iOh J esús. yo ren uncio con to­
das m is fuerzas a m í m is m o . a mi propi o esp írit u . a m i
propi a vol u n tad y a m i amor propi o y m e entrego tota l ­
mente a V os . a v uestro santo esp í rit u y a vuest ro di vi no
a mor: sacadme fuera de m í m i smo y gu iad me en esta
obra según vuestra santa vol u n ta d .
En las ocasiones de d i sc u t i r. q ue s e o s presentará n
dada la d i versidad d e op i n i ones q ue a cada hora se nos
ponen delante . a u nq ue os pa rezca tener razón y q ue l a
verdad está de v uestra pa rte. a l egraos . con ta l q ue no
vayan en e l l o l os i ntereses de l a di v i na gl ori a . de tener

34
ocasión de ren unciar a v uestro propi o pa recer y ceder a la
op i n i ón aj ena.
En l os deseos e incl inaci ones q ue hac i a cualq u ier cosa
sintáis. des haceos ensegu ida de e l l o a l os p i es de J esús. y
protestad l e q ue n o q ueré is tener más vol u ntad e incl ina­
ci ones q ue las suyas.
Tan pronto como os aperc i báis q ue tenéis algu'na ter­
n ura o afición sensi ble haci a a l go. en e l m ismo momento
d i ri gid a Jesús vuestro corazón y v uestros a fectos. de esta
manera : iOh mi q uerido J esús. os hago entrega completa
de mi corazón con tod os sus a fectos! iO h ú n ico obj eto de
m is a mores . haced q u e j a más ame nada s i n o en V os y por
V os!
C uando se os prod i gue alguna al abanza . re fe ri d l a a
Aq ué l q ue es e l ú n ico d i gno d e todo honor. d iciendo: iO h
gl ori a m ía. no q u iero yo n u nca más gl ori a q ue l a v u estra :
porq ue a V os sól o es debido tod o h onor. toda a l aban za y
toda gl ori a y a m í toda abyección . despreci o y h u m i l l a­
ción !
C uando se os presenten moti vos de mort i ficaci ón pa ra
e l c ue rpo o pa ra e l espí rit u . u ocasi ones de pri varos de a l ­
g ú n contentami ento ( l o q ue acontece a cada paso) abra­
zad l as de buena gana por amor de N uestro Señor y ben ­
decid l e porq ue o s conceda l a gracia d e tener ocasión de
morti ficar v uestro amor propi o y de hon rar las morti fica­
ci ones y p ri vaci ones q ue Él soportó en l a t ierra .
C uando sintá i s a l gú n gozo o consolaci ó n . devol védse­
lo al q ue es mana n t i a l de todo consuelo y decid l e as í : i A h
Señor. bastante gozo e s pa ra m í saber q ue sois Di os y q ue
sois m i Dios! iOh Jesús. sed sie m pre J esús: es dec i r. siem­
pre l l eno de glori a . de grandeza y de fe l ic idad y yo esta ré
siempre contento! iO h Jesús m ío. j a más perm i tá is q ue me
goce en cosas del m undo. si no sól o en V os . y haced q ue

35
pueda deciros con la santa rei na Ester: «Sabes q ue j amás
he tenido contento sino en ti» (2 ).

CAPITULO IX

La perfección del desprendimiento


cristiano

La perfecci ón de l a abnegación o desprendi miento


cri stiano no consiste solamente en estar desasido del
mundo y de sí mismo; nos obl iga también a despegarnos
en c ierto modo del m ismo Dios . lNo sabéis cómo N ues­
tro Señor, cuando todavía estaba en la ti erra, aseguró a
sus apóstoles que era conveniente q ue se separase de e l l os
y se fuera a su Padre para enviarles su Santo Espíri tu? La
razón de esto es , porq ue estaban pegados a la consolaci ón
sensible que l es proporcionaba la presencia y el trato visi­
ble de su sagrada human idad , l o cual era un i mpedi mento
para que vin i era a e l l os e l Esp íritu Santo. Tan necesari o
e s estar despegados de todas l as cosas , p o r santas y divi­
nas q ue ellas sean , para vivir animados del esp íritu de Je­
sucri sto, que es el espíritu del cri stianismo.
Por esto digo, que es preci so desprendemos en cierta
manera hasta de Di os, es decir, de l as dulzuras y consola­
ciones que van ordi nariamente unidas a la gracia y al
amor de Dios; de los deseos que tenemos de mayor per­
fección y amor de Dios; y aun del deseo q ue pode mos te-

2. «Tu seis . . . q uod n unquam l aetata sit anc i l l a tua, ex quo h uc translata
sum usq ue in praesentem diem, nisi in te, Domine Deus An raha m». Est h . ,
XIV. 1 8 .

36
ner de vernos l ibres de la cárcel de este c uerpo, para ver a
Dios , para estar un idos " É l con toda perfección y para
a marle p ura y eternamente. Por lo que, c uando Dios n o s·
hace sentir l as dulzuras de su bondad en nuestros ejerc i ­
cios d e piedad , debemos guardarnos m ucho d e no l i mitar­
nos a descansar en e l las y tomarlas afición, si no h u m il lar­
nos al momento, creyéndonos i ndignos de todo consuel o
y tomarlas a É l , estando dispuestos a ser despojados de
el las, y protestando que deseamos servirl e y amarl e . no
por la consolación q ue É l da, sea en este m undo, sea en el
otro, a los que l e aman y l e si rven, sino por el a mor de sí
m ismo y por su propia fel ic idad .
Cuando concebi mos algún buen propósito o rea l iza­
mos alguna acción santa por l a gloria de Dios , aunq ue
hayamos de poner todos los medios posibles para l l egar a
su cumpli m iento, debemos , no obstante, cuidarnos de a fi ­
ci onamos demasi ado a el l o ; de tal suerte, q ue si por algún
moti vo nos vemos obligados a i nterrumpir o abandonar
enteramente esta acción o propósito, no perda mos l a paz
y quiet ud de nuestro espírit u , si no q ue nos mantengamos
contentos, en vista de la vol untad y permisión divinas
q ue todas las cosas gobierna, y para q ui en todas ellas son
igual mente amables» .
D e igual manera , aunque debemos poner c uanto está
de nuestra parte para vencer n uestras pasi ones, vici os e
imperfecci ones y para practicar con perfección toda cl ase
de virtudes , debemos , no obstante, trabajar en e l l o , si n
apego y si n excesiva complacencia; de suerte , q ue cuando
no nos encontramos con tanta virt ud y amor de Dios
como desearíamos, permanezcamos en paz y sin i nqu ie­
tud , confundiéndonos porq ue ponemos en ello n u estro
propi o obstáculo, amando n uestra propia abyección , con­
tentándonos con l o q ue al Señor pl ugu iere concedernos ,
perseverando siempre en el deseo de ir adelantando, y te­
niendo confianza en la bondad de Nuestro Señor q ue nos

37
dará las gracias q ue necesitamos pa ra se rv i rl e con forme a
l a perfecci ón q ue pide de n osotros.
A si m ismo. a u n q u e d ebemos vi v i r con cierta espera n ­
za , con ci erto deseo y conti n uo des fa l l eci m i ento. ten i endo
de lante la hora y el momento fe l iz q ue nos aparta rá de
una vez de l a t ie rra . del pecad o y de toda i mperfecc i ón y
nos u n i rá perfectamente a D i os y a su p u ro amor: y a u n ­
q ue debamos t rabaj a r c o n todas n u estras fuerzas pa ra q ue
se consuma la obra de Di os en nosotros . a fi n d e q ue . per­
tecci onada su obra c uanto antes en nosotros, n os recoj a
É l pron to den tro d e s í . h a de ser. n o obstante. este n ues­
tro deseo sin a pego ni i nq u iet ud : de suerte q ue si es del
agrado de N . Señor q ue estemos a ú n m uc h os a ñ o s pri va­
dos de la v i s i ón d u l c ísi ma de su d i v i n o rostro . nos q uede­
mos contentos . en v i sta de su amab i l ísi ma vol u n tad . aún
c uando a É l l e p l ugiera hacernos soportar ta n d u ra pri va­
c i ón hast a el d ía del j u ic i o .
H e aq u í l o q ue y o l l amo esta r desprendido de Dios y
en q u é consi ste e l perfect o despren d i m iento q ue t odos l os
cristi anos deben tener del m u ndo. de e l l os m i smos y de
t odas l as cosas . iü h . qué d u lce cosa es . vi v i r de esta ma­
nera l i bre y desprendido de todo!
Se p e n sará . acaso . q ue es muy d i fic i l l l ega r a est o :
todo s e n os h a rá fáci l . si n o s e n t rega m os entera mente y
s i n rese rva a l H ij o de Dios y s i ponemos n uestro apoyo y
con fi a n za . no en n uestras fuerzas y resol uci ones. sino en
l o i n m e n so de su bondad . en e l poder de su grac ia y de su
amor. Porq ue, donde este d i v i n o amor se encuentra . todo
se hace s u m a mente d u lce. Es verdad q ue hay q ue hacer­
n os m uc h a v i o l e n c i a a n osotros m i smos y pasa r m uchas
pen as. amarguras. osc uridades y mori ti ficaci ones: si n em­
bargo . en l os ca m i nos del amor d i v i n o hay más m i el q ue
h ie L más d u l z ura q ue rigor.
iüh Sa l vador m ío. q ué gl ori a pa ra V os! iQué sati sfac­
ci ón más í n ti ma os p roporcionan estas a l mas en q u ienes

38
tan grandes cosas ohrá is . c uando ava nzan l l enas de v a l or
y ent usias mo por esos ca m i nos . abandonándol o t od o y
desprendi éndose de todo. hasta en c i e rta manera de V os!
iCon q ué san t idad os adueñá i s de e l l as! iC uán ad m i rba le­
mente l a s t ra n s formáis en V os m i smo. re v isti éndolas de
v uestras c ua l idades . de v u estro esp írit u y de v uestro
a mor!
iQué contento y suav idad experi menta el a l ma q ue
p uede dec i r con t oda verdad : Dios m í o. heme aq u í l i bre y
desembarazado de todo! ¿Q u ié n pod rá a hora estorbarme
amaros con toda perfecci ón'? H e m e tota l mente desprend i ­
da d e todo l o terre n o : atraed me y a e n p o s de V os. i o h J e­
sús m í o! «Trahe me post te. c urem u s i n odorem u ngue n ­
toru m t uorum». De q ué gran consuel o d i sfruta e l a l ma
q u e p uede dec i r con la esposa : « M i A mado es t odo pa ra
m í . y yo soy toda de mi a mado» ( 1 ) y con J esús: « T odas
mis cosas son t u yas . ioh Sa l vador m ío! como l as t u yas
son m ías» (2 ) .
E n t remos. p ues. en grand ísi mos deseos d e este sa nto
desprend i m iento. démonos enteramente y sin rese rva a
J esús y s u p l iq uémosl e q ue haga u n a l a rde del poder de su
brazo para romper n uestras l i ga d u ras y desasi rnos t ota l ­
mente del m undo. de nosotros mi smos y de todas l a s co­
sas . a fin de q u e p ueda Él obra r en nosotros sin i m ped i ­
mento a l gu n o . c uanto É l deséc para s u gl ori a .

1. « D i l ectus meus m i h i et ego i l l i» . Can . 1 1 . 1 6.


.

2. «Ümnia mea tua sunt. et tua mea sunt». Joan . . XVII. 1 O.

39
CAPITULO X

Cuarto fundamento de la vida cri stiana:


la oración

El ej ercicio santo de la oración debe col ocarse entre


los princ ipales fundamentos de la vida cri stiana, porque
toda l a vida de Jesucri sto no fue sino una n o interru mpi­
da oraci ón q ue debemos nosotros conti nuar y hacer pa­
tente en n uestra vida , como cosa tan i mportante y abso­
l utamente necesa ri a, q ue ni la t ierra que nos sosti ene, ni
el aire que respi ramos, ni el pan que nos sustenta, ni el
corazón que l ate en n uestro pecho son tan necesa ri os al
hombre para vivir la vida h umana, como lo es la oración
a un cri sti ano para vi vir cristi anamente. La razón es:

1. Porq ue la vida cri sti ana, l lamada por el H ij o de


Dios vida eterna, consi ste en conocer y amar a Dios ( l ) ; y
esta di vina ci encia se aprende en l a oración.
2. Porque, por nosotros m ismos nada somos , nada
podemos, no tenemos sino pobreza y nada . De aq u í que
tengamos una grandísi ma necesidad de acud i r a Di os a
cada i n stante, por medio de l a oración, para obtener de
É l todo lo q ue nos falta.
La oración es una el evación respetuosa y amorosa de
n uestro esp íritu y de nuestro corazón a Dios . Es un dulce
entreten i m i ento, una santa comunicaci ón y una di vina
con versaci ón del a l ma cri stiana con su Di os , en la q ue le
considera y contempla en sus divinas perfecci ones, en sus
mi sterios y en sus obras; le adora, le bendice, le ama, le
gl ori fica, se entrega a É l , se humi l l a ante É l a la vista de

1. «Haec est a utem vita aeterna ut cognoscant te sol u m Deu m verum . et


quem misisti Jesum Christ u m» . Joan . . X V I I , 3 .

40
sus pecados e ingrat itudes , l e supl ica que tenga con él m i ­
sericordia, aprende a hacerse semej ante a É l i mi tando sus
divinas virtudes y perfecciones; y , en fi n , le pide c uan to
necesita para servirle y amarl e.
La oración es una participación de l a vida de l os ánge­
les y de l os santos , de la vida de Jesucristo y de su santísi­
ma M adre , de l a vida del mismo Dios y de l as tres di vinas
Personas. Porq ue l a vida de l os ángeles, de l os santos, de
Jesucri sto y de su santísi ma Madre no es otra cosa que un
conti nuo ejerc icio de oración y de contemplaci ón, estan­
do, como está n , sin cesar oc upados en contemplar, gl ori ­
ficar y amar a Dios, y en pedirle para nosotros las cosas
que necesita mos. Y la vida de l as tres Personas di vinas es
una vida empleada eternamente en contemplarse, gl ori fi­
carse y amarse l as unas a l as otras , q ue es l o que pri mera
y principa l mente se hace en la oración .
La oración es l a fel icidad perfecta, l a dicha sobera na y
el verdadero paraíso que cabe en la tierra; toda vez que
por este divino ej ercicio el al ma cristiana se une a Dios,
que es su centro, su fin y su soberano bien. En la oraci ón
el alma posee a D ios y es de É l poseída ; en ella l e da
cuenta de sus deberes, l e rinde sus homenajes , sus adora­
ciones, sus amores, recibe de É l sus l uces, sus bendici ones
y mil testi monios del excesivo amor que por ella tiene.
En ella, en fin, tiene Dios en n osotros sus del icias, según
ésta su palabra: «Mis del icias son estar con l os hij os de
los hombres» (2 ) , y nos hace conocer por experi encia
que las verdaderas del icias y l os perfectos goces están en
Dios y que cien y aun mil años de l os falsos placeres del
mundo no eq uivalen a un momento de l as verdaderas
dulzuras q ue Dios hace gustar a las al mas que ponen todo
su contento en tratar con É l , por medio de l a santa ora­
ción .

2. « Del iciae mae esse cum filiis homin um». Prov., VIII, 3 1 .

41
Es. en fi n . l a oraci ó n la acc i ó n y oc upación más d i gn a .
n o b l e y e l evada . la m á s grande e i m portante en l a q ue po­
déis e m p i caros. p uesto q ue es oc upaci ó n y e m p l eo con t i ­
n uo de á nge les y san t os . de l a San t ísi ma V i rgen . de Jesu­
cri sto y de l as tres san tas Personas d u ran t e toda la et ern i ­
dad . oc u paci ón q ue h a de ser n uestro ejerc i c i o perpet uo
en el cielo. M ás a ú n . es l a verdadera y prop i a función del
hom bre y del cri sti an ismo. p u esto que e l hom bre no ha
sido c read o si no pa ra Dios. pa ra esta r en co m pa ñ í a de Él
y e l cri sti ano no está en la t ierra si no pa ra conti n ua r l o
q ue Jesucri sto h izo. m i en tras est uvo en el l a .
Por todo esto. yo o s e x h ort o c ua n t o p uedo y o s re­
q u iero con tod o enca rec i m i ento a cuan tos l eá i s estas l í­
neas . q ue . ya q ue n uestro amab i l ísi mo J esús se d i gna t e­
ner sus del icias en esta r y conversar con n osotros por me­
d i o de la san ta oraci ó n . no l e pri véi s de este s u con t e n ta ­
m i ento: probad . más bien . cuánta verdad enci erra l o q u e
d ice e l Espírit u Sa n t o : « N i en su con versac i ón t i e n e rastro
de a m a rgura . ni ca usa t ed i o su trato. s i n o a n tes bien con­
sue l o y a l egría» ( 3 ).
M i rad este negoc i o de l a orac i ón c o m o el pri mero y
pri n c i pa l . como e l más necesari o. u rge n te e i m po rt a n te
de tod os v ue s t ros negoc i os. y l i b raos c ua n to pod á i s de
ot ros n e goc i os m e n os necesa ri os . pa ra q ue pod á i s ded ica r
a él el ma yor t i e m po pos i b l e , espec i a l m en te por l a maña­
na, por la tarde y un poco an tes d e la com ida . con a l gu­
nos d e l os m odos de ora r que a con t i n uac i ón se e xponen .

3 . « N on e n i m habet a mari t ud i nem convcrsatio i l l i us. ncc taed i u m con­


v ict us i l l i us . sed alet it iam et ga udi um». Sa p . , V I I I . 1 6 .

42
CAPIT U LO XI

Diversas maneras de orar


y en pri mer lugar de la oración mental

H a y vari as c l ases de oración , entre las cuales haré re­


sa l tar aq u í ci nco princ i pa l es. La pri mera es la q ue se l la­
ma oraci ón menta l o i nteri or, en l a q u e e l a l ma trata i n te­
ri ormente con Di os , tomando por materia de su con ver­
sación: a l guna de sus d i v inas perfecci o n es, o algún m i ste­
ri o. v i rt ud o pa l abra del H ij o de Dios, o lo q ue Él ha
obrado y sigue obrando toda v ía . en el orden de la gl oria .
de la grac ia y de l a nat ura leza , en su Santísi ma M ad re . en
sus Santos, en su I gl esia y en el m u ndo natural : e m p l ean­
do en p ri mer l uga r e l entendi m iento en considera r con
s uave y fi rme atención y a p l icación de esp íri t u l as verda­
des q ue se encuent ra n en la mate ri a q ue se med ita, capa­
ces de exc i ta rn os a l a mor de D i os y a la detestaci ó n de l os
pecados: apl icando. l uego, e l corazón y la vol u ntad a pro­
d uc i r d i vers_os actos y afectos de ad oraci ó n . de al abanza .
de a m or. de h u m i l lación , de contrición . de oblac i ón y de
resol uc ión de h u i r del ma l y pract ica r el bien , y otros se­
mej a n tes , según le sugi era el esp íritu de Dios.
Es sa n to, úti l y l l eno de bendiciones este modo de orar
q ue no puede explica rse con palabras. Si Dios os atrae
h acia Él y os concede esa graci a , debéis agradecérse l o
mucho, como u n gra n d í si m o don q ue s e o s concede . Si
aún no os l o h a conced ido, supl icad l e que os lo conceda y
haced c uanto podá i s de v uestra parte pa ra corresponder a
su gracia y para ej erci taros en esta san ta oración q u e D i os
m ismo os enseñará mej or q ue t odos l os l i bros y d octores
del m u ndo, si vais a postraros a sus p i es con h u mi ldad ,
confianza y p u reza de corazón .

43
CAPITULO XII

Segunda manera de orar : la oración vocal

La segunda manera de orar es la q ue l l eva el nombre


de vocal , la cual se ejecuta hablando a Dios con la boca ,
sea dici endo el oficio divin o , o el santo rosari o o c ual ­
quier otra pl egaria vocal . Esta no es menos útil que la
precedente, con tal que l a lengua vaya a una con el cora­
zón , es decir, q ue, hablando a Dios con la l engua, le ha­
bléis a la vez con el corazón, medi ante la dil igencia y
apl icación de vuestro esp íritu . De este modo vuestra ora­
c i ón será j unta mente vocal y mental . Si , por el contrari o,
o s acost u mbráis a m uc has oraci ones vocales hechas por
ruti na y si n atenci ón, saldréis de la presencia de Dios más
di sipados , más fríos y más fl oj os en el amor, que lo esta­
bais antes .
Por esto os aconsej o q ue, exceptuando las de obl iga­
ción , hagáis más bien pocas oraciones vocal es; que ten­
gáis l a santa costumbre de hacerl as bien , con mucha aten­
ción y unión con Dios, ocupando vuestro espíritu y vues­
tro corazón , mientras habla vuestra lengua, en algunos
pensam ientos y afectos, acordándoos q ue debéis conti­
n uar la oración que Jesucri sto hacía en l a ti erra , entre­
gándoos para e l l o a É l , uni éndoos al amor, a la pureza y
santidad y a la perfectísi ma atenci ón con q ue É l oraba y
rogándole que i mpri ma en vosotros l as disposici ones e
i ntenci ones santas y di vinas con l as q ue É l hacía su ora­
ción.
Podéis, asi mismo, ofrecer vuestra oración a Dios en
un i ón de todas l as santas pl egarias y divi nas oraci ones
que han sido y serán hec has constantemente en el cielo y
en la tierra, por l a Sant ísima Virge n , por los ángeles , por
todos los santos de la tierra y del ciel o, un iéndoos al

44
amor, a l a devoci ón y atención con q ue ellos practicaron
este divino ejercici o.

CAPITULO XII I

Tercera manera de orar: practicar todas las


obras con espíritu de oración

La tercera manera de orar es real izar cri stiana y santa­


mente todas n uestras acciones. aun las más pequeñas ,
ofreciéndolas a Nuestro Señor al comenzarlas, y e l evando
de vez en cuando nuestro corazón a É l , mientras las reali­
zamos. Porq ue practicar así n uestras obras es practicarl as
con espí ritu de oración, es estar siempre en un continuo
ejercicio de oración, siguiendo el mandami ento de Nues­
tro Señor que q u iere «que oremos siempre y sin interm i­
sión» ( l ); es además un excelente y facil ísimo modo de
estar siempre en la presencia de Dios.

CAPITULO XIV

Cuarta manera de orar: la lectura


de los buenos libros

La cuarta manera de orar es por medio de la l ectura


de l os buenos libros; l eyéndol os , no de corrida y precipi-

1 . «Üportet semper orare e t n o n deficere». Luc . , X V I I I , 1 . «Sine inter­


missione orate». l . T hess., V, 17.

45
tad a m e n te , si no d espaci o y con l a debida a p l icac i ón d e l a
men t e a l o q ue l eé i s , det e n ié ndoos a con sidera r , r u m i ar,
pond era r y gustar las verdades q ue m ás os con m ueva n . a
fi n de i mp ri m irl as e n v uestro esp íri t u y sacar de e l l as d i ­
versos actos y afectos , como s e d ij o en e l ca p ít u l o d e l a
orac i ón m e n ta l .
E s este u n ej erc i ci o i m port a n t ísi m o y obra e n e l a l ma
l os m i s m os e fectos q ue l a orac i ón m e n ta l . Por eso, u n a de
las cosas q ue m á s os rec o m iendo es q ue n o dej é is pasar
n i ngún d ía si n l eer med ia hora un l i bro santo. M a s , p ro­
c u rad , al com enzar v uestra l ect ura , entregar v uestro esp í ­
ri tu y v uestro corazón a l Señor, s up l icándol e q ue o s con ­
ceda l a grac i a d e sacar d e e l l a e l fruto q ue É l os p i d a y
q ue obre en n osotros por e l l a c ua n t o d esee para su gl ori a .

CAPITULO XV

Quinta manera de orar , que es hablar de Dios;


y cómo hay que habl ar y oír hablar de Dios

Es ta m b ién cosa m u y úti l y san ta y q ue m uc h o suele


i n fl amar l as a l mas en e l a m or d i v i n o , hablar y con fe re n ­
c i a r de vez e n c uando fa m i l iarme n t e l os unos c o n l os
otros d e Dios y d e l as cosas d i v i nas. E n esto debiera n l os
crist i a n os e m p l ear s u parte de tiempo; estos debieran ser
sus d isc u rsos y en treten i m ientos ord i n a ri os; en est o debie­
ran hacer consist i r su rec reac i ó n y esparc i m i en to.
A e l l o nos e x h orta e l príncipe de l os apóstoles, c u a n ­
d o nos d i ce : « E l q ue hab l a , h ága l o de m od o q ue parezca
q ue hab l a Dios por su boca» ( 1 ).

1 . «Si q u is loq uitur, q uasi sermones Dei». 1 Pet. . I V , 1 1 .

46
Porq u e , p uesto q ue somos h ij os de D i os, debemos go­
za rnos en h a b l a r el l e nguaj e de n u estro Pad re , q u e es u n
l en guaj e sa n t í s i m o , cel est i a l y t od o d i v i n o : y , y a q ue so­
m os c reados para el c i e l o , debe m os comenza r desde l a
t ie rra a h a b l a r e l l e nguaj e del c i e l o . i O h q ué sa nto y del i ­
c i oso l e nguaj e ! i Q u é d u lce cosa e s para un a l m a q ue a m a
a D i os sobre todas l as cosas, h a b l a r y o í r ha b l a r d e l o q ue
e l l a más a m a en e l m u ndo! i O h q ué gratos son estos sa n ­
tos entrete n i m ien tos a Aq uél q ue h a d i c h o , q ue «donde
d os o tres se h a l l e n congregados e n s u nom bre, a l l í se
h a l l a É l en med i o de el l os!» (2 ). iQué d i fe ren te es este l en ­
guaj e d e l l enguaj e ord i n a r i o del m u n d o ! i Q ué t i e m po más
san ta mente e m p l ead o, s i e m p re q ue se re ú n a n l as debidas
d isposici ones!
A este efecto, debemos seg u i r el ej e m p l o y l as reglas
q ue sobre esta materi a n os d a San Pab l o , en estas pa l a ­
bras: « H ab l a m os, c o m o de part e de Dios. en l a presencia
de D ios, y sel(lÍ n el esp írit u de Je.H tcri.,·to» (3 ) : pal abras
q ue n os señ a l a n l a s t res c osas q ue h e m os de observar pa ra
h ab l a r sa n ta mente de D i os.
La pri mera es, q ue h e m os de hablar «co m o de pa rte
de Di os» , es dec i r , q ue h e m os de saca r del corazón de
D i os l as cosas y pa l abras q u e ten e m os q ue dec i r , e n t re­
gán d on os al H ij o de D i os , a l dar com ienzo a n uestras
con versac i ones esp i ri t ual es, a fin de q ue Él ponga en
n u estra men te y e n n uestra boca l as ideas y pa l ab ras q ue
h e m os de dec i r , para así p oder dec i r l e l o q u e É l d ij o a s u
Pad re : « Y o l es d i l as pal abra s , o d oc t ri na q ue t ú me d i s­
te» (4).
L a segunda cosa e s , q ue h e m os de h a b l a r « e n l a pre-

2. ccUbi en i m s u n t d uo vel t res congrega ti in n o m i ne meo. i b i s u m in me­


dio eor u m » . Math . . 1 8 . 20.
3. ccSicut ex Deo. coram Deo, i n C h r isto l oq u i m u o> . Cor . . 1 1 . 1 7.
4 . « V e rba q uae ded i st i m i h i ded i e is». J oan . . 1 7. 8.

47
sencia de Dios», es decir, con atenc ión y aplicaci ón a
Di os q ue está presente en todas partes , y con esp íritu de
oración y recogimiento, entregándonos a Dios para hacer
n uestros l os efectos de las cosas que deci mos, o que oímos
decir, haci endo de e l l o todo el uso q ue É l espera de noso­
tros .
La tercera es, que debemos hablar «en Jesucri sto», es
decir con l as i n tenciones y disposici ones de Jesucri sto, y
como Jesucristo hablaba cuando estaba en l a tierra , o
como É l hablaría, si estuvi ese en nuestro l ugar. Para esto,
hemos de entregarnos a É l , y unirnos a las intenc iones
con q ue É l hablaba, cuando estaba en e l mundo, que no
se encami naban a otro fin q ue a la pura gl oria de su Pa­
dre, así como también a sus disposici ones q ue no eran
otras q ue : humi ldad consigo mi smo, dulzura y caridad
para con l os que hablaba, y amor y un ión para con su
Padre.
Si así lo h acemos, nuestros discursos y conversaciones
le serán m u y gratos , É l estará en medio de nosotros, ten ­
drá entre n osotros sus del icias, y el tiempo q ue emplee­
mos en estos santos entreteni mi entos, será tiempo de ora­
ción.

CAPITULO XVI

De l as disposiciones y cual idades


que deben acompañar a la oración

Nos en seña e l apóstol San Pabl o que para hacer san­


tamente t odas n uestras acciones es preci so hacerlas en el
nombre de Jes ucri sto; y el mismo Jesucristo nos asegura
que <<todo l o q ue pidiéramos a su Padre en su nombre,

48
nos lo concederá» . De aq uí q ue para orar santa mente y
para alcanzar de Dios t odo l o que l e pedi mos , haya q ue
orar en el n ombre de Jesucri sto.
Pero ¿q ué es orar en el nombre de Jesucri sto? Es l o
que hemos y a dicho como d e pasada y l o que n u nca dire­
mos lo bastante, a fin de grabarl o bien en vuestra alma,
como verdad i mportantísi ma y que os hará gran servici o
en todos vuestros ejercici os . Es conti n uar la oraci ón que
Jesús h izo en la ti erra . Porq ue , siendo l os cristianos
miembros de Jesucristo, siendo su cuerpo, como habla
San Pablo, ocupan en l a tierra el l ugar de Jesucri sto, re­
presentan a su persona, y, por consiguiente, cuanto ha­
cen , deben hacerl o en su nombre , esto es, con espíritu,
como é l mi mso l o hizo cuando estaba en el mundo, y
como l o haría si estuviese actual mente en n uestro l ugar;
enteramente l o mismo que el embajador que representa
l a persona del rey y hace sus veces, debe obrar y hablar
en nombre del rey , esto es, i nformado de su mismo espíri­
tu, con l as mi smas disposiciones e i n tenciones que obra­
ría y hablaría el mismo rey si estuviera presente. Así es
como deben orar los cri stianos. Para conseguirl o, acor­
dáos cuando vais a orar, q ue vai s a continuar l a oraci ón
de Jesucri sto y que l a debéis conti nuar, orando como
É l haría su oración, si estuviese en vuestro l ugar, es decir,
con aquell as disposiciones con que oró y continúa orando
en el cielo y en nuestros altares , en los q ue está presente
con un conti nuo ej ercicio de oraci ón a su Padre . A este
fi n , uníos a l amor, a la humildad , a l a pureza y santidad ,
a l a atención y a todas l as disposiciones e intenciones san­
tas con que É l ora.
A hora bien , entre estas disposiciones hay sobre todo
cuatro, con l as q ue É l oró y nosotros debemos orar, si de­
seamos dar gloria a Dios con nuestra oraci ón y al can zar
de Di os lo que le pedi mos .
1 . L a pri mera disposición para la oraci ón e s : q ue

49
debemos p rese n ta rnos de l a n t e d e Di os con pro fu nda h u ­
m i ldad . reco n oc i énd o n os i n d i gn ísi m os d e c o m pa rece r
a n te s u p resen c i a . de m i ra rl e y de se r m i rados y esc u c h a ­
d os p o r É l y q u e no-sotros m i smos n o pod e m os te ner
p e n sa m i e n t o a l g u n o bueno. ni rea l i za r n i n g ú n acto q u e le
sea agrada b l e .
Por esta razón . h e m os d e a n onad a rn os a s u s p i es . en­
trega rnos a N u est ro Señor J esucri st o y roga rl e q u e É l n os
a n onade y perman ezca e n t re n osot ros. a fi n de q u e sea É l
q u i en r u egue y haga ora c i ó n e n nosot ros . porq u e É l sól o
es d i gn o de prese n t a rse a n t e s u Pad re , pa ra gl ori fi ca r l e y
a ma rl e y pa ra obte n e r d e É l c ua n t o l e p id e .
Debe mos, p o r consigu i e n t e , ped i r a l Pad re Eterno con
c o m p l eta con fi a n z a . t od o lo q ue l e ped i m os en nom bre
de su H ij o , por l os méri tos de su H ij o , por su H ij o J es ú s
q ue est á con nosotros .
2 . La segu nda d i sposic i ó n con q ue h e m os de orar es:
una respe t u osa y a m orosa c o n fi a n z a ; creye n d o , si n n i n ­
g ú n gén ero d e d uda . q u e c ua n to pida m os pa ra l a gl ori a de
Di os y n u estra sa l va c i ón i n fa l i b l e men t e lo a l ca n za re m os;
y l as más de l a s veces con mayor res u l tad o de l o q ue pre­
tend e m os , p uest o q ue l e ped i mos , no a fi a n zá n d o nos en
n ue stros méri tos o e n l a e fi cac i a de n uestra p l egari a . s i n o
en e l n o m bre d e J esucri st o , p o r l os méritos y s ú p l icas d e
J esucri sto, p o r J esucri sto m i smo, a poyados e n s u p u ra
bondad y en l a verdad de estas sus pa l abras: « Ped id y se
os da rá ; c ua n t o p i d i ére i s a l Pad re e n mi nom bre os l o
concederá » ; y: «todas c ua n tas cosas p i d i é re i s en l a ora ­
c i ó n , tened v i va fe de con segu i rl a s y s e os concederá n s i n
fa l ta» ( 1 ). Porq u e . rea l m e n t e , si Di os n os tratase con for­
m e a n uestros méritos. nos a rroj aría de s u presenc i a y n os

1 . cc Pet ite et dabit u r vobis». L uc . . 1 1 . 9 . «Si q ui d pet ierit is Pa t re m in no­


m i ne meo, da b i t vobi S» . J oa n , X V I , 2 3 . «O m n i a q uaec u mq u e orantes pe t i ­
t es . c red i te q u ia acc i p i et is e t even i cnt vobis». M a rc . , 1 1 , 2 4 .

50
h u nd i ría en e l abismo. al presentarn os ante É l . Por esto.
c uando nos concede a l gu n a graci a , no hemos de pen sa r
q ue s e nos concede a n osotros o p o r n uestras súpl ica . s i n o
q ue tod o c uanto É l da. l o d a a su H ij o Jesucristo y por la
e fi cacia de su méri tos y oraci ones.
3 . La tercera d i sposicón es: l a p u reza de i ntenci ón ,
protestando ante N uestro Señor, al comenzar l a orac i ó n ,
q ue ren u nci amos a toda c u ri osidad de esp írit u . a t odo
a mor propi o y q ue q uere m os pract ica r l a oración , no por
n uestra prop ia sat isfacción y consue l o , si no buscando ex­
cl usivamente su gl ori a y su agrado, ya q ue Él se ha d i gna­
do, del m ismo modo. ci frar sus del icias en trata r y nm ­
versar con nosotros: protesta ndo asi m i smo q ue e n c uanto
le ped i mos q ueremos q ue todo ello vaya enca m i nado a
este m i smo fi n .
4 . La c uarta d i sposici ón q ue h a d e acom pañar a l a
perfecta orac ión d ebe se r: l a persevera n c i a . S i d eseá is gl o­
ri ficar a D ios con la oraci ón . y alcanzar de su bondad
c uanto l e ped ís, es preci so perseverar con fidel idad en
este d i v i n o ej ercicio. Son m uc has l as cosas q ue ped i mos a
Dios y no l as a l canzamos . n i con una n i con tres pet ici o­
nes: y es q ue q u ie re q ue l e pida mos m uc has veces b u sca n ­
do É l p o r este medi o q ue nos mantengamos en la h u m i l ­
dad , en e l despreci o d e nosotros mi smos. y e n e l apreci o
d e sus grac ias y agradándose e n abandonarnos largo tiem­
po en un asun to q ue nos obl igue a i r a Él, pa ra . de este
modo, poder esta r frec uentemei:i te, nosotros con Él y É l
c o n n osotros. i H asta tal p u nto n os a m a . y tan cierta cosa
es q ue t iene sus del icias en esta r con n osotros!
Fi nal mente. y como compl emento de toda san ta d i s­
posición . c uando comencéis v uestra orac i ó n . entregad ge­
nerosamente v uestro espíri t u y v u estro corazón a J esús y
a su d i vi no Espírit u , rogándole q ue ponga en v uestra
mente y en vuestro corazón l os pen sa m i en tos. senti m i en­
t os y afectos q u e É l desee. abandonándoos completamen-

51
te a su santa dirección, para q ue os dirij a como a Él l e pa­
rezca en este divino ej ercicio y esperando confiadamente
en su inmensa bondad q ue os diri girá como más os con ­
venga y q u e o s concederá cuanto le pidáis, o e n la medida
que le ped ís , o sobre todos esos vuestros deseos .

52
SEGU NDA PARTE

Virtudes cristianas

U na vez expuestos l os pri ncipales fundamentos de la


vida cristi ana, como son : la fe, el odio al pecado, el des­
prendimiento del mundo, de uno mismo y de todas las
cosas y la oración ; es necesari o, además de esto, si deseáis
vivir cristiana y santamente, o mejor dicho, si deseáis ha­
cer vi vir y reinar a Jesús en vosotros , que os ejercitéis con
todo cuidado en la práctica de l as virtudes cri stianas que
N uestro Señor Jesucri sto ejercitó mientras estuvo en el
m undo. Porque, partiendo de q ue debemos conti nuar y
compl etar l a vida santa que Jesús l l evó en l a tierra, nos
vemos en la obl igaci ón de conti n uar y compl etar las vir­
tudes q ue en l a tierra É l practicó..
Por esta razón y a fi n de l l egar a el lo, e xpondremos
aqu í , en primer l ugar, de una manera general , algo acerca
de la excel encia de l as virtudes cristianas y de la manera
de practicarlas cri stianamente; hablando después en par­
ticular, de algunas de las pri ncipa l es cuyo uso es más im­
portante y necesari o para la perfección y santidad de la
vida cri sti ana.

53
CAPITULO 1

De la excelencia de las virtudes cristianas

Se encuentran m uc has personas q ue esti man l a v i rtud .


l a d esea n . l a b uscan y ponen gran c u idado y trabaj o en
adq u i ri rl a . y se ven . n o obstante. muy pocas q ue esté n
adornadas de verdaderas y sól idas v i rt udes cristi anas; de
lo c ua l una de l as ca usas pri nci pa l es parece ser. q ue en
l os cami nos y adq uisic i ón de las v i rt udes, n o tanto se
gu ían por el esp írit u del cri sti a n i sm o como por e l esp í ri t u
d e l os fi l ósofos paganos . herejes y pol ít icos; es dec i r . n o
según e l esp í ri t u d e J esucri sto y d e l a d i v ina gracia q ue É l
nos ganó con s u sangre, si no según e l esp í ri t u d e la nat u ­
ra l eza y razón h u ma n a .
¿Queréis conocer l a d i fe rencia q ue ex iste entre estos
dos espíritus, en lo q ue t oca al ejerc ic i o de las v i rt udes?
La veré is en t res cosas.
1 . Los q ue andan t ras la v i rt ud a esti l o de l os fi l óso­
fos paganos , herej es y pol ít icos , l a m i ran si mpl emen te
con l os oj os de l a h u mana razón , l a esti man como cosa en
sí muy excelente y m uy p u esta en razón y necesaria pa ra
l a perfección del hombre q ue por el l a se d i sti ngue de las
bestias q ue no t i enen más guía q ue e l sen t ido; y mov idos
por estas consideraci ones, más h u manas q ue cristianas, se
an i man a desear y adq u i r i r l a vi rtud .
2 . Pers uádense l os t a l es q ue p od rá n adq u i ri r l a v i r­
t ud por sus propi os esfuerzos; a fuerza d e c u idados . de v i ­
gi l anci a , d e consideraci ones y práct icas; en l o cual . engá­
ñanse sobremanera, si n tener en c uenta q ue, si n l a d i v i n a
graci a , nos e s i m posib l e pract icar el menor acto de v i rt ud
cri stiana.
3. A man l a v i rt ud y se esfuerzan por adq u i ri rl a , n o
tan t o p o r Dios y para su gl ori a c uanto para e l l os m is mos;

54
por su prop i a gl ori a . i n te rés y sati sfacc i ón y para pasar
por más exce l e n tes y pe rfectos . q ue es e l modo q ue t ienen
l os paganos. h erej es y pol íti cos de desear y buscar l a v i r­
t ud . Los demon i os m i smos l a desean d e esta manera . por­
q ue . encontrá nd ose l l enos de orgu l l o . a mbicionan todo
aq ue l l o q ue p uede hacerl es más hon rad os y d i sti ngu idos .
Por esto q uerrían tener l a v i rt ud , por ser cosa m u y n o­
b l e y exce l e n t e : pe ro no pa ra se r agrad able a Di os . si n o
p o r esp í ri t u de orgu l l o y de prop i a e xce l en c i a .
P o r e l con t ra ri o . l os q u e s e cond uce n seg ú n e l esp írit u
y l a gra c i a de J esucri sto. en l a práct ica de l a v i rt ud :
1 . La m i ra n . n o sól o e n s í m isma, sino e n s u origen y
manant ia l . en J esucri sto q ue es l a fu e n te de t oda grac i a .
q ue c o n t i e n e d e u n m od o e m i n e n te y e n s u m o grado t od a
clase de v i rt udes y en q u ien a l ca n za l a v i rt ud u n m éri to y
u n a exce l en c i a i n fi n i t os . Porq u e . siendo san t o . d i v i n o y
adora b l e todo l o q ue h a y en J es ú s , l a v i rt ud en É l se sa n ­
t i fica y dei fica , siendo. p o r l o ta n t o . d i gn a de a l aba n za y
adora c i ó n i n fi n itas. Por esta razó n . si considera mos l a
v i rt ud e n J esucri st o , est a considerac i ó n se rá i n fi n i tamen t e
m á s pode rosa pa ra l l evarnos a esti marl a . a m a r l a y bus­
ca rl a . q ue si sól o la m i rá se m os según l a exce l e n c i a q ue
t i ene en s í m i sma y ate n d i endo a l a est i ma q ue l e dan
l a razón y e l esp í r i t u h u m a n os .
2. Los q ue e n l a práct ica d e l a s v i rt udes s e gu ían po r
e l esp í rit u del cri sti a n i s m o . saben m u y b i e n q u e . por e l l os
m i smos n o p ueden p ract ica r el menor act o de v i rt ud : q u e .
si D i os s e a pa rt ase u n m o m e n t o de e l l os . cae rían a l m o­
mento en el a b i s m o de toda c l ase de v i c i os: q ue . siendo l a
v i rt ud p u ro don de l a m i sericord i a d e D i os , es p rec i so pe­
d í rse l a con con fi anza y perseveranc i a . Por esto p iden i n s­
t a n te y co n t i n u a men te a Di os l a s v i rt udes q u e necesi ta n ,
si n cansarse j a más d e ped írselas: y. h ec h o esto, ponen d e
su parte c ua n t o c u idad o . v i gi l a n c i a y t rabaj o l es e s pos i ­
b l e pa ra ej erc i ta rse en e l l as.

55
Así y todo, guárdanse mucho de con fiar y afianzarse
en manera alguna en sus cu idados y vigilancias, en sus
ejercici os y prácticas , en sus deseos y resol uciones, como
tampoco en la oración, que por esta causa di rigen a Dios;
el los l o esperan todo de la pura bondad de Dios y para
nada se i nquietan cuando no ven en el los las virtudes que
desean . . . Y, en vez de turbarse y desani marse, permane­
cen en paz y h umi ldad delante de D ios, reconoci endo:
que de ellos es la falta e i n fidel idad y q ue, si Dios les tra­
tase como lo merecen , no sólo no les concedería nada de
lo q ue le piden , si no que l es despojaría de las incesantes
graci as hasta el presente concedidas; reconociendo asi­
mismo, q ue harto favor les hace con no desec harles y
abandonarles por compl eto. Todo l o cual , enciende en
e l l os nuevo fuego de amor y una n ueva confianza en tan
in fi n ita bondad , j unta mente con un ardientísi mo deseo
de buscar por toda suerte de medios las virtudes q ue ne­
cesitan para servirle y glori ficarle.
3. Desean éstos la virt ud y se esfuerzan por practicar
con frecuencia actos i ntern os y externos de amor a Dios,
de caridad para con el prój i mo, de paciencia , de obedien­
cia, de humildad , de mortificación y demás virtudes cris­
tianas, no por ellos , por su propio interés , satisfacción o
recompensa, sino por el agrado e interés de Dios, para
hacerse semejantes a su cabeza que es Jesucri sto, para
glorificarle y para conti n uar el ej ercicio de l as virtudes
que É l practicó en la tierra, en lo c ual , propiamente con ­
siste l a virtud cri stiana. Porque, como la vida cristiana no
es otra cosa que una conti n uación de la vida de Jesúcri s­
to, así las virtudes cri stianas son una conti nuación y com­
pl emento de las virtudes de Jesucristo.
Y es preciso practicar l as virt udes cri stianas con el
mismo espíritu , por l os mismos moti vos e i n tenciones
con q ue Jesucri sto las practicó, de suerte que la humi ldad
cristiana sea real mente una conti n uación de la humildad

56
de Jesucri sto, la caridad cri sti ana una conti nuación de la
caridad de Jesucri sto y así en todas las demás virtudes .
J uzgad por aq u í c uánto más santas y excelentes son
las virtudes cri stianas que l as virtudes l l amadas morales
( 1 ) , virt udes propias de paganos, herej es y fa l sos catól icos.
Porque estas virt udes morales no son si no virtudes h u ma­
nas y naturales, virtudes fi ngidas y aparentes, faltas de
base y de sol idez , puesto que no se apoyan más que en l a
fragil idad del espíritu y de la razón h u mana y sobre l a
arena movediza d e l amor propio y de la van idad . M as las
virtudes cri sti anas son verdaderas y sól idas virtudes . vir­
t udes divinas y sobrenaturales; son , en una pal abra, las
virtudes mi smas de Jesucri sto , de las que necesita mos vi­
vir revestidos y las que Jesucristo com un ica a los que se
unen a É l , a cuantos se l as piden con humi ldad y confian­
za y se esfuerzan , a l a vez , por practicarlas como É l las
pract icó.

CAPITULO II

De la excelencia, necesidad e importancia


de la humildad cristiana

Si al bergá is en vuestras al mas un verdadero y delibe­


rado propósito de vi vir cri stiana y santamente, uno de
v uestros mayores y principales cuidados debe ser, funda-

1 . Así l l a maban, en tiempo del Santo, algunos escritores a las vi rtudes


puramente nat urales, sin relación alguna con el mérito y la vida eterna; o.
mej or. a las mal l l amadas virtudes de l os m u ndanos. Los doctores catól icos
entienden comunmente por virt ud mora l : la virt ud infusa, sobrenat ural e in­
formada por l a caridad. (Nota del Trad uctor).

57
ros bien , con t oda seri edad , en l a h u m i ldad cri sti a n a : por­
q ue no hay v i rt ud más necesaria e i mportante q ue ést a .
Es l a v i rt ud q ue N uestro Señor m á s i n stante y c u ida­
d osamente nos recom iend a , en aq uel l as d i v i nas y a moro­
sas pal abras q ue debemos recordarlas con frec uenc i a y re­
pet i rl as con t od o a m or y respeto : «Aprended de m í , q ue
soy manso y h um i lde de corazón : y hal l aré is el reposo
para vuestras a l mas». Es l a v i rt ud q ue San Pabl o l l ama l a
v i rt ud de Jesucri sto p o r exce l enc i a . E s l a v i rt ud propia y
pec u l iar de l os cristianos , sin l a c ua l es i m posi ble ser ver­
dadera mente tal cri sti ano. Es el fu nda mento de la v ida y
san tidad cri sti ana. Es la guarda de l as demás vi rt udes. Es
el l a , la q ue obt i ene para n u estras al mas toda cl ase de ben­
d ici ones: porq ue e l gl oriosísi mo y h u m i l d ísi mo Jesús ha
c i frado su descanso y sus del ic ias en l as a l mas h u m i ldes ,
según esta su pa l abra: «¿En q u ién pondré yo m i s oj os
( pa ra h acer en él mi morada y mi descanso) sino en el po­
breci to y contrito d e corazó n , y q ue oye con respet uoso
temor m i s pal abras?» ( 1 ) .
Esta e s l a v i rt ud , q ue a u n a c o n el amor d i v i n o , hace
san tos, y grandes san t os: porq ue la verdadera med ida de
la sant idad es l a h u m i ldad . Dad me u n a l ma q ue sea ver­
d adera mente h u m i lde y d i ré de e l l a q ue es verdaderamen ­
te m u y santa: si es m u y h u m i lde , la l l a ma ré m u y santa : si
es h u m i ld ísi ma, d i ré q ue es sant ísi ma, q ue está adornada
de toda c l ase de v i rt udes, q ue es Dios m u y gl ori fi cado en
e l l a , q ue Jesús mora en semejante a l ma como en su teso­
ro y en el para í so de s us del ic i as, y, añad i ré , q ue e l l a será
m u y grande y a gran a l t u ra e l evada en e l rei n o d e Di os ,
p u esto q ue e s pa l abra d e l a Eterna Verdad «q ue q u ien se
h u m i l l a será e nsal zado» (2 ).

1 . «Ad q uem respicia m . nisi ad pa upercul um et contritum spirit u. e t tre­


mentem sermones meos». Is .. LX V I . 2 .
2 . «Qui se humil iaverit exaltabit ur». Matth . . X X I I . 1 2 .

58
Por e l contrari o. a l ma s i n h u m i ldad es al ma s i n v i r­
t ud . es u n i n fierno. es l a morada de l os demon i os , y el
abismo de t oda cl ase de v i c i os.
Puede. en fin. dec i rse, en cierta manera, q ue la h u m i l ­
dad e s l a mad re d e Jesús , y a q ue por el l a l a Sant ís i m a
V i rge n s e ha hec h o d i gna de l l evarl e en su sen o. También
por esta v i rt ud n os hare m os n osotros d i gn os d e formarl e
en n uestras a l mas de hacerl e v i v i r y re inar en n uestros
corazones. Por esto, debemos, c ueste lo q ue c ueste , a mar,
desea r y b usca r esta santa v i rt ud .
E n v ista d e l o d i c ho, m e e xte nderé e n esta materi a u n
poco m á s q ue en l as demás.

CAPI T U LO I I I

De l a humildad d e espíritu

H a y dos cl ases de h u mi ldad : h u m i ldad de esp í ri t u y


de corazón ; las dos a u n a . forman l a perfecci ón de la h u­
mi ldad cri sti ana .
La h umi ldad de esp íri t u es u n profundo conoci m i ento
de l o q ue rea l me n t e somos a l os oj os d e D i os . Porq ue.
para conocernos bien , es preci so q ue nos m i re m os. n o
p o r l o q ue pa recemos a l os oj os y a l j u ici o enga ñoso de
l os hombres, de l a van idad y de la presunción de n uestro
esp írit u , si no según somos a l os oj os y al j u ic i o de D i os . A
este efecto, es prec i so m i ra rnos a la l uz y en l a verdad de
Dios , por med io de la fe .
A hora bien , si nos m i ra mos a esta l uz y con estos d i v i ­
nos OJ OS , veremos:
1 . Que. en c uanto hom bres. n o somos más q ue t ie-

59
rra, pol vo, corrupción y nada; que nada tenemos , pode­
mos, ni somos por nosotros mi smos. Porque, como quie­
ra que la criat ura ha sal ido de la nada, no es nada, n i por
el la mi sma puede ni tiene nada .
2 . Que, como h ijos de Adán y como pecadores , nac i­
dos en pecado origina l , somos enemigos de Dios, esclavos
del demonio, objeto de abom inación del cielo y de la tie­
rra , de nosotros mismos y por n uestra virtud incapaces de
hacer bien alguno y de evi tar n ingún mal ; que no ten e­
mos más camino, si queremos sal varnos, que el de ren un­
ciar a Adán y a todo lo q ue de él traemos , a nosotros mi s­
mos, a n uestro propio esp íritu, a nuestras propias fuerzas,
para entregarnos a Jesucristo y hacernos con su espírit u y
su virtud .
Div ina certeza entraña lo que É l nos dice: «que n o
podemos l ibrarnos d e l a esclavitud del pecado sino por É l
(1 ) ; q ue sin É l nada podemos hacer (2 ); que después que
hubiéremos hec ho todas l as cosas, hemos de decir con
toda verdad , q ue somos si ervos i núti l es» (3 ). Y l o que n os
dice San Pabl o: «q ue no somos capaces por nosotros mi s­
mos para concebir algún buen pensami ento, como de no­
sotros mismos , sino q ue toda nuestra suficiencia o capaci­
dad viene de DioS>> (4); y «q ue no pode mos confesar que
Jesús es el Señor si no por el Espírit u Santo» ( 5 ) . Lo cual
proviene no sól o de la cri atura q ue de sí misma nada

1 . «Responderunt ei : Semen Abrahae sumus, et nemini servivimus un­


q ua m : q uomodo tu d icis: Liberi eritis? Respondit e i Jesus: A men dico vobis,
q u ia omnis q u i facit peccatum servus est peccati . Si ergo vos Filius l iberave­
rit, vere l i beri eritis. Joan . , V I I I , 3 3 -3 6 .
2 . Sine m e nihil potest is facere. Joan . , X V . 5 .
3 . «Quum feceritis omnia quee praecepta sunt vobis , <l icite: servi i nutiles
s u m us : q uod debuimus facere, feci m us» . Luc . , X V I I , 1 0.
4. «Non q uod sufficientes si m us cogitare al iquid a nobis, q uasi ex nobis ,
sed sufficientia nostra ex Deo cst>> . 1 1 Cor. , 1 1 1 , 5 .
5 . «Nemo potest dicere Domi n us Jesus, nisi i n Spiritu Sancto» . 1 Cor . ,
XII, 3 .

60
es y nada puede , sino de la atadura q ue tenemos al peca­
do; porq ue somos nacidos de Adán q ue nos ha engendra­
do, sí, pero en su condenaci ón; q ue ci ertamente nos ha
dado l a naturaleza y la vida, pero con ella el i mperio y la
tiranía del pecado, como él mismo l o tuvo desp ués de su
culpa; no pudiéndonos engendrar l ibres , siendo él escla­
vo; n i damos l a gracia y ami stad de Dios, habiéndola él
perd ido. De suerte q ue, por j ustísi mo j u icio de Dios , l l e­
vamos todos este yugo de iniquidad q ue la Escri tura l la­
ma «el reinado de la m uerte» (6 ), q ue no nos deja practi­
car obras de l ibertad y de vida , es deci r, obras de verdade­
ra libertad y vida, cua l es la de los h ij os de Dios, sino tan
solo obras de esclavitud y de muerte, obras pri vadas de la
gracia de Dios , de su j usticia y santidad .
iüh q ué grande es n uestra mi seria e i ndign idad . que el
más peq ueño pensamiento de servir a Dios y hasta el
mero poder presentarnos ante Dios, fue preci so q ue el
H ij o de Dios nos comprara con su sangre!
Pero, no es esto todo: Si bien nos miramos a la l uz de
Di os , veremos q ue, como pecadores e hijos de Adán , no
merecemos existir n i vivir, n i q ue l a t ierra nos so:;tenga,
n i que Dios pi ense en nosotros , ni aun de que se tome el
cuidado de ej ercitar su j usticia en nosotros, como, con
tanta razón como ad miración, lo dice el santo Job: «lY tú
te dignas abri r tus oj os sobre un ser semej ante, y citarle a
j u icio contigo?» ( 7 ) .
Veremos, si así nos miramos, q ue es gran favor el que
Dios nos hace con soportarnos en su presencia y permitir
que l a tierra nos sostenga; y que, si É l n o h iciera un mi la­
gro, todo contribuiría a nuestra ruina y perdición. Porque
el pecado tiene eso de suyo propio. q ue apartándonos a

6 . «Regna vit mors ab Ada m usq ue ad M oyse m . . . U n i us del icto mors reg­
navit>>. Rom V , 1 4- 1 7 .
. .

7.

61
nosotros de l a obed iencia de D i os . nos pri va de t od os
n u est ros derec hos : por consigu ie n t e . ser y v id a . c u erpo y
a l m a . sen t idos y pote n c i a s . por d ob l e razón . n o nos pe rte­
n ecen : e l sol no nos debe ya s u l uz . ni l os astros su i n ­
fl ue n c i a . n i l a t ie rra s u sosten i m ie n t o . n i e l a i re l a resp i ra ­
c i ón . n i l os d e m á s e l e m e n t os s u s c u a l idades . n i l a s p l a ntas
sus frutos . n i l os a n i m a l es su se rv i c i o : si n o . más b i e n . to­
das l as c ri at u ras deberían h acern os l a guerra y e m p l ear
t od a s sus fuerzas contra nosotros . p u est o q ue nosotros
e m p l ea m os l a s n u estras c o n t ra Dios. a fi n de venga r la i n ­
j u ri a q ue hac e m os a su C riador: l a venga n z a q ue e l m u n ­
do e n t ero a l ti n de l os s i g l os despl egará contra l os pecado­
res . debiera desca rga rse a d ia ri o con t ra nosotros . c uan d o
comet e m os n u evos pecados: D i os pod ría muy j u sta me n ­
t e . e n casti go d e u n o sol o de n uestros pecados. despoj a r­
nos d e l ser y de l a v ida . de c u a n tas gra c i a s t e m pora l es y
esp i rit u a l es nos ha con ced ido y desca rga r sobre nosot ros
t oda c l ase de cas t i gos.
V ere m os t a m b ié n . q ue . de nostros m i s m os. en c ua n to
pecadore s . so mos ot ros ta ntos d e m on i os enca rnados .
otros t a n tos A n t icri stos ( 8 ) . n o ten iendo n ada e n n osotros.
de nosot ros m i s m os . q u e n o sea c o n t ra r i o a J esucri st o :
q u e l l evamos con nosot ros u n d e m o n i o . u n L uc i fe r . u n
A n t i c ri st o . a sabe r . n u estra p ropia vol u n tad . n u estro or­
g u l l o y n u estro a m or prop i o , q u e son peores q u e t odos l os
d e m on i os . q u e L uc i fe r y q u e e l A n t icri st o . porq u e t od o l o
q u e t ienen d e m a l i c i a l os d e m o n ios. L uc i fe r y el A n t i c ri s­
t o l o sacan de p restado d e l a propia vol u n tad . del orgu l l o
y del a m or p rop i o : vere mos q u e d e nosot ros m i smos n o
so m os otra cosa q u e u n i n fierno con t oda cl ase d e ma l ­
d i c i ones. pecados y a b o m i nac i o n es : q ue t e n e mos en noso­
t ros . como en p r i n c i p i o y se m i l l a . t odos l os pecados de la
t ie rra y de l i n fi ern o: s i e n d o . co mo es . la corrupc i ó n q u e e l

8.

62
pecado original nos ha transmi tido. ra íz y manantial de
toda clase de pecados . según estas pa l abras del Profeta­
Re y : « M i ra , p ues, q ue fu i concebido en i n i q u idad . y q ue
m i madre me con c i b i ó en pecado» (9 ): q ue. en su conse­
c uenci a . si Dios no nos l l evase cont i n uamente en l os bra­
zos de su m i sericord i a , y no h ic i ese como un conti n uo
m i l agro para l ibrarnos de caer en el pecado, nos prec i p i ­
taríamos a cada i nstante en u n abismo de toda c l ase de
i n iq uidades; vería mos, en fi n . q ue somos cosa tan horri ­
b l e y espantosa , q ue si p ud iéramos vernos como Dios nos
ve, n o nos podríamos soportar a nosotros m i smos. Así
l eemos de una santa. q ue p id iendo a Dios le d iese e l co­
n oci m i ento de el l a m i sma y siendo por Él esc uc hada . se
v i o tan horri ble q ue excl amó: « Basta. Señ or, q ue de l o
contrario desfa l l ezco» . Y e l Padre M aestro A v i l a d i c e ha­
ber conoc ido a una persona q ue , habi endo hec ho a Dios
esta m i sma oración . se vio tan abom inable q ue comenzó
a exc l a ma r a grandes gritos: «Señor, yo os supl ico con
t oda i n stancia por v uestra m i sericord ia q ue me q u itéis
este espej o d e m is oj os: ya no tengo c uriosidad de ver
mi i magen».
Y, después de tod o esto, itener al ta esti ma de nosotros
m ismos, pensar q ue somos y merecemos a l go!
Y , desp ués de esto, iamar l a grandeza y buscar l a vani­
dad y complacerse en el aprec i o y a l abanzas de l os hom­
bres!
iOh singul ar fen ómeno, ver q ue cri aturas tan mezq u i ­
n a s y m i serabl es c o m o nosotros q u iera n encumbrarse y
enorgu l l ecerse! i O h con cuánta razón el Esp í ri t u Santo
nos atestigua, hablándonos por e l Ecl esi ást ico: «q ue abo-

9 . «Ecce en i m in in iq uitatibus concept us sum et in peccat is conccpit me


mater mea». Ps L. 7 .
..

63
rrece y l e es sumamente enfadoso el proceder del pobre
soberb io»! (1 0).
Porque, si es insoportable el orgu l l o en cualq uiera ,
lcómo l o deberá ser e n aquél a quien s u pobreza le obliga
a una extrema h umi ldad? Es , sin embargo , vicio común a
todos l os hombres , q uienes , por grandes prendas que apa­
rezcan tener a los oj os del mundo, l l evan con el l os mis­
mos el estigma de su i n famia, esto es , l a condici ón de pe­
cadores q ue debe mantenerl es en grand ísi mo abati mi ento
ante Dios y ante todas las criaturas .
Y , sin embargo, ioh depl orable desgraci a! transfórma­
nos el pecado en tan viles e i n fames y no q ueremos reco­
n ocer nuestra miseria, semej antes en esto a Satanás q ue,
por el pecado que le dom i na, es la más indigna de l as
c riaturas, y es, con todo, tan sobebrio q ue re husa aceptar
su ignominia. Esto es lo q ue hace q ue Dios aborrezca tan ­
to el orgu l l o y la van idad : hácesele extremamente inso­
portabl e ver q ue cosa tan baj a e indigna quiera encum­
brarse. Y , particularmente, recordando que É l , que es el
todo y la misma grandeza, se abatió hasta la nada, y vien­
do que, después de esto, la nada qu iere ensalzarse . . . iAh ,
esto le es más que i n soportable!
Si deseáis, pues, agradar a D i o s y servirle con perfec­
ción , est udiad con empeño esta di vina ciencia del propi o
conoci miento; grabad bien e n vuestro esp íri tu l as verda­
des arri ba d ichas , meditadlas frec uentemente del ante de
Dios y pedid todos l os días a Nuestro Señor que os las
i mpri ma bien en vuestras al mas .
Notad con todo, que si bien es verdad q ue como hom-

10. «Tres spec ies odi v it a n i ma mea . et aggravor valde animae i l l orum:
paupere m s uperbum: divitem mendace m : senem fat u u m et insensat u m . T res
especies de personas aborrece mi alma. y su proceder me es suma mente en­
fadoso. El pobre soberbio. el rico ment iroso, el viej o fatuo e i mprudente» .
Eccl i . , X X V . 3 -4 .

64
bre , hij o de Adán y pecador, sois tal como os acabo de
describir, si n embargo, considerado como h ij o de Dios y
miembro de Jesucristo, si está is en su gracia, tenéis en vo­
sotros un ser y una vida nobil ísi ma y subli me y poseéis
un tesoro i n fi n itamente rico y preci oso. Notad , asimismo,
q ue aunque la h u m ildad de esp íritu deba haceros conocer
lo que sois por vosotros mi smos y en Adá n , no debe ocul­
taros l o que sois en Jesucri sto y por Jesucri sto, y no os
obl iga a ignorar l as gracias q ue Dios os ha hecho por su
Hijo; lo contrari o sería una fa l sa h u m il dad ; aunq ue sí os
obliga a reconocer que todo lo que tenéis de bueno os
viene de la purísi ma misericord ia de Dios, si n q ue l o
hayáis vosotros merecido. He aq uí en qué consiste la hu­
m ildad de espírit u .

CAPITULO I V

D e la humildad de corazón

No basta tener la humi ldad de espíritu que n os hace


conocer n uestra m i seria e indignidad . La humildad de es­
píritu sin la humi ldad de corazón es una humildad diabó­
l ica: l os diabl os , q ue no tienen h u m il dad de corazón, tie­
nen humi ldad de espíritu, porq ue conocen muy bien su
indign idad y maldición . Por esto, hemos de aprender de
n uestro divino Doctor Jesús, a ser humi ldes , no sól o de
espírit u sino también de corazón .
La humi ldad de corazón consiste : en amar n uestra ba­
jeza y abyección , en alegrarnos de ser peq ueños , abyectos
y despreciables, en tratamos nosotros y cel ebrar que los
demás nos traten como tales, en no excusarnos y j usti fi­
camos sin gran necesidad , en n o quej am os j amás de na-

65
die, teniendo bien presente q ue l l evando en nosotros el
manantial de todo mal , merecemos toda clase de reproba­
ción y malos tratos, en amar y abrazarnos de todo cora­
.
zón a l os despreci os, humi l l aciones y oprobios y a cuanto
pueda rebajarnos . Y esto, por dos razones:
1 . Porq ue a nosotros n os toca toda cl ase de despre­
cios y desesti mas y q ue todas l as criaturas nos persigan y
pisoteen ; sin q ue merezca l a pena de q ue se molesten por
nosotros.
2 . Porq ue debemos amar l o q ue tanto amó el Hij o
d e Dios , y poner nuestro centro y nuestro paraíso, e n esta
vida , en l as cosas que É l escogió para gl ori ficar a su Pa­
dre, a saber, en l os despreci os y humil laci ones de q ue es­
tuvo l l ena toda su vida .
La humildad de corazón, además, no consiste sol a­
mente en amar las humil laciones, si no en od iar y abom i­
nar toda grandeza y vanidad , según este divino orác ulo
sal ido de la boca sagrada del H ij o de Dios , q ue os supl ico
lo medi téis bien y lo grabéis fuertemente en vuestro espí­
ritu: «Lo que parece subli me a los oj os humanos , a l os de
Dios es abomi nable» (1 ) . He dicho toda grandeza , porque
no basta despreciar las grandezas temporales y aborrecer
la vanidad y esti ma de las h u manas alabanzas, sin o q ue
debemos aborrecer más aún la vanidad q ue puede proce­
der de l as cosas espiri tuales y temer y huir de todo lo q ue
sobresale y se presenta extraordinari o a los oj os de los
hombres en l a práctica de l a piedad , como visi ones éxta­
sis , revelaciones, don de hacer milagros y cosas semejan­
tes . Y, no sól o no hemos de desear, ni pedi r a Dios estas
gracias extraord inarias, más aún, si el a l ma reconoci ese
que el Señor le bri nda con alguna de estas cosas extraor­
dinarias , debería retirarse al fondo de su alma, j uzgándose

1 . «Quod hominibus altum est, abominatio est apud Deum». L uc . , 1 6 ,


1 5.

66
harto indigno de estos favores y supl icarle q ue, en l ugar
de esa, le otorgase alguna otra gracia menos ostentosa y
más conforme a l a vida ocu l ta y de despreci os q ue É l l le­
vó en la tierra. Porque N uestro Señor se agrada en col­
marnos, en un exceso de su bondad , de sus gracias ordi­
·
narias y extraordinarias, mas, se place sobremanera, en
q ue nosotros, por un verdadero sentimiento de n uestra
indignidad, y por el deseo de hacernos semej antes a É l en
su humildad , huyamos de todo aq uel l o que es grande a
l os oj os de los hombres . Y , q uien no se encuentre en esta
disposición, dará l ugar a m uc hos engaños e il usiones del
espíritu de vanidad .
Notad , no obstante, que hablo aq u í de cosas extraor­
d inarias , y no de las acci ones com unes y ordinari as de to­
dos l os verdaderos servidores y siervos de Dios, como co­
mulgar con frecuencia, postrarse ante Dios mañana y tar­
de para ofrecerl e los trabaj os, acompañar al Santísimo
Sacramento por la cal le, c uando se l l eva a un enfermo,
mortificar la carne por medio del ayuno, de la discipl ina
o de alguna otra peni tencia, rezar el rosari o, hacer ora­
ción en la igl esia , en casa o por el camino, visitar y servir
a los pobres y encarcelados , o hacer c ualquiera otra obra
de piedad .
Guardaos bien de q uerer omitir el ej ercicio de tales
acci ones baj o el pretexto de una fa l sa humildad ; no sea
q ue lo omitáis, por verdadera fl oj edad .
Si el respeto h u mano o el descrédito del mundo se
oponen a lo que debéis a Dios, debéis dominarl os, acor­
dándoos de q ue no habéis de avergonzaros , si no tener a
m ucha gloria el ser cristianos, real izar acciones de cristia­
no y servir y glori ficar a vuestro Dios ante l os hombres y
a la faz de todo el mundo. Pero, si es el temor de la vani­
dad y de la vana apariencia de una humildad postiza lo
q ue q u iere i mpediros practicar l as s usodichas acci ones,
debéis rec hazarlo, protestando a N uestro Señor q ue nada

67
q ueréis hacer sino por su pura glori a y considerando q ue
todas estas obras son tan comunes a todos l os verdaderos
siervos de Dios y que deberían ser tan frecuentes en todos
l os cri stianos q ue no hay l ugar a vanidad en cosa q ue
tantos practican y q ue todo el mundo debiera practicar.
Yo bien sé q ue N uestro Señor Jesucri sto nos enseña a
ayunar, a dar l i mosna y a orar en secreto; pero San Gre­
gorio el Grande nos declara q ue esto se enti ende de la in­
tención y no de la acción (2 ) ; es decir: que Nuestro Se­
ñor Jesucristo no exige q ue no hagamos esas acciones u
otras semej antes , en públ ico y ante l os hombres, porq ue
dice en otra parte: «Bri l l e así vuestra l uz ante los hombres
de manera q ue vean vuestras buenas obras y glori fiq uen a
vuestro Padre que está en l os cielos» ( 3 ); l o que q uiere es
que n uestra intención sea secreta y oc ulta , es decir: q ue
en las acciones exteri ores y públ icas q ue hacemos, tenga­
mos en nuestro corazón la intenci ón de hacerlas , no por
agradar a l os hombres o para captarnos su vano aplauso,
sino para agradar a Dios y buscar su gl oria.
En fin, la verdadera humi ldad de corazón q ue N uestro
Señor Jesucri sto quiere q ue aprendamos de É l y q ue es la
perfecta humildad cri stiana, consiste en ser h umilde
como Jesucri sto lo fue en l a tierra; es decir: en aborrecer
todo espíri tu de grandeza y de vanidad , en amar l os des­
preci os y la abyección, en escoger siempre en todas las
cosas l o más vil y humi l l ante , y en estar en disposición de
ser humillados hasta el punto en q ue Jesucristo se humi­
l l ó , en su encarnación, en su vida , en su pasión y en su
muerte.
En su encarnación, «se anonadó a sí mismo, como ha-

2. «Hoc autem dico, non ut prox i m i . Opera n ostra bona non videant. . .
sed u t per h oc q uod agi mus, l a udes exteri us non q uareamus». H om i l . X I i n
Evang.
3 . «Sic l uceat lux vestra coram hominibus. ut videant opera vestra bona,
et glori ficent Patrem vestrum qui in coeli s est». Math . V, 1 6 .
.

68
bla San Pablo, tomando l a natural eza de siervo» (4) ; qui­
so nacer en un establo, se sujetó a las debil idades y nece­
sidades de la in fancia, y se red uj o a mil otras humi l l aci o­
nes. En su pasión, É l m ismo d ice «q ue es un gusano y no
un hombre ; el oprobio de l os hombres y el desec ho de la
plebe» ( 5 ) ; carga con l a cólera y el j uicio de su Padre,
cuya severidad es tan grande q ue l e hace sudar sangre , y
en tal abundancia que q ueda con e l l a regada l a tierra del
H uerto de l os O l i vos. Como É l mismo lo asegura (6 ) , se
entrega al poder de l as tin ieblas , es dec ir, de l os diablos,
q uienes, por med i o de l os j udíos por e l l os poseídos y
de Pilato y Herodes cond ucidos por el i n fierno, le hacen
sufrir todos l os vil ipendios del mundo. La sabid uría in­
creada es tratada por l os soldados y por Herodes como un
maniq u í . Es azotado y p uesto en cruz como un escl avo y
un ladrón . Di os , que debiera ser su rec urso, le abandona
y le mira como si É l sól o h ubiera cometido todos l os crí­
menes del mundo. Y en fin, para hablar el lenguaj e de su
Apóstol , «se ha hecho por nosotros obj eto de maldici ón»
(7 ) , más aún ioh extraño y espantoso envileci miento! ha
sido hec ho pecado por el poder y la j usticia de Dios; por­
que mirad cómo habla San Pablo: «Dios le hizo pecado
por nosotros» ( 8 ) ; es decir, q ue no sól o cargó con l as
confusiones y abati mientos q ue merecen los pecadores,
sino también con todas las ignomin ias e i n famias q ue son
debidas al pecado m ismo, const it u yénd ose en el estado
más vil e ignomi n ioso a q ue Dios puede red uci r al mayor

4 . «Exi nan i vit semetipsum formam serví accipiens». Phi l i p . , II, 7 .


5 . «Ego autem sum vermis, e t non horno: opprobri u m homi num et ab­
j ectio pl ebis». Ps. , X XI, 7 .
6 . « Haec est hora vestra et potestas tenebrarum». Luc. X X II. 5 3 .
7 . «Christus nos redemit d e maledicto legis. fact us pro nobis maledic­
tum». Gal . . III. 1 3 .
8 . « Deus eum pro nobis peccat um fecit». Dios por amor de nosotros ha
tratado a Aqúel q ue no conocía el pecado, somo si hubiese sido el pecado
mismo. II Cor . V . 2 1 .
.

69
de sus enem igos . iQué humil laci ón para un Dios , para el
H ij o único de Dios y soberano Señor del universo, verse
reducido a semej ante estado! iOh Jesús , les posible q ue
améis tanto al hombre, que por su amor, hasta este punto
os anonadéis? iOh hombre! lcómo p uede ser q ue todavía
te envanezcas, viendo a tu Dios tan abatido por tu amor?
iOh Salvador mío, sea yo humil lado y anonadado con
Vos, entienda yo de una vez l os senti mientos de vuestra
profundísi ma humildad y esté disp uesto a soportar todas
las confusiones y abatim ientos que son debidas al pecador
y al pecado mismo!
En esto consiste la perfecta humi ldad cri stiana, en es­
tar d ispuesto no sólo a q uerer ser tratado como lo merece
un pecador, sino a soportar, además, todas las ignominias
y vil ipendios debidas al pecado mismo, p uesto q ue Jesu­
cri sto, n uestra cabeza, el Santo de l os Santos, la misma
santidad , l os soportó y nosotros no merecemos otra cosa,
no siendo de nosotros mi smos más que pecado y maldi­
ción. Si estas verdades q uedaran bien grabadas en n uestro
espíritu, esti maríamos que tenemos sobrado moti vo para
exclamar y decir con frecuencia con Santa Gertrudi s:
«Señ or, uno de los mayores milagros que hacéis en el
m undo, es permitir q ue la tierra me sostenga».

CAPITULO V

Práctica de la humildad cristiana

Siendo la humildad cri stiana tan importante y nece­


saria, como se ha dicho, debéis buscar toda clase de me­
dios para fundaros bien en esta virt ud .

70
A este fi n , os ruego n uevamente que leáis y releáis con
frecuencia y q ue consideréis y ponderéi s con toda aten­
ci ón las verdades que acabo de proponeros, hablando de
la hum ildad de espíritu y de la humildad de corazón, y
las q ue, además, trato de proponeros aq u í ; q ue pidáis asi­
mismo a N uestro Señor q ue os las i mpri ma en vuestro es­
píritu, y q ue lleve a vuestros corazones l os efectos y senti­
mientos de tan necesaria virt ud .
Porq ue n o se trata sólo d e q ue conozcáis d e u n a ma­
nera general y superficial q ue soi s nada, q ue no tenéis po­
der alguno para obrar el bien y evitar el mal , que «todo
don perfecto viene de arri ba, del Padre de l as l uces» ( 1 ), y
q ue toda buena obra nos viene de Dios por su H ij o ; es ne­
cesari o, además, que os fundéi s con toda sol idez en un
profundo conoci mi ento y vivo senti mi ento de vuestra es­
clavitud baj o l a ley del pecado, de vuestra inutil idad , in ­
capacidad e indignidad para el servicio de Dios, de vues­
tra insuficiencia para todo bien, de vuestra nada, de vues­
tra extrema indigencia y de la apremi ante necesidad q ue
tenéi s de Jesucristo y de su gracia.
Por esta razón , debéis in vocar incesantemente a vues­
tro Libertador y rec urrir, a cada instante, a su gracia,
afianzándoos tan sólo en su virt ud y bondad .
Permite Dios a veces q ue trabaj emos largo ti empo por
vencer alguna pasión y aseguramos en alguna virt ud , y
q ue no avancemos m ucho en l o q ue pretendemos , para
q ue reconozcamos por propia experi encia l o q ue por no­
sotros mismos somos y podemos , y para ello nos obl igue
a buscar fuera de nosotros, en N uestro Señor Jesucritso,
el poder servir a Dios . Di os no q uiso dar al m undo a su
H ijo, sin o después q ue el m undo lo deseó d urante c uatro
m i l años , y experi mentó, por espacio de dos mil , q ue no

1 . «Ümne datum opt i m u m et omne donum perfectum desursum est, des­


cendens a Patre l uminum». Jac . , 1 , 1 7 .

71
pod ía observar su ley. n i l i brarse del pecado, y que sentía
la necesidad de un espíri tu y de una fuerza n ueva para re­
si stir el ma l y pract icar el bien; haciéndonos ver bien con
esto, que para darnos su gracia, q u iere q ue, antes, reco­
nozcamos mucho nuestra miseria (2 ).
Siguiendo esta verdad , debéis cada d ía reconocer ante
Di os vuestra miseria, ta l como Dios la ve, y ren unciar a
Adán y a vosotros mi smos, ya que n o sól o él sino ta m­
bi én vosotros habéis pecado, pactando con el diablo y
con el pecado. Ren unciad , pues, enteramente a vosotros
mismos , a vuestro propio espírit u , a todo el poder y capa­
cidad que podá is sentir dentro de vosotros. Porq ue todo
el poder q ue Adán ha dejado en la naturaleza de l hom­
bre , no es más q ue i mpotencia; el senti mi ento q ue de el l o
pudiéramos tener no e s si no i l usión, presunción y falsa
opi nión de nosotros mismos; y j amás n osotros tendremos
verdadero poder y l i bertad perfecta para el bi e n , si no es
ren unciando a nosotros mi smos y sal iendo de n osotros
mismos y de todo lo q ue es n uestro, para vi vir en el espí­
ri tu y en la virtud de Jesucri sto.
Como consecuenc ia de esta ren unci a, adorad a Jesu­
cri sto, entregáos enteramente a É l y rogad le q ue, puesto
q u e con su sangre y por su muerte ha adq ui rido l os dere­
chos de los pecadores , tome en vosotros l os de Adá n , que
son l os vuestros, y q ue q u iera vi vir en vosotros en l ugar
de Adá n , desposeyéndoos de vuestra natural eza para
·
apropiarse É l de cuanto sois y de todos vuestros actos .
Protestad que q ueré is poner en sus manos todo lo q ue
sois y que deseáis sal i r de vuestro prop i o esp írit u, q ue es
espíritu de orgul l o y van idad , y de todas vuestras inten­
ciones , incli naci ones y disposiciones , para no vivir más
que de su esp íritu, con sus i ntenciones, i ncli naci ones y
disposiciones di vinas y adorables.

2 . C f. S. T hom . 3 .•: 1 . 5 .
.

72
Supl icadle q m por su grand ísima mi sericordia, os sa­
que de vosotros m is mos como de un i n fierno, y ponga en
El vuestro l ugar, afi rmá ndoos b ien en el espíri t u de hu­
mildad , y esto no por vuestro i nterés o sat isfacción, si no
por su agrado y para su glori a . Pedidle también q ue des­
pliegue todo su divi n o poder para destru ir en vosotros
vuestro orgu l l o , y q ue no cuente con vuestra fl aq ueza
para establecer en vosotros su gl oria por med i o de una
perfecta h u mi ldad . Y acordándoos de que de vosotros
mismos, en cuanto pecador sois un demonio encarnado,
un Lucifer y un Ant icri sto, por razón del pecado, del or­
gul l o y del amor propio que q ueda sie mpre en cada uno
de nosotros, como arri ba se dij o , ponéos con frec uencia,
especial mente al comenzar el día , a l os pies de Jesús y de
María , dici endo así:
iOh Jesús, oh Madre de Jesús! sujetad bien a este mi­
serabl e demonio debaj o de vuestros pies, aplastad a esta
serpi ente, haced morir a este Anticri sto con el al iento de
vuestra boca, atad a este Luci fer, para que nada haga con ­
tra vuestra santa gl oria.
No pretendo, sin embargo, q ue todos l os días digáis
delante de Dios estas cosas tal como aq uí q uedan expues­
tas, sino un día de una manera y otro de otra , según al Se­
ñor pi uguiere dárosl o a gustar.
Cuando concibáis deseos y resol uci ones de ser h u m i l ­
des, forma l izad l os , entregándoos a l H ij o d e Dios para po­
der cumpl irl os, diciendo:
«Yo me entrego a Vos, oh Jesús, para hacerme con
vuestro esp íritu de h u m i ldad ; q u iero pasar con Vos todos
l os días de mi vida en esta santa virt ud . I n voco sobre mí
el poder de vuestro esp íritu de humi ldad , a fin de q ue mi
orgu l l o sea destruido y me ma ntenga yo con Vos en hu­
mildad . Os ofrezco las ocasi ones de humildad q ue se me
presenten en la vida ; bendec idlas, si os place . Ren unci o a

73
mí mismo y a c uantas cosas puedan estorbarme partici­
par de la gracia de vuestra h umi ldad» .
Mas no confiéis en vuestras resol uci ones . ni en esta
súpl ica que acabáis de practicar; esperadl o solamente de
la pura bondad de N uestro Señor Jesucri sto.
Lo mismo podéis practicar en todas las demás virtu­
des y santas intenci ones q ue abrigáis para presentarlas a
Dios. De esta manera, todas ellas irán fundadas, no en
vosotros mismos , si no en N uestro Señor J esucristo y en la
gracia y mi sericordia de Dios sobre vosotros.
C uando presentemos a Di os n uestros deseos e i nten­
ci ones de servirle, debemos hacerlo con la profunda con­
vicción de que no l o podemos ni lo merecemos; que si
Dios h ici ese j usticia, no nos permi tiría ni pensar en ello,
y q ue si Dios nos sufre en su presencia y nos permite es­
perar de É l la gracia de servirl e , es por su in mensa bon­
dad y por los méritos y la sangre de su H ijo.
C uando faltamos a n uestros propósitos. no debemos
admirarnos de ello; porque somos pecadores y Dios no
nos debe su gracia. «Bien conozco, dice San Pablo, q ue
nada de bueno hay en m í , q u iero decir en mi carne. Pues
aunque hal l o en mí la vol untad para hacer el bien , no ha­
l l o cómo cumpl irlar» (3 ).
Por esto, debemos tender a la virt ud con sumisión a
Dios; debemos desear su gracia y pedírsela, pero adm irar­
nos de q ue nos la conceda ; cuando caemos, adorar su j u i­
cio sobre nosotros . sin desani marnos , antes humil lándo­
nos y perseverando siempre en entregamos a É l , porq ue
nos aguanta en su presencia y nos concede el pensamien­
to de q uererle servir. Y , aún cuando después de mucho
trabajo, Dios no nos conced iera sino un sol o pensamiento

3. «Scio enim q u ia non habitat i n me, hoc est in carne mea , bon u m .
Nam vel le, adjacet m i h i : perficere aute m bon u m . n o n invenio». Rom . , V I I ,
1 8.

74
bueno, deberíamos reconocer que ni aún eso l o merece­
mos, y esti marlo en tanto q ue con ello nos diéramos por
bien recompensados por todo n uestro senti mi ento. iAy, si
los condenados , después de mil años de infierno, p udie­
ran tener un sol o pensami ento de Dios de buena gana lo
t uvieran!
El diablo rabia porque j amás l o tendrá ; mira él el bien
como cosa excelente que su orgu l l o desea, pero se ve pri­
vado de él porque l l eva consigo la maldici ón. Nosotros
somos pecadores como l os condenados y no hay otra cosa
que de ello nos separe sino la mi sericordia que Dios nos
tuvo, la cual nos obliga a esti mar sus dones y a darnos
por contentos con l os que Dios n os dé ; porque, por pe­
queños que ellos sean , siempre son más de lo que merece­
mos. Penetremos con todo cuidado y hasta lo más íntimo
en este espíritu de humilde reconoci miento de nuestra in·
dignidad , q ue por este medio n os haremos con mil bendi­
ciones de Dios para nuestras al mas , y É l será muy gl ori fi­
cado en nosotros.
Cuando Dios os conceda algún favor para vosotros o
para el prój i mo, no lo atribuyáis a la virtud de vuestras
pl egarias, sino a su pura mi sericordia.
Si , en las obras buenas q ue Di os os concede la gracia
de practicar, sentís ci erta vana complacencia o algún es­
píritu de van idad , humillaos delante de Di os , acordán­
doos de q ue todo bien viene de sól o Dios y que de voso­
tros no puede sal i r si no toda clase de mal es; y q ue tenéi s
muchos más moti vos para temer y humillaros, en vista de
las muc has fal tas e imperfecciones con que practicáis
vuestras obras , q ue no para ensoberbeceros y enc umbra­
ros ante el poco bien que obrais, que ni siqu iera es vues­
tro.
Si se os desprecia y vitupera , tomadlo como cosa que
bien os pertenece y en honor de los despreci os y cal um­
nias del Hij o de Dios. Si se os confi ere algún honor, o si

75
se os tributan al abanzas y bendici ones, referídsel o a Dios,
guardándoos mucho de apropiárosl o o descansar en ello,
te mi endo no sea ésta la recompensa de vuestras buenas
acciones y q ue caiga sobre vosotros el efecto de estas pa­
labras del H ij o de Dios: «iAy de vosotros cuando los
hombres m undanos os apl audieren ! que así lo hac ían sus
padres con l os falsos profetas» (4 ). Pal abras que nos ense­
ñan a mirar y a temer l as alabanzas y bendiciones del
mundo, no sól o como cosa q ue no es más que viento,
h umo e il usión, si no además como verdadera desgracia y
maldición .
Ej ercitáos de buena gana en acci ones baj as y humi ldes
y que os proporci onan alguna abyección , a fin de morti fi­
car vuestro orgullo; mas c uidad de hacerlas con esp íritu
de humildad y con l os senti mientos y disposici ones inte­
riores q ue pide la acción que real izáis.
En suma, grabad bien en vuestra a l ma estas palabras
del Esp íri tu Santo, y l l evad l as a la práct ica con todo cui­
dado y diligenci a: «C uando fueres más grande, tanto más
debes humillarte en todas las cosas, y hal larás gracia en el
acatamiento de Dios; porq ue Dios es É l solo grande en
poder, y É l es honrado de l os humi ldes» ( 5 ).

4 . «Vae cum benedi xerint vobis homines: secundum haec e n i m faciebant


pseudoprophet is patres eorum». Luc . , V I 2 6 .
,

5. «Quanto magn us es, humilia t e i n omnibus, e t coram Deo i n veni es


grat ia m: quoniam magna potentia Dei sol i us, et ab humilibus honorator>> .
Ecc l i . I I I , 20.

76
CAPITULO VI

De la confi anza y abandono en las manos


de Dios

La humi ldad es la madre de la confianza ; porque


viéndonos desprovistos de todo bien, de toda virtud , de
todo poder y capacidad para servir a Dios, y dándonos
cuenta de q ue somos un verdadero i n fierno l l eno de toda
suerte de males, nos vemos obl igados a no apoyarnos en
nosotros m ismos ni en cuanto tenemos de nosotros, antes
de sal ir de nosotros como q uien sale de un in fierno para
entrar dentro de Jesús como en nuestro paraíso donde en­
contremos con toda abundancia lo que nos falta en noso­
tros , apoyándonos y confiando en É l como en q uien el
Padre Eterno nos ha dado para ser n uestra redención,
nuestra j usticia, nuestra virtud , nuestra fuerza, n uestra
vida y n uestro todo. A todo esto Jesús n os conduce . cuan­
do con tanto amor como eficacia nos convida a ir a É l
con confianza, diciéndonos: «Venid a m í todos l os q ue
andáis agobiados con trabaj os y cargas, q ue yo os alivia­
ré» ( l ) , y asegurándonos «q ue no desechará a todos l os
q ue vi nieren a É l» (2 ) .
Y , a fin d e obl igamos a entrar e n esta confianza, nos
dice en di versos l ugares de sus santas Escrituras: «Maldito
sea el hombre que confia en otro hombre , y no en Dios, y
se apoya en un brazo de carne miserable, y aparta del Se­
ñor su corazón ; al contrario, bienaventurado el varón q ue
tiene puesta en el Señor su coofianza, y cuya esperanza es

1 . «Venite ad me omnes qui l aboratis et onerati estis, et ego reficiam


VOS» . M at h . , XI, 2 8 .
2 . «Eum q u i venit a d m e , non ej iciam foras». Joa n . , V I , 3 7 .

77
el Señor» (3 ). «El Señ or me pastorea, nada me faltará. É l
me ha col ocado en l ugar de pastos» (4) . «He aq uí l os oj os
del Señor p uestos en l os q ue l e temen , y en l os que con­
fían en su mi sericord ia» ( 5 ) . « Bueno es el Señor para l os
q ue esperan en É l» (6 ). «Al que tiene puesta en el Señ or
su esperanza, la mi sericord ia le servirá de muralla» (7).
«El Señ or estará a tu lado, y guiará tus pasos a fi n de
q ue no seas presa de l os impíos» ( 8 ) . «Dios es mi defensa,
en É l esperaré; es mi esc udo y el apoyo de mi sal vación;
escudo es de todos l os q ue en É l esperan» (9 ) . «Es el pro­
tector de c uantos ponen en É l su esperanza» ( 1 0). «Tú l os
esconderás donde está escondido t u rostro; preservándo­
los de l os alborotos de l os hombres. Pondrásl o en tu ta­
bernáculo, a c ubierto de las lenguas maldicientes» ( 1 1 ).
«Ya que ha esperado en m í yo l e l ibraré : yo l e protegeré ,
p ues ha conoc ido, o adorado, mi nombre» ( 1 2 ) . «iüh
c uán grande es, Señor, la abundancia de la d ulz ura que
tienes reservada para l os q ue te temen ! T ú la has com uni-

3 . «Maledictus horno qui confidir i n homine, e t ponit carnem brachium


suum, et a Domino recedit cor ej us ... Benedictus vir qui confidit in Domino,
et erit Dominus fiducia ej us». (Jer . , X V I I , 5 - 7 .
4 . «Dominus regit me e t n i h i l m i h i deerit: i n l oc o pascuae i b i me collo­
cavit». Ps. , X X I I , J -2 .
5 . «Ecce oculi Domini super met uentes eum: et i n eis q u i sperant super
m isericordia ej uS>>. Ps. , 3 2 - 1 8 .
6 . «Bonus est Dom inus sperantibus in eum>>. T hre. , I I I , 2 5 .
7 . «Sperantem i n Domino misericord ia circundabi t>>. Ps . , X X X I , J O .
8 . «Dominus en i m erit i n Jatere tuo e t custodiet pedem tuum n e capia­
ri s». Pro . , 3 -2 6 .
9 . « Deus fortis meus sperabo i n e u m : scutum meum, e t cornu sal utis
meae: elevator meus, et refugi um meum . . . Scutum est omn i u m sperantium
i n se». 11 Reg. , X X I I , 3, 3 1 .
J O . «Protector est omnium speranti u m i n se» . Ps. , X V I I , 3 J .
1 1 . «Abscondes eos i n abscondito faci ei tuae a conturbatione homi num:
proteges eos in tabernacu l o tuo a contrad i ti one l i n guarum». Ps. , XXX. 2 1 .
J 2 . «Quonia m in me speravit, l iberabo eum: protegam eum, q uoniam
cognovit nomen meum». Ps. , X V , 1 4- J 5 .

78
cado abundantemente , a vista de l os hij os de l os hom­
bres, a aq uél los q ue tienen p uesta en ti su esperanza»
( 1 3 ) . «Al égrense todos aq uel l os que ponen en ti su espe­
ranza: se regocijarán eternamente, y tú morarás en ellos»
( 1 4). «Venga, oh Señor, tu misericordia sobre nosotros,
conforme esperamos en t i» ( 1 5 ) . «Los q ue confían en É l ,
entenderán l a verdad» ( 1 6 ) . «No perecerán l os q ue en É l
esperan» ( 1 7 ) . «Quien tiene tal esperanza en É l , se santi fi­
cará a sí mismo, así como É l es también santo» ( 1 8 ) .
«Ninguno q ue confió e n el Señor, q uedó burlado» ( 1 9 ) .
«Todo c uanto pidiéreis e n la oración, como tengáis fe , l o
alcanzaréis» (20). « S i tú puedes creer, todo e s posible
para el q ue cree» (2 1 ).
Si tratara de traer aq uí todos los demás textos de la di­
vina Palabra, en l os q ue Dios nos recomienda la virtud de
la confianza, ardua y prol ij a sería l a tarea . Parece no po­
der satisfacerse Dios n unca de testi moniamos, en mil l u­
gares de la Escritura Santa, c uán q uerida y grata l e es esta
santa virtud , y c uánto ama y favorece a l os q ue se confian
y abandonan por compl eto al paternal cuidado de su di­
vina providencia.
Leemos en el l ibro tercero de las « Insin uaci ones de la

1 3 . «Quan magna m u l ti tudo d ulced i n is t uae, Domine, q uam abscondisti


timentibus te». Ps . , X X X , 2 0 .
1 4 . « Q u i sperant i n te, in aeternum exultabunt, e t habitabis i n eis». Ps. ,
V, 1 2 .
1 5 . «Fiat m isericordia tua, Domine, super nos, q uemadmodum speravi-
m us i n te». X X X I I , 2 2 .
1 6 . «Qui confid unt i n i l l o , inte l l igent veritatem». Sap . , I I I , 9 .
1 7 . «Et non del inquent omnes q u i sperant i n eo» . P s . X X X II I , 2 3 .
.

1 8 . «Et omnis q u i habet hanc spe m i n eo, sancti ficat se, sicut e t i l l e sanc­
tus est». 1 Joan, I I I , 3 .
1 9 . « N ul l us speravit i n Dom ino e t confusus est». Ecc l i . , 2 , 11.
20. «Et omnia q uaecunque petieritis in oratione credentes, accipietis».
Math . , X X I , 2 2 .
2 1 . «Si potes credere, omnia possib i l ia sunt credenti». Mar . , I X , 2 2 .

79
divina piedad», de Santa Gertrudis, que Nuestro Señor
Jesucristo dijo un día a esta gran santa, que la con fianza
fi lial es el ojo de la esposa, del que habla el Esposo divi no
en el «Cantar de los Cantares»: «Heri ste mi corazón, oh
hermana m ía, Esposa amada, heriste mi corazón con uno
de tus ojos, es deci r, con u na sola mi rada tuya» (2 2). Dice
a este propósito Santa Gertrudis: «Aquél me traspasa el
corazón con una flecha de amor, dice Jesús, que tiene en
mí segura confianza; a quien puedo, sé y quiero asistirle
fielmente en todo; confianza que hace tal violencia en mi
piedad que de n inguna manera puedo ausentarm e de
el la» (2 3 ).
Y , en el «Libro de la Gracia Especial», de Santa Ma­
ti lde, encontramos que el m i smo Jesús le hab ló de esta
manera: «Me agrada sob remanera que los hombres con ­
fíen en m i bondad y se apoyen en mí. Porque a quien
m ucho confía en m í l leno de humi ldad, en esta vida le fa­
voreceré y en la otra le premiaré más de lo que merece.
Cuanto más uno se fíe de mí y se valga de m i bondad,
tanto más consegui rá; porque es imposible que el hombre
no perciba todo aquello que cree y espera. Es, por lo tan ­
to, sumam ente úti l al homb re confiar en m í , e n espera
de grandes cosas». Y a la m isma Santa Mati lde, que
pregu ntó a Dios qué debería creer pri nci palmente de su
i nefab le bondad, le respondió: «Debes creer con segura
esperanza que después de la m uerte te recibi ré como u n
padre a su hijo amadísimo, y q u e jamás padre alguno con
más afecto y fidelidad ha distribuido sus b ienes a su único
hijo, como yo te entregaré a mí m ismo y todos m is bie­
nes»

22. «Vulneratis cor meum soror mea sponsa, vu lnerasti cor meum in uno
ocu lorim tuorum». IV, 9 .
2 3 . «Legatus divina e pietati s». L . 3 c 7 .

80
CAPITULO VII

Más sobre la confianza

N uestro d ulc ísi mo y amabil ísi mo Sal vador, a fi n de


afianzarnos más en esta sagrada confianza, toma, en or­
den a n osotros, l os n ombres y cual idades más d ulces y
amorosas q ue p ueden darse. Se l l ama, y es en efecto,
n uestro amigo, nuestro abogado, n uestro médico, n uestro
pastor, nuestro hermano, n uestra a l ma, n uestro espíritu y
el Esposo de nuestras al mas; y nos l l ama sus ovej as, sus
hermanos , sus h ij os , su porción, su herencia, su alma, su
corazón y a n uestras al mas sus esposas.
Nos asegura, en di versos l ugares de sus Santas Escrit u­
ras , q ue tiene de nosotros conti nuo cuidado y vigilancia
( 1 ) ; que É l mismo nos l l eva y nos l l evará siempre en su
corazón y en sus entrañas; y no se contenta con deci rnos
una o dos veces que así nos l l eva, si no que lo dice y rep ite
hasta cinco veces en un mismo l ugar (2 ) ; nos dice , en otra
parte: q ue aunque h ubiera madre q ue se olvidara del hij o
q u e l l evó e n su seno, É l , no obstante, j amás s e ol vidará de
nosotros , q ue nos l l eva grabados en sus manos para poder

1 . «Cui ( Deo) cura est de omnibus». Sap . , X I I , 1 3 . « lpsi ( Deo) cura est
-

de vobis». 1 Pet . , V , 7 .
2 . «Audite me, domus Jacob, qui porta m ini a meo utero. q u i gestamini a
mea vulva. U sq ue ad senectam ego ipse, et usq ue ad canos ego portabo: ego
feci et ego feram: ego portabo et sal vabo». I sa i . , X V V I , 3 -4 .

81
tenernos siempre delante de sus oj os ( 3 ) ; q ue q uien nos
toca a nosotros , toca en l as n iñas de sus oj os (4) ; q ue no
andemos acongoj ados por el al i mento y el vestido, que
bien sabe É l la necesidad q ue de esas cosas tenemos (5 ) ;
q ue hasta l os cabel l os d e nuestra cabeza están todos con­
tados y q ue ni uno de ellos se perderá (6 ) ; que como É l
ama a su Padre , su Padre n os ama , y q ue É l nos ama,
como su Padre a É l le ama (7); q ue donde É l está, q u iere
q ue n osotros estemos, es decir, q ue descansemos con É l
en el seno y en el corazón de su Padre (8 ) ; que q uiere sen­
tarnos con É l en su trono (9 ); y , en una palabra , q ue to­
dos seamos una misma cosa hasta ser consumados en la
unidad con É l y con su Padre ( 1 0).
Si le hemos ofendido, nos promete q ue vol viendo a É l
con humildad , arrepentimi ento, confianza en su bondad
y resol uci ón de apartarnos del pecado, nos recibirá, nos
abrazará , ol vidará todos n uestros pecados y nos revestirá
de la vest idura de su gracia y de su amor, de l a q ue había­
mos sido despoj ados por culpa n uestra .
Por consiguiente, lquién no tendrá confianza y no se

3 . «N umquid obl ivisci potest mul ier infantem suum, ut non m isereatur
filio uteri sui , et si illa obl i ta fuerit, ego tamen non obliviscar tui. Ecce in
manibus meis descripsi te». Is. , X L I X , 1 5 - 1 7 .
4 . «Qui eni m estigeri t vos, tangit pupillam oculi mei». Zac h . , 2 -8 .
5 . «Nolite ergo soll iciti essem dicentes : quid mand ucabimus, aut q u id bi­
bemus, aut quo operiemur Scit eni m Pater vester, q uia his omnibus indige­
tis». Math. , V I , 3 1 -3 3 .
6 . «Vestri autem capil l i capitis omnes n umeral sunt>> . , Marth . , X , 3 0 .
« E t capil l us de capite vestro n o n peribit>>. Luc . , X X I , 1 8 .
7 . « Pater j uste . . . d i l ectio q ua d i lexisti me, in ipsis sit». Joan , X V I I , 2 6 .
«Sicut dilexit m e pater et ego dilexi vos». Joan, X V , 9 .
8 . « Pater, q uos dedisti m i h i , voto u t ubi s u m ego e t i l l i sint mecum».
Joan, X V I I , 2 4 .
9 . «Qui vicerit , dabo e i sedere mecum i n throno meo». Apoc . , I I I , 2 1 .
1 O . «Ut omnes unum sint, sicut t u pater in me et ego in te, ut et ipsi in
nobis unum si nt. . . sint unum sicut et nos unum sumus. Ego i n eis, et tu i n
m e ; u t sint consum mati i n unum». Joan , X V I I . 2 1 -2 3 .

82
abandonará enteramente al cuidado y dirección de un
amigo, de un hermano, de un padre, de un esposo que
cuenta con una sabid uría i n fi nita para conocer l o q ue nos
es más ventaj oso, para prever todo l o q ue p ueda aconte­
cernos, y para escoger l os medios más conducentes a
nuestra verdadera fel icidad ; así como con bondad extre­
ma para proporci onarn os toda c lase de bienes, j unto con
un inmenso poder para desviar el mal q ue nos puede l l e­
gar y hacernos el bien q ue É l q uiere proc urarnos?
Y, para q ue no penséis q ue sus palabras y sus prome­
sas q uedan sin efecto, ved algo de lo que É l hizo y sufri ó
por vosotros, e n s u encarnación, e n s u vida, e n su pasi ón
y en su muerte; y l o q ue todos l os días sigue haci endo en
el Santísimo Sacramento de la Eucari stía; cómo, por
vuestro amor baj ó del cielo a l a tierra ; cómo se humi l l ó y
anonadó hasta q uerer ser niño, nacer en un establo, suj e­
tarse a todas l as mi serias y necesidades de una vida hu­
mana, pasi ble y mortal ; cómo empl eó por vosotros todo
su tiempo, todos sus pensamientos, palabras y obras;
cómo entregó su santísimo cuerpo a Pilato, a los verd ugos
y a la cruz ; cómo dio su vida y derramó hasta la última
gota de su sangre; cómo os entrega, y con tanta frecuen ­
cia, en la sagrada Eucari stía , su cuerpo, su sangre , su
alma, su divinidad , todos sus tesoros , todo l o que É l es y
c uanto de más caro y preci oso É l posee. iOh bondad , oh
amor, oh buenísi mo y amab il ísi mo Jesús! «Confíen en ti ,
l os que conocen y adoran tu d ulcísimo y santísi mo nom­
bre» ( 1 1 ) , q ue no es sino amor y bondad , porque vos soi s
todo amor, todo bondad y todo mi sericordia. Mas, no me
extraña que haya pocos q ue confien total mente en vos ,
porque son pocos l os q ue se dedican a conocer y ponde­
rar l os efectos de vuestra infi nita bondad . iOh Sal vador
mío, hay q ue con fesar que somos unos mi serabl es, si n o

1 1 . «Et sperent i n t e q u i noverunt nomen tuum», Ps. , I X , 1 1 .

83
confiamos en vuestra bondad , desp ués de habern os hecho
conocer tantos testi monios de vuestro amor. Porque, si
tanto habéis hecho y sufrido y cosas tan grandes nos ha­
béis dado, a pesar de nuestra desconfianza, lq ué haríais y
q ué n os daríais , si fuésemos a Vos con humildad y con­
fianza?
Entremos, p ues, en grandes deseos de afianzarnos bien
en esta di vina virt ud ; nada temamos , antes cobremos mu­
cho ánimo para formar grandes proyectos de servir y
amar perfecta y santamente a nuestro adorabil ísi mo y
amad ísi mo Jesús, y para emprender grandes cosas por su
di vina gl oria, conforme al poder y la gracia que de É l nos
vendrá . Porq ue, si bien es verdad q ue nada podemos de
nosotros mismos , todo lo podemos en É l y n unca nos fal­
tará su ayuda si confiamos en su bondad .
Pongamos en sus manos y abandonemos tota l mente a
l os paternales c uidados de su di vina Providencia todo lo
concerniente al c uerpo, al al ma, a l as cosas temporales y
espi ri tuales, a n uestra sal ud , a n uestra rep utación , a n ues­
tros bienes y negocios, a l as personas q ue nos guían , a
n uestros pecados pasados, al adelantamiento de n uestras
al mas en los caminos de la virtud y de su amor, lo tocan ­
te a n uestra vida , a n uestra m uerte, a n uestra mi sma sal ­
vaci ón y a nuestra eternidad , y en general , todas l as cosas,
confiando en su p ura bondad q ue É l tendrá cuidado par­
ticular de todo, y d ispondrá de todas l as cosas de la mej or
manera posible.
G uardémonos bien de confiar, ni en el poder o favor
de n uestros amigos , ni en n uestros b ienes , ni en n uestro
espíritu, ni en n uestra ciencia, ni en n uestras fuerzas , ni
en nuestros buenos deseos y resol uciones , ni en n uestras
oraciones, ni aun en la confianza que sentimos tener en
Di os, ni en medios h umanos o en cosa alguna creada,
sino en la sol a mi sericordia de Dios. No es q ue no haya­
mos de poner en j uego todas estas cosas d ic has , y aportar

R4
de nuestra parte todo cuanto podamos para vencer los vi­
cios , para ejercitarnos en la virtud y para prosegu ir y per­
feccionar los asuntos q ue Dios ha puesto en nuestras ma­
nos y c umpl ir las obligaci ones propias de nuestra condi­
ción y estado; mas debemos ren u nciar a todo apoyo y a
toda confianza que p udiéramos tener en esas cosas, y des­
cansar sól o en la pura bondad de Nuestro Señor. De suer­
te q ue, de nuestra parte, debemos poner tanto c uidado y
trabaj ar de tal manera , como si nada esperáramos de par­
te de Dios; y, por el contrari o, de tal manera desconfiar
de n uestro cuidado y trabaj o , como si nada en absol uto
hiciéramos; esperándolo todo de la pura misericordia de
Dios.
A esto nos exhorta el Espíritu Santo c uando dice por
boca del Profeta Rey: expón al Señor t u situación , y con­
fía en É l ; y É l obrará» ( 1 2 ) . Y en otro 1 ugar: «Arroj a en el
seno del Señor t us ansiedades , y É l te sustentará» ( 1 3 ). Y
hablando por el Príncipe de l os apóstol es nos advierte:
«que descarguemos en su amoroso seno todas nuestras so­
l icitudes , pues É l tiene cuidado de nosotros» ( 1 4 ); q ue es
lo q ue N. Señor d ij o a Santa Cata l i na de Sena. «Hija mía,
olvídate de ti y pi ensa en mí, y yo pensaré contin uamente
en ti».
Tornad esta enseñanza para vosotros. Poned vuestro
cuidado principal en evitar todo lo q ue desagrada a N .
Señ or, e n servirle y amarl e con perfección , y É l l o con­
vert irá todo, hasta vuestras faltas, en provecho vuestro.
Acostumbraos a hacer frec uentes actos de confianza
en Di os , pero, particularmente, c uando os veáis acometí-

1 2 . «Revela Domino viam tuam , et spera i n eo, et ipse fac iet». Ps.
XXXVI, 5 .
1 3 . «Jacta super Dom inum curam tuam, et ipse te en utriet». Ps. L I V , 2 3 .
1 4 . «Omnem soll icitudinem vestra m proj icientes i n eum, q uoniam ipsi
cura este de vobis». 1 Pet . V, 7 .
dos de pensamientos o sentimientos de temor y descon­
fianza, sea por vuestros pecados pasados , sea por c ual­
q uier otro motivo. Elevad prontamente vuestro corazón a
Jesús y decidle con el Real Profeta: «En ti , oh Dios mío,
tengo p uesta mi confianza : no quedaré avergonzado».
«Ni se burlarán de mí mis enemigos; porque ninguno que
espere en ti q uedará confundido». «Oh Señor, en Ti tengo
p uesta mi esperanza: no q uede yo para si empre confundi­
do». «Tú eres el Dios mío en q uien esperaré». «El Señor
es mi sostén, no temo nada de c uanto p uede hacerme el
hombre». «El Señor está de mi parte ; yo despreciaré a
mis enemigos». «Mej or es confiar en el Señor, que confiar
en el hombre» . «Aunq ue cami nase yo por medio de la
somrba de la m uerte, no temeré n i ngún desastre; porq ue
tú estás conmigo» ( 1 5 ). Y, con el profeta lsaías: «He aqu í
q ue Dios e s el Sal vador m í o : vi viré l l eno de confianza, y
no temeré ( 1 6 ) .
Otras veces c o n el Santo Job : «Aún dado que el Señ or
me q ui tara la vida, en É l esperaré» (1 7 ) .
Y , con aq uel pobrecito del evangel io: «Oh Señ or, yo
creo; ayuda tú mi incredul idad : fortalece mi confianza»
( 1 8).

1 5 . «Deus meus i n te confido, non erubescan» ( PS . , X X I V , 2 . «neque irri­


deant me inimici mei , eten i m uni versi q ui sustinent te, non confundenturn.
PS. , X X I V . 3. - «In te, Domini. speravi, non confundar i n aeternum». Ps. ,
X X X , 2 . - «Deus meus, sperabo in euym». « Dominus mihi adj utor non ti­
mebo quid faciat m i h i horno». Ps. , C X V I I , 6 . - «Dominus mihi adj utor, et
ego despiciam ini m icos meos». Ps . , C X V I I , 7 . - «Bonum est confidere in
Dom ino q uam confidere in hom ine». Ps. , C X V I I , 8 . - «Et si ambulavero i n
medio umbrae mort is, non ti mebo mala, quoniam tu mecum es». Ps. , X X I I ,
4.
1 6 . «Ecce Deus sal vator meus, fiducia l iter agam e t non timebo». Is . . X I I ,
2.
1 7 . «Etiam si occiderit m e . i n ipso sperabo». Job. X I I I , 1 5 .
1 8 . «Credo, Domine, adj uva incredul itatem meam». Mar. , I X , 23.

86
O también con l os santos Apóstol es: «Señor, aumén­
tanos la fe» ( 1 9 ) .
O bien , decid así : i O h buen Jesús, e n vos sól o h e pues­
to toda mi confianza! iOh fortaleza m ía y mi único refu­
gio, haced de mí lo q ue os p l azca , q ue me entrego y aban­
dono enteramente a vos! iOh mi dulce amor y mi amada
esperanza , pongo en vuestras manos y os sacri fico mi ser,
mi vida, mi al ma, y todo lo q ue me pertenece, a fin de
que di spongáis de e l l o, en el tiempo y en la eternidad ,
como más os agarade para vuestra gl oria!
En fin, l a confianza es u n don de Dios que sigue a la
humildad y al amor; por l o que debéis pedírsela a Dios y
É l os l a concederá . Esforzaos por practicar todas vuestras
acciones con espíritu de humi ldad y puramente por amor
de Dios, y pronto gustaréis l a dulzura y l a paz que acom­
pañan a la virt ud de l a confianza.

CAPITULO VIII

De la sumisión y obediencia cristiana

La sumi sión conti n ua que hemos de tener a l a vol un­


tad santa de Dios es la virt ud más uni versal y cuyo ejerci­
cio debe sernos más frecuente y ordi nari o� porq ue a cada
paso se nos presentan ocasiones de ren unciar a n uestra
propi a vol untad , para someternos a la de Dios, la q ue
siempre se conoce con suma fac il idad .
Ha q uerido Dios q ue l as cosas que nos son sumamen -

1 9 . «Domine, adauge n obis fidem». Luc . • XVII. 5 .

87
te necesarias las podamos faci l ísimamente encontrar. Por
ej emplo: el sol . el aire, el agua y demás elementos son ab­
sol utamente necesari os para la vida natural del hombre;
·
por eso l os vemos q ue son para todos y q ue están al al­
cance de todo el mundo. De igual manera , p uestos por
Dios en este m undo únicamente para hacer su vol untad ,
y mediante esto, salvarn os, es de todo p unto necesari o
que p odamos conocer fáci l mente la vol untad de Di os en
todas las cosas q ue hemos de hacer. Por eso É l nos la ha
p uesto tan fác il de ser conocida, man i festándonosla por
cinco medios pri ncipales, muy seguros y evidentes: 1 ) Por
sus mandamientos . 2 ) Por sus consej os. 3 ) Por las leyes,
reglas y obl igaciones de cada estado. 4 ) Por l as personas
q ue tienen autoridad para dirigirnos . 5) Por l os acontec i­
mi entos; p uesto q ue c uantas cosas acontecen en la vida
l l evan la señal inconfundible de q ue Dios así lo q u iere, o
con vol untad absol uta o con vol untad de permisión. De
suerte q ue, a poco q ue abramos los oj os de la fe , nos será
muy fácil a cada instante y en toda ocasión, conocer la
santísi ma vol untad de Di os, conocimiento q ue nos con­
d ucirá a amarla y a someternos a el la.
Y , a fi n de asegurarnos bien en esta sumisión, es nece­
sa ri o grabar indeleblemente en n uestras almas cuatro ver­
dades q ue nos enseña la fe:
1 . Que la mi sma fe que nos enseña q ue no hay más
q ue un sol o Di os q ue ha creado todas las cosas , nos obl i­
ga a creer q ue este gran Dios las ordena y gobierna a to­
das sin excepción, sea con vol untad absol uta, sea con vo­
l untad de permi sión ; q ue nada se hace en el mundo que
no vaya suj eto al orden de su divina dirección y no pase
por las man os de su vol untad absoluta o por las de su
permi si ón , que son como dos brazos de su Providencia,
con l os q ue todas l as cosas gobierna ( 1 ).

1 . «Tua, Pater, providentia gubernat». Sap . , X I V . 3 .

88
2.Q u e Dios nada q u i e re n i pe rm it e si no para su
mayor g l o ri a ; y q u e , de h ec h o , saca É l s u mayor g l o ria de
todas las cosas. Es cosa m u y evidente que, si endo Dios el
creado r y gob ern ador del m u ndo, habi endo h ec h o todas
las cosas para sí m i s mo, ten iendo por su g l o ria u n celo i n ­
fi n i to , y si endo i n fi n i ta m ente sab i o y poderoso para saber
y poder e n cam i n a r todas las cosas a este fin, no q u i e ra n i
perm ita q u e n ada de cuanto ocu rre en e l m u n do tenga
otro fin que su m ayor g l o ri a; así com o el b i en de los que
l e aman y se som eten a sus divi nas o raciones, porq u e nos
dice su A pósto l que «todas las cosas contribuyen al b i e n
de los q u e aman a D ios» (2). De s u e rte, que si q u i s i éra­
mos amar a Dios y , en toda ocasión , adora r s u santísi m a
v o l untad, todas las cosas redundarían en n uest ro mayor
bien; que esto se h aga só l o depende de nosotros.

3. Q u e la v o l u n tad de Dios, abso lu ta o de perm isión ,


es i n fi n i ta m en te santa, j u sta , adorab l e y a m ab l e y q u e ,
igu a l m ente, m e rece se r i n fi n i tam ente adorada, a m ada
y g l o rifi cada en todas las cosas, c u a l esq u i era que e l las
sean .

4. Que N uest ro Señ o r Jesucristo, desde e l primer


momento de su v i da y de su e n t rada en e l m u ndo, h i zo
profesión de no hacer jamás su v o l untad s in o la de su Pa­
d re, segú n el test i m o n io a u téntico de San Pab l o , escri ­
b i endo a los Heb reos: «J esús, e n t rando e n e l m u n do , d ice
a su Eterno Padre: héme aquí q u e vengo; seg ú n está escri ­
to de m í a l pri n c i p i o del l i b ro , o escri t u ra sagrada, para
c u m p l i r, o h Dios, tu vo l untad» ( 3 ) ; y con fo rm e a l o q u e
É l m is m o d i c e después: «He descendido d e l cie l o , no para
h acer m i v o l u n tad, s i n o l a vo l u ntad de A q u é l q u e m e h a

2 . «Dil igentibus Deum omnia cooperantur i n bon u m ». Rom V I I I , 2 8 .


. •

3 . «Ideo ingrediens m u ndum dicit: Hostiam e t ob lat ionem no l u i sti; cor­


pus; autem aptasti m i h i . Tune dixi: Ecce venio; in capite libri scriptum est
de me: ut faciam, Deus. voluntatem tuam». Heb . X. 5 -7.
.

89
enviado» (4). Y jamás la hizo; antes por santa, deífica y
adorab le que fuese su voluntad, la abandonó y, en cierto
sentido, la anonadó, para segui r la de su Padre, diciéndo­
le incesantem ente y en todas las cosas, lo que le dijo la
víspera de su muerte, en el Huerto de los Olivos: «Padre,
no se haga mi voluntad sino la tuya» (5).
Si meditamos bien estas verdades, encontraremos una
gran faci li dad para sometemos en todas las cosas a la
adorab i l ísima voluntad de Dios. Porque, si consideramos
que Dios ordena y di spone todo lo que acontece en el
mundo; que todas las cosas las dispone para su gloria y
para n uestro mayor b ien , y que su di sposición es justísi ­
ma y amab i l ísima, no atribui remos nosotros las cosas que
pasan, ni a la suerte o al azar, ni a la mali cia del diab lo o
de los hombres, si no a la o rdenación de Dios que amare­
mos y ab razaremos con todo afecto, sabiendo, con toda
segu ridad, que siendo santísima y amabi lísima nada orde­
na o perm i te que no sea para nuestro mayor b ien y para
la mayor gloria de nuestro buen Dios, la que debemos
amar por encima de todas las cosas, puesto que no esta­
mos en este mundo sino para amar y procu rar la gloria de
Dios.
Y, si consideramos con la debida atención que Jesús,
nuestra cabeza, ha abandonado y como aniqui lado una
voluntad tan santa y divina como la suya, para seguir la
rigu rosísima y m u y severa vo l untad de su Padre, el cual
quiso que su Hijo sufriera cosas tan extrañas, y que mu­
ri era con muerte tan cruel y vergonzosa, y ello por sus
enem igos; lnos afligi remos por abandonar una voluntad
como la n uestra toda depravada y corrom pida por el pe-

4. «Descendi de coelo, non ut faciam voluntatem meam , sed voluntatem


ejus qui m isit me». Joan , V I , 3 8 .
5 . «Pater, non mea voluntas, sed tua fiat». Luc. X X I I , 42 .

90
cado, para hacer vivir y reinar, en su l ugar, a la santísima,
dulcísima y amabi lísima voluntad de Dios?
En esto consi ste la sum isión y obediencia cristiana, a
saber: en continuar la sum isión y obediencia perfectísima
que Jesucristo prestó, no sólo a las voluntades que su Pa­
dre por É l mismo le declaró, sino tamb ién a las que le
fueron manifestadas por su santa Madre, por San José,
por el ángel que le condujo a Egi pto, por los judíos, por
Herodes, po r Pi lato. Porque no sólo se sometió a su Pa­
dre, sino se suj etó a todas las cri aturas por la gloria de su
Padre y por nuestro amor.

CAPITULO IX

Práctica de la sumisión y obediencia cristiana

A fin de l levar a la práctica las verdades expuestas,


adorad en Jesús esta divina y adorab le sum isión que tan
perfectamente practicó. Destru i d con frecuencia a sus
pies todas vuestras voluntades, deseos e incli naciones,
protestando que no queréis otras que las suyas, y rogán­
dole que las haga rei nar perfectam en te en vosotros.
Vivid con una continua reso lución de morir y de su­
fri r toda clase de tormentos, antes que contraven i r al me­
nor de los mandam ientos de Dios; y, con una disposición
genera l de segui r estos consejos, conforme a la luz y a la
gracia que Dios os dará, según vuestra condición y las
normas de vuestro di recto r.
M i rad y honrad a las personas que tienen autoridad y
superiori dad sob re vosotros, como seres que ocu pan en la
tierra el l ugar de Jesucristo; y seguid su vo luntad como

91
voluntad de Jesucristo, siem pre que no sea manifiesta­
mente contraria a lo que Dios manda y prohíbe.
El príncipe de los apóstoles, San Pedro, va más al lá:
nos exhorta a someternos a toda humana cri atura, por
amor de Dios: «Estad sumisos a toda humana criatu ra: y
esto por respeto a Dios» ( l ) Y San Pab lo qui ere que nos
.

estimemos como superiores los unos de los otros: «Cada


uno por su humi ldad m i re como su periores a los ot ros»
(2). Según estas divi nas enseñanzas de estos dos grandes
apósto les, debemos m i rar y honrar a toda clase de perso­
nas como a su periores y estar dispuestos a renunciar a
nuestro propio juicio y voluntad, para someternos al jui­
cio y voluntad de los demás. Porque, en calidad de cris­
tianos, que deben vivi r con los sentimi entos y di sposi cio­
nes de Jesucristo, debemos profesa r con el mismo Jesu­
cristo, no hacer jamás nuestra propia vo luntad, sino obe ­
decer a toda vo luntad de Dios, en los diversos aconteci­
mientos que se presenten, debemos hacer la voluntad de
quienquiera que sea, m i rando a todos los hombres como
a superiores, sometiéndonos a su vo luntad en lo que nos
es posible y no es contrario a Dios ni a las ob ligaciones de
n uestro estado, prefiriendo, sin embargo, siem pre a aqué­
l los que tienen m ás autoridad y mayor derecho sob re no­
sotros.
Adorad, bendecid y amad en todas las cosas la vo lun­
tad de Dios, diciendo con el mismo espíritu, con el m is­
mo amor, sum isión y h u m i ldad con que Jesús lo decía:
«Sí, Padre mío, alabado seas por haber sido de tu agrado
que así fuese ( 3 ).
Viva Jesús, alabada sea la santísima voluntad de m i

1 . «Subject i estote omni humanae creaturae. propter Deum». 1 Pct . .


2- 1 3.
2 . «Su periores sibi invicem arbitrantes». Phi li pp, 2 - 3 .
3 . I t a , Pater. quoniam s i c fuit placitum ante te». M atth . . 1 1 . 2 6 .

92
Jesús, sea la mía destruida y aniqui lada por siempre ja
más, y que la suya se cumpla y reine eternamente, en la
tierra y en el cielo.

CAPITU LO X

La perfección de la sumisión y obediencia


cristiana

Jesucristo N uestro Señor no so lam ente ha hecho


siempre la voluntad de su Padre y se ha sometido en to­
das las cosas a É l, por su amor, sino que además, en esto
ha puesto todo su gozo, su felicidad y su paraíso: «Mi co­
m ida es, dice É l, hacer la voluntad del que me ha envia­
do» ( 1 ) , es deci r: nada estimo más deseab le ni más precio­
so que hacer la voluntad de mi Padre. Po rque, efectiva­
mente, en todas las cosas que É l hacía , h acíalas con infi­
nito agrado, porque esa era la voluntad de su Padre. Ci­
fraba su gozo y felicidad según el espíritu, en los sufri ­
m ientos que soportaba, porque eran del agrado de su Pa­
dre. Por esta razón , el Espíritu Santo, hab lando del día de
su pasión y de su m uerte, le l lama «el día de la alegría de
su corazón» (2). Igualm ente, en todas las cosas que veía
acontecer o deber acontecer en el mundo, encontraba paz
y sati sfacción de espíritu, porque no veía en todas el las
sino la voluntad amabi lísima de su Padre.
También nosotros, que como crist ianos debemos estar
revestidos de los sentim ientos y disposiciones de nuestra
l . «Meus cibus est, ut faciam voluntatem ej us qui misil me». Joan . . IV.
34.
2. « . . . i n die laeti tiae cordis ej us» . Cant . , 111. 1 1 .

93
cabeza, debemos, no so lamente som eternos a Dios en to­
das las cosas por amor de Dios, sino poner en ello todo
nuestro contento, nuestra felicidad y n uestro paraíso. En
esto consiste la suma perfección de la sum isión cristiana.
Esto es lo que todos los días pedimos a Dios: «Hágase tu
vo luntad así en la tierra como en el cielo» (3). Ahora
bien, en el cie lo los santos, hasta tal punto ponen su feli­
cidad y su paraíso en el cumplimiento de la voluntad de
Dios, que, muchos de el los, ven a sus padres y madres, a
sus hermanos y hermanas, a sus muj eres o hijos en el in­
fierno y se regocijan de los efectos que la j usticia de Dios
ob ra en el los, porque, siendo los Santos una cosa con
Dios, tienen con É l un solo sentim iento y una so la vo lun­
tad. Dios qui ere desplegar su j usticia sob re estos m isera­
b les que lo tienen bien merecido, y gózase infinitamente
en los efectos de su j usticia lo mismo que en los de su mi­
sericordia. Por esto los Santos ponen también en e l lo su
gozo y su contento. «A legrarse ha el j usto al ver la ven­
ganza; y lavará sus manos en la sangre de los pecadores»
(4). De semejante manera, debemos poner nosotros n ues­
tro gozo en los efectos de la divina voluntad, puesto que
hemos de procu rar que se cumpla la voluntad de Dios en
la tierra como se cumple en el cielo.
Dos razones nos ob ligan a el lo:
l . Siendo nosotros creados excl usivamente para glo­
rificar a Dios, esto es, si endo la gloria de Dios n uestro ú l ­
timo fi n , síguese q u e hemos d e poner n uestra felicidad en
la gloria de Dios, y consiguientemente, en todos los efec­
tos de su divina vo luntad, puesto que todos el los son para
su mayor gloria.
2. Habién donos declarado Jesucristo que quiere que

3 . «Fiat voluntas tua. sicul i n coelo in terra».


4. «Laeta bitur justus cum viderit vi ndictam ; manus suas lavabit in san­
guine peccatoris». Ps. L V I I , 1 1 .

94
seamos una misma cosa con É l y con su Padre, dedúcese
que no debemos tener con É l sino un m i smo espíritu y
sentim iento, como se ha dicho de los que están en e l cie­
lo, y , por consiguiente, que hemos de poner n uestro gozo,
n uestra felicidad y n uestro paraíso en aqu e l lo mismo en
que lo hacen consisti r los Santos, la Santísima V i rgen , el
Hijo de Dios y el Eterno Padre.
Ahora b ien , los Santos y la Santísima Virgen , en todo
encuentran su feli cidad y su paraíso; porque, viendo en
todas las cosas la voluntad de Dios, en todas el las ponen
su contento. El Hijo de Dios y el Padre celestia l , gózanse
infin itamente en todas sus ob ras, en todas sus voluntades
y perm isiones: «Com placerse ha el Señor en sus criatu­
ras». Y , tan cierto es que Dios se complace en los efec­
tos de su j ust icia, cuando ésta exige el castigo del pecador
obsti nado como en los efectos de su bondad cuando ob ra
en los bi enaventu rados, que leemos en el lib ro sagrado
del Deuteronomio estas palab ras: «Así como en otros
tiem pos se com plació el Señor en haceros bien, así se go­
zará en abati ros y arrastraros» (6). He ahí porqué debe­
mos también nosotros poner nuestra feli cidad en todas las
voluntades, perm isiones y ob ras de Dios, y, en térm inos
generales, en todas las cosas, excepto en el pecado que de­
bemos detestar y abo rrecer, adorando, no obstante, y ben­
diciendo la perm isión de Dios y la disposi ción de su j usti­
cia qu e p o r justo j u i cio, perm ite q u e , en castigo d e u n
,

pecado, caiga el pecador en otros nuevos pecados.


De este modo, su puesta la gracia de N. Señor, hemos
dado con e l medio de vivir siempre contentos y de tener
el paraíso en la ti erra. Ciertamente, seríamos nosotros
bien difíciles de contentar, si no nos contentáramos con
lo que contenta a Dios, a los ángeles y a los Santos, quie-

6 . « E t sicut ante laetatus est Dominus super vos, bene vobis faciens . . . , sic
laetabitur disperdens vos atque subvertens». X X V I I I 6 3 .
-

95
nes no tanto se regocijan por la grandísima gloria que po­
seen, como por el cumplimiento de la voluntad de Dios
en el los; es decir: porque Dios se com place en glorificar­
les. Y, a la verdad, no tendremos motivo de quejamos
por encontramos en el paraíso de la Madre de Dios, del
Hijo de Dios y del Padre Eterno.
Practi cándolo así, com enzaréis vuestro paraíso en este
m undo, gozaréis de una continua paz, realizaréis vuestras
ob ras, como N uestro Señor Jesucristo realizaba las suyas
cuando estaba en la tierra, con espíri tu de agrado y ale­
gría; que esto É l lo desea y pide a su Padre para nosotros
la víspera de su muerte, con estas palabras: «Que ten­
gan e l los en sí m ismos el gozo cumplido que tengo yo»
(7).

CAPITULO XI

De la caridad cristiana

No si n razón el Hijo de Dios, una vez que hubo dicho


en su santo Evangel io que el primero y mayor de los
mandam ientos de Dios es que le amemos con todo n ues­
tro corazón, con toda nuestra alma y con todas n uestras
fuerzas, nos declara a continuación que el segundo man­
dam i ento, que nos ob l iga a amar a nuest ro prój imo como
a nosotros mismos, es semejante al pri m ero ( 1 ) . Porque,
en efecto, el amor de Dios y del prój imo son inseparab les;

7 . U t habeant gaudium meum impletum in semetipsis». Joan, X V I I - 1 3.

96
no son dos amores . sino un sol o y ún ico amor: y hemos
de amar a nuestro prój i mo con el mismo amor con que
amamos a Dios, porq ue debemos a marle, no en él ni por
é l , si no en Di os y por Dios: o, por mej or dec ir, a Dios
mi smo es a q u ien debemos a mar en el prój i mo.
Así es como J esús nos ama: nos ama en su Padre y
por su Padre . o más bien, ama a su Padre en nosotros y
q u iere que nos amemos unos a otros , como É l nos ama.
«El precepto mío es: q ue os améis unos a otros , como yo
os he a mado a vosotros» (2 ).
En esto consiste la caridad cri stiana, en amarnos unos
a otros como Jesús nos ama. A manos É l tanto, que nos
entrega todos sus bienes, todos sus tesoros, a sí mismo; y
emplea todo su poder, todos los resortes de su sabid uría y
su bondad para hacernos b ien . Su caridad para con noso­
tros es tan excesiva q ue aguanta nuestros defectos largo
tiempo y con una dulz ura y paciencia grandísimas; que es
el pri mero en buscarnos . cuando le hemos ofendido; É l ,
q ue n o nos hace sino toda cl ase de bienes y q ue parece
preferir, en cierta manera, nuestras comodidades, gustos e
intereses a los suyos, suj etándose durante su vida mortal a
toda clase de incomodidades , miserias y tormentos para
l ibrarnos a nosotros de e l l os y hacernos fel ices. En una
palabra, nos ama tanto que emplea por nosotros toda
su vida , su cuerpo, su al ma y su humanidad , todo l o que
es , tiene y p uede; todo caridad y amor hacia nosotros , en
sus pensami entos, pal abras y acci ones.
He aq uí la regl a y el model o de la caridad cristiana.
V ed lo q ue reclama de nosotros, cuando nos manda

1 . «Dil iges Dom inum Deum tuum ex toto corde tuo. et in tota anima
t ua , et in tota mente tua. Hoc est maximun et pri m u m mandat u m . Secun­
dum autem si mile est huic: Dil iges proxi m un tuum sicut te ipsum). M atthe.
X X I I : 3 7-39 .
2 . «Hoc est praeceptum meu m , ut dil igatis in vicem. sicut dilexi vos» .
Joan . , X V . 1 2 .

97
amamos unos a otros, como É l nos ama. Debemos mú­
tuamente amarnos , haciendo l os unos por l os otros lo q ue
Jesucri sto h izo con nosotros, según el poder que de É l
mismo recibamos .

Y , a fi n de traeros y animaros más a esto, mirad a


vuestro prój i mo en Di os y a Dios en él ; es decir: miradle
como cosa sal ida del corazón y de l a bondad de Dios,
como una participación de Dios , como un ser q ue ha sido
creado para vol ver a Dios, para morar un día en el seno
m ismo de Dios , para gl ori ficar a Di os eternamente, y en
el que Dios será eternamente glori ficado, sea en su mise­
ricordia, sea en su j ustici a. M i radl e como cosa que Dios
ama, cualquiera que el l a sea; porq ue Dios ama todo lo
que creó, y nada aborrece de cuanto h izo; ún icamente
aborrece al pecado, que por É l no ha sido hecho. M irad
q ue vuestro prój i mo tiene el mismo origen q ue vosotros ,
q ue es hij o de un mi smo padre, cri ado para el mismo fi n ,
perteneciente al mi smo Señor, rescatado al mismo precio,
es decir, con l a sangre preciosa de Jesucri sto; que es
miembro de una misma cabeza que es Jesús, y de un mi s­
mo cuerpo que es la Iglesia de Jesús; que, como vosotros,
se a l i menta con el manjar de la carne y sangre preciosísi­
mas de J esús; y, con q u ien , por consiguiente no debéis te­
ner más q ue un mismo corazón . M iradl e también como
templ o de Dios vivo, como a quien l leva en sí la i magen
de la Santísi ma Tri nidad y el carácter de Jesucri sto, ver­
dadera porción de Jesús, hueso de sus huesos y carne de
su carne, por q ui en Jesús tanto trabaj ó y sufri ó, empleó
todo su tiempo y sacri ficó su sangre y su vida ; y, en fi n ,
como a q uien Jesús os recomienda q u e le tratéi s como si
fuese É l mismo, asegurándoos que «lo que hiciéseis con el
más peq ueño de l os suyos , es decir, de l os que creen en
É l , lo tendrá como hecho a É l mismo» (3 ). iAh, si pensá­
semos y meditásemos bien la i mportancia de estas verda-

98
des, qué caridad , q ué respeto, q ué reverencia n os tendría­
mos l os unos a l os otros! iQué temor tendríamos de l asti­
mar l a unión y caridad cri sti ana , con nuestros pensa­
mientos, pal abras o acciones! iCómo nos aguantaríamos
l os unos a l os otros! iCon qué caridad y paciencia excusa­
ríamos l os defectos del prój i mo! iCon q ué dulzura, mo­
destia y discreción nos trataríamos! iQué cuidado pon­
dríamos, como habla San Pablo, «en procurar dar gusto
al prój imo en lo que es bueno y puede edificarle»! (2 ).
iOh Jesús , Dios de amor y de caridad , impri mid estas di s­
posici ones y estas grandes verdades en nuestros corazo­
nes!

CAPITULO XII

Práctica de la caridad cristiana

Si queréis vivir del espíritu de la caridad cri stiana, que


n o es otro que una continuación y complemento de l a ca­
ridad de Jesús, es necesari o q ue os ej ercitéis con frecuen­
c ia en las práct icas sigui entes .
Adorad a Jesús, que es todo caridad ; bendecidle por
toda la gloria q ue ha dado a su Padre, con los conti nuos
ej ercicios de su cari dad . Pedidle perdón de todas las faltas
que, en todo tiempo habéis cometido contra la caridad ,
supl icándole q ue, en satisfacción de estas faltas, ofrezca

3 . «Amen dico vobis, q uand i u fecistis uni ex his fratribus meis minimis,
mihi fecistiS>>. Matt h . , XXV, 40.
4 . «Un usquisque vestrum proxi mo suo placeat in bonum ad aedi ficatio­
nem» . Rom . , X V . 3 .

99
É l por vosotros a su Padre su caridad. Entregaos a É l y
suplicadle que destruya en vosotros, pensami entos, pala­
bras, acciones, todo lo que sea contrario a la caridad y
que haga v ivi r y rei nar en vosotros su caridad.
Leed repetidas vece s y meditad estas plab ras de San
Pab lo: «La caridad es sufri da, es du lce y bien h echora: la
caridad no tiene envidia, no ob ra precipitada ni temera­
riam ente, no se ensoberbece; no es ambi ciosa, no busca
sus intereses, no se i rrita, no piensa mal, no se hue lga de
la injusticia, com plácese sí en la verdad; a todo se acomo­
da, cree todo el bien del prój i mo, todo lo espera y lo so­
po rta todo. La caridad nuca fenece» ( l ).
Adorad a Jesucristo, pronun ciando estas sagradas pa­
lab ras, entregáos a É l, suplicaándo le que os dé su santa
gracia para poder l levarlas a la práctica. En los servicios y
en todas las acciones que realicéis con el prój imo, sea po r
ob ligación, sea por caridad, e levad a Jesús vuest ro cora­
zón , diciéndo le de esta manera: «iOh Jesús, quiero reali­
zar esta obra, si es de vuestro agrado, en reverencia y
u n ión de la cari dad que Vos tenéis con esta persona, y
por Vos m ismo, a quien deseo ver y serv i r en e l la!».
Cuando necesitéis alimentar o dar algún descanso y
refrigerio a vuestro cue rpo, hacedlo con la m isma i nten -·
ción, m i rando vuestra salud, vuest ra vida y vuestro cuer­
po, no como cosa vuestra, si no como uno de los m iem ­
bros de Jesús, como cosa que pertenece a Jesús, segú n el
testimonio de la palab ra divi na.
Cuando saludéis u obsequ iéis a alguno, saludadle y
hon radle como a templo e imagen de Dios y m iembro de
Jesucristo.

1 . «Charilas pat iens esl. ben igna est : cha ri tas non aem u latur. non agil
perperam . nom inflatur. non est amit iosa. non quaeri t quae sua sunl. non
i rri tatur. non cogitat ma lum. non gaudel super iniquitate. congaudet a utem
veritati: omnia suffe rt. omnia credit, omnia sperat. omnia sustinet. Chari tas
nunquam excidit». 1 Cor .. X I I I . 4-8 .

1 00
En l os tratos y cumpl idos que se os presenten, no per­
mitais a vuestra l engua proferir pal abras de deferencia
que n o estén en vuestro corazón; porq ue existe esta d i fe­
rencia entre l as al mas santas y cri st ianas y las al mas m un­
danas: que unas y otras emplean las mismas fórmulas de
educación , la misma manera de hablar y que acost umbra
a usarse en relaci ones y visitas; aq uél l as lo hacen de cora­
zón y con esp írit u de verdad y caridad cri st ianas , mas és­
tas sol amente con la boca y con esp íritu de mentira y
vana complacencia.
No digo yo q ue sea necesario que os actúeis en estos
pensamientos e i ntenci ones cada vez q ue sal udáis a algu­
no, o q ue profi ráis alguna palabra de edi ficación o q ue
practiq uéi s alguna obra buena en favor del prój i mo a
cada paso, que aunque así fuera, cosa buen ísi ma haríais;
pero sí q ue, por l o menos , forméis en vuestro corazón
una i ntención general de hacer todas las cosas con el espí­
ritu de la caridad de Jesús, esforzándoos por renovar ante
Dios esta intención, siempre q ue É l os la s ugiera. C uando
sintáis alguna repugnancia, aversi ón o senti miento de en­
vidia para con el prój imo, procurad ren unciar a él con
toda energía, desde sus comienzos , y destruirlo a l os pies
de N uestro Señ or, supl icándole q ue os l l ene de su divina
caridad .
Si se os ha ofendido, o si habés vosotros ofendido a al­
guno, no esperéis q ue vengan a buscaros; acordaos de lo
q ue N uestro Señor ha dicho: «Si , al tiempo de presentar
t u ofrenda en el altar, a l l í te acuerdas que tu hermano tie­
ne alguna quej a contra ti , déj ate al l í mi smo tu ofrenda de­
lante de tu altar, y ve primero a reconcil iarte con tu her­
mano» (3). Para obedecer a estas pal abras del Salvador y
en su honra y al abanza, puesto que É l es el pri mero en
3. «Si ergo ofTers munus tuum ad altare, et ibi recordatus fueri s quia fra­
ter tuus habet aliq uid advers u m te: rel inque ibi m u n us tuum ante altare , et
vade prius reconcil iari fratri tuo». Matth . . V. 2 3 -2 4 .

101
buscarnos a nosotros, É l , que no nos hace sino toda cl ase
de favores y q ue no recibe de nosotros si no toda cl ase de
ofensas, id a buscar a q uien habéis ofendido o a q u ien os
ha ofendido, para reconcil iaros con é l , d ispuestos a ha­
blarle con toda dulzura , paz y humi ldad .
Si en vuestra presencia se sostienen conversaciones
con perj uicio del prój i mo, desviadlas , si podéis, con pru­
dencia y dulzura, haciéndol o de suerte q ue no déis con
ello ocasión a que se hable más; porque en este caso, val­
dría más cal l ar y contentarse con no man i festar atención
ni complacencia en l o que se dice .
Rogad a N uestro Señor que i mpri ma en vuestro cora­
zón una caridad y un tierno afecto, pri ncipal mente hacia
los pobres , vi udas , huérfanos y a c uantos os son extraños .
M iradles como seres q ue os son recomendados por el
mayor de vuestros amigos , que es Jesús , quien os l os reco­
mienda frecuente e i nsistentemente y como a sí mismo,
en sus santas Escrituras; y en vista de esto, habladles con
dulzura , tratadl es con caridad y prestadl es toda la asi sten­
cia q ue podáis.

CAPITULO XIII

Del celo por la salvación de las almas

Tened sobre todo una especialísima caridad para con


las al mas de todos los hombres, pero en particular de l os
que os pertenecen o dependen de vosotros, procurando su
sal vaci ón por todos l os med ios posibles . Porque San Pa­
blo nos decl ara q ue «q uien no mira por l os suyos, mayor­
mente si son de la familia, ese tal negado ha la fe, y es

1 02
peor que un infiel» ( l ). Acordaos que un alma ha costado
trabajos y sufrimientos de treinta y cuatro años (2), la
sangre y la vida de un Dios, y que la ob ra más grande,
más divina y agradab le a Jesús que podáis hacer en el
mundo es, trabajar con É l en la sa lvación de las almas
que le son tan queridas y preciosas. Daos, por tanto, a É l
para trabajar en e l lo, de cuantos modos se os pida. Juz­
gaos i ndign ísimos de emplearos en tan gran ob ra; pero,
cuando se os presente alguna ocasión de ayudar en su sal ­
vación a alguna pobre a l m a ( lo q u e o s ocu rri rá con fre ­
cuencia si prestái s atención y ponéis cuidado en e l lo), por
nada la dejéis pasar; pedid en primer lugar a Nuestro Se­
ñor su santa gracia, y empleaos en ello, según vuestra
condición y los m edios que É l os conceda, con cuanto
cuidado, diligencia e i nterés podáis, como si se tratase de
un asunto de mayores consecuencias que si os fuese en
e l lo todos los bi enes tem porales y hasta la vida corporal
de todos los hombres que ex isten en el mundo. Hacedlo
puram ente por amor de Jesús y a fin de que Dios sea
amado y glorificado eternamente en las almas, ten i endo a
mucha hon ra y como un especial favor el consum ir todo
vuestro tiempo, toda vuestra salud, vuestra vida, y sob re
todos los tesoros del m undo si los poseyéseis, para ayudar
en su salvación a una so la alma por la que Jesucristo dio
su sangre y em pleó y agotó todo su tiem po, su vi da y sus
fuerzas.
iüh Jesús, celador de las almas y amador de la salva­
ción de los hombres, im primid en los corazones de todos
los cristianos los sentim ientos y disposiciones de vuestro
celo y ardentísima caridad por las almas.

1 . Si quis autem suorum, et maxime domesticoru m , curam non habet, fi­


nem negavit et est infide l i deterior>>. 1 Tim. , V , 8.
2 . Véase la nota de la página 24.

1 03
CAPITULO XI V

De la verdadera devoción cristiana

Consiguientemente a lo q ue hasta aq uí venimos di­


ciendo acerca de las virtudes cri stianas, es fácil conocer
qué es y en qué consiste la verdadera devoción . Porq ue,
asentado repet idas veces que todas las virtudes cri stianas
no son otras q ue las virtudes de Jesucristo por É l pract i­
cadas mientras est uvo en la t ierra, cuyo ejercici o nosotros
debemos conti nuar, necesariamente se deduce q ue la ver­
dadera devoción cri stiana no es otra que la devoción san­
ta y di vina de Jesucristo q ue debemos conti nuar y com­
pl etar en nosotros .
Ahora bien , J esucri sto N uestro Señ or puso su devo­
ción en cump l ir con toda perfección la vol untad de su
Padre , y en ci frar en eso sus complacenci as. Púsola en
servir a su Padre y a los hombres por amor de su Padre,
habiendo q uerido tomar l a forma y condición baja y
abyecta de siervo, para con este abati miento, rendir más
honor y homenaje a la grandeza suprema de su Padre . Ci­
fró su devoción en amar y gl ori ficar a su Padre en el
mundo; en real izar todas sus acci ones pura mente por la
gloria y amor de su Padre, haciéndolas con disposiciones
santísi mas, purísimas y del todo divinas, es deci r: con
profundísi ma hum ildad , con una caridad ardentísima
para con l os hombres, con un desprendi miento perfect ísi­
mo de sí mismo y de todas las cosas. con una unión in­
q uebrantable con su Padre . con exact ísi ma sumi sión al
querer de su Padre, con gozo y al egría. En fin, h izo É l
consisti r su devoción en i n molarse y sacri ficarse por com-

1 04
pl eto a la gloria de su Padre , habiendo q uerido tomar el
estado de vícti ma y de hostia y pasar en esta condición
por toda cl ase de desprecios, hum i l l aci ones, pri vaci ones,
morti ficaci ones interi ores y exteri ores , y , final mente, por
una cruel y vergonzosa muerte , por l a gloria de su Padre .
H izo Jesús desde el momento de su Encarnación tres
como profesiones sol emnes y votos que l os cumplió a la
perfección en su vida y en su muerte.
l. Hizo profesión de obedi enci a a su Padre , es decir:
profesión de no hacer nunca su vol untad si no de obedecer
siempre con toda perfección a la vol untad de su Padre , y ,
como antes se dij o , de poner en e l l o todo su gozo y fel ici­
dad .
2 . H izo profesión de esclavit ud . Es l a c ual idad y
cond ici ón q ue su Padre le ha dado hablando por un pro­
feta: «Siervo mío eres tú, oh I srael ( 1 ) en ti seré yo glori­
,

ficado» (2 ). Es la cual idad q ue É l mismo toma: «tomando


la forma o naturaleza de siervo (3 ), anonadándose hasta el
estado o forma de una vida de humi ldad y de esclavitud a
sus criaturas , hasta el oprob io y supl icio cruel y servil de
l a cruz , por nuestro amor y por la gl oria de su Padre.
3 . Hizo profesión de ser hosti a y víct ima , total mente
consagrada e in molada a la gloria de su Padre, desde el
primer momento de su vida hasta el últi mo.
He aq uí en q ué consi ste fa devoción de Jesús . Por eso,
ya que la devoci ón cristiana no es otra que la devoción de
Jesucri sto, debemos hacer consi st ir nuestra devoci ón en
esas mi smas cosas. A este efecto, debemos tener con Jesús

1 . Se da aq uí a Cristo el nombre de «Israel>>, porq ue mereció este nom­


bre que sign i fica «fuerte contra Dios» , pues venció y desarmó con su pasión
y muerte en cruz, la j usta i ra de Dios, hac iéndole propicio a los hombres .
Torres Ama t . Edición «La Ed itorial V izcaína». 1 92 7 .
2 . «Servus meus es t u , Israe l , quia i n t e gloriabom. I s . , X L I X , 3 .
3 . «Formam servi accipiens». Phi l . , 2 - 7 .

1 05
un en lace y unión muy ínti mo y estrecho y una adhesión
y aplicación muy perfectas, en toda n uestra vida, en todos
nuestros ejercicios y en todas n uestras acciones.
Ese es el voto solem ne y la profesión púb lica primera
y pri ncipal que nosotros hacemos en el bautismo a la faz
de toda la Iglesia. Porque entonces -hab lando según San
Agustín, Santo Tomás en su Suma y el Catecismo del
Conci lio de Trento-, entonces hacemos voto y profesión
so lemne de renunciar a Satanás y a sus ob ras, y de adhe­
ri rnos a Jesucristo como los m iembros con su cabeza, de
entregamos y consagrarnos enteramente a É l y de morar
en É l. Y , hacer profesión de adherirnos a Jesucristo y de
morar en É l, es profesar su devoción , sus disposiciones,
su espíritu y su di rección , su vida, sus cualidades y vi rtu­
des, y todo lo que É l h i zo y sufrió.
Por eso, haciendo voto y profesión de adheri rnos a
Jesucristo y de morar en É l, que es el mayor de todos los
votos, dice San Agustín (4), hacemos tres grandes profe­
siones, muy santas y divi nas y que debemos meditarlas
con frecuencia.
1 . Hacemos profesión con Jesucristo de no hacer ja­
más n uestra propia voluntad; sino de someternos en todo
a la voluntad de Dios, y de obedecer a toda clase de per­
sonas, en lo que no es contrario a Dios, poni endo en esto
nuestra alegría y nuestro paraíso.
2 . Hacemos profesión de esclavitu d a Dios y a su
Hijo Jesucristo, y a todos los m iembros de Jesucristo, se­
gún estas palabras de San Pab lo: «haciéndonos siervos
vuestros por amor de Jesús» ( 5 ) . Como corolario de esta
profesión , los cristianos todos lo m i smo que los esclavos,
nada poseen para e l los m ismos; no tienen derecho a ha­
cer uso alguno, ni de el los m i smos, ni de los m iembros y

4. «Votum max i m u m nostrum». Epist. ad Pau l i nu m , n. 1 6 .


5. «Nos servos vestros per Jesum». 2 Cor. , I V , 5.

1 06
sentidos de sus cuerpos, ni de las potencias de sus almas,
n i de su vida, ni de su tiempo, n i de los b ienes tem porales
que poseen, si no es por Jesucristo y por los m iembros de
Jesucristo, que son todos los que creen en É l .
3 . Hacemos profesión d e ser hostias y vícti mas con ­
tinuamente sacrificadas a la gloria de Dios, «víctimas es­
pirituales, que dice el príncipe de los Apósto les, agrada­
b l es a Dios por Jesucristo». «Os ruego encarecidamente,
dice San Pab lo, por la m isericordia de Dios, que le ofrez­
cáis vuestros cuerpos como una hostia o víctima vivas,
santa y agradab le a sus ojos» (6). Y lo que aquí se dice de
nuestros cuerpos, lo mismo debe deci rse de nuestras al­
m as. Por esta razón estamos ob ligados a glorificar y a
amar a Dios, con todas las facu ltades de n uestros cuerpos
y de n uestras almas, a hacer cuanto podamos para que É l
sea amado y glorificado, a no b u scar en todas nuestras ac­
ciones y en todas las cosas sino puramente su gloria y su
amor, a vivi r de suerte que n uestra vida sea un continuo
sacrificio de alabanza y de amor a É l, a estar dispuestos a
ser inmolados, consumidos y aniqui lados por su divina
gloria.
En una palabra, «el cristian ismo, dice San Gregorio
N iseno, es una profesión de la vida de Jesucristo» (7). Y
San Bernardo nos asegu ra que «Jesús jamás coloca en el
rango de profesos de su rel igión a los que no viven de su
v i da» ( 8 ) . He aqu í po rqué en el santo bautismo hacemos
profesión de Jesucristo, es deci r: profesión de la vida de
Jesucristo, de la devoción de Jesucri sto, de sus disposicio­
nes e intenciones, de sus vi rtudes, de su perfecto despren ­
dim iento de todas las cosas. Hacemos profesión de creer

6. «Übsecro vos, fratres, per miseri cordiam Dei , ut exhibeatis corpora


vestra hostiam viventem , sanctam , Deo placentem». Rom . , X 1 1, 1 .
7 . «Ch ristianismus est professio vitae C h ri sti».
8. «Non inter suos deputat professores, quos vitae suae cernit deserto­
res».

1 07
fi rmemente todo lo que por É l mismo y por su Iglesia nos
enseña, de mori r antes que apartamos una ti lde del mun­
do de estas nuestras creencias. Hacemos profesión de de­
clarar, con É l , guerra mortal al pecado, de vivir, con espí­
ritu de continua oración como É l vivió, de l levar con É l
su cruz y su mortifi cación en n uestros cuerpos y en nues­
tras almas, de continuar el ejercicio de su humi ldad, de su
confianza en Dios, de su sum isión y obedi encia, de su ca­
ridad, de su celo por la gloria de su Padre y la sa lvación
de las almas, y de todas las demás virtudes. Hacemos, en
fin , profesión de no vivi r en la tierra y en el cielo sino
para ser de Jesús, y para amarle y honrarle en todos los
estados y m isterios de su vida, y en todo lo que É l es, en
É l mismo, y fuera de sí m i smo� y de estar siem pre dis­
puestos a sufrir toda clase de supli cios, y a morir m i l
muertes y a ser aniqui lados m i l veces, s i fuera posible,
por su amor y por su gloria.
He aquí el voto y la profesión que todos los crist ianos
hacen en el bauti smo. He aquí en qué consiste la verdade­
ra devoción cristiana� y toda otra devoción (si cabe decir
otra), no es más que engaño y perdi ción.

CAPITULO XV

Práctica de la devoción cristiana

Para penetrar más en esta sagrada devoción , adorad a


Jesús en su perfectísima devoción , y en la profesión que
h i zo a su Padre desde el momento de su encamación , y
que observó a la perfección en toda su vida. Bendecidle
por la gloria , que, por este medio, É l dio a su Padre. Pe-
didle perdón por las faltas q ue habéis cometido contra el
voto y l a profesi ón q ue hicisteis en el bautismo, rogándo­
le que l as repare É l por su grand ísima mi sericordia. Pen ­
sad delante de Dios las obligaci ones q ue van un idas a este
voto y profesión . Renovad con frec uencia el deseo de
cumpl irlas , pedid a Jesús q ue para e l l o os conceda su
gracia y que consol ide en vosotros esta sant ísi ma devo­
ción. Poned vuestra devoción en lo que Jesús puso la
suya: en la práct ica de las susodic has cosas; y en todo
cuanto hagáis y su fráis , tened cuidado de uniros a la de­
voción de Jesús, de esta manera:
iOh Jesús, yo me entrego a Vos para real izar esta ac­
ción o para sobrel levar esta afl icción, en unión de la per­
fectísima devoción con q ue practicastei s todas vuestras
obras y sufri stei s todas vuestras afl icci ones!
Haciéndolo así , viviréis con verdadera y perfecta de­
voción, por medio de la c ual formaré is a Jesús en voso­
tros , según el deseo de su Apóstol : «Hasta formar entera­
mente a Cri sto en vosotros» ( 1 ); y seréis transformados en
Jesús , según la pal abra de este mismo Apóstol : «somos
transformados en la mi sma imagen de Jesucri sto» (2 ); es
decir: haréis vi vir y reinar a Jesús en vosotros , no seréis
sino una cosa con Jesús, y Jesús será todo en vosotros, se­
gún esta divina palabra: «consumad os en la un idad ; todo
de Dios en todas las cosas» (3 ); l o c ual es el bl anco y el
fin a que t ienden la vida, piedad y devoción crist ianas .
De aq uí q ue sea necesari o, como l o haremos en l os ca­
pítulos sigui entes , haceros ver cuán i mportante es esta
gran obra de la formación de Jesús en nuestras al mas y l o
q ue hay q ue hacer para consegu irlo.

1. «Donec formentur Christus in vobis». l. Gal . , I V , 1 9 .


2. «In ea mdem i maginem transformam ur». 2 Car. , l l I , 1 8 .
3. «Consummati i n unum, et omnia in omnibus» . Joan , X V I I , 2 3 y 1
Cor., XV, 28.

1 09
CAPITULO XVI

De la formación de Jesús en nosotros

El m isterio de los misterios y la ob ra de las ob ras es la


formación de Jesús en nosotros, según nos lo hace notar
San Pab lo por estas palab ras: «Hijitos m íos, por quienes
segunda vez padezco dolores de parto hasta fo rmar ente­
ramente a Cristo en vosotros» ( 1 ) . Este es el mayor de los
misterios y la más grande de las obras que se h acen en el
cielo y en la tierra, por personas las más excelentes de la
tierra y del ci elo, como son el Padre Eterno, el Hijo y el
Espíritu Santo, la Santísima Vi rgen y la Santa Iglesia. Es
la acción más grande que el Padre Eterno hace en toda la
eternidad, durante la cual está continuamente ocupado
en engendrar a su Hijo en sí m i smo. Y fuera de sí, n unca
realiza nada más adm irab le que cuando le form a en el
seno purísimo de la V i rgen , en el momento de la Encar­
nación .
Es la obra más excelente que el Hijo de Dios ob ró en
la tierra, formándose a sí m i smo en su santa M adre y en
su Eucaristía.
Es la operación más nob le del Espíritu Santo que le
formó en las sacratísimas entrañas de la Virgen , la cual
tam poco hizo nunca nada ni hará jamás más digno que
cooperar a esta maravi l losa y divina fo rmación de Jesús
en ella.
Es la ob ra más santa y grande de la santa Iglesi a, la
cual no tiene actuación y m isión más soberanas que
cuando, de cierta y adm irabilísima manera, le produce,
por medio de sus sacerdotes en la divina Eucaristía, y

1 . «Filio li. quos iterum part u rio, donec fonnetur C h ri stus in vobis».
Gal . , IV, 1 9 .

1 10
cuando le fo rma en los corazones de sus hijos; no tenien­
do más fi n la Iglesia en todas sus funciones que fo rmar a
Jesús en las almas de todos los cristianos.
Este también debe ser nuestro deseo. nuestro cuidado
y nuestra principal ocupación : fo rmar a Jesús en noso­
tros, es deci r: hacerle v ivi r y reinar en nosotros, hacer que
en nosotros viva y reine su espíritu, su devoción , sus vir­
tudes, sus sentimientos, sus i ncli naciones y di sposiciones.
A este fin han de tender todos nuestros ejercicios de pie­
dad. Esta es la obra que Dios pone en n uestras manos,
para que incesantemente trabajemos en e l la.
Dos razones muy poderosas deben animamos a traba­
jar con toda energía en la realización de esta ob ra:
1 . A fin de que se realice cumplidamente el ideal y
el deseo grandísi mo que el Padre Eterno tiene de ver vivir
y rei nar a su Hijo en nosotros. Porque, desde que su h ijo
se anonadó por su gloria y por nuestro amor, quiere que,
en recom pensa de su anonadamiento se asegure y reine
en todas las cosas. Ama É l tanto a su amabi lísimo Hijo,
que no quiere ver sino a É l , n i tener otro objeto de su m i ­
rada, d e su comp lacencia y d e su amor e n todas las cosas.
Por esto quiere que sea su Hijo, el todo en todas las cosas.
2. A fin de que Jesús, form ado y asegu rado en noso­
tros, ame y glorifique dignamente en nosotros a su Padre
Eterno y a sí m ismo, confo rme a estas palabras de San
Pedro: «A fin de que en todo cuanto hagái s sea glorifi ca­
do Dios por Jesucristo» ( 1 ). É l sólo es capaz de amar y
glorificar dignamente a su Padre Eterno y a sí mismo.
Estas dos razones deben encender en nosotros un ar­
dentísimo deseo de fo rmar y estab lecer en nosotros a Je­
sucri sto y de buscar cuantos medios puedan servi mos a
este fin, algunos de los cuales os voy a proponer.

l . «Ut in omnibus honori ficetur Deus. per Jesum C h ristum». 1 Pet. , I V ,


1 1.

111
CAPITU LO XVII

Lo que hay que hacer para formar a Jesús


en nosotros

Para fo rmar a Jesús en nosotros tenemos que hacer


cuatro cosas:
1 . Debemos ejercitarnos en m i rarle en todas las co­
sas y en no tener otro fin que É l y todos sus estados, m is­
terios, vi rtudes y acciones, en todos nuest ros eje rcicios de
devoción y en todas nuestras acciones. Po rque É l es todo
en todas las cosas: es el ser de las cosas que son, la vida de
las cosas que viven , la belleza de las cosas bel las, el poder
de los poderosos, la sabiduría de los sab ios, la v i rtud de
los virtuosos, la santidad de los santos. Y nosot ros no rea­
lizamos la más mínima acción que no la haya hecho É l
antes, m ientras estaba en la tierra ; acción de Jesús que de­
bemos tener siem pre presente para m i rarla e i m itarla,
cuando hacemos la nuestra. Por este medio l lenaremos
nuestro entendimiento de Jesús y le fo rmaremos y afian­
zaremos en nuestro espíritu, pensando frecuentemente en
É l y m i rándo le en todas las cosas.
2. Debemos formar a Jesús, no solamente en nuestro
espíritu pensando en É l y m i rándole en todas las cosas,
sino tamb ién en n uestro corazón, por medio del ejerci cio
frecuente de su divino amor. Para esto debemos acostum­
b rarnos a elevar muchas veces nuestro corazón a É l por
amor, y a hacer todas n uestras acciones puramente por su
amor, consagrándo le todos los afectos de nuestro co ra­
zón .
3 . H a y q u e fo rm ar a Jesús e n nosotros, mediante un
entero anonadamiento de nosotros mismos y de todas l as
cosas en nosotros. Po rque, si deseamos que Jesús viva y
reine perfectamente en nosotros, es preciso dest ru i r y dar

1 12
m ue rte a todas las criatu ras en n uest ro espíritu y en n ues­
t ro co razón , y n o m i rarlas n i a m arlas ya m ás en e l las m is­
m as, sino en Jesús y a Jesús en e l las. Es p reciso que nos
asegu remos en esta i dea: que e l m u ndo y todo cuanto hay
en e l m u ndo ha sido dest ru i do para nosotros, que en e l
m u ndo para nosot ro s n o h a y m á s q u e Jesús, q u e n o tene­
mos q u e con tentar m ás q u e a É l , ni m i ra r y amar más
que a Él .
Es preciso además t rabaj a r para dest ru i rnos a nosotros
m i smos, es deci r: n u estro p ro p i o j u i c i o , n uest ra p ropia
v o l u n tad, n uest ro a m o r p ro p i o , nuest ro o rgu l lo y va n i ­
dad, todas n uest ras i nc l i n a c i o n es y h áb i tos perv e rsos, to­
dos los deseos e i n st i ntos de n u estra n at u ra leza deprava­
da, y todo Jo q u e h a y de n osot ros m i smos . Porq u e de no­
sot ros m i smos, n o h a b i endo en n osotros nada q u e no est é
depravado y corro m p i do por el pecado, y q u e n o sea , po r
consigu i ente, con t rario a Jesucristo, y o puesto a su g l o ria
y a su a m o r, es p reciso que todo esto sea dest ru i do y an i ­
q u i lado, a fi n d e q u e Jesu c ri sto v i v a y rei n e en nosot ros
con toda perfección .
A q u í tenemos e l fu n da m ento p ri n c i p a l , e l primer
p ri n c i p i o y e l p ri m e r paso de la v i da c rist iana. Es l o q u e
s e l la m a , en e l lenguaje de la palab ra d i v i na y en l o s l i ­
b ros d e Jos Santos Padres, perderse a s í m i sm o , m o ri r a
u n o m i s mo , perecer a sí m is m o , ren u n c i a r a sí m is m o . Es
u n o de los p ri nci pales c u i dados que debemos tener, uno
de los p r i n c i pales eje rci cios en que debemos eje rcitarnos,
por l a p rácti ca de l a abn egac ión , de Ja h u m i l l ación , de l a
m o rti fi cación i n te ri o r y exteri o r, y u n o de l o s m edios más
poderosos de que debemos serv i mos para fo rm a r y asegu ­
rar a Jesús en nosotros.

4. Pero , como q u i era q u e esta gran ob ra de la fo rma­


c i ón de J e s ú s en n osot ros ex cede i n com parab lemente a
todas n uestras fu e rzas, e l cua rto y p ri n c i pa l medio ha de

1 13
ser recurri r al poder de la divina gracia y a las oraciones
de la Santísima V i rgen y de los Santos.
Así pues, roguemos frecuentemente a la Santísima
V i rgen , a todos los ángeles y santos, que con sus súplicas
nos ayuden. Encomendémonos al poder del Padre Eter­
no, y al amor y celo ardentísimo que tiene por su Hijo,
suplicándole que nos destru ya por com pleto para hacer
vivir y rei nar a su Hijo en nosotros.
Ofrezcámonos también al Espíritu Santo con la m is­
ma intención , y hagámosle la m i sma sú plica.
Anonadémonos con frecuencia a los pies de Jesús, con
todo lo que hay de nosotros, y supliquémosle por aqu e l
ardentísimo a m o r con q u e a sí m ismo s e anonadó que
emplee su divino poder para anonadarnos y asentar É l su
realeza en nosotros, diciéndole a este fin:
«!Oh buen Jesús, os adoro en vuestro divino anonada­
m iento, recal cado en estas palabras de vuestro Apóstol :
..s e anonadó a s í m i smo tom ando l a forma d e si ervo" ( l ) .
Adoro ese amor grandísimo a vuestro Padre y a nosotros
que tanto os ha anonadado. Me entrego y abandono por
com pleto al poder de este divino amor, a fin de que total ­
mente m e anonade ! i O h poderosísimo y buenísimo Jesús,
desplegad todo vuestro poder e infinita bondad para ano­
nadarme, y, para que, entronizado Vos en mí, reduzca a
la nada, a m i amor propio, a m i propia voluntad, a m i
propio espíritu, a m i orgu llo y a todas m is pasiones, sen­
tim ientos e incli naciones, a fin de a fi rmar y hacer reinar
en su l ugar, a vuestro santo amor, vuestra sagrada vo­
l untad, vuestro divino espíritu , vuestra profundísima hu­
m i l dad, y todas vuestras v i rtudes, sentimi entos e i nclina­
ciones.
«Destruid y anonadad también en mí a todas las cria­
tu ras y a mí mismo con el las; ponéos en mi lugar y en el

l . «Exinanivit semeti psu m , fonnam servi accipiens». 1 Phi l . 2 - 7 .

1 14
de el las, a fin de que estab lecido y asegu rado Vos en todas
las cosas, no se vea ya, ni se est ime, ni se desee, ni se bus­
que, ni se ame otra cosa sino a Vos, no se hab le más que
de Vos, no se haga nada sino por Vos; y seáis Vos, por
este medio, quien lo es y lo hace todo en todos y quien
ame y glorifique a vuestro Padre y a Vos mismo en noso­
tros y por nosotros, con un amor y una gloria digna de É l
y de Vos».

CAPITULO XVIII

Del buen uso que hay que hacer


de las consolaciones espirituales

Así como la vida que el Hijo de Dios l levó sob re la


tierra está dividida en dos estados diferentes, a saber: esta­
do de conso lación y de gozo, y estado de aflicción y de
sufrimiento; gozando en la parte superior de su alma de
toda clase de deli cias y divinos contentam ientos, y su ­
friendo en la parte inferior y en su cuerpo toda clase de
amargu ras y de torm entos; del m ismo modo. la vida de
sus siervos y de sus m ieb ros, siendo, como hemos dicho,
una continuación e im itación de la suya, está siem pre
mezclada de gozo y de t ri steza, de conso laciones y aflic­
ciones. Y, como el Hijo de Dios hizo un uso todo divino
de estos dos estados diferentes, e igualmente glorificó a su
Padre en uno y en otro, así nosotros debemos esforzamos
por hacer un santo uso de uno y otro estado, y dar en
el los a Dios toda la gloria que pide de nosotros, a fin de
que podamos deci r con el santo Rey David: «Alabaré al

1 15
Señor en todo tiempo: no cesarán m is labios de pron un­
ciar sus alabanzas» ( 1 ) .
Por eso, ponemos aquí nosotros el uso que hay que
hacer de conso laciones y desolaciones, para ser fiel a Dios
y glorificarle en tiem po de gozo y en tiem po de tristeza.
En cuanto a lo primero, todos los que tratan de esta
materia nos enseñan que no hemos de hacer gran hi nca­
pié en las conso laciones, cualesquiera que el las sean, i nte­
riores o exteriores, ni desea rlas y ped irlas, cuando no las
tenemos; ni temer perderlas, cuando las tenemos; ni pen ­
sa r que son más a propósito que las deso laciones para po­
der tener hermosos pensami entos, grandes luces, muchos
sentim ientos y afectos sensib les de devoción , o ternuras,
lágrimas o cosas semejantes; porque no estamos en este
mundo para gozar. si no para sufri r, quedando reservado
para el cielo el estado de gozo y para la tierra el de sufri ­
m iento, como homenaje a los sufrim ientos que aquí so­
portó el Dios de cielos y tierra .
Pero no obstante, cuando a Dios le place enviarnos
conso laciones, no hay que rechazarlas ni despreciarlas.
por temor al orgu l lo o a la presunción ; sino, vengan de
donde vengan, de Dios, de la naturaleza, o de otras par­
tes, hemos de poner sumo cuidado en aprovecharnos bien
de ellas, haciendo que las cosas, de cualquier parte
que ellas vengan , sirvan todas a Dios, de la siguiente ma­
nera:
l . Es preciso que nos h u m i l lemos m ucho delante de
Dios, reconociéndonos i ndignísimos de toda gracia y con­
solación y pensando que nos trata como a seres débi les e
im perfectos, como a hijos pequeños que no pu eden toda­
vía comer manjares só lidos, ni sostenerse po r su propio
pie, a qu ienes por el contrario, hay que alimentarles con

1 . «Benedictam Dominum in omni tem pore; semper laus ejus in ore


meo». Ps. X X X I I I - 2 .

1 16
leche y l levarles en los brazos: de otro modo caerían por
tierra y mori rían.
2. No hay que perm itir a nuestro amor propio a l i ­
mentarse con estos gustos y sentimi entos espirituales, ni a
n uestro espíritu em paparse y reposar en e l los, sin rem itir­
los a su manantial, a aquél que nos los ha dado, es deci r:
sin referirlo a Dios que es el principio de toda conso lida­
ción y el solo digno de todo gozo y sati sfacción ; protes­
tándo le que no queremos ot ro contentam iento que el
suyo, y que mediante su gracia estamos di spuestos a ser­
vi rle eternamente por el amor de sí m ismo, sin buscar ni
pretender recom pensa ni conso lación alguna.
3 . Hay que poner e n las manos de N . S . Jesucristo
todos los buenos pensamientos, sentimi entos y consola­
ciones que se nos ofrezcan y pedirle que haga É l de el los
por nosotros todo el uso que qui ere que hagamos noso­
tros por su gloria; por lo demás, hacerles se rvir a Dios,
animándonos a amar más ardientem ente y a servir con
más án imo y fidelidad a l que nos trata tan du lce y amoro­
samente, después de haber merecido tantas veces ser des­
pojados por com pleto de todas sus gracias, y ser total­
mente abandonados de É l.

CAPITULO XIX

Del santo uso que hay que hacer de la


sequedades y aflicciones espirtuales

Habi endo estado toda la vida N. S. Jesucristo, que es


nuestro Padre y nuestra Cabeza, repleta de trabajos,
amargu ras y sufrim ientos, tanto interiores como exterio­
res, no es razonab le que sus h ijos y sus m iemb ros anden

1 17
por otro camino del que Jesús anduvo. Hácenos É l una
gran gracia y no tenemos motivo de quejarnos, cuando
nos da, lo que para sí m ismo É l tomó, y nos hace dignos
de beber con É l en el cáliz que su Padre le dio con tanto
amor, poni éndonoslo delante con el m ismo amor con que
su Padre a É l se lo puso.
En este punto es donde É l nos atestiguará más su
amor y donde nos da las más seguras señales de que nues­
tros pequeños servicios le son agradab les. lNo oís, ade­
más, a su apóstol que clama que: «todos los que quieren
vivi r vi rtuosamente según Jesucristo, han de padecer per­
secución»? ( 1 ) ; y al ángel Rafael que dice al santo Tobías:
«Por lo m ismo que eras acepto a Dios fue necesa rio (ad­
vertid b ien esta palabra) que la tentación , o aflicción , te
probase» (2); y al Espíritu Santo que nos hab la de esta
manera por el Eclesiástico: «Hijo, entrando en el servicio
de Dios, persevera firme en la justicia y en el temor, y
prepara tu alma para la tentación .
Hum i l la tu corazón, y ten paciencia: inclina tus oídos
y recibe los consejos prudentes, y no agites tu espíritu en
tiem po de la oscu ridad, o tribu lación. Aguarda con pa­
ci encia lo que esperas de Dios.
Estréchate con Dios, y ten paciencia, a fin de que en
adelante sea más próspera tu vida. Acepta gustoso todo
cuanto te enviare, y en medio de los dolores sufre con
constancia, y l leva con paci encia tu abatimi ento: Pues al
modo que en el fuego se prueban el oro y la plata, así los
hombres aceptos a Dios se prueban en la fragua de la tri­
bu lación>> (3).

1 . «Ümnes q u i p i e volunt vivere in Ch risto Jesu , persecutionem patien­


tur» (2 Tim. I II - 1 2 ) .
2 . «Quia acceptus eras Deo, necesse fu i t ut tentatio probaret te». Tob.
X I I, 1 3 .
3 . «Fi l i , accedens ad servitutem Dei , sta in j ustitia, et timore, et praepara
animam tuam ad tentationem. Deprime cor tuum et sustine: inclina aurem

1 18
Palab ras todo divi nas, que nos enseñan que la verda­
dera piedad y devoción van siem pre acom pañadas de al­
guna prueba o aflicción , bien por parte del m undo o del
diab lo, b ien por parte del m i smo Dios, quien parece a ve­
ces reti rarse de las almas a quienes ama, para probar y
ejercitar su fidelidad.
Por lo tanto, no os engañéi s, pensando que no hay
más que rosas y delicias en los cam inos de Dios. Encon­
traréi s en el los m uchas espinas y trabajos, mas, ocurra lo
que ocurra, amad siem pre a N. Señor con fidelidad, y su
amor trocará la hiel en m ie l , y la amargu ra en dulzura.
Haced más: tom ad la reso lución de h acer cons isti r vues­
tro paraíso y felicidad, m ientras estais en esta vi da, en m
cruz y en las penas, como en cosa con la que podéis glori ­
ficar más a Dios y com probarle vuestro amor, y e n l a que
vuestro padre, vuest ro Esposo, y vuestra Cabeza, que es
Jesús, puso su gozo y su paraíso m ientras estuvo en e l
m u ndo, pues el Espíri tu Santo l lama al día d e s u pasión
«el día de la alegría de su corazón» (4).
He aqu í el uso que debéi s hacer de toda clase de aflic­
ciones, corporales y espi rituales. No es, sin embargo, m i
plan , hab laros aquí de las aflicciones corporales y exterio­
res. Sólo he de poroponeros aquí el uso que debéi s hacer
de las aflicciones interiores y espirituales, como son se­
quedades, tristezas, tedios, temores y turbaciones interio­
res, hastío de las cosas de Dios y demás penas de espíri­
tu que suelen sob reven i r a las almas que si rven a Dios.
Porque es sumamente i m portante saber hacer el debi-

tuam, e t suspice verba i ntel lectus: e t n e festines in tem pore obductiones. Sus­
tine sustentationes Dei; conjungere Deo, et susti ne. ut crescat in novissimo
vita tua, Omne quod tibi applicitum fuerit. accope: et in do lore susti ne, et in
h i m i l i tate tua patientiam habe. Quoniam in igne probatur auru m et argen­
tum homi nes vero receptibi les in cam i no hum i liationi s». Ecc l i . 2. 1 -6 .
4. « I n d i e laeti tiae cord is ej us». Cant. 1 1 1 1 1 .

1 19
do uso de todas estas cosas y se r fiel a Dios en este estado.
Ved, a este fin, la conducta que debéis observar:
l . Adorad a Jesús en los sufrim ientos, privaciones,
humi l laciones, temores, tristezas y abandonos que sopor­
tó en su santa alma, según estas sus palab ras: «Mi alma
está harta de males. M i alma se ha contu rbado. M i alma
siente angustias morta les» ( 5 ). Adorad las disposiciones
de su divina alma en este estado, y el b uen uso que de él
h i zo por la gloria de su Padre. Entregaos a É l para conse­
gu ir estas m i smas di sposiciones, y para hacer de vuestras
penas el buen uso que É l h i zo de las suyas. Ofrecédselas
en honor de las suyas. Rogad le que las una a las suyas,
que las bendiga y santifique por las suyas, que su pla vues­
tras faltas y que haga por vosotros el uso que É l hizo
de sus propias penas, para la gloria de su Padre.
2 . N o o s entretengáis demasiado e n buscar e n parti ­
cular la causa del estado en que os encont rái s, ni en exa­
mi nar vuestros pecados; humi l laos a la v ista de todas
vuestras faltas e infidelidades en gene ral; adorad la divina
j usti cia, ofreciéndoos a Dios, di spuestos a abrazaros a
cuantas penas É l se digne enviaros en homenaje de su j us­
ticia juzgándoos además muy i ndignos de que esta su j us­
t icia se tome la mo lest ia de actuar sob re vosotros. Po rque
debemos reconocer que el menor de nuest ros pecados
merece que seamos enteramente abandonados de Dios.
Y, cuando nos encontremos en este estado de sequedad,
de hastío de las cosas de Dios y que apenas podemos
rogar a Dios y pensar en É l, sino con m i l distracciones,
debemos recordar que somos indign ísi mos de toda gracia
y conso lación ; que N uest ro Señor nos h ace todavía un
gran favor con to lerar que la tierra nos sostenga, y que

5. «Repleta est malis anima mea». Ps. LX X X V I I , 4. «Nunc anima mea


turbata est». Joan , X I I , 27. «Tri stis est anima mea usque ad mortem».
M atth . , X X V I , 3 8 .

1 20
hemos merecido tantas veces el lugar de los condenados,
quienes por toda la etern idad no podrán tener más que
pensam ientos de odio y de b lasfemia para con Dios. Así
es como hemos de humi l lamos profu ndam ente ante Dios
en este estado.
Esto es lo que en estas circunstancias espera Dios de
nosotros� éste es entonces su divino plan . Quiere que re­
conozcamos lo que de nosotros m ismos somos y que nos
fundamentemos b ien en un profundo conocimiento y
sentim iento de n uestra nada a fin de que, cuando É l nos
conceda algún buen pensamiento y sentimi ento de piedad
u otra gracia cualqui era, no se lo apropie nuestro orgu llo
y n uestro amor propio, atrib uyéndolo a nuestro cuidado,
vigi lancia y cooperación , sino que se lo di rijamos todo a
É l , reconociendo que no es nuestro, si no solam ente de su
m isericordia, y poni endo toda nuestra con fian za en su
pura bondad.
3. Cuidaos mucho de no dejaros l levar de la tristeza
o del desali ento, antes regocijaos pensando estas tres co­
sas:

l .ª Que Jesús es siempre Jesús. Es deci r: siem pre


Dios, siempre grande y adm i rab le, siem pre en el m i smo
estado de gloria, de gozo y de fidelidad, sin que nada sea
capaz de dism i n u i rle su suprema dicha y contentami ento.
Decidle así: iOh Jesús, m e basta saber que soi s siempre
Jesús! iOh Jesús, sed siempre Jesús, y suceda lo que suce­
da, m e tendréis siem pre contento!
2.ª Regocijaos de que Jesús es vuestro Dios y todo
vuestro, y de pertenecer a Señor tan bueno y tan amab le,
aco rdándoos de lo que di ce el Real Profeta : « Feliz aquel
pueb lo que tiene al Señor por su Di os» (6).

6. « Beatus populus, cujus Dom inus Deus ej us». Ps. , C X L l l l , 1 5 .

121
3.ªA legraos, sabi endo que entonces es cuando po­
déi s servir más puramente a N uest ro Señor y demostrarle
que le amáis con toda verdad por sí m ismo y no por las
conso laciones que antes os daba. Y, para probar con las
ob ras la fidelidad y pu reza de vuestro amor, poned cuida­
do en hacer todas vuestras acciones y ejercicios ordinarios
con toda la pureza y perfección que podáis. Y, cuanto
más frío, cobardía y debi lidad sintái s en vosotros, recu ­
rrid más al que es vuestra fuerza y vuestro todo, entregáos
a É l con más fervor, y elevad con más frecuenci a a É l
vuestro espíritu. N o dejéis de hacer m uchas veces actos
de amor, sin inqu ietaros porque no los hacéis con el fer­
vor y consuelo ordinarios. Porque, lqué os impo rta a vo­
sotros estar o no contentos, si vuestro Jesús está contento?
Ahora bien, muchas veces, lo que hacemos en este estado
de sequedad y desolación espi ritual le contenta y agrada
más -con tal que tratemos de hacerlo con la i ntención
pura de honrarle-que lo que hacemos con m ucho fervor y
devoción sensible; porque esto va acom pañado m uchas
veces de amor propio, m ientras que lo primero está de or­
dinario más depu rado. En fi n , no os desaniméis por las
faltas y deb i lidades que cometáis, m ientras estáis en este
estado; h u m i l laos a los pies de Nuestro Señor, rogándole
que las repare É l por su grandísima m isericordia, y con­
fiad en su bondad que así lo hará; y , sob re todo, conser­
vad siempre en vosotros u n gran deseo y fi rme resolución
de serv i rle y amarle perfectam ente, a pesar de cuanto
pueda aconteceros y de serle fiel hasta el último aliento
de vuestra vida, confiando siempre que, a pesar de todas
vuestras infideli dades, os concederá esta gracia, por su
grandísima benignidad.

1 22
CAPITU LO XX

Que la perfección y consumación de la vida


cristiana es el martirio, y en qué consiste
el verdadero martirio

El co lmo, la perfección y consumación de la vida cri s­


tiana es el santo marti rio. El mayor m i lagro que Dios
ob ra en los cristianos es la gracia del marti rio. La cosa
más grande y maravi l losa que los cristianos pueden hacer
por Dios, es sufrir por É l el marti rio. El favor más señala­
do que Nuestro Señor Jesucristo hace a los que de parti ­
cular manera le aman, es hacerles sem ejantes a É l en su
vida y en su muerte, creyéndoles dignos de mori r por É l,
como É l murió por su Padre y por e llos. En los santos
márti res es donde más se deja ver el poder maravi l loso de
su divino amor� y, entre todos los santos, los márti res son
los más adm i rab les ante Dios. Y, así, vemos que los más
grandes santos del paraíso, como San J uan Bautista y
todos los apósto les, son márti res. Los mártires son los
santos de Jesús. Así les l lama É l m ismo, hablando por el
orácu lo de su Iglesia: «Sancti mei -mis Santos» ( 1 ). Por­
que, si bien es verdad que todos los Santos pertenecen a
Jesús, sin embargo los santos Márti res le pertenecen de
una manera muy propia y especia l , po rque han vivido y
muerto por É l. Po r eso les profesa un amor especial y ex­
traordinario, y les promete lo más grande y ventajoso que
se puede prometer.
1 . Les anun cia, hab lando por boca de su Iglesia, que

1 . Brev. rom ; com . mart. 8 resp.

1 23
les tiene rese rvado un lugar distingu ido en el reino de su
Padre (2 ).
2 . Les prom ete que «les dará a comer del árbol de la
vida que está en medio del paraíso de su Dios» (3 ), es de­
cir: A É l m ismo, como explican los santos Doctores. De
suerte que es como si les dijera: Habéis perdido por mí
una vida hu mana y tem poral; yo os daré po r e l la una di­
vina y eterna. Po rque os haré vivi r de m i vida y yo m is­
mo seré vuestra vida en la eternidad.
3. Les declara que les dará un maná escondido: «Da­
ré le yo a comer un maná recóndito» (4). lQué maná es­
condido es éste sino el amor divino que rei na perfecta­
mente en el corazón de los santos Mártires, que cambia
aquí en la tierra la amargu ra de los suplicios y el infi erno
de los torm entos en un paraíso de du lzu ras y deli cias in­
creíb les, y que les colma en el ci elo de gozos y alegrías
eternas e inenarrab les por las penas pasajeras que han so­
portado en este m u ndo?
4. Les asegura que «les dará autoridad sob re las na­
ciones y un poder tan grande que las regi rá con vara de
hierro y las desm enuzará como vaso de a lfarero, confor­
me al poder que É l ha recibido de su Padre» ( 5 ) . Es deci r:
que les hará rei nar y dom inar como É l en todo e l univer­
so; que les constitu i rá jueces de todo el m u ndo con É l (6)
y que juzgarán y condenarán con É l a los im píos en e l día
del ju icio.
5. Les prom ete que les revesti rá de sus colores; a sa­
ber, b lanco y rojo, que son los co lores del Rey de los

2 . «Dabo sanctis meis locum nomi natum i n regno Patris mei». Brev.
rom . Com mart. 2 . noct.
3. «Vincenti dabo edere de ligno vitae, quod est in paradiso Dei mei».
A poc. 1 -7 .
5 . «Qui vicerit. . . dabo i l l i potestatem super gentes; e t reget eas, tanquam
vas figu l i confringentur, sicut et ego accepi a Patre meo». Apoc. 2. 2 6 -2 8 .
6 . <d udicabunt nationes et dom inabuntur popu li s». Sap. I I I , 3 .

1 24
Márti res, según estas palab ras de la Esposa: «Mi Amado
es rub io y b lanco» (7). Estos son tamb ién los co lores de
los márti res: l levan las libreas de su martirio. Van vesti­
dos de b l anco. Dice la div ina palabra: «Lavaron sus vesti ­
duras y las b lanquearon en la sangre del Cordero» (8). Y
Jesús dice: «Andarán conm igo en el cielo vestidos de
b lanco. E l que venciere será vestido de ropas b lancas» (9),
porque el marti rio es u n bautismo que borra toda clase de
pecados, y reviste las almas de los santos Mártires de
glori a y luz inmortal . Están además vestidos de rojo, que
signi fica la sangre que han derramado, así como también
el amor ardentísimo con que la han derramado.
6 . Les anuncia «que escribi rá sob re e l los el nombre
de su Dios y de su Padre y el nombre de la ciudad de su
Dios» ( 1 0)� que es como si dijera, según la explicación del
piadoso y docto Ruperto: Serán mi padre y mi madre: yo
les m i rare, amaré y trataré como tales. Porque también
en otra parte ha dicho el m i smo Señor que «cualquiera
que hiciere la voluntad de su Padre que está en los cie los,
ése es su hermano y su hermana y su madre» ( 1 1 ). Ahora
bien, no haya nada en que tan perfectamente se cum pla
la vol untad de Dios como en el marti rio. Por esto el Hijo
de Dios, hab lando de su Padre y de sus santos Márti res,
di ce que «ha cumplido maravi l losamente todos sus de­
seos, en los santos que moran en la ti erra» ( 1 2 ). Les dice

7. «Di lectus meus ca ndidus et rubicundus». Cant. V. 1 O.


8 . «Laverunt stolas suas, et dealbaverunt in sanguine Agni». Apoc. , VII,
1 4.
9. «Ambu labunt mecum in vestimentis albis. Qui vice rit sic vestietur al­
bis». Apoc. , III, 4-5.
1 O. «Scribam super eum nomen Dei mei, et nomen civitatis Dei mei».
A poc. , I I , 1 1 2 .
1 1 . «Qu i n cunque en i m fecerit vol untatem Pat ri s mei, qui i n coe l i s est,
i pse meus frater, et soror, et mater est». Matth . , X I I, 50.
1 2 . «Sanctis, qui sunt i n taerra ej us, m i ri ficav i t omnes voluntates meas in
eis». Ps. , X V , 3 .

1 25
además «que escribirá sob re el los su nombre nuevo, que
es Jesús» ( 1 3); porque, habi endo los santos Márti res imi­
tado perfectamente a Jesús, m ientras estuvieron en la tie­
rra, se asemejarán a É l en e l cielo de modo tan adm i rab le,
que serán l lamados Jesús, y en realidad lo serán de cierta
y admi rab le manera, a saber, m ediante una perfectísima
semejanza y maravi l losa transformación .
7 . Les da palabra de que «les hará sentar con É l en
su trono, como É l se sentó con su Padre en su trono»
( 1 4). Y la santa Iglesia en la fiesta de cada márti r, nos lo
presenta hab lando así a su Padre: «Quiero, oh Padre mío,
que m i servidor esté donde yo estoy» ( 1 5 ). Es deci r: que
esté morando y descansando conm igo, en vuestro seno y
en vuestro paternal corazón.
No se me ocu lta que la mayor parte de estas promesas
hechas a los márti res, se di rigen también a los demás San ­
tos; no obstante, aplícanse a los márti res de una manera
m ucho más especial y ventajosa porque éstos son los San­
tos de Jesús, que l levan su se l lo y divino carácter, a quie­
nes ama con particular amor y distingue con privi legios
extraordinarios.
iOh bondad, oh amor, oh exceso de bondad y de amor
de Jesús para con sus santos M árti res! iQué dichosos son
los que l levan en sí la imagen perfecta de vuestra santísi ­
ma vida y de vuestra amorosísima muerte! iQué felices los
que lavan sus vestiduras en la sangre del Cordero! ( 1 6).
Tanto, que, para hab lar el lenguaje del sagrado evange l io:
aquí está el fin de toda perfección y la consumación final
y perfecta de toda santi dad; puesto que el hombre nada

1 3 . «Scribam super eum ... nomen meum novum». A poc. , 1 1 1, 1 2 .


1 4 . «Qui vicerit, dabo ei sedere mecum in throno meo: sicut et ego vici, et
sedi cum Pa re meo i n throno ejus». Apoc. , 1 1 1 , 2 1 .
1 5 . «Volo. Pater, ut ubi ego sum , i l li c sit et m i n ister meus». Brev. Rom.
ad laud.
1 6 . «Beati qui lavant stolas suas in sanguine Agni». Apoc. X X I I , 1 4 .

1 26
más grande puede hacer que sacrificarle lo que le es más
queri do, su sangre y su vida, mori r po r É l ( 1 7); en lo cual
consi ste el verdadero y perfecto marti rio.
Hay diversas clases de marti rios y de márti res. U nos
son márti res en cierta manera, ante Dios; dispuestos y
animados de una verdadera voluntad a mori r por Nuestro
Señor, aunque en realidad, no den por É l su vida. Otros
son también, en cierta m anera márti res, dice San Cipri a­
no, porque prefieren morir antes que ofenderle ( 1 8). Mor­
tificar su carne y sus pasiones, resisti r a sus desarreglados
apetitos, y perseverar así hasta el fin por amor de Nuestro
Señor, es una especie de marti rio, dice San Isidoro ( 1 9).
Sufrir con paciencia por este m ismo motivo las necesida­
des y m iserias de la pob reza, o cualquier otra aflicción ,
aguantar con dulzura las inj u rias, calumnias y persecu­
ciones, no volver mal por mal, antes, bendeci r a los que
nos odian , es otra clase de martirio, dice San Gregorio el
G rande.
Pero e l verdadero y perfecto marti rio no consiste sola­
mente en sufri r sino en mori r. De suerte que la muerte es
de esencia el verdadero y perfecto marti rio. Esto qui ere
deci r que, para ser verdadera y perfectamente márti r, en
el sentido que la Iglesia toma la palab ra mártir, es necesa­
rio mori r, y mori r por Jesucristo.
Es, por lo tanto, cierto que si a lguno realiza a lguna ac­
ción por amor de Nuestro Señor Jesucristo, o sufre alguna
pena por este motivo, que, según el cu rso ordinario de las
cosas debería acarrearle la muerte, y por un favor ex­
traordina rio y m i lagroso de Dios, se ve preservado de
ella; aunque después v iva largo tiem po y m uera al fin de
muerte com ún y ordinaria, sin embargo, Dios que le ha

1 7 . Joa n, XV. 1 3 y S. T h . , 2 -2 , 1 24 - 3 .
1 8 . De Exhortatione martiri i . C. 1 2 .
1 9 . Etymol. 1 - V I I , C. 1 1 .

1 27
l ibrado mil agrosamente de la muerte q ue estaba dispuesto
a sufrir por ÉL no le pri vará de la corona del marti ri o,
con tal que persevere hasta el fin en s u gracia y en su
amor. Testigos: San J uan Evange l i sta (20), Santa Tecla,
la pri mera de su sexo q ue sufrió el martirio por Jesucri sto
(2 1 ). San Fél i x , sacerdote de Nola (22 ) , y otros q ue la igle­
sia honra como verdaderos mártires, aunq ue no hayan
m uerto en las manos de l os tiran os o en l os tormentos
que sufri eron por N uestro Señ or.
Pero fuera de esto, fuera del m i l agro q ue estorba el
efecto de l a m uerte , para ser verdaderamente márti r, es
necesari o morir, y morir por Jesucri sto. Es dec ir: morir, o
por su mi sma persona, o por man tener el honor de algu­
nos de sus mi steri os y sacramentos , o por la defensa de su
Igl esia, o por sostener alguna verdad que Jesús enseñó, o
alguna virt ud q ue É l practicó, o por evitar algún pecado
baj o el p unto de vista de q ue le es desagradable, o por
amarle tan ardientemente q ue la violencia sagrada de su
divino amor nos haga mori r, o por real izar alguna acción
q ue se refiera a su gl oria.
Porq ue el doctor angél ico nos asegura q ue cualquiera
acción, aunq ue sea humana y nat ural , referida a la gl oria
de Dios y hec ha por su amor, puede hacern os mártires, y
de hec ho nos hace, si viene a ser causa de n uestra m uerte
(2 3 ).
Por esto os aconsej o y exhorto q ue tengáis un gran de-

20. «Joannes Evangel ista senio confectus q uievit, sed tanq uam martyr
celebratur ab Ecc l esia, die 6 maii , propter cruciat um q uem Romae passus
est. I n ferven tis ete n i m olei dol ium conj ectus, di vina protegente eum gratia,
i l laesus evasit». Ben . X I V , l e beati fic.
2 1 . «Sancta Thecla Protomartyr a Patribus appel latur, c u m prima fuerit
ex feminis, q uae martyri um pro Christo subierit . Fuit nempe ad bestias
damnata, sed incol umnis evasit. non sine speciale ope div ina». Bened . X I V
( 2 3 Sep.).
22. Mart. Rom . 14 Jan .
2 3 . 2 -2 - 1 24 5 ad 3 .

1 28
seo de el evar vuestro corazón a Jesús, al comenzar vues­
tras obras , a fin de ofrecérselas y protestar que l as q ueréis
hacer puramente por amor y por su gloria. Porq ue , si por
ej emp l o , la asi stencia corporal o espiritual que prestái s a
un enfermo, o cualq uiera otra cosa semej ante , os propor­
ciona un mal q ue sea causa de vuestra m uerte, y habéis
pract icado real mente esta acción por amor de N uestro
Señor Jesucri sto, seréis reputado ante É l como mártir y
tendréis parte en l a gloria de los santos Mártires q ue está n
e n e l c i e l o (24 ) . Y mucho m á s s i l a amáis t a n fuerte
y ardiente mente q ue el esfuerzo y el poder del amor divi­
no destruya en vosotros la vida corporal . Porque esta
m uerte es un martirio eminente , es el más noble y santo
de todos los martirios . Es el martirio de la Madre del
amor, la Santísima Virgen. Es el martiri o del gran San
José, de San J uan Evange l i sta, de Santa Magdalena, de
Santa Teresa, de Santa Catal ina de Génova, y de m uchos
otros Santos y Santas. Es hasta el martirio de Jesús q ue
murió, no sólo en el a mor y por el amor, sino por el exce­
so y fuerza de este mismo amor.

2 4 . « De los que mueren por caridad , sirviendo a l os apestados, dice el


Martirol ogio Romano»: "Quos veluti martyres, reli gi osa fides venerari con­
suevit».

1 29
CAPITULO XXI

Que todos los cristianos deben ser mártires


y vivir con el espíritu de martirio y cuál es
este espíritu

Todos los cri stianos, de c ualq uier estado y condición


q ue sean , deben estar siempre preparados a sufrir el mar­
t irio por Jesucri sto N uestro Señor; y está n obl igados a vi­
vir con l a d isposición y el espíritu del martirio, por varias
razones.
1 . Porq ue pertenecen a Jesucristo por infinidad de
títul os; por donde, así como no deben vivir si no por É l ,
así están obl igados a morir por É l , según estas sagradas
palabras de San Pablo: «Ni nguno de nosotros vive para
sí, y ninguno de nosotros m uere para sí. Que, como so­
mos de Dios , si vivi mos , para el Señor vi vi mos , y si mori­
mos, para el Señor mori mos. Ora , pues, vivamos, ora
muramos , del Señor somos . Porq ue a este fin m urió Cri s­
to, y resucitó: para redimimos y adq uiri r un soberano do­
minio sobre vivos y m uertos» ( 1 ).
2. Porque, no habiéndonos Dios dado el ser y l a vida
si no para su gloria, estamos obligados a gl ori ficarl e de la
manera más perfecta posible, a saber: sacrificándol e n ues­
tro ser y nuestra vida en homenaj e de su vida y de su ser
supremo, protestando por el lo, q ue É l sólo es digno de ser
y de vivir, y que toda otra vida debe ser inmolada a l os
pies de su vida soberana e inmortal .
3 . Mándanos Dios que le amemos con todo nuestro

1 . «Nemo enim vestrum sibi vivit, et nemo sibi moritur; si ve en i m vivi­


mus, Domino vivimus, si ve mori m ur, Domino mori m ur. Si ve eni m vivimus,
sive morimur, Domini sum us. I n hoc enim C hristus mortuus est et resurexi t,
ut et vivorum et moruorum dom inetur» . Rom . X I V , 7 - 1 0 .

1 30
corazón, con toda nuestra al ma y con todas nuestras fuer­
zas; es decir: con el más perfecto amor q ue podamos .
Ahora b ien , para amarle de esta manera , debemos a marle
hasta el punto de derramar nuestra sangre y dar n uestra
vida por É l . Porq ue en esto consiste el sumo grado del
amor, visto lo q ue d ice el H ij o de Di os: «Nadi e tiene
amor más grande q ue el q ue da su vida por sus amigos»
(2 ).
4. Nuestro Señ or . Jesucri sto, así como tuvo desde el
momento de su Encamación una sed ardentísima y un in­
menso deseo de derramar su sangre y de m ori r por la glo­
ria de su Padre y por nuestro amor, y no p udiendo por
entonces cump l ir este deseo por É l mismo, porq ue toda­
vía no había l legado el tiempo señalado para ello por la
ordenación de su Padre , escogió a l os Santos Inocentes
Mártires para satisfacer por medio de el l os este su deseo y
mori r de alguna manera en ell os: del mismo modo, des­
pués que resuc itó y subi ó a l os cielos , conserva si empre
este mi smo deseo de sufri r y de morir por la gl oria de su
Padre y por nuestro amor. Pero, no pud iendo sufrir n i
morir por É l mi smo, q uiere sufrir y morir e n sus miem­
bros , y b usca por todas partes personas en las q ue É l pue­
da efectuar este deseo. Por esto, si tenemos algún cel o por
q ue se cumplan estos deseos de Jesús , debemos ofrecernos
a É l , a fin de que refresq ue, si es l ícito hab l ar así , esta sed
en nosotros y l ogre este su i nmenso deseo de derramar su
sangre y de mori r por el amor de su Padre.
5 . Como ya se d ijo, hemos profesado en el bautismo
unimos a Jesucri sto, seguirlo e imitarl e ; ser, por consi­
guiente, vícti mas consagradas y sacri ficadas a su gl oria, y
a estar siempre di spuestos a sacrificarle n uestra vida y
cuanto hay en nosotros , según estas santas pal abras: « Por

2. « Majorem hac d i l ecti onem nemo habet , ut animam suam ponat q uis
pro amicis suis». Joan , X V . 1 3 .

131
amor de ti , estamos todos l os d ías destinados a l a muerte :
somos reputados como ovej as para el matadero» (3 ).
6. Siendo Jesucristo nuestra cabeza y nosotros sus
miembros, conio debemos vivir de su misma vida, así es­
tamos obl igados a morir con su m uerte; p uesto que es
evidente que l os miembros deben vi vir y morir la vida y
l a m uerte de su cabeza , conforme a este texto sagrado de
San Pablo: «Traemos siempre representada en nuestro
cuerpo por todas partes la mortificación de Jesús, a fin de
q ue la vida de Jesús se man i fieste también en nuestros
c uerpos. Porq ue n osotros, bien que vivimos, somos conti ­
nuamente entregados en manos de la m uerte por amor de
Jesús: para q ue la vida de Jesús se man i fieste asimismo en
nuestra carne mortal» (4).
Pero, sobre todo, l a razón más poderosa y apremiante
q ue nos obliga al martiri o es , el martirio sangriento y la
muerte dolorosísima q ue Jesucristo Nuestro Señ or sufri ó
en l a cruz por nuestro amor.
Porque este amabilís i mo Sal vador no se contentó con
emplear por nosotros toda su vida; quiso también morir
por nuestro amor, y , en efecto, m urió con la muerte más
cruel e ignominiosa q ue ha habido ni habrá jamá�. Dio
una vida , de l a q ue un sol o momento val e más q ue todas
las vidas de l os hombres y de l os ángeles , y estaría dis­
p uesto, si fuera preciso, a darla hasta m i l veces. Y , en
efecto, está conti nuamente en estado de hostia y vícti ma
en n uestros altares, donde es y será inmolado todos l os
días y a todas horas hasta e l día del j uicio, c uantas veces
el divino sacrificio incruento y sin dol or del altar es y

3 . « Propter te mortificamur toda die: aest imati sumus sicut oves occisio­
nis». Ps. X L I I I , 22 .
4 . «Semper morti ficationem Jesu in corpore nostro circunferentes , ut et
vita Jesu mani festetur in corporibus nostris. Semper en i m nos q u i vivimus.
in mortem trad i m ur propter Jesum, ut et vita Jesu mani festet ur i n carne nos­
tra mortali». 2 Cor. IV, 1 0- 1 1 .

1 32
será celebrado hasta el fi n del mu ndo� atestiguándonos
con e l l o , que está dispuesto, si h ubiera necesidad , a ser
sacri ficado otras tantas veces por nuestro a m or, con sacri ­
ficio sangriento y dol oroso como el del cal vario.
iOh q ué bondad , oh q ué amor! Ya no me ad miro de
ver cien , dosc ientos , cuatroc ientos , m i l , diez m i l , veinte
mi l , treinta m i l , tresci entos mil márti res q ue derraman su
sangre y dan su vida por Jesucri sto. Porque, habiendo
m uerto Jesucristo por todos l os hombres, ci ertamente, to­
dos l os hombres deberían morir por É l . No me extraña ya
q ue l os Santos M árti res y todos aq uel l os a q u ienes Jesús
ha hec ho conocer y sentir l os santos ardores de ese divi no
amor q ue l e clavó en la cruz , tengan una sed tan ardiente
y un deseo tan i n fl amado de sufrir y morir por su amor.
No me extrañ a q ue m uchos hayan , en efecto, sufrido tor­
mentos tan atroces, y con tanto gozo y a legría, q ue antes
se cansaban l os verd ugos de atormentar q ue el l os de
aguantar; y que todo cuanto de más cruel sufrían , no
l es pareci era nada , en rel ación con el deseo insaciable que
tenían de sufrir por Jesucri sto. Pero, sí me admiro de ver­
nos ahora tan fríos en el amor de un Sal vador tan amable,
tan cobardes para sufrir las menores cosas , tan apegados a
una vida tan mi serable y despreciable como la vida de l a
tierra, y t a n lej os de q uerer sacri ficarl a por q uien sacri ficó
por nosotros la suya tan digna y tan preci osa.
iQué falsedad ! dec irse cristiano, y adorar a un Di os
cruci ficado, a un Dios agonizante y m uerto en una cruz , a
un Dios q ue pierde por nuestro amor una vida tan noble
y excelente , a un Dios q ue se sacri fica todos l os d ías ante
nuestros oj os en nuestros altares por el mismo fi n , y no
estar di spuestos a sacri ficarl e cuanto podemos tener de
más q uerido en el mundo, nuestra m isma vida q ue, por
otra parte, por tantas razones le pertenece . Ci ertamente
no somos de verdad cristianos si no nos encontramos en
esta disposición . Por esto os digo, y es cosa cl ara para

1 33
q u ien considere bien las precedentes verdades, q ue todos
los cristianos deben ser mártires, sino por el efecto, s í , al
menos, por la disposición y por la vol untad . Cosa verda­
dera es que si no somos mártires de Jesús lo seremos de
Satanás. Escoged de ambas cosas la que más q ueráis. Si
vi vís baj o la tiranía del pecado, seréis mártir de vuestro
amor propio y de vuestras pasiones, y por consiguiente,
mártir del diablo. Pero, si deseáis ser mártir de Jesucri sto,
procurad vivir con el espíritu del martirio.
lCuál es el espíritu del mart iri o? Es un espíritu que
t iene ci nco cual idades muy excel entes:
1 . Es un espíritu de forta leza y de constancia q ue no
puede ser debil itado ni vencido con promesas n i con
amenazas , con dulzuras n i con rigor, y q ue no teme nada,
más q ue a Dios y al pecado.
2. Es un espíritu de profund ísi ma humildad q ue
aborrece la vanidad y la gloria del m undo y q ue ama l os
despreci os y humi l l aciones.
3 . Es un espíri tu de desconfianza de sí m i smo y de
absol uta confianza en N uestro Señor, como en q u ien está
n uestra fuerza y en cuya virtud lo podemos todo.
4. Es un espíritu de desprendim iento el más perfecto
del mundo y de todas l as cosas del mundo. Porq ue han
sacrificado su vida a Dios, deben tambi én sacri ficarl e to­
das las demás cosas.
5 . Es un esp íri tu de amor ardentísimo a Nuestro Se­
ñor Jesucri sto q ue conduce a l os q ue están ani mados de
este espíritu, a hacerlo y sufrirlo todo por amor de q uien
todo lo hizo y lo sufri ó por e l l os , y q ue de tal modo l es
abrasa y embri aga, q ue miran , buscan y desean por su
amor, las morti ficaciones y sufri m ientos como un paraíso
y huyen y aborrecen l os p l aceres y del icias de este mundo
como un i nfierno.
He aq uí el espíri tu del martiri o . Rogad a N uestro Se­
ñor, Rey de los Mártires , q ue os l lene de este esp íritu.

1 34
Rogad a l a Reina de los M ártires y a todos los Mártires
que con sus oraciones os obtengan este espírit u del Hij o
d e Dios. Tened devoción especial a todos los santos már­
tires . Rogad también a Dios por todos los que tienen q ue
sufrir el martirio, a fi n de que l es dé la gracia y el espíritu
del martirio; pero especial mente, por l os q ue lo tendrán
que sufrir en el tiempo de la persecuci ón del Anticri sto,
q ue será la más cruel de todas las persecuciones.
En fin, procurad i mpri mir en vosotros, por medio de
la imitación, una i magen perfecta de la vida de l os santos
Mártires, y l o q ue es más: de la vida del Rey y de la Rei ­
na de l os Mártires , Jesús y María, a fi n d e que o s haga
dignos de ser semej antes a e l l os en vuestra m uerte .

1 35
TERCERA PARTE

Que contiene algunos de los pri ncipales


y más i mportantes ej ercicios necesarios para vivir
cri stiana y santamente, y para formar , santificar ,
hacer vivir y reinar a Jesús en nosotros.

Ej ercicios para l a mañana

CAPITULO 1

Que Jesús debe ser nuestro pri ncipio y fi n .en


todas las cosas , y lo que hay que hacer por la
mañana al despertarse .

J e s ú s , H ij o ú n i c o de D i o s , H ij o ú n i c o de M ar í a , sien ­
d o . según el l en guaj e de su A p óstol , el a ut or y cons u ma ­
dor de la .fe y d e l a p i edad crist ian a , y segú n E l m i s m o ,
siendo e l a(fa .\ ' el omel.[a , e l primero _1 · el último, e l p rinci­
p io y e l . fin de todas las cosas. es j u sto q ue sea e l pri nci p i o
y e l fi n de t oda n uestra v i d a , de t od os n uestros a ñ os , d e
todos n u estros meses, de todas n uestras sema n a s , d e todos
n u estros d ías y de t odos n u estros ej erc ic i os . Por esta ra -

1 36
zón, del mi smo modo q ue hubiéramos debido consagrarl e
el comienzo de nuestra vida, si por entonces h ubiéramos
tenido uso de razón, y del mismo modo que deseamos
termi narl a en su gracia y en el ejercici o de su amor, así
tambié n , si deseamos obtener este favor de su bondad , de­
bemos poner cu idado en consagrarl e, por medio de algún
ej ercicio de pi edad y amor hacia él , el comienzo y el fi n
d e cada año, d e cada mes , d e cada semana, y especial ­
mente d e cada d ía. Porq ue e s cosa d e gran i mportancia
empezar y concluir bien cada d ía, pero particularmente
empeza rlo bien , l lenando n uestro espíritu desde la maña­
na con algún buen pensamiento, y ofrec iendo a N uestro
Señor nuestras prime·ras acci ones, porq ue de esto depen­
de la bendición de todo el resto de l a j ornada .
Por ello, tan pronto os despertéis por l a mañana , ele­
vad vuestro oj os hacia el cielo, y vuestro corazón hacia
Jesús, a fin de consagrarle por este medio el pri mer em­
pleo de vuestros sentidos y l os pri meros pensamientos y
afectos de vuestro espíritu y vuestro corazón .
Que la pri mera pal abra q ue pron unciéis sea el santo
nombre de Jesús y de María, de este modo: Jes ús. María.
iOh Jesús! iOh María, Madre de Jesús! iOh buen Jesús , os
entrego mi corazón para siempre! iO h M aría, Madre de
Jesús , os entrego mi corazón; os ruego que lo en treguéis a
vuestro H ijo! Ven i. D o m i n e Jes u. venid Señor Jesús, ve­
nid a mi espíritu y a mi corazón , para l lenarl o y poseerlo
por compl eto: iOh Jesús, permaneced conmigo!
Que la pri mera acción exterior q ue hagáis sea la señal
de la cruz diciendo con la boca : En el nombre del Padre ,
y del H ij o , y del Espírit u Santo, y entregándoos de cora­
zón al Padre , al Hij o , y al Esp íritu Santo, a fin de q ue os
posean perfectamente.
A l l l egar la hora de l evantaros, acordaos del in menso
amor por e l q ue el H ijo de Di os . en el momento de su
Encarnación , sal i ó del sen o de su Padre , l ugar (si se puede

1 37
usar esta palabra) l l eno de del icias, de reposo y de glori a
para e l , y vi no a l a tierra para estar sometido a n uestras
mi serias, y para cargar con nuestros dolores y tristezas . Y
en honor y uni ón con este mismo amor, l evantaos rápida
y val ientemente de la cama diciendo: Surgam et quaeram
q uem diligit anima mea: «Me l evantaré y buscaré a q uien
mi a l ma ama». Y al pronunciar estas palabras quem dili­
git anima mea, «a q uien mi al ma ama» , desead pronun­
c iarlas , en la medida que sea posible, con todo el amor
que es dirigido a Jesús en el ciel o y en la tierra.
Desp ués, postrándoos en tierra, adorad a este mismo
Jesús, diciendo: Adoramis te. Domine Jesu, et benedici­
m us tibi, et diligim us te ex toto corde nostro, ex tota ani­
ma nostra, et ex totis virib us nostris: «Üs adoramos, oh
Señor Jesús, os bendecimos , y os amamos con todo nues­
tro corazón, con toda n uestra al ma y con todas n uestras
fuerzas». Y diciendo estas palabras, desead decirlas, en la
medida q ue se p uede , con toda l a humi ldad , devoción y
amor del cielo y de l a tierra, y por todas l as criat uras q ue
están en el universo.

CAPITULO II

Lo que hay que hacer al vestirse

Al vestirn os, por miedo a q ue el esp íritu del mal l l ene


vuestro espíritu de pensamientos i n útiles o mal os, l l enad­
lo de buenos. Y a este fin acordaos que Nuestro Señ or Je­
sucristo se revi sti ó por medio de su Encarnación , de nues­
tra humi ldad , de nuestra mortal idad , y de todas n uestras
miserias y necesidades humanas a las q ue estamos suj e­
tos; y q ue se rebaj ó a un estado en el q ue tuvo necesidad

1 38
de vestidos como vosotros, y todo esto por amor a voso­
tros; y después el evad vuestro corazón hacia él y decidle
así :
«Oh Señ or, sed por siempre bendecido y exal tado, por
haber sido humil lado por amor hacia m í . Oh Jesús , os
ofrezco la acción q ue ahora real izo, en honor de la acción
que real izásteis cuando revestísteis vuestra divi n idad con
n uestra humildad , y cuando revestísteis esta misma hu­
manidad con ropas parecidas a éstas con las q ue nos re­
vesti mos n osotros, y deseo hacer esta acción con las mis­
mas d isposiciones e i ntenci ones con l as q ue Vos la hicis­
tei s».
Pensad también c uántos pobres hay completamente
desnudos, y sin nada con que c ubrirse, q ue no han ofen­
dido a Dios tanto como vosotros, y que al menos N uestro
Señor, en un exceso de bondad , os ha dado con que reves­
tiros más q ue a el l os; y con este pensamientos, elevad
vuestro espírit u hacia él de este modo:
«Oh Dios mio, os bendigo m i l veces por todas l as mi­
sericordias q ue me dispensais . Os supl ico q ue veléis por
l as necesidades de todos l os pobres; y que del mi smo
modo q ue me habéis dado con q ue revestir mi c uerpo, re­
vistais también mi al ma con Vos mismo, es decir con
vuestro espírit u , con vuestro amor, con vuestra caridad ,
humi ldad , dulz ura , paci encia, obediencia, y vuestras
otras virt udes».

1 39
CAPITULO 1 1 1

Que toda nuestra vida pertenece y debe ser


consagrada y empleada en la gloria de Jesús

Toda nuestra vida , con sus pertenencias y dependen­


cias , pertenece a Jesús por cinco conceptos generales que
comprenden una i n fi n idad de particulares:

1 . Porq ue es n uestro Creador, q ue n os ha dado el ser


y la vida, que ha i mpri m ido en nuestro ser y en nuestra
vida una i magen y semej anza de su vida y su ser. Por esta
razón nuestra vida y n uestro ser l e pertenecen absol uta y
universal mente en tod os sus usos, y debe tener una mira­
da y una relación continua hacia él, como la i magen ha­
cia su prototipo.
2 . Porq ue es n uestro Conservador, q ue n os conserva
en cada momento en el ser que nos ha dado, y que nos
l l eva conti nuamente entre sus brazos, y con más cuidado
y amor q ue el de la madre q ue l l eva a su h ij ito.
3 . Porq ue, según la Pal abra sagrada , s u Padre l e ha
dado toda la eternidad , le da incesan temente, y le dará
eternamente todas las cosas en general y a cada uno de
nosotros en particular.
4. Puesto y ue es n uestro Redentor q ue nos ha l ibrado
de la escl avit ud de Satán y del pecado, y nos ha compra­
do con el precio de su sangre y de su vida , y que por con­
sigui ente ha comprado todo lo q ue hay en nosotros y de
nosotros, es decir toda nuestra vida , todo nuestro tiempo,
todos n uestros pensamientos , pal abras y acci ones, todo lo
q ue está en n uestros cuerpos y en nuestras al mas, todo el
uso de l os senti mientos de nuestros cuerpos y de l as po­
tencias de nuestras al mas ; como también todo el uso q ue
hacemos de l as cosas exteri ores q ue están en el mundo.

1 40
Porq ue no sol amente nos ha adq uirido por su sangre to­
das las graci as q ue son necesarias para la santi ficaci ón de
nuestras al mas , sino también todas l as cosas q ue req uie­
ren para la conservaci ón de nuestros c uerpos . Por nues­
tros pecados no tendríamos ni ngún derecho ni a andar so­
bre la t ierra, ni a respirar el aire, ni a comer un trozo de
pan , ni a beber una gota de agua, ni a servirnos de ningu­
na cosa de l as q ue hay en el mundo, si Jesucristo no nos
hubiera adq uirido este derec ho por su sangre y por su
muerte. Por ello, todas las cosas q ue hay en nosotros , per­
tenecen a Jesucri sto y no deben ser empl eadas más que
para él , como cosas q ue ha adq uirido con el preci o de su
sangre y de su vida .
5 . Porq ue nos ha dado todo l o que tiene y todo l o que
es . Nos ha dado a su Padre para q ue sea nuestro padre,
haci éndonos h ij os del mi smo Padre del q ue él es H ijo.
Nos ha dado a su Espírit u Santo para q ue sea n uestro
propio espíritu, y para enseñarnos, guiarnos y conducir­
nos en todas l as cosas. Nos ha dado a su santa Madre
para q ue sea nuestra madre . Nos ha dado a sus Angeles y
sus Santos para q ue sean nuestros protectores e i nterceso­
res . N os ha dado todas l as otras cosas q ue está n en el cie­
l o y en l a tierra, para nuestros usos y necesidades. Nos ha
dado su propia persona en su Encarnación. Nos ha dado
toda su vida, no habiendo pasado ni un sol o momento
q ue no haya empleado para nosotros: no habiendo tenido
un pensamiento, dicho una palabra, hecho una acci ón n i
un sol o paso, q u e n o l o haya consagrado a n uestra sal va­
ción. Por último nos ha dado en la santa Eucari stía su
cuerpo y su sangre, y además su alma y su divinidad y en
su humanidad , y esto todos l os días o al menos tantas ve­
ces como q ueramos disponernos a recibirle.
Siendo esto así , lcuánto estamos obl i gados a entregar­
nos enteramente a él y a ofrecerle y consagrarle todas las
funcione� y ejerc icios de n uestra vida? Ciertamente si tu-

141
viéramos todas l as vidas de todos los Angeles y de todos
l os hombres q ue han sido, son y serán, deberíamos consu­
mirlos en su servicio, aún c uando él n o hubiera empleado
más q ue un momento de su v ida para nosotros , ya q ue un
sol o momento de su vida val e más q ue mil eternidades,
por así decirlo, de todas las vidas de l os Angeles y de l os
hombres q ue ha habido, hay y habrá. lCuánto, pues, esta­
mos obligados a consagrar y emplear el poco de vida y de
tiempo q ue tenemos q ue estar sobre l a tierra? A tal efec­
to, la pri mera y principal cosa que debéis hacer, es con ­
servaros c u idadosamente en s u graci a y amistad , temien­
do y h uyendo de todo l o que pueda haceros perderl a, es
decir todo ti po de pecado, más que la muerte y más q ue
todas l as cosas más temibles del m undo. Si por desgrac ia
sucede q ue caéis en algún pecado, l evantaos de in mediato
por medio de la santa confesión y de la contrición, de l o
q ue se hablará m á s adel ante . Pues igual q ue las ramas , las
hoj as , las fl ores , l os frutos y todo l o q ue hay en un árbol ,
es de aquél a q uien el tronco del árbol pertenece , así
también, mientras q ue pertenezcais a Jesucri sto y estéi s
unidos a é l por s u gracia, toda vuestra vida con todas sus
dependenc ias, y todas l as acciones q ue real iceis, q ue por
si mismas no sean malas, le pertenecerá n . Pero, además
de esto, voy a proponeros otros tres medios , de uso muy
dulce y fácil , por medio de los cuales toda nuestra vida
será m ucho más perfecta y santamente empleada en e l
amor y en l a gloria d e Jesús.

1 42
CAPITULO IV

Tres medios para hacer de manera que toda


nuestra vida sea un ej ercicio continuo de alabanza
y de amor hacia Jesús

Para consagrar y empl ear toda vuestra vida a la gl oria


de Jesús, además de l o q ue se ha dicho anteriormente, te­
néis además que hacer tres cosas, q ue se contienen en la
el evación de la mañana, q ue se expondrá más adelante.
1 . U na vez vestidos, antes de sal ir de casa y de real i­
zar n i nguna otra acción, poneos de rod i l l as; y de las vein­
ticuatro horas que hay en el día, entregad al menos la mi­
tad de un c uarto de hora a q u ien os ha dado toda su vida,
a fi n de adorarl o, de darl e las graci as, y de ofreceros a él ,
así como todas las acci ones q ue hagáis d urante el día, con
la i ntención de hacerlas todas por su gl oria. Sabemos, por
l os l ibros de santa Gertrud is, que Nuestro Señor le asegu­
ró q ue le era muy agradabl e que le ofreciera todas sus ac­
ciones mín i mas, incl u so todas sus respiraciones y todos
l os latidos de su corazón . En virtud. de esta obl ación , to­
dos vuestros pasos , todas vuestras respiraciones , todos los
latidos de vuestro corazón , todo el uso de vuestros senti­
dos i nteri ores y exteri ores, y en general todas las acciones
q ue hagáis, q ue no sean malas, pertenecerán a Jesucri sto
y serán otros tantos actos de gl ori ficaci ón hacia él .
Advertid, por favor, q ue c uando os exhorto a poneros
de rod i l l as todas las mañanas en vuestra casa para adorar
a Nuestro Señor Jesucristo, para darl e graci as y para ofre­
ceros a él , no q u iero decir q ue estos actos sean hechos ha­
cia la persona del H ij o de Dios sol amente, sino hacia l a
Santísi ma Tri nidad , Padre, H ij o y Espíritu Santo. L o q ue
se hace siempre i nfal ibl emente, aunq ue no siempre se
considere expresamente. Porq ue, ya q ue Jesucristo es uno

1 43
con el Padre y el Espíritu Santo, y l a Santísi ma Tri n idad ,
o como dice San Pablo, toda la pl enitud de la d i vi n idad
habita en Jesucri sto, hay q ue concl uir necesariamente
q ue adorar y glori ficar a Jesús es adorar y glorificar al Pa­
dre y al Espíritu Santo; ofrecer a Jesús toda la gl oria q ue
se le ofrece en el cielo y en l a tierra, es ofrecer esta m isma
gl oria al Padre y al Esp íritu Santo; y pedir al Padre y al
Espíritu Santo q ue glorifiquen a Jesús , es pedirles q ue se
glori fiquen a si mi smos. Siguiendo esta verdad, he aq u í l a
segunda cosa q u e debéis hacer por l a mañana, s i deseáis
que toda vuestra vida sea un perpetuo ej ercicio de glori fi­
cación y de amor hacia Jesús , y por consiguiente hacia el
Padre , el H ij o y el Espíritu Santo.
2 . Ofreced a este m ismo Jesús todo el amor y toda la
gl oria q ue l e serán rendidos ese m ismo día en el cielo y
en la tierra y q ue os unís a todas l as alabanzas q ue le se­
rán dadas ese mismo día por su Padre eterno, por él mis­
mo, por su Espíritu Santo, por su bi enaventurada Madre,
por todos sus Angeles y Santos, y por todas l as cri aturas ;
y de este modo estaréis asociados al amor y a l as alaban ­
zas q ue se l e harán conti nuamente d urante ese día.
3 . Pedid a todos l os Angeles, a todos l os Santos, a la
Santísima Virgen, al Espíritu - Santo y al Padre Eterno,
q ue gl ori fiquen y amen a Jesús por vosotros durante ese
d ía , y con toda seguridad lo harán; porq ue es la oración
más agradabl e q ue se l es p ueda hacer, y l a que escuchan y
atienden con más gusto. Y así tendréis parte especial en
el amor y la gloria q ue Jesús recibe continuamente de es­
tas santas y divinas personas; y recibirá este amor y esta
gloria, como si en c ierto modo le fuesen ofrecidos por vo­
sotros, p uesto q ue serán ofrecidos a vuestra petición y sú­
pl ica.
H aciendo un uso fiel de estas tres prácticas todas l as
mañanas , cada día de vuestra vida y toda vuestra vida
j unta mente será un perpet uo ej ercicio de amor y de gloria

1 44
hacia Jesús. Si hubiera un hombre en el m undo tan exe­
crable, q ue q uisiera q ue todas sus acci ones y respiracio­
nes fuesen otras tantas bl asfemias contra Dios, y además
de esto tuviera la intención de unirse a todas las blasfe­
mias q ue se cometen en la tierra y en el in fi erno, y no
contento con esta i mp iedad invitara y exci tara a todos los
demonios y a los hombres mal vados a bl asfemar por él ,
lno es c ierto q ue por su i n tención detestable, todas sus
acci ones y respiraciones serían otras tantas bl asfemias, y
todas l as q ue se h icieran en la t ierra y en el infierno le se.
rían imputadas a é l ? Por el contrario si ej ercitais esas tres
prácticas anteriormente propuestas, es m u y cierto q ue en
virtud de la santa i n tención q ue tendréis, todas l as accio­
nes de vuestra vida serán otros tantos actos de alabanza a
Dios, y q ue seréis asociados de una manera especial a
todo e l honor que se l e rinde incesantemente en l a t ierra
y en el cielo.
Además de esto, es b ueno también q ue hagáis todas l as
mañanas un acto de aceptación, por amor a N uestro Se­
ñor, de todas las mol estias q ue os sobrevendrán d urante el
día; así como también un acto de ren uncia a todas las ten ­
taci ones del espíri t u del mal , y todos l os senti mi entos de
amor propio y de l as otras pasi ones, q ue os podrán acome­
ter durante el día. Estos dos actos son i mportantes ; porque
suceden m i l peq ueños disgustos durante el día, q ue si m­
plemente pasan y no ponemos c u idado en ofrecerlos a
Dios; así como también m uc has tentaci ones y movi mien­
tos de amor propio, q ue se desl izan i n sensiblemente en
nuestras acciones. Así p ues, en virt ud del pri mer acto,
Dios será glori ficado en todas l as penas, ya sean del cuerpo
o del espíritu , q ue experi mentéis d urante el d ía, al haberlas
aceptado desde la mañana por amor a é l ; y en virt ud del
segundo, os dará la fuerza para resi st ir más fácil mente a las
tentaciones mal ignas, y para destruir con mayor faci l idad
l os efectos del amor propio y de l os otros vicios.

1 45
Estos dos actos, con l as tres prácticas precedentes, son
contenidas en la el evación siguiente.

CAPITULO V

Elevación a Jesús por la mañana

Oh adorable y amado Jesús, postrado a vuestros pies


desde l o más profundo de mi nada, en la extensión in­
mensa de vuestro espíritu, en la grandeza in finita de vues­
tro amor, en todas las virtudes y potencias de vuestra di­
vinidad y de vuestra humanidad , os adoro y os gl ori fico,
os bendigo y os amo en todo l o q ue soi s en general en Vos
mi smo y en todas l as cosas, y os adoro, bendigo y amo en
el interior de Vos, por Vos y con Vos a la santísima Tri­
n idad . Os doy gracias i n fi n itas por el cuidado y l a vigi l an­
cia q ue habéis tenido sobre m í durante esta noc he. Os
ofrezco todas l as bendiciones, q ue os han sido dadas du­
rante esta m isma noche, en el cielo y en l a tierra.
Oh mi Sal vador, yo me ofrezco y me consagro a Vos,
y por Vos al Padre eterno, enteramente, absol utamente y
para siempre. Os ofrezco mi cuerpo, mi alma, mi espíri­
tu, mi corazón, mi vida, todas l as partes de mi cuerpo, to­
das las potencias de mi alma, todos mis pensamientos,
palabras y acciones, todas mis respiraciones, todos l os la­
tidos de mi corazón y de mis venas, todos mis pasos, to­
das m is miradas , todo el uso de mis sent idos i nteriores y
exteriores, y en general todo l o q ue ha sido, es y será en
mi , deseando q ue todas estas cosas sean consagradas a
vuestra santa gl ori a , y que sean otros tantos actos de ala­
banza, de adoraci ón y de amor p uro hacia Vos . Haced , os
ruego, Dios mio, por vuestro santo poder y mi sericordia,

1 46
que esto sea así , a fi n de q ue todo lo q ue hay en mí os ri n­
da honor y homenaj e conti nuo.
Os ofrezco también, oh amable Jesús, y por Vos a l a
santísi ma Trinidad , todo el amor y la gloria q ue o s serán
rendidos hoy y torda la etern idad en el cielo y en la tierra .
Me u n o a todas l as al abanzas q ue han sido, son y serán
hechas por siempre al Padre , al Hijo y al Espíri tu Santo;
al Hij o y al Espíritu Santo por el Padre; y al Padre, al
H ij o y al Espíritu Santo por la Santísi ma Virgen , por to­
dos l os Angeles, por todos los Santos y por todas l as cria­
turas.
Oh Jesús, adorad y amad al Padre y al Esp íritu Santo
por m í .
O h Padre d e Jesús, amad y gl ori ficad a vuestro H ij o
Jesús por m í .
Oh Espíritu Santo d e Jesús, amad y gl ori ficad a Jesús
por mí.
O h Madre de Jesús, bendecid y amad a vuestro Hij o
Jesús por m í .
O h bienaventurado San José, oh Angeles d e Jesús, o h
Santos y Santas de Jesús , adorad y amad a mi Salvador
por m í .
Además d e esto, acepto desde ahora p o r amor a V os,
oh mi Señor Jesús , todos l os disgustos , reveses y afl iccio­
nes, del cuerpo o del espíritu, que me sucedan hoy y toda
mi vida, ofreciéndome a Vos para sufrir t odo l o q ue os
plazca , por vuestra gl oria y contentamiento.
Igual mente también declaro q ue renuncio desde ahora
a todas l as sugestiones y tentaci ones del espíri tu mal igno�
y q ue repruebo y detesto todos l os movi mientos , senti­
mientos y efectos de orgullo, del amor propio, y de todas
las otras pasiones e incl inaciones malas q ue hay en m í .
Os supl ico, o h m i Sal vador, q ue impri mai s e n mi co­
razón , un on i 0 . �n horror v un tem or al pecado, mayor
q ue todos l os mal es del mundo; que hagáis q ue muera an-

1 47
tes q ue ofenderos vol untari amente; y me dei s la gracia de
q ue os sirva, hoy y todo el resto de mi vida, con fidel idad
y amor, y q ue me comporte respecto a mi prój imo con
toda caridad , d ulzura, pac iencia, obed iencia y humildad .

CAPITULO VI

Otra elevación a Dios para santificar todas


nuestras acciones , y hacerlas agradables a su
divina Majestad

Oh Dios mio, mi Creador y soberano Señ or, como soy


todo vuestro por i n fi n idad de conceptos, también todo lo
que procede de m í debe ser vuestro. Vos me habéis crea­
do para Vos: por ello debo ofrecerme a mí mismo y todas
mis acci ones, q ue no tendrán ningún val or si no os son
ofrec idas. Así pues, yo, vuestra ruin criatura, os ofrezco
ahora , y para cada momento de mi vida, a mí mismo y
todas mis obras, particularmente las q ue debo hacer hoy,
tanto las buenas como l as indiferentes, tanto l as l ibres
como las naturales . Y a fin de q ue os sean más agrada­
bles, Dios mio, yo las uno a todas las de Jesucri sto nues­
tro Señor, y de la santísi ma Virgen María, su Madre, así
como también las de todos l os Espíritus bienaventurados,
y de todos l os j ustos q ue ha habido, hay y habrá en la tie­
rra y en el cielo. Os consagro todos mis pasos, mis pala­
bras, mis miradas , cada movi m iento de m i cuerpo y cada
pensami ento de mi espíri tu , todas m i s respiraciones, y en
suma todas mis acciones, con la i ntención y el deseo,
para cada una de esas mi smas acciones, de rendiros una
gl oria i n fi n ita y amaros con un amor i n fi n ito. Y no sól o
os ofrezco mi corazón , mi vol untad , mi entendi miento y

1 48
a mí mi smo de la manera q ue os es más agradable ( l o q ue
tengo i ntenci ón de hacer en cada una de mis acciones);
sino q ue tambié n , en estas mi smas acci ones, os ofrezco y
dedico todas las acciones de otras criaturas, espec ial men­
te l as q ue no os son ofrecidas . Os ofrezco l a perfección de
todos l os Angeles, la virt ud de l os Patriarcas, de l os Profe­
tas, y de los santos Apóstol es, l os sufri mi entos de l os
Márt ires , las pen itencias de los Con fesores, la p ureza de
las Vírgenes, la santidad de todos l os bienaventurados, y
final mente a Vos a Vos mismo; y todo esto no para obte­
ner algo de Vos, ni siq uiera el Paraíso, sino sól o para
agradaros más y rendiros más glori a.
Además de esto tengo la intención de ofreceros desde
ahora, en este estado de libertad , todos l os actos de amor
por l os q ue yo os amaré necesari amente en l a bienaventu­
rada eternidad , así como l o espero de vuestra bondad . Lo
mismo hago con todos los actos de las otras virt udes q ue
haré, y q ue todos los bi enaventurados harán en la gl ori a.
Y porq ue cualq u ier cosa es tanto más excel ente cuanto
más os agrada y es más con forme a vuestr· . vina vol un ­
tad , en todo l o q ue haga, no sól o deseo aj ustar mi vol un­
tad a la vuestra, si no q ue también deseo hacer sól o l o q ue
os sea más agradabl e, deseando que vuestra santa vol un­
tad , no la mía, se cumpla en todas l as cosas; y dic ie· lo
siempre con la boca y con el corazón, y en todas l as ac­
ci ones de mi vida : Fiat, Domine, va/un tas tua sicut in
caeló et in terra: «Señor, hágase vuestra vol untad así en la
tierra como en el cielo».
Conceded me, Dios mio, esta gracia, a fi n de q ue pue­
da si empre amaros más ard ientemente, serviros más per­
fectamente y actuar más p uramente para vuestra gloria, y
q ue me transforme tanto en Vos, q ue vi va sólo en V os, y
para Vos sól o, y q ue todo mi paraíso, en el t iempo y en l a
eternidad , sea daros contentamiento.

1 4Q
A LA SANTISIMA V I RGEN

Oh Madre de Jesús, Rei na del cielo y de la tierra, os


sal udo y honro como mi soberana Señora, a la q ue perte­
nezco, y de la que dependo ante Dios. Os ri ndo todo el
honor y sumisión que p uedo según corresponde a Dios y
a vuestra grandeza . Y o me entrego todo a Vos; dadme, os
lo ruego, a vuestro Hij o , y haced de m odo q ue por vues­
tras oraciones, todo lo q ue hay en mí sea consagrado a su
gloria y a la vuestra, y q ue m uera antes que perder su gra­
cia.

OH SAN JOSE

Oh bienaventurado San José, venerable padre de Jesús


y dignísi mo esposo de María, sed mi padre, mi protector
y mi guía hoy y toda mi vida.

AL SANTO ANGEL DE LA GU ARDA

Oh Santo Angel mio, me ofrezco a Vos, ofrecedme a


Jesús y a su santísi ma Madre, y pedidles q ue me conce­
dan la gracia de honrarlos y amarlos con toda la perfec­
ci ón que el l os piden de m í .

A TODOS LOS ANGELES Y SANTOS

Oh Santos Angel es, oh bienaventurados Santos y San­


tas, yo me ofrezco a Vos, ofreced me a Jesús; pedidle, os
ruego, q ue me de su santa bendición, a fin de que emplee
fiel mente este día en su servicio, y q ue muera antes que
ofenderle.

1 50
PARA PED I R LA BEN DICION A NUESTRO SE Ñ OR
Y A SU SANTA MADRE

Oh Jesús, oh María, M adre de Jesús, dadme, os ru­


geo, vuestra santa bendici ón. Nos cum Prole pia benedi­
cat Virgo Maria. In nomine Patris, et Filii. et Spiritus
sancti. Pater noster. A ve María. Credo in Deum.

Ej ercicios durante el día

CAPITULO VII

Que Jesús es nuestro centro y nuestro paraíso


y que debe ser nuestro único obj eto

El pri mero y principal , incl uso el único obj eto de la


mirada del amor y de la complacencia del Padre eterno es
su Hij o Jesús. Digo el único; porque como el Padre divi­
no ha q uerido que su Hij o Jesús sea todo en todas las co­
sas y que todas las cosas sean consistentes en él y por él,
según la palabra de su Apóstol, así también mira y ama
todas las cosas en él y no mira y ama más que a él en to­
das las cosas. Y como el m ism o Ap óstol n os enseña q ue é l
ha hecho todas las cosas en él y por él. así también nos
enseña que ha hecho todas las cosas por él. Y como ha
p uesto en él t od os los tesoros de s u ciencia y su sab iduría,
de su bondad y de su bell eza, de su gl oria y de su fel icidad
y de todas sus otras perfecci ones di vinas, así también nos
anuncia con fuerza y repetidas veces q ue ha p uesto toda
su complacencia y sus delicias en su HUo único y predi­
lecto. Lo que no excl uye al Esp íri tu Santo, ya que es el
Espíritu de Jesús, que es uno con Jesús.

151
A i m i tación de est€ Padre cel esti al , que debemos se­
guir e i m i tar como nuestro padre, Jesús debe ser el único
obj eto de nuestro esp íritu y de nuestro corazón . Debemos
contemplar y amar todas l as cosas. Debemos real izar to­
das nuestras acci ones en él y por él . Debemos poner todo
n uestro contentamiento y n uestro paraíso en él ; porque,
así como él es el paraíso del Padre eterno, en el q ue se
complace, así también este Padre santo nos l o ha dado, y
se nos ha dado a si mismo para ser nuestro para íso. Por
el l o nos manda q ue pongamos n uestra morada en él : Ma­
nete in me: « Permaneced en mí». Y su discípulo predilec­
to n os reitera este mandato por dos veces : Permaneced en
él -dice- h(jitos, permaneced en él. Y San Pablo nos ase­
gura q ue no hay condena alguna para aq uellos q ue per­
manecen en Jesucristo. Por el contrari o se p uede decir
q ue fuera de e l l o no hay más que perdición . maldición e
infierno.
Pero daos c uenta aq u í por favor. q ue c uando digo que
Jesús debe ser nuestro ún ico objeto, esto no excl uye al
Padre y al Espíritu Santo. Pues al asegurarnos Jesús que
qu ien lo ve, ve a su Padre, se deduce q ue q uien habla de
él habla también de su Padre y de su Espíritu Santo; que
q uien lo honra y l o ama , honra y ama igual mente a su
Padre y a su Espíritu Santo; y q ue q uien lo contempla
como su ún ico obj eto, contemp l a conj untamente a su Es­
píritu Santo.
Contemplad , p ues, a este amab i l ísimo Sal vador como
el único objeto de vuestros pensam ientos , deseos y afec­
tos; como el único fin de todas vuestras acci ones; como
vuestro centro, vuestro paraíso y vuestro todo. Desde to­
das partes retiraos hacia él como un l ugar de refugio, por
medio de l a el evación del espírit u y del corazón hasta é l .
Permaneced siempre e n él , e s decir q ue vuestro espíritu y
vuestro corazón, todos v uestros pensamientos, deseos y
afectos estén en él , y q ue todas vuestras acci ones sean he-

1 52
c has en él y por él , del modo q ue se expl icará más deta­
lladamente en la sexta parte de este l i bro.
Considerad a men udo en vuestro espíritu esta pal abra
suya: Un wn est n ecessa ri u m : «U na sola cosa es necesa­
ria», a saber, servir, amar y gl ori fü�ar a Jesús . Con siderad
q ue fuera de el l o todo el re_s t o n o es más q ue loc ura , enga ­
ñ o. ilus ión. pérdida de tiemp o. aflicción del c uerp o y del
esp íritu. nada . va n idad y va n idad de va n idades : q ue no
estáis en l a tierra más que para esta única cosa, q ue es la
pri ncipal , la más i mportante , la más necesari a, l a más ur­
gente, incl uso el principal asunto q ue tenéis en el mundo;
q ue esto debe ser vuestro único y pri ncipal cuidado; que
todos vuestros pensam ientos , palabras y acci ones deben
tender a este fi n . Por esta razón debéis poner cuidado, al
comienzo de vuestras acciones, especial mente l as princi­
pales, en ofrecerlas a Nuestro Señor, decl arándole q ue las
deseáis hacer para su p ura gl oria.
Si caé is en alguna falta , n o os desan iméis, aunque
cayerais varias veces; si no q ue h u m i l l aos profundamente
ante Dios en vuestro propio espíritu, e i ncl uso a veces, si
el l ugar y el tiempo os lo permiten , retiraos a algún l ugar
para poneros de rod i l las y pedirle perdón, intentando ha­
cer algún acto de contricción, y supl icando a Nuestro Se­
ñ or Jesucristo q ue repare vuestra falta , q ue él os de n ueva
gracia y fuerza para i mped iros caer en el l o de nuevo y
q ue impri ma n uevamente en vosotros la resol ución de
morir antes que ofenderl e.
Acordaos de vez en c uando, q ue estáis ante Dios y
dentro de Di os mismo; q ue N uestsro Señor Jesucri sto, se­
gún su divin idad , os rodea por todas partes, i ncl uso os
i mpregna y os l l ena tanto q ue está más en vosotros que
vosotros mi smos; q ue pi ensa conti n uamente en vosotros,
y q ue ti ene siempre l os oj os y el corazón vueltos hacia
vosotros. Que esto os mueva a pensar también en él , si no
si empre, al menos no dejar pasar una hora entera si n ele-

1 53
var vuestro esp íritu y vuestro corazón hacia él por medio
de alguna de las siguientes elevaciones , u otras si m ilares
que su Espíritu Santo quiera inspiraros.

CAPITULO VIII

Elevaciones a Jesús durante el día

iOh Jesús! iOh buen Jesús! iOh el único de mi cora­


zón ! iOh amado de mi alma!
iOh obj eto de todos mis amores ; lcuándo será q ue os
ame perfectamente?
iOh mi sol divino, iluminad las tinieblas de mi espíri­
tu, encended las frialdades de mi corazón!
iOh l uz de mis oj os, q ue os conozca y me conozca , a
fi n de q ue os ame y me odie!
iOh mi d ulce l uz , haced q ue vea claramente q ue todo
lo q ue no sea Vos es la nada, engaño y vanidad !
iOh mi Dios y mi todo, separadme de todo lo que no
sea Vos , para unirme del todo a vos!
iOh mi Todo, sed mi todo y que todo el resto sea nada
para m í !
iOh mi Jesús, sed mi Jesús!
iOh vida de mi al ma, oh Rey de mis amores, vi vid y
rei nad en mí perfectamente!
iViva Jesús, viva el Rey de mi corazón, viva la Vida
de mi vida, y q ue sea por si empre amado y glori ficado
por todo y en todas las cosas!
iOh fuego divino, fuego i nmenso, q ue estái s en todas
partes, fuego q ue consume y devora ! lCómo no me con­
sumís por completo en vuestras l lamas sagradas?
iOh fuego, oh l lamas celestes, venid sobre m í , y trans-

1 54
formadme todo en una pura l lama de amor hacia mi Je­
sús!
iOh Jesús, Vos sois todo fuego y todo l lama de amor
hacia mí! iAy! lPor q ué no soy yo todo l lama y todo fue­
go de amor hacia V os?
iOh Jesús, Vos sois todo para m í ! iQue yo sea todo
para Vos para siempre!
iOh Dios de mi corazón ! iOh única herencia de mi
alma! lQué quiero yo en el ciel o y en la tierra si no a Vos?
O u n u m necessariu m ! Un um quaero. u n u m desidero.
u n u m vo/o, u n u m mihi est necessarium, Jesus meus, et
omnia ! iOh lo único necesari o, a q uien busco, a quien de­
seo, a q u ien quiero, lo único q ue necesito, mi Jesús , q ue
es todas las cosas y fuera del c ual todo es nada !
Ven i, Domine Ies u ! iVenid , Señor Jesús, venid a mi
corazón y a mi alma para q ue en él os améis a Vos mis­
mo perfectamente!
iOh Jesús, lcuándo será q ue no haya nada más en mí
q ue sea contrari o a vuestro santo amor?
iOh Madre de Jesús, mostrad me que Vos sois la Ma­
dre de Jesús , formándolo y haciéndolo vivir en mi alma!
iOh madre del amor, amad a vuestro Hij o por m í !
i O h buen Jesús , daos a Vos mismo al cént uplo todo e l
amor q ue habría debido daros e n toda mi vida y q ue to­
das vuestras criaturas os deberían rendir!
iOh Jesús, os ofrezco tod o mi amor del ciel o y de la
tierra!
iOh Jesús, os doy mi corazón , l lenadlo de vuestro san­
to amor!
iOh Jesús, que todos mis pasos rindan homenaj e a los
pasos q ue V os habéis dado en la tierra!
iOh Jesús, que todos mis pensamientos sean consagra­
dos al honor de vuestros santos pensamientos!
iOh Jesús, que todas mis acci ones den gloria a vues­
tras divinas acciones!

1 55
iOh mi Gl oria, q ue sea yo sacrificado por entero a
vuestra gl oria eternamente!
Oh mi Todo, yo ren uncio a todo lo q ue no sea Vos, y
me entrego todo a Vos para siempre.

No quiero nada y q u iero todo


Jesús es todo para m í, sin el todo me es nada.
Q u itádmelo todo. dadme este ú n ico b ien.
y tendré todo sin tener nada.

EJERCICIO PARA LA NOCHE

No es menos importante acabar bien q ue comenzar


bien el día, y consagrar especial mente a Dios las últi mas
acciones de cada día así como l as pri meras. A tal efecto
acordáos por la noc he, antes de descansar, de poneros de
rod i l las al menos por espacio de un cuarto de hora , a fin
de dar gracias a Dios por las gracias q ue os ha concedido
d urante el día, de hacer examen de conciencia, y ofrece­
ros a él de nuevo con l os ejercicios y prácticas sigui entes.

CAPITULO IX

Ejercicio de agradeci miento

iOh Jesús, mi Señor, os adoro como el principio y l a


fuente, con vuestro Padre y vuestro Espíritu Santo, de
todo lo q ue hay de bueno, de santo y de perfecto en el
cielo y en la tierra, en el orden de l a nat uraleza, de la gra­
cia y de la gl ori a. Os dedico todos l os dones y todos l os
bi enes celestiales y terrestres, temporales y eternos, q ue

1 56
han procedido siempre de Vos, especial mente en este d ía,
en l a tierra y en el cielo.
Os bendigo y os doy in fi n itas gracias por todo lo q ue
Vos sois en Vos mismo, y por todos l os efectos de bondad
q ue habéis operado por siempre, especial mente en este
día, hacia todas vuestras criaturas; pero más particular­
mente por l os q ue habéis operado en m í , l a más mísera
de vuestras criaturas , y q ue tenéi s el design i o de operar en
mí desde l a etern idad .
Os ofrezco todo el amor y las al abanzas q ue os han
sido dados por siempre, pero espec ial mente l os q ue os
han sido dados hoy en el cielo y en la tierra. Que todos
vuestros A ngeles, todos vuestros Santos , todas vuestras
criaturas y todas las potencias de vuestra divin idad y de
vuestra humanidad os bendigan eternamente.

CAPITULO X

Ej ercicio para el examen de conciencia

Oh Señor Jesús, os adoro como mi soberano Juez ; yo


me someto vol untariamente al poder q ue tenéis para j uz­
garme y estoy sati sfec ho de q ue tengáis ese poder sobre
m í . Hacedme partícipe, os ruego, de la l uz por la que Vos
me haréis ver mis pecados, cuando comparezca ante
vuestro tribunal a la hora de la m uerte, a fin de q ue en la
claridad de esa l uz , pueda conocer l os pecados q ue he co­
metido contra vuestra Di vina Maj estad . Hacedme partíci­
pe del cel o de vuestra divina Justicia, y del odio q ue te­
néis contra el pecado, a fin de que yo odie mis pecados
como Vos l os odiais.
Después de esto, haced brevemente una revisión de

1 57
toda la j ornada , para ver en q ué habéis ofendido a Dios; y
habiendo reconocido l os pecados q ue habéis cometido,
acusaos ante él , pidiéndol e perdón, haciendo l os actos de
contrición de esta manera.

CAPITULO XI

Actos de contrición para la noche

Oh mi Salvador, me acuso ante Vos, ante todos vues­


tros Angeles y Santos , de todos l os pecados q ue he come­
tido en toda mi vida , y particularmente en este día, con­
tra vuestra divina Maj estad . Os sup l ico, mi Señor, por
vuestra grand ísi ma misericordia, por l a preciosa sangre
que habéis derramado por m í , y por las oraciones y méri­
tos de vuestra santísima M adre y todos vuestros Angel es
y Santos , q ue me deis ahora la gracia de hacer una perfec­
ta contrición y arrepentimiento.
Oh Dios mio, detesto mis pecados con todo mi cora­
zón y en toda l a extensión de mi vol untad ; l os detesto por
l a ofensa, la inj uria y el deshonor q ue os he hec ho con
ell os. Los odio porq ue Vos l os odi ais, y porq ue os son in­
fi nitamente desagradables. Oh buen Jesús, estos pecados
míos han sido causa de haceros sufrir l os tormentos más
atroces que j amás hayan sido sufridos , de haberos hecho
derramar vuestra sangre hasta l a últi ma gota , y de haceros
morir con la muerte más cruel de todas las m uertes. Por
esta razón, mi buen Sal vador, abomino de ell os y renun­
cio a ellos para siempre. iOh! lQuién me dará todo el do­
l or y contrición de un San Pedro, de una Santa M agdal e­
na y de todos l os santos pen i tentes para l l orar las ofensas
q ue he hecho contra mi Dios, con tanto senti miento y

1 58
arrepent1m1 ento, como e l l os l l oraron l as suyas? iOh!
lQuién hará q ue yo od ie tanto mis iniquidades , como l os
Angeles y l os Santos l as odian?
iOh, si fuera posible, Dios mio, q ue yo tuviera tanto
horror de mis pecados, como Vos mismo tenéis! Mi Se­
ñor, q ue yo l os deteste como Vos los detestáis , q ue yo me
horrorice de e l l os como Vos os horrorizáis , q ue yo l os
abomine como Vos l os abomi nais.
Oh amabil ísi mo Señor, q ue yo m uera mil veces antes
q ue ofenderos en adelante mortal mente, inc l uso antes de
ofenderos de cualq uier modo con vol untad deliberada .
Declaro q ue con vuestra gracia me acusaré de todos mis
pecados en l a pri mera confesión que haga, y que tengo l a
firme resol ución d e apartarme de e l l os e n l o sucesivo por
amor a Vos. Dios mio, sí, con todo mi corazón, renuncio
para siempre a cualq uier tipo de pecado, y me ofrezco a
Vos para hacer y sufrir todo l o q ue os agrade en sati sfac­
ci ón de mis ofensas; aceptando de buen grado desde aho­
ra , en homenaj e a vuestra di vina j usticia, todas l as penas
y pen itenc ias q ue q ueráis imponerme, ya sea en este
m undo o en el otro, en expiación de mis faltas, y ofre­
ciéndoos, en satisfacción del deshonor q ue os he hecho
con mis pecados, toda l a glori a q ue os ha sido rendida
hoy por Vos mismo, por vuestra santa Madre, por vues­
tros A ngeles, por vuestros Santos y por todas l as al mas
santas q ue hay en la tierra.
Oh buen Jesús, me entrego por entero a Vos: anulad
en mí todo l o q ue os desagrada; reparad por mí las ofen­
sas q ue he cometido respecto a vuestro Padre eterno, a
Vos, a vuestro Espíritu Santo, a vuestra bi enaventurada
Madre , a vuestros Angeles, a vuestros Santos y todas
vuestras criaturas; y dadme la fuerza y la gracia para no
ofenderos j amás.
Oh Angeles de Jesús, Santos y Santas de Jesús, M adre
de Jesús , reparad por favor, mis defectos; reparad por mí

1 59
el deshonor que he hec ho a Dios por mis pecados, y dad l e
al céntuplo todo el amor y la gl oria que habría debido
rendirle este día y toda mi vida .
Oh Madre de Jesús , Madre de misericordia, ped id a
vuestro Hij o q ue se apiade de mí. M adre de gracia, pedid
a vuestro H ij o q ue me dé la gracia de no ofenderl o más , y
para servirl e y amarl e fiel mente.
Oh bi enaventurado San José, oh santo Angel de mi
guarda , oh bienaventurado San Juan , bienaventurada
Santa M agdalena, interceded por mí a fin de q ue obtenga
mi sericordia y gracia para ser más fi el a Dios. Pater, A ve,
Credo.

CAPITULO XII

Para ofrecer vuestro descanso a Jesús

Oh Jesús, os ofrezco este descanso q ue voy a tomar,


en honor del descanso eterno q ue Vos tenéis en el seno de
vuestro Padre , y en honor del sueño y del descanso tem ­
poral que tomasteis, tanto en el seno de vuestra Madre,
como durante el tiempo q ue estuvisteis en la tierra .
Os ofrezco todas l as respiraciones q ue haré durante
esta noche, todos l os latidos de mi corazón y de mis ve­
nas , deseando q ue sean otros tantos actos de alabanza y
de adoración hacia Vos. Me uno a todas las alabanzas
que os serán dadas durante esta noche y siempre en el
cielo y en la tierra . Y supl ico a todos vuestro Angel es y
vuestros Santos , a vuestra bienaventurada Madre, y a Vos
mismo q ue os améis y os gl ori fiqueis por mí durante esta
noc he y toda la eternidad .
Después de esto, al acostaros, hay q ue hacer l a señal

1 60
de l a cruz ; y una vez acostados. decid la última oración
q ue Jesús hizo a su Padre en el último momento de su
vida . a saber: Pa te r. in m a n us l ltas. com mendo sp iri t u m
m e u m : «Oh Padre , en vuestras man os encomi endo mi es­
p íri tu»: y habl ando a Jesús: i n man us t z tas. Domine Ies u.
com mendo sp irit um meum: «Oh Señ or Jesús, en vuestras
manos entrego mi espírit u». Hay q ue decir esta oración
por la últi ma hora de vuestra vida , e i ntentar decirla con
la m isma devoc i ón con l a que q uerríais decirla en esa ú l ­
tima hora . Y a tal efecto, h a y q ue decirla, e n J a medida de
lo posible, con el amor, la humi ldad , la confianza y todas
las disposiciones santas y divinas con l as que Jesús la
d ij o ; uniéndoos desde ahora para la últi ma hora de vues­
tra m uerte a estas últi mas di sposici ones con l as q ue Jesús
terminó su vida d iciendo esta oración, y p idiéndole que
l as i mprima en Vos, y q ue os las conserve para la últi ma
hora de vuestra vida, a fin de q ue por este med i o muráis
en Jesús, es decir en las d i sposiciones santas y di vinas en
las q ue Jesús m uri ó, y q ue así seáis de aq uel l os de l os q ue
se ha escrito: Bea t i moriui q u i in Domino mori u n tur.
«Bi enavent urados l os m uertos q ue m ueren en el Señor».
Por último, cuidad q ue la últi ma acción que hagáis
antes de dormiros sera la señal de l a cruz : que el último
pensamiento q ue tengáis sea Jesús; q ue el últi mo acto in­
teri or q ue hagáis sea un acto de amor hacia Jesús: y q ue
la últi ma pal abra q ue digáis sea el santo n ombre de Jesús
y de María, a fi n de merecer por e l l o q ue las últi mas pala­
bras q ue digáis en vuestra vida sean estas: 1Jesús. María !
i Vi va Jesús y María ! iOh b ue n Jesús. sed mi Jesús! iOh
María, Madre de Jesús. s ed la Madre de mi alma !

161
PARA LA CONFESION

CAPITULO XIII

Lo que se debe hacer antes de la confesión

Es una cosa muy necesaria, muy santa y muy úti l para


la gloria de Dios y la santi ficación de l as al mas cri stianas
el uso frec uente del sacramento de la Pen itencia, de l a
que l a confesión e s u n a parte, con tal de q ue u n o s e apro­
xime a ella con l as debidas disposici ones. Pero es algo l a­
mentabl e el ver el extraño abuso q ue hoy día hacen de
este sacramento muchos q ue, acercándose a l os pies de
l os sacerdotes para recibir de e l l os la absol ución de sus
faltas, lo único q ue obtienen es su condena , al no presen­
tarse con l as d isposiciones q ue son necesarias para una
peni tencia verdadera y sól ida . Lo q ue debe ser muy temi­
do, incl uso por quienes se confiesan a menudo, porq ue se
p uede temer que l o hagan más por ruti na q ue por un ver­
dadero espíritu de peni tencia, espec ialmente cuando no
se ve ningún cambio en su vida o en sus costumbres, ni
n ingún avance en las virtudes cristianas. Por tanto cuanto
más frecuentéis este sacramento, tanto más debéis tener
cuidado en hacer l as convenientes preparaciones. A tal
efecto tenéis q ue hacer tres cosas.
l . Tenéis que poneros de rodil las a l os pies de N ues­
tro Señor en algún 1 ugar retirado, si es posible, para con­
siderarl o y adorarl o con l a rigurosísima pen itencia, y con
la profundísi ma contrición y humi l l ación que él tuvo por
vuestros pecados durante toda su vida, y especialmente
en el h uerto de l os Ol ivos; y para supl icarl e insistente­
mente que os haga partícipe de su espíritu de pen i tencia,
y que os de l a gracia de conocer vuestros pecados, de

1 62
odiarlos y detestarlos tanto como él l o desea , de converti ­
ros perfectamente a é l , ren unciando a todas las ocasiones
de pecado, y sirviéndoos de l os remedi os necesarios para
la curación de las heridas de vuestra alma. A tal fin po­
dréis serviros de la oración siguiente o de alguna otra pa­
recida.
Oh amadísi mo Jesús, contempl ándoos en el h uerto de
l os Oli vos , al i nicio de vuestra santa Pasión, os veo pros­
ternado contra la tierra ante el rostro de vuestro Padre , en
nombre de todos l os pecadores, como cargándoos con to­
dos los pecados del mundo y de l os míos en particular,
q ue hicisteis vuestros en cierto modo. Veo q ue por vues­
tra di vina l uz ponéis todos estos mi smos pecados ante l os
oj os , para confesarlos a vuestro Padre en nombre de todos
l os pecadores , para l l evar ante él la humil l ación y la con­
trición, y para ofreceros a él a fin de darl e la satisfacción
y la penitencia q ue l e agraden . A la vista del horror de
mis crímenes , y del deshonor q ue por e l l os se hace a
vuestro Padre , os veo red ucido, oh buen Jesús, en una ex­
traña agonía, en una horrible tristeza, y en un dolor y una
contrición tan extremas q ue la viol encia del dolor entris­
tece vuestra bend ita alma hasta la m uerte, y os hace sudar
hasta sangre con tal abundancia q ue la tierra se empapó
toda.
Oh mi Sal vador, os adoro, os amo y os gl ori fico en
este estado y en este espíritu de peni tencia al q ue os han
l levado vuestro amor y mis ofensas. M e entrego a Vos
para entrar ahora con Vos en este espírit u . Hacedme par­
tícipe , os ruego, de esta l uz por la q ue Vos habéis conoci­
do mis faltas , a fin de q ue yo las conozca para acusarme
de el l as y detestarlas. Hacedme part ícipe de la humil la­
ción y la contricci ón q ue l l evasteis ante vuestro Padre,
como también del amor con el que os habéis ofrecido a él
para hacer pen itencia y del odi o y del horror q ue tenéis
del pecado, y dadme l a gracia de hacer esta confesión con

1 63
una perfecta humildad , sinceridad y arrepent1m1ento, y
con una firme y fuerte resol ución de no ofenderos más en
el futuro.
Oh M adre de Jesús, obtened para m í , os ruego, estas
gracias de vuestro Hijo.
Oh santo Angel de la guardia, pedid a N uestro Señ or
para mí q ue me conceda l a grac ia de conocer mis peca­
dos, de confesarl os bien , de tener una verdadera contri ­
ción de e l l os, y de convertirme perfectamente.
2 . Desp ués de hacer esta oración , debéis exami naros
cuidadosamente, e intentar acordaros de los pecados co­
metidos desde vuestra últi ma confesi ón; después, habién­
dol os reconocido, intentar formar en vuestro corazón un
verdadero dolor, un perfecto arrepentimiento y contri ­
ción de haber ofendido a un Dios tan bueno, pidiéndole
perdón de vuestros pecados, detestándol os y ren unciando
a e l l os porq ue le desagradan, tomando la firme resol uci ón
de apartaros de ellos en l o sucesivo, con su gracia, huir de
todas las ocasi ones y serviros de todos l os medios propi os
y eficaces para l l egar a una verdadera con versi ón: q ue es
lo q ue constituye la contrición.
Pero porq ue esta mi sma contrición es extremadamen ­
te necesaria e i mportante, no sólo en la confesi ón, si no
también en muchas otras ocasiones, deseo haceros ver
más particularmente en q ué consi ste, cuándo y cómo hay
que hacer actos de contrición; esto será después de habe­
ros expl icado el tercer req uisito para la perfección de la
confesión, y l o q ue hay q ue hacer después de haberse
confesado.
3 . La tercera cosa q ue hay que efect uar para hacer
una confesi ón perfecta es ir l os pies del sacerdote, como
q uien representa l a persona y oc upa el l ugar de Jesucri s­
to; e ir en cal idad de cri m inal de l esa maj estad divina,
con un gran deseo de humi l l aros y confundi ros, de tomar
el puesto de Dios contra vosotros mismos, como si se tra-

1 64
tara de su enemigo, como pecador q ue sois, y de revesti­
ros del cel o de su j usticia contra el pecado, y del odi o in­
fi nito q ue él tiene; así como también con la fi rme resol u­
ción de confesar humildemente, enteramente y claramen ­
te todos vuestros pecados, sin disimularlos, excusarlos, ni
ac hacarl os a otro, sino de acusaros como si estuvieseis en
el punto de la muerte . Porq ue debéis considerar q ue más
val e dec ir l os pecados al oído de un sacerdote, q ue sufrir
la vergüenza en el d ía del j uicio ante todo el mundo, y ser
condenado para siempre; y, por otra parte, debemos abra­
zar de buen grado la pena y con fusión q ue prod ucen el
confesar nuestros pecados , para rendir homenaje a l a con ­
fusión y a l os tormentos q ue N uestro Señ or Jesucri sto su­
frió en la cruz por estos mismos pecados, así como tam­
bién para gl ori ficar al Señor por esta humi l l ación, recor­
dando q ue cuanto más nos humil l emos , tanto más es
exaltado él en nosotros.

CAPITU LO XI V

Lo que se debe hacer después de la confesión

Después de haberos confesado, y haber recibido el


perdón de vuestros pecados por medio del sacramento de
la Pen i tencia, acordaos de dar gracias a N uestro Señ or Je­
sucristo por haberos conced ido una gracia tan grande.
Porq ue c uando él nos l ibra de algún pecadó, ya sea evi­
tando q ue caigamos en él , ya sea perdonándonos el haber
caído, aunque no fuera más q ue el pecado venial más l eve
del mundo, nos da una gracia más grande, y estamos más
obligados a agradecérsela, q ue si nos librara de todas l as
pestes, enfermedades y otras afl icci ones corporales que

1 65
nos pueden sobrevenir. Dadle pues gracias de esta mane­
ra y pedidle q ue os guarde del pecado en el fut uro.
i Bendito seáis, oh buen Jesús; bendito seáis mil veces!
iQue todos vuestros Angeles, vuestros Santos y vuestra
santa M adre os bendigan ahora y siempre , por haber esta­
blecido en vuestra Iglesia el santo sacramento de la Peni­
tencia, y por habernos dado un medio tan presente , tan
fácil y tan poderoso para borrar nuestros pecados y re­
concil iarn os con Vos! i Bendito seáis por toda la gloria
que os ha s ido y os será dada hasta el fin del mundo por
este sacramento! i Bendito seáis también por toda la gloria
q ue Vos mismo habéis rendido a vuestro Padre por l a
confesión d e nuestros pecados, por así decirlo, que Vos
hicisteis en el h uerto de los Oli vos , y por la humil laci ón,
contrición y penitencia q ue Vos sufri stei s por el l os! iüh
mi Sal vador, i mpri mid, os ruego, dentro de m í un odio,
un horror y un temor del pecado mayores q ue todos l os
demás males q ue hay en la tierra y en el infierno, y haced
q ue muera mil veces antes q ue ofenderos en el futuro.

CAPITULO XV

Lo que es la contrición

La contrición es algo tan poderoso, tan santo y tan


amable q ue un solo acto verdadero de contrición es capaz
de borrar mil pecados mortales, si l os hubiera en un
al ma. Pues bien, he aq uí en q ué consi ste.
La contrición es un acto de odi o y de horror, de dolor
y arrepenti miento hacia el pecado que se ha cometido,
porq ue desagrada a Dios; es decir, es un acto de nuestra
vol untad, por el cual declaramos a Di os q ue q ueremos

1 66
odiar y detestar n uestros pecad os, que nos hemos arre­
pentido de haberl os cometido, y que renunci amos a ells,
y tenemos el deseo de apartarnos de e l l os, n o tanto en
consideración a nuestro propio interés, como el de él .
Quiero decir no tanto a causa del mal , del error y del
daño q ue nos hemos hecho a nosotros mismos por nues­
tros pecados, como a causa de la i nj uria, del deshonor, de
l os grandes tormentos y de la m uerte cruel ísi ma q ue he­
mos hecho sufri r a N uestro Señ or por estos mi smos peca­
dos.
Por consiguiente hay que señalar q ue es ci erto q ue l a
menor ofensa hec ha contra una bondad i n fi n ita e s tan de­
testable q ue, aunq ue l l oráramos hasta el d ía del j uicio, o
muriéramos de dolor por la más peq ueña de nuestras fal­
tas, sería todavía demasiado poco; sin embargo no es ab­
sol utamente necesari o, para tener una verdadera contri­
ción , derramar lágri mas, ni tener un dolor sensible o un
senti m iento dol oroso de l os pecados: Porq ue, al ser l a
contrición un acto espiritual e interior d e la vol untad ,
q ue es una potencia espiritual y no sensible de nuestra
alma, se p uede hacer un acto de contrición sin tener nin­
gún dolor sensible; del mismo modo que es suficiente de­
cl arar a Nuestro Señor, con una verdadera vol untad , q ue
q ueremos od iar y detestar nuestros pecados , y apartarnos
de el l os en lo sucesivo, porq ue le desagradan , y q ue tene­
mos el deseo de con fesarnos de e l l os en l a p ri mera confe­
sión q ue hagamos.
Observad también q ue l a contrición es un don de Dios
y un efecto de la gracia; por l o q ue, aunq ue supierais muy
bien en q ué consiste , y empl earais todas las fuerzas de
vuestro espírit u y de vuestra vol untad para real izar algún
acto de contrición , no l o podríais hacer j amás, si el Espí­
ritu Santo no os diera su gracia. Pero l o q ue os debe con ­
solar es q ue n o os l a rehusará , si se l a pedís con humil­
dad , confianza y perseverancia, y no esperáis a la hora de

1 67
l a m uerte para ped írsel a; porq ue general mente no se con­
cede, en ese momento, a q uienes l a han desc uidado du­
rante su vida .
Tened en cuenta ta mbién q ue para tener una verdade­
ra contrición, son necesarias cuatro cosas , siendo la pri­
mera el devol ver l o más pronto posible el bien del prój i­
mo, c uando uno l o tiene y puede devol verl o, aunq ue sea
incc11.odándose, y resti tuir el buen nombre , c uando uno
l o ha manc hado con alguna cal umnia o maledicencia.
La segunda es hacer todo l o que uno p ueda para re­
concil iarse con aq uel l os con q uienes uno está en discor­
dia.
La tercera es tener una vol untad fi rme y constante, no
sól o de confesar l os pecados y de ren unciar a e l l os , si no
también de emplear l os remedios y l os medios necesarios
para vencer las malas costumbres y comenzar una vida
verdaderamente cri stiana .
La cuarta es evitar real mente todas l as ocasi ones tanto
activas como pasivas del pecado, es dec ir, tanto aq uel l as
q ue se da a otros para ofender a Dios, como aq uel las
otras por l as q ue uno es movido a defenderlo: como son
para l os concubinos y ad últeros sus amantes; para l os
borrac hos l as tabernas; para l os j ugadores y blasfemos l os
j uegos, c uando en ellos tienen l a costumbre de j urar y
blasfemar, o perder m uc ho tiempo o dinero; para las mu­
j eres y l as j óvenes el descubri r sus escotes o el cuidado ex­
cesi vo y la van idad en sus cabe l l os y sus vestidos; y para
m uc hos otros l os malos l ibros, l os c uadros feos, l os bai l es,
las danzas, las comedias , la frecuentación de ciertos l uga­
res, de ci ertas compañ ías o de ci ertas personas; como
también ciertas profesi ones y oficios q ue no se p ueden
ej ercer sin pecado ( 1 ). Porq ue, cuando el Hij o de Dios

1 . No dice San Juan Eudes nada del cine ni de l a televisión. porq ue natu­
ral mente, en aq uel l os tiempos no existían, pero todos debemos saber q ue hoy
son l os culpables y causa de condenación-de l a mayoría de las al mas.

1 68
nos dice: Si tu mano. o tu p ie. o tu <Ho te esca ndalizan .
córtalos. a rrá n ca los. y arrójalos lejos de ti, p orq u e más
vale entrar en el cielo sólo con u na ma n o. o u n pie, o un
qjo. que ser arrqjado al ir1;fierno con las dos manos. los
dos p ies. o los dos qjos, es un mandato absol uto q ue n os
hace baj o pena de l a condena eterna, según la expl icación
de l os santos Padres, de arrancar de nosotros y abandonar
por completo todas l as cosas que son ocasi ón de ruina
para nosotros o para el prój i mo, incl uso l as q ue de por si
no son malas , como ciertas profesi ones y oficios , c uando
n o es posibl e ej ercerlos si n pecado, así come l as q ue n o
son muy fam il iares, q ueridas y preciadas , c uando son
para nosotros ocasión de perdición .
Se pueden hacer actos de contrición en todo tiempo y
ocasi ón , pero espec ial mente se deben hacer:
1 . Cuando uno va a con fesarse, porq ue la contrición
(o al menos la atrición, que es una contrición imperfecta)
es una parte necesari a para la Peni tencia. Por eso he di­
cho anteri ormente y repito ahora q ue hay q ue tener mu­
cho cuidado antes de confesarse, después de examinarse,
de ped ir a Dios la contrición y desp ués formar actos de
contrición .
2 . Cuando se ha caído en algún pecado, a fi n de le­
vantarse de inmed iato por medio de l a contrición.
3 . Por l a mañana y por l a n oche, para que, si se han
cometido algunos pecados durante la noc he y d urante el
d ía , sean borrados por medio de la contrici ón , y así se
conserve uno siempre en gracia de Dios. Para el l o os he
señalado vari os actos de contrición en el ej ercicio de l a
tarde, después d e l examen .
Pero además de esto para faci l itaros más el medi o y l a
manera de practicar algo tan necesari o e i mportante y d e
l o q ue tenemos necesidad e n toda ocasión, he añadido
aq uí vari os actos de contrici ón en di versas maneras, q ue

1 69
podréis util izar sirviéndoos de uno u otro, según el movi­
miento y guía del Espírit u de Dios.
Pero no os eq uivoq uéis imaginando que, para tener la
contrición de vuestros pecados es suficiente leer y pro­
n unciar con atención los actos q ue se recogen en este l i ­
bro u otros parecidos; porque además de q ue e s necesari o
q ue la verdadera contrición vaya acompañada d e las con­
diciones anteriormente en u meradas , debéis sobre todo
acordaros q ue os es i mposible prod ucir ningún acto, sin
una gracia particular de Di os . Y al empezar, c uando de­
seéis entrar en un verdadero arrepentimiento y contrición
de vuestras faltas, acordaos de pedir a Nuestro Señor q ue
os de para el l o la gracia, de la siguiente manera.

CAPITULO XVI

Para pedir a Dios la contrición

O h b uen Jesús, deseo tener toda la contrición y todo


el arrepenti miento de mis pecados que Vos deseáis q ue
tenga; pero sabéis que n o p uedo tenerl o, si Vos no me l o
concedéis. Dád mel o p ues, o s ruego, m i Sal vador, por
vuestra grandísi ma mi sericordia: Sé muy bien q ue soy
muy indigno de ser contemplado y atend ido por Vos;
pero tengo confianza en vuestra i n fi nita bondad de q ue
me concederéis lo q ue os ruego muy i nsistentemente por
l os méri tos de vuestra santa Pasión, de vuestra santa Ma­
dre, de todos vuestros Angeles y de todos vuestros santos.
O h M adre de Jesús, oh santos Angeles, oh bienaven­
turados Santos y Santas , rogad a Jesús por m í para q ue
me conceda un perfecto arrepentimiento de mis pecados.

1 70
Después de esto, tratad de expresar actos de contri ­
ción de alguna de las sigu ientes maneras.

CAPITULO XVII

Actos de contrición

O h amabil ísi mo Jesús, quiero odiar y detestar mis pe­


cados por amor a V os.
O h mi Sal vador, ren uncio para siempre a todo peca­
do, porque os desagrada.
O h mi Jesús, quiero odiar y tener horror a mis ofen ­
sas , a causa de la inj uria y el deshonor que os he hecho
con ellas.
Oh Dios mio, desearía n o haberos ofendido j amás,
porq ue Vos soi s digno de todo honor y amor.
Oh mi Señ or, q u iero tener toda la contrici ón q ue Vos
q ueréis q ue tenga de mis pecados .
O h mi Dios, desearía tener en mí todo el dolor y l a
contrici ón q u e todos l os santos penitentes han tenido por
siempre de sus pecados.
Oh buen Jesús, haced me partícipe de la contrición
q ue Vos m ismo habé is tenido de mis pecad os: porq ue de­
seo tener l a mi sma contrición q ue Vos habéis tenido, en
la med ida q ue me sea posible.
Oh Padre de Jesús, os ofrezco la contrición y la pen i­
tencia q ue vuestro amado Hij o ha tenido de mis pecados,
uniéndome a esta mi sma contrición .
Oh amabil ísi mo Jesús , q ue yo odie y abomine de mis
pecados, porq ue e l l os han sido l a causa de l os tormentos
y de la m uerte q ue habéis sufrido en la cruz .
Oh Dios mio, q uiero odiar m i s pecados con el mismo

171
odio con el q ue vuestros A ngeles y Santos l os odian.
Oh Dios mio, q u iero od iar y detestar mis pecados
como Vos mismo los odiáis y detestáis.
Podéis tambi én hacer un acto de contrición golpeán ­
doos el pec ho, como aq uel pobre publ ican o del Evange­
l io, dici endo con él : Deus, prop itius esto mihi peccatori:
«Oh Di os sedme propicio a mí pecador», pero deseando
hacer y decir esto con la mi sma contrición con la q ue él
hac ía y dec ía estas mismas cosas , y en virt ud de la cual
vol vió a su casa j usti ficado, según el mi smo testi monio
del Hij o de Dios.
He aq uí di versos actos de contrición de l os q ue el menor
es capaz de borrar todo t ipo de pecados, con tal de q ue
sea pron unciado, con l os l abios, o sólo con el corazón,
con una verdadera vol untad , movido por la operaci ón de
l a gracia, y con la fi rme resol ución de abandonar el peca­
do y las ocasi ones del pecado, de confesarse de ellos y l l e­
var a cabo l o antes posible l as otras condiciones señ aladas
antes .

PARA LA SANTA COMUNION

Como N uestro Señor Jesucristo viene a nosotros por


medio de la santísima E ucari stía, con inmensa h umildad
q ue le hace humillarse hasta tomar forma y apariencia de
pan, para darse a nosotros; y con el ardiente amor que le
l l eva a darnos, en este sacramento, todo lo q ue tiene de
más grande, más q uerido y más prec iado: así también no­
sotros debemos acercamos a él y recibirlo en este mismo
sacramento, con profund ísi ma humildad y grandísimo
amor. Estas son l as dos di sposiciones principales con l as
q ue hay q ue ir a l a santísima comunión. Para entrar en
estas disposici ones, podréis serviros de esta elevación.

1 72
CAPITULO XVIII

Elevación a Dios para disponerse a la santa


Comunión

Oh Jesús, mi l uz y mi santi ficación , abrid l os oj os de


mi espírit u y l lenad mi a l ma con vuestra gracia, a fin de
q ue conozca la i mportancia de la acci ón q ue voy a reali­
zar, y q ue la haga santa y dignamente para vuestra glori a.
Oh alma mía, considera atenta mente, te ruego, l a
grandeza y la marav i l l a de l a acci ón q ue vas a real izar, y
l a santidad y dignidad de q uien vas a recibir. Vas a hacer
la acci ón más grande, la más i mportante, la más santa y
más di vina que puedas j amás hacer. Vas a recibir en tu
boca, en tu corazón , en el seno más ínti mo de ti mismo, a
tu Dios, a tu Creador, a tu Sal vador, a tu soberan o Señ or,
a tu Jesús . Sí. vas a recibir. en tu seno y en t us entrañas ,
real y act ualmente, a este mismo Jesús, en persona, que
reside desde toda la eternidad en el seno de su Padre. Este
mismo Jesús q ue es l a vida , l a glori a , el tesoro, el amor y
l as del icias del Padre eterno; este mismo Jesús que tantos
Patriarcas , Profetas, y Justos del Antiguo Testamento de­
searon ver y no lo vieron; este mismo Jesús que vivió
nueve meses en las entrañas sagradas de la bienaventura­
da V irgen, a q u ien ella amamantó con sus senos, y l l evó
tantas veces en su regazo y en sus brazos; este mismo Je­
sús a quien se vio andando y vi viendo sobre la t ierra, be­
biendo y comiendo con l os pecadores; este mismo Jesús
q ue fue colgado sobre la cruz ; este mismo cuerpo q ue fue
mal tratado, desgarrad o y roto por amor a t i ; esta mi sma
sangre q ue fue derramada sobre la tierra; este mismo co­
razón que fue atravesad o por una lanza. tú vas a recibirl o
j _ . nto a t u corazón; esta misma alma d e Jesús q ue fue e n ­
tregada en l as manos d e su Padre , al morir e n la cruz , t ú

1 71
vas a recibirla en tu alma. iQué maravi l l as son éstas!
lcómo? iQue yo reciba en mí a este Sal vador, q ue ascen­
dió al cielo gl oriosa y tri unfal mente, q ue está sentado a la
derecha de Dios , y que vendrá con poder y maj estad , al
fi n de l os sigl os, para j uzgar el universo!
Oh grande y admirable Jesús , l os A ngeles más puros
que el sol , no se consideran dignos de contempl aros, de
alabaros y adoraros; y hoy, no sól o me permitís contem­
plaros, adoraros y amaros, sino q ue deseáis q ue os aloj e
e n mi corazón y e n m i al ma, y q ue además posea dentro
de mí toda la divinidad , toda la santísi ma Tri nidad , y
todo el Paraíso. iOh Señor, q ué bondad ! lDe dónde me
viene la fel icidad de que el soberano Rey del cielo y de l a
tierra q uiera poner s u morada dentro d e m í , q ue soy u n
infierno de miseras y d e pecados, parra cambiarme e n pa­
raíso de gracias y bendici ones? iOh Dios mio, cuán indig­
no soy de tan gran favor! De verdad reconozco ante el
cielo y la tierra q ue más bien merezco ser arrojado a lo
más profundo del infierno, q ue no reci biros en mi alma
tan l l ena de vicios e i mperfecciones.
Pero ya que deseáis, oh mi Sal vador, entregaros de
este modo a m í , deseo recibiros con toda la pureza, el
amor y la devoción q ue me sean posibles. Con esta inten­
ción os entrego mi al ma, o buen Jesús·; preparadle Vos
mismo, del modo q ue Vos deseeis; destruid en ella todo
l o que es contrari o a Vos y l l enadla de vuestro divino
amor, y de todas l as otras graci as y disposici ones con l as
q ue q ueréis que yo os reciba.
Oh Padre de Jesús, red ucid a l a nada todo l o q ue en
mí desagrada a vuestro H ij o , y hacedme part ícipe del
amor q ue sentís por él , y con el q ue l o recibisteis en vues­
tro seno paterno el día de su Ascensi ón.
Oh Esp íri tu Santo de Jesús, os ofrezco mi alma; ador­
nadla, os ruego, con todas las gracias y virt udes req ueri­
das para recibir en e l l a a su Salvador.

1 74
Oh Madre de mi Dios, hacedme partícipe , os ruego,
de la fe y l a devoción, del amor y la humildad , de l a pure­
za y la santidad , con la q ue comulgásteis tantas veces ,
después de la Ascensión de vuestro Hij o .
Oh santos Angel es, o h bienaventurados Santos y San ­
tas, os ofrezco también m i al ma; ofrecedl a a mi Jesús y
pedidle que él mismo l a prepare y me haga partícipe de
vuestra pureza y santidad , y del grandísimo amor q ue
sentís por él .
Oh mi q uerido Jesús, os ofrezco toda l a humildad y
devoción, toda l a pureza y santidad , todo el amor y todas
l as preparaciones con l as q ue habéis sido recibido en to­
das las a lmas santas q ue ha habido y hay en la tierra. De­
searía tener en mí todo este amor y esta devoci ón; i ncl u­
so, si fuera posibl e, desearía tener en m í todos l os santos
fervores y todos l os di vinos amores de todos l os Angeles,
de todos l os Serafines, de todos los Santos de la tierra y
del cielo, para recibiros más santa y dignamente. Oh mi
dulce Amor, Vos sois todo amor hacia mí en este sacra­
mento de amor, y venís a m í con un amor infi n ito. iY yo
no voy a ser también todo amor hacia Vos , para recibiros
en un a l ma transformada toda en amor hacia Vos!
Pero, oh mi Sal vador, no hay ni ngún l ugar digno de
Vos más que Vos mismo; no hay n ingún amor con e l que
podáis ser recibido dignamente, si no el que Vos os tenéis
a Vos mismo. Por el l o , a fin de recibiros no en mí, pues
soy indigno de e l l o , si no en Vos mismo y con el amor que
sentís por Vos mismo, me red uzco a l a nada a vuestros
pies, todo lo q ue puedo y todo lo que hay en mí; me en­
trego a Vos y os supl ico q ue me red uzcáis a la nada Vos
mismo, y q ue os establezcáis en m í , y en mí establezcái s
vuestro di vino amor, a fi n de q ue, cuando vengáis a m í en
l a santa comunión, seáis recibido no en m í , si no en Vos
mismo, y con el a mor q ue sentís por Vos mismo.
Observad bien este último artículo, porq ue ahí está la

1 75
verdadera disposición con la q ue hay q ue recibir al H ij o
d e Dios e n la santa com un i ón : e s l a preparaci ón d e l as
preparaciones, q ue comprende todas las otras, y que he
puesto al final de esta el evaci ón, para l as al mas más espi­
rituales y el evadas.
Observad también q ue desear tener en nosotros toda
la devoción y amor de las al mas santas . no es cosa i n útil ,
porq ue N uestro Señ or dij o un día a santa Mec hti lde , rel i ­
gi osa de la santísi ma Orden de San Benito. que c uando
fuera a com ulgar, si no sentía en el l a ni nguna devoc i ón ,
q ue deseara tener toda la devoci ón y todo e l amor d e to­
das l as al mas santas que habían com ulgado siempre; y
q ue él l a consideraría como si en efecto la h ubiera tenido.
Y l eemos también de santa Gertrudis, que era de la
misma época. de la misma Orden y del m ismo monaste­
ri o q ue santa Mec hti lde . q ue un día, estando a p unto de
comulgar y no sintiendo en ella la preparación y la devo­
ción q ue el la deseaba, se dirigió a N uestro Señor, y l e
ofreci ó todas l as preparaci ones y devoci ones de todos l os
Santos y de la santísi ma Virgen . Desp ués de l o cual él se
l e apareció y le dij o estas pal abras: A hora apareces a n te
mí y a los ojos de m is Sa n tos con el aparato _v adorno q ue
has deseado.
iOh, Señor, q ué bondadoso sois tomando n uestros
buenos deseos como rea l idades!

CAPITULO XIX

Lo que hay que hacer después de la santa


comunión

Desp ués de la santa comunión debéis hacer tres cosas:


l . Debéis prostemaros en espírit u a l os pies del H ij o

1 76
de Dios, que reside en vosotros, parra ad orarle y pedirle
perdón de todos vuestros pecados e i ngrat it udes , y de ha­
berl o recibido en un l ugar tan i n m undo, y con tan poco
amor y disposición .
2 . Tenéis que darl e graci as por haberse dado a voso­
tros, e invitar a todas las cosas q ue están en el cielo y en
la tierra a bendecirlo con vosotros.
3 . Como él se ha dado todo a vosotros, también voso­
tros tenéis q ue daros por compl eto a él , y pedirle que des­
truya todo lo q ue es contrario a él , y q ue establezca el i m ­
peri o d e s u amor y d e s u gl oria para si empre. A este fi n
podréis serv iros de l a siguiente elevación .

CAPITULO XX

Elevación a Jesús después de la santa Comunión

O h Jesús, oh mi Dios, oh m i Creador, mi Sal vador y


m i soberano Señor, lq ué maravilla es ésta? iQue yo tenga
ahora verdadera mente en el seno de mi a l ma a q u ien vive
desde toda la etern idad en el seno del Padre ! iQue yo l l eve
en mis entrañ as a este mi smo Jesús que la santísima Vir­
gen l l evó en sus entrañas puras! iQue este amabilísi m o
Corazón d e Jesús, sobre e l q ue el discípulo amado reposó
y q ue fue atravesado por el golpe de la lanza en la cruz ,
esté a hora reposando dentro de m í y j unto a mi corazón !
iQue su santísi ma a l ma esté vi va en mi alma! iQue toda la
divinidad , la santísi ma Tri nidad y todo l o q ue hay más
admirable en Dios , y todo el paraíso, haya ven ido a fun­
di rse dentro de mí, criatura mísera e indigna! iOh Dios,
q ué m i sericordia, qué favores! lQué diré, q ué haré ante
cosas tan grandes y tan maravill osas? iOh mi Señ or Jesús,

1 77
q ue todas las potencias de mi a l ma y de mi cuerpo se pos­
tren ante vuestra divina Maj estad , para adorarlo y rend ir­
le el homenaj e q ue le es debido! iQue el cielo y la tierra y
todas l as criaturas q ue están en l a tierra y en el ciel o, ven­
gan a fundirse a vuestros pies, para rendiros conmigo mil
homenajes y mil adoraci ones! i Pero, Dios mío, q ué teme­
ridad por mi parte el haberos recibido a Vos q ue sois el
Santo de los santos , en un l ugar tan i n m undo, y con tan
poco amor y preparación ! Perdón , mi Sal vador, os pido
perdón por ello con todo mi corazón , así como también
por todos los demás pecados e ingratit udes de mi vida pa­
sada.
iOh d ulcísi mo, q ueridísimo, deseadísimo, amabil ísimo
Jes ús , el único de mi corazón, amado mio de mi al ma, el
obj eto de todos mis amores, oh mi dulce vida , oh mi
al ma q uerida, oh m i q uerid ísimo corazón , oh mi único
amor, oh mi tesoro y mi gloria, oh todo mi contenta­
m iento y mi sola esperanza! Jesús mio, lq ué pensaré de
vuestras bondades q ue son tan excesi vas hacia mi? lQué
haré por vuestro amor Vos q ue hacéis tantas maravil las
por mí? lQué acciones de gracias os rendiré? iOh mi Sal ­
vador, os ofrezco todas las bendiciones q u e os han sido
dadas y os serán dadas por toda la eternidad por vuestro
Padre, por vuestro Esp íritu Santo, por vuestra sagrada
Madre, por todos vuestros Angeles y por todas las al mas
santas q ue os han reci bido en todo tiempo por medio de
la santa comunión! Dios mio, que todo lo q ue hay en mí
sea cambiado en alabanza y en amor hacia Vos! iQue
vuestro Padre , vuestro Esp íri tu Santo, vuestra santa Ma­
dre, todos vuestros Santos y todas vuestras criaturas, os
bendigan eternamente por mí! Padre de Jesús, Espíritu
Santo de Jesús , Madre de Jesús , Angeles de Jesús , Santos
y Santas de Jesús, bendecid a Jesús por m í !
O h b u e n Jesús , Vos o s habéis entregado todo a m í , y
con un gran amor. En este mismo amor, yo me entrego

1 78
todo a Vos; os doy mi c uerpo, mi alma, mi vida , mis pen ­
sam ientos, palabras y acciones, y todo l o q ue depende de
mí; de este modo yo me entrego del todo a Vos, a fin de
que Vos dispongáis de mí y de todo lo q ue me pertenece,
en el t iempo y en la eternidad , de todos l os modos q ue os
plazca, para vuestra pura gl ori a. O h mi Señor, y mi Dios ,
emplead V o s mismo, o s ruego, el p oder d e vuestra mano
para arrebatarme a mí mismo, al mundo y todo lo q ue no
seáis Vos, para poseerme enteramente. Destruid en mi
amor propio, mi propia vol untad , mi orgullo y todos mis
demás vicios e incl inaciones desordenadas: Estableced en
mi alma el rei n o de vuestro amor p uro, de vuestra santa
gloria y de vuestra di vina vol untad , a fin de que en ade­
lante os ame perfectamente; q ue no ame nada si no en
Vos y por Vos; q ue todo mi contentami ento sea contenta­
ros a Vos , toda mi gloria gl ori ficaros y hacer que os glori­
fiquen, y mi soberana fel icidad el cumpl imiento de vues­
tras santas vol untades. Oh buen Jesús , haced reinar en mí
vuestra humi ldad , vuestra caridad , vuestra dulzura y pa­
cienci a, vuestra obediencia, vuestra modestia, vuestra
castidad , y todas vuestras otras virtudes; revestidme de
vuestro espíritu , de vuestros senti mientos e incl inaci ones ,
a fi n de que no tenga otros senti mi entos, deseos e incl ina­
ciones que l os vuestros . Finalmente anulad en mí todo lo
q ue os es contrari o, y amaos y gl ori ficaos en m í Vos mis­
mo de todas l as maneras q ue d eseéis.
O h mi Sal vador, os encomi endo a todas las personas
por l as q ue estoy obligado a rezar, espec ialmente os enco­
mi endo a N . N . ; anulad en estas personas todo lo que os
es desagradable; l lenad las de vuestro amor; cumpl id todos
l os designios q ue vuestra bondad tenga sobre sus a l mas, y
dadles todo l o q ue os he ped ido por mi parte.
Podéis también, si q ueréis, desp ués de la santa comu­
n i ón , serviros de l os tres actos sigui entes .

1 79
CAPITULO XXI

Tres actos de adoración, de oblación y de amor


a Jesús

Puesto que no esta mos en la tierra más que para hon­


rar y amar a Jesús , y le pertenecemos por i nfi n idad de
conceptos, nuestro cuidado y ej ercicio pri ncipal debe ser
adorarl o y amarl o, y entregarnos y unirnos sin cesar a é l .
Por ello, además d e l os ej ercicios precedentes q u e o s he
señalado para la noche y l a mañana, será conveniente
q ue, de tanto tiempo como hay en cada día, se tome toda­
vía un c uarto de hora, antes o después de la comida, para
practicar los tres actos s iguientes, q ue p ueden hacerse fá­
cil mente y en poco tiempo, y además son muy útiles y es­
tabl ecen poco a poco e insensibl emente a quienes los
practican con perseverancia, en una relaci ón y pertenen ­
cia muy estrec ha, y en un esp íritu de amor y de confianza
hacia Jesús. Hay q ue practicarl os no a la carrera y con
pri sas, sino con cal ma y tranquil idad de espíri tu, y deter­
nerse especial mente en aquel q ue prod uzca mayor atrac­
ción e incl inación. He aq uí la práctica :

1 . - ACTO DE A DO RACION A JESUS

Oh grande y admirabl e Jesús, os adoro y os honro


como a mi Dios y soberano Señor, de quien dependo, y
os adoro y honro con todas mis fuerzas , y en todas las
maneras q ue me es posible: os ofrezco todas las adoracio­
nes y todos l os honores q ue os han sido, son y serán ren ­
didos por siempre e n el c i e l o y e n la tierra.
iOh! lPor q ué no me convierto todo en adoraci ón y
alabanza hacia Vos? iOh! que el cielo y la tierra os adoren

1 80
ahora conmigo, y q ue todo l o q ue está en el cielo y en la
tierra se convierta en adoraci ón y gl ori ficaci ón hacia Vos.

2 . - ACTO DE OBLACION A JESUS

Oh Jesús, mi Señ or, os pertenezco necesariamente por


mil y mil conceptos , pero deseo también perteneceros vo­
l untariamente. Por el l o os ofrezco, os doy, os consagro
enteramente mi cuerpo, mi al ma, mi vida, mi corazón ,
mi espíritu, todos mis pensa mi entos, palabras y acci ones,
y todas las dependenc ias y pertenencias de mi ser y de mi
vida , deseando q ue todo l o q ue ha habido, hay y habrá en
mí, os pertenezca total mente, absol utamente, únicamente
y eternamente. Y os hago esta obl ación y donaci ón de mí
mismo, no sól o con toda mi fuerza y poder, sino, a fin de
hacerla más eficazmente y más santamente, me ofrezco y
me doy a Vos , en toda la v irt ud de vuestra gracia, en todo
el poder de vuestro espíri tu, y en todas las fuerzas de
vuestro divino amor, q ue es el mío, puesto q ue todo lo
q ue es de Vos está en m í . Y os supl ico, mi Sal vador, q ue
por vuestra grandísi ma misericordia, empleéi s Vos mis­
mo la fuerza· de vuestro brazo y el poder de vuestro espí­
ritu y de vuestro amor, para arrebatarme a m í mismo y a
todo lo q ue no sea Vos, y poseerme perfectamente y para
si empre, y ello para la gl ori a de vuestro santo nombre.

3 . - ACTO DE A M O R A JESUS

Oh amabil ísi mo Jesús, ya q ue sois todo bondad , todo


amor e i n fi n itamente amable, y Vos no me habéi s creado
sino para amaros, y no ped ís otra cosa de mí mi smo q ue
os ame, yo q uiero amaros , mi q uerid ísi mo Jesús , quiero
amaros con todo mi corazón, con toda mi alma y con to-

18 1
das mis fuerzas. No sól o esto, sino q ue además quiero
amar en Vos toda la extensi ón de vuestra divina vol un­
tad , en todas l as fuerzas de vuestro Corazón y en todas las
virtudes y potencias de vuestro amor; porq ue todas estas
cosas son mías, y de el l as p uedo hacer uso como si fueran
mías, puesto que al daros a mí, me habéis dado todo l o
q u e e s vuestro. Oh mi Sal vador, quiero anular e n mí,
cueste l o q ue c ueste, todo l o que es contrario a vuestro
amor. Oh buen Jesús, me entrego a Vos para amaros en
toda la perfecci ón que demandáis de mí.
Anulad Vos mismo en m í todo l o q ue pone obstáculos
a vuestro amor, y amaos Vos mismo dentro de mí en to­
das l as maneras q ue l o deseéis, p uesto q ue me entrego a
Vos para hacer y sufrir todo l o q ue os agrade para vuestro
amor.
Oh Jesús, os ofrezco todo el amor q ue os ha sido, es, y
será ofrecido por siempre en el cielo y en la tierra. iOh !
iQue todo el mundo os ame ahora conmigo, y q ue todo l o
q ue hay e n el mundo se convierta e n una p ura l l ama d e
amor hacia Vos! Oh Padre d e Jesús, Espíri tu Santo d e Je­
sús , Madre de Jesús , bienaventurado San José, bienaven­
turado San Gabriel , Angeles de Jesús, Santos y Santas de
Jesús, amad a Jesús por mí, y dad l e al céntup l o todo el
amor que yo habría debido darle en toda mi vida , y que
todos l os mal os ángeles y todos l os hombres que ha habi­
do, hay y habrá , le deben dar.

1 82
CAPITULO XXII

Oración a la santísima Virgen María Madre


de Dios

Oh Virgen santa , Madre de Dios, Reina de l os hom­


bres y de l os Angeles, maravil l a del cielo y de la tierra, os
reverencio de todas l as maneras q ue p uedo según Dios, de
todas las maneras q ue debo según vuestras grandezas , y
como vuestro Hij o único Jesucri sto N uestro Señ or q uiere
q ue Vos seáis venerada en el cielo y en la tierra. Os ofrez­
co mi al ma y mi vida , y q u iero perteneceros para siem­
pre, y rendiros algún homenaj e y señal de dependencia
particular en el tiempo y en l a eternidad . Madre de gracia
y de misericordia, os e l ij o como Reina de mi al ma, en ho­
nor de q ue pl ugo a Dios mismo el egiros como a su M a­
dre. Reina de l os hombres y de l os Angeles, os acepto y
os reconozco como mi Soberana , en honor de l a depen ­
dencia q ue el H ij o de Dios , mi Sal vador y mi Dios , quiso
tener de Vos como de su Madre ; y en esta c ual idad , os
entrego sobre mi alma y mi vida todo el poder que puedo
daros según Dios. Oh V irgen santa , miradme como cosa
vuestra, y por vuestra bondad tratadme como el sujeto de
vuestro poder y como el obj eto de vuestras mi sericordias.
O h fuente de vida y de gracia, refugi o de los pecado­
res , me acoj o a Vos, para ser l ibrado del pecado y para
ser preservado de la muerte eterna. Que esté baj o vuestra
tutela, q ue tenga parte en vuestros privilegios, y q ue ob­
tenga , por vuestras grandezas y privilegi os , y por el dere­
cho de la pertenencia a Vos, lo que no merezco obtener
por mis ofensas; y q ue en la últi ma hora de mi vida, deci­
siva de mi eternidad , esté en vuestras manos, en honor de
ese momento fe l iz de la Encarnación, en el que Dios se
h izo hombre , y Vos la Madre de Dios.

1 83
iüh Virgen y M adre al m i smo tiempo! iüh templo sa­
grado de la divi n idad ! iüh maravilla del cielo y de la tie­
rra ! Oh M adre de Dios, os pertenezco por el t ítulo general
de vuestras grandezas; pero q uiero además ser vuestro por
el título particular de mi elección y de mi franca vol un­
tad . Me entrego pues a Vos y a vuestro H ijo único, Jesu­
cri sto N uestro Señ or, y no q u iero pasar ningún d ía si n
rendirl e a él y a Vos algún homenaje particular y algún
testi monio de mi dependencia y servid umbre , en la cual
deseo mori r y vivir para siempre . Así sea. A ve María.

PROFESIONES CRISTIANAS
QUE CONVI ENE RENOVAR CADA DIA

La vida y la santidad cristiana están establecidas sobre


oc ho fundamentos principales, q ue fueron expl icados
más en particular en la segunda parte de este l ibro. El pri ­
mero es la fe ; el segundo el odi o al pecado; el tercero la
h umi ldad ; el cuarto la negación de si mi smo, del m undo
y de todas l as cosas; el q u into la sumisi ón y el abandono
de si mi smo a la divina vol untad ; el sexto el amor a Jesús
y a su Santísi m a Madre; el sépti mo el amor a la cruz ; el
octavo l a caridad hacia el prój i mo. Estos son l os pri nci ­
pios d e l a teol ogía del cielo, de l a fil osofía cristiana, y de
la ciencia de los Santos, q ue N uestro Señ or Jesucri sto ex­
traj o del seno de su Padre, nos traj o a la tierra , y nos en­
señó por sus pal abras y mucho más por su ej emplo, q ue
estamos obl igados a seguir, si q ueremos ser cristianos. A
esto nos hemos comprometido con el voto y la profesión
sol emne q ue h ici mos en el Bautismo, como será expl ica­
do más ampl iamente en la segunda parte. Por el l o es muy
i mportante renovar todos l os d ías esta profesi ón que se

1 84
contiene en l os oc ho artículos siguientes. Pero tened buen
c uidado de no hacerl o de pri sa y corriendo, si no con cal­
ma , considerando e impri mi endo en vuestro esp íritu l o
q ue decís. S i n o disponéis d e tiempo, no toméis más q ue
uno o dos artículos cada vez , y dej ad l os otros para otra
hora o incl uso otro dia. Pues si tenéis poco tiempo libre,
sería preferible n o empl ear más q ue un artículo cada d ía
y servirse de él con atenci ón , antes q ue emplearl os todos
a pri sa y sin l a apl icaci ón de espíritu q ue la importancia
de estas cosas demanda.

CAPITULO XXIII

Profesión de fe cristiana

Oh Jesús, os adoro como autor y mode lo de l a fe , y


como l uz eterna y fuente de toda l uz . Os doy gracias infi­
nitas de que habéis q uerido, por vuestra grandísima mise­
ricordia, l l amarme de las tinieblas del pecado y del in fier­
no a vuestra admirable l uz , que es la l uz de la fe. Os pido
mil veces perdón de no haberme dejado cond ucir en el
pasado por esta di vina l uz , reconoci endo q ue he mereci ­
do muc has veces ser privado de e l l a por el mal uso q ue de
el l a he hecho, y declarándoos q ue en adel ante no q uiero
vivir más q ue según la palabra de vuestro divino Apóstol ,
que n os an uncia q ue el justo vive de la fe. Para el lo, me
entrego al espírit u de vuestra santa fe , y en el poder de
este espíritu, así como en unión de la fe vivísima y perfec­
tísima de vuestra bienavent urada Madre, de vuestros san­
tos Apóstol es, y de toda vuestra santa Igl esia , hago profe­
sión ante el cielo y la tierra, y estoy disp uesto, con vues­
tra gracia, a hacerlo ante todos l os enemigos de esta mis-

1 85
ma fe: 1 .0 de creer entera y fi rmemente todo lo q ue Vos
nos enseñáis por Vos mismo y por vuestra santa Igl esia;
2 .0 de q uerer dar mi sangre y mi vida , y sufrir todo tipo
de tormentos, antes que apartarme en un sol o punto de
esta creencia y de adherirme , por poco q ue sea, a l os erro­
res que le son contrari os; 3 .0 de q uerer vi vir y cond uc irme
en adelante , no según l os sentidos como los animales, o
según la razón h umana, como los fi l ósofos, si no según la
l uz de la fe , como l os verdaderos cri stianos, y según las
máxi mas de esta misma fe q ue Vos nos habéis dejado en
vuestro santo Evangel io. Conservad y acrecentad en m í ,
oh mi Sal vador, estas santas resol uci ones , y dad me la gra­
cia de cumpl irlas perfectamente para la gl oria de vuestro
santo nombre.

CAPITULO XXIV

Profesión de odio y de aborrecimiento cristiano


del pecado

Oh Jesús, os adoro en vuestra santidad i ncomprensi­


ble y en el odio infi nito q ue tenéi s al pecado. Os p ido per­
dón , desde lo más profundo de mi corazón , por todos l os
pecados q ue he cometido en toda mi vida. Me entrego a
vuestro esp íri tu de santidad y a vuestro espíritu de odi o
contra el pecado. En este espíritu hago profesión: 1 .0 d e
odi ar y detestar e l pecado más q ue la muerte , más q ue el
diablo, más que el i n fierno, y más que todas las cosas más
detestabl es que puedan i maginarse ; 2 .0 de no odiar nada
más q ue el pecado, y de no entri stecerme j amás por n in ­
guna cosa más q ue por las ofensas q ue s e cometen contra
vuestra divina Maj estad , no habiendo nada en el m undo

1 86
q ue merezca ser obj eto de n uestras enemistades y suj e­
to de n uestras tristezas más que este monstruo i n fernal ;
3 .0 de odiarlo tanto q ue, medi ante vuestra gracia, si viera
todos l os tormentos de la tierra y del i nfierno de un lado,
y un pecado del otro, elegiría más bien el pri mero que el
segundo. Oh Dios mío, conservad y aumentad siempre
cada vez más este odio dentro de mi corazón.

CAPITULO XXV

Profesión de humildad cristiana

Oh adorabil ísi mo y humi ldísi mo Jesús, os adoro y os


bendigo en vuestra profund ísi ma hum ildad . Me humillo
y me confundo ante Vos, y a la vista de mi orgu l l o y vani­
dad , os pido perdón muy humildemente. Me entrego de
todo corazón a vuestro esp íritu de h umi ldad . Y en este
espírit u , así como también en toda la h um ildad del cielo
y de la tierra , h undido en l o más profundo de mi nada ,
reconozco ante todo el m undo: 1 .0 q ue no soy nada, no
tengo nada , no p uedo nada , no sé nada , no valgo nada , y
q ue no tengo ni nguna fuerza por m í mismo para resistir
a l men or mal , n i para hacer el men or bien ; 2 .0 q ue yo
mismo soy capaz de todos l os crímenes de J udas , de Pila­
tos, de Herodes , de Luci fer, del Anticristo, y en general
de todos l os pecados de la tierra y del i nfierno; y q ue si
Vos n o me sostuvierais por vuestra grandísima bondad ,
caería en un i n fierno de toda suerte de abominaci ones; 3 .0
q ue he merecido la ira de Dios y de todas l as cri aturas de
Dios , y l as penas eternas: He aq u í mi heredad , he aq u í de
l o q ue p uedo enorgul l ecerme , y nada más.
Por esta razón, hago profesi ón: 1 .0 de q uererme h umi-

1 87
l lar por debaj o de todas l as criaturas, contemplándome y
esti mándome, y q ueriendo ser mirado y tratado, como el
últi m o de todos l os hombres; 2 .0 de tener horror a toda
al abanza, honor y gl oria, como veneno y mald ición, si­
guiendo vuestras palabras, oh mi Sal vador: iA y de voso­
tros. c ua ndo los hombres os bendiga n !; y de abrazar y
amar todo desprecio y humil lación, como cosa debida al
mi serable condenado q ue soy, según l a c ual idad de peca­
dor e h ij o de Adán que hay en m í , por la cual , como dice
el Apóstol , soy natura filius irae. hij o de ira y maldición
por mi condición natural ; 3 .0 de q uerer ser anulado ente­
ramente en mi esp íritu y en el espíri tu del prój i mo, a fin
de no tener ni nguna contemplaci ón , ni esti ma, ni búsque­
da de mí mismo; y que del mi smo modo nadie me mire
ni me esti me, no más que a q uien es nada, y q ue sólo se
os mire y considere a Vos. Buen Jesús, verdad eterna , gra­
bad en mí fuertemente estas verdades y senti m ientos , y
haced q ue prod uzcan en m í l os efectos, por vuestra gran­
dísima mi sericord ia y para vuestra santa gl ori a.

CAPITULO XXVI

Profesión de abnegación cristiana

iOh Jesús, mi Señ or y mi Dios! Os adoro al pronun­


ciar estas palabras: si algun o qu iere ven ir en p os de m í.
q ue se n iege a sí m is m o. cargue su cruz y me siga; y c ual­
q u iera que no ren u ncia a todas sus cosas. n o p uede ser
discíp ulo m ío. Me entrego al espíri tu de l uz y de gracia
con el que Vos las pronunci ásteis , para reconocer su im­
portancia y l l evarrl as a efecto. En este espíri tu reconozco

1 88
tres grandes verdades q ue me obl igan poderosamente a
renunciar a mí m ismo y a todas las cosas .
Porq ue veo: 1 .0 q ue sól o Vos sois digno de existir, de
vi vir y de operar y q ue c ualq uier otro ser debe ser reduci­
do a la nada ante Vos: 2 .º q ue para existir y vivir en Vos,
según el grand ísi mo d eseo q ue Vos tenéis, debo sal ir de
mí mismo y de todas las cosas, debido a la corrupci ón
q ue el pecado ha puesto en mí y en todas las cosas: 3 .0
q ue he merecido por mis pecados ser despoj ado de todas
l as cosas , incl uso de mi propio ser y de mi propia vida.
Por el l o , en el poder de vuestra gracia, y en unión de
este mismo amor por el q ue Vos quisísteis vivir en el de­
sasi mi ento de todas l as cosas de este m undo; así como
también en la virt ud del espírit u divino por el que Vos
pronunciásteis estas terribles pa labras: No oro p or el
m u ndo; y estas otras, hablando de l os vuestros: No son
del m undo, como tamp oco yo soy del m undo, hago profe­
sión públ ica y sol emne: 1 .0 de q uerer en adelante conside­
rar y aborrecer el m undo como a un excom ulgado, un
condenado, un infierno, y ren unciar enteramente y para
siempre a todos l os honores , riq uezas y placeres del mun­
do presente; 2 .0 de no q uerer obtener vol untariamente
ni nguna satisfacción , deleite o reposo de esp íritu en nin­
guna de estas cosas; si no hacer uso de el las como si no se
usaran , es decir sin aferrarse ni apegarse a el las de ningún
modo. si no sól o por neces idad , para obedecer a vuestra
santa vol untad q ue l o ordena así, y para vuestra pura gl o­
ria; 3 .0 de intentar vivir en este mundo del viej o Adán ,
como si n o estuviera , sino como siendo del otro mundo,
es dec ir el m undo del nuevo Adán , q ue es el cielo; incl uso
viviendo en él como en un in fi erno. es deci r no sólo con
desasi miento. si no con odio, contrariedad y horror hacia
todo lo q ue hay en él; con amor. deseo y añ oranza del si­
gl o venidero; y con paciencia hacia éste, y las incl inacio­
nes i n fi n itas que tenéis de destru irlo y red ucirlo a cen izas ,

1 89
como haréis el d ía de vuestra ira. iQue yo esté de este
modo en medio de este mundo, de la misma manera q ue
un alma verdaderamente cri stiana, si por orden vuestra
est uviera en medio del i n fierno, estaría a l l í con estas
mencionadas disposiciones. Que yo esté en la tierra como
si no estuviera; si no que mi espírit u , m i corazón y mi
conversación estén en el cielo y en Vos mismo, q ue sois
mi cielo, mi paraíso, mi m undo y mi todo!
Además de esto, mi Señor, quiero tambien ir más allá;
quiero seguir vuestra palabra por l a q ue Vos me declaráis
q ue, si q u iero ir en pos de Vos, debo no sólo ren unciar a
todas las cosas , si no también a mí m ismo. A tal fi n me
entrego al poder de vuestro divino amor por el q ue Vos
os negasteis a Vos mismo; y, en un ión a este m ismo
amor, hago profesi ón: 1 .0 de ren u nciar enteramente y
para si empre a todo l o q ue es de m í y del viej o Adán ; 2 .0
de q uerer anular ante vuestros pies, todo lo q ue me sea
posible, mi espírit u, mi amor propi o, mi propia vol untad ,
mi vida y mi ser; supl icándoos muy humi ldemente que
util icéis vuestro d i vi no poder para red ucirme a l a nada, a
fi n de estableceros en mí, vivir en m í , rei nar en m í , y ac­
t uar en mí según todos vuestros design i os; y q ue de este
modo yo no exista más, no viva más, no actúe y no hable
más en m í y por m í , si no en Vos y por Vos . 3 .0 Hago esta
profesi ón , no sól o para ahora , sino para todos l os mo­
mentos y todas las acciones de mi vida, y os supl ico con
todo mi corazón que la contempl éis y aceptéis como si la
hiciera en cada momento y en cada acción, y q ue hagáis ,
por vuestro grand ísimo poder y bondad , de manera que
l o l l eve a efecto para vuestra gloria, y q ue p ueda decir
con vuestro santo Apóstol: Ya no vivo en mí, sino q ue Je­
sucristo vive en mí.

1 90
CAPITULO XXVII

Profesión de sumisión y abandono de uno mismo


a la divina voluntad

Oh mi Sal vador, os adoro al pronunciar estas divinas


palabras: he bajado del cielo no para hacer m i volun tad,
sin o para hacer la volu n tad de q u ien me ha en viado. Os
adoro en la perfectísi ma sumisión q ue habéis ofrecido a
todas las vol untades de vuestro Padre . Os pido perdón de
todos l os obstác ulos q ue he puesto a vuestras santas vo­
l untades. Me entrego a vuestro espíritu para seguiros en
adelante en la práctica de esta virtud de la sumisión. Y a
l a l uz de este divino espíritu, reconozco que vuestra santa
vol untad gobierna y dispone todas l as cosas, por orden
absol uta o por permiso. Reconozco también q ue me ha­
béi s p uesto en la tierra sól o para hacer vuestra di vina vo­
l untad , y que por consiguiente e l l o es mi fi n , mi centro,
mi elemento y mi soberano bien. Y por tanto, en unión
con l a perfectísi ma sumi sión q ue Vos, vuestra santa Ma­
dre y todos vuestros Santos tenéis hacia la divina vol un­
tad , hago profesi ón: 1 .0 de ren unciar enteramente y para
siempre a todos mis deseos , vol untades e incl inaci ones , y
de no tener j amás otra vol untad q ue la vuestra , mirarla
siempre fij amente, seguirla a donde q uiera q ue vaya, lo
más perfectamente q ue me sea posible, y abandonarme
total mente a ella en c uerpo y al ma, para la vida y para la
m uerte, en el tiempo y en la etern idad ; 2 .0 de preferir mo­
rir, incl uso sufrir mil infiernos , q ue no hacer algo con in­
tención y del iberación contra vuestra amabil ísi ma vol un­
tad ; 3 .0 de no q uerer, ni en la vida ni en la m uerte, n i en
este mundo ni en el otro, otro tesoro, otra gl oria, otra ale­
gría, otro contentamiento, n i otro paraíso q ue vuestra
adorabil ísima vol untad . Oh q ueridísima vol untad de mi

191
Dios, en adel ante sois mi corazón , mi alma, mi vida , mi
fuerza, mis riq uezas , mis del icias , mis honores , m i coro­
na, mi i mperi o y mi soberan o bien . Vivid y rei nad en m í
perfecta y eternamente.

CAPITULO XXVIII

Profesión de amor hacia Jesús y María

Oh amabil ísimo Jesús, oh q ueridísi ma María , Madre


de mi Jesús, os adoro en todas vuestras perfecciones, y en
el grandísi mo amor q ue os profesá is mutuamente. Os
p ido mil perdones por haberos amado tan poco hasta
ahora , y de haberos ofendido tanto y tanto. M e entrego
enteramente a vuestro d i v i n o amor. Y en este mismo
amor, así como también en todo el amor del cielo y de la
tierra, reconociendo q ue no estoy en e l mundo si no para
amaros y gl ori ficaros, q ue tengo i n fi n itas razones para ha­
cerlo, y q ue éste es mi gran y único obj eti vo aq uí, hago
profesi ón: 1 .0 de q uerer apl icarme en todas mis fuerzas a
serviros y amaros; 2 .0 de q uerer hacer todo l o q ue haga
por amor a Vos, l o más perfectamente q ue pueda ; 3 .0 de
q uerer ser an ulado más que dar a cualquier cosa q ue sea
el men or ápice de amor q ue os debo; 4 .0 de poner toda mi
fe l ic idad y mis del icias en hon raros, serviros y amaros; 5 .0
de hacer que os amen y glori fi q uen todos aquel l os q ue
pueda, y de todas las maneras q ue me sean posi bles .

1 92
CAPITULO XXIX

Profesión de amor a la Cruz

Oh Jesús, mi q uerido amor crucificado, os adoro en


todos vuestros sufri m ientos . Os p ido perdón por todos l os
fa l l os q ue he cometido hasta ahora en l as afl icciones que
me habéis querido enviar. Me entrego al espíritu de vues­
tra cruz , y en este esp íritu, as í como también en todo el
amor del cielo y de la tierra, abrazo con todo mi corazón ,
por amor a Vos, todas las cruces del cuerpo y del espíritu
q ue me vengan . Y hago profesión de poner toda mi gl o­
ri a, mi tesoro, y mi contentami ento en vuestra cruz , es
dec ir en las humil laci ones , pri vaci ones y sufri mientos , di­
ci endo con San Pablo: Mih i a u tem a hsit g/oriari, n isi in
cruce D o m i n i n ostri Jesu Christi: «En cuanto a m i , hago
profesi ón sol emne de no querer otro paraíso en este mun­
do q ue la cruz de mi Señ or Jesucri sto».

CAPITULO XXX

Profesión de caridad cristiana hacia el prójimo

Oh Jesús, Dios de amor y de caridad , os adoro en to­


dos l os excesos de vuestra divi na caridad , os pido perdón
por todos los fa l l os q ue he comet ido contra esta virt ud ,
q ue e s l a reina d e todas las otras. Me entrego a vuestro es­
píritu de caridad . Y en este esp íritu, así como tamb ién en
toda la caridad de vuestra santa Madre y de todos vues­
tros Santos, hago profesión : 1 .0 de no odiar j amás a nadie
ni a nada sal vo el pecad o; 2 . 0 de q uerer amar a todos por
amor a Vos; 3 .0 de no pensar, ni deci r, ni hacer jamás mal

1 93
a nadie; sino pensar bien , j uzgar bien , hablar bien , hacer
bien a todos; de excusar y soportar los defectos del prój i ­
mo; d e expl icar todo e n l a mej or parte; d e tener compa­
sión de las miserias corporales y espiritual es de mi prój i ­
mo, y d e comportarme con cada u n o con t od o tipo de
dulzura, bondad y caridad . Oh caridad eterna, me entrego
a Vos, anulad en mí todo lo q ue os es contrario, y estable­
ced vuestro rei no en m i corazón y en todos l os corazones
de l os cri stianos.

1 94
INDICE

PROLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3

PRIMERA PARTE

La vida cristiana y sus fundamentos


l. Que l a vida cri stiana es una co n ti n u aci ó n d e
l a vida santísi ma q ue Jesús h izo e n l a t i e rra . . 9
2. Confirmación de l a verdad precedente . . . . . . 12
3. Cuatro fundamentos de la vida cristiana. Pri -
mer fundamento: l a fe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
4. Que l a fe debe ser l a n orma de todas nuestras
acci ones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
5. Segundo fundamento de l a vida cri stiana: el
odi o y apartamiento del pecado . . . . . . . . . . . . 21
6. Tercer fu nda m e n t o d e l a v i da c r i s t i a n a : el
desprendi m iento del m undo y de l as cosas del
mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26
7. Conti n uación d e l a materia precedente sobre
el desprendimi ento del m undo . . . . . . . . . . . . . 30
8. Del desprendi miento de sí mismo . . . . . . . . . . 33
9. La perfección del desprendimiento cristiano . 36

1 95
1 0. Cuatro fundamentos de la vida cri stiana: La
oraci ón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40
11. Diversas maneras de orar y en pri mer l ugar
de la oraci ón mental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
1 2. Segunda manera de orar: la oración vocal . . . 44
1 3. Tercera manera de orar: pract icar todas l as
obras con espíritu de oración . . . . . . . . . . . . . . 45
1 4. Cuarta manera de orar: la l ectura de l os l i -
bros buenos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
1 5. Quinta manera d e orar, que e s habl ar de
Dios; y cómo hay q ue hablar y oír hablar de
Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46
16. De las di sposici ones y cual idades que deben
acompañar a la oraci ón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48

SEGU NDA PARTE

Virtudes cristianas

1. De la excel encia de las virt udes cristianas 54


2. De la excel encia, necesidad e importancia de
la h umi ldad cri sti ana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. 57
3. De l a humi ldad de espíritu . . . . . . . . . . . . . . . . 59
4. De l a humi ldad de corazón . . . . . . . . . . . . . . . . 65
5. Práctica de l a h umi ldad cri sti ana . . . . . . . . . . . 70
6. D e la confi anza y abandono e n las man os de
Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. 77
7. Más sobre l a confi anza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
8. De l a sumisión y obedi encia cristiana . . . . . . . 87
9. Práct ica de l a sumisión y obediencia cristiana 91
1 0. La perfección de la sumi sión y obedi enci a
cri sti ana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
11. De la caridad cristiana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 96

1 96
12. Práctica de l a caridad cristiana . . . . . . . . . . . . . 99
13. Del cel o por la sal vaci ón de las al mas . . . . . . . 1 02
1 4. De la verdadera devoción cri stiana . . . . . . . . . 1 04
1 5. Práctica de la devoción cristiana . . . . . . . . . . . 1 08
1 6. De la formaci ón de Jesús en nosotros . . . . . . . 1 10
1 7. Lo q ue hay q ue hacer para formar a Jesús en
n osotros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 12
1 8. Del buen uso q ue hay q ue hacer de las conso­
l aciones espi rituales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 15
19. Del santo uso que hay que h acer de l as seq ue­
dades y afl icci ones espirituales . . . . . . . . . . . . . 1 17
20. Q u e la perfecci ón y consumaci ón d e l a vida
cri sti ana es el martiri o ; y en q ué consiste el
verdadero martiri o . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 23
21. Que todos l os cri sti anos deben ser mártires y
vivir con el espírit u de martiri o , y c uál es este
espíritu . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 30

TERCERA PARTE

Ejercicios para la mañana

1. Que Jesús debe ser n uestro pri ncipio y fi n en


todas l as cosas , y lo q ue hay q ue hacer por l a
mañana al despertarse . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 36
2. Lo q ue hay que hacer al vestirse . . . . . . . . . . . . 1 38
3. Que toda n uestra vida pertenece y debe ser
consagrada y e mpl eada en la gl oria de Jesús . 1 40
4. Tres medios para hacer d e manera q ue toda
nuestra vida sea un ejercicio conti n uo de ala­
banza y de amor hacia Jesús . . . . . . . . . . . . . . . 1 43
5. El evación a Jesús para la mañana . . . . . . . . . . 1 46

1 97
6. Otra elevación a Dios para santificar todas
nuestras acciones , y hacerlas agradables a su
divina Majestad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 48

Ejerc icios d urante el d ía

7. Que Jesús es nuestro centro y n uestro paraíso


y q ue debe ser nuestro único obj eto . . . . . . . . . 151
8. Elevaciones a Jesús durante el d ía . . . . . . . . . . 1 54

Ejerc icios para la noche

9. Ej e rcic i o s de agradeci miento . . . . . . . . . . . . . . . 1 56


1 O. Ej.ercicio para el examen de conci encia . . . . . . 1 57
1 1. Actos de contrición para l a n oche . . . . . . . . . . 1 58
12. Para ofrecer vuestro descanso a Jes·ús . . . . . . . 1 60

Para l a confesi ón

13. Lo que se debe hacer antes de la confesión . . . 1 62


14. Lo que se debe hacer después de l a confesión 1 65
1 5. Lo q ue es la contrición . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 66
1 6. Para pedir a Dios la contrición . . . . . . . . . . . . . 1 70
l 7. Actos de contrici ón . ................
. . . . . • 171

Para la santa Comun ión

1 8. Elevación a Dios para di sponernos a l a santa


Comunión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 73
1 9. Lo q ue hay q ue hacer desp ués de l a santa Co-
munión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 76

1 98
20. El evación a Jesús desp ués d e la santa Comu-
n i ón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 77
21 . Tres actos de adoración , obl ación y de amor
a Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 80
22 . Oración a l a santísi ma Virgen María M adre
de Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 83

Profesi ones crist ianas

23 . Profesión de fe cri stiana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 85


24 . Profesión de odio y de aborreci m i ento cristia-
no del pecado . . . . . . - . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 86
25. Profesión de humi ldad cri sti ana . . . . . . . .' . . . . 1 87
26. Profesión de abnegación cri sti ana . . . . . . . . . . 1 88
27. Profesión de sumi sión y abandono de uno
mismo a la di vina vol untad . . . . . . . . . . . . . . . . 191
28. Profesión de amor hacia Jesús y María . . . . . . 1 92
29 . Profesi ón de amor a l a Cruz . . . . . . . . . . . . . . . 1 93
30. Profesión d e caridad cri sti ana hacia e l prój i-
mo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 93

1 99

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