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l término “Revolución Industrial” fue usado por primera vez en 1837 por el activista

revolucionario francés Louis Auguste Blanqui y, posteriormente, fue adoptado por


Engels (en 1845). Con él querían hacer referencia a los profundos cambios que
tuvieron lugar desde finales del siglo XVIII y que supusieron una radical
transformación económica, social y tecnológica de las naciones europeas más
desarrolladas. Este proceso no se gestó de forma espontánea, sino que precisó de
una serie de condiciones favorables que propiciaron su implantación.
La población del Viejo Continente había permanecido prácticamente estancada
durante al menos tres siglos por culpa de sucesivas guerras y epidemias, y esta
circunstancia demográfica había lastrado el desarrollo económico. Los medios de
transporte se limitaban a los de tracción animal y a los impulsados por el viento,
mientras que la producción industrial se circunscribía al trabajo artesano
organizado en gremios.
Los primeros indicios de que algo estaba cambiando aparecieron con la difusión
de los principios éticos calvinistas, que introdujeron una nueva concepción del
trabajo basada en la laboriosidad, el ahorro y el afán de lucro. Estas ideas
facilitaron la aparición de grandes fortunas y capitales en manos privadas que
fueron invertidos en nuevas empresas industriales, nacidas al amparo de la
desaparición de los obstáculos sociales y políticos del Antiguo Régimen. Es
entonces cuando se formulan las primeras teorías del capitalismo por pensadores
como Adam Smith y David Ricardo, que dieron forma al liberalismo
económico defendido por la llamada Escuela de Manchester, foco de proyección
de estas ideas surgido en uno de los emergentes centros industriales que
crecieron al amparo de los nuevos tiempos.

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