Sie sind auf Seite 1von 10

documento 4

Valentine de Saint-Point
Manifiesto de la mujer futurista.
Respuesta a F. T. Marinetti.

La razón aparente de este manifiesto y su carácter de «Res-


puesta a F. T. Marinetti» quedan perfectamente explícitas en la
cita del primer texto futurista que se encuentra al principio: el
provocador «desprecio de la mujer» que había lanzado
Marinetti en 1909.

Curiosamente esta respuesta de Valentine de Saint-Point (1),


aunque hubo muchas más, y abundantes, como corresponde a
una frase tan arbitrariamente provocadora, no parte del fe-
minismo, ni siquiera enfoca el problema desde el punto de vista
de lo específico femenino en la cultura, sino que se atiene a una
globalidad cultural/sexual que pretende explicar el desarrollo
de la colectividad humana a partir de una mayor o menor dosis
de masculinidad o feminidad.

Partiendo de una superficial lectura de Nietzsche, Valentine de


Saint-Point logró escandalizar a la sociedad de comienzos de
los años diez con dos polémicos Manifiestos: el que aquí
aparece y el «Manifesto della Lussuria», Direzione del
Movimento Futurista, 11 de enero de 1913 (2) que esquematizan
hasta la exasperación el pensamiento del filósofo alemán.

109
Había, sin embargo, otra razón para estos escritos: la estrate-
gia del escándalo que acababa de conocer a través de Marinetti.
En la lógica de este manifiesto, lo masculino y lo femenino se
corresponden como mezcla, no como separación. Si Marinetti
era capaz de escandalizar, su parte femenina debía tener un
nombre. En este caso, abiertamente, no es el doble freudiano,
sino una oponente heroica: la mujer. Estos dos manifiestos
fueron traducidos a varios idiomas y, sobre todo, produjeron el
revuelo que de su contenido cabía esperar. La falta de conti-
nuidad en esta metódica y calculada tarea de épater, han hecho
que su figura vaya ligada fundamentalmente a esta respuesta
a Marinetti.

El maniqueísmo más burdo: hombre / mujer, masculinidad /


feminidad, vencedor / derrotado, es el argumento principal del
texto, aunque sin duda, algunos de sus fragmentos están
atravesados por la más pura embriaguez vanguardista.

« Q u e r e m o s glorificar la guerra, únic a h i g i e n e del m u n d o ,


el militarismo , el patriotismo, el gesto destructor d e
los anarquistas, las bellas ideas p o r las q u e morir y
el d e s p r e c i o d e la mujer.»
(Primer Manifiesto del Futurismo)

La Humanidad es mediocre. La mayoría de las mujeres no


es inferior ni superior a la mayoría de los hombres. Son iguales.
Ambos merecen el mismo desprecio.
El conjunto de la humanidad nunca fue otra cosa que el

110
terreno de cultivo del que brotaron los genios y los héroes de los
dos sexos. Pero en la humanidad, como en la agricultura, hay
momentos más propicios al florecimiento. En los veranos de la
humanidad, cuando el sol abrasa la tierra, abundan los genios
y los héroes. Ahora estamos al comienzo de una primavera; nos
falta aún la abundancia de sol, es decir, mucha sangre derramada.
Las mujeres, al igual que los hombres, no son responsables
del estancamiento que sufren los seres verdaderamente jóve-
nes, rebosantes de linfa y sangre.
Es absurdo dividir la humanidad en hombres y mujeres;
está compuesta, al contrario, de feminidad y de masculinidad.
Todo superhombre, todo héroe -por lo que tiene de épico-,
todo genio -por lo que tiene de poderoso- es la expresión
prodigiosa de una raza y una época sólo porque está compuesto,
al mismo tiempo, de elementos femeninos y elementos mas-
culinos, de feminidad y masculinidad: es decir, un ser completo.
Un individuo exclusivamente viril no es más que una bestia;
un individuo exclusivamente femenino no es más que una
fémina.
Esto ocurre tanto en los individuos como en las colectivi-
dades y en los momentos de la humanidad. Los períodos
fecundos, cuando de los terrenos cultivados surgen mayor
número genios y héroes, son períodos ricos de masculinidad y
feminidad.
Los períodos que sólo tuvieron guerras, son poco fecundos
en héroes representativos, ya que el aliento épico los niveló,
fueron períodos exclusivamente viriles; aquellos que renega-
ron del instinto heroico y, mirando al pasado, se adormecieron
en sueños de paz, fueron períodos en los que dominó la
feminidad.

111
Actualmente vivimos en el final de uno de estos períodos.
Lo que más falta, tanto a los hombres como a las mujeres,
es la virilidad.
Esta es la causa por la que el Futurismo, a pesar de todas sus
exageraciones, tiene razón.
Para volver a dar un poco de virilidad a nuestras razas
entorpecidas por la feminidad, es necesario arrastrarlas a la
virilidad, incluso hasta la brutalidad.
Pero es preciso imponer a todos, tanto a los hombres como
a las mujeres, ambos igual de débiles, un nuevo dogma de
energía, que les permita alcanzar un período de humanidad
superior.
Toda mujer debe poseer no sólo virtudes femeninas, sino
también cualidades masculinas; de lo contrario es una fémina.
Y el hombre que sólo posee la fuerza del macho, sin intuición,
no es más que una bestia.
Pero en el período de feminidad en el que nos encontramos,
sólo la exageración contraria resulta positiva. Y es el bestia el
que debe proponerse como modelo.

¡No más mujeres de las que los soldados deban temer «los
brazos que se aferran a las rodillas la mañana de la partida»;
mujeres enfermeras que perpetúan las debilidades y la vejez,
domesticando a los hombres a través de sus placeres personales
o sus necesidades materiales! ¡No más mujeres que tienen hijos
para ellas mismas, alejándolos de cualquier peligro, de cualquier
aventura, es decir, de cualquier felicidad; que apartan a sus
hijas del amor y a sus hijos de la guerra! ¡No más mujeres
pulpos del hogar, con tentáculos que agotan la sangre de los

112
hombres y provocan la anemia de sus hijos; mujeres
bestialmente amorosas, que destruyen en el Deseo incluso
su fuerza de renovación!
Las mujeres son Euménides, Amazonas; Semíramis, (3)
Juana de Arco, Juana Hachette; Judith y Carlotta Corday; (4)
Cleopatras y Mesalinas, las guerreras que combaten con más
ferocidad que los hombres, las amantes que incitan, las des-
tructoras que haciendo desaparecer a los más frágiles, contri-
buyen a la selección, mediante el orgullo o la desesperación,
«la desesperación que da al corazón su rendimiento pleno».
Que las próximas guerras hagan surgir heroínas semejantes
a aquella magnífica Caterina Sforza que, mientras dirigía la
defensa de su ciudad, viendo desde lo alto de las murallas al
enemigo que amenazaba con quitar la vida a su hijo si no se
rendía, mostrando heroicamente su sexo les gritó: ¡Matarlo si
queréis, me queda el molde para hacer otros!

Sí, «el mundo está podrido de prudencia» pero, por instinto,


la mujer no es prudente, no es pacifista, no es buena.
Ya que se encuentra desprovista de toda medida, se convierte,
en los períodos somnolientos de la humanidad, en demasiado
prudente, demasiado pacifista, demasiado buena.
Su instinto, su imaginación, son a un tiempo su fuerza y su
debilidad.
Ella es la individualidad de la muchedumbre: desfila con los
héroes y, si faltan estos, sostiene a los imbéciles.
Según el apóstol, incitador espiritual, la mujer, incitadora
carnal, mata o cura, hace correr la sangre o la limpia, es guerrera
o enfermera.

113
La misma mujer, en determinado momento, según el am-
biente de las ideas, reagrupadas en torno a los acontecimientos
del día, es capaz de tirarse a las ruedas para impedir a los
soldados partir a la guerra o lanzarse al cuello de un campeón
deportivo.
Y todo porque ninguna revolución le es extraña; por lo que
a esto, en lugar de despreciar a la mujer, es preciso volverse
hacia ella.
Es la más fecunda conquista que se pueda hacer; es la más
entusiasta y, a su vez, multiplicará el número de seguidores.

Pero hay que dejar de lado el Feminismo. El Feminismo es


un error político. El feminismo es un error cerebral de la mujer,
un error que su instinto sabrá reconocer.
No hay que dar a la mujer ninguno de los derechos
reivindicados por el feminismo. Dárselos no llevaría a
ninguno de los desórdenes propugnados por los futuristas
sino que, por el contrario, crearía un exceso de orden.
Atribuir deberes a la mujer equivale a hacerla perder toda su
fecunda potencia. Los razonamientos y las deducciones del
Feminismo no destruirán toda su fatalidad primordial: no
pueden sino confundirla y obligarla a manifestarse a través de
desviaciones que conducen a errores aún peores.

Hace siglos que se lucha contra el instinto de la mujer, sólo


se le pide gracia y ternura. El hombre anémico, avaro de su
propia sangre, sólo le pide que sea enfermera. Ella se ha dejado
domar. Pero gritadle una consigna nueva, lanzad un grito de

114
guerra y, alegre, cabalgando de nuevo sobre su instinto, mar-
chará por delante hacia conquistas inesperadas.
Cuando debáis emplear de nuevo las armas, ella las pulirá.
Contribuirá de nuevo a la selección.
De hecho, si bien no sabe distinguir fácilmente al genio
porque se fía de la fama pasajera, la mujer siempre ha sabido
premiar al más fuerte, al vencedor, a aquel que triunfa con sus
propios músculos, por su propia valentía. Ella no puede con-
fundirse sobre la superioridad que se impone brutalmente.
La mujer ha de recuperar su crueldad y su violencia que
hace que se ensañe con los vencidos por el hecho de haber
sido vencidos, hasta mutilarlos. Dejad de predicar la justicia
espiritual que ha intentado asumir en vano.
¡Mujeres, volved a ser sublimemente injustas, como
todas las fuerzas de la naturaleza!
Liberadas de todo control, reencontrado vuestro instinto,
volveréis a conquistar vuestro lugar entre los Elementos,
oponiendo la fatalidad a la consciente voluntad del hombre.
Sed la madre egoísta y feroz, que cuida celosamente de sus
hijos teniendo sobre ellos lo que suele llamarse derechos y
deberes, sólo mientras tengan necesidad física de vuestra
protección.
Que el hombre, liberado de la familia, viva su propia vida
de audacia y de conquista apenas tenga fuerza física, ya sea hijo
o padre.
El sembrador no se para en el primer surco que fecunda.
En mis Poèmes d' Orgueil y en La soif et les Mirages, (5)
renegué del sentimentalismo como una debilidad despreciable,
ya que ata las fuerzas y las inmoviliza.
La lujuria es una fuerza, destruye a los débiles, induce a

115
los fuertes a derrochar energía, y por lo tanto, a renovarla. Todo
pueblo heroico es sensual: por ello la mujer es el más preciado
trofeo.
La mujer debe ser madre o amante. Las verdaderas madres
siempre serán amantes mediocres, y las amantes, madres
insuficientes. Iguales frente a la vida, estos dos tipos de mujeres
se completan. La madre que tiene un hijo hace, con el pasado,
el porvenir. La amante distribuye el deseo que conduce hacia
el futuro.

CONCLUYAMOS:

La mujer que con sus lágrimas y su sentimentalismo retiene


al hombre a sus pies, es inferior a la prostituta que, por
vanagloria, incita a su chulo a conservar su desvergonzado
dominio en los bajos fondos de la ciudad con el revólver en la
mano. Al menos esta mujer cultiva una energía que podría
servir a mejores causas.
Mujeres, durante tanto tiempo confundidas entre la
moral y los prejuicios, volved a vuestro sublime instinto: a
la violencia y la crueldad.
Debido al fatal impuesto de la sangre, mientras los hombres
luchan y guerrean, haced hijos y, con ellos, en holocausto al
Heroísmo, poneos en las manos del destino.
No los criéis para vosotras, es decir, para su empequeñeci-
miento, sino para la más grande libertad, para un desarrollo
completo.
En lugar de reducir al hombre a la servidumbre de las
execrables necesidades sentimentales, empujad a vuestros

116
hijos y a vuestros hombres a superarse.
Vosotras sois las que los creáis. Tenéis todo el poder sobre
ellos.
Debéis héroes a la humanidad. Dádselos.

Valentine de Saint-Point
París, 25 de Marzo de 1912
Avenue de Tourville, 19.

Publicado como hoja suelta en la Direzione del Movimento Futurista, Milán,


25 de mayo de 1912 (ahora en L C, 23).

Notas.

1. Valentine de Saint-Point (1875-1953), descendiente de Lamartine, antes


de adherir al futurismo, realizó en París una carrera como poeta, novelista,
dramaturga y ensayista. Partiendo de una rápida lectura de Nietzsche,
organizó una estética de la supermujer individualista y repleta de orgullo.
A comienzos de 1914 abandonó públicamente el futurismo. Sus últimos
años transcurrieron en Egipto, patria de Marinetti, adonde acudió intere-
sada por las ciencias ocultas.

2.Rep. en L. S. pp. 62-64; y en LC 2 3 .

3.Las Euménides, también llamadas Furias, formaban parte del imaginario


de la cultura griega. Las Amazonas, jinetes de excepción, son producto
también de la escritura. Semíramis, reina de Asiría y Babilonia, que
acrecentó sus murallas, no fue sino un personaje de la mitología aqueménida.
Todo ello da idea del potencial fabulador que despliega la Saint-Point: entre

117
la lucha de clases, la lucha de sexos y la lucha, que más bien es complacen-
cia, entre los hechos y la ficción.

4. Las dos aprovechan el relajamiento masculino. Judith, decapitó a


Holofernes, general de Nabucodonosor, ante las puertas de la asediada
Betulia. Charlotte Corday (1768-1793), ferviente republicana, se indignó
contra los abusos de la revolución y el 13 de julio de 1793 consiguió entrar
en la casa de Marat y le apuñaló cuando se encontraba en el baño. Además,
Juana de Arco y Caterina Sforza: Saint-Point eligió a sus heroínas siempre
en traje militar. No hay heroísmo en la vida doméstica.

5.Estos dos volúmenes aparecieron editados en Figuière, París, 1908 y


1912 respectivamente.

118

Das könnte Ihnen auch gefallen