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El 22 de mayo de 1836, siendo Javier Istúriz presidente del Consejo de ministros desde
una semana antes, son disueltas las cortes por la regente. La medida significó el
renacimiento de las juntas. La primera de ellas, la de Málaga, que duró pocos días,
parece que se hizo para proteger algún trapicheo de contrabando. También se sublevaron
Granada y Cartagena.
Es necesario señalar que las Juntas, que desde el principio de la guerra anglo francesa
(conocida misteriosamente como Guerra de la Independencia) habían servido para
distintos asuntos, en ocasiones favorecedores de los intereses de España, y en conjunto
en beneficio de los intereses de la Gran Bretaña, aparecían tras la muerte de Fernando
VII, y serían, al fin, el sustrato del que acabaría surgiendo el esperpento cantonalista de
1873.
Treinta y seis nuevos presidentes ocuparían el cargo hasta 1866 cuando, siendo
presidente Ramón María Narváez, el 18 de septiembre, se constituyó en Cádiz una Junta
Provisional Revolucionaria,
Era el crisol de lo se venía cociendo sin éxito hasta el momento, pero que estaba a siete
años de mostrar su máximo esplendor.
Mientras tanto, entre Leopoldo O’Donnel y Ramón María Narváez, se repartían los años
de gobierno que les separaba del momento de la revolución de 1868, que tuvo una
multiplicidad de orígenes que podemos sintetizar en:
Ante esta situación, marcadamente producida por la acción británica, que se mostraba
triunfante en su proceso de descomposición de España ya marcado en 1711 en el
manifiesto “Una propuesta para humillar a España”, y llevado a término de forma
brillante en los procesos separatistas de América así como en la anarquía sembrada en la
España peninsular desde el mismo momento de la guerra franco-británica mal llamada
de Independencia, tuvo lugar el Pacto de Ostende (por la ciudad holandesa en el que se
formalizó), por el que progresistas y demócratas exiliados acordaron una acción
revolucionaria anti-isabelina.
Un gobierno provisional presidido por Pascual Madoz regiría los destinos de España
durante cuatro días, cediendo el paso a Joaquín Aguirre el día tres octubre, quién el
mismo día cedería a su vez el paso a Francisco Serrano, que se mantendría hasta el 18
de junio de 1869, cuando pasó a ser nombrado Regente, cediendo la presidencia a Juan
Prim.
Todos estos pactos, no obstante, tenían como meta la República Federal. Finalmente se
pusieron de acuerdo en redactar un único pacto nacional, de cuya redacción se
encargaría Francisco Pi y Margall.
En medio de esta situación se produjo una nueva intentona carlista, esta vez a cargo de
Carlos VII, nieto de D. Carlos, que acabaría en rotundo fracaso.
La aparente voluntad por hacer cosas venía siendo manifiesta desde la subida al trono de
Isabel II, pero ni la dependencia personal de poderes extranjeros ni la calidad de los
gobiernos supieron hacer otra cosa que demostrar la locuacidad de los parlamentarios y
su sumisión a la voluntad de Inglaterra, sí, pero también parcialmente a la de Francia..
Con el gobierno de Prim parecía que iban a cambiar las cosas. La sensación que se saca
del personaje es, a pesar de su militancia masónica (que al parecer había abandonado
cuando fue asesinado) y a pesar de sus intereses personales en México y el resultado de
su participación en la invasión anglo francesa de la antigua Nueva España,
considerablemente más amable que la que se saca de los otros personajes sufridos por la
España del siglo XIX.
En esas luces y sombras de Prim nos encontramos con que abordó una política
económica librecambista y abrió el mercado español a las intervenciones extranjeras,
más al gusto de Gran Bretaña; fijó la peseta como unidad monetaria; elevó
considerablemente la deuda pública incrementando la dependencia exterior de la
minería… y se dedicó a la búsqueda de un rey no Borbón. Las circunstancias le llevaron
a elegir a otro masón, Amadeo de Saboya, cuya coronación no pudo verificar al haber
sido asesinado el 27 de Diciembre de 1870, cuando aquel se dirigía a España para ser
coronado.
El breve reinado de Amadeo, como no podía ser menos, fue una opereta. Las broncas en
todos los ámbitos, la música de acompañamiento. Finalmente, tras las conflictivas cortes
de los días 22 a 24 de enero de 1872, fueron disueltas las cortes y convocadas nuevas
elecciones para el 24 de abril.
Bárcia aboga por la desaparición del ejército permanente, la liberalización del comercio;
la abolición de las hipotecas, los timbres, abolición del impuesto sobre el trabajo,
desamortización de los bienes nacionales y de la Iglesia, establecimiento de bancos
agrícolas, industriales y comerciales; libertad de bancos…(Barcia 1872: 42)
El ambiente estaba lo suficiente caldeado como para que Amadeo de Saboya presentase
su dimisión como rey y se refugiase en la embajada de Italia., caso inaudito, el diez de
febrero de 1873, dejando una situación social, política y militar de puro esperpento…
Pero la máxima expresión del mismo, del esperpento, tardaría poco en llegar.
Tal fue la sorpresa que causó en todos que corrió un bulo que aseguraba que el
abandono de Amadeo I había sido decidido, no por él, sino por el parlamento.
Lo curioso es que la monarquía cayó y vino la república sin que nadie hiciese nada para
que eso sucediera… ni para evitarlo. Sencillamente era tal el esperpento que todo
parecía normal; una cosa y su contraria. La locura alcanzaba todos los órganos y todos
los partidos.
El partido republicano –federal–, que se había fundado en noviembre de 1868
y conseguido una representación parlamentaria apreciable en las siguientes
elecciones, no había hecho sino decaer desde entonces. “Nadie ha destruido la
Monarquía en España, nadie la ha matado; la Monarquía ha muerto por una
descomposición interior”, declararía el republicano Emilio Castelar. (Dardé
2014)
Reforzando esa idea, hay que señalar que para la proclamación de la República hubo de
alterarse la legalidad, ya que el artículo 47 de la constitución vigente no autorizaba la
reunión conjunta de las cámaras, el artículo 74.4 señalaba que la abdicación del rey
debía ser sometida a autorización legal, y el artículo 110 y siguientes impedían
semejante alteración. Al respecto señalaba Pi y Margall:
Lo que también parece cierto es que la situación cogió a todos por sorpresa, y al fin fue
el resultado de una maniobra política improvisada sobre la marcha.
Quedaba evidenciado que la huída del rey puso en vigor lo que los republicanos se
habían mostrado incapaces de instaurar: la República, que como culminación del
esperpento venía a señorearse en la desmembración de España; algo que, dada su
inutilidad, no podrían conseguir… de momento.
Y es que es necesario tener en consideración que
La realidad, ante esta situación, se presentaba con todas las divisiones, incluso en el
seno de la división de los progresistas. Todo hacía indicar que la llegada al gobierno de
los más inútiles entre los inútiles no iba a solucionar los problemas que acuciaban a
España.
Las cortes aprobaron la república, sí, el 11 de febrero de 1873, pero los federalistas no
se conformaban con eso; así, “La España Federal” de 14-3-1873 proclamaba:
A los seis días de haberse proclamado la República, fue publicada la Ley del 17 de
febrero de 1873 relativa a la constitución de la fuerza militar encargaba la defensa
nacional a soldados voluntarios, y creaba una reserva, quedando abolidas las quintas.
En Barcelona se preparaba un levantamiento a favor del hijo de Isabel II, pero a los diez
días de la proclamación republicana, el 21 febrero de 1873, se produjo un motín
federalista en Barcelona que ocasionó que todos los jefes del ejército, incluido el
Capitán General, Eugenio de Gaminde, abandonasen la ciudad y dejasen la tropa a su
albedrío.
Entre otras cosas, las expectativas para formar un ejército asalariado no se cumplieron;
no pudieron crear los 80 batallones que habían previsto, ya que no aparecieron los
48.000 voluntarios necesarios para formarlos.
cuatro meses después, sólo se habían reclutado 10.000 soldados, militarmente
inútiles, insubordinados y dados al motín; las protestas del ejército, hicieron
que se equiparara el sueldo a todos. En el verano del 73 quebró la dictadura
federalista, enemistada completamente con el ejército, acosada por multitud de
enemigos tanto a su derecha como a su izquierda. (Pérez 1990: 83)