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UNA APROXIMACIÓN AL AÑO 1873

El reinado de Isabel II se inició el 29 de septiembre de 1833 bajo la regencia de su


madre Maria Cristina de Borbón dos Sicilias, quién hasta el 15 de mayo de 1836 tendría
cinco presidentes del Consejo de Ministros.

El 22 de mayo de 1836, siendo Javier Istúriz presidente del Consejo de ministros desde
una semana antes, son disueltas las cortes por la regente. La medida significó el
renacimiento de las juntas. La primera de ellas, la de Málaga, que duró pocos días,
parece que se hizo para proteger algún trapicheo de contrabando. También se sublevaron
Granada y Cartagena.

Es necesario señalar que las Juntas, que desde el principio de la guerra anglo francesa
(conocida misteriosamente como Guerra de la Independencia) habían servido para
distintos asuntos, en ocasiones favorecedores de los intereses de España, y en conjunto
en beneficio de los intereses de la Gran Bretaña, aparecían tras la muerte de Fernando
VII, y serían, al fin, el sustrato del que acabaría surgiendo el esperpento cantonalista de
1873.

En agosto de 1836 el estallido revolucionario parecía el colofón a la serie de avances


carlistas que se habían producido de manera continuada hasta ese momento, y José
María Calatrava sucedía a Istúriz. En Málaga asesinaban al gobernador militar Saint
Just (familiar del terrible fiscal que tanta importancia tuvo durante “el Terror” en
Francia), por lo que el gobierno nombraba comandante general a Juan Antonio
Escalante, que logró controlar el motín proclamando la constitución de 1812. Pero era
toda España la que se sublevaba.

De los conflictos acaecidos culpaba el embajador británico a Espartero, que acabaría


ocupando el puesto de Calatrava el 18 de agosto de 1837, aunque sería apartado del
mismo dos meses más tarde, sucediéndose siete nuevos presidentes hasta 1840, año en
que el propio Espartero era nombrado regente.

Treinta y seis nuevos presidentes ocuparían el cargo hasta 1866 cuando, siendo
presidente Ramón María Narváez, el 18 de septiembre, se constituyó en Cádiz una Junta
Provisional Revolucionaria,

que proclamó de inmedíato las libertades de enseñanza, imprenta, reunión y


comercio, el desestanco del tabaco y de la sal y la supresión de los derechos de
consumo. (Orozco 2013: 43)

Era el crisol de lo se venía cociendo sin éxito hasta el momento, pero que estaba a siete
años de mostrar su máximo esplendor.

Mientras tanto, entre Leopoldo O’Donnel y Ramón María Narváez, se repartían los años
de gobierno que les separaba del momento de la revolución de 1868, que tuvo una
multiplicidad de orígenes que podemos sintetizar en:

* Crisis Económica (financiera, industrial y de subsistencia)


* Difusión de ideologías democráticas
* Crisis política con marcado deterioro de la monarquía
* Multiplicidad de fraudes con implicación de políticos.
* Fraccionamiento de los partidos

Ante esta situación, marcadamente producida por la acción británica, que se mostraba
triunfante en su proceso de descomposición de España ya marcado en 1711 en el
manifiesto “Una propuesta para humillar a España”, y llevado a término de forma
brillante en los procesos separatistas de América así como en la anarquía sembrada en la
España peninsular desde el mismo momento de la guerra franco-británica mal llamada
de Independencia, tuvo lugar el Pacto de Ostende (por la ciudad holandesa en el que se
formalizó), por el que progresistas y demócratas exiliados acordaron una acción
revolucionaria anti-isabelina.

La revolución de 1868 tendría el siguiente desarrollo:

* Pronunciamiento en Cádiz el 17 de Septiembre de 1868."Viva España con honra", la


escuadra española se subleva al mando de Topete en contra de Isabel II.
* Destronamiento de Isabel II.
* Creación de Juntas en las principales ciudades.
* Formación de un Gobierno Provisional con políticos como Sagasta y Ruiz Zorrilla
(O’Donnell y Narváez ya habían fallecido).
* Proclamación del sufragio universal y de la libertad de expresión sin ninguna
sumisión (ni a la verdad ni al respeto)
* Política económica librecambista.
* Convocatoria a elecciones a cortes constituyentes.

El pronunciamiento de Cádiz arrastró a las demás ciudades. Tras Sevilla, Málaga,


Almería y Cartagena, otras muchas ciudades se sumaron a la revuelta mientras las
fuerzas leales a Isabel II se organizaban, y un ejército al mando del marqués de
Novaliches se enfrentaba a los revolucionarios que desde el sur marchaban hacía
Madrid. Eso sucedió el 28 de septiembre de1868 en la que se conoce como Batalla de
Alcolea (Córdoba), con resultado victorioso para los sublevados; el 29 triunfó el
alzamiento en Madrid, y el 30, Isabel II, que se encontraba en San Sebastián,
abandonaba España.

Un gobierno provisional presidido por Pascual Madoz regiría los destinos de España
durante cuatro días, cediendo el paso a Joaquín Aguirre el día tres octubre, quién el
mismo día cedería a su vez el paso a Francisco Serrano, que se mantendría hasta el 18
de junio de 1869, cuando pasó a ser nombrado Regente, cediendo la presidencia a Juan
Prim.

En el desarrollo de estos movimientos, el uno de enero de 1869 comenzó con la


prosecución del conflicto de Málaga, donde empezaron a tronar los cañones, siendo que
el ejército sufrió 40 muertos y 174 heridos, siendo doble el número entre los
sublevados, que sufrieron además 1000 prisioneros.

Mientras, los republicanos federales se dividen en dos tendencias:

1. Moderados. (Pi Margall, Figueras, Castelar) partidarios de avanzar hacia la república


dentro de la legalidad.
2. Radicales. (José María Orense y Francisco Sunyer) favorables a la sublevación de las
Juntas republicanas y de hacer un revolución de abajo arriba. Los radicales darán lugar
al cantonalismo.

A pesar de esa subdivisión, el dieciocho de mayo de 1869, los republicanos federales de


los antiguos territorios de la Corona de Aragón firman el Pacto de Tortosa, en favor del
establecimiento de vínculos entre ellos en el marco de una España federal. El pacto
estaba promovido por Valentín Almirall y un grupo de republicanos intransigentes y
radicales, entre los que se encontraban Baldomero Lostau, Rafael Farga Pellicer, José
Anselmo Clavé, Feliú y Codina, Aguiló, Folch y otros. Tutau, Figueras, Castelar y Pi y
Margall, todos ellos diputados a Cortes se unieron con posterioridad al proyecto.

Al rebufo del movimiento, el 15 de junio de 1869 se firma el Pacto de Valladolid, por el


que 17 provincias, (Santander, Burgos, León, Zamora, Salamanca, Logroño, Soria,
Segovia, Ávila, Valladolid, Palencia, Madrid, Toledo, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara
y Albacete) conforman la Confederación castellana.

Dicho pacto reafirmaba la necesidad de un cambio de régimen y la de garantizar que el


nuevo sistema político reconociese institucionalmente la identidad de Castilla como
pueblo diferenciado.

No tardaron en reproducirse estos pactos. El de Valladolid había sido precedido por el


de Córdoba, que agrupaba las provincias de Andalucía, Extremadura y Murcia; ahora
surgían el de Eibar, para las Vascongadas y Navarra y el de La Coruña, que incluía
Galicia y Asturias.

Todos estos pactos, no obstante, tenían como meta la República Federal. Finalmente se
pusieron de acuerdo en redactar un único pacto nacional, de cuya redacción se
encargaría Francisco Pi y Margall.

Al alimón con el movimiento federalista se generalizaban los alzamientos populares:


contra el llamamiento a quintas, produciéndose en marzo de 1869 enfrentamientos
armados en Jerez, mientras en Barcelona, el día 21 se llevaba a cabo una manifestación
en la que todos, sin distinción política, se oponían a la política económica.

El movimiento se mostraba creciente, destacando por su importancia en diversos


puntos. Como consecuencia, a comienzos de octubre de 1869 existía gran agitación con
movimientos revolucionarios en la provincia de Sevilla, algunos sofocados por el
ejército y las fuerzas del orden, otros no. Los grupos de revoltosos de cada pueblo
trataban de hacerse fuertes uniéndose a los del pueblo vecino para poder enfrentarse a
las autoridades. Se organizaban apropiándose del dinero del ayuntamiento e incautaban
las armas que encontraban en la población.

En medio de esta situación se produjo una nueva intentona carlista, esta vez a cargo de
Carlos VII, nieto de D. Carlos, que acabaría en rotundo fracaso.

Pero paralelamente la vida política seguiría en su particular “normalidad”. Durante la


Regencia, que resistiría hasta enero de 1871, se redactó la constitución de 1869 y se
materializó el triunfo de los progresistas, apoyados de los unionistas, mientras carlistas,
moderados y republicanos quedaban en minoría.
Esta situación propició la proclamación de derechos y libertades, soberanía nacional y
división de poderes… Papel mojado que no solucionaba nada y embrollaba más el
panorama nacional.

La aparente voluntad por hacer cosas venía siendo manifiesta desde la subida al trono de
Isabel II, pero ni la dependencia personal de poderes extranjeros ni la calidad de los
gobiernos supieron hacer otra cosa que demostrar la locuacidad de los parlamentarios y
su sumisión a la voluntad de Inglaterra, sí, pero también parcialmente a la de Francia..

Con el gobierno de Prim parecía que iban a cambiar las cosas. La sensación que se saca
del personaje es, a pesar de su militancia masónica (que al parecer había abandonado
cuando fue asesinado) y a pesar de sus intereses personales en México y el resultado de
su participación en la invasión anglo francesa de la antigua Nueva España,
considerablemente más amable que la que se saca de los otros personajes sufridos por la
España del siglo XIX.

En esas luces y sombras de Prim nos encontramos con que abordó una política
económica librecambista y abrió el mercado español a las intervenciones extranjeras,
más al gusto de Gran Bretaña; fijó la peseta como unidad monetaria; elevó
considerablemente la deuda pública incrementando la dependencia exterior de la
minería… y se dedicó a la búsqueda de un rey no Borbón. Las circunstancias le llevaron
a elegir a otro masón, Amadeo de Saboya, cuya coronación no pudo verificar al haber
sido asesinado el 27 de Diciembre de 1870, cuando aquel se dirigía a España para ser
coronado.

El breve reinado de Amadeo, como no podía ser menos, fue una opereta. Las broncas en
todos los ámbitos, la música de acompañamiento. Finalmente, tras las conflictivas cortes
de los días 22 a 24 de enero de 1872, fueron disueltas las cortes y convocadas nuevas
elecciones para el 24 de abril.

Es en estos momentos cuando Roque Bárcia presenta la República Federal,


curiosamente, con un espíritu humanista, atendiendo a la persona, a la familia, a la
aldea, a la ciudad, a la provincia, al cantón, y a la nación, como una cadena de
humanismo (Barcia 1872: 34); eso sí, renunciando a la trascendencia y buscando la
“universalidad del hombre” (Barcia 1872: 36). El espíritu de la Ilustración, la bondad
natural del hombre, el espíritu rousonianiano es el sustrato de la república federal
propugnada por Bárcia, que atacaba así a la monarquía:

Si se pudiera averiguar, que es imposible, lo que los reyes españoles han


dilapidado desde los godos hasta el día de hoy, hallaríamos con infinito
escándalo que podrían hacerse tres o cuatro países como el nuestro. (Barcia
1872: 39)

Bárcia aboga por la desaparición del ejército permanente, la liberalización del comercio;
la abolición de las hipotecas, los timbres, abolición del impuesto sobre el trabajo,
desamortización de los bienes nacionales y de la Iglesia, establecimiento de bancos
agrícolas, industriales y comerciales; libertad de bancos…(Barcia 1872: 42)

También se da a conocer una espuria constitución atribuida a Emilio Castelar, en cuyo


artículo 1º decía así:
Componen la Nación española los Estados de Andalucía Alta, Andalucía Baja,
Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja,
Cataluña, Cuba, Extremadura, Galicia, Murcia, Navarra, Puerto Rico, Valencia
y Regiones Vascongadas”, y el segundo: “Las islas Filipinas, de Fernando
Póo, Annobón, Corisco, y los establecimientos de África, componen territorios
que, a medida de sus progresos, se elevarán a Estados por los poderes
públicos”.

Se proclamaba la libertad de culto, la separación Iglesia Estado, la abolición de los


títulos de nobleza.

Art. 92. Los Estados tienen completa autonomía económico-


administrativa y toda la autonomía política compatible con la
exigencia de la Nación.
Art. 93. Los Estados tienen la facultad de darse una Constitución
política, que no podrá en ningún caso contradecir a la presente
Constitución.

El ambiente estaba lo suficiente caldeado como para que Amadeo de Saboya presentase
su dimisión como rey y se refugiase en la embajada de Italia., caso inaudito, el diez de
febrero de 1873, dejando una situación social, política y militar de puro esperpento…
Pero la máxima expresión del mismo, del esperpento, tardaría poco en llegar.

En su carta de renuncia, Amadeo señalaba:

Dos años largos ha que ciño la corona de España, y la España vive en


constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan
ardientemente anhelo. Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha,
entonces, al frente de estos soldados, tan valiente como sufridos, sería el
primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con
la palabra agravan y perpetúan los males de la nación, son españoles, todos
invocan el dulce nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien; y
entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio
clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la
opinión pública, es imposible atinar cuál es la verdadera, y más imposible
todavía hallar el remedio para tamaños males. (Pi 1884: 267)

Tal fue la sorpresa que causó en todos que corrió un bulo que aseguraba que el
abandono de Amadeo I había sido decidido, no por él, sino por el parlamento.

La tradición madrileña asegura que al mediodía del 11 de febrero de 1873 al


rey Amadeo I le comunicaron su “despido” mientras esperaba su comida en el
restaurante del Café de Fornos. De inmedíato, anuló el pedido, recogió a su
familia, renunció al trono y, sin esperar la autorización de los diputados (según
exigía el artículo 74.4 de la Constitución de 1869) se refugió en la embajada
italiana. (Orte 2015: 20)

Lo curioso es que la monarquía cayó y vino la república sin que nadie hiciese nada para
que eso sucediera… ni para evitarlo. Sencillamente era tal el esperpento que todo
parecía normal; una cosa y su contraria. La locura alcanzaba todos los órganos y todos
los partidos.
El partido republicano –federal–, que se había fundado en noviembre de 1868
y conseguido una representación parlamentaria apreciable en las siguientes
elecciones, no había hecho sino decaer desde entonces. “Nadie ha destruido la
Monarquía en España, nadie la ha matado; la Monarquía ha muerto por una
descomposición interior”, declararía el republicano Emilio Castelar. (Dardé
2014)

Reforzando esa idea, hay que señalar que para la proclamación de la República hubo de
alterarse la legalidad, ya que el artículo 47 de la constitución vigente no autorizaba la
reunión conjunta de las cámaras, el artículo 74.4 señalaba que la abdicación del rey
debía ser sometida a autorización legal, y el artículo 110 y siguientes impedían
semejante alteración. Al respecto señalaba Pi y Margall:

A pesar de tratarse de un cambio tan radical en nuestras instituciones, no dio la


proposición lugar a rudos ni acalorados debates; los más acérrimos enemigos
de la República doblaban la cabeza ante la inexorable ley de las
circunstancias, y se circunscribían a salvar sus opiniones o manifestar el temor
de que no correspondiera la nueva forma de gobierno a las esperanzas de los
que con tanto calor la habían defendido y estaban llamados a regirla. Eran
sosegados y patrióticos, así los discursos de los que defendían la proposición,
como las breves arengas de los que las combatían, y la discusión llevaba todo
aquel sello de majestad que desde un principio caracterizó sesión tan
grandiosa.

Lo único cierto es que al haber quedado vacante el trono, el 12 de febrero se proclamaba


la república, siendo designado presidente Estanislao Figueras, que procedió a convocar
cortes constituyentes y afrontar los problemas que acosaban: La guerra carlista; la
sublevación de Cuba; las revueltas sociales. Su forma de solucionar los problemas se
centró en promulgar una amnistía y en suprimir las quintas.

Lo que también parece cierto es que la situación cogió a todos por sorpresa, y al fin fue
el resultado de una maniobra política improvisada sobre la marcha.

Los progresistas radicales encabezados por Ruiz Zorrilla pactaron con la


dirección del republicanismo federal la proclamación de la primera
República en una decisión inconstitucional de las Cortes, el once de
febrero de 1873. El régimen republicano se constituyó en una Europa en la
que la mayor parte de las potencias eran monarquías. La III República
francesa, instaurada en 1871, estaba dirigida por políticos conservadores, y
Suiza era la excepción que confirma la regla. (Pich 2012)

Es el caso que en la sesión del 11 de febrero de 1873 Pi y Margall presentaba una


moción, apoyada por Salmerón y Figueras, en la que se proclamaba: «La Asamblea
Nacional reasume todos los poderes y declara como forma de gobierno la República,
dejando a las Cortes constituyentes la organización de esta forma de gobierno». Fue
aprobada la proposición por 258 votos contra 32.

Quedaba evidenciado que la huída del rey puso en vigor lo que los republicanos se
habían mostrado incapaces de instaurar: la República, que como culminación del
esperpento venía a señorearse en la desmembración de España; algo que, dada su
inutilidad, no podrían conseguir… de momento.
Y es que es necesario tener en consideración que

En Europa antes de 1789 -y en Hispanoamérica antes de la Emancipación-la


noción de patria estuvo íntimamente ligada a la persona -simbólica-del
monarca, que individualmente podía ser odiado o atacado, sin afectar la idea
misma de la monarquía. Este concepto integraba la sociedad en un todo
organizado, con una jerarquía de dominación y subordinación, teniendo al
monarca en la cúspide de tal sociedad. Por consiguiente, a través de esta
relación común, los súbditos de un monarca pertenecían a una misma patria,
los que no lo eran resultaban extraños a esta patria. Pero cuando el monarca
desaparece, ¿sobre qué se funda el concepto de nación? (Bonilla 1972: 62)

La realidad, ante esta situación, se presentaba con todas las divisiones, incluso en el
seno de la división de los progresistas. Todo hacía indicar que la llegada al gobierno de
los más inútiles entre los inútiles no iba a solucionar los problemas que acuciaban a
España.

Las cortes aprobaron la república, sí, el 11 de febrero de 1873, pero los federalistas no
se conformaban con eso; así, “La España Federal” de 14-3-1873 proclamaba:

El principio fundamental de la democracia en la forma de gobierno, es la


República. Pero no un simulacro de República, sino la República verdadera, la
que mejor garantice los derechos naturales del hombre y la soberana
independencia de los organismos políticos; por eso la proclamamos todos;
pero no meramente y por si misma, como si teniendo la República, todo lo
demás, justicia y libertad, importara poco.

También señalaba la creación de comités revolucionarios en multitud de localidades,


que en ocasiones organizaban importantes asonadas; así, el once de febrero, el mismo
día que fue proclamada la República, José García Viñas, junto a un grupo de
internacionalistas, ocupó el ayuntamiento de Barcelona proclamando la República
Social y el Municipio Comunista. Algo que se salía del metódico programa británico
para la destrucción de España y que como consecuencia significaba una contrariedad en
sus organizadores.

El cantonalismo supuso un fenómeno que hizo tambalearse a la Internacional,


ya que una parte de sus miembros intervino en el conflicto cantonalista en
ciudades como Cartagena, Valencia, Sevilla, Granada o Málaga, pero en otras
zonas no apoyaron el cantonalismo. Tal y como afirmaba Francisco Tomás,
secretario de la Comisión Federal en aquel momento, en el boletín de la
Federación del Jura, sección anarquista más importante de la Primera
Internacional, la participación de los internacionalistas al movimiento
cantonalista fue totalmente espontánea y sin acuerdo previo, y por eso, en cada
lugar se actuó de diferente manera.
Engels criticó duramente la actuación de la Internacional en el movimiento
cantonalista, responsabilizándola de la aparición de este fenómeno, y
afirmando que el cantonalismo era un claro ejemplo de cómo no debía hacerse
una revolución. (Tormo: 26)

Manifiestamente, la República nació con problemas, y a pesar de su corta vida conoció


varias fases:
El primer presidente, Estanislao Figueras, estuvo al frente de su gobierno desde el once
de febrero hasta el once de junio. De los siete ministros de Figueras, cuatro lo habían
sido ya con la monarquía. Pi y Margall desempeñó la cartera de Gobernación y su
hermano la de Ultramar.

A los seis días de haberse proclamado la República, fue publicada la Ley del 17 de
febrero de 1873 relativa a la constitución de la fuerza militar encargaba la defensa
nacional a soldados voluntarios, y creaba una reserva, quedando abolidas las quintas.

En su artículo tercero señalaba: El Ejército activo, cuya fuerza se fijará anualmente,


según el precepto constitucional, se formará de soldados voluntarios, retribuidos con
una peseta diaria sobre su haber, pagada semanal o mensualmente. Este decreto dio
lugar a que muchos soldados abandonaran sus unidades.

En Barcelona se preparaba un levantamiento a favor del hijo de Isabel II, pero a los diez
días de la proclamación republicana, el 21 febrero de 1873, se produjo un motín
federalista en Barcelona que ocasionó que todos los jefes del ejército, incluido el
Capitán General, Eugenio de Gaminde, abandonasen la ciudad y dejasen la tropa a su
albedrío.

En esta situación, Baldomero Lostau se convirtió en dictador y estableció un gobierno


provisional que decretó la disolución del ejército en Cataluña y la creación de otro para
combatir a los carlistas, tras lo cual proclamó el Estado Catalán el 8 de marzo. El
ayuntamiento de Barcelona, principal impulsor de la insurrección, llegó a izar la
bandera separatista, con dos franjas coloradas llenas de pequeñas estrellitas.

Federico Engels decía sobre este asunto:


Los mismos que desconociendo los acuerdos tomados en el congreso general
de La Haya sobre la acción política de la clase trabajadora…/…se han lanzado
en esta ocasión a hacer política; pero la peor de las políticas, la política
burguesa. (Engels 1873)

Durante los acontecimientos de Barcelona, el 24 de febrero de 1873 dimitió el gobierno


en pleno, mientras se expresaba que la asamblea podía deliberar con calma “porque las
circunstancias, aunque extrañas, no eran graves”, pero se eligió un nuevo gobierno
en el que continuaban Figueras, Castelar, Pi y Salmerón.

El 10 de marzo, el nuevo Gobierno central, atendiendo a las exigencias separatistas


decidió disolver el Ejército de Cataluña (que como hemos visto ya estaba disuelto),
mientras Estanislao Figueras se trasladaba a Barcelona, evitando la proclamación del
estado catalán.

Mientras tanto, las dificultades internacionales no eran resueltas convenientemente; la


república sólo fue reconocida por EE.UU, Suiza, Costa Rica y Guatemala, siendo
además, que una de las medidas estrella del gobierno estaba resultando un fiasco.

Entre otras cosas, las expectativas para formar un ejército asalariado no se cumplieron;
no pudieron crear los 80 batallones que habían previsto, ya que no aparecieron los
48.000 voluntarios necesarios para formarlos.
cuatro meses después, sólo se habían reclutado 10.000 soldados, militarmente
inútiles, insubordinados y dados al motín; las protestas del ejército, hicieron
que se equiparara el sueldo a todos. En el verano del 73 quebró la dictadura
federalista, enemistada completamente con el ejército, acosada por multitud de
enemigos tanto a su derecha como a su izquierda. (Pérez 1990: 83)

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